La Declaración Universal de Derechos Humanos: Un manifiesto en

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La Declaración Universal de Derechos Humanos:
Un manifiesto en favor de la «ideología de los derechos humanos»
Derek Evans
Secretario general adjunto de Amnistía Internacional
Moscú, 21 de mayo de 1998
Es un gran honor hablar ante ustedes con ocasión del aniversario del nacimiento de Andréi
Dmítrievich Sájarov y transmitirles los saludos de más de un millón de miembros de Amnistía Internacional
en más de cien países de todo el mundo.
Cuando Amnistía Internacional recibió el Premio Nobel de la Paz en 1977, la mención oficial
reconocía que nuestro trabajo de «oposición a la degradación, la violencia y la tortura» era esencial para el
establecimiento de «la libertad, la justicia y la paz». Podrán entender entonces el fuerte sentimiento de
camaradería que nos une con Andréi Dmítrievich Sájarov, su legado y su compromiso.
¡Seis mil millones! Nada menos que seis mil millones de personas vivimos en este planeta. Un planeta
tan rico y diverso, un planeta que a lo largo de la historia ha mantenido a miles y miles de millones de seres
humanos. Para algunos ha sido una vida de riqueza; para muchos otros, de pobreza. Para algunos, la vida ha
sido larga y plena, mientras que para otros ha sido breve y a veces brutal. Y los principales torturadores de
todos los que han sufrido esclavitud y privaciones han sido otros seres humanos, no las fuerzas de la
naturaleza.
Actualmente sigue siendo así.
Hace casi cincuenta años, en 1948, las Naciones Unidas adoptaron la Declaración Universal de
Derechos Humanos, afirmando que TODOS los derechos fundamentales pertenecen a TODAS las
personas, y que TODOS los gobiernos están obligados a promover y proteger estos derechos. Sólo ocho
gobiernos del mundo no votaron a favor de la adopción de la Declaración. Uno de ellos fue la Unión
Soviética.
La Declaración Universal de Derechos Humanos, nacida de las cenizas de la Segunda Guerra
Mundial, fue la respuesta «humanista» a los lamentos de las víctimas de Auschwitz y Nagasaki. El Holocausto y
la bomba atómica demostraron que el ser humano había alcanzado la capacidad tecnológica necesaria para
destruir a la Humanidad Y al planeta, y que estaba dispuesto a hacerlo. «Nunca más», escribieron quienes
redactaron la Declaración Universal de Derechos Humanos. Para prevenir la guerra y la destrucción, para
garantizar la paz y la justicia, los órdenes sociales internacional y nacional debían basarse en los derechos
humanos en todas partes. El mundo debía aspirar a un doble objetivo: liberarse del temor y de la miseria, y
este objetivo debía conseguirse para todos, inmediatamente y al mismo tiempo.
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Hubo un hombre que fue incluso más allá en el sueño imposible de la Humanidad de crear un
mundo justo y libre para todos. «Todas las personas tienen derecho a la vida, la libertad y la felicidad», escribió
Andréi Dmítrievich Sájarov en su proyecto de Constitución de las Repúblicas Soviéticas de Europa y Asia.
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E imaginó cómo conseguir las tres cosas.
En sus «Memorias», escritas en 1983, afirma: «Influido por Lusia y por mis compañeros y amigos,
he ido dedicando cada vez más atención a las víctimas concretas de la injusticia. Apoyo los llamamientos
de Amnistía Internacional para la liberación de presos de conciencia en todo el mundo, así como sus
esfuerzos para acabar con la pena de muerte y la tortura. Estoy convencido de que sólo una «ideología de
derechos humanos» puede unir a los seres humanos independientemente de su nacionalidad, sus ideas
políticas, su religión o su condición social».
Actualmente al mundo aún le queda un largo camino por recorrer para hacer realidad la idea de
Andréi Sájarov de crear un gobierno mundial basado en los principios de la Declaración Universal de
Derechos Humanos. Andréi Dmítrievich también fue un gran amigo y simpatizante de Amnistía
Internacional. Fue adoptado por la organización como preso de conciencia, y Grupos de Amnistía en
todo el mundo, desde Noruega hasta Nigeria, hicieron campaña para poner fin a su exilio forzoso.
Sus ideas y campañas señalaron el comienzo del movimiento de derechos humanos ruso. Hace
treinta años, en 1968, publicó su obra maestra política, el ensayo Reflexiones sobre el progreso, la
coexistencia pacífica y la libertad intelectual, que sentó las bases para la creación de un movimiento de
derechos humanos en la Unión Soviética y alertó por primera vez a los lectores occidentales y de todo el
mundo sobre el terror del régimen soviético. Casi al mismo tiempo que se publicaba el ensayo de Sájarov,
miembros de su círculo más cercano de amigos y simpatizantes publicaron el samizdat Crónica de los
acontecimientos actuales. Algunos de ellos formaron en Moscú el primer Grupo de Amnistía en Europa
Oriental. Hace diez años, en octubre de 1988, Andréi Dmítrievich y sus amigos del movimiento de
derechos humanos fundaron una de las organizaciones de derechos humanos más importantes de la Rusia
actual, la Sociedad contra el Olvido, cuyo primer presidente fue Sájarov.
El 11 de diciembre de 1975, en su discurso de aceptación del Premio Nobel de la Paz, que las
autoridades rusas no le permitieron ir a recoger personalmente, Andréi Dmítrievich escribió: «Debemos
luchar contra la injusticia y la violación de los derechos humanos de cada persona concreta. Nuestro
futuro depende en gran medida de ello». En el momento en que su esposa, Elena Georgievna Bonner,
leía estas palabras en Oslo ante el Comité del Premio Nobel de la Paz, Andréi Sájarov iniciaba su segundo
día de protesta ante las puertas de la sala del Tribunal Supremo de Lituania, donde se desarrollaba el
juicio de Serguéi Kovaliov por su participación en el samizdat Crónica de los acontecimientos actuales y
por ser uno de los fundadores del primer Grupo de Amnistía Internacional en la Unión Soviética.
Hace treinta años, el 30 de abril de 1968, Serguéi Kovaliov y un grupo de disidentes distribuyeron
el primer ejemplar de Crónica de los acontecimientos actuales. Este periódico samizdat (autopublicado)
fue de mano en mano, a menudo reproducido a máquina siguiendo el principio de la cadena de cartas. En
febrero de 1971, Amnistía Internacional comenzó a publicar la traducción al inglés de los números 16 a
64 del Crónica a medida que éstos iban apareciendo y los difundió por todo el mundo.
El año 1968 fue declarado Año de los Derechos Humanos por las Naciones Unidas para
conmemorar el vigésimo aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos. En la Unión
Soviética, donde el mero hecho de pronunciar las palabras «derechos humanos» significaba años de cárcel
en los campos de trabajo GULAG, registros e intimidaciones diarias, un grupo de defensores de los
derechos humanos y de disidentes reunidos en torno a Andréi Sájarov escribieron en la portada del
primer número de Crónica: «Año de los Derechos Humanos en la Unión Soviética».
Cinco números después, los redactores de Crónica anunciaron: «El Año de los Derechos
Humanos continúa: No hay un solo miembro de este movimiento que pueda considerar que el Año de
los Derechos Humanos ha terminado. El Crónica continuará editándose en 1969». Treinta años después,
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el presidente Boris Yeltsin proclamó 1998 Año de los Derechos Humanos en la Federación Rusa para
conmemorar el 50 aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Para Amnistía
Internacional, como hace treinta años para los redactores del Crónica, ya antes de diciembre de 1998 está
claro que el Año de los Derechos Humanos debe continuar en la Federación Rusa.
Y es que la Federación Rusa sigue siendo un país en el que se cometen frecuentemente graves
violaciones de derechos humanos, tanto en tiempos de paz como durante el conflicto armado en la
república chehena. Cuando el país entró a formar parte del Consejo de Europa, en febrero de 1996, el
gobierno se comprometió a realizar un importante esfuerzo para demostrar que había mejorado su
expediente de derechos humanos. Ha habido muchas iniciativas importantes, pero a menudo los hechos
cuentan una historia distinta: continúan la tortura y los malos tratos bajo custodia policial, en las cárceles y
en las fuerzas armadas en tiempos de paz; las condiciones en las cárceles son inhumanas; los presos de
conciencia siguen en algunos casos detenidos y en otros, como el de Aleksandr Nikitin, de San
Petersburgo, quedan en libertad en condiciones restrictivas y en espera de juicio; los refugiados, los
solicitantes de asilo y los desplazados internos no reciben protección adecuada; sigue habiendo presos
condenados a muerte; los objetores de conciencia al servicio militar continúan siendo encarcelados en
lugar de poder hacer un servicio militar alternativo; miles de civiles fueron víctimas de homicidios
indiscriminados, torturas y ejecuciones extrajudiciales a manos del ejército federal ruso durante el conflicto
de la república chechena, y desde que éste terminó se han realizado pocas investigaciones sobre estas
violaciones que hayan desembocado en juicios, por no decir ninguna.
Me pregunto qué habría dicho Andréi Dmítrievich hoy sobre la protección de los derechos
humanos en la Federación Rusa y en todo el mundo si pudiera estar con nosotros en su 77 cumpleaños.
Creo que habría dicho lo mismo que siempre afirmó. Refiriéndose a la pena de muerte, en una
carta dirigida a Amnistía Internacional en septiembre de 1977, escribió: «Considero que la pena de muerte
es una institución salvaje e inmoral que socava los cimientos éticos y legales de una sociedad. El Estado...
se atribuye el derecho al más terrible e irreversible de los actos: acabar con una vida humana. Rechazo la
idea de que la pena de muerte tenga efecto disuasorio alguno sobre los delincuentes en potencia. Estoy
convencido de lo contrario: el salvajismo sólo produce salvajismo».
¿Dónde estamos casi 50 años después de la adopción de la Declaración Universal? Mil
trescientos millones de seres humanos sobreviven con menos de un dólar diario, 35.000 niños mueren
cada día de malnutrición y enfermedades que podrían evitarse, palabras que creíamos eliminadas de
nuestro vocabulario atormentan diariamente nuestra conciencia: genocidio, limpieza étnica, violación en
grupo. La desagradable cara de los conflictos armados domina la realidad de cientos de millones de
personas en treinta países, nada menos que uno de cada seis. En la mayoría de estas guerras, el enemigo
no es necesariamente un combatiente armado, sino «el otro». Alguien que tiene una fe diferente, o una
identidad étnica distinta. Lo primero es deshumanizar al enemigo para que ya no se pueda utilizar el
idioma de los derechos, y luego «buscar y destruir». En algunas sociedades «en paz» se aplica con
demasiada frecuencia la misma lógica con los presuntos delincuentes y los inmigrantes de países más
pobres o «los otros».
La protección y la promoción de los derechos humanos no es sólo un imperativo moral. Es,
como afirma explícitamente la Declaración Universal de Derechos Humanos, la base de la libertad, la
justicia y la paz. Para todos los seis mil millones de habitantes del globo, el progreso social y económico
sólo es sostenible a largo plazo si mejora la dignidad de todos, asegura la igualdad de derechos del hombre
y la mujer y proporciona niveles de vida admisibles y mayores libertades.
El mundo dispone en la actualidad de los recursos y los conocimientos necesarios para conseguir
estos objetivos. El futuro no tiene por qué ser un lugar de caos y pobreza.
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En 1948 fue creada una nueva «ideología», diferente a cualquier otra anterior, con un manifiesto
llamado Declaración Universal de Derechos Humanos. Con ella vamos en la dirección correcta y todo lo
que tenemos que hacer es mantenernos en movimiento. Esto es precisamente lo que hacen los defensores
de los derechos humanos en todo el mundo, y Amnistía Internacional se ha comprometido a
acompañarlos y protegerlos. ¿Y ustedes?
Este es nuestro planeta, el de seis mil millones de personas. Negarles a algunas de ellas un
derecho humano nos pone a todas en peligro. En palabras de Mahatma Gandhi: «Sé tú mismo el cambio
que quieres ver en el mundo».
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