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El sionismo: del nacionalismo de
base religiosa al fascismo
paracolonial
En busca de una caracterización política del
movimiento sionista (1882-1950)
Tesis de licenciatura
Autor: Miguel Ibarlucía
Director: Ricardo Pasolini
Carrera de Historia
Facultas de Ciencias Humanas
Universidad Nacional del Centro
De la Provincia de Buenos Aires
UNICEN
- 20151
2
Índice
Introducción………………………………………………………………..….… 5.Capítulo I. El sionismo y la nación.............................................................. 21.Capítulo. II. El fantasma de la asimilación…................................................ 31.Capítulo III. El sionismo y el poder colonial………………………………….. 45.Capítulo IV. Los sionistas………………………………………….................. 61.Capítulo V. Los medios……………………………………....………………... 77.Capítulo VI. Sionismo y liberación nacional………………………………….. 93.Capítulo VII. El fascismo exitoso……………………………………………… 103.-
Índice de cuadros y mapa
Cuadro 1. Precursores del sionismo residentes en Europa o Estados
Unidos….…………………………………………………………….…………. 62.Cuadro 2. Pioneros y dirigentes políticos migrantes en Palestina…..…… 64.Mapa. Plan de Partición y Líneas del Armisticio de 1949…….................. 87.-
3
4
Introducción. El hijo del sionismo
Al momento de iniciar la escritura de esta tesis, aproximadamente 1.600.000
personas se hallan sitiadas por aire, mar y tierra en la Franja de Gaza, pequeño
corredor de tierra situado entre el Estado de Israel y el Mar Mediterráneo. El ejército
de ese país controla todos los pasos fronterizos, impide el ingreso de cualquier tipo
de mercadería que no tenga su visto bueno y la entrada y salida de personas sin su
autorización. La pequeña frontera de no más de 20 kms entre la Franja de Gaza y
Egipto, cuyos túneles secretos sirvieron un tiempo para el ingreso de mercaderías
no autorizadas, también se halla cerrada por el actual gobierno militar del país
egipcio, estrecho aliado de Israel y su protector, los Estados Unidos de América. El
sitio de Gaza se mantiene desde que en 2005 Israel, por iniciativa de su primer
ministro Ariel Sharon, resolviera retirarse de ese territorio y desmantelar las colonias
allí instaladas, ocupación que se prolongaba desde 1967 cuando ese territorio fuera
tomado por las fuerzas armadas israelíes. En el ínterin, Israel atacó Gaza como
represalia a una seguidilla de cohetes disparados por la milicia armada de la
población sitiada contra objetivos en su territorio, causando más de 1.400 muertes,
entre ellas las de 400 niños durante la Operación Plomo Fundido de enero de 2009.
Según Human Rights Watch y el periódico israelí Haaretz Israel arrojó fósforo blanco
y bombas de racimo sobre la población civil las que, como es sabido, producen
horribles padecimientos físicos. Israel controla el agua y la electricidad que
abastecen a los pobladores y, según sus reiteradas denuncias, los priva de ambos
servicios en forma reiterada. En julio de 2014, con la excusa de defenderse de los
cohetes arrojados desde Gaza por la milicia palestina Hamas –la que a su vez
argumentó que respondía a una agresión israelí anterior- el Estado sionista llevó
adelante un brutal ataque con misiles y bombardeos contra la población civil, la
operación bautizada como Margen Protector, de resultas de la cual fallecieron más
de 2.200 personas, entre ellos aproximadamente 500 niños, fueron heridos 10.000
palestinos y destruyó en forma deliberada gran cantidad de viviendas privando de
ellas a no menos de 350.000 personas.
Al este del Estado de Israel, en Cisjordania, también conocida como la Ribera
Occidental, cerca de 3.000.000 personas viven confinadas en pequeños reductos,
separados entre ellos y sometidos al control de las fuerzas armadas de Israel en
todos sus movimientos a través de innumerables checkpoints esparcidos por el
límite entre ambos territorios. Un muro de 883 kms de largo los separa de la fracción
de tierra de Cisjordania aledaña a la frontera, donde se construyen los barrios de
vivienda de los llamados colonos, en los que hoy residen cerca de medio millón de
ellos. Año a año Israel anuncia la construcción de más y más asentamientos, como
la llamada Área C, tomando una parte cada vez mayor de dicho territorio y
separando las distintas fracciones de tierra en las que residen los habitantes
originarios. Las ciudades de Ramallah, Nablus, Jericó, Betlehem (Belén), El Halil
5
(Hebrón), Yenin y otras se sitúan en este territorio de confinamiento que representa
no más del 55 % de la Ribera Occidental. Todas las tierras contiguas al Río Jordán,
la ribera occidental propiamente dicha, que son las más fértiles para el cultivo, se
hallan bajo directo control del Estado de Israel, que también administra las aguas del
río y distribuye este recurso vital. Según denuncias de los afectados “los quinientos
mil colonos israelíes que habitan en Cisjordania usan seis veces más agua que los
2,6 millones de palestinos que viven ahí. El consumo de agua de los palestinos en
Cisjordania es de entre 20 y 73 litros por persona al día, por debajo de los 100 litros
recomendados por la Organización Mundial de la Salud y en la Franja de Gaza (…).
Israel explota el 50% de las aguas del río Jordán, aunque según los acuerdos
internacionales, los palestinos deberían tener acceso al 90%. De la cantidad total de
agua proveniente de los acuíferos palestinos, Israel se queda con un 80%, unos 565
millones m3/año. Los palestinos tienen solo acceso a 86,5 millones m3/año.”1.
Amira Hass, periodista israelí del diario Haaretz, afirma que
“Hay dos sistemas jurídicos en vigor en Cisjordania, uno civil para judíos y uno militar
para los palestinos. Hay dos infraestructuras separadas allí también, incluyendo
carreteras, electricidad y agua. El preeminente y en desarrollo es para los judíos,
mientras que el más precario y en reducción es para los palestinos. Hay bolsones
locales, similares a los bantustanes en Sudáfrica, en los que los palestinos se
autogobiernan en forma limitada. Hay un sistema de restricciones de viaje y permisos en
vigor desde 1991, justo cuando este sistema fue abolido en Sudáfrica”2.
Todo ello, concluye, significa la existencia de un sistema de apartheid que no
se limita a Cisjordania sino a todo Israel.
Del otro lado de la frontera de Israel y Cisjordania, más de 4.800.000
personas se agrupan en los llamados campamentos de refugiados, en El Líbano,
Siria, Jordania y Egipto, a los que se deben agregar aquellos esparcidos por otros
países árabes, como Irak, Kuwait, Arabia Saudita, los Emiratos del Golfo Pérsico, y
del mundo, conformando una verdadera diáspora de exiliados que no pueden volver
a su tierra o a la de sus antepasados.
En el interior de Israel, cerca de 1.800.000 personas, aproximadamente el 25
% de la población total del Estado, conforman los llamados “árabes israelíes”, los
habitantes originarios del territorio tomado por las fuerzas armadas de dicho Estado
en 1948 que no fueron expulsados ni abandonaron sus hogares. Poseen ciudadanía
israelí pero no la nacionalidad que es exclusiva para los judíos y se hallan limitados
en sus derechos a la educación, la propiedad de la tierra y el trabajo, como más
adelante veremos. Una ley les prohíbe propiciar un cambio en la definición del
Estado, que este deje de ser un Estado judío para serlo de todos sus habitantes, y si
contraen matrimonio en el extranjero con un no-judío no pueden darle la ciudadanía
israelí a diferencia de los judíos que sí pueden3. Si lo hacen con un palestino no
israelí deben trasladarse a vivir a los territorios ocupados, ya que su cónyuge no
adquiere derecho a vivir en Israel. Según dice Shlomo Sand, el célebre historiador
israelí:
1Pérez,
Isabel, El apartheid del agua en Palestina, el diario.es, 1/04/2014.
Hass, Amira, En todo caso, ¿qué significa "apartheid israelí"?, en Haaretz, 9/12/2013.
3 Aranzadi, El escudo de Arquíloco. Sobre mesías, mártires y terrorismo. Volumen 2. El “nuevo Israel
americano” y la restauración de Sión. Mínimo Tránsito. Madrid 2001. p. 479.
2
6
“Ningún judío que viva hoy en una democracia liberal occidental toleraría la
discriminación y exclusión que sufren los palestinos-israelíes que viven en un Estado
que proclama que no es el suyo” 4.
Al sur, en el desierto del Neguev, tomado en la guerra de 1948 pese a poseer
escasa población judía, el Estado de Israel ejecuta en la actualidad el Plan Prawer,
un proyecto para la expulsión de 40.000 indígenas beduinos –“árabes israelíes”
según la ley-, de sus ancestrales comunidades para “concentrarlos” en municipios
parecidos a reservas bajo control estatal5. Según María Landi:
“Se calcula que en Israel hay más de 150 aldeas árabes ´no reconocidas´ por el Estado
en las regiones del Naqab y de Galilea. Las mismas son consideradas ilegales por el
gobierno, no figuran en los mapas y carecen de agua corriente, electricidad, teléfono,
carreteras, escuelas y centros de salud. En el Naqab, las comunidades beduinas (cuyos
habitantes tienen ciudadanía israelí) constituyen un 30% de la población, pero sus
aldeas ocupan apenas el 2,5% de la tierra. Antes de la creación del estado de Israel, se
desplazaban libremente a través del desierto; ahora, dos terceras partes de la región han
sido designadas como campos de entrenamiento militar, inaccesible a la población
beduina. La realidad conocida por todos es que grupos de colonos judíos de raza blanca
están esperando ansiosamente que la tierra sea despejada de sus habitantes nativos
para instalarse en los modernos y cómodos poblados que el Estado construirá para
ellos”6.
Finalmente en Jerusalén Oriental, la fracción de esa ciudad que quedara bajo
control de Jordania hasta el año 1967 y fuera ocupada por Israel en esa fecha,
residen otros 250.000 habitantes originarios. El Estado de Israel la declaró capital
indivisible en 1980, sin concederles a sus habitantes no judíos ni la nacionalidad ni la
ciudadanía, de modo tal que se hayan privados de todo derecho político.
Periódicamente topadoras del Estado ocupante destruyen viviendas o barrios
enteros pertenecientes a los mismos para “judaizar” la ciudad y los expulsan hacia
los barrios llamados árabes.
Todas estas personas de las que estamos hablando constituyen obviamente
los palestinos, los descendientes de los pobladores de la tierra de Palestina cuando
grandes contingentes de europeos de confesión judía comenzaron a migrar a esa
tierra a fines del siglo XIX con el propósito de constituir en ella un Estado para todos
los judíos del mundo, Estado que debía permitir a ellos ser una más entre todas las
naciones, en igualdad de condiciones, terminando de una vez por todas con la
llamada Diáspora Judía, que los había obligado a vivir en condiciones de
subordinación y aislamiento.
Un estado gendarme
Hoy dicho Estado ejerce una dominación militar sobre ocho millones de
personas, ya sea manteniéndolas sitiadas, confinadas en pequeños reductos que
han sido comparados con los bantustanes sudafricanos o impidiéndoles retornar a
sus hogares, a lo que se suma la discriminación legal de los residentes internos,
4
Sand, Shlomo, La invención del pueblo judío, Ediciones Akal, Madrid 2011, p.328.
Blumenthal, Max, Expulsion and revulsion in Israel, en Tomdispatch.com, 13/10/2013.
6 Landi, María, Plan Prawer, el rostro moderno de la limpieza étnica de Palestina, en Rebelión.org,
6/12/2013.
5
7
limitados en el pleno ejercicio de sus derechos civiles y políticos. Todos los
residentes de la porción de tierra considerada como la Tierra de Israel -Eretz Israelviven bajo la amenaza de su expulsión definitiva en aras de la redención definitiva de
dicho territorio. Redimir la tierra para ellos es, según explica Israel Shahak,
judaizarla, que pase de manos no judías a judías7.
Como parte de esa política Israel lleva a cabo una sistemática tarea de
demolición de viviendas palestinas, que no se limita a Jerusalén, sino a todo el
territorio ocupado, ya sea en la guerra de 1948 o en la de 1967. Jeff Halper,
antropólogo israelí, coordinador del ICAHD (Comité Israelí Contra la Demolición de
Casas) sostiene que:
“La política de demolición esta intentando confinar a los palestinos en pequeñas islas
de territorio dentro de Palestina e Israel, en los territorios ocupados. En Cisjordania,
están agrupados en 74 islas, a las que hay añadir las de Jerusalén Este y Gaza.
Descubrimos que la demolición de casas iba directamente al corazón del conflicto: desde
el 67, Israel ha demolido 11.000 casas. Pero esta política no había empezado en el 67,
con la ocupación de Cisjordania, sino que había empezado antes, en el 48, cuando se
constituyó el estado de Israel, después de la guerra. Desde que terminó la guerra hasta
los años, 60 Israel demolió más de 400 pueblos enteros. Desde el 48, dos tercios de los
pueblos palestinos han sido demolidos. El tema de la demolición tiene que ver con toda
una política de echar a los palestinos fuera del territorio que Israel reclama para sí” 8.
En las cárceles de Israel existen cerca de 5.000 presos políticos palestinos,
muchos de ellos detenidos sin proceso, sometidos a malos tratos y torturas,
expresamente admitidas por la Corte Suprema de ese país. Según cálculos del
Ministerio Palestino de Detenidos y Ex detenidos, 800.000 palestinos han
experimentado encarcelamiento desde 19679, lo que representa cerca del 30 % de la
población de Cisjordania. Más de 1.500 niños fueron asesinados por las fuerzas de
ocupación israelíes entre septiembre de 2000 -comienzo de la Segunda Intifada- y
abril de 2013. Las estadísticas señalan que cada tres días un niño es asesinado por
el ejército de Israel, agregando que durante estos trece años la cifra de heridos
menores de edad ascendió a 6000. 9000 palestinos menores de 18 años han sido
detenidos desde finales de septiembre del 2000 hasta la fecha. Entre los miles de
prisioneros palestinos en cárceles israelíes se encuentran cientos de adolescentes,
con el agravante de que 47 de ellos tienen menos de 16 años de edad10.
Según reconociera el director del Instituto Forense de Abu Kabir, un
laboratorio israelí de investigación forense situado en el barrio del mismo nombre de
Tel Aviv, Israel practicó el robo de órganos de jóvenes palestinos muertos en la
represión de la sublevación conocida como Intifada. Los cuerpos eran llevados por
los soldados del ejército, se les extraían los órganos con destino ya fuera a
trasplantes o enseñanza y luego los cadáveres eran devueltos a los familiares con
una costura del mentón al pubis. La denuncia realizada por un periodista sueco en
2009 causó gran escándalo y la consiguiente acusación de antisemitismo, hasta que
finalmente fue confirmada por los trabajos de una especialista estadounidense en el
7
Shahak, Israel, Historia judía, religión judía. El peso de tres mil años. Mínimo Tránsito, Madrid, 2003,
p. 55.
8 Halper, Jeff, entrevista realizada por Joseba G. Martin, en pensamientocritico.org, 2003.
9 Declaración de la Isla de Robben, judiosantisionistasargentina.blogspot.com.ar, 1/03//2014.
10 Mata, Elisa, En Palestina los niños no celebran su día, en Noscomunicamos.com.ar, 2010.
8
tráfico de órganos, Nancy Scheper-Hughes, y finalmente admitida por Israel.
Recientes trabajo de la antropóloga Amira Weiss ratifican esa práctica 11.
Entre 1948 y la actualidad el Estado sionista ha participado en al menos
nueve guerras, la mayoría de las cuales –como veremos- fueron iniciadas por él
mismo: 1) la de 1948, designada como Guerra de la Independencia, para la limpieza
étnica de Palestina12; 2) la Campaña del Sinaí (Operación Kadesh) en 1956; 3) la
Guerra de los Seis Días en junio de 1967; 4) la Guerra de Desgaste (1968/1970); 5)
la Guerra de Iom Kippur en octubre de 1973 –iniciada por Egipto y Siria-; 6) la
invasión del Líbano de 1982, bautizada Operación Paz para la Galilea (1982); 7) la
segunda Guerra del Líbano en julio de 2006; 8) la Operación Plomo Fundido, de
bombardeo de Gaza en enero de 2009 y finalmente 9) la Operación Margen
Protector con un nuevo bombardeo a Gaza en julio y agosto de 2014. A ello
deberían sumarse los enfrentamientos violentos con la población civil de los
territorios ocupados en 1967 en la represión de las insurrecciones conocidas como
las dos Intifadas (1987/1993 y a partir de septiembre de 2000). Durante el curso de
dichas guerras Israel ejecutó sucesivas masacres de población civil, de las cuales
las más conocidas son la de Deir Yassin en 1948, Sabra y Chatila en 1982 –en
complicidad con las milicias cristianas libanesas-, Yenín en 2002, los bombardeos
sobre los campos de refugiados de el Líbano en 2006, los ya citados bombardeos de
Gaza en 2009 y 2014 y la muerte de más de 6.000 personas –entre ellos muchos
niños- en la represión de ambas Intifadas. El bombardeo de 2014 dejó 2133 muertos
–entre ellos 577 niños- y más de 11.000 heridos13.
La política de hostigamiento y represión constante del pueblo palestino es
factible de ser calificada de genocidio en los términos de la Convención para la
Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio sancionada por las Naciones
Unidades el 9 de diciembre de 1948, cuyo artículo 2 no limita dicho crimen de lesa
humanidad al exterminio de una población sino también incluye en su inciso c) el
“sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de
acarrear su destrucción física, total o parcial”, supuesto que indudablemente se
verifica en la especie.
Un estado religioso
El Estado creado en 1948 sobre el 78 % de la Palestina sometida al Mandato
Británico en 1923, es un Estado que se define como el Estado de todos los judíos
del mundo, que no ha dictado una Constitución política –aunque sí varias leyes
fundamentales- y que ha reservado a la autoridad religiosa –los tribunales rabínicosla definición del estatuto de las personas, haciendo imposible de este modo el
matrimonio mixto y por ende la “mezcla de razas”. Una ley de 1953 estableció que
“Todo lo que concierne al matrimonio y el divorcio de los judíos de Israel, sean
nacionales o residentes, remite a la competencia exclusiva de los tribunales
rabínicos” y que “Los matrimonios y divorcios de los judíos en Israel se efectúan en
virtud de la ley de la Torah”. Ello supone, como dice Juan Aranzadi, “la sanción
11
Sabini, Luis, El racismo de la democracia israelí, Editorial Canaán, Buenos Ares, 2012, p. 179 y ss.
y Villate, Javier, Libro israeli difunde información sobre el robo de órganos de cadáveres palestinos,
en disenso. wordpress.com 24/03/2014.
12 Pappé, Ilan, La limpieza étnica de Palestina, Editorial Crítica, 2008.
13 Yaber, Samah, Una profunda pena, en Newint.org, noviembre de 2014.
9
político legal por el Estado sionista del imperativo religioso de la endogamia como
medio de mantener la identidad y la unidad étnico-religiosa del pueblo judío” 14,
aunque mediante el matrimonio en el extranjero y la convivencia, los israelíes judíos
logren sortear parcialmente el obstáculo. La ex primer ministro Golda Meir, según
cuenta Shlomo Sand, llegó a decir que un judío que se casara con un gentil estaba
de hecho uniéndose a los seis millones de víctimas de los nazis15. Y cuando tomó
estado público la relación sentimental del hijo del actual primer ministro Benjamin
Netanyahu con una noruega no judía, una gentil o goy, se desató un verdadero
escándalo nacional con claras recriminaciones a una conducta irresponsable16.
El pacto secular-religioso que selló la unidad israelí al momento de fundación
del Estado incluyó también la educación religiosa financiada con recursos públicos y
la regulación de la vida cotidiana en aspectos como el descanso semanal –estricta
vigilancia del sabbath- y la alimentación –el kasherut-, imponiendo a toda la
población judía los tabúes alimenticios del sector ortodoxo con el deliberado
propósito de instaurar la cohesión comunitaria y la discriminación étnica17. Según Uri
Avnery, el líder del extinto movimiento pacifista Paz Ahora, “las confesiones
religiosas judías no ortodoxas, como los ´reformistas´ y los ´conservadores, están
prácticamente prohibidas”18. Los haredim –judíos ortodoxos- representan más del 10
% de la población, poseen una alta tasa de natalidad e imponen de a poco su ley a
todos los demás.
En Israel toda persona es registrada según su religión (en hebreo dat): judío,
cristiano o musulmán, y su etnia (en hebreo leom); judío, árabe o druso19. Todo
ciudadano debe contar con un carnet de identidad en el que consta su nacionalidad,
definida a partir de la etnia (judía, árabe o drusa)20, pero nunca como israelí ya que
para la halajah -la ley religiosa judía- ésta no existe, conclusión avalada por la Corte
Suprema israelí en sus fallos, el mas famoso de los cuales fue el caso del hermano
Daniel, polaco hijo de judíos, quien se convirtió al catolicismo y al migrar a Israel y
solicitar la nacionalidad israelí, ésta le fue negada por no ser ya judío. En
concordancia con este criterio étnico de clasificación de la población el parlamento
israelí acaba de aprobar una ley que define a los palestinos cristianos del estado de
Israel como “no-árabes” en aras de otorgarles a estos una representación separada
de los palestinos musulmanes en los órganos del Estado como el Comité Asesor
para la Igualdad de Oportunidades dentro de la Comisión de Empleo, junto a los
judíos ultraortodoxos, los drusos, los cristianos, los circasianos y otros21.
El Estado así creado no es un Estado laico, secular, como los Estados
europeos surgidos de la modernidad, que separaron la Iglesia del Estado y
procuraron fundar la nacionalidad sobre otros rasgos culturales comunes –la lengua
principalmente- sino un Estado basado en la religión como fuente de la nacionalidad
14
Aranzadi, op cit, p. 475/6.
Sand, op cit, p. 327.
16 Villate, Javier, Dime con quién andas y te diré quién eres: el integrismo racista judío, en
Disenso.word.press, 30/01/2014.
17 Aranzadi, op cit, 488.
18 Avnery, Uri, Nada nuevo bajo el sol, reproducido en Rebelión.org, 28/01/14.
19 Aranzadi, op cit, p. 478.
20 Shahak, op cit, p. 53.
21Al Saadi, Yasan, Israeli bill distinguishes Christians from 1948 Palestinians, en English.alakbar.com, 25/02/2014.
15
10
–volveremos sobre esto más adelante-, pero no una religión limitada al ámbito de lo
privado, de la espiritualidad, de la relación con un ser superior o la vida ultraterrena,
sino una religión política, una teopolítica, “la unión entre religión y política
plenamente lograda en la doctrina mosaica” como lo entendía Moses Hess, el
precursor del movimiento sionista22. Al decir de Shlomo Sand:
“Israel todavía tiene que ser descrito como una ´etnocracia´. Todavía mejor se le
puede llamar una etnocracia judía con rasgos liberales, es decir, un Estado cuyo
propósito principal no es servir a un demos igualitario-civil, sino a un ethnos religiosobiológico que históricamente es totalmente ficticio pero dinámico, excluyente y
discriminatorio en su manifestación política”23.
Las afirmaciones de Sand, hechas hace ya varios años, han tenido
confirmación con el proyecto de ley aprobado por el Consejo de Ministros de Israel el
23 de noviembre de 2014 consagrando el carácter judío del Estado de Israel.
El sionismo y los interrogantes que plantea
Este panorama tan brutal conduce necesariamente a preguntarse qué factores
determinaron que el Estado de Israel que, de acuerdo a los propósitos de quienes lo
soñaron y lo promovieron, debía constituirse en el refugio de los perseguidos del
mundo y construir en él una república democrática e igualitaria, haya llegado a
fundar un orden social basado en la discriminación étnico-religiosa y que se
mantiene sobre la base de la dominación militar de millones de personas, del estado
de guerra permanente y del ejercicio del terrorismo sistemático sobre la población
sometida. Qué notas características del sionismo y qué contexto político
internacional incidieron en ese resultado. De qué modo un movimiento político cuyos
líderes en sus discursos reivindicaban la liberación del hombre de toda esclavitud,
explotación y opresión de clase, nacional, religiosa o sexual24, que soñaban como
Theodor Herzl con una suiza judía en Medio Oriente, llegó a un resultado opuesto al
proclamado.
El Estado de Israel es hijo directo de un movimiento político nacionalista
conocido como sionismo. A lo largo de su historia ha sido definido en forma
contrapuesta por apologistas y opositores, para los primeros como el movimiento de
liberación nacional del pueblo judío, para los segundos como una forma de
colonialismo. Jacob Tsur, ex funcionario del Estado sionista, lo define como un
“movimiento de renacimiento nacional del pueblo judío” que tomó fuerza luego de las
masacres antijudías conocidas como pogromos ocurridas en la Rusia zarista: “De tal
suerte cristalizó la idea de la nacionalidad. Los judíos constituyen una nación, y
como todo pueblo normal necesitan un rincón de tierra propio; y esta tierra no puede
ser otra que el solar en que surgió su civilización, o sea la Tierra de Israel” 25. En el
otro espectro político el sionismo es sindicado como exactamente lo contrario: una
22
Hess, Moses, Diario, citado por Leon Dujovne, en Hess, Moses, Roma y Jerusalén, Editorial Kium.
Buenos Aires, 1962. p. 36.
23 Sand, op cit, op cit, p. 327. En igual sentido, Jamal Amal, en Le sionisme et ses tragiques
contradictions, Cités 3/ 2011 (n° 47-48), p. 83-113.
24 Ben Gurión, David, Amanecer de un Estado, (recopilación de sus discursos), Biblioteca sionista.
Editorial Candelabro. Buenos Aires 1954, T. I, pags. 37, 283/8, 291/3, 309, T. II, 258, 272/3, entre
otras.
25 Tsur, Jacob, ¿Qué es el sionismo?, Siglo Veinte, Buenos Aires, 1965, pag. 5 y 23.
11
avanzada del colonialismo europeo y el imperialismo norteamericano. El Pacto
Nacional Palestino, de 1964, en su artículo 19, lo define como “un movimiento
colonialista, agresivo y expansionista en su objetivo, racista y segregacionista en sus
configuraciones y fascista en sus medios y metas”.
Para Arthur Hertzberg, rabino, activista social y académico estadounidense, el
sionismo es un caso particular de risorgimento nacional por la inexistencia de una
tierra y una lengua común pero sobre todo, porque desde la perspectiva judía el
elemento primario es el mesianismo más que el nacionalismo. El mismo nombre del
movimiento evoca el sueño del fin de los días, la liberación del exilio y el retorno a la
tierra del tiempo heroico. Es una forma de mesianismo secular que tomó sus valores
fundamentales del entorno en el que surgió: el Mesías se identificó con el sueño de
una era de libertad individual y nacional, justicia económica y social, con la fe en el
progreso propia del siglo XIX26.
En una línea similar Walter Laqueur, importante historiador israelí, sostiene
que el sionismo, formó parte de los nacionalismos románticos de corte humanista y
liberal del siglo XIX, como el Risorgimento italiano, el nacionalismo húngaro de
Kossuth o el checo de Masaryk, con la particularidad de que los judíos eran un
pueblo sin una tierra, un pueblo que hasta cierto punto había perdido su propio
carácter específico como tal. El conflicto con los árabes de Palestina era inevitable,
ya que deseaban construir algo más que un centro cultural en esa tierra. La tragedia
del sionismo fue que apareció en la escena internacional cuando ya no había
espacios vacíos en el mundo. Laqueur justifica la empresa sionista por cuanto la
creación de Estados nacionales ha implicado siempre la perpetración de actos de
injusticia27.
Robert Rockaway, otro historiador israelí, lo define como un “movimiento de
liberación nacional moderno cuyas raíces se remontan a los tiempos bíblicos. Su
propósito es devolver al pueblo judío la independencia y soberanía que son los
derechos de todo pueblo”, agregando que “los judíos perdieron esa independencia y
soberanía en la guerra judeo-romana hace dos mil años”28. Similar definición
sostienen otros historiadores como Shlomo Avinery29 y Benjamín Neuberger30 en
publicaciones ya sea de la Organización Sionista Mundial o del propio Estado de
Israel.
Todas estas definiciones del sionismo están centradas en la historia del
pueblo judío –considerado un único pueblo o nación desde la Antigüedad hasta
nuestros días- y hacen caso omiso de la interacción del mismo con otros pueblos, en
particular el pueblo árabe de Palestina que residía en la tierra en la que se proyectó
y erigió parcialmente el Estado sionista en 1948. Edward Said, filósofo y crítico
literario palestino, probablemente el más importante intelectual producido por ese
26
Herzberg, Arthur, Prólogo a The Zionist Idea, A Historical Analysis and Idea, Meridian Books, Inc.,
The Jewish Publication Society of América, Philadelphia, 1959.
27 Laqueur, Walter, A History of Zionism, Schocken Books, New York, 1972, p. 589 y ss.
28 Rockaway, Robert. Zionism: The National Liberation Movement of The Jewish People, World Zionist
Organization, January 21, 1975, Agosto 17 de 2006.
29 Avinery, Shlomo, Zionism as a Movement of National Liberation, Hagshama department of the
World Zionist Organization, Diciembre 12 de 2003.
30 Neuberger, Binyamin, Zionism - an Introduction, Ministerio de Relaciones Exteriores de Israel,
Agosto 20 de 2001.
12
pueblo, en su obra La cuestión de Palestina31, sostiene que toda idea o sistema de
ideas existe en algún sitio, está mezclado con circunstancias históricas, forman parte
de la realidad y por ende no pueden analizarse en abstracto. Deben verse en la
práctica, en sus consecuencias. “Se dice muy poco sobre lo que el sionismo implicó
para los no judíos que tuvieron la mala fortuna de tropezarse con él”. En esa
convicción sostiene:
“En resumen, pues, las ideas políticas efectivas como el sionismo deben ser examinadas
históricamente de dos modos: 1) genealógicamente, para poder demostrar su procedencia, su
linaje y su ascendencia, su afiliación tanto a otras ideas como a instituciones políticas; 2) como
sistemas prácticos de acumulación (de poder, tierras, legitimidad ideológica) y desplazamiento
(de personas, de otras ideas, de legitimidades previas)” 32.
El sionismo, dice Said, debe verse también desde “el punto de vista de sus
víctimas”, de la aplicación práctica de sus ideas y valores. De lo contrario nos
hallaremos ante un análisis abstracto, descontextualizado, desencarnado de la
realidad, que niega las consecuencias de su praxis. Criticar al sionismo, es no tanto
criticar una idea o una teoría sino un muro de negaciones, es criticar el hecho de que
“la liberación nacional judía (como a veces se la llama), se edificó sobre las ruinas
de otra existencia nacional, y no en el vacío”.
Coincidimos con la tesis del gran intelectual palestino en que las ideas
políticas no pueden analizarse en el vacío sino también en su aplicación práctica.
Las ideas son producto de valores y la jerarquía de valores determina los medios
que se adoptan para ponerlas en práctica. Caracterizar un movimiento político como
el sionismo requiere el análisis de sus raíces ideológicas, sus valores, sus objetivos,
los métodos adoptados para conseguirlos, su discurso, su inserción y su praxis
social. La caracterización política del sionismo es el objeto de esta tesis.
Adelantándonos al resultado final diremos que la conclusión a la que
arribamos es que el sionismo es un movimiento político nacionalista construido a
partir de una identificación religiosa, en estrecha alianza con el poder colonial, que
forma parte integrante de la familia de los fascismos europeos de la primera mitad
del siglo XX y que por lo tanto no puede ser caracterizado como un movimiento de
liberación nacional sino como un fascismo de nuevo tipo, un fascismo paracolonial.
Este tipo de fascismo ejerce su violencia no sobre el movimiento obrero sino sobre la
población nativa del territorio a conquistar y no tiene por objeto construir una
dependencia ultramarina de la metrópoli, sino un país autónomo, estrechamente
asociado a cualquier potencia que le sirva de sostén.
Para ello abordaremos en sucesivos capítulos la cuestión del sionismo como
movimiento nacionalista, la identidad religiosa, las distintas etnias judías al momento
de su aparición, las consecuencias de la emancipación en Europa, la reacción
antiasimilacionista, la relación con las potencias coloniales, el origen geográfico y
social de los primeros sionistas, su praxis en Europa y en Palestina, los métodos
adoptados para concretar su objetivo, tanto sus alianzas diplomáticas como
organizaciones armadas, las primeras leyes dictadas para consolidar el dominio de
Israel sobre las tierras conquistadas en 1948.
31
Said, Edward, The question of Palestine, Random House Mondadori, 1979. Traducido al español
como La cuestión palestina, Debate, España, 2013.
32 Ibídem, p. 109 y ss.
13
El sionismo es un proyecto inconcluso ya que su objetivo inicial era la
creación de un Estado que reuniera a todos los judíos del mundo en lo que ellos
consideraban Eretz Israel, la Tierra de Israel. La extensión de ésta era variada,
según el versículo de la Torah que se tomara: desde el Río Jordán hasta el mar, en
su versión más moderada, o desde el Nilo hasta el Éufrates, en la más extrema. En
todos los casos comprendía toda la ciudad de Jerusalén -tomada en su parte
Occidental en 1948 y en su parte Oriental en 1967 y declarada capital indivisible de
Israel en 1980- y los territorios de lo que hoy se denomina Cisjordania o la Ribera
Occidental del Jordán –The West Bank-, que los israelíes llaman en forma casi
unánime con los nombres bíblicos de Judea y Samaria. La negativa a reconocer un
Estado palestino como se insinuó en los Acuerdos de Oslo de 1993 es indicativa no
sólo de la potencia militar actual de Israel sino de la imposibilidad de renunciar al
sueño sionista, lo que hace que el proyecto se halle inconcluso.
El presente trabajo, no obstante, se centrará en el sionismo, desde sus
orígenes a fines del siglo XIX, hasta la proclamación del Estado de Israel en 1948 y
el dictado de las leyes del retorno, de ausentes y de ciudadanía en 1950, que
consolidaron el dominio sionista en las tierras conquistadas entre 1947 y 1949. Es
durante ese período que surge la idea sionista, se la persigue, se dan los primeros
pasos hasta la coronación parcial del proyecto, lo que nos autoriza –entendemos- a
caracterizar políticamente dicho movimiento. Sin perjuicio de ello, haremos las
referencias que consideremos necesarias a su evolución posterior teniendo siempre
presente que, hasta que no se consolide la paz en dichas tierras, es un fenómeno
inconcluso y de resultado incierto, un proceso en pleno y trágico desarrollo.
Caracterizar, clasificar, comparar
Caracterizar es indicar los rasgos peculiares de una cosa o fenómeno y eso mismo
nos permite introducirlo en una clasificación. Aún recordando que para Jorge Luis
Borges no hay clasificación en el universo que no sea arbitraria y conjetural33,
pensamos que no es posible prescindir de esa herramienta teórica. Es obvio que
siempre depende de los atributos que elija el clasificador. Así, por ejemplo, para Ian
Kershaw el nazismo entra dentro de la categoría del fascismo genérico por una serie
de similitudes con el fascismo italiano: tendencias imperialistas y expansionistas,
antisocialistas y antimarxistas, fijación en un líder carismático legitimado
plebiscitariamente, intolerancia extrema a toda oposición, militarismo y glorificación
de la guerra, alianza con las élites existentes y tendencia a buscar la estabilización o
restauración del orden social capitalista34. En cambio, para Zeev Sternhell, no es
posible identificar el fascismo con el nazismo, ambas ideologías difieren en una
cuestión fundamental: el determinismo biológico, el racismo en su sentido más
extremo. El fascismo no es necesariamente racista35. Cada autor toma de ambos
fenómenos los aspectos que considera esenciales y en eso incide desde ya su
subjetividad, si bien debe fundar su elección, aplicar criterios de selección de los
atributos que tengan racionalidad y puedan servir a otros investigadores y
33
Borges, Jorge Luis, "El idioma analítico de John Wilkins".
Kershaw, Ian, La dictadura nazi. Problemas y perspectivas de interpretación. Siglo veintiuno
editores, Buenos Aires, 2006, p. 67/8.
35 Sternhell, Zeev, El nacimiento de la ideología fascista. Siglo Veintiuno Editores, Buenos Aires,
1994, p. 1.
34
14
estudiosos. En este trabajo nos basamos principalmente en la definición que Robert
O. Paxton da del fascismo en su obra Anatomía del fascismo36, en los que destaca
no sólo los elementos políticos que lo caracterizan y el contexto económico-social
en que surgieron dichos movimientos, sino los elementos ideológicos típicos, tales
como la preocupación obsesiva por la decadencia de la comunidad de la que se
forma parte o su desaparición, y los cultos compensatorios desarrollados para
mitigar esa angustia: sueños de unidad, energía y pureza. A esos elementos
agregamos un rasgo diferencial del sionismo: su carácter paracolonial tal como más
adelante procuramos definir.
Al clasificar, el historiador compara y busca los elementos que permiten
asimilar dos o más procesos históricos. Toda comparación es riesgosa, ya que todos
los procesos sociales son únicos, pero resulta indispensable para comprenderlos y
construir conceptos abstractos, imprescindibles para transmitir conocimientos. La
comparación histórica, con todos sus riesgos y su dosis de simplificación, es un
arma ineludible del estudioso de la historia. En este trabajo haremos las
comparaciones con otros movimientos políticos intentando dar los fundamentos por
los que entendemos que son pertinentes.
Neutralidad y objetividad
¿Es posible ser neutral cuando se aborda un tema trágico como la existencia de más
de catorce millones de personas expulsadas de su tierra o viviendo en una situación
de apartheid, sometidas a la dominación militar, económica y social de otro Estado,
o sitiadas por aire mar y tierra o condenadas a vivir como minoría en un Estado que
se define a si mismo como el de otra etnia? Pensamos que no, del mismo modo que
no es posible ser neutral frente a los grandes genocidios del siglo XX, ya sea el del
pueblo congolés, el armenio, el judío o el vietnamita. Y probablemente ante la
inmensa mayoría de los hechos de la historia.
La posición del historiador –o del intérprete de la historia- se torna patente al
elegir el lenguaje, al adoptar una u otra palabra para el mismo hecho o dato
histórico, al hablar de Palestina o Eretz Israel, de los territorios ocupados o liberados
(“redimidos” en la jerga sionista). Al adoptar el punto de vista de los vencedores o de
los vencidos, de los victimarios o de las víctimas. Ello es inevitable, como el mismo
Laqueur lo reconoce: no es posible ser imparcial como pretendía Lord Acton sobre la
historia de Waterloo –que satisficiera por igual a franceses, ingleses, alemanes y
holandeses- al menos hasta que el tema haya dejado de ser de interés primordial 37.
Todos los historiadores que han tratado el tema del conflicto de Israel con el pueblo
palestino y sus vecinos árabes, desde Laqueur a Said pasando por Avinery y
Masalha, mezclan relatos fácticos con argumentos de justificación o condena de la
fundación del Estado o de la barbarie cometida contra la población nativa.
Ello no implica que el historiador pueda prescindir de la objetividad, de la
búsqueda de la verdad histórica, seleccionar arbitrariamente los hechos del pasado
o intentar establecer relaciones causales disparatadas. La objetividad es un norte,
una meta a alcanzar que el cientista social no puede descartar. Pensamos con
Edward Palmer Thompson que el objetivo de la disciplina histórica es alcanzar la
36
37
Paxton, Robert O, Anatomía del fascismo, Península, Barcelona, 2006.
Laqueur, op cit, Prefacio, p. xvi.
15
verdad, el conocimiento objetivo38. Ello no es incompatible con la parcialidad del
intérprete. Por el contrario, ser consciente de esa parcialidad obliga a poner más
esmero en alcanzar la verdad histórica con los materiales de que se dispone en un
momento dado. Es significativo el ejemplo de Benny Morris, el primero de los
“nuevos historiadores israelíes” que describió la expulsión de los palestinos en
194839 –una verdadera limpieza étnica-, interpretó que no había sido deliberado sino
producto del azar y de las circunstancias de la guerra y terminó justificándola más
tarde en sus declaraciones públicas. Morris expuso por un lado los hechos, los
interpretó e hizo sus juicios de valor. Su tarea hizo posible que otros historiadores
como Ilan Pappé y Nur Masalha, sobre la base de los mismos hechos y otros de su
propia cosecha, llegaran a otras interpretaciones y valoraciones. La historia es un
trabajo colectivo de una comunidad de investigadores que confrontan sus hipótesis y
conclusiones. Eso permite acercarse a la verdad histórica.
Como dice Thompson, el historiador puede hacer sus juicios de valor, ya sea
en forma directa o en forma de ironías y apartes, ya que el mismo examina vidas y
opciones individuales, no sólo procesos. Los actos e intenciones pueden ser
juzgados dentro de su propio contexto histórico. Pero al explicar cómo aconteció el
pasado, cómo fue la secuencia causal, debe intentar, hasta donde la disciplina lo
permita, mantener los propios valores en suspenso para recuperarlos una vez
terminada la explicación, por cuanto son los valores del historiador los que hacen
que esa historia tenga sentido para él y que la estudie40. En tal sentido el historiador
debe esforzarse en ser Ranke –contar las cosas como realmente pasaron- pero ser
consciente de que es Croce, ya que toda historia es historia contemporánea. La
exposición de su trabajo a la crítica de otros es lo que garantiza la mayor objetividad
posible.
Aclaraciones semánticas
Abordar el conflicto entre sionistas y palestinos importa adoptar desde el vamos
varias definiciones. Ya dimos el ejemplo de la tierra palestina o la tierra de Israel. No
dudamos que toda la tierra sobre la que Gran Bretaña ejerció su mandato desde
1919 –reducido significativamente en 1922 al crearse el Emirato de Transjordaniaera la tierra palestina porque así se denominaba y era habitado en un 90 % por un
pueblo de habla árabe que comenzaba a autoidentificarse como palestino. Hacía por
lo menos 1.300 años que había dejado de ser la tierra en que vivía una mayoría de
población judía, si tomamos como punto de partida la conquista de Palestina por los
árabes musulmanes en 636 E.C. y 1.800 años si adoptamos la derrota de la
insurrección judía de Bar Kokhba en 132 E.C. y la diáspora que según algunos
historiadores le sucedió.
Del mismo modo es imprescindible hacer algunas aclaraciones de conceptos,
sin perjuicio de las que se formulan a lo largo del texto. La primera es distinguir entre
judaísmo y sionismo. Judíos son los miembros de una comunidad religiosa o cultural
–según el criterio que se adopte- que se identifica con la tradición torática y
talmúdica. No es monolítica sino diversa. Existen personas que se autodefinen como
38
Thompson, Edward P., Miseria de la teoría, Editorial Crítica, Barcelona, 1980, p. 70.
Morris, Benny, The Birth of the Palestinian Refugee Problem, London Cambridge University Press y
The Birth of the Palestinian Refugee Problem revisited.
40 Thompson, op cit, p. 72.
39
16
judíos aún siendo ateos o agnósticos. No es intención de este trabajo ingresar en la
controversia de si eso es posible. Aceptamos el criterio de la autodefinición.
Algunos judíos participan de un movimiento político nacionalista llamado
sionismo. Otros son indiferentes o antisionistas. El sionismo procuró siempre
identificar al judaísmo con el sionismo. Así, ha logrado que se hable del Estado de
Israel como el Estado judío. No todos los judíos del mundo suscriben esta definición.
Algunos se oponen abiertamente. En este trabajo procuraremos referirnos siempre
al sionismo en forma diferenciada del judaísmo por tratarse de dos realidades
diferentes cuya identificación tiene un claro objetivo político.
Los judíos que vivían en Europa o América eran conocidos como israelitas sin
que ello significara una nacionalidad diferenciada de la del país en que residían.
Eran pues, franceses, ingleses o alemanes judíos o “de fe mosaica” como se les
llamaba en Alemania. Los ciudadanos del Estado de Israel son israelíes. Entre ellos
la inmensa mayoría son judíos pero cerca de un 20 % son palestinos, llamados
“árabe-israelíes” por cuanto se les desconoce la nacionalidad palestina.
Por palestinos entendemos a todos los habitantes del territorio de Palestina ya
sea durante el Imperio Otomano o durante el Mandato Británico, ya fueran éstos de
fe musulmana, cristiana o judía, con la salvedad de los inmigrantes judíos sionistas
que nunca se autoidentificaron como tales. Los palestinos de habla árabe, ya fueran
musulmanes o cristianos, fueron habitualmente designados con el término genérico
de árabes, en contraposición a los judíos. Esta dicotomía es engañosa por cuanto se
puede ser árabe de religión judía y, además, porque en Palestina existía –y aún
persiste- una pequeña comunidad judía anterior a la inmigración sionista, la mayoría
de la cual residía en Jerusalén, que vivía en paz con el resto de la población y se
opuso al proyecto nacionalista judío. Corresponde, en consecuencia, definirlos como
palestinos, al menos hasta la fundación del Estado de Israel, por cuanto residían en
ese territorio. En la actualidad conforman la comunidad ortodoxa Naturei Carta,
antisionista y estrechamente ligada a la Organización de Liberación de Palestina. El
resto de los residentes -y sus descendientes- serán designados como palestinos por
el lugar en que vivían, o árabes de palestina para diferenciarlos de la población
árabe de los países vecinos. Su designación como árabes a secas, negando su
condición o nacionalidad palestina por parte de los sionistas, tuvo siempre un
objetivo político consistente en diluirlos dentro de la gran masa de la población árabe
de los Estados circundantes en la que debían ser redistribuidos para hacer posible la
fundación del Estado judío. Por tal motivo no adoptamos esa denominación.
Otro término polémico es antisemitismo. Entendemos que la palabra semita
designa una protolengua o conjunto de lenguas derivadas de ella 41. Por extensión
puede llamarse semitas a quienes hablan una de esas lenguas, en cuyo caso
ingresan en esa categoría quienes hoy hablan hebreo y árabe, y en el pasado
arameo, siríaco, acadio u otros. Pero no quienes hablaban yiddisch o ladino. De allí
que antisemitismo es un término confuso, inventado por un personaje que odiaba a
los judíos y carece de sentido seguir usándolo. El propio Ben Gurion lo calificaba de
Chedid, Saad, ¨Semita”: una palabra vaciada de su significación y su verdad, en Antisemitismo: el
intolerable chantaje, Editorial Canaán, Buenos Aires, 2009.
41
17
“denominación engañosa y falsa, inventada por los mismos judíos asimilados, con
fines ´eufemísticos´”42. De allí que preferimos los términos antijudaísmo o judeofobia.
No se nos escapa que el antijudaísmo tradicional –anterior a 1850- y el
“antisemitismo” de fines del siglo XIX son dos fenómenos distintos. Mientras el
primero tenía una connotación claramente religiosa, el segundo era esencialmente
racial, fundado en las teorías seudocientíficas de la raza popularizadas en aquella
época. Pero como no nos referiremos al primero en este trabajo, es posible
prescindir de un término incorrecto, asociado a la idea de la división de la humanidad
en tres razas –jafetitas o indoeuropeos, semitas y camitas- según los hijos de Noé, y
adoptar una designación más correcta basada en la autoidentificación de las
personas.
No hablaremos en este trabajo de la partición de Palestina pese a que es un
consenso casi unánime de todos los historiadores -incluso los que apoyan la causa
palestina- que las Naciones Unidas, el 29 de noviembre de 1947 resolvieron partir el
territorio del mandato en dos Estados, uno judío y otro árabe. En otra obra43 hemos
sostenido la tesis jurídica de que las Naciones Unidas no crearon el Estado de Israel
porque sólo aprobaron una recomendación, es decir, una propuesta de mediación
para resolver un conflicto entre partes lo que surge de la simple lectura del texto de
la resolución. Carecían de facultades para declarar una partición y además las
partes no aceptaron la propuesta. La comunidad judía en Palestina desató una
guerra, expulsó a la mayoría de la población originaria y proclamó un Estado étnicoreligioso excluyente en un territorio muy superior al previsto en la propuesta de
partición (78 % contra un 54 % previsto), no se internacionalizó Jerusalén, no se
conformó la Unión Económica ni la administración en común del agua o el sistema
de transportes previstos. Se confiscaron las propiedades de los residentes
palestinos expulsados para ser entregadas a los conquistadores, privándoselos de
sus derechos civiles en absoluta contraposición a lo que prescribía la Res. 181 y se
limitaron sus derechos políticos. Es decir, la Resolución que debía ser aplicada por
el Consejo de Seguridad una vez aceptada por las partes, nunca se puso en
práctica, fue simplemente una propuesta de mediación que cayó en saco roto. No es
posible, por ello, hablar de partición de Palestina. El territorio en el que se erigió el
Estado de Israel fue obtenido por la fuerza de las armas entre diciembre de 1947 y
mediados de 1949 cuando el nuevo Estado firmó los armisticios con los países
árabes vecinos. El Estado de Israel es el fruto de un hecho de conquista y no una
partición dictada por un organismo internacional que carecía de facultades para ello.
Por las mismas razones, la llamada Guerra de la Independencia de Israel de
1948 no fue tal sino una guerra de conquista que se desarrolló en dos frentes: 1)
como limpieza étnica de la población palestina a partir de diciembre de 1947 y hasta
un año después y 2) como guerra convencional con Egipto, Transjordania, Siria, El
Líbano e Irak desde el retiro de Gran Bretaña, el 14 de mayo de 1948 hasta los
armisticios del año siguiente. Nos extenderemos más sobre esto en el Capítulo 5 de
esta tesis.
Se suele denominar territorios ocupados a los conquistados por Israel en la
Guerra de los Seis Días, de junio de 1967. Esa forma de designación parte de la
concepción de que los territorios obtenidos en la Guerra de 1948 no son ocupados
42
43
Ben Gurion, David, op cit, T. II, p. 237.
Ibarlucía, Miguel, Israel, Estado de conquista, Editorial Canaán, Buenos Aires, 2012.
18
sino legítimos. Por las razones dadas previamente consideramos que todos los
territorios hoy bajo el dominio o control del Estado de Israel son territorios ocupados
a partir de dos hechos de conquista por las armas, las guerras de 1948 y 1967.
Los palestinos expulsados de sus tierras en 1948 fueron catalogados como
refugiados por las Naciones Unidas que creó la UNRWA44, la agencia de las
Naciones Unidas para los refugiados palestinos, con el propósito de socorrerlos.
Esta denominación es confusa por cuanto se puede ser refugiado por propia
voluntad, que no fue el caso. Se oculta de este modo el carácter de expulsados,
término que estimamos es el correcto.
Estas aclaraciones semánticas se imponen en un tema tan espinoso como el
que abordamos ya que no es posible hacer uso de los términos como si estos fueran
todos neutrales. Por el contrario al usar uno u otro –árabe o palestino- o identificar
los que denotan cosas distintas –judío y sionista- formulamos una opción política
que es preferible hacer explícita y no ocultar bajo la alfombra. Esa opción, no
obstante, no es la defensa cerrada de una particularidad, producto de una
identificación nacional o tribal, sino una identificación con valores universales como
son el respecto de los derechos del hombre y de la autodeterminación de los
pueblos.
Hechas, pues, las aclaraciones, ingresemos al tema que nos ocupa.
44
Sigla que significa United Nations Relief and Works Agency for Palestine Refugees in the Near
East.
19
20
Yo afirmo que no existe una nación judía… No
es verdad decir que un inglés judío y un moro judío
son de la misma nación, o decir que un inglés
cristiano o un francés cristiano son de la misma
nación... Edwin s, Montagu, Secretario de Estado
para la India, Memorándum al gobierno británico
previo a la Declaración Balfour, agosto de 1917.
Capítulo I. El sionismo y la nación
La caracterización del sionismo como un movimiento de liberación o de
restauración nacional parte del supuesto de que los judíos, al momento del
surgimiento de ese movimiento constituían un pueblo y, aún más que eso una
nación. Pero ¿es así realmente? ¿Constituían un pueblo o una nación a fines del
siglo XIX? ¿O eran tan sólo una confesión religiosa particular? El intento de dar una
respuesta nos lleva inmediatamente a preguntarnos en primer término qué es un
pueblo, una etnia, una nación y en segundo término si éstas existen desde tiempos
inmemoriales –por ejemplo, en el caso judío desde el reino de David y Salomón o
más cerca en el tiempo desde el reino de los asmoneos (134-63 AEC)- o si son
construcciones políticas de la modernidad. En este último caso, si esas
construcciones son meras ficciones cuyo fin es político o si se basan en elementos
realmente existentes.
Para ello tendremos presentes que los términos indicados no son unívocos.
Su sentido varía a lo largo de la historia y tampoco existe consenso entre los
cientistas sociales acerca de su significado exacto. En tal sentido Sand señala que el
término ´nación´ se deriva del latín tardío natio y que hasta el siglo XX, este término
se refería principalmente a grupos humanos de diversos tamaños pero con
conexiones internas. Así podía tratarse de los extranjeros en Roma, de grupos de
estudiantes que venían de lejos en la Edad Media y hasta del estrato aristocrático en
Inglaterra a comienzos de la era moderna. “Entonces y ahora se utilizaba en
referencia a poblaciones con un origen común, algunas veces un grupo que hablaba
una lengua determinada1.
Según Benedict Anderson2 los primeros Estados que se definieron a sí
mismos como naciones surgieron en el nuevo continente, ya sea América del Norte
o del Sur, con las revoluciones anticoloniales que crearon las primeras repúblicas
independientes a partir de las distintas jurisdicciones administrativas imperiales pero
que no se diferenciaban por una lengua distinta. Estos Estados-Nación no se
construyeron sobre la base de elementos culturales diferenciadores sino de los
intereses de las élites criollas postergadas en el acceso a los cargos públicos que
reemplazaron a los administradores coloniales por ellas mismas.
1
2
Sand, op cit, p. 36.
Anderson, Benedict, Comunidades imaginadas, Fondo de Cultura Económica, México, 2007.
21
En Europa el proceso fue otro. El reino dinástico, único sistema político
imaginable todavía en el siglo XVIII, constituido por poblaciones culturalmente
heterogéneas y con fronteras móviles, entró en crisis. El sentimiento de nacionalidad
hizo su aparición para sustituir la legitimidad de origen divino que ya no se podía
sostener. El desarrollo de las lenguas vernáculas a partir del siglo XVI con la
publicación de gran cantidad de libros impresos en alemán, francés, inglés,
castellano y otros, en reemplazo del latín utilizado en la liturgia, hizo posible el
desarrollo de léxicos propios de la mano del capitalismo y de la administración
estatal. Surgieron así las lenguas nacionales, como campos unificados de
intercambio y comunicación. Esta revolución léxicográfica concluyó en forma
inconsciente en la identificación entre la lengua hablada y escrita con un grupo de
personas que comenzó a imaginarse como una comunidad de iguales con derecho a
un territorio propio. Los propios Estados, incluyendo los reinos dinásticos,
propiciaron el uso de una única lengua para producir cohesión social aún cuando a
veces ni la propia corte hablaba el dialecto que devino luego en idioma nacional.
Surgieron así los “nacionalismos oficiales” como políticas de las clases dominantes
tendientes a crear las naciones, frecuentemente en conflicto con los nacionalismo
lingüisticos populares. Al decir de Ernest Gellner, para quien el nacionalismo es un
principio político que sostiene la necesaria correspondencia entre unidad nacional y
unidad política, el nacionalismo crea las naciones3, las inventa allí donde no existen.
Como corolario de esta corriente historiográfica, conocida como modernista,
Anderson pronuncia su célebre definición: la nación es una comunidad políticamente
imaginada como inherentemente limitada –es decir, no es universal- y soberana por
cuanto se concibe como plenamente libre.
Es importante destacar que varios autores4 distinguen el nacionalismo político
identificado con el concepto de ciudadanía en el marco de un Estado nacional –fuere
reino o república- propio de la Europa Occidental (Inglaterra, Francia, España,
Portugal, incluso Italia aún cuando se constituyere más tarde) del nacionalismo del
Centro y Este Europeo, más tardío, que se identifica con la etnia y en el que la
nación se concibe como un ente inmutable, esencial, primordial, que asumió formas
políticas diferentes pero que existió siempre, desde hace 1.000 ó 1500 años, a
veces 3.000. Sobre esta idea de nación se construyeron o pretendieron construir la
mayoría de las nacionalidades de ese sector de Europa: Alemania, Hungría, los
países de los Balcanes y, luego del derrumbe del Imperio Otomano, la propia
Turquía. Surgió así lo que conocemos como el pangermanismo, paneslavismo y
panturquismo, entre otros. En materia historiográfica se identifica con las tesis
conocidas como primordialistas o perennialistas.
La tesis modernista sobre la nación, de Gellner, Anderson y otros, es
cuestionada por otra corriente historiográfica que sostiene que dicha construcción no
se hizo a partir de la nada sino sobre un sustrato ya existente. Adrian Hastings, el
sacerdote e historiador inglés de origen malayo que publicara en 1997 su estudio
3
Gellner, Ernest, Naciones y nacionalismo. Alianza, Buenos Aires, 1991.
Kohn, Hans, citado por Sand, op cit. p. 64, Sternhell, Zeev, Los orígenes de Israel. Las raíces
profundas de una realidad conflictiva, Capital Intelectual, Buenos Aires, p. 22, Hannah, Arendt, Una
revisión de la historia judía y otros ensayos, Paidós, Buenos Aires. 2005, 1978, idem en El sionismo.
Una retrospectiva, en La tradición oculta, Paidós, Buenos Aires, 2004.
4
22
sobre La construcción de las nacionalidades5, la impugna por simplista. Las
naciones se construyeron a partir de una o más etnias preexistentes. Define a la
etnia como un grupo de personas con una identidad cultural y una lengua hablada
comunes y a la nación como una comunidad mucho más conciente de sí misma que
una etnia6. La nación puede estar formada a partir de una o más etnias que se
fusionan –las naciones rara vez se fusionan- y normalmente se identifica con un
corpus propio de textos, posee o reclama el derecho a la identidad y a la autonomía
política junto con el control de un territorio específico. Las etnias tienen una lengua
oral mientras las naciones una lengua escrita. El uso escrito da fijeza a la lengua,
impide que derive en una multiplicidad de dialectos, facilitando la formación de la
nación a partir de la comunidad de idioma que hace posible la comunicación. El paso
de la lengua oral a la escrita es el momento del surgimiento de la nación. No todas
las etnias derivaron en naciones ya sea por falta de tamaño suficiente –población y
economía-, de una literatura propia o de una religión o tradición histórica común.
Para Hastings la identidad étnica, la escritura vernácula y la presión estatal
dieron origen a la nación y ésta es anterior al nacionalismo. Cuando la nación se
siente en peligro, surge el nacionalismo para su defensa, glorificación o expansión.
El nacionalismo es un movimiento político que procura darle un Estado a una nación
dada. La nación es esencialmente particularista ya que destaca el valor de lo
comunitario frente a lo universal. Para el historiador inglés Inglaterra fue el primer
modelo de nación mucho antes del siglo XVIII. Desarrolló su Estado-Nación ya en el
siglo XV, mucho antes del advenimiento de la modernidad propiamente dicha. La
Biblia, con sus múltiples referencias a las naciones tanto en el Antiguo como en el
Nuevo Testamento7, proporcionó el primer modelo de nación. Sin este modelo,
afirma, no es pensable la Revolución Francesa, como unidad de todas las clases
que comparten un idioma, una cultura, un territorio y un régimen político.
Hastings explora el origen de los términos gens, ethnos y nación en la Biblia
traducida a los idiomas vernáculos, la Vulgata, por considerar a ésta central en el
desarrollo de las naciones. Sostiene que en ésta el término gens se utiliza como
sinónimo del griego ethnos. A su vez ethnos se identifica con el latino natio y éste,
traducido al inglés como nacioun. De donde existe una continuidad entre la etnia, el
pueblo y la nación.
En similar corriente historiográfica Anthony D. Smith8 critica al modernismo
por postular que los pueblos son una tabula rasa en la que se inoculan imágenes y
tradiciones producto de una ingeniería social planificada por un grupo de políticos
nacionalistas. Llama a esta postura teoría gastronómica ya que pretende que la
nación se construye con ingredientes varios, un artefacto ensamblado con una rica
variedad de fuentes culturales. En una posición más extrema, el postmodernismo
afirma que la nación no existe, es un relato, un texto, un discurso, una mera
construcción simbólica y pone como ejemplo a Israel, una mescolanza de grupos
étnicos y de culturas sustancialmente diferente. Frente a la teoría gastronómica y a
5
Hastings, Adrian, La construcción de las nacionalidades. Etnicidad, religión y nacionalismo.
Cambridge University Press.
6 Hastings, p. 13/14.
7 Hastings cita a Isaías 2,4 y Mateo 24,7.
8 Smith, Anthony, Gastronomía o geología. El papel del nacionalismo en la reconstrucción de las
naciones. The London School of Economics. 1995.
23
la directamente negatoria de la nación, Smith reivindica lo que llama teoría
geológica. Ve a la nación como un depósito del tiempo, una estructura estratificada
de capas de experiencias sociales, políticas y culturales de las generaciones
anteriores. La nación no se construye de la nada. Los nacionalistas interaccionan
con las tradiciones culturales. Actúan como arqueólogos que redescubren el pasado,
lo reinterpretan, seleccionan mitos y recuerdos, fijan el canon y buscan la
regeneración colectiva. Llaman a la gente apelando a sus emociones. Su elección
de los mitos no es arbitraria, debe producir eco, tener resonancia para que el mito
arraigue y movilice el presente. La interpretación del pasado debe ser compatible
con la evidencia científica y las demandas ideológicas del nacionalismo. Pone como
ejemplo el mito de la insurrección zelote y la resistencia en la fortaleza de Masada
como símbolo de la afirmación heroica del pueblo judío en la construcción del Israel
moderno. Smith rechaza tanto la visión esencialista de la nación como un ente
perenne e inmutable como la visión modernista que lo visualiza como un mero
artefacto o un relato.
Shlomo Sand, en la obra ya citada, sostiene que el término “pueblo” fue
indiferentemente aplicado a grupos humanos cuyo perfil identitario era esquivo y
estaba lejos de ser estable, pero con el auge del nacionalismo a finales del siglo
XVIII y principios del siglo XIX, se recurrió al uso del término especialmente para
acentuar la antigüedad y continuidad de una nacionalidad que se buscaba construir.
“El ´pueblo´”, concluye “es por ello un grupo social que habita un territorio definido y
que muestra por lo menos los esquemas de normas compartidas y de prácticas
culturales seculares (dialectos relacionados, alimentación, vestido, música, etc.)”.
En el siglo XIX, con el auge de las teorías biologistas y racistas el término
pueblo se identificó con raza, como un conjunto de personas con un origen genético
y una práctica cultural común. De esta forma se lograba disimular las múltiples
identidades fragmentarias que podían existir en el interior de esa comunidad
humana que ahora se identificaba con la nación. Sin embargo, el desprestigio brutal
en que cayó el concepto de raza a partir de los acontecimientos de la primera mitad
del siglo XX provocó el rechazo categórico del concepto de raza entre los
historiadores y cientistas sociales, por lo que se lo sustituyó por el concepto más
respetable de ethnos para preservar el íntimo contacto con el distante pasado.
Ethnos, sin embargo, en griego antiguo significaba pueblo9.
A partir de un pueblo se fundó una nación. El pueblo inglés impuso su
hegemonía sobre los otros pueblos de la isla. La cultura de la Ile de France, hizo lo
propio. Por el contrario, los “pueblos” galés, bretón, bávaro, andalusí, incluso el
“pueblo” yiddish, fueron triturados casi por completo en el proceso. Los pueblos
aparecieron y desaparecieron a lo largo de la historia al igual que los reinos. A veces
las culturas religiosas sirvieron, tanto como lo hizo el folclore popular o el lenguaje
de la administración del Estado, como una valiosa materia prima para forjar
naciones. Bélgica, Pakistán, Irlanda e Israel, a pesar de múltiples diferencias, son
buenos ejemplos de este tipo de forja10.
Más allá de las distintas posturas sobre si la nación precede al nacionalismo o
el nacionalismo engendra las naciones, existe un elemento reconocido por todos los
9
Sand, op cit, ps. 39/42.
Ibidem, p. 43.
10
24
autores como esencial al desarrollo o la construcción de la nación. Ese elemento es
la lengua. Ésta hace posible la comunicación entre los integrantes de la etnia, el
pueblo o la nación. Crea, al decir de Anderson, un campo unificado de intercambio y
comunicación. De allí que la lengua precede siempre a la nación ya que es mediante
ésta que se puede imaginar un origen común y desarrollar una cultura compartida.
La lengua no es, sin embargo, un elemento definitorio del Estado moderno, ya que
éste puede justamente adoptar varias lenguas. Es el caso de Suiza, Bélgica, la
Bolivia actual y tantos otros. Justamente tan asociada está la lengua a la nación que
dichos estados se definen como plurinacionales y pluriculturales. La nacionalidad
adopta un doble sentido: por un lado como sinónimo de ciudadanía (suiza, belga,
boliviana) y por el otro, de identidad cultural (francesa, alemana o italiana, valona o
flamenca, criolla, quechua, aymara o guaraní). El Estado, como comunidad política,
no se identifica con una etnia determinada sino con todos los ciudadanos.
El judaísmo europeo en el siglo XIX
Según Víctor Karady11 la población judía mundial a fines del siglo XIX era de
aproximadamente diez millones de personas. De ese total, cerca del 90 %
correspondía a los judíos de Europa Central y Oriental, los judíos askenazis, y el 10
% restante a los judíos sefardíes, de origen mediterráneo. Esta divisoria es una
constante en la historia judía desde que en el siglo VIII E.C., los jázaros o kházaros,
un pueblo de origen indoeuropeo que erigió un breve reino durante los siglos VII a IX
en la orilla norte del Mar Caspio, se convirtió en forma masiva al judaísmo,
probablemente para diferenciarse de sus vecinos cristianos –los bizantinos- y
musulmanes –el califato de Bagdad-. Desaparecido el reino, los jázaros migraron por
toda Europa Oriental, incluida Rusia, llevando consigo su religión y desarrollando
una lengua propia, el yiddish, de sintaxis eslava pero léxico germánico, con
incorporaciones hebreas12. A fines del siglo XIX los judíos ashkenazis, como
producto ya sea de las persecuciones a las que eran sometidos en la Rusia zarista y
otros países eslavos, o como consecuencia de su alta tasa de crecimiento
demográfico, se desplazaron hacia el Oeste, llegando en grandes oleadas a Europa
Central, principalmente Alemania y Austria.
En la otra punta de Europa, en la península ibérica, los judíos sefardíes o
sefaradíes, asentados en ella desde mucho antes de la invasión musulmana de 711
EC, desarrollaron una rica cultura hasta que fueron expulsados de España por los
Reyes Católicos en 1492 u obligados a convertirse al cristianismo. Migraron primero
a Portugal pero al ser echados también de allí se diseminaron por Europa Occidental
-principalmente Holanda, el Sur de Francia, Italia-, por los países árabes y el Imperio
Otomano, donde llegaron a ocupar importantes posiciones. Los judíos españoles
hablaban el idioma castellano o el ladino, conocido también como judeo-español,
que conservaron en el exilio hasta que en el siglo XIX la mayoría de ellos fueron
adoptando el idioma de los países en los que residían y conservando el propio para
uso ritual o exclusivamente familiar.
11
Karady, Víctor, Los judíos en la modernidad europea, Siglo Veintiuno de España Editores, Madrid,
2000, p. 17.
12 Lazare, Bernard, El antisemitismo. Su historia y sus causas, Ediciones La Bastilla (Ediciones Astrea
de Rodolfo Depalma). Bs. As. 1974, p. 213. En el mismo sentido Koestler, Arthur, The Thirsteen Tribe:
the Khazar Empire and its heritage, Londres, Random House, 1976, Sand, Shlomo, op cit, p. 233 y ss.
25
Una tercera rama del judaísmo mundial la constituyen los judíos residentes en
los países árabes, llamados judíos mizrajim. Se los suele identificar con los sefardíes
por no ser askenazis. Hablaban en su mayoría un idioma conocido como judeoárabe con variaciones según el país árabe de residencia. Los judíos residentes en
Irán hablaban en judeo-persa y lo mismo puede decirse del judeo-bereber. La gran
mayoría de los judíos mizrajim se trasladaron al Estado de Israel luego de su
fundación, integrándose a la comunidad sefardí debido a la similitud en el rito
religioso.
Por último, debemos agregar al mosaico de comunidades judías a otras
menores, dispersas por el mundo, como los etíopes, los famosos falashas, de piel
negra, trasladados en avión a Israel en la década del 80 cuya integración tantos
problemas causó, y la pequeña comunidad de judíos chinos de Kaifeng.
Los idiomas que hablaban los antiguos hebreos, el hebreo y el arameo -este
último principalmente durante la dinastía de los asmoneos-, se conservaron en la
literatura sagrada y las prácticas rituales, como el latín entre los cristianos hasta la
Edad Moderna. El hebreo comenzó a estudiarse en Europa, con el Humanismo y la
Reforma, a fin de poder leer las Sagradas Escrituras. A fines del siglo XIX Eliezer
Ben Yehuda, un judío lituano, promovió su recuperación como lengua hablada hasta
que finalmente, de la mano del sionismo, se convirtió en el idioma oficial del Estado
de Israel.
De todo lo cual surge que la comunidad judía europea en cuyo seno surgió el
movimiento sionista era absolutamente diversa, sus miembros no hablaban un
mismo idioma y estaban hasta separados geográficamente. Tenían un origen étnico
claramente distinto: descendientes de una tribu indoeuropea los askenazis –pese al
rótulo de semitas que les impusiera Wilhelm Marr, periodista judeofóbico autor de un
panfleto que impuso esa designación- y quizá descendientes de los antiguos
hebreos los sefardíes y mizrajim, mezclados con árabes y bereberes. Los judíos de
todo el mundo carecían de una unidad lingüística que les permitiera comunicarse
entre sí, de un territorio, de un gobierno o una autoridad religiosa unificada. Y
también su posición frente a las sociedades en las que convivían era
sustancialmente distinta. ¿Qué es lo que compartían todos ellos? Una misma
identidad religiosa, aún cuando practicaran su culto con rituales diferentes. Theodor
Herzl, el principal fundador del sionismo, destacaba que los judíos no hablaban la
misma lengua:
“¿Quien de nosotros sabe bastante hebreo para como para pedir un boleto de tren
en hebreo” y “En realidad, nos reconocemos como pertenecientes al mismo pueblo
solamente por la fe de nuestros padres”13.
Poseían también otro de los elementos que los autores antes citados indican
como propio de una nación: una lengua escrita y una gran cantidad de textos,
justamente de carácter religioso. Sin embargo no hablaban esa lengua que
utilizaban en sus textos sagrados. Incluso estos textos, la Torá y el Talmud están
escritos en dos idiomas: el hebreo y el arameo o en una mezcla de los mismos14.
13
14
Herzl, El Estado Judío, en Páginas escogidas. Editorial Israel. Buenos Aires, 1979, p. 150.
Shahak, Israel, op cit, p. 119 y ss.
26
Para Leo Pinsker, el médico de Odessa que con su opúsculo
Autoemancipación insuflara con espíritu sionista a los jóvenes judíos rusos aún
antes de Herzl, el pueblo judío no conformaba una nación, le faltaban algunos
atributos esenciales como la lengua, el territorio y costumbres comunes:
“Aquél carece de la mayoría de los atributos con los que necesariamente se
reconoce a una nación. Carece de esa vida genuina que sin una lengua común, unas
costumbres comunes y sin una unidad territorial común resulta impensable. El pueblo
hebreo no tiene patria propia, aunque tenga muchos países maternos; no gira en torno a
ningún eje, no dispone de ningún centro de gravedad, de ningún gobierno propio, de
ninguna representación… Para una nacionalidad judía falta a los judíos ese carácter
nacional propio y singular de quienes viven en las demás naciones, que sólo la
convivencia en un único ámbito estatal determina”15.
En cambio para Bernard Lazare, él mismo judío sefardí del sur de Francia,
autor de una brillante obra, El antisemitismo. Su historia y sus causas, los judíos
eran una nación porque tenían su ley, la Ley de la Torá y del Talmud que les
impedía admitir las leyes de los pueblos extranjeros, por ello en todas partes
establecieron sus colectividades y en todas partes pidieron regirse por sus leyes y
costumbres, no la de los pueblos en medio de los cuales vivían.
“En todas partes querían seguir siendo judíos y en todas partes conseguían
privilegios que les permitían fundar un Estado en otro Estado. Merced a estos privilegios,
estas exenciones y desgravaciones impositivas, se encontraban rápidamente en mejor
situación que los propios ciudadanos de las ciudades en que vivían”.
Para Lazare, el Talmud impidió la fusión. Cita a Spinoza cuando en su
Tratado Theológico Político (Cap. III) dice:
“Se han separado de todas las demás naciones, a tal punto que han levantado
contra ellos el odio de todos los pueblos, no sólo por sus ritos exteriores, contrarios a los
ritos de las demás naciones, sino también por el signo de la circuncisión” 16.
Este carácter ambiguo del judaísmo como nación o como mera comunidad
religiosa se hizo patente cuando la Asamblea Nacional de Francia, el 24 de
diciembre de 1989, apenas iniciado el proceso de la Revolución Francesa reconoció
plenos derechos civiles a los judíos del sudoeste, junto con el mismo reconocimiento
a los protestantes. Casi dos años después, el 27 de septiembre de 1791 extendió
dicho reconocimiento a todos los judíos de Francia. Sin embargo el diputado
Clermont Tonerre se encargó de aclarar: “Hay que negar todo a los judíos como
nación y concederles todo como individuos; que no constituyan en el Estado un
cuerpo político ni una orden”17. La nación francesa no podía admitir una subnación
dentro de sus límites.
La Francia revolucionaria se empeñó en sacar a los judíos del guetto y
convertirlos en ciudadanos franceses. En 1807 Napoleón dictó un decreto por el que
declaraba que las tres religiones del Estado francés eran el catolicismo, el
protestantismo y el judaísmo. Se inició así el llamado proceso de emancipación y
15
Pinsker, Leo, Autoemancipación. Exhortación de un judío ruso a los de su estirpe. Araucaria.
Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades, año 14, nº 27, 2012.
16 Lazare, Bernard, op cit, ps. 15/6.
17 Attali, Jacques, Los judíos, el mundo y el dinero, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2005,
p. 300.
27
asimilación –sobre el que volveremos en el capítulo siguiente- que partió al judaísmo
en dos: los que adoptaron la lengua del país en que vivían y se sintieron nacionales
del mismo, y los que persistieron en su identidad judía separada. Los primeros
habitaban en el Oeste y Centro de Europa: Francia, Inglaterra, Italia, Holanda,
Alemania, Austria; los segundos en el Este: Rusia, Polonia, Ucrania, Lituania,
Rumania, etc. Lazare lo explicó con elocuencia:
“Entre los judíos que reciben la educación talmúdica, y se trata aún de la mayoría de
los judíos en Rusia, Polonia, Galitzia, Hungría y Bohemia y en el Oriente, entre estos
judíos la idea de nacionalidad es todavía tan viviente como en la Edad Media…Entre los
judíos occidentales, entre los judíos de Francia, Inglaterra e Italia y en gran parte de los
judíos alemanes, esta aversión intolerante por el extranjero ha desaparecido. Esos judíos
no leen más el Talmud… no observan más las seiscientas trece leyes. Han perdido el
horror a la mácula que conservan los judíos orientales. La mayor parte ya no sabe el
hebreo”18.
Sin embargo a renglón seguido sostuvo que los judíos occidentales aún eran
judíos que conservaban viva su conciencia nacional:
“Siguen creyendo que son una nación y, por creerlo, se conservan. Cuando el judío
deja de tener la conciencia de su nacionalidad, desaparece. Mientras tiene esta
conciencia, permanece. Ya no tiene fe religiosa, no practica y es irreligioso, cuando no
ateo, pero permanece porque tiene la creencia en su raza”.
Este sentimiento de pertenecer a una nación dentro de otra nación será uno
de los tópicos de la judeofobia europea finisecular, acompañada de la acusación de
doble lealtad, incompatible con el ideal de un Estado nación identificado con un sólo
pueblo en un único territorio. Como dice Hannah Arendt:
“El antisemitismo empezó reflejando un conflicto típico, como el que se produce
inevitablemente en el seno de un Estado nacional en el que la identidad fundamental de
población, territorio y Estado no puede sino sentirse importunada por la presencia de una
segunda nacionalidad que, sea de la forma que sea, también quiere conservar su propia
identidad. En el marco del conflicto de nacionalidades sólo tiene dos soluciones: la
completa asimilación, lo que equivale a la desaparición, o la emigración”19.
A diferencia de Herzl, Lazare no estaba en contra de la asimilación.
Rechazaba el concepto de raza, los judíos eran una nación que debía integrarse a
todas las demás. En esa convicción adhirió al sionismo, acompañando a Herzl en
sus primeros pasos para separarse de él cuando advirtió que no se proponía
combatir la judeofobia sino valerse de ella para su propósito de crear un Estado
judío20. Murió tempranamente en 1903, siendo un optimista empecinado, convencido
de que el “antisemitismo” estaba condenado a perecer con el desarrollo del progreso
social, el cosmopolitismo y una cultura universal.
Lazare pasó por alto dos factores que son esenciales en la conformación de
una nación, además de la lengua común. En primer lugar, una comunidad de vida
económica, un mercado nacional común y con ello una estructura social completa. El
18
Lazare, op cit, p. 231/2.
Arendt, Hannah, El sionismo. Una retrospectiva, en La tradición oculta, Paidós, Buenos Aires, 2004.
p. 141.
20 Arendt, Hannah, Una revisión. de la historia judía y otros ensayos, Paidós, Buenos Aires. 2005, p.
63.
19
28
judaísmo se caracterizó en Europa occidental y central por estar conformado durante
siglos por una sola clase de comerciantes, prestamistas, profesionales –médicos
sobre todo- y funcionarios –consejeros reales, recaudadores de impuestos-, por
constituir lo que Abraham León denominó el “pueblo clase”21. Por su peculiar
ubicación en la estructura de producción no tuvieron en los países de ese sector de
Europa casi clases subalternas, como campesinos y obreros, al menos en este
último caso hasta el siglo XIX, lo que los diferenció de todos los otros pueblos.
Como dice Maxime Rodinson:
“La formación de la etnia, nacionalidad o prenación, es la formación de solidaridades
globales por encima del nivel de las tribus. En este proceso, los factores de relación
económica desempeñan un papel dominante. Este proceso está coronado por la
formación de un auténtico mercado nacional que caracteriza la nación, es decir, la forma
más perfecta conocida de sociedad global supratribal (…). Pero hay que entender que
sólo es la culminación, la coronación de formaciones prenacionales con las que tiene
mucho en común. Eso es especialmente cierto cuando son motivos políticos los que se
oponen a esta culminación”22.
No había en el siglo XIX entre las distintas etnias judías un mercado nacional
propio ni una solidaridad global supratribal. De ahí que Rodinson caracteriza al
judaísmo sólo como una religión que mostraba alguna de las características de una
etnia23.
En segundo lugar se caracterizó, como lúcidamente observó Leo Pinsker, por
la ausencia hasta el surgimiento del sionismo de toda voluntad de crear una
estructura política propia, ya sea un Estado Nación propiamente dicho o alguna otra
forma organización semiestatal autónoma. Conservaron su ley, sus tribunales
rabínicos pero sin una autoridad central, ni política ni religiosa. Cuando los judíos
comenzaron a migrar de Europa a fines del siglo XIX lo hicieron mayoritariamente a
los países americanos, Estados Unidos, Argentina, Uruguay. Sólo muy pocos
escogieron el camino de Palestina. Aún mucho más tarde, en pleno auge del
nazismo, mantuvieron esa preferencia, con la diferencia de que en esos momentos
la mayoría de los países les cerraron sus puertas.
Es por eso que encontramos acertado sostener que los judíos no constituían
una nación a mediados del siglo XIX, tampoco un mismo pueblo o una etnia, sino, en
todo caso, un conjunto de etnias que compartían un mismo acervo religioso fundado
en una literatura común: la Torah, el Tanaj y el Talmud. Si un pueblo requiere un
territorio y alguna autoridad común como sostiene Sand, probablemente sería más
correcto hablar de “los pueblos judíos” más que de “el pueblo judío”. Los problemas
de integración entre askenazis y sefardíes posteriores a la instauración del Estado
de Israel dan crédito a lo expuesto24. Podríamos quizás recurrir al concepto de
“prenación” que postula Rodinson, pero ello implicaría adoptar una concepción
teleológica, finalista, según la cual toda etnia devendrá en nación, lo que
indudablemente no es así. Algunos judíos comenzaron a sentirse parte de una
nación cuando pensaron en construir su propio Estado, cuando respondieron al
21
León, Abraham, La concepción materialista de la cuestión judía, Editorial Canaán, Bs. As., 2010.
Rodinson, Maxime, El marxismo y la nación. En L’homme et la societé, nº. 7, Anthropos, París,
1968, reproducido en Cuadernos Anagrama, Barcelona, 1975.
23 Rodinson, Maxime, Prólogo a La concepción materialista... de A. León.
24 En efecto, ambas comunidades mantienen escuelas separadas y hasta partidos políticos religiosos
distintos. Ver al respecto el Capítulo 4.
22
29
llamamiento de Pinsker de autoemanciparse, de “llegar a ser una nación”. Al
judaísmo como nación le cabe más que a ninguna otra comunidad la expresión de
Gellner: “el nacionalismo engendra las naciones, no a la inversa”25.
25
Gellner, Ernest, op cit.
30
“Se puede interpretar el sionismo como un
movimiento global judío que tiene como objetivo
impedir la asimilación”. Gilad Atzmon, La identidad
errante1.
Capítulo II. El fantasma de la asimilación
Los historiadores son contestes en señalar el inicio del movimiento sionista –sin
perjuicio de la existencia de los precursores- en 1896 con la publicación de Der
Judenstatt de Theodor Herzl en Viena, libro traducido al español como El Estado
judío, si bien para otros sería más correcto hacerlo como el Estado de los judíos,
diferencia que no es fútil. En efecto, la primer traducción es coherente con la visión
esencialista del Estado, como encarnación de la nación judía, mientras la segunda
simplemente como un Estado en el que viven los judíos, que les sirve de hogar
nacional y refugio contra la persecución, pero no es necesariamente excluyente. La
posición de Herzl es ambigua y en esa ambigüedad se resume quizás la profunda
contradicción que afecta al movimiento sionista en sus inicios.
Dijimos en la Introducción que el sionismo se autodefine como un movimiento
de liberación de una comunidad nacional dispersa por el mundo y perseguida que
procuró de este modo reconstruir un hogar nacional en lo que entendían como su
tierra ancestral, Eretz Israel -la Tierra de Israel-, mediante la construcción de un
Estado en dicho territorio que le sirviera de refugio y lugar de desarrollo de su propia
cultura. El Estado judío habría de permitirles ser una nación más entre todas las
otras, terminando con la Diáspora iniciada, según ese relato, con la destrucción por
el emperador Tito del Templo de Jerusalén en el año 70 de la Era Común. De esta
forma el reagrupamiento de los judíos dispersos por el mundo iniciaría una nueva
era en la historia de dicho pueblo, continuadora del reino judío de David y Salomón y
el reino de los asmoneos.
El surgimiento del sionismo sería, de acuerdo a esta doctrina, una
consecuencia directa del antijudaísmo europeo, incrementado notablemente en la
segunda mitad del siglo XIX, antijudaísmo que se expresara brutalmente en los
pogromos de la Rusia zarista, comenzando por la ciudad de Odessa en 1859 y
expandidos al resto del imperio luego del asesinato del Zar Alejandro I en 1881. El
más grave de ellos fue el de Kishinev en1903 con el asesinato de cerca de 103
personas y más de 500 heridos.
En 1879 el ya citado Wilhelm Marr publica su panfleto acerca de La victoria
del judaísmo frente al germanismo desde un punto de vista no confesional, en el que
sostiene la existencia de un conflicto permanente entre ambas razas que solo puede
terminar con la victoria de una de ellas, y funda poco después la Liga de los
Antisemitas, popularizando el término antisemitismo hasta nuestros días, en la
creencia de que los judíos alemanes eran semitas descendientes del pueblo hebreo.
1
Editorial Canaán, Bs As, 2013, pag. 88.
31
La judeofobia se expande por Alemania y se convierte en tema de discusión pública.
Posteriormente, el tristemente célebre caso Dreyfuss en Francia divide al pueblo
galo y delata que el racismo antijudío era también una realidad en el Estado que
había proclamado cien años antes la igualdad de todos los seres humanos y
equiparado por primera vez a los judíos con el resto de los ciudadanos,
confiriéndoles plenos derechos civiles y políticos.
Justamente Herzl cubrió como periodista de un diario vienés el juicio contra
Dreyfuss en París llegando a la convicción de que el antisemitismo era un mal
incurable de la comunidad cristiana europea y que por lo tanto la solución era la
creación en algún lugar del globo de un Estado para los judíos donde éstos pudieran
vivir separados o constituir una clara mayoría nacional. Más de treinta años antes,
Moses Hess, un discípulo de Feuerbach, miembro del grupo de los hegelianos de
izquierda y amigo de Carlos Marx y Federico Engels en su juventud, había escrito un
libro, Roma y Jerusalén, obra por el que se lo considera el precursor del sionismo.
En 1882 Leo Pinsker, ya había publicado Autoemancipación: un llamado a su pueblo
de un judío ruso, en el que convocaba a los judíos a crear un hogar nacional en
Palestina. Su prédica dio lugar al surgimiento del grupo de los Jovevei Zion Amantes de Sion- antecedente directo del movimiento sionista fundado por Theodor
Herzl. Tanto Hess como Pinsker y Herzl creían que el sentimiento antijudío de los
pueblos en cuyo seno vivían era incurable y que por ello la asimilación al mundo
cristiano europeo era imposible, motivo por el cual debía crearse un hogar nacional o
un Estado para los judíos. Pero ¿qué es la asimilación, concepto que va a dar lugar
a tantos debates y controversias?
Napoleón y la emancipación de los judíos
Dijimos en el capítulo anterior que en 1791 la Asamblea Nacional Francesa equiparó
a los judíos franceses con todos los demás ciudadanos reconociéndoles plenos
derechos civiles y políticos pero que simultáneamente el diputado Tonerre aclaró
que no debían constituir en Francia un cuerpo político ni una orden, es decir, no se
los debía reconocer como una nación. Eran a partir de ese momento ciudadanos
franceses de confesión judía.
En 1806, Napoleón, en el apogeo de su dominio de Europa, convocó a una
Asamblea de Notables del judaísmo que tomó el nombre de Gran Sanhedrín y se
celebró en 1807 en París. Allí formuló a los rabinos, reunidos bajo la dirección del
rabino de Estrasburgo, doce preguntas, todas tendientes a obtener su aquiescencia
con el proceso de equiparación y asimilación a la comunidad nacional en el que
estaba empeñado. Así, por ejemplo, les preguntó a los judíos franceses si
consideraban a Francia su patria y estaban dispuestos defenderla, obteniendo por
supuesto una respuesta afirmativa. Si estaba permitido casarse con cristianos o sólo
podían casarse entre ellos, lo que fue respondido afirmando que el matrimonio civil
entre israelitas y cristianos era válido civilmente, aunque no pudiera revestirse de
formas religiosas. Finalmente, si estaba prohibida la usura entre los hermanos judíos
y admitida con los no judíos. El Sanedrín respondió que no todo interés era usura,
que era legítimo cuando se destinaba a operaciones comerciales y que las mismas
reglas regían para judíos y no judíos.
32
Aclaradas estas cuestiones el emperador francés dictó varios decretos
estableciendo el estatus de los judíos como ciudadanos: no debían ser considerados
una nación aparte, la competencia de los tribunales rabínicos estaba limitada a las
cuestiones religiosas debiendo resolverse las demás en los tribunales ordinarios del
imperio, debían ser censados para el servicio militar al igual que los demás
ciudadanos franceses y les estaría vedado el oficio de prestamistas como a todos
los demás2. Finalmente un decreto declaró al judaísmo religión oficial del Estado
francés junto con el catolicismo y el protestantismo. La confesión judía era rescatada
del patíbulo para ser equiparada con las dos principales religiones cristianas. Pero el
judaísmo era considerado una religión, en ningún caso una nación.
Se dio comienzo así al proceso conocido como la emancipación, fuertemente
resistido por una parte importante de la comunidad judía europea. Pero antes de
ingresar en su estudio es necesario señalar que esta política no surgió de la mera
voluntad de los revolucionarios franceses o del emperador de poner en práctica los
principios de libertad e igualdad, sino que rescataba las ideas y propósitos del
movimiento filosófico conocido como la Haskalah o Iluminismo judío iniciado a fines
del siglo XVIII por Moses Mendelsohn (1729-1786), filósofo alemán, amigo de
Emmanuel Kant, quien publicó en 1785 Jerusalén, o el poder religioso del judaísmo.
Mendelsohn instó a los judíos a salir del ghetto, hablar la lengua del país de
residencia, rechazar el Talmud como núcleo de la educación e integrarse al mundo
moderno. Tradujo la Torah al alemán y promovió las escuelas laicas para los
jóvenes judíos. Haskalah significa justamente “la razón” 3, concepto que fuera el alfa
y omega de la Ilustración europea. Mendelsohn concluye su obra con una
exhortación:
“¡Adaptaos a las costumbres y a la constitución del país a que os hayáis trasladado,
pero manteneos también con perseverancia en la religión de vuestros padres. Soportad
las dos cargas tan bien como podáis!”
Este movimiento filosófico va a sentar las bases del judaísmo reformado,
corriente religiosa del siglo XIX caracterizada por su liberalismo, el abandono del
ritualismo y la negación del judaísmo como una nación4. De lo cual se desprende
que la política napoleónica no giraba en el vacío sino que se asentaba en un
proceso ya iniciado en el interior mismo de la comunidad judía de Europa occidental,
como reacción a la vida cerrada y probablemente asfixiante del judaísmo talmúdico.
Aún cuando la Santa Alianza, luego de la derrota de Napoleón intentó dar
marcha atrás con el proceso de emancipación, no pudo evitar que este siguiera su
curso, con la incorporación de los judíos o descendientes de ellos a la mayoría de
las profesiones y oficios y fundamentalmente a la vida intelectual y artística de la
Europa decimonónica. Entre ellos van a destacarse intelectuales tan importantes
como David Ricardo, Carlos Marx, Bernard Lazare, poetas como Heinrich Heine,
banqueros como los Rothschild, Warburg, Montefiore, Hirsch, científicos e inventores
como Ludwig y Alfred Mond, Fritz Haber, Philip Reis, Abraham Stern, empresarios
como Emil Rathenau, André Citröen y políticos como Lionel Rothschild, David
Salomon, Samuel Warburg, Benjamin Disraeli, Ferdinand Lassalle, Eduard Bernstein
2
Véase, Attali, op cit. p. 299 y ss.
Ibidem, p. 284 y ss.
4 Aranzadi, op cit, p. 344.
3
33
y tantos otros. Algunos de ellos, como los padres de Marx y Disraeli, se convertirán
al cristianismo para poder ejercer su profesión o integrarse socialmente, pero otros
permanecerán en su fe judía5.
La emancipación siguió su curso por toda Europa. En la década del 30 se
afianzó en los Países Bajos, en Suecia, en Suiza, en los 40 y 50 en Alemania y
Austria, siguió su curso gradual en Inglaterra hasta ser total en 1858, en 1861 en
Italia con la abolición de los ghettos, en 1878 en los Balcanes como consecuencia
del Tratado de Berlín. Numerosos judíos comenzaron a desempeñar cargos
públicos, incluso por elección popular, como David Ricardo, Lionel Rothschild,
Adolphe Crémieux, David Salomon, Samuel Warburg y otros 6. Pero este proceso fue
resistido en el interior mismo del judaísmo. Un sector de éste, compuesto más tarde
por las corrientes que se habrán de denominar conservadora y ortodoxa se opuso
resueltamente al mismo. Para ellos la Reforma judía era una cristianización
progresiva del judaísmo que conducía a su desaparición y al ateísmo. Debía por ello
ser combatida enérgicamente.
La asimilación
La emancipación jurídica de los judíos europeos, que importaba su plena
equiparación de derechos civiles y políticos con los gentiles, trajo aparejado un
fenómeno nuevo, deseado por un sector de dicha comunidad, resistido por otro y
generador de un sentimiento ambivalente en gran parte de la misma. Me refiero al
fenómeno sociológico conocido coma la asimilación. Víctor Karady en su destacado
estudio sobre Los judíos en la modernidad europea la define como “la apropiación
forzosa o voluntaria de la cultura en sentido antropológico, del modo de vida, de los
valores y de los proyectos sociales de la sociedad de acogida”7. Asimilarse consiste
en pasar a ser un símil, un parecido, en alguien como todos los demás, acceder a la
“normalidad”, no diferenciarse de la mayoría. “Ser hombres, como los otros, fuera de
casa y judíos en casa”. Los judíos asimilados adoptaron la lengua del país en que
vivían, el modo de vida de la Europa decimonónica, las mismas vestimentas de los
gentiles, concurrían a los mismos lugares públicos y hasta las ceremonias religiosas
del judaísmo reformado se asimilaron a las cristianas con la adopción del canto coral
y del altar en las sinagogas. Las juderías de las principales ciudades de Europa
occidental y central se fueron diluyendo y con ello la segregación residencial.
La asimilación tenía sus ventajas y sus inconvenientes. Por un lado otorgaba
mayores posibilidades laborales, de relación social –abriendo la puerta al matrimonio
mixto- y hasta de acceso a cargos públicos, fundamentalmente en la Europa
occidental y central. El judaísmo pasaba a ser una confesión más entre otras –como
lo había dispuesto Napoleón- y el judío asimilado, un francés judío o un alemán de
credo mosaico, como se los llamaba. Todos los intelectuales judíos –salvo los
dedicados estrictamente al estudio de los libros religiosos- pasaron a formar parte de
los judíos asimilados. Éstos se liberaban de muchas de las pesadas cargas propias
del judaísmo talmúdico y podían mejorar su condición social. El proceso asimilatorio
traía consigo otra consecuencia: el avance de la secularización entre los judíos. El
abandono de una vida signada por la religiosidad y el particularismo, acompañado
5
Para el proceso de emancipación con más detalle véase Attali, op cit.
Véase, Attali, p. 308 y ss.
7 Karady, Víctor, op cit, p. 145.
6
34
de la difusión de las ideologías de carácter universalista: el liberalismo y el
socialismo en sus diversas variantes. Justamente muchos judíos asimilados se
constituyeron en abanderados de las corrientes políticas que proponían grandes
cambios sociales, como lo demuestra el origen de muchos de los líderes de la
socialdemocracia alemana y austríaca.
Los resultados de la asimilación son objeto de controversia. Para algunos
autores fue exitosa y beneficiosa para los judíos. Así para Avinery el siglo XIX fue el
mejor siglo que los judíos hubieran conocido hasta entonces desde la destrucción
del Templo. Si al inicio del mismo los judíos estaban en los márgenes de la
sociedad, tanto desde un punto de vista social como político, al finalizar se hallaban
en el centro mismo de la sociedad europea. Cien años antes de 1914 –sostiene- en
los principales centros urbanos no había casi judíos. Para esa fecha ocupaban una
posición honorable en las esferas espirituales –periodismo, literatura y creación
artística-, eran políticamente activos y particularmente conspicuos tanto en los
movimientos revolucionarios como en las finanzas. Aunque la discriminación y el
odio social no hubieran desaparecido, por primera vez les fue dado a los judíos una
oportunidad legal de participar en el desarrollo de la sociedad, aún cuando esa
oportunidad significaba un desafío a su propia identidad como judíos 8.
Para Karady, en cambio, la identidad de los asimilados resultaba siempre
problemática, exigía un esfuerzo continuado de sobrecompensación –mostrarse
como los mejores en todo- y llevaba a la doble pertenencia. Los asimilados
buscaban mantener abierta la retirada, los vínculos con el judaísmo. Su aceptación
dependía de la voluntad de la otra parte, no siempre dispuesta, en particular con
aquellos que mantenían sus obligaciones religiosas. La asimilación conllevaba tres
procesos: la ocultación de la propia identidad, su compensación y la ocupación
obsesiva y constante con ella. “La obsesión por la identidad sólo puede entenderse
sobre el fondo del miedo al antisemitismo –probado o hipotético- del mundo
circundante, ante la ´mirada del otro´, examinadora o quizá amenazante” 9. El efecto
positivo de este proceso, dice este autor, comenzó a agotarse a principios de la
década 1870 en que la asimilación comenzó a percibirse como un engaño y vivirse
como un trauma estructural.
Moses Hess y la reacción antiasimilacionista
En 1862 Moses Hess publicó Roma y Jerusalén, libro considerado liminar del
sionismo político. Nos detendremos en su análisis ya que sienta las bases del
mismo. Pese a haber sido en su juventud un ferviente asimilacionista y haber
contraído matrimonio con una gentil, Hess comenzó su obra más trascendente
proclamando su retorno al seno de su pueblo después de veinte años. Una idea que
creía ahogada en su pecho se encontraba nuevamente viva en él: su nacionalidad,
inseparable de la tierra santa y la eterna ciudad, en obvia referencia a Jerusalén. “El
judaísmo es ante todo una nacionalidad cuya historia milenaria marcha
estrechamente unida a la historia de la humanidad; una nación que ya fue el órgano
de regeneración espiritual del mundo social…” sostenía, agregando al concepto de
8
9
Avinery, op cit.
Karady, op cit, p. 174.
35
nación la idea mesiánica de un rol emancipador de toda la humanidad. “Hay pueblos
que desaparecen sin dejar huella y otros que alumbrarán el reino mesiánico”10.
Para Hess los judíos eran no sólo una nación sino también una raza. “La raza
judía es una raza original que pese a todas las influencias climáticas se reproduce
en su integridad. El tipo judío se ha conservado igual en el curso de los siglos”. Era
una raza irreductible. “Los alemanes odian menos a la religión judía que a la raza
judía, odian menos a su fe que a sus narices características” 11. Para él la
asimilación era imposible. Por más que el judío se convirtiera al cristianismo
continuaría siendo judío, aún apóstata o converso. “La vida es un producto inmediato
de la raza, que estructura sus instituciones sociales de modo típico según sus
disposiciones y tendencias innatas”. Cada raza tenía un talento especial: la aria para
la ciencia y el arte, la semítica para la ética. Como señala acertadamente Sand,
Hess se hallaba influenciado por las teorías seudocientíficas de la raza propias de la
época: Robert Knox que escribiera The races of man en 1850 y Arthur de Gobineau,
autor de Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas publicado en1853. La
teoría racial fue casi incuestionable en las ciencias sociales hasta 188012.
Con fervor se oponía a la Reforma religiosa ya que ésta llevaba a la
indiferencia y deserción del judaísmo. “El vínculo religioso, que hasta ahora
estrechaba y unía a los dispersos, fue de diversas maneras desgarrado por obra de
la participación de los judíos en la vida cultural moderna”13. Ese contacto llevaba a la
disolución, la reforma llevaba a un nihilismo vacuo y una anarquía sin límites. Los
judíos “jamás podrán confundirse con los pueblos en cuyo medio viven dispersos,
sin volverse infieles a su culto nacional”. Esos esfuerzos “conducen a la destrucción
del culto judío”. “El judaísmo no puede regenerarse en el destierro, mediante
reformas y afanes filantrópicos se puede, cuando más, conducirlo a la apostasía” 14.
Para Hess los reformistas eran los protestantes judíos que debían cerrar las puertas
de sus templos enviando a sus fieles al templo de los francmasones. En un ejercicio
de comparación histórica los asimilaba a los saduceos, del mismo modo que los
rabinistas –los conservadores- eran los equivalentes de los fariseos y los hasidistas
de los esenios.
En una interesante y rica observación sostenía en su diario personal que la
ley mosaica no distinguía entre política y religión15 y que esa separación era la
marca distintiva del cristianismo, en obvia referencia a la frase atribuida a Cristo
“Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Veremos que esta no
separación, esta conjunción entre política y religión acompañará al sionismo en todo
su desarrollo político.
Para realizar su proyecto de reconstruir un Estado judío Hess pensaba en la
ayuda de los países civilizados: Francia, la salvadora en la humanidad, en primer
lugar, luego Inglaterra y Alemania. Terminaba convocando a los judíos a liberar a su
patria de Turquía, ya fuera por medios pacíficos o por cualquier otro medio, a llevar
10
Hess, Moses, op cit, p. 99, 103, 105.
Idem, Carta Cuarta, p. 109/110.
12 Sand, op cit, p. 92.
13 Hess, op cit, Carta Séptima, p. 134.
14 Idem, Carta Duodécima, p. 188.
15 Idem, citado en el prólogo de León Dujovne.
11
36
la civilización y las ciencias allí donde reinaba el sensualismo y la molicie de Oriente,
“seréis los educadores de las hordas bárbaras y de los salvajes pueblos africanos”16.
Los fundadores y la asimilación
Herzl dijo haber leído a Hess después de publicar su famoso libro y haberse sentido
en absoluta consonancia de ideas. Él era también un judío asimilado. Vestía a la
usanza occidental, escribía obras de teatro que alcanzaron a ser representadas y
llevaba la vida de un burgués vienés finisecular. Pero el caso Dreyfuss lo volvió
hacia el judaísmo. Al igual que Hess, llegó a la conclusión que los judíos eran
inasimilables. En su obra magna escribió:
“En los países donde reina el antisemitismo, éste es consecuencia de la
emancipación de los judíos”. “Pero podríamos, quizá, ser absorbidos por los pueblos en
cuyo seno vivimos, si se nos dejara en paz durante sólo dos generaciones. No se nos
dejará en paz! Después de breves períodos de tolerancia surge siempre de nuevo la
hostilidad”. “La causa remota es la pérdida, sufrida en la Edad Media de nuestra
capacidad de asimilación; la causa próxima es la superproducción de intelectuales
medios, que no encuentran salida abajo y tampoco pueden elevarse sobre su nivel, es
decir, que no hay salida ni ascensos normales”.
A diferencia de Hess, no era contrario a la asimilación para quien la deseara,
pero ésta era equiparable a la extinción de la persona como judío: “El que pueda,
quiera y deba perecer, ha de extinguirse. La personalidad del pueblo judío no puede,
ni quiere, ni debe desaparecer”. La condición para continuar siendo judío era no
asimilarse.
Una postura más extrema expresó Max Nordau, la mano derecha de Herzl en
los inicios del sionismo. Él mismo era también un judío asimilado, médico de
profesión, casado con una gentil de confesión protestante. En su obra El fracaso de
la emancipación17 sostuvo que Napoleón llevó adelante un intento de absorción y
eliminación del judaísmo:
“En otras palabras, exigió que los judíos renunciaran a su fe mesiánica, que
depusieran sus esperanzas nacionales, que abandonaran sus formas de vida peculiares;
en resumen que se entregaran al suicidio nacional”.
Acusó al Sanhedrín de renunciar cómodamente al judaísmo y al emperador
francés de maquinar para que los judíos adoptaran la religión del Estado En el
primer Congreso Sionista en Basilea, en 1896, pronunció un vibrante discurso contra
la asimilación. Veamos sus propias palabras:
“La emancipación transformó totalmente la naturaleza del judío y lo convirtió en una
criatura distinta. El judío desprovisto de derechos de la época anterior a la emancipación
era un extranjero entre los pueblos, pero en ningún momento pensó en rebelarse contra
tal situación. Se sentía miembro de una raza totalmente diferente que nada tenía en
común con sus coterráneos. Todas las costumbres y modalidades judías tendían
inconscientemente a un solo y único propósito: el de conservar el judaísmo merced al
aislamiento del resto de las naciones, fomentar la unidad del pueblo judío y reiterar
16
Idem, Carta Undécima, p. 182.
Nordau, Max, El fracaso de la emancipación, en El sionismo, crítica y defensa, Biblioteca de
Literatura y Ciencias Sociales, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1968.
17
37
incansablemente al individuo judío la necesidad de preservar sus características a fin de
no verse extraviado y perdido”.
“Esta era la psicología de los judíos del ghetto. Luego vino la emancipación. La ley
aseguró a los judíos que eran ciudadanos cabales de sus respectivos países natales…
El judío, ebrio de gozo se apresuró a quemar sus naves. A partir de ahí tenía una patria y
no necesitaba más el guetto… El judío se inclinaba a creer que no era más que alemán,
francés, italiano, etc.”
“Esta es la situación actual del judío emancipado en la Europa Occidental. Ha
abandonado su personalidad judía, pero los pueblos le hacen sentir que no ha adquirido
la personalidad de ellos. Se separa de sus correligionarios porque el antisemitismo se los
ha hecho aborrecibles, pero sus propios compatriotas lo rechazan cuando trata de
acercarse a ellos. Ha perdido la patria del ghetto, y su tierra natal se le niega como
patria. No tiene terreno bajo sus pies, y no está ligado a un grupo al cual pueda
incorporarse como miembro bien recibido con plenitud de derechos”.
Creía también en las diferencias raciales y asignaba a los judíos las
cualidades de la diligencia, la perseverancia, la inteligencia y la economía. El judío
era más activo y diligente que el término medio de los hombres europeos, y por
supuesto mucho más que los indolentes asiáticos y africanos. Estaba convencido de
la superioridad racial de sus hermanos de “raza”. Pese a hallarse casado con una
gentil desde antes de hacerse sionista, se manifestaba arrepentido si bien no podía
ya volver atrás, y se oponía a los matrimonios mixtos como indeseables.
Los continuadores, en la misma senda
Chaim Weizmann fue el primer presidente del Estado de Israel luego de su
fundación en 1948. Antes de ello fue Presidente de la Organización Sionista Mundial
pero sobre todo un importantísimo lobbista del sionismo en Gran Bretaña. Era
también Presidente de la Federación Sionista Británica cuando se emitió la
Declaración Balfour en cuya obtención tuvo un papel destacado. Durante casi
cuarenta años condujo la diplomacia sionista lo que le valió ser reconocido con el
cargo de Presidente en 1948, aún cuando ese cargo en dicho Estado es
prácticamente honorífico.
Weizmann era bielorruso, de familia campesina aunque con actividades
comerciales. Estudió química en Alemania donde adhirió al sionismo. Luego se
trasladó a Inglaterra donde se radicó, enseñó en la Universidad y trabajó para el
ejército inglés en la fabricación de explosivos de guerra. Él y su esposa se hicieron
súbditos británicos. Al final de su vida escribió sus memorias a las que llamó, en
consonancia con su formación científica, A la verdad por el error18. Sus múltiples
observaciones sobre la asimilación son importantes porque expresan probablemente
los sentimientos y las formas de pensar de los judíos de Europa Oriental.
Durante su estancia en Alemania conoció a los judíos asimilados tan
numerosos en ese país. Ese comportamiento lo llevó a preguntarse como es que los
judíos alemanes se empeñaban frenéticamente en destruir su propia identidad, para
ser aceptados como alemanes por los mismos alemanes19. Entre estos conoció a
un doctor Barness quien se creía alemán de credo mosaico. En su obra lo califica
18
19
Weizmann, Chaim, A la verdad por el error, Santiago Rueda Editor. Buenos Aires, 1949.
Ibidem, p. 47/8.
38
por ello de cobarde, adulador y antisemita en el fondo, calificando su vida como
“esclavitud en medio de la libertad” según las enseñanzas de otro pensador sionista
Achad Haam20. Sostenía que “No hay judíos ingleses, franceses, alemanes o
estadounidenses sino sólo judíos que viven en Inglaterra, Francia, Alemania o
Estados Unidos”21.
Weizmann es autor de una curiosa teoría química del antisemitismo: cuando
la cantidad de judíos que existe en un país cualquiera llega al punto de saturación, el
país reacciona contra ellos.
“El factor determinante en esa cuestión no es el de la solubilidad de los judíos, sino
el poder solvente del país”, concepto aplicable incluso a Inglaterra22.
En contra de todas las teorías sobre el sionismo que hemos citado sostenía
que los pogromos rusos nada tuvieron que ver con el surgimiento del mismo:
“Los sufrimientos de los judíos rusos no fueron nunca el origen del sionismo. La
causa fundamental del movimiento fue, y es, el anhelo indesarraigable de los judíos de
poseer una patria, un centro nacional y un hogar nacional, con una vida nacional judía” 23.
Aaron David Gordon fue, probablemente, el más importante ideólogo del
sionismo entre los que hicieron su aliah a Palestina, Eretz Israel en sus palabras.
Fue un nacionalista integral, con una concepción biologista de la comunidad y del
hombre como una célula componente de la nación. Antiliberal, anticapitalista y
antisocialista, expresó una concepción comunitarista de la sociedad similar al
integrismo católico y un populismo nacionalista inspirado en el volkismo alemán y la
eslavofilia. Sostenía que la vida en diáspora degradaba al pueblo judío. Llegó a
afirmar:
“Somos un pueblo parásito: no tenemos ninguna raíz en la tierra, ningún suelo bajo los
pies. No sólo somos parásitos económicos, sino también saprofitos de la cultura de los demás,
de su poesía, de su literatura e incluso de sus valores e ideales. Cualquier corriente de su vida
nos arrastra, cualquier brisa que sople en sus regiones nos lleva. No existimos ni por nosotros
ni para nosotros. Entonces, ¿hay que asombrarse de no ser nada para los demás pueblos?
(Ciertamente), no es culpa nuestra si llegamos a este punto, pero así es la realidad, así es la
diáspora”24.
Se advierte que coincidía con los judeofóbicos en que los judíos eran
parásitos sociales, y eso era el resultado del exilio. Las metáforas utilizadas tornan
patente la influencia en Gordon de las corrientes de pensamiento biologistas u
organicistas, en particular el positivismo evolucionista spenceriano, en boga durante
el cambio de siglo, para el cual la sociedad es un todo y los individuos una parte de
él, sometidos a la ley de supervivencia del más apto. Para Gordon la fortaleza se
demostraba en el trabajo de la tierra que transformaba al individuo en un ser
productivo, lo que sólo era posible en Eretz Israel. Por sobre todas las cosas temía
la asimilación: “Hay que comprender claramente que, si no tomamos la delantera, la
Seudónimo que significa “uno del pueblo”. Su verdadero nombre era Asher Ginsburg.
Citado por Gilad Atzmon, op cit, pag. 23.
22 Weizmann, op cit, p. 129.
23 Ibidem, p. 278.
24 Sternhell, Los orígenes…, op cit, p. 70, con cita Aaron David Gordon, Escritos, T. I, Jerusalén, La
Librería Sionista, 1952.
20
21
39
asimilación se hará de manera natural” 25. Dedicó todos sus esfuerzos a combatirla y
a su compañera, la emancipación, que consideraba más hábil y perjudicial.
David Ben Gurión (nombre hebraizado de David Grün, 1886-1973), puede ser
considerado sin duda el arquitecto del Estado de Israel. De origen polaco arribó a
Palestina en 1906 y dedicó toda su vida al sionismo convirtiéndose poco tiempo
después en el líder indiscutido del sionismo socialista. Fue director de la Agencia
Judía, el proto-estado judío previo a 1948, dirigió la Haganah, fuerza armada de la
comunidad judía, impulsó la limpieza étnica de Palestina y fue designado primer
ministro del Estado en 1948, cargo que ocupó durante muchos años. Volveremos
sobre él con asiduidad.
Al igual que Weizmann deploraba la asimilación. Consideraba el exilio o Galut
como una vida entre extraños en la que se debía evitar la contaminación. En sus
discursos dijo: “Otro peligro nos amenazaba; un peligro cultural y económico, no
menos serio y trágico que el primero: el peligro de la asimilación y de una economía
bastarda”26. Para él, la Revolución Francesa amenazó con borrar la existencia de
todo el pueblo judío ya que los intimó a dejar de ser un pueblo. Pero los judíos
resistieron, se hicieron laicos.
Los judíos asimilados eran víctimas de occidente, renegados, casi aniquilados
físicamente. Se hallaban escindidos en su condición de hombres y de judíos. Llegó a
decir que la asimilación era una muerte dulce. Al fundarse el Estado de Israel pactó
con los sionistas religiosos delegar en los tribunales rabínicos todo lo concerniente al
estatuto de las personas con el deliberado propósito de impedir los matrimonios
mixtos, considerados una amenaza para la conservación del pueblo judío. Creía que
los judíos eran un pueblo único, sin parangón, dotados de una voluntad moral única,
capaz de resistir los intentos de asimilación del cristianismo y del Islam y vencerlos.
“Las causas y orígenes de este triunfo están en la superioridad moral y espiritual del
pueblo judío”. “El apego indestructible del pueblo judío a esa superioridad de espíritu
pudo subsistir gracias a su fe en el valor del hombre”27.
En la misma línea que Hess sostenía que la salvación y redención de la
humanidad era la gran contribución judía y que su historia, en su totalidad, constituía
la más grandiosa utopía en la historia de la humanidad.
El riesgo de la asimilación
Llegados a este punto es fácil advertir que para los principales referentes del
sionismo, ya sea un precursor como Hess, los fundadores Herzl y Nordau y los
ejecutores del proyecto como Weizmann, Gordon y Ben Gurion, la emancipación de
los judíos y su asimilación a la sociedad europea representaba un riesgo cierto de
desaparición del judaísmo. Llevaba a los matrimonios mixtos, a adoptar la
nacionalidad del país de residencia, concurrir a las mismas escuelas que los
gentiles, celebrar sus fiestas, abandonar las vestimentas tradicionales y el yiddisch.
La asimilación no era vista como una integración a la sociedad de los gentiles,
25
Ibidem, p. 75 y ss.
Ben Gurion, op cit, T. I, p. 140.
27 Idem, pags. T. II, 107, 196, 381.
26
40
conservando en ella su propia religión, sus tradiciones y costumbres, como lo era
para el judaísmo reformado inspirado en las enseñanzas de Moses Mendelsohn,
sino la pérdida de la propia identidad, la negación del judaísmo, su desintegración o,
como sostenían: el suicidio nacional28. La política de Napoleón era una trampa para
que se convirtieran a la religión del Estado francés pese a que éste había
equiparado al judaísmo con el catolicismo y el protestantismo y jamás impuso la
conversión de los judíos.
Walter Laqueur confirma que el sionismo siempre vio a la asimilación como su
principal enemigo, sin distinguir claramente entre emancipación y asimilación 29. Zeev
Sternhell, historiador israelí, estudioso del fascismo y él mismo sionista reconocido 30,
sostiene en su obra Los orígenes de Israel. Las raíces profundas de una realidad
conflictiva que el sionismo fue una respuesta de tipo herderiano, por no decir tribal,
al desafío de la emancipación. Al igual que Weizmann, para Ben Gurión el sionismo
no debía su auge a los sufrimientos y discriminaciones que sufrían entonces los
judíos de Europa del Este, sino a la voluntad de hacer frente a los riesgos de
desaparición de la identidad judía31. Si bien en un principio el sionismo parecía un
movimiento destinado a huir de los pogromos, la respuesta a ello de las masas
judías fue migrar a los Estados Unidos. Entre 1890 y 1922 menos del 1 % eligió
Jaffa a Nueva York. En cambio para los sionistas militantes se trataba de “salvar a la
nación judía de los peligros de la modernización”32.
Curiosamente este miedo pánico a la asimilación se contradice con la idea de
varios autores según la cual el fracaso de la asimilación en el siglo XIX fue la causa
del sionismo33. Las citas expuestas nos llevan a pensar todo lo contrario, que fue el
éxito enorme de ésta, pese a sus contratiempos, a la persistencia de la judeofobia
en vastos sectores sociales. El 99 % de los judíos que partían de Europa ya sea
buscando mejores oportunidades o huyendo del antijudaísmo, se dirigían a América,
principalmente a los Estados Unidos y también a la Argentina. En esos países no
necesitaban leyes de emancipación y se integraban fácilmente –aún cuando
esporádicamente aparecieran sentimientos antijudíos- manteniendo su religión y sus
costumbres si así lo deseaban. Sólo una ínfima minoría se dirigía a Palestina. El
sionismo necesitó de las leyes antiinmigratorias de Gran Bretaña y Estados Unidos
primero y del nazismo después para poder desviar en forma compulsiva el torrente
de migrantes judíos hacia sus tierras irredentas. La inmensa mayoría de ellos
preferían seguir por la senda de la asimilación. Luego de la fundación de Israel los
judíos estadounidenses y argentinos continuaron en sus países de adopción. Israel
necesitó de los judíos de los países árabes para poder poblar el territorio
conquistado.
Antes del advenimiento del nazismo al poder en 1933, había 600.000 judíos
en Alemania. De ellos sólo 20.000 se hallaban adheridos a la federación sionista
alemana y tan sólo 2.000 hicieron la aliah a Palestina, un 0,33 % del total. El
Arendt, El sionismo…, p. 142,
Laqueur, op cit, p. 591.
30 En una entrevista en el diario Haaretz se definió como supersionista.
31 Sternhell, Zeev, Los orígenes…, con cita del discurso De la clase a la nación. Reflexiones sobre la
vocación y las opciones del movimiento obrero, p. 24.
32 Ibidem.
33 Aranzadi, op cit, p. 447, Martínez Rodríguez, Alejandro, Entre el Estado y la comunidad. El
judaísmo critico de Franz Rosenzweig. Debats. 103. Invierno 2009/1. Judaísmo, diáspora e itinerarios.
28
29
41
acuerdo Haavarah, sellado entre la federación sionista alemana y el régimen de
Hitler en 1934, permitió el ingreso a Palestina de 20.000 judíos, que no tenían otra
opción ya que sus bienes eran vendidos por el Estado alemán y los fondos
obtenidos derivados a la organización sionista34. Muchos “alemanes de fe mosaica”
permanecieron en su país, con la esperanza de que la locura pasara.
La comunidad judía italiana se hallaba totalmente asimilada e integrada. Era
pequeña –unos 50.000- pero ocupaban importantes puestos en la sociedad. El
propio Mussolini no era antijudío, al menos hasta 1938. Tuvo importantes
colaboradores de ese credo y hasta una amante judía, Margarita Sarfati, también
prima donna de la vida cultural del régimen. Recibió a Weizmann tres veces y trató
de ganarlo para su causa. Estableció un lazo sólido con Jabotinsky, tratando de
hacer pie en Palestina y reducir la influencia inglesa. Tras la llegada de Hitler al
poder eminentes exiliados judíos encontraron acogida en Italia35. Recién en 1938,
por motivos que aún son objeto de debate entre los historiadores, se dictaron las
leyes antijudías y comenzó la persecución de los italianos de esa confesión.
Quizá se pueda hablar de un fracaso de la asimilación en Europa a la luz de
los acontecimientos posteriores, pero no es posible extender esa afirmación a todos
los países de Occidente, cual destino histórico inevitable. Detrás de ese tipo de
afirmaciones se oculta la reacción anti-Ilustración propia de un sector de los
cientistas sociales contemporáneos que cargan en la cuenta de este movimiento la
supuesta responsabilidad por el genocidio de los judíos de Europa. Lo que es
indudable es que a fines del siglo XIX y principios del XX, los sionistas temían todo
lo contrario: el éxito irrefrenable de la asimilación que haría desaparecer el sueño de
la nación judía. Algunos, como el poeta Chaim Nachman Bialik, llegaron a festejar el
advenimiento de Hitler ya que salvaría al pueblo judío de su propia destrucción36.
Un episodio del sionismo confirma la tesis según la cual el sionismo fue más
una reacción contra la asimilación que contra los progromos. En 1903 el gobierno
británico ofrece a los sionistas crear su Estado en Uganda para lo cual les
concedería tierras suficientes. Herzl la acoge favorablemente y somete la propuesta
al Sexto Congreso Sionista reunido nuevamente en Basilea pero, sabiendo de la
resistencia que encontraría, lo plantea como una salida transitoria para aliviar la
situación de los judíos rusos –acababa de producirse el progromo de Kishinev-. La
propuesta divide profundamente al Congreso y a todo el movimiento sionista. Los
judíos rusos se oponen resueltamente. Sienten que es abandonar la esperanza de
construir su Estado en Palestina. Herzl insiste y hace valer su autoridad. La
propuesta es aprobada por 295 delegados contra 175 que votan en contra y cerca
de 100 abstenciones. Los derrotados se retiran del Congreso. Herzl es acusado de
traidor. Trata de disculparse explicando que no ha renunciado a Palestina, es sólo
una salida transitoria que contempla la situación afligente de los judíos rusos, pero
hasta los delegados de Kishinev la han votado en contra. El sionismo ha quedado
resquebrajado. Herzl muere poco tiempo después a la edad de cuarenta y cuatro
años. El Séptimo Congreso celebrado en 1905 rechaza definitivamente la idea. De
34
Attali, op cit, p. 428.
Erriguel, Adriano, El tiempo de los sargentos y de los poetas. Gabriele D’Annunzio y los orígenes
del fascismo. Página Transversal, Internet.
36 Brenner, Lenni, Sionismo y fascismo, Editorial Canaán. Buenos Aires, 2011, p. 107 y ss.
35
42
ahí en adelante, salvo para un pequeño grupo que se escinde, Palestina será el
único lugar para el Estado soñado.
Lo acontecido con la propuesta de Uganda es demostrativo de las verdaderas
causas y fines del sionismo. En una entrevista mantenida poco tiempo después por
Weizmann con Arthur Balfour, ante la requisitoria de éste sobre los motivos para
rechazar la oferta, el futuro presidente de Israel le manifestará que “sólo una
profunda convicción religiosa expresada en términos políticos modernos podía
mantener vivo el movimiento y que esa convicción debía estar basada en Palestina y
sólo en ella. Cualquier cambio sería… una forma de idolatría”37. La cuestión religiosa
como centro de la aspiración nacional, era prioritaria sobre la seguridad de los
judíos. Los propios judíos rusos y hasta los de Kishinev podían postergar su refugio
con tal de lograr lo que imaginaban un retorno a la tierra de sus antepasados.
Cuarenta años antes, Hess había señalado la diferencia ente los judíos orientales y
los occidentales, la forma en que los primeros añoraban el fin del destierro mientras
los segundos vivían en la suntuosidad38. La realización del sueño sionista fue
fundamentalmente la obra de los primeros.
Palestina no era, en consecuencia, un refugio, sino el símbolo de un lugar, la
Tierra Prometida por Yahvé al pueblo judío, casi cuatro mil años antes, en la que
podían realizar el sueño de un hogar nacional que preservara al judaísmo de su
desaparición mediante su asimilación en la cultura gentil europea.
37
38
Weizmann, op cit, p. 155.
Hess, op cit, pag. 177.
43
“Expliqué las ventajas generales del Estado judío
para Europa. Sanearíamos el foco infeccioso de
Oriente. Construiríamos las vías férreas al Asia, el
camino real de los pueblos civilizados. Y ese
camino no estaría en poder de una sola gran
potencia”. Herzl, Theodor, Diario, abril 23, 18961.
Capítulo III. El sionismo y el poder colonial
El episodio de la promesa de Uganda nos introduce en un aspecto crucial del
sionismo, indispensable para su correcta caracterización política: su relación con las
potencias coloniales, en particular con Gran Bretaña y más tarde con los Estados
Unidos.
La promesa de otorgar tierras del territorio de Uganda para erigir en ellas un
Estado judío revela un elemento esencial de la ideología colonialista europea: el
derecho de la metrópoli a disponer de la tierra en que habitaban otros pueblos, en
este caso los residentes de ese territorio africano que necesariamente iban a ser
expulsados, desplazados o, como se dirá más tarde de los palestinos, transferidos.
Los judíos sionistas que en el Congreso de Basilea rechazaron la propuesta no lo
hicieron pensando en el avasallamiento del pueblo de Uganda sino en su firme
determinación de no renunciar a la Tierra de Israel. Poco tiempo antes, en El Estado
judío, Herzl había propuesto erigirlo ya fuera en Palestina o en Argentina. Palestina
formaba parte de la Siria Sur del Imperio Otomano y era un territorio densamente
poblado con casi medio millón de personas de confesión musulmana, cristiana y
judía que vivían en paz, profesando cada uno su credo. La Argentina era un país
políticamente independiente, aún cuando su economía se hallare estrechamente
ligada a la del Imperio Británico. La única relación con la cuestión judía estaba dada
por el hecho de haber acogido en su seno numerosos inmigrantes europeos de
confesión judía, muchos de ellos traídos de la mano del Barón Mauricio Hirsch, que
fundaron varias colonias agrícolas y se integraron rápidamente a la sociedad de
recepción. Herzl creía que esa “infiltración de los judíos” había provocado disgusto y
que la Argentina tendría el mayor interés en ceder una porción de su tierra,
escasamente poblada2. En ambos casos el fundador del sionismo político apelaba a
la cesión de tierras por parte de los gobernantes, tierras que imaginaba
despobladas. Más tarde Herzl propondría a los británicos la isla de Chipre, la
península del Sinaí o la región de El Arish –norte del Sinaí-, todas regiones bajo
dominio colonial3.
El sionismo entre los cristianos
Curiosamente la idea del fomento de la inmigración judía a Palestina no surgió de
los propios judíos sino entre una serie de políticos, funcionarios y filántropos ingleses
1
En Páginas escogidas. Editorial Israel. Buenos Aires, 1979,
Theodor Herzl. Páginas escogidas, El Estado… , p. 112.
3 Theodor Herzl, Páginas escogidas, Diario, pags. 357 y ss.
2
45
entre los que se destaca Lord Anthony Ashley Cooper, séptimo conde de
Shaftesbury. Éste creía que lo que él llamaba la restauración de los judíos acabaría
con la fe judía ya que estos se convertirían al cristianismo y eso anticiparía la llegada
de la redención al mundo. No proponía un Estado judío sino que éstos cumplieran el
papel de avanzada británica en la zona y con ese objetivo logró que Lord
Palmerston, ministro de relaciones exteriores, creara el primer consulado británico
en Palestina. Ya en 1809 se había creado en Londres la Sociedad Londinense para
la Promoción del Cristianismo entre los Judíos, entidad cuyo nombre nos indica una
clara finalidad evangélica. Las intenciones redentoristas se mezclaban con los
objetivos estratégicos de expansión en el Mediterráneo Oriental, la alianza transitoria
con el Imperio Otomano para la reconquista de Siria y Palestina que habían caído en
manos del gobernador de Egipto, el ingreso en el proyecto del Canal de Suez a fin
de controlar el paso a la India y la colonización de Chipre4. Es en este concierto de
intereses y proyectos mesiánicos que va a surgir el proyecto sionista a fines de ese
siglo proponiendo una alianza con Gran Bretaña.
Sin embargo el más claro proyecto de construcción de un Estado para los
judíos en la zona provino primero de Francia. Si bien algunos autores adjudican ya al
primer Napoleón esa intención5, fue Ernesto Laharanne, de quien se dice que
oficiaba de secretario privado de Napoleón III, quien escribió un panfleto, La nueva
cuestión oriental, en el que propuso abiertamente la implantación por las potencias
europeas de un Estado en Palestina para los Judíos de Europa. Su texto fue
ampliamente reproducido por Moses Hess en su Roma y Jerusalén, motivo por el
que trascendió. En el mismo, Laharanne da cuenta de la existencia de numerosos
proyectos para la “restauración del Estado judío”, entre los ingleses principalmente,
propósito ambicionado ansiosamente por las grandes masas de judíos orientales.
Habla de un rescate de las tierras por parte de los banqueros judíos de todo el
mundo mediante el pago a Turquía de un montón de oro para que resolviera sus
problemas financieros –idea que Herzl retomará más tarde- y justifica abiertamente
su propuesta en la necesidad de Europa de ensanchar cada vez más los mercados
para su industria. Luego de un encendido elogio del pueblo judío los convoca a una
misión:
“Constituir un viviente camino entre tres mundos, transmitiendo a los pueblos
rezagados la civilización y llevarles las ciencias europeas que tan bien habéis adquirido.
Debéis ser los intermediarios entre Europa y el Oriente Lejano, abriendo las rutas hacia
la India y la China, a países desconocidos que deben decidirse por la civilización”.
Pocos párrafos más adelante los convoca a hacer desaparecer el
sensualismo, la molicie y la rapiña de Oriente y exclama “seréis los educadores de
las hordas árabes y de los salvajes pueblos africanos”6.
Este breve texto, reproducido en su libro por quien es considerado el
precursor del sionismo, condensa en escasos párrafos tanto un proyecto colonial de
expansión económica como una justificación ideológica del mismo a partir de la
superioridad de Europa, portadora de la civilización y el progreso a los pueblos
atrasados de la periferia. Es otra versión de la Carga del Hombre Blanco, famoso
4
Véase, Sand, Cap. III y Qumsiyeh, Compartir la tierra de Canaán, Editorial Canaán, Buenos Aires,
2007, Cap. 6.
5 Qumsiyeh, idem. Sand, en la misma obra lo desmiente.
6 Hess, Moses, op cit, pags. 181/2.
46
poema de Rudyard Kipling, o la misión civilizadora expuesta en el parlamento
británico en 1897 por el Secretario de Colonias Joseph Chamberlain, pero en versión
francesa y varias décadas antes. La idea de Oriente como sensual y abandonado a
la molicie y la rapiña expresa brutalmente esa carga de prejuicios que Edward Said
tan bien retratara en su libro Orientalismo7, la visión del otro desde la perspectiva de
la superioridad europea. Pero lo importante es que Laharanne propone una alianza
política: las potencias industriales de Europa y la comunidad judía residente en ese
continente que ha de trasladarse a Palestina –concebida desde Suez hasta Esmirna,
en el corazón del Imperio Otomano- para consolidar un dominio geopolitico. En ese
proyecto los derechos e intereses de los pueblos involucrados no cuentan, sólo el
designio de los países centrales. Y para eso cualquier medio es válido: “Debéis
reclamarla (la patria judía) ya bien por los medios de una resolución pacífica, ya
bien por otro medio”8.
Herzl y la misión civilizadora
Aún cuando Theodor Herzl conoció la obra de Hess recién luego de haber publicado
su libro, sus ideas son exactamente coincidentes: “Si su Majestad el Sultán nos diera
Palestina, nos comprometeríamos a sanear las finanzas de Turquía” dice en su obra
magna y agrega “Para Europa formaríamos parte integrante del baluarte contra Asia:
constituiríamos la vanguardia de la cultura en su lucha contra la barbarie”9. En su
diario personal relata sus conversaciones con personalidades europeas a quienes
buscó atraer para su causa. Ante ellos ofrece a los judíos como saneadores del
“foco infeccioso del Oriente”, tal como se cita en el acápite, y aptos para “llevar la
limpieza, el orden y las esclarecidas costumbres del Occidente a aquel rincón del
Oriente que actualmente está infestado y abandonado”10. A cambio de esta misión
Europa tendría que garantizar la existencia del Estado judío. La alianza civilizadora
se complementaba con la protección militar.
Herzl consideró inútiles y hasta contraproducentes todos los proyectos
llevados a cabo hasta ese momento de infiltración gradual de los judíos en otros
países. Pensaba que estas acciones generaban un efecto contrario: despertaban el
antijudaísmo y al final frustraban todos los esfuerzos. El Estado Judío sería el fruto
de la acción diplomática, de una medida tomada por las potencias europeas en una
suerte de gran acuerdo universal para resolver la cuestión judía, con el apoyo de los
banqueros de esa confesión religiosa. En esa convicción se entrevistó primero con
escaso éxito con el Barón de Hirsch y luego con Edmund de Rothschild en París más tarde lo haría con Lord Lionel Rothschild en Londres, con mejor suerte-. Luego
inició su periplo con hombres de Estado: el Gran Duque de Baden, el rey Fernando
de Bulgaria, el emperador alemán Guillermo II, el Sultán Abdul Hamid II, el ya
mencionado Secretario de Colonias inglés Joseph Chamberlain, el canciller Lord
Lansdowne –quien lo interesó en Uganda-, el primer ministro ruso von Plehve, el
Rey de Italia Víctor Manuel III y hasta el Papa Pío X. Desarrolló una política de
contactos al más alto nivel tratando de ganarlos para su causa.
7
Said, Edward, Orientalismo, Libertarias, Madrid, 1990.
Ibidem.
9 Herzl, El Estado…, pag. 112.
10 Ibidem, Diario, pags. 230/2.
8
47
Para convencer a sus interlocutores no sólo esgrimió argumentos
humanitarios sino políticos, entre estos últimos la necesidad de alejar a los judíos de
los partidos subversivos, y hasta estuvo dispuesto a comprometer el apoyo judío a
Turquía en la cuestión Armenia11 y en declarar extraterritoriales los Santos Lugares.
En sus conversaciones con el Gran Duque de Baden llegó a afirmar que el Estado
judío que proponía podía cumplir el papel de un état tampon tapón en Palestina12.
Los interlocutores le manifestaban que no podían pasar por alto los intereses de la
población local pero el proponía arreglarlos con dinero. Llegó a fantasear con
adquirir Mozambique para canjearlo a Inglaterra por el Sinaí. Estas elucubraciones
fantasiosas de Herzl son tan sólo una muestra de un proyecto político que no se
inspiraba en una lucha nacional de liberación contra un poder colonial sino en la
búsqueda de alianzas políticas con los poderes coloniales, a partir del
convencimiento de que dichas potencias podían disponer libremente de los
territorios periféricos con absoluta independencia de los pueblos involucrados. Como
muestra vale la pena transcribir un párrafo de su diario personal en el que transcribe
su conversación con Chamberlain. El Secretario de Colonias le manifiesta que en
Chipre vivían griegos y musulmanes y él no podía expulsarlos para reemplazarlos
por inmigrantes. Más bien debía protegerlos. Herzl le responde:
“Si fundamos la Jewish-Eastern-Company con cinco millones de libras esterlinas para Sinaí
y el Arish, los chipriotas tendrán ganas de conseguir la lluvia de oro también para su isla. Los
musulmanes emigran, y los griegos venden sus terrenos de buena gana y se van a Atenas o
Creta”13.
Tanto en El Estado Judío como en casi todo su diario como en sus discursos
en los congresos sionistas no existen casi referencias de Herzl a la existencia de un
pueblo que habitaba Palestina y su destino. Describe con detalle como serán las
viviendas obreras, las escuelas, la jornada de trabajo, las obras hidráulicas, los
mercados, los planos de las ciudades, la inmigración, el régimen político, la bandera
y hasta los tratados de extradición. Pero ni una palabra sobre la población local, los
árabes, como se los concebía entonces. De ellos daba por descontado que se
debían marchar o serían expulsados. Así lo expresa en la única cita que se
encuentra en su diario, datada el 12 de junio de 1895:
“Debemos tratar de impulsar a la población indigente a atravesar la frontera,
procurándole trabajo en los países de tránsito, mientras se le niega empleo en nuestro
propio país. Los propietarios de bienes se acercarán a nuestro lado. Tanto el proceso de
expropiación como el de remoción de los pobres se debe realizar de manera discreta y
circunspecta”14.
De Herzl al Mandato británico sobre Palestina
La idea de un Estado tapón en el Mediterráneo Oriental parece no haber sido
patrimonio exclusivo de Theodor Herzl. Un periodista árabe, Awni Farsakh, da
cuenta de la existencia de un importante precedente poco tiempo después de la
11
Herzl, Diario, p. 234.
Ibidem, p. 230. En francés en la fuente.
13 Ibidem, p. 359.
14 Masalha, Nur, La expulsión de los palestinos. El concepto de transferencia en el pensamiento
político sionista 1882-1948, Ed. Canaán, Buenos Aires, 2008, p. 17. La misma cita se encuentra en
Said, Edward, La cuestión…, p. 63, y Forrester, Viviane, El crimen de Occidente, Fondo de Cultura
Económica, 2004, p. 106. En la edición del diario antes citada no aparece.
12
48
muerte del fundador del sionismo político, que se conociera al ser desclasificado por
el gobierno inglés cien años después. Conforme al mismo, en 1907 el primer
ministro inglés Henry Campbell-Bannerman encargó a una comisión formada por
historiadores, geógrafos, economistas y otros expertos de Gran Bretaña, Francia,
Bélgica, Holanda, Portugal, España e Italia el estudio de la forma de prevenir la
decadencia del dominio europeo sobre el mundo, dado el destino comprobado de
todos los imperios conocidos. El comité, luego de un detenido estudio, señaló como
principal peligro para el dominio occidental la existencia de la nación árabe,
esparcida en un inmenso territorio entre el Norte de África y el Medio Oriente, con
una sola lengua una fe, una historia y común y aspiraciones semejantes. Se trataba
de un territorio con grandes recursos ubicado en la intersección de las grandes rutas
comerciales. Si los pueblos árabes se unificaban en un solo Estado podían tomar el
destino del mundo en sus manos y separar a Europa del resto del mundo. De allí
que era imprescindible mantener a los pueblos árabes divididos y para ello la mejor
idea era la creación de una barrera entre África y Asia, en la península del Sinaí,
para garantizar el control del Canal de Suez. Esa barrera debía constituirse con un
estado tapón, un buffer state, en la región y para eso nada mejor que recurrir al
pueblo judío ya que Inglaterra no podía llevarlo a cabo por su cuenta, propuesta que
habría sido formulada por un miembro de la comisión, un tal Side Potam.
Si bien la fuente de este informe consiste exclusivamente en este texto
atribuido a Farsakh15, que cita discursos de un abogado árabe, Antoine Canaán y
de un escritor egipcio filonasserista, Muhammad Hasanin Haikal, resulta evidente
que su afirmación se condice exactamente tanto con el ofrecimiento hecho poco
tiempo antes por las autoridades británicas a Herzl de la península de El Sinaí, o de
una porción de ella, la región de El Arish, como con la posterior alianza del
recientemente creado Estado de Israel con Gran Bretaña y Francia para la defensa
del Canal de Suez en la guerra de 1956, luego de su nacionalización por el líder
egipcio Gamal Abdel Nasser. Nueve años después Israel se apoderaría de esa
península en la Guerra de los Seis Días y la retendría hasta los acuerdos de paz con
Egipto, en 1979 para devolverla por etapas poco después.
Otro dato significativo da credibilidad al relato. En su extensa autobiografía
antes citada, Chaim Weitzmann, como ya dijimos principal lobbista del sionismo en
Inglaterra, cita el decidido apoyo a esa causa del periódico The Manchester
Guardian de la ciudad homónima. En el mismo colaboraba un periodista inglés
Herbert Sidebotham, de quien dice textualmente que “estaba interesado en nuestras
ideas desde el punto de vista estratégico británico, creyendo siempre que una
Palestina construida por los judíos podría tener gran importancia para la Comunidad
Británica de Naciones”16. Resulta evidente que Side Potham y Sidebotham son la
misma persona. Weizmann confirma de este modo la credibilidad del informe de
Farsakh.
Poco tiempo antes Weizmann le había escrito al director de ese diario, C. P.
Scott para interesarlo en el proyecto sionista:
15
Farsakh, Awni, The Arab Scene 100 years After Campbell-Bannerman, en UCC Palestine Solidarity
Capmpaign, 11/05/2007.
16 Weizmann, op cit, p. 225.
49
“Si Palestina cae dentro de la esfera de influencia británica, y si Inglaterra fomenta allí
la creación de una colonia judía como dependencia británica podríamos tener allí un
montón de judíos o tal vez más dentro de veinte o treinta años. Podrían desarrollar el
país, volverlo a la civilización y formar una guardia eficaz para el Canal de Suez” 17.
Weizmann continúa relatando todas las intensas gestiones que desarrolló
frente al gobierno inglés para convencerlo de las bondades del proyecto sionista, sus
entrevistas con Lloyd George, quien más tarde sería el primer ministro inglés al
momento de la Declaración Balfour, Herbert Asquith y Herbert Samuel, funcionarios
del gobierno local, decididos partidarios del mismo. Según el dirigente sionista,
Asquith relata en su diario haber recibido una nota de Samuel según la cual éste
“cree que podríamos plantar en ese territorio tan poco promisorio alrededor de tres o
cuatro millones de judíos y europeos” para agregar que “se parece a una edición de
Tancredo modernizada”18 en obvia referencia a la novela del mismo nombre del ex
primer ministro conservador Benjamín Disraeli.
Herbert Samuel fue el primer Alto Comisionado del mandato británico en
Palestina luego de que la Sociedad de las Naciones avalara en 1922 la ocupación
inglesa, lo que nos permite ver hasta qué punto el proyecto sionista fue ejecutado
por este grupo de hombres que lo planificaron muchos años antes. Es curioso que
entre las motivaciones de Lloyd George que Mr. Asquith daba para explicar su apoyo
a la idea sionista, estaba la de evitar que los lugares sagrados cayeran en manos de
los agnósticos y ateos franceses. Es obvio que debemos siempre diferenciar las
motivaciones personales de las institucionales, pero aún así, éstas pueden cumplir a
veces un rol importante, principalmente en el ritmo de un derrotero histórico.
A principios de 1917 Weizmann se entrevistaría con Lord Mark Sykes, el
célebre diplomático inglés que ya había firmado en secreto el Tratado Sykes-Picot
para repartirse el Medio Oriente entre Francia e Inglaterra. En dicha reunión ratificó
el líder sionista el interés en formar parte de un protectorado británico con derechos
absolutos, pero que los judíos irían a Palestina para constituir una nación judía y no
para convertirse en árabes, drusos o ingleses. Confiaban en la administración
inglesa –no en la francesa- ya que les permitiría desarrollarse y con el tiempo
acceder al gobierno propio. Aceptaba sí, en la misma línea que Herzl, la
internacionalización de los lugares sagrados. Sykes le manifestó su preocupación
por el surgimiento del nacionalismo árabe, que en una generación tendría mucha
fuerza, dado que poseían inteligencia, vitalidad y unidad lingüística, pero creía que
se podía llegar a un acuerdo con ellos a través del Emir Feisal.
El 2 de noviembre de 1917 el gobierno inglés emitió la célebre Declaración
Balfour por la cual Gran Bretaña declaró que veía favorablemente el establecimiento
un hogar nacional para el pueblo judío en Palestina y que haría uso de sus mejores
esfuerzos para el logro de ese objetivo. La nota estaba dirigida a Lord Rothschild, el
banquero británico representante de la famosa Banca Rothschild que apoyaba el
movimiento sionista, con cargo de ponerla en conocimiento de la Federación
Sionista inglesa. La declaración tuvo varias redacciones previas19, fruto de la
17
Ibidem, p. 208.
Ibidem, p. 209.
19 Para el estudio de los diversos proyectos de declaración véase Mallison, W.T. La Declaración
Balfour: Una evaluación en el Derecho Internacional. Association of Arab-American University
Graduates Inc. Northwestern University Press.
18
50
resistencia de un sector de la comunidad judía inglesa y del gobierno inglés,
encabezado justamente por un judío que desempeñaba el cargo de Secretario de
Estado para la India, Edwin Montagu. Este emitió en agosto de 1917 un
Memorándum en el que afirmaba que la política de Su Majestad a favor de la
creación de un Estado de Israel en Palestina llevaría a una reagrupación de los
antisemitas en todo el mundo y que Palestina se convertiría en el ghetto del mundo.
Para Montagu Gran Bretaña debía limitarse a garantizar a los judíos la más
completa libertad de asentamiento y de vidas, pero en pie de igualdad con los
habitantes de ese país que profesaban otras religiones.
De la Declaración Balfour dijo el célebre novelista Arthur Koestler –sionista en
su juventud- que constituía “uno de los documentos políticos más increíbles todos
los tiempos” ya que, mediante la misma, “una primera nación prometió
solemnemente a una segunda nación el país de una tercera nación”. En efecto, el
día 2 de noviembre de 1917, fecha de emisión de la misma, Gran Bretaña ni siquiera
había conquistado Palestina que aún formaba parte del Imperio Otomano, hecho
producido recién el 9 de diciembre de ese año con la toma de Jerusalén. Pero, con
independencia del hecho de la conquista colonial, Palestina era un territorio habitado
en más de un 90 % por nativos, ya fueran estos de confesión musulmana, cristiana o
judía -éstos últimos opuestos al sionismo-, no alcanzando los inmigrantes europeos
judíos a llegar al 10 % del total20. Pese a todo, la declaración no conformó
enteramente a Weizmann ya que hablaba del establecimiento de un hogar nacional
y no del “reestablecimiento”, término que él había propuesto, pero aún así la
consideró un inmenso paso adelante. Seguidamente, como veremos, lograría
introducir ese concepto en el Mandato Británico sobre Palestina.
En 1919, el Pacto de la Sociedad de las Naciones, firmado como
consecuencia del Tratado de Versalles, en respuesta a la oposición del Presidente
de los Estados Unidos a mantener el sistema de colonias, resolvió crear la figura de
los mandatos, encubriendo bajo un ropaje jurídico de protección de los pueblos
atrasados un régimen de dominación colonial. Así, el artículo 22 confiaba las
colonias y territorios habitados por pueblos “aún no capacitados para dirigirse por sí
mismos en las condiciones particularmente difíciles del mundo moderno” a la tutela
de “aquellas naciones avanzadas que, por razón de sus recursos, de su experiencia
o de su posición geográfica, se encuentran en mejores condiciones para asumir esta
responsabilidad, y que consientan en aceptarla. Esta tutela se ejercerá por esas
naciones en concepto de mandatarios y en nombre de la Sociedad de las Naciones”.
De esta forma se daba reconocimiento legal a la supuesta superioridad de los
pueblos europeos –que acababan de batirse cruelmente en una guerra de cuatro
años- sobre los pueblos de los países periféricos, incapaces de autogobernarse.
El 24 de julio de 1922 el Consejo de la Sociedad de las Naciones aprobaba el
Mandato sobre Palestina en el que reproducía en lo sustancial la Declaración Balfour
reconociendo “los lazos históricos del pueblo judío con Palestina y de las razones
que le asisten para reconstruir su hogar nacional en dicho país” con gran
satisfacción de Weizmann. El artículo 4 reconocía a la Organización Sionista
Mundial para asesorar a la administración de Palestina y el 6 el deber de facilitar la
inmigración judía y su establecimiento intensivo en ese territorio.
20
Qumsiyeh, op cit, p. 79.
51
Sin embargo el artículo 7 establecía que debía facilitarse “la adquisición de la
nacionalidad Palestina a los judíos que establezcan su residencia permanente en
Palestina” –en obvia contradicción con el objetivo sionista de crear un Estado propioy el 12 que se confiaba “a la Potencia Mandataria el control de las relaciones
exteriores de Palestina”. Por último el artículo 5 disponía que “La Potencia
Mandataria velará por que ningún territorio de Palestina sea cedido, arrendado o
colocado en forma alguna bajo el control del gobierno de una potencia extranjera”.
Resulta evidente de la simple lectura de estas disposiciones legales que la
Sociedad de las Naciones, ente creado bajo el auspicio de las potencias victoriosas
en la Primera Guerra Mundial y dominado por ellas, estaba reconociendo la
existencia de Palestina como un Estado o protoestado, no soberano aún, sino
sometido a la tutela de un tercero, pero con entidad política propia. Esto surge del
hecho de que se reconocía la existencia de una nacionalidad palestina y se
confiaban sus relaciones exteriores a un tercero, ambas disposiciones incompatibles
con el status legal de una colonia propiamente dicha. La figura jurídica que se
adoptaba era similar a la de un incapaz jurídico, menor o demente, sometido a la
tutela o curatela de un adulto pero no por eso carente de personalidad jurídica. La
prohibición de ceder el territorio a otra potencia confirmaba esta idea. Pero este
status jurídico atípico no fue reconocido por el movimiento sionista que desde el
primer momento comenzó a trabajar por un Estado propio para la comunidad judía
mundial.
La inmigración a Palestina
La herramienta principal para construir el anhelado Estado judío era ahora la
inmigración en Palestina. Sin ella todos los sueños sionistas se desvanecerían en el
aire. En efecto, como dijimos, los judíos no alcanzaban en 1918 al 10 % del total de
la población y una gran proporción de ellos –los nativos de Palestina- no eran
sionistas o eran antisionistas. La dominación británica debía durar todo el tiempo
necesario hasta que esa composición demográfica se invirtiera, tal como reconociera
Lloyd George en sus memorias21. De allí que el estatuto del mandato estableciera
expresamente la obligación del mandatario de facilitar la inmigración. Ese era el rol
de Gran Bretaña, y Ben Gurion, líder la comunidad judía en Palestina lo diría
claramente en sus discursos: “Necesitamos aliah22, y para la aliah necesitamos la
ayuda de los ingleses”23. Mientras ella no se efectivizara no podía abolirse el
mandato24.
Para facilitar sus planes Weizmann había logrado firmar en el marco de la
Conferencia de Versalles un acuerdo el 3 de enero de 1919 con el Emir Faisal, hijo
del Jerife de la Meca, del reino árabe de Hedjaz, por el que éste aceptaba la
Declaración Balfour y la consiguiente inmigración judía a Palestina. El acuerdo
hablaba de la colaboración para el “desarrollo del Estado Árabe y Palestina” y de
definir sus límites, sin nombrar un Estado judío. La dinastía hachemita aún
conservaba esperanzas de que Gran Bretaña cumpliera sus promesas de apoyar un
21
Citado por Weizmann, op cit, p. 292.
Término hebreo que significa elevación. Para el sionismo el judío que inmigraba a Palestina se
elevaba espiritualmente.
23 Ben Gurion, David, op cit, T. I, p. 145.
24 Ibidem, p. 72 y 138/9.
22
52
gran Estado árabe desde la península arábiga hasta Siria y el Líbano, pasando por
la Mesopotamia, ignorando los acuerdos secretos Sykes-Picot. La entrega de esos
territorios a Francia rompería estos acuerdos.
Entre 1918 y 1924 tuvo lugar la tercera aliah con el ingreso de más de 35.000
judíos a Palestina. La mayoría de ellos provinieron de Europa Oriental y pertenecían
al movimiento socialista nacionalista. Los primeros choques con los nativos se
produjeron el 21 de mayo de 1921 mediante tumultos antisionistas que dejaron un
resultado de 46 judíos muertos y 146 heridos. Ante este panorama el gobierno inglés
emitió en junio de 1922 un documento conocido como el Papel Blanco de Churchill
por el que desmintió el proyecto de crear un Estado judío en Palestina, limitándolo a
un hogar nacional. Árabes y judíos debían hacer de ese territorio un hogar común y
una floreciente comunidad. El status de todos los ciudadanos de Palestina sería el
de palestinos, tal como fuera establecido en el estatuto del mandato sancionado
poco después. En septiembre de ese mismo año los territorios al Este del Jordán
fueron excluidos del territorio del Mandato creándose con ellos el Emirato de
Transjordania -más tarde reino- en manos de la dinastía Hachemita.
A mediados de la década del 20 la inmigración judía declinó. En 1927 los que
emigraron fueron más que los que ingresaron. Pese a ello la comunidad judía ya
llegaba a los 108.000 habitantes. En agosto de 1929 se desató nuevamente la
violencia entre las dos comunidades con 133 muertos judíos y 166 árabes, más
cientos de heridos. Pero fue recién a partir de la toma del poder por el nazismo que
se reactivó la inmigración en gran escala: 30.000 en 1933, 42.000 en 1934 y 61.000
en 1935. En 1936 estalló una huelga general de la población palestina contra la
inmigración que durará seis meses y al término de la cual, ante la no satisfacción de
los reclamos dará comienzo la guerra de resistencia armada que durará tres años.
A fin de contener la resistencia nativa e impedir el acercamiento de las masas
árabes al Eje, Gran Bretaña cambió su política y propuso por primera vez, mediante
el Informe de la Comisión Peel, la partición de Palestina en dos Estados, uno árabe
y otro judío. A su vez propuso limitar la inmigración a 12.000 personas por año. La
propuesta generó obvio rechazo en la comunidad judía.
En 1939 Gran Bretaña, en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, emitió el
Libro Blanco por el que dio un giro de 180 grados a su política: ya no se crearían dos
Estados sino uno sólo en el que convivirían árabes y judíos. El mismo advendría en
diez años. Simultáneamente propuso nuevamente limitar la inmigración a no más de
75.000 personas en los cinco años siguientes. De dicho cupo debían ser excluidos
nada más ni nada menos que los judíos provenientes de países enemigos de los
aliados, por ser espías potenciales25, justamente los que más necesitaban ser
acogidos. Gran Bretaña mantuvo su política antiinmigratoria durante toda la guerra
hasta que a principios de 1946 propuso admitir 1.500 judíos más por mes al cupo ya
establecido. Ello implicaba 18.000 judíos más por año, un 75 % más que el
establecido. Los Estados Unidos pidieron la entrada inmediata de 100.000 judíos,
pero la primera puso como condición el desarme de las bandas de judíos armados.
Su política no cambiaría hasta el fin del mandato en 1948 no obstante lo cual
muchos inmigrantes lograrían sortear las barreras e ingresar en Palestina.
25
Forrester, Viviane, op cit, p. 71.
53
En 1948, luego de treinta años de dominio británico había 670.000 judíos
residiendo en Palestina. La población así identificada había crecido de menos del 10
% en 1918 al 31 % en el año de la proclamación del Estado de Israel. Durante ese
año aproximadamente 750.000 palestinos serían expulsados de su tierra para
afianzar la mayoría judía en el nuevo Estado recientemente creado. Seguidamente
se promoverían leyes para atraer judíos de todos los países del mundo y se
impediría el retorno de los expulsados hasta el día de hoy. El proyecto sionista había
quedado parcialmente consumado. Restaban sin embargo 450.000 palestinos
remanentes en el territorio conquistado y parte de la Tierra Prometida en manos de
la población nativa.
El fin del mandato
En su autobiografía Weizmann califica al Libro Blanco como la anulación de la
Declaración Balfour. Los sionistas vivieron esta propuesta inglesa como una
traición26. Ya no habría Estado judío sino que pasarían a ser una minoría dentro de
un Estado árabe. Eso significaba renunciar a todos sus sueños ya que no habían
migrado a Palestina para continuar siendo una minoría. El Libro Blanco fue
rechazado por todos los sectores del sionismo. El sector más moderado, liderado
por Ben Gurion, decidió acercarse a los Estados Unidos. En 1942 se realizó en el
Hotel Biltmore, Nueva York, una Conferencia Extraordinaria Sionista destinada a
concitar el apoyo de la opinión pública de ese país. En la misma se reivindicó la
inmigración ilimitada, se propuso crear un ejército judío y proclamar un Estado judío.
El sector más extremista liderado por los discípulos de Zeev Jabotinsky, en cambio,
se volcó al terrorismo. En 1944 el ministro británico Lord Moyne –que había
propuesto crear el Estado de Israel en Europa- fue asesinado en Egipto por la Banda
Stern. En 1946 el grupo Irgún de Menahem Begin hizo volar el Hotel King David en
Jerusalén donde funcionaba la administración colonial británica produciendo 91
muertos.
Estos hechos han sido invocados por el sionismo para retratar el período
entre 1939 y 1948 como el de un enfrentamiento feroz entre su ex aliado Gran
Bretaña y el naciente Estado judío al punto tal de denominar a la guerra de 1948 la
Guerra de la Independencia. Sin embargo un análisis más fino de la cuestión
desmiente esa versión. Una serie de hechos no dejan dudas sobre la complicidad
británica con el proyecto sionista hasta último momento. En primer lugar, su absoluta
pasividad durante todo el período entre diciembre de 1947 y mayo de 1948 –cuando
se retiró en forma definitiva- frente la toma de aldeas y ciudades por las bandas
armadas sionistas, tal como detallaremos en el Capítulo 5. Como gobierno del
Mandato Gran Bretaña debía garantizar el orden. Sin embargo se mantuvo
impasible, dejando actuar a las formaciones armadas de la comunidad judía, tanto la
Haganah como el Irgún y la Banda Stern. Resulta evidente que dio su
consentimiento a la limpieza étnica de Palestina. En segundo lugar su retiro de
Palestina en general y de Jerusalén en particular sin garantizar una transición
ordenada que impidiera el apoderamiento del territorio por parte de las milicias
sionistas. Al contrario, la mayoría de los edificios públicos de Jerusalén fueron
26
Véase Ben Gurion, op cit, pags. T. I, pags. 185, 245.
54
entregados a la Agencia Judía un día antes del previsto para el retiro, de forma tal
de coger a los palestinos por sorpresa27.
En tercer lugar, la prueba más evidente de la complicidad de Gran Bretaña
estuvo dada por lo acaecido con la Legión Árabe. En el momento más álgido de la
lucha por el control de Palestina, cuando las milicias judías no podían ya resistir la
ofensiva árabe y su población desfallecía de hambre, Londres ordenó que todos sus
oficiales que servían en el ejército de Transjordania fueran retirados del campo de
batalla y seguidamente impuso un embargo sobre todas sus entregas de armas en
Medio Oriente, dejando a los ejércitos árabes sin cartuchos ni municiones. A
continuación presionó para la aceptación de la primera tregua, que habría de dar
vuelta la suerte de la guerra a favor de los israelíes28. Durante ese lapso el nuevo
Estado pudo armar su fuerza aérea, con apoyo de voluntarios internacionales, y
sellar el destino del conflicto.
Al reiniciarse la guerra luego de la tregua, Israel lanzó una ofensiva contra el
ejército egipcio que había tomado el control del sur de Palestina. El Rey Abdullah de
Transjordania, estrechamente ligado a Gran Bretaña, no acudió en defensa de
Egipto haciendo posible que de este modo el Estado de Israel se apoderara de todo
el Neguev y gran parte de la Franja de Gaza29. Simultáneamente la potencia
mandataria obstaculizó todos los proyectos en las Naciones Unidas para avanzar en
la ejecución de la mentada Resolución 18130 de forma tal que no se hiciera realidad
un Estado palestino, en consonancia con Abdullah que buscaba anexar Cisjordania
a su reino y libró el Neguev, Gaza y la Galilea Occidental a su suerte.
¿El sionismo fue un movimiento colonialista?
El apoyo irrestricto de Gran Bretaña al proyecto sionista, aún considerando las
diferencias políticas habidas durante el período 1939-47, dio pie a los críticos del
sionismo para impugnarlo como un hecho colonial. La Carta Nacional Palestina de
1964, tal como dijéramos en la Introducción, lo califica como un movimiento
colonialista, agresivo y expansionista. El sionismo niega desde ya ese carácter. Los
académicos de esa filiación política, aún los que se presentan como progresistas o
de izquierda, también lo hacen. Walter Laqueur, el historiador del sionismo, sostiene
que ese movimiento nunca tuvo aliados poderosos y que Lloyd George y Balfour
actuaron como lo hicieron no porque le conviniera a Gran Bretaña sino porque
creyeron que era lo correcto que debían hacer31. Alexander Yakobson, catedrático
de la Universidad Hebrea de Jerusalén, enumera una serie de argumentos para
negar el carácter colonial de Israel que sintéticamente resumiremos a continuación32.
1.- El colonialismo moderno –y eso lo distingue de otros movimientos de
migración, conquista y sometimiento- es un proceso de usurpación de territorios
27
Hechos narrados en detalle por Lapierre, Dominique y Colins, Larry, Oh Jerusalén, Plaza y Janés,
Barcelona 1973, pags. 419 y ss.
28 Ibidem, pags. 562/3, 596 y ss, 606 y ss.
29 Véase Shlaim, Avi, Israel and Palestine, Parte I, Cap. 3, The Rise and fall of the All-Palestine
Government in Gaza, Verso, Londres, Nueva York, 2009,
30 Véase García Granados, Jorge, Así nació Israel, Organización Editorial Novaro, México, 1968.
31 Laqueur, Walter, op cit, p. 594 y ss.
32 Yakobson Alexander, Sionisme: un mouvement national? Une forme de colonialisme?, Cités 3/
2011 (n° 47-48), p. 155-170.
55
extranjeros por las potencias europeas. En algunos casos estas potencias enviaban
sus propios nacionales a poblar estas tierras, tanto para intensificar el control sobre
el territorio como para mejorar la vida de los colonos. ¿De qué país colonial -se
pregunta- provinieron los sionistas? Lo hicieron en su mayoría de Rusia, Polonia y
más tarde de Alemania. Sería absurdo sostener que eran el largo brazo de la Rusia
zarista, de Polonia o de la Alemania nazi.
2.- La mitad de la población de Israel posterior a 1948 provino de los países
árabes, donde prácticamente desaparecieron las comunidades judías, siendo
impensable pensar que Marruecos, Yemen o Irak puedan ser consideradas
potencias coloniales. La otra mitad vino de la Europa Oriental que no era
exactamente la cuna del colonialismo europeo. Y en Israel convive la más
importante minoría nacional del Medio Oriente y una de las más importantes del
mundo, lo que desmiente el propósito de homogeneidad étnica que se le atribuye.
3.- Es cierto que el Imperio Británico apoyó el proyecto sionista pero eso no
hace del sionismo un caso de colonialismo. Todos los movimientos nacionales han
procurado el apoyo de potencias extranjeras, con más razón uno en situación de
Diáspora. Los propios árabes recurrieron al Imperio Británico durante la Primera
Guerra Mundial. Sin embargo, en un momento crítico de la historia, cuando el Reino
Unido se mostró hostil al proyecto sionista y los Estados Unidos carecieron de
firmeza, los sionistas recurrieron al apoyo de la Unión Soviética de Stalin y fue ésta a
través de Checoslovaquia que proveyó las armas necesarias para la guerra de 1948.
Esto no convirtió al sionismo en comunismo, como llegaron a sostener los árabes en
ese momento.
4.- El apoyo de Inglaterra expresado en la Declaración Balfour tuvo como
objetivo crear una patria para el pueblo judío lo que es esencialmente diferente de
toda empresa colonial. Nunca los colonos provenientes del país madre han adquirido
una identidad nacional propia y entrado en conflicto con el país de origen. Cuando
Inglaterra entró en conflicto con el sionismo no fue producto de la imposición de
impuestos sin representación o de que los “infantes” habían llegado a la madurez,
sino de que la misma había decidido apoyar el enemigo de Israel, los países árabes.
Los intereses de Estado se sobrepusieron a su simpatía por el pueblo judío. El cierre
de las fronteras a los judíos que huían de la Shoah es incompatible con pensar a
Inglaterra como la madre patria.
5.- La lengua es considerada por los especialistas del nacionalismo como la
característica principal de la identidad nacional. Un colono habla la lengua de su país
de origen, sus descendientes la mantienen y se enorgullecen de perpetuarla aún
cuando accedan a la independencia nacional. Los judíos desarrollaron una cultura
hebraica, no adoptaron el inglés ni el yidddish, su lengua de origen, dando muestra
de un espíritu claramente opuesto al colonialismo.
6.- Tampoco es un argumento el hecho de que el sionismo hablara de
colonización de Palestina o de crear colonias ya que esos términos son utilizados
usualmente para todo proyecto de poblamiento de un territorio como, por ejemplo,
las colonias judías en Argentina patrocinadas por el Barón de Hirsch.
56
Coincidimos con Yacobson en que el movimiento sionista no puede ser
considerado un satélite pasivo del colonialismo inglés del mismo modo que el Estado
de Israel no puede ser considerado una colonia. Toda colonia tiene una metrópoli a
la que se subordina e Israel demostró en más de una ocasión su independencia
política frente a sus aliados de turno, inclinándose hacia uno u otro de acuerdo a su
conveniencia coyuntural. Acordamos también en que el uso del término colonia o
colonización no define por sí un proyecto colonialista.
El resto de los argumentos se nos presentan como sin fundamento histórico.
El hecho de que los colonos sionistas no fueran ingleses o adoptaran el hebreo
como su lengua en nada incide en el carácter colonial o no colonial del proyecto
sionista, salvo que tomáramos en cuenta sólo el aspecto cultural. Tampoco lo es que
con posterioridad a la proclamación de Israel hayan ingresado inmigrantes
provenientes de otros países, con un acervo cultural distinto. Miles de inmigrantes de
los más diversos orígenes ingresaron en los países americanos después de que
dejaran de ser colonias y accedieran a la independencia. Lo mismo cabe decir de la
existencia de minorías nacionales. Sudáfrica por caso posee una importante minoría
de origen indio, sin que por eso pueda sostenerse que no fue una consecuencia del
colonialismo europeo o que el gobierno de apartheid de la minoría blanca no haya
sido el resultado de éste.
Nada impide que un proyecto colonial se lleve a cabo no con los propios
nacionales sino con un pueblo aliado o parte de él. Se trataría de un caso sui generis
de colonialismo, pero no por eso perdería su carácter de tal. Si Yacobson define el
colonialismo moderno como un proceso de usurpación de territorios extranjeros por
las potencias europeas, resulta evidente que Palestina fue usurpada por Gran
Bretaña en 1917 y terminó finalmente en manos de los inmigrantes introducidos en
masa por ésta durante treinta años. Los defensores del sionismo –académicos
incluidos- no lo consideran así porque parten del presupuesto dogmático de que
Palestina era en realidad Eretz Israel, la Tierra de Israel, que les pertenecía a los
judíos con absoluta independencia de su estado de ocupación real, y por lo tanto los
judíos que hacían su aliah no eran inmigrantes extranjeros sino nativos que
retornaban a su tierra, después de dos mil años. Pero esta convicción es dogmática,
de base religiosa, carente de todo sustento en los hechos y en el derecho de gentes,
imposible de ser invocada en detrimento de los derechos del pueblo originario de la
tierra conquistada.
Es cierto que la mayoría de los Estados-nación constituidos por ex colonias
tuvieron el apoyo de potencias imperiales, como los Estados Unidos por parte de
Francia o la Argentina por parte del Reino Unido, pero la población que accedió a la
independencia en estos países no fue introducida por la potencia que prestó su
ayuda, en detrimento de la población nativa. La analogía que invoca Yacobson no
resiste la prueba histórica. Gran Bretaña fue la potencia colonial que impuso su
dominación sobre los palestinos –musulmanes, cristianos y judíos originarios-, no
sobre los judíos inmigrantes. Y para hacerlo reprimió una sublevación durante tres
años que dejó como saldo más de 5.000 muertos. En cuanto a la comparación con
los árabes de la península arábiga a los que ayudó a independizarse del Imperio
Otomano, ya estaban allí, en su tierra, no los trajo de Europa.
57
El colonialismo clásico, como señala Enzo Traverso, tenía por fin apropiarse
de un territorio para saquear sus recursos y dominar a su población, explotándola
como mano de obra barata. El sionismo, en cambio, no se propuso ese objetivo sino
crear una sociedad nueva en lugar de la sociedad autóctona, sustituyendo a la
población nativa por otra importada33. Para lograr su objetivo necesitó
ineludiblemente de Gran Bretaña, que introdujo ex profeso a los judíos sionistas,
incluso desviando una corriente espontánea de migración que se dirigía a los
Estados Unidos y no a Palestina. Las restricciones a la inmigración decretadas en
ambos países anglosajones durante los años 20 y 30 se presentan como claramente
direccionadas hacia ese objetivo. Los proyectos de sustitución de población en los
países periféricos fueron muchos y diversos, comenzando por la colonización del
Volga por parte de alemanes impulsada por Catalina II de Rusia en el siglo XVIII y la
de los países americanos durante el siglo XIX. Pero en dichos casos fueron
impulsados por las propias autoridades de esos Estados. En cambio, en Palestina,
Gran Bretaña promovió el ingreso de un sector de una comunidad religiosa dispersa,
población que hablaba otra lengua, profesaba otra religión y carecía de su
nacionalidad. Población que, como ha señalado Vivian Forrester, carecía de una
metrópoli a la que podía, eventualmente regresar34, pero que procuraba una alianza
sólida y duradera para afianzar su conquista y sin la cual no podía perdurar. De allí
que hablamos de un colonialismo sui generis, probablemente distinto a todos los
otros conocidos, pero colonialismo al fin.
Del origen colonial a la nueva Alianza con la Corona
La implantación del Estado de Israel en Palestina fue, como venimos diciendo, un
proyecto político resultado de una alianza entre un movimiento nacionalista
conformado por una minoría étnica de Europa con la principal potencia colonial de
principios del siglo XX. En dicha alianza confluyeron las aspiraciones nacionalistas
de un sector de los judíos europeos, agrupados en el sionismo, con los intereses
geopolíticos de Gran Bretaña interesada en un Estado tapón cercano al Canal de
Suez. Sellaron así un acuerdo de cooperación mutua que habría de durar hasta
1948, año de la proclamación del nuevo Estado. Durante los treinta años de dominio
británico en Palestina la potencia colonial impidió la formación en dicho territorio de
un Estado independiente como sí lo hizo en todos los países árabes circundantes.
Gran Bretaña concedió la independencia de jure a Egipto en 1922 y de facto en
1936 con el retiro de sus tropas, a Transjordania –más tarde Jordania- en forma
similar entre 1922 y 1946, a Arabia Saudita en 1932, a Irak en 1932. Francia hizo lo
propio con Siria y el Líbano en 1946. Mientras dichos países accedían a la
independencia, Palestina se mantenía bajo el dominio colonial de Gran Bretaña que
promovía aceleradamente la inmigración judía hasta que ésta alcanzara un nivel de
umbral suficiente para proclamar un Estado propio.
Al disolverse la Sociedad de las Naciones el 18 de abril de 1946, Gran
Bretaña, que desde el punto de vista formal se desempeñaba como mandataria con
el objeto de que Palestina accediera al gobierno propio –propósito proclamado en el
Tratado de Versalles-, caducaba automáticamente en su encargo y debía convocar a
elecciones para la elección de un gobierno por parte de toda la población. En vez de
33
Traverso, Enzo, El final de la modernidad judía, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2014,
p. 174.
34 Forrester, op cit, p. 100.
58
hacer eso transfirió el problema a las Naciones Unidas -entidad que jamás se
autodefinió como sucesora de la Sociedad de las Naciones- en la que los países
árabes eran clara minoría y los europeos y americanos mayoría. El resultado de la
resolución por venir era sabido de antemano. El imperio inglés no cumplió con el
artículo 5 del Mandato aprobado en 1922 por el que debía velar para que ningún
territorio de Palestina fuera “cedido, arrendado o colocado en forma alguna bajo el
control del gobierno de una potencia extranjera”.
El enfrentamiento anglo-judío entre 1939 y 1945 fue coyuntural y tuvo como
causa una maniobra estratégica inglesa a fin de evitar el acercamiento entre los
pueblos árabes y la Alemania de Hitler. Derrotada ésta, Gran Bretaña prosiguió
desarrollando acciones que beneficiaron largamente el proyecto sionista, sin
proclamarlo abiertamente por razones tácticas. El enfrentamiento con la yishuv35, se
nos presenta más como una simulación que como real, al menos con el partido
Mapai que ejercía el liderazgo de esa comunidad. El Reino Unido jamás se convirtió
en enemigo del sionismo ni hizo primar su alianza con los países árabes. Si así
hubiera sido, le hubiera concedido la independencia a Palestina cuando los judíos
eran todavía una clara minoría. En vez de eso mantuvo el statu quo mientras
permitía que la comunidad sionista desarrollara sus propias fuerzas paramilitares –
no así la población palestina- con las que en definitiva conquistó el país en 1948. La
tesis de Laqueur sobre el desinterés de los políticos británicos resulta de una
ingenuidad sorprendente.
El proyecto sionista fue el producto de esta alianza nacionalista-colonial pero
el resultado no es una colonia. Se torna evidente que el Estado así creado tiene
autonomía política propia, no está sujeto a la decisión de ninguna metrópoli, tuvo en
el pasado capacidad de cambiar de aliado cuando lo consideró necesario y de
desarrollar sus propias estrategias políticas y militares con independencia de
cualquier tipo de directiva externa. Se desarrolló a partir de un organismo creado por
el estatuto del Mandato, la Agencia Judía, que compraba tierras y armas a la vista
del poder inglés. Fue un desarrollo paralelo al del poder colonial pero no una colonia
en sí misma o una simple dependencia ultramarina.
Ese pecado de origen tiene sus consecuencias. Como señaló
premonitoriamente Hannah Arendt en su análisis retrospectivo del sionismo de
194536, la creación de un Estado judío dentro de la esfera de los intereses
imperiales, rodeado de pueblos hostiles, era un camino más que peligroso a largo
plazo. “Una política que se basa en la protección de una gran potencia lejana y que
se gana la enemistad de sus vecinos, una política así sólo puede ser fruto de la
insensatez” y llevaría no sólo a la necesidad de ayuda financiera sino a un apoyo
político prolongado. Para Enzo Traverso, Israel es un Estado construido por colonos
europeos convertido en aliado estratégico de Estados Unidos que ha construido un
nuevo gueto en el que encierra a los judíos para protegerlos. Paradójicamente
“parece renacer el viejo modelo de la Alianza con la Corona37, bajo la forma de un
Estado judío protegido por la principal potencia política y militar del planeta que ha
hecho de él una de las piezas de su dispositivo hegemónico”. Israel ha terminado en
una relación de alianza-sumisión con Estados Unidos que lo ha convertido en
35
Yishuv: nombre en hebreo que recibía la comunidad judía en Palestina.
Arendt, Hannah, El sionismo…, p. 167/8.
37 Se refiere a la alianza entre las élites judías y los reyes durante el medioevo europeo.
36
59
absolutamente dependiente de un apoyo exterior, mentor y vanguardia del
imperialismo americano. En esas condiciones, para este autor, su soberanía es
limitada38.
38
Traverso, El final…, p. 107 y 186/7.
60
“Fomentado por una creciente revuelta intelectual,
el nacionalismo tribal se difunde rápidamente en toda
Europa y, a fines del siglo XIX, logra destronar al
nacionalismo liberal. Este nuevo nacionalismo recurre
a la sangre y al suelo, a la cultura, a la historia y, por
último, a la biología”. Sternhell, Zeev, Los orígenes de
Israel1.
Capítulo IV. Los sionistas
¿Quienes eran estos judíos que inmigraban a Palestina para concretar el sueño de un
Estado propio, un Estado donde pudieran reunirse todos los judíos del mundo y pasar a
formar una nación más entre todas las naciones del globo como deseaban
ansiosamente? ¿De donde venían? ¿Qué origen social tenían? ¿Qué ideas políticas?
¿Qué relación con la religión?
En los capítulos anteriores destacamos la diferencia entre la judería de Europa
occidental y oriental a fines del siglo XIX, la primera en un adelantado proceso de
equiparación de derechos políticos e integración social con el resto de la población de
los respectivos Estados, la segunda aún aislada del resto de la sociedad, encerrada en
sus ghettos, sometida a periódicas matanzas y escarnecida como una nación de
prestamistas y cobradores de impuestos. La primera valorando el proceso llamado de
asimilación a la sociedad no judía, buscando disolver sus diferencias y ser aceptada
como una comunidad confesional más, la segunda viviendo dicho proceso de
asimilación como una amenaza a su integridad, a su continuidad, a la persistencia del
judaísmo como nación.
Esa diferencia entre ambos sectores de la comunidad judía tendrá su incidencia
directa en el movimiento sionista. Iniciado antes de Herzl entre los jóvenes judíos rusos
al fundarse en 1882 el grupo de los Amantes de Sion –Jovevei Sion-, el sionismo, como
movimiento de masas, fue siempre un movimiento de los judíos de Europa oriental,
principalmente de los territorios integrantes en ese entonces del Imperio ruso: Rusia
propiamente dicha, Ucrania, Bielorrusia, Polonia, Lituania y la entonces Galitzia que
formaba parte del Imperio Austro-Húngaro. Los mismos, como destacaba Lazare en la
cita transcripta en el Capítulo 1, recibieron una acabada formación talmúdica, ausente o
mucho más ligera entre los judíos de Europa occidental. Los judíos rusos fueron la
savia del sionismo, los que se opusieron al proyecto Uganda, los que sin esperar el
resultado de los esfuerzos diplomáticos de Theodor Herzl migraron tempranamente a
Palestina, comenzaron a labrar la tierra, fundaron los primeros kibbutzim, las milicias
armadas para enfrentar a los campesinos palestinos, reflotaron el hebreo y crearon las
primeras escuelas y los primeros sindicatos. Fueron los hacedores prácticos del sueño
sionista, “los primeros contribuyentes del material humano del Retorno” al decir de
Weizmann2. Mientras que entre los precursores e ideólogos del sionismo que no
llegaron a migrar a Palestina es posible encontrar judíos provenientes de Europa
1
2
Pag. 25.
Lazare, op cit, p. 44.
61
central, occidental o de los Estados Unidos (ver Cuadro 1), entre los judíos que
cumplieron un papel protagónico en Palestina, la mayoría de judíos orientales es
abrumadora (ver Cuadro 2). Si bien toda selección corre el riesgo de ser arbitraria, se
ha procurado incluir en cada caso miembros de las distintas corrientes ideológicas del
sionismo, desde el religioso hasta el marxista.
Cuadro 1. Precursores del sionismo residentes en Europa o Estados Unidos
Nombre
Nacimiento
Lugar de origen
Profesión/oficio
Moses Hess
1812
Alemania
Filósofo
Leo Pinsker
1821
Polonia/Odessa
Médico
Max Nordau
1849
Austria-Hungría
Médico
Ajad Haam (Ayer Zvi Hirsch)
1856
Ucrania/Rusia
Filósofo
Eliezer Ben Yehuda
1858
Lituania
Filólogo
Theodor Herzl
1860
Austria-Hungría
Periodista
Israel Zangwill
1864
Inglaterra
Periodista
Nathan Birnbaum
1864
Austria-Hungría
Periodista
Leo Motzkin
1867
Ucrania
Matemático
Judah Leon Magnes
1877
Estados Unidos
Rabino
Dov Ber Borochov
1881
Ucrania
Periodista
Hans Kohn
1891
Chequia
Historiador/filósofo
El origen social
Pero el distinto origen geográfico se relaciona también con el origen social de los
primeros sionistas. Condenados durante el Medioevo en la Europa occidental y central
a desempeñar un papel de intermediarios en la economía, ya sea como comerciantes,
recaudadores de impuestos o prestamistas, constituyendo lo que varios autores
denominaron como un pueblo paria (Max Weber3), un pueblo clase (Abraham León) o
una clase protoburguesa (Víctor Karady4), es decir un pueblo compuesto casi todo él
por miembros de un mismo estrato social con escasa diferenciación interna, los judíos
askenazis aumentaron considerablemente su número durante el siglo XIX y a medida
que se descomponía la sociedad feudal en Rusia, en la que eran mayoritariamente
campesinos, comenzaron a migrar hacia el Oeste estableciéndose primero en Polonia y
más tarde en Alemania, Austria y países circundantes. Es en estas sociedades en las
que, a medida que se desarrollaba el capitalismo, va a aparecer por primera vez una
clase obrera judía junto a la burguesía y a la pequeña burguesía judías. Según
Abraham León, esa clase obrera será de características principalmente artesanales.
Los obreros judíos se concentrarán en los sectores menos desarrollados del
capitalismo, en la industria de bienes de consumo, la vestimenta en forma primordial.
Lo describe así:
“La liberación de los campesinos rusos creó un gran mercado para los productos
manufacturados. En lugar de la economía aún en gran parte feudal, se instala la producción
de valores de cambio. Rusia comienza a transformarse en el granero de Europa. Las
ciudades, centros comerciales e industriales, se desarrollan rápidamente. Los judíos
abandonan en masa las pequeñas poblaciones por las grandes aglomeraciones urbanas
donde contribuyen en gran medida a desarrollar el comercio en pequeña escala –venta
3
4
Weber, Max, Historia económica general, Fondo de Cultura Económica, Cap. III.
Karady, Víctor, op cit.
62
domiciliaria, de ropa usada, financiada- y la industria artesanal de artículos de consumo,
principalmente textil. En el año 1900 los judíos eran mayoría absoluta en 11 de las 21
ciudades importantes de Polonia. La inmigración de los judíos a las grandes ciudades se
acompaña de una diferenciación social que hace tambalear las bases tradicionales del
judaísmo”5.
Pero esta incorporación de los judíos orientales al incipiente capitalismo trajo
consigo otra consecuencia: el fantasma de la asimilación con el consiguiente miedo a la
desaparición del judaísmo se expandió entre los judíos askenazis. León sostiene que
existía una ley de la asimilación que podía formularse así: “allí donde los judíos dejan
de constituir una clase, pierden más o menos rápidamente sus características étnicas,
religiosas y lingüísticas: se asimilan”6. El desarrollo del capitalismo en Europa
occidental aceleró la penetración de los judíos en los rangos de la burguesía y su
asimilación cultural. En Burdeos, con una estructura social capitalista, los judíos se
hallaban más asimilados, en cambio en Alsacia, más feudal, lo estaban menos. Las
leyes de Napoleón no se pudieron aplicar allí. En Polonia, afirma, la gran masa de
polacos judíos, dirigida por rabinos fanáticos, se oponía resueltamente a la
emancipación y no deseaban la igualdad de derechos con los gentiles. Sólo una
pequeña minoría de burgueses ricos, la buscaba. Weizmann, en su ya citada
autobiografía, lo confirma: los magnates judíos no sólo no eran sionistas sino que eran
encarnizadamente antisionistas. En la Rusia blanca, en Pinsk, había una amplia
tendencia hacia la asimilación, pero ella se daba sólo en los círculos intelectuales, entre
la clase de los profesionales: médicos, farmacéuticos, dentistas, ingenieros.
El cuadro 2 sin embargo, parece desmentir al primer presidente del Estado de
Israel. La casi totalidad de los principales líderes sionistas fueron destacados
profesionales, periodistas, abogados, científicos, etc. Algunos de ellos provenían de
hogares acaudalados, como Jabotinsky, otros de hogares más pobres como Golda
Meir y la gran mayoría, de las clases medias judías que podían, sin embargo, costear
los estudios de sus hijos. Ya Herzl y Nordau habían destacado al judaísmo como un
pueblo formado por clases medias que, sin embargo, no podían progresar en la
sociedad en la que estaban inmersos. La superproducción de intelectuales medios
llevaba a una competencia con los gentiles y esta era una de las causas de la
judeofobia, tesis con la que coinciden León y Karady.
¿Cuál fue el origen social de los sionistas entonces? No lo fue entre los judíos
ricos, como vimos, más integrados a la sociedad capitalista. Fue, según León, “una
reacción de la pequeña burguesía judía (que aún constituye el núcleo del judaísmo)
duramente atacada por la reciente ola de antisemitismo, rebotada de un país a otro y
que procura alcanzar la Tierra Prometida para sustraerse de las tempestades del
mundo moderno”7. A diferencia de otros nacionalismos del siglo XIX, que habían sido la
expresión de la burguesía para crear bases nacionales en su fase ascendente, el
sionismo era un nacionalismo de la pequeña burguesía judía asfixiada entre el
feudalismo en ruinas y el capitalismo que él percibía ya en decadencia. Fue entre los
hijos de los comerciantes y artesanos de Europa oriental, muchos de los cuales habían
arribado a la educación superior pero no habían logrado integrarse a la sociedad gentil
en rápido proceso de modernización capitalista, de donde surgirían los pioneros
sionistas. Serían ellos los primeros en protagonizar la inmigración a Palestina, la
5
León, op cit, p. 209.
Ibidem, p. 87.
7 Ibidem, p. 251.
6
63
Cuadro 2. Pioneros y dirigentes políticos migrantes en Palestina
Nombre
Nacimiento Lugar de origen
Profesión/oficio
Cargo desempeñado
David Aaron Gordon
1856
Rusia
Empleado de comercio
Lider partido Hapoel Hatzair
Nahum Sokolow
1859
Polonia
Periodista
Presidente AJ
Menahem Ussishkin
1863
Bielorrusia
Ingeniero
Presidente FNJ
Abraham Isaac Kook
1865
Letonia
Rabino
-
Víctor Jacobson
1869
Rusia
Diplomático
Director OSM
Selig Eugen Soskin
1873
Rusia
Agrónomo
Director de Colonización FNJ
Chaim Ariel Weizsmann
1874
Bielorrusia
Químico
Presidente del Estado de Israel
Arthur Ruppin
1876
Alemania
Abogado/sociólogo
Director Agencia Judía
Aaron Aaronsohn
1876
Rumania
Botánico-colono
-
Martin Buber
1878
Austria-Hungría Filósofo
Profesor universitario
Pinhas Rutenberg
1879
Rusia
Ingeniero
Funcionario Mandato británico
Yitzhak Gruenbaum
1879
Polonia
Periodista
Ministro del Interior
Vladimir Jabotinsky
1880
Ucrania
Periodista
Líder partido revisionista
Yitshaak Ben Zvi
1884
Ucrania
Colono
Presidente Estado de Israel
David Ben Gurion (Grün)
1886
Polonia
Colono
Líder laborismo/primer ministro
David Remez
1886
Bielorrusia
Profesor
Mtro de Transporte/Educación
Berl Katznelson
1887
Rusia
Bibliotecario
Dirigente sindical/cooperativista
Yitshak Tabenkin
1888
Bielorrusia
Educador
Diputado
Selig Brodetsky
1888
Ucrania
Matemático
Presidente UHJ
Zalman Shazar
1889
Bielorrusia
Periodista
Presidente del Estado de Israel
Yosef Baratz
1890
Rusia
Colono
Diputado
Yosef Weitz
1890
Polonia
Colono
Director de Tierra del FNJ
Eliezer Kaplan
1891
Bielorrusia
Ingeniero
Primer Mtro/Mtro de Finanzas
Moshe Sharet (Shertok)
1894
Ucrania
Funcionario público
Primer ministro/Director AJ
Levi Eshkol (Shkolnik)
1895
Ucrania
Colono
Primer ministro
Golda Meir (Mabovitch)
1898
Ucrania
Profesora
Primer ministro
David Hacohen
1898
Bielorrusia
Abogado/economista
Diputado
Haim Arlosoroff
1899
Ucrania
Sindicalista
Director AJ
Dov Yosef
1899
Canadá
Procurador
Ministro (varias carteras)
David Horowitz
1899
Ucrania
Economista
Director Depto Económico AJ
Yaacov Hazan
1899
Bielorrusia
Técnico/colono
Diputado
Aharon Zisling
1901
Bielorrusia
Colono
Ministro de agricultura
Eliahu Elat (Epstein)
1903
Rusia
Funcionario público
Embajador en EEUU
Isser Harel (Halperin)
1912
Bielorrusia
Colono
Dctor servicio secreto de Israel
Menahem Begin
1913
Bielorrusia
Abogado
Primer ministro
Abba Eban
1915
Sudáfrica
Lingüista
Embajador en Naciones Unidas
Yitshak Shamir
1915
Bielorrusia
Abogado
Primer ministro
Chaim Herzog
1918
Irlanda
Abogado
Presidente del Estado de Israel
Yigal Alon (Peikowitz)
1918
Siria
Militar
Primer ministro
Referencias: Entre paréntesis el nombre en su país de origen. Abreviaturas: AJ: Agencia Judía. FNJ:
Fondo nacional Judía. OSM: Organización Sionista Mundial. UHJ: Universidad Hebrea de Jerusalén.
Bielorrusia, Ucrania y la parte oriental de Polonia formaban parte a fines del siglo XIX del Imperio Ruso.
Rumania, de Austria-Hungría. Se indica como colono a los que careciendo de una profesión definida se
integraron a las colonias agrícolas judías en Palestina.
64
primera y segunda aliot8 entre 1882 y 1914. En cambio, los judíos que arribaron en las
décadas del 20 y del 30, expulsados por el nazismo, eran de un nivel económico
superior y los que arribaron después de la fundación del Estado de Israel eran en su
mayoría pobres e indigentes.
Las corrientes ideológicas y políticas
Desde sus inicios el sionismo fue un movimiento diverso. Algunos de los precursores,
como Nathan Birnbaum, Eliezer Ben Yehuda y fundamentalmente Ayer Zvi Hirsch,
conocido como Ajad Ha´am, enfatizaban los aspectos espirituales del sionismo, el
desarrollo de la cultura judía, el retorno al hebreo como lengua nacional y, en general,
la identificación con la tradición judaica contenida en los libros sagrados de la Torah y
el Talmud. En cambio, Herzl y Nordau, más integrados a la cultura occidental,
enfatizaron los rasgos políticos del sionismo, centrando su acción en la diplomacia y la
creación de instituciones políticas, financieras y de colonización en Palestina. Surgieron
así el Fondo Nacional Judío y la Organización Sionista Mundial. Otros, como
Weizmann, deseaban integrar ambas corrientes, no las veían como antitéticas.
Apoyaron simultáneamente la colonización como forma de ir ocupando el territorio y la
acción diplomática para alcanzar el Estado propio. A los efectos de este trabajo, nos
interesa centrarnos en las principales corrientes políticas del sionismo, indispensable
para su caracterización política.
El rápido desarrollo del movimiento socialista en Europa en la segunda mitad del
siglo XIX tuvo su expresión en la comunidad judía. Grandes masas del proletariado
judío y de los sectores medios se vieron influidos por las ideas socialistas. Pero las
diferencias que atravesaban a la comunidad judía se manifestaron inmediatamente en
su seno. ¿Debían los judíos integrarse en forma directa a los partidos
socialdemócratas, como unos trabajadores más? ¿O debían formar su propio partido,
el partido de los obreros judíos desde una postura nacional? El primer camino fue el
elegido por los grandes líderes conocidos del socialismo de inspiración marxista:
Ferdinand Lassalle, Wilhelm y Karl Liebknecht, Eduard Bernstein, León Trotski (Leo
Davidovich Bronstein), Rosa Luxemburgo, Grigori Zinoviev (Ovséi-Gershen Aarónovich
Apfelbaum), Bela Kun (Cohn Bela) y tantos otros.
El segundo camino fue el elegido por los judíos que crearon la Unión General de
Trabajadores Judíos de Lituania, Polonia y Rusia, más conocido como el Bund o La
Liga. Pese a su nombre más propio de un sindicato, fue un partido político que procuró
reunir a todos los obreros judíos para representarlos en su doble carácter de
explotados como clase y como minoría nacional. Buscaban ser reconocidos como una
nación propia, al igual que los polacos, los ucranianos o los rusos. Ello generó ásperos
debates en el movimiento socialista internacional ya que otros sectores los
desconocían como tales. Lenin, por caso, argumentaba que al carecer de un territorio
propio no eran una minoría nacional, tesis que después sostendrá Stalin, principal
teórico de las nacionalidades en el bolchevismo. El Bund fue especialmente fuerte en
Polonia donde los judíos constituían más del 10 % de la población y subsistió hasta el
golpe de Estado procomunista de 1947. Fueron siempre claramente antisionistas, se
opusieron a la migración a Palestina ya que la lucha por los derechos de los judíos
debía darse en el país en el que vivían para liberar a todos los oprimidos mediante la
8
Plural de aliah.
65
instauración del socialismo. Aunque rescataban la cultura judía, eran internacionalistas.
Reivindicaban el yiddisch como el idioma propio de la nación judía y se oponían a la
resucitación del hebreo. Pensaban que el sionismo coincidía con el antijudaísmo en
que los judíos y gentiles no podían convivir. Podríamos decir que fue claramente el
partido obrero de las masas judías asimiladas a la sociedad gentil pero que
reivindicaba una cultura propia y con una aspiración nacional en su lugar de residencia.
En la vereda opuesta el sionismo socialista propició la migración de los judíos a
Palestina oponiéndose a la prédica del Bund. Este movimiento tampoco fue monolítico
sino que podemos distinguir en él una corriente marxista, representada por Dov Ber
Borojov, y una nacionalista, no marxista o antimarxista, representada por Ben Gurion,
Berl Katznelson y, en general los partidos políticos que conformaron más tarde el
laborismo israelí.
Ber Borojov o el sionismo marxista
Borojov intentó conciliar el socialismo marxista con un movimiento claramente
nacionalista como el sionismo. Activo militante del movimiento Poalei Zion Trabajadores de Sión- se esforzó en dar una explicación marxista del sionismo y la
cuestión nacional. En su opúsculo Nuestra Plataforma. Bases del sionismo proletario
sostuvo que el territorio es la base positiva de toda existencia nacional propia y que los
pueblos extraterritoriales carecen de esa base positiva, lo que los expone a la pérdida
de las características peculiares de su existencia nacional y a la asimilación a la vida
social circundante. En todo pueblo extraterritorial operan dos factores diametralmente
opuestos: el factor asimilador, fruto de la tendencia a adaptarse al ambiente, y el factor
aislador que trata de impedirla. El segundo de estos factores constituye la base
negativa de la existencia nacional y es el que precipitaba el conflicto con otras
comunidades. Los problemas sociales agudos se presentan cuando las líneas
divisorias nacionales y sociales coinciden, de forma tal que cada grupo nacional forma
una clase social distinta y una de ellas oprime a la otra. Daba como ejemplo a los
ingleses e irlandeses, los terratenientes alemanes y los campesinos letones y otros.
Sostenía que el ejemplo clásico de un grupo extraterritorial, carente de base material
propia y expuesto a una competencia despiadada, lo constituía el pueblo judío.
Creía también que la competencia nacional no constituye simplemente una lucha
entre dos grupos sino que es la tendencia de una nación a apoderarse de la base
material de otra, desplazándola de sus posiciones económicas y eliminando su poder
de competencia. Justificando probablemente lo que veía en el proyecto sionista,
sostenía que “La nación extraterritorial, al carecer de base material propia, no puede
desarrollar sus fuerzas productivas sin tomar como base una propiedad ajena”9.
Soñaba, sin embargo, con un entendimiento con los habitantes nativos de Palestina,
como fruto del desarrollo tecnológico aplicado a la agricultura, que incorporaría nuevas
tierras a la producción, las que serían suficientes para que palestinos y judíos
convivieran pacíficamente.
Para Borojov la gran burguesía judía era ajena al nacionalismo. La oriental, más
expuesta al desamparo jurídico, se interesaba más por el problema de la judeofobia. La
occidental deseaba asimilarse plenamente y diferenciarse de las masas judías pobres
9
Ber Borojov, Dov, Nuestra Plataforma. Bases del sionismo proletario, Centro Editor de América Latina,
Buenos Aires, 1968, p. 57.
66
que avivaban esos sentimientos en su perjuicio. La burguesía media, en cambio, al
estar expuesta a una competencia feroz y carecer de un mercado propio se inclinaba
por un Estado propio que se lo pudiera brindar. En la base de la pirámide social, la
pequeña burguesía y el proletariado judío constituían el asiento del nacionalismo judío.
La judeofobia de los patrones gentiles eliminaba a la mano de obra judía de los talleres
y empresas no judías. Los obreros judíos sólo encontraban empleo en los talleres de
propietarios de su mismo pueblo pero esto era insuficiente para satisfacer la demanda.
Por este motivo se veían obligados a migrar transfiriendo el problema a los países de
tránsito donde eran aceptados hasta que dejaban de ser útiles y se desataba
nuevamente la competencia, con la consiguiente judeofobia. Por ello consideraba la
asimilación una utopía y era imprescindible solucionar el problema territorial mediante
un movimiento colonizador. La gran burguesía y la burguesía media eran clases
reaccionarias, no interesadas verdaderamente en solucionar el problema, sino tan sólo
en alejar a las masas populares judías de su lado. Temían que el sentimiento antijudío
se terminara proyectando sobre ella. En cambio, el proletariado judío, como clase
revolucionaria, sí lo estaba, y sería el que introduciría en un país de economía
semiagrícola como Palestina la planificación económica capaz de albergar la
colonización judía.
Pese a su decidida vocación sionista, tras la revolución de febrero de 1917
Borojov se dirigió a Rusia donde se plegó posteriormente al Ejército Rojo organizando
las brigadas judías de éste. Sin embargo falleció tempranamente en diciembre de 1917,
sin alcanzar a presenciar el desarrollo final de los acontecimientos. El partido Poalei
Zion que fundó, dio origen a una de las dos ramas que conformaron el partido Mapai posteriormente Partido Laborista- y al partido Mapam, ubicado más a la izquierda del
espectro político.
Ben Gurion y el socialismo nacionalista
David Ben Gurion, probablemente el hombre más emblemático del sionismo y del
Estado de Israel en sus inicios, adhirió al Poalei Zion en Polonia, poco antes de migrar
a Palestina en 1906 con un grupo de compañeros de ideas y continuar allí militando en
el mismo partido. Fue uno de los fundadores de Hashomer –la Guardia-, la milicia de
las colonias judías en Palestina y en 1920 de la Histadrut, la central de trabajadores
que dirigió entre 1921 y 1935 para pasar a ser el presidente del ejecutivo de la Agencia
Judía. Condujo el Mapai, hegemónico en la política israelí hasta 1977. En 1948 se
convirtió en el primer primer ministro del Estado de Israel, cargo que ocupó hasta 1953
y luego nuevamente entre 1955 y 1963. Se lo sindicó siempre como el líder de los
halcones en relación a los árabes vecinos.
El Poalei Zion se dividió en 1919 al compás de la fractura del movimiento
socialista internacional luego de la Revolución Rusa, entre un grupo que adhirió a la III
Internacional y el otro que continuó por la senda de la Segunda, fundando el partido
Ajdut Avodá -Unión del Trabajo-, férreamente dirigido por Ben Gurion y su compañero
de ruta Yitshak Ben Zvi. En 1930 se fusionó con el partido Hapoel Hatzair –el Joven
Trabajador-, de inspiración nacionalista y antimarxista, partido fundado e inspirado por
el antes citado ideólogo del sionismo, Aaron David Gordon, dando lugar al Mapai,
acrónimo de Partido de los Trabajadores de la Tierra de Israel. En 1968 pasó a
llamarse Partido Laborista. Dominó la política israelí de 1948 a 1977 en que fue
desplazado por la derecha nacionalista y a partir de allí comenzó el declive de su
67
hegemonía política. Retornó al poder por un breve período en la década del 80 y luego
en los 90, impulsando con Isaac Rabin los Acuerdos de Oslo con la Organización de
Liberación de Palestina. Intentó reflotarlos sin éxito a fin de siglo con Ehud Barak y
perdió el gobierno nuevamente a manos de la oposición de derecha opuesta a la
creación de un miniestado palestino en Cisjordania y Gaza.
Si bien se autodefinía como partido obrero, el Mapai era primero nacionalista
antes que socialista. La lucha por la implantación del Estado de Israel en Palestina
estaba por encima de la lucha de clases. Los judíos, fueran obreros o patrones, debían
unirse entre ellos para enfrentar a la población local y los Estados árabes vecinos.
Promovió siempre el “trabajo hebreo”, es decir, que los empresarios judíos no debían
tomar trabajadores palestinos aún cuando ésta mano de obra fuera más barata, sino
trabajadores judíos para favorecer la inmigración. La Histadrut, dirigida desde sus
inicios por los partidos que conformaron el Mapai, no aceptaba la afiliación de obreros
palestinos. Promovió las colonias agrícolas colectivas, los famosos kibbutzim, en los
que no se admitían tampoco trabajadores nativos. De todo lo cual surgió una economía
separada, no integrada entre las dos comunidades étnicas en Palestina.
Zeev Sternhell, define al laborismo israelí como un caso de socialismo
constructivista, de socialismo nacional de raíz europea, una unión entre corrientes
antimarxistas, antirreformistas y nacionalistas que reivindicaban un acervo étnico,
cultural y religioso. El socialismo nacional europeo, sostiene, debe su singularidad a la
adhesión al principio de supremacía de la nación.
“Para el socialismo nacional, la nación es un todo en el que el individuo sólo existe en y
para el conjunto. El parentesco de sangre y de cultura es el que cuenta en la vida de los
hombres y no sus respectivos lugares en el proceso de producción” 10.
Este tipo de nacionalismo tribal, de inspiración herderiana, continúa Sternhell, se
difundió rápidamente en toda Europa y a fines del siglo XIX logró destronar al
nacionalismo liberal. Este nuevo nacionalismo recurría a la sangre y al suelo, a la
cultura, a la historia y, por último, a la biología. De impronta claramente romántica se
oponía al nacionalismo liberal, propio de Europa Occidental, allí donde el Estado surgió
antes que la nación, y al socialismo marxista de inspiración clasista. Tanto el
liberalismo como el socialismo marxista, de prosapia universalista, buscaban la
asimilación de los judíos en la sociedad de europea. Los sionistas, en cambio,
procuraban lo contrario, querían salvaguardar la identidad judía, por medio de la
conquista de la tierra que creían de sus antepasados, para lo cual debían recurrir al
componente religioso, a la historia bíblica, a los profetas, al Reino de David y la
rebelión de los Macabeos, a la expulsión por los romanos y el holocausto de la
fortaleza de Masada. El objetivo del movimiento nacional judío era reconquistar la tierra
de los ancestros por medio del trabajo y del poblamiento, si era posible, y si no lo era,
por medio de las armas.
Los discursos de Ben Gurion reflejan esta mezcla de componentes nacionalistas,
referencias bíblicas e históricas, demandas de reparación, invocaciones a la
peculiaridad y méritos particulares del pueblo judío, con la proclamación de valores
humanistas y universalistas e incluso de fraternidad entre los pueblos. El sionismo era
Sternhell, Zeev, Los orígenes..., op cit, p. 18/19. En sentido similar Arendt, Hannah, El sionismo…, p.
160.
10
68
para él una rebelión contra el destino, un alzamiento contra el peligro de desaparición
del judaísmo, los judíos eran un pueblo peculiar, espiritual y moralmente superior a los
otros, que había demostrado a lo largo de la historia su capacidad de sobrevivir.
Simultáneamente proclamaba la liberación del hombre de toda esclavitud, explotación y
opresión de clase, nacional, religiosa y hasta sexual, llamaba a la paz universal y la
unidad del género humano. Pese a que sostenía que todos los hombres eran iguales,
Ben Gurion llegó a sostener que el mal más grave era el trabajo no judío 11.
Reivindicaba al Mapai como un partido obrero pero no defendía a los trabajadores
árabes. Se opuso resueltamente, apenas arribado a Palestina, a la incorporación de los
trabajadores nativos a los sindicatos fundados por los inmigrantes judíos.
Sus principales compañeros de lucha fueron Yitzhak Ben Zvi, Berl Katsnelzon,
Chaim Arlosoroff, Moshe Sharet, Golda Meir y tantos otros que ocuparon los cargos
más prominentes tanto en la Agencia Judía como en el recién fundado Estado de
Israel.
Hatshomer Hatzair y el Estado binacional
La rama de izquierda del Poalei Zion, que adhirió a la III Internacional, dio origen al
Partido Comunista Judío, más tarde Partido Comunista de Palestina. Como el
bolchevismo se oponía al sionismo, este partido sufrió una nueva división entre quienes
renegaron del sionismo y quienes continuaron adhiriendo a él, en la incómoda posición
de adherir a un movimiento internacional que no los reconocía como una nacionalidad
autónoma.
Simultáneamente a partir de 1919 se instaló en Palestina el movimiento juvenil
sionista, Hashomer Hatzair –la Joven Guardia-, formado por socialistas continuadores
de las ideas de Borojov, que practicaban el scoutismo y pregonaban la vida en
comunidad y una educación colectivista de los hijos. Este grupo promovió las famosas
granjas colectivas conocidas como kibbutzim. Cuatro de éstos se federaron en 1927 en
la federación Kibutz Artzi. En la década del 30 los restos de izquierda sionista del
Poalei Zion se fusionaron con este movimiento kibbutziano dando lugar a un nuevo
partido político identificado con el nombre de Hashomer Hatzair, que creó también una
rama urbana, la Liga Socialista de Palestina. Este movimiento fundó en 1948 el Partido
Mapam, Partido de los Obreros Unidos, que fue excluido de los primeros gobiernos de
coalición por Ben Gurion. Se unió con otros partidos para formar el Partido Meretz en
1992, oportunidad en que participó brevemente con los laboristas en el gobierno de
Yitzhak Rabin que intentó un acuerdo de paz con la Organización de Liberación de
Palestina, para declinar en su influencia política desde entonces.
Hatzhomer Hatzair fue el único sector del movimiento sionista que abogó por un
entendimiento con los palestinos y la conformación de un Estado binacional judeoárabe. En el 20º Congreso Sionista de 1937 se opuso a los planes de transferencia de
la población palestina y más tarde al programa adoptado en el Hotel Biltmore de Nueva
York en 1942 por el que se proclamó abiertamente la implantación de un Estado judío
en Palestina. Uno de sus principales líderes fue Aharon Zisling, miembro del gobierno
provisional en 1948 y posteriormente diputado por el Mapam. Si bien Zisling adoptó una
posición ambigua en el Congreso de 1937, propiciando una transferencia acordada con
11
Ben Gurion, Discursos… , T. I, p. 56/7.
69
los Estados árabes vecinos, en 1948 calificó con duras palabras la política de expulsión
de los palestinos de su tierra. En una sesión del Consejo Provisional del Estado llegó a
comparar el comportamiento de los judíos al frente de esa tarea con los nazis.
En una misma línea de pensamiento con esta agrupación política se ubicó el
movimiento Brit Shalom –Pacto por la Paz- fundado en 1925 y del que participaron
figuras destacadas como el filósofo Martin Buber, el rabino Judah Magnes y el
historiador Hans Kohn. Disuelto éste, en 1942 el movimiento Ihud –Unión- continuó por
la misma senda. Martín Buber, el filósofo del diálogo, que escribiera la obra Yo y tú,
abogaba por una comunidad de diálogo judeo-árabe, única posibilidad de paz. En una
conferencia dictada en 1947, poco tiempo antes de que la comunidad judía alcanzara
su anhelado Estado, dijo:
“Lo que realmente necesita cada uno de los dos pueblos que viven en Palestina, uno
junto al otro y uno dentro del otro, es la autodeterminación, la autonomía, la posibilidad de
decidir por sí mismo. Pero esto no significa en absoluto que cada uno necesite un Estado en
el cual él sea quien gobierne. Para el libre desarrollo de su potencial, la población árabe no
necesita un Estado árabe, ni la población judía necesita un Estado judío para lograrlo. Esta
realización en ambos lados puede garantizarse en el marco de una entidad sociopolítica
binacional común, dentro de la cual cada pueblo ordene sus asuntos específicos y ambos
juntos se ocupen de los asuntos comunes a los dos” 12.
Judah Magnes sostenía que con el permiso de los árabes cientos de miles de
judíos perseguidos podrían instalarse en los países árabes, que sin ese permiso los
400.000 judíos de Palestina estarían siempre en riesgo. Profetizó que aún si los judíos
lograran un Estado propio y derrotaran a los árabes, una serie de guerras sin fin se
cerniría sobre Medio Oriente.
Aún cuando los miembros de Hatshomer Hatzair se oponían públicamente a la
partición y transferencia de la población nativa, una vez desatado el operativo de
limpieza étnica en 1947/8, los kibbutzim agrupados en su federación tomaron e
incorporaron a sus dominios tierra perteneciente a los palestinos expulsados.
Jabotinsky y el partido revisionista
Vladimir Jabotinsky nació en 1880 en Odessa, Rusia, en el seno de una familia judía
acomodada y asimilada. Trabajó de periodista desde joven, se recibió de abogado y
luego del pogromo de Kishinev adhirió al sionismo. Cambio su nombre por Zeev, que
significa lobo, y fue el primer promotor de unidades de autodefensa contra las
agresiones antijudías en Rusia. Desde temprano lideró la fracción de derecha del
sionismo secular, conocida como revisionista a partir de la década del 20, ya que se
proponía rever los fundamentos del sionismo. Era partidario de los hechos
consumados, más que de las negociaciones diplomáticas, para lo cual era necesario
crear organizaciones dispuestas a la acción directa. Así Jabotinsky creó una rama
juvenil, el Betar, una rama política, la Organización Sionista Revisionista y una rama
paramilitar o milicia armada, el Irgún, acrónimo de Ha Irgun HaTzva'i HaLeumi Be Eretz
Israel – Organización Militar de la Tierra de Israel-. Fueron acusados de recurrir al
asesinato político si era necesario, como en el caso de Chaim Arlosoroff, muerto en
1933, y se volcaron al terrorismo antibritánico a partir del Libro Blanco de 1939,
llevando a cabo los más resonantes y graves atentados terroristas como la voladura del
12
Citado por Semo, Ilán, Martin Buber: el otro Israel, La Jornada, México, 27 de octubre de 2000.
70
Hotel King David en 1946 o el asesinato del mediador de las Naciones Unidas, Conde
Folke Bernadotte, en septiembre de 1948. Una escisión del Irgún, el grupo Lehi,
acrónimo de "Lojamei Herut Israel" -Luchadores por la Libertad de Israel- o Banda
Stern, llamada así por el nombre de su líder, Abraham Stern, se volcó también al
terrorismo en la década del 40 asesinando al diplomático británico, Lord Moyne. Ambos
grupos protagonizaron la tristemente célebre masacre de Deir Yassin, el 9 de abril de
1948, para infundir terror entre los campesinos palestinos y provocar la huída de sus
aldeas. Se opusieron siempre a la partición de Palestina pero se incorporaron a las
fuerzas armadas de Israel después de proclamado el Estado. El revisionismo dio lugar
al Partido Herut -Libertad- en 1948, expresión de la derecha secular israelí, que se
oponía a reconocer al Reino de Jordania ya que proponía la anexión de la margen
oriental del Río Jordán. En 1973 se unió con otros partidos de la derecha liberal para
formar el Likud –Consolidación- y llegó al gobierno en 1977 poniendo fin a casi 30 años
de predominio del Partido Laborista. Desde esa fecha ha sido prácticamente
hegemónico en la política israelí, oponiéndose a los acuerdos de Oslo y al
reconocimiento de un Estado palestino. Sus principales líderes fueron antiguos
terroristas como Menahem Begin, Yitshak Shamir, militares del ala dura como Ariel
Sharon –acusado de responsabilidad en la Masacre de Sabra y Chatila en El Líbano,
en 1982- o políticos como Benjamín Netanyahu, primer ministro durante el bombardeo
a Gaza en 2014.
El revisionismo expresó la forma más extrema y excluyente del nacionalismo
judío. Se proponía implantar un Estado judío según la más extensa de las versiones
bíblicas, del Nilo hasta el Éufrates. Era claramente consciente de que ese propósito era
imposible de obtener y que debía lograrse por la fuerza. En 1923 Jabotinsky escribió un
opúsculo, La muralla de hierro. Nosotros y los árabes, en que el que planteaba sin
ambages:
“La colonización sionista, incluso la más restringida, debe ser concluida o llevada
adelante sin tener en cuenta la voluntad de la población nativa. Esta colonización puede, por
ende, continuar y desarrollarse sólo bajo la protección de una fuerza independiente de la
población local- una muralla de hierro que la población nativa no pueda romper-. Esta es in
toto, nuestra política hacia los árabes. Formularla de otra manera sólo sería hipocresía”.
Reconocía que los árabes no eran bandidos sino una nación que lucharía por su
territorio con todas sus fuerzas y que sólo la derrota militar podía llevarlos a aceptar un
Estado judío en Palestina.
“Un pueblo efectúa enormes concesiones sólo cuando ya no tiene esperanzas. Sólo
cuando no se percibe ni una sola hendidura en la muralla de hierro, sólo entonces los
grupos extremos pierden su poder, y el liderazgo pasa a los grupos moderados”.
El movimiento revisionista fue expresión de la más esencialista de las tendencias
internas del sionismo secular. Su concepción de la judeidad se basaba en la raza, en la
sangre y el suelo, el “blut und boden” del nacionalismo pangermánico. En un texto de
1904 Jabotinsky afirmaba:
“Ese sentimiento de ser nacional está profundamente embebido en la ´sangre´ de un
hombre; en su tipo racial-físico; y solamente en eso. No creemos que el espíritu
independiente recaiga en el cuerpo; creemos que los rasgos espirituales de un hombre
están determinados por su estructura física. Ni la educación ni la familia o el entorno pueden
transformar a un hombre en cuya naturaleza se ha conferido un temperamento calmo en un
carácter tempestuoso o viceversa. La estructura espiritual de un pueblo refleja el tipo físico
71
de un modo más pronunciado y complejo que en el caso de los rasgos espirituales de un
individuo”13.
Se oponía firmemente a los matrimonios mixtos que traerían como consecuencia
la desaparición completa de la nación judía de la faz de la tierra. Un futuro sin opresión
hacia los judíos con el consiguiente incremento de estos matrimonios le parecía
indeseable: los niños serían medio judíos. Llevaría a una asimilación completa.
“Considerando que la particularidad espiritual nacional puede continuar existiendo
solamente bajo condiciones de preservación del tipo físico-racial, se deduce que con la
asimilación física de los judíos entre la mayoría no-judía, también desaparecerá el carácter
judío como unidad nacional-cultural específica”14.
El revisionismo se oponía a la lucha de clases en Palestina. Cuando un
empresario judío contrataba obreros judíos en vez de mano de obra palestina más
barata, lo hacía por motivos patrióticos o porque que eran sus hermanos de raza, lo
que descartaba la huelga. Defendía los intereses de la clase media judía,
profesionales, comerciantes y pequeños propietarios de las ciudades palestinas en las
que se concentraban los inmigrantes judíos venidos de Europa. No promovía el
colectivismo agrario de los kibutzim y se identificaba con el liberalismo económico.
El revisionismo fue considerado siempre como el ala fascista del sionismo, una
agrupación extremista y terrorista. Jabotinsky, de hecho, admiraba a Mussolini con
quien mantenía amistad y quien le cedió la base naval de Civitavecchia para entrenar a
sus milicias armadas15. Pero el líder revisionista sabía que su aliado estratégico era
Gran Bretaña de cuyo régimen liberal conservador era un admirador. Los laboristas
buscaron diferenciarse siempre de este movimiento al que acusaban de fascista. No
obstante, los objetivos que se planteaba, como la transferencia de los palestinos a los
países circundantes para lograr una mayoría judía en el Estado a construir, no eran
sustancialmente diferentes a los del laborismo sino que los planteaba abiertamente
como surge del texto La muralla de hierro. Para Sternhell los desacuerdos entre el
Mapai y la corriente revisionista se basaban más en cuestiones políticas y tácticas que
en cuestiones de fondo16. Para Arendt el revisionismo expresaba verdaderamente la
ideología de Theodor Herzl y su proyecto fue finalmente adoptado en 1944 en la
asamblea anual de Atlantic City en la que se reclamó en forma unánime la constitución
de una comunidad judía libre y democrática que abarcase la totalidad de Palestina sin
siquiera mencionar a los árabes de ese territorio17.
El sionismo liberal
Con el nombre de “sionistas generales” se designó a un conglomerado de dirigentes
nucleados en la Organización Sionista Mundial que no se identificaban con ninguna de
las ramas políticas antes indicadas y que después de 1948 se agruparon ya sea en el
Partido Liberal o en el Partido Progresista. Agrupaban a empresarios, grandes
comerciantes, profesionales, empleados de cuello blanco e intelectuales no
13
Jabotinzky, Zeev, Una carta sobre la autonomía. Israel entre las naciones, en 51 documentos,
colaboración de los dirigentes sionistas con los nazis, Editorial Canaán, Buenos Aires, 2011, p. 12.
14 Ibidem, p.15.
15 Brenner, Lenni, 51 documentos... p. 291 y ss.
16 Sternhell, Los orígenes, op cit, p. 29.
17 Arendt, Hannah, El sionismo..., ps. 129 y 133.
72
identificados con el socialismo nacionalista y estatista de Ben Gurión ni con el
nacionalismo extremista de Jabotinsky y Begin. Dominaron la Organización Sionista
Mundial hasta 1931 oportunidad en que el Mapai tomó las riendas de la misma.
Acometían la inmensa dificultad de conciliar la ideología liberal de raíz universalista con
un movimiento claramente particularista como el sionismo. En 1965 se unieron con el
Herut de Begin para formar una coalición, el Gahal, y junto con otros grupos formaron
en 1973 el Likud, antes reseñado. El liberalismo israelí fue absorbido políticamente por
los herederos del revisionismo de Jabotinsky, cuyo programa económico no se
diferenciaba del liberalismo.
El sionismo religioso
Cuando Theodor Herzl publicó El Estado judío obtuvo como respuesta el rechazo
absoluto de las instituciones religiosas judías de Europa central al punto tal que debió
desistir de realizar su primer congreso sionista en Munich y trasladarlo a la más
indiferente Basilea. La oposición de los rabinos europeos se fundaba en la convicción
de que no habían arribado los tiempos mesiánicos, que sólo el Mesías podía convocar
a tal empresa y que constituía un alzamiento contra religión pretender el retorno a Sión
a partir de una convocatoria hecha por los seres humanos, mas aún si ésta provenía de
un grupo de judíos seculares, semiasimilados que habían fracasado en su intento de
adaptarse a la sociedad gentil.
Pero no todos pensaban así. Zvi Hirsch Kalischer, un rabino polaco, residente en
Alemania, amigo de Hess, fue el primero de los religiosos en proponer ya en 1862 el
retorno a Sión, la fundación de colonias agrícolas y construcciones urbanas. Sus ideas
fueron retomadas por el partido Mizrahi -Centro Espiritual- fundado en Vilna, Lituania
en 1902, que se integró a la Organización Sionista Mundial y mantuvo buenas
relaciones hasta con los sionistas obreristas de Poalei Zion. En 1923 trasladó su sede
central a Palestina y se abocó a construir una red de escuelas judías luego integradas
al sistema educativo del Estado de Israel.
Según Israel Shahak y Norton Mezvinsky18 los judíos religiosos se dividen en
dos grupos. Los más moderados son los llamados nacional religiosos agrupados en el
Partido Nacional Religioso (PNR) o Mafdal, continuador del Mizrahi, partido no
dominado totalmente por rabinos que participa del juego electoral y nuclea a los
religiosos de origen askenazi. Visten a la usanza moderna con kipá, observan
selectivamente los mandamientos de la ley religiosa y aceptan una mayor participación
de las mujeres en la vida pública. Consideran al sionismo y la fundación de Israel como
una señal del advenimiento de los tiempos mesiánicos. El Estado de Israel sería un
instrumento inconsciente de la voluntad divina en el cumplimiento de la promesa
mesiánica19. Moderado en sus comienzos se fue inclinando cada vez más hacia el
fundamentalismo religioso de la mano del rabino Abraham Isaac Kook y su hijo Zvi
Yehuda Kook hasta dar pie a la formación del movimiento mesiánico extremista Gush
Emunim -Bloque de los Fieles-. El PNR combatió en forma consecuente el sionismo
secular lo que no le impidió formalizar todo tipo de alianzas parlamentarias con los
partidos laicos, ya fuera el Likud o el laborismo, para imponer a toda la población las
prescripciones de la religión judía como la observancia del shabat, el kasherut o la
18
19
Shahak, Israel y Mezvinsky, Norton, Jewish Fundalmentalism in Israel, Pluto Press, Londres, 2004.
Aranzadi, 492.
73
proscripción del matrimonio civil. Representó siempre al sionismo religioso más
integrado a la sociedad moderna.
El otro grupo está formado por los haredim (de hared, temeroso de dios). Son
aquellos judíos fundamentalistas ultraortodoxos y extremistas que proclaman la
observancia estricta de la ley talmúdica. Niegan el carácter mesiánico del Estado de
Israel. Se dividen en dos grupos, Yahadut HaTorah -judaísmo de la ley- que agrupa a
los askenazis y el Shas que nuclea a los judíos orientales. Los haredim se oponen a
toda innovación, en particular al judaísmo reformado y al secularismo, se visten
siempre con trajes negros siguiendo la costumbre de los judíos de Europa Oriental
previa a la emancipación. Se oponen a cualquier acuerdo con los palestinos que
importe ceder parte alguna de la Tierra Prometida y apoyan activamente a los colonos
instalados en los territorios ocupados en 1967 entre los que son mayoritarios.
Yahadut HaTorah es el partido formado a partir de Agudat Israel -Unidad de
Israel-, agrupación política surgida a principios del siglo XX entre los judíos religiosos
de Polonia, Lituania y Alemania que se oponían al sionismo. Sin embargo varios de sus
miembros se establecieron en Palestina a partir de un acuerdo alcanzado con la
Agencia Judía que les reservaba un 6,5 % de la cuota de ingreso. En 1948 Agudat
Israel suscribió la Declaración de Independencia del Estado de Israel y aceptó el hecho
consumado de la implantación del Estado sionista, incorporándose a su vida política y
participando de las elecciones.
El Shas fue fundado en 1984 para representar a los judíos provenientes del
Medio Oriente. Se lo identifica con los judíos sefardíes, aunque esta palabra en hebreo
significa españoles. Este partido, fundado por rabinos, siguiendo la misma estrategia
que el PNR, obtuvo su propia bancada parlamentaria lo que le permitió negociar con
los gobiernos laicos para obtener el financiamiento de su red de escuelas ortodoxas y
otras prebendas, entre ellas la eximición de sus miembros del servicio militar. Se
pronuncia contra la discriminación que sufren los judíos orientales buscando
representar su cultura contra la hegemonía askenazi, reivindica una vida conforme a la
ley judía, la Hajalah, y apoya activamente la colonización de Cisjordania.
El ya mencionado Gush Emunim, nacido del más moderado PNR, es también
parte del movimiento haredim pero no participa de las elecciones. Su método es la
acción directa o el terrorismo. En 1983 asesinó a un grupo de estudiantes islámicos en
la Universidad de Hebrón y en 1984 la policía de Israel desarticuló un plan destinado a
volar las mezquitas de la Roca y Al Aqsa para limpiar de abominaciones la explanada
del Templo y construir un Nuevo Templo, todo eso con el propósito de desencadenar
un nuevo Armagedón que precipitara la llegada del Mesías. Al movimiento haredim
pertenecían tanto el rabino Baruch Goldstein que en 1994 asesinó a veintinueve
musulmanes por la espalda mientras oraban en la mezquita de Hebrón como Yigal
Amir, el asesino del primer ministro laborista Yitzhak Rabin.
Conclusión
El sionismo fue, como surge en forma evidente, un movimiento sumamente diverso, ya
sea en sus orígenes ideológicos, en la propuesta de sociedad y en la radicalidad de las
estrategias que en cada momento histórico se dieron sus distintos sectores. Pero como
sionistas todos coincidieron en los elementos centrales del discurso político de ese
74
movimiento: que los judíos constituían una nación sin un territorio propio y un Estado,
que judíos y gentiles no podían convivir, que la vida en la Diáspora era indigna y se
debía reconstruir un Estado judío y al hombre judío mediante la aliah –elevaciónconsistente en retornar a la Tierra de Israel –Eretz Israel- de la que habían sido
echados casi dos milenios antes y a la que tenían pleno derecho con independencia de
los pueblos que habitaran la misma.
75
“Estoy seguro de que el mundo juzgará al Estado
judío por lo que hagamos con los árabes”. Chaim
Weizmann, A la verdad por el error1.
Capítulo. V. Los medios
Algunos movimientos políticos se definen por los valores que promueven, otros por las
utopías que proponen a la sociedad y otros principalmente por los medios que
adoptan para arribar al fin buscado. Durante décadas, hasta que los partidos de la
Segunda Internacional desistieron de la socialización de los medios de producción y
de cambio, la diferencia básica entre socialistas y comunistas estaba dada por los
métodos que propugnaban para alcanzar la utopía del Estado socialista. Los
primeros, electorales y parlamentarios, los segundos la insurrección de masas.
Cuando los comunistas desistieron de éstos, las diferencias se fueron diluyendo
paulatinamente.
El fascismo y el terrorismo moderno se definen principalmente por los medios
que adoptan. Los movimientos pacifistas y humanistas también. En cambio los
movimientos de liberación nacional se definen por la situación en que se hallan frente
al dominio colonial o neocolonial, pasando a segundo plano el modelo de sociedad
que proponen, muchas veces difuso o indefinido.
Ya hemos definido al sionismo como un movimiento nacionalista que proponía
crear un Estado para una comunidad religiosa o cultural dispersa, formada por un
conjunto de etnias situadas en distintas partes del globo, principalmente Europa, el
Norte de África (el Magreb) y el Medio Oriente (el Mashriq). Dado que la cantidad de
judíos que vivían en Palestina a fines del siglo XIX era minúscula –aproximadamente
20.000 lo que representaba el 2 % de la población total- ello importaba
necesariamente favorecer la migración de gran cantidad de personas. Pero estos
inmigrantes no se encontrarían con un país deshabitado como la propaganda sionista
propalaba –“Una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra” la famosa frase atribuida a
Lord Shaftesbury y popularizada por Israel Zangwill- sino con un territorio densamente
poblado, habitado por otro pueblo con otras religiones, otra lengua, otras costumbres.
Los sionistas deseaban dejar de ser alguna vez una minoría en su país de
residencia. No estaban interesados en ser la minoría judía de un país árabe, como
sostuvo Chaim Weizmann: “los judíos no van a Palestina para transformarse en
árabes de la fe mosaica o para cambiar sus ghettos alemanes o polacos por otro
árabe”2. Para ello necesitaban que los palestinos árabes –musulmanes y cristianosque allí vivían se fueran, sin que esto se hiciera extensivo a los palestinos de religión
judía. El tema era cómo lograrlo.
1
2
Op cit. p. 630.
Ibidem, p. 541.
77
Nur Masalha, en su detallada y documentada obra Expulsión de los palestinos,
da cuenta de todos y cada uno de los proyectos que desde un comienzo pensaron,
elaboraron, discutieron y finalmente implementaron los sionistas para obtener su
objetivo: la transferencia de la población nativa fuera del territorio de Palestina,
propósito que lograron sólo parcialmente y en el cual aún persiste el Estado de Israel.
Con acierto dice Masalha, que el término transferencia es un eufemismo para encubrir
la remoción organizada de la población nativa hacia los países vecinos. Ergo,
implicaba la conquista de la tierra palestina y su reparto entre los inmigrantes
sionistas. Los medios utilizados para lograrlo serán el tema de este capítulo.
Palestina estaba poblada
Una vieja historia cuenta que un grupo de rabinos austríacos interesados en el
proyecto sionista visitó Palestina a fines de siglo XIX y que al retornar contaron que la
novia era hermosa, pero ya estaba casada con otro3. El propio Zangwill habría
comprobado lo mismo en un viaje que realizara por la misma época, y el artífice del
resurgimiento del idioma hebreo, Eliezer Ben Yehuda, narra en un libro su honda
conmoción cuando, viajando a Palestina en barco comprobó que era una tierra
habitada por sus “primos en Ismael”, que los árabes se sentían ciudadanos de ese
país, de la tierra de sus ancestros, y que él, su descendiente volvía a ella como un
extranjero. Al tocar tierra firme sintió nuevamente espanto y miedo al encontrarse con
“su hermano Esaú” y advertir que Jaffa era una ciudad enteramente árabe, que no
encontraba en ella judío alguno4. Otro tanto comprobó un inmigrante ruso que se
instaló en el muy temprano 1886, Yitzhak Epstein, quien escribió tiempo más tarde
que los judíos pensaban en todos los detalles de su nueva patria pero olvidaban un
detalle: “el hecho de que en nuestra tierra tan querida vive una nación instalada desde
hace siglos y que nunca ha contemplado la posibilidad de abandonarla”5.
Estos relatos no sólo informan del choque de los primeros sionistas con la
realidad del territorio con el que soñaban sino del hecho de que, pese a eso, seguían
considerando a Palestina su tierra. Era la tierra de sus ancestros, aunque en ella
viviera desde hace siglos otro pueblo. La pertenencia al pueblo judío era un dogma
que aún la más obstinada realidad no podía cambiar ya que así estaba escrito en la
Torah. Los derechos de ocupación del otro, aún cuando ese otro también figurara en
el libro sagrado (“los primos en Ismael”, “el hermano Esaú”) no contaban frente a un
artículo de fe, una verdad inconmovible como una montaña.
Frente a ese choque con el otro las posturas adoptadas por los sionistas fueron
tres: 1) desistir del proyecto y buscar otro lugar; 2) migrar a Tierra Santa e intentar
convivir con los residentes de allí y 3) evacuarlos, transferirlos a los países vecinos.
La primera idea la motorizó el propio Israel Zangwill, quien, pese a haber propiciado
primero la expulsión por la espada6, advirtió más tarde la imposibilidad del sueño
sionista y apoyó primero la alternativa de Uganda y, al fracasar ésta, rompió con el
sionismo y fundó su propio movimiento, la Organización Territorialista Judía,
3
Sabini, Luis, op cit, p. 67.
Sanbar, Elías, Figuras del palestino, Identidad de los orígenes, identidad del devenir, Editorial
Canaán, Buenos Aires, 2013, p. 207 y ss.
5 Citado por Forrester, Viviane, op cit, p. 103.
6 Masalha, Nur, op cit, p. 19.
4
78
empeñada en crear el Estado judío en Canadá, Australia o algún otro lugar del globo
poco habitado.
La segunda propuesta la motorizó el ya mencionado movimiento Brit Shalom y
posteriormente el Ihud, junto al Hashomer Hatzair, pero dicha postura política fue
siempre claramente minoritaria en el sionismo y sus promotores terminaron adhiriendo
al recientemente fundado Estado de Israel, participando en sus elecciones y
ocupando cargos políticos.
Los proyectos de transferencia
La tercera opción fue la que primó y ocupó el centro del debate político sionista
durante décadas. ¿Cómo lograr que se fueran? ¿Había que echarlos? ¿En forma
pacífica o compulsiva? ¿Era ético hacerlo por la fuerza? ¿De qué forma justificarlo?
Ya citamos el diario de Herzl cuando pensaba en negarles trabajo a la población
indígena para impulsarlos a cruzar la frontera, buscando hacer todo eso de modo
discreto y circunspecto. Este proyecto se procuró materializar mediante la puesta en
práctica de lo que Michel Warchawski denomina los tres mandamientos del proyecto
sionista:
“Redención de la tierra, a saber comprar tierras a los propietarios absentistas con la
condición de expulsar a los paisanos árabes; conquista del trabajo, es decir expulsar a los
trabajadores árabes del mercado de trabajo, en particular al fundar la Histadrut cuyo objeto
era facilitar el empleo exclusivo de la mano de obra judía mediante boicots, subvenciones,
actos de violencia; compra de productos judíos, boicoteando (a menudo destruyendo) los
productos árabes”7.
La primera estrategia consistió entonces en la compra de la tierra, designada
en hebreo como kibbush haadamah: conquista de la tierra. Para ello era necesario
recurrir en primer lugar a los propietarios absentistas o effendis, terratenientes que
residían en las ciudades, muchas veces fuera de Palestina misma y que arrendaban
sus propiedades a los campesinos o fellahin. Esta tarea fue encarada principalmente
por los migrantes de la segunda aliah, que arribara entre 1904 y 1914. Según datos
proporcionados por el encargado sionista de las adquisiciones entre 1879 y 1937 los
sionistas adquirieron 681.687 dunums8 de los cuales el 52,7 % lo fue a propietarios
absentistas, 24,5 % a propietarios locales, 9,5 % a pequeño campesinos y 13,3 % al
gobierno colonial británico. Para 1945 el total adquirido representaba el 12,75 % de
las tierras cultivables y sólo el 5,67 % de la superficie total del territorio bajo el
Mandato Británico de Palestina9.
Las primeras colonias creadas a partir de 1879 fueron limitadas y continuaban
empleando mano de obra local, más experimentada y económica que los inmigrantes
europeos –los olim-, la mayoría profesionales, comerciantes o artesanos, sin
experiencia alguna en las tareas rurales. Sin embargo a partir de la segunda aliah, la
compra de la tierra, adamah Iurit (tierra hebrea) fue acompañada de la expulsión de
los fellahin para ser sustituidos por migrantes judíos, creándose así trabajo hebreo:
avodah Iurit. Los campesinos expulsados debían en consecuencia procurarse otro
7
Warchawski, Michel, Estado, nación y nacionalismo en L´homme et la societé. Nº 114. 1994. Etat
democratique ou état confessionel?, pp. 27-36. (Perseè, traducción propia).
8 Un dunum equivale a 0,1 has.
9 Sanbar, op cit, 175/6.
79
medio de vida, pero en una sociedad rural en un 70 % esta posibilidad era escasa. De
allí que recurrieran al pillaje y pasaran a ser catalogados de bandidos. El
enfrentamiento resultante llevó a los inmigrantes sionistas a organizar ya en 1909 su
primer cuerpo de autodefensa, la Hashomer, base de la futura milicia Haganah y
posteriormente del ejército del Estado de Israel. Así, en 1886 se producen los
primeros enfrentamientos, a los que siguen otros en 1901, 1904, 1910, 1911 10
alimentando un encono que hará eclosión en 1920 con la matanza de 46 judíos el 21
de mayo de ese año.
Pero este procedimiento para la conquista de la tierra se demostró como muy
poco eficiente. Si bien los primeros effendis no vieron inconveniente en beneficiarse
con la venta, a medida que éstas avanzaban dio comienzo un proceso de resistencia
que lo fue limitando, cumpliéndose de esto modo el vaticinio hertziano según el cual la
penetración gradual fracasaría porque despertaría oposición. Ya en 1911 Arthur
Ruppin, quien más tarde se desempeñaría como director del Departamento de
Colonización de la Agencia Judía, propuso al ejecutivo de la Organización Sionista
Mundial la transferencia limitada de campesinos árabes a Siria 11. Otras voces lo
acompañaron en esa propuesta. El sionismo revisionista no tenía empacho en
proclamarlo abiertamente mientras que el sionismo socialista lo callaba pero sus
líderes trabajaban en el mismo sentido. En 1930 Chaim Weizmann, luego de los
disturbios de 1929 que dejaron como saldo 133 judíos muertos, lo propuso a la
Comisión Shaw designada por el gobierno del Mandato para investigar los hechos. La
idea del futuro presidente del Estado sionista era que los palestinos debían ser
transferidos a Transjordania e Irak. El Secretario de Estado para las Colonias del
gobierno laborista de Ramsay Mac Donald, Lord Passfield12, se opuso y recomendó
poner restricciones a la inmigración judía ya que no había tierras disponibles para
ellos y ya se había removido al 30 % de los campesinos palestinos.
Pese al traspié, los principales dirigentes sionistas continuaron luchando por la
idea y debatiendo entre ellos si la transferencia debía ser acordada con los árabes o
forzada. El principal precedente que citaban en apoyo a su proyecto era el
intercambio entre la población griega y turca después de la Primera Guerra Mundial.
De esta forma, sostenían, los árabes vivirían con otros árabes y los judíos con los
judíos, argumento sustentado en el concepto de la necesaria homogeneidad étnica de
las naciones. Sin embargo tenían pleno conocimiento de la resistencia que la
población nativa opondría a sus proyectos de transferencia13.
En 1937 el Informe de la Comisión Peel del gobierno británico propuso por
primera vez la partición de Palestina en dos estados, uno árabe –unido a
Transjordania- y otro judío, conservando Gran Bretaña algunos enclaves urbanos y un
corredor desde el mar hasta Jerusalén. La partición se complementaba con el
“intercambio de poblaciones”. La propuesta, rechazada por los palestinos y aceptada
por el sector más representativo del sionismo -el Mapai-, no se llevó a la practica entre
otros motivos porque Palestina ya se hallaba en franca guerra civil entre su población
nativa y las fuerzas coloniales británicas apoyadas por los colonos judíos.
10
Khalidi, Rashid, La identidad palestina. La construcción de una conciencia nacional moderna.
Columbia University Press, New York, 2010.
11 Masalha, op cit, p. 20.
12 Nombre que recibió el socialista fabiano Sidney Webb.
13 Sternhell, Los orígenes…, p. 98, 255 y ccs.
80
Al mes siguiente se celebraron dos importantes reuniones, tanto del partido
Mapai como de la Organización Sionista Mundial que discutieron largamente sobre la
transferencia y fundamentalmente si era moralmente aceptable hacerla de modo
forzoso. Ben Gurion sostuvo que debía hacerse si era posible voluntariamente y si no
por coerción, idea que primó entre los asistentes al congreso junto con la del
intercambio de pueblos: el traslado de 100.000 judíos residentes en los países árabes
a Palestina a cambio de la expulsión de los nativos. Sólo los delegados de Hashomer
Hatzair manifestaron sus reparos a que fuera compulsiva.
En los años sucesivos se conocieron diversos proyectos de transferencia a
través de los cuales se iba afianzando la idea del carácter forzado de la misma, hasta
que el Libro Blanco de 193914 pareció dejarlos sin sustento político. La Segunda
Guerra Mundial congeló las tentativas, pese a lo cual la dirigencia sionista siguió
trabajando en ese sentido. Uno de los principales propulsores, Yosef Weitz, Director
del Departamento de Tierras de la Agencia Judía, no tenía empacho en afirmar que
“no había espacio para ambos pueblos en este país” y que la única solución era
obtener al menos la tierra occidental de Israel sin árabes. “La única manera es
transferir a los árabes de acá a los países vecinos, a todos ellos, excepto tal vez
Belén, Nazaret y Jerusalén antigua. No debe quedar ni una sola aldea, ni una sola
tribu. Y la transferencia se debe realizar mediante la absorción de ellos en Irak y Siria,
incluso Transjordania”15. En aquellos tiempos el total de la propiedad en manos de los
inmigrantes judíos alcanzaba el 3,5 % de Palestina. Si luego de sesenta años de
infiltración gradual se había arribado sólo a ese porcentaje, resultaba evidente a los
colonos que el camino debía ser otro, mucho más drástico.
El proyecto de partición de la ONU
La oportunidad se presentó luego de la Segunda Guerra Mundial. Los
enfrentamientos entre nativos palestinos e inmigrantes europeos se habían
recrudecido de tal modo, sumados a las acciones terroristas llevadas a cabo por los
grupos terroristas Irgun y Stern contra la potencia mandataria, que Gran Bretaña a
principios de 1947 anunció que se retiraría de Palestina el 1 de agosto de 1948
poniendo la cuestión del destino de dicho territorio en manos de la Organización de
las Naciones Unidas.
El 29 de noviembre de 1947, la Asamblea General de esa entidad consideró las
dos propuestas elevadas por una Comisión Especial creada al efecto, la UNSCOP, y
adoptó la célebre Resolución 181 por la que se recomendaba la partición de Palestina
en un estado árabe y otro judío con unión económica y un régimen especial para
Jerusalén, ciudad que quedaría bajo la administración de las Naciones Unidas. La
postura mayoritaria fue impulsada por los Estados Unidos, la Unión Soviética, los
países europeos y latinoamericanos. Atrás quedó la propuesta de la minoría de la
comisión, motorizada por India, Irán y Yugoslavia, consistente en el establecimiento
de un Estado federal binacional árabe-judío con autonomía para cada sector y con
Jerusalén como capital.
14
15
Ver Cap. 3.
Masalha, Nur, op cit, p. 131.
81
El diseño del mapa procuraba que en cada estado hubiera mayoría de cada
comunidad étnica, pero como las colonias judías no tenían continuidad territorial, el
resultado final era un mosaico similar a un tablero de ajedrez de seis casilleros. El
Estado judío proyectado albergaría a 558.000 miembros de esa comunidad y a
405.000 árabes ocupando el 54 % del territorio, el palestino a 804.000 árabes y
10.000 judíos con el 45 % y la zona bajo control internacional, compuesta de los
Santos Lugares, Jerusalén y Belén tendría una población pareja de 106.000 árabes y
100.000 judíos con el 1 % del territorio restante. El desierto del Neguev, al Sur, donde
casi no había población judía, se asignaba al Estado judío de forma tal de otorgarle
salida al Mar Rojo a través del Golfo de Akaba, evitando pasar por el Canal de Suez
para acceder al Océano Índico. En su autobiografía Weizmann describe las intensas
gestiones desarrolladas ante Truman para lograr incluir esta zona en el futuro Estado
judío por razones de geopolítica internacional, aún cuando de esta forma entrara en
contradicción con el mito del retorno del pueblo judío a su tierra ancestral.
La recomendación preveía que en los Estados a crearse los residentes árabes
y judíos debían gozar de iguales derechos políticos16, de modo tal que en el estado
judío los árabes podrían poseer la ciudadanía y votar. Garantizaba iguales derechos
civiles, prohibiendo toda forma de discriminación, por razones económicas, políticas y
religiosas, y el libre acceso a todos los santuarios religiosos. Como la cantidad de
población árabe prevista como residente en el estado judío era apenas inferior a la de
éstos, ello hacía peligrar la supremacía judía del naciente estado. De esta forma no se
constituiría una nación para todos los judíos del mundo –como anhelaba el proyecto
sionista- sino para los residentes. Además prohibía expresamente la expropiación de
tierras, tanto de árabes como de judíos, salvo por motivos de utilidad pública 17.
Establecía una unión económica, aduanera y monetaria, creando un organismo mixto
entre ambos estados y representantes internacionales, que tendría a su cargo la
administración de toda la infraestructura ferroviaria, de caminos, comunicaciones,
puertos y por sobre todo el riego, el saneamiento de tierras y la conservación del
suelo. En cuanto a Jerusalén se la constituía en un “corpus separatum” bajo un
régimen internacional especial administrado por las Naciones Unidas a través de un
Consejo de Administración Fiduciaria, todo ello con el fin de “proteger y preservar los
intereses espirituales y religiosos sin iguales localizados en la Ciudad de las tres
grandes religiones monoteístas extendidas en el mundo entero: cristianismo, judaísmo
e islamismo”.
La resolución invitaba a los habitantes de Palestina a adoptar las medidas
necesarias para poner en práctica el plan de partición y pedía al Consejo de
Seguridad hacer lo propio para su ejecución. Si bien los palestinos no fueron
formalmente consultados, la recomendación fue rechazada en forma inmediata por los
principales referentes de la comunidad. La Liga Árabe, constituida poco tiempo antes
por Egipto, Irak, Siria, El Líbano, Transjordania, Arabia Saudita y Yemen, manifestó su
absoluta oposición interpretando sin dudas el sentir del pueblo afectado.
La limpieza étnica
16
Resolución 181, Capítulo B. aps. 9 y 10 y Capítulo C que regulaba el contenido de la futura
constitución de cada estado.
17 Idem, Capítulo C, punto I, ap. 8.
82
La comunidad judía, en cambio, liderada por David Ben Gurión, a la sazón al frente de
la Agencia Judía, festejó la propuesta de partición como un gran logro diplomático y
sin aguardar a que se celebrara una consulta formal o que el Consejo de Seguridad la
pusiera en práctica, comenzó a implementar en forma inmediata un plan destinado a
apoderarse de la mayor cantidad de territorio posible sin respetar los límites previstos
en la misma. Dicho plan, conocido como Plan Dalet, consistió en ingresar en las
aldeas de campesinos palestinos y sembrar el terror entre ellos, de forma tal de
provocar la huida en masa de los habitantes y tomar el control del pueblo,
apropiándose de las tierras, las viviendas y las propiedades. En diciembre de 1947 la
fuerza paramilitar de la Agencia Judía, la Haganah y su batallón de élite, el Palmach,
formado por colonos de los kibbutzim, comenzó su campaña de hostigamiento en las
aldeas de Deir Ayyub y Beit Affa18. Simultáneamente en la ciudad de Jerusalén colocó
bombas en mercados, paradas de autobuses e hizo volar el hotel Semiramis
provocando la muerte de treinta y seis personas. Las acciones prosiguieron durante
todo el invierno a fin de crear una nueva realidad que hiciera imposible dar marcha
atrás ya que el rechazo que había generado en los países vecinos auguraba una
guerra y el Consejo de Seguridad no adoptó política alguna para ponerla en práctica.
El staff diplomático de Estados Unidos en las Naciones Unidas no apoyaba el
proyecto de partición, temeroso del efecto que pudiera tener en su relación con los
países árabes. El 19 de marzo de 1948 dicho país propuso en el Consejo de
Seguridad suspender todas las acciones, concertar una tregua entre las facciones en
disputa y convocar a una nueva Asamblea General para considerar otra solución al
problema. El proyecto de partición, carente de un apoyo decidido parecía naufragar y
ser sustituido por un fideicomiso en Palestina, de conformidad al régimen previsto en
el capítulo XII de la Carta de las Naciones Unidas.
Mientras se sucedían las negociaciones a nivel internacional las milicias judías,
a las que se habían unido los grupos terroristas del Irgun y la banda Stern –
declaradamente opuestos al Plan de Partición- continuaban las acciones de toma de
aldeas y desalojo de los habitantes. El 9 de abril de 1948, estas dos últimas
agrupaciones, con armas provistas por la Haganah, ingresaron en la aldea de Deir
Yassin, una pequeña población próxima a Jerusalén y masacraron a sus habitantes.
Hasta el día de hoy se discute la cantidad de muertos que los historiadores calculan
entre 120 y 250 palestinos, incluidos niños, mujeres y ancianos.
La masacre de Deir Yassin fue ampliamente denunciada por las radios de la
comunidad palestina y tuvo como efecto generar pánico entre los campesinos que
comenzaron un proceso de abandono de sus aldeas facilitando de este modo la tarea
de las fuerzas paramilitares judías. Éstas, ante la falta de una resistencia organizada,
se avocaron a proyectos más ambiciosos: la toma de ciudades de tamaño intermedio.
El 18 de abril Tiberíades cayó en sus manos, el 21 y 22 del mismo mes lo hizo el
importante puerto de Haifa en el norte, el 19 de abril Safed, el 11 de mayo Baysan y
esos mismos días los barrios Norte y Oeste de Jerusalén.
Todas estas acciones fueron ejecutadas ante la vista y pasividad absoluta de
las fuerzas armadas de Gran Bretaña, la potencia mandataria que declaraba
simultáneamente en las Naciones Unidas no estar dispuesta a ejecutar ninguna
18
Para un detalle de todas las aldeas tomadas y la fecha de cada acción véase Pappé, Ilan, op cit.
83
resolución “que no fuera conforme a las aspiraciones de los pueblos interesados”19.
Pese a ello anunció que anticipaba su retiro de Palestina el 14 de mayo de 1948 –
debía hacerlo recién el 1 de agosto- y al hacerlo entregó el control de las principales
ciudades junto con sus edificios públicos a la comunidad de colonos judíos que el 14
de mayo de 1948 proclamaba el nuevo Estado.
Las acciones de limpieza étnica - El Estado mayor israelí utilizaba el término
hebreo Tihur que significa limpieza y purificación20- prosiguieron con la toma de las
ciudades de Acre -lograda según el historiador israelí Ilan Pappé, mediante
inoculación de tifus en el agua- Lyda, Ramle y Nazareth en el mes de julio. Un párrafo
aparte merece la toma de las ciudades próximas de Lyda y Ramle ejecutada en tan
sólo cuarenta y ocho horas, los días 13 y 14 de julio de ese año, mediante la
evacuación de sus aproximadamente 50.000 habitantes, empujados al exilio en fila
por las fuerzas de la Haganah conducidas por los futuros gobernantes del Estado
sionista, Yitzhak Rabin y Moshe Dayan. Un libro patriótico publicado en Israel en la
década del 50 sostenía que el Estado judío no podía sobrevivir sin esas dos ciudades,
cuya zona no sólo cubría todos los accesos a Tel Aviv y Jerusalén sino que servía de
centro irreemplazable de comunicaciones con varias importantes redes férreas y de
caminos y el único aeropuerto civil y militar de entonces. Luego de describir los
métodos de guerra psicológicos basados fundamentalmente en causar pánico,
celebraba que “la infantería limpió toda la ciudad en menos que canta un gallo, ya que
la mayor parte de la población había huido ante los comandos. En pocas horas, Lyda
y Ramle estuvieron vacías, y las casas esperando que se mudaran a ellas nuevos
inmigrantes judíos”21.
En total, de acuerdo a Pappé, fueron tomadas 531 aldeas y diez ciudades,
ejecutadas más de 30 masacres colectivas y 8.000 prisioneros palestinos conducidos
transitoriamente a campos de concentración en forma previa a su expulsión. 90.000
beduinos fueron expulsados del desierto del Neguev. Como resultado, entre 700.000
y 800.000 palestinos –incluyendo a los beduinos entre ellos- fueron arrojados al otro
lado de la frontera dando inicio al tristemente célebre caso de los refugiados
palestinos cuyo drama continúa hasta el presente. Sus tierras, viviendas y hasta sus
muebles fueron entregados a nuevos inmigrantes judíos venidos de otras partes del
mundo22. Elías Sanbar calcula en 14.813 los palestinos caídos en la defensa de su
tierra23.
El Estado judío sostuvo siempre que los palestinos abandonaron Palestina
incitados por los Estados árabes vecinos y que, por lo tanto, la responsabilidad de
solucionar el problema de su desarraigo les correspondía a ellos. Los historiadores
palestinos rechazaron siempre esta versión la que finalmente fue confirmado por la
nueva generación de historiadores israelíes conformada por Benny Morris, Ilán Pappé
y Avi Shlaim que, desde distintas posturas políticas y con diferencias de matices,
19
Rabbath, El problema palestinense, Editorial Tres Continentes, Buenos Aires, 1969, p. 101.
Traverso, El final…, p. 182.
21 Heiman, Leo, en Héroes en Israel, Cap. IX, La guerra de liberación, Héroes en Israel, Cap. IX, La
guerra de liberación. Editorial Candelabro, Buenos Aires, 1957, p. 305.
22 Said, Edward, Morris, Benny, Pappé, Ilán y otros, op cit, Peled, Miko, El hijo del general, Editorial
Canaán. Buenos Aires, 2013.
23 Sanbar, Elías, Figuras del palestino, Identidad de los orígenes, identidad del devenir, Editorial
Canaán, Buenos Aires, 2013, op cit, p. 260.
20
84
demostraron la existencia de un minucioso plan puesto en marcha por el Estado
Mayor de la Haganah para provocar la expulsión de la población no judía de la
considerada por ellos Tierra de Israel (Eretz Israel). La verdad histórica era
probablemente un secreto a voces ya que publicaciones patrióticas como la antes
citada daban cuenta de las acciones llevadas a cabo por los nuevos héroes judíos
para expulsar a la población nativa, tal el caso de las antes nombradas ciudades de
Lyda y Ramle y del puerto de Haifa que siguió igual suerte24.
El desenlace
Al mismo tiempo que la comunidad judía proclamaba el nuevo Estado, los países de
la Liga Árabe, movidos probablemente por el clamor de solidaridad hacia los
palestinos de sus respectivos pueblos, cruzaron las fronteras a fin de resguardar los
territorios propuestos por la ONU para el Estado árabe desencadenándose una guerra
que, si bien en un principio pareció serles favorable, terminó en su derrota. En efecto,
el novel Estado de Israel, apoyado por Gran Bretaña que impuso un embargo de
armas, por la Unión Soviética que a través de Checoslovaquia le proveyó de
armamentos y la comunidad judía en Estados Unidos que aportó cuantiosos recursos
financieros, logró derrotar a los mal organizados y recientemente independizados
países árabes vecinos. En 1949 la mayoría de ellos –salvo Irak- firmaron acuerdos de
armisticio de resultas de los cuales, la Línea Verde –frontera resultante del control
militar- pasó a delimitar los límites provisorios de Israel.
De este modo el Estado proclamado por la comunidad de inmigrantes europeos
de confesión judía pasó a ocupar el 78 % del territorio palestino y la población
originaria fue recluida en el 22 % restante o expulsada a los países vecinos, salvo una
pequeña cantidad que permaneció en el territorio del nuevo Estado ya que no
amenazaba el “carácter judío” de éste (véase Mapa 1).
¿Aceptó Israel el Plan de Partición de la ONU? Los defensores de su postura
sostienen que sí y cargan en los palestinos la responsabilidad de su destino por no
haberlo aceptado. Este razonamiento no resiste su confrontación con la realidad.
Resulta evidente que si el territorio finalmente controlado por Israel e incorporado a su
Estado no se condice con el propuesto por el Plan de Partición, éste no fue aceptado
ni aplicado. No es posible aceptar una propuesta de solución por la mitad, admitiendo
lo que es conveniente y rechazando lo que satisface el propio interés. Si el Estado
sionista hubiera aceptado la partición no hubiera tomado un solo metro más de tierra
que el propuesto por la ONU. Por el contrario se largó a conquistar la mayor cantidad
de terreno posible y sólo la intervención de los Estados árabes vecinos impidió que
tomaran todo el territorio del mandato y que desalojara a todos sus habitantes. El
primer objetivo lo consiguió en 1967. El segundo se halla pendiente hasta el día de
hoy.
Tampoco aceptó la comunidad judía –liderada por el sionismo- la
internacionalización de Jerusalén que proponía el Plan de Partición, como ciudad
dependiente de las Naciones Unidas, con gobierno municipal propio, para proteger lo
que se consideraba la ciudad santa de las tres religiones monoteístas, judaísmo,
cristianismo e islamismo, ciudad que se abriría así a los peregrinos de todas las
24
Héroes en Israel, idem, Cap. IX, p. 307 y ss., sin indicación de autor.
85
religiones sin pertenecer a ninguna en particular. Los sionistas desataron un plan de
atentados terroristas y una guerra feroz para apoderarse de Jerusalén y lograron
hacerlo sólo en la mitad occidental dada la feroz resistencia árabe y en particular del
Rey de Jordania que impidió se apropiaran de los lugares sagrados. Finalmente lo
consiguieron en 1967 al tomar Jerusalén Oriental. En 1980 la proclamaron capital
indivisible del Estado de Israel en otra abierta contradicción con la Resolución 181,
hecho que fue condenado por Naciones Unidas mediante la Resolución 478 de ese
año.
El Plan de Partición establecía la igualdad de derechos civiles y políticos de
todos los residentes, árabes o judíos, cualquiera fuera el Estado en el que finalmente
quedaren habitando y preveía también la Unión Económica entre ambos Estados a
crearse, el árabe y el judío, que se expresaría en una unión aduanera, una moneda
común, la administración conjunta de los transportes, el riego y en general toda la
infraestructura de servicios públicos. Nada de esto se cumplió. Además el Plan
prohibía la expropiación de inmuebles salvo por razones de orden público. No se
expropió a los palestinos sino que lisa y llanamente se les confiscaron sus
propiedades y pertenencias que fueron repartidas entre los judíos mediante la sanción
de la Ley de Ausentes tal como veremos más adelante.
La conquista de Palestina
En la obra de nuestra autoría citada en la Introducción hemos explicitado los
argumentos jurídicos por los cuales no es posible hablar de la “partición de Palestina”
sino de la “conquista de Palestina”. Corresponde, a los efectos de este trabajo reseñar
los antecedentes históricos que permiten sostener que la fundación del Estado de
Israel como un hecho de conquista estaba ya inscripto en el proyecto sionista desde
sus albores. Herzl sostuvo siempre que el Estado judío debía obtener la soberanía
sobre una porción de la superficie terrestre y no un mero hogar. En el discurso que
pronunció en el Sexto Congreso sionista habló directamente de la conquista de Eretz
Israel. Otro tanto puede decirse de David Ben Gurion. En 1922 en el Congreso del
partido Ajdut Avodá en Haifa salió al cruce de los sionistas socialistas diciendo:
“Nuestro camino no tiene como objetivo llevarnos a una vida armoniosa dentro de una
asociación económica perfeccionada. La única preocupación que debe determinar y
dominar nuestra acción es la conquista de nuestra tierra y su recuperación por medio de
una enorme inmigración. Todo el resto es retórica” y agrega: “La oportunidad de
reconquistar la Tierra de Israel se nos está escapando de las manos”25.
En numerosas ocasiones sostuvo que un país no se recibe, se conquista26 y
reconoció que “No hay conquista benefactora que no se convierta en opresión y
sojuzgamiento. Todo dominio debe mantenerse por la opresión y la violencia”27.
Después del triunfo en la guerra de 1948 llamó conquista a la toma de localidades y la
consiguiente victoria de las fuerzas armadas de Israel28.
25
Sternhell, Los orígenes..., op cit, p. 35.
Ben Gurion, op cit., T. I, p. 131, 165.
27 Idem, T. II, p. 103.
28 Idem, T. I . p 310, 314. 316. 317. 319. 337, T. II, p. 237.
26
86
Zeev Jabotinsky, con su habitual franqueza, había comparado el proyecto
sionista con una conquista colonial. En su obra La Muralla de hierro, lo sostenía sin
ambages:
Mapa. Plan de Partición y Líneas del Armisticio de 1949.
Fuente: http://www.oicpalestina.org/imagenes/mapas/planparticion1947.jpg
87
“Todo lector tiene alguna idea de la historia temprana de otros países que han sido
colonizados… Los habitantes nativos (no importa si son civilizados o salvajes) siempre han
opuesto una obstinada resistencia”. “Todo pueblo indígena resistirá a los colonizadores.
Esto es lo que los árabes en Palestina están haciendo, y persistirán en hacer mientras
conserven una sola chispa de esperanza de que serán capaces de prevenir la
transformación de ´Palestina´ en la ´Tierra de Israel´” 29.
Las deliberaciones del Congreso de la Organización Sionista Mundial y del
Mapai de 1937 acerca del carácter moral o no de la transferencia forzada muestran a
las claras que el tema de la conquista estaba presente y que su no mención era tan
sólo una táctica para no despertar más oposición ya sea entre los palestinos como
entre eventuales aliados. De allí que Ben Gurion en numerosos discursos sostuviera
que los sionistas no iban a desalojar a los árabes pero en una célebre carta a su hijo
Amos, de 1937, sostenía sin circunloquios que el objetivo era apoderarse de la
totalidad de Palestina, meta imposible sin la expulsión de la mayoría de sus
habitantes.
La consolidación del dominio de Israel. La violencia simbólica
Una vez consolidado el dominio militar sobre el 78 % de la Palestina del Mandato el
nuevo Estado se dio una serie de políticas tendientes a consolidar su dominio y a
implantar un Estado judío en el territorio sobre el que había habitado hasta ese
momento una mayoría árabe de confesión musulmana o cristiana. Las más
importantes de ellas consistieron en: 1) la conversión de la población palestina
remanente en una minoría sometida a ley marcial hasta 1966; 2) el dictado de la ley
de ausentes; 3) la ley del retorno; 4) la ley de ciudadanía; 5) la negativa a permitir el
retorno de los expulsados –refugiados para las Naciones Unidas y la comunidad
internacional-, 6) la judaización de los nombres de los lugares y 7) la regulación del
estatuto de las personas por la ley religiosa, la Hajalah.
Sobre la imposición de la ley religiosa a toda la población y la proscripción del
matrimonio civil a fin de evitar los matrimonios mixtos nos hemos referido en la
Introducción, a la que nos remitimos. Nos centraremos ahora en la situación de la
población palestina remanente y expulsada.
La población palestina no expulsada por las fuerzas militares de Israel, en
número de 160.000 aproximadamente, pasó a convertirse en una minoría, tal como
anhelaban los sionistas, agravado por la llegada de gran cantidad de judíos mizraji
desde los países árabes vecinos. Sus aldeas fueron declaradas zonas militares
cerradas30, sus habitantes sometidos a ley marcial hasta 1966, sus líderes políticos
sujetos a detención administrativa, sus derechos políticos limitados pese a
otorgárseles el voto, la educación recibida por los jóvenes de inferior calidad 31 y sus
derechos civiles reducidos mediante distintas reglamentaciones, la principal de las
cuales les niega el acceso a la tierra agrícola. El Estado de Israel declaró aplicables a
los palestinos remanentes las Leyes de Emergencia impuestas por el Mandato
Jabotinsky, Zeev, La muralla de hierro, en Brenner, Lenni, 51 documentos…, p. 43 y ss.
Masalha, Nur, El problema de los refugiados palestinos sesenta años después de la Nakba,
Documentos de trabajo de Casa Árabe. 8 de febrero de 2011, p. 4.
31 Said, Edward, La cuestion…, p. 164 y ss.
29
30
88
Británico en 1945, conforme a las cuales debían residir en una zona designada por el
Alto Mando israelí, no podían cambiar de vivienda ni abandonar su aldea sin permiso
escrito de la autoridad militar. El mando militar podía detener sin orden judicial ni
proceso a cualquiera de ellos hasta seis meses y expulsarlo del país sin juicio alguno,
sin derecho de retorno posterior. Estas leyes eran de aplicación sólo a los ciudadanos
de origen árabe, es decir, constituían leyes étnicas, en tanto los derechos de las
personas y sus limitaciones dependían de su condición étnica y no de su conducta32.
En 1950 mediante la sanción de la Ley de Ausentes se declaró tal a todo aquel
ciudadano palestino que había hecho abandono de su lugar de residencia y se había
trasladado fuera de Israel o hacia otro lugar dentro del territorio del Estado, antes del
primero de septiembre de 1948, aún en calidad de refugiado. La propiedad de los
“ausentes” fue transferida al Fondo Nacional Judío para la colonización de Eretz Israel
y entregada en su mayor parte a los judíos provenientes de los países árabes a los
que se trajo en masa en aquellos años. El Fondo Nacional Judío es una institución no
estatal administrada por la Agencia Judía cuyo objetivo es “la redención de la Tierra
de Israel”. Se considera tierra redimida a la tierra que ha pasado de ser propiedad nojudía a ser propiedad judía. La tierra que pertenece a no-judíos se considera, por el
contrario, ´no-redimida´33. Al haber sido rescatada de los gentiles no es posible dar
marcha atrás en el proceso de redención permitiendo que los mismos puedan llegar a
ser propietarios o recuperar sus tierras.
El mantenimiento de la propiedad en manos de un ente no estatal apuntó a
desresponsabilizar al Estado de las políticas discriminatorias así implementadas ya
que, conforme a Shahak, el Fondo Nacional Judío
“Niega el derecho a residir, a abrir un negocio, y a menudo incluso a trabajar, a todo
aquel que no sea judío, por el mero hecho de no serlo. Al mismo tiempo, a los judíos no se
les prohíbe residir o abrir negocios en ningún lugar de Israel” 34.
Warchawski, confirma esta opinión cuando dice que
“Si la discriminación es muy evidente el Estado se retira y deja el manejo del Fondo
Nacional Judío a la Agencia judía, institución para-estatal perteneciente al pueblo judío y
formalmente independiente de las estructuras estatales”35.
La Ley de Ausentes creó una categoría insólita: los “ausentes presentes”. Se
trató de aquellos palestinos que habiendo abandonado su aldea permanecieron
dentro del territorio del Estado de Israel. Eran los refugiados internos. También se los
privó de su tierra para repartirla ente los nuevos inmigrantes judíos. En esa condición
quedaron aproximadamente 40.000 palestinos y sus descendientes.
Mediante la Ley de Retorno del mismo año, Israel concedió el derecho a
cualquier judío de cualquier lugar del mundo a inmigrar al nuevo Estado y disfrutar de
los mismos derechos que los que lo habían hecho antes. El Estado de Israel se
32
Alshboul, Ayman Mohamed Qasem, Las leyes de Israel: democracia teórica y racismo práctico,
Nómadas, Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas, 13, 2006/1.
33 Shahak, op cit, p. 55.
34 Ibidem, p. 51.
35 Warchawski, Michel, Estado, nación y nacionalismo en L´homme et la societé. Nº 114, 1994. Etat
democratique ou état confessionel? Perseè, (traducción propia).
89
convertía así en el Estado de todos los judíos del mundo. Simultáneamente la Ley de
Ciudadanía les otorgó a todos los que “retornaban” el status de ciudadano israelí. De
este modo cualquier judío del mundo podía ingresar a Israel, fijar allí su residencia,
pasar a ser un ciudadano del Estado u gozar de la nacionalidad israelí mientras los
que residían allí poco tempo antes no tenían el derecho a volver u recuperar sus
bienes. A su vez los palestinos remanentes pasaban a gozar de una ciudadanía
limitada en sus derechos civiles sin alcanzar la nacionalidad ya que –como
explicáramos en la Introducción- ésta se define por su etnia: judía, árabe o drusa. Los
judíos no son nacionales del Estado judío.
La limitación también se proyectó a los derechos políticos ya que se estableció
que ciertas decisiones políticas no podían ser tomadas con el voto de los diputados
árabes. Por ejemplo las relativas a las fronteras, y más tarde se dispuso por ley que
ningún partido político que propusiera que Israel dejara de ser un Estado judío podía
presentarse a elecciones. De donde se deriva que los ciudadanos no judíos se hallan
condenados de por vida a su condición de no nacionales sin poder proponer un
cambio en esa situación. Para reforzar ello, en 1992 la Knesset dispuso que los
derechos de dignidad, libertad y ocupación contenidos en las leyes fundamentales del
Estado están subordinados al carácter judío del Estado36.
A fin de mantener dicha mayoría judía el nuevo Estado se negó a cumplir la
Resolución 194 del 11 de diciembre de 1948 de la Organización de las Naciones
Unidas que estatuyó el derecho al regreso de los refugiados que desearan retornar a
sus hogares y en caso de no desearlo el derecho al cobro de una indemnización.
Mediante continuas tácticas dilatorias en los organismos internacionales, a cargo del
Embajador en las Naciones Unidas y los Estados Unidos Abba Eban, Israel fue
evitando cumplir con dicha obligación hasta el día de hoy, argumentando que de
hacerlo se perdería la naturaleza judía del Estado. Argumentó que los refugiados eran
una circunstancia normal de toda guerra, que el problema había sido causado por los
estados árabes, que el retorno crearía un problema de minorías no afines en cultura,
religión e instituciones y que la solución consistía en la reinstalación en los países
árabes del mismo modo que Israel recibía a los judíos provenientes de esos países
implementando el viejo proyecto del “cambio de pueblos”.
No sólo medios diplomáticos utilizó Israel para mantener la mayoría judía.
Según Avi Shlaim, en el período 1949-56 entre 2.700 y 5.000 infiltrados palestinos,
motivados por causas económico-sociales, fueron asesinados por las fuerzas
armadas del nuevo Estado, la mayoría de ellos desarmados. Se organizaron raids
contra aldeas en la Ribera Occidental desde enero de 1951, en uno de los cuales, en
la localidad de Qibya, en octubre de 1951, fueron voladas 45 casas y muertos 69
aldeanos, la mayoría mujeres y niños. A cargo del operativo estuvo el futuro premier
Ariel Sharon37.
La conquista de Cisjordania en 1967 generó una nueva ola de desplazados.
Cerca de 300.000 palestinos debieron marcharse de esa tierra hacia los países
vecinos, muchos de ellos expulsados por segunda vez38. Israel continuó con su
política de limpieza étnica, en particular en zonas consideradas estratégicas como la
36
Jamal, Amal, op cit.
Shlaim, Avi, op cit, p. 86.
38 Qumsiyeh, op cit. p.67.
37
90
saliente de Latrun, en la ruta entre Tel Aviv y Jerusalén, que había quedado en manos
jordanas juego del armisticio de 1949. Las aldeas palestinas cercanas de Imwas,
Beit Nuba y Yalu fueron literalmente arrasadas, a sus habitantes se les otorgó
unas pocas horas para desalojar sus viviendas y luego las máquinas destruyeron
todas las construcciones39. Los diez mil habitantes fueron a engrosar los
expulsados - llamados eufemísticamente refugiados- de Cisjordania. En el lugar en
que habitaban se construyó el parque nacional Canadá, probablemente en honor
de un Estado que ha sido un apoyo incondicional del Estado sionista.
El método de arrasar viviendas con las topadoras para ir “judaizando” barrios o
poblaciones enteras se institucionalizó en el territorio conquistado. Se calcula en
24.813 el total de las casas palestinas demolidas –más de 100.000 personas
afectadas- en los territorios conquistados en 1967 según información recopilada en
diversas fuentes, tanto del Estado ocupante como de organismos internacionales de
derechos humanos40. Esas demoliciones persiguen tanto objetivos políticos de
ocupación territorial, militares, como punitivas, al ser usadas como método de castigo
colectivo a poblaciones que se resisten en defensa de sus derechos. Otras veces
persiguen fines religiosos como el desalojo del barrio magrebí frente al Muro de los
Lamentos en 1967. El Harat al-Magharibah, también llamado barrio marroquí,
existente desde 1193, estaba conformado por unas doscientas viviendas que dejaban
sólo un estrecho espacio frente a dicho lugar sagrado judío. Al tomar el Estado de
Israel la parte oriental de Jerusalén se les concedió a los habitantes dos horas para
desalojar y llevar sus pertenencias. El terrorismo institucionalizado llega al paroxismo
en el relato de Ahron Bregman, ex capitán del ejército de Israel que denunciara estos
métodos:
“Algunos, sin embargo, se negaron a marcharse y fueron enterrados vivos bajo los
escombros: en 1999, el comandante Eitan Ben-Moshe, el oficial israelí a cargo de la
demolición, contó en una entrevista que ´al terminar de demoler el barrio encontramos
algunos cuerpos de residentes que se habían negado a dejar sus hogares´” 41.
En 1975 Israel dictó la Ley de Distribución Poblacional prohibiendo a los árabes
residir en algunas ciudades de Israel como Carmel, Nazaret, Hatzuor, Arad, Metzaba,
Ramón y el barrio Ramat Eschool en la parte oriental de Jerusalén. Simultáneamente
alentó el asentamiento judío en Galilea y el Neguev para judaizar esas regiones de
población mayoritariamente palestina42.
De este modo el nuevo Estado ligó los derechos civiles y políticos de las
personas a su condición étnica. Si la persona era judía gozaba del derecho de
residencia, nacionalidad, de trabajar la tierra y desarrollar cualquier otra actividad
comercial. Si no lo era, carecía de los mismos. Las leyes dictadas no aclaraban qué
sucedía si un refugiado palestino se convertía al judaísmo –suponiendo que el
rabinato lo aceptara- pues en dicho caso debía pasar a gozar automáticamente de
todos los derechos negados. El carácter discriminatorio en función de la religión –no
sólo de la etnia- de las leyes citadas resulta innegable.
39
Bregman, Ahron, La ocupación. Israel y los territorios ocupados. Crítica, Barcelona, 2014, p. 50.
Forneo, José Luis, Estadisticas sobre demoliciones de casas palestinas desde 1967, publicado en
cuestionatelotodo.blogspot.com.ar, 22/08/2011.
41 Bregman, op cit, p. 52.
42 Alshboul, op cit.
40
91
Una de las políticas más brutales desde el punto de vista de la violencia
simbólica fue el cambio de nombre de los sitios geográficos de Israel. El Estado creó
el Comité Gubernamental de Nombres cuyo objetivo fue sustituir todos los nombres
árabes de aldeas, montañas, valles, caminos y cuanto sitio geográfico poseyera una
denominación por nombres en hebreo, en lo posible extraídos de pasajes bíblicos. De
este modo se buscó suprimir la memoria del pueblo expulsado y crear la ilusión de
que los judíos habían estado siempre presentes en Palestina, sin solución de
continuidad. De este modo, narra Ilan Pappé, la localidad de Lubya pasó a llamarse
Lavy, y Safuria pasó a ser Zipori43. El objetivo apuntó claramente a la invisibilización
de las víctimas, como si nunca hubieran estado allí, nunca hubieran habitado Eretz
Israel. Las nuevas generaciones de judíos nacidos en el nuevo Estado no debían
saber de su existencia.
Conclusión
De todo lo cual surge que el sionismo apeló a todos los medios a su alcance para
lograr su objetivo. Por un lado pacíficos, mediante su apelación a las potencias
coloniales del momento para obtener la cesión de la tierra Palestina, el fomento de la
inmigración masiva, la compra de tierras, la creación de colonias cooperativas y
sindicatos, de instituciones como el Fondo Nacional Judío o la Organización Sionista
Mundial, la invocación religiosa para cimentar la identidad nacional y hasta la
resurrección de la lengua hebrea. Por el otro, métodos violentos, ya fuera indirectos
como la exclusión de la población nativa de las tierras adquiridas y de los sindicatos,
ya fuera directos mediante la creación de milicias armadas, las acciones terroristas, la
comisión de masacres para infundir el terror, la expulsión en masa de la población
nativa y la negativa a permitir el retorno para alcanzar la homogeneidad étnica o la
mayoría judía, la confiscación de la tierra, la privación de derechos a la población
originaria remanente y finalmente el intento de supresión de la memoria histórica de la
misma. Los métodos adoptados, sin lugar a dudas, tuvieron incidencia directa en el
resultado obtenido, ya fuera el modelo de sociedad logrado o la relación con la
población nativa, dentro y fuera de las fronteras siempre provisorias del nuevo Estado
creado.
43
Pappé, Ilan, La limpieza… citado por Masalha, El problema…, p. 27.
92
“Existe aquí un mal más grave que hace peligrar
todo el futuro del ishuv: es el trabajo ajeno, no judío”.
Ben Gurion, Amanecer de un Estado1.
Capítulo VI. Sionismo y liberación nacional
¿Es posible definir al sionismo como un movimiento de liberación nacional? Como
señaláramos en la Introducción, esa es la postura que sostienen los académicos
israelíes Robert Rockaway, Shlomo Avinery y Benjamín Neuberger. Otros
historiadores como Walter Laqueur lo caracterizan como un movimiento nacionalista
de corte humanista y liberal, formando parte de los nacionalismos románticos del siglo
XIX aunque con particularidades propias. Hertzberg destaca el componente mesiánico
de este movimiento como su nota peculiar.
Los nuevos Estados que surgieron en América del Norte, Central y del Sur en
los siglos XVIII y XIX fueron el producto de movimientos independentistas que
buscaron reemplazar el dominio colonial ejercido por las metrópolis europeas –Gran
Bretaña, España y Portugal- por el gobierno de las élites criollas surgidas del propio
sistema colonial. En efecto, la administración de los nuevos Estados no pasó a manos
de los descendientes de los pueblos del continente americano anteriores al
desembarco europeo, sino de los descendientes de los propios colonizadores,
excluidos de los cargos públicos o limitados en el desarrollo económico como
producto del monopolio comercial de la metrópoli. En el mejor de los casos, algunos
descendientes de los indios americanos se integraron a las nuevas élites
gobernantes, tal el caso de Benito Juárez a mediados del siglo XIX en México, o
algunos mestizos que participaron en las luchas por la independencia. La gran
excepción fue la independencia de Haití, la primer gran revolución de esclavos en
llegar al poder y lograr mantenerlo, que no fue producto de la población autóctona –
aniquilada durante el proceso de conquista europea- sino de los esclavos negros
traídos de otro continente, el africano.
Al no haber sido los nuevos Estados producto de las luchas de los pueblos
originarios del continente, no hubo un cambio cultural sustancial. El idioma nacional
continuó siendo el de los colonizadores, aún cuando los descendientes de las etnias
conquistadas siguieran usando su propia lengua. En algunos casos –como Paraguay
con el idioma guaraní- los nuevos Estados criollos adoptaron el bilingüismo, ya sea en
la práctica o en forma oficial. Las élites que condujeron las nuevas repúblicas tomaron
como referencia la cultura europea y procuraron diseñar la sociedad sobre la base del
modelo que Gran Bretaña y Francia les ofrecían. La lucha anticolonial se centró en la
independencia política y una nueva asociación económica, más que en la
reivindicación de un acervo cultural propio, aún cuando los líderes de las fuerzas
independentistas reivindicaran a los pueblos originarios para obtener su apoyo.
1
T. I. p. 56. Ishuv: comunidad judía en Palestina.
93
Los movimientos anticolonialistas surgidos del proceso de descolonización de
Asia y África en el siglo XX, en cambio, fueron protagonizados en su inmensa mayoría
por los propios pueblos autóctonos conducidos por sus élites, ya fueran éstas las
constituidas por los líderes tribales o por las minorías intelectuales formadas en las
metrópolis europeas. Los nuevos Estados reivindicaron un acervo cultural propio,
basado ya sea en la religión o en un origen común, referenciado en algún reino o
imperio remoto. En algunos casos el nuevo Estado adoptó la lengua nativa –los
países árabes- y en otros, ante la existencia de multiplicidad de lenguas diferentes,
subsistió la heredada de la potencia colonial como lengua franca.
Un proceso particular, aún cuando no pueda ser calificado de descolonizador,
fue el protagonizado por los pueblos de Europa Oriental al independizarse del Imperio
Otomano durante el siglo XIX: Grecia, Serbia, Albania, Bulgaria, Rumania y más
tarde, la efímera República de Armenia, en el Cáucaso. Dichos pueblos, sometidos al
dominio otomano no eran colonias propiamente dichas, pero sí nacionalidades
subalternas dentro de un gran imperio que abarcaba toda la llamada región intermedia
entre Europa y Asia2. Otro tanto puede decirse de los múltiples pueblos que se
separaron del Imperio Austro-Húngaro o del Ruso al término de la Gran Guerra:
Checoslovaquia, Croacia, Polonia y los Estados bálticos.
La postura académica sionista
Hertzberg y Laqueur ubican con razón al sionismo dentro del concierto de los
movimientos nacionalistas del siglo XIX, de prosapia romántica, con la particularidad
de que en este caso la comunidad de personas protagonistas del movimiento no
cohabitaban en una tierra común y su acervo religioso era prácticamente lo único que
compartían, ya que como señaláramos en el Capítulo II no hablaban todos ellos una
misma lengua y se hallaban integrados en muy distinto grado a la cultura del país en
el que residían. Llegamos a la conclusión de que no es posible hablar del pueblo judío
sino en todo caso de los pueblos judíos, un conjunto de etnias unidas por un mismo
acervo religioso fundado en una literatura común: la Torah y el Talmud. De allí que no
es correcto hablar de una nación judía en el siglo XIX sino de la construcción de una
nación judía por parte del movimiento sionista
¿Pero es posible caracterizar al sionismo como un movimiento de liberación
nacional? Robert Rockaway define al sionismo como un “movimiento de liberación
nacional cuyas raíces se remontan a los tiempos bíblicos. Su propósito es devolver al
pueblo judío la independencia y la soberanía que son los derechos de todo pueblo”.
Los judíos habrían perdido ambas en la guerra judeo-romana dos mil años antes. De
allí que el movimiento se propusiera la transferencia de todo el pueblo judío a su
propia tierra, la Tierra de Israel. Esta forma de designar a Palestina se funda en la
convicción de que la misma jamás habría sido un Estado con identidad propia salvo
en la mente de los judíos, en sus oraciones, su memoria histórica, sus esperanzas y
su ideología nacional. Sólo los judíos le habrían dado a esa tierra un status especial, e
identidad política, cultural y religiosa. Para todos los demás pueblos que ocuparon
Palestina, ésta habría sido tan sólo una parte de un imperio extranjero 3.
2
3
Kitsikis, El imperio otomano, Fondo de Cultura Económica, Breviarios, 1989.
Rockaway, op cit, (traducción M.I.).
94
Shlomo Avinery afina más los argumentos. Luego de señalar la profundidad del
lazo entre el pueblo judío y Eretz Israel –nunca designada como Palestina- sostiene
que, sin el mismo, los judíos se hubieran convertido en una mera secta religiosa, sin
identidad nacional. Sólo la aparición del sionismo moderno hizo posible la
materialización de ese potencial convirtiendo el sueño del retorno en el centro real del
pueblo judío. Luego de reseñar los inmensos progresos realizados en todos los
campos por los judíos durante el siglo posterior a la Ilustración mediante la
emancipación, sostiene que, sin embargo esto trajo nuevos problemas. Por ejemplo la
apertura de las escuelas públicas laicas a los judíos. Éstas cerraban los domingos
mientras que permanecían abiertas los sábados y los días festivos judíos. ¿Qué debía
hacer el estudiante judío? ¿Profanar el sábado? Lo mismo ocurría con la dieta –el
kasherut- al alimentarse en espacios públicos, o con la lengua hablada o la
enseñanza del pasado nacional en los países de acogida. Paradójicamente la
emancipación no terminaba con los dilemas del judío en la sociedad gentil sino que
los intensificaba. Mientras el judío estaba en el ghetto, los problemas no se
suscitaban, pero ahora sí. Sigue en esto la tesis de Max Nordau en el Primer
Congreso Sionista que reseñáramos en el capítulo II.
Para Avinery el judío no puede ser libre si se le niega Eretz Israel. Negarle su
tierra es negarle su libertad. Jamás podría ser libre en Uganda, Birobidzhan, Argentina
o Mozambique. Quienquiera niegue los lazos del pueblo judío con Eretz Israel niega al
pueblo judío y a cualquier persona de Israel su libertad. La liberación del mismo sólo
es posible dentro de ese concreto y vital territorio y sólo en él. De allí la justificación
moral del sionismo. Negarlo es negar el derecho de los judíos a ser libres.
El discurso sionista parte de la idea de un exilio forzado del pueblo judío
después de la destrucción del Templo en el año 70 E.C. o del aplastamiento de la
insurrección de Bar Kokhba en el 132 E.C. y por lo tanto del derecho al retorno a la
propia tierra como la sustancia misma del movimiento de liberación o restauración
nacional de dicho pueblo. En su afamado libro La invención del pueblo judío, Shlomo
Sand pone en duda la veracidad del relato sionista sosteniendo que los judíos no
fueron expulsados de Palestina. Los romanos nunca deportaban a pueblos enteros,
su objetivo era que pagaran impuestos. La idea del exilio habría surgido de una
invención hostil de la Iglesia Cristiana que quería demostrar el castigo de Dios al
pueblo judío4. Al contrario de lo que sostiene la ortodoxia, el judaísmo fue una religión
proselitista que logró la conversión de pueblos enteros, comenzando por los vecinos
idumeos y samaritanos y un porcentaje importante –entre el 7 y 8 %- de los habitantes
del Imperio Romano. Más tarde se extendieron por Arabia, Yemen, el Norte de África,
España y en el Cáucaso se produjo la conversión masiva al judaísmo de la tribu de los
kházaros, pueblo turcomano que posteriormente migró hacia occidente dando lugar a
los judíos askenazis. Sand, como otros autores antes de él, refuta la idea del retorno y
básicamente el concepto de que los judíos orientales que protagonizaron el
movimiento sionista pudieran invocar ser los descendientes del antiguo pueblo
hebreo5.
Con independencia del acierto de la crítica del historiador israelí, resulta
evidente que el relato del retorno a la tierra de los antepasados forma parte de un
típico discurso nacionalista cuyo fin es obtener adeptos para una misión: recuperar
4
5
Sand, Shlomo, op cit. Cap. III. La invención del exilio. Proselitismo y conversión.
Ibidem, Cap. IV. Reinos del silencio. En busca del tiempo (judío) perdido.
95
aquello que supuestamente se ha perdido. Esta idea es común a prácticamente todos
los nacionalismos conocidos: existió un tiempo en el que pueblo estaba unido,
viviendo en paz en su propia tierra, luego fue subyugado o desalojado y la tarea de la
hora es un risorgimento de la nación, reconquistar o redimir la tierra que se ha
perdido. A estos efectos poco importa si España existía antes de la invasión de los
moros, o si la Alemania Guillermina es la continuación del Sacro Imperio Romano
Germánico o si Fiume era parte de la Italia histórica. Lo importante es el efecto
movilizador del mito nacional. Y éste parte de la condición de víctima en que se sitúa
el pueblo a ser redimido. Para justificarla tanto vale un pogromo en que mueren cien
personas como la obligación de concurrir a la escuela en sabath. El pueblo está
humillado y debe ser liberado.
¿Pero liberado de quien? Los movimientos políticos de los países periféricos
que se autoidentificaron como de liberación nacional dirigían su acción –y su lucha
armada- contra las potencias coloniales que durante el siglo XIX principalmente
extendieron su dominio por Asia y África. Formaron parte del gran movimiento
descolonizador, posterior a la Segunda Guerra Mundial que dio lugar a los nuevos
Estados nacionales de esos continentes, siendo los más destacados el Frente
Nacional de Liberación de Vietnam (FNLV) –más conocido como Vietcong-, el Frente
de Liberación Nacional de Argelia (FLNA), el Frente de Liberación de Mozambique
(FRELIMO), el Frente Popular de Liberación de Angola (FLPA), la Organización por la
Liberación de Palestina (OLP) y muchos otros. También se identificaron como tales
movimientos guerrilleros urbanos y rurales en América Latina, como el Movimiento de
Liberación Nacional Tupamaros, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FLSN) y
el Ejército de Liberación Nacional (ELN) de Colombia, entre otros. La característica
común de los primeros fue la lucha anticolonial, contra las potencias europeas
ocupantes de sus territorios. La de los segundos la lucha contra dictaduras o
gobiernos constitucionales estrechamente asociados, de acuerdo a su óptica, a los
Estados Unidos. En todos los casos la lucha se dirigió contra un gobierno colonial o
autóctono asociado a una potencia económica central, nucleando o pretendiendo
hacerlo al pueblo nativo, ya fuere originario o criollo.
El sionismo en cambio no dirigió sus cartuchos contra los Estados en los cuales
los judíos europeos no habían logrado la plena igualdad de derechos, principalmente
Rusia y Rumania. Tampoco se propuso combatir la judeofobia en Francia o Alemania.
No sólo la consideraron natural sino hasta un aliado necesario para su propósito de
transferir la población judía de Europa a Palestina, tal como ha sostenido Hannah
Arendt6. Bernard Lazare, el gran historiador del “antisemitismo” y defensor de
Dreyfuss, rompió con Hertzl cuando advirtió que éste no estaba dispuesto a combatir
la judeofobia allí donde los judíos vivían. Por el contrario los sionistas consideraban
ese sentimiento un aliado para su propósito ya que al expulsar a los judíos de Europa
incrementaba la migración a Palestina.
El sionismo no fue jamás un movimiento anticolonialista, ni siquiera puede
decirse de independencia nacional ya que no se propuso cambiar las condiciones de
existencia de la población donde esta residía. Aún más, Hertzl sostenía que quien
quisiera asimilarse que lo hiciera, que la migración a Palestina de gran cantidad de
judíos iba a mejorar las condiciones de los que se quedaban. Lo mismo pensaba
6
Hannah Arendt, Una revisión…, p. 63 y ss.
96
Weizmann ya que bajaba el punto de saturación a partir del cual se disparaba el
antijudaísmo. El sionismo se propuso por sobre todo crear un Estado propio para
evitar que el judaísmo, como dice Avinery, se convirtiera en una religión más, “una
mera secta religiosa, sin identidad nacional”, para evitar lo que ellos percibían como la
desaparición del judaísmo, el peligro de la asimilación.
El sionismo no dirigió su acción jamás contra las potencias coloniales, más allá
del terrorismo circunstancial del Irgún y la Banda Stern contra Gran Bretaña entre
1939 y 1948. Cuando el imperio inglés cambió su política, el partido político
predominante, el Mapai, buscó la asociación con la nueva potencia internacional, los
Estados Unidos. Sostener una estrecha alianza con la primer potencia militar mundial
de cada momento fue el alfa y el omega de la diplomacia sionista. Antes de que el
Foreign Office adoptara el proyecto sionista, Hertzl se entrevistó con el Sultán Abdul
Hamid II que tenía bajo su dominio palestina para convencerlo de su proyecto, más
tarde con el ministro zarista von Plehve, sindicado como responsable político del
pogromo de Kishinev, y ofreció siempre su Estado soñado como un Estado tapón, la
avanzada de la Europa civilizada en el Medio Oriente bárbaro.
Por el contrario la lucha del sionismo fue contra la población autóctona de
Palestina. Contra ella se dirigió su propaganda, su acción política y su lucha armada.
Fueron los palestinos los destinatarios de las balas de los fusiles sionistas, no la
potencia colonial en Medio Oriente. Durante la sublevación palestina de 1936-39 los
sionistas colaboraron en la represión de la población nativa7 hasta su derrota con un
saldo de más de 5.000 muertos. Fue esta decapitación de la vanguardia del pueblo
palestino la que hizo posible su desalojo por la fuerza y el terror nueve años más
tarde, sin mayor resistencia. La represión colonial fue claramente funcional al proyecto
sionista. Caracterizar al sionismo como un movimiento de liberación nacional sólo es
posible como parte de un proyecto de propaganda política pero no de un análisis
histórico basado en la evidencia de los hechos.
Los movimientos de liberación nacional han proclamado siempre la liberación
de los pueblos sojuzgados y la solidaridad mundial entre ellos. En aquellas colonias
pobladas por una multiplicidad de etnias el propósito proclamado –con independencia
de lo ejecutado- fue crear una nación en la que todas éstas se fundieran. En cambio,
el sionismo hizo de la separación étnica el leit motiv de su acción. Nunca se propuso
integrarse con la población local. Fueron expulsados de sus tierras y excluidos de los
sindicatos. Los propósitos universalistas de un movimiento de liberación no existieron.
La etnia estuvo siempre por encima de la humanidad.
Fiel a su alianza con el Imperio Británico el sionismo jamás desplegó una
acción de solidaridad con otros pueblos oprimidos. En el Capítulo XXXI de su
autobiografía Weizmann narra su extensa visita a la Unión Sudafricana en la década
del 30 y su relación privilegiada con el General Smuts. Destaca como algo positivo
que la judería de ese país no tenía tinte alguno de asimilación. En todo el capítulo no
hay una sola referencia al régimen de segregación racial en ese país, la situación de
los negros que, aún cuando el apartheid legal no se había establecido aún, sufrían la
más brutal discriminación racial. Es sabido que más tarde Israel mantuvo una
estrecha relación durante décadas con el régimen de Sudáfrica en los peores tiempos
7
Véase Héroes de Israel, op cit, cap. 9.
97
del apartheid y buscó romper el embargo comercial europeo. Más tarde hizo lo propio
con las dictaduras de América Latina8.
Sionismo y liberalismo
Otro tópico del sionismo es que este movimiento es de corte humanista, liberal,
inspirado en los valores del siglo XIX, como el Risorgimento italiano y que su
propósito fue construir un Estado democrático en Medio Oriente para todos los judíos
del mundo. Israel, “la única democracia en Medio Oriente” es un latiguillo político
ampliamente difundido.
El liberalismo surge en el siglo XVII como reacción al absolutismo monárquico y
proclama la existencia de derechos naturales de carácter universal para todos los
seres humanos, sin distinción de clase o nacionalidad. John Locke, el padre del
liberalismo político, no duda en sostener que todos los hombres se hallan
naturalmente en un estado de perfecta libertad para ordenar sus acciones y disponer
de sus posesiones y personas como les parezca adecuado, dentro de los límites de la
ley de natural y en estado de igualdad para disfrutar de las mismas ventajas de la
naturaleza y para usar sus facultades9. La Declaración de los Derechos del Hombre y
del Ciudadano formulada el 26 de agosto de 1789 por la Asamblea Nacional
Francesa al inicio del proceso revolucionario es la primera expresión en el derecho
positivo de esta convicción y se enlaza en forma directa con la Declaración Universal
de los Derechos Humanos del 10 de diciembre de 1948 por parte de las Naciones
Unidas.
Los nuevos Estados americanos surgidos a partir de las revoluciones
norteamericana y haitiana de 1776 y 1791 buscaron conciliar el liberalismo con el
nacionalismo. Eran Estados abiertos a la inmigración, en los que la nacionalidad no se
definía por la etnia o la religión sino por la ciudadanía. La Primer Enmienda a la
Constitución de los Estados Unidos de América que data de 1791 reza que “El
Congreso no hará ley alguna por la que adopte una religión como oficial del Estado o
se prohíba practicarla libremente…”. La constitución haitiana de 1805, luego de
declarar en su artículo 14 que todas las distinciones de color desaparecerían entre los
hijos de la misma familia cuyo padre era el jefe de Estado, establecía que “los
haitianos serán reconocidos de ahora en más por la denominación genérica de
Negros”. De esta forma invertía el principio de discriminación racial declarando negros
a los blancos –el artículo 13 hacía referencia expresa a los alemanes, los polacos y
las mujeres blancas-. En contraste, la Constitución española de Cádiz de 1812, pese
a su impronta antiabsolutista, decretará que “La religión de la Nación española es y
será perpetuamente la católica, apostólica, romana, única verdadera. La Nación la
protege por leyes sabias y justas, y prohíbe el ejercicio de cualquiera otra”. En su
artículo 1 declaraba que “La Nación española es la reunión de todos los españoles de
ambos hemisferios”, quedando implícitamente excluidos los que formaban parte de las
castas: indios, negros, mestizos, mulatos y zambos.
El carácter universal de los derechos, la no discriminación por raza, etnia o
religión –la cuestión de género irrumpirá un siglo más tarde- es la quinta esencia del
8
Shahak, Israel, El Estado de Israel armó las dictaduras en América Latina, Editorial Canaán, Buenos
Aires, 2007.
9 Locke, John, Segundo ensayo sobre el gobierno civil, Cap. II, Losada, Buenos Aires, 2003.
98
liberalismo en su formulación abstracta de los derechos, aún cuando la aplicación
práctica de estos postulados se detuviera a las puertas de la realidad de la
explotación colonial y el beneficio que ésta daba a la metrópoli como la trágica suerte
de la sublevación de los esclavos de Haití pusiera al descubierto. Jean Jacques
Rousseau en el último capítulo de su obra magna, el dedicado a la religión civil, había
sostenido sin ambages:
“Conviene mucho a un Estado que cada ciudadano tenga una religión que le haga amar sus
deberes; pero los dogmas de esta religión no interesan al Estado ni a sus miembros más que en
la medida en que se relacionan con la moral y los deberes que está obligado a cumplir con
respecto a los demás el que la profesa. Cada cual puede tener las opiniones que le plazca, sin
que competa al Estado conocerlas, pues no teniendo jurisdicción sobre el otro mundo, sea cual
fuere la vida de los súbditos en la vida futura, no es cuestión suya si ellos son buenos súbditos
en ésta”.
Continuaba llamando a:
“una profesión de fe puramente civil cuyos artículos corresponde fijar al soberano no
precisamente como dogmas de religión, sino como sentimientos de sociabilidad, sin los cuales es
imposible ser buen ciudadano ni súbdito fiel”.
Esa fe civil era la santidad del contrato social, como dogma positivo, a la
inversa de la intolerancia religiosa que era el dogma negativo. Y remataba, casi en el
último párrafo de su obra magna:
“Ahora que ya no hay, no puede haber, religión nacional exclusiva, no deben tolerarse más
que aquellas que toleran a las demás y mientras sus dogmas no tengan nada contrario a los
deberes del ciudadano”10.
Para Rousseau el pueblo se encontraba ligado por algún vínculo de origen, de
interés o de convención. Es decir, que el pueblo-nación se constituía tanto por el
origen común –la natio de los romanos- como por el acuerdo voluntario, el pacto
social, “el conjunto de la nación, sin distinguir a ninguno de los que la componen”.
Emmanuel Joseph Sieyès, el célebre abate que conmocionará a los Estados
Generales con su opúsculo ¿Qué es el Estado llano?, se preguntará “¿Qué es una
nación” para responder “Un cuerpo de asociados que viven bajo una ley común y
están representados por una misma legislatura”11. No hay en esta definición de nación
elemento étnico o religioso. La nación garantiza a todos los ciudadanos sus derechos
por su condición de tal, e incluso los derechos civiles a los extranjeros, los célebres
cuatro derechos de la revolución francesa: la libertad, la propiedad, la seguridad y la
resistencia a la opresión.
Por el contrario, para el nacionalismo étnico los derechos dependen de la
condición particular de la persona. Según sea su raza, etnia o religión gozará o no de
los mismos. El antecedente más remoto en el comienzo de la modernidad fueron los
Estatutos de Limpieza de Sangre instituidos en España entre los siglos XV y XVI
sobre la base de los cuales se persiguió no sólo a los judíos y musulmanes sino
también a los conversos, fueren estos marranos o moriscos respectivamente. Los
Estatutos, aplicados por las congregaciones religiosas, militares y civiles, tenían por
fin distinguir a los “cristianos nuevos” de los “cristianos viejos”, ya que la conversión y
10
11
Rousseau, El contrato social, Libro IV. Cap. VIII. De la religión civil, Editorial Alba, Madrid, 1998.
Cap. I. El estado llano es una nación completa.
99
el sacramento del bautismo no limpiaban la sangre de su impureza originaria. El
converso o sus descendientes permanecían manchados durante toda su existencia12.
El fascismo italiano al invadir Etiopía e incorporarla al Imperio Italiano prohibió
los matrimonios mixtos entre colonizadores y colonizados. Los italianos no podían
mezclarse con los miembros de “un país africano, universalmente reconocido como
bárbaro e indigno de figurar entre los pueblos civilizados” según definiera Mussolini a
los etíopes13. El concubinato con nativos –el madamismo- se sancionaba con cinco
años de cárcel.
Las leyes de la Alemania nazi en el siglo XX continuaron en la misma senda.
La Ley de Ciudadanía del Tercer Reich del 15 de septiembre de 1934 establecía que
“La ciudadanía del Reich se limitará a los connacionales de sangre alemana o afín que
hayan dado debida prueba, a través de sus acciones, de su voluntad y disposición de servir al
pueblo y al Reich alemán con lealtad”.
La Ley para la Protección de la Sangre y el Honor Alemanes prohibía los
matrimonios y el “comercio carnal extramatrimonial entre judíos y sujetos de sangre
alemana o afín”. Les prohibía izar la bandera alemana, sólo podían exhibir los colores
judíos. El decreto del 14 de noviembre de 1934 definía quienes eran judíos según la
cantidad de abuelos de ese origen (al menos tres) y quienes eran mestizos o
“mischling” (medio judío o un cuarto de judío según tuvieran uno o dos abuelos) aún
cuando estos últimos podían ser considerados plenamente judíos si formaban parte
de esa comunidad, estaban casados con un judío, eran el fruto del matrimonio de un
judío o de relaciones carnales extramatrimoniales con un judío. Al igual que en la
España católica los convertidos al cristianismo seguían siendo judíos por su origen.
Se emitió una ley por la que los pasaportes judíos debían marcarse con una “J”. Se
les prohibió representar a Alemania en los Juegos Olímpicos, ejercer su profesión,
oficio o comercio con no judíos, se expropiaron sus propiedades que fueron vendidas
a precios irrisorios a alemanes puros. Mucho antes de estas disposiciones legales el
nazismo había preconizado no comprar en los comercios judíos ni contratar con ellos.
Los días 9 y 10 de noviembre de 1938, en la llamada Noche de los Cristales Rotos, el
Estado alemán sancionó definitivamente la política de persecución y hostigamiento
permitiendo una serie de pogromos organizados por sus bandas paramilitares contra
la población judía, paso previo a la política de exterminio. Mientras los alemanes
judíos eran cargados en los camiones, algunos connacionales se agrupaban
alrededor gritando “Vayan a Palestina”.
¿Fue muy distinta la política del sionismo hacia los residentes árabes de
Palestina? Ya hemos señalado las raíces etnicistas del nacionalismo sionista, su
pánico ante la inminente desaparición del judaísmo como producto del avance de la
asimilación, su política de construcción de una nación a partir de la religión y del mito
del pueblo elegido, su asunción acrítica, como dice Hannah Arendt, de la versión
alemana del nacionalismo, según “la cual la nación es un organismo entero, el
producto de un inevitable desarrollo natural de cualidades innatas y los pueblos no
son entendidos como organizaciones políticas, sino como personalidades
12
13
Véase, Traverso, Enzo, La historia…, Cap. V. Comparar la Shoah, pag. 192 y ss.
Mussolini, Benito, discurso difundido por radio el 2 de octubre de 1935.
100
sobrehumanas”14. Vayamos ahora a los hechos, recapitulando los expuestos en los
capítulos anteriores. El sionismo:
1) alentó una economía paralela en Palestina, no integrada a la economía nativa:
para crear trabajo hebreo no debían comprar nada a los árabes;
2) compró tierra a los propietarios ausentistas y desalojó a los campesinos que
arrendaban las mismas, dejándolos sin sustento, con el mismo propósito;
3) creó sindicatos sólo para judíos, excluyendo a los palestinos, caso singular en
el mundo de exclusión étnica dentro del movimiento obrero; esta exclusión se
mantuvo aún después de la proclamación del Estado, hasta 1966;
4) expulsó a los palestinos cuando la situación les fue propicia, en número
cercano a los 750.000, para no ser una minoría en el Estado que deseaban
crear; lo hizo mediante la violencia y el terror sembrado por organizaciones
paramilitares;
5) conquistó mediante la fuerza el 78 % del territorio del mandato –a un costo de
cerca de 15.000 víctimas- y ocupó el restante 22 % en 1967;
6) confiscó las propiedades de los palestinos no judíos mediante la Ley de
Ausentes, invocando el subterfugio jurídico de que habían sido abandonadas,
como si la ausencia del lugar de residencia implicara la pérdida del derecho de
dominio;
7) privó de la nacionalidad en el nuevo Estado no sólo a los palestinos expulsados
sino a los remanentes, que son ciudadanos pero no nacionales ya que el
Estado de Israel es el Estado de todos los judíos del mundo; estableció de este
modo la diferenciación entre nacionalidad y ciudadanía;
8) anuló la nacionalidad palestina, expresamente establecida en el artículo 7 del
Estatuto del Mandato británico, conforme al cual los judíos que inmigraban a
esa tierra debían adquirirla;
9) se negó al retorno de los expulsados para no atentar contra la naturaleza judía
del Estado, es decir étnica, postura que mantiene hasta el presente;
10) dictó la Ley del Retorno otorgando la nacionalidad a cualquier judío del mundo
que llegara a Palestina, por encima de los habitantes nativos, haciendo primar
el derecho étnico sobre el de residencia;
11) sometió a los palestinos remanentes a las Leyes de Emergencia hasta 1966,
por medio de las cuales podían ser detenidos por la autoridad militar, sin
proceso ni derecho de apelación;
12) restringió el derecho de circulación confinando a los palestinos a ciertas zonas
prohibiéndoles cambiar de vivienda o abandonar su ciudad o aldea sin un
permiso escrito;
13) mediante la Ley de Distribución Poblacional impuso el criterio étnico para fijar el
lugar de residencia;
14) judaizó el nombre los lugares para borrar la memoria árabe de 1.300 años;
15) mediante la proscripción del matrimonio civil procuró evitar los matrimonios
mixtos, forma indirecta de mantener la pureza de sangre;
16) impuso el sabbath y el kasherut público a toda la población;
17) estableció la identificación de la persona según su nacionalidad (judía, árabe o
drusa) en los documentos de identidad.
Dado que la condición de judío se obtiene por ser hijo de madre judía o por
haberse convertido al judaísmo sin adoptar otra religión, el carácter étnico de estas
14
Arendt, El sionismo…, p. 160.
101
leyes se traduce ya sea en una condición biológica –la ascendencia materna- o
religiosa. El judío laico, en definitiva, no existe. Es una ilusión. El Estado judío es un
estado étnico-religioso que tolera que algunos de sus habitantes no practiquen el
ritual judío pero la identidad, la historia, la comensalidad, el connubium, la soberanía
territorial y con ella la posibilidad de hacer la paz con los vecinos, se regirán por la
Haskalah, la ley religiosa judía.
En su lucha contra el absolutismo, el liberalismo hizo de la defensa de la
propiedad privada un elemento central. La propiedad es aquello que permite al
hombre defenderse del Estado, resguardar su autonomía, garantizar su seguridad,
gozar de los frutos de su trabajo, transmitirlos a sus herederos, etc. Al momento de la
fundación del Estado de Israel los judíos eran propietarios de tan sólo el 6 %
aproximadamente de la tierra total de Palestina. Lograron establecer su poder
soberano sobre el 78 % del territorio y se apropiaron del 60 % de la tierra cultivable y
el 75 % del total. Confiscaron, sin pago ni compensación alguna, más de 4.000.000 de
dunums15. La propiedad de los palestinos quedó reducida a un mínimo.
En el Capítulo XVI del Segundo Ensayo Locke condena sin subterfugios el
derecho de conquista como forma de adquisición legítima de un territorio:
“Por lo tanto, muchos han confundido la fuerza de las armas con el consentimiento del
pueblo y han estimado que la conquista es uno de los orígenes del gobierno. Pero la conquista
está tan lejos de establecer un gobierno como demoler una casa lo está de construir una nueva
en lugar de la anterior. Por cierto, a menudo da cabida a un nuevo sistema de gobierno del
Estado al destruir el anterior, pero, sin el consentimiento de la gente, nunca podrá erigir uno
nuevo.
“Que el agresor que se pone en estado de guerra con otro hombre e injustamente invade
sus derechos, nunca pueda, por semejante guerra injusta, llegar a tener derecho sobre el
conquistado, será fácilmente aceptado por todos los hombres, que no pensarán que los ladrones
y piratas tienen derecho de imperio sobre quienes tengan la fuerza suficiente para dominar, o
que los hombres están obligados por promesas que la fuerza ilegítima les arrebató”.
“De lo cual queda claro que quien conquista en una guerra injusta, no puede por ello
tener derecho a la sujeción y obediencia del conquistado”.
Las ideas de Locke se traducen en el derecho internacional público en el
conocido principio ex injuria jus non oritur -actos injustos no pueden crear derechoopuesto a ex factis jus oritur –el derecho surge de los hechos- principio base del
realismo. El primero inspiró la doctrina Stimson que Estados Unidos invocó en 1932
para negarse a reconocer la anexión de Manchuria por parte de Japón y más tarde de
los Estados bálticos por la Unión Soviética y que dejó de lado en 1948 al reconocer al
Estado de Israel.
Por los motivos dados no es posible sostener seriamente que el sionismo es
una doctrina de inspiración liberal. Cuando los derechos de las personas dependen de
su pertenencia étnica, no es posible hablar de una ideología universalista inspirada en
los valores de la Ilustración. Por el contrario, la primacía del clan, la tribu, la raza o la
etnia sobre humanidad es la quintaesencia del particularismo y éste es la vía de
entrada de otro fenómeno o político, el fascismo. Con lo cual ingresamos directamente
en el capítulo siguiente.
15
Qumsiyeh, op cit, pag. 65 y ss, con cita de Peretz, Don, The Arab Refugee Dilemma, Foreign Affairs,
octubre de1954.
102
“A quienes no han tenido la suerte de formar
parte de la raza superior o de la nación elegida, el
fascismo sólo les propone la elección entre la
resistencia sin esperanza y la subyugación sin
honor”. François Furet. El pasado de una ilusión1.
Capítulo VII. El fascismo exitoso
A primera vista calificar al sionismo como un movimiento fascista parece un
sinsentido. Desde sus inicios celebró congresos, debatió libremente, tuvo múltiples
corrientes internas, careció de un jefe indiscutido y al llegar al poder instauró un
Estado pluripartidista, con libertad de prensa y elecciones periódicas. Este conjunto
de circunstancias descartan, desde ya, encontrarnos frente a un caso de fascismo
en su versión clásica. Sin embargo, intentemos adentrarnos un poco más en el
análisis del sionismo a la luz de las diversas interpretaciones que se han hecho del
fascismo como fenómeno político.
La primer cuestión a dilucidar es si es posible hablar de una categoría
genérica de fascismo dentro de la cual ingresen distintas experiencias históricas con
rasgos comunes o si ello importa una simplificación inadmisible y cada fenómeno
debe recibir una denominación específica. Quienes se oponen a lo primero destacan
las singularidades de cada proceso histórico y las diferencias esenciales entre, por
ejemplo, el fascismo italiano y el nazismo, destacando en apoyo de esa tesis los
rasgos modernizadores y futuristas del primero en contraposición a los rasgos
conservadores y anclados en el pasado del segundo, el racismo del nazismo,
ausente en Italia hasta 1938, y otros elementos esenciales. Coincidimos con Ian
Kershaw en que nada impide afirmar que el nazismo y el fascismo italiano son dos
especies distintas de un mismo género sin que de allí se derive que las especies
deben ser idénticas. Citando a Jurgen Kocka, Kershaw sostiene que caracterizar al
nazismo dentro de una clase más amplia de fascismo genérico resulta
“indispensable para poner al fenómeno nazi en una perspectiva más amplia que la
puramente nacional, y para comprender los contextos sociales y políticos en los que
tal movimiento podía surgir y tomar el poder” 2. En sentido coincidente Renzo de
Felice, cuyos estudios sobre el fascismo revolucionaron el mundo académico,
apunta que negar la existencia del fascismo como categoría aplicable a varios casos
nacionales diferentes implica cerrar la posibilidad de comprender por qué ese
fenómeno se presentó en varios países en aproximadamente el mismo período y
también la posibilidad de comprender por qué no se reprodujo sustancialmente con
posterioridad al mismo3.
Rechazar la posibilidad de definir categorías políticas importa caer en un
casuismo que no permite la comparación y con ello la posibilidad de valerse de
conceptos abstractos para intentar comprender los fenómenos históricos en toda su
1
Fondo de Cultura Económica, México, 1995, p. 38
Kershaw, op cit. p. 67.
3 De Felice, Renzo, El fascismo, sus interpretaciones, Editorial Paidós, Buenos Aires, 1976, p. 27.
2
103
dimensión. Ningún fenómeno se halla aislado de otros, es hijo de su época, de las
corrientes ideológicas, políticas y culturales predominantes en el tiempo en que se
desarrolló así como de las condiciones económicas y sociales que, si bien son
diferentes en cada país o territorio, se hayan integradas en un sistema común. El
fascismo es un fenómeno de la Europa de entreguerras, que se expresó en una
serie de movimientos diferentes con rasgos comunes, que en algunos países llegó al
poder y en otros no. Del mismo modo, el colonialismo fue diferente en América, en
África y en Asia, en manos españolas, francesas o inglesas, lo que no es obstáculo
para hablar del fenómeno del colonialismo europeo o aún compararlo con el
colonialismo japonés.
De allí que estimamos que existió un fenómeno al que se le ha dado el
nombre de fascismo por ser su prototipo el movimiento político de ese nombre en
Italia, que surgió en Europa -aún cuando no es necesariamente exclusivo de ese
continente- en el período de entreguerras, tuvo diversas manifestaciones en cada
país, alcanzando el poder en sólo unos pocos, con consecuencias nefastas para las
poblaciones que sufrieron sus acciones. Definir sus rasgos característicos resulta
esencial a fin de considerar si el sionismo puede ser caracterizado como un
movimiento fascista, poseer sólo algunos rasgos en común, o ser algo
absolutamente distinto.
La tarea de definir al fascismo resulta, no obstante, sumamente ardua, ha
hecho correr ríos de tinta por tratarse de un fenómeno complejo y diverso. No es
una ideología que se expresa a través de un discurso lógico y racional, sino más
bien una práctica inspirada en sentimientos, emociones e intereses que varían en
cada caso pero poseen algunos denominadores comunes. No pretendemos, desde
ya, aportar nuevos elementos de interpretación. Sólo señalar someramente las
principales interpretaciones y los motivos por los cuales adscribimos a una de ellas,
para luego ingresar en el tema que nos interesa.
Las explicaciones económico-sociales del fascismo
Las interpretaciones del fascismo pueden dividirse en dos grandes corrientes: las
que ponen el acento en los elementos políticos, ideológicos, psicológicos y culturales
como determinantes de los rasgos característicos de ese movimiento, y las que lo
hacen sobre los condicionantes económicos y sociales. Una tercera opción procede
en forma casuística: no intenta definiciones abstractas sino detectar los elementos
comunes de los distintos movimientos históricos reputados como fascismo. Aún así,
este método no prescinde de criterios a priori, ya que al seleccionar esos
movimientos lo hace a partir de rasgos comunes que estima determinantes para esa
categoría política en función de alguna teoría.
Comencemos por las interpretaciones económico-sociales. Sus exponentes
más destacados son la teoría marxista en sus diversas variantes y la teoría de la
modernización. La definición marxista del fascismo más difundida es la que hiciera el
dirigente búlgaro de la III Internacional, Giorgi Dimitrov, en el VII Congreso de 1935:
“El fascismo es la dictadura terrorista abierta de los elementos más reaccionarios,
104
más chovinistas y más imperialistas del capital financiero” 4. Esta definición minimiza
el papel que en dichos movimientos le cupo a las clases medias y en particular a los
excluidos del sistema, a los marginados, como fueron los ex combatientes de la gran
guerra que no lograron reinsertarse en la sociedad al volver del frente. Da prioridad a
los intereses de los sectores más poderosos de las clases dominantes que utilizan el
movimiento fascista como una herramienta o un escudo defensivo contra el
movimiento obrero en aras de detener la revolución socialista. En sentido similar
aunque con mayor elaboración, León Trotsky, entendía al fascismo como la
dictadura del capital monopolista pero destacaba el papel desempeñado por la
pequeña burguesía en el acceso al poder. Dado que las clases medias como tales
no pueden tener un proyecto de orden económico social propio –algo que, según el
marxismo solo la burguesía y el proletariado pueden ofrecer- era finalmente la alta
burguesía la que se imponía y reafirmaba su dictadura sobre el movimiento obrero
para evitar la revolución. Otto Bauer, el destacado socialista austríaco, subrayó el rol
jugado por los desclasados del sistema, en particular los ex combatientes incapaces
de reinsertarse socialmente, ganados por una ideología militarista, nacionalista y
antidemocrática. El fascismo era por sobre todo el fruto de la guerra y no podía
confundirse con las dictaduras esencialmente contrarrevolucionarias pero
conservadoras como la del Almirante Horthy en Hungría, que no accedieron al poder
a través de un movimiento de masas. La pequeña burguesía pretendía alzarse
contra ambos, el capital y el movimiento obrero, pero terminaba siendo un
instrumento del primero, tesis coincidente con la de Trotsky. Otros marxistas como el
dirigente comunista alemán August Thalheimer, recurrieron a la clásica tesis
marxiana del bonapartismo para enfatizar los aspectos políticos del fascismo, su
pretensión de erigirse en un régimen por encima de ambas clases sociales que se
presentaba como árbitro de las mismas. Para el mismo, el fascismo no era la
dictadura directa del gran capital sino una forma particular de dictadura en la que el
poder político no se encontraba en manos de éste sino de una élite o capa social
distinta, con la que debía coexistir y que perseguía objetivos distintos. De esta forma
confería a los movimientos fascistas una autonomía política frente a la burguesía
financiera que los descartaba como una simple correa de transmisión. Más allá de
las diferencias –importantes sin duda- de las distintas corrientes marxistas, todas
ellas hacen hincapié en considerar al fascismo como un movimiento defensivo del
capitalismo, conducido ya sea por la alta o la pequeña burguesía, para evitar la
revolución socialista en la Europa de la primera posguerra.
La situación de alta conflictividad laboral en Italia, con la toma de fábricas y
haciendas y el papel de los fasci de combattimento, integrados por sectores medios,
en la represión de la protesta obrera en los años 1919-21, parece abonar en forma
directa esta tesis. De la mano de la misma las corrientes de izquierda han
caracterizado como fascistas a los más variados regímenes dictatoriales y
anticomunistas, desde el nazismo a las dictaduras latinoamericanas pasando por los
regímenes de Franco y Oliveira Salazar en la península ibérica. “Fascista” se
convirtió en sinónimo de represivo con independencia de otras características típicas
del primer caso de fascismo, el italiano, a saber: el nacionalismo expansionista, el
apoyo activo de masas, el totalitarismo en la vida cotidiana y el antirracionalismo.
4
Dimitrov, Giorgi, La ofensiva del fascismo y las tareas de la Internacional en la lucha por la unidad
de la clase obrera contra el fascismo, Informe ante el VII Congreso Mundial de la Internacional
Comunista, 1935.
105
Ian Kershaw, el estudioso del nazismo, se opone a este uso inflacionario del
término fascista por el que se asimilan ligeramente una enorme variedad de
regímenes de naturaleza esencialmente diferentes. No distingue, por ejemplo, entre
dictaduras militares y dictaduras de partidos de masas, incluyendo todo en una
misma nebulosa y corriéndose el riesgo de trivializar el horror del nazismo5.
Sostiene, en directa crítica a la tesis marxista, que el fascismo es sólo uno de los
muchos modos posibles de la crisis del capitalismo y no su estadio final y, por sobre
todo, que pasa por alto la autonomía política del ejecutivo fascista frente a la
burguesía una vez en el poder. La “casta gobernante” fascista no fue creada por los
grandes burgueses. Para Paxton la tesis marxista niega las raíces autónomas del
fascismo y su auténtico atractivo popular, ignora la capacidad de elección humana
reduciendo un fenómeno complejo a un simple resultado de la crisis económica del
capitalismo6. Renzo de Felice, descarta la interpretación marxista como indefendible.
Sostiene, en apretada síntesis, que la alta burguesía nunca aceptó por completo al
fascismo, que para la represión del comunismo prefirió a las dictaduras tradicionales
-como la ya citada de Horthy en Hungría-, más estables, con menor autonomía
política y menor tendencia a intervenir en el campo económico, su coto de caza. Por
ende, mal podía ser la dictadura abierta y directa del capital financiero.
La interpretación marxista busca explicar las causas del surgimiento del
fascismo pero no lo hace con el tipo de régimen que crea, con sus notas
características, en particular con su vocación expansionista y sus propósitos de
limpieza étnica. La reacción anticomunista no explica la invasión a Etiopía de
Mussolini ni las políticas racistas judeofóbicas del nazismo. Cae en un determinismo
económico que simplifica en exceso el fenómeno y parte de la creencia implícita de
que el fascismo es la última defensa del capitalismo frente a la inminencia de la
revolución socialista, convicción que era posible tener en las décadas del 20 y 30 del
siglo XX pero que hoy sabemos era una ilusión. La caída del fascismo en Italia y
Alemania no implicó la revolución socialista. El finalismo marxista con su teoría de la
sucesión inexorable de los modos de producción hasta arribar al comunismo –el
estadio final de la evolución humana- se halla detrás de esta interpretación.
Desde una perspectiva sociológica pero no marxista Seymour Martin Lipset
definió al fascismo como un “extremismo del centro”, expresión de los resentimientos
de la clase media baja –campesinos, artesanos, tenderos-, tanto contra los grandes
capitalistas como contra los sindicatos que en forma conjunta los han postergado
económicamente7. Esta tesis ha sido criticada a partir de análisis de resultados
electorales que demostraron el amplio apoyo al fascismo en los sectores obreros de
donde se deduce que logró convertirse en un partido nacional representativo de
amplios sectores sociales8.
La otra interpretación basada en la economía es la teoría del desarrollo. El
fascismo sería un recurso de los países europeos que no arribaron a un estadio de
plena industrialización en el siglo XIX para forzar un proceso de desarrollo acelerado
mediante el uso del aparato del Estado para lograrla. La dictadura fascista sería el
instrumento para el ahorro forzoso que una burguesía débil no es capaz de llevar a
5
Kershaw, op cit, p.64/5.
Paxton, op cit, pags. 242/3.
7 Lipset, Seymour, El hombre político, Eudeba, Buenos Aires.
8 Paxton, op cit, p. 246.
6
106
cabo y para disciplinar a las masas obreras en aras de la acumulación del capital
necesario. Este modelo, sostenido por A. F. Kenneth Organski y otros, pone el
acento también sobre lo económico, descuidando los aspectos políticos e
ideológicos. Se vincula en forma directa con la teoría de los cuatro estadios del
desarrollo económico de Walt Rostow, desde la unificación nacional a la opulencia,
pasando por la revolución industrial y el estado de bienestar. El fascismo se
correspondería con el segundo estadio, una vez lograda la unidad política de una
nación, en que se procura el desarrollo industrial a costa del sector agrícola aún en
manos de la clase terrateniente. Organski descarta que el nazismo constituyera un
caso de fascismo por ser Alemania una economía plenamente desarrollada y
encuentra al fascismo más cercano al estalinismo por su propósito de procurar el
desarrollo industrial mediante una dictadura que sobreexplota a la clase obrera. Se
le ha criticado que generaliza el caso italiano en el que la unificación llevada cabo
sesenta años antes no fue el producto de la burguesía sino de una élite aristocrática,
con predominio de los terratenientes y que no construyó una economía capitalista
moderna. La debilidad de este modelo reside en que se limita a Italia, siendo el
fascismo un fenómeno político mucho más vasto. No es aplicable a Alemania, como
él mismo reconoce, que debía salir de una situación de crisis pero no llevar a cabo
una revolución industrial. Tampoco explica, al igual que la tesis marxista, la
judeofobia del nazismo.
Las explicaciones políticas, ideológicas, psicológicas y culturales
Entre las interpretaciones no económicas –las que hacen foco en los elementos de
la superestructura de acuerdo al esquema marxiano- se destacó en primer lugar la
obra del psicoanalista húngaro Wilhelm Reich que publicó ya en 1933 –año en que
debió huir de Alemania- su clásico Psicología de masas del fascismo 9. A diferencia
de Sigmund Freud que concebía al hombre dominado por igual, por pulsiones de
vida y de muerte, Reich concebía la estructura de la personalidad humana en tres
capas: el núcleo biológico primario, asiento del amor, el deseo sexual y la
sociabilidad, el estrato medio en donde residen los instintos agresivos y destructores
como coraza protectora contra los impulsos amorosos, y la capa superficial que
reprime a los anteriores y hace posible una adaptación débil a la sociedad. El núcleo
biológico representa lo verdaderamente revolucionario en el hombre, el arte y la
ciencia, pero no ha sido el factor organizador de la sociedad salvo en algunas y
escasas sociedades primitivas sexofílicas, hoy prácticamente desparecidas. El
liberalismo con sus ideales de autodominio y tolerancia refleja al estrato superficial
pero poco puede hacer en condiciones de crisis social cuando el individuo neurótico
–neurosis en cuya base ese encuentra la represión sexual estructural propia de las
sociedades sexofóbicas- pierde sus frenos inhibitorios y da rienda suelta a su
agresión. Irrumpe así el estrato medio, es decir, la coraza de sentimientos agresivos
de base antisexual que se proyectan contra los otros, en el caso de Alemania contra
los judíos.
El fascismo no era para Reich un partido político sino “la actitud emocional
básica del hombre autoritariamente sojuzgado de la civilización maquinista y su
concepción vital místico-mecanicista. Es el carácter místico-mecanicista de los
hombres de nuestra época el que crea los partidos fascistas, y no a la inversa” 10. No
9
Reich, Wilhelm, Psicología de masas del fascismo, Bruguera, Madrid 1980.
Ibidem, Prólogo a la tercera edición, escrito en 1942, p. 11.
10
107
era por eso la dictadura de una camarilla reaccionaria sino un fenómeno de masas.
Con lucidez sostuvo tempranamente que “Hay que distinguir nítidamente el
militarismo común del fascismo. La Alemania guillermina era militarista, pero no
fascista”11. El fascismo es una amalgama de emociones rebeldes e ideas sociales
reaccionarias. Jamás es revolucionario, aún cuando se pueda revestir con ese
ropaje. “Es la suma de todas las reacciones irracionales del carácter humano
medio”. Es la expresión políticamente organizada del odio racial y del misticismo
religioso en su pase del masoquismo del viejo patriarcado al sadismo. Reich analizó
la estructura de la familia autoritaria, su predominancia en el campesinado y los
sectores medios, el rol de la represión sexual y los componentes sexuales de la
ideología racista, tanto en los discursos de Hitler como del ideólogo nazi Alfred
Rosenberg. Afirmó que “el fascismo es ideológicamente la reacción de una sociedad
agónica, tanto desde el punto de vista sexual como económico, contra las dolorosas
pero decididas tendencias del pensamiento revolucionario a la libertad tanto sexual
como económica, libertad que inspira un miedo mortal a los reaccionarios con solo
imaginarla” para terminar destacando el miedo a la libertad sexual en la base de la
ideología fascista. Para Reich el fascismo era una pandemia, la “peste emocional”
que se extendía por un mundo en crisis.
Pocos años más tarde –en 1941- Erich Fromm publicó El miedo a la libertad12
obra que siguió la senda marcada por Reich pero vaciándola de su contenido sexual.
Para Fromm el desarrollo del capitalismo había roto los lazos de contención de la
persona con la sociedad de la que formaba parte a través de las corporaciones,
iglesias y asociaciones de todo tipo, para dejarlo sólo e inerme frente a la sociedad
de mercado en la que pasaba a ser una mercancía. Su consecuencia fue el
desarrollo de mecanismos de fuga de naturaleza compulsiva, su renuncia a la
individualidad y su adhesión a movimientos de naturaleza fascista que conferían
refugio, seguridad e identidad mediante la sumisión a un jefe autoritario. En la
Alemania de la crisis, la familia se hallaba destruida y con ella la autoridad del padre,
de forma tal que el jefe suplía ese vacío. Para Fromm el fascismo no se puede
explicar sólo desde lo económico sino comprendiendo la interdependencia de las
causas económicas, psicológicas e ideológicas que conforman la psicología de las
personas involucradas. La Escuela de Frankfurt, representada principalmente por
Theodor W. Adorno y Max Horkheimer, con sus estudios sobre La personalidad
autoritaria de 1950 siguió el mismo camino sobre la predisposición de ciertos
individuos a la propaganda antidemocrática y la identificación con figuras paternas
autoritarias.
Las explicaciones psicológicas del fascismo, pese a su amplia difusión en el
público, han sido poco valoradas por los historiadores, ya sea por aplicar a grupos
humanos rasgos de la personalidad individual, como por pasar por alto los
contenidos ideológicos y políticos involucrados e ignorar las concretas condiciones
históricas que dieron lugar al surgimiento del fascismo13. Sin embargo, como se
verá, se hallan en la base de todos los análisis posteriores que incorporan elementos
11
Ibidem, p. 12.
Fromm Erich, El miedo a al libertad, Paidós, Buenos Aires, 1974.
13 Robert Paxton se burla de Reich cuando señala que la represión sexual no era mayor en Italia y
Alemania que en Gran Bretaña. En realidad demuestra no haberlo entendido ya que Reich sostiene
que en situaciones de crisis aparece el estrato medio y no en todas las sociedades.
12
108
politicos e ideológicos pero no reducen el fascismo a la lucha de clases o el
desarrollo económico.
Hannah Arendt y su teoría del totalitarismo14, desarrollada en plena guerra fría
-1951- es, sin dudar, un ejemplo de ello. La politóloga alemana vinculó el origen del
fascismo con tres factores: 1) la declinación de los estados nacionales y la
afirmación del imperialismo; 2) el derrumbe del sistema clasista con sus valores
implícitos y 3) la atomización de la sociedad de masas con la consiguiente idolatría
del individuo. La Gran Guerra de 1914/18 operó como factor desestructurador de la
sociedad europea llevando a su desintegración moral y material, en particular en los
países perdedores. Las masas desarraigadas, sin amarras sociales y ganadas por
discursos que despertaban sentimientos antisemitas e imperialistas terminaron
apoyando dictaduras plebiscitarias que conculcaron todo tipo de derechos
individuales. Los países sin muchas posibilidades de expansión colonial volcaron
sus ambiciones sobre sus vecinos (Albania, Checoslovaquia, Polonia, etc.)
despertando en la plebe sentimientos chauvinistas a la vez que ofreciendo
oportunidades de progreso. Los movimientos nacionalistas (pangermanismo,
paneslavismo, etc.) y el racismo otorgaron una identidad perdida por la crisis de los
tradicionales puntos de referencia de clase, a la vez que la atomización social
llevaba a la exaltación del individualismo y el aislamiento. Para Arendt las masas
están integradas por las personas indiferentes, ajenas a la política, presas fáciles de
los nuevos métodos de propaganda y que terminan integrándose a los movimientos
totalitarios. El individuo desparece y se ve trasladado a un estado en el que es
incapaz de distinguir la verdad de la falsedad, estando dispuesto a llevar a cabo
cualquier orden que se le dé.
En consonancia con Arendt y poco tiempo después –también durante la
guerra Fría- Carl Joachim Friedrich y Zbigniew Brzezinski señalaron los seis rasgos
característicos de las sociedades totalitarias: 1) una ideología oficial elaborada
basada en una doctrina a la que deben adherir todos los miembros de la sociedad;
2) un partido de masas único que monopoliza el poder, conducido verticalmente por
un líder o conductor; 3) un control policial de la sociedad que infunde el terror, en
particular contra determinadas clases o sectores de la sociedad; 4) un control
monopólico de los medios de comunicación de masas; 5) un monopolio de las armas
y 6) un control y manejo centralizado de toda la economía que incluye la
subordinación de todas las corporaciones y empresas.
Tanto Arendt como Friedrich y Brzezinski incluyeron en una misma bolsa el
fascismo, el nazismo y el estalinismo en sus diversas variantes y esto ha sido el
principal punto de crítica a su teoría. En efecto, se ha destacado que las bases
sociales de apoyo eran distintas y que el comunismo, aún cuando arribara a una
dictadura totalitaria, era descendiente directo de la Ilustración, que proclamaba
valores universales como la igualdad y el internacionalismo en contraposición a los
valores particularistas del fascismo, con su hegemonía de la nación o la raza sobre
la humanidad. El comunismo llevó a cabo la destrucción de la antigua clase
dominante mientras el fascismo pactó con ella y trajo como consecuencia su
consolidación. Se ha criticado a Arendt que la sociedad alemana previa al nazismo
no era una sociedad desintegrada sino ricamente estructurada con gran cantidad de
14
Arendt, Hannah, Los orígenes del totalitarismo, Alianza Universidad, 1987.
109
asociaciones intermedias15. Se ha señalado con razón que el control central de la
economía no implica necesariamente un Estado totalitario como lo demuestra la
experiencia de la socialdemocracia nórdica, sino más bien una forma de poner freno
a los abusos de las empresas monopólicas u oligopólicas. La inclusión del sexto
punto obedece más a una visión liberal de la economía que a una correcta
caracterización del fascismo. Por último, los seis puntos de Friedrich y Brzezinski
sólo describen un régimen político al que se ha llegado sin explicar su génesis, y dan
una imagen estática, inmutable, y no dinámica de los regímenes totalitarios.
Aún así el aporte de Arendt nos parece sustancial por haber puesto el acento
en las características ideológicas y políticas de las sociedades que pueden dar como
fruto un régimen fascista y los rasgos de este movimiento. Desde una óptica similar
el sociólogo Karl Mannheim destacó el papel de los mitos y pasiones movilizadoras
del fascismo, los rasgos irracionales de las masas, su propensión a seguir a un líder,
a la acción directa, el desprecio de las teorías y del pensamiento racional, la
creencia en el papel de las élites iluminadas en la historia 16. Señaló la influencia de
las ideas de Henri Bergson, Georges Sorel y Wilfredo Pareto, por sus posturas
antirracionalistas y su valorización de los mitos como estimuladores del entusiasmo y
las fuerzas irracionales del hombre.
Estas consideraciones se relacionan en forma directa con las teorías
explicativas basadas en la cultura y la ideología. George Mosse estudió la primera
sosteniendo que el fascismo era una revolución y una visión del mundo a partir de
un impulso romántico basado en una visión de la nación fundada en la raza y en un
mito originario, a menudo fabricado íntegramente. El fascismo se proponía crear un
“hombre nuevo”, fuerte, viril, sano, preparado para el combate y por supuesto
rechazaba a todos los diferentes: no sólo a los judíos sino también a los gitanos, las
mujeres independientes, los homosexuales y, por supuesto, los comunistas, todos
ellos degenerados. De allí el paso a la eugenesia para mejorar la raza, la
reeducación de los desviados o directamente su eliminación. El fascismo fue
también una estética, vinculada a la antigüedad clásica, un ritual, con sus
ceremonias y actos patrióticos, y una suerte de religión secular con un lejano
antecedente en la tradición jacobina. En este sentido Emilio Gentile, discípulo de
Renzo de Felice, señala los elementos típicos de una religión civil en el fascismo: la
fe, el mito, el rito y la comunión17
Zeev Sternhell, a quien hemos citado tantas veces, destaca en cambio los
elementos propiamente ideológicos del fascismo, en particular el alzamiento contra
las ideas y valores de la Ilustración18. A partir de su estudio principalmente del
fascismo francés –que no alcanzó a llegar al poder-, surgido según este autor a fines
del siglo XIX con el caso Dreyfuss, concluye que este movimiento no puede ser
reducido a una mera reacción antisocialista. Es una revuelta cultural anti-Ilustración,
antipositivista, antirracionalista y contra la democracia de masas. Se inspira en el
integrismo de Charles Maurras, Maurice Barres, el sindicalismo revolucionario de
Sorel, la filosofía de Nietzche y las ideas de Pareto. La relación sindicalismofascismo fue profunda. Muchos dirigentes como Michele Bianchi, Edmondo Rosoni y
15
Paxton, op cit, p. 245.
Mannheim, Karl, Ideología y utopía, Madrid Aguilar, 1958, citado por De Felice, op cit, p. 172 y ss.
17 Citado por Traverso, La historia…, op cit, Cap. III, Fascismos, p. 117.
18 Sternhell, Zeev, El nacimiento…
16
110
otros tenían sus raíces en la izquierda subversiva de antes de la guerra y dieron a
los jóvenes fascistas los elementos contra el marxismo y la democracia. El fascismo
se caracteriza por una disciplina autoritaria, cierto toque de elitismo, violencia y mito;
un esfuerzo para preservar la propiedad privada bajo la fachada de cambio y
participación, la colaboración de clases y la solidaridad nacional. Su visión de la
nación es organicista con supremacía de la misma sobre el individuo. Para Sternhell
el fascismo surge de una filosofía de la época expresada por los autores antes
mencionados y que culmina en la Francia de Vichy, subordinada al nazismo. Según
Enzo Traverso la visión de Sternhell ha sido criticada por reducirse a la dimensión
ideológica y centrarse en el caso francés, ignorando las condiciones que lo hicieron
posible. En todo caso ha echado luz sobre el prefascismo que recién maduró
después de la Gran Guerra, no pudiendo el régimen de Vichy ser considerado un
caso de fascismo por falta de una política expansionista19.
El fascismo por sus rasgos
Ya hemos señalado los rasgos principales del fascismo para Sternhell y del
totalitarismo en general para Friedrich y Brzezinski. Son muchos los autores que
abordan este movimiento desde esta perspectiva. Nos centraremos en los tantas
veces citados Ian Kershaw y Robert Paxton. Para el primero los rasgos comunes
son:
1) el nacionalismo chauvinista extremo;
2) una tendencia antisocialista y antimarxista extrema dirigida a la destrucción de
las organizaciones de la clase obrera;
3) una base de masas en todos los sectores de la sociedad pero con un
pronunciado apoyo en la clase media, en los campesinos y los sectores
desarraigados de la población;
4) la fijación en líder carismático, legitimado plebiscitariamente;
5) la intolerancia extrema de todo grupo opositor expresada en un terror cruel,
violencia abierta y represión implacable;
6) la glorificación del militarismo y la guerra;
7) la dependencia de la “alianza” con las élites existentes y
8) al menos una función inicial de estabilización o restauración del orden social y
las estructuras capitalistas.
Una elaboración más genérica, a nuestro juicio, del fascismo es la que hace
Paxton. Para este autor, este fenómeno político ha de estudiarse tanto en sus
orígenes como en sus pasos posteriores, su transición de movimiento a partido, de
partido a régimen y de éste a su paroxismo final. De allí que en sucesivos capítulos
estudia la creación de estos movimientos, su arraigo, su llegada al poder, su
ejercicio del poder y su radicalización final. Señala en primer lugar que
“El fascismo no se apoya explícitamente en un sistema filosófico elaborado, sino más bien
en sentimientos populares sobre razas dominantes, su suerte injusta y su derecho a imponerse
a pueblos inferiores” y que “El fascismo es ´verdad´ en la medida en que ayuda a que se
cumpla el destino de una raza elegida, una sangre o un pueblo, enzarzado con otros en una
lucha darwiniana, y no por una razón abstracta y universal”. “La verdad era lo que permitía al
nuevo hombre (y mujer) fascista dominar a otros y lo que hiciese triunfar al pueblo elegido.
19
Traverso, Enzo, La historia como campo de batalla. Interpretar las violencias del siglo XX, Fondo de
Cultura Económica, Buenos Aires, 2012, p. 125 y ss.
111
El fascismo se apoyaba no en la veracidad de su doctrina, sino en la unión mística del caudillo
con el destino histórico de su pueblo…” 20.
Coincide con Sternhell en que el fascismo es sustancialmente una reacción
contra el liberalismo, la razón y el humanitarismo, en destacar su confianza en la
capacidad del mito para movilizar a las personas y actuar por encima de su
capacidad corriente. El concepto de nación que en Mazzini era símbolo de unidad de
los pueblos se hizo exclusivista y se equiparó al de razas superiores, al derecho a
dominar a otros pueblos. Paxton destaca las pasiones movilizadoras del fascismo
centradas en un nacionalismo apasionado y una visión conspiratoria y maniquea de
la historia en la que la nación es una víctima. Dichas pasiones son, entre otras:
1) un sentimiento de crisis abrumadora que no se puede superar con las
soluciones tradicionales;
2) la primacía del grupo, con el que se tienen deberes superiores a cualquier
derecho individual;
3) la creencia en que el grupo al que uno pertenece es una víctima, un
sentimiento que justifica cualquier actuación, sin límites legales o morales
contra sus enemigos, tanto internos como exteriores;
4) el temor a la decadencia del grupo a causa de los efectos corrosivos del
liberalismo individualista, la lucha de clases y las influencias extranjeras;
5) la necesidad de una integración más estrecha de una comunidad más pura
por el consentimiento o por la violencia excluyente en caso necesario;
6) la superioridad de los instintos del caudillo sobre la razón abstracta y
universal;
7) el derecho del pueblo elegido a dominar a otros sin limitaciones de ningún
género de ley humana o divina.
Una vez en el poder, pese a la gran cantidad víctimas de la violencia para
arribar a él –cerca de 3.000- el fascismo fue relativamente moderado en
comparación con otras dictaduras. Condenó a muerte a tan sólo nueve personas y
encarceló a unos 10.000. Los ustashas en Croacia mataron a más de 930.000. La
violencia de Mussolini, más que sobre el pueblo italiano, se descargó sobre el etíope
al consumar una matanza en la invasión de dicho país africano, una aventura
expansionista irracional. La conquista de Etiopía fue el síntoma de radicalización del
fascismo italiano que en el frente interno se conservadorizó, a la inversa del régimen
nazi que se radicalizó progresivamente hasta llegar a la apoteosis de la guerra
europea. Hacer la guerra resultaba esencial para la cohesión interna de los
regímenes fascistas.
La administración de la colonia etíope no estuvo en manos de las instituciones
del Estado italiano sino de la milicia fascista que revivió con la conquista colonial.
Mucho antes de las leyes antijudías de 1930 se prohibieron las uniones sexuales
con los nativos, y se llevó a cabo una campaña de terror sistemático contra la
población como respuesta a un atentado. Se llegó a instaurar un sistema de
apartheid, no sólo en Etiopía sino también en Libia, con campos de concentración y
uso de gas tóxico, según el investigador italiano Angelo del Boca 21. La aventura
etíope configuró un claro caso de fascismo colonial.
20
Paxton, op cit, p. 25 y ss.
Del Boca, Angelo et al, Il regime fascista, citado por Paxton, op cit, 194, Traverso, La historia…, op
cit, p. 136.
21
112
Finalmente, luego de criticar las diversas interpretaciones del fascismo que
hemos reseñado en los párrafos anteriores, Paxton da su propia definición de ese
movimiento:
“Se puede definir el fascismo como una forma de conducta política
caracterizada por una preocupación obsesiva por la decadencia de la
comunidad, su humillación o victimización y por cultos compensatorios de
unidad, energía y pureza, en que un partido con una base de masas de
militantes nacionalistas comprometidos, trabajando en una colaboración
incómoda pero eficaz con élites tradicionales, abandona las libertades
democráticas y persigue con violencia redentora y sin limitaciones éticas o
legales objetivos de limpieza interna y expansión exterior”22.
La definición de Paxton nos resulta la más completa de todas. Incluye
elementos ideológicos y sociológicos junto a los medios utilizados y los
propósitos, en una amalgama única pero común a varios movimientos surgidos en
una misma época y espacio. El fascismo no es definible por un sólo rasgo o
función social sino por este conjunto de ellos que dan por resultado un producto
singular, complejo, abarcador de muchos ejemplos históricos, todos distintos entre
ellos.
Paxton deja de lado algunos elementos considerados esenciales por otros
autores, como la existencia de un líder indiscutido, una base social conformada por
los sectores medios y la función de represión del movimiento obrero para estabilizar
el orden social preexistente. Volveremos sobre estos puntos más adelante. Por el
momento diremos que de este modo su definición se torna más amplia, capaz de
abarcar algunos movimientos que no cumplen exactamente esos requisitos pero que
los sustituyen otros similares. Entendemos que ese es el caso del sionismo.
Analizaremos a continuación porqué el sionismo puede ser encuadrado
dentro de los movimientos fascistas siguiendo la definición de Paxton y luego
veremos la pertinencia o no de los elementos que él no incluye.
Los elementos ideológicos
En el capítulo 4, indicamos los contenidos claramente nacionalistas del
socialismo sionista representado por el partido Mapai –producto de la fusión de
Hapoel Hatzair y Ajdut Avodah-, hegemónico en Israel hasta 1977 y menos
nacionalista aún que el partido revisionista. Señalamos, siguiendo a Zeev Sternhell,
su parentesco con el socialismo nacional europeo que proclamaba el principio de
supremacía de la nación, su concepción de ésta como un todo en el que el individuo
sólo existe en y para el conjunto, el parentesco de sangre y de cultura como
determinantes de la vida de los hombres y no sus respectivos lugares en el proceso
de producción. Se trata de un movimiento que ve al liberalismo y al marxismo como
los dos grandes enemigos de la nación a los que se debe combatir.
Uno de los principales ideólogos del sionismo fue el fundador de Hapoel
Hatzair, Aaron David Gordon. Para éste, según Sternhell, el liberalismo era el mayor
22
Paxton, op cit, p. 255.
113
peligro que la nación judía hubiera corrido jamás. Concebía a la nación como una
gran familia, ligada a la naturaleza. La nación había creado el lenguaje, la religión, la
moral, la poesía, la vida social. Los individuos eran como las células de la nación,
con un vínculo inconsciente e indestructible con ella, que no podían cambiar. Pese a
no ser religioso en su vida personal, Gordon reivindicaba el componente religioso de
la nacionalidad. “Nuestra religión está inscrita en cada átomo de nuestro espíritu
nacional y nuestro espíritu nacional está inscrito en cada átomo de nuestra religión”
decía en Knesset Israel, un opúsculo de su autoría. Lo importante de la religión era
su función de cohesión social, de cemento nacional, no el mensaje trascendente. El
movimiento nacional judío no tenía ninguna posibilidad de triunfo sin la religión.
Hasta podía existir una religión sin fe en un dios. Su concepción de la sociedad era
típicamente organicista, fundada en un nacionalismo biológico emparentado con el
“volkismo” germánico y la eslavofilia, en oposición al nacionalismo liberal. Según
Sternhell:
“De todos los movimientos nacionalistas que aparecieron a fines del siglo XIX y
principios del siglo XX, el sionismo fue el que atribuyó el valor mas alto al componente
histórico-religioso en la combinación química con la que comparaban el proceso de
formación de la identidad nacional” 23.
Se pronunciaba en contra del racionalismo y el escepticismo de las
sociedades modernas, apelando al vitalismo, la mística y el alma, con clara
resonancia nietzcheana. Se preguntaba cómo incitar a los hombres a pasar a la
acción y su respuesta era, como Sorel, por medio del mito. Estaba contra el
socialismo al que identificaba con el materialismo, el hedonismo y el mecanicismo,
contra el liberalismo y el capitalismo. Su concepción del cuerpo social coincidía con
las ideas comunitarias católicas, antiliberales y antimarxistas, es decir con todo el
cóctel de ideas antiilustradas, antirracionalistas, antipositivistas que Sternhell señala
como la quintaesencia del fascismo.
Al apelar a la religión como mito movilizador, el sionismo entró en
contradicción con una característica central del proceso de modernización de la
Europa decimonónica: la secularización, la progresiva separación de la Iglesia y del
Estado, la sustitución de la religión por la nacionalidad como elemento de unidad de
los pueblos europeos, como cemento aglutinante de la población de los nuevos
estados que se conformaron durante el siglo XIX: Grecia, Bélgica, Italia, Alemania,
Austria-Hungría, Serbia, Bulgaria, etc. Las guerras de religión habían destruido a
Europa en los siglos XVI y XVII y ahora se trataba de construir nuevas naciones
sobre la base de un nuevo principio de identidad, el de la nacionalidad por encima
del de la religión. Pero, como decía Herzl, los judíos sólo estaban unidos por la
religión, no por el idioma y sobre esa base debían construir una nación. El sionismo
fue a contramano del proceso de modernización europeo con todas las
consecuencias que ello trajo aparejado.
La decadencia de la comunidad
En el sionismo la preocupación obsesiva por la decadencia de la comunidad toma
cuerpo en forma directa en el miedo a la desaparición del judaísmo como producto
de la asimilación a la que nos referimos largamente en el Capítulo 2 y sobre la que
23
Sternhell, Los orígenes..., op cit. p.82.
114
volvimos en el 6. Las expresiones de temor ante esta posibilidad son reiteradas y
presentes en todos los ideólogos y precursores del sionismo. Hess, Hertzl, Nordau,
Weizmann, Gordon, Ben Gurion, Jabotinsky, desfilan todos por la amplia senda del
antiasimilacionismo, derrochando incluso un acerbo rechazo a los judíos asimilados
como traidores o renegados a su identidad nacional. Según Sternhell “El odio de los
padres fundadores por el judío de la diáspora no conocía límites” 24. Para Gordon
ninguna forma de vida judía era posible en el exilio, ni siquiera en el más dorado, de
la diáspora. La asimilación podía llevar al judaísmo a ser sólo una religión más, “una
mera secta religiosa, sin identidad nacional” al decir de Avinery. Junto con la religión
corría el riesgo de desaparecer el sueño nacional y con ella un pueblo distinto a
todos los demás.
La idea del pueblo judío como peculiar, distinto y superior a todos los otros se
halla presente en el discurso sionista y es un componente que abona los rasgos
fascistas del sionismo. Para Herzl: “Nuestra raza está mejor dotada en todo que la
mayoría de los pueblos del mundo”25. Para Nordau “Las cualidades raciales judías
tales como la diligencia, la perseverancia, la inteligencia y la economía, condujeron a
una rápida disminución del proletariado judío…” y “Más activo y diligente que el
término medio de los hombres europeos, sin hablar de los indolentes, asiáticos y
africanos, está condenado el judío a la más extrema indigencia proletaria porque se
ve impedido de utilizar libremente sus fuerzas” 26.
Pero quien probablemente expresa en forma más directa en su discurso la
concepción peculiarista del judaísmo es Ben Gurion, quizá el más importante
dirigente sionista. Para éste, se trataba de un pueblo único, culto, laborioso,
tesonero, con una voluntad moral única y con superioridad de espíritu, sin parangón
con otros que desaparecieron del curso de la historia. El judaísmo le dio al mundo
grandes y eternas verdades junto a imperativos éticos y fue el primero en vislumbrar
la visión del Día Final como el advenimiento de una nueva sociedad humana 27. Para
Ben Gurion los otros pueblos de Canaán habían desaparecido sin dejar rastro
alguno porque no habían sabido “sobreponerse por largo tiempo a la presión cultural
de sus grandes y portentosos vecinos, que los asimilaron completamente sin dejar
vestigio”. Sólo los judíos habían salido victoriosos en esa lucha contra la
asimilación28.
“En todos los tiempos y en todos los lugares –hasta en el mismo Eretz Israel- hubo
judíos que no se pudieron sobreponer a la presión foránea, física y espiritual y que en
consecuencia se perdieron para la causa, desapareciendo o se convirtieron. Pero el
grueso soportó la prueba, luchó, se debatió y triunfó. La historia de nuestro pueblo es,
precisamente, la historia de esa gigantesca contienda, aún inconclusa a pesar del
establecimiento del Estado”29.
“Y no pocos fueron las víctimas de la asimilación, no sólo en Occidente sino también en
el Este. Empero, la histórica voluntad del pueblo judío logró imponerse una vez más. La
24
Ibidem, p. 91.
Herzl, Diario, 22 de agosto de 1901, p. 356.
26 Nordau, Max, Discurso pronunciado en el Primer Congreso Sionista, en El sionismo, crítica y
defensa, Biblioteca de Literatura y Ciencias Sociales, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires,
1968.
27 Ben Gurion, op cit, T. I, p. 26 y ss.
28 Ibidem, T. II, p. 86.
29 Ibidem, T. II, p. 87
25
115
emancipación no llegó a producir la desaparición del pueblo, sino que condujo a una
nueva expresión de la peculiaridad nacional y de sus anhelos mesiánicos” 30.
Nótese que los judíos asimilados desaparecen, se pierden, perecen, son
víctimas, y que la lucha contra ese destino lleva más dos mil años. Para Ben Gurion,
el más grande asimilacionista, el que sometió al judaísmo a la más grande prueba
fue Saulo de Tarso, más conocido como San Pablo o Pablo el Apóstol. Fue él el
fundador del cristianismo, el que se alzó contra la ley mosaica –a diferencia de
Jesús que proclamo su cumplimiento estricto-, predicó la religión del amor,
“reconoció al individuo y no al pueblo e intentó socavar la fe del pueblo judío y sus
esperanzas de una redención territorial y nacional”31.
Junto al riesgo de desaparición hace su presencia una conspiración, un
intento de destrucción del judaísmo llevado a cabo por alguien surgido de sus
entrañas, hijo de un ciudadano romano y de una judía, por lo tanto, él mismo judío.
Su obra habría sido continuada por Adriano quien prohibió la circuncisión, el culto
del sábado y el estudio de la Torah en las escuelas. Luego vinieron los árabes que
se expandieron por todo Medio Oriente y el norte de África convirtiendo a los
pueblos al islamismo. Sólo el pueblo judío resistió al poderoso invasor, aún cuando
reconoce que muchos judíos de las zonas rurales se convirtieron. El hostigamiento
se renovó con la Revolución Francesa que “amenazó borrar la existencia de todo el
pueblo judío” y con la revolución bolchevique que lo condenó al exterminio nacionalespiritual al sofocar su lengua, su educación, su literatura, sus vínculos con el
pasado nacional. El partido bolchevique creó la División Judía –Ievektzia- “cuyo odio
a Sión y a la lengua bíblica sobrepasaban a su fanatismo comunista” 32.
Con independencia del acierto o falsedad de las citas históricas, el discurso
de Ben Gurion demuestra una preocupación obsesiva por la supervivencia de un
pueblo amenazado, humillado y victimizado por todos los otros pueblos del mundo,
interesados en su desaparición. El relato tiene una obvia connotación torática. En el
Libro del Éxodo, Yahvé alude a la condición de víctima del pueblo hebreo, oprimido,
afligido, angustiado, sometido a todo tipo de exacciones en su cautiverio de Egipto 33,
que debe salir de él y arribar a la Tierra Prometida. Ben Gurión siempre comparó la
aliah y la conquista de Israel como un nuevo Éxodo del pueblo judío en el camino de
su redención. Y en ese periplo las tribus de Israel debían apoderarse de la tierra de
otros pueblos y no mezclarse con ellos, evitar a toda costa la asimilación para no
desaparecer34.
Esta reacción contra la asimilación es, por ello mismo, una forma de
afirmación tribal, pero esta condición tribal arroja sobre el sionismo la sombra del
particularismo. Según François Furet, “el fascismo nace como reacción de lo
particular contra lo universal, del pueblo contra la clase, de lo nacional contra lo
internacional”35. El fascismo, en su lucha contra el individualismo burgués, apeló a
fracciones de humanidad: la nación o la raza. “Éstas, por definición, excluyen a los
que no forman parte de ellas, y hasta se definen contra ellos, como exige la lógica
30
Ibidem, T. II. p. 95.
Ibidem, T. II. p. 90.
32 Ibidem, T. II, p. 99.
33 Éxodo, 3:7, 3:8, 3:9.
34 Génesis 24:37, 28:1, Éxodo 34:12, 34:15, 34:16, Deuterenomio 7:2, 7:3, 7:4, 7:6, 23:3, y ccs.
35 François Furet, op cit, p. 34.
31
116
de ese tipo de pensamiento. La unidad de la comunidad sólo se rehace con base en
su supuesta superioridad sobre los otros grupos, y en un constante antagonismo
contra ellos”36. Es el caso que estamos estudiando.
Cultos compensatorios de unidad, energía y pureza
Los cultos compensatorios a los que se refiere Paxton toman cuerpo en el sueño
utópico de El Estado judío, el retorno a Eretz Israel, la tierra de los supuestos
antepasados –recordemos el origen kházaro de los judíos askenazis- convertida en
Tierra de Promisión. El sionismo construyó su propio sueño de redención, como
D´Annunzio lo hizo con la toma de Fiume, Mussolini con la reconquista de Trieste en
poder de Austria, y Hitler con la unidad alemana: el Sarre, Austria, los Sudetes, la
Prusia Oriental. Son las tierras irredentas, en poder del enemigo que sirven para
galvanizar a toda la nación. Pese a que los dirigentes sionistas dijeron aceptar el
Plan de Partición de la ONU se largaron inmediatamente a la conquista de todo el
territorio palestino y en especial de Jerusalén, ciudad que debía ser
internacionalizada. Jerusalén fue al sionismo lo que Fiume al fascismo o Danzig al
nazismo, la ciudad irredenta, que debía conquistarse a toda costa.
Unidad, energía y pureza son elementos inherentes al proyecto sionista: la
reunificación del “pueblo hebreo” en un sólo territorio, la construcción de un Estado
fuerte capaz de defenderlo de sus enemigos y sobre todo la regeneración del judío,
confinado por los cristianos a las ciudades, al comercio y a la usura, que ahora se
volcaría a la agricultura, a la labranza de la tierra, a las tareas físicas que fortalecen
el cuerpo y el espíritu. La idea del judío agricultor, ligado al suelo de Israel,
desempeñó un rol cautivante en el proyecto sionista. La regeneración del judío se
proyectaba, entonces, en dos direcciones: a) sustituir el comercio, las finanzas y en
general todas las actividades intermediación por la producción y, en particular, por la
agricultura de la cual los judíos habían sido privados en Europa; b) la reconstitución
física del judío, débil, agachado, decrépito, y a la vez impotente, pasivo y sumiso.
La obsesión por crear un hombre nuevo, por regenerar al perdido o
corrompido no es exclusiva del fascismo. Basta recordar la ilusión del Che Guevara
por crear al hombre nuevo en Cuba. Se trata de una tradición común a todas las
revoluciones y reformas religiosas, combinada con la idea del retorno a un estado de
pureza primitiva perdido. Pero la idea de reconstrucción del hombre nuevo a partir
de su constitución física si es propia del fascismo: el culto de la virilidad, de la fuerza,
la destreza física, la superioridad racial, la identificación con el modelo físico de las
estatuas griegas. Y este proyecto se complementa con el retorno a la tierra, el culto
de la naturaleza, el odio por la gran ciudad, el himno a la vida simple y sana del
hombre de campo, la vuelta las raíces. Veámoslo en las memorias de Ben Gurion:
“Llegaban jóvenes de todos los ámbitos de Rusia. Los había oriundos de los pueblos y
ciudades de Polonia, Lituania, Volynia, Rusia Meridional: eran alumnos de las
Yeshivas37, estudiantes de liceos y universidades. Habíamos dejado los libros y los
estudios, las especulaciones y controversias, para redimir la patria con nuestro trabajo…
“Cada uno de nosotros se consideraba nacido de nuevo. Habíamos cambiado el
Galut38 por la redención, nuestra propia redención. Lejos, muy lejos habíamos dejado las
36
Ibidem, p. 38.
Seminarios religiosos judíos.
38 En hebreo, exilio.
37
117
angostas callejuelas y sucias calzadas; vivíamos ahora netre jardines y naranjales. Todo
era nuevo: la naturaleza, la vida el trabajo. Hasta los árboles parecían nuevos, distintos
de los árboles de ´allí´… Ya no nos sentábamos en los escaños escolares, para hurgar
en los libros y aguzar nuestras mentes con fútiles problemas talmúdicos. Ahora
trabajábamos. Plantábamos retoños, cosechábamos naranjas, injertábamos árboles,
cavábamos azadones, abríamos pozos. Trabajábamos, en suma, la tierra, y la tierra
pertenecía a la madre patria. Y al trabajarla conquistábamos un país. Éramos los
conquistadores en marcha, en marcha sobre Eretz Israel. ¿Qué más podíamos
pretender?”39.
Más tarde dirá en sus discursos que el pueblo judío no es un pueblo de
trabajadores, que el objetivo era convertirlo en un pueblo trabajador, hacer renacer y
rejuvenecer a un pueblo decrépito40. Shlomo Sand cuenta como, en los primeros
años posteriores a la fundación del Estado, “los profesores querían que sus alumnos
crecieran pareciéndose no a sus débiles padres y abuelos, sino a los antiguos
campesinos o guerreros hebreos…”41.
Otro medio de regeneración será la violencia. Veamos las palabras de uno de
los autores del libro patriótico Héroes de Israel. Luego de narrar los enfrentamientos
armados con los campesinos palestinos en los primeros tiempos de colonización
sionista, dice:
“Al ver a los chacareros hacer frente a los árabes, solía preguntarles: ¿son esos
realmente los judíos que en la diáspora soportaban sin oponer resistencia toda clase de
vejámenes y humillaciones? ¿Dónde quedó la ´cobardía nata´, que hasta muchos judíos
atribuyen a su pueblo, cuando afirman, como si fuera un honor, que no pueden hacer
frente a la ´fuerza bruta´? No hubo cobardía en el comportamiento de nuestros
antepasados, y la nuestra persistirá sólo hasta el momento en que nos libremos de
nuestro sentimiento de inferioridad. Y la prueba, los chacareros. Un breve período de
libertad e igualdad de derechos, la sensación de que no son peores que los otros, ha
bastado para insuflar en ellos coraje, bravura y fe en la propias fuerzas. Y no cabe duda
que en la próxima generación no quedarán rastros de la debilidad y la blandura de
espíritu de sus progenitores”42.
La función compensatoria de la propia debilidad, blandura, cobardía se torna
patente en este breve texto patriótico. El retorno a la tierra y la violencia contra el
otro, pueden remediar esa herida. Sólo que dicha violencia es ejercida sobre una
población inerme, los nativos de la tierra que se quiere conquistar, no sobre los
antiguos opresores.
Por último, la búsqueda de la pureza étnica se torna patente en la aversión
del sionismo hacia los matrimonios mixtos. Si bien el Estado de Israel no los prohibió
formalmente como hiciera el nazismo con las leyes de Nuremberg o el fascismo
italiano en Etiopía, la proscripción del matrimonio civil fue el arma para lograr ese
objetivo sin declararlo abiertamente. Desde el historiador Simón Dubnow (18601941) hasta Zeev Jabotinsky, pasando por Max Nordau y Arthur Ruppin, la unión
matrimonial con los gentiles fue considerada una de las más severas amenazas a la
conservación del judaísmo y una consecuencia nefasta de la asimilación. Según
Sand, para Dubnow los matrimonios mixtos eran un peligro y justificaba la expulsión
39
Ben Gurion, op cit, T. I, p. 5.
Ibidem, T. I, pags. 35, 76, 87.
41 Sand, Shlomo, op cit, p. 128.
42 Jissin, J., en Héroes de Israel, op cit, p. 117.
40
118
de las esposas extranjeras y la prohibición de casarse en la antigua Judea. “Estos
matrimonios mixtos, habituales tanto entre los humildes como entre los poderosos,
pusieron en peligro la pureza de la raza y de la religión. La cultura nacional del
pueblo de Judea todavía no era lo suficientemente fuerte como para absorber
elementos foráneos sin que dejaran huella”43. Jabotinsky fue mucho más allá. Dado
que el judaísmo era una esencia que se llevaba en la sangre, la prevención del
matrimonio mixto era la principal arma para evitar la asimilación. La mezcla de
sangre, por el contrario, llevaría a la desaparición del judaísmo. “Todas las naciones
que han desaparecido en el mundo… fueron tragadas por el abismo de los
matrimonios mixtos” sostenía sin ambages. Un futuro sin opresión hacia los judíos lo
atemorizaba, ya que llevaría a un incremento de los matrimonios mixtos. Los niños
serán medio judíos y no plenamente judíos. Eso llevaría a una asimilación completa.
En sus propias palabras:
“Considerando que la particularidad espiritual nacional puede continuar existiendo
solamente bajo condiciones de preservación del tipo físico-racial, se deduce que con la
asimilación física de los judíos entre la mayoría no-judía, también desaparecerá el
carácter judío como unidad nacional-cultural específica”. “Una preservación de la
integridad nacional es imposible excepto mediante una preservación de la pureza racial,
y para ese propósito necesitamos un territorio propio donde nuestro pueblo constituya la
abrumadora mayoría” 44.
Durante el siglo XIX la asimilación había llevado a la proliferación de estas
uniones espurias. Hasta Hess, Nordau y Buber se habían unido con no judíos. La
concentración de toda la judería en la Tierra de Israel cumpliría la función también
de evitar la impureza de sangre producto del matrimonio con gentiles.
Los elementos sociológicos.
La definición de Paxton combina los elementos ideológicos antes reseñados con los
elementos sociológicos –tanto los superestructurales como los estructurales, en
sentido marxiano-: cuál era el origen social de los militantes sionistas, cuáles sus
motivaciones, fue un movimiento de élites o de masas, cómo articuló su acción con
las distintas clases sociales, qué tipo de relación estableció con las élites, evitando
de este modo centrarse en un solo aspecto de la cuestión. Veamos como juegan los
aspectos que él señala.
Un partido con una base de masas de militantes nacionalistas comprometidos
Pese a su número inicialmente insignificante dentro de la población judía mundial, el
sionismo fue indudablemente un movimiento de masas ya que surgió entre los
propios integrantes de esa comunidad religiosa. En modo alguno puede sostenerse
que fue una creación de una élite en el poder o motorizada desde el Estado, con
independencia de las alianzas políticas que celebró. El llamamiento de Pinsker en su
opúsculo Autoemancipación obtuvo una espontánea adhesión entre los jóvenes
judíos de Europa Oriental que luego vieron en Herzl la posibilidad de llevar el
movimiento al plano político y concretar su sueño.
43
44
Sand, op cit, p. 109.
Jabotinsky, Una carta…, p. 12 y ss.
119
Cada una de las distintas aliot (1882-04, 1940-14, 1918-23, 1924-29 y 192939) tuvo características diferentes y se produjo en distintas etapas, al calor de los
acontecimientos mundiales. Sólo la quinta aliah y las olas inmigratorias posteriores a
1948 fueron verdaderamente provocadas o promovidas por decisiones de Estado.
La primera como producto de las restricciones a la inmigración en Estados Unidos y
los países europeos a lo que se sumará la persecución nazi, las otras promovidas
por Israel para poblar el territorio conquistado y alentadas por la furia producida
entre los pueblos árabes como consecuencia de la expulsión de la población
palestina y la implantación de un Estado europeo en las tierras del Mashriq.
La caracterización de Paxton soslaya el origen social de los militantes
fascistas: si provenían de los sectores medios –como se denunció tradicionalmenteo de todos los sectores sociales. Considera que la tesis clásica –sostenida tanto por
marxistas como Radek, Trotsky, como por sociólogos como Lipset- es estática, toma
en cuenta sólo los estadios iniciales, sin advertir las sucesivas oleadas de
incorporaciones, en particular una vez en el gobierno cuando los partidos fascistas
se abrieron a todos los que desearan disfrutar de los beneficios del poder. “No se
puede construir”, concluye, “con un material tan fluctuante, ninguna interpretación
social coherente del fascismo”45.
El caso que nos ocupa es singular ya que el sionismo no es un movimiento
surgido dentro de una comunidad nacional determinada, con su estructura social
particular, sino en la dispersa y variada comunidad europea pero que proyecta su
acción sobre otra sociedad, sujeta a un dominio colonial. Esa sociedad de recepción
posee una estructura tradicional, con sus notables, sus sectores medios incipientes y
un 65 % de campesinos. Los inmigrantes sionistas son mayormente intelectuales, de
clase media, han recibido una sólida formación religiosa y profesional. Pero no
encajan ni en la sociedad de origen ni en la sociedad de acogida. En su sociedad de
origen por cuanto han abandonado el guetto, la comunidad cerrada, la ortodoxia
religiosa, pero simultáneamente no han logrado asimilarse. Provienen de sociedades
en la que los judíos no han sido totalmente emancipados o lo han sido muy
recientemente, la asimilación es escasa, el antijudaísmo es fuerte, las oportunidades
laborales son pocas. Se hallan a medio camino entre la comunidad de pertenencia y
la de integración. Karady sostiene que los movimientos culturales antiasimilatorios
entre los judíos de Europa los impulsaron los que habían pasado previamente por
una asimilación incompleta o traumática46, caracterizada por esfuerzos
sobrecompensatorios y por la aculturación, no siempre deseada.
Los sionistas son, en consecuencia, excluidos, marginados, personas con una
vasta formación intelectual (periodistas, profesores, ingenieros, abogados,
botánicos, etc.) que no hallan inserción en su sociedad de origen y desarrollan un
sueño compensatorio en otra tierra, una tierra que de acuerdo a la formación
religiosa imperante en la comunidad de origen, les pertenece. La Tierra de Israel
pasará a constituir la esperanza de redención en la que podrán realizar su proyecto
de vida. Esta característica de los sionistas como desclasados, es la misma que
Bauer señalaba como caldo de cultivo del fascismo: los soldados venidos del frente
que no encontraban su lugar en la sociedad, los campesinos y pequeño burgueses
45
46
Paxton, op cit, p. 246.
Karady, op cit, p. 145 y ss. En sentido similar, Arendt, El sionismo…, p. 145 y ss.
120
arruinados por la crisis económica, los excluidos en general que eran utilizados por
la clase capitalista contra la clase obrera para luego quedar prisionera de la misma.
Los sionistas son indudablemente militantes comprometidos con su causa,
han abandonado su terruño en pos de la tierra de promisión, no tienen una
nacionalidad de origen y por ello desean construir una con la cual identificarse, son
nacionalistas en todo el sentido del término y su nacionalismo es de tipo tribal,
basado en la sangre, el suelo y la religión. La construcción de la nación justifica no
sólo todo esfuerzo personal, toda postergación en las aspiraciones individuales, sino
también la postergación o supresión de los derechos de otros pueblos, aquellos que
se oponen al destino nacional.
Colaboración incómoda pero eficaz con las élites tradicionales
En el Capítulo III hicimos referencia a la estrecha alianza con el poder colonial
preponderante a principios del siglo XX, el Imperio Británico, tema que nos introduce
a las relaciones del sionismo con las élites. Tratándose de un movimiento de acción
internacional -ya que su radio de acción abarcó tanto los países de origen como el
territorio de destino-, la élite que debemos considerar debe ser también de
proyección global o al menos regional. En consecuencia no puede estar constituida
más que por las potencias coloniales que se disputaban la hegemonía mundial. La
colaboración fue estrecha, más que incómoda, salvo durante el auge del nazismo,
período durante el cual Gran Bretaña restringió la inmigración para evitar
enemistarse con los árabes y que éstos se volcaran al Eje. Durante el período
1939/48 el sector más radicalizado del sionismo se alzó directamente contra el ex
aliado imperial, mediante métodos terroristas y sufrió una brutal represión. El sector
menos extremista, en cambio, buscó nuevos aliados con más éxito. Aún así, la
alianza firme con los Estados Unidos recién tomó cuerpo a partir de la guerra de
1967 como lo demuestra el papel de ese país en la crisis de Suez de 1956 cuando
forzó a Israel a retirarse de la península del Sinaí.
El sionismo constituyó la piedra de lanza de un proyecto colonial para
mantener la hegemonía en Medio Oriente y asegurar la ruta a la India para Gran
Bretaña. En tal sentido cumplió una función de aliado frente a potenciales gobiernos
nacionalistas en una región de vital importancia para la economía mundial. Pero ni el
sionismo ni el Estado de Israel fueron una mera correa de transmisión de los
intereses imperiales sino entidades autónomas con capacidad de decisión propia y
de persecución de sus propios objetivos. En esa perspectiva existe una semejanza
con la autonomía que las camarillas fascistas mantuvieron frente a las clases
dominantes de sus respectivos países.
Los dirigentes sionistas también colaboraron eficazmente con el régimen nazi
para hacer posible la migración a Palestina, tal como surge de los estudios de Lenni
Brenner47 sobre el Acuerdo de Transferencia Haavara firmado entre el primero y la
Organización Sionista Mundial en agosto de 1933, colaboración que probablemente
haya sido incómoda. Este acuerdo es criticado agudamente por Brenner, como una
colaboración inaceptable con los nazis con fines sólo económicos. Attali, en cambio,
47
Brenner, Lenni, Sionismo... p. 134 y ss.
121
lo justifica desde un punto de vista pragmático señalando que hizo posible salvar la
vida de 20.000 personas48.
Los medios. Abandono de las libertades democráticas
Al estudiar los medios utilizados por el sionismo para lograr sus objetivos dijimos que
se valió tanto de la acción diplomática como de la expulsión violenta de la población
nativa y la apropiación de su territorio. Sigamos ahora la definición de Paxton desde
el punto de vista de su postura frente a la cuestión democrática y la violencia.
El sionismo siempre consideró a la democracia desde un punto de vista dual:
plena vigencia hacia adentro, ninguna hacia fuera. Como hemos señalado, practicó
la democracia en el interior de la Organización Sionista Mundial admitiendo todo tipo
de tendencias y el debate entre ellas y luego al instaurar un sistema parlamentario
en el Estado. Pero se negó siempre a considerar los derechos democráticos de la
población nativa. Chaim Weizmann cuenta en su autobiografía cómo se opuso a
todas las iniciativas de Gran Bretaña de instaurar un Consejo Legislativo en 1922,
propuesta contenida en el Libro Blanco de Churchill. “Llevado a la práctica esto
habría significado la entrega de Palestina a la mayoría árabe y la exclusión del
mundo judío –una de las partes en la Declaración Balfour- de la participación en los
destinos de Palestina”49. Weizmann reconoce que esa postura los ponía en la
curiosa posición de opositores a los derechos democráticos de los árabes pero
consideraba ridículo entregar el poder político a la pequeña clase elevada árabe en
nombre de la democracia. Se oponía también a la concepción dual del mandato: dos
comunidades con iguales derechos ya que eso implicaba anular la Declaración
Balfour. En su concepción, una declaración unilateral de una potencia imperial sobre
un territorio ajeno se hallaba por encima del derecho de los pueblos a su
autodeterminación.
La cuestión volvió a plantearse en 1935. El Alto Comisionado inglés, sir Arthur
Wauchope, en el marco de la política de apaciguamiento del fascismo y sus
potenciales aliados entre los que se incluía a los pueblos árabes, propuso
nuevamente instaurar un Consejo Legislativo. El mismo se compondría de catorce
árabes, siete judíos, dos comerciantes y cinco funcionarios británicos. De los
veintiocho miembros, dieciséis –incluyendo nueve de las dos comunidades étnicasserían designados por Gran Bretaña de forma tal que ésta conservaba el control. El
sionismo se opuso frontalmente. Hablar de árabes elegidos era contradecir los
principios democráticos. Weizmann narra que llegó a considerar posible la propuesta
dado el control británico sobre el mismo y por cuanto no podían aparecer como
opuestos al sistema democrático. Eso le costó ser llamado apaciguador y agente
británico por sus camaradas50. El Consejo no se constituyó y al poco tiempo se
desató el alzamiento armado de la población palestina.
El episodio deja en claro la concepción sionista. Los árabes de Palestina
carecían de todo tipo de derechos políticos, aún los plenamente limitados de un
consejo para el asesoramiento colonial. El ideal de “una persona, un voto”, piedra
basal de la democracia, era inconcebible mientras los judíos fueran minoría. Debía
48
Attali, op cit, p. 428.
Weizmann, op cit. p. 445.
50 Ibidem, p. 519 y ss.
49
122
cumplirse primero el propósito de la Declaración Balfour y lograr una mayoría judía.
Los derechos políticos individuales se hallaban subordinados a los derechos de la
etnia. Desde entonces hasta el presente Israel se ha instituido como una etnocracia,
tal como sostiene Shlomo Sand51. La democracia es sólo para los invasores o sus
descendientes. La población palestina expulsada de su tierra y refugiada en los
países limítrofes o territorios bajo control militar (Cisjordania y Gaza) nunca gozó de
derechos políticos para decidir el destino de su tierra. Incluso los mal llamados
árabe-israelíes no gozaron del voto hasta varios años después de constituido el
Estado. Tienen prohibido peticionar un Estado laico, no judío. Y los palestinos
residentes en Jerusalén también carecen de todo derecho a voto. A mayor
abundamiento, cuando los palestinos eligieron a Hamas para dirigir la autoridad
Nacional Palestina, los resultados electorales fueron desconocidos por Israel que
resolvió incautar los impuestos de ese proto-Estado. De donde se desprende que el
derecho a voto y a los beneficios de la democracia sólo valen para israelíes judíos y
no para todos los habitantes de Palestina.
La democracia, además de derechos políticos, implica iguales derechos
civiles para toda la población. Las limitaciones que en el goce de los mismos sufre la
población palestina han sido reseñadas en el Capítulo 5. Resulta obvia la ausencia
de un real y efectivo régimen democrático de carácter universal para todos los
habitantes del territorio palestino.
Violencia redentora. Sin limitaciones éticas o legales
Paxton señala entre las pasiones movilizadoras del fascismo ciertas creencias
subyacentes que animan su práctica: 1) que el grupo al que se pertenece es una
víctima lo que justifica cualquier actuación, sin límites legales o morales contra sus
enemigos y 2) el derecho del pueblo elegido a dominar a otros sin limitaciones de
ningún género de ley, humana o divina. Resulta evidente que el sionismo adoptó
estas convicciones.
En su detallada obra sobre los antecedentes de la limpieza étnica del 48, Nur
Masalha relata los debates de los sionistas sobre la llamada transferencia de los
palestinos a otros tierras para hacer posible la implantación del Estado judío y cómo
prácticamente todos los líderes principales consideraron que no había objeción
moral en hacerlo de forma compulsiva. Esta postura no era exclusiva de los
maximalistas o los extremistas sino de prácticamente todo el sionismo con la sola
excepción del movimiento Ihud de Martin Buber y Judah Magnes y Hatshomer
Hatzair.
El justificativo de esta idea es la creencia de base religiosa en el derecho a la
tierra como consecuencia de la alianza del pueblo elegido con Yahvé. La Torah se
convierte así en un título de propiedad indiscutido. Los innumerables relatos que
dicho texto contiene sobre agresiones violentas a otros pueblos para ocupar esa
porción de la tierra de Canaán sirven de ejemplo y de justificativo para las acciones
del presente. La religión, con sus normas superiores por encima de las humanas,
exculpa a los hombres por los crímenes que puedan cometer si estos son la
voluntad de Dios. Adviértase que Yahvé promete al pueblo hebreo la tierra de otros
51
Véase la Introducción.
123
pueblos, “la tierra de ellos” 52 y los frutos que no plantaron, las ciudades que no
edificaron53. Estos mandamientos, que contradicen los más elementales principios
de convivencia con el otro, quedan legitimados y se tornan incuestionables desde el
momento en que se ponen en la boca de la única deidad existente, del dios
todopoderoso y omnisciente.
La violencia utilizada en la redención de la tierra queda justificada a los ojos
de Yahvé. Poco importa que muchos de los primeros dirigentes sionistas –
provenientes en su mayoría del socialismo europeo- fueran agnósticos o ateos. La
religión es un arma para construir la nación y para movilizar multitudes, para
manipular a las masas. Ben Gurion –él mismo no creyente- utilizó hasta el hartazgo
el relato bíblico en todos sus discursos dando por sentada la existencia de
personajes bíblicos como Abraham, Isaac, Jacob o Moisés. Shlomo Sand señala
cómo, para el fundador del Estado sionista, el nuevo Israel era el reino del Tercer
Templo:
“Cuando las fuerzas armadas se apoderaron de toda la península de Sinaí en la guerra
de 1956 y alcanzaron Sharm el-Sheik, se dirigió a las victoriosas tropas con una pasión
mesiánica: ´Una vez más podemos cantar la canción de Moisés y de los Hijos del
Antiguo Israel… Con el poderoso ímpetu de todas las divisiones de las Fuerzas de
Defensa de Israel, habéis extendido una mano hacia el rey Salomón, que desarrolló Eliat
como el primer puerto israelita hace tres mil años… Y Yotvata, llamada Tirán, que hace
catorce siglos fue un Estado hebreo independiente, se convertirá en parte del tercer
reino de Israel´”54.
El plan extremista del grupo fundamentalista Gush Emunim de volar las
Mezquitas de La Roca y Al Aqsa para reconstruir el Tercer Templo tiene, pues, un
antecedente en las enseñanzas del supuestamente moderado Ben Gurion. Si hasta
para un académico como Avinery, el judío no puede ser libre si se le niega Eretz
Israel, si no puede serlo en Uganda, Birobidzhan, Argentina o Mozambique55,
cualquier conducta se justifica para arribar a ese estado de libertad.
La violencia redentora de la tierra es llevada a cabo por bandas armadas
paramilitares, construidas en forma paralela a la administración colonial británica y
toleradas por ésta, del mismo modo que Italia y Alemania toleraron la proliferación
de los fasci di combattimento, las S.A. y las S.S. Pero esta violencia sin límites éticos
no es cualquier violencia, es una violencia dirigida contra las clases subalternas. Los
fasci de Mussolini reprimieron las huelgas obreras en el Norte de Italia y las S.A.
nazis descargaron toda su violencia contra los sectores obreros que respondían al
Partido Socialdemócrata y al Partido Comunista de Alemania, además de minorías
étnicas como los judíos y los gitanos. Las bandas paramilitares sionistas, la
Haganah, el Irgún y el Stern, descargaron toda su violencia sobre los palestinos, la
mayoría de los cuales eran campesinos o pequeños comerciantes, aldeanos
indefensos, incapaces de resistir esa violencia como lo prueba claramente el
episodio de Deir Yassin. Ergo, el sionismo cumple con un elemento esencial del
52
Éxodo, 3:22, Josué 1:4, Levítico 20.24.
Josué 24:13.
54 Sand, Shlomo, op cit, p. 123, con cita de Peace, peace, When there is no Peace, A. Israeli,
Jerusalén, Bokhan, 1961.
55 Ver Cap. VI.
53
124
fascismo que no puede ser soslayado: el ejercicio de una violencia de clase contra
los sectores subalternos.
Los objetivos. Limpieza étnica y expansión exterior
Paxton señala como objetivos del fascismo la limpieza étnica y la expansión exterior.
Ambos propósitos se verifican a pie juntillas en el movimiento que analizamos. Sobre
la primera nos hemos referido en el capítulo 5 que se consuma con la expulsión
deliberada de aproximadamente 750.000 palestinos en 1948 y su negativa permitir
su regreso hasta el día de hoy. Esta limpieza étnica no se limita a la expulsión física
de las personas sino que se extiende al cambio de nombres de los lugares, al
confinamiento de los nativos remanentes a sus aldeas, a la destrucción de sus
monumentos históricos y religiosos56, es decir, a todo aquello que pueda dar cuenta
de la existencia en su Tierra de Israel de otra cultura, otra religión, otra gente.
La limpieza étnica no es un invento de una generación de fanáticos.
Encuentra su origen y justificación en la Torah, en los innumerables textos que la
describen, justifican y glorifican57. Es, una vez más, la consecuencia de la
construcción de una nacionalidad a partir de un acervo religioso, de un relato
construido en otro momento histórico y que sirvió probablemente a la supervivencia
de una pequeña tribu amenazada por otras rivales, pero cuya lectura literal 2.500
años después produce resultados catastróficos.
La expansión exterior es un hecho indudable a partir de la conquista del 78 %
de Palestina en 1948, la posterior ocupación de Cisjordania, la Franja de Gaza, el
Desierto de Sinaí, las Alturas del Golán en Siria, la apropiación de Jerusalén Oriental
y sus monumentos religiosos, y finalmente la ocupación del Sur del Líbano durante
varios años. Al igual que la limpieza étnica, se inspira en el relato torático, en la idea
de conquista de un espacio exclusivo como única posibilidad de supervivencia 58.
Dicha expansión no es la decisión de una élite con fines imperialistas. Es la
voluntad del pueblo judío de Israel para el cual Cisjordania es Judea y Samaria,
parte de la Tierra Prometida, cuya renuncia implicaría una negación de la propia
identidad nacional-religiosa. El entusiasmo general provocado por su conquista en la
guerra de 1967, el apoyo de todos los partidos políticos a la ocupación paulatina y
constante mediante asentamientos de colonos ultrarreligiosos fanáticos, y el rechazo
a los Acuerdos de Oslo de 1993 por el que se crearía un Estado palestino en
Cisjordania –evidenciado por el triunfo del Likud en las elecciones posteriores al
asesinato de Yitshak Rabin- son la prueba más elocuente de la aquiescencia de la
población judía israelí al expansionismo de su élite político militar. Le cabe a esa
sociedad la observación de Paxton:
56
Sand, op cit, refiere la destrucción de mezquitas por parte del célebre general Moshe Dayan, p.
128.
57 Génesis 34, Éxodo 3:22, 15:15, 15:16, 17:13, 17:16; 23:23, 23:27, 23:28, 23:30, 23:31, 33:2, 33:11,
Levítico 26:7, 26:8, Números 21:25, 21:30, 21;31, 21:33, 21:35, 24:17, 24:20, 31:7, 31:9, 31:17, 31:18,
33:52, 33:55, Deuteronomio 7:1, 7:5, 7:16, 12:29, 20:13, 20:16, 20:17.
58 Véase las citas precedentes. También en Josué 1:4, 3:10, 10:1, 10:3, 10:23, 11:14, 11:20, 11:23,
12:24, 13:1, 13:2, Jueces, Cap. I, Samuel I 15:3, 15:8, Reyes I 9:20, 9:22, y Reyes II 10:30, entre
otras.
125
“Los regímenes fascistas no podían sobrevivir sin la adquisición activa de territorio nuevo
para su ´raza´ (Lebensraum, spazio vitale), y eligieron deliberadamente la guerra agresiva para
conseguirlo, con el claro propósito de estimular el dinamismo de su población” 59.
La ausencia de un líder
Dijimos que Paxton no incluye en su enumeración de rasgos la existencia de un líder
indiscutido, una base social conformada por los sectores medios y la función de
represión del movimiento obrero para estabilizar el orden social preexistente. El
tema de la base social ya lo hemos tratado. Veamos los otros dos.
La imagen del fascismo se asocia siempre a un líder indiscutido, despótico,
cruel, que encarna en sí mismo el régimen y hasta lo lleva a su paroxismo final.
Mussolini y Hitler son los arquetipos aún cuando otros regímenes autoritarios y
anticomunistas –erróneamente calificados de fascistas de acuerdo a Paxtontambién los tuvieron: Franco, Salazar, Pinochet. El sionismo no tuvo un líder
indiscutido, más allá del evidente liderazgo político de Ben Gurion durante cuarenta
años. El de éste fue un liderazgo compartido con otros y validado en las urnas
periódicamente. Tampoco fue un dictador que oprimió a su pueblo ni impuso un
régimen de partido único. Ergo, no es posible asociar al sionismo con un líder
fascista que parece prima facie ser un rasgo característico de este tipo de
movimientos según varios autores.
Para dilucidar el interrogante que esto nos plantea lo primero que debemos
hacer es preguntarnos qué función cumple un líder, por qué es necesario y la
respuesta que hallamos es que el líder, conductor, caudillo, duce o fuhrer es primero
que todo un factor de unidad, es el punto de referencia de toda la población, de las
masas ávidas de una autoridad que marque la ley. Esto nos introduce en el segundo
aspecto: el líder sanciona la ley, establece lo que es malo y lo que es bueno, lo que
se debe y lo que no se puede hacer, lo que está dentro y lo que está afuera, los
elegidos y los réprobos. Quien no lo sigue no forma parte de la comunidad, es un
extraño en el mejor de los casos, si no un enemigo real o potencial. La ley estatuye
la comunidad y las masas recuperan la seguridad y la confianza perdida, termina la
anomia y con ella el caos. El individuo se desresponsabiliza de sus acciones porque
obedece al fuhrer. Puede asesinar a miles de personas inermes en un campo de
concentración sin remordimiento alguno.
En la comunidad judía la ley es la religión misma. O, a la inversa, la religión es
una ley. Ley que ha sido recibida de la única deidad, Yahvé, y que ha sellado su
alianza en torno a ella. Yahvé es el líder, el conductor, el referente moral, el factor de
unión, el que recompensa o castiga a su pueblo según siga o no sus preceptos. El
que promete la tierra y justifica todas las acciones desplegadas para conquistarla.
En tal sentido el sionismo no necesita un líder, lo ha proyectado en el culto de
Yahvé. Sólo necesita un conductor político, un profeta como Moisés, Josué, David o,
en los tiempos modernos, Ben Gurion. Yahvé le da permiso para expulsar a otros
pueblos de la Tierra Prometida y matarlos, si es necesario, sin sentir remordimiento
alguno. Lo sagrado está por encima de lo profano y justifica toda acción desplegada
en aras del cumplimiento del mandato divino.
59
Ibidem, p. 185.
126
El fascismo como arma de represión del movimiento obrero
El historiador italiano Enzo Traverso critica a Mosse, Emilio Gentile y Sternhell por
subestimar una nota característica del fascismo: su anticomunismo. Sostiene que la
dimensión contrarrevolucionaria del fascismo es el zócalo común de los fascismos
europeos, un anticomunismo militante, agresivo, radical, que transforma su religión
civil en una cruzada contra su enemigo y que simultáneamente le sirve para
integrarse a las antiguas élites económicas, administrativas y militares. No se puede
disociar el fascismo de su rol contrarrevolucionario en la entreguerra europea ni de
la violencia brutal ejercida en su cruzada60.
Resulta indudable que si definimos al fascismo por su papel en la represión
del movimiento obrero y la evitación de la revolución socialista, no podemos decir
que el sionismo sea una especie del fascismo. Pero ello es restringir demasiado el
fenómeno fascista. La invasión a Etiopía y la violencia allí desplegada –que Traverso
cita expresamente- nada tienen que ver con una cruzada anticomunista, al igual que
la ocupación de Libia, Albania o Grecia. La anexión de Austria, los Sudetes, la
invasión de Polonia para conectar ambas Alemanias, tampoco. Son expresiones de
la vocación imperial, expansionista del fascismo italiano y alemán. De allí que la
definición de Paxton, en tanto no incorpora el elemento anticomunista pero sí la
limpieza étnica y la expansión exterior nos resulta más abarcativa, más
omnicomprensiva del fenómeno.
El otro. Su inexistencia y su aniquilación
El destinatario de la violencia fascista es siempre “el otro”, el socialista, el comunista,
el judío, el gitano, el eslavo, el homosexual, el árabe, el bárbaro o incivilizado. El otro
no tiene derechos, o no existe, o debe ser aniquilado en aras de la realización del
proyecto nacional. Es el objeto sobre el que recae la violencia redentora. Lo ideal es
que desaparezca, o que no se sepa de su existencia –invisibilizarlo- y si esto no es
posible, exterminarlo.
Ya señalamos cómo en la obra de Herzl no existen casi referencias a la
población palestina. Ello es así porque el discurso sionista siempre se formula desde
los intereses del “pueblo judío”, de su necesidad de un Estado propio en el que no
fueran minoría, no fueran discriminados o perseguidos, donde pudieran tener su
sabbath y su kasherut, donde pudieran evitar que el judaísmo se convirtiera en una
mera secta religiosa. Las causas de legitimación de la fundación de un Estado en la
tierra en que vivía otro pueblo siempre refieren a las necesidades propias y al
vínculo con Eretz Israel. Así destacan que el mismo nunca se disolvió, que siempre
hubo una comunidad judía en esa tierra, la nostalgia por la tierra perdida, que los
judíos todos los años se saludaban con la frase “el año que viene en Jerusalén”. En
ese esquema de pensamiento no aparece el otro, el que vivía ahí, el que tenía su
hogar y labraba su tierra, el que tenía puestas sus expectativas de vida en continuar
residiendo en la tierra Palestina. La declaración de Atlantic City, ya citada es la
consumación de esa forma de pensar. Su consecuencia es la conversión del otro,
del palestino, en un paria, en una persona “sin derecho a tener derechos”, un
apátrida, un refugiado, un individuo sin Estado y por lo tanto superfluo, como
60
Traverso, La historia…, Cap. III. Fascismos.
127
señalara lúcidamente Hannah Arendt en Los orígenes del totalitarismo, refiriéndose
expresamente a los palestinos como consecuencia de la fundación del Estado de
Israel61.
Un argumento remanido del sionismo fue siempre que los árabes de Palestina
nunca habían tenido un Estado propio en esa tierra, que habían estado bajo dominio
ya fuera de los cruzados, de los otomanos o de los ingleses y por ende no tenían
derecho a la tierra palestina. En esta concepción los derechos de los pueblos
dependen del reconocimiento de los mismos por el derecho positivo, no tienen
entidad propia. Pese a invocar un derecho natural o de esencia superior para
reclamar el derecho a la tierra, el sionismo niega el derecho del otro por no surgir de
un cuerpo legal positivo, ignorando simultáneamente el Estatuto del Mandato sobre
Palestina. La ley es distinta según quien sea el destinatario de la misma. Viene al
caso citar a un erudito portugués del siglo XVI, Joâo de Barros, un humanista del
renacimiento, quien en un breve texto condensa la esencia del pensamiento
colonialista en relación al otro:
“Porque aunque por derecho común los mares son comunes y accesibles a los
navegantes… esta ley se da solamente en Europa en lo concerniente al pueblo cristiano,
que así como por fe y bautismo está incluido el rebaño de la iglesia romana, en el
gobierno de su política se rige por el derecho romano… Sin embargo, en lo que trae a
los moros y paganos que están fuera de la ley de Cristo Jesús, la cual es la verdadera
que todo hombre está obligado a tener y guardar, bajo la pena de ser condenado, no
pueden ser privilegiados por los beneficios de nuestras leyes, pues no son miembros de
la congregación evangélica, aunque sean próximos por ser racionales y estar, en tanto
que viven, en potencia y camino de poder entrar en ella”62.
La Declaración de Independencia de Israel invoca la catástrofe recientemente
sufrida por el pueblo judío - la masacre de millones de judíos en Europa- como “otra
clara demostración de la urgencia por resolver el problema de su falta de hogar,
restableciendo en Eretz Israel el Estado Judío” y exhorta a los árabes a mantener la
paz mientras son despojados de su tierra. Se trata siempre de una visión
egocentrada, de tipo tribal en la que los propios padecimientos justifican el
padecimiento ajeno, el derecho propio no reconoce límites, el otro no existe porque
no pertenece al mismo grupo. Es la derivación directa de la interpretación sionista
del pueblo elegido como un pueblo superior63, que está autorizado por ello a cometer
todo tipo de barbaridades y atropellos sobre los otros. Es la esencia misma del
pensamiento colonialista que justifica la conquista de la tierra de otros pueblos por
su condición de inferiores e incivilizados, conquista que se llevó a cabo con la Biblia
en la mano como herramienta de legitimación 64. No se requiere ser muy perspicaz
para advertir que en el imaginario sionista los palestinos ocupan el lugar de los
filisteos –la voz Palestina provendría de Filastina-, ese pueblo de incircuncisos, de
Goliat y de Dalila, que representa al Otro por esencia, tribu maldita del relato bíblico
a la que se ha de combatir y exterminar como requisito de continuidad del pacto con
Citado por Traverso, El final…, p. 125.
Citado por Chatarjee, Partha, La nación en tiempo heterogéneo, Siglo Veintiuno Editores, Buenos
aires, 2008, pag. 30, quien cita a Charles R. Boxer, Joâo de Barros: Portuguese Humanist and
Historian of Asia, Nueva Delhi Concepto Publishing company, 1981, p. 100.
63 Sobre la interpretación sionista de la condición de pueblo elegido véase Rabkin, Yakov, Contra el
Estado de Israel, Martínez Roca, Buenos Aires, 2008.
64 Véase, Prior, Michael, La Biblia y el colonialismo. Una crítica moral. Editorial Canaán, Buenos
Aires, 2005.
61
62
128
Yahvé que amenaza con terribles castigos toda ruptura del mismo 65. La paz con los
vecinos, la convivencia, no son deseables ya que ponen en riesgo la supervivencia
propia de la tribu.
Conclusión
Entendemos que el conjunto de rasgos del sionismo que hemos reseñado
autoriza a incluir a este movimiento político dentro de la amplia gama de
movimientos fascistas de la primera mitad del siglo XX pero con particularidades
propias. Ellas son su impronta religiosa como eje de construcción nacional y su
estrecha alianza con el poder colonial bajo cuya ala se incubó y llegó al poder,
dando lugar a un fascismo de nuevo tipo, un fascismo paracolonial, cuyo objeto de
violencia no es el movimiento obrero o los partidos políticos que invocaron su
representación, sino la población nativa del territorio a conquistar. El prefijo de origen
griego para, que significa algo que se desarrolla en forma simultánea o junto a otra
cosa que le sirve de referencia, probablemente sea el término más adecuado para
designar un movimiento como el que estamos analizando. El sionismo es un caso de
fascismo paracolonial.
Lo que hace del movimiento sionista un caso de fascismo es la conjunción de
todos estos rasgos prototípicos de este fenómeno político propio de la primera mitad
de siglo XX, que conjuga un nacionalismo étnico excluyente y extremista con
métodos violentos ejercidos sobre una población indefensa, con la convicción de
que todo vale en función de un objetivo superior, del cumplimiento de un destino
manifiesto o una misión sagrada.
Respondiendo a la pregunta inicial formulada en la Introducción, fueron estos
caracteres genéticos de la idea sionista los que llevaron al Estado de Israel, soñado
como refugio de los perseguidos del mundo, a construir un régimen político y social
basado en la discriminación étnico-religiosa, mantenido sobre la base de la
dominación militar de millones de personas, en estado de guerra permanente y
ejerciendo un terrorismo sistemático sobre la población sometida. Y es su esencia
religiosa la que absuelve a los actores de este movimiento de toda responsabilidad o
conciencia moral por las atrocidades cometidas, que desvincula a la persona del
acto que comete, en tanto es en cumplimiento de un mandato divino o de un deber
religioso.
Pero lo más singular del sionismo, lo verdaderamente sorprendente y
novedoso, es la capacidad desarrollada para disimular su impronta, su naturaleza
excluyente, agresiva, fascista, para presentarse como víctima, como débil, en riesgo
de ser exterminado, arrojado al mar, obligado a la defensa violenta de sus vecinos
intolerantes y fanáticos, exterminadores del pueblo víctima por los tiempos de los
tiempos. O, para ser más exactos y salir de una visión eurocentrada, su capacidad
para hacerlo a los ojos de Europa y sus discípulos americanos, del norte y del sur,
ya que los pueblos del Mashriq captaron en forma inmediata su naturaleza de tal.
65
Mc Donagh, John, Los filisteos como chivos expiatorios: narraciones y mitos en la invención del
antiguo Israel y en la teoría crítica moderna. Holy Land Studies, Edinburgh University Press, edición
en español, Editorial Canaán, Buenos Aires, 2006.
129
Esa capacidad es la que le permitió, unida a una estrecha alianza política con
la nueva potencia dominante en el escenario mundial, constituirse en el único caso
de un fascismo duradero y exitoso, capaz de construir un Estado étnico-religioso en
los tiempos del desarrollo del derecho internacional humanitario, de la condena del
racismo, la discriminación, el colonialismo y del derecho de conquista. Ese éxito fue
posible por el ocultamiento de la verdad sobre el despojo de la población palestina
durante décadas, por haber disfrazado un proyecto en esencia fascista y
paracolonial con un ropaje de lucha por la independencia y la liberación nacional.
Estas líneas sólo pretenden ser una mínima contribución a correr el velo que impide
ver al sionismo en su verdadera dimensión.
130
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