NUEVAS FUNCIONES PROCESALES.FORMADORES SOCIAL. Máximo Javier Herreros Ventosa. Juzgado Social, 28 de Madrid. PRINCIPIOS DE LA REFORMA PROCESAL 1.- EL PACTO DE ESTADO, EN EL ORIGEN DE ESTA REFORMA. Reformar: En general implica mejorar, renovar, corregir. (1) Con estos tres sinónimos se acerca María Moliner al término reformar destacando tres aspectos sin duda importantes y complementarios en todo objetivo reformista. No parece, en nuestro caso, que pueda ser más adecuado a la pretensión final de todo este proceso, el término “reformas Procesales” si, remontándonos en el tiempo hasta el año 2001 recordamos las primeras palabras con que se iniciaba el texto del Pacto de Estado para la Reforma de la Justicia, de 28 de mayo de 2001, suscrito por el Gobierno y los principales partidos políticos: “Los Españoles, comenzando por quienes dedican la vida al servicio de la Justicia, demandan inequívocamente un esfuerzo profundo de mejora y modernización de nuestro sistema judicial”. (2) Aparte de los diversos avatares políticos sucedidos con posterioridad a la firma del pacto, y que frecuentemente han tenido su origen en cuestiones colaterales a la propia situación de la Administración de Justicia Española, como la elección de vocales para el Consejo General del Poder Judicial, lo cierto es que el reconocimiento de profunda insatisfacción social respecto del funcionamiento de nuestro sistema judicial, de la que partió aquella iniciativa, reavivado puntualmente a golpe de titular de prensa, ha vuelto a traer a la memoria de los ciudadanos las carencias subsistentes, impulsando de nuevo una tarea legislativa compleja pero imprescindible. La configuración orgánica de esta reforma se inició con la entrada en vigor de la Ley Orgánica 19/2003 de 23 de diciembre, de reforma de la Ley Orgánica del Poder Judicial, reforma en la que ya vino apuntada toda una estructura renovadora que demandaba para hacerse efectiva la imprescindible dotación personal y de infraestructuras, y finalmente de los correspondientes cauces procesales. En la nueva sistemática de la LOPJ aparece el libro V en el que se apuntan ya orgánicamente las dos piezas sobre la que se pretende construir el nuevo sistema de organización de la Administración de Justicia como administración al servicio de Jueces y tribunales. Define así el artículo 435 de la LOPJ a la Oficina Judicial, tras la reforma de 2003, como la organización de carácter instrumental que sirve de soporte y apoyo a la actividad jurisdiccional de jueces y tribunales y pretende un diseño de la misma, con carácter homogéneo basada en los principios de jerarquía, división de funciones y coordinación y con unos criterios de funcionamiento, que también describe, de agilidad, eficiencia, racionalización del trabajo, responsabilidad por la gestión, coordinación y cooperación entre Administraciones. 1 En los artículos siguientes se describen inicialmente el elemento organizativo básico desplegado en dos tipos de unidades con las que se pretende cubrir la totalidad de las necesidades de esta nueva estructura, adaptándose en cada momento del trámite procesal, según las peculiaridades propias de éste. En tal sentido establece como criterios a seguir por los Secretarios judiciales en su actuación, y específicamente para aquellos que dirijan un servicio común procesal, de un lado, en el ámbito organizativo y funcional, el cumplimiento de las órdenes y circulares que reciba de sus superiores jerárquicos y de otro, en el ámbito jurisdiccional, el deber de responder del estricto cumplimiento de cuantas actuaciones o decisiones adopten jueces y tribunales en el ejercicio de sus competencias. Este nuevo sistema pretende clausurar el sistema celular tradicional en la justicia española, en la que el órgano, con su titular al frente, se cerraba sobre sí mismo haciéndose inmune a toda circunstancia externa, como una irradiación del principio de independencia judicial, nutriéndose del exterior en sus necesidades en cuanto al personal y a los medios materiales por una vía aséptica que para nada afectaba al ámbito competencial y jurisdiccional del órgano. El reconocimiento de una tabla completa de derechos fundamentales en nuestra Constitución de 1978, garantizados de manera última y suprema por el derecho fundamental a la tutela judicial efectiva, puso pronto en manos de nuestra Administración de Justicia la llave de la última puerta garantizadora de su eficacia y con ello la responsabilidad también última de configurar a la sociedad española dentro de un auténtico Estado Social y Democrático de Derecho, donde el ciudadano podía encontrar la respuesta jurídica adecuada a sus pretensiones. Pero el protagonismo generado sobre el ya denominado constitucionalmente Poder Judicial, y el aumento de las expectativas que provocó en los ciudadanos con el consecuente aumento de la litigiosidad en todos los órdenes jurisdiccionales, ha venido a sobrecargar la tradicional estructura descrita hasta el límite de ponerla en cuestión, y hasta el punto de no poder ya ser considerada la herramienta eficaz que un Estado de Derecho necesita. El cuadro descrito se completa añadiendo algunos factores no menos importantes que han contribuido en mayor o menor medida a agravar la insuficiencia del modelo en las tres últimas décadas: 1º.- Ante el continuo aumento de los asuntos, la necesidad de reproducir el modelo incesantemente, con la creación de nuevos órganos cada uno con toda su infraestructura y su coste adicional, sin que ya nunca se haya conseguido por parte de las Administraciones Públicas competentes un nivel de respuesta satisfactorio a pesar del imparable aumento del gasto en materia de Justicia. 2º.-La extrema dificultad inicial para adaptar en la Administración de Justicia el uso de las tecnologías avanzadas, tanto por el coste de las mismas, dada la imposible 2 racionalización de su uso por la multiplicación de órganos, como por las dificultades de adecuación procesal de los medios tecnológicos en tanto no fueran expresamente contemplados en la legislación aplicable. A ello parece honesto añadir la personal resistencia al cambio y a la innovación de quienes trabajamos en los diversos órganos, agravada por la falta de formación adecuada para poder utilizarlos con la eficacia debida. 3º.- La muy desigual respuesta judicial que reciben los ciudadanos, como justiciables, en función del órgano competente asignado por los criterios de reparto, que si bien atiende en principio a un criterio aleatorio y objetivo de atribución de la competencia, termina convirtiendo esta pretensión en una especie de sorteo que asigna órganos con muy diferentes niveles de respuesta procesal, arruinando toda posibilidad de tratamiento homogéneo, y haciendo fracasar de facto el principio de igualdad ante la ley que ha de presidir toda la actividad de la Administración de Justicia. 4º.-El criterio normativo individualista que desde siempre ha seguido el legislador procesal a la hora de diseñar los diversos procedimientos judiciales, y que tiene su origen en el diseño tradicional y secular de nuestro proceso, concebido en el pasado desde la óptica particularista propia de sociedades menos pobladas y menos dinámicas y que sigue impidiendo concebir el proceso desde una óptica realista que tome en cuenta hoy las peculiaridades de la tramitación seriada, como único sistema posible, especialmente en aquellos ámbitos de alta densidad de población en los que el volumen de actividad no permite otro tratamiento adecuado que aquel que utiliza modelos estandarizados de trabajo para los cuales la medida de los tiempos de respuesta en ningún caso pueden coincidir con diseños de actividad pretendidamente individualizada o artesanal, enteramente ficticios en la sociedades actuales. 5º.-La falta de implantación de criterios organizativos de división del trabajo, imposibles en unidades orgánicas pequeñas como los actuales Juzgados y tribunales, que impide una mayor agilidad y seguridad en el trámite y dificulta el apoyo de las tecnología precisa y adaptada a cada departamento y para cada fase procesal determinada. 6º.- El tratamiento escaso e inadecuado de la información estadística que impide realizar evaluaciones continuas y rápidas que aceleren las respuesta a situaciones nuevas o imprevistas lo que dificulta la adaptación flexible de los medios personales y materiales provocando finalmente un agravamiento de los problemas, lo que generalmente viene a producir un retraso injustificable de la respuesta judicial en perjuicio de la credibilidad de la Administración de Justicia como soporte del propio Poder Judicial. 7º.- La dificultad teórica de compaginar, en materia de Justicia, los conceptos de Servicio Público y de Poder del Estado, para tratar de configurar un cuadro funcional armonioso y compatible a ambos, sin merma de los principios y criterios de intervención que los singularizan, con respeto especialmente al principio de independencia judicial y de eficacia de todo servicio público, capaz de dar respuesta 3 adecuada a la demanda social con sumisión plena a la ley como principio legitimador de ambos. Cabe reiterar finalmente que si algo ya queda ya como incuestionable a partir del Pacto de Estado de 2001, es el reconocimiento de la situación descrita como punto de partida de cualquier iniciativa renovadora y como punto de conexión de cualquier acuerdo político y social vinculando sin remedio a las distintas instituciones implicadas a la búsqueda de soluciones . La evolución de las reformas legislativas de nuestra historia moderna nos enseña que no resulta fácil innovar en materia procesal. En la actualidad los factores descritos unidos al complejo entramado institucional con algún tipo de competencia en materia de justicia nos obliga a todos, desde dentro y desde fuera, a realizar un especial esfuerzo de comprensión y de generosidad para conseguir que los mecanismos jurídico procesales recuperen la credibilidad que necesitan para resultar útiles y ser eficientes. A ello atienden pues las dos leyes publicadas el 4 de noviembre de 2009 en el Boletín Oficial del Estado. Pero puesto que son concretamente las reformas procesales las que ahora nos ocupan, se hace preciso tornar al momento inicial de todo el proceso, el Pacto de Estado, para proyectar aquellos objetivos y principios expresados solemnemente, sobre las reformas procesales ahora publicadas tratando de comprender con autenticidad los objetivos finales y adecuar con ello nuestro trabajo como profesionales del Derecho y de la Administración de Justicia en pro de aquel mandato . El punto 12 del Pacto de Estado, referido a la Oficina Judicial, manifestaba que este nuevo diseño se inspiraría en los siguientes principios: a) Atención de calidad al ciudadano. b) Modificación del modelo tradicional de oficina judicial diferenciando los servicios de poyo directo y atención especializada a cada órgano judicial de los servicios comunes o compartidos por distintos Jueces y Tribunales de un mismo territorio. c)Delimitación clara de las funciones de cada uno de los integrantes para asegurar el correcto cumplimiento de las mismas. d) Modernización de los métodos de trabajo respondiendo a criterios de flexibilidad y realismo. 2.-LA CONSTITUCIONALIDAD DEL NUEVO DISEÑO. EL PODER JUDICIAL Y LA REFORMA PROCESAL. La exposición de motivos de la Ley 13/2009 de 3 de noviembre, de reforma de la legislación procesal para la implantación de la nueva Oficina Judicial, señala como objetivo de esta reforma, “la racionalización y optimización de los recursos que se destinan al funcionamiento de la Administración de Justicia”. Con tal objetivo traza una distinción clara de las funciones que tienen carácter jurisdiccional, como función 4 constitucional atribuida en exclusiva a jueces y magistrados, en interpretación estricta de la expresión “juzgar y hacer ejecutar lo juzgado”, y aquellas otras tareas no vinculadas a aquél mandato que se atribuirán a otros funcionarios, y en especial a los integrantes del Cuerpo Superior Jurídico de Secretarios Judiciales. Para esta nueva distribución de actividades y competencias se precisa una reforma de las leyes procesales como la que ahora abordamos. No podemos obviar en este punto la crítica que el anterior diseño y reparto competencial ha recibido por una parte importante de los procesalistas españoles. El profesor Asencio Mellado, ha condensado con precisión y claridad en un reciente artículo (3) las objeciones que se plantean a la luz de la interpretación de los principios constitucionales que afectan a la propia existencia del Poder Judicial; Poder Judicial como Poder, dice el Profesor Asencio Mellado, y no como mero servicio público. Se considera así que la independencia judicial, como principio, ha de ser efectiva y ello,” no se compadece con los controles indirectos sobre los medios que se ponen al servicio del ejercicio de la potestad jurisdiccional, ya que, a nadie se le escapa que no son indiferentes a la función jurisdiccional e influyen decididamente en ella.” Se entiende por quienes han criticado este nuevo diseño de Oficina Judicial que hoy comentamos, y siguiendo de nuevo la exposición del profesor Asencio Mellado, que el Poder Judicial ha de ser entendido en un sentido amplio comprensivo de “todo el conjunto de personas y medios puestos al servicio de la función jurisdiccional”. En cuanto a las funciones asignadas a los Secretarios Judiciales, las más relevantes en el ámbito civil, la admisión de la demanda, la de resolver ante medios anormales de terminación del proceso y la ejecución, tienen para el profesor Asencio Mellado carácter jurisdiccional, “pues lo procesal no deja de serlo cuando tiene efectos materiales incluso fuera del proceso” . Estima nuestro autor finalmente, que las funciones atribuidas al Secretario considerando que no tienen naturaleza jurisdiccional es artificiosa e insuficiente, que “se ha hecho una selección que no ha querido profundizar en la atribución de competencias a los Secretarios Judiciales, a los que se niega potestad jurisdiccional y se ha rehuido la posibilidad de atribuírsela, con lo que, descartada esta opción, toda la elección de materias no pasa de ser una decisión discrecional, relativa y poco fundada, además de no ser útil para el desarrollo de una figura tan trascendental para el proceso y de, por esta vía, mantener el criterio de dependencia jerárquica” Finalmente y terminando la cita del profesor Asencio Mellado, a cuyo artículo nos remitimos por su interés, considera el mismo que “una vez que la fe pública judicial ha perdido buena parte de su contenido a la vista de la oralidad procesal y del uso de medios mecánicos de captación y reproducción de la imagen y el sonido, la figura del Secretario Judicial no se satisface con la atribución artificiosa de competencias pretendidamente no jurisdiccionales”. 5 A la vista de la crítica formulada sobre este modelo de reforma procesal, sentimos la necesidad de acudir de nuevo a la doctrina, en este caso constitucional, buscando el desarrollo del concepto “jurisdicción” o de lo “jurisdiccional”, para analizar desde el mismo la adecuación de esta reforma al diseño constitucional del Poder Judicial. Quizá nos lleve esto al terreno fronterizo, al tratarse de un concepto que, en su desarrollo y descripción se ha movido tradicionalmente en una suerte de zona intermedia en que su estudio nunca ha sido definitivamente abarcado ni procesal ni constitucionalmente. Alfonso Fernández-Miranda Campoamor (4) citando al profesor Peces-Barba nos recuerda que la elección de la expresión “Poder Judicial” frente a las denominaciones alternativas “De la Justicia” o “De la Administración de Justicia” no se debió a la casualidad sino para destacar la voluntad de crear un poder independiente y autónomo. Considera el profesor Fernández-Miranda Campoamor que son dos los elementos que configuran a un órgano o complejo orgánico como poder en sentido estricto: El monopolio de una de las funciones y la independencia política. Ambos elementos pueden predicarse sin duda del Poder Judicial, sin embargo se señala su peculiar naturaleza “porque ni formula ni elabora la voluntad política, porque su función consiste en aplicar la voluntad de otros”, así, debe ser “políticamente independiente porque es jurídicamente dependiente” de tal manera que “sólo puede cumplir su función sirviendo a la voluntad de otros, a la voluntad del pueblo expresada por los órganos representativos a través del derecho”. Nos recuerda que Montesquieu consideraba que de los tres poderes “el de juzgar es ciertamente nulo” y así es poder por su independencia, por asumir en exclusiva una función del Estado, no lo es por el contenido de su actividad, precisamente porque no participa en la formación de la voluntad política que debe aplicar. Así, nos sigue diciendo el profesor Fernández-Miranda, que el Poder Judicial “debe ser orgánicamente independiente en la estricta medida en que es funcionalmente dependiente del derecho”. Consiste así en ser un “”no poder” o un poder nulo que trata de descubrir el derecho aplicable desde la objetividad del ordenamiento y del razonamiento jurídico”. Encontramos así el principio de legitimación democrática de la función judicial. Jueces y Magistrados están sometidos a la ley y además , como nos recuerda nuestro autor, lo están ”únicamente”. Aflora así la necesidad de independencia como complemento a esa sumisión a la ley y como instrumento al servicio de la imparcialidad. Con estos dos conceptos, independencia e imparcialidad, reflexiona nuestro autor, destacando su importancia en la función judicial y continúa la cita” Sin independencia puede haber imparcialidad (aunque permanentemente amenazada), sin imparcialidad la independencia política es irrelevante. Sin independencia no hay estado de Derecho, pero sin imparcialidad lo que no hay es derecho”. Sobre lo anterior debemos proyectar aquel criterio que identifica los conceptos procesal y jurisdiccional, y en tal sentido partimos de la definición de jurisdicción que nos presenta, desde la doctrina procesal, el profesor Díez-Picazo Giménez (5) cuando describe el concepto como “la función estatal consistente en al tutela y realización del 6 Derecho objetivo, de manera potencialmente irrevocable y a través de órganos que actúan con desinterés objetivo, independencia y sometimiento exclusivo al Derecho” . Destaca nuestro autor la nota del desinterés objetivo, como “expresión, libre y afortunada traducción del profesor De la Oliva Santos del término italiano alienità”. Señala Díez-Picazo que esta nota del desinterés objetivo es la clave de la distinción entre la aplicación jurisdiccional del Derecho y la aplicación administrativa del Derecho, como forma, en aquel caso, de heterotutela y no de autotutela. Tomando los conceptos expuestos, parece evidente que aquella definición de Jurisdicción y de lo Jurisdiccional concuerda perfectamente en la labor interpretativa de cada órgano judicial en la aplicación del derecho sustantivo, esto es, en el momento definitivo de su ejercicio tal como viene enunciado en el aforismo da mihi facta, dabo tibi ius, en el que el titular del Poder Judicial, en el ámbito de su competencia, juzga, resuelve, con un método de racionalidad jurídica y ,con un doble requisito de motivación y congruencia , e impone la solución de un conflicto, actuando la ley de manera irrevocable. La necesidad de certeza en la solución de los conflictos intersubjetivos, devolviendo seguridad en las situaciones en la que la oposición de intereses genera incertidumbre y demanda una respuesta imperativa, está en la base de la actividad sustantiva del Juez, pero el tránsito a través del cual se hace posible tal función ha de ser valorado de manera singular. La ley vuelve a parecer de nuevo como principio legitimador de todo el ejercicio jurisdiccional, pero en el caso del proceso en sí, sus principios y su desarrollo con respecto al titular del Poder Judicial, la ley no ofrece alternativa. Ello es así porque el curso procesal no es disponible. No lo es para las partes, pero tampoco lo es para el Juez. El proceso supone un ámbito de actuación netamente tasado, señalizado por la ley, tanto en sus características, en sus principios, en sus requisitos y en sus distintas fases y todo ello se impone a todos los intervinientes incluido el Juez, quien en determinadas ocasiones, a lo largo del procedimiento, no realiza sino una valoración de adecuación a la legalidad, pero que en ningún caso puede disponer de vías procesales alternativas ni puede crear tampoco soluciones ad hoc en el ejercicio de su función. No puede equiparase por tanto la función sustantiva de Juzgar, función máxima y última como expresión de un verdadero Poder del Estado, con aquella otra instrumental, necesaria, vinculada finalmente a la anterior pero netamente reglada y dirigida por la ley. Creemos que atribuir carácter jurisdiccional a determinados momentos procesales sobre otros que se hallan netamente reglados, no supone en absoluto una merma de garantías para el justiciable, precisando estrictamente de un control de legalidad, suficiente para garantizar el cumplimiento de las previsiones legales. Este control de legalidad se ha de ejercer, por supuesto desde la imparcialidad y el conocimiento técnico, siempre que no se excluya finalmente un control último de su adecuación final en garantía de derechos fundamentales y concretamente del de tutela judicial efectiva en la fase terminal, control que permanece intacto a disposición del Juzgador como garantía última de lo actuado. 7 Creemos que la presente reforma no sólo respeta tales principios sino que en su diseño pretende ser más realista al poner el procedimiento en cada momento en manos y bajo el control de quien puede efectivamente realizarlo. No puede hacerse cuestión de la falta de independencia, como peligro de injerencia en el ámbito de lo jurisdiccional porque en sede procesal es sólo la ley la que marca las pautas y ante tal previsión no existe margen de decisión pareja a la que se ofrece al Juzgador en el ámbito sustantivo. Por otro lado, el juez no deja de ser un sujeto del proceso, vinculado por sus previsiones y por sus propias decisiones y en tal sentido aquel criterio del desinterés objetivo no puede predicarse con la misma contundencia con que se aplica al aspecto sustancial de su función. Finalmente cabe decir que en un diseño de Administración de Justicia como la nuestra, el Poder Judicial no puede subsistir sin el imprescindible soporte de un servicio público, sin que sea predicable a tal convivencia un efecto permeable, nocivo a los principios declarados constitucionalmente. Cabe decir que si en algún ámbito deben incidir decisivamente los criterios de servicio público es en aquél en el que el justiciable tiene derecho a esperar una respuesta, y la agilidad, la publicidad y la eficacia con que se preste en ningún caso tiene por qué comprometer el sentido último de la respuesta judicial. 3.- LA EJECUCIÓN EN LA REFORMA DE LA LEY 13/2009. En la propia expresión constitucional “hacer ejecutar lo juzgado” aparece ya un inicial reconocimiento de la remisión de esta actividad o actividades concretas a instancias o personas distintas de los propios titulares del poder judicial. No es preciso tratar de hacer interpretaciones sobre el sentido de las palabras para entender que ejecutar y hacer ejecutar implican actividades y momentos distintos, del mismo modo que también parece lógico situar primero en el tiempo la acción de hacer ejecutar, como mandato inicial, respecto de la propia actividad o actividades diversas que implican la ejecución de una sentencia o de cualquier otro título ejecutivo. Sobre lo anterior se hace necesario hacer dos consideraciones: La primera, que es obvio que de la propia expresión “hacer ejecutar” se deduce necesariamente un impulso inicial que parte del titular del Poder Judicial, impulso que implicará una valoración previa del título como ejecutable y del cumplimiento del resto de los requisitos necesarios para iniciar el proceso ejecutivo. A este fin y cumpliendo el mandato constitucional descrito, atiende la orden general de ejecución. Sin perjuicio de ello queda abierta la posibilidad de intervención judicial en al proceso de ejecución al amparo del artículo 24.1 de la Constitución por constituir tal fase procesal un mecanismo necesario en la configuración de tal derecho fundamental. La segunda es que se expone a la interpretación, tras la reforma procesal, la normativa relativa a la ejecución provisional, al tratarse de un derecho de configuración legal y 8 por ello no derivado directamente del art. 24.1 de la Constitución. La ausencia de modificación del art. 524.2 de la Ley de Enjuiciamiento Civil y la peculiar condición que el proceso de ejecución provisional tiene en la Jurisdicción laboral, darán paso sin duda a una labor de interpretación doctrinal y jurisprudencial que la sitúen finalmente en su lugar preciso. 4.- LA FE PÚBLICA JUDICIAL. Refiere la exposición de motivos de la Ley 13/2009 que “en materia de documentación de las actuaciones, entre ellas las vistas y fe pública, han sido objeto de modificación los artículos 145 a 148 de la Ley de enjuiciamiento civil” con el objetivo, también expresado de adaptar tales preceptos a la dicción de la Ley Orgánica del Poder Judicial. En tal sentido y habiendo anunciado la grabación de las vistas de modo generalizado en los ámbitos de los procesos laboral y contencioso-administrativo, se remite a la instauración de la firma electrónica u otro sistema de seguridad en la grabación de las vistas, audiencias y comparecencias, “de forma que quede garantizada la autenticidad e integridad de lo grabado”. Se añade a lo anterior la necesaria mención de que “el documento electrónico que contenga la grabación, siempre que incorpore la firma electrónica reconocida del Secretario Judicial, constituirá el acta a todos los efectos”. No es posible hablar de la necesidad de un principio de Fe Pública Judicial, sin antes reflexionar sobre el previo principio de oralidad, establecido como criterio preferente en el artículo 120.2 de nuestra Constitución. El profesor Nieva Fenoll (6) hace una exposición ajustada a la realidad de nuestra justicia sobre los efectos del principio de oralidad mencionando como una de las desventajas de la oralidad el requerir una dotación de medios humanos y materiales muy alta. Junto a todos aquellos efectos que menciona el Profesor Nieva Fenoll, y por lo que afecta a este último que no es sino el del propio coste económico de la Administración de Justicia, parece justo entender que el principio tradicional de Fe Pública Judicial, ejercido personalmente por un fedatario, conforme al criterio tradicional, ha quedado definitivamente afectado. Es cierto que la propia ley, ya apunta (y lo menciona expresamente su exposición de motivos, como hemos visto) que en materia de la fe pública, han sido objeto de modificación los artículos 145 a 148 de la ley de Enjuiciamiento Civil, con el efecto general que ello tiene al tratarse de una normativa supletoria en el resto de las jurisdicciones. En tal sentido, y con referencia concreta a las actuaciones que hayan de registrarse en soporte apto para la grabación y reproducción del sonido, la actuación del fedatario será por sustitución del mecanismo de grabación. La seguridad del sistema de registro, incluyendo el uso de la firma electrónica u otro sistema de seguridad que se instaure con arreglo a la ley, no va a necesitar, por más que así se declare, de una garantía añadida de fe pública, garantía imposible, por cierto, cuando no sea requerida la presencia en la sala del propio “fedatario”. El artículo 147 de la Ley de enjuiciamiento Civil tras la reforma, establece un curioso sistema, absolutamente versátil, de fe pública, disponible a las partes y al propio fedatario. Es cierto que la 9 ausencia de soportes legales o doctrinales básicos a los que atender para analizar ahora el sistema diseñado por la reforma en cuanto a la subsistencia de un auténtico ejercicio de la fe pública, permite declarar que el mismo existe tanto en presencia de fedatario como en su ausencia, porque en definitiva la seguridad de lo actuado y registrado no queda depositado en su actividad sino en la eficacia y seguridad de la propia tecnología aplicable. Queda por tanto abierta la esperanza del legislador en que con el tiempo y la consolidación de los sistemas de registro de imagen y sonido la necesidad de intervención personal de un profesional del derecho a los efectos de grabar, conservar y reproducir un determinado momento procesal, se descarte definitivamente. Es ocioso recordar ahora que los tres requisitos necesarios para entender presente un principio tradicional de fe pública como actividad selectiva de datos jurídicamente relevantes, procesalmente útil y eficaz desde el punto de vista de las garantías legales, decaen cuando de aplicaciones tecnológicas se trata. El resultado podrá ser más o menos cómodo o rápido para jueces y profesionales, acostumbrados a trabajar sobre escritos más que con grabaciones de contenidos íntegros, pero ya parece irreversible que el ejercicio de una fe pública basada en la transcripción selectiva de datos sólo va a permanecer como supletoria de la tecnología. Quedará por supuesto el ejercicio tradicional de la Fe Pública, es decir, su ejercicio a través de la escritura, en todos aquellos momentos en los que no intervengan los soportes de registro de imagen y sonido, para los cuales la actividad del fedatario judicial se mantiene en sus principios tradicionales descritos. 5.- CONCLUSION. La reforma de la leyes procesales que entrará en vigor el 4 de mayo de 2010 marca el inicio de un camino de transformación que nos parece irreversible. Con toda seguridad la progresiva implantación de la oficina Judicial ha de requerir con el tiempo de sucesivos ajustes, orgánicos y procesales y, por tanto, de la necesidad de legislar y de avanzar en el sentido indicado de cohonestar el ejercicio del Poder Judicial sobre el soporte del servicio público. La historia reciente nos recuerda el largo camino seguido en nuestra doctrina procesal y en nuestra legislación para modificar el tradicional solemnis ordo iudiciarius cuya sombra continuó sobreponiéndose a los cambios legislativos hasta bien avanzado el siglo XX. El camino que iniciamos seguramente va a ser también largo por eso hemos de exigirnos como profesionales un mayor esfuerzo de confianza en esta reforma, para hacerla posible, y sobre todo, cuando el legislador ha confiado especialmente en nosotros para llevarla a cabo. (1) MOLINER, María. Diccionario de uso del español. Edición abreviada. Gredos, Madrid, 2008. 10 (2) “Pacto de Estado para la Reforma de la Justicia”, en: El Pacto de Estado para la reforma de la Justicia, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 2002, pp. 273-282. (3) ASENCIO MELLADO, José María, “Algunas reflexiones sobre la nueva oficina judicial y los secretarios judiciales”, en El notario del Siglo XXI, Madrid, Colegio Notarial de Madrid, 2009, noviembre-diciembre, nº 28. (4) FERNÁNDEZ-MIRANDA CAMPOAMOR, Alfonso. “Del Poder Judicial” en España Siglo XXI.. Vol. 2 La Política. Madrid, Biblioteca Nueva, Instituto de España, Fundación Sistema, 2008. pp. 443-474. (5) DÍEZ-PICAZO GIMÉNEZ, Ignacio, [Comentario al artículo 117 de la Constitución], en Comentarios a la Constitución Española. XXX Aniversario, Fundación Wolters Kluwer, Madrid, 2008. pp. 1827-1850. (6) NIEVA FENOLL, Jordi, Jurisdicción y Proceso. Estudios de Ciencia Jurisdiccional. Marcial Pons, Madrid, 2009. pp. 91-109. 11