UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA Índice José Miguel Corpas Garcés Su infancia transcurrió jugando con un palo de escoba y unas checas, tapas de gaseosa que hacían las veces de pelota. Fue una época en que el deporte en Cartagena giraba en torno al béisbol y en la que José Miguel, de tanto jugar en el campo, se encariñó con la naturaleza. Por eso en 1962, llegó a estudiar Licenciatura en Biología y Química en la Universidad de Antioquia, donde entregó su vida como jugador y entrenador de béisbol, iniciando un periodo histórico para los antioqueños, que se extendió hasta los años noventa, en el cual Antioquia, siendo un equipo del interior, triunfó ante los fuertes contendores de la costa. Pero este moreno alto, de dientes alargados, nariz achatada, de origen humilde, conversador y de rebosante amabilidad, campeón seis veces con la Selección Antioquia de Béisbol y más de diez con Cervecería Unión, tuvo un difícil inicio en el equipo de la universidad, pues el entrenador de entonces, Rafael Montoya, no lo recibía porque el grupo estaba completo. En un tercer intento, José Miguel le pidió que lo dejara lanzarle a su mejor bateador para que decidiera si servía o no. El entrenador aceptó; “en esa época tiraba duro, lancé, y Restrepo no fue capaz de sacar el bate, como se dice”, cuenta, y cuando Montoya conoció su nombre exclamó: “¡Hooombe! Usted por qué carajos no dijo que era José Miguel Corpas”. Hasta las directivas de la universidad supieron que allí estudiaba el lanzador que había sido figura en los Octavos Juegos Atlánticos Nacionales de 1960, en Cartagena, donde quedó campeón con el equipo de Bolívar. En adelante, sus estudios universitarios transcurrieron entre ausencias deportivas y exámenes solitarios presentados a última hora, para luego ejercer apenas seis meses como docente, en el Liceo Concejo de Medellín, porque se fue a entrenar al equipo de Pilsen Cervunión, donde trabajó como jefe de seguridad y luego de deportes hasta jubilarse. “Fui candela pero ya no lo soy”, comenta extraviando la mirada al recordar sus días de campeón, inmortalizados en medallas, trofeos y retratos, como en el que aparece junto a los futbolistas René Higuita y Francisco Maturana, cuando Cervecería Unión los eligió como deportistas del año en 1987. La foto cuelga en la pared de una sala de estar, cerca al reconocimiento que le hicieron como “beisbolista que marcó disciplina en Antioquia y Colombia”. Allí un alto mueble exhibe —además de licores coleccionados en sus viajes y compartidos sin reproches con sus amigos— trofeos, un reloj de béisbol y juguetes de sus nietos, a quienes seguro influenciará como a sus hijos (Sandra se destaca en softbol y José Luis en béisbol), de la misma forma que lo hizo su padre, José Corpas Córdoba, beisbolista profesional, quien lo puso de lanzador a los catorce años en un partido de adultos en Santa Rita, y debido a la lluvia se le resbaló la pelota en el lanzamiento, golpeando a un jugador en la cabeza. José Miguel salió llorando y ante la insistencia de su papá para que continuara el partido, amenazó con decirle a su mamá que lo estaba obligando a jugar. Los lanzamientos de su mano prodigiosa tuvieron sus últimos días profesionales en Barranquilla en 1980. Antes de eso, jugó mucho tiempo en la Selección Antioquia, con la que ganó en 1968 el Campeonato Nacional de Béisbol, y también en el Pilsen Cervunión de Medellín, donde José Miguel fue mánager de beisbolistas reconocidos como Gustavo Viera y Juan Guillermo Calle. Allí, en ese mismo equipo cervecero es aún entrenador del equipo de jubilados, Softbol Plus Sesentas; y donde a sus 67 años siente que hizo parte de una época en la que la gente necesitaba entretenimiento, en la que el béisbol integraba a la sociedad y en la que él y otros beisbolistas costeños e isleños se consideraron completamente paisas en el triunfador equipo antioqueño. Fotografía: Julián Roldán / Perfil: Yhobán Camilo Hernández 103 UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA Índice Lucrecia RAMÍREZ RESTREPO Pasó su infancia entre médicos, enfermeras y monjas del Hospital General de Medellín, donde muy pequeña asistió partos y se volvió la mascota del centro hospitalario donde trabajaba su madre Libia Restrepo, la primera ginecóloga que tuvo esta capital. Para Lucrecia Ramírez Restrepo el entorno médico siempre fue muy familiar. “Era mi otra casa, hacía turnos con mi mamá y hasta dormía allá”, relata esta mujer quien hoy es reconocida por su trabajo en pro del desarrollo social y la salud mental de las mujeres, en especial de las jóvenes. Lucrecia es médica de la Universidad Javeriana de Bogotá y psiquiatra de la Universidad de Antioquia. Siempre, desde su primer caso clínico, su interés y su objeto de estudio ha sido el tema de las mujeres. Actualmente, y desde 1990, es investigadora del Departamento de Psiquiatría de la universidad, donde coordina el grupo académico de “Salud mental de las mujeres”, promovido y formado por ella en el mismo año, cuando muy poco se hablaba de ese tema. Lucrecia explica: “Sostuvimos que no era lo mismo estudiar una droga en hombres que en mujeres, que era necesario ligar la violencia familiar con la morbilidad, tener en cuenta las condiciones económicas, sociales y culturales de las personas como factores de riesgo ligados a su salud”. Apasionada del tema, esta psiquiátra ha desarrollado investigaciones en síndrome premenstrual, aborto inducido y espontáneo, discriminación, acoso y abuso sexual contra las mujeres y trastornos de la conducta alimentaria (anorexibulimia). Trabajos que han sido reconocidos en diversos espacios médicos, institucionales y culturales. Durante la administración de Sergio Fajardo como alcalde de Medellín en el período 2004-2007, Lucrecia diseñó las redes de Mujeres públicas y de Mujeres talento, y ejecutó proyectos para la prevención de la anorexibulimia y el embarazo en adolescentes. En este proceso, la sorprendió la gran apropiación del discurso de la delgadez entre las jóvenes de Medellín: “Encontramos varios factores de riesgo para los trastornos alimentarios: una tradición de sociedad moralista donde las mujeres eran relegadas, enfrentadas a partir de la década de los ochenta a la cultura del narcotráfico y a un ideal de belleza femenina nuevo, y luego, a un gran impulso de la industria de la moda, que exige una mujer sumamente delgada y glamurosa”. A pesar de que reconoce los avances y los logros alcanzados por las mujeres a lo largo de las últimas décadas, Lucrecia afirma que todavía falta mucho para llegar al punto ideal en el que la mujer deje de estar reducida al entorno doméstico. “La poca gente interesada en el tema aún tiene una mirada muy tradicional, condicionada a lo reproductivo. Pero una visión distinta: la mujer en el espacio público, la mujer en la política, la mujer que puede dirigir empresas, esa mirada todavía no es la que orienta el trabajo sobre mujeres, especialmente en Colombia”, dice. Sin embargo, es optimista y anota que espera vivir muchos años más para ver una situación diferente, en la que la mentalidad del país cambie. Este espíritu libre que es Lucrecia asegura que se siente feliz de estar en la Universidad de Antioquia, porque “es de los pocos espacios donde se puede trabajar este tema desde una perspectiva social, académica y cultural, porque es un espacio en el que se puede ejercer esta libertad. Por ejemplo, la investigación de aborto inducido yo no la hubiera podido hacer en otra facultad de medicina del país”. Lucrecia es una mujer alegre, madre de dos jóvenes adultos dedicados al arte. Una mujer comprometida con la labor de llevar sus investigaciones más allá de la academia, poniendo sus resultados al servicio de la gente y en conocimiento de quienes toman las decisiones para que los impactos sean visibles y no se queden en libros de estantería. Fotografía: Julián Roldán / Perfil: Gloria Estrada Soto 105 UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA Índice Gustavo OLARTE CATAÑO Parece un niño de escuela vestido de pantalón deportivo de color negro, camiseta azul ajustada al cuerpo, parado rígidamente con su lánguida y alta figura, con los brazos paralelos a las piernas y empuñando continuamente la mano izquierda en una actitud nerviosa. Su rostro trigueño de fisionomía alargada luce una mirada retraída, y una tímida sonrisa deja al descubierto un colmillo calzado en oro, al contar que por esforzarse tanto en las maratones de atletismo sufre una tendinitis. “Yo me exijo mucho pero voy a tener que mermar”, concluye Gustavo, quien ha sido autoexigente en otras facetas de su vida, como en sus días de interno en el Hospital Universitario San Vicente de Paúl, donde trabajaba los viernes toda la noche para llegar los sábados a las siete de la mañana a dictar clases de laboratorio hasta la una de la tarde, lo cual sorprendía al hoy profesor Jaime Calle, que en esa época era alumno de Gustavo y monitor en el laboratorio de biología general. Él describe a Gustavo como un profesor que siempre está dispuesto a colaborarles a los estudiantes; porque “al final pudo más la docencia”, dice Gustavo, pues aunque cumplió su sueño de ser médico, fue incapaz de renunciar a la enseñanza. La vida se le fue en educar, practicar deporte y estudiar: hizo tres carreras y una especialización. Se presentó a Medicina a la Universidad de Antioquia pero no pasó, por lo que estudió Licenciatura en Biología y Química y se vinculó como profesor a la misma universidad. Posteriormente, becado por la Organización de Estados Americanos, se especializó en Genética en la Universidad de Chile en 1971, donde despertó admiración por el médico Ricardo Cruz-Coke y donde la influencia de las ideas allendistas cambiaron su pensamiento político. Regresó a Colombia en 1973 tras el golpe de estado contra el gobierno de Salvador Allende, y retomó la docencia en la universidad, ampliando sus clases hasta la Facultad de Medicina donde enseñó genética. Se graduó como biólogo porque muchas materias eran homologables con la licenciatura y se matriculó en Medicina para graduarse en 1985, convirtiéndose en un médico solidario, que chequea y ofrece su diagnóstico a todo el que lo necesita, porque piensa que “la cooperación da fuerza para luchar contra las adversidades”. Del deporte lo atraía el ciclismo, pero sin dinero para una bicicleta se conformó con un balón. Creó un equipo de fútbol de estudiantes y fueron campeones en el torneo universitario. Luego, como seis de contención, disfrutó la gloria en el equipo de profesores que ganó dos campeonatos nacionales y fue subcampeón en otro. La jubilación lo individualizó en el atletismo, con el que ha corrido la media maratón de Medellín, La Ceja, Rionegro y las carreras de Guarne, y fue subcampeón en las III Olimpiadas del Cooperativismo Antioqueño, representando a la Cooperativa de Profesores de la Universidad de Antioquia. Tangos, boleros, clásica, le gusta todo tipo de música, así como leer de astronomía, aparte de literatura, y compartir con estudiantes, profesores y amigos, a quienes encuentra todas las mañanas luego de trotar en la Ciudad Universitaria, de la cual se considera un hijo privilegiado porque le dio todo, hasta una esposa cuando él ya tenía 47 años, pues por fortuna a la Facultad de Medicina, llegó una joven alfabetizadora que se enamoró de Gustavo, quien andaba tan enredado como deportista, educador y estudiante, que no dejaba espacio ni para el amor. Ahora que Gustavo pasa sus días ejercitándose, leyendo y brindando consultas médicas a personas de escasos recursos que lo solicitan, piensa que aunque se siente realizado por las metas alcanzadas en su vida, “hubiese querido estudiar más y llegar más arriba, para ayudarle a más gente”. Fotografía: Julián Roldán / Perfil: Yhobán Camilo Hernández 107 UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA Índice Rosita TURIZO DE TRUJILLO Es una feminista que todavía usa el apellido de su esposo, Rosita Turizo de Trujillo, y dice que él no la abandona porque le gustan las cosas antiguas; que eso la salva. El sentido del humor complementa la personalidad de esta abogada que, a sus ochenta años, es una abuela amable, servicial y contadora de anécdotas, que encuentra divertidas las propias historias de su vida, disfruta compartiendo con sus nietos y vive orgullosa de su primera hija: la Unión de Ciudadanas de Colombia. Más allá de borrar con la mano lo que hace con el codo, como le dicen sus compañeras feministas, la decisión de conservar el “de” en sus apellidos es puramente libre. Bernardo ha sido un apoyo incondicional. Primero, fue compañero de estudio, luego amigo, novio y finalmente esposo. Cuando salió el decreto en 1972 para que las mujeres se pudieran quitar el apellido del cónyuge, Rosita lo pensó pero no encontró razón alguna para hacerlo. “Si me hubiera hecho una ofensa me lo hubiera quitado antes, incluso sin haber surgido la ley”, comenta Rosita, que hace honor a la enseñanza de sus padres: “Ustedes [los hijos] tienen que aprender oficios decentes que les permitan ser libres”. Ella lo es y en el camino le ha enseñado a otras mujeres a encontrar la libertad. Desde el bachillerato le decía a sus compañeras que iba a estudiar Derecho. “Algunas se quedaban calladas, a otras les daba risa”, dice en forma pausada y termina riéndose, tapándose la boca con las manos para contener la carcajada, porque recuerda que en su época el papel de las mujeres estaba en el hogar. El humor regresa a las palabras lentas de Rosita cuando cuenta que su papá la llevó con orgullo hasta la Facultad de Derecho de la Universidad de Antioquia para matricularla. Ese día no se dio cuenta de que era la única mujer, y ella, que había sido criada en colegios femeninos, que solo tenía contacto con su papá y sus hermanos, se vio estudiando en medio de 72 hombres. Lo que más la asustaba eran las preguntas durante las clases y los exámenes orales, de quince minutos para cada estudiante, al final del semestre. Estos temores trasnochaban a Rosita quien a veces no aguantaba y se ponía a llorar. “Una noche mi mamá me sintió y se vino a ver. ‘¿A usted qué le pasa hija?’. Qué susto el que me dio. Yo le dije: ‘Mamá, qué pena quedarles mal a ustedes, tan ilusionados como están porque yo la mayor que iba a dar ejemplo, pero no voy a ser capaz. Yo me voy a quitar, mamá, yo no soy capaz’. Le conté cuántos éramos y le expliqué qué pasaba. Ella empezó a sobarme la cabeza tres o cuatro noches seguidas y me decía: ‘Tranquila, mija, obsérvelos y me cuenta. Mi amor, con seguridad que el más inteligente, cuando más, será como usted’. Yo al fin me lo fui creyendo”, completa Rosita. Gracias a la seguridad infundida por su madre, fue la novena mujer graduada de Derecho en la Universidad de Antioquia, y en ese momento comprendió que era abogada, pero no ciudadana colombiana. Con esa personalidad de reivindicatoria que la llevó a estudiar Derecho, empezó a trabajar por las mujeres, y así surgieron la Asociación Profesional Femenina de Antioquia (1955), la Unión de Ciudadanas de Colombia (1957) y la Corporación Mundial de la Mujer. Ella se siente como la madre de la Unión de Ciudadanas de Colombia, porque su papel parte de enseñarles a las mujeres a ser ciudadanas en ejercicio, con derechos y deberes, y a interesarse por el país, por la condición de los más desprotegidos de Colombia. Esa ha sido su pasión, por eso procura que estas y otras instituciones educativas que ayudó a crear, sí presten siempre el servicio social con el que sus fundadores soñaron. Fotografía: Julián Roldán / Perfil: Yhobán Camilo Hernández 109 UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA Índice Francisco Luis JIMÉNEZ ARCILA Cuando apenas amanecía el siglo XX, el dos de octubre de 1902, vio la luz del día en el municipio de Granada (Antioquia) un pequeño que bautizarían con el nombre de Francisco Luis Ángel. El hijo de Alejandro Jiménez y Pastora Arcila (quienes constituyeron un hogar con profundos arraigos campesinos y cristianos) se convertiría en un prominente humanista y gran líder que defendió el cooperativismo como modelo alternativo, interviniendo en múltiples procesos de organización de los trabajadores del campo y la ciudad, condensándolos en innumerables escritos sobre doctrina, sociología, economía y derecho. Durante sus estudios básicos (realizados en el Colegio San José de Marinilla) y posteriormente en el mundo universitario (Escuela de Derecho de la Universidad de Antioquia), descubrió su proyecto de vida: el bienestar de los menos favorecidos. Esa vocación de servicio y capacidad de entrega a los demás se volcó hacia las letras, siendo su primer libro la tesis titulada Cooperativas de consumo (laureada y publicada en 1930). Desde entonces, ya fuese como empleado de la rama jurisdiccional, como docente, como profesional independiente, como gerente de múltiples cooperativas o como dirigente, aportó con sus palabras, sus ideas, sus escritos y sus obras a la formación de un mundo de bienestar con base en la cooperación. Dedicó su vida (intelectual, profesional, social y política) a extender la semilla de la cooperación, primeramente en su querida Antioquia; luego, como protagonista principal de la formación de la integración cooperativa continental. Fue miembro consultor de la Alianza Cooperativa Internacional, así como de la Organización Internacional del Trabajo, y presidente de la Organización de Cooperativas de América. En Francisco Luis se resume la historia de nuestro cooperativismo en el siglo XX. En los años sesenta y setenta produjo extraordinarios estudios. Enseñaba sobre economía, sociología y escribía ensayos jurídicos para que el cooperativismo en evolución contara con las fuentes teóricas principales que orientaran su devenir. Y hacia el final del siglo increíblemente otorgó a las generaciones futuras un maravilloso legado doctrinario; al contrario de lo que pudiera pasar con un ser humano centenario. Su existencia estuvo marcada por innumerables homenajes de agradecimiento de quienes fueron tocados por su inagotable energía de cooperador: hacia el final de su vida le fue dado el título de Padre del Cooperativismo Colombiano, se le otorgó por la ACI el Premio Pioneros de Rochdale y fue merecedor de la Orden de Boyacá. Francisco Luis parecía fortalecido por el deseo de aportar a la construcción de un nuevo país, esparciendo semillas de doctrina por doquier, siempre atento a las problemáticas y a las soluciones. A sus 106 años de edad, a pesar de que la enfermedad agazapada anidaba en su pecho, revisaba notas, releía textos y se aprontaba a responder consultas de sus amigos y a continuar con sus epístolas no terminadas. Sin duda, un ser humano sin igual: un roble en su juventud, un roble en su senectud. La obra de Jiménez, nacida de una clara conciencia de la realidad que le correspondió vivir y de una lucha constante por transformarla, es inmensamente valiosa para dotar al movimiento cooperativo colombiano y al sistema de economía solidaria del sustento teórico necesario para lograr protagonismo en el mundo cambiante de los albores del siglo XXI. Como sembrador realizó su labor en la esperanza de que algún día se pudiera recoger el fruto de su sudor y se sentía feliz cuando descubría que los demás disfrutaban de su cosecha. Jiménez esparció el don de la esperanza entre muchos colombianos, inyectando ánimo en los corazones de quienes creían posible la promesa de la cooperación. Fotografía: Cortesía periódico El Colombiano / Perfil: Hernando Zabala 111 UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA Índice que al terminar tenía en el bolsillo y por derecho uno de los codiciados cupos para estudiar abogacía en el Alma Máter, prescindiendo del examen de admisión. Era el año de 1974. Enrique GIL BOTERO El magistrado Enrique Gil Botero es uno de esos hombres que parece que sin vacilación alguna —sin incertidumbres sobre su vocación— empezó a construir su carrera desde la nada hacia un fin lejano y definido. Y alto. Gil, de 58 años, desde muy joven se sabía un hombre de leyes. Basta decir que este hombre que hoy ocupa un extenso despacho en el ala occidental del Palacio de Justicia, en el corazón de la república, a los 17 ya se movía entre expedientes, desempeñándose como citador en un remoto juzgado penal municipal. Desde su natal Fredonia salió para estudiar el bachillerato en el Colegio Nocturno de la Universidad de Antioquia. Cursó la secundaria con las más altas calificaciones de tal forma Desde que Gil ingresó a la Facultad de Derecho demostró que ese era su terreno. En siete semestres de estudio, fue todo lo que requirió para concluir sus estudios, obtuvo tres veces la matrícula de honor. Y si antes, sin título, se las había arreglado para ganarse la vida entre despachos, ahora con el diploma su carrera se proyectó vertiginosamente. Inmediatamente pasó de citador a auxiliar de fiscal y muy pronto encontró un espacio en la academia, un ambiente al que hoy sigue vinculado como catedrático. Gil empezó su trasegar por las aulas en la Universidad de Medellín, donde enseñó sobre la responsabilidad del Estado en el derecho administrativo. Paralelamente a la educación, continuó su trayectoria ya como funcionario público o ya en la esfera privada. Fue conjuez del Tribunal Administrativo de Antioquia por quince años, abogado litigante ante la jurisdicción administrativa, miembro de la asociación de derecho administrativo, cofundador del Instituto Antioqueño de Responsabilidad Civil y del Estado. derecho público que aún hoy se sigue reeditando bajo su celosa revisión y actualización. Sus miradas y reflexiones sobre ese y otros temas también se han difundido en decenas de artículos publicados en las más prestigiosas revistas de facultades y entidades del país. En el 2006 su vasta trayectoria fue reconocida a nivel nacional con su nombramiento como Consejero de Estado. En el 2008 Gil logró la más alta distinción a que puede aspirar un jurista como él: fue presidente del Consejo de Estado, y al concluir esa misión sus pares lo enaltecieron con la Condecoración José Ignacio Márquez al Mérito Judicial. “Desde una alta dignidad como la es el Consejo de Estado o desde la humildad de un trabajo privado y anónimo, siempre trataré de aportarle a la sociedad todo lo que ésta me dio a mí cuando me brindó la oportunidad de ir y formarme en una universidad pública”, dice el magistrado Gil. También sacó tiempo y dedicación para formarse y enseñar desde los textos: amén de una decena de diplomados, estudió en Salamanca, España, un posgrado en Derecho Constitucional. En 1996 escribió el libro Responsabilidad extracontractual del Estado, un verdadero tratado de Fotografía: Archivo revista Semana / Perfil: José Monsalve 113 UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA Índice Sobre este último tema publicó el libro Historia de la nueva Universidad de Antioquia 1963-1970. Ignacio vélez escobar Ignacio Vélez Escobar nació en Medellín en 1918. Se graduó en 1942 como Doctor en Medicina y Cirugía en la Universidad de Antioquia. Luego se especializó en la University Pennsylvania Graduate Shool Of Medicine en 1944. A su regreso se vinculó a la Facultad de Medicina de su universidad. Fue profesor, varias veces decano y rector; luego, Gobernador de Antioquia y Alcalde de Medellín. Fue protagonista en el surgimiento de instituciones esenciales en la región. “Cuando era gobernador, una de mis gestiones importantes fue vender el Ferrocarril de Antioquia a la Nación. Gracias a esa venta logré la creación del Idea, las Empresas Departamentales de Antioquia (hoy Eade), y la construcción de La Alpujarra y la Ciudad Universitaria”1. Franco, directo, agudo y pertinaz, Vélez Escobar no es partidario de transigir ni matizar lo que se piensa. De la Universidad dice: “En cobertura sí se mejoró muchísimo, pero cobertura sin calidad para qué (…) En Colombia sólo hay tres ciclos educativos. Falta el cuatro, entre el bachillerato y las carreras profesionales. La idea es conservar la primaria y la secundaria tal como están concebidas y luego un período intermedio de “colegio de ciencias” con una duración de dos años, con formación básica y cultura general. Los alumnos tienen la facultad de tomar unos cursos opcionales y otros obligatorios, y ya cuando tengan una orientación adecuada entonces escogen carrera que es un ciclo más corto que el actual, Todos, sin importar la disciplina, tienen que saber historia de Colombia, geografía, matemáticas” 2. Ignacio Vélez Escobar es un antioqueño visionario de recia práctica e ideología conservadora, defensor del orden, la autoridad y la disciplina. Sin embargo, poco se le reconoce su liderazgo en la implementación de una propuesta curricular moderna y humanista que tuvo la Universidad de Antioquia, un modelo educativo de educación superior que operaba en diversos lugares del mundo y que hoy retoman las grandes universidades del mundo. Consistía en un ciclo intermedio. Entre nosotros se denominó Estudios Generales. Incluía una formación generalizada en ciencias básicas con cursos opcionales y obligatorios para todos los programas. Paradójicamente, esa propuesta curricular se desmontó, aduciendo motivos ideológicos y políticos coyunturalmente progresistas sin mayor discusión ni razones académicas y metodológicas consistentes. Ese espacio común de intercambio, maduración, conocimiento y formación humanista fue señalado como el lugar de origen de los problemas de orden público de la Universidad. Al desmontar ese modelo curricular se asumió uno anacrónico disperso y conceptualmente incoherente que en buena medida aún subsiste. Es, desde ese liderazgo cotidiano, que Ignacio Vélez Escobar incorpora las diversas orillas ideológicas, desde donde se inscribe su nombre en la historia de la Universidad de Antioquia como proyecto cultural académico y científico de la región. 1 Suárez Restrepo, Catalina. “Ignacio Vélez: un dirigente de mil batallas al que la vida le ha rendido”. El Colombiano. Medellín. Mayo.2004. 2 Idem. Fotografía: Archivo Periódico Alma Máter / Perfil: Álvaro Cadavid M. 115 UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA Índice y desde ese momento se vinculó a esta entidad como voluntario y posteriormente como gerente general, en donde ya lleva 26 años de servicio. Para él, “los cooperativistas somos propietarios, privilegiamos al ser humano y administramos los recursos democráticamente […], por eso soy un convencido de este movimiento como método apropiado para buscar el desarrollo social”. Dagoberto LÓPEZ ARBELÁEZ Recuerda que de la mano de su mamá asistió a una capacitación que la cooperativa financiera del barrio ofrecía para atraer nuevos asociados. Tenía ocho años, y hoy ese instante en su vida se convirtió en más de cuarenta años de trabajo en el sector cooperativista. Dagoberto López nació en 1953 en Argelia, Valle del Cauca, y creció en el barrio San Bernardo de Medellín, en donde aquella cooperativa se convirtió para su familia en la única posibilidad de acceder a un sistema de crédito y ahorro; y al mismo tiempo sembró en él una inquietud y un interés que aún hoy continúan. Siendo tesorero del grupo juvenil de la parroquia del barrio decidió guardar los pocos recursos que tenían para sus actividades en la cooperativa de ahorro y crédito de Belén, Consciente de que su preocupación por lograr condiciones sociales más justas no dejaría de inquietar su vida, decidió estudiar Ingeniería Industrial en la Universidad de Antioquia porque “identificaba a la universidad como una entidad en la que no solo se daba la formación técnica, sino también la formación humanística [...]. Escogí Ingeniería Industrial, porque es una carrera que abarca muchos tópicos, ya que nos preocupamos por la producción y por la gente”, explica Dagoberto, quien en sus años de estudio combinó las clases de cálculo con el trabajo voluntario. Se graduó en 1982 y un año después accedió a una beca en la Universidad Sherbrooke de Canadá, en donde fue uno de los primeros colombianos en obtener un título de maestría en cooperativismo. Comenzó su trasegar en la vida política, sin abandonar la Cooperativa Belén, como concejal de Medellín durante el periodo 2002-2003 y posteriormente como asesor del Consejo Municipal de Políticas Sociales y Equidad. Desde su labor profesional y desde el movimiento cooperativista a nivel nacional ha impulsado, según explica, tres grandes ideas: “El trabajo de las cooperativas con los jóvenes por medio de programas en donde ellos puedan estudiar y al mismo tiempo contribuir con el relevo generacional que necesita cualquier entidad; la participación del cooperativismo en la vida política de una forma no partidista, pero sí desde una visión diferente que favorezca este sector, en la medida que nuestra filosofía contribuya a que los consumidores y productores estén integrados en asociaciones para mayor beneficio de la sociedad; y por último, impulsar dentro de las agendas del cooperativismo la preocupación por una mayor equidad social”. Estos ideales aplicados a un estilo de vida han significado para Dagoberto grandes triunfos. Recibió, por parte del municipio de Medellín, la Medalla Cívica Ricardo Olano por sus contribuciones al trabajo comunitario, y la Orden de Caballero, otorgada por el Senado de la República por su aporte al desarrollo cooperativo. Siempre ha trabajado para y por el movimiento cooperativista. Es un apasionado de viajar y conocer otras culturas; ha visitado varios países de otros continentes gracias a su trabajo. Sin embargo, para Dagoberto “el éxito del hombre no se mide por los cargos que ha ocupado ni por el coeficiente intelectual que uno tenga, sino por la inteligencia emocional y la capacidad de relacionarnos con los otros; al fin y al cabo la ciencia y la técnica deben estar siempre al servicio del ser humano”. Fotografía: Julián Roldán / Perfil: Laura Marcela Pedroza 117 UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA Índice de la oratoria, y la palabra es un don que, mezclado con sus capacidades de dirigente deportivo, lo ha ayudado a ocupar todos los cargos del deporte en Colombia, incluyendo el actual como presidente del Comité Olímpico Colombiano, máxima autoridad deportiva del país. Baltasar MEDINA Un día, luego de inaugurar unos juegos en El Carmen de Viboral, aprovechó su viaje a Medellín para entrar a Guarne a saludar a su amigo Sixto Orozco, quien casualmente inauguraba una cancha de tejo en el pueblo. Había banderas, pólvora y una multitud agolpada en el evento, y cuando Sixto lo vio venir, anunció que había llegado el delegado de la Gobernación de Antioquia, Baltasar Medina, director de Indeportes. Sonaron los aplausos, estalló más pólvora y obviamente aunque sólo iba a saludar a su amigo, como cuenta Benjamín Díaz, quien lo acompañaba en esa ocasión, “Balta aprovechó para echarse un discurso e inaugurar oficialmente la cancha de tejo. Porque él donde ve tres o cuatro personas no necesita sino un ladrillo para pararse y echar su discurso”. Es tan apasionado del deporte como La importancia de los cargos no le resta humildad a Baltasar, quien tiene una gracia especial para tratar a las personas, pues “cree que todos tenemos la obligación de servir a los demás y de reconocer a la gente como es”. Este hombre carismático, de cabello y bigote canosos, cara rojiza y movimientos refinados, nació en Sopetrán, Antioquia, y desde el bachillerato en la Normal Nacional de Varones, donde fue director del club deportivo, descubrió una fuerte vocación por el deporte que en la universidad lo hizo cambiar sus estudios de Biología y Química, iniciados en 1968, para trasladarse al programa de Educación Física que apenas comenzaba en 1969. Allí se entregó a la disciplina deportiva, practicó el baloncesto, la gimnasia, y se apasionó por el ciclismo, por el que recibió el premio Cochise de Oro de la Liga de Ciclismo de Antioquia. No obstante, pasó por todas las vivencias deportivas para ser profesor de Educación Física, y en 1977, con apenas un año de graduado, estaba vinculado a la Universidad de Antioquia como docente, labor que alternó a lo largo de su carrera, con la de dirigente deportivo voluntario en ligas antioqueñas de gimnasia, judo y baloncesto. los cuales hizo todo lo posible para mejorar el programa de Licenciatura en Educación Física. De la misma forma ascendió de lo municipal a lo departamental y a lo nacional; fue gerente de Indeportes, secretario de la Oficina de la Juventud de la Gobernación de Antioquia, e integró comités de eventos nacionales e internacionales, como campeonatos de baloncesto realizados en Medellín. Su experiencia le ha permitido concebir el deporte no de manera multidisciplinaria sino interdisciplinaria, ya que para él se requiere que todos los involucrados en la actividad física tengan comunicación permanente e identidad frente a los objetivos, y precisamente bajo ese ideal pretende, desde su puesto en el Comité Olímpico Colombiano, articular procesos y mejorar la comunicación entre las instituciones deportivas. También trata de contribuir a la creación de una política para el deporte en Colombia, coordinando actividades para apoyar el Plan Decenal del Deporte 20092019, organizado por Coldeportes, pues ahora quiere complementar su inventario de acciones, actuando a favor del desarrollo deportivo del país. Desde la universidad, Baltasar se perfiló como un líder, empezó haciendo parte del Comité Asesor de Educación Física y fue jefe de departamento, entre otros cargos, desde Fotografía: Julián Roldán / Perfil: Yhobán Camilo Hernández 119 UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA Índice Julio GONZÁLEZ ZAPATA Su vida pasa en una oficina del piso cuarto de la Facultad de Derecho, sentado en su escritorio, preparando clases o asesorando estudiantes, fumando un cigarrillo de sabor fuerte que, dice, no le molesta la garganta ni le da tos; fumar es algo que empezó como un vicio y se volvió una compulsión, tal vez igual o mayor a la de ser docente, porque para él, dar clases es una actividad placentera y liberadora, es poder hablar con los estudiantes y es algo que por ahora no piensa abandonar. Con sus largos dedos sostiene el cigarrillo cuyo humo envuelve la piel trigueña de su rostro. Por su estatura — es de piernas largas y espalda ancha—, Julio se agacha un poco para comentar que es abogado pero no le gusta ejercer; lo tensionan los juicios y los tribunales. Le han ofrecido grandes cargos en el gobierno y nunca ha querido aceptar; lo más comprometedor fue ser decano en la universidad, lo que considera como los tiempos más difíciles de su vida, porque lo ponían en otro tipo de problemas que poco le interesan. Lo suyo es enseñar, leer, defender los planteamientos sobre la libertad y tratar de entender el mundo, por eso estudió Derecho, pero en el camino se dio cuenta de que su profesión sólo le permitía ver una parte del mundo. No se sintió defraudado, asimiló el quehacer como una visión parcial de los problemas de la sociedad y de la gente, nunca pensó en cambiar de carrera ni en retirarse y, luego de 30 años, le ha parecido un instrumento útil para entender la sociedad. En la Universidad Nacional de Colombia se especializó en Instituciones Penales, y en la Universidad de West Virginia, Estados Unidos, estudió Literatura; algo que no puede explicar de manera racional. La respuesta más clara es que era una curiosidad que tenía en la vida y de pronto la pudo satisfacer. Realmente la literatura, especialmente latinoamericana y francesa, ha sido un pasatiempo para él. Hay dos libros que nunca dejaría en ninguna parte: Las mil y una noches y El Quijote; los demás se podrían perder, pero estos los ha leído y releído y no pierden la magia. Como tampoco la pierde el autor que influyó en su enfoque humanista, el que nunca deja de repasar y con el qué no deja de tener dudas: Michael Focault, pues piensa que a través de él ve a los grandes autores clásicos, a los cuales conoció también a través de sus maestros, Carlos Gaviria, Ramiro Rengifo, Fernando Mesa, Mario Restrepo y Jairo Duque, quienes tenían una formación humanística universal de la cual él, con resignación, dice poseer apenas una parte. Lo cierto es que de las clases de Julio han salido grandes abogados, penalistas, magistrados y defensores de la libertad en el país. Saber que sus alumnos consideran que les enseñó algo útil y ver que muchos de ellos lo han superado en conocimiento, es muy gratificante para él, tanto como ver ganar al Deportivo Independiente Medellín, equipo que lo apasiona desde niño, cuando el “Caimán” Sánchez era el arquero. “Cuando gana me siento como nuevo, aunque realmente no celebro mucho. Ya, si es un campeonato, que me han tocado poquitos, eso sí es de ‘bebeta’ y de salir a la calle a gritar”, comenta Julio, aunque a juzgar por su seria amabilidad, no lo imagino gritando en las calles por un equipo de fútbol, pero, de ser necesario, sí lo haría por la Universidad de Antioquia, el eje de su vida en los últimos treinta años, pues si le quitaran el Alma Máter no quedaría en nada; precisamente porque su vida transcurre en las aulas, formando profesionales comprometidos con lo que piensan, lo que es la justificación social por la que existe el derecho: la reivindicación de la libertad humana. Fotografía: Natalia Botero / Perfil: Yhobán Camilo Hernández 121 UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA Índice enunciados con pinza y guantes. Su filigrana enamoraba a sirios y troyanos, por la forma y su fuerza “elocutoria” encandilaba a la audiencia y conducía al auditorio con clarividencia. Alberto CaDAVID MEJÍA Alberto Cadavid es un ser sencillo y vital; pero a la vez complejo y lleno de misterios. Él es como un círculo que se cierra y se abre sobre sí mismo. Cada vez que se abre desglosa alguna especificidad de ese ser inmensamente desconocido por nosotros. Supe de Alberto en la Universidad de Antioquia, cuando ambos estudiábamos Lenguas Modernas. Luego, pude conocerlo en profundidad cuando fuimos, muchos años después, compañeros, colegas y estudiosos de varias disciplinas de la lingüística pura y aplicada. Yo era en ese entonces y sigo siendo un neófito principiante de maestro; mientras mi amigo se distinguía como un erudito de la palabra. Se podría afirmar que el hombre escogía los Una vez, me acuerdo todavía, ilustraba el concepto del entorno en sí y para sí. Según Alberto, “house no es casa”. En realidad ni ha sido, ni será; casa podría ser house; aunque su significado cultural difiere; pero nosotros, los que estábamos trabajando con actos de habla superficiales, perdíamos el contexto cultural, histórico, étnico, cognitivo y lingüístico que hace tránsito desde los umbrales del seno materno hasta situarse por encima del bien y del mal; sin perder de vista ese continuo transcurrir del ser y la sociedad, su identidad simple y la identidad múltiple que subyacen, se complementan, se contrapuntean y/o se distancian en el proceso de provocar el conocimiento y los saberes cotidianos. Como su padre zapatero, Alberto interpreta en las cuerdas los aires colombianos, donde llega, diseña estrategias culturales y estéticas para proteger el agua, la naturaleza y el entorno natural, vivir, sentir el territorio para describirlo y narrarlo, y así, vigorizar la cultura colectiva. Es este el núcleo de sus laboratorios de lenguaje. Con su trabajo juicioso y en silencio protege de terceros aquello que realiza. Articula naturaleza, arte, lengua y lenguajes. actividad como investigador etnográfico, maestro riguroso, metódico con la lengua, sensible y creativo con los lenguajes. Su actividad en los sectores cultural, social y cooperativo, la realiza con la gente. Escribió la novela La montaña regresa y un libro de relatos. Hizo pausas para especializarse en Inglaterra y posgraduarse en la Universidad de Lovaina en Bélgica. Alberto es un ser universal, estudioso, incansable. Por encima de todo, Alberto es un gran amigo, un tesoro que, afortunadamente, los que lo conocemos, sabemos del valor de su presencia en nuestras vidas. Su exquisitez nada tiene que ver con lo rebuscado. Especialmente, este hombre honesto, como cosa rara en estos días, valora la amistad por sobre todas las cosas. Como hijo menor, le ha tocado mostrarles a su familia y a sus hermanos del alma que puede y sabe defenderse aquí y en cualquier parte. A Concha, toda su vida le mostró que puede medírsele al desafío que fuese, y la colmó de cariño y afecto. En esa dinastía, donde muy pocos han sido admitidos. Por lo sencillo, “descomplicado” y a la vez complejo, Alberto es, ha sido y siempre será, reconocido y recordado como un fuera de serie. Mi amigo se ha destacado como gestor, estratega y líder cultural. La región del Suroeste antioqueño es testigo de su Fotografía: Cortesía periódico Alma Máter / Perfil: Oakley Forbes / Álvaro Cadvid 123 UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA Índice Rocío PINEDA GARCÍA En la sala de cirugía de un hospital del municipio de Don Matías, Antioquia, una mujer de 34 años nunca despertó después de que le aplicaran anestesia con una mascarilla de éter. Rocío Pineda García tenía siete años cuando su madre murió en el tratamiento por un aborto espontáneo. Muchos años después, la vida le daría la oportunidad de dictar, en ese mismo lugar, una conferencia sobre salud femenina, riesgos durante el embarazo, abortos y maternidad, a las mujeres obreras de la región. Para ella fue como cerrar un ciclo. Rocío Pineda García habla pausado y firme; su voz, su presencia, sus movimientos emanan seguridad y tranquilidad. Ha recorrido medio mundo en su interés por conocer las diferencias culturales y aprender de ellas. Disfruta de la literatura, la música y el arte. Es una mujer librepensadora, demócrata y comprometida con las causas sociales. Feminista radical, participó en la fundación de Mujeres Colombianas por la Paz, la Red Nacional de Mujeres y la Ruta Pacífica de las Mujeres. político y social de los sesenta y los setenta, en el que surgieron los movimientos hippies y de los negros en Estados Unidos en la lucha por los derechos civiles, la revolución de mayo del 68 en Francia, la oposición a la guerra de Vietnam y el feminismo, fue determinante en su postura frente al mundo. Su espíritu libertario e independiente y la influencia directa de su padre en su formación, la llevaron a cuestionar desde niña los patrones sociales y los códigos de comportamiento establecidos para las mujeres. “En el colegio veía cómo a las demás niñas las preparaban para ser bellas, madres y esposas. Me preguntaba por qué. No quería ser mamá ni casarme, el matrimonio para mí era como una tragedia, una trampa, una cárcel. Yo quería ir a la universidad”, dice. Tras varios años de ejercer su profesión, entendió que ésta era una mera “extensión del trabajo doméstico” y no trascendía al análisis y al entendimiento del ser individual y en su relación con la sociedad, por ello dejó de ejercerla y se dedicó a la investigación social y a la esfera política. Se desempeñó en importantes cargos públicos en defensa de los derechos humanos, la promoción de la participación política y económica de las mujeres, y la procura de mejores condiciones laborales y de salud para ellas. De manera paralela a sus estudios de Licenciatura en Enfermería en la Universidad de Antioquia, se involucró al movimiento estudiantil y a los campamentos universitarios, con los que realizó tareas de desarrollo social en el campo, como alfabetización y educación de la población. Esa experiencia le mostró la realidad de pobreza y atraso. Fue entonces cuando comenzó a tomar una posición política frente a la injusticia y a las necesidades de sociedades más democráticas, justas y equitativas. Inquieta por el conocimiento, se adentró en las ciencias sociales, la literatura y la filosofía. Conoció a la novelista y filósofa Simone de Beauvoir, su puerta de entrada al feminismo y su principal inspiradora. El contexto histórico, Hoy en día, se mantiene firme en la búsqueda de su más grande sueño: “que las mujeres sean autónomas y dueñas de su vida, sin ningún tipo de tutelaje, que puedan disfrutar el amor y la familia, pero ante todo que pueden vivir sus decisiones con libertad”. Mirándose a sí misma, en la amplitud y tranquilidad de su sala, expresa con satisfacción: “Me siento una mujer realizada porque fui capaz de romper las ataduras y los moldes tradicionales. Fui la protagonista y única responsable de lo que he hecho y me ha pasado. Me he sentido dueña de mi vida. He logrado desarrollar mis capacidades. He logrado lo que he querido. Soy un espíritu libre”. Fotografía: Julián Roldán / Perfil: Diana Isabel RIvera 125 UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA Índice de desaparecidos que emprendió en el 2004 como único funcionario del Programa de Atención a Víctimas de la Alcaldía de Medellín. Gabriel Jaime BUSTAMANTE RAMÍREZ Camina por un callejón del Nororiente. Va en línea recta, por el centro, despacio. A través del teléfono recibe instrucciones. No repara en los vecinos, no mira por las ventanas, no hace señales ni otras llamadas. Le ordenan que se detenga. El costal abandonado al pie del poste es lo que busca. ¿Ese costal? Le dicen que se apure. Lo abre: son huesos secos, quebrados, amarillos. Las piernas le tiemblan, alguien lo auxilia antes del desmayo. La historia se repite una y otra vez en sus recuerdos. Le llega de día, de pronto, cuando ve a una mujer desorientada como si buscara algo; se le aviva en el sueño, al alba, cuando es más necesario un tránsito sereno. No podrá librarse de ella, lo sabe, porque es la impronta de la búsqueda Su tarea no era, precisamente, buscar cadáveres. Se trataba de acercar el gobierno de la ciudad —sobre quien recayó la obligación de reintegrar a ex paramilitares— con las víctimas, de las que pocos se ocupaban. Las súplicas de las mujeres marcaron el rumbo de su compromiso personal: “Ayúdeme a encontrar a mi hijo”, le decían en los barrios, en las concentraciones, en las oficinas públicas. “¡Lo que se perdió acaso fue un perro!”, le dictó una mujer en medio de la impotencia, y él copió obediente, casi abofeteado. No eran eso sus amigos desaparecidos durante el gobierno de Turbay Ayala y los años que le siguieron. En nombre de ellos, salió a protestar cuando era apenas un adolescente que participaba en grupos juveniles de izquierda y vivía en el barrio Camilo Torres Restrepo de La Estrella. Allí, una vez dejó la finca del abuelo y perdió su sombra protectora, el mundo cambió. La vida le mostró las inequidades, conoció las derrotas, y la ciudad se le antojó hostil, poco apta para la vida: en 1985 un policía entró a la inspección de policía de San Antonio de Prado, mató a dos personas y se suicidó. Uno de los muertos era su padre, un investigador empeñado en develar los vínculos de algunos agentes con el narcotráfico. Después de hacer parte del contingente 153, formado por universitarios remisos reclutados en todo el país, y de sufrir el asesinato de uno de sus mejores amigos, decidió refugiarse en la selva chocoana. Realizó programas de radio con los indígenas del Medio Atrato bajo la tutela de misioneros claretianos, y, dos años después —perseguido por quienes confunden el trabajo comunitario con subversión—, regresó al seno del hogar donde la mamá no se cansaba de decir que esa aventura era una irresponsabilidad. Una camioneta fue su tabla de salvación. A las dos de la mañana llegaba a la plaza mayorista de mercado, hasta el mediodía lidiaba con cajas, costales y guacales por toda la ciudad. En la tarde se convertía en estudiante: Economía, Idiomas, Zootecnia... Se detuvo en Historia y se plantó en la violencia, tema que lo unió como investigador a Alonso Salazar, su amigo de adolescencia, el periodista de los noventa dedicado a las barriadas heridas, agrietadas, sin futuro. En lugar de patrones y comandantes, a Jaime lo sedujeron los que fueron derrotados sin entrar siquiera en batallas. Por eso, asumirse como líder del primer proyecto gubernamental de atención a víctimas en Colombia fue, simplemente, un mandato del corazón. A él le obedeció cuando se fue por primera vez al Chocó en busca de amistad con los indígenas de Beté y Tagachí; cuando caminó por aquel callejón en busca de los restos de un muchacho que se hicieron viejos en una fosa clandestina; cuando dejó la ciudad, hace unos meses, y se fue de nuevo al Chocó en busca aquellos indígenas convertidos hoy en víctimas. Fotografía: Natalia Botero / Perfil: Patricia Nieto Nieto 127 UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA Índice Ana Piedad JARAMILLO restrepo De lejos se reconoce a Ana Piedad Jaramillo porque le saca una cabeza al promedio —y hasta dos a quienes la miramos como a la Virgen quiteña del Panecillo, allá en las alturas—; pero también porque habla con sus manos, grandes y voluptuosas, que habría querido pintar Guayasamín, y con sus ojos, chispeantes y curiosos, que Buñuel habría pasado por la navaja. Porque Ana Piedad no es como las “famas” ni las “esperanzas” entre las que Julio Cortázar clasificaba a las especies humanas aburridas. Ella siempre ha sido un “cronopio”: curiosa, insaciable, provocadora. Cuentan que desde el colegio religioso comenzó a formarse en su perfil de periodista-bohemia-contestataria, amiga de “micos” y demás especímenes; con el de joven atildada de buena sociedad, hábil para la diplomacia. Políticamente incorrecta o correcta, según el estado del tiempo y del ánimo. Luego comenzó su vida de aventurera con un inocente grupo juvenil, Viva la Gente, sin drogas ni psicodelia, que la paseó por varios países a punta de canciones. Desde entonces hace las veces de cancionero andante en fiestas y saraos. En otros ambientes recita poemas, recuerda al dedillo tramas de novelas, recrea al personal con desternillantes anécdotas o hace gala de sus dotes teatrales. “Ana P.” se graduó en 1984 de Comunicación Social en la Universidad de Antioquia antes de dejarse arrastrar por el sueño parisino. En París se quedó los años suficientes para estudiar cine y volverse guía experta en recorridos a pie o en bicicleta por sus santuarios patrimoniales y marginales. Esa experiencia le serviría años después, cuando regresó como agregada cultural de la embajada colombiana para mantener un pie en los arrabales parisinos, y el otro en los ambientes refinados del arte y la intelectualidad. Sin dar un salto brusco hizo lo propio en el consulado de Montreal, como entusiasta promotora del talento colombiano. En el interregno fue traductora del francés, editora de publicaciones, asesora del Ministerio de Relaciones Exteriores y coautora del Plan Distrital de Turismo de Bogotá. pero una paisa cosmopolita (aunque últimamente salga en el crucigrama de El Colombiano). Por eso la cuadratura del círculo —como el marco deseado para una obra perfecta— se da con su nombramiento como directora del Museo de Antioquia, institución que conoció como joven reportera del diario cultural El Mundo en los años ochenta. En esa época, entrevistar a Débora Arango en su vejez reposada, tras descubrir sus pinturas descarnadas y brutales fue para “Ana P.” algo así como una epifanía. Desde entonces no paró de devorar el arte en todas sus presentaciones, mejor todavía, de conocer a los artistas en la intimidad de sus talleres, comenzando en París donde compartió con Luis Caballero, Víctor Laignelet, Lorenzo Jaramillo, Saturnino Ramírez y Darío Morales, entre muchos otros. Su infinita curiosidad por los asuntos de la vida y del arte le permite admirar ambos en tono mayor de tragedia o menor de comedia, en grandes y pequeños formatos, en volúmenes boterianos o en miniaturas que pudieran desaparecer entre sus manos. De vuelta a Colombia aceptó la dirección del Teatro Jorge Eliécer Gaitán y durante un año mantuvo una variada e ininterrumpida programación cultural. Una paisa —Jaramillo Restrepo— manejando un emblemático teatro bogotano; Fotografía: León Darío Peláez, revista Semana / Perfil: Maryluz Vallejo M. 129 UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA Índice Cuando Muyuy arribó a Medellín en 1996 para vivir con su tía Asunción, se maravilló, según dice, de “tantas cosas raras”: semáforos y ascensores. La idea era terminar el bachillerato. “Estaba cansado de la educación que me daban las hermanas franciscanas; me pegaban y decían que yo era un bruto, me lo dijeron tanto que me lo creí… Ya en Medellín me di cuenta de que no era así”. Iacharuna Muyuy Jojoa Iacharuna Muyuy Jojoa es alto, pulcro y altivo, hijo de una milenaria cultura amerindia, un inga orgulloso. Cuando habla en público —directo, crítico y franco— usa su elegante kusma en conjunto con otros atuendos nativos. Al iniciar sus discursos dice en lengua nativa: “Ñamby kuna kaina yuyai sug purisunche”; en español: “Desde antiguas tradiciones caminemos por nuevos senderos”. Ingresó a la Universidad de Antioquia ejerciendo el derecho a cupos para pueblos nativos. Llegó de Santiago, un remoto municipio del Putumayo, territorio frío dedicado a la producción de leche, maíz, fríjol, papa, hortalizas y frutales. “Allá no se sabe de edificios, computadoras y menos de escaleras eléctricas”, explica. Quiere dar forma a un negocio, pero la burocracia de los papeles y la falta de recursos se lo han impedido. Requiere apoyos para incubar la idea de comercializar trajes con diseños propios de la cultura Inga. Como líder busca organizar a su pueblo que considera “atropellado, en un principio por los conquistadores en busca de El Dorado; luego, por la teocracia colonial, y ahora, por la guerrilla y los paramilitares”. Muyuy creció percibiendo la invasión de los colonos, los blancos, como algo pernicioso. Allá, según recuerda, todo se conjugaba con ese propósito: monjas brabuconas, hermanos maristas crueles, invasión de tierras, golpes y leyendas de antiguas luchas. Sin embargo tuvo siempre el cobijo y la protección de los adultos más arraigados de su pueblo; fue criado por un grupo de taitas expertos en medicina tradicional a quienes prometió fidelidad. “Cuando tengo la oportunidad de viajar, llevo en la mochila mi kusma”, se refiere al traje tradicional masculino que lució el día de su graduación como sociólogo en el 2008. “Uno como indígena se ve deslumbrado por la llamada civilización. Al ingresar a la universidad, me dije: ‘así me toque barrer aquí… Con tal de que no me saquen, barro’. Cuando pienso en la universidad tengo un remolino de sensaciones: me siento muy agradecido y orgulloso, aprendí mucho, pero también sabía que tenía que incorporar parámetros ajenos, imposiciones culturales que en ocasiones me eran difíciles de entender. Al graduarme comprendí que mi lugar era en Putumayo, con los míos, con mi cielo, con mis árboles, portando el orgullo de mi apellido, de mi lengua natal, de mi flauta, de mis plumas, de mis dioses y creencias, y aportar a mi comunidad con el conocimiento adquirido en la ciudad”, comenta Muyuy, que tiene como uno de sus retos preservar en la tradición medicinal. Atrás quedó el tiempo en que era el gobernador del cabildo de niños. De pequeño fue aventurero y respetuoso, atento y sumiso a las órdenes de sus mayores. Desde que tiene memoria, ha participado en las celebraciones ingas, en los grupos de baile, toca la flauta, dirige comparsas, está atento a que nunca falte la chicha ni el yagé en los rituales de sanación. Cuando llega a Santiago, su pueblo, duerme donde le den posada, todos son una gran familia. Su paso por la universidad de Antioquia le ayudó a comprender su pasado, lo que significa ser indígena en este país, “ahogado en los intereses particulares”, como afirma. Ya no se cree la idea de ser inferior. “Ahora sólo estoy para los míos, para hacernos conocer y respetar. Somos 22 mil personas de paz, descendientes de los Incas, y eso me hace sentir muy orgulloso”. Fotografía: Cortesía Archivo Familiar / Perfil: Pompilio Peña Montoya 131 UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA Índice desde que se jubiló de la Universidad de Antioquia, a finales de 1993. En los encuentros con amigos y cómplices, nacieron los viajes para que los niños de las veredas conocieran el mar, la donación de bicicletas para que los estudiantes puedan desplazarse a las escuelas y más recientemente la biblioteca y centro comunitario de la vereda Pantanillo, un espacio que desde el 2009 acoge a los pobladores de la zona rural. Gloria BERMÚDEZ BERMÚDEZ Hace ya veinte años que Gloria Bermúdez llegó a vivir al municipio de El Retiro, a la casa que le ayudaron a conseguir y restaurar sus amigos Gonzalo Soto y Elkin Obregón. Una construcción hermosa, con muros de tapia, techos altos y un patio interior desde el que se puede apreciar el solar, poblado de árboles, flores y personajes cotidianos. En el “patio de los milagros”, como lo llama ella, convergen todo tipo de visitantes, allí toman forma muchas de las ideas que el tesón de Gloria vuelve realidad. Allí siempre está la anfitriona, con una sonrisa acogedora para el que llega y un relato emocionado y detallado de sus proyectos. En este lugar de la casa se sueñan y crean muchos de los proyectos en los que Gloria pone su liderazgo y vitalidad Un propósito define el trabajo de Gloria: estimular en los niños y jóvenes el deseo de leer, explorar y aprender. Así como lo motivó en ella la hermana Purificación, en el Colegio El Carmelo, con sus lecturas en voz alta mientras las alumnas hacían trabajos manuales; o el profesor Hernando Elejalde, docente del CEFA, quien la motivó a navegar en el maravilloso mundo de la literatura cuando era una adolescente. El fin del bachillerato la encontró leyendo con gusto insaciable y sin tener muy claro el futuro profesional. Fue un hermano quien la animó a presentarse a la Escuela de Bibliotecología, que estaba recién fundada y funcionaba en el barrio Buenos Aires. El día que fue a buscar información sobre esta novedosa carrera terminó presentando la prueba de admisión junto a muchos de sus futuros compañeros. Sus clases comenzaron en enero de 1962. Gloria recuerda que esta era la primera oferta de formación en Bibliotecología en el país y en América Latina, un programa académico que en ese momento estaba más orientado al proceso técnico del documento que a la promoción del libro y la lectura, algo que muchas veces la puso a dudar del camino elegido. Entre sus compañeros estaban jóvenes de diferentes países, especialmente centroamericanos; con ellos se graduó a finales de 1964. Recién egresada de la universidad se desempeñó como bibliotecaria del Colegio San José. Luego hizo parte del grupo de Estudios Generales en la Universidad de Antioquia, bajo la dirección de Antonio Mesa Jaramillo, a quien siempre tiene presente por su visión humanista. De allí pasó a la Biblioteca Central recién creada; el final de los años sesenta la encontró acompañada de un grupo de estudiantes haciendo la clasificación y catalogación de los libros que apenas comenzaban a llegar. Gloria entiende su trabajo como algo cercano a la gente, sin muchos formalismos y como un goce permanente. Así lo vivió en la Universidad Nacional, donde dirigió las bibliotecas de Arquitectura y Ciencias Humanas; en Revistas Técnicas, la empresa que tuvo por años para distribuir publicaciones periódicas especializadas; y en la Universidad de Antioquia, donde trabajó como jefe de servicios al público de la Biblioteca Central. En el Laboratorio del Espíritu, la biblioteca rural que fundó en la vereda Pantanillo con el apoyo de amigos y pobladores, continúa con el propósito de cultivar en niños y jóvenes el amor por la lectura, el arte y la naturaleza. Luego de años de abandono, la escuela antigua es nuevamente sitio de encuentro y creación para los habitantes de la zona rural. Fotografía: Julián Roldán / Perfil: Carlos Mario Guisao 133