Intervención Jorge Orlando Melo, Decano Facultad de Ciencias

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Intervención Jorge Orlando Melo, Decano Facultad de Ciencias Sociales, Universidad
Jorge Tadeo Lozano
Voy a hablar aquí un poco desde un papel intermedio, como entre funcionario de la Universidad, Decano
de una Facultad y también alguien que ha vivido durante muchos años estos problemas de la violencia,
de la paz y la búsqueda de soluciones. Como alguien que tiene muchas memorias. Tal vez mi memoria
infantil, una de mis memorias infantiles que muestra lo largo que ha sido este conflicto colombiano, es el
cielo de Medellín, los techos de Medellín cuando se incendiaban, la Defensa y otros edificios de la cuidad
el 9 de abril de 1948. Casi que yo no tengo memoria de la Colombia en paz. Tengo es una memoria de
una Colombia siempre en conflicto.
Y también tengo una memoria de una Colombia que ha hecho grandes esfuerzos por la paz, porque realmente durante todos estos años ha habido negociaciones. Ha habido intentos por encontrar una salida.
Ha habido también intentos por resolver el problema, aplicando todos los recursos legítimos del Estado,
incluyendo el control del orden público. A veces estos intentos, que pueden ir hasta el siglo XIX, pueden
ser tan dramáticos que quizá uno puedo hoy evocar uno de los acuerdos más generosos que ningún país
ha firmado alguna vez entre un grupo rebelde y un gobierno, el de 1879 en Antioquia.
El grupo rebelde encabezado por el poeta y novelista Jorge Isaacs se tomó el poder, aprisionó al gobernador legítimo y anduvo con él por todas las veredas de Antioquia como prisionero, como una especie
de “rey Lear”. Y en algún momento, dadas las condiciones, cambiaron y decidieron que iban a firmar la
paz. Firmaron un acuerdo entre los rebeldes que en ese momento tenían el ejercicio del poder local y
el gobernador que en ese momento estaba preso. Es de las cosas curiosas que muestran hasta donde
la imaginación legal colombiana puede de pronto superar lo que uno puede esperar. El acuerdo tenía
clausulas como esta:
El gobierno legítimo del Estado del señor Pedro Restrepo Uribe pagará, indemnizará, compensará a
todas las víctimas de los empréstitos forzados hechos por los rebeldes (el empréstito forzado es una
especie de antecedente de las “vacunas”).
Isaacs cogió mulas, cogió caballos de propietarios y ahora el Gobierno legítimo iba a compensar a esta
gente por lo que había hecho el Gobierno Revolucionario.
“El ejército que hoy comanda Isaacs continuará en el mismo pie y con la misma organización que él le
ha dado y se conservarán los empleos de sus jefes y oficiales”. Ósea que incorporaron en el ejército
legítimo el ejército rebelde y lo que es más impresionante: “el Gobierno de Pedro Restrepo Uribe declarará libre de aquella responsabilidad a los servidores del Gobierno del Isaacs”. Creó toda una amnistía
para los rebeldes. Pero lo más increíble es que “hoy mismo Jorge Isaacs expedirá un decreto de amnistía para todos los prisioneros que tiene en su poder, que los libera de toda responsabilidad política y
además para todos los ciudadanos que de alguna manera hayan sido hostiles a su Gobierno”. Ósea que
los rebeldes decretan, en un acuerdo firmado conjuntamente por Isaacs y Restrepo, que los rebeldes le
conceden también amnistía a los funcionarios del Gobierno legal o legítimo por cualquier hostilidad que
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hayan tenido contra los rebeldes.
Esta paz se firmó en 1879. Paz muy generosa, paz mutua, amnistía mutua, pero una paz que curiosamente tampoco se cumplió mucho. Isaacs había sido elegido simultáneamente para participación política
como miembro del Congreso, como representante por Antioquia y como Diputado por Antioquia a la
Cámara de Representantes. La Cámara de Representantes cuando se reunió en el año 80 tomó la decisión de que como habían sido rebeldes no podía admitir al señor Isaacs y a su segundo hombre, que
también había sido elegido al Congreso. De modo que la participación política no la cumplió el gobierno
colombiano por una decisión del Congreso.
Una historia curiosa de nuestros antecedentes de paz.
Otra un poco más trágica que quiero evocar hoy es que hace 23 años hubo un seminario que tenía casi
el mismo nombre que este. Construir la Paz se llamó ese seminario, se hizo en Bogotá. En la primera
página dice, seminario realizado en Villa de Leyva, el 17 y 18 de agosto de 1989, hace 23 años. Se hizo
en Bogotá y hubo unas discusiones muy parecidas a las que seguimos teniendo. Recuerdo que Armando
Borrero debatió que las restricciones políticas del Frente Nacional eran las causas de la violencia y la insurgencia, por eso la única manera de resolver, de lograr la paz, que era lo que todo el mundo anhelaba,
era haciendo una reforma constitucional que le diera a Colombia la posibilidad de participación amplia.
Yo que siempre tengo un poquito de escepticismo. Dije, bueno sí es muy importante que se haga esa reforma, que se dé participación pero no creo que esa restricción sea la causa de la violencia. Hace quince
años que se acabó el Frente Nacional y la restricción se la ha planteado la misma gente que está contra
del sistema. Aquí no hay izquierda, no hay movimientos alternativos en buena parte porque la guerrilla
existe. Donde hay guerrilla es imposible que exista una buena, fuerte y poderosa movilización popular,
porque la guerrilla sustituye de alguna manera y deteriora la organización popular y además la convierte
en víctimas de muchas otras formas de respuesta.
Un político que estaba allí nos dio razón parcialmente, dijo “no, la reforma a la constitución es indispensable (año 89). Si no hacemos una reforma a la constitución, no respondemos a lo que el país quiere
porque el país se da cuenta de que sin reforma constitucional, sin apertura política, aquí no puede haber
paz, pero estoy de acuerdo con el señor Melo de que eso nos va a dar algo de paz. Pasaran varias décadas antes de que logremos la paz”.
Bastante realista el señor político. Esa misma tarde, cuando cerró la reunión fuimos a un acto social a las
nueve y media de la noche. A las diez nos contaron: “acaban de matar a Luis Carlos Galán en Soacha”. El
político que había dicho aquello asumió la candidatura de Galán y fue elegido presidente y firmó la constitución del año 91, fue Cesar Gaviria. Eso se encuentra en este libro. La intervención de Cesar Gaviria
diciendo “tenemos que reformar la constitución para abrir las posibilidades de participación, para poder
avanzar en el camino de la paz, pero probablemente pasaran décadas antes de que vivamos en paz”, una
segunda historia de la situación tan compleja que hemos vivido.
Podría uno extenderse más. Las negociaciones entre los años 82 y la actualidad han tenido toda clase de
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matices, tal vez algunos se pueden evocar para acotar algo que hoy tenemos que discutir. De 1962 hasta
el 81, la lógica del Estado y un poco la lógica del país fue: “los guerrilleros son unos señores simplemente
rebeldes que surgen porque han venido una serie de influencias ideológicas de Cuba, de la Unión Soviética, de China y en esa época hasta de Albania y de la Argentina Trotskysta. Se forman guerrillas que
no tienen mucho que ver realmente con lo que pasa en el país. Son importaciones ideológicas, gente
armada que se aprovecha de algunas situaciones reales de desigualdad y de injusticia pero que de fondo
surgen porque hay una influencia internacional”. Era la época de la Guerra Fría. La respuesta fue que
con esa gente no se negocia, a esa gente se le manda el ejército. Hasta el año 1981 esa fue la estrategia.
Del 81 en adelante cambió la visión radicalmente. La posición un poco oficial del Gobierno era que la
violencia surgía en Colombia porque había “causas objetivas”. Esa fue la frase usada por el presidente
Betancourt en el año 82, las “causas objetivas” de la violencia. Hay violencia y hay insurgencia, y hay lucha armada y hay un conflicto interno porque tenemos un país injusto socialmente, porque hay mucha
miseria, porque hay un país en limitaciones fuertes en la práctica de la democracia. Eso llevó a lo que fue
una negociació frustrada al comienzo y que terminó - como ustedes saben - en la tragedia tan terrible
del Palacio de Justicia y después a una negociación más acotada que fue la de 1989. Precisamente fue
en estos momentos en los que mataron a Galán. Básicamente la idea en ese momento fue: el problema
fundamental es encontrar las condiciones para que los grupos guerrilleros, que esencialmente tienen
una vocación de participación política, propongan unas soluciones al país.
Fue la favorabilidad política y la creación de condiciones de favorabilidad a través de la reforma constitucional lo que realmente atrajo al M-19, al EPL, al Quintín Lame y a otros grupos que firmaron la paz en el
año 89, 90 y 91. No se discutió entonces (eso es interesante compararlo con la situación actual) mucho
el cambio social. La idea era que aunque eso pudiera ser la causa del problema, no era una solución que
debía decidirse en una mesa de negociaciones y que debía de ser decidida por los colombianos, como
ciudadanos, en la elección de una constituyente que se iba a nombrar en el año 1990. Y esa constituyente tenía la autonomía de encontrar la salida, de debatir las distintas posiciones. No se podía entre gente
que finalmente no representaba a nadie - a pesar de que moralmente podían alegar que expresaban
las dificultades de los colombianos y que fueran ellos los que decidieron cómo se iba a hacer la reforma
agraria o cómo se iba a establecer el sistema tributario en Colombia o cómo iban a ser los proyectos para
mejorar la distribución del ingreso. Entonces eso se mantuvo acotado hasta el año 92 o 93. En el 93 empezó el cambio. Empezó la idea de que realmente para la guerrilla no tenía mucha lógica participar sino
había una negociación también de sus objetivos políticos y se propuso, sobre todo para la negociación
que se iba a hacer entre la escala, una gran discusión en esa dirección que no tuvo lugar. Realmente no
se alcanzó a avanzar porque la negociación se frustró con el secuestro de un senador y exministro santandereano, que llevó a la ruptura de la negociación.
Había algo que no se ha discutido mucho ahora y que no se discute porque tiene una incomodidad. Es
una concesión de que la cosa no se va a arreglar muy rápido, que son las guerras mismas de la guerra. En
el documento de comienzos de negociaciones de La Habana se habla del respeto de los derechos humanos, pero no se habla con mucha claridad es del esfuerzo de aplicación de las reglas de la guerra. No se
habla casi de Derecho Internacional Humanitario. ¿Por qué? Porque para el que está negociando y que
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quiere mandar el mensaje de que se va a firmar la paz, “decir vamos a hacer un compromiso de que la
guerra se hace con ciertas reglas, es como decir que la guerra va a seguir”. Por eso yo creo que durante
25 años no hemos hecho eso porque como ya vamos a firmar la paz no es necesario firmar nada para el
caso que no se firme la paz. En eso yo creo que yace el problema central de todo el conflicto colombiano
de estos años. Ha sido el hecho de que, a diferencia de otros conflictos, es muy tenue la división entre
los grupos armados y la población. La población es víctima continua de lo que hace el Estado, de lo que
hacen sus aliados y es víctima continua de lo que hace la guerrilla.
Las otras guerras que llevaron a la paz en América Latina - por ejemplo uno piensa en los Montoneros,
en el caso de los Tupamaros en Venezuela o en Centroamérica - tuvieron por su puesto actos de violación de los derechos particulares, de los civiles. No fueron guerras hechas de acuerdo con los libros
del siglo XIX sobre el derecho de la guerra. Había violaciones frecuentes pero no había una estrategia
general de meter a la población civil en el conflicto. En el caso colombiano esa estrategia comenzó muy
temprano. El secuestro fue la forma. En 1964 fue tal vez el primer secuestro hecho por un grupo guerrillero, el de Harold Éder, que lo llevó a la muerte. Después se hizo el de Oliverio Lara, uno de los grandes
empresarios colombianos. Eso de meter a la población civil ha tenido un impacto dramático que no voy
a describir; pero sí quiero decir que el compromiso del Gobierno y de la guerrilla de tratar de sacar a la
población civil del conflicto - por ejemplo la simple frase de “no más secuestros” - es algo que ha sido
muy difícil lograr que se exprese con claridad en Colombia.
Las FARC en el año 2009 dijo: “no vamos a hacer más secuestros”, pero no funcionó en términos de la
realidad. No se cumplió y ahora volvieron a decirlo, pero ahora la sensación que uno tiene es que esta
vez están cumpliendo. No sabe uno hasta cuándo y cómo porque también hay este problema de la capacidad de mando en todos los niveles de la guerrilla, que es el mismo problema que el Estado alega
cuando sus soldados o sus mandos medios o bajos, los militares desobedientes como los llamaba Alberto
Lleras Camargo, actúan contra la población civil.
Y esto porque en Colombia sí hubo una teoría. Es una teoría muy perturbadora y fue una teoría que se
lanzó en los 60s por la guerrilla diciendo “tenemos razones para hacer la guerra porque aquí hay injusticia”, que son dos cosas diferentes. Yo creo que hay injusticia. No creo que la injusticia dé razones para
hacer la guerra, porque la guerra es la peor solución para las injusticias. Es la que produce más injusticias, la que frena el desarrollo y la que a su vez hace más difícil que todas esas injusticias desaparezcan.
Pero de todas maneras la guerrilla decía “hay injusticia por eso hacemos la guerra”. Esa no es la causa
de la guerra sino su justificación moral y política (algo diferente).
Para poder actuar en este país, como es formalmente una democracia, tenemos que “combinar” las
formas de lucha. La idea de la combinación de las formas de lucha fue algo que penetró totalmente la
vida colombiana y tiene mucho que ver con el deterioro y la degradación con la cual este conflicto ha
vivido. Eso nos sigue pesando. Sigue siendo parte del problema porque la victimización de los civiles es
una de las características más fuertes del conflicto colombiano, unas de las que más hace difícil encontrar una solución y también una de las que más va a pesar en el caso en que el Gobierno y la guerrilla
logren un acuerdo y firmen la paz. En el arreglo posterior es muy difícil establecer en Colombia una esIII Foro Colombiano en Construcción de Paz
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trategia razonable de atención a las víctimas porque estamos hablando de cifras que son desmesuradas,
inconmensurables. Hablan de 3, 4 o 5 millones, en algún libro reciente. El año pasado leía yo con gran
optimismo una frase de dos expertos diciendo: “es que si logramos coger los cinco millones de hectáreas
para entregar a las víctimas de la violencia haremos un gran cambio”. Las víctimas, se decía, eran cuatro
millones de personas. Entonces menos de una hectárea y media para cada indemnización. Cuando uno
piensa en esos tamaños se da cuenta de que el problema es muy complicado y que la tarea de los que
van a tratar de pensar hoy en esto es una tarea muy difícil. Es cuadrar el círculo, es encontrar una solución realmente muy complicada. Pero una solución que hay que encontrar. Eso lleva al otro problema y
es ¿quién es víctima y quien no es víctima?
En el libro al que me refiero, que salió el año pasado, se habla mucho de la compensación a las víctimas
y se habla de todos estos problemas que hoy van a discutir ustedes hoy: el problema de la justicia transicional y transaccional también evidentemente, el problema de las reparaciones y compensaciones a
las víctimas. El marco en el cual esto se plantea es el que teníamos presente antes de que comenzara la
negociación. En ese momento, cuando uno pensaba en víctimas, pensaba en víctimas de los paramilitares y en las víctimas de las violaciones de derechos humanos cometidas con el apoyo o por agentes del
Estado. En ese caso el problema es todavía relativamente tratable conceptualmente a pesar de que el
tamaño sea inmenso. Quienes fueron desplazados de sus tierras son en principio víctimas independientemente de qué hicieron. El problema empieza a surgir y a enredarse cuando uno entra a una negociación con la guerrilla con ese lenguaje y lo que inmediatamente la guerrilla dice es: “¿víctimas nuestras?
Nosotros somos las víctimas”. Y uno se devuelve para atrás y recuerda que durante 30-40 años hemos
visto muchas víctimas de la guerrilla.
El gobierno por razones políticas o casi de propaganda ahora trata de mostrar propiedades que fueron
tituladas a nombres de gente de la guerrilla y que le quietaron a ciertas personas. Pero el problema
moral empieza y el político comienza. Apenas empiezan a analizar con cuidado esas categorías. ¿Quiénes son esas víctimas? De todo. Hay campesinos, pero tenemos en la cabeza que muchos de ellos son
propietarios, es decir que son victimarios según la otra narración. La guerrilla hizo la guerra porque
había unos propietarios que más o menos explotaban a los campesinos y ahora esos propietarios van a
aparecer como víctimas. Pero en la escala intermedia la situación puede ser similar. Ellos colaboraban
con esos grupos y en la escala más baja muchos de los pequeños campesinos que fueron golpeados por
la guerrilla, lo fueron en el marco de determinados conflictos. Pensemos en Urabá. En Urabá los campesinos vinculados al EPL terminaron en un conflicto con las FARC muy violento (recuerden la masacre
de La Chinita). Hay víctimas que eran del EPL. Los señores del EPL estaban ya colaborando con grupos
paramilitares. Son víctimas, son victimarios, ¿les damos una compensación o no se las damos? ¿Vamos
a tratar de esclarecer cada hecho para saber que alguien es inocente?
Probablemente el problema colombiano es en cierta manera retórico, pues inevitablemente debo decirlo, todos un somos un poco culpables y todos somos en buena medida también inocentes porque
muchos de los que actuaron violentamente… La guerrilla misma nos dice: “lo hicimos porque éramos
víctimas”. Todos ellos podían contar el cuento. Ese cuento que se encuentra en la narración muy dramática, que se encuentra en toda la literatura, “yo fui..., yo vi cuando mataron a mi papá, yo era un niño
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cuando violaron a mi mamá, yo fui una víctima y por eso soy guerrillero y por eso soy paramilitar”. Esto
hace que en Colombia diferenciar víctima de victimario sea uno de los dramas más complejos para una
política posterior.
Y eso nos lleva un poco al debate de lo que es la justicia reparativa y otras formas de justicia distributiva. Yo tengo la impresión de que Colombia tendrá necesariamente que tomar una decisión dura en su
voluntad de paz y aceptar tratamientos bastante generosos, bastante amplios en relación con los dos
graves problemas: tanto con la sanción de responsabilidades como con la definición de beneficios para
las víctimas. Hay que pensar en crear las condiciones para una sociedad justa y estable más que en la
compensación individual, más allá de los casos más dramáticos y de mayor victimización.
Vean lo viejo que este problema y los problemas que hay. “Si queremos encontrar salidas negociadas al
enfrentamiento armando que vivimos tenemos que aceptar formas de perdón judicial que producirán
escándalo, en la medida en quedaran en la impunidad los asesinatos, homicidios, secuestros, ataques
a las poblaciones civiles, actos de tortura, desapariciones. No es pensable un proceso de paz en el que
cual queramos sancionar ejemplarmente a los miembros de la guerrilla por los horrores que han traído
40 años de violencia, o queramos castigar con todo rigor a todos los agentes estatales que violaron las
normas para combatir a la guerrilla”. Esto es un texto de hace doce años, cuando se estaba presentando
en el Congreso una ley para aclarar si el secuestro era un delito de lesa humanidad y que por lo tanto
era imprescriptible, una ley que fue presentada por Luis Guillermo Giraldo al Congreso. Ya en ese momento no había, no estaba en vigencia la Corte Penal Internacional. No estaban en vigencia muchos de
los organismos internacionales, organismos de justicia internacional, pero el problema era el mismo y lo
sabemos. Si en La Habana no hay una forma de sanción que satisfaga fundamentalmente la necesidad
de las víctimas y al mismo tiempo que garantice cierto nivel de impunidad para la guerrilla no habrá paz.
Y eso lo estoy diciendo de la manera más dramática, más cruda posible para subrayar de verdad la complejidad del tema en que nos estamos metiendo.
Hay un tema también y es que la sociedad tiene que perdonar y yo sí creo finalmente que la guerrilla hay
que llevarla a La Habana a decir: “sí, pedimos perdón por lo que hicimos”. Si la guerrilla sigue diciendo,
“es que teníamos razón. El país era muy injusto e hicimos lo que debía haberse hecho”, los colombianos
no van a perdonar. No van a perdonar a una guerrilla que diga que no necesita el perdón porque todo
lo hizo bien. Tienen que pedir perdón y eso quiere decir que tienen que aceptar que por su acción hubo
víctimas, no sólo por errores o por efectos colaterales como dicen los funcionarios de los Estados, sino
porque su política tenía unos elementos que estaban dirigidos contra la población civil.
Bueno, he planteado en esta presentación, más hecha con el objeto de ser un poco provocador y demostrar hasta donde esto que van a debatir es realmente un problema tan de fondo que hay que aceptar pensar en las cosas más difíciles (no dentro del tema lógico de la memoria histórica, aunque es
importante, yo soy historiador). Quiero simplemente cerrar con una frase de Nietzsche que tiene algo
de dramático. Dice: “los que perdonan son los débiles, son los incapaces de reafirmar su derecho a una
solución justa”. Yo pienso que esa incapacidad va a tener que estar entre las bases de una paz real en
Colombia. No podemos pedir plena justicia, desafortunadamente porque en este momento tal vez es
más urgente que podamos vivir realmente en paz. Pero no podemos vivir en paz sino damos un punto
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clave de justicia que permita que el perdón que se le da a la guerrilla sea un perdón realmente asumido
por la sociedad. Si la sociedad siente que a la guerrilla se le dio una impunidad sin ninguna obligación no
la va a perdonar y la paz volverá a destruirse, a desmoronarse a pesar de todos los esfuerzos de construir
la paz o de construcción de paz.
Muchas Gracias.
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