Obras Escogidas Tomo II A Manuel Mercado. Abril 22 [de 1886] Grandes motines de obreros Nueva exhibición de los pintores impresionistas Correspondencia particular para El Partido Liberal Correspondencia particular para EL Partido Liberal Carta de Nueva York Correspondencia particular para El Partido Liberal El proceso de los siete anarquistas de Chicago El terremoto de Charleston Correspondencia particular de El Partido Liberal Correspondencia particular de El Partido Liberal Fiestas de la Estatua de la Libertad El Cristo de Munkacsy El cisma de los católicos en Nueva York [Viejo de la barba blanca] El Poeta Walt Whitman (Tamanaco, de plumas coronado] [Tienes el don, tienes el verso...] [Cual de incensario roto...] Henry Ward Beecher México en los Estados Unidos La excomunión del Padre McGlynn El 10 de Octubre Discurso en conmemoración del 10 de Octubre A Juan Ruz. Nueva York, octubre 20 de 1887 A Serafín Bello. New York, noviembre 9 de 1887 Un drama terrible Al general Máximo Gómez. New York, 16 de diciembre de 1887 Un héroe americano Mi tío el empleado Heredia ¿A los Estados Unidos? A Rafael Serra. New York, 22 de septiembre de 1888 Céspedes y Agramonte Discurso en conmemoración del 10 de Octubre Una novedad en educación pública De yankeelandia El abogado de los ricos Escenas neoyorquinas. Los vendedores de diarios Oratoria popular Revista del mercado La exhibición de pinturas del ruso Vereschagin Vindicación de Cuba Cómo se crea un pueblo nuevo en los Estados Unidos El castellano en América La Edad de Oro A los niños que lean La Edad de Oro Tres héroes La Ilíada, de Homero La última página Los dos príncipes Nené Traviesa Las ruinas indias La última página La Exposición de París El padre Las Casas Los zapaticos de rosa La última página Un paseo por la tierra de los anamitas La muñeca negra Cuentos de elefantes La galería de las máquinas La última página Discurso en conmemoración del 10 de Octubre A Gonzalo de Quesada. New York, octubre 29 de 1889 Congreso Internacional de Washington A Gonzalo de Quesada. New York, 16 de noviembre de 1889 Correspondencia particular de El Partido Liberal Heredia A Gonzalo de Quesada. New York, 13 de diciembre de 1889 A Gonzalo de Quesada. [NuevaYork] 14 [diciembre de 1889 Madre América A Manuel Mercado. [Diciembre de 1889] Edison [A Serafín Bello] A Emilio Núñez. [Nueva York, mayo de 1890] Discurso en la fiesta del club Los Independientes Carta de New York Cartas de verano II Cómo murió [Martín] Barrundia Francisco Sellén Discurso en conmemoración del 10 de Octubre Nuestra América Discurso en honor de México El asesinato de los italianos La Conferencia Monetaria de las Repúblicas de América Rafael María de Mendive A los cubanos Discurso en conmemoración del 10 de Octubre Versos sencillos “Mis amigos saben...” I. “Yo soy un hombre sincero” II. “Yo sé de Egipto y Nigricia” III. “Odio la máscara y vicio” IV. “Yo visitaré anhelante” V. “Si ves un monte de espumas” VI. “Si quieren que de este mundo” VII. “Para Aragón, en España” VIII. “Yo tengo un amigo muerto” IX. “Quiero, a la sombra de un ala” X. “El alma trémula y sola” XI. “Yo tengo un paje muy fiel” XII. “En el bote iba remando” XIII. “Por donde abunda la malva” XIV. “Yo no puedo olvidar nunca” XV. “Vino el médico amarillo” XVI. “En el alféizar calado” XVII. “Es rubia: el cabello suelto” XVIII. “El alfiler de Eva loca” XIX. “Por tus ojos encendidos” XX. “Mi amor del aire se azora” XXI. “Ayer la vi en el salón” XXII. “Estoy en el baile extraño” XXIII. “Yo quiero salir del mundo” XXIV. “Sé de un pintor atrevido” XXV. “Yo pienso, cuando me alegro” XXVI. “Yo que vivo, aunque me he muerto” XXVII. “El enemigo brutal” XXVIII. “Por la tumba del cortijo” XXIX. “La imagen del rey, por ley” XXX. “El rayo surca, sangriento” XXXI. “Para modelo de un dios” XXXII. “En el negro callejón” XXXIII. “De mi desdicha espantosa” XXXIV. “¡ Penas! iquién osa decir” XXXV. “¿ Qué importa que tu puñal” XXXVI. “Ya sé: de carne se puede” XXXVII. “Aquí está el pecho, mujer” XXXVIII. “ ;Del tirano? Del tirano” XXXIX. “Cultivo una rosa blanca” XL. “Pinta mi amigo el pintor” XLI. “Cuando me vino el honor” XLII. “En el extraño bazar” XLIII. “Mucho, señora, daría” XLIV. “Tiene el leopardo un abrigo” XLV. “Sueño con claustros de mármol” XLVI. . “Vierte, corazón, tu pena” San Martín Al Ministro de la Argentina. New York, octubre 17 de 1891 José Martí. Cronología, por Ibrahím Hidalgo Paz Edición: Ela López Ugnrte y Adiah González 1V; uanjo Redacción: Laura Rey Correcci6n: Hildo Gonzcíiez Rosales y Bcysi Marthez Sitbii Disetlo: Orlando Díaz Priniera edición: Centro de Estudios Martianos / Editora Política ler. tonlo, 1978; 2do. tomo, 1979; 3er. tomo, 1981 @ CEhlRo DE ESlWDiOS MAREANOS, 1992 Q Sobre la presente edicián: ED~ ORIAL DE CIEXCIAS S o c i w , 1992 CEh'IRO DE h U D i O S hfARTIANOs Calzada 807, esq. a 4 El Vedado, La Habana Cuba EDITORIAL DE CIENCIAS SOCIALES Calle 14 No. 4104, Playa Ciudad de La Habana Cuba A MANUEL L% tERCAD6. ;Mi amigo queridísimo: Esperaba yo por Soiignac carta de Ud., como espera un enfermó desvelado un rayo de sol: y hasta creía que pudiera ser respuesta a una carta larga, y de mucha importancia para mi, que dirigí a V. por el correo, vía El Paso, no recuerdo si al Ministerio o a San Iidefonso 4, uno o dos dias después de haber salido Pablo Macedo de New York. Solignac viene, en busca de carta mía que Iievarle; pero no me trae la de Vd.: con él mismo escribí a Vd. en fe de vida en el viaje anterior, y me dice- que de Veracruz le envió la carta con Zayas Bazán. La verdad es que esta vez no quisiera escribir! e; porque me seria ahora, en mi plan y en el de Macedo, de tanta importancia su auxilio, y me es tan esencial en el estado de aflición de mi alma, que ya pasa a mi cuerpo- que me entran mis reparos de siempre, y ni a V., en quien me vierto sin rebozo y con un placer profundo. ni a V. querría hablarle de mí. Supongo que habrá llegado a V. la carta larga de que le hablo, y habrá visto en ella que en la condición actual de mi fortuna, y en esta especie de terror de alma en que vivo, me causaría verdadera angustia no poder lograr el empeño que he puesto en sus manos. Con este pie en lo firme, podría al fin ¡tal vez por ocasión primera en cinco años! trabajar sin tener en todo instante una pezuna sobre !a frente, y la dignidad en un potro,- y el alma entera en náusea; tal vez podría empezar, tranquilo el espíritu en u n quehacer noble, a salirme un poco de este contacto demasiado íntimo con los hom- bres, con los hombres en esta tierra, que no son, no. como los hom- bres en todas las demás,- y dar suelta, conforme fuera yo saliendo de esta agonía, a las experiencias y arrogancias que se me han ido amontonando en el alma, y me sofocan por falta de empleo. Si a lo que ya tengo en esa clase de quehaceres, que n i me agotan mis restos de salud ni me tienen en perpetuo susto el decoro, pudiera unir la clase de trabajo- que le pido, y que por el cual le ruego que sr esfuerce mucho má, que para si propio, mc haria V. irn bien 8 Jose .Uarti OBRAS ESCOGIDAS T II 9 cuya irasceiidencia ~5 1 0 podría calciilar \,¡ elido dc cerca. !. por den tro, como dejaría yo que \. d. los viese. el espanto y la tribulación a qiic después de estos cinco años de noblezas estériles e indecibles íatigas ha llegado mi espíritu. Mi Consulado. que me venia ayii dando, se me acaba el mes próximo. Si no me saca 1.. por sobrc- $11 cabeza en esto de los diarios. tendrG de nuevo-- sin que nadie. eso si, note mi desfallecimiento- qiie acudir a una colocación vulgar dc comercio, de muchas horas y retribución mezquina. adonde vuelva mi vida a lo que ha sido en estos tiempos últimos,--- avena de pe sebre, a que se la coman los caballos. Lo que me entristece no es eso; sino que en esa profesión, como acrí se ejerce, y en la condi ción ruin de empieado menor en que tendría yo que volver a ejer cerla, cada detalle ¿por qué no decírselo? me subleva y aturde. y vivo como acorralado y apaleado, y la brutalidad, deshonestidad y sordidez que veo a mi alrededor y de que tengo que ser instrumento me ponen,- creo que ya se lo he dicho a V. porque es verdad- como una cierva, despedazada por las mordidas de los perros, que se refugia para morir en el último tronco. Saco de mí sin cansarme una energía salvaje; pero noto que estoy llegando ya al fondo de mis entrañas. O tengo un poco de respiro para rehacérmelas, a que me las comtin de nclPvo, o aquí se acaban.- Yo por nada me abato: pero siento que los puntales se me vafi cayendo. Trabaje por mí. que esta alma mía no se ha hecho para extinguirse tan a oscuras ir por tan pobres razones. Los cariños que inspiro, y el de V. a la Cabeza de ellos, son ya, desde hace años mi único premio y estimu- lo: nada más pedí a la tierra, y nada más me ha dado. Una que otra muestra de espléndida simpatía que me llega de tiempo en tiempo de tierras lejanas, y la triste contemplación de mi fortaleza, son los Únicos gozos que para mí hay hoy en la vida. Ni en las pasiones he podido tenerlos nunca, porque aun en aquellas mías que pudieran haber parecido desordenadas, no he visto yo más que un deber justo y seco. El recuerdo de mi padre viejo,el amor de mis amigos, y el amor de los niños es lo único que hoy conmueve mi alma aterrada:- fuera de ese cariño a todo lo que padece, que ya Vd. sabe que en mí es vicio: pero, créamelo, el hielo me llega ya a la mano.-¡ Qué me importa a mí, para quererlo yo a Vd., que me logre o no esto en que tanto me va, y tanto me empeño? Mi don Manuel está sentado en mi corazón “a la diestra de Dios Todopoderoso” y no habrá nada que le saque de s u asiento: pero si pudiera obtenerme lo que quiero ¡qué inmenso bien me ha- ría!- y veo que allá me recuerda y me quiere mucha gente: jcon qué gozo no me pondría yo a la faena, en mis trabajos para Méxi. co!- y, fuera de toda necesidad mía personal, ¡qué falta hace allá, de mí y de todos, un estudio constante de todas las cosas, vías y tendencias de este pueblo, capaz, a pesar de su fuerza, de ser evi- tado, como se evita una estocada mortal, por la habilidad que no posee! Ni siquiera he cuidado yo, en mi desdén por todo lo mío, de hacer llegar a manos de V. todo lo que llevo escrito, que es mucho v en muchas partes, a propósito de México: con la mente puesta e n México y en mi país escribí un estudio sobre Grant de que no del Sur mucha creo haberle hablado, y que ha tenido en la América íortuna: allí saco del revés esa especie de caracteres de fuerza, para que se les vea, sin exageración ni mala voluntad, todo lo feo y rugoso del interior de la vaina, que tanto hambriento y desvergonza. do rebruñen por de fuera a lamidos!- Un personaje de aquí, me dijo, después de leer este ensayo: “¿ Dónde conoció V. al hombre. que parece que lo ha retratado V. por dentro?”- jLo conocí en los hombres!- Los espíritus humanos se dividen en familias, como los animales.- En esas páginas-¿ no le he hablado antes de ellas?- va mucho de mis dolores patrióticos, iprimer peldaño que bajé del cielo! Ya Vd., al verle a esta carta los tamaños, la habrá puesto de lado, para leerla en el primer domingo: ¡quién me diera uno solo, de aquellos que empezaban en la puerta de La Revista, ’ y acababan en una taza de café de Uruapan!: de modo que, como es domingo, no me da pena seguir hablándole de mis cosas. Ya le hablé de las de ahora. Ya le dije también eii mi carta anterior algo de las veni- deras.- Por la carta y por Pablo Macedo sabrá que, a lo modesto y principiante, tengo el pensamiento de hacerme editor de libros baratos y Útiles, de educación y materias que la ayuden, cuyos l i - bros pueden hacerse aquí en armonía con la naturaleza y necesida- des de nuestros pueblos, y economía de quien trabaja en lo propio. y venderse, en México principalmente, con un margen de escasísimo provecho. Pero lo que V. no sabe es que esta no es en mí idea nueva, sino en cuanto a la posibilidad de su inmediata realiza- ción;- que a este fin, como si ya yo no tuviera otro natural, me vengo preparando con un estudio cuidadoso de los menores deta- lles, desde hace muchos años;- que, aparte de toda situación mía actual, me siento capaz de levantar en este hermoso ramo una em- presa benéfica y productiva;- que contra mi costumbre, desde qll’ Macedo me habló- de esto como realizable, al decirle yo cómo te nía estudiado el asunto, no pienso en otra cosa, y la doy por he- cha;- que tan convencido estoy del bien que podría hacer, y el giro iitil que podría dar al caudal puesto en ello, que en esto sí me pro- pongo ser porfiado e incansable. y no parar hasta tenerlo conse- guido.- Ir tirando será lo primero, con ahorros de judío,- de lo poquito que haya para comenzar. Ya yo s(. los libros vivos qiic nuestras tierras necesitan, y piden, y no tienen, ni hay aún quien les dé: y los iré publicando de manera que, desde el principio. Méxi- co los vaya obteniendo al precio estrictamente necesario para cubrir los gastos. Los provechos vendrán de la venta en los demás países. A1 fin, estos libros útiles, con ediciones sucesivas. vendrán a redil cirse a un precio tal. que no habrá quien no pueda hacerse de‘ ellos. La competencia no es de temer- primero, porqiic estos libros ser511 muy distintos de cuantos en esa línea van publicadol;.~-- libros h i i - I o ./ osC .Mar!! iiiaiios y palpitantes,--- no mrros textos. sino explicaciones de la \'ida siis elementos, y preparaciones para Iiichar con ella- la esencia i' tlor de !odo lo moderno:- despiiés, porqiie como esta empresá :do sera el lucro modcrado y honesto, siempre podrá abaratar prodiictos mucho más que los qiie no sc confotman sino con gran- des provechos-- Eso sí qiie me resucitará y me sacará de la ver. g h z a cn que ando. Esa idea me satisface y r e g w i j a , y no entra cn este contento ni por iin apice mi necesidad actual de asegu. rarrne u n quehacer menos mortal y angustioso que el qirc. con esca- sos intervalos. he tenido hasia ahora. Pero ni aún viniendo a pensar en esto, puede dejar de Serme la idea gratísima. Para eso estoy hecho, ya que la acción en campos más vastos no me es dada. Para eso estoy preparado. En eso tengo fuerza. originalidad y práctica. Ese es mi camino. Tengo fe p gozo en eso.- Todo me ata a New York, por lo menos durante algririos años de mi vida: todo me ata a esta copa de veneno:- Vd. no lo sabe bien, porque no ha batallado aquí como yo. he batallado; pcro fa verdad es que todos los días, al llegar la tarde, me siento como comido en lo interior de un tósigo que me ecba a andar, me pone el alma en vuelcos, y me invita a salir de ni. Todo yo estallo. Dc adentro rrk viene t! ri fuego que me quema, como un iuego de fie- bre. i b i d o y sezo. Es la muerte a retazos. Sólo ]os días en que no bajo a negocios. o veo a poca gente, o arido mucho a l aire ahora que hay primavera, padezco menos de este! horror de espíritu: iqilé riendas he necesitado tener para sujetar la mente a freI30! ¡el día que yo escriba este poema!- Bueno, pues; todo me ata a New York: las consecuencias de los errores políticos de nuestro país;- la cercanía a esa tierra mía que no sabe de mi, y por la que muero;- la repug- nancia a salir a correr nuevas aventuras, con la casa a l hombro, qiie no adniitc esperas;- la repugnancia, a ú n mayor. a vivir en países adonde no llevamos arte práctica ni un derecho mecánico a la vida, sino una pequeña inteiigencia más, que en esos paises sobra, y sólo da de comer cuando se pone en alquiler o en venta para usos de gobiernos, que a un extranjero están vedados:- todo. más las consecuencias naturales de cinco años de vida en un lugar cén- trico, me ata por ahora a New York.- A otras tierras, ya sabe v. por qué no pienso en ir. Mercado literario, a ú n no hay e n ellas, ni tiene por qué haberío. En el mercado político, yo no nie he de poner. En el mercado judicial, los abogados buenos sobran, Ya sé yo que dc piiro servicial y humilde, un pan siempre habría de conseguir. Pero mis instrumentos de trabajo, que son mi lengua y mi pluma, O habían de quedarse en el mismo silencio y encogimiento en que es- tán aquí, o habrían de usarse en pro o en contra de asuntos locales en que no tengo derecho ni voluntad de entrar, y en los que, sir1 embargo, como 'a me sucedió en Guatemala y en Venezuela, n i e! silencio me es permitido, porque se juzga, cuando ya se tiene cierto rionibre y respeto: que es censura a l gobierno el silencio decoroso. Y hactz los mismos fervientes cariños de mi alma hacia esos paises I I OBRAS ESCOGIDAS T I I i, lleiiros tengo que contener, porque no son usuales por desdicha, iii aún en SUS mismos hijos, y parece lisonja de medrador, o alaban- za de necesitado, 10 que es en mí vastísirno sentimiento continental. %,. rosa de ternura: ,vaya V. a hacer entender y respetar entre los iiombres estas extravagancias! Ya mi alma lastimada no tiene. bas- :ailte iuerza para soportar muchos golpes de estos. Morir de esta tierra. es jiisto-puesto que no la quiero; pero morir de las mias, me seria penoso. A otras tierras, no puedo, pues, pensar en ir.- A l a rnia, tamijoco: no porque sea yo un revolucionario empederaido \. caprichoso, que sólo consienta eii volver a su pueblo por los ca- ;niilos que a su terquedad o soberbia se le antojan, sino Gorque los :nales píiblicos, que en otros pueblos que no sean los míos, no tengo I I T l derecho directo a mejorar, en mi tierra me pesan como propios, para mí un deber de remediarlos: allí toda bofetada me sona- ria eri )a cara: allí toda iildignidad me tendría siempre en pie para (jenurlciarl2 0 conteneria: yo, mísero de mí, no SOY dueño de mi vida. ni 1) uedo hacer, desde qtie contraje por mi voluntad, deberes priva(los, todo 10 que mi deber público IHC manda, sino aquella parte dc este qiiit no haga imposible cl curnplimientc, de aquellos, conlo lo !laría sin diida en la campaña formidable que yo emprendería en mi tierra. Nada más, p e s , que el respeto a mi familia meeobiiga 3 i ~n a ausencia que Locio~ ellos creen que prolongo en dario suyo. Ahora. pensar que yo vuelva a mi tierra a acumular doblones, y en- tre ianios que luchan bravamente, deje de luchar, con m á s bríos y empuje que todos ellos, y menos amor de mí, es pensar que puede beberse el sol en una l a z a de café. Eso no podría ser. Prefiero, pues, morir acá en silencio. 'i a c l tquC puedo yo hacer? De prisa lo he de decir, porque esta carta pasa ya de atreviniiento.. Si de ir muriendo se t r a t a , ya se sabe, intentaré volver a mis quehaceres de dependiente de comercio, donde todo es ultraje, todo zozobra, todo angustia d e noria, sin más quc un pan ai día, 110 sielnpre entero. Si de salvarnie se t r a t a , nada inás puedo hacer que esa tarea qijcrida a que mis trabajos de mu- chos años, mi pequefio riornbre ya bastante extendido, mis modestas pretensiones, la opinión de cuantos me conocen, mi deseo constante y ardiente, y el éxito de cuanto llevo hecho en ese ramo me prepa- ran. Nada m5s puedo hacer si he de salvarme, coi? esta naturaleza inía en que las corrientes del espiritii dan con tanta furia, que esa especie de nobles labofes donde a un tiempo puedo satisfacer mi ansia de hacer bien, rnelorar con esa alegría mi salud r o t a , y a m a - sar i i i i pan para mañana. Ya es mrís de medianoche, y llevo una hora y media de escribirle. h \~ siento consolado. De 11adje esperé nunca nada: y si, a oculta5 de mí mismo, esperé algo de alguien, eso es precisamente lo qiie 110 i! e tenido. Pero de \. Iie tenido sieinpre, at: n en carjfio, m5s de 10 aiie he esuera< io. Tengo en v. una fe que ya en muchas cosas y , hombres he Perdido. Ve< pues, como me le doy sin reserva, y res- poncb, a1 fin, en parte a lo que desde hace anos me viene prcgun- 12 Jo> e .ilurri tando. sobre lo interior de mi mismo. Todo lo que falta se lo diré en cuanto lo vea, que es mucho, y mortal: pero yo recojo del suelo mis propios pedazos. y los junto y ando con ellos como si estuviera vivo. ¿Se enoja conmigo porque le he molestado tanto? A mí no me enojaría tenerle a mi lado hora sobre hora, y oírle vaciar s u juicio hermoso y su corazón honesto. Corazón, ahí le va. Juicio,- sólo tengo cl mío,- que ninguna contrariedad ni desdicha ha logrado aún torcer ni envenenar; pero no es tan hermoso y sereno como el suyo.- Déjeme, pues, callar, contento de haber depuesto ante V. la arrogancia con que oculto mis desfallecimientos hasta de mí mismo. Soy- no se me ría- como un rey salvaje. Déjeme callar, y en cuan- to esté en su mano, póngame remedio: todo el que haya, sí por Dios; ;pero si no hay otro, con su cariño basta!- Junte en un abrazo a sus pequeñuelos, y bese la mano a Lola. S u hermano JOSE MARTI Abril 22. (f886l Olvidaba que V. no tiene mi dirección. Es esta: P. O. B. 1283. 0. c., t. 20, p. 87- 92. Cotejada con el manuscrito original. GRANDES MOTINES DE OBREROS ALZAMIENTO UNANIME EN FAVOR DE OCHO HORAS DE TRABAJO.- LOS ANARQUISTAS ARMADOS.- GRAN MITIN EN NUEVA Y0RK.- LOS POLI. MIENTO OBRERO.- EL OBISPO DE LA IGLESIA METODISTA CONMUEVE AL PAIS CON UNA PLEGARIA POR LA REORGANIZACION SOCIAL.- FA- BRICAS DE BOMBAS.- LIBROS DE CRIMEN.- LOS OBREROS DE ALEMA- NIA Y LOS ESTADOS UNIDOS.- LO QUE TRAEN DE EUROPA LOS OBRE- ROS ALEMANES.- MOST, SCHWAB, SP1ES.- ESCENAS DE LOS MOTINES ClAS Y LOS ANARQU1STAS.- ESPIRITU Y TRASCENDENCIA DEL LANZA- DE CHICAG0.HUELGUISTAS ENVENENADOS.- EXPLOSION DE UNA BOMBA DE DINAMITA Nueva York, mayo 16 de 188G Señor Director de La NuciÓtz. Jefferson Davis, roido por el dolor de su vencimiento, acaba de pasear en triunfo, a la sombra de sus banderas y por calles alfom- bradas de flores, las ciudades del Sur que fueron hace un cuarto dc siglo fortalezas de la gigantesca rebelión que lo eligió por presr- dente. Desde aquellos magnos años hasta hoy, no ha habido en los Estados Unidos acontecimientos más graves que los que han manchado de sangre las flores de estos mayos. Lo que se esperaba ha sido. El problenia del trabajo se ha erguido de súbito, y Iia eriseiíado sus terribles entrañas. Se ha visto que, aunque de un modo todavía confuso, y con di- versos métodos, estan unidor en una misma tendencia y determina- ci0n los trabajadores norteamcricanos. E s inútil ahorrar mineros; son 17000 000. So pretexto de reclamar la reducción de las horas actlialcs de trabajo a d i ", ha culminado en batallas campales en las plazas, y cii una especie de intentona y alistamiento generale-. el malestar que empezó con las huelgas de los ferrucarriles y tritnr- ynys, no bien tendió a secar al sol de abril su mano lúgubre el l n v i e r n ~; iparece a veces que hay cieila fuerza moral en los rayos tlrl sol! Se ha visto que, en consecuencia de labores constantes, y sin necesidad de ninguna voz ni dirección fija, todas las ciudades obre- ras se levantaron en los mismos dias con una petición unánime, y este primer estallido de una fuerza que es acaso demasiado vasta y heterogenea, para que pueda echar toda por igual camino, ha reve- lado, como a la luz de un rayo, el tamaño de la casta triste y enor- me que se viene encima, y la negrura de las minas hondas donde las criaturas de destrucción, que se acumulan siempre en las ho- ras de tormenta, socavan con una cordura de locos, los descansos de la fábrica desequilibrada, fábrica de mármol sobre todo, en que ocupados en la busca de oro viven hoy los hombres. En Nueva York, hubo procesiones, plazas repletas, casas henchi- das de policías armados alrededor de las plazas, discursos más encendidos que las antorchas que iluminaban a los oradores, y más negros que su humo: Union Square, que tiene cuatro cuadras de cada lado, era una sola cabeza la noche de la petición de las ocho horas: como un cinto, ceñía la gran plaza, oculta para no excitar los animos, una fuerza de policía, pronta a la carga: <cómo no, si se sabe que en Nueva York los anarquistas leen como la Biblia, y compran como el pan un texto de fabricar bombas de lata, bom- bas cómodas, “graciosas y pequeñas como una pera”, bombas de dinamita “que caben en la mano”?; icómo no, si a la luz del día, porque no hay ley aquí que prohiba llevar un rifle en la mano, entran los anarquistas en los lugares donde aprenden el ejercicío de las armas Ias “compañías de rifleros trabajadores” y no se oye, en las horas libres y en todo el domingo, más que la marcha de pies que se clavan, la marcha terca, continua, firme, una marcha de que nadie se cansa ni protesta, una marcha de gente que se ha puesto en pie decidida a llegar?: <cómo no, si todo el este de 12 ciudad está sembrado de logias de socialistas alemanes, que van a beber su cerveza, y a juntar sus iras acompañadas de sus mujeres pro- pias y sus hijos, que llevan en sus caras terrosas y en sus manos flacas las marcas del afán y la hora de odio en que han sido engendrados? Pero entre los que azuzan desde las tribunas a los trabajadores la noche de la reunión, no hay sólo alemanes, no, sino patriarcas americanos; hombres de buena fe y habla profética, ancianos enca- necidos en la creencia y propaganda de una época más justa, apóstoles a lo John Brown, aquel loco hecho de estrellas. En otros lugares, lo traído de Europa, violento y criminal, pre- domina en el movimiento obrero, y lo mancha y afea: pero en Nueva York, como dondeq. uiera que hay trabajadores, aunque los medios brutales repugnen a la gente de hábitos republicanos, se nota que el alzamiento viene de lo hondo de la conciencia nacional, y que la pasión y la voluntad de vencer están ya, para no dejar de estar, en el trabajador americano. En la plaza de la Unión hay grandes árboles, y de encima de todos ellos, CODO un cesto de lunas llenas suspendido en los aires, OBRAS ESCOGIDAS l’ II 13 ;e vierte por entre las hojas, dibujando en la tierra fantásticos bor- dados, una atrevida claridad de múndo nuevo. Apiñados en ella, removiéndose, cuchicheando, ondeando, oleando, parecía aquella mu- chedumbre de gente ciclópea, la gran taza encendida donde se transforma, en una noche luminosa, el universo. Acá se acaba de ver, en el alzamiento general, en los arsenales anarquistas, sorprendidos, en el desafío y locura de su prensa, en los motines v combates de Chicago, a la luz de los rifles y al esta- llido de las bombas, se acaba de ver que es colosal y viable el feto. -< Qué quieren? Un dia es más salario; otro día es más respeto; otro dia, como ahora, quieren que las horas de trabajo no sean más que ocho, no tanto para que pueda entrar alguna luz por el alma en las horas de reposo, como para que se vean obligados los fabrican- tes a emplear a los obreros que hoy no tienen faena; pero todas estas demandas son formas- y peldaños: ha llegado ya a condensarse en acción la plenitud de amargura y encono en que su vida infeliz y desesperada tiene a la pobre gente de trabajo: ya han llegado los or- ganizadores, los administradores, los filósofos y vulgarizadores, el ejército, en fin, que realiza las grandes reformas; unos empujan, otros maldicen, otros contienen, otros sujetan la acción, mientras encuentran el remedio: pero ya todos obran. iQuiénes podrán más, los obreros moderados que con la mira puesta en una reorganización social absoluta se proponen ir hacia ella elaborando por medio de su voto unido las leyes que les per- mitan realizarlo sin violencia, o los que con la pujanza de la ira acumulada siglo sobre siglo, en las tierras despóticas de Europa, se han venido de allá con un taller de odio en cada pecho y quieren llegar a la reorganización social por el crimen, por el incendio, por el robo, por el fraude, por el asesinato. por “el desdén de toda mo- ralidad, ley y orden”? Ese es, en este instante, el problema trabajador, tal como queda deslindado, después de estos sucesos, en los Estados Unidos. <Las prácticas de la libertad habrán enseñado a los hombres a mejorar sus destinos sin violencia? Parece que sí: parece que el ejercicio de sí mismos, ac donde es perfecto, ha enseñado a los hombres la manera de rehacer el mundo, sin amenazarlo con su sangre. Dos cosas hay que son gloriosas: el sol en el cielo, y la libertad en la tierra. La verdad es que, por todo lo que se ve, esos motines de Chicago, esos voceos de socialistas, esos ejercicios en patios y túneles, esas odiosas violencias, son como salpicaduras de su fango ensangrentado, que con la rabia de los que mueren, echa sobre América triun- fante, como una reina desdentada, la Europa iracunda. Acá se ve que la opinión en masa, la prensa misma de los capitalistas, ique más, la Iglesia misma, la Iglesia Protestante!, acepta la revisión del sistema social de ahora. y va pensando en la manera de ir ponien- OBh25 ESCOGIDAS. T II 17 do un poco de mármol que sobra en unas calles. en el lodo que sobra en otras. El obispo de la iglesia metodista, una Iglesia robusta y prote- gida por gente de caudales, envía a los templos de su credo una pastora1 que causa en el país una emoción profunda: “Basta- dice: este edificio donde vivimos es un edificio de injusticia: esto no es lo que enseñó Jesús, ni lo que debemos hacer los hombres: nuestra civilización es injusta: nuestro sistema de salarios, asilos y hospita- les ha sido sometido a prueba y ha fracasado. “Repugna al orden de la razón que unos tengan demasiado \ otros no tengan lo indispensable. Lo que está hecho así debe de;- hacerse, porque no está bien hecho, Salgamos amistosamente al en- cuentro de la justicia, si no queremos que la justicia se desplome sobre nosotros. “Por Cristo, y por la razón, esta fábrica injusta ha de cambiarse. “; Rico, tú tienes mucha tierra! iPobre, tú debes tener tu parte de tierra!” Esas palabras, que condensan las de la pastoral han sacudido la atencicin, porque no vienen de filántropos desacreditados ni de gente de odas y de libros, sino de un gran sacerdote, de mu& o seso y pensamiento, que tiene una iglesia de granito con ventanas de suaves colores, y ha pasado una vida majestuosa en el trato y cariño de los ricos. ;Bendita sea la mano que sg baja a los pobres! Pero esa bondad sacerdotal, que acá no ha sido oída ni con asom- bro 17i con escarnio, ese sorprendente acercamiento del representan- ie de una iglesia al reformador más sano e ingenuo que estudia hov cl problema del trabajo, a Henry George, no alcanza a excusar sino que condena, corno condena George mismo, a los que afean la’mar- cha victoriosa del espíritu humano con violencias y crímenes irme. ccsarios en un país donde hora a hora, desde todas las tribunas, pue- den decir los hombres lo que quieren, y juntarse para hacerlo. (Que no puede la mayoría trabajadora convencer a la minoría acaudalada de la necesidad de un cambio? Pues no tiene la capaci- dad de gobernar con justicia, y no debe gobernar el que no tiene la capacidad de convencer El gobierno de los hombres es la misión más alta del ser huma- no* Y sólo debe fiarse a quien ame a los hombres y entienda su naturaleza. No: en eso ha estado la nación unánime Se ha concedido el derecho a errar de fas agrupaciones de obreros que comienzan des- eI Sistema de d’ de sU ignorancia y dolor, a organizarse: se em’pieza a concede; que tris debe r *stribución equitativa de los productos de la indus- ralmente la necesidad eemplazar al sistema de salarios: se reconoce casi gene- impidan, como las d d todos “” e’ementos1 e reconstituir la nación sobre bases que no e ahora, el desarrollo armonioso y mejorante de se confiesa que no es por cierto irrevocable 1,” sistema social que, a pesar del pleno ejercicio de la libertad huma- na, lleva al odio, al desequilibrio creciente, y a la guerra entre los habitantes de un país libre, generoso y rico: se presiente sin miedo, y casi se saluda con cariño, la llegada de la era del trabajador; pero opinión, gobierno, prensa, clero iqué! el trabajo mismo, se le- vantan contra las turbas de fanáticos que, en vez de emplear SU fuerza en rehacer las leyes, fortalecen y justifican las leyes actuales con el espanto que inspiran sus crímenes. Lo mismo artesanos que banqueros; lo mismo el gran maestre de los Caballeros del Trabajo que los capitalistas del club famoso de New York Union League; lo mismo los gremios aislados de obre- ros americanos que los diarios de los magnates de las bolsas, aban- donan a la ira pública y a la ley a los que con su odio insensato a fas instituciones que merecen, puesto que no las saben vencer en paz en un país libre, retardan la reforma de la constitución indus- trial que entraña la del hombre mismo, por la alarma justa de la opinión pública sin la que es imposible la victoria. Ni la policía, ni los jueces, ni el gran jurado, que es la opinión general, perdona a los que han ensangrentado a Chicago, ni a los que los imitan. Los caudillos anarquistas están presos: a uno, a Most, lo halaron por los pies de debajo de una cama. Las imprentas se niegan a poner en sus prensas los diarios anar- quistas. Acá, donde hay flores para los asesinos condenados a mo- rir, no ha habido una muestra de simpatía para 10s anarquistas presos. Los oradores y escritores que convocaron a las armas a la muchedumbre. en Chicago. v presidieron a su crimen, serán probablemente acusad& de homi; idiÓ a’nte el jurado. La policía ha recogido en mucho antro, en casas arrinconadas. en cuartos oscuros, que hacían de hospitales de sangre, en trinche- ras y cuevas subterráneas, vagones enteros llenos de fusiles, cajo- nes de cápsulas, depósitos de dinamita y glicerina, moldes de bom- bas, bombas “graciosas y pequeñas como una pera”, cerros de periódicos y circulares que llaman a crimen, libros anarquistas empas- tados en cuero rojo, pruebas de una red vasta de iábricas de dma- mita y logias organizadas que la consumen, documentos que demuestran que una de sus prácticas es la de incendiar sus casar aseguradas para cobrar en provecho del tesoro anarquista el pre- cio del seguro: mucha sustancia extraña se ha encontrado, que CS- talla al sol y al choque, mucho texto donde se enseña, por diez centavos, el modo de incendiar y de matar. iAl más noble de espíritu, da arrebatos de ira esta perversión de la naturaleza humana! Ha habido en todo eI pais, aún en la gente de alma apostólica, una conmoción semejante, a la que produce en una calle pacifica la aparición de un perro atacado de hidrofobia. OBRAS ESCOGIDAS. T Ii 19 i8 Josi .Mur~ i - Esos hombres no son los verdaderos trabajadores americanos. que se coaligan, que cometen errores, que ejercen presión injusta sobre las empresas que se niegan a reconocerlos como agremiados, que en las horas de furia, tias son allí donde el frio azota m; is y 511s angusmayores, vuelcan carros, incendian corrales, rompen las entrañas a las máquinas, pero no se reúnen, en cuevas v agujeros. a estudiar la manera más módica y sencilla de destruir -aI hombre, por c! delito de haber creado. Solo los que desesperan de llegar a las cumbres, quieren echar las cumbres abajo. Las alturas son buenas, y el hombre tiene de divino lo que tiene de capaz para llegar a ellas; pero son propie- dad del hombre las alturas, y debe estar abierto a todos su camino. Ese odio a todo lo encumbrado, cuando no es la locura del do- lor, es la rabia de las bestias. Comete un delito, y tiene el alma ruin, el que ve en paz, y sin que el alma se le deshaga en piedad, la vida dolorosa del pobre obrero moderno, de la pobre obrera, en estas tierras frías: es debe1 del Iíombre levantar al hombre: se es culpable de toda abyección que no se ayuda a remediar: sólo son indignos de lástima los que siem- bran a traición? incendio y muerte por odio a la prosperidad ajena. En Aiemanla, bien se comprende, la ira secular, privada de val- vulas, estalla. Allá no tiene el trabajador el voto franco, la prensa libre! la mano en el pavés, no elige el trabajador, como elige acá al drputado, al senador, al juez, al Presidente: allá no tiene leye; por donde ir, y salta sobre las que le cierran el camino: allí la vio- lencia es justa, porque no se permite la justicia. Las reiaciones serán sid0 sumas. tremendas, allí donde las presiones han Las justicias se van condensando de padres a hijos, y llegan a ser en las generaciones fínales cal de los huesos, y vicio de la mente: llegan a erguirse dentro del alma como II~ fantasma que PO duerme. Estos burdos obreros de Alemania, aguzados por espíritus de odio, 0 por aque! los de SU casta en quienes el dolor culmina en pa- labra o en acclon, vengan siglos, en su oscuro entender, cuando echa0 una bomba encendida sobre los guardianes de la ley, símbolo para ellos en SU tierra de la hiel en qi: e viven. iDe ahí la compa- sión de todo espíritu justo por los extravíos de esos tristes oue vienen a Ia vida con las manos inquietas y el juicio caldeado< iPero en ninguna alma honrada llega la justicia a precipitarse en crimen! frnporta mucho a !OS pueblos que se acrecen con Ia inmigración de Eurqpa ver en que ayuda y en qué daiia la gente que inmigra, y de que países va buena, y de cuál va mala. LOS Estados Unidos, que están hechos de inmigrantes. buscan ya activamen- te el modo, de poner coto a la inmigración excesiva o per- niciosa: vlcndo de donde viene el mal a los Estados Unidos, pueden librarse de él 10: paises que aún no han sido llevados por su generosidad o SU ansia desmedida de crecimiento, al peligro de inyectar- se en las venas toda esa sangre envenenada. Se sabe de cierto. Es de alemanes, de polacos, de suecos, de no- ruegos, la gran masa en que han prendido esas prédicas de incen- dios y matanzas. La ciudad de Milwaukee, es un ejemplo, y allí por poco, a no haber habido un gobernador enérgico, no queda de la Ciudad más que pavesas: en . Milwaukee, de cincuenta mil trabajado- r ~1 s -, apenas diez mil hablan inglés: polacos .y alemanes son en su gran mayoria. En Chicago todos eran alemanes; un americano ha- bis, ano entre diez mil, un Parsons: ten <tuE país, no cris fieras el odio? Ese es aquí el elemento temible del problema obrero: esa Alemania y Polonia, esa Noruega y Suecia, toda esa espuma europea. se ha derramado por el país entero, y no se sabe si los trabajadores del país serán más poderosos que ella. Esos alemanes, esos polacos, esos hilngaros, cria. dos en miseria v en la sed de sacudirla, sin más cielo sobre las cabezas que el iacBn de una bota de nlontar, no traían, al venir a esta tierra, en los bolsillos de sus gabanes blancos, en sus cachuchas, en sus pipas, en sus botas de cuero y sus dolmanes viejos, aquella costumbre y fe en la libertad aquel augusto sefiorío, aquella confianza de legislador que pervade y fortalece al ciudadano de las repúblicas: traíall.: odio del siervo, el apetito de la fortuna ajena, la furia de rebellon que se desata periódicamente en los pueblos oprimidos, el ansia de- sordenada de ejercitar de una vez la autoridad de hombres, que les comía el esj) iritu, buscando salida. en su tierra de gobierno despó- tico. Lo que allí se engendró, aqui esta procreando. iPor eso purtle ser que no madure aquí el fruto, porque no es de la tierra! Esos trabajadores, en su mayor parle alemanes, se trajeron esa terquedad rubia, esa cabeza cuadrada, esa barba hirsuta y revuelta que no orea el aire y en que las ideas se empastan. Se trajeron a sus anarquistas, que no quieren ley, ni saben qué quieren, ni hacen más que propalar el incendio y muerte de cuanto vive y est; î en pie, con UT: desorden de medios y una confusión tal de íin+ es qu(* les priva de aquella consideración y respeto que son de justicia p. ara toda especie de doctrinas de buena fe encaminadas al mejor servIcIo del hombre. Se trajeron estos alemanes a Most: a Schwab, a Spies,-- Spies, parecido a Guíteau. un hombre chupado, un hombre mal hecho, en quien la masa no fue dispuesta a punto para que por entre tas fieras naturales salieran con toda luz de la razón el hombre verdadero;-- Most, con una lengua grandaza como SM barba, gordo, iofo, mirada de sargento, enamorado, orador que en ‘días pasados habii> en Nueva York a su auditorio con un rifle en la mano. incitando a voces a sus oyentes a que hicieran como él, y íueran a sacar de sus guaridas a todos los capitalistas, v a volar sus casas ‘: riquezas con las bombas que él enseiia en sus- libros a hacer y llla- nejar;---- Schwab, persona torva y enfermiza, pelo y barba al descul- do, ojos temibles bajo anteojos grandes, huesoso y ávido. Pero estos hombres tienen tras de si miles de adeptos: y cuan. do Spies. que ha sido amo de tienda, sube a hablar e: l un va&& sacudiendo en la mano un gajo de ios Arbeiter Zeitung, de] Diario tie los obreros que publica, doce mi] hombres se echan por donde él va, sacan estandartes y fusiles de donde los tienen escondidos, se ponen como flor de sangre en la solapa una cinta roja, asaltan tien- das, despedazan cervecerias enemigas, empeñan batallas mortales con los policías en cuerpo, y echan sobre sus líneas una bomba de dinamita que, al estallar con infernal estruendo, deja en tierra ten- didos a sesenta hombres. Quieren que el trabajo se reduzca a ocho horas diarias, y es su derecho quererlo, y es justo; pero no es su derecho impedir que los que se ofrecen a trabajar en su lugar, tra- bajen. No es su derecho apedrear a los fabricantes que cierran sus talleres, porque no pueden continuar produciendo con esta época de precios bajos, en condiciones que requerirían más gastos de pro. ducción. No es un derecho perseguir con ese odio bestial de las mu. chedumbres a los infelices que se prestaron un día a ocupar los lu- gares de algunos huelguistas: iinfelices! los llevaban por las calles, de vuelta a sus casas, dos cordones de policía: iban lívidos, y como enseñaban desde las ventanas sus puños cerrados, y les echaban encima agua hírviendo; iban como quien se siente acabar: corría un viento de muerte que les hacía temblar las rodillas: se escon- dieron en sus casas como insectos que se entran en sus agujeros. Los amotinados no eran ya doce mi], sino veinte mil. Cuãrenta mil son los trabajadores en huelga en Chicago. En Milwaukee, la ciudad de la cerveza; en Cincinnati, el palacio del cerdo, también a miles están amotinados los polacos y los ale- manes. Pero en Milwaukee el gobernador les puso freno, espanto a un alcalde polaco que fungía de bravo, y envió a la cárcel a prepararse para la penitenciaría, a unos cien cabecillas, expertos en manejar bombas y encender cabezas. En Cincinnati el corregidor no se mostró de paz, y anuncia que el que prive a otro hombre en su ciudad del menor de sus derechos de persona libre, se verá, por la ley o por la fuerza, privado de los suyos; se puso en pic, y ordenó a la milicia que tuviese dispues. tos los cartuchos. Sólo en Chicago, donde Spies y Schwab escriben, donde incitan en las plazas públicas los oradores al incendio y a las armas, donde los anarquistas hacen ejercicios diarios de armas en sus patios y túneles, donde unz mulata marcha a la cabeza de las procesiones ondeando con gestos de poseída una bandera roja, donde al sol y a la luz eléctrica flotan día y noche de las ventanas de Spíes dos pabellones anarquistas, mientras que en libros y talleres ocultos aprenden sus adeptos a manejar sustancias siniestras y fabricar bombas. Sólo en Chicago, que es desde hace nueve días un campo de batalla, se cmpeña en cada hora, entre la policía mermada y la muchedumbre frenética, una contienda de muerte, en que los caño- OBRAS ESCOGIDAS. T II 21 nes de los revólveres se disparan boca a boca, en que las mujeres avudan desde las ventanas a sus maridos que pelean lanzando la- dri]] os, bancos, piedras, botellas, en que doce policías heroicos ha- cen frente, sin más cota de malla que sus blusas azules .de botones dorados, a veinte mil trabajadores amotinados que les disparan faz a faz, desde las ventanas y vagones, desde sus emboscadas, que se les echan encima y les rodean, que entran en medio de su fuego cer- tero, que al ver llegar en sus carros de patrulla, las cuadrillas de refuerzo, ihuyen espantados por las calles cercanas los vemte mil ante los doce! Se llevan en vagones a sus heridos. Un policia queda en la ace- ra muerto. iOtra refriega y a pocos pasos! Un policía muere sobre un huelguista: el huelguista le ha vaciado el revolver en el pecho: el policía, con el pecho traspasado con su enemigo por tierra, le dispara en la cabeza dos tiros de revólver. Una ambulancia llega. Está llena de pólvora la calle. Tiéndese en la ambulancia uno al lado de] otro, a los dos desventurados. En e] camino, chaqueta junto a blusa azul, expiran. En cada esquina, un encuentro; en cada plaza, reunión, discur- sos, acometimientos, balas. A]] a van desalados bajo UII fuego continuo de revolver, los va. ganes de patrulla, cargados de policías. Detienen a uno; los que. van en e] interior se apilan; con las cabezas bajas, para evrtar IOS tiros: el que va en el estribo, roto un hombro, se ase con una mano de Ia baranda de! vagón, y con la otra, hasta que cae en brazos de sus compañeros, ya en pie, y pistola al aire, dispara sobre los huelgutstas que le atacan. Rompe a correr el carro, parece que el caballo entra en la pelea y que el carro es su ala: los huelguistas se abaten al verlo venir, ebrio ya el carro todo: las casas se los tragan. Allá lejos, <quién muere. 3 Es un huelguista envenenado: otros más han llevado a casas vecinas. Se en? raron a una botica a CUYO dueño acusan de haber llamado a la policía por el teléfono. Tiem- blan arriba en un rincón el bo! icario y su mujer. La turba rom- pió a pedradas, las ventanas, inundó la tienda: deshizo los mostra- dores; quebró y majó los pomos, se echó sobre las ropas los perfu- mes: se bebió cuanto le supo a vino. Los que mueren de] tósigo quedan detrás: hombres y mujeres. agitando al aire los par?,: elos rojos, arrebatando consigo a cuanto? ha!] an, poniendo en fuga un policía que les sale al paso, caen sobre una cerveceria, que han jurado devastar porque el dueño dio un sombrero a un policía maltratado por la turba. En las gorras y en el hueco de las manos se beben ]a cert- eza. Con hachas y a pedra- das han abierto los barriles. l- lasta secarlos tienen en ellos las bo- cas. Caminan sobre la espuma. Ríen. Despedazan con sus mano- s las alacenas y anaqueles. Todo es astilla en un minuto. Los polr- cfas llegan, y como no se les hace fuego esta vez, sólo usan de su porra, una porra que tunde. Los huelguistas huyen, pero los policias 22 !Ub, L; MlIffi venian de otro encuentro, muchos de ellos manchados de su sangre. “; En fila, hombres!” les dijo su capitán, al arremeter contra la cervecería. Después de vencer, tres vinieron al suelo. iY en la noche de la bomba mortal, ni uno sólo se hizo atrás ni huyó la muerte! La explosión los ensordeció; pero no los movió: <Qué sabían ellos si les arrojarían más de aquellas máquinas terri- bles? ;No vieron venirse a tierra, como si el suelo hubiese cedido bajo sus plantas, todo el centro de su línea? <No oían quejidos des- garradores? “iEn fila, hombres!” Unos asisten a los que han caído. Los demás, con las pistolas a la altura del pecho, avanzan descerrajándolas. Un fuego cerra- do les responde. Guardan los revólveres vacíos, y avanzan des- cerrajando los llenos. La multitud se desbanda aterrada. Sobre el suelo livido, y aclarado por la luz eléctrica que fosforea en el silen- cio mortal, se arrastran los policías heridos, como gigantes rotos: uno cae muerto, al quererse erguir sobre un brazo, con el otro vuel- to al cielo: le resplandecían sobre el pecho como estrellas los boto- nes dorados. De esta hoguera primera se van apagando los fuegos: una fá- brica cede una hora: otra da siete dias de término para que sus operarios vuelvan, o pierdan toda ocasión de volver: otras, pocas, consienten en rebajar a ocho horas de trabajo: alguna, con prudencia que es muy celebrada,. fija en nueve horas y media el trabajo del día, pero se obliga con sus obreros, como estos con ella, a no acu- dir a la violencia para arreglar sus disensiones, a someter a árbi- tros los puntos en que no concuerden. Es general esta tendencia al arbitramiento general, la atención al gran problema, la fe en la sensatez pública, y como cierto legí- timo orgullo, que ya se nota, de ver cómo el aire de la libertad tiene una enérgica virtud que mata a las serpientes. La Naci6r:, Buenos itires, 26 de junio y 2 de julio de 1886. 0. c., t. 10, p. 445436 NUEVA EXHIBICION DE LOS PINTORES IMPRESIONISTAS LOS VENCIDOS DE LA LUZ.- INFLUJO DE LA EXHIBICION IMPRESIONISTA.- ESTETICA Y TENDENCIAS DE LOS lMPRESIONISTAS.- VERD. 4D Y LUZ.-- DESORDENES DE COLOR.- EL REMADOR DE RENOIR Nueva York, julio 2 de 1886 Señor Director dc Lu ,b’aciórz: Iremos adonde va todo Nueva . . , York, a la exhibición de los pin- de nuevo por demanda del públi- torcs impresionistas, que se aorlo co. atraido por la curiosidad que acá inspira lo osado y extravagan- ,<>. o sllbytlgado tal vez por el atrevimiento y el brillo de los nuevos pintores. Cuesta trabajo abrirse paso por las salas llenas: acá es- t; in todos, naturalistas e impresionistas, padres e hijos, Manet con sus crudezas, Renoir con su japonismo, Pissarro con sus brumas, Monet con SIIS desbordamientos, Degas con sus tristezas y SLIS sombras. Ninguno de ellos ha vencido todavia. La luz los vence, que es gran vencedora. Ellos la asen por las alas impalpables, la arrmco- rlan brtltalmente, la aprietan entre sus brazos, le piden SUS favores; pero la enorme coqueta se escapa de sus asaltos y SIE ruegos, y sqlo ql~ cclan de la magnífica bataila sobre los lienzos de los Impresloms- tas esos recueros de color ardiente que parecen la sangre wa que echa rwr sUs heridas la luz rota: iya es digno del ciclo el que in- tenta ‘escalarlo! Esoi; son 10‘; pintores fuertes, los pintores varoenes, 10s que can- sados del ideal dc la Academia, frio como una copla, quIeren clavar %!) rc cl lienzo, palpitante como una esclava desnuda, a la natura- leza. ;Shlo los que han bregado cuerpo a cuerpo con ia verdad, Para rcd~ l~ irla a la frase o al verso, saben cuánto honor hay en ser vencido por ella! i- 2 eleuancia no basta a los espíritus viriles. Cada hombre trae ~11 mi el $ber dc añadir. de domar, de revelar. Son culpables .las vidas empleadas en la repetición cómoda de las verdades descubw- OBRAS ESCOGIDAS T II 2%; 24 los<; Murri tas. Los artistas jóvenes hallan en el mundo una pintura de seda, y COR su soberbia grandiosa de estudiantes, quieren un artesano de tierra y de sol. Luzbel se ha sentado ante el caballete, y en su mag- nífica quimera de venganza, quiere tender sobre el lienzo, sujeto como un reo en el potro, el cielo azul de donde fue lanzado. Al olor de la riqueza se está vaciando sobre Nueva York el arte del mundo. Los ricos para alardear de lujo; los municipios para fomentar la cultura; las casas de bebida para atraer a los curiosos, compran en grandes sumas lo que los artistas europeos producen de más fino y atrevido. Quien no conoce los cuadros de Nueva York no conoce el arte moderno. Aquí está de cada gran pintor la maravilla. De Meissonier están aquí los dos Napoleones, el man- cebo olimpico de Friburgo, el hombre pétreo de la retirada de Rusia. De Fortuny está aquí La playa de Pórtici, el cuadro no acabado donde parece que la luz misma, alada y pizpireta, sirvió al pintor de modelo complaciente: iparece una cesta de rayos de so] este cuadro dichoso! <No fue aquí la colosal venta de Morgan? Pero toda aquella colección de obras maestras, con ser tan opu lenta y varia, no dejaba en el espíritu, como deja la de los impresic - nistas, esa creadora inquietud y obsesión sabrosa que produce e! aparecimiento stibito de lo verdadero y lo fuerte. R4os de verde llanos de rojo, cerros de amarillo: eso parecen, los lienzos locos de estos pintores nuevos. vistos ‘en montón: Parecen nubes vestidas de domingo: unas, todas azules. otras todas violetas; hay mares cremas; hay hombres morados; h’ay una familia verde. Algunos lienzos subyugan al instante. Otros a la primera ojeada, dan deseos de hundirlos de un buen puñefäzo. a la segunda, de saludar con respeto al pintor que osó tanto; a’ la tercera, de acariciar con ternura al que luchó en vano por vaciar en el lienzo las hondasdistancias y tenuidades impalpables con que suaviza el vapor de la luz la intensidad de los colores. Los pintores impresionistas vienen <quién no lo sabe? de los pintores naturalistas* .- de Courbet, bravío espíritu que ni en arte ni en política entendió de más autoridad que la directa de la Na- turaleza; de Manet, que no quiso saber de mujeres de porcelana ni de hombres barnizados; de Corot, que puso en pintura, con vi- braciones y misterios de lira, aire. las voces veladas que pueblan e! DC Velázquez y Goya vienen lodos,- esos dos esparioles gigan- 1’ !escos: Velázquez creó de nuevo los hombres olvidados; Goya, que dibujaba cuando niño con toda la dulcedumbre de Rafael, bajC envuelto en una capa oscura a fas entrarías de] ser humano los colores de ellas contó el viaje a su vuelta.- Velázquez ,ue?‘$ l Y naturalista: Goya fue el impresionista: Goya ha hecho con unas manchas rojas y parduzcas una Cnsu de locos y un Juicio de la ’ inquisición que dan fríos mortales: allí están, como sangriento y eterno retrato del hombre, cl esqueleto de la vanidad y la maldad profundas. Por los OJOS redondos de aquellos encapuchados se ven I Ias escaleras que bajan al infierno. Vio la corte, el amor y la guerra Ir pintó naturaimenté la muerte Los impresionistas, venidos al arte en una época sin altares, ni tienen fe en lo que no ven, ni padecen el dolor de haberla perdido. Lleoan a la vida en los países adelantados donde el hombre es libre. Al amor devoto de los pintores místicos, que aún entre las rosas de las orgías se les salía del pecho como una columna de humo aromado, sucede un amor fecundo y viril de hombre, por la naturaleza de quien se va sintiendo igual. Ya se sabe que están hechos de una misma masa el polvo de la tierra, los huesos de los hombres y la luz de los astros. Lo que los pintores anhelan, faltos de creencias perdurables por que batallar, es poner en el lienzo las cosas con el mismo esplendor y realce con que aparecen en la vida. Quieren pintar en el lienzo plano con el mismo relieve con que la naturaleza crea en el espacio profundo. Quieren obtener con arti- ficios de pincel lo que la naturaleza obtiene con la realidad de la distancia. Quieren reproducir los objetos con el ropaje flotante y tornasolado con que la luz fugaz los enciende y reviste. Quieren copiar las cosas, no como son en sí por su constitución y se las ve cn la mente, sino como en una hora transitoria las pone con efectos caprichosos la caricia de la luz. Quieren, por la implacable sed del alma. lo nuevo y lo imposible. Quieren pintar como el so! pinta. y caen. Pero e! espíritu humano no es nunca fútil, aun en lo que yo tiene voluntad o intención de ser trascendental. ES, por esencta, trascendental el espíritu humano. Toda rebelión de forma arrastra una rebelión de esencia. Y esa misma angélica fuerza con que los hijos leales de la vida, que traen en sí el duende de la IUZ, procu- ran dejar creada por la mano del hombre una naturaleza tan esp! én- dida y viva como ]a que elaboran incesantemente los elementos pues- tos a hervir por el Creador, les lleva por irresistible simpatía con lo verdadero, por natural unión de los ángeles caídos del arte con los ángeles caídos de la existencia, a pintar con ternura fraternal, y con brutal y soberano enojo, la miseria en que viven los humildes. iEsas son las bailarinas hambrientas! iEsos son los glotones sen- suales! !Esos son los obreros alcoholizados! ]Esas son las madres secas de los campesinos. t ;Esos son los hijos pervertidos de los in- felices! iEsas son !as mujeres de! gozo! !Así son: descaradas, hin- chadas, odiosas y brutales! Y no surge de esas páginas de colores, incompletas y sinceras. e! perfume sutil y venenoso que trasciende de tanto libro fino y cuadro elegante, donde la villanía sensual y los crímenes de al- ma se recomiendan con las tentaciones del ingenio; sino que de esas mozuelas abrutadas. de esas madres rudas de pescadores. 26 losi Marti OBRAS ESCOGIDAS T. II 27 - de esas coristas huesudas, de esos labriegos gibosos, de esas vie- jecitas santas, se levanta un espíritu de humanidad ardiente y com- pasivo, que con saludable energía de gañán echa a un lado los fal- sos placeres y procura un puesto en la... (Cómo saldremos de estas salas, afeadas por mucha figura sin dibujo, por mucho paisaje violento, por mucha perspectiva japone- sa, sin saludar una vez más a tanto cuadro de Manet, que abrió el camino con su cruda pintura a esos desbordes de aire libre, sin detenernos ante el Organo de Lerolle, con su sobrehumano organis- ta, ante los cuadros resplandecientes de Renoir, antes los de Degas, profundos y lúgubres, ante aquel Estudio asombroso de Roll, re- cuerdo de la leyenda de Pasifae, de donde emerge una poesía fra- gante, plena y madura como las frutas en sazón? Los Renoir lucen como una copa de borgoña al sol; son cuadros claros, relampagueantes, llenos de pensamiento y desafío, Hay un , Seurat que subleva: la orilla verde corta sin sombra, bajo el sol del cenit, el río algodonoso: una mancha violeta es un bañista: otra amarilla es un perro: azules, rojos y amarillos se mezclan sin arte ni grados. Los Monet son orgías. Los Pissarro son vapores. Los Montemard ciegan de tanta luz. Los Huguet, que copian el mar árabe, inspiran amistad hacia el artista. Los Caillebote son de portentoso atrevimiento: unas niñas vestidas de blanco en un jar- dín, con todo el fuego del sol; una nevada deslumbrante e implaca- ble; tres hombres arrodillados, desnudos de cintura, que cepillan un piso: al lado de uno, el vaso y la botella. iCómo contar, si hay más de doscientos cuadros? Estos exaspe- ran; aquellos pasman; otros, como La joven del palco, de Renoir, enamoran como una mujer viva. Este monte parece que se cae, ese río parece que nos va a venir encima. iNo ha pintado Manet un estudio de reflejo de invernadero, tres figuras de cuerpo entero en un balcón, todo verde? Pero de esos extravíos y fugas de color, de ese uso convencional de los efectos transitorios de la naturaleza como si fueran perma- nentes, de esa ausencia de sombras graduadas que hace caer la perspectiva, de esos árboles azules, campos encarnados, ríos verdes, montes lilas, surge de los ojos, que salen de allí tristes como de una enfermedad, la figura potente del remador de Renoir, en su cuadro atrevido Remadores del Sena.- Las mozas, abestiadas, con- tratan favores a un extremo de la mesa improvisada bajo el toldo, o desgranan las uvas moradas sobre el mantel en que se apilan, con luces de piedras preciosas, los restos del almuerzo. El vigoroso remador, de pie tras ellas, oscurecido el rostro vi- ril por Qn ancho sombrero de paja con una cinta azul, levanta sobre el conju nt0 su atlético torso, alto el pelo, desnudos los brazos, real- zado el cuerpo por una camisilla de franela, a un sol abrasante. LU d~ aCiÓQ Buenos Aires. 17 de agosto de 1886. 0. C.. t. $3, p. 303- 307. CORRESPONDENCIA PARTICULAR PARA EL PARTIDO LJBERAL EL 4 DE JULIO.- NEW YORK A MEDIA NOCHE.- FALTA DE ESPIRITU PA- TRIO EN LAS FIESTAS.- LOS DIAS PATRIOS- OBSERVACIONES SOBRE EL ESPIRITU PUBLICO EN LOS ESTADOS UNIDOS.- COMO SE FORMA ESTE PAIS.- EFECTOS SOCIALES DE LA INMIGRACION Y EL EXCESIVO AMOR A LA RIQUEZA.- LAS FIESTAS.- DIA DE PASEO.- CONEY ISLAND- LA FIESTA DE LOS IRLANDESES.- LA MADRE DE PARNELL.- HERMOSA ESCENA EN LA PLAZA DE LA UNION New York, 6 de julio de 1886 Señor .Director de El Parlido Liberal: Todavía está el aire rojo, y penetrado de olor de los fuegos con que se celebr0 ayer el 4 de Julio. Anoche, al sonar las doce, cuando a los reflejos carmesíes y violetas de las últimas luces de Bengala, pasaban cual fantásticas figuras los paseantes cansados de las pla- yas y pueblos vecinos, parecia New York como un cesto de duendes que se acostaban entre chispazos y volteretas, saltando por sobrd torres y techumbres a la luz cárdena del cielo encendido. Camino de la eternidad parecían ir los trenes del ferrocarril elevado como serpientes akreas por cuya piel agujereada se escapase su espíritu de luz. Las chispas de una rueda de fuego clavada en un poste de esquina, caían sobre un niño en traje de soldado, dormido en la acera sobre su tambor. De una estación de ferrocarril bajaban entre familias alemanas y jugadores de pelota, trece mozas en uniforme de cantineras, los trece Estados de la Unión, que hace ciento diez años declararon en estos mismos días su voluntad de ser unos y li- bres. Un veterano llevaba en brazos a su hijita, envuelta en una ban- dera nacional. Bufando, y como exhalando los últimos suspiros vaciaban en el muelle su carga sofocada los vapores que volvían de los lugares de paseo, conciertos, baños, pugilatos, juegos y carreras. Como los pueblos se revelan en sus fiestas, y la alegría y la libertad desnudan las almas, es bueno observar las ciudades en los dias en que e* regocijo, expansivo de naturaleza, saca de ellas lo que tienen de tierno. de indiferente o de bárbaro. OBRAS ESCOGID;\ S. T II 29 Animadisimo ha sido aquí este 4 de Julio; pero iquién lo diria! no hubo fiesta patria sino en un barrio nuevo, allá por las afueras, que quiere llamar la atención sobre sus calles y sus casas, y tener por lo pintoresco y bullanguero los atractivos que le quita la distan- cia. Allí hubo gran parada, con el coche redondo de Washington; hubo bandera de treinta yardas, que se izó entre VitOreS en un par- que que lleva el nombre de uno de los firmantes de la declaraclon de la independencia; hubo un general octogenario, que cantó con voz velada, ante la muchedumbre descubierta con respeto, una de las tonadas de guerra del año 1812, cuando Inglaterra mordía las alas del águila que había espantado de su nido. Pero furra de. la procc- si& de Harlem, y del pabellón que al abrir la aurora Iza. yn. la Batería todos los aííos un nieto del que arrió la bandera brltanlca cuando salían, mosquete a tierra, los ingleses vencidos de New York. jni los nombres se pronunciaron en los discursos de los oradores cn teatros y plazas, de aquellos cincuenta y seis patriarcas que en Ia hora de la necesidad aparecieron sobre su pueblo como hombres & mármol que daban luz! Los días patrios no han de ser descuidados. Está en ellos el espíritu público. Están en ellos las victorias futuras. Están en ellos las artes y las letras, que levantan a los pueblos por sobre Ias som- bras cuando se han podrido los huesos de sus hijos, y cubierto de capas de tierra sus bronces y sus mármoles. Está eri .ellos esa arrogante soberanía que hace a los pueblos capaces de defenderse. afuera de sus enemigos, y de salvarse adentro de sus tiranos. En esta vida, donde el hombre no vive feliz ni cumple su deber si no en un altar, al día patrio reanima el santo fuego, en las aras man- chadas por las pasiones, empolvadas por la indiferencia, o perverti- das por el ocio y cl lujo, iSe necesita de vez en cuando respirar juntos, al ruido marcial de los tambores y al reflejo de las bande- ras, ese aire sobrehumano- que embriaga, y pone en los que viven. para que anden y triunfen, la voluntad y el brazo de los muertos! De si debe tener vergüenza el que se avergüence de fortalecer, con estas juntas brillantes de espíritus, esa alma compacta y robusta sin la que, al embote de los avariciosos, caerá como un montón de polvo la patria: o como la estatua de plomo del rey de Inglaterra. que derritieron los neoyorquinos hace ciento diez años, cuando SU- Pieron que estaba repicando en Filadelfia la campana sagrada, pu- blicando al mundo que habia nacido sobre una tierra nueva un pue- blo libre. Aqui da miedo ver cómo SC disgrega el espiritu público. La bre- ga es muy grande por el pan de cada dia. Es enorme el trabajo de abrirse paso por entre esta masa arrebatada. desbordante, cicgs. que sólo en si se ocupa, y cn quitar su puesto al de adelante, y en cerrar el camino al que llega. Por cada hombre del país, cincuenta extranjeros. El extranjero que desembarcó hace un año con sus bo- tas de cuero, su gabán parduzco, su cachucha y su nariz colorada. !lli~; l tic rcoio como a un enemigo a cada nlleva barrada dc inml- grante‘;. r\‘ acidos de estos padres, los nuevos americanos no traen a su patria casual aquella sutil herencia de afectos y orgullos. aque- lla insensata y adorable pasión por el país donde se viene ai mun- do, que parece que sujeta con raíces a los que ven la luz sobre 61. :: o;? raíces que les orean la frente como alas cuando se la enardecen o abaten los infortunios, y que los llaman como brazos angustiosos cuando con un dolor que tuerce las entrañas, se siente resonar sobre la patria un pie extranjero. En las luchas se acendran e inflaman los elementos que las ins- piran, por lo que acá llega a ser señora única del alma el an$ a dc la fortuna. La nación se ha hecho de inmigrantes. Los inmigran- ies se dan prisa frenética por acumular en lo que les queda de vida la riqueza que desearon en vano en la tierra materna. De esta tie- rra adopiiva sblo les importa lo que puede favorecer o retardar su enriquecimiento o su trabajo. No les estorban para adelantar ni las creencias religiosas, que aqui son libérrimas, ni las opiniones pofi- ticas, que caldean el corazQn y turban el juicio en el pais propio. Acuestan sobre la almohada por la noche la cabeza cargada de am- biciones y cifras. Nace ei hijo entre un check y una factura, o en uno de esos goces siri espíritu en que buscan las mentes desasose- gadas compensación fisica y violenta a su fatiga. No es el matri- monio aquella mutua y absoluta entrega que lo hace feliz, porque el ser humano sólo lo es completamente en darse, sino que en 151 continúa la preocupación abominable del bien de cada cual, sin que el hijo llegue a ser un perfume, porque jamás se unen bien el cé- firo y ia rosa. En este aire sin generosidad, en esta patria sin rai- ces, en esta persecución adelantada de la riqueza, en este horror y desdén de la falta de ella, en esta envidia y culto .de los que la po- seen, en esta deificación de todos los medios que llevan a su Iogro, en esta regata impía y nauseabunda, crecen los hombres de las generaciones nuevas sin más cuidado que el de si, sin los consuelos y fuerzas que trae la simpatía activa con lo humano, y sin más gustos que los que pueden servir para la ostentación del caudal de que se envanecen, o los que apagan los fuegos de la bestia o la fiera que desarrolla en ellos su vida de acometimiento y avaricia. No es el hermoso trabajo, ni la prudente aspiración al bienestar, sin el que no hay honor, ni paz, ni mente seguras: es el apetito seco de acaparar riqueza, afeado por el odio y desdén a los oficios en que se la logra con honradez y !entitud. Lo que admiran es el salto, la precipitación, la habilidad para engañar, el éxito; y se fían en el que han engaiiado más. La mujer, criada en el mismo amor de sí, ni siente con ardor la necesidad de darse a otro, ni se presta a dar- se para la desdicha, ni busca en su compañero más que el modq de asegurarse su holgura y complacencia. Nacen los hijos pálidos y avarientos de este consorcio sórdido. Así, consagrado cada uno al culto de sí propio, se va extinguiendo el de la patria. acá Ias vidas la generosidad ni el agradecimiento. No endulza )’ c: ian do, como en este -l de Julio, sienten las gentes políticas ïl deber c# c celebrar la fiesta patria, se juntan, como se Juntaron ;IVCT cn Tammany Hall; no para entonar alabanzas a los fundado- r¿ s !’ aiirbar sus doctrinas, sino para ilagelar al Presidente porque 110 desaloj a dc sus empleos a los republicanos, y pone en ello5 a aquellos mismos demkraias mercenarios sobre cuya voluntad y trai- cióI1 fue el egida. 1- a fiesta era ayer en todas partes: carreras de caballos corredo- res, carreras de todo paso, apuestas entre caminadores, juegos es- coceses, e. xcursiones por los ríos, regatas de remadores, partidas de pelota. P~~ lulaban los alrededores y las playas. La ciudad se iba vaciando 8desde por la mariana, sobre las arboledas y campos vect- 1105. Sobre cada adoquin estuvo estallando del alba a la media no- che un cohete. Caian las muchedumbres sobre los ferrocarrlles Y vapores, como los potros sobre el portillo abierto en la dehesa. NO ce abre un brazo en estas multitudes para hacer lugar al niño que se 50 oca f o al viejo que desfallece. Cada vapor lleva un ejército a Ial; playas serenas de Coney Island, que atrae a las gentes cpn ei fragor de sus hote! es, la algazara y chirridos de los columpIos y las ventas, sus cantos de tiroleses y de minstrels, sus orquestas de mujeres descoloridas y huesudas, sus hediondos museos de elefantia- cos y de enanos, su elefante de madera, que tiene en e1 vientre un teatro, y es como _ Fimbvlo y altar monstruoso de aquella parte glo- tona y fea de la isla, a cuyo alrededor, como columnas de incienso, se eleva de los ventorrillos que le hormiguean a los pies el humo de las freideras dc salchichas. Allá lejos, se tiende la playa, mati- zada de grupos de fami! ias, reclinadas o sentadas en la arena junio a los restos del festín casero: se salen los trajes de los cuerpos canijos de los judíos; se salen de sus talles morados y pomposos las irlandesas ubérrimas; la vida se sale de algunos ojos apenados, que van allí a hablar con el mar de la honestidad y la grandeza que no se hallan en los hombres; y se observa tristemente el contraste que hacen las caras varoniles y osadas de las niñas con sus vestidos de encaje y con sus cintas de colores. En una tienda fríen malz: en otra, bajo un toldo, comert ostras frescas en el borde de un bote: allí cerca, alquilan caballos para los niños; van y vienen, arrancando risas con sus trajes de baño, los flacos y los gordos, mostrando esa pobreza y caimiento de las íarmas consiguientes al ayuntamiento apresurado y huraño de tanta casta diversa y egoísta. Se pavonean entre los grupos, ojeados por damiselas de mala ocupación, los jugadores de oficio que han tenido suerte en las últimas carreras: el pecho es un brillante: Ilevan eI pelo al rape, como los presidiarios; ostentan sombreros blancos: van seguidos y curioseados como héroes;. El mar fresco, surcado a lo lejos por botes de paseo llenos de ga- lanes Y de hermosas, echa su ola fragante sobre ia vasta arena, blan. ca como la pla: a sir1 bruñir. Suena a lo lejos la marcha de Lohen- grin. 32 Josl .Uurrí OBRAS ESCOGIDAS. T. 11 33 Pero no se fue toda la ciudad a estos gozos bullentes. Tienen flotando al aire en la horca. Los alemanes y bohemios toman puesto disciplinada a la gente de dolor los trabajadores del espiritu. El derecho, y toda ocasión de pedirlo, es una fiesta para los que pade. alrededor deJ estrado donde van a hablar los oradores en su ProPIa lengua: oradores ardientes y excesivos, como son siempre, PreciPi- cen de hambre de él. Esos hombres. buenos y graves que están pro- tados sin duda, por el dolor perpetuo de no hallarse en su p: ebJo, curando juntar en una asociación incontrastable a todos los obreros, aqueJlos que concentran en Jos paises lentos o duros las condwones para que vuelquen de un común empuje las leyes de distribución de de poesía y palabra de que la comunidad carece. Po! eso ‘han na- IOS productos del trabajo y la tierra pública, ,Ilamaron a una gran fiesta en la plaza de la Unión, donde obreros de todas nacionali- cido de los países más recios 10s reformadores más vloJenfos. En eJ estrado de las damas, las oradoras se van poniendo en pie, ye bep- dades, alemanes y americanos, franceses y bohemios, y los ingleses dicen, aJ acabar sus razonamientos elocuentes, a aquel hombre Joven mismos mostraran, a la hora en que el sol está en el cenit, su simde frente de templo y de brazos cruzados que ya peleando sm san- patía por los obreros irlandeses, en cuyas bolsas no se acaba nunca gre por la libertad de Irlanda. Habla despues su ProPLa madre: cl centavo para el cura, ni el peso para ayudar a la faena política s .cómo ha de hablar, si empieza por decir que cle? tos de anos de JOs de- la magnífica cohorte que batalla por obtener la autonomía de , dolores de Irlanda le hierven en el pecho? Ya se lmag! na Jo que fue Irlanda. Ja fiesta: un hurra que duró tres horas. Los bandermes azotaban Había más gente que hojas en los árboles. Llegaba por una ’ ’ contentos Jos altos mástiles del parque, coronados por una boJa de calle, un gremio de alemanes, con un esplendor de barba rubia, serio oro. el rostro. pesado el paso; y su guía brillándole los ojos con esa luz misteriosa e inquieta que distingue a los hombres nacidos para & Partido Liberal, Méhco, 25 de julio de 1886. conducir, clava la bandera del gremio, entre cohetazos y aplausos, Otras crónicas de Nueva York, investigación, introducción e “hdice de cartas” en el balcón de la casilla de madera donde preside rodeada de se- por Ernesto Mejía Sgnchez, La Habana, Centro de Estudios Martianos y Edito- tioras, la adorable anciana que trajo al mundo a Parnell. rial de Ciencias Sociales, 1983, p. 46- 51. AlJi está, con su vestido negro y su cabeza blanca, la madre del reformador irlandés. Ella es en Irlanda propietaria y noble; pero donde están SUS irlandeses, allí está ella. Su hijo sienta a Irlanda; del otro lado del mar, sobre la cabeza de los ingleses; y como que se contiene, vence. Ella se muestra erguida y sobria, cada vez que IOS irlandeses de este lado se reúnen para mostrar simpatía o bus- car ayuda a los que luchan en el Parlamento de Londres por sus libertades; y no bien la ve el pliblico, se pone en pie frenético, como si viesen santificada en un altar a su propia madre. No perora, pero dice cosas que abofetean y que queman: parecen sus palabras, deliberadas, profundas, centelleantes, breves, manojos de guantes que echa al rostro inglés. Se eleva el espíritu, y se humedecen los ojos, en la presencia de esta sublime dama que tiene involuntaria- mente sobre su pueblo el prestigio de las antiguas sacerdotisas. Pasan, pasan delante de ella, todos Jos gremios que acuden a tomar parte en la fiesta. Unos clavan su estandarte junto al de los alemanes, y las banderas quedan allí, dando guardia a Jas mujeres que sufren y trabajan por los hombres. Otros dejan a sus pies ra- mos de flores. Otro le trae una insignia del color de su patria, para que la ostente en el pecho, y al notar la multitud que Ja insignia es verde, comienzan a sacudir los árboles, aJ ruido de Jas músicas, y se adornan aquellos cincuenta mil hombres Jos sombreros y Jas so- lapas con las hojas. LOS americanos e irlandeses se agrupan junto al estrado donde están reunidos los consejeros mayores deJ partido obrero: Henry George, con su cara benigna; Louis Post, con sus aires de pelea; John Swinton, el que trabaja frente a un grabado de John Brown CORRESPONDENCIA PARTICULAR PARA EL PARTIDO LIBERAL EL CASO "CUTTING."- CAMBIO DE LA OPINION.- CENSURAS UNANIMES ' AL SECRETARIO BAYARD.- EL CONGRESO SUSPENDE SUS SESIONES SIN VOTAR LA RESOLUCION HOSTIL A MEXICO.- EL RESUMEN DEL SECRE-. 1 TARIO BAYARD RESULTA CONTRARIO A LOS HECHOS.- MEXICO ES CE- LEBRADO EN EL CONGRESO POR SU CORTESIA Y PRUDENCIA.EL, RE- PUBLICAN0 HITT DEFIENDE A MEXICO.- EL DISCURSO DE HITT.- EL CONGRESO DA UN VOTO SILENCIOSO POR LA PAZ.- LA PRENSA ATACA A BAYARD DURAMENTE.- IMPORTANCIA E INFLUJO DE LAS ENTREVIS- TAS DEL PRESIDENTE DIAZ Y EL SR. ROMERO RUBIO CON UN MIEM- BRO DE LA PRENSA AMERICANA.+- EL HERALD CELEBRA At SR. MARISCAL.- EL HERALD DA UN CONSEJO A LOS TEXANOS.LAS VERDA- DERAS ARMAS CONTRA LOS ESTADOS UNIDOS, Y LA RAZON DE ESTA VICTORIA New York, 6 de agosto [de 18861 Señor Director de El Partido. Liberal: Dos días han bastado para alterar profundamente el estado pro- ducido por el caso de Cutting, que hoy anuncia paz, y ayer aún, sin la menor exageración, parecía un caso de guerra. Porque hace dos días ng habían tbort~ hior+ n -* ín _ .._.. ubVIUI. w. Lv ,,,.,., los repubiicanos de la. Cámara de Representantes lo que hoy sabe todo el país: que el resumen violento con que el Secretario de Estado acompañó al Congreso fa documentación del caso de Cutting, no presentaba este caso a su verdadera luz y en todos sus aspectos, sino que lo desfiguraba, y callaba como de propósito los esfuerzos hechos con firme prudencia por el go- bierno mexicano para evitar un conflicto, sin que perdiese México un ápice de su decoro, ni el temor a una guerra inoportuna lo compeliese a sacrificar a una demanda injusta las relaciones respetuo- sas entre el poder federal y los estados. Hace dos días, se creía, sobre la fe del secretario Bayard, que el caso era sólo como él lo exhibía, y que todo él versaba exclusiva- mente sobre la pretensión de México a juzgar por sus leyes en su territorio los actos de los ciudadanos americanos en el territorio de los Estados Unidos. Parecí? inexplicable que la suprema discreción OBRAS ESCOGIDAS. T. II 35 con que ha venido costeando la diplomacia mexicana todos los casos de roce difícil con los Estados Unidos, hubiera reducido una contro- versia de resultados inminentes a un extremo de que no había ape- nas salida; pero nadie osó dudar que ese era el unico punto de la controversia, porque así lo afirmaba en su resumen al Congreso el Secretario de Estado. Esta relación inesperada, vino a avivar las llamas encendidas por los representantes de Texas, que no habían lo- grado aun ver aceptadas sus resoluciones belicosas por un Congreso que esta guerra venia a sorprender, y que no tiene hoy por hoy el animo hecho a ella. Pero cuando el Secretario de Estado sometió al Congreso en ardiente lenguaje el caso desnudo de derecho, por el que aparecía que un país extranjero pretende tener jurisdicción SO- bre los actos de los Estados Unidos en su propio territorio; cuando el telégrafo trasmitió por todo el país la pintura vivísima que hacía el secretario de los sufrimientos y violaciones. de persona y de ley, que estaba padeciendo Cutting a manos mextcanas; cuando no apa- recía de esta presentación de los sucesos que México hubiese hecho cuanto ha hecho por resolver con honra y prudencia el ‘conflicto, y que lo mismo que el Secretario decía, o no era,. o era de diferente modo, hubo instantáneamente en la Cámara de Representantes, y en la prensa toda un revertímiento grave en la opinión, no se y, io más que. el caso de derecho en que se ponía en duda la jurisdiccron exclusiva de los Estados Unidos sobre los actos de sus hijos en SU propio territorio, se dispuso de prisa por la comisión de negocios extranjeros la resolución que intimaba al Presidente en una nueva demanda de la libertad de Cutting, y como la seca negativa que el secretario daba como respuesta única de México parecía indicar SU decisión de no atender la demanda, se sintió indudablemente la de- cisión de la guerra. Pero ayer cambió todo. Puede decirse, porque es verdad, que la justificación de México la ha hecho el mismo Congreso de los ES- tados Unidos. La prensa entera censura hoy ásperamente al Secre- tario por haber reseñado las negociaciones con un espíritu diverso del que las anima, con ocultación de hec’hos esenciales, y con desen- tendimiento de las legítimas razones expuestas por México para no atender inmediatamente a la petición de libertad de Cutting. Y el Congreso, en vez de aprobar la resolución de la comisión de nego- cios extranjeros a que lo urgía el representante Belmont, so pretexto de que era grata al secretario, acaba de interrumpir su período de sesiones sin tomarla en consideración, ni urgir resultado alguno, ni sancionar con su premura la que se mostraba en la Secretaría de Estado. Ha sido un voto de censura silencioso y enérgico. Parece in- creíble, después de la agitación de antier, y del enojo que desde el primer momento viene declarando a la faz de la Cámara, dispuesta a intimar la libertad de Cuttíng, que la correspondencia en cuya vir- tud se había propuesto por la comisión de negocios extranjeros la resolucion agresiva sobre la que se pedía el voto, revelaba precisamente lo contrario de lo que se desprendía del resumen del Secreta- 36 /osé Martí OBRAS ESCOGIDAS. f . II 37 rio de Estado, único documento conocido a la comisión cuando re dactó su propuesta. Se sorprendió la Cámara de oir semejante revelación en boca de uno de los miembros mismos de la comisión de extranjeros. Habló poco, y ásperamente, como quien ha sufrido de un engano. Declaró que en México no había habido arrogancia, sino constante espíritu de complacencia. El caso no era como el Secretario lo decía; era que en México, como en los Estados Unidos, él pintaba en los representantes lo que se les seiíalaba de parte de México como desafío y audacia. Dejar de tomar resolución en un caso que el Secretario de Estado pintaba como tan grave y atentatorio al honor nacional, ha sido decir sin palabras al Secretario que el Con- greso no cree en sus representaciones, 0 que estas no lo convencen de que se atente al honor de la nación. Y es justo decir que a este aquietamiento de la opinión, han con- tribuido como un elemento importante y activo las nobles y tran- quilas declaraciones hechas en México a un miembro de la prensa americana por el Presidente de la República y el Sr. Romero Rubio. Llegaron sus palabras impregnadas- según ha parecido aquí a la prensa- de una conmovedora dignidad, en momentos en que se ola aún el eco de las del representante republicano Hitt, demostrando que el poder federal no puede someter a su voluntad sumariamente los tribunales de un Estado. Los representantes se miraban unos a otros con sorpresa. Abandonaron sus asientos para formar grupos. Desoyeron a los que les argüían, que las declaraciones del republi- cano Hitt, que por espíritu de partido deseaba desacreditar al Secre- tario de Estado, debían ser contestadas unánimemente por el voto de los demócratas, como una cuestión de partido. Se veía material- mente desvanecerse ante la voz de aquel ‘hombre sencillo la nube de guerra. Y la simpatía hacia México despertaba entre los represen- tantes, con la vivacidad natural de quien tiene prisa en reparar la injusticia que estuvo a punto de cometer, se aseguró cuando las afirmaciones de Hitt, vinieron, calientes aún en sus labios, a ser corroboradas por la clarísima exposición y la severa modestia con que exponía el caso en México el Presidente y el Sr. Romero Rubio. Acá ha parecido sinceramente bien ese lenguaje, que ni teme, ni de- safía. Pero no hubo nada más brioso que la denuncia en los labios de Hitt. “Yo voté por esa resolución en la comisión porque me asegu- raron que eran ciertas las bases en que descansaba: que. M, exico esta- ba maltratando a un ciudadano americano; que se resistia ? entre- garlo, so pretexto de que tenía jurisdicción sobre nuestros ciudada- nos en nuestro territorio. Pero eso no es verdad. Mexico ha. tratado de hacer con prontitud y empeño lo que le pedíamos que hiciera, y ha explicado plenamente en esas cartas que no tiene autoridad para compeler en sus procedimientos a un Tribunal de Estado ni a un Estado. Me he llenado de sorpresa al ver esta mañana en prensa la correspondencia de estas negociaciones, que no dice lo que se la ha hecho decir; que dice lo que se ha callado; que en cada palabra del Secretario de Estado y ei Presidente de México muestra la VO- !untad de atender a nuestras reclamaciones. No ha habido evasión por parte de México; no ha habido desafío: hasta exceso de compla- cencia, pudiera decirse, que ha habido.” -“ pero ino está Cutting preso?“, le de Georgia. preguntó tin representante --“ Sí lo está, dijo Hitt prontamente, pero porque quiere, porque ha rehusado con desdén la libertad bajo fianza que se le ofrecía. Esa fue la obra de la imprudente persona que tenemos allá de Cónsul; que anda haciendo discursos por las calles, para que se vindiquen los derechos de nuestro país. Es la encarnación de la indiscreción el hombre que tenemos allí encargado de nuestros negocios nacio- nales. El ha insistido en que se estuviera preso un hombre que en todo instante ha estado libre para salir de la prisión.” A otros oponentes se encaró Hitt con no menos energía. - fuerte “iPor qué tanta bravura con un país menos populoso y menos que el nuestro? ¿Por qué con México tan impetuosos y con Inglaterra tan mansos y complacientes”? Y los representantes que lo oían le concedieron razón: porque España ha podido con impunidad encerrar hace un año en un calabozo inmundo de cárcel de provin- cia a un ciudadano americano a quien quería hacer soldado; porque Inglaterra, so pretexto de que violan las leyes de pesca, un día, sobre todo, se apodera de buques y pescadores de los Estados Uni- dos, y les niega lo que les concede en los tratados; ii en el Canadá los expulsa de sus puertos: porque iqué más! para li ertarse de res- ponsabilidad en las matanzas bárbaras de chinos en los Estados del Oeste, donde los tribunales no osan castigar a los asesinos, los Es- tados Unidos han, invocado precisamente ante el Gobierno de China, la misma razón que hoy invoca el Gobierno de México ante los Es- tados Unidos. “Y se nos calló que el Gobierno de México nos hubiese dado esa razón legítima, como resulta que nos la ha dado. No porque lo creamos menos débil que nosotros, debemos hacer con México 10 que no osamos hacer con los más fuertes. Este caso no es más que un caso común de intervención para la libertad de un. preso entre los gobiernos amigos.. Si hubiera ofensa de veras, no le nega- riamos nuestro apoyo por cierto al Secretario. Pero está en nuestro interés, en el de nuestro propio pueblo, en el de las naciones todas que preservemos la paz con un país que no nos da ninguna razón para turbarla.‘* Después de este discurso, que oyeron los representantes confir- mándolo con la lectura de la correspondencia que invocaba, se es- parció ese Unánime sentimiento que hoy censura al Secretario por- 38 fosé Martí las ocultaciones de su resumen, y reconoce la sinceridad y maestria con que ha llevado México este caso. “El despacho del Sr. Mariscal”, dice el Herafd de hoy, “debe ruborizar a Mr. Bayard. En el, resqon- diendo a la demanda imperiosa de Mr. Bayard por la Inmediata excarcelación de Cutting, alega el Sr. Mariscal con la mayor mo- deración y cortesía, que el caso está ante un tribunal de uno de los Estados de la República; que el Presidente ha ejercido su influjo en cuanto puede ejercerlo para que el proceso sea breve y justo; que ha hecho ya el gobierno mexicano cuanto cabe en sus fuerzas legítimamente; y que debe el Secretario recordar que en México, como en los Estados Unidos, el poder federa1 no puede dar orde- nes al tribunal de un Estado”. Tal es hoy en este asunto el sentimiento público. En los perió- dicos de más opuestos bandos se lee la misma censura acre y de- sembozada: se dice en alta voz que el Presidente no ha favorecido esas prisas, ni quiere solución violenta alguna, como lo prueba, él que es amigo de enviar mensajes particulares al Congreso, con ha- ber remitido con simples frases de fórmula la correspondencia que pudo acompañar de indicaciones y consejos.- Se desmiente al Secre- tario en frases como esta: “En su desdichado resumen, Mr. Bayard hizo hincapié principal sobre el punto de que Cutting estaEa;$ n$ procesado en México por un delito cometido en Texas.” solutamente hay en los despachos que pruebe esto. Eso es una simple suposición de Mr. Bayard, que no se ha tomado el trabajo de demostrar con un solo hecho de la correspondencia- y censuras son estas que han de llamar la atención, no sólo por lo unánimes, sino porque los diarios y representantes de su partido propio son tan severos en ellas como los del bando enemigo. No es enemigo del Gobierno el Herald, y he aquf lo que decía ayer con irónica amar- *. “Aconsejamos a los tejanos que aprendan paciencia de nuestros fikradores del Norte, de los que hay muchos cientos que han su- frido provocaciones más graves e irritantes a manos de Inglaterra, sin arre les haya aún socorrido con una palabra de consuelo nuestro Departamento de Estado. No parecen los pescadores estar tan fa- vorecidos con la amistad de Mr. Bayard como los valerosos tejanos; pero no debe la confianza en esta predilección llevarlos muy lejos, porque la guerra desautorizada ha llevado antes de ahora en nuestro país a los hombres a 4a prisión y a la horca, y sería, doloroso que la prisa de los tejanos por hacerse ,de esos viñedos de Naboth al otro lado del Río Grande, los precipitase a empresas que obligaran a los Estados Unidos a usar sus tropas contra ellos, en vez de echarlas contra aquellos con quienes muestran tanta ansia de reñir,” OBRAS ESCOGIDAa; T. JJ 39 su gravedad inmediata; perr -- “- 7 no sólo es útil, s ‘ino indispensable, sino vital, sino d. e tal importancia, que no se ha de sacar d, e esto un mo- mento los OJOS, el conocer en todas sus corrientes la opinión de los Estados Unidos sobre loy asuntos de México. De una mera oportu- 3 < P nidad, de la honradez d, un hombre, acaso de un movimiento de partido celoso, ha dependido esta vez la suspensión ùe una medida que se consideraba generalmente como precursora de la guerra. Y es que aqui existe una especie de preparación constante para ella. favorecida por una cruda y tradicional confianza; por los recuerdos de la victoria que fuerza y traición ganaron en 1848 sobre justicia y heroismo; por la desocupación de la gente de guerra que no sabe estar quieta una vez que ha gustado las armas, por la naturaleza penetrante e invasora del carácter del hombre en los Estados Uni- dos; y más que por todo, acaso, por el desconocimiento en que está la masa del pais de las virtudes, de la originalidad, de la resisten- cia, de la inteligencia, de fas dificultades, de la fuerza de trabajo que hacen respetable a México. Sólo esas armas pueden conseguir aquí una durable victoria; sólo esos escudos podrán a la larga dete- ner la guerra. La inteligencia tiene aquí que jugar sus astas contra la fuerza. Porque no puede ser enteramente vana, en medio del apetito de riqueza y pudridor egoísmo que las vician, esta educación y práctica del hombre en la laboriosa libertad de la República; por- que los que trabajan aprenden en si propios a respetar a los trabaja- dores; porque ese irritante desdén que es aquí usual para las cosas nuestras, viene principalmente de que nos creen pueblos azucarados y viciosos, sin la fuerza realmente titánica de que en luchas enor- mes venimos dando muestra; porque esta batalla, en suma, que aca- ba de ganar México; no la ha ganado por intimidación, ni por agen- cias peligrosas; ni por conciertos con Dueblos extranieros~ sino nnr el respeto que ha inspirado su honradez, y por la habi¡ id& l io; $tk sus represenlantes han expuesto su justicia. El Partido Liberal, México, 20 de agosto de 1886. Otras crónicas de Nueva York, investigacitkt. introducción e “fndice de cartas” por Ernesto -Mejia Sánchez, Lia Habana, Centro de Estudios Martianos y Edito- rial de Ciencias Sociales; 1983. p. 52- 58. El telégrafo habrá sin duda dado cuenta hora a hora a México de los varios aspectos de este conflicto, que parece haber salido ya de OBRAS ESCOGIDAS. T. II 41 CARTADENUEVAYORK LA VIDA DE VERANO EN LOS ESfADi) S UNIDOS: POBRES, RICOS, CAM- PAMENTOS RELIGIOSOS, SUCESOS NOTABLES.- PELIGRO GRAVE DE GUERRA ENTRE MEXICO Y LOS ESTADOS UNIDOS- ESTUDIO DEL CON- FLICTO: SUS ANTECEDENTES Y SU CURSO.- EL CONGRESO AMERICANO CENSURA LA ACTITUD PREMIOSA DE SU SECRETARIO DE ESTADO: AC- TITUD FIRME DE MEXICO.- TEXAS Y CHIHUAHUA.- LA OPINION Y LA PRENSA EN ESTE CONFLICTO: SE ALABA A MEXICO Nueva. York, agosto 12 de 1886 Seiior Director de La República: Es ardiente en estos meses la vida en los Estados Unidos, como las olas de airé caldeado y plomizo que bajan sobrè el Atlántico desde las llanuras encendidas del Oeste. La vida se multiplica y se desborda. Con las hojas a los árboles viene a mujeres y hombres un frenesí de alegría. Se abren al aire casas y almas. Las ciudades se vacían sobre los pueblos frescos de las costas y montañas vecinas. Los niños pobres, que respiran en los barrios más populosos un aire podrido, mueren en un grito penetrante sobre las rodillas de sus madres, o se arrastran con sus manos roídas sobre las pie- dras de las aceras, buscando consuelo en su frescor al fuego que les consume las entrañas. Los ricos recorren los lugares de campo en ostentosas jiras. Los imbéciles y la gente de mal vivir vociferan y apuestan en las carreras de caballos. Treinta sacerdotes andan en velocípedos visitando los estados de “Nueva Inglaterra”. A la orilla del mar y en la cúspide de los montes se levantan hoteles babilónicos. Sesenta. mil creyentes se reunen a la sombra de un pinar en un campamento religioso, y se arrodillan en el aire libre, corean con aleluyas los discursos de las sacerdotisas, se mesan los cabellos, hunden en la tierra sus cabezas arrepentidas, se abrazan confesándose sus pecados. Partidas de estudiantes distraen el vera- 10 explorando a pie las selvas con la tienda al hombro, y fortifican- dose con el ejercicio del cuerpo y el placer sano y directo de los descubridores. Los maestros juntan grupos de jóvenes dignos de serlo, y se van con ellos a lugares propicios a estudiar Minería en las minas, Agricultura en los campos, en los bosques Botánica. El Congreso se cierra, después de dejar probado que los representantes prefieren dejar solo al Presidente de la Nación en su campaña de reforma de los vicios políticos, a ayudarle en la tarea de enmendar estos, para que no sea como hasta aquí la nación un mero instru- mento de los partidos, sino los partidos servidores leales de la na- ción. La hermana del Presidente comienza a dirigir en Chicago una revista que lleva por nombre La Vida Literaria, la misma hermana que no hace dos meses presidia aún la vida social del país, desde la Casa Blanca en Washington. Un hombre cruza el Niágara em- hutido en un casco oblongo de madera. Un mozo salta, por apuesta, de lo más elevado del puente de Brooklyn al río Oeste, y sale salvo. Ya tiende al cielo en su pedestal de Bedloe Island la Estatua de la Libertad su brazo en esqueleto. Mucha villanía política y venta de destinos SC descubre en la ciudad de Nueva York. Mucho se comen- ta la energía del Presidente, que contra el voto del Senado ha dado en Washington a un negro un empleo altísimo. Mucho libro intere- sante y nuevo se publica. Se inventa un medio económico de pro- ducir fuego sin carbón. Pero con ser todo esto tan vario e interesante, nada, ni la muerte siquiera de aquel ilustre Tilden, que prefirió perder la Presidencia de la República, a que fue electo, antes que permitir a su partido que la conquistase con sangre,- nos interesa tanto a nosotros los de la otra América, como el grave riesgo de una guerra entre México y los Estados Unidos. Es nuestra raza mal entendida la que está en peligro. Es la caterva de cuatreros y matones ambiciosos de la írontera americana la que quiere forjar un pretexto para echarse sobre el estado minero de Chi’huahua, que excita su codicia. Es nuestro corazón americano, que allí duele. Nuestra patria es una, empieza en el Río Grande, y va a parar en los montes fangosos de la Patagonia. México haría mal, si contra todo lo que se ve, diese oidos a los perturbadores opulentos que en estos mismos instantes andan buscando su apoyo para influir en la política de Centroamé- rica. Pero, ;q uién no ha de apenarse de ver expuesto a una agresión Injusta del americano, a un pueblo que ha sabido irse amasando con la sangre misma que fluia de sus heridas; a UT! pueblo que está logrando acumular en nación sobre un territorio vasto y escapadizo, elementos más hostiles y reacios, los odios más violentos e in- cansables, las herencias más tercas y dañinas que contendieron en Su edad de formación eti pueblo alguno? El caso del conflicto es un mero pretexto, agravado por el ape- tito de guerra que ya se hace impaciente entre los americanos que pueblan el estado de Texas, que fue de México hasta la guerra inicua de mil ochocientos cuarenta v ocho, y por la imprevista p exa- I 12 José Marti gerada rudeza con que el Secretario qe estado en Washington *de- cidió exigir a México, contra una ley anterior y &xpresa de su Codtgo, la libertad inmediata de un americano Preso y procesado en, Chthuahua justamente por un dehto contra la ley de libelo en MexlcO, cometido fuera y dentro del territoria mexica+ o, con desprecto de sentencia anterior del juez de Chihuahua, ac. tada bajo firma por el preso. Un periodista americano, Cutting, airado porque un hijo dc México, Medina, le establecía un periódico rival en la ciudad mext- cana de El Paso del Norte, publicó en ella un ataque injurioso, que en acto dc conciliación le condenó el juez a retractar a pedimento de Medina. Se retractó Cutting en El Paso del Norte; pero en la ciu- dad americana de El Paso, de Texas, unida por un puente a la de México, publicó en un periódieo siempre impreso. en inglés, U? nuevo ataque a Medina, en inglés y en castellano, y circuló por SI mismo el periódico en El Paso del Norte. El artículo ciento ochenta y seis del Código de México autoriza a los Tribunales de la Repu- blica a procesar y castigar conforme a sus leyes a los extranjeros presentes en su territorio que hayan cometido fuera de México delitos contra este que tienen pena en sus leyes criminales. Y Cutting fue preso y procesado en virtud de esta ley, pero no sólo por haber impreso en una ciudad americana un artículo contra un mexicano, penable por. fa ley de México, sino por el delito de distribuirlo, CO- metido en México con violación de un acuerdo de su juez y la ley de libelo. El Cutting es de esa mala casta de aventureros sin oficio, que mira como propiedad suya la tierra mexicana, y cría odio de raza a sus hijos bravos, que ven con miedo natural que los americanos pueblen hoy a Chihuahua como poblaron antes a Texas, para alzarse con ella, y recuerdan con penas en el corazón la guerra humillante en que fueron vencidos por el Norte en mil ochocientos cuarenta y ocho. Casi todo Texas está poblado de aventureros; y como el cónsul americano en El Paso del Norte es de los que se enojan de que México posea un país tan valioso como el de Chihua- hua, los aventureros, el preso y el cónsul lograron con sus represen- taciones que el Secretario de Estado en Washington pidiese al GObierno de México fa libertad incondicional de Cutting. El Gobierno de México ofreció en respuesta cortés que el Gobierno Federal ejer- cería cuanto influjo fe fuese legítimamente dable en favor del preso cerca del Gobierno del estado de Chihuahua; pero se negó con mo- desta firmeza a entregar al preso, porque ni puede el Gobierno Fe- deral, por la Constitución, compeler así, a su capricho a un estado libre de la República, ni cabe que el Gobierno mismo de un país obre contra lo que ordena expresamente uno de los artículos del Código, que está llamado a hacer cumplir. En esto, los odios acu- mulados en ambos lados de la frontera del Río Grande tomaban color de guerra; americanos y mexicanos se amenazaban desde sus respectivas ciudades; voluntarios y tropas de línea recorrían las calles; las asociaciones de veteranos se asociaban a fas protestas de OBRAS ESCOGIDAS. T. II 43 los de Texas: el gobernador de Texas, ganoso de popularidad, se mostraba pronto a llevar la guerra a Chihuahua, si el Gobierno de Washington no la llevaba; el Congreso pidió al Presidente la correspondencia, y el Presidente la envió al Congreso, sin recomen- dar en su carta de mera fórmula solución alguna, ni apoyar el resumen precipitado y violento de la correspondencia con que la po- nía ante el Congreso el Secretario de Estado. Todo en aquellos momentos anunciaba la guerra: los prepara- tivos de los texanos, la acumulación de fas tropas de México, la demanda del Secretario, nuevamente rechazada por el Gobierno mexicano, el resumen belicoso del Secretario de Estado, el voto de confianza que fa Comisión de Negocios Extranjeros propuso al Congreso, basada solamente en la lectura del resumen. Pero la guerra ha parecido disiparse, .y la opinión ha torcido de rumbo en todo lo que no PS la gente agresiva de Texas, porque el Congreso se negó a votar fa resolución de confianza intimando de nuevo a México la libertad incondicional de Cutting, tan luego como uno de los mismos representantes que habían firmado el proyecto de resolución, reveló con pruebas al Congreso atónito que el resumen hecho de fa correspondencia por el Secretario de Estado no presen taba el caso como resultaba de la correspondencia misma. No era verdad que México estuviese procesando a Cutting por un delito cometido en Texas, sino por eso, según está facultado por su ley, y por un delito cometido en México con desacato a un juez mexica- no. No era verdad que Cutting estuviese sufriendo en México las amarguras que el Secretario decía, repitiendo con ardor los infor- mes exagerados del cónsul de El Paso; sino que Cutting había te- nido constantemente abierta por el juez la libertad bajo fianza, que rechazaba con desdén “porque el asunto estaba ya en manos de su Gobierno”. No era verdad que México mostrase arrogancia pu- nible en la defenesa de una ley oprobiosa para los Estados Unidos sino que había “la mayor cortesía y solicitud y casi humillación”, en las respuestas amistosas con que alegaba a los Estados Unidos la existencia previa de una ley general que comprendía el caso de Cutting, y la misma incapacidad del Gobierno Federal para for- zar los procesos y sentencias del Tribunal de uno de sus estados que el Secretario anrericano alegó ante el Gobierno chino hace POCOS meses cuando este le exigió responsabilidad por los asesinatos de sus subditos por ciudadanos americanos en uno de los territorios de fa Unión. No era verdad, como decía el resumen, que el caso todo se redujera a una injuria de México a la nación americana, a la pretensión desnuda de que puede por un artículo de SU ley procesar y castigar en su territorio a los ciudadanos extranjeros por delitos penables según su Código, que se hubieran cometido fuera de México. La revelación del representante cambió en desagrado y desconfianza la precipitación con que se disponía el Congreso a apo. yar la actitud belicosa del Secretario de Estado: el Congreso SUS- pendió sus sesiones sin tomar noticias de la resolución que se le 44 José Marti recomendaba con urgencia: y la honestidad de un solo hombre, de- fendiendo con palabras que parecían golpes a un pueblo amigo, ava- sallado injustamente, disipó en una hora la nube de guerra. Pero, lah!, no puede decirse, por desdicha, que a estas horas se haya desvanecido por completo. El Secretario de Estado dice que el silencioso voto en contra que le dio la Casa de Representan- tes fue un manejo de los diputados republicanos, que quieren de- mostrar al país que también los demócratas practican con los pue- blos de América la política de intimidación e intrusión que a ellos les censuraban. No rebaja el Secretario sus pretensiones aparente- mente, a pesar de la censura del Congreso. No se muestra dispues- to a ceder México, que con su sabiduría en la controversia logró convertir a su propia defensa, por la revelación elocuente del di- putado republicano, al Congreso mismo encargado de votar una re- solución preparatoria de la guerra. En Texas y en Chihuahua se vive con los rifles cargados y el pie en el estribo, los de Texas dis- puestos a pasar el puente e ir a rescatar a Cutting; los de Chihua- hua decididos a resistir la invasión y a presentarles la cabeza de Cutting en respuesta. Y el tribunal de El Paso del Norte, sereno frente a la ciudad rival americana, decoroso en este peligro de guerra, procesó en forma a Cutting, con atención a la ley de su delito que rige en su propio Estado de Texas, y lo sentenció a un año de penitenciaría y quinientos pesos de multa, de cuya sentencia apela. Grande es, pues, el peligro que se corre todavía; pero es de honor decir que fuera de la prensa invasora publicada en el Sur, toda la buena prensa de este país se declaró contra la intentona de guerra tan pronto como reveló la verdad de la disputa el representante. Es de honor decir que si bien perdura, por desgracia, en la masa del pueblo americano, esa opinión desdeñosa e ignorante de nuestros países que lo tiene tan dispuesto a mirar en menos, como a dogos falderos, a esos nobles pueblos nacientes que entre tantos obstácu- los adelantan, es cierto también que la costumbre republicana cría en esta tierra, como en todas aquellas donde impera, un hábito de justicia que se impone en los casos mismos de decoro naciowl hasta este extremo de defender hoy al que se tuvo ayer como enemigo. Es de honor decir que en vez de exasperar a los Estados Unidos, parece, en lo general, haberle sido grata la firme y dolorosa bravura con que, sin desafiar y sin cejar, se ha mostrado México dispuesto a defender su ley y su derecho de la intrusión del pueblo más for- midable acaso de la tierra. ’ La República, Honduras. 1886. 0. C., t. II, p. 47- 52. ‘A Ver continuación aparece una en 0. C., t. 13, p. 299- 301. nota de Marti la muerte de Samuel Tilden. CORRESPONDENCIAPARTICULAR PARA EL PARTIDO LIBERAL EL CASO DE CUTTING VISTO EN LOS ESTADOS UNIDOS.- LA POLITICA INTERIOR AMERICANA HA FAVORECIDO LA PAZ.- INFLUJO DEL PARTI- DO REPUBLICANO EN LAS CENSURAS UNANIMES DE BAYARD.- INTERES DE LOS REPUBLICANOS EN LA DERROTA DE BAYARD.- BLAINE: SU AC- TITUD EN EL CONFLICTO: SU PROXIMA CAMPARA: SUS CONDICIONES DE CAUDILLO.- MEXICO USADO COMO INSTRUMENTO POLITICO.- EL SUR Y MEXICO.PELIGROS PERMANENTES.- LOS CAPITALES NORTEAMERICANOS EN MEXICO.- MUERTE DE SAMUEL TILDEN: SU CARACTER Y SU VIDA: SU ELECCION Y SACRIFICIO: SU LECCION FINAL: LA SALVA- CION DE LAS REPUBLICAS ESTA EN LA PROPAGACION DE LA CULTURA New York, 19 de agosto Señor Director de Ei Partido Liberal: Ni la muerte de Tilden, aquel sabio político a quien defraudaron de su elección a la presidencia los republicanos, ni la revelación del modo ignominioso con 9 ue trafican y venden entre sí los beneficios de su empleo los más a tos funcionarios de la ciudad; ni la campa- ña ruda que se dispone a hacer Blaine contra el gobierno del partido democrático; ni el proceso de los anarquistas de Chicago, que tienen ya sobre la cabeza la sombra de la horca; ni el gran Parlamen? o ir- landés que con el nombre de Convención celebran aquí ahora los amigos de la autonomía de Irlanda, tienen hoy para nosotros el interés de los asuntos de México. Y esto no es tanto por las noticias que lleva el telégrafo ante5 y no cabrían en carta, cuanto porque con el sacudimiento de opi- niones que este conflicto súbito ha traído a la superficie, ayudado por la mayor independencia que va permitiendo a los diarios la des- composición gradual de los partidos políticos, se están viendo las corrientes por donde van aquí los juicios que importan tanto a México, y los peligros, y las ambiciones, y acaso la manera de contrastarlos. Y se ven además con mayor claridad los elementos que han ido impidiendo la terminación fatal del conflicto de Cutting, cosa que se debe tener muy en cuenta para prever conflictos posteriores, y no abrigar esperanzas vanas sobre la facilidad de esquivarlos. 46 losé Marti OBRAS ESCOGIDAS. T. II 47 La justicia de México, y la habilísima firmeza con que la han defendido sus representantes han sido, sin duda, causa principal de fa reversion instantanea y definitiva del juicio público en el caso de Cutting. Los alegatos de México, reproducidos aquí minuciosa- mente con elogio, han ganado ante el público la batalla. Las con- testaciones del Ministro de Relaciones de Mexico se han opuesto como modelo de cortés raciocinio a los documentos arrogantes e impremeditados del secretario Bayard. Nunca prestaron documen- tos diplomáticos servicio mayor: ellos han sido los abogados felices de este pleito grave: ellos parecían pedir cada día desde las colum- nas de los periódicos la justicia que no se pudo negar a su digna elocuencia y su lógica cerrada. Pero en la prisa con que los pro- mulgaba cierta parte de.! a prensa, en la fruición con ,que daba con alios en ei rostro al Secretario aturdido y colérico, y en la falta de analogía entre los comentos especiales sobre el caso de hoy y la opinión genera1 que continúan teniendo de México algunos diarios que lo han defendido, se observa claramente que en la guerra incle- mente y unánime que se hace aquí a Bayard por su torpe e inconsi- derada demanda ha habido una razón de política interior, sin cuya ayuda no hubiera podido acaso libertarse México de fa guerra que tenía ya encima, cuando por su propio interés acudió a estorbarle el partido republicano. Esa reflexión, apuntaba ya a El Partido Liberal antes de que aquí se hubiese ni ligeramente enseñado, no sólo se confirma por la premura con que salta Blaine de nuevo a la arena política para apro- vecharse de ella con su usual oportunidad y audacia, y por el impla- cable empeño con que ha desnudado los actos de Bayard en este conflicto el principal diario de Blaine, The Tribune de New York, sino por las indiscretas amenazas con que el Secretario, acorralado de todas partes y vencido, ha llegado hasta a anunciar su intento de acusar de traición a “los prohombres republicanos que han estado comunicándose con el gobierno de México en este conflicto para ayudarle a ridiculizar e impedir la política del Departamento de Estado”. Los mismos diarios de Blaine levantaron el guante, y revelaron que ese ataque era a Blaine y al ex ministro Foster: y aun parecía llegar la amenaza encubierta hasta el mismo Ministro de México en Washington, que ha sabido afrontarla por fortuna con decorosa entereza. Lejos ha ido el Secretario en el desconcierto en que lo tiene su derrota; y sus palabras fueron oídas como de persona a quien se ha de compadecer, por no haber sabido borrar con una retirada cauta y un silencio discreto el yerro grave de afirmar una demanda inter- nacional sobre el hecho seguro de la prisión ilegal de un ciudadano, para venir a parar un mes después en enviar un comisionado a in- quirir si la prisión fue efectivamente ilegal. Un penoso trastorno ha caracterizado los actos del Departa- mento de Estado en todo este conflicto. A la una negaba que tuviese hecho lo que tenía determinado desde las doce, y hacía público a las dos. Ha dado a la prensa el Departamento los más opuestos rumo- res. Y ha caído en descrédito mayor por pretender ocultar con de- claraciones de aparente firmeza las concesiones que se venía viendo forzado a hacer en virtud de sus yerros y de la opinión pública, a la cual revelaba la prensa día a día todo lo que insistía en negar el Secretario. Así fue como se le vino a arrancar la confesión de que se había nombrado enviado especia1 a Mr. Sedgwick, de quien se dijo al principio que era general, y hombre de mucha ciencia jurídi- ca, sin que luego haya podido averiguarse que sea, más que un esti- mable caballero que ha escrito con juicio un libro sobre contratos. Pero si en el atolondramiento y disgusto que le ha causado su inoportuna derrota ha ido quizás lejos en su acusación el secretario Bayard, ni a él que es político de oficio se le han podido escapar los manejos y el interés de sus rivales, ni dejan de ser claras las razones porque ha caído sobre él con tanto fuego el partido repu- blicano. Dirigido este por hombre de más escrúpulos y menor viveza y am- bición que Blaine, acaso hubiera creído deber contribuir, sino a ayu- darle, a salir por lo menos con decoro de un lance en que no quedaría bien puesta la nación, si aquí no fuese tanta la libertad de los hábitos publicos y la división de las manifestaciones de la opinión, y el gobierno no supiese que aquella no se cree responsa- ble de los yerros de este ni lo es en realidad, como se ha visto ahora. Pero Blaine es político felino, y tiene de su especie el salto elás- tico y la garra. El sabe que este país no tiene tiempo de ver hacia atrás ni hacia adelante. Sabe que va tras lo que le deslumbra de presente. Tiene el don hábil de apoderarse del asunto palpitante en la época de sus campañas, y- oscurecer con él su propia historia y los asuntos más graves de política menos ostentosa. Vienen las elecciones de candidatos a la presidencia. El, que sólo en mil votos casuales fue vencido por Cleveland, se presenta de nuevo candidato por el partido republicano. Ve que los demócratas van sin rumbo, y quitan a su partido con sus abusos locales y su oposición a Cleveland el prestigio de reformador que llevó a este de triunfo en triunfo al poder. Ve que a Cleveland no lo siguen los demócratas. Ve que sin Cleveland y lo que él representá, no volverá a confiarse a los de- mócratas el país. iQué fortuna para él, que en su discurso de ven- cido anunció el riesgo de dar el gobierno al Sur, el poder antes de dos años presentarse a la nación denunciándole que se ha estado a punto de envolverle en una guerra ridícula para complacer al Sur que la desea!- Blaine no pierde tiempo, no se cuida de 10 que le di- rán sobre su propia manera de entenderse, cuando fue secretario de Garfield, con nuestros países hispanoamericanos, con Colombia, con Chile, con el mismo México. Lo que él ve es que la cabeza del partido demócrata le está temblando sobre los hombros, y que él 18 Josi Marti OBRAS ESCOGIDAS. T. II 49 puede ponerse en lugar del descabezado: y de las mismas manos dc Bayard toma el hacha con que ha de echar abajo la cabeza.-- Percibió con su ojo de águila la importancia del instrumento que le ofrece la fortuna, y ha usado y usará de é!, como medio de camparía, con esa deslumbradora rapidez que llega a dar apariencia de hombre de Estado a aquel a quien sólo falta para serlo el con- cepto superior de humanidad y de justicia que los produce y con- sagra. Por ahí va a comenzar su campaña; por eso ha puesto tanto em- peño, ya que Bayard le dio hechas las razones con sus yerros, en demostrar la inepti. tud y ligereza con que ha llevado el Secretario el caso de Cutting; porque de ahí sacará él su argumento principal para combatir a los demócratas más seguros:- el peligro de dar el gobierno de la nación al Sur, que se ha apresurado a comprome- terla en una guerra innecesaria y sin defensa.- Así lo ha visto Bayard, que acaso, desconociendo la entereza y habilidad de México, creyó adecuado el caso de Cutting para hacerse sin gran riesgo de capital político en el Sur, cuyos votos corteja a fin de que le ayude a ser electo candidato a la presidencia. iEs tan doloroso como opor- tuno saber que la paz de un pueblo depende a veces de los juegos políticos de dos rivales que se disputan el mando en un pueblo ex- tranjerol Ni exagerarse, ni desconocerse, deben estos elementos reales de la política viva. Determinada así por el caudillo de los republicanos la campaña sobre este fracaso ostentoso del Secretario de Estado, no sólo emprende el con fe una lucha en que tiene de su lado la opinión que no quiere esta vez la guerra, y en la que a un tiempo combate con posibilidad de victoria, a un partido despedazado y a un rival terrible por su influjo político; sino que a su voz, que tan- tas veces los ha llevado a la victoria, le sirven con admirable disci- plina sus amigos en el Congreso y en la prensa, a quienes tiene Blaine enseñado ccn su ejemplo la ventaja de dar sobre el enemigo cuando está aún aturdido por el golpe. Es digno de estudio como caudillo político este hombre tenaz: tiene siempre a sus huestes dispuestas para la pelea: inspira en ellas el mismo ardor y presteza pasmosa que a él le animan: da sus bata- llas de intriga con la misma precisión y rapidez con que se dan las batallas en campaña: está despierto cuando todos sus rivales duer- men. Es hoy el único pretendiente activo para la candidatura de los republicanos; y toda esa ciencia y estrategia la ha empleado desde el primer instante sin descanso, para exhibir ante el país los errores del secretario Bayard en el caso de Cutting, y hacer más completa e irremediable su derrota, para dejar así a la vez anonadado al candi- dato y desacreditado por incapaz y riesgoso a su partido. De este modo ha venido la política interior a ser auxiliar eficaz fpero even- tual! de la justicia y habilidad con que México ha sabido esta vez librarse de la guerra. Ya se sabe que no es, por desdicha, amigo de la paz con México el espiritu de los Estados del Sur; y que en una nación regida prin- cipal, si no exclusivamente, por el apego desmedido de cada hombre a su bien propio, ha de tenerse siempre como probable la acción en que esté a la vez empeñado el interés individual de un número cre- cido de hombres. Ya se sabe que el Sur desea las tierras feraces y mineras de fa frontera mexicana, y que, con una prisa que ha sido dignamente contestada en la otra orilla, ha mostrado esta vez disposición, y en algunos lugares, hasta ansia de la guerra. Pero más que ese mal constante, que só! o puede prevenirse fa- voreciendo apresuradamente y a toda costa las poblaciones y comar- cas de la frontera, y teniendo en sus ciudades un buen número de personas de prudencia exquisita, llama la atención aquí la insistencia y naturalidad con que la prensa del Oeste y el Este se refieren, con ese tono seguro de las cosas sabidas, a la posibilidad de que los intereses norteamericanos en México pudiesen producir -como presume,-“ un estado de cosas en el que hubiera muchos que desea- sen una guerra con: México, para dar de ese modo un valor perma- nente a sus propiedades.” “ Los profetas dicen”- continúa el Wcdd- “que eso ha de suceder tarde o temprano.” fNo lo quiera Dios. y ya México sabrá evitarlo, apresurándose a explotar por sí, como medio acaso único de impedir el conflicto, las riquezas que los extra- ños le codician, para no tener de este modo que aceptar un capital cuyo interés es demasiado caro! 0 legislando eficazmente la pose- sión de tierras y minas en su territorio, con una ley parecida a la que ahora acaban de dictar los Estados Unidos para prohibir la ab- sorción de su suelo por compañías extranjeras. No esta guerra con México, que aquí está en la raíz de las gen- tes y hay que ir quemando día sobre día en la misma raíz, en el des- conocimiento que acá se tiene de la nobleza y brío del carácter mexi- cano; no esta guerra con México, sino otra con Europa por el canal de Panamá es la que tenía en la mente Samuel Tilden, el anciano que acaba ,de morir, cuando recomendó al Congreso, desde su si- llón de enfermo, viendo correr anchas y serenas como sus pensamien- tos las ondas del rio Hudson, que procediese sin demora a fortificar las costas desamparadas de los Estados Unidos. Le temblaban las manos al octogenario; sus criados tenian que darle de comer; su sobrina pasaba el día a su lado leyéndole filoso- fías y versos; pero él no podía librarse de la agonía celosa con que Perseguia de lejos las luchas de partido que le cautivaban el alma, ni del noble deseo de dejar puesto su nombre entre los que han hecho en su pais algo de extraordinario y perdurable. 50 José Martí OBRAS ESCOGIDAS. T. II 51 Era dc aquellos hombres, aquí raros, que no se satisfacen con la mera posesión de la fortuna; famoso en los tribunales por lo sagaz, por lo previsor en la política, en los negocios por prudente y feliz, y en la historia de su patria por haberse negado a disputar con las armas su derecho clarísimo a la Presidencia de los Estados Uni- dos, para la cual fue electo en 1880 contra el republicano Haynes, a quien la adjudicó una comisión del Congreso con fraude visible. Noble fue aquella alma. El era varón de virtud, que desde la ma- yor humildad se había levantado, sobre los puntales de su talento, am la posesión de cuantiosísima fortuna, y a la cabeza de su gran partido. El sentía natural pasión por el soberbio puesto que lleva de mano de la ley a un hijo de pobres hasta el Gobierno del pueblo más numeroso de hombres libres .- El quería barrer de arriba los vicios de compadrazgo e interés que muerden con diente hediondo en la política americana, tal como había barrido desde su asiento de Fiscal del Estado y de Gobernador a los bribones coaligados que con su influjo en las votaciones venían atrincherándose en empleos que les permitían defraudar las arcas públicas con robos estupendos.- Y luego, él tenía grande alma, que lleva con irresistible empuje a lo encumbrado y peligroso: $1 veía en sí coronada la persona huma- na!-¿ Qué suprema angustia no debió sentir aquel trabajador he- cho de sí, aquel espíritu de derecho, cuando se vio burlado en la posesión del mayor premio que es dable en la tierra apetecer a un hombre, y vio ultrajada la ley pública en el mismo que ganó su eminencia en defenderla? El había sido abogado grandísimo: huroneaba en los rincones de sus casos: penetraba en ellos como un espía de oficio, estudiaba su parte con ojos de juez: tendía a la vista del contrario atónito el tejido mismo de intenciones y argumentos que se guardaba callado en la mente: manejaba sus pruebas, con el brillo y ardor con que guía y abate un general en las batallas: tenía el placer y el vicio de la justicia. El veía en sí un ejemplo para la juventud que se acobarda, o se corrompe, o se vende a un matrimonio, o se vende a un Gobierno: de estudiante infeliz, llegó a dueño legítimo de cinco millones, sin venderse a nadie, ni al Gobierno, que fue a buscarlo a su casa por honrado, ni al matrimonio porque amó de joven a una noble criatu- ra que le quiso pobre y se volvió imbécil, y él le mantuvo en su desdicha la fe que fe empeñó en la hora de la razón. Deslució acaso sus primeros años, cuando la guerra de los esclavos debió llamarlo a una carrera activa, por el afán- jexcusable en quien conoce la vida!- de comprar con una fortuna libre el derecho de ser honrado y virtuoso: no enseñó la mano hasta que la tuvo fuerte: no hacía negocios al azar, ni ponía sus ahorros en ambiciosas empresas, sino que estudiaba los elementos de cada operación como los puntos de un caso de derecho, y entraba a negociar sobre seguro con fuerza matemática. El tenía men? e mayor, con la que consideraba que si en tiempos pasados fueron precisos aquellos patriarcas generosos y sabios qr! e preparaban a su pueblo para la riqueza, hoy era necesario un sabKJ nuevo que lo redimiese de los vicios públicos a que lo ha llevado el exceso de ella. El veía el voto ignorante, los audaces apoderados de él, el, egoís- mo comiéndose al heroísmo, el amor a sí sofocando en cada hombre el amor a la pa!: ia, el amor al goce pervirtiendo en la mujer aque- lla majestad y dulcedumbre con que ilumina y enamora. El se sentía ayudado de la habilidad en la virtud. El rebosó de justo júbilo cuando en pago de sus honrados hechos, de su maestría mental, de su capacidad para pensar por sí y df- rectamente de su influjo sobre los miembros notables de su partr- do, con quienes se mantenía en cartas constantes sobre los asuntos públicos, se vio electo candidato de los demócratas para presidir por cuatro años su República, para limpiar los establos, para infuudir idea nueva y tamaño de grandeza en la vida de la nación, para entusiasmar y estremecer a un pueblo que ha empezado a podrirse en la prosperidad. Y itodo, todo vino a tierra! a la voluntad de una camarilla injusta! Se aceptó como buena la elección falsa del estado dudoso que debía darle el triunfo. Se consumó el robo del puesto sagrado. Muy a borbotones le saltó al gran viejo la sangre en el pecho. Muy amar- gamente vio pasar para sí y para su pueblo la ocasión de volver s ser grande. Y con mucha crueldad le llamaron cobarde sus amigos porque no quiso hacer andar sobre sangre su derecho. Pero él se fue a hablar con su hermana canosa, quien vive en una casa que le regaló él de su trabajo, y departió mucho con ella en sigilo en una tarde solemne; y templado en piedad salió de aque- lla plática con mujer, decidido a perder su derecho al honor más grande a que podía aspirar un hombre en su patria, si había de costar una sola vida el conseguirlo. iA esta abnegación han llamado miedo los que no son capaces de ella! iLos que sólo a sí ven en el mundo, y a su engrandecimien- to propio! iLos que no aman a la patria bastante para posponerle todo amor de sí! iPor aquella abnegación se negó su partido a presentarlo de candidato en las elecciones siguientes, para dar ocasión de victoria sin violencia al derecho burlado! Pero su influjo subía poco a poco: su voluntad designaba a 10s candidatos: su consejo dirigía al partido: sus comunicaciones inte- resaban a la nación: su silla de viejo era a manera de trono: su carta definitiva de renuncia a la candidatura en 1884 está escrita como por un profeta ta! lado en la montaña: su testamento otorga tres millones de pesos para la formación de una biblioteca pública: y este magnifico legado enseña, como resumen de su cuantiosa vida, qUe fa suma deducción del político más práctico y agudo que vivía en 52 José Martí este pueblo fue que la madre del decoro, la savia de la libertad, el mantenimiento de la República y el remedio de sus vicios, es. sobre todo lo demás, la propagación de la cultura. EL PROCESO DE LOS SIETE ANARQUISTAS DE CHICAGO El Partido Liberal, México, 8 de septiembre de 1886. Otras crdnicas de Nueva York, investigación, introducción e “Indice de cartas” por Ernesto Mejía Sánchez, La Habana, Centro de Estudios Martianos y Editorial de Ciencias Sociales, 1983, p. 59- 64. EL PROBLEMA DEL TRABAJO EN EUROPA Y EN AMERICA.- ESTUDIO DE CARACTERES.- EL PROCESO.- EL VEREDICTO: APLAUSO UNANIME Nueva York, septiembre 2 de 1886 Señor Director de La Nación: Aquellos anarquistas que en la huelga de la primavera lanzaron sobre los policías de Chicago una bomba que mató a siete de ellos, y huyeron luego a las casas donde fabrican sus aparatos mortíferos, a los túneles donde enseñan a sus afiliados a manejar las armas, y a untar de ácído prúsico, para que maten más seguramente, los puñales de hoja acanalada; aquellos que construyeron la bomba, % ue convocaron a los trabajadores a las armas, que llevaron carga- o el proyectil a la junta pública, que excitaron a la matanza y el saqueo, que acercaron el fósforo encendido a la mecha de la bomba, que la arrojaron con sus manos sobre los policías, y sacaron luego a la ventana de su imprenta una bandera roja; aquellos siete alema- nes, meras bocas por donde ha venido a vaciarse sobre América el odio febril acumulado durante siglos europeos en la gente obrera; aquellos míseros, incapaces de llevar sobre su razón floja el peso peligroso y enorme de la justicia, que en sus horas de ira enciende siempre a la vez, según la fuerza de las almas en que arraiga, após- toles y criminales; aquellos han sido condenados, en Chicago, a muerte en la horca, Tres de ellos ni entendían siquiera la lengua en que los conde- naban. El que hizo la bomba, no llevaba más que unos nueve me- ses de pisar esta tierra que quería ver en ruinas. Uno solo de los siete, casado con una mulata que no llora, es norteamericano, y hermano de un general de ejército: los demás han traído de Alemania cargado el pecho de odio. Desde que llegaron, se pusieron a preparar la manera mejor de destruir. Reunían pequeñas sumas de dinero; alquilaban casas para 54 losé Martí hacer experimentos; rellenaban de fulmicoton trozos pequeños de cañería de gas: iban de noche con sus novias y mujeres por los lu- gares abandonados de la costa a ver cómo volaban con esta bomba cómoda los cascos de barco: imprimían libros en que se enseña la manera fácil de hacer en la casa propia los proyectiles de matar: se atraían con sus discursos ardientes la voluntad de los miembros más malignos, adoloridos y obtusos de los gremios de trabajadores: “pudrían’‘- dice el abogado-“ como el vómito del buitre, todo aque- llo a que alcanzaba su sombra.” Aconsejaban los bárbaros remedios imaginados en los países don- de los que padecen no tienen palabra ni voto, aquí, donde el más infeliz tiene en la boca la palabra libre que denuncia la maldad, y en la mano el voto que #hace la ley que ha de volcarla: al favor de su lengua extranjera, y de las leyes mismas que desatendían ciega- mente, llegaron a tener masas de afiliados en las ciudades que emplean mucha gente alemana: en Nueva York, en Milwaukee, en Chicago. En libros, diarios y juntas adelantaban en organización armada y predicaban una guerra de incendio y de exterminio contra la riqueza y los que la poseen y defienden, y contra las leyes y los que las mantienen en vigor. Se les dejaba hablar, aun cuando hay leyes que lo estorban, para que no pudiesen prosperar su color de marti- rio, ideas de cuna extraña, nacidas de una presión que aquí no existe en la forma violenta y agresiva que del otro lado del mar las ha engendrado. Prendieron estas ideas lóbregas en los espíritus menos raciona- les y más dispuestos por su naturaleza a la destrucción; y cuando al fin, como enseña de este fuego subterráneo, saltó encendida por el aire la bomba de Chicago, se vio que la clemencia equivocada ha- bía permitido el desarrollo de una cría de asesinos. Todo eso se ha probado en el proceso. Ellos que, salvo el norteamericano, tiemblan hoy, pálidos como la cal, de ver cerca la muerte, manejaban en calma los instrumentos más alevosos que han suge- rido nunca al hombre la justicia o la venganza. No fue que rechazasen en una hora de ira el ataque violento de la policía armada: fue que, de meses atrás, tenían fábricas de bombas, y andaban con ellas en los bolsillos “en espera del buen momento”, y atisbaban al paso a los grupos de huelguistas para enardecerles con sus discursos la sangre, y tenían concertado un alzamiento en que se echasen sobre la ciudad de Chicago a una hora fija las carretadas de bombas ocultas en las casas y escondites donde los mismos que ayudaron a hacerlas las descubrieron a la po- licía. No embellece esta vez una idea el crimen. Sus artículos y discursos no tienen aquel calor de humanidad que revela a los apóstoles cansados, a las víctimas que ya no pue- den con el peso del tormento y en una hora de majestad infernal la echan por tierra, a los espíritus de amor activo nacidos fatalmente OBRAS ESCOGIDAS. T. 11 55 para sentir en sus mejillas la vergüenza humana, y verter su sangre por aliviarla sin miramiento del bien. propio. No: todas las grandes ideas de reforma se condensan en apósto- les y se petrifican en crímenes, según en su llameante curso pren- dan en almas de amor o en almas destructivas. Andan por la vida las dos fuerzas, lo mismo en el seno de los hombres que en el de ta atmósfera, y en el de la tierra. Unos están empeñados en edificar y levantar: otros nacen para abatir y destruir. Las corrientes de los tiempos dan a la vez sobre unos y otros; y así sucede que las mismas ideas que en lo que tienen de razón se llevan toda la voluntad por su justicia, engendran en las almas dañinas o confusas, con lo que tienen de pasión estados de odio que se enajenan la voluntad por su violencia. Así se explica que los trabajadores mismos temblaron al ver qué delitos se criaban a su sombra; y como de vestidos de llamas se desasieron de esta mala compañía, y protestaron ante la nación que ni los más adelantados de los socialistas protegían ni excusaban el asesinato y el incendio a ciegas como modos de conquistar un derecho que no puede ser saludable ni fructífero sí se logra por medio del crimen, innecesario en un país de repúhlíca, donde puede lograrse sin sangre por medio de la ley. Así se explica cómo hoy mismo, cuando los diarios fijaron en sus tablillas de anuncio el veredicto del jurado, no se ofa una sola protesta entre los que se acercaban ansiosamente a leer la no- ticia. fAy! iaquí los corazones no son generalmente sensibles! iaquí no hace temblar la idea de un hombre muerto por el verdugo a mano fría! faquí se habitúa el alma al egoísmo y la dureza! pero se suele ver, como en los días de la agonía de Garfield, el corazón públi- co,- se suele sentir, como en los días del abolicionista Wendell Phi- llips, la pujanza con que se revela la conciencia nacional contra la injusticia o el crimen,- se ve crecer en un instante, como en los días de las huelgas de carros, la ira de la clase obrera cuando se cree in- juriada en su decoro o su derecho. Y esta vez, ni un solo gremio de trabajadores en toda la na- ción ha mostrado simpatía, ni cuando el proceso, ni cuando el ve- redicto, con los que mueren por delitos cometidos en su nombre. Y es porque esos míseros, dándose a sí propios como excusa de su necesidad de destrucción las agonías de la gente pobre, no perte- necen directamente a ella, ni están por ella autorizados, ni trabajan en construir, como trabaja ella; sino que son hombres de espíritu en- fermizo o maleado por el odio, empujados unos por el apetito de arrasar que se abre paso con pretexto público en todas las conmociones populares, pervertidos otros por el ansia dañina de notorie- dad o provechos fáciles de alcanzar en las revueltas,- y otros, flos menos culpables, los más desdichados! endurecidos, condensados en crimen, por la herencia acumulada del trabajo servil y la cólera sor- da de las generaciones esclavas. 56 los. 5 Martí Aquí, a favor de la gran libertad legal, de lo fácil del escape en esta población enorme, de la indulgencia que envalentonó la propaganda anarquista, se reunieron naturalmente para su obra de exterminio esos elementos fieros de todo sacudimiento público: los fanáticos, los destructores y los charlatanes. Los ignorantes lo siguieron. minación. Los trabajadores cultos se retrajeron de ellos con abo- Los obreros norteamericanos miraron como extraños a esos medios y hombres nacidos en países cuya organización despó- tica da mayor gravedad y color distinto a los mismos males que aquí los hábitos de libertad hacen llevaderos. El silencio amparó la obra siniestra. Y cuando llegaron para Chicago las horas de inquietud que en su justa revuelta por su mejoramiento está causando en todo el país la gente obrera, saltaron a su cabeza los hombres tenebrosos, vociferando, ondeando pañuelos rojos, azuzando a los desesperados, echando al aire la bomba encendida. Saltaron en pedazos los hombres rotos: murieron miembro a miembro desesperados en los hospitales: repudió toda la gente de trabajo a los que a sangre fría mataban en su nombre. Y hoy, cuan- do se anuncia el veredicto que los condena a muerte, se siente que en esta masa de millones hay todavía rincones vivos donde se hacen bombas, se reúnen en Nueva York dos mil alemanes a condolerse de los sentenciados, se sabe que no han cesado en Chicago,. ni en Milwaukee, ni en Nueva York los trabajos bárbaros de estos venga- dores ciegos; pero las grandes masas no han alzado la mano con- tra el veredicto, ni el curioso indiferente que se acercara hoy a las tablillas de los diarios hubiera podido oír a un solo trabajador ni comerciante, ni una palabra de condenación o de ira contra el acuerdo del jurado. El que más, el extranjero. de aima compasiva, el pensador que ve en las causas, se entristecían y callaban. OBRAS ESCOGIDAS. T. II 57 Porque entre otras cosas, los peligros mismos que, a la raíz del proceso, corría el jurado, venían siendo garantía de que él no daría veredicto de muerte contra los anarquistas, a tener la menor po- sibilidad de evitarse así una inquietud para la conciencia y un ries- go para sus vidas. Si la evidencia no era absoluta, el jurado se aprovecharía de ello para no incurrir en la ira de los anarquistas. Ya se sabe que ‘el jurado aquí, como en todas partes, no es como los jueces, que viven de la justicia y pueden afrontar los peligros que les vengan de ejercerla con la protección y paga del orden so- cial que los necesita para su mantenimiento. Estos doce jurados, traídos muy contra su voluntad a juzgar a los jefes de una asociación numerosa de hombres que creen glorioso el crimen y criminales a todos los que se les oponen, habían de temer con razón que los anarquistas, enfurecidos por la sentencia de sus jefes, llevasen a cabo las amenazas que esparcían abundantemente, mientras se estaba eligiendo el jurado. Treinta y seis días tardó el jurado en formarse. Novecientos ochen- ta y un jurados hubo que examinar para poder reunir doce. Reunidos al fin, siguió por todo un mes la sombría vista. De noche reposaban los jurados en sus cuartos en el hotel, vigi- lados por los alguaciles que debian librarles de toda comunicación o amenaza: deliberaban: comentaban los sucesos del día: iban concentrando el juicio: se distraían tocando piano, bajo y violín. De día eran las sorpresas. Ya era el norteamericano Parsons, a quien la policía no podía hallar, y se presentó de súbito en la sala del proceso, desaseado, barbón, duro, arrogante: ya era que iban perdiendo su seguridad aparente los presos, conforme el fiscal público presentaba en el banquillo como testigos a los cómplices mismos de los anarquistas, al regente de la imprenta del periódico que incitaba a la matanza, al duefio de la casa donde el recién llegado alemán hacía las bombas. Una joven repartía un día a los presos ramilletes de flores en- carnadas. La madre del periodista Spies oía día sobre día las de- claraciones contra su hijo. El fiscal presentó en su propia mano una bomba cargada, de las que se hallaron en un escondite, fabri- cadas por uno de los presos, con ayuda del cómplice que lo denun- ciaba desde el banquillo. Cada día se veían crecer las alas de la muerte, y se sentían más aquellos infelices bajo su sombra. Todo se fue probando: la premeditación, la manufactura de los proyectiles, la conspiración, las excitaciones al incendio y el asesi- nato, la publicación de claves en el diario con este fin, el tono cri- minal de los discursos en la junta de Haymarket, la preparación y lanzamiento de la bomba desde la carreta de los oradores. Estaba entre los presos el que la había hecho, esa y cien más. Los restos de la bomba eran iguales a las que los cómplices de los presos entregaron a la policía, y a las que tenía el periodista en su imprenta y enseñaba como una hazaña. Los testigos de la defensa se contradijeron y dejaron en pie la acusación. Los .testigos de la acusación eran amigos, compañeros, empleados, cómplices de los presos. Sin miedo hablaron el fiscal y su abogado. Sin fortuna ni soli- dez hablaron los defensores. El juez dijo al jurado en sus indica- ciones que el que incita a cometer un delito y a prepararlo es tan culpable de él como el que 10 comete. Anonadaba tanta prueba. Estremecía 10 que se había oído y vis- to. Trascendía al tribuna1 el espanto público. El jurado deliberó poco, y a la mañana siguiente los presos fue ron llamados a oír el veredicto. iPobres mujeres! La viejecita Spies, la madre del periodista, estaba en su rincón, mirando como quien no quiere ver. Allí su her- mana joven. Allí la novia lozana de uno de los presos. Allí la mu- jer de Schwab, desdichada y seca criatura, el cuerpo como roído, de rostro térreo y manos angulosas, extraña en el vestir, IOS ojos vagos y ansiosos, como de quien viviese en compaiíia de un duende: Schwab es así: desgarbado, repulsivo, de funesta apariencia; la mira- da caída bajo los espejuelos, la barba silvestre, el pelo en rebeldía, la frente no sin luz, el conjunto como de criatura subterránea. Allí la mulata de Parsons, implacable e inteligente como él, que no pestañea en los mayores aprietos, que habla con feroz energía en las juntas públicas, que no se desmaya como las demás, que no mueve un músculo del rostro cuando oye la sentencia fiera. Los noti- cieros de los diarios se le acercan, más para tener qué decir que para consolarla. Ella aprieta el rostro contra su puño cerrado. No mira; no responde; se le nota en el puño un temblor creciente: se pone en pie de súbito, aparta con un ademán a los que la rodean, y va a hablar de la apelación con su cuñado. La viejecíta ha caído en tierra. A la novia infeliz se la llevan en brazos. Parsons se entretenía mientras leían el veredicto en imi- tar con los cordones de una cortina que tenía cerca del nudo de la horca, y en echarlo por fuera de la ventana, para que lo viese la muchedumbre de la plaza. En la plaza, llena desde el alba de tantos policías como con- currentes, hubo gran conmoción cuando se vio salir del tribunal, como si fuera montado en un relámpago, al cronista de un diario,- el primero de todos. Volaba. Pedía por merced que no lo detuviesen. Saltó al carruaje que lo estaba esperando. - “iCuál es, cuál es el veredicto?“voceaban por todas par- tes.-“ iCulpables!” -dijo, ya en marcha. Un hurra, itríste hurra!, llenó la plaza. Y cuando salió el juez. io saludaron. La Nución, Buenos Aires, 21 de octubre de 1885. 0. c., t. 11, p. 53- 61. EL TERREMOTO DE CHARLESTON HORROR DEL PRIMER CHOQUE.- ROMPE EL INCENDIO.EXTRAORDINA- RIAS ESCENAS.- ESCENAS DE LA MADRUGADA.- TORRES CAIDAS- CA- SAS ROTAS: SESENTA MUERTOS.- EN LOS ALREDEDORES.ENTRADA A CHARLESTON DE LOS PRIMEROS VISITANTES.- LA CIUDAD ENTERA VIVE EN CARROS Y TIENDAS.- ARREBATO DE LOS NEGROS.- ORGIAS RELIGIOSAS- ESCENAS SINGULARES.- LAS CAUSAS DE LOS TERREMOTOS.- LA CIUDAD RENACE Nueva York, septiembre 10 de 1886 Señor Director de La Nación: Un terremoto ha destrozado la ciudad de Charleston. Ruina es hoy lo que ayer era flor, y por un lado se miraba en el agua arenosa de sus ríos, surgiendo entre ellos como un cesto de frutas, y por el otro se extendía a lo interior en pueblos lindos, rodeados de bos- ques de magnolias; y de naranjos y jardines. Los blancos vencidos y los negros bien hallados viven allí des- pués de la guerra en lánguida concordia: allí no se caen las hojas de los árboles; allí se mira al mar desde los colgadizos vestidos de enredaderas; allí, a la boca del Atlántico, se levanta casi oculto por la arena el fuerte Sumter en cuyos muros rebotó la bala que llamó al fin a guerra al Sur y al Norte; alli recibieron con bondad a los viajeros infortunados de la barca Puig. Las calles van derecho a los dos ríos: borda la población una alameda que se levanta sobre el agua: hay un pueblo de buques en los muelles, cargando algodón para Europa y la India: en la calle de King se comercia; la de Meeting ostenta hoteles ricos: vi- ven los negros parleros y apretados en un barrio populoso; y el resto de la ciudad es de residencias bellas, no fabricadas hombro a hombro como estas casas impúdicas y esclavas de las ciudades frías del Norte, sino con ese noble apartamiento que ayuda tanto a la poesia y decoro de la vida. Cada casita tiene sus rosales, y su patio en cuadro, lleno de yerba y girasoles y sus naranjos a la puerta. 60 José Morll OBRAS ESCOGIDAS T. II 61 Se destacan sobre las paredes blancas las alfombras y ornamen- tos de colores alegres que en la mañana tienden, en la baranda del colgadizo alto, las negras risueñas, cubierta la cabeza con el pañuelo azul o rojo: el polvo de la derrota vela en otros lugares el color cru- do del ladrillo de las moradas opulentas, se vive con valor en el alma y con luz en la mente en aquel pueblo apacible de ojos negros. Y ihoy los ferrocarriles que llegan a sus puertas se detienen a medio camino sobre sus rieles torcidos, partidos, hundidos. levan- tados; las torres están por tierra; la población ha pasado una semana de rodillas; los negros y sus antiguos señores han dormido bajo la misma lona, y comido del mismo pan de lástima, frente a las ruinas de sus casas, a las paredes caídas, a las rejas lanzadas de su base de piedra, a las columnas rotas! Los cincuenta mil habitantes de Charleston, sorprendidos en las primeras horas de la noche por el temblor de tierra que sacudió como nidos de paja sus hogares, viven aún en las calles y en las plazas, en carros, bajo tiendas, bajo casuchas cubiertas con sus propias ropas. Ocho millones de pesos rodaron en polvo en veinticinco segun- dos. Sesenta han muerto, unos aplastados por las paredes que caían, otros de espanto. Y en la misma hora tremenda, muchos niños vi- -nieron a la vida. Estas desdichas que arrancan de las entrañas de la tierra, hay que verlas desde 10 alto de los cielos. De allí los terremotos con todo su espantable arreo de dolores humanos, no son más que el ajuste del suelo visible sobre sus en- trañas encogidas, indispensable para el equilibrio de la creación: icon toda la majestad de sus pesares, con todo el empuje de olas de su juicio, con todo ese universo de alas que le golpea de aden- tro el cráneo, no es el hombre más que una de esas burbujas res- plandecientes que danzan a tumbos ciegos en un rayo de sol!: lpobre guerrero del aire, recamado de oro, siempre lanzado a tierra por un enemigo que no ve, siempre levantándose aturdido del golpe, pronto a la nueva pelea, sin que sus manos le basten nunca a apartar los torrentes de la propia sangre que lo cubren los ojos! iPero siente que sube, como la burbuja por el rayo de sol!: lpero siente en su seno todos los goces y luces, y todas las tempestades y padecimientos, de la naturaleza que ayuda a levantar! Toda esta majestad rodó por tierra en la hora de horror del terremoto en Charleston. Serían las diez de la noche. Como abejas de oro trabajaban sobre sus cajas de imprimir los buenos hermanos que hacen los periódi- cos: ponía fin a sus rezos en las iglesias la gente devota, que en Charleston, como país de poca ciencia e imaginación ardiente, es mucha: las puerta, s’se cerraban, y al amor o al reposo pedían fuer- zas los que habían de reñir al otro día la batalla de la casa: el aire sofocante y lento no llevvaba bien el olor de las rosas, dormía medio Charleston: ini la luz! la esperaba! va más aprisa que la desgracia que Nunca allí se había estremnecido la tierra, que en blanda pendien- te se inclina hacia el mar: saobre suelo de lluvias, ue es el de la planicie de la costa, se extiennde el pueblo; jamás hu B o cerca volca- nes ni volcanillos, columnas cde humo, levantamientos ni solfataras: de aromas eran las únicas col~ lumnas, aromas de los naranjos peren- nemente cubiertos de flores blllancas. Ni del mar venían tampoco so- bre sus costas de agua bajr’a, que amarillea con la arena de la cuenca, esas olas robustas qr! ue echa sobre la orilla, oscuras como iauces, el océano cuando su asiento se desequilibra, quiebra o le- vanta, y sube de lo hondo la tremenda fuerza que hincha y encorva la ola y la despide como un mnonte hambriento contra la playa. En esa paz señora de las ociudades del mediodfa empezaba a irse la noche, cuando se oyó un ruido que era apenas como el de un cuerpo pesado que empujan deo prisa. Decirlo es verlo. Se hinckhó el sonido: lámparas y ventanas re- temblaron... rodaba ya bajo tierra pavorosa artillería: sus letras sobre las cajas dejaron caer Ilos impresores, con sus casullas huían los clérigos, sin ropas se lamzaban a las calles las mujeres olvida- das de sus hijos: corrían los Ihombres desalados por entre las pare- des bamboleantes: <q uién asía por el cinto a la ciudad, y la sacudía en el aire, con mano terrible, yo la descoyuntaba? Los suelos ondulaban; los muros se partían; las casas se mecian de un lado a otro: la gente caosi desnuda besaba la tierra: loh Señor! loh, mi hermoso Señor! decían llorando las voces sofocadas: labajo, un pórtico entero!: huía el valor del pecho y el pensamiento se turba- ba: ya se apaga, ya tiembla menos, ya cesa: iel polvo de las casas caídas subía por encima de 10: s árboles y, de los techos de las casas! LOS padres desesperados aprovechan la tregua para volver por sus criaturas: con sus manos aparta las ruinas de su puerta propia una madre joven de grande Ibelleza: hermanos y maridos llevan a rastras, o en brazos a mujeres desmayadas: un infeliz que se echó de una ventana anda sobre SUI vientre dando gritos horrendos, con los brazos y las piernas rotas: una anciana es acometida de un tem- blor, y muere: otra, a quien mata el miedo, agoniza abandonada en un espasmo: ]as luces de gas débiles, que apenas se distinguen en el aire espeso, alumbran la población desatentada, que corre de un lado a otro, orando, llamando a grandes voces a Jesús, sacudiendo los brazos en alto. Y de pronto cn la sombra se yerguen; bañando de esplendor rojo la escena, altos incendios que mueven pesadamente sus anchas llamas. Se nota en todas las caras, a la súbita luz, que acaban de ver la muerte: la razón flota en jirones en torno a muchos rostros, en torno de otros se le ve que vaga, cual buscando su asiento ciega y aturdida. Ya las llamas son palio, y el incendio sube; pero <quién cuenta en palabras 10 que vio entonces? Se oye venir de nuevo el 62 Josc’ Marti OBRAS ESCOGIDAS. T. II 63 ruido sordo: giran las gentes, como estudiando la mejor salida; rompen a huir en todas direcciones: la ola de abajo crece y serpen- tea; cada cual cree que tiene encima a un tigre. Unos caen de rodillas: otros se echan de bruces: viejos setiores pasan en brazos de sus criados fieles: se abre en grietas la tierra: ondean los muros como un lienzo al viento: topan en lo alto las cornisas de los edificios que se dan el frente: el horror de las ,bes- tias aumenta el de las gentes: los caballos que no han podido de- suncirse de sus carros los vuelcan de un lado a otro con las sacu- didas de sus flancos: uno dobla las patas delanteras: otros husmean el suelo: a otro, a la luz de las llamas se le ven los ojos rojos y el cuerpo temblante como caña en tormenta: <qué tambor espantoso llama en las entrañas de la tierra a la batalla? Entonces. Cuando cesó la ola segunda, cuando ya estaban las almas preñadas de miedo, cuando de bajo los escombros salían, como si tuvieran brazos, los gritos ahogados de los moribundos, cuando hubo que atar a tierra como a elefantes bravíos a los caballos trémulos, cuando los muros habían arrastrado al caer los hilos y los postes de teléfono, cuando los heridos se desembarazaban de los ladrillos y maderos que les cortaron la fuga, cuando vislumbraron en la sombra con la vista maravillosa del amor sus casas rotas las pobres mujeres, cuando el espanto dejó encendida la imaginación tempestuosa de los negros; entonces empezó a levantarse por sobre aquella alfombra de cuerpos postrados un clamor que parecía ve- nir de honduras jamás explotadas, que se alzaba temblando por el aire con alas que lo hendían como si fueran flechas. Se cernía aquel grito sobre las cabezas, y parecía que llovían lágrimas. Los pocos bravos que quedaban en pie, !que eran muy pocos!, procuraban en vano sofocar aquel clamor creciente que se les en- traba por las carnes: icincuenta mil criaturas a un tiempo adulando a Dios con las lisonjas más locas del miedo! Apagaban el fuego los más bravos, levantaban a los caídos, de- jaban caer a los que ya no tenían para qué levantarse, se llevaban a cuestas a los ancianos paralizados por el horror. Nadie sabía la hora: todos los relojes se habían parado, en el primer estremecimiento. La madrugada reveló el desastre. Con el clarqr del día se fueron viendo los cadáveres tendidos en las calles, los montones de escombros, las paredes deshechas en polvo, los pórticos rebanados como a cercén, las rejas y los postes de hierro combados y retorcidos, las casas caídas en pliegues sobre sus cimientos, y las torres volcadas, y la espira más alta prendida sólo a su iglesia por un leve hilo de hierro. El sol fue calentando lOs corazones: los muertos fueron llevados al cementerio donde está sin hablar aquel Calhoun qiie habló tan bien, y Ciaddens, y Rutledge y Pinckney; los médicos atendían a los enfermos; un sacerdote confesaba a los temerosos: en persianas y en hojas de puerta recogían a los heridos. Apilaban los escombros sobre las aceras. Entraban en las casas en busca de sábanas y colchas para levantar tiendas: frenesí mos- traban los negros por alcanzar el hielo que se repartía desde unos carros: humeaban muchas casas: por las hendiduras recién abiertas en la tierra había salido una arena de olor sulfuroso. Todos llevan y traen. Unos preparan camas de paja. Otros duer- men a un niño sobre una almohada y lo cobijan con un quitasol. Huyen aquellos de una pared que está cayendo. iCae allí un muro sobre dos pobres viejos que no tuvieron tiempo para huir!: va be- sando al muerto el hijo barbado que lo lleva en brazos, mientras el llanto le corre a hilos. Se ve que muchos niños han nacido en la noche, y que, bajo una tienda azul precisamente, vinieron de una misma madre dos geme- los. San Michael de sonoras campanas, Saint Phillips de la torre so- berbia, el Salón hiberniano en que se han dicho discursos que brillaban como bayonetas, la casa de la guardia, lo mejor de la ciu- dad, en fin, se ha desplomado o se está inclinando sobre la tierra. Un hombre manco, de gran bigote negro y rostro enjuto. se acer- ca con los ojos flameantes de gozo a un grupo sentado tristemente sobre un frontón roto:-“ no ha caído, muchachos, no ha caído”; i! o que no había caído era la casa de justicia, donde al oír e! primer disparo de los federales sobre Fort Sumter, se despojó de su toga de juez el ardiente Mc Grath; juró dar al Sur toda su sangre, y se Ia dio! En las casas, iqué desolación! No hay pared firme en toda la ciudad, ni techo que no esté abierto: muchos techos de los colgadi- zos se mantienen sin el sustento de sus columnas, como rostros a que faltase la mandíbula inferior: las lámparas se han clavado en la Pared o en forma de araña han quedado aplastadas contra el pavi- mento: las estatuas han desdndido de sus pedestales: el agua de los tanques, colocados en el alto de la casa, se ha filtrado por las grfetas y la inunda: en el pórtico mismo parecen entender el daño los jazmines marchitos en el árbol y las rosas plegadas Y mustias. Grande .fue la angustia de la ciudad en 40s días primeros. Nadie volvía a las casas. No había comercio ni mercado. Un temblor su- tedia a otro, aunque cada vez menos violentos; La ciudad era un jubileo religioso: y los blancos arrogantes, cuando arreciaba el temor, unían su voz humildemente a los himnos improvisados de 10s negros frenéticos: imuchas pobres negritas cogían de1 vestido a las blancas que pasaban, y les pedían llorando que las llevasen con e!! a,- que así el hábito llega a convertir en bondad J a dar poesía a los mismos crímenes,- iasí esas criaturas, concebi as en la mise- 64 Jost; Mnrli OBRAS ESCOGIDAS. T. II 65 - ria por padres a quienes la esclavitud heló el espíritu, aún reconocen poder sobrenatural a la casta que !o. poseyó sobre sus padres!: !así es de buena y humilde esa raza que sólo los malvados desfiguran o desdeñan!- ipues su mayor vergüenza es nuestra más grande obli- gación de perdonarla! Caravanas de negros salían al campo en busca de mejoras, para volver a poco aterrados de 10 que veían. En veinte millas a lo in- terior el suelo estaba por todas partes agujereado y abierto: había grietas de dos pies de ancho a que no se hallaba fondo: de multitud de pozos nuevos salía una arena fina y blanca mezclada con agua, o arena sólo, que se apilaba a los bordes de! pozo como en los hormi- gueros, o agua y lodo azulado, o montoncillos de lodo que llevaban encima otros de arena, como si bajo la capa de la tierra estuviese el lodo primero y la arena más a lo hondo. El agua nueva sabía a azufre y hierro. Un tanque de cien acres se secó de súbito en el primer temblor, y estaba lleno de peces muertos. Una esclusa se había roto, y sus aguas se lo llevaron todo delante de sí. Los ferrocarriles no podían llegar a Charleston, porque los rieles habían salido de quicio, y estallado, o culebreaban sobre sus dur- mientes suspendidos. Una locomotora venia en carrera triunfante a la hora de! pri- mer temblor, y dio un salto, y sacudiendo tras de sí como un ro- sario a los vagones lanzados de! carril, se echó de bruces con su maquinista muerto en la hendidura en que se abrió el camino. Otra a poca distancia seguía silbando alegremente, la alzó en peso el terremoto, y la echó a un tanque cercano donde está bajo cuarenta pies de agua. Los árboles son las casas en todos los pueblos medrosos de las cercanías; y no sale de las iglesias la muchedumbre campesina, que oye espantada los mensajes de ira con que visitan sus cabezas los necios pastores: los cantos y oraciones de los templos campestres pueden oírse a millas de distancia. Todo el pueblo de Summerville ha venido abajo, y por allí parece estar el centro de esta rotura de la tierra. En Columbia las gentes se apoyaban en las paredes, como los mareados. En Abbeville el temblor echó a vuelo las campanas, que ya tocaban a somatén desenfrenado, ya plañían. En Savannah, tal fue el espanto que las mujeres saltaron por las ventanas con sus ni- ños de pecho, y ahora mismo se está viendo desde la ciudad levan- tarse en el mar a pocos metros de la costa una columna de humo. Los bosques aquella noche se llenaron de la gente poblana, que huia de los techos sacudidos, y se amparaba de los árboles, juntán- dose en lo oscuro de la selva para cantar en coro, arrodillada, las alabanzas de Dios e impetrar su misericordia. En Illinois, en Kentu- cky, en Missouri, en Ohio, tembló y se abrió la tierra. Un masón despavorido, que se iniciaba en una logia, huyó a la calle con una cuerda atada a la cintura. Un indio cheroquí que venía de poner mano bruta! sobre su po- bre mujer, cayó de hinojos al sentir que el suelo se movía bajo sus plantas. y empeñaba SU palabra al Señor de no volverla a castigar jamás. iQué extraña escena vieron los que al fin, saltando grietas ‘y po- zos, pudieron llevar a Charleston socorro de dinero y tiendas de cam- paña! De noche llegaron. Eran las calles líneas de carros, como las caravanas de! Oeste. En las plazas, que son pequeñas, las familias dormían bajo tiendas armadas con mantas de abrigo, con toallas a veces y trajes de lienzo. Tiendas moradas, carmesíes, amarillas; tfen- das blancas y azules con listas rojas. ya habían sido echadas por tierra las paredes que más amena- zaban. Alrededor de los carros de hielo, bombas de incendio y am- bulancias, se habían levantado tolderías con apariencias de feria. Se ofa de lejos, como viniendo de barrios apartados, un vocear sal- vaje. Se abrazaban llorando al encontrarse las mujeres, y su llanto era e! lenguaje de su gratitud al cielo: se ponían en silencio de ro- dillas: oraban: se separaban consoladas. Hay unos peregrinos que van y vienen con su tienda al hombro, y se sientan, y echan a andar, y cantan en coro, y no parecen hallar puesto seguro para sus harapos y su miedo. Son negros, negros en quienes ha resucitado, en lamentosos himnos y en terribles danzas, el miedo primitivo que los fenómenos de la naturaleza inspiran a su encendida raza. Aves de espanto, ignoradas de los demás hombres, parecen ha- berse prendido de sus cráneos, y picotear en ellos, y flagelarles las espaldas con sus alas en furia loca. Se vio, desde que en el horror de aquella noche se tuvo ojos con que ver, que de la empañada memoria de los pobres negros iba sur- giendo a su rostro una naturaleza extraña; jera la raza comprimida, era el Africa de los padres y de los abuelos, era ese signo de pro- piedad que cada naturaleza pone a su hombre, y a despecho de todo accidente y violación humana, vive su vida y se abre su camino! Trae cada raza al mundo su mandato, y hay que dejar la vía libre a cada raza, si no se ha de estorbar la armonía del universo, Para que emplee su fuerza y cumpla su obra, en todo el decoro y fruto de su natural independencia: ni <quién cree que sin atraerse un castigo lógico pueda interrumpirse la armonía espiritual del mundo, cerrando el camino, so pretexto de una superioridad que no es más que grado en tiempo, a una de sus razas? iTa parece que alumbra a aquellos hombres de Africa un so! negro! Su sangre es un incendio; su pasión, mordida; llamas sus ojos; y todo en su naturaleza tiene la energía de sus venenos y la Potencia perdurable de sus bálsamos. Tiene el negro una gran bondad nativa, que ni el martirio de la esc! avitud pervierte, ni se oscurece con su varonil bravura, 66 lod Marti OBRAS ESCOGIDAS. T II 67 Pero tiene, más que otra raza alguna, tan íntima comunión con la naturaleza, que parece más apto que los demk hombres a estre- mecerse y regocijarse con sus cambios. Hay en su espanto y alegría algo de sobrenatural y maravilloso que no existe en las demás razas primitivas, y recuerda en sus mo- vimientos y miradas la majestad del león: hay en su afecto una leal- tad tan dulce que no hace pensar en los perros, sino en las palo- mas: y hay en sus pasiones tal claridad, tenacidad, intensidad, que se parecen a las de los rayos del sol. Miserable parodia de esa soberana constitución son esas criatu- ras deformadas en quienes látigo y miedo sólo les dejaron acaso vivas para trasmitir a sus descendientes, engendrados en las noches tétricas y atormentadas de la servidumbre, las emociones bestiales del instinto, y el reflejo débil de su naturaleza arrebatada y libre. Pero ni la esclavitud que apagaría al mismo sol, puede apagar completamente el espíritu de una raza: fasí se la vio surgir en estas almas calladas cuando el mayor espanto de su vida sacudió en lo heredado de su sangre lo que traen en eila de viento de selva, de oscilación de mimbre, de ruido de caña! fasí resucitó en toda su melancólica barbarie en estos negros nacidos en su mayor parte en tierra de América y enseñados en sus prácticas, ese temor vio- lento e ingenuo, como todos los de su raza llameante, a los cambios de la naturaleza encandecida, que cría en la planta el manzanillo, y en el animal el león! Biblia les han enseñado, y hablaban su espanto en la profética lengua de la Biblia. Desde el primer instante del temblor de tierra, el horror en los negros llegó al colmo. Jesús es lo que más aman de todo lo que saben de la cristian- dad estos desconsolados, porque lo ven fusteado y manso como se vieron ellos. Jesús es de ellos, y le llaman en sus preces “mi dueño Jesús” “mi dulce Jesús”, “mi Cristo bendito”. A él imploraban de rodillas, golpéandose la cabeza y los muslos con grandes palmadas, cuando estaban viniéndose abajo espiras y columnas. “Esto es Sodoma y Gomorra” se decían temblando: “fSe va a abrir, se va a abrir el monte Hereb!” Y lloraban, y abrían los brazos, y columpiaban su cuerpo, El convencimiento de su expatriación, de la terrible expatria- ción de raza, les asaltó de súbito por primera vez acaso de sus vidas, y como se ama lo que se ve y lo que hace padecer, se prendían en su terror a los blancos y les rogaban que los tuviesen con ellos hasta que “se acabase el juicio”. Iban, venían, arrastraban en loca carrera a sus hijos; y cuando aparecieron los pobres viejos de su casta, los viejos sagrados para todos los hombres menos para el hombre blanco, postráronse en torno suyo en grandes grupos, oíanlos de hinojos con la frente pe-. gada a la tierra, repetían en un coro convulsivo sus exhortaciones misteriosas, que del vigor e ingenuidad de su naturaleza y del divi- no carácter de la vejez traían tal fuerza sacerdotal que los blancos mismos, los mismos blancos cultos, penetrados de veneración, unían la música de su alma atribulada a aquel dialecto tierno y rídiculo. Como seis muchachos negros, en lo más triste de la noche, se arrastraban en grupo por el suelo, presa de este frenesí de raza que tenía aparato religioso. Verdaderamente se arrastraban. Temblaba en su canto una indecible ansia. Tenían los rostros bañados de lágrimas. “iSon los angelitos, son los angelitos que llaman a la puerta!” Sollozaban en voz baja la misma estrofa que cantaban en voz alta. Luego el refrán venía, henchido de plegaria, incisivo, desesperado: “iOh, dile a Noé, que haga pronto el arca, que haga pronto el arca, que haga pronto el arca!” Las plegarias de los viejos no son de frase ligada, sino de esa frase corta de las emociones genuinas y las razas sencillas. Tienen las contorsiones, la monotonía, la fuerza, la fatiga de SUS bailes. El grupo que le oye inventa un ritmo al fin de frase que le parece musifal y se acomoda al estado de las almas: y sin pre- vio acuerdo todos se juntan en el mismo caso. Esta verdad da singular influjo y encanto positivo a estos rezos grotescos, esmaltados a veces de pura poesía: “iOh, mi Señor, no toques, oh, mi Se- ñor, no toques otra vez a mi ciudad!” “Los pájaros tienen sus nidos: iSeñor, déjanos nuestros nidos!” Y todo el grupo, con los rostros en tierra, repite con una agonía que se posesiona del alma.-“ iDéjanos nuestros nidos!” En la puerta de una tienda se nota una negra a quien da fantás- tica apariencia su mucha edad. Sus labios se mueven; pero no se la oye hablar: sus labios se mueven; y mece su cuerpo, lo mece in- cesantemente, hacia adelante y hacia atrás. Muchos negros y blan- cos la rodean con ansiedad visible, hasta que la anciana prorrumpe en este himno:-“ iOh, déjame ir, Jacob, déjame ir!” La muchedumbre toda se le une, todos cantando, todos meciendo el cuerpo como ella de un lado a otro, levantando las manos al cielo, expresando con palmadas su éxtasis. Un hombre cae por tierra pidiendo misericordia. Es el primer convertido. Las mujeres traen una lámpara, y se encuclillan a su rededor, le toman de la mano. El se estremece, balbucea, entona plegarias; sus músculos se tien- den, las manos se le crispan: un paño de dichosa muerte parece irle cubriendo el rostro: allí queda junto a la tienda desmayado. Y otros como él después. Y en cada tienda una escena como esa. Y al alba todavía ni el canto ni el mecer de la anciana habían cesado.- Allá en los barrios viciosos, caen so pretexto de religión en orgías abomi- nables, las bestias que abundan en todas las razas. Ya, después de siete días de miedo y oraciones, empieza la gente a habitar sus casas: las mujeres fueron las primeras en volver, y die- ron ánimo a los hombres; la mujer, fácil para la alarma y primera en la resignación: el corregidor vive ya con su familia en la parte que quedó en pie de su morada suntuosa: por los rieles compuestos 68 lose Marll OBRAS ESCOGIDAS. T. ll 69 entran cargados de algodones los ferrocarriles: se llena de forasteros la ciudad consagrada por el valot en la guerra, y ahora por la catástrofe; levanta el municipio un empréstito nacional de diez mi- llones de pesos para reparar los edificios rot0s. y reponer los que han venido a tierra. De las bolsas, de los teatros, de los diarios, de los bancos les van socorros ricos en dinero: ya se pliegan por falta de ocupantes mu- chas de las tiendas que improvisó el gobierno en los jardines y en las plazas. Tiembla aún el suelo, como si no se hubiese acomodado deiinitivamente sobre su nuevo quicio: <cuál ha podid. 0 ser la causa de este sacudimiento de la tierra? CSerá que encogidas sus entrañas por la pérdida lenta de calor que echa sin cesar afuera en sus manantiales y en sus lavas, se haya contraído aquí como en otras partes la corteza terrestre para ajustarse a su interior cambiado y reducido que llama a sí la super- ficie? La tierra entonces, cuando ya no puede resistir la tensión, se encoge y alza en ondas y se quiebra, y una de las bocas de la raja- dura se monta sobre la otra con terrible estruendo, y tremor suce- sivo de las rocas adyacentes siempre elásticas, que hacia arriba y a los lados van empujando el suelo hasta que el eco del estruendo cesa. Pero acá no hay volcanes en el área extensa en que se sintió el terremoto; y los azufres y vapores que expele por sus agujeros y grietas la superficie, son los que abundan naturalmente por la for- mación del suelo en esta planicie costal del Atlántico baja y arenosa. CSerá que allá en Ios senos de la mar, por virtud de ese mismo enfriamiento gradual del centro encendido, ondease el fondo demasiado extenso para cubrir la bóveda amenguada, se abriera como todo cuerpo que violentamente se contrae, y al cerrarse con enorme empuje sobre el borde roto, estremeciera los cimientos todos, y su- biese rugiendo el movimiento hasta la superficie de las olas? Pero entonces se habría arrugado la llanura del mar en una ola monstruosa, y con las bocas de ella habría la tierra herida cebado su dolor en la ciudad galana que cría flores y mujeres de ojos negros en la arena insegura de la orilla. i0 será que, cargada por los residuos seculares de los rios la planicie pendiente de roca fragmentaria de la costa, se arrancó con violencia, cediendo al fin al peso, a la masa de gneis que baja de los montes Alleghanys, y resbaló sobre el cimiento granítico que a tres mil pies de hondura la sustenta a la orilla de la mar, compri- miendo con la pesadumbre de la parte más alta desasida de la roca las gradas inferiores de la planicie, e hinchando el suelo y sacudiendo las ciudades levantadas sobre el terreno plegado al choque en ondas? Eso dicen. que es: que la planicie costal del Atlántico blanda y cadente, cediendo al peso de los residuos depositados sobre ella en el curso de siglos por IOS ríos, se deslizó sobre su lecho grani- tico en dirección al mar. iAsí, sencillamente, tragando hombres y arrebatando sus ‘casas como arrebata hojas el viento, cumplió su ley de formación el suelo, con la majestad que conviene a los actos de creación y dolor de la naturaleza! iEI hombre herido procura secarse fa sangre que le cubre a torrentes los ojos, y se busca la espada en el cinto para combatir al enemigo eterno, y sigue danzando al viento en su camino de átomo, subiendo siempre, como guerrera que escala, por el rayo del sol! Ya Charleston revive, cuando aún no ha acabado su agonía, ni se ha aquietado el suelo bajo sus casas bamboleantes. Los parientes y amigos de los difuntos. hallan que el trabajo rehace en el alma las raíces que le arranca la muerte. Vuelven los negros humildes, caído el fuego que en la ‘hora del espanto Ies llameó en los ojos, a sus quehaceres mansos y su larga prole. Las jó- venes valientes sacuden en los pórticos repuestos el polvo de las rosas. Y ríen todavía en la plaza pública, a los dos lados de su madre alegre, los dos gemelos que en la hora misma de la desolación na- cieron bajo una tienda azul. La Nación, Buenos Aires. 14 y 15 de octubre de 1886 0. C., t. Il, p. 65- 76. OBRAS ESCOGIDAS. T. II 71 CORRESPONDENCIA PARTICULAR DE EL PARTIDO LIBERAL ESTUDIO INDISPENSABLE PARA COMPRENDER LOS ACONTECIMIENTOS VENIDEROS EN LOS ESTADOS UNIDOS.- ANALISIS DEL MOVIMIENTO SOCIAL, CAUSAS QUE LO PRODUCEN Y ELEMENTOS QUE LO IMPUL- SAN.- INFLUJO DE LAS PRACTICAS DE LA LIBERTAD POLITICA EN EL CARACTER DE LA GUERRA SOCIAL.- EL MOVIMIENTO SOCIAL ESTA YA EN ACTIVIDAD DEFINITIVA EN LOS ESTADOS UNIDOS.- DESCOMPOSI- CION DE LOS FACTORES QUE HAN PRODUCIDO LA PRESENTACION DE UN CANDIDATO DE LOS OBREROS AL CORREGIMIENTO DE NEW YORK- LA HISTORIA VIVA.LA LEVADURA DE LA REVOLUCION FRANCESA FERMENTA EN LOS ESTADOS UNIDOS.- CAUSAS ESPECIALES DE LA DESI- GUALDAD SOCIAL EN NORTEAMERICA.- LA TIERRA Y LAS CIUDADES.- LIMITE DE ACCION DE LA LIBERTAD POLITICA: SU EFICACIA Y SU DEFICIENCIA.- RAZONES DEL ASPECTO ORIGINAL DEL MOVIMIENTO SOCIAL EN LOS ESTADOS UNIDOS.INFLUJO DE LA INMIGRACION EN EL CARACTER DEL MOVIMIENTO SOCIAL.-¿ SERA LA LIBERTAD INCJ- TIL?PROBLEMA NUEVO EN POLITICA: CLOS EFECTOS DE LA EDUCA- CION LIBERAL?- LA LIBERTAD SUAVIZA AL HOMBRE Y LO HACE ENE- MIGO DE LA VIOLENCIA.ASPECTO, PRESENTE DEL MOVIMIENTO.- FUERZA DEFINITIVA DEL VOTO.- LOS MOVIMIENTOS SE CONCENTRAN EN LOS QUE POSEEN EN MAYOR GRADO SUS FACTORES.- RAZON DE LA CANDIDATURA DE HENRY GEORGE AL CORREGIMIENTO DE LA CIUDAD New York, 15 de octubre de 1886 Señor Direclor de El Partido Liberal: Se pudren las ciudades; se agrupan sus habitantes en castas en- durecidas; se oponen, con la continuación del tiempo masas de inte- reses al desenvolvimiento tranquilo y luminoso del hombre; en la morada misma de la libertad se amontonan de un lado los palacios de balcones de oro, con sus aéreas mujeres y sus caballos mofletu- dos y ahítos, y ruedan de otro en el albañal, como las sanguijuelas en su greda pegajosa, los hijos enclenques y deformes de los traba- jadores, en quienes por la prisa y el enojo de la hora violenta de la concepción, aparece sin dignidad ni hermosura la naturaleza. Esta contradicción inicua engendra odios que ondean bajo nuestras plan- tas como la fuerza misteriosa de los terremotos, vientos que caen sobre las ciudades como una colosal ave famélica, ímpetus que arran- can a las naciones de su quicio y las vuelven del revés, para que el aire oree sus raíces. Y cuando ya parece que son leyes fatales de la especie humana la desigualdad y servidumbre; cuando se ve grangrenado por su obra misma el pueblo donde se ha permitido con menos trabas SU ejercicio al hombre; cuando SC ve producir a la libertad política la misma descomposición, ira y abusos que crea la tiranía más irrespetuosa; cuando se llega a ver vendido por un ciudadano de la República a cambio de un barril de harina o de un par de zapatos el voto con que ha de contribuir a gobernar su pue- blo y mejorar su propia condición; cuando parece que va a venirse a tierra al peso de SUS vicios, con -un escándalo que resonaría por los siglos como resuena tiI eco por los agujeros de las cavernas, la fábrica más limpia y ostentosa que ha levantado el hombre a sus derechos, ihe aquí que surge, por la virtud de permanencia y triunfo del espíritu humano, y por la magia de la razón, una fuerza reconstructora, un ejército de creadores, que avienta a los cuatro rumbos los hombres, los métodos y las ideas podridas, y con la luz de Ia piedad en el corazón y el empuje de la fe en las manos, sacuden las paredes viejas, limpian de escombros el -suelo eternamente bello, y levantan en los umbrales de la edad futura las tiendas de la jus- ticia! iOh, el hombre es bueno, el hombre es bello, el hombre es eterno! Está en el corazón de la naturaleza, como está la fuerza en el seno de la luz. No hay podredumbre que le llegue a la médula. Cuando todo él parece cómido de gusanos, entonces brilla de súbito con ma- yor fulgor, tal cual la carne corrompida brilla, como para enseñar la perpetuidad de la existencia, y la inefable verdad de que las des- composiciones no son más que los obrajes de la luz. Sí: de esta tierra misma donde el exceso del cuidado propio so- ioca en los hombres el cuidado público, donde el combate febril por la subsistencia y la iortuna exige como contrapeso y estímulo el placer acre, violento y ostentoso; donde se evaporan abandonadas las vidas de ternura, idea o desinterés que no han logrado la san- ción vulgar y casi siempre culpable de la riqueza; de esta tierra mis- ma, que cría con el grandor de sus medios y la soledad espiritual de sus habitantes un egoísmo brutal y frenético, se está levantando con una fuerza y armonia de himno uno de !os movimientos más sanos y vivos en que ha empeiiado jamás SU energía el hombre. Es hora de estudiarlo, hoy que se manifiesta en New York con inesperado brio, sustentando un candidato ingenuo al puesto de Corregidor de Ia ciudad, de donde en manos de los políticos toda virtud parece haber huido. Vuelve a verse, para pasmo de intrigan- tes y soberbios, que en los grandes instantes de revolución y crisis, basta la voluntad de la virtud, tan tarda siempre en erguirse como segura, para acorralar a los que se disfrazan de ella. Un niño hu- 72 JosS .Mur/ i OBRAS ESCOGIDAS. T. II 73 reducir a forma viva. Vale más un detalle finamente apercibido de IO que pasa ahora, vale más la pulsación sorprendida a tiempo de una fibra humana que esos rehervimientos de hechos y generaliza- ciones pirotécnicas tan usadas en la prosa hrillante y la oratoria. Complace más entender en sus actos al hombre vivo y acompañar- fo en ellos, que redorar con mano afeminada sus hechos pasados. Pero cuando se vive en una ciudad enorme adonde el Universo en- tero envía sin tregua sus más alborotadas corrientes; cuando se ve adelantar a la vez contra los mismos abusos sociales las lenguas encendidas de todas las naciones, y los pechos velludos, y los bra- zos alzados, y no se da por fa ciudad un paso sin que salten a los ojos- como voces que clamen, la opulencia indiscreta de los unos, y de los otros la miseria desgarradora; cuando no es posible des- viarse de las calles cuidadas de los acomodados y los ricos sin que eI calor de fa batalla suba al rostro, y una ola empuje el pecho, y se enrosque en la mente una sierpe encendida, al ver degradarse en el vicio forzoso, en fas cargas inicuas, en un trabajo sin paga ni des- canso, en una vida que no da tiempo al amor ni a la luz, el espi’- ritu de la especie y la nobleza del cuerpo que lo encarna; cuando au- mentan día a día el refinamiento y provechos de los indolentes, la desesperación, la desocupación, la insuficiencia de salarios, el frio cruel, el hambre espantable de los que trabajan; cuando no hay sol sin boda de oro en catedral de mármol ni suicidio de un padre o una madre que por librarse de la miseria se dan muerte con todos sus hijos; cuando se habla mano a mano en las plazas con el desocupa- do hambriento, en los ómnibus con el cochero menesteroso, en los talleres finos con el obrero joven, en sus mesas fétidas con los ci- garreros bohemios y polacos; cuando no se tiene el alma vendida a la ambición y el bienestar, ni se sufre del miedo infame a la desdi- cha, entonces vuelven a entreverse con realidad terrible las escenas de horror fecundo de fa Revolución francesa, y se aprende que en New York, en Chicago, en San Luis, en Milwaukee, en San Fran- cisco, fermenta hoy la sombría levadura que sazonó con sangre el pan de Francia. La libertad política no ha podido servir de consuelo a los que no ven beneficio alguno inmediato en ejercerla, ni conservar siem- Pre su independencia de los empleadores que exigen el voto de los obreros en atención aI salario que fes pagan, ni tienen en su existen- cia acerba tiempo para entender, ni ocasión o voluntad de gozar, el placer viril que produce la participación en los negocios de la Patria. Pudiera haber influido suave e indirectamente la libertad polí- tica en las masas demasiado afligidas o ignorantes para ejercitarlas, si el goce de ella hubiese creado en los Estados Unidos condiciones generales de seguridad y bienestar ignorados en los países donde im- Pera una libertad incompleta o un gobierno tiránico. Pero la libertad política, considerada erróneamente, aun en nuestros días, como remate de las aspiraciones de los nueblos y condición única para su milde, un aprendiz de imprenta, un grumete, un periodista, un mero autor de libros, ha estremecido con un volumen claro y sincero a toda la nación; y cuando los que se ven representados en él lo alzan por sobre su cabeza para que los conduzca en sus batallas, tiem- blan a la simple presencia de este hombre sencillo los pecados pú- blicos, el cohecho político, el falso sufragio, el tráfico en los empleos, el comercio en los votos, la complicidad de las castas favo- recidas, la caridad interesada, la elocuencia alquilona, como viejos viciosos sorprendidos en su sueño por la luz del alba a los postres de una orgia. Se les ve por las calles despavoridos, cubriéndose las cabezas con los mantos, para que no se les descubra lo vil del ros- tro. Los formidables intereses ligados en paz criminal con los políticos de oficio, que prosperan con fa venta y manejo del voto pú- blico, ven con estupor la aparición de un hombre honrado que les disputa el primer puesto de la ciudad, para inaugurar desde él las batallas ordenadas de votos y leyes que han de asentar fa Constitu- ción social de la República sobre nuevos cimientos de justicia. Para ojos menores, esto que en New York sucede no es más que la candidatura de Henry George, autor de El progreso y la pobreza, al corregimiento de la ciudad; pero para quien tiene por oficio ver, y por hábito ir a buscar las raíces de las cosas, este es el nacimien- to, con tamaños bíblicos, de una nueva era humana. Grandes son nuestros tiempos: es grande el gozo de vivir en ellos: y como se ha extinguido justamente la fe en las religiones incompletas que en su infancia deslumbraron el juicio y lo satisficieron; como el hombre, necesitado por su naturaIeza de creer, padece de esa sole- dad mortal en que ningún cuerpo de creencias admisible a la razón ha venido a sustituir los mitos bellos que se la tenían oscurecida, es bueno, con las dos manos llenas de flores, señalar como una cau- sa de fe perpetua ese poder de la naturaleza humana para vibrar como una novia a los besos viriles del pensamiento, y surgir con nueva virtud de su propia degradación y podredumbre. (Cómo se ha de decir bien en una mera carta de periódico, escri- ta ahogadamente sobre la barandilla del vapor, toda la significación de un movimiento que trata de cambiar pacíficamente fas condicio- nes desiguales en que viven los hombres, para evitar con un siste- ma equitativo de distribución de los productos del trabajo la tre- menda arremetida de los menesterosos por la igualdad social, que dejaría atrás, y que dejará donde no se la evite, la que cerró e ilu- minó el siglo pasado en busca de la libertad política? La historia que vamos viviendo es más difícil de asir y contar que la que se espuma en los libros de las edades pasadas: esta se deja coronar de rosas, como un buey manso: la otra resbaladiza y de numercsas cabezas como el pulpo, sofoca a los que la quieren 74 Josi Marti OBRAS ESCOGIDAS. T. 11 75 felicidad, no es más que el medio indispensable para procurar sin convulsiones el bienestar social: y siendo tal que sin ella no es apre- ciable la vida, para asegurar la dicha pública, no basta. La libertad política, que cría sin duda y asegura la dignidad del hombre, no trajo a su establecimiento; ni crió aqui en su desarrollo un sistema económico que garantizase a lo menos una forma de distribución equitativa de la riqueza; en que sin llegar a nivela- ciones ilusorias e injustas, pudiese el trabajador vivir con decoro y sosiego, educar en honor a su familia y ahorrar para su ancianidad como el legítimo interés de labor de toda su existencia, una suma bastante para librarlo del hambre, o de ese triste trabajo de los víe- jos que de veras es una ignominia para cuantos no hemos imagina- do aún el modo de evitarfo: ]los viejos son sagrados! cambiaron, en detalles de importancia las leyes civiles con el advenimiento de las libertades públicas, pero no se alteraron las relaciones entre los me- dios y objetos de posesión y los que habían de disfrutarla. Luego, hubo que tomar la selva del Oeste, que fecundar los desiertos de] Centro, que desnudar de árboles los montes para tender sobre ellos los ferrocarriles, que emplear para el sometimiento del país medíos que por la importancia del objeto y el costo de lograrlo excluían la pequeña propiedad persona] y requerían la acumulación de los re. cursos y la propiedad de muchos: todo tuvo que ser gigantesco, en acuerdo con los fines pasmosos de esta nueva epopeya, escrita por las locomotoras triunfantes en las entrañas de los cerros, sobre crip- tas, abismos, llanos y abras, escrita con las balas de los rifles sobre el testuz de los búfalos y el pecho de los indios. La tierra, madre de todo bien y universal sustento, fue repar- tiéndose en forma y cantidades proporcionadas a los desembolsos y esfuerzos empleados en vencerla. Y a la raíz misma de aquella batalla de las familias con el suelo que se retorcía bajo sus pies en el estío, que en invierno quedaba sepulto bajo silbantes y tormento- sas nevadas, comenzó la desigual competencia de la propiedad personal del colono con la propiedad combinada. La tierra pública fue distribuida, con razón o pretexto de empresas de utilidad genera], a compañías privadas. Si la seca, los hielos o la competencia arrui- naban al colono, lo arruinaban por entero, en tanto que en las com- pañías sólo comprometían los asociados el capital sobrante o parte de su capital. Así, con otras causas menores, fue en los campos que- dando la propiedad en. mano de asociaciones omnipotentes y el co- lono glorioso reduciéndose a agonizante arrendatario. En las ciudades también caía el peso de la grandeza pública sobre los humildes, porque fuera de aquellos raros casos en que el genio individual se sobrepone a los obstáculos que impiden su desarrollo, exigía el consumo extraordinario de la nación empresas que lo abasteciesen, y no podía levantar frente a ellas las suyas in- felices el obrero recién venido y solo que, a más de ganar en apariencia un salario mayor que el de su país nativo, entraba con tal jubilo en el ejercicio de su ser de hombre, que no hubo en mucho tiempo espacio en su mente más que para la satisfacción y la ala- banza. A esta embriagadora golosina de la libertad politica acudieron, mas que a las mismas de California Cr a las próvidas tierras del Oeste, los hombres de todas partes el mundo, y no los menos estimables e impetuosos, sino aquellos que aunque criados en al- deas oscuras en la humildad y en el miedo de lo desconocido, tie- nen en sí brío suficiente para abandonar el terruño que es toda su existencia, y desafiar el mar y el extranjero, más feroz y temible que el mar! Pero con ser tantos los que llegaban de todas fas aspas de la rosa de los vientos, los noruegos pelirrojos y espaldudos, los ale- manes tenaces y tundentes, los italianos brillantes y mansos, los irlandeses caninos, todavía sobraba espacio para contenerlos en ]as ciudades en que vaciaba sus ubres la tierra recién cubierta, en las fabricas que no producían aún todo lo que la población necesitaba, en las abras y montes argentíferos, y en los llanos que no se can- saban de dar trigo y maíz. Y afanados los hombres en asegurar su prosperidad fueron abandonando poco a POCO la dirección de su li- bertad polit; ca a los que halagaban SUS pasiones, o se hacían vo- ceros y patronos de sus intereses, hasta que. con el ‘hábito de ven- derlo todo, y de no dar valor sino a lo que tlene precio, llego a ser costumbre en los Estados enteros, aun entre la gente acomodada, vender al mejor, ’ postor el voto a que no veían un provecho palpa- ble e inmediato. Los que no 10 vendían. sin tiempo ni afición para educarse en los asuntos públicos, lo cedían a los más hábiles o lo- cuaces. Mientras el espacio excedió en las ciudades y en los campos a ]a muchedumbre que se aglomeraba en ellos, no hubo ocasión de notar fa desproporción inconsiderada con que se había distribuido e] territorio nacional, ni las condiciones falsas en que se estaban creando 1as industrias. Pero cuando las fábricas llegaron a pro- ducir más de lo que el país necesitaba; cuando la tierra que pedia el colono para trabajar en ella pertenecía de antemano a empresas que no la trabajaban; cuando el valor enorme dado al terreno de las ciudades por la obra común de 10s habitantes reunidos en ellas se volvía en daño de los mismos que lo producían, obligándoles a pagar por estrechas e inmundas habitaciones sofocantes rentas; cuando ni en la tierra ni en las industrias, poseídas por corporaciones privile- giadas o por herederos dichosos. podían abrirse camino los trabajadores compelidos a recibir como un favor el derecho de trabajar en condiciones impías a cambio de un salarlo insuficiente para su ali- mento y abrigo; cuando en los mismos campos vírgenes, sólo el genio y eI crimen podían abrirse paso, a tal punto que se volvían 76 Jos4 Marti contritos a las repúblicas del Plata los emigrantes que retornaron de ellas para aumentar en su patria la fortuna adquirida en la ajena; cuando se palpó que los inventos más útiles, puestos en ejercicio con abundancia ilimitada en el país más libre de la tierra, reproducen en pocos años la misma penuria, la misma desigualdad, las mismas acumulaciones de riqueza y de odio, los mismos sobresaltos y ries- gos que en los pueblos de gobierno despótico o libertad inquieta se han acumulado con el concurso de los siglos; cuando se observó definitivamente que la maravilla de la mecánica, la exuberancia del suelo, la masa de población, la enseñanza pública, la tolerancia reli- giosa y la libertad política, combinadas en el sistema más amplio y viril imaginado por los hombres, crean un nuevo feudalismo en la tierra y en la indtlstria, con todos los elementos de una guerra social, entonces se vio que la libertad política no basta a hacer a los nombres felices, y que hay un vicio de esencia en el sistema que con los elementos mas favorables de libertad, población, tierra y trabajo, trae a los que viven en él a un estado de odio y descon- fianza constante y creciente, y a la vez que permite la acumulación ilimitada en unas cuantas manos de la riqueza de carácter publico. priva a la mayoría trabajadora de las condiciones de salud, fortuna y sosiego indispensables para sobrellevar la vida. Ese es en los Estados Unidos el mal nacional. En otras tierras de menor pujanza, de más tradiciones, de más espíritu de familia, de más apego al suelo, las verdades balbucean largo tiempo antes de convertirse en fórmulas y en actos, cuando la pelea por ellas ha de acarrear trastornos públicos, de adelantarse contra hermanos, de lastimar costumbres veneradas: porque el hombre se ama tanto, que convierte en objeto de adoración y orgullo las faltas mismas del suelo en que ha nacido. Pero en los Estados Unidos, abandonado cada cual a sus esfuerzos propios, batallando los hombres en su mayoría en una tierra que no es suya o sólo lo es desde una geY neración, habituados en poner en práctica, por lo fácil de los medios y lo apremiante de las necesidades, las soluciones que les pa- recen urgentes r útiles, las ideas arrollan a poco del nacer, arrollan, sin que las en rente la tradición, que no existe en este pueblo de recién llegados, ni las suavice la bondad, apagada en el combate angustioso por la vida. Por fortuna, la lentitud forzosa en las determinaciones de las grandes masas de población, esparcida en territorios extensos, reemplaza aquí la paciencia, indispensable para preparar los cambios públicos con probabilidades de victoria. Pero este conflicto social, que con sólo enseñarse en su primer estado de organización ha puriiicado las relaciones políticas y em- pequeñecido las cuestiones transitorias que venían pareciendo prin- cipa! es, no es como aquellas ideas redentoras que bajan sobre los pueblos lentamente desde un senado de almas escogidas: no es despacioso, como todos los movimientos expansivos, imaginados por OBRAS ESCOGIDAS. T. II 77 los espíritus de caridad para el bien común; sino batallados y vio- lentos, como todos los movimientos egoístas, producidos por la masa ofendida en beneficio propio. Como este conflicto viene de un estado común a las regiones más apartadas de la República; como este pueblo es en su mayoría de hombres de trabajo, que ya se can- san de luchar en desorden por mejoras locales, en que los vencen casi siempre las empresas poderosas, por la privación, la fuerza o la astucia; como a esas causas generales se une la especial y grave de que los errores del sistema prohibitivo obliga a los empresarios a. rebajar el sa! ario de los obreros o el número de ellos en SUS fá- bricas; como su mal es presente y agudo, es la renta del mes, es la ropa empeñada, es el pan que no alcanza; como ha entrado en su mente, devastándola por su misma fuerza de luz, la idea rmpactente de que existe un medio de vivir sin tanta zozobra e ignominia; como con hilos de fuego están atando los reformadores de un cabo a otro de la República las almas que estallan, parece finfelices! que la paloma anunciadora ha bajado de veras del cielo y que a todos les ha deslizado en el oído el mensaje que hace ponerse en pie, ilumi- narse el rostro y vestirse de fiesta, para recibir dignamente la bienaventuranza. Los que no han respirado desde su niñez el aire sano de los pueblos libres; los que vienen febrícitantes y torvos de los pueblos donde se persigue como un crimen la fatiga natural del hombre por asegurar su dignidad y bienestar; los que traen viciado el jui- cio con las ideas violentas que cría en los espíritus humillados y enérgicos la presión insensata del pensamiento y del derecho incon- trastable a investigar las causas de la desdicha y buscar su mejora; los obreros que vienen de Europa sin la práctica de los hábitos de la República, con desconfianza en la utilidad y justicia de las leyes, con el conocimiento indigesto de teorías sociales en que la fantasía generosa, o cierto callado despotismo deslucen los más brillantes planes, esos ansiosos de echar afuera su persona comprimida, con- densados por la larga espera de su derecho y las agregaciones de la herencia en seres angélicos sedientos de martirio, o en criaturas de venganza, apremian a los obreros norteamericanos o a los que se han hecho ya a los hábitos libres del país para que intenten por recursos violentos, como los únicos eficaces, la reforma inmediata de las condiciones sociales que producen ese fenómeno vergonzoso e inhumano: la miseria. La miseria no es una desgracia personal: es un delito público. iSerá ley para el hombre en la naturaleza lo que no lo es para los animales? Resulta, pues, que la mayoría necesitada del país se ha, dado cuenta del malestar que la rebaja y agobia: que palpando en SI mis- ma sus efectos inquiere naturalmente sus causas: que como el ham- bre y el decoro no son tan pacientes como la filosofía, aun antes de conocer bien las causas se ha determinado a buscar su remedlo: que ia inmigración incesante de obreros coléricos incita a la mayoría inquieta de trabajadores a que vuelque la fábrica social edificada 78 José Marti OBRAS ESCOGIDAS. T. II 79 con tanta injusticia, que el hombre que más duramente trabaja en ella viene a ser reaucido a una condición en que no tiene todo el alimento que necesita, ni lo tiene seguro, ni puede criar en honradez la familia que la naturaleza le permite engendrar, ni goza de la li- bertad y reposo necesarios para impedir que su espiritu, en vez de cumplir la ley universal de aumento y elevación, baje a los lindes mismos de apetito e instinto de la bestia. Estas masas crecen. Crece la inmi ración que las azuza. Los salarios no alcanzan a las necesidades. Ti umenta la renta y el precio de los artículos de vida. El desarrollo de los grandes inventos sólo aprovecha a las corpora- ciones que los explotan. Faltan los medios de desenvolver en paz y con éxito la persona del hombre. Faltan los medios de ahorrar y competir. Falta el trabajo. Falta la tierra. Los que padecen, se lo dicen. Los que vienen de afuera, avivan. Los que poseen, resisten. <Por dónde echará este mar de fuego? eSe aquietará en la paz, o se desbordará en la guerra? ¿Ni en los Estados Unidos siquiera podrá evitarse la guerra social? CSerá la libertad inútil? {No hay virtud de paz, fuerza de amor, adelanto del hombre en la libertad? iProduce la libertad los mis- mos resultados que el despotismo? iUn siglo entero de ejercicio pleno de la razón no labra siquiera alguna mejora en los métodos de progreso de nuestra naturaleza? eNo hacen menos feroz y más inteligente al hombre los hábitos republicanos? El hombre, en verdad, no es más, cuando más es, que una fiera educada. Eternamente igual a sí propio, ya siga desnudo a Caín, ya asista con casaca galoneada, a la inauguración de la Estatua de la Libertad, si en lo esencia) suyo’ no cambia, cambia y mejora en el conocimiento de los objetos de la vida y de sus relaciones. Todo el anhelo de la civilización está en volver a la sencillez y justicia de los repartimientos primitivos. Todo el problema social consiste acaso en eliminar los defectos y abusos de relación creados en la época rudimentaria do la acumulación de la especie, en que todavía vivimos, y restablecer en la población acumulada las rela- ciones puras y justas de las sociedades patriarcales. Pero si en lo esencial no cambia el hombre, no puede ser que produzcan en él igual resultado al despotismo que lo retiene dentro de sí, mordido por su actividad, abochornado por su deshonra, impaciente porque oye de su interior la voz que le dice que falta a su deber humano con no ser por entero quien es y ayudar a los demás a ser, y este otro dulcísimo sistema de la libertad racional del acto y el pensamiento, que no amontona la voluntad presa, ni estruja las sienes con ideas sin salida, sino que tiene al hombre en quietud armoniosa, en el de- coro y contento de su ser entero y en el equilibrio saludable entre su actividad y los modos de satisfacerla. No del mismo modo em- prenden a correr por el llano los potros sujetos dentro de la cerca que los acostumbrados a pacer libremente. El espíritu desahogado no obra con tanta violencia como el espíritu ahogado. El hombre habituado a ejercitar su fuerza no es tan impaciente, cegable y llevadizo como el que tiene hambre de emplearla. Es esencialmente distinta la disposición amigable y respetuosa de los hombres hechos a su soberanía, de la acción agresiva y turbulenta de los que pa- decen de sed de ella. El delirio no puede obrar con la hermosura y fecundidad de la salud. No: no parece que haya sido vano en los Estados Unidos el siglo de República: parece al contrario que será posible, combinando lo interesado de nuestra naturaleza y lo benéfico de las prácticas de la libertad, ir acomodando sobre quicios nuevos sin amalgama de san- gre los elementos desiguales y hostiles creados por un sistema que no resulta, después de la prueba, armonioso ni grato a los hombres. Parece que la organización, aconsejada por la inteligencia y servida sin ira por la voluntad, suple con ventaja a la revolución, producto impaciente de la razón mal educada, u ordena la revolución, para el caso en que la provocación inicua la haga imprescindible, de modo que construya cada uno de los actos en que derribe; y no compromc- ta la suerte pública con los arrebatos de una cólera o los consejos de una venganza a que no tienen derecho los redentores. Parece que el hábito ordenado y constante de la libertad da a los hombres una confianza en su poder que hace innecesaria la violencia. Obsérvese lo nuevo. Aquí se ofrece ahora un caso original en la vida de los pueblos:- están frente a frente los resultados de la edu- cación libre de la República en América, y los de la educación tra- dicional o intermitente de los pueblos de Europa. Cada uno de estos espíritus pugna por prevalecer, y aconseja medios radicalmen- te opuestos para llegar al fin que ambos anhelan. La infusión cons- tante de inmigrantes europeos y los violentos hábitos que’importan, no ha permitido al espíritu directo de los Estados Unidos desenvol- verse en toda la entereza B extensión de su originalidad, que hubie- ra hecho más patente y ecisivo el conflicto, y más pura su ense- ñanza histórica; mas ya se alcanza a ver que el hábito del éxito y la afirmación de la persona que vienen del ejercicio constante de la libertad política, no bastan a impedir las desigualdades consiguien- tes a una organizacion social imperfecta, pero suavizan dentro de ella los espíritus,, crean el miramiento y respeto comunes, inspiran repulsión a la violencia innecesaria, y proporcionan los medios pre- cisos para proponer y conseguir en paz las pruebas y cambios que allí donde no hay libertad política efectiva sólo obtienen a medias la cólera y la sangre. iOh, sí! De la libertad como de la virtud, está casi vedado ha- blar, por ser tantos los que las profanan que quien las ama de veras tiene miedo de ser confundido con ellos: y hasta de mal gusto está ya pareciendo ser honrado! Pero es cierto que la libertad favorece OBRAS ESCOGIDAS T. II 81 sin peligros la expansión y expresión de las cualidades más nobles del hombre, y más necesarias para la grandeza y paz de los Estados: lo cual debe decirse,- por haber muchos que hacen argumento, para demostrar su ineficacia, de su aparente fracaso allí donde no se la ha aplicado con la sinceridad y tolerante espíritu que son su esencia; y porque en los mismos Estados Unidos, por causas nacionales aje- nas a ella, han ido endureciéndose los caracteres, y avillanándose y perdiéndose las prácticas cívicas, a tal extremo que los que sólo mi- ran a la superficie pueden asegurar que las costumbres de la Repú- blica engendran los mismos vicios de las monarquías privilegiadas y ociosas, sin mantener en cambio el impetu heroico y la deslumbran- te brillantez que suelen estas inspirar a sus vasallos. Pero no. En verdad que en los Estados Unidos el afán exclusivo por la riqueza ,pervierte el carácter, hace a los hombres indiferentes a las cuestiones públicas en que no tienen interés marcado, y no les deja tiempo ni voluntad para cumplir con su parte de deber en la elaboración y gobierno del país, que abandonan a los que hacen oficio de la cosa pública, por ver en e! la desocupación desahogada y lucrativa. Mas la justicia irrepresible bulle en el espíritu de los hombres, de alma apostólica, y en los caracteres sencillos, que pa- decen y ven padecer por la falta de ella; y donde quiera que los hombres se juntan crecen los fariseos y se comen las ciudades, pero por encima de todos ellos, como criatura de eterna luz que ningún suplicio agobia, surgen Jesús y su séquito de pescadores. Aquí han brotado, se han ungido, han abandonado oficios pingües para servir con más desembarazo a los menesterosos, han puesto en orden las razones descompuestas de los desdichados: y ese mismo espíritu de caridad que en los países oprimidos lleva por el calor de su fuerza divina a la batalla, aquí, por la fuerza más segura que viene al hombre del empleo constante de su razón, le conduce a buscar la me- jora de sus males, la distribución equitativa de los productos del trabajo, por la agresión incontrastable de la palabra justa, por el uso inteligente y terco del voto ,- gigante que deben criar con apa- sionado esmero los pueblos que acaso lo desdeñan porque no estu- dian su poder y no se toman el trabajo de educarlo. Pues bien: después de verlo surgir, temblar, dormir, comerciarse, equivocarse, violarse, venderse, corromperse; después de ver acarnerados los vo- tantes, sitiadas las casillas, volcadas las urnas, falsificados los re- cuentos, hurtados los más altos oficios, es preciso proclamar, porque es verdad, que el voto es un arma aterradora, incontrastable y solemne; que el voto es’ el instrumento más eficaz y piadoso que han imaginado para su conducción los hombres. Esa es la novedad considerable que el ejercicio de la libertad política parece haber traído a la resolución del problema social que se anunció al mundo con tamaños tremendos a fines del siglo pa- sado, y ha venido naturalmente a plantearse en la plenitud de sus elementos al pais donde se reunen con menos trabas y mejores con- diciones los hombres Pero con ser tanta esa novedad en la forma del problema, más importante es el modo original con que lo han entendido en los Es- tados Unidos los hombres acostumbrados a .dominar los sucesos y los elementos. Si en cuanto a los métodos no pudo ser inútil el há- bito firme de las libertades públicas, tampoco pudo serlo en cuanto a la concepción del problema. La costumbre dichosa del norteame- ricano de resolver prácticamente cada dificultad que va palpando, sin que el afán de cada dia le dé tiempo para ofuscar su juicio de antemano con teorías confusas que a la vez rechazan su cuerpo fa- tigado del combate y su espíritu acostumbrado a lo directo. Esa paz en el método, y esa genuinidad en la concepción del problema, han sido el servicio peculiar e inestimable de la libertad política, y la sana vida nacional que produce, a la causa del mejo- ramiento de la sociedad humana. Casi simultáneamente se produ- jeron en los Estados Unidos los efectos del malestar social, y los apóstoles, los estadistas, los organizadores, los agentes encargados de remediarlo. El hábito de oírlo todo aseguró desde el primer ins- tante el respeto público a los que estudiaron el problema con más cariño para los humildes que miramiento para los poderosos. Y los hombres todos, hechos aquí a serlo, dieron muestra de sentir un legítimo orgullo de especie cuando otro hombre se ejerce y determi- na, aun cuando la preocupación o la propiedad misma le sean ame- nazadas. Método, formas, corporación, lenguaje, todo es en este movímien- to social de los Estados Unidos propio y diverso de como es en otras tierras. Los mismos sistemas han producido aquí y allá los mismos efectos; pero la diversa preparación política ha dispuesto a los hombres de diferente manera para remediarlos. Las masas, más educadas, no esperaron a que les marcasen el camino los pensado- res generosos que en otros países han revelado a los obreros los males que estos sentían confusamente; sino que de sí misma, por brote espontáneo y unánime, se concertaron para buscar el modo de extirpar el mal, mientras que los meditadores esclarecían sus orige- ’ nes para ir sobre seguro a curarlo en ellos, y los espíritus de caridad ardiente, previendo el desorden natural en población obrera de tan varios elementos y cultura, se ponen amorosamente de su lado para aconsejarles la acción acordada y pacífica que ha de acabar porque cada boca tenga un pan, y cada viejo ahorre para el fin de su vida una camisa limpia y una almohada blanda. Un hombre hay en New York en quien dichosamente se reúnen los elementos de trabajo, juicio y amor que producen en los Estados Unidos, en robusto arranque, el combate socia1 más bello, numeroso y breve que hayan visto los siglos: iasí es, aunque los hombres se resisten, por soberbia y efecto de visión, a dar proporciones gran- 82 José Marti 7 diosas a lo que ven con sus ojos. 1 Y ese hombre junta a esas con&- ciones, para tener en si todas las de la pelea que simboliza la so- segada costumbre de las prácticas de libertad que dan caracter of)- einal v modo Dacifico de éxito a la reforma social a que la mayor la ze 1; iación pirece determinada. Enseña el estudio hondo de los movimientos humanos que estos tienden a concentrarse en quien reune en si los factores que los i#!- pulsan y que el éxito de los caudillos depende del grado e inten@- dad en que posean los caracteres del movimiento que encabezan- Rápido crece el movimiento obrero, en acuerdo lógico con las demas manifestaciones de la vida en este país de la acumulación mara\ rl- llosa y la existencia directa. Anda confuso, como todo lo que natie. aunque para confirmar con esto la virtud de la libertad, más se ha* esclarecido aqui en cinco años los origenes del mal social que en 3” siglo entero de planes europeos. Determinado, sin embargo, el rno- vimiento obrero a intentar en paz sus proyectos de reforma, con la urgencia impuesta por la naturaleza y verdad de los males palpa- bles y crecientes que lo producen, resulta que al presentarse bn New York la primera ocasión de exhibir su poder y voluntad en ufla seria contienda politica, se precipita rápido en sus actos, y confub” en sus fines a pelear con impetu apostólico, con ala de agulla, cOn júbilo de fe, por establecer su decisión e influjo, poniendo en la silla de Corregidor de la ciudad al hombre de armoniosa cabeza Y espíritu apacible que por su origen de trabajador, por la fuerza- de bu piedad, por lo directo y primario de su pensamiento, por el carácter agresivo de su meditación; por su hábito arraigado de las liberta- des públicas, reúne en su augusta sencillez, hasta en lo osado y dis- cutible de sus planes, los elementos de fondo y forma de la revolu- ción pacifica que representa. Así ha venido, juntándose .como. en toda hora critica la virtdd los que necesitan de ella, a ser Henry George, antes de un libro d. e fuerza bíblica el candidato de los obreros de New York para el ofl- cio de Corregidor de la ciudad. Y de allí, al porvenir. El Partido Liberal, México, 4, 5 y 6 de noviembre de 1886,, Otras crónicas de Nueva York, investigación, introducclop e “lndice de carta:; por Ernesto Mejía Sánchez, La Habana, Centro de Estudios Martianos y Editor1 de Ciencias Sociales, 1983, p. 6578. CORRESPONDENCIA’PARTICULAR DE EL PARTIDO LIBERAL LA MUJER NORTEAMERICANA.- LA “MULA- I- A” LUCY PARSONS MESTIZA DE MEXICANO E INDIO.- LUCY PARSONS RECORRE LOS ESTÁDOS UNI- DOS HABLANDO EN DEFENSA DE SU MARIDO, CONDENADO A MUERTE ENTRE LOS ANARQUISTAS DE CHICAGO. LA SENTENCIA NO HA AME- DRENTADO A LAS ASOCIACIONES DE ANARQUISTAS. L~ CY PARSONS EN NUEVA YORK.- SU ELOCUENCIA.- ESCENA MEMORABLE EN CLARENDON HALL.- CARACTER VIRIL DE LA MUJER NORTEAMERICANA Y SU RA- ZON.- UNA MUJER DECIDE EL DEBATE EN UNA CONVENCION POLITI- CA.- LA MUJER COMO ORGANIZADORA Y EMPRESARIA.- LA MUJER EN LOS TEATROS: HELEN DAUBRAY: LILIAN OLCOT Y LA FEDORA DE SAR DOU.- MRS. LANGTRY New York, 17 de octubre de 1886 Señor Director de EL Partido Liberal: “Santo es el mismo crimen, cuando nace de una semilla de jus- ticia. El horror de los medios no basta en los delitos de carácter público a sofocar la simpatía que inspira la humanidad de la inten- ción. El verdadero culpable de un delito no es el que lo comete, sino el que provoca a cometerlo”: eso parecia decir ayer a los que la observaban de cerca la reunión de los anarquistas en New York. ¿Y se creia que la sentencia a muerte de los siete anarquistas de C’hicago, los convictos en el proceso de la bomba, los había hecho enmudecer? iComo una condecoración llevan al pecho desde en- tonces hombres y mujeres que antes: se reunen con la rosa encarnada! Ahora parecen más más frecuencia: afirman con más atrevi- miento sus ideas! se ven injustamente miserables; desesperan de l? posibilidad de reducir al mundo por la ley a un sistema equita- tlvo; se sienten como purificados y glorificados por el espiritu hu- manitario de sus dogmas; se convencen de que la civilización que usa la pólvora para hacer cumplir su concepto de la ley, no es más legal ante el alma del hombre que la reforma, que, para hacer cum- Plir la ley tal como la concibe, usa la dinamita, que no es más que Pólvora concentrada. Y como cualquiera que sea el extravio de sus medios y la locura de su propaganda, es verdad que esta y aquellos OBRAS ESCOGIDAS. T. II 85 84 IosS Morfi arrancan de un espíritu de justicia ofendido en las clases humildes siglo sobre siglo, y de una compasión febril por los dolores del li- naje humano, resulta, hoy como siempre, que el mundo se dispone a olvidar las manchas rojas que deshonran la mano, atraido por el rayo de luz que brota de la frente: y que un grano de piedad basta a excusar una tonelada de crimen. En la certeza de sus móviles humanitarios toman fuerza para arrostrar el martirio de estas criaturas de juicio desequilibrado, ya por la viveza e intensidad de sus penas, ya porque no es la fetidez de los agujeros de los artesanos buen lugar de cría para la divina paciencia con que soportan el ultraje los redentores. Si a duras penas concibe cada civilización un Jesús, ¿cómo se pretende que sea un Jesus cada uno de estos pobres trabajadores? Así al ver próximos a morir a siete de sus compañeros en la horca, no se paran a pensar en que de sus manos salió un proyectil de muerte, porque no ven su pro- yectil más crimin. al que la bala de un soldado, que también sale a matar en la batalla sin saber adónde: sólo ven que van a morlr sus siete amigos por el delito de buscar sinceramente el que ellos miran como modo de hacer feliz al hombre; y los arrebata, esa es la verdad, la misma voluptuosidad de sacrificio que poseyó cuando la iglesia virgen a los mártires cristianos. iAh, no: no es en la rama donde debe matarse el crimen, sino en la raíz. No es en los anarquistas donde debe ahorcarse el anarquismo, sino en la injusta desigualdad social que los produce. Aquí el aire está cargado de estos problemas: no hay otra cosa en el aire: se oye el ruido cercano de la cólera: en New York los trabajadores, partidarios de la nacionalización de la tierra están a punto de sacar a su apóstol Henry George mayor de la ciudad: en Richmond hay un Congreso de Caballeros del Trabajo, que hace alarde de simpatía a la raza negra: en todos los Estados los gre- mios de obreros entran en masa en la política, y en algunos triun- fan de lleno B eligen casi sin obstáculos a la Legislatura y al Go- ternador: to avía funcionan por encima, como actores segundones que entretienen la escena, los partidos y personajes que ha perdido con el uso de eficacia y pureza; pero de todas partes se asiste a la elaboración de una fuerza tremenda: nadie se oculta la importancia de los nuevos sucesos: es preciso hablar de esto. Sí: los anarquistas no temen al sacrificio, y aun lo provocan, como los héroes cristianos. Sus sufrimientos explican su violencia; pero esta misma parece. menos repugnante por la generosa pasión que lo inspira. Y se ve aquí, como en aquellos tiempos de almas, que esa exuberancia de amor al hombre crea lazos más fuertes entre los que la sienten en común, y da al cariño de los amantes y a los deberes de familia una poesía e intensidad que les visten de flores el martirio. Ayer mismo se asistió en New York a una escena de interés penetrante y extraordinario. En ninguna iglesia de la ciudad hubo ayer domingo un sacerdote más ferviente; ni una congregación más atribulada, que en Clarendon Hall, el salón de los desterrados y los pobres. Pugnaba en vano la concurrencia de afuera por entrar en la sala atestada, donde hablaba a los anarquistas de New York, alemanes en su mayor parte, la Lucy Parsons, la “mulata” elocuen- te, Lucy Parsons, la esposa de uno de los anarquistas condenados en Chicago a la horca. El sábado ilegó. Anda hablando de ciudad en ciudad para levantar la opinión pública contra la ejecución de la sentencia a muer- te. En la estación la esperaban un centenar de personas, y entre ellas muchas mujeres y niños. Todas las mujeres la besaron: Ilora- ban casi todas: dos niñas le ofrecieron un ramo de rosas rojas: “La bandera roja”, dice ella, “no significa sangre: significa que las grandes fábricas donde hoy se asesina el alma y cuerpo de los niños, se convertirán pronto en verdaderos kindergartens.” Sabe de evolución y de revolución, y de fuerzas medias, de todo lo cual habla con capacidad de economista lo mismo en inglés que en cas- tellano. “La anarquía está”, según ella, “en su estado de evolución: luego vendrá la revolución, si es imprescindible: y luego la justi- cia.” “La anarquía no es desorden, sino un nuevo orden.” He aquí cómo ella misma la describe, con sus propias palabras: “Pedimos la descentralización del poder en grupos o clases. Los agricultores proveerán a la comunidad con un tanto de los productos de la tierra, con otro tanto de zapatos los zapateros los sombrereros con otro tanto de sombreros, y así cada úno de los grupos, de modo que quede cubierto el consumo nacional; del que se publicará una cuida- dosa estadística. La tierra será poseida en común, y no habrá por consiguiente renta, ni intereses, ni ganancias, ni corporaciones, ni el poder del dinero acumulado. No pesará sobre los trabajadores la ?area brutal que hoy pesa., Los niños no se corromperán en las fábricas, que es lo mismo que corromper a la nación; sino irán a los museos crepúscu o f a las escuelas. No se trabajará desde el alba hasta el y los obreros tendrán tiempo de cultivar su mente y sa- lir de la condición de bestia en que viven ahora. El que trabaje comerá, dentro de nuestro sistema, y el que no, perecerá, lo mismo que hoy: pero no se amontonarán capitales locos, que tientan a todos los abusos: no habrá dinero de sobra con que corromper a los legis- ladores y a los jueces: no habrá la miseria que viene del exceso de la producción, porque sólo se producirá en cada ramo lo necesario para la vida nacional.” De todo esto, por supuesto, sólo se puede considerar el buen deseo, y la verdad de los dolores punzantes que por serlo tanto llevan los planes de reforma a tal exceso. En esos planes falta el espacio preciso para el crecimiento irrepresible de la naturaleza humana, que es ‘la base de todo sistema social posible; porque un conjunto de hombres, sólo por transición y descanso puede ser dis- 86 losé Martí tinto de como el hombre es: lo innatural, aun cuando sea lo per- fecto, no vive largo tiempo. El hombre tratará de satisfacer siempre en lo tangible del mundo su ansia de lo desconocido e inmenso. OBRAS ESCOGIDAS. T. II 87 A Lucy Parsons le dicen mulata por su color cobrizo. Es mestiza de indio y mexicano. Tiene el pelo ondeado y sedoso: la frente clara, y alta por las cejas: los ojos grandes, apartados y relucientes; los labios llenos; las manos finas y de linda forma. Viste toda de brocado negro: usa largos pendientes: habla con una voz suave y sonora, que parece nacerle de las entraFas, y conmue. ve las de los que la escuchan. ¿Por qué no ha de declrse? Esa muler habló ayer con todo el brío de los grandes oradores. Rebosaba !a pena: es verdad, en los corazones de los que la oían: y, auditor10 conmovido quiere decir orador triunfante; pero a ella, mas que del arte natura1 con que gradúa y acumula sus efectos, le viene su poder de elocuencia de donde viene siempre, de la intensidad de !a con- vicción. A veces su palabra levanta ampollas, como un latlgo; -de pronto rompe en un arranque cómico, que parece roído con lablos de hueso, por lo frío y lo duro; sin transición, porque 10 vasto de su pena y creencia no la necesitan, se levanta con extraño poder a lo patético, y arranca a su voluntad sollozos y lagrlmas. Momentos hubo en que no se percibía más ruido en la asamblea que su voz inspirada, que fluía, lentamente de sus labios, como globos de fue- go, y la respiración anhelosa de los que retenían por oírla 1~ s so- Ilozos en la garganta. Cuando acabó de hablar esta mestlza de mexicano e indio, todas las cabezas estaban inclinadas, como cuan- do se ora, sobre los bancos de la iglesia, y parecía la sala henchida, un campo de espigas encorvadas por el viento. No desenvuelve la palabra *graciosamente, sino la emite con la violencia de la catapulta. Los ojos ora le relampaguean, ora se le llenan de llanto: adelanta el brazo con lentitud, como si lo retuvie- se al extenderlo: todo en ella parece invitar a creer y subir.. SU discurso de puro sincero, resulta literario. Ondea sus doctrmas, como ‘& a bandera: no pide merced para los condenados a muerte, para su propio marido sino denuncia las causas y cómplices de la miseria que lleva a los hombres a la desesperación, dice que en la reunión en que estalló la bomba, la policía se echó enclma de los hombres y mujeres con el revólver en la mano y el asesinato en los ojos: los anarqu. istas llevaron allí la bomba, para reslstlr, como la policía llevó el revólver, para atacar: “iMiente”; exclama, “el que diga que Spies y Fischer arrojaron la bomba!” No se abochorna de confesar sus hábitos llanos: “Fischer”, dlce, “estaba entonces tomando cerveza conmigo en un salón cercano. {Quién ha dicho en el proceso que vio tirar la bomba, a ninguno. de los condenapos? <Acaso los que van a matar llevan a ver el crlmen, como llevo mi marido, a su mujer y a sus hijos?” “iAh, la prensa, las clases ricas, el miedo a este levantamiento formidable de nuestra justicia ha falseado la verdad en ese proceso ridículo e inicuo! Alguno, in- dignado por el asalto de los policías, lanzó la bomba que causó las muertes: <qué culpa tiene el dolor humano de que la ciencia haya puesto a su alcance la dinamita?” Cuando habla de la miseria de los obreros halla frases como esta : “Oigo vibrar y palpitar las fábricas inmensas; pero sé que hay mujeres que tienen que andar quince millas al día para ganar una miserable pitanza.” “Decid que no es verdad, a los que os dicen que aquí se adelanta. Cuando a mis propios ojos andaban en Chicago descalzos diez mil hijos de obreros, en Washington se pre- sentaba en un baile una señora con todo el vestido Ileno de dia- mantes, que valían $850 000: y otra llevaba en el pelo $75 000, y el pelo después de todo no era suyo! !No! no es bueno que los ojos de vuestros hijos pierdan su luz puliendo esos diamantes” “iOh, pobre niño de las fábricas”. ,- seguía diciendo con el cuerpo inclina- do hacia adelante, con la voz convulsa, con las manos tendidas a su auditorio en gesto de plegaria,-“ oh, pobre niño de las fábricas: las lágrimas que ahora hacen correr por tus mejillas la avaricia y la brutalidad, se transformarán pronto en caricias y en besos. Los hombres que las ven correr las secarán con sus robustos brazos. No los detendrá en su camino de justicia el hambre, la mentira ni la horca, sino se erguirán y padecerán como sus padres bravamente, y salvarán por sobre sus cabezas, si es preciso a sus hijos!” tas, En este instante, la concurrencia que se apretaba a las puer- aprovechando el silencio de emoción que acogió estas palabras, braceó por entrar en la sala. No podían. “iHurrah”, gritó una voz, “hurrah por los anarquistas de Chicago!” Por un impulso unánime saltó sobre sus pies la concurrencia. Dicen que temblaban las me- jillas de ver aquella escena. Les corrían las lágrimas a los hombres barbados. Las mujeres, de pie sobre los asientos, movían sus pa- ñuelos. Las niñas gritaban “hurrah” alzando sus manecitas, subi- das sobre los hombros de sus padres. !Hay tanto triste en el mundo que de recordar estas cosas se aprieta involuntariamente la gargan- ta! La marsellesa unió a ese arrebato sus notas eternas. Singular espectkulo, el de esa mujer que recorre los Estados Unidos pidiendo desde los escenarios, desde las aceras, desde las plazas públicas, justicia para su propio esposo condenado a muerte. Pero no parece .tan raro si se observa la prominencia curiosísima de la mujer ‘en la vida norteamericana. No se trata sólo de aquel rudo desembarazo y libertad afeadora de que aquí la mujer goza; sino de la condensación de ellas, con el curso del tiempo, en una fuerza viril que en sus efectos y métodos se confunde con la fuerza del hombre. Esta condición, útil para el individuo y funesta para la especie, viene de la frecuencia con que la mujer se ve aquí aban- donada a sí mi$ ma, de lo mudable de la fortuna en este país de atrevimiento, y de lo inseguro de las relaciones conyugales. Aque- 88 Josi Marti - OBRAS ESCOGIDAS. T. II 89 Ila encantadora dependencia de la mujer nuestra, que da tanto se- ñorío a la que la sufre, y estimula tanto al hombre a hacerla grata, aquí se convierte en lo genera! por 10 interesado de los espíritus en una relación hostil, en que evaporada al alba de la boda, el hombre no ve más que la obligación, y la mujer más que su comodidad y su derecho. Ni cede la mujer tan dulce y ampliamente a su misión de darse, como se da a la noche la luz de las estrellas; sino que, por lo áspero e independiente de la existencia, el amor va quedando en ellas, cuando no muerto, amenguado hasta su expresión fea de! sentido: y como sólo se aperciben de él en esta forma tediosa e in- termitente, tiénenlo en mucho menos que la independencia que con- viene a sus espíritus sin cariño. En otros casos desenvuelve la persona de la mujer su larga soledad, las pruebas de una vida sin simpatía ni apoyo, o el disgusto de un bruta! marido. Y así se ve vencer a muchas mujeres en la lucha de la vida por su intrepidez y su talento, no sólo en los gratos oficios de arte y letras que re- quieren delicadeza e imaginación; sino en la creación y manejo ye empresas complicadas, en el desempeño trabajoso de empleos naclo- nales, y en la fatiga de los combates políticos. Pero esta victoria es genuina y absoluta, independiente de todo encanto de sexo y de la extravagancia y ridiculez con que aquí mismo se distinguía! hasta hace poco las tentativas de la mujer por emplearse en los ofl- cias del hombre. No hay día en verdad, sin caso notable. Hace unas dos semanas luchaban con escándalo los partidarios de una Convención política, y fueron vanos durante días enteros los empeños de calmarla, hasta que una señora que disfruta de. buen nombre de abogado expuso con tal lucidez las quejas de una y otra parte, y los llamó a razón en un discurso tan lógico, que la Convención votó con ella, y hoy la miran como árbitro de la política de! Estado, sin que la acuse na- die de “media azul”, como llaman aqui a las marisabidillas, antes dicen que lleva su triunfo con sencillez y modestia. En New York crece a ojos vistos la fortuna de una bella señora que se vio caer en un día de lo más alto de la riqueza a la miseria en su palacio vacío: le quedaban sus muebles inútiles, sus hijos sin pan, su puerta sin amigos y su ,narido en fuga. Sabía que en una tienda de objetos de arte apreciaban mucho el gusto fino de que había dado muestras cuando compraba en su hora de abundancia las lindas chucherías de que tiene aún llena su casa: y la aristocrá- tica mujer que ter: ía fama en las mayores ciudades de Estados Unidos, de rica y hermosa, ofreció sus servicios como vendedora a la tienda de objetos artísticos. Llamaron pronto la atención a los parroquianos el tino de sus consejos, y la gracia con que disponía las compras en sus casas. Empezaron a comisionarla para que alha- jase casas enteras. Se puso al oficio con una bravura de domadora. Con sus primeros ahorros imprimió circulares. Y en tres años ape- nas ha levantado con su industria tan amplio modo de vivir que ya puede habitar su casa propia, a donde ha vuelto por camino más seguro a manos de la mujer el lujo que se perdió en ella a manos del esposo. Y hoy mismo se lee en los diarios otra curiosa noticia. Acá se ha zurcido una compañía de ópera americana, compuesta de alema- nes, franceses, suecos, italianos, y una bailarina de Boston: y la verdad es que el año pasado no cantaron mal, y está en vías de for- marse permanentemente con sus productos un Conservatorio de música, donde de veras aprendan arte los aficionados americanos. En un año se puso en .pie la empresa, contrató gran número de artis- tas, creó un cuerpo de baile; representó en los teatros mejores de los Estados Unidos, ganó lindamente ciento cincuenta mí! pesos. Porque sólo por ser americana, se llenaban los teatros de gente. ¿Y quien sacó sobre sus hombros toda esta obra? Una señora rica, que la concibió y puso en práctica; que reunió entre amigos la pri- mera suma, que organizó a su modo la administración, y que ahora, dejando sin pena su casa de New York, está en San Luis agencían- do la colecta de unos cincuenta mi! pe; os que necesita para llevar a término su empresa favorita. En los teatros, no sólo triunfan las damas como actrices, sino como organizadoras y dueñas. Helen Daubray, que es americana a pesar de lo francés de! nombre, ha establecido por primera vez, en un teatro en bancarrota, el drama nativo: un drama que dicen bello, aunque las escenas de más vida suceden en una estación de telégrafos, y descarrilamientos y telegramas figuran entre los recursos de la trama: dos trenes chocan en la escena: la heroína se decide en su deber de telegrafista a poner un despacho que ha de costarle su propia ventura. En otro teatro, Lilian Olcot, una actriz sin talento, compra a Sardou mismo en París e introduce aquí con pompa, esa rapsodia desconocida y brillante que morirá con Sarah Bernhardt y sus decoraciones, a quienes debe la majestad e interés aparente que la salvan, porque fuera de la habilidad de zurcidor que en algu- nas escenas maravilla, es Fedora una desmayadísima invención, en que no vibra !a humanidad, ni el interés cubre los huecos de la armadura, ni se levanta un carácter. Y Mrs. Langtry, con su talle de flor, tiene lleno de aromas, y de música maga y sutil el teatro de la Quinta Avenida donde, realzando con un talento verdadero su exquisita hermosura, representa con la compañía de que es cabeza esa finísima comedia de Sardon Nos Intimes, que en inglés se llama El peligro de una esposa. No parece mujer, sino lira, o jazmín que anda. El Partido Liberal, Mexico, 7 de noviembre de 1886. Otras crónicas de Nueva York, investigación, introducción e “fndice de cartas” por Ernesto Mejía Sánchez, La Habana, Centro de Estudios Martianos y Editorial de Ciencias Sociales, 1983, p, 79- 86. OBRAS ESCOGIDAS. T. II 91 FIESTASDELAESTATUADE LALIBERTAD BREVE INVOCACION.- ADMIRABLE ASPECTO DE NUEVA YORK EN LA MAIPANA DEL 28 DE OCTUBRE.- LOS PREPARATIVOS DE LA PARADA.- EL ESCULTOR BARTHOLDI.- APARICION DE LA ESTATUA.- EL FRAGOR DE LOS SALUDOS.- IMPONENTE ESCENA.- LA PLEGARIA DEL SACERDO- TE.- CLEVELAND Y SU DISCURSO.- LA BENDICION DEL OBISPO.- iADIOS, MI UNICO AMOR! Nueva York, octubre 29 de 1886 Señor Director de La Nación: Terrible es, libertad, hablar de ti para el que no te tiene. Una fiera vencida por el domador no dobla la rodilla con más ira. Se conoce la hondura del infierno, y se mira desde ella, en su arrogan- cia de sol, al hombre vivo. Se muerde el aire, como muerde una hiena el hierro de su jaula. Se retuerce el espiritu en el cuerpo como un envenenado. Del fango de las calles quisiera hacerse el miserable que vive sin libertad la vestidura que le asienta. Los que te tienen, oh li- bertad, no te conocen. Los que no te tienen no deben hablar de ti, sino conquistarte. Pero levántate ;oh insecto! que toda la ciudad está llena de águi- las. Anda aunque sea a rastras: mira, aunque se te salten los ojos de vergüenza. Escúrrete, como un lacayo abofeteado, entre ese ejér- cito resplandeciente de señores. iAnda, aunque sientas que a pedazos se va cayendo la carne de tu cuerpo! iAh! pero si supieran cuánto lloras, te levantarían del suelo, como a un herido de muerte: iy tú también sabrias alzar el brazo hacia la eternidad! Levántate, oh insecto, que la ciudad es una oda. Las almas dan sonidos, como los más acordes instrumentos. Y está oscuro, y no hay sol en el cielo, porque toda la luz está en las almas. Florece en las entrañas de los hombres. ilibertad, es tu hora de llegada! El mundo entero te ha traído hasta estas playas, tirando de tu carro de victoria. Aquí estás como el sueño del poeta, grande como el espacio de la tierra al cielo. Ese ruido es el cíel triunfo que descansa. Esa oscuridad ncl es la del dia lluvioso, ni del pardo octubre, sino la del polvol sombreado por la muerte, que tu carro ha levantado en su camino. Yo los veo, con la espada desenvainada, con la cabeza en las manos, con los miembros deshuesados como un montón informe, con las llamas enroscadas alrededor del cuerpo, con el vapor de la vida escapándose de su frente rota en forma de alas. Túnicas, armadu- ras, rollos de pergamino, escudos, libros, todo a tus pies se amasa y resplandece; y tú imperas al fin por sobre las ciudades del interés y las columnas de la guerra ioh aroma del mundo! ioh diosa hija del hombre! El hombre crece: imira como ya no cabe en las iglesias y escoge el cielo como único templo digno de cobijar a su deidad! Pero tú, oh maravilla, creces al mismo tiempo que el hombre; y los ejércitos, y la ciudad entera, y los barcos empavesados que van a celebrarte llegan hasta tus plantas veladas por la niebla, como las conchas de colores que sacude sobre la roca el mar sombrío, cuando el espí- ritu de la tempestad, envuelto en rayos, recorre, el cielo en una nube negra. iTienes razón, libertad, en revelarte al mundo en un día oscuro, porque aún no puedes estar satisfecha de ti misma! iY tú, corazón sin fiesta. canta la fiesta! Ayer fue, día 28 de octubre, cuando los Estados Unidos acepta- ron solemnemente la Estatua de la Libertad que les ha regalado el pueblo de Francia, en memoria del 4 de Julio de 1776, en que declararon su independencia de Inglaterra, ganada con ayuda de sangre francesa. Estaba áspero el día, el aire ceniciento, lodosas las calles. la llovizna terca; pero pocas veces ha sido tan vivo el júbilo del hombre. Sentiase un gozo apacible, como si suavizase un bálsamo las almas: las frentes en que no es escasa la luz la enseñaban mejor, y aun de los espíritus opacos surgía, con un arranque de ola, ese delicioso instinto del decoro humano que da esplendor a los rostros más oscuros. La emoción era gigante. El movimiento tenía algo de cordille- ra de montañas. En las calles no se veía punto vacío. Los dos ríos parecian tierra firme. Los vapores, vestidos de perla por la bruma, maniobraban rueda a rueda repletos de gente. Gemia bajo su carga de transeíntes el puente de Brooklyn; Nueva York y sus suburbios, como quien está invitado a una boda, se habían levanta- do temprano . Y en el gentío que a paso alegre llenaba las calles no había cosa más bella, ni. los trabajadores olvidados de sus penas, ni las mujeres, ni los niños, que los viejos venidos del campo, con su corbatín y su gabán flotante, a saludar en la estatua s ue lo conmemora el heroico espíritu de aquel marqués de Lafayet e, a quien 92 José Marti OBRAS ESCOGIDAS. T II 93 de mozos salieron a recibir con palmas y con ramos, porque amó a Washington y lo ayudó a hacer su pueblo libre. Un grano de poesía sazona un siglo. iQuién no recuerda aquella amistad hermosa? Grave era Washington y de más edad: a Lafayette no le asomaba el bozo; pero en los dos había, bajo diversa envoltura, aquella ciega determinación y facultad de ascenso en que se confunden los grandes caracteres. Mujer y monarca dejó aquel noble niño por ayudar a las tropas infelices que del lado de América echa- ban sobre el mar al rey inglés, y ponían en sublimes palabras les mandamientos de la Enciclopedia, por donde la especie humana anun- ció su virilidad, con no menor estruendo que el que acompañó la revelación de su infancia en el Sinaí. Iba la auror, a con aquel héroe de cabellos rubios; y el hombre en marcha gustaba más a su alma fuerte que la pompa inicua con que en los hombros de vasallos hambrientos como santo en andas sobre cargadores descalzos, paseaba con luces de ópalo la majes- tad. Su rey le persigue, le persigue Inglaterra; pero su mujer le ayuda. ]Dios tenga piedad del corazón heroico que no halla en el hogar acogida para sus nobles empresas! Deja su casa, y su riqueza re- gia: arma su barco: desde su barco escribe: “fntimamente unida a la felicidad de la familia humana está la suerte de América, des- tinada a ser el asilo seguro de la virtud, la tolerancia y la liber- tad tranquila.” ]Qué tamaño el de esa alma, que depone todos los privilegios de la fortuna, para seguir en sus marc’has por la nieve a un puñado de rebeldes mal vestidos! Salta a tierra: vuela al con- greso continental: “Quiero servir a América como voluntario y sin paga.” En la tierra suceden cosas que esparcen por ella una cla- ridad de cielo. La humanidad parecía haber madurado en aquel cuerpo joven. Se muestra general de generales. Con una mano se sujeta la herida para mandar a vencer con la otra a los soldados que se preparaban a la fuga. De un centelleo de la espada recoge la columna dividida por un jefe traidor. Si sus soldados van a pie, él va a pie. Si la república no tiene dinero, él que le da su vida, le adelanta su fortuna: ]he aquí un hombre que brilla, como si fuera todo de oro! Cuando su fama le ha devuelto el cariño de su rey, ve que puede aprovechar el odio de Francia a Inglaterra para echar de América a los ingleses abatidos. El congreso continental le ciñe una espada de honor, y escribe al rey de Francia: “Recomendamos este noble joven a vuestra ma- jestad por su prudencia en el consejo, su valor en el campo de ba- talla, y su paciencia en las privaciones de la guerra.” Le pide alas al mar. Francia, el primero de los pueblos, se cuelga de rosas para recibir a su héroe. “] Es maravilla que Lafayette no se quiera llevar para su América los muebles de Versalles!” dice el ministro francés, cuando ya Lafayette cruza el océano con los auxi- lios de Francia a la república naciente, con el ejército de Rochambeau y la armada de De Grasse. Washington mismo desesperaba en aquellos instantes de la vic- toria. Nobles franceses y labriegos americanos cierran contra el inglés Cornwallis y lo rinden en Yorktown. Así aseguraron los Estados Unidos con el auxilio de Francia ]a independencia que aprendieron a desear en las ideas francesas. Y es tal el prestigio de un hecho heroico, que aquel marqués esbelto ha bastado para retener unidos durante un siglo a dos pueblos di- versos en el calor de] espíritu, la idea de la vida y el concepto mis- mo de la libertad, egoista e interesada en los Estados Unidos, y en Francia generosa y expansiva. iBendito sea el pueblo que irradia! Sigamos, sigamos por las calles a la muchedumbre que de todas partes acude y las llena: hoy es el día en que se descubre el monu- mento que consagra la amistad de Washington y de Lafayette. Todas las lenguas asisten a la ceremonia. La alegría viene de la gente llana. En los espíritus hay mucha bandera: en las casas poca. Las tribunas de pino embanderadas es- peran, en el camino de la procesión, al Presidente de la República, a los delegados de Francia, al cuerpo diplomático, a los goberna- dores de Estado, a los generales del ejército. Aceras, portadas, balcones, aleros, todo se va cuajando de g, o- zoso gentio. Muchos van por los muelles, a esperar la procesron naval, los buques de guerra, la flota de vapores, los remolcadores vocingleros que lleiarán los invitados a la Isla de Bedloe, donde, cubierto aún el rostro con el pabellón francés, espera sobre SU pe- destal ciclópeo la escultura. Pero los más afluyen al camino de la gran parada. Acá llega una banda. Allá viene un destacamento de bomberos, - con su bomba antigua, montada sobre zancos: visten de calzón ne- gro y blusa roja. Abre paso el gentío a un grupo de franceses, que van locos de gozo. Por allí llega otro grupo: uniforme muy lindo, todo realzado de cordones de oro, gran pantalón de franja, chacó con mucha pluma, mostacho fiero, cuerpo menudo, parla bullente, ojo negrísimo: es una compañía de voluntarios italianos. Por una es- quina se divisa e] ferrocarril elevado: arriba, el tren repleto: abajo, reparte sus patrullas la policía, bien cerrada en sus levitas azules de botón dorado. A nadie quita la lluvia la sonrisa. Ya la multitud se repliega sobre las aceras, porque viene a ca- ballo, empilándola con las ancas, la policía montada. Una mujer cruza la calle, llena la capa de hule de medallas de la estatua: de un lado esta e] monumento; de otro, el amable rostro del escultor Bartholdi. Allí va un hombre de mirada ansiosa, tomando apuntes a ]a par que anda. <Y Francia? 94 Josi Martí OBRAS ESCOGIDAS. T. II 95 iAh! de Francia, poca gente habla. No hablan de Lafayette, ni saben de él. No se fijan en que se celebra un don magnífico del pueblo francés moderno al pueblo americano. De Lafayette, hay una estatua en la plaza de la Unión; pero también la hizo Bartholdí, también la regaló Francia. Los literatos 7 los viejos de corbatín recuerdan sólo al marqués admirable. En a caldera enorme hierve una vida nueva. Este pueblo en que cada uno vive con fatiga para sí, ama poco en realidad a aquel otro pueblo que ha abonado con su sangre toda semilla humana. “Francia- dice un ingrato- nos ayudó porque su rey era enemi- B o de Inglaterra.” “Francia- rumia otro en un rincón- nos regala a estatua de la libertad para que le dejemos acabar en paz el Canal de Panamá.” “Laboulaye- dice otro- es el que nos regaló la estatua. El que- ría poner freno inglés a la libertad francesa. Así como Jef. fFrson aprendió en los enciclopedistas los principios de la declaraclon de independencia, así Laboulaye y Henry Martin quisieron llevar a Francia los métodos de gobierno que los Estados Unidos heredaron de la Magna Carta.” “Sí. sí: fue Laboulave quien inspiró a Bartholdi: en su casa na- ció la idea: Ve, le dijo,- y piopón a ios Estados Unidos construir con nosotros un monumento soberbio en conmemoración de su indepen- dencia: sí, la estatua quiso significar la admiración de los franceses prudentes a las prácticas pacíficas de la libertad americana.” Así nació la idea, como crece en 10 alto del monte el :hilo de agua que, hinchado en su carrera, entra al fin a ser parte del mar. En la tribuna están los delegados de Francia, el escultor, el orador, el periodista, el general, el almirante, el que une los mares y abre la tierra: aires franceses mariposean por la ciudad: el pabellón fran- cés golpea en los balcwes y fleota en el tope de los edificios; pero lo que aviva todos los 40s y tiene alegres las almas, no es el pon de una tierra generosa, que acaso no se recibe aquí con el entuslas- mo que conviene, sino el desborde del placer humano, al ver erguido con estupenda firmeza en un símbolo de hermosura arrebatadora aquel instinto de la propia majestad que está en la médula de nues- tros huesos, y es la raíz y gloria de la vida. Vedlos: itodos revelan una alegría de resucitados! ¿No es este pueblo, a pesar de su rudeza, la casa hospitalaria de los oprimidos? De adentro vienen, fuera de la, voluntad, las voces que impelen y aconsejan. Reflejos ‘de bandera hay en los rostros: un dulce amor conmueve las entrañas: un superior sentido de soberanía saca la paz, y aun la belleza, a las facciones; y todos estos infelices, írlandeses, polacos, italianos, bohemios, alemanes, redimidos de la opresión o la miseria, celebran el monumento de la libertad porque en él les parece ue se levantan y recobran a sí propios. iVed os P correr, gozosos como náufragos que creen ver una vela salvadora, hacia los muelles desde donde la estatua se divisa! Son los más infelices, los que tienen miedo a las calles populosas y a la gente limpia: cigarreros pálidos, cargadores gibosos, italianas con sus pañuelos de colores: no corren como en las fiestas vulgares, con brutalidad y desorden, sino en masas amigas y sin ira: bajan del este, bajan del oeste, bajan de los callejones apiñados en 10 pobre de la ciudad: los novios parecen casados: el marido da el brazo a su mujer: la madre arrastra a sus pequeñuelos: se preguntan, se animan, se agolpan por donde creen que la verán más cerca. Ruedan en tanto entre los hurras de la multitud las curefias empavesadas OF las calles suntuosas: parecen con sus lenguas de banderas, hab ar y saludar los edificios, enfrénanse, piafan y dejan P en la playa a sus jinetes los ferrocarriles elevados, que giran. sumi- sos, como aérea y humeante caba. llería: los vapores, cual cargados de un alma impaciente, ensa an el ala que los ata a la orilla; y allá, a lo lejos, envuelta en yh umo, como sí la saludasen a la vez todos los incensarios de la tierra, se alza la estatua enorme, coro- nada de nubes como una montaña. En la plaza de Madison es la fiesta mayor, porque allí, frente al impío monumento que recuerda la victoria ingloriosa de los nor- teamericanos sobre México, se levanta, cubierta de pabellones de los Estados Unidos y de Francia, la tribuna donde ha de ver la parada el Presidente. Todavía no ha llegado; pero la plaza es toda una cabeza. Surgen de entre la masa negra los cascos pardos de los policías. Cuelgan por las fachadas festones tricolores. Parece un r, amo de rosas en aquel campo oscuro la tribuna. De vez en cuando recorre un murmullo los grupos cercanos, como si de pronto se hubiera enriquecido el alma pública. iEs Lesseps que sube a la tribuna: es Spuller, el amigo de Gambetta, de ojos de acero y de cabeza fuerte: es Jaurés, valeroso, que sacó con gloria del combate de Mamers los doce mil soldados, mordidos de cerca por los alemanes: es Pelíssier, que querido en Nogent- sur- Marne empuja con la mano pálida la rueda sus cañones: es el teniente Ney, que cuando sus franceses aterrados huían de una trinchera toda en fuego, abrió los brazos y afirmó el pie en tierra, y a empellones, bello el rostro con un resplandor de bronce encendido, echó a los cobardes sobre la boca terrible, y entró por ella: es Laussédat, el coronel ca- noso que amasó murallas con manos de joven contra las armas pru- sianas: es Bureaux de Pussy, que no dejó caer entre los enemigos la espada de su bisabuelo Lafayette: es Deschamps, el alcalde de París, que fue tres ,veces hecho prisionero por los alemanes, y se es- capó tres veces: es el joven marino Villegente, figura viva de un cuadro de NeuYille: es Caubert, abogado de espada, que quiso hacer con los abogados y los jueces una legión para sujetar el paso a Prusia: es Bigot, es Meunier, es Desmons, es Hielard, es Gíroud, que han servido a la patria bravamente con la bolsa o la pluma: es Bartholdi, el creador de la estatua, el que en los ijares de la forta- leza de- Belford clavó su león sublime, el que forjó para Gambetta en Plata aqirella Alsacia desgarradora que maldice, el que lleva en stis 96 /OSP Marti OBRAS ESCOGIDAS 1‘. II 97 ojos, melancólicos como los de los hombres verdaderamente gran- des, todo el dolor del abanderado que en el regazo de su Alsacia muere, y toda la fe del niño en que a su lado la patria resucita. No se vive sin sacar luz en familiaridad con lo enorme. El há- bito de domar da al rostro de los escultores un aire de triunfo y rebeldía. Engrandece la simple capacidad de admirar lo grande, cuanto más el moldearlo, el acariciarlo, el ponerle alas, el sacar del espíritu en idea lo que a brazos, a miradas profundas, a golpes de cariño ha de ir encorvando y encendiendo el mármol y el bronce. Este creador de montes nació con alma libre en la ciudad alsa- -ciana de Colmar que le robó luego el alemán enemigo; y la hermosu- ra y grandeza de la libertad tomaron a sus ojos, hechos a contem- plar los colosos de Egipto, esas gigantes proporciones y majestad eminente a que la patria sube en el espíritu de los que viven sin ella: de la esperanza de la patria entera hizo Bartholdi su estatua soberana. Jamás sin dolor profundo produjo el hombre obras verdaderamente bellas. Por eso va la estatua adelantando, como para pisar la tierra prometida; por eso tiene inclinada la cabeza, y un tinte de viudez en el semblante; por eso, como quien manda y guía, tiende su brazo fieramente al cielo. iA Alsacia, a Alsacia! dice toda ella; y a pedir la Alsacia para Francia ha venido esa virgen dolorosa, más que a alumbrar la li- bertad del mundo. Disfraz abominable y losa fúnebre son las sonrisas y los pensa- mientos cuando se vive sin patria, o se ve en garras enemigas un pedazo de ella: un vapor de embriaguez perturba el juicio, sujeta la palabra, apaga el verso, y todo lo que produce entonces la mente nacional es deforme y vacío, a no ser lo que expresa el anhelo de las almas. iQuién siente mejor la ausencia de un bien que el que lo ha poseído y lo pierde? De la vehemencia de los dolores viene la grandeza de su iepresentación. Ved a Bartholdi, que toma su puesto en la tribuna saludado amo- rosamente por sus compañeros: una vaga tristeza le baña el semblante: un dolor casto le luce en los ojos: anda como en un sueño: mira hacia lo que no se ve: hacen pensar en los cipreses y en las banderas rotas los cabellos inquietos que caen sobre su frente. Ved a los diputados: todos ellos han sido escogidos entre los que pelearon con mayor bravura en la guerra en que perdió Fran- cia a la Alsacia. Ved a Spuller, el amigo de Gambetta, en la fiesta que dio en honra de sus compatriotas el Círculo francés de la Armonía. ¿Ha- bían hablado de vagos cumplimientos, de histórica fraternidad, de abstracciones generosas? Vino sobre las luces Spuller, como viniera un león: comenzó como una plegaria su discurso: hablaba lenta y dolorosamente, como quien lleva una vergüenza encima: en un augusto y lloroso silencio se iba tendiendo su inflamada palabra: cuando la recogió, todo el teatro estaba en pie, envolvía a ,Spuller una bandera invisible: rl aire retemblaba, come un acero sacudido: iA Aisacia! iA Alsacia! Spul! t> r trae ahora baja !a cabeza, como todos aquellos que se recogen para acometer. Desde aq:: ella tribuna, juntos vierr; n los delegados franceses, con los prohombres de la república en torno al presidente Cleveland, la parada de fiesta con que celebró Nueva York la inauguración de Ja estatua: ríes de bayonetas: millas de camisas rojas: milicia- nO5 grises, azules y verdes: una mancha de gorros blancos en la escL; ádra; en un carró llevan al Monitor en miniatura, y va a la rueda un niño vestido de marino. Pasa la artil! ería, con sus soldados de uniforme azul; la policia, con su marcha pesada; la caballeria, con sus solapas amarillas: a un lado y otro la; dos aceras negras. El hurra que empezaba al pie del Parque Central, coreado de boca en boca, iba a morir en el estruendo de la batería. Pasan los estudiantes de Columbia, con sus gorros cuadrados; pasan en coches los veteranos, los inválidos y los jueces; pasan los negros; y redoblan las músicas, y por toda la vía los va siguiendo un himno. Aplaude la tribuna el paso firme de la milicia elegante del 70 regimiento: va muy bella en sus capas de campaña la milicia de1 regimiento 22: dos niñas alemanas, que vienen con una compa- ñía, le dan al Presidente dos cestos de flores; apenas puede hablar una criatura vestida de azui que alcanza a Lesseps un estandarte de seda para Bartholdi: vuela la Mursellesa, con su clarín de oro, por toda Ia procesión; el Presidente, con la cabeza descubierta, saluda a los pabeliones desgarrados: humillan sus colores las compañias cuando cruzan delante de la tribuna, y los oficiales de la milicia írancesa besan al llegar a ella el puño de su espada. Pasan las mangas sin brazo, entre frenéticos saludos de las aceras, tribunas y ba! cones: pasan los banderines atravesados por las balas: pasan las piernas de madera. A rastras viene un viejo en su capote de color de tórtola, y la ciudad entera le quiere dar la mano: hala su cuerpo roto brava- mente, como haló en su mocedad en el tiempo de los voluntarios las bombas de incendio: se rompió los brazos por recibir en ellos a un niño er? cendido: por salvar a un anciano se dejó caer una pared sobre las piernas: los bomberos le siguen, en sus trajes de antes, tirando de las cuerdas qu e arrastran las bombas: y cuando, cuidada como una niña, toda llena de plata y de flores, viene a la zaga de los mozos de camisa roja la bomba más antigua tamba- leaïldo en sus ligeras ruedas, desbócase sobre el gentío, a apagar un incendio cercano, una de las bombas modernas formidables. Deja ej aire caliente v ‘herido. Negro es el humo y los caballos negros. Derriba carros y atropella gentes. color rojizo a la humareda. Bocanadas de chispas dan un Sigue desalado- el carro de las escalas, corno en una nube: rue- da tras 41 la enorme torre de agua, con fragor de artillería. 98 /osf Morfí -, Se oye una campana qut parece uila orden: el gentío se aparta con respeto, y pasa en una arribulancia un hombre herido. A lo !e- jos se oían los regimientos. Con su clarín de oro volaba sobre la ciudad la Marsel! esa. OBRAS ESCOGIDAS T II 99 EIltOilccS 10s cspiritus, llegada la hora de descorrer el pabellón que velaba el rostro de 13 estatua, bulleron de manera que pareció que se cubría el cielo en un toldo de águilas. Era prisa de novio la ue ernpujaba a la ciudad a los vapores. qL os vapores mismos. orlados de banderas, parecían guirnaldas, y sonreían, cuchicheaban, se movían alegres y precipitados, como las niñas que hacen de testigos en las bodas. un respeto profundo engrandecía los pensamientos como si la fiesta de la libertad evocasc ante los ojos todos los que han pere- cido por conquistarla. iQué. batalla dc sombras surgía sobre las cabezas! iqué picas, qué rodelas, qué muertes esculturales, qué agonías soberanas! La sombra de un solo combatiente llenaba una plaza. Se erguían, abrían los brazos, miraban a los hombres como si los creasen, y emprendían el vuelo. La claridad que hendía de súbito la atmósfera oscura PO eran rayos del sol, sino los cortes de los escudos en la niebla, por donde descendía la luz de la batalla. Lidiaban, sucumbían, morían cantan- do: tal, por sobre el de los campanarios y los cañones- es el himno de triunfo que conviene a esta estatua hecha, más que de bronce, de todo lo que en el alma humana es oda y sol. Un cañonazo, un vuelo de Campanas, una columna de humo fue- ron la bahía y ciudad de Nueva York desde que cerró la parada hasta que, al caer el crepúsculo, acabaron las fiestas en la isla don- de se eleva el monumento. iA encías desdentadas se asemejaban las hileras de muelles, huérfanas de sus vapores! El caiioneo incesante aumentaba la llu- via. Por la parda neblina pasaron camino de la isla doscientos bu- ques, como una procesión de elefantes. Como palomas encintadas iban apiñándose los vapores curiosos en torno a la figura, que se destacaba entre ellos v, agamente. Había un rumor de nido, Como alas desprendidas salían de los vapores llamaradas de música. eQuién que no ‘haya sufrido por la libertad podrá entender la frenética ale- gría que enloqueció las almas, cuando por fin se reveló a los ojos aquella a quien todos hablan como a una amante adorada? iAllí está por fin, sobre su pedestal más alto que las torres, grandiosa como la tempestad y amable como el cielo! Vuelven en su presencia los ojos secos a saber lo que son lágrimas. Parecía que !as almas se abrían, y volaban a cobijarse en los pliegues de su rúnica, a murmurar en sus oídos, a posarse en sus hombros, a mo- rir, como las mariposas en su luz. Parecía viva: el humo de los vapores la envolvía: una vaga claridad la coronaba: ;era en verdad como un altar, con los vapores arrodillados a sus pies! iNí el Apolo de Rodas. con la urna de fuego sobre su cabeza y la saeta de la luz en la mano fue más alto! Ni el Júpiter de Fidias, todo de oro y mar- fil, hijo del tiempo en que aún eran mujeres los hombres. Ni la estatua de Sumnat de los hindúes, incrustada, como su fantasía, de piedras preciosas. Ni las dos estatuas sedentes de Tebas, cautí- vas como el alma del desierto en sus pedestales tallados. Ni los cuatro colosos que defienden, en la boca de la tierra, el templo de Ipsambul. Más grande que el San Carlos Borromeo, de torpe bronce, en el cerro de Arona, junto al lago; más grande que la Virgen de Puy, concebida sin alas, sobre el monte que ampara al caserío; más grande que el Armínío de los Cheruskos; que se ‘alza por sobre la puerta de Tautenberg citando con su espada las tribus germánicas para anonadar las legiones de Varus; más grande que la Germania de Niederwarld, infecunda hermosura acorazada que no abre los brazos; más grande que la Baviera de Schwautaler que se corona soberbiamente en el llano de Munich, con un león a las plantas,- por sobre las iglesias de todos los credos y por sobre las obras todas de los hombres se levanta de las entrañas de una estrella la “Libertad iluminando al mundo”, sin león y sin espada. Está hecha de todo el arte del universo, como está hecha la libertad de todos los pade- cimientos de los hombres. De Moisés tiene las tablas de la ley: de la Minerva el brazo le- vantado: del Apolo ]a llama de la antorcha: de la Esfinge el míste- rio de la faz: del cristianismo la diadema aérea. Como los montes, de las profundidades de la tierra ha surgido esta estatua, “inmensidad de idea en una inmensidad de forma”, de la valiente aspiración del alma humana, El alma humana es paz, luz y pureza; sencilla en los vestidos, buscando el cielo por su natural morada, Los cintos le queman; desdeña !as coronas que esconden la frente: ama la desnudez, sím- bolo de la naturaleza; para en la luz de donde fue nacida. J- a túnica y el peplunt le convienen, para abrigarse del desamor y el deseo impùro: le sienta la tristeza, que desaparecerá sólo de sus ojos cuando todos los ‘hombres se amen: va bien en pies desnudos, como Quien sólo en el corazón siente la vida: hecha del fuego de sus Pensa& entos, brota la diadema naturalmente de sus sienes, y tal como remata en cumbre el monte, toda la estatua, en lo alto de la antorcha, se condensa en luz. Pequeña como una amapola lucía a los pies de la estatua la ancha tribuna, construida para celebrar la fiesta con pinos frescos Y pabellones vírgenes. LoS invitados más favorecidos ocupaban la explanada frer, te a la tribuna. La isla entera parecía un solo ser humano. ;No se concibe cómo \, oce6 este pueblo, cuando su Presidente, na- cido como él de la nlesa del !rabajo, puso el pie en 12 lancha de honor para ir a recibir la imagen en que cada hombre se ve como redimido y encumbrado! Sólo los estremecimientos de la semejante. tierra dan idea de explosión El clamor de los hornbres moría ahogado por el estampido de los cañones: de las calderas de las fsbricas y los buques se exha! aba a la vez el liapor preso con un jubilo loco, conmovedor y salvaje: ya parecía el alma india, que pasaba a caballo por el cielo, con su clamor de guerra: ya que, sacudiendo al encorvarse las campanas todas, se arrodillaban las iglesias: ya eran débiles o estridentes, imi- tados por las chimeneas de los vapores, los cantos del gallo con que se simboliza el triunío. Se hizo pueril lo enorme: traveseaba el vapor en las calderas: jugueteaban por la neblina los remolcadores: azuzaba la concurren- cia de los vapores a sus músicas: los fogoneros vestidos de oro por el resplandor del fuego, henchían de carbón las máquinas: por entre la nube de humo se veía a los marineros de la armada, de pie sobre las vergas. En vano pedía silencio desde la tribuna, moviendo su soínbrero negro de tres picos, el mayor general de los ejércitos americanos: ni la piegaria misma del sacerdote Storrs, perdida en la confusión, acalló el vocerio: pero Lesseps, Lesseps, con su cabeza de ochenta años desnuda, bajo la !luvia, supo domarlo. Jamás se olvidará aquel espectáculo magnifico. pie el gran viejo. Más que de un paso, de un salto se puso en Es pequeño: cabe en el hueco de la mano de la estatua de la Ii- bertad; pero rompió a hablar con voz tan segura y fresca que la concurrencia ilustre, arrebatada y seducida, saludó con un vitor que no parecia acabar a aquel monumento humano. <Qué era el estruen- do, el vocear de !as máquinas, el cañonear de los barcos, el monu- mento arriba, a aquel hombre hecho a tajar la tierra y a enlazar los mares? ~NO hizo reír, reír delante de la estatua, con su primera frase? “El vapor, señores, nos ha hecho progresar de una manera pasmosa; pero en este rnomento nos hace mucho daño.” /Viejo maravilloso! Lo s americanos no lo quieren, porque hace a pesar de ellos lo que ellos no tuvieron el valor de hacer; pero con su primera frase sedujo a los americanos. Luego ley6 su discurso, escrito por su misma mano en páginas sueltas, blancas y grandes. Decia cosas de familia, o daba forma familiar a las cosas más graves: se ve en su modo de frasear cómo le ha sido flícil alterar la tierra: cada idea, breve cono una nuez, lleva adentro un monte. No se estcí quieto cuando habla: se vuelve hacia todos los lados, como para dar a todo el mundo el rostro: algunas frases las dice, y las apoya con !oda la cabeza, como si las quisierh clavar: habla un francé‘;- marcial. que suena a bronce: su gesto fa\: orito es levantar rA? idamente el brazo: sabe que por la iierra se ha de paszr vencien- 1 ia iez, iejos de cstinguirre! e, !e crece con el discurso, sus irases acatas ondean v acaban en punta como los gallardetes: el gobierno arncricano lo c& lvidó a la fiesta, como el primero de los franceses. “,\\ e !re dado prisa a s. enir, dice poniendo la mano sobre e! pa- bellón de Francia que viste el antepecho de la tribuna: la erección de la estatua de la Libertad honra a los que la concibierfin, y a IOS (111~ la han comprendido aceptándola.” Francia es para él ia madre & los pueblos, y con egregia habilidad, deja caer en SI: discurso ci; te juicio de Hepworth Dison L in contradecirlo: “C. In historiador in- ~16s: Kepworth Di>. on, despubs de decir en su obra sobre la Nueva .Imkrica que vuestra Consti! u< ión no es producto dei suelo, ni pro- cede del espíritu inglés, ha anadido: se puede, por lo con? rario. con- siticrarla como una p! anta caótica nacida en la atmósfera de Fran- cia.” No se detiene en símbolos, sino en objetos. Las cosas a sus ojos son por aquello para que sirven. Por la Estatua de la Libertad va él a su canal de Panamá. “Gustáis de los hombres que osan y que perseveran: yo digo como vosotros: go ahead: inosotros nos enten- demos cuando yo uso este lenguaje!” iAh, piadoso viejo: antes de que se siente, premiado por los aplausos de sus enemigos mismos, rendidos y maravillados. dé- mosle gracias, allá, en la América que no ha tenido todavía su fies- ta, porque recordó nuestros pueblos y pronunció nuestro nombre ol- vidado en el día histórico en que América consagró a !a libertad: ;pues quién sabe morir por eila ,mejor que nosotros? ¿y amarla más? “iHasta luego, cn Panamá! donde el pabellón de ias treinta y ocho estrellas de ia América del Norte irá a fiota; al lado de !as banderas de los Estados independientes de la América del Sur, y for- mará en el nuevo mundo, para el bien de la humanidad, la alianza pacífica y fecunda de la raza francolatina y de la raza anglosajona.” iBuen =iiejo, que encanta a las serpientes! ;Alma clara, que nos ve lo grande del corazón bajo los vestidos manchados de sangre! A ti, que habiaste de la libertad como si fuera tu hija, la otra América te ama! Y antes de que se levantara el senador Evarts a ofrecer ia. esta- tua al Presidente de los Estados Unidos en nombre de la Comisión . americana, la concurrencia, conmovida por Lesseps, quiso saludar a Bartholdi, que con feliz modestia se levantó a dar las gracias al público desde su asiento en la tribuna. Nunca habla el senador Evarts sin noble lenguaje y superior sentido, y es SU elocuencia diestra y genuina, que va a las almas porque nace de ellas. Pero la voz se le apagaba, cuando leía en páginas estrechas el discurso en que pinta, con frase llena de cintas y pompones, la ge- nerosidad de Francia. 102 Josr Marli J. después de Lesseps, parecía una caña abatida: ya en la cabe. za no tiene más que frente: apenas puede abrirse paso la inspira. ción por su rostro enjuto y apergaminado: viste gabán, y !leva el cuello vuelto; le cubría la cabeza un gorro negro. Y cuando inopinadamente, en medio de su discurso, creyeron llegada la hora de descorrer, como estaba previsto, el pabellón que cubría el rostro de la estatua, la escuadra, la flotilla, la ciudad, rompió en un grito unánime que parecía ir subiendo por el cielo como un escudo de bronce resonante: iPompa asombrosa y majestad subli- me!; inunca ante altar alguno, se postró un pueblo con tanta reve- rencia!; los hombres pasmados de su pequeñez, se miraban al pie de¡ pedestal, como si hubieran caído de su propia altura: el cañón a lo lejos retemblaba, cn el humo los mástiles se perdían: el grito, for- talecido, cubría el aire: la estatua, allá en las nubes, aparecía como una madre inmensa. Digno de ‘hablar ante ella pareció a todos el presidente Clevé- land. El también tiene estilo de médula, acento sincero, y voz sim- pática, clara y robusta. Sugiere más que explica. Dijo esas cosas amplias y elevadas que están bien frente a los monumentos. Con una mano tenía asido el borde de la tribuna, y la derecha la hun- dió en el pecho bajo la solapa de la levita. Mira con ese amable de- safío que sienta a los vencedores honrados. ~NO se ha de perdonar un poco de altivez a quien sabe que, por ser puro, está lleno de enemigos? Su carne es gruesa y mucha; pero la inteligencia la echa atrás. Aparece como es, bueno y enér- gico. Lesseps lo miraba cariñosamente, como si se estuviera hacien- do de él un amigo. También hl. como Lesseps, habló con la cabeza descubierta. Sus palabras solicitan el aplauso, más que por la pompa de la frase y autoridad del ademán, por lo vibrante del acento y firme del sen- tido. Si vaciasen la estatua en palabras, eso mismo diría: “Esta muestra del afecto y consideración del pueblo de Francia demuestra el parentesco de las repúblicas, y nos asegura de que en nuestros es- fuerzos para recomendar a los hombres la excelencia de un gobierno fundado en la voluntad popular, tenemos del otro lado del continen- te americano una firme aliada.” “No estamos aquí hoy para doblar la cabeza ante la imagen de un dios belicoso y temible, lleno de ra- bia y venganza, sino para contemplar con júbilo a nuestra deidad propla, guardando y vigilando las puertas de América, más grande que todas las que celebraron los cantos antiguos: y en vez de asir en su mano los rayos del terror y de la muerte, levanta al cielo la luz que ilumina el camino de la emancipación del hombre.” Nació de 10s corazones carifiosos el largo aplauso que premió a este hombre honrado. Ciiauncey LJepew, *‘ e! orador de plata”, comenzi, eilieguida la oración de la fiesta. Bella hubo de ser, para sujetar si! 2 iatiga. ya al ,- ser’ ]a tarde, ia atencijn del concurso. ;Qui~? n es Chauncey Depew? Todo lo que puede sc! ’ el talento. si:! 12 generosidad Ferrocarriles son sus ocupaciones; .miilones sus cifras: emperado- r t z j s~ i público; los Vanderbilt, sus Mecenas y amigos. El hombre 1;: importa poco; le importa más el ferrocarril. Tiene ei ojo rapaz, ia frente ancha y altiva, la nariz corva, el Iabio superior fino y estre- cho, la barba lampiña larga y en punta: y aquf se miran en él pol IC, armonioso y brillante de su lenguaje, lo agresivo y agudo de, SU volur: tad, y lo listo y seguro de su juicio. Su estilo, fresco y versatll, no chispea ahora como suele en sus oraciones celebradísimas de SObremesa; ni expone con cerrada lógica, como en SUS casos .de abogado y director de caminos de hierro; ni tunde a sus adversarlos 5 i 1; misericordia como es fama que hace en los malignos y temibles ejercicios de las asambleas politicas: sino cuenta en encendidas fra- ses la vida generosa de aquel que, no satisfecho de haber ayudado a Washington a fundar SC pueblo, volvió ibendito sea el marqués de Lafayette! a pedir al Congreso norteamericano que diese libertad a “sus hermanos los negros”. Pintó Depew con encendidos párrafos, las pláticas amigas de Lafayette y Washington en el hogar modesto de Mount Vernon, y aquel adiós del marqués “purificado por las batallas y las privacio- nes” al congreso de América, en que veía él “un templo inmenso de la libertad, una lección para los opresores, y una esperanza para los oprirnidos de la tierra”. Ni el “noventa y tres” lo aterró, ni ei calabozo de Olmütz lo domó, ni la victoria de Napoleón lo convenció: iqué son, para quien siente de veras la libertad en el alma, más que acicates ías perse- cuciones y bombas de jabón dos imperios injustos de ia tierra? Es- tos hombres de instinto guían el mundo. Raciocinan después que obran. El pensamiento corrige sus errores; pero no posee la virtud de sus arrebatos. Sienten y empujan. iAsí, por la voluntad de la na- turaleza en la historia dé los hoinbres está escrito! Magistrado parecía Chauncey Depew cuando, sacudiendo sobre su cabeza cubierta de un gorro de seda el brazo en que temblaba el dedo fndice, reunía en cuadro admirable ios beneficios de que goza el hombre en esta tierra fundada por la libertad, y con el fuego del corcel que lleva la espuela hundida en los ijares, trocaba en valor el disimulado miedo, se erguía en nombre áe las instituciones libres contra los fanáticos que se acogen de ellas para trabajar por volcarlas, y enseñado por el ímpetu creciente con que se viene en- cima en los Estados ‘Unidos el problema social, humilló la soberbia porque este caballero de la palabra de plata es afamado, y haló inspirados acentos para decir cual suyas las frases mismas que .OS- tenta como su evangelio la revolución obrera. ;Tu sombra, pues. oh libertad, convence: y los que te odian o se sirven de ti se postran al mando de tu brazo! ¿‘ n obispo en aquel instante 5urgi6 en la tribuna, alzó la mano comida por los anos. y en el magnífico silencio, puestos en pie a su lado el- genio y el poder, bendijo en nombre de Dios la redentora estatua. 1: ntonó la concurrencia, guiada por el obispo, un himno lento y suave, la Doxología mistica. Dc lo alto de la antorcha anun- ció una señal que había terminado la ceremonia. Ríos de gente, temerosa de la torva noche, se echaron precipita- dos, sin respeto a la edad ni a la eminencia, sobre el angosto em- barcadero. Pálidamente resonaron las músicas, como si desmayasen la luz de la tarde. El peso del contento, más que el de los seres humanos, hundía los buques. El humo de los cañonazos envolvía la lancha de honor que llevaba a la ciudad al Presidente. Las aves sorprendidas, en lo alto de la estatua, giraban como medrosas en torno al monte nuevo. Más firmes dentro del pecho sentían los hombres las almas. Y cuando de la isla convertida ya en altar, arrancaban en la sombra nocturna los úitimos vapores, lina voz cristalina exhalb una m6lodía popular, que fue de buque a buque, y mientras en la dístan- cia se destacaban en las coronas de los edificios guirnaldas de luces que enrojecían la bóveda del cielo, un canto a la vez tierno y for- midable se tendió al pie de la estatua por el río, y con unción for- tificada por la noche, el pueblo entero, apiñado en las popas de los barcos, cantaba con el rostro vuelto a la isla: “iAdiós mi único amor!” ia Nación, Buenos Aires, 1 ro. de enero de 1887 O. C.. i. II, p. ?7- 115. EL CRISTO DE MIJNKACSY EL CRISTO DE MUNKACSY.EXHIBICION EN NUEVA YORK DEL FAMOSO CUADRO CRISTO ANTE PILATOS.- L. 4 GENTE HONGARA.- LA VIDA DE MICHAEL MUNKACSY.- DE POERECILLO MISKA A REY DE PINTORES- AN. 4LISIS DE SU ARTE.CARACTER MODERNO, NACIONAL Y PROFUNDO DE TODA SU OBRA.- INFLUJO DE SU ESPOSA.- LA FUERZA DE LA IDEA, EN MILTON Y EN CRISTO.- ORIGINALIDAD Y ENCANTO DE SU CRISTO.- DESCRIPCION DEL CUADRO.- RAZONES DE SU POPULARiDAD.- EL. CRISTO VIVO, RACIONAL Y FIERO Nueva York, diciembre 2 de 1886 Señor Director de Lo Nación: Iremos hoy adonde va Nueva York, a ver el Cristo del pintor húngaro Munkacsy. iEfjem, eljem!-- que quiere decir iviva!-- gritan pintores, poetas, periodistas, clérigos, políticos, dondequiera apare- ce Munkacsy, que está ahora de visita en Nueva York, como para ayudar ia fama y ganancia de su cuadro. Ayer le dieron un banquete los magnates de la ciudad, y en la pared decía en letras de flores, por sobre su cabeza de cabello hirsuto, Idem- Hozott: “Dios te trajo a nosotros”. Recuerda la suntuosidad de su viaje aquella manera de vivir de Rubens, que todo lo quería de tisú y de oro, y aun en la misma carne femenina gustaba de ver los resplan- dores y pompa de las joyas. En Washington lo celebran con feste- jos grandes, manteles de brocado, candelabros de oro, salas colga- das de damasco rojo, riquezas de reyes. Pero más honores que él, recibe en el humilde tabernáculo en que se enseña, su sublime Cris- to, de cuya túnica de lienzo blanco, por maravilla secreta del pincel, emerge una luz magna que domina y compendia todas las del con- torno, concentra en el reposo el vario movimiento del conjunto, e in- viste de seductora majestad un cuerpo escueto por donde cae el lienzo en pliegues desairados. iAh!, es preciso batallar para entender bien a los que han ba- tallado: es preciso. para entender bien a Jesús, haber venido al mund0 en pesebre oscuro, con el espíritu limpio y piadoso, y palpa- OBRAS ESCOGIDAS. T. II 107 dn C? Ii 13 vitia !a escasez d e! amor, el fiorrcrmiento de la codici2, y !2 victoria del odio: es preciso haber aserracio la inadera y amasado el pac entre el silencio y !a ofensa de los hombres. Este ,Vlichael xun~ a¿ sy, <asado ahora con una viuda rica que da a su casa de Paris el enìanto de un palacio. era en los primeros años de su wda un ?obrwillc Mish de la a! dea de Munkacsy. Nació en una forta- leza en Ios tiempos en que ios rusos devastaban a Hungría, y todo el bello país de selva y viñedos parecía una copa de colores quebrada por el casco de un caballo. No saiia el sol para las almas. La gente moría de hambre. De hambre murió la rnadre de Munkacsy. Su padre murió preso. Los ladrones que nacen de la guerra, dieron muerte a lo que quedaba de la casa y sólo a él lo dejaron vivo, junto al cadáver de su tía. El nifin no sabia reír. Un tfo pobre lo puso de aprendiz de carpintero. Trabajaba doce horas, por un peso a la semana. Unos nlfios de escuela, apenados de ver aquella cara ávida y triste, le enseñaron a ieer v escribir las letras que acariciaba con !os ojos. S: n saber por que, empezo a pintar en las arcas de la carpinte- ría ias ecc;‘ nas heroicas de húngaros y servios, los morriones pelu- dos. las botas ajustadas, los sables corvos. Al. fin su tio mejoró de fortuna y Ie envió a recobrar fuerzas a un lugarejo que pareció a Miska bóv,? da celeste, porque alli vio a un pintor de retratos ma- nejar los colores y se la pusieron en pie, en la voluntad, todos !os héroes de sus arcas, y con tanto fuego rogó al retratista, que logró ir con él para aprender a pintar, lo cual hizo tan bien que a los po- cos meses vivia de dar lecciones de dibujo y retrató la familia de un sastre tan a gusto del don ‘Tijeras que fe pago los Rtr2tcJS en un sobretodo. Ya en aquel tiempo leia vorazmente, y los !ipos neroicos y las ~POCZIS tor:; abail puest o romo invasiones de luz, eri su alma, que la muerte, la guerra y la orfandad habían vestido cual una cámara fíinebre de sombras. Pero la gente de esas tierras de Hungría, de ojo negro y tenaz, adora la naturaleza, Ia pasión desnuda, el hogar franco, el campo alegre y libre: en música son Liszt, en poesia Petofi, Kossuth en oratoria; beben el vino fresco de los odres: aman de modo que queman: cuando tocan sus músicas selváticas tienen de crin de corcel rewelta por la tempestad, y de voz de flor, y de reclamo de paloma: de aíli sen los gitanos de coiores, con sus caravanas felices v pinicrcscas; sus amorfos que huelen a fruta primeriza, sus vagabundos de cabellos rizados que se enamoran de las reinas. La vida a? lí florece y se desborda, se sale de cánones y reglas, y conserva aires regios aun en el vicio y ia molicie: parecen prin- cipes todos aquellos vagabundos, que se disfrazan, por capricho, de mendigos. La idea ajena molestaba a Munkacsy como un freno: el amor de su raza a la natura! eza le nacía: prefería la vida al !ibro: crear le *urgía; tenía aquel apetito de verdad, desconocido de los eruditos, que los astros rroducc a los grandes hombres: los hombres son como , q:! t unos dan luz de sí y otros brillan con la que reciben. iCon qué había de pintar Munkacsy sino con las tristezas de su alma, con sus recuerdos tétricos, con aquellas tintas propias de quien no ha conocido la alegría? Se ve en el mundo lo que se tiene en si; el hombre se sobrepone P la naturaleza, y altera con la dis- posición de la voluntad su armonía y su luz. Así fue el pobre Miska ejercitando su impaciente mano; y como era de aquellos que en sí tienen su ley y su color, con lo que le rebosaba de artista, buscó lo pintoresco en el asunto, mas del alma no bien asoleada sacó la tinta lóbrega, fortalecida por su misma su- perioridad, de la que sólo el amor y la gloria que traen luces, habían de apartarle luego. iPero brillaba en aquel betún oscuro el ojo del gitano! Y ese hombre audaz, directo, hijo de sí, (había de entretenerse en vestir momias, en mimar trajes, en agrupar academias? No. La vida está llena de encanto y de aspectos pictóricos: cuando sintió maduras sus fuerzas, aplaudidas ya en exposiciones y concursos, lo que le ocurrió pintar, con gran escándalo del plácido Knaus, fue una nota viva, un cuadro famoso: El último día de un condenado. Ora el reo de bruces sobre una mesa en cuyo mantel blanco se le- vanta entre dos cirios el crucifijo: de pie contra la pared sombría gime la pobre esposa; la niña queda entre ellos: el soldado contiene a la puerta del calabozo a la muchedumbre que se asoma. Puso el pintor en aquella obra su piedad de pobre, su color de alma sola, su osadía de hombre nuevo. Le dio el premio París; y su arte y su existencia misma han cre- cido con la hermosura y rapidez de las leyendas. Cada cuadro de Munkacsy es un asalto. Fuera tiene la fama, en su casa tiene el amor de esposa que da los bríos para ganarla. Ella mima sus creaciones, vuelve a sus manos la paleta que abandona la impotencia o el despecho; se posa en su hombro, como un colibrí, para decirle al oído, de modo que él no note que la voz viene de afuera, que aquel brazo está alto, que aquel ojo está tibio, que aquel pie un poco brutal denuncia a Miska. Ella disipa sus últimas tristezas. Ella suaviza sus grupos atrevidos, ella trae al taller el verde y el azul. La sombra no, no puede desvanecerla por completo: que cuando la sombra bautiza un alma, la sal queda clavada sobre la frente, como una rosa de diamantes: hay placer en la sombra. Y el blanco tampoco lo atrae, porque este lo saca de sí el pintor con épico atrevimiento. La fuerza de la idea fue cada día poniendo mayor asombro en este espíritu que ha tomado de sí principalmente, con poca ayuda de libros, los seres palpitantes de sus lienzos: y por esta admiración del poder mental vino a caer en el amor de Milton, demacrado r ciego, como el tipo mejor de la hermosura y pujanza de la idea, y uego subió al amor del Cristo, ante cuya luz triunfante agrupa, Para que resalten más su mezquindad y abatimiento, los poderes 108 Jo> t, .ilarfi OBRAS ESC0GID. W 3’ II 109 más temibles y activos de la tierra: el egoísmo y la envidia. Ha acu- mulado de intento dificultades que parecían insuperables, ha querido hacer triunfar por su propio fulgor ]a mente humana: ha logrado investir de suprema belleza una figura fea: ha conseguido dominar con Ufid figura en reposo, toda ia fiereza y brillantez de las pasio- nes aue se la disputan en animado movimiento. ESe es su Cristo. Esa es su extraña concepción de Cristo. El no 10 ve como la claridad que vence, como la resignación que cautiva, como el perdón inmaculado y absoluto que no cabe, no cabe, en la naturaleza humana: cabe el placer de domar la ira, pero sería menos herrnosa y eficaz la naturaleza del hombre si pudiese sofocar la indignación ante !a infamia, que cs la fuente más pura de la fuerza. El ve a Jesús, como la encarnación más acabada del poder in- vencible de ia idea. La idea consagra, enciende, adelgaza, sublima, purifica: da una estatura que no se ve y se siente: limpia el espíritu de escoria, como consume el íuego la maleza: esparce una beldad clara y segura que viene hacia las almas y se sien? e en ellas. El Jesús de Munkacsy es el poder de la idea pura. Ahí está en un sayón, flaco, huesudo; trae las manos atadas, es- tirado el cuello, la boca comprimida y entreabierta, como para dar paso a las últimas hieles. Se siente que acaban de poner sobre él la mano vii; que la jauria humana que lo cerca ha venido oteándolo como a una fiera; que 10 han vejado, golpeado, escupido, traído a rastras, arrancado las vestiduras a pedazos, reducido a la condi- ción más baja y ruin. iY ese instante de humillación suma es preci- samente el que ei artista elige para hacerle surgir con una majestad que domina a la ley que tiene en frente, y a la brutalidad que 10 persigue, sin ayudarse de un solo gesto, de un músculo visible; de la dignidad del ropaje, de lo elevado de la estatura, del uso exciu- sivo de] co! or blanco, de la aureola mística de los pintores! De la cabeza nada más se ayuda, de la mirada augusta bajo el ojo cóncavo, de la mejilla enjuta, de ia boca contraída que aún re- vela la bravura humana de la serena y adorable frente, honda hacia las sientes poco pobladas de cabellos y levantada en dosel sobre las cejas. iLa mirada es el secreto del singular poder de esa figura! iLa angustia v la aspiración se ven claramente en ella; y la resurrec- ción y ]a -existencia eterna! Los vientos pueden desnudar los irbo- les, los hombres p:: edcn derribar los tronos, el fuego de la tierra puede descabezar montañas, pero se siente, sin estímulo violento y enfermizo de ia fantasía, que esa mirada, por natura] poder, conti- nuará encendida. Todo se postra ante esos ojos que concentran cuanto cabe de amor, anunciación, claridad, altivez, en el espíritu. IZI está al pie de las cuatro gradas que llevan al ábside de Pilatos; y Piiatos pa- rece postrado ante él. Blanca es la túnica de Pilatos; como la suya, pero de la su)- a brota. sin ardid visibic del pincel, una luz que no brota de ia de] juez cobarde. A su lado se rev:: c] ve la cólera , se atreve la insolencia, se dis- cute ]a ley, se pide a gritos ia muerte: pero aquellos ojos curiosos (3 atrevidos, aquello: rostros frer, ético> y descompuestos, aquellas bocas que hablan y que gritan, aquellos brazos iracundos y ievan- lados, en vez de des- ciar la fuerza y la luz de su figura fulgurosa, se concentran en ella y la realzan por el centrarte de su energía sublime con las balas pasiones que lo cercan. La escena es en el pretorio, de austera y vasta arquitectura. Por ]a entrada del fondo que acaba de dar paso a la multitud, se ve un rincón de cielo delicioso que brilla como las alas de las mariposas azules de MUZO. E] gentío alborotado se aprie! a a la izquierda del lienzo sobre ]a figura de Jesús. Ni en el centro quiso ponerla el pintor, para te- TlCi esa dificultad más que vencer. IJn magnifico soldado echa atrás con su pica a un gañán que vocifera con los brazos en alto: ifigura soberana! itodos los pueblos tier. en ese hombre bestial, lam- piño, boca grande, nariz chata, mucho pómulo, ojo chico y viscoso, frente baja!: rebosa en la figura ese odio insano de las naturalezas viles hacia las almas que las deslumbran y avergiienzan con su cia- rídad; y sin esfuerzo alguno artificioso, ni violencia en el contraste, resaltan en el cuadro en su doble oposición moral y física: el hombre acrisolado que ama y muere, y el bestial que odia y mata. A la derecha del lienzo está el romano Piiatos, en su toga bian- ca ribeteada del rojo de los patricios; se adivina la lana en lo bian- do de los pliegues: pasma el relieve dc Piiatos, que parece vivo en el nicho del ábside: en los ojo c oe le ve el trastorno de sus pensa- mientos, ei miedo a la muchedumbre, el respeto al acusado, la va- cilación que le hace ir levantando una mano de la rodilla, como preguntgndose qué ha de hacer con Jesús. Comparable a la mejor creación artística es el fanático Caifás. que con e] rostro vuelto hacia el pretor le señala en un gesto imperante ei gentío que reclama la muerte; aquella cabeza. de la barba i) l;:, ca increpa y apremia: de aque! ios labios están sailendo las pa- .a q ardientes y duras. D& doctores sentados a la izquierda del ábside miran a Jeslís como si no acabasen de entenderlo. Al lado de Caifás clava un viejo los ojos en Piiatos, que tiene baja la cabeza. Un rico saduceo, de turbante y barba cana, mira a Jesús de i] er? o, rico el traje, arrelianado en el banco, en arco el brazo derecho, el izquierdo sobre el muslo: ;es ese rico odioso de todos los tiempos!: la fortuna le ha henchido de orgullo brutal: la humanidad le parece su escabel: se adora en su bolsa y en su pieni- tud. Entre él y Caiias discuten el caso jurídico los sacerdotes. este OBRAS ESCOGIDAS. T I! ll! con ojos torvos, aquel con frialdad de leguleyo; otro, reclinado en la pared, de pie sobre el banco, mira en calma la revuelta escena. De- trás del saduceo. junto mismo a Jesús, otro gañán, de realidad que maravilla, se inclina sobre la baranda en postura violenta para ver de frente el rostro al preso; por encima de la cabeza del gañán, junto al pilar del arco que divide la escena sabiamente, una madre joven, con su niño en brazos, tiene puestos en .Jesús sus ojos pia- dosos, ? ue como tcda su figura recuerdan las madonas italianas: allá al ondo, para quebrar la línea de cabezas, se alza entre ellas un beduino barbudo que tiende el brazo brutal hacia Jesús. Imposible es ver este lienzo gigantesco sin que asalte la mente, fatigada de tanto arte menor, de tanto arte retacero y sofístico, la memoria de aquella época de ideales fijos en que los pintores ves- tian las iglesias y los palacios de composiciones grandiosas. Aquella luz del Cristo avasalladora, que atrae a él los ojos como el término inevitable de las excursiones por el lienzo; aquel arco robusto y espacioso que en vez de robar efecto al Cristo lo realza y completa: aquella fuerza, novedad y viveza de los grupos: aquella: ciencia par. a destacar sin falsedad del fondo sombrio, los colores riquisimos, calientes y pastosos, como los de la vieja escuela de Ve- necia: aquella concepción armónica y segura, en que ninguno de los tipos secundarios ha perdido en relieve y poder al subyugarse al tipo central y superior; aquella elocuencia de los rostros que están contando la pasión que los enciende: aquel brío magistral en los de- talles, y desdén de ardides, oposiciones y contraluces: aquella gracia, verdad y movimiento, y el punto aquel de cielo que a lo lejos las inflama y corona, enseñan que el pobre Miska de la aldea de Munkacs de aquel os magníficos espíritus, Y que hoy vive en Paris como un rey de pintores, era uno raros en esta edad de apremio y crisis, que pueden pecho a pecho abrazarse a una idea humana, descomponerla en sus elementos, y reproducirla con la intensidad y energía que requieren las obras dignas del aplauso de los siglos. No en vano ha paseado el cuadro en triunfo por Europa entera. No en vano dio París al admirable Valtner la medalla de honor por la radiante aguafuerte del Cristó ante Pilatos. No en vano, en este siglo, cuya grandeza caótica y preparatoria no ha podido condensar- se en símboios, apasiona este cuadro de Munkacsy a los críticos y a las muchedumbres, aunque alguna de sus figuras resulte violen- ta, aunque cierta parte de él parezca añadida como segundo pensa- miento, por efecto de decoración a la idea principal, aunque ya esté perdida la fe en la religión que conmemora. Nunca acude en vano al genio verdadero a la admiración de los hombres, necesitados a pesar suyo de grandeza. <Pero serán sólo esa facultad de componer grandiosamente, esa fuerza y fulgor de colorido, esa armoniosa gracia de los grupos, esa pujanza de la obra entera, lo que en este tiempo de creencias rebeldes y temas no- \isimoq a. wyure tamafia popttlaridad a eje aiunro falniliar de una religión ver‘ cida? Algo más hav en ese cuadro que el placer que produce una com- :) osición armorlica v ia simpatía a que mueve el qtie emprende con irnpetu y corona con espiendor una obra osada. Es e! hombre en ix! cuadro lo que enillsiasrrra y a: a e! juicio. Es el ?riunfo y resurrec- cion de Cristj. pero en la yida y por slu fuerza humana. Es la vi- :, ii) n de rulesira fuerza propia, en la arrogancia y claridad de la ~: irtud. Es la victoria de ia nueva idea. que sabe que de su luz puede ** atarse e! alma. sin comercio extravagante y sobrenatural con la i. reación, ese amor rcdiento y desdtn de sí que l! eraron a! Nazareno ., 1 su martirio, Es cl JeGls sin !lalo, el hombre que se doma, e! Cristo vivo, el Cristo tlunlatlo, racional y fiero. Es la bravura con que el húngaro Munkacsy, presinticndo en su !; ltuicióe aitistica 10 que el estudio corrobora: entendió y realizó, iiue siempre fueron unas las pasiones y sus rn& i! es. y desembara- zándose de leyenda:. y figuras ranijas, estudió en SII propia alma e! misterio de. !a divinidad dc nuestra natura! cza. y con el pincel v c! espiritn libre, escribió que ;lo divino es’& en lo humano! Pero lx! cariño por (31 dulce error es tan potente, y tan segura está el alma Í! C 1;” tijio rn~ s beiio fuera de esta vida, que el Cristo nuevo no parece erlteran1eilt. e hermoso. OBRAS ESCOGIDAS. T. II 113 LOS CATOLICOS PROTESTAN EN REUNIONES PUBLICAS CONTRA LA INTERVENCION DEL ARZOBISPO EN SUS OPINIONES POLITICAS.- COM- PATIBILIDAD DEL CATOLICISMO 1 EL GOBIERNO REPUBLICANO.- OBE- DIENCIA ABSOLUTA EN EL DOGMA, Y LIBERTAD ABSOL. UTA EN LA POLITICA.- HISTORIA DEL CISMA.- LA IGLESIA CATOLICA EN NUEVA YORK, SUS ORIGENES, Y LAS CAUSAS DE SU CRECIMIENTO.- LOS IRLAN- DE§ ES.- EL CATOLICISMO IRLANDES: EL SOGARTH AROON.ELEMENTOS PUROS E IMPUROS DEL CATOLICISMO.CAUSAS DE LA TOLERANCIA CON QUE SE VE HOY EN LOS ESTADOS UNIDOS EL PODER CATOLICO.- LA IGLESIA, LA POLITICA Y LA PRENSA.- TRATOS ENTRE L4 IGLESIA Y LA POLITICA.- EL PADRE MCGLYNN.- EL PADRE MCGLYNN AYUDA AL MOVIMIENTO DE REFORMA DE LAS CLASES POBRES.- REVISTA DEL MOVIMIENTO.- CARACTER RELIGIOSO DEL MOVIMIENTO OBRERO.- MCGLYNN FAVORECE LAS DOCTRINAS DE GEORGE, QUE SON LAS DE LOS CATOLICOS DE IRLANDA- EL ARZOBISPO SUSPENDE AL PADRE MCGLYNN, Y EL PAPA LE ORDENA IR .4 ROMA.- EL PAPA LO DEGRA- DA.- SANTIDAD DEL PADRE MCGLYNN.- REBELION DE SU PARROQUIA.- GRAN” MEETING” DE LOS CATOLICOS EN COOPER UNION CONTRA EL .4BUSO DE AUTORIDAD DEL i\ RZOBISPO.LOS CATOLICOS APOYAN A MCGLYNN, Y RECL. AMAN EL RESPETO A SU ABSOLUTA LIBERTAD POLITICA Nueva York, 16 de enero de 1887 Señor Director de El Partido Liberal: Nada de lo que sucede hoy en los Estados Unidos es comparable en trascendencia c interés, a la lucha empeñada entre las autorida- des de la Iglesia católica y el pueblo católico de Nueva York, a tal punto que por primera vez se pregunta asombra. do el observador leal, si cabrá de veras la doctrina catóiica en un pueblo libre sin dafiarlo, y si es tanta la virtud de la libertad, que restablece en su estado primitivo de dogma poético en las almas una Iglesia que ha venido a ser desdichadamente el instrumento más eficaz de los de- tentadores del linaje humano. iSí, es la verdad! los choques stibitos revelan las entrañas de las cosas. De la controversia encendida en Nueva York, la iglesia mala queda castigada sin *merced, y la Igle- sia de misericordia y de justicia triunfa. Se ve cómo pueden caber, sin alarma de la libertad, la poesía y virtud de la Iglesia en el mun- do moderno. Se siente que el catolicismo no tiene en sí propio poder degradante, como pudiera creerse en vista de tanto como degrada y esclaviza; sino que lo degradante en el catolicismo es el abuso que hacen de su au! oridad los jerarcas de la Iglesia, y la confusión en que mezclan a sabiendas los consejos maliciosos de sus intereses y los mandatos sencillos de la fe. Se entiende que se pueda ser cató- lico sincero, y ciudadano celoso y leal de una república. iY son como siempre los humildes, los descalzos, los desamparados, los pesca- dores, los que se juntan frente a !a iniquidad hombro a hombro, y echan a volar, con sus alas de plata encendida, el Evangelio! iLa verdad se revela mejor a los pobres y a los que padecen! iUn pe- dazo de pan y un vaso de agua no engañan nunca! Acabo de verlos, de sentarme en sus bancos, de confundirme con ellos, de ver brillar el hombre en todo su esplendor en espíritus donde yo creía que una religión atentatoria y despótica lo había apagado. iAh! la religión, falsa siempre como dogma a la luz de un alto juicio, es eternamente verdadera como poesía: tqué son en suma los dogmas religiosos, sino la infancia de las verdades naturales? Su rudeza y candor mismos enamoran, como en los poemas. Por eso, porque son gkrmenes inefables de certidumbre, cautivan tan dulcemente a las almas poéticas, que no se bajan de buen grado al estudio concreto de lo cierto. Qh, si supieran timo se aquilatan y funden alli las religiones, y surge de ellas más hermosa que todas, coronada de armonías y ves- tida de himnos, la Naturaleza! Lo más recio de la fe del hombre en las religiones es su fe en sí propio, y su soberbia resistencia a creer que es capaz de errar: lo más potente de la fe es el cariño a los tiempos tiernos en que se la recibe, y a las manos adoradas que nos la dieron. ZA quP riñen los hombres por estas cosas que pueden ana- lizarse sin trabajo, conocerse sin dolor, y dejarlos a todos confun- didos en una portentosa y común poesía? . Acabo de verlos! de sentarme a su lado, de desarrugar para ellos esta alma ceñuda que piedra a piedra y ptia a púa elabora el des- tierro. Otro se hubiera regocijado de su protesta: yo me recocijaba de su unión. <Para qué estaban allí aqueilos católicos, aquellos tra- bajadores, aquellos irlandeses? (Para qué estaban allí aque! las mujeres de su casa, gastadas y canosas? ePara qué estaban allí 10s hombres nobles de todos los credos, sino Dara honrar al santo cura, perseguido por el Arzobispo de su Iglesia por haberse puesto del lado de los pobres? Era en Cooper Unión, la Unión de Cooper, la sala de reuniones de la escuela gratuita, que aquel gran viejo ierantó con SUS propias ganancias para que otros aprendi esen a vencer las diffcultades que él OBRAS ESCOGIDAS. T. II 115 sagradecido secretario del Papa Pío VII pcnia de asiento del rey protestante de Inglaterra Jorge III, cuando al pedir favores a este enemigo implacable de los cat8licos de I- rlanda, Ie hacía observar que “las colonias protestantes de América se habían alzado contra su Graciosa Majestad, mientras que la colonia católica del Canadá le había quedado fiel”; sino aquella otra religión de’ los obispos caba- lleros y poetas que con el arpa de oro bordada en su estandarte verde como su campiña, hacían atrás a 10s clérigos hambrientos que venían de Roma, manchados con un fausto inicuo, con todos los vicios de una oligarquía soberbia y con el compromiso inmoral de ayndar contra sus vasallos y enemigos, mediante el influjo de la fe, a los príncipes de quienes habían recibido donaciones. Los mer- caderes de la divinidad mordieron el suelo ante los sencillos teólo- gos de Irlanda, que tenían pan seguro en la mesa de los pobres, y no apetecían más púrpura que aquella de que les investía el hierro de1 conquistador, al herirlos, con el himno en los labios, entre las Ctwbas de fieles campesinos que peleaban rabiosamente por su li- bertad. El cura irlandés fue Ia almohada, la medicina, el verso, la leyenda, la cólera de Irlanda: de generación en generación, precipi- tado por la desdicha, se fue acumulaildo en el irlandés este amor al cura; iy antes le quemarán al irlandés el corazón en su pipa, que arrancarle cariño a su Sogarth Aroon, su poesía y su consuelo, su patria en el destierro y el olor de su campo nativo, su medicina y su almohada! Así creció rápidamente, sin razón para pasmo ni maravilla, el catolicismo en los Estados Unidos, no por brote espontáneo ni au- mento verdadero, sino por simple trasplante. Tantos católicos más había en los Estados Unidos al fin de cada año, cuantos inmigrantes de Irlanda llegaban durante él. Con ellos venía el cura, que era su consejero y lo que Ies quedaba de Ia patria. Con el cura la Iglesia. Con los hijos educados en ese respeto, la nueva generación de feli- greses. Con la noble tolerancia del país, la facilidad de levantar por sobre las torres protestantes las torres de los centavos irlande- ses. Esos fueron los cimientos del catolicismo en estos Estados: los hombres de camisa sin cuello y de’ chaqueta de estameña, las pobres mujeres de labios belfudos y de escaldadas manos. iCómo no habían de entrarse por campo tan productivo los es- píritus audaces y despóticos, cuyo predominio lamentable y peren- ne es la plaga y ruina de la Iglesia? La vanidad y la pompa con- tinuaron la obra iniciada por la fe; desdeñando a Ia gente humilde, a quien debía su establecimiento y abundancia, levantó reales la Iglesia en la calle de los ricos, deslumbró fácilmente con su aparato suntuoso el vulgar apetito de ostentación, común a las gentes de súbito engrandecimiento y escasa cultura, y aprovechó las natu- rales agitaciones de la vida pública en una época de estudio y rea- juste de las condiciones sociales, para presentarse ante los ricos alarmados como el único poder que con su sutil influjo en 10s espí- ritus podía refrenar- la marcha temible de los pobres, manteniéndo- había haliado cn la \ida: ijamás ha sido tan bello an hombre que no lo era! Era en la sala baja ile Cooper L’nion. Llovía a!; wa y adentro rebosaba. Apenas se encontraba rostro innoble, no porque no los hubiese, sino porqllp no lo parecian. Seis mil hombres, seis mil cat9licos, ocupaban los a5ientos, los pajil! os, lar puerta‘, las espaciosas galerías. Sbgcrrth Arcon; al iA fin, Ies habian echado de su Iglesia a su “cura de los pobres”, al que !or. aconseja sin empequeñecerlos desde hace veintidós arios, al que ha repartido entre los infelices su herencia y su sueido, ai que no ies ha seducido SUS mujeres ni iniciado en torpezas a SLIS hijas, al que les ha alzado en su barrio de pobres una iglesia que tiene siempre los brazos abiertos, al que jamás aprovechó el influjo de la fe para intimidar las almas, ni oscurecer los pensamientos, ni reducir su libre espi- ritu al servicio ciego de los intereses mundanos e impuros de la Iglesia, al padre McGlynn! Lo han echado de su casa y de su tem- plo, su mismo sucesor lo expulsa de su cuarto de dormir: han arran- cado su nombre del, confesionario: iquién se confesará ahora con el espíritu del odio? Porque ha dicho 10 que dijo Jesús, lo que dice la Iglesia de Irlanda con autorización del Papa, lo que predica a sus diócesis e! Obispo de Meade, lo que puso a los pies del Pontífice como verdad eclesiástica el profundo Balmes; porque ha dicho que la tierra debe ser de la nación, y que ia nación no debe repartir entre unos cuantos la tierra; porque con su fama y dignidad, porque con su sabiduría y virtud, porque con su consejo y sx palabra, ayu- dó en las elecciones magníficas de otorica a los artesanos enérgiccs y los pensadores buenos que buscan en la ley el remedio de la po- breza innecesaria--isu Arzobispo le quita su curato y el Papa, le ordena ir disciplinado a Roma! Cuando por creer a Cleveland honrado, lo defendió en sus elec- ciones el padre McGlynn hace dos a6os en la tribuna politica, no se lo tuvo a mal el Arzobispo, porque Cleveland era el candidato del paroido con que está en tratos en Nueva York la Iglesia, ien tra- tos y en complicidades! iPero lo mismo que pareció bien al Arzo- bispo en el padre McGlynn cuando defendía al candidato arzobispal, esa misma expresión de preferencia politica de parte de un sacer- dote católico, le parece mãl ahora que la defensa del padre McGlynn puede alarmar a los ricos prot. estantes, que se atrincheran en la Iglesia y se valeni de ella. para oponerse a la justicia de !os pobres que la levantaron! La Iglesia católica vino a los Estados Unidos en hombros de los emigrados iriandeses, en quienes, como en los polacos, se ha fortalecido la fe religiosa porque sus santos fueron en tiempos pa- sados los caudillos de su independencia, y porque los conquistado- res normandos e ingleses les han atacado siempre a la vez su religi6n y su Datria. La religiiín católica ha venido a ser la patria para los irlandeses; pero no la religi6n católica que el servil y de- OBRAS ESCOrJIDAS. T. II 117 les viva la fe en un mundo cercano en que ha de saciarse su sed d ’ ” e justlc: a, para qce así no sientan tan ardientemente e! deseo de saciarla en esta vida. ;De ese modo se SC que en esta fortaleza del protestzntismo, los protestantes. que aún representan aaui la clase rica v culta, son los amigos tácitos y tenaces, los cómplices agrade- cidos- de la religión que los tostó cn la hoguera, y a quien hoy aca- rician porque les ayuda a salvar su esccso injusto de bienes de for- tuna! iFariseos todos, y augures! Puesta ya en el deseo del poder, en que el misterio religio: o y lo amenazante de los tiempos la favorecen tanto, echó la I, g! esla católica los ojos sobre el origen de él, que es aquí e! voto publico, como en las monarquías los echa sobre los soberanos. Y traficó en votos. La democracia era el partido vencido cuando arreciU la in- migración irlandesa; y como sietnpre fue de partidos vencidos e! parecer liberales, a él se iban los inmigrantes tan luego como en- traban en sus derechos de ciudadanía, por 10 que vino a ser formi- dable el elemento católico en ei partido democrático, y triunfar este en la ciudad de Nueva York y aquellas otras donde se aglomera- ban los irlandeses. Pronto midieron y cambiaron fuerzas la Iglesia, que podía influir en los votos, y los que necesitaban de ellos para subir al goce de los puestos públicos. La Iglesia católica cofnenzó a tener representantes interesados y sumisos en los ayuntamlentos, asambleas y consejos de los gobernadores, y a vender su influjo sobre el sufragio a cambio de donaciones de terreno y de leyes ami- gas; y sintiéndose capaz de elegir los legisladores, o impedir que fuesen electos, quiso que hiciesen las leyes para el beneflclo exclu- sivo de ia Iglesia, y en nombre de la libertad fue proponiendo poco a poco todos los medios de sustituirse a ella. Todo lo osó Ia Iglesia desde que se sintió fuerte entre las masas por una fe que no pregunta, entre los poderosos por la a! ianza que les ofrecía para la protección de los bienes mundanos, y entre los políticos por la necesidad que estos tienen del voto católico. En el barrio de los palacios alzó una catedral de mármol, rodeada de edi- ficios de beneficencia, donde los viera y alabara todo el mundo,jno como los que ha mantenido el padre McGlynn, que están en los barrios sombrios donde las almas saben de angustia! Comenzaron a verse los milagros de la influencia eclesiástica: abogados medio- cres con clientela súbita, médicos untuosos que dejar1 preparada nara el bálsamo a la atribulada enferma, banqueros favorecidos sin iazón visible por la confianza de sus -depositantes, cardenales de seda y de miel que venían de Inglaterra, írestos y lisos como una manzana nueva, a convertir a la fe en el Arzobispo las familias rI- cas. Hubo hospitales y asiios deslumbrantes. Los candidatos de más empuje solicitaben el apoyo a la neutralidad de la Iglesia. iLos pe- riódicos mismos, que debian ser los verdaderos sacerdotes, atenúan o disimulan sus creencias. coquetean con el palacio arzobispal, y pa- recen aplaudir sus ataques a las libertades pUblicas, por miedo los unos de verse abarldonados por sus lectores católicos, y los otros por el deseo de fortificar a un aliado valioso en ía lucha para la conservación de sus privilegios! Se usó la amable influencia del .Soga. rth Aroon para llevar el voto irlandés por donde convenia a la autoridad arzobispal, confabulada para sacar ventaja de las leyes con los que, como ella, comercian con el voto. Y así creció en proporciones enormes la fuerza de la Iglesia en los Estados Unidos, por lo numeroso de la inmigración europea, por la complicidad y ser- vicio de las camarilias políticas, por lo temido de las aspiraciones de las masas de obreros, por lo desordenado y tibio de las sectas protestantes, por lo descuidado de la época en cosas religiosas, por lo poco conocido de la ambición y métodos del clero de Roma, por lo vano y necio de los advenedizos enamorados de la pompa nueva, y sobre todo, por aquella vil causa, propiamente nacida en este altar del dinero, de considerar el poder de la Iglesia sobre las clases Ila- nas como el valladar más firme a sus demandas de mejora: y el más seguro mampuesto de la fortuna de los ricos. Tal parece que en los Estados Unidos han de plantearse y resol- verse todos los problemas que interesan y confunden al linaje hu- mano, que eI ejercicio libre de la raztn va a ahorrar a los hombres mucho tiempo de miseria y de duda, y que el fin del sigio diecinueve dejará en el cenit el sol que alboreó a fines del dieciocho entre caños de sangre, nubes de palabras y ruido de cabezas. Los hombres pa- recen determinados a conocerse y afirmarse, sin más trabas que las que acuerden entre sí para su seguridad y honra comunes. Tamba- lean, conmueven y destruyen, como todos los cuerpos gigantescos al levantarse de la tierra. Los extravía y suele cegarles el exceso de iuz. Hay una gran trilla de ideas, y toda la paja se la está llevando el viento. Enormemente ha crecido la majestad humana. Se cono- cen repúblicas falsas, que cernidas en un tamiz sólo producirían el alma de un lacayo; pero donde la libertad verdaderamente impera, sin mâs obstáculos que los que lc pone nuestra naturaleza, ino hay trono que se parezca a la mente de un hombre libre, ni autoridad más augusta que la de sus pensamientos! Todo 10 que atormenta o empequeñece al hombre está siendo llamado a proceso, y ha de sometérsele. Cuanto no sea compatible con la dignidad humana, caerá. A las poesías del alma nadie podrá cortar las alas, y siem- pre habrá ese magnífico desasosiego, y esa mirada ansiosa hacia ias nubes. Pero lo que quiera permanecer ha de conciliarse con el espíritu de libertad, o de darse por muerto. Cuanto abata o reduz- ca al hombre, será abatido. Con las libertades, como con los privilegios, sucede que juntas triunfan o peligran, y que no puede pretenderse o lastimarse una sin que sientan todas el daño o el beneficio. Así la Iglesia católica de los Estados Unidos, con sus elementos virtuosos e impuros, sale a juicio por esciavizadora y tiránica cuando ios espíritus generosos del país deciden ponerse a la cabeza de los desdichados, para ayu- 118 losé ,Uartí OBRAS ESCWIDAS T II 119 __- -- dar a mejorar la servidumbre de cuerpo y espíritu en que viven. Todas las autoridades se coligan, como todos los sufrimientos. Hay la fraternidad del dolor, y la del despotismo. Viva está aún en la memoria, corno si se hubiese visto pasar una legión de apóstoles, la admirable campaña para las elecciones de corregidor de Nueva York en el otoño de 1886. En ella apareció por primera vez con todo su poder el espíritu de reforma que ani- ma a las masas obreras, y a los hombres piadosos que sufren de sus males. Hay hombres ardientes en quienes, con todos los tor- mentos del horno, se purifica la especie humana. iHay hombres dis- puestos para guiar sin interés, para padecer por los demás, para consumirse iluminando!.- En esa campaña se vio la maravilla de que un partido político nuevo, que apenas cuenta tres años de di- sensiones y errores preparatorios, combatiese sin amigos, sin teso- ro, sin autoridades complacientes o serviles, sin castas cómplices, y estuviese a punto de vencer, porque no le animaba el mero entusias- mo de las campañas políticas, sino un ímpetu de redención, pedida en vano a los partidos ofrecedores y parleros. Ya se saben los orígenes de este movimiento histórico. Henry George vino de California, y reimprimió su libro El progreso y la pobreza, que ha cundido por la cristiandad como una Biblia. Es aquel mismo amor del Nazareno, puesto en la lengua práctica de nuestros días. En la obra, destinada a incurrir las causas de la pobreza creciente a pesar de los adelantos humanos, predomina como idea esencial la de que la tierra debe pertenecer a la nación. De allí deriva el libro todas las formas necesarias.- Posea tierra el que la trabaje y la mejore. Pague por ella al Estado mientras la use. Nadie posea tierra sin pagar al Estado por usarla. No se pague al Estado más contribución que la renta de la tierra. Así el peso de los tributos a la nación caerá sobre los que reciban de ella manera de pagarlos, la vida sin tributos será barata y fácil, y el pobre ten- drá casa y espacio para cultivar su mente, entender sus deberes públicos, y amar a sus hijos. No sólo para los obreros, sino para los pensadores, fue una re- velación el libro de George. Sólo Darwin en las ciencias naturales ha dejado en nuestros tiempos una huella comparable a la de George en la ciencia de la sociedad. Se ve la garra de Darwin en la política, en la historia y en la poesía: y dondequiera que se habla inglés, con ímpetu soberano se imprime en los pensamientos la idea amante de George, El es de los que nacen padres de hombres: iallí donde ve un infeliz, siente la bofetada en la mejilla! En torno suyo se agruparon los gremios de obreros:- iEducarse, les dijo, es indis- pensable para vencer! En un pueblo donde el sufragio es el origen de la ley, la revolución está en el sufragio. El derecho se ha de defender con entereza; pero amar es más útil que odiar.- Cuando los obreros de Nueva York se sintieron fuertes, todos, católicos, pro- testantes y judíos,- todos, irlandeses, alemanes y húngaros,- todos, republicanos y demócratas, designaron a George como su candidato para dar, con motivo de las elecciones de corregidor de Nueva York, ia primera maestra de su vo! untad y poder No era un part: do que se formaba, sino una Iglesia que crecia. Semejante fervcr sólo se ha vis! o en los movimientos religiosos. Hasta en los meros detalies físicos parecían aqueilos hombres dota- dos de fuerza sobrenatural. El hablar no les enronquecia. El sueño no les hacía falta. Andaban como si hubieran descubierto en sí un ser nuevo. Tenían la alegría profunda de !os recién casados. Im- provisaron tesoro, máquina de elecciones, juntas, diario. Grande fue la alarma de las camarillas politicas, de las asociaciones de rufia- nes y logreros que viven regaladamente de la compra y venta del sufragio. Aquellas hordas de votantes se les escapaban, y entraban en la luz. “. 1Buscad el remedio de vuestros males en la ley!” dicen los partidos políticos a 10s obreros, cuando censuran sus tentativas violentas o anárquicas, pero apenas forman los obreros un partido para buscar en la ley su remedio, los llamaron revolucionarios y anarquistas: lo s dejó solos la prensa: las castas superiores les ne- garon su ayuda: íos republicanos, partidarios de los privilegios, los denunciaron como enemigos de fa patria; y los demócratas, amena- zados de cerca en sus empleos e influjo, pidieron auxilio a los po- deres aliados a ellos para administrar :a ley en el común beneficio. La Iglesia entera cayó sobre los trabajadores que la han edificado. El Arzobispo que depone a un sacerdote por haber apoyado la poií- tica de las clases llanas, ordena en carta circular a sus párrocos que apoyen la política de los logreros y rufianes determinados a ven- derlas. iSólo un párroco, el más ilustre de todos, el único ilustre, no abandonó a las clases llanas, el padre McGlynn! Pues qué: si el Arzobispo, que ha de ser el ejemplo de los curas, puede favorecer una poíitica, {cómo ha de ser delito en un cura ha- cer lo mismo que hace el Arzobispo? 5Y de qué parte estará la san- tidad, de los que se ligan con los poderosos para sofocar el derecho de los infelices, o de los que, desafiando la ira de los poderosos, y estando sobre todos ellos en inteligencia y virtud, dan con el pie a la púrpura y van silenciosamente a sentarse entre los que padecen? Dicen que hay santidad igual a la del padre McGlynn, pero no mayor: que en su espíritu excelso es tal mansedumbre que no halla obstáculo en toda su sabiduría ai dogma del descendimiento de la gracia: que ve a! hombre más alto tan esclavo del cuerpo, que no acierta a comprender por qué aquel que triunfó de su cuerpo fuese solamente un hombie. Dicen que la virtud le parece tan deseable y bella que no quiere otra esposa. Dicen que vive para consolar al desdichado, robustecer y dilatar ias almas, elevarlas por la espe- ranza v ia hermosura del CUito a un estado amoroso de poesía, y hacer triunfar en el seno de !a Iglesia el espíritu de caridad univer- sal que la engendró, sobre !a ambición, el despotismo y el interés OBRAS ESCOGIDAS. T. II 121 tisfechos en la sombra en torno del palacio arzobispal; pero la parroquia en masa ha desertado los bancos de la iglesia, ha vestido de siemprevivas el confesionario vacio de su párroco, ha echado in- dignada de la sala de reuniones del templo al nuevo cura, que osó presentarse a disolver una junta de les ieligreses para expresar ca- ririo a su Sogarth Aroorz ardientemente amado.-“ iPor él. por él, estaremos contra el Arzobispo y contra el Papa!“-“ Nadie nos le hará dafio, ni ha de faltarle en esta tielra nada!“-“ Hemos levanta- do este !emplo con nuestro dinero: iquién ha de atreverse a echarnos de nuestro templo?” “<, A quién ha podido ofender ese santo que vive para los po- bres?“-“¿ Por qué nos le maltratan, porque se opuso a que tuvié- ramos escuelas religiosas que no necesitamos, cuando tenemos la escuela pública para aprender, y para la religión tenemos nuestra casa y nueslra ig! esia. 3”--“ jE1 nos quiere hombres!” nos quiere católicos, pero también Mujeres eran las más entusiastas de la junta. !Jna mujer redactó la protesta que llevó la comisión de la junta al Arzobispo. Artesanos fornidos sollozaban, con los rostros ocultos en las manos. El padre, humilde y enfermo, a nadie ha visto, ni con nadie ha hablado, y padece en la casa pobre de una hermana. Pero los católicos de Nueva York se alzan coléricos contra el Arzobispo, preparan juntas colosales; oponen la piedad inefable del cura perseguido al indigno carácter de obispos y vicarios que el ar- zobispado tiene en gloria: y con toda la intensidad del alma irlan- desa recaban su derecho a pensar libremente sobre las cosas públi- cas, denuncian los tratos inmorales del arzobispado con los merce- narios politices a cuyos dictados obedece, proclaman que fuera de las verdades de Dios y el gobierno de su casa “el Arzobispo de Nue- va York no tiene sobre las opiniones políticas de su grey más auto- ridad que la del hombre intermediario que andan buscando los na- turalistas en los senos de Africa”, y recuerdan que hubo en Irlanda un arzobispo que murió de vergüenza y abandono por haber condena- do la resistencia justa de los católicos irlandeses a la corona protes- tante de Inglaterra. “iSobre nuestras conciencias, Dios; pero nadie venga a segarnos el pensamientc, ni a quitarnos el derecho de go- bernar a nuestro entender nuestra República!“-“ En las cosas del dogma, la Iglesia es nuestra madre; pero fuera del dogma, !a Cons- titución de fuera t” nuestro país cs nuestra Iglesia”.--“ iArzobispo, manos Nunca, ni en la campaña de George en el otoño, hubo entusias- mo mayor. Retumbaba la sala con los vítores cuando aquellos cató- licos prominente s vindicaban en frases fervorosas la libertad abso- luta de su opinión política. “; Conque a nuestro consuelo, al que fue honor por su sabiduría en la propaganda y es estrella por su caridad en Nueva York: conque a ese santo padre McGlynn que se nuestro decoro y alegria, y nos ha enseñado con su ejemplo y palabra amorosa toda la razón y her- mosura de la fe; conque al que en nuestras manos vertió toda su que la han desfigurado. Pero también dicen que tiene la energía indomable de los que no sirven a los hombres, isino al hombre! Cuanto sofoca o debilita al hombre, le parece un crimen. No pue- de ser que Dios ponga en el hombre el pensamiento, y un arzobis- po, que no es tanto como Dios, le prohiba expresarlo. Y si unos curas pueden por orden del Arzobispo intimar desde el púlpito a sus feligreses que voten por el enemigo de los pobres, tpor qué no ha de poder otro cura, por su derecho de hombre libre, ayudar a los pobres fuera del altar, sin valerse, ni aun para hacerles bien en cosas no religiosas, de su autoridad puramente religiosa sobre las concien- cias? ¿Quién peca, el que abusa de su autoridad en las cosas del dogma para favorecer inmoralmente desde la cátedra sagrab?, a 1;; que venden la ley en pago del voto que les pone en condlc; on dictarla, o el que sabiendo que al lado del pobre no hay mas que amargura, IO consuela en el templo como sacerdote, y le ayuda fuera del templo como ciudadano? El párroco, es verdad, debe obediencia a su arzobispo en mate- rias eclesiásticas; pero en opiniones políticas, en asuntos de. simple economía y reforma social, en materias que no son ecleslasttcas :cómo ha de deber el párroco obediencia absoluta a su arzobispo, si las materias no pertenecen a la administración del templo ni al ejercicio del culto a que se limita SU autoridad sobre el párroco? {Cómo ha de ser en Nueva York mala doctrina católica la nacio- nalización de la tierra, que hoy mismo promulga todo el clero cató- lico de Irlanda? èO no ha de tener el párroco más política que la que le manda tener su arzobispo, que no es autoridad suya en política, y cura viene a ser tanto como esclavo. que tiemble ante la ira del señor, porque se atreva a abogar con ternura por los desventura- dos? ~0 e] cura ha de renunciar a tener patria? Pues porque el Arzobispo, que ha expresado en una pastoral opi- nión sobre la propiedad de la tierra, ordenó sin derecho al padre McGlvnn que no asistiese a una reunión pública en que se Iba a trata; Ia cuestión de ]a tierra, y el padre lo desatendió en aquello en que tenía el derecho de cura y el deber de hombre be desatevderlo, lo suspendió e] Arzobispo en SUS funciones parroqulales, ja el, que ha hecho un cesto de amor de su parroquia! Porque desatend1o. a su superior eclesiástico en una materia política, el Papa le ordena ir, ja él a ]a virtud humanada, en castigo a Roma! Y porque en vez de n-, eiplica al Papa en una carta sumisa el error porque se le condena, el Papa, ia é], e] único sacerdote santo de su diócesis, le arranca las vestiduras sacerdotales! Aquí fue donde se vio el espectáculo hermoso. Al poder, claro está , .; cómo han de faltarle amigos? Los que viven del voto de la Iglesia, los políticos que la temen. los que tienen de ella recomendación o apoyo, los que la miran como salvaguardia de sus riquezas excesivas, la prensa interesada en conservar su alianza, aletean sa- 122 Jose .ilartI fortuna, y nos dévolvía en limosnas ei sueldo que le dabamos y jamás quiso abandonar el barrio de sus pobres, nos lo ,echan de Ia iglesia que é! mismo levantó, nos le niegan por un dra mas el cuarto donde reza y sufre,--- y ese otro obispo Ducey que se llevó bajo su capa al Canadá a un banquero ladrón, goza de toda la confianza de la Iglesia? eConque el Arzobispo compele a nuestro Papa a ser injusto con esta gloria de la fe cristiana, y asiste com- pungido a los funerales de ese católico liberticida, de ese Jaime McMaster, que lucía como los ojos de las hienas, que pasó !a vida vilipendiando a los pueblos libres y ayudando con su palabra vene- nosa a los dueños de esclavos y a los monarcas?“--“ f líbrenos DIOS de hablar contra nuestra fe, de obedecer a los sacerdotes que aten- tan a nuestra libertad de ciudadanos y de abandonar a nuestro .%. wrth Aroon, por cuya inmensa caridad se ha hecho el catolrcrsmo raí‘ i de nuestras- almas!“. En este fervor .queda el cisma de los católicos. iCuántas intrigas y complicidades, cuántos peligros para la República ha revelado! ZConque la Iglesia compra influjo y vende voto? iConque la santrdad la encoleriza? ZConque es la aliada de los ricos de las sectas enemigas? CConque prohibe a sus párrocos el ejercicio de sus dere- chos políticos; a no ser que los ejerzan en pro de los que traftcan en votos con la Iglesia? @nque intenta arruinar y de. grada a los que ofenden su política autoritaria, y siguen mansamente 40 que en- sefió el dulcísimo Jesús? <Conque no se puede ser hombre y cató- lico? iVéase como se puede, según nos lo enseñan estos nuevos pes- cadores! fOh Jesús! {Donde hubieras estado en esta lucha? iacom- Dañando al Canadá al ladrón rico, o en la casita pobre en que el padre McGlynn espera y sufre? El Partido Liberul, México, 9 de febrero de 1887. La Nación, Buenos Aires, 14 de abril de 1887. 0. c., t. 11, p. 139- 150. [VIEJO DE LA BARBA BLANCA] l Viejo de fa barba blanca Que contemplándome estás Desde tu marco de bronce En mi mesa de pensar: Ya te escucho, ya te escucho: Hijo, más, un poco más: Piensa en mí barba de plata, Fue del mucho trabajar: Piensa en mis ojos serenos, Fue de no ver nunca atrás: Piensa en el bien de mí muerte Que lo gané con luchar. Piensa en el bien de [...] Que lo gané con penar: Yo no fui de esos ruines Viejos turbios, que verás Hartos de logros impuros Perecer sin reparar: Vamos, pues, yo voy contigo- Ya sé que muriendo vas: Pero el pensar en la muerte Ya es ser cobarde! A pensar, Hijo, en el bien de los hombres, Que así no te cansarás! El llanto a la espalda: el llanto Donde no te vean llorar: ¿Hay tanta lágrima afuera, Y vienes a darnos más? Marino que echa agua al barco Cuando lo ve zozobrar. Quejarse es un crimen, hijo: l Del texto se inrIere que su padre ha fallecido recientemente, por tanto, lo ubi- carnos en febrero de 1887, teniendo en cuenta que el deceso fue el día 2 del año en curso. Calla: date un poco más!- La barba muerta me tiemb! a, ffijo, de verte temblar.- Recojo el cuerpo deshecho. Cierro los labios amargos. EL POETA WALT WHITMAN PC. C‘ d. c., t. II, p. 277- 278. FIESTA LITERAR! A EN NUEVA YORK- VEJEZ PATRIARCAL DE WHIT- MAN.- SIJ ELOGIO A LINCOLN Y EL CANTO A SU MUERTE.CARACTER EXTRAORDIfiARIO DE LA POESIA Y LENGUAJE DE -WHITMAN.- NOVE- DAD ABSOLUTA DE SU OBRA POETICA.- SU FILOSOFIA, SU ADORACION DEL CUERPO HUMANO, SU FELICIDAD, SU METODO POETICO.- LA POE- SIA EN LOS PUEBLOS LIBRES.SENT! DO RELiGIOSO DE LA LIBERTAD.- DESNUDECES Y, PROFUNDIDAD DEL LIBRO PROHIBIDO DE WHITiilAN Nueva York, 19 de abril de 1887 Señor Director de El Partido Liberal: “Parecía un dios anoche, sentado en su sillón de terciopelo rojo, todo el cabello blanco, la barba sobre el pecho, las cejas como un bosque, la mano en un cayado.” Esto dice un diario de hoy del poeta Walt Whitman, anciano de setenta arios a quien los críticos profun- dos, que siempre son los menos, asignan puesto extraordinario en la literatura de su pais y de su epoca. Sólo los libros sagrados de la antigüedad ofrecen una doctrina comparable, por su profetice len- guaje y robusta poesía, a la que en grandiosos y sacerdotales apo- tegmas emite, a manera de bocanadas de luz, este poeta viejo, cuyo libro pasmoso está prohibido. han ;Cómo no, si es un libro natural? Las universidades y latines puesto a los hombres de manera que ya no se conocen; en vez de echarse unos en brazos de los otros, atraídos por lo esencial y eterno, se apartan, piropeándose como placeras, por diferencias de mero accidente; corno el budín sobre la budinera, el hombre queda amoldado sobre el libro o maestro enérgico con que le puso en contacto el azar o la moda de su tiempo; las escuelas filosóficas, re- ligiosas o literarias, encogullan a los hombres, como al lacayo la librea; los hombres se dejan marcar, como los caballos y los toros, y van por el mundo ostentando su hierro; de modo que, cuando se ven delante del hcmbre desnudo, virginal; amoroso, sincero, po- tente- del hombre que camina, que ama, que pelea, que rema,- del hombre que, sin dejarse cegar por la desdicha, lee la promesa de 126 losé Marti final ventura en el equilibrio y la gracia del mundo; cuan- do se ven frente al hombre padre, nervudo y angélico de Walt Whltrnan, huyen como de su propia conciencia y se resisten a reconocer en esa humanidad fragante y superior el tipo verdadero de su especie, descolorida, encasacada, amuñecada. Dice el diario que ayer, cuando ese otro viejo adorabIe, Glads- tone, acababa de aleccionar a sus adversarios en el Parlamento so- bre la justicia de conceder un gobierno propio a Irlanda, parecía él como mastín pujante, erguido sin rival entre la turba, y ellos a sus pies como un tropel de dogos. Así parece Whitman, con ~~,“ persona natural” con su “naturaleza sin freno en original energla , con sus “miríadas de mancebos hermosos y gigantes”, con su creencia en que “el más breve retoño demuestra que en realidad no hay muerte , con el recuento formidable de pueblos y razas en su “Saludo al mundo”, con su determinación de “callar mientras los demás discu- ten, e ir a bañarse y a admirarse a sí mismo, cono+ endo la perfecta propiedad y armonía de las cosas”; así parece Whltman, “el que, no dice estas poesías por un peso”; el que “está satisfecho, y vz, halla, canta y ríe”; el que “no tiene cátedo,, ni púlpito, ni escuela , cuan- do se le compara a esos poetas y fllosofos canijos, filósofos ,de un detalle o de un solo aspecto; poetas de aguamiel, de patron, de libro; figurines filosóficos o literarios. Hay que estudiarlo, porque si no es el poeta de mejor gusto, es el más intrépido, abarcador y desembarazado de su tiempo. En su casita de madera, que casi está al borde de la miseria, luce en una ventana, orlado de luto, el retrato de Víctor Hugo; Emerson, cuya lectura purifica y exalta, le echaba el brazo por el hombro y le llamó su amigo; Tennyson, que es de los que ven las raíces de las cosas, envía desde su silla de roble en Inglaterra, termslmos mensajes al “gran viejo”; Robert Buchanan, el inglés de palabra briosa, “iqué habéis de sabei de letras- grita a los norteamerica- nos,- si estáis dejando correr, sin los honores eminentes que le corresponden, la vejez de vuestro colosal Walt Whitman?” “La verdad es que su poesía, aunque al principio causa asombro, deja en el alma, atormentada por el empequeñecimiento universal, una sensación deleitosa de convalecencia. El se crea su Gramática y su Lógica. El lee en el ojo del buey y en la savia de la hola.” “íEse que limpia suciedades de vuestra casa, ese es mi hermano!” Su irregularidad aparente, que en el primer momento desconclerta, resulta luego ser, salvo breves instantes de portentoso extravío, aquel orden v composición sublimes con que se dibujan las cumbres sobre el horizonte. ’ El no vive en Nueva York, su “Manhattan querida”, su “Manhat- tan de rostro soberbio y un millón de pies”, a donde se asoma cuan- do quiere entonar “el canto de lo que ve a la Libertad”; vive, cutda- do por “amantes amigos”, pues sus libros y conferencias apenas le producen para comprar pan, en una c rasita arrinconada en un ameno recodo del campo, de donde en su carruaje de anciano le llevan los OBRAS ESCOGIDAS. T. II í27 PS caballos que ama 1; iriles. a los a ver a los “jóvenes forzudos” en sus diversiones “camaradas? ’ que no temen codearse con este iconoclasta que quiere estabiecer “f2 institución de !a camaraderia”, a ver i0s campos que crían, los amigos que pasan cantando dei brazo las parejas de novios, aiegres y vivaces como las codornices. El lo’dice en sus Calamus; el libro enormemente extraño en que de los amigos: canta el amor “Ni orgias, ni ostentosas paradas, ni la continua procesión de las calles, ni las :enlanas atestadas de comercios, ni la converszción con los tlrudlfo~ me satisface, sino que al pasar por mi Manhattan los ojos que encuentro me ofrezcan amor amantes continrlas amantes es lo único que me satisface.” El es como los ah: cianos que anuncia al fin de su libro prohibido, sus Hojas de yerba: “Anuncio miriadas de mancebos gigantescos, hermosos y de fina sangre; anuncio una raza de ancianos salvajes y espléndidos.” Vive en el campo, donde el hombre natural labra al Sol que lo curte, junto a sus caballos plácidos, la tierra libre; mas no lejos de la ciudad amable y férvida, con sus ruidos de vida, su trabajo gra- neado, su múltiple epopeya, el polvo de los carros, el humo de las fábricas jadeantes, el Sol que lo ve todo, “los gañanes que charlan a la merienda sobre las pilas de ladrillos, la ambulancia que corre desalada. con el héroe que acaba de caerse de un andamio, la mujer sorprendrda en medio de la turba por la fatiga augusta de la ma- ternidad”. Pero ayer vino Whitman del campo para recitar, ante un concurso de leales tural, aquella alma amigos , su oración sobre aquel otro hombre na- ta del Oeste”, grande aquel i: dulce, “aquella poderosa estrella muer- Abra am Lincoln. Todo lo culto de Nueva York asistió en silencio religioso a aquella plástica resplandeciente que por sus súbitos quiebros, tonos brillantes, hímnica fuga olímpica familiaridad, parecía a veces como un cuchicheo de astros. Los criados a leche latina, académica o francesa, no podrían, acaso, en- tender aquella gracia heroica. La vid. a libre y decorosa de! hombre en un continente nuevo ha creado una filosofía sana v robusta que está saliendo al mundo en epodos atléticos. A la mávor suma de hombres libres y trabajadores que vio jamás la Tierra,. corresponde una poesía de conjunto y de fe, tranquiiizadora y solemne que se levanta, como el So! del mar, incendiando las nubes. bordeindo de fuego las crestas de las olas; despertando en las ‘selvas fecundas de la orilla las flores fatigadas y los nidos. Vuela el polen* los picos cambian besos; se aparejan las ramas; buscan el Sol las hbjas exhala todo música. Lincoln. , con ese lenguaje de luz ruda habló Whitman di Acaso una de las producciones más bellas de la poesía contem- poránea es la mística trenodia que Whilman compuso a la muerte de Lincoln. La Naturaleza entera acompaña en su viaje a la sepultura e! féretro llorado. Los astros lo predijeron. Las nubes venían enne- greciéndose un mes antes. IJn pájaro gris cantaba en el pantano un canto de desolación. Entre el pensamiento y la seguridad de la muerte viaja el poeta por los campos conmovidos, como entre dos 128 IosLj Marli compañeros. Con arte de músico agrupa, esconde y reproduce estos elementos tristes en una armonía total de crepúsculo. Parece, al acabar la poesía, como si la Tierra toda estuviese vestida de negro, Y el muerto ia cubriera desde un mar al oiro. Se \- en las nubes, la una cargada que anuncia !a catistrofe, las alas largas del pájaro gris. Es mucho más hermoso. extraño y profundo que “El Cuervo de Poe. El poeta trae al féretro un gajo de lilas. Su obra entera es eso. Ya sobre las tumbas no glmen 105 rauce‘;; la muerte es “la cose- cha, la 9 ue abre la puerta, la gran re\- e! adora”; lo q11e rst; i siendo, fue y vo verá a ser; en una grave y ccltstt> primavera SC cunfllnden las oposiciones y penas aparentes; un hueso cs una flor. Se oye de cerca el ruido de los soles que buscan con majestuoso movimiento su puesto definitivo en el espacio: la vida es un himno; la muerte es una forma oculta de la vida: santo es el sudor y el entozoario es santo. los hombres, ai pasar, deben besarse en la mejilla: abrácense los vi; os en amor ir: efable; amen la yerba, el animal, el aire. el mar, el doior, la muerte; e! sufrimiento es menos para las almas que el amor posee; la vida no tiene dolores para el que entiende a tiempo su sentido; del mismo germen son la miel, la luz y el beso; ien la sombra que esplende en paz como una bóveda maciza de estrellas, levántase con música suavísima, por sobre los mundos dormidos como canes a sus pies, un apacible y enorme árbol de lilas! Cada estado social trae su expresión a la literatura, de tal modo, que por ias diversas frases de ella pudiera contarse la historia de los pueblos, con ma ‘s verdad que por sus cronicones y sus décadas. No puede haber I: ontradicciones en !a Naturaleza; ia misma aspira- ción humana a hallar en el amor, durante la existencia, y en lo ig- norado después de ia muerlc, un tipo perfecto de gracia y hermosura, demuestra que en la vida total han de ajustarse con gozo 10s ele- mentos que en la porción actual de vida que atravesamos parecen desunidos y hostiles. La literatura que anuncie y propague el con- cierto final y dichoso de las contradicciones aparentes; la literatura que, como espontáneo consejo y enseñanza de ia Naturaleza, promul- gue la identidad en una paz superior de los dogmas, v pasiones ri- vales que en el estado elemental de los pueblos 10s dlv: den y ensan- grientan; la literatura que inculque en el espíritu espantadizo de los hombres una convicción tan arraigada de la justicia. y belleza de- finitivas que las penurias y fealdades áe la existencra no las des- corazone ni acibaren, no soi0 revelará un estado social más cerca- no a la perfección que todos los conocidos, sino que, hermanando felizmente la razón y la gracia, ‘proveerá a la Iíumanidad, ansiosa de maravilla y de poesía, con la religión que confusamente aguar- da desde que conoció la oquedad e insuficiencia de sus antiguos credos. OBRAS ESCOGIDAS. T. II 129 (Quién es el ignorante que mantiene que la poesía no es indis- pensable a los pueblos? Hay gentes de tan corla vista mental que creen que toda la fruta se acaba en la cáscara. La poesía, que’ congrega o disgrega, que fortifica o angustia, oue apuntala o derriba las almas, que da o quita a los hombres la ii y ei aliento, es más necesaria a los pueblos que la industria misma, pues esta les pro- porciona el modo dr subsistir, mientra:, que aquella les da el deseo ; la fuerza de la vida. ¿A dónde ir> un pueblo de hombres que Ilayan perdido el hábito de pensar con fe en la significación y al- cance de sus actos? Los mejores, los que unge la Naturaleza con el sacro deseo de io futuro, perderán, en un aniquilamiento doloroso y ‘sordo, todo estímulo para sobrellevar las fealdades humanas; y la masa? lo vulgar, la gente de apetitos, los comunes, procrearán sin santidad hijos vacíos, elevarán a facultades esenciales las que deben servirles de meros instrumentos y aturdirán con el bullicio de una prosperidad siempre incompleta la aflicción irremediable del alma, que sólo se complace en lo bello y grandioso. La libertad debe ser, fuera de otras razones, bendecida, porque su goce inspira al hombre moderno- privado a su aparición de la calma, estímulo y poesía de la existencia,-aquella paz suprema y bienestar religioso que produce el orden del mundo en los que viven en él con la arrogancia y serenidad de su albedrío. Ved sobre los montes, poetas que regáis con lágrimas pueriles los altares desiertos Creíais la religión perdida, porque estaba mudando de forma sobre vuestras cabezas. Levantaos, porque vosotros sois los sacer- dotes. La libertad es la religión definitiva. Y la poesía de la li- bertad el culto nuevo. Ella aquieta y hermosea lo presente, deduce e ilumina lo futuro, y explica el propósito inefable y seductora bondad del Universo. Oid lo que canta este pueblo trabajador y satisfecho; oid a Walt Whitman El ejercicio de sí lo encumbra a la majestad, la toleran- cia a la justicia, y el orden a la dicha. El que vive en un credo auto,- crático es lo mismo que una ostra en su concha, que sólo ve la prisión que la encierra y cree, en la oscuridad, que aquello es el mundo; la libertad pone alas a la ostra. Y lo que, oído en lo interior de ia concha, parecía portentosa contienda, resulta a la luz del aire ser el natural movimiento de la savia en el pulso enérgico del mundo. con El mundo, para Walt Whitman, fue siempre como es hoy. Basta que una cosa sea para que haya debido ser, y cuando ya no deba ser. no será. Lo que ya no es, lo que no se ve, se prueba por lo que es y se está viendo; porque todo está en todo, y lo uno expli- ca lo otro; y cuando lo que es ahora no sea, se probará a su vez por lo que esté siendo entonces. Lo infinitésimo colabora para lo infinito, y todo está en su puesto, la tortuga, el buey, los pájaros, “propósitos alados”. Tanta fortuna es morir come nacer, porque los muertos están vivos; “inadie puede decir lo tranquilo que está él sobre Dios y la muerte!” Se ríe de lo qu e ílaman desilusión, y conoce la am- plitud del ?iempo; él acepta absolutamente el tiempo. En su persona OBRAS ESCOGIDAS. T II 131 se contiene lodo: tcdo él está en todo; donde uno se degrada, él se degrada; él es la marea, el flujo y reflujo; ,cómo no ha de tener orgullo en sí, si se siente parte viva e inteligente de la Naturaleza? CQué le importa a e. ‘1 volver al seno de donde partió, y convertirse, al amor de la tierra húmeda, en vegetal útil, en flor bella? Nutrirá a los hombres, después de haberlos amado. Su deber es crear; el átomo que crea es de esencia divina; el acto en que se crea es exqui- sito y sagrado. Convencido de la identidad del Universo, entona el “Canto de mi mismo”. De todo teje el canto de si: de los credos que contienden y pasan, del hombre que procrea y labora, de los ani- males que le ayudan, iah! de los animales, entre quienes “ninguno se arrodilla ante otro, ni es superior al otro, ni se queja.” El se ve como heredero dei mundo. Nada le es extraño, y lo toma en cuenta todo, el caracol que se arrastra, el bue- que con sus ojos misteriosos 10 mira, el sacer- dote que defiende una parte de la verdad como si fuese la verdad en- tera. El hombre debe abrir los brazos, y apretarlo todo contra su corazón, la virtud lo mismo que el delito, la suciedad lo mismo que la limpieza, la ignorancia lo mismo que la sabiduría; todo debe fundirlo en su corazón, como en un horno; sobre todo, debe dejar caer la barba blanca. Pero, eso sí, “ya se ha denunciado y tonteado bas- tante”; regaña a los incrédulos, a los sofistas, a los habladores; iprocreen en vez de querellarse y añadan al mundo! iCrée! se con aquel respeto con que una devota besa la escalera del altar! El es de todas las castas, credos y profesiones, y en todas en- cuentra justicia y poesía. Mide las religiones sin ira; pero cree que la religión perfecta está en la Naturaleza. La religión y la vida están en la Naturaleza. Si hay un enfermo, “idos”, dice al médico y a, l cura, “yo me apegaré a él, abriré las ventanas, le amaré, le hablare al oído; ya veréis como sana; vosotros sois palabra y yerba, pero yo puedo más que vosotros, porque soy amor”. El Creador es “el verda- dero amante, el camarada perfecto”; los hombres son “camaradas”, v valen más mientras más aman y creen, aunque todo lo que ocupe Su lugar y su tiempo vale tanto como cualquiera; mas vean todos el mundo por sí, porque él, Walt Whitman, que siente en sí el mundo desde que este fue creado, sabe, por lo que el Sol y el aire le ense- ñan, que una salida del Sol le revela más que el mejor libro. Piensa en los orbes, apetece a las mujeres, se siente poseído de amor u$- versal y frenético; oye levantarse de las escenas de la creacron y de los oficios del hombre un concierto que le inunda de ventura, y cuando se asoma al río, a la hora en que se cierran los talleres y el Sol de puesta enciende el agua, siente que tiene cita con el Creador, reconoce que el hombre es definitivamente bueno y ve que de su ca- beza, reflejada en la corriente, surgen aspas de luz. Pero cqué dará idea de su vasto y ardentísimo amor? Con el fuego de Safo ama este hombre al mundo A él le parece el mundo un lecho gigantesco. El lecho es para él un altar. “Yo haré ilustres, dice, las palabras y las ideas que los hombres han prostituido con su sigilo y su falsa vergüenza; yo canto y consagro lo que consa- graba el Egipto.” Lna de las fuentes de su originalidad es la fuerza hercillea con que postra a las ideas come si fuera a violarlas, cuando sólo va a darles un beso, con la pasión de un santo. Otra fuente es la forma material, brutal, corpórea, con que expresa sus más deli- cadas idealidades. Ese lenguaje ha parecido lascivo a los que son incapaces de entender su grandeza; imbéciles ha habido que cuando celebra en Calamus, con las imágenes más ardientes de la lengua hllmana, el amor de los amigos, creyeron ver, con remilgos de co- ieginl impúdico, el retorno a aquellas viles ansias de Virgilio por Cebetes y de Horacio por Giges y Licisco. Y cuando canta en “Los Hijos de Adán” el pecado divino, en cuadros ante los cuales palide- cen los m& calurosos del “Cantar de los Cantares”, tiembla, se en- coge, se vierte y dilata, enloquece de orgullo y virilidad satisfecha, recuerda al dios del Amazonas, que cruzaba sobre los bosques y los ríos esparciendo por la tierra las semillas de la vida: “jmi deber es crear!” Adán”; “Yo canto al cuerpo eléctrico”, dice en “Los Hijos de y es preciso haber leído en hebreo las genealogías patriar- cales del Génesis; es preciso haber seguido por las selvas no holla- das las comitivas desnudas y carnívoras de los primeros hombres, para hallar semejanza apropiada a la enumeración de satánica fuer- za en que describe, como un héroe hambriento que se relame los labios sanguinosos, las pertenencias del cuerpo femenino. <Y decís que este hombre es brutal? Oíd esta composición que, como muchas suyas, no tiene más que dos versos: “Mujeres hermosas”. “Las mu- jeres se sientan o se mueven de un lado para otro, jóvenes algunas, algunas viejas; las jóvenes son hermosas pero las viejas son más hermosas que las jóvenes.” Y esta otra: “Madre y Niño”. Ve el niño que duerme anidado en el regazo de su madre. La madre que duerme, y el niño: isilencio! Los estudió largamente, largamente. El prevé que, así ccmo ya se juntan en grado extremo la virilidad y la ternura en los hombres de genio superior, en la paz deleitosa en que descansará la vida ha de juntarse, con solemnidad y júbilo dignos del Universo, las dos energías que han necesitado dividirse para continuar la faena de la creación. Si entra en la yerba, dice que la yerba le acaricia, que “ya siente mover sus coyunturas”; y el más inquieto novicio no tendría palabras tan fogosas para describir la alegría de su cuerpo, que él mira como parte de su alma, al sentirse abrasado por el mar. Todo lo que vive le ama: la tierra, la noche, el mar le aman; “ipe- nétrame, oh mar, de humedad amorosa!“. Paladea el aire. Se ofre- ce a la atmósfera como un novio trémulo. Quiere puertas sin cerra- dura y cuerpos en su belleza natural; cree que santifica cuanto toca o le toca, y halla virtud a todo lo corpóreo; él es “Walt Whitman, un cosmos, el hija de Manhattan, turbulento, sensual, carnoso, que come, bebe y engendra, ni m, is ni meno5 que todos los demás. Pinta 132 fosé Marri OBRAS ESCOGIDAS. T. Il 133 a ta verdad como una amante frenética, que in*: ade su cuerpo y, ansiosa de poseerle. lo liberta de sus ropas, Pero cuando en la clara medianoche, libre el alma de ocupaciones y de libros, emerge en- tera, silenciosa y contemplativa del día noblemente empleado, medita en los temas que rr, ás la complacen: en la noche, el sueño y la muer- te; en el canto de lo universal, para beneficio del hombre común, 1 “es muy dulce morir avanzando” y caer al pie del árbol i% r? it; Fvo mordido por la última serpiente del bosque, con el hacha en las manos. Imagínese qué nuevo y extrario efecto producirá ese lenguaje hen- chido de animalidad soberbia cuando celebra la pasion que ha de unir a los hombres. Recuerda en una composición del Calmus los goces más vivos que debe a la Naturaleza y a la patria: pero sólo a las olas del océano halla dignas de corear, a la luz de la luna, su dicha al ver dormido junto a sí al amigo que ama. Él ama a los humildes, a los caídos, a los heridos, hasta a los malvados. NO desdeña a los grandes, porque para el sólo son grandes los útiles. Echa el brazo por el hombro a los carreros, a los marineros, a los labradores. Caza y pesca con ellos, y en la siega sube con ellos al tope del carro cargado. Más bello que un emperador triunfante le parece el negro vigoroso que, apoyado en la lanza detrás de sus percherones, guia su carro sereno por el revuelto Broadway. El entiende todas las virtudes, recibe todos los premios, trabaja en todos los oficios, sufre con todos los dolores. Siente un placer heroico cuando se detiene en el umbral de una herrería, y ve que los mancebos, con el torso desnudo, revuelan por sobre sus cabezas los martillos, y dan cada uno a su turno. El es el esclavo, el preso, el que pelea, el que cae, el mendigo. Cuando el esclavo llega a sus puertas perseguido y sudoroso, le llena la bañadera, lo sienta a su mesa; en el rincón tiene cargada la escopeta para defenderlo; si se lo vienen a atacar, matará a su perseguidor y volverá a sen- tarse a la mesa, icomo si hubiera matado una víbora! Walt Whitman, pues, está satisfecho; cqué orgullo ie ha de pun- zar, si sabe que se para en yerba o en flor? cqué orgullo tiene un clavel, una hoja de salvia, una madreselva? <cómo no ha de mirar él con tranquilidad los dolores humanos, si sabe que por sobre ellos está un ser inacabable a quien aguarda la inmersión venturosa en la Naturaleza? (Qué prisa le ha de azuzar, si cree que todo está donde debe, y que la voluntad de un hombre no ha de desviar el camino del mundo? Padece, sí, padece; pero mira como un ser menor y acabadizo al que en él sufre, y siente por sobre las fatigas y miserias a otro ser que no puede sufrir, porque conoce la universal grandeza. Ser co, mo es le es bastante y asiste impasible y alegre ai curso, silencioso o loado, de su v- ida. De un solo bote echa a un lado, como excrecencia in; ltil, la lamentación romántica: “ino he de pedirle al Cielo que baje a la Tierra para hacer mi voluntad!” Y qué majestad no hay en aquella frase en que dice que ama a los anima- les “porque no se quejan”. La verdad es que ya sobran los acobar- dadores; urge ver cómo es el mundo para no convertir en montes las hormigas; dése fuerzas a los hombres, en vez de quitarles con la- lmentos las pocas que el dolor les deja; pues los llagados <van por las calles enseñando sus llagas? Ni las dudas ni la ciencia le mortifican. “Vosotr, os sois los primeros, dice a los científicos; pero la ciencia no es más que un departamento de mi morada, no es toda mi morada; iqué pobres parecen las argucias ante un hecho heroico! A la ciencia, salve, y salve al alma, que está por sobre roda’ la ciencia.” Pero donde su filosofía ha domado enteramente el odio, como mandan los magos, es en la frase, no exenta de la melancolía de los vencidos, con que arranca de raíz toda razón de envidia; <por qué tendría yo celos, dice, de aquel de mis hermanos que haga lo que yo no puedo hacer? “Aquel que cerca de mí mues- tra un pecho más ancho que el mío, demuestra la anchura del mío.” “iPenetre el Sol la Tierra, hasta que toda ella sea luz clara y dulce, como mí san. gre. Sea universal el goce. Yo canto la eterni- dad de la existencia, la dicha de nuestra vida y la hermosura im- placable del Universo. Yo uso zapato de becerro, un cuello espa- cioso y un bastón hecho de una rama de árbol!” Y todo es o lo dice en frase apocalíptica. <Rimas o acentos? iOh, no! su ritmo está en las estrofas, ligadas, en medio de aquel caos aparente de frases superpuestas y convulsas, por una sabia compo- sición que distribuye en grandes grupos musicales las ideas, como la natural forma poética de un pueblo que no fabrica piedra a pie- dra, sino a enormes bloqueadas. El lenguaje de Walt Whitman, enteramente diverso del usado hasta hoy por los poetas, corresponde, por la extrañeza y pujanza, a su cíclica poesía y a la humanidad nueva, congregada sobre un continente fecundo con portentos tales, que en verdad no caben en Iiras ni serventesios remilgados. Ya no se trata de amores escondidos, ni de damas que mudan de galanes, ni de la queja estéril de los que no tienen la energía necesaria para domar la vida, ni la discreción que conviene a los cobardes. h’o de rimíllas se trata, y dolores de alcoba, sino del nacimiento de una era, del alba de la religión definitiva, y de la renovación del hombre; trátase de una fe que ha de sustituir a la que ha muerto y surge con un claror ra- dioso de ia arrogante paz del hombre redimido; trátase de escribir !os libros sagrados de un pueblo que reúrle, al caer del mundo anti- guo, todas las fuerzas vírgenes de la libertad a las ubres y pompas ciclópeas de la salvaje Naturaleza; tratase de reflejar en palabras el ruido de las muchedumbres que se asientan, de las ciudades que trabajan y de los mares domados y los ríos esclavos. <Apareará con- sonantes Walt Whirman y pondrá en mansos dísticos estas mon- tanas de mercaderias, bosques de espinas, pueblos de barcos, com- 134 José Marti OBRAS ESCOGIDAS. T. iI 135 bates donde se acuestan a abonar el derecho m !lnes de hombres y Sol que en todo impera, y se derrama con límpido fuego por el vasto paisaje? ;Oh! no; Walt Whitman habla en versículos, sin música aparente, aunque a poco de oírla se percibe que aquello suena como el casco de la tierra cuando vienen por él, descalzos y gloriosos, los ejér- citos triunfantes. En ocasiones parece el lenguaje de Whitman el frente colgado de reses de una carnicería; otras parece un canto de patriarcas, sentados en coro, con la suave tristeza del mundo a la hora en que el humo se pierde en las nubes; suena otras veces como un beso brusco, como un forzamiento, como el chasquido del cuero reseco que revienta al Sol; pero jamás pierde la frase su movimiento rítmico de ola. El mismo dice cómo habla: “en alari- dos proféticos”; “estas son, dice, unas pocas palabras indicadoras de lo futuro”. Eso es su poesía, índice; el sentido de lo universal pervade el libro y le da, en la confusión superficial, una regularidad grandiosa; pero sus frases desligadas, flagelantes, incompletas, suel- tas, más que expresan, emiten; “lanzo mis imaginaciones sobre las canosas montañas”; “di, Tierra, viejo nudo montuoso, iqué quieres de mí?” “hago resonar mi bárbara fanfarria sobre los techos del mundo”. No es él, no, dc los que echan a andar un pensamiento pordio- sero, que va tropezando y arrastrando bajo la opulencia irisible de sus vestiduras regias. El no infla tomeguines para que parezcan águilas; él riega águilas, cada vez que abre el puño, como un sembrador riega granos. Un verso tiene cinco sílabas; el que le sigue cuarenta, y diez el que le sigue. El no esfuerza la comparación, y en verdad no compara, sino que dice lo que ve o recuerda con un com- plemento gráfico e incisivo, y duerio seguro de la impresión de con- junto que se dispone a crear, emplea Su arte, que oculta por entero, en reproducir los elementos de su cuadro con el mismo desorden con que los observó en la Naturaleza. Si desvaría, no disuena, porque así vaga la mente sin orden ni esclavitud de un asunto a sus aná- logos; mas luego, como si sólo hubiese aflojado las riendas sin sol- tarlas, recógelas de súbito y guía de cerca, con puño de domador, la cuadriga encabritada, sus versos van galopando, y como engullendo la tierra a cada movimiento; unas veces relinchan ganosos, como cargados sementales, otras, espumantes y blancos, ponen el casco sobre las nubes; otras se hunden, osados y negros, en lo interior de la tierra, y se oye por largo tiempo el ruido. Esboza; pero dijé- rase que con fuego. En cinco líneas agrupa, como un haz de huesos recién roídos, todos los horrores de la guerra. Un adverbio le basta para dilatar o recoger la frase, y un adjetivo para sublimarla. SU método ha de ser grande, puesto que su efecto lo es; pero pudiera creerse que procede sin método alguno, sobre todo en el uso de las palabras, que mezcla con nunca visto atrevimiento, poniendo las augustas y casi divinas al lado de las que pasan por menos apro- piadas y decentes. Ciertos cuadros no los pinta con epítetos, que en él son siempre vivaces y profundos, sino por sonidos, que com- pone y desvanece con destreza cabal, sosteniendo así con el turno de los procedimientos el interés que la monotonia de un modo exclu- sivo pondría en riesgo. Por repeticiones atrae la melancolía, como los salvajes. Su cesura, inesperada y cabalgante, cambia sin cesar, v sin conformidad a regla alguna, aunque se percibe un orden sa- bio en sus evoluciones,. paradas y quiebros. Acumular le parece el mejor modo de descrlbrr, y su raciocinio no toma jamás las formas pedestres del argumento ni las altisonantes de la oratoria, sino el misterio de la insinuación, el fervor de la certidumbre y el giro igneo de la profecía. A cada paso se hallan en su libro estas pala- bras nuestras: viva, camarada, libertad, americanos. Pero iqué pin- ta mejor su carácter que las voces francesas que, con arrobo percep- tible, y como para dilatar su significación, incrusta en sus versos?: ami, exalté, accoucheur, nonchalant, ensemble; ensemble, sobre todo, le seduce, porque él ve el cielo de fa vida de los pueblos, y de los mundos. Al italiano ha tomado una palabra: ibravura! Así, celebrando el músculo y el arrojo; invitando a los transeún- tes a que pongan en él, sin miedo, su mano al pasar; oyendo, con las palmas abiertas al aire, el canto de las cosas; sorprendiendo y proclamando con deleite fecundidades gigantescas; recogiendo en versiculos édicos las semillas, las batallas y los orbes; señalando a los tiempos pasmados las colmenas radiantes de hombres que por los valles y cumbres americanos se extienden y rozan con sus alas de abeja la fimbria de la vigilante libertad; pastoreando los siglos ami- gos hacia el remanso de la calma eterna, aguarda Walt Whitman, mientras sus amigo s le sirven en manteles campestres la primera pesca de la primavera rociada con champaña, la hora feliz en que lo material se aparte de él, después de haber revelado al mundo un hombre veraz, sonoro y amoroso, y en que, abandonado a los aires purificadores, germine y arome en sus ondas, “idesembaraza- do, triunfante, muerto!” El Partido Liberal, México, 17 de mayo de 1887. La Nación, Buenos Aires, 26 de junio de 1887. 0. c., t. 13, p. 131- 143. (TAMANACO, DE PLUMAS CORONADO] [TIENES EL DON, TIENES EL VERSO...] Tamanaco, de plumas coronado Está en mitad del rústico vallado. Tras cañas y maderas, En forma de hombres se levantan fieras Con cabeza y con pecho y pies de hierro. Las cañas rornpen: salta al circo un perro. Del hombre de las plumas la macana Hace en el aire hueco herida vana; El brazo, desprendido Al golpe inútil, cuélgale tendido: Crujen tras de las cercas inseguras De sabroso placer las armaduras: En la sangre del indio derribado El hondo hocico el perro ha sepultado: Y aún resuena en la tierra americana El golpe vago de la infiel macana; 1 < 1 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Y en el cuerpo del indio aún mueide el perro. PC. Ed. c., t. II, p. 135 Tienes el don, tienes el verso, tienes Todo el valor de ti, tienes la altiva Resolución que arrostra y que cautiva Y llama las coronas a las sienes. Tienes la fuga, el verbo, los desdenes Divinos de quien es, y el hab! a viva De quien cruza la tierra cielo arriba Y ni adula al feliz, ni aguarda bienes. -iPero no tengo el impudor odioso De enseñar mis entrañas derre! idas En estuche de verso recamado! Viva mi nombre oscuro y en reposo Si he de comparar las palmas perseguidas Sacando al viento mi do! or sagrado. Mayo 7 PC Ed C, t li. p 160- i61. ’ La hilera de puntos entre corchetes se refiere a espacios en blanco dejados por Martí er, el manuscrito original. OBRAS ESCOGIDAS T II 139 [CUAL DE INCENSARIO ROTO...] Cual de incensario roto huye el perfume Así de r i dolor se escapa el verso: Me nutro del dolor que me consume. De donde vine, ahí voy: al Universo. Cirio soy encendido en la tormenta: El fuego con que brillo, me devora Y en lugar de apagarme me alimenta El vendaval que al temeroso azora. Yo nunca duermo: al despertarme, noto En mí el cansancio de una gran jornada. A dónde voy de noche, cuando, roto El cuerpo, hundo la faz en mi almohada? Quién, cuando a mal desconocido postro Mis fuerzas, me unge con la estrofa blanda, Y de lumbre de amor me baña el rostro Y abrir las alas y anunciar me manda? Quién piensa en mí? Quien habla por mis labios Cosas que en vano detener intento? ¿De dónde vienen los consejos sabios? ?A dónde va sin rienda el pensamiento? Ya no me aflijo, no, ni me desolo De verme aislado en mi dificil lucha. Va con la eternidad el que va solo, Que todos oyen cuando nadie escucha Que fue, no sé: jamas en mi di asiento Sobre el amor al hombre, a amor alguno, Y bajo tierra, y a mis plantas siento Todo otro amor, menguado e importuno. La libertad adoro y el derecho. Odios no sufro, ni pasiones malas: Y en la coraza que me viste el pecho Un águila de luz abre sus alas. Vano es que amor solloce o interceda, Al limpio sol mis armas he jurado Y subiré en la sombra hasta que pueda Mi acero en pleno sol dejar clavada. Como una luz la férvida palabra A los temblantes labios se me asoma: Mas no haya miedo que las puertas le abra Si antes el odio y la pasión no doma. Qué fue, no sé: pero yo he dado un beso .4 una gigante y bondadosa mano Y desde entonces, por donde hablo, impreso Queda en los hombres el amor humano. Ya no me importa que la frase ardiente Muera en silencio, o ande en casa oscura, Amo y trabajo: así calladamente Nutre el río a la selva en la espesura. PC. Ed. c., t. II. p. 172- 173. Ya no me quejó, no, como solía, De mi dolor callado e infecundo: Cumplo con el deber de cada día Y miro herir y mejorarse el mundo. OBRAS ESCOGIDAS T II 141 HENRY \\‘ ARD BEECHER Su vida y 5u oratoria Parece que la libertad, dicha del mundo, puede rehacer la muer- te. El hombre, turbado antes en la presencia de lo invisible, lo mira ahora sereno, como si la tumba no tuviese espantos para quien ha pasado con decoro por la vida. Ya alborea la alegría en la gigan- tesca crisis; de cada nuevo hervor sale más bello el mundo; el ejer- cicio dc !a libertad conduce a la religión nueva. En vano frunce la razón meticulosa el ceño, y recatando con estudiado livor la fe invencible, escribe la duda sus versos raquíticos y atormentados. ¿A qué sino a desconfiar de la eficacia de la existencia han de llevar las religiones que castigan y los gobiernos tétricos? Así, donde !a razón campea florece la fe en la armonía del universo. El hombre crece tanto, que ya se sale de un mundo e influye en e! otrc. Por !a fuerza de su conocimiento abarca la composición de lo invisible, y por la gloria de una vida de derecho llega a sus puer- tas seguro y dichoso. Cuando las condiciones de los hombres cam- bian, cambian la literatura, la filosofía y la religión, que es una parte de ella; siempre fue el cielo copia de los hombres, y se pobló de imágenes serenas, regocijadas o vengativas, conforme viviesen en paz, en gozos de sentido o en esclavitud y tormento, las nacio- nes que las crearon. Cada sacudida en la historia de un pueblo altera su Olimpo; la entrada del hombre en la ventura y ordena- miento de la libertad produce, como una colosal florescencia de lirios, la fe casta y profunda en la utilidad y justicia de 12 Naturaleza Las religiones se fLcnden en la religión; surge 12 apoteosis tranquila y radian! e de! polvo de las iglesias; ya no cabe en los templos, ni en estos ni en aquellos. el hombre crecido; la salud de la libertad prepara a 12 dicha de la muerte. Cuando se ha vivido para el hom- bre, ;quién nos podrá hacer mal, ni querer mal? La vida se ha de llevar con bravura y a la muerte se la ha de esperar con un beso. Henry Ward Beecher, el gran predicador protestante, acaba de morir. En éi, como criatura de su época, la fe en Cristo, heredada de su pueblo, ya se dilataba con la grandiosa herejía, y su palabra. como las nubes que sc deshacen a la aurora, lenía los bordes orla- dos con los colores fogosos de la nueva luz; en él, como en su tiempo y pueblo, los dogmas enemigos, hijos enfermos de una sombría madre, se unían atropelladamente, con canto de pajaros que íestejan la muda de sus plumas a la primavera; en 61. hijo culmi- nante de un psis libre, la vida ha sido un poema y la muerte una casa de rosas. En la puerta de su casa no pusieron, como es cos. tumbre, un lazo de luto, sino una corona. Sus feligreses le bordaron. para cubrir su féretro, un manto de claveles blancos, rosas de Fran- cia y siemprevivas. En sus funerales oficiaron todas las sectas, excepto la catóiica. A su iglesia, la iglesia que ilamó a su púlpito a los perseguidos y rescató a los esclavos, la vistieron de rosas, del pavimento al techo, y parecía, al peneirar en el enilorado recinto. ;que la iglesia cantaba! Nada es un hombre en sí, y lo que es, lo pone en él su pueblo. En vano concede In Naturaleza a algunos de sus hijos cualidades privilegiadas; porque serán polvo y azote si no se hacen carne de sc1 pueblo, mientras que si van con éi, y le sirven de brazo y de voz, por éi se verán encumbrados, como las flores que lleva en su cima ilna montaña. Los hombre5 son productos, expresiones, reflejos, Viven, en lo que coinciden con su época o en 10 que se diferencian marcadamen- ie de ella; io que flota, les empuja y pervade; no es aire sólo lo que les pesa sobre los hombros, sino pensamiento; esas son las grarldes bodas del hombre: sus bodas con la patria. <Cómo, sin el fragor de los combates de su pueblo, sin sus antecedentes e instituciones, hu- biera llegado a su singular eminencia Henry IVard Beecher, pcnsa- dor inseguro, orador llano, teólogo flojo y voluble, pastor hombruno y olvidadizo, palabra helada en la iglesia? Nada importa que su wcta iuese más liberal que las rivales; porque los hombres, subidos ya a la libertad entera, no han de bajar hasta una de sus gradas. Per3 Beecher, criado en la hermosura y albedrío del campo, por padres en quienes se acumularon por herencia los caracteres de su nación. creció, palpitó, culminO como ella, y en su naturaltza ro- busta, nodriza de aquella palabra pujante y desordenada, se condensaron las cualidade. de su pueblo; clamó su crimen, suplicó su mie- do, retembiaron sus batallas y tendieron las alas sus victorias. El era. es verdad, como arpa en que los vientos, juguetones o arrebatados, ya revoiotean sacudiendo las cuerdas blandamente, ya ‘e desatan con cólera y empuje. arrar? cándoles sonidos siniestros: rila-. sin los virntos. ,qllb illera de las arpas? El era sano, camina- tlcir’. lahorioso. astuto, fuerte; él habio levantado en el Oeste s11 iasa con sus malíos; éi traia de la contemplación de la Naturaleza lina elocuencia familiar, grata y arm6nica. y de loa trabajos y cho- (ILI~ S de la vida la pertinacia y la cautela; él, semejante en todo esto a su naciOn. aún se le asemejaba más en el espíritu rebelde que con- viene a los pueblos recién salidos de la servidumbre, y en io rudi- 142 José .Uarli OBRAS ESCOGIDAS T. II 143 mentario y llano de su cultura. El usaba, como su pueblo, sombrero de castor y zapatos de becerro; él, que perteneció en su estado na- tivo al bando de colonos hostiles a la esclavitud, trajo al público de Brooklyn aquella ira local que fue nacional* Illego; él, puso al servicio de la campaña de la abolición su salud desbordante, su espíritu indisciplinado, su oratoria pintoresca, su dialecto eclesiás- tico, embellecido co11 una natural poesía; él vio crecer los tiempos, a través de las señales engañosas, y se puso junto a ellos en la época feliz en que la virtud era oportuna. Cáutivó a su congregación con la novedad, llaneza y gracejo de sus sermones; arremetió contra la esclavitud con todo su ímpetu y descomedimiento campesinos. Cedió su púlpito a los abolicionistas apedreados por las turbas. Su oratoria batallante y esmaltada tuvo pronto por admiradcra a la nación. Y cuando Inglaterra ayudaba a los Estados rebeldes: a los dueños de esclavos, él se fue al co- razón de Inglaterra; la hizo reír, llorar, avergonzarse, celebrar en él la justicia de su pueblo. Luego bajb la cuesta de la vida, acusado de una culpa odiosa: el adulterio con la mujer de un amigo. Veinte años ha llevado la carga, jadeando como un Hércules. Jamás re- cobró la altura que tenía antes de su pecado, porque todo se puede fingir, menos la estimación de sí propio; aunque en su pasmosa ener- gía, 0 en su sincere arrepentimiento, encontró fuerzas para seguir siendo elocuente cuando ya no era honrado. Mas desde que quedó resuelto el gran problema en que se con- iun.! ió con su República, sólo fue lo que con su naturaleza bullente, encogullada en un dogma religioso, hubiera sido siempre en un país donde la fe no es asustadiza y la originalidad es rara: fue una fuer- za de palabra, como otros son una fuerza de acto. Hay palabras de instinto, que vienen sobre el mundo en las horas de renuevo, como los huracanes y las avalanchas; retumban y purifican, como el viento; elaboran sin conciencia, como los insectos y las arenas de la mar. Era un orador superior a sí mismo, Divisaba el amor futuro; de- fendía. con pujanza de león, la dignidad humana; se le abrasaba el corazón de libertad. Demolía involuntariamente; sólo dejó en pie los dogmas indispensables para que su congregación no lo de- pusiera por hereje, Traía a su púlpito a sus adversarios, a un car- denal, a un ateo. Apenaba verle luchar entre sus hipócritas reticen- cias de pastor y el concepto filosófico del mundo, que se enseñoreaba de un juicio. No se atrevió, acobardado por la ancianidad, a de- fender a los pobres como había defendido a los negros. Pero íntro- dujo en el culto cristiano la soltura, gracia y amor de la Natura- leza; congregó en el cariño al hombre las sectas hostiles que con su comadrazgos y ceños lo han atormentado; y con una oratoria que solía ser dorada como el plumaje de las oropéndolas, clara como las aguas de las fuentes, melodiosa como la fronda poblada de nidos, triunfante como las llamaradas de la aurora, anunció desde el último templo grandioso de la cristiandad que la religión venidera y perdurable está escrita en las armonías del Universo. Henry Ward venía de antepasados vigorosos; de una partera puritana, que sacó al mundo mucho hijo de peregrino cuando aún no se había podrido la madera de La Flor de Mayo; de jayanes que bebian la sidra a barril alzado, como los catalanes beben el vino en sus porrones; de un herrero que, a la sombra de un roble, hacia las mejores azadas de la comarca; de un posadero parlanchín que pasaba los días debatiendo, con los seminaristas que se hospedaban en su casa, sobre la religión y la política; del pastor Lyman Bee- cher, el padre de Henry, en quien culminó la fuerza exaltada, no- mádica y agresiva de aquella familia de puritanos menestrales. En los tiempos de Lyman los estudiantes se apellidaban con los nombres gloriosos de la Enciclopedia. Todos sabían de memoria La edad de fa razón, de Tomás Paine; todos, como Paine, jugaban, se embriagaban, adoraban sus puños y sus remos, se descuaderna- ban sobre las cabezas las Biblias. Lyman, que empezó en el semi- nario de despensero, salió de él pastor elocuente. Componía sus sermones vagando por el campo; y luego, en el desorden de la im- provisación en las mentes que no se han nutrido por igual ni fueron criadas en el ejercicio y sensatez del arte, los exhalaba con la fuer- za histórica que le venía de sus abuelos, y de lo agitado y directo de su propia vida. La palabra le molestaba y oprimía, hasta que, como apretado granizo, la vaciaba sobre sus oyentes en apotegmas y epigramas; y tan estremecido quedaba del choque, que le conocían por “el pastor del violín”, porque calmaba la agitación de sus ser- mones tocando al volver de la iglesia un aire viejo, o bailando con gran ligereza el trcnzadillo en la sala de su casa, la casa de un pastor de pueblo que ganaba trescientos pesos al año. La alfombra en que bailaba era de algodón cardado e hilado por su esposa, y pintada por ella misma de orlas y ramos, con unas pinturas que le dio un hermano. Ese padre vehemente tuvo Beecher, y una madre que a la sombra de los árboles gustaba de escribir a sus amigas cartas bellas, que aún huelen a flores. Los rizos rubios de Henry le revoloteaban al correr detrás de las mariposas; Harriet, la que había de escribir La rnbafia del fio Tom, quería que le hiciesen una muñeca; allá adentro, en la sala, discutían los pastores, envueltos en el humo de sus pipas; ornaba las ventanas la penetrante madreselva; mecían sus copas compasadamente los álamos y meples, guardianes de la casa; como gotas de sangre lucían en la huerta las manzanas, sobre su follaje espeso. Cansado a veces de ellas, miraba Henry el pinar ma- jestuoso que bordeaba los lagos vecinos; y la cabeza redonda y azul de la montaña del lugar coronaba a lo lejos el paisaje; en mons- truos soberanos, en extraños ejércitos, en rosas de oro, en carros gigantescos, se desvanecían las nubes apaciblemente en la hora de las puertas, Durante el invierno, leía el pastor, rodeado de sus hi- jos, los patriarcas dc la lengua: Milton, austero como su San Juan; Shakespeare, que pensaba en guirnaldas de flcres; la Biblia, fra- gante romo una scl\ d nueva. 0 bien, mientras los hijos ponían Ia 144 Jasi .Uar! i OSRAS ESCOGIDAS. T. II 145 leña en pilas, les contaba el pastor cuentos de Cromwell. En el comedor oscuro ardía perennemente el fresno, en una colosal estufa rusa. Sin madre ya, aunque con buena madrastra, iba creciendo el niño, rebelde a reclusión y freno, dependencia del campo, como quien se cría en el decoro e in- El pinar le atraía más que los libros. Cuando 10 llevaban a la iglesia donde no entraba nunca el Sol”; “le parecía que iba a una cueva pero se estaba absorto horas en- teras oyendo rezar a un negro de la casa, que decía sus oraciones cantando y riendo, como si unas veces sintiera en sí el cuerpo mismo del Seiior y otras le inundara de alegría la belleza c! el mundo. Para las palabras no tenía el niño memoria; su ingenio se mostraba sO10 en sus réplicas, cómicas y sesudas. Se iba por los caminos reco- giendo flores; volvía de sus excursiones por el bosque cargado de la bellota misteriosa, de piñones, de semillas; gustaba de pasearse por las rocas, viendo cómo el agua se esconde y labra en ellas, con tal finura que parece pensamiento. <Qué catecismos y libros de deletrear habían de seducir a aquel hijo de un puritano activo y de una descendiente de escoceses románticos, que se embebecía e? las mú- sicas de la Naturaleza; que comparaba sus semejanzas y colores; que observaba la sabiduría de sus cambios, la perpetuidad de la vida, la eficacia de la mismd destrucción; que se sentía mudar, como las hojas y las plumas, con el invierno, que fortifica la voluntad; con la primavera, que desata las aias; con el estío, que atormenta y enciende; con el otoño, el himno de la tierra? “CConque me pedís mi plegaria de ayer?“- decía una vez Bee- cher.--“ Si me enviáis las notas de la oropéndola que trinaba en el ramaje de mis árboles el último junio, o las burbujas tornaso- ladas de la espuma que en menudos millones se deshicieron ayer contra la playa, o un segmento de aquel hermoso arco iris de la semana pasada, o el aroma de la primavera violeta que floreció en mayo, entonces yo también, amigos míos, podré enviaros mi plega- ria.” Esa era su oratoria. El la improvisaba, porque conocía la Naturaleza. Por la fuerza del lenguaje amó luego a los clásicos; de su abolengo de puritano le vino su ímpetu de reformador; pero el amor fogoso a la libertad, la salud y la alegría, y la abundan- cia y color de su elocuencia, le vinieron de aquellos profundos pa- seos por el campo, y de su madre, que vivió en el jardín cuando lo tuvo encinta y fue amiga siempre de las flores. Es necesario que la juventud sea dura. Beecher fue al seminario; jamás aprendió el griego; supo mal sus latines; era el primero en los ejercicios corporales, en correr, en nadar, en luchar, en tirar a la pelota; también era el primero contra las brutalidades del cole- gio, el manteo, la bebida, el juego, el abuso de les menores. Pastor fue el padre, pastores eran sus amigos, pastor lo hicieron a él; estas carreras heredadas malogran los hombres; la cogulla para aquel mozo indómito hubiera sido un insoportable freno, si no hu- biese en la casta puritana el espíritu vehemente del sacerdocio y la astucia que enseña cuán prudente es entrar por un camino hecho. El bosque se come a los expioradores. Los hombres abandonan a los que se deciden a vivir sin adularlos. Beechcr se casó jo\- en, en lo que dio prueba de nobleza. “Me casaré con ella, aunque no tengamos para vivir más que la punta noroeste de una mazorca”; y juntos se fueron a la aldea, donde derribó él los árboirs de que hizo su casa, ayudado por sus feligre- ses y vecinos. El era el pastor, el sacristán, el apagaluces; su parro- qlila era de ganapanes; recibfa, como su padre, trescientos pesos al año. Pero luego en una ciudad de más viso, la angustia fue, mayor: allí a su mujer la envejecía la ira; el Oeste rudo la sacaba de quicio; ocho años vivió enferma. Y aquel pastor elocuente, a quien ya venían a oír de los lugares a la redonda; aqL; el deiensor enérgi- co de los colonos que se resistían a permitir la esclavitud en el Estado; aquel Ministro del Señor que no tenía embarazo en con- vidar a las armas, como los obispos antiguos, ni en hacer reír a sus oyentes con chistes brutales, ni en hacerles llorar con sus tiernas memorias domésticas; aquel desenvuelto predicador que hablaba más de los derechos del hombre que de los dcgmas de la Iglesia, cultivaba una huerta para ayudar a los gastos de la casa; cuidaba de su ca- ballo, su vaca y su cerdo, pintaba las paredes como su madre habfa pintado la alfombra; iy cocinaba, y corría con la limpieza de la vajillal Al fin, lo oyó predicar un día un viajero, por cuya recomenda- ción lo llamaron de Brooklyn. iBrooklyn, del Este! Allá los pastores son gente de mucho libro; no dicen chistes en el púlpito; no cantan a voz en cuello con sus feligreses; usan zapatos finos y sombreros de copa; <qué va a hacer allá el pastor de rostro bermejo y cabellera suelta? Pero su mujer quiere ir, y van. Lo primero fue cambiarles el guardarropa, porque el que llevaban era para reír: ella, unas mangas abullonadas, y saya de vuelos; él, una levita flotante y locuaz, el sombrero risueño y caído sobre la oreja, el cuello a lo Byron. Para reír también era la oratoria del pastor. iQué ademanes, qué chascarrillos, qué transiciones súbitas, qué hablar de las COS- tumbres de las ardillas y de los amores de los pájaros! iPues no discurría sobre política en el púlpito!: el mejor modo de servir a Dios es ser hombre libre y cuidar de que no se menoscabe la libertad. Linos períodos parecían arrullos; otros, columnas de humo perfu- mado; de pronto un manotazo en los faldones, un circulo dibujado en el aire con el brazo. iY qué herejías! El no creía en la caída de Adán; el hombre estaba cayendo siempre; la divinidad se estaba revelando sin cesar, cada nido es tina nueva revelación de la divi- nidad; los domingos deben ser alegres: el mundo no pudo haber sido hecho contra IO que revela con su propio testimonio. Zumbaba el encono alrededor del púlpito. “iPor Dios, sáquenme al hijo del Este” decía Lyman Beecher. “Allí se sabe demasiado.” 146 losé Martí I b .: >l J ESCOGIDAS. T II 147 iAh, sí! pero allí no se tiene la altivez pujante de los que se crían alejados de las ciudades populcisas. El traía su religión orea- da por la vida. El venía del Oeste domador, que abate la selva, el búfalo y el indio. La nostalgia misma de su iglesia pobre le ins- piró una elocuencia sincera y amable. Hacía tiempo que no se oían en los púlpitos aceritos humanos. Le decían payaso, profanador, he- reje. Él hacía reír; él se dejaba aplaudir; iculpable pastor que se atrevía a arrancar aplausos! El no tomaba jamás su texto del Viejo Testamento, henchido de iras, sino que predicaba sobre el amor de Dios y la dignidad del hombre, con abundancia de símiles de la Naturaleza. En lógica, cojeaba. Su latín era un entuerto. Su sin- taxis, toda talones. Por los dogmas pasaba como escaldado. iPero en aquella iglesia cantaban las aves, como en la primavera; los ojos solían llorar sin dolor y los hombres experimentaban emociones vi- riles! iQué importaba que sus mismos feligreses creyeran exagerada la propaganda de su pastor contra la esclavitud? Ellos le habían admi- rado cuando, afrontando la cólera pública, cedió su púlpito al evangelista de la abolición, a Wendell Phillips. iQuién ha de atreverse con el pensamienio del hombre! Y ellos fueron, como él les acon- sejó, armados de garrotes. El púlpito crecía; de la nación entera venían a oír aquella palabra famosa. “iSiga al gentío!” decían los policías a quienes les preguntaban por la iglesia. Allí solía encres- parse la elocuencia del pastor, y subir, como las olas del mar, en torres de encaje. Tundir solía, como el garrote de sus feligreses. Pero era, en lo común, su discurso, coloreado y melodioso, como un fresco boscaje por cuyos árboles de escasa altura trepan, cuajadas de flores, las enredaderas, ya la roja campánula, ya la blanca nochebuena, ya la ipomea morada. A veces un chiste brusco hacía parecer como si, por desdicha, hubiese asomado entre los florales un titiritero; pero de súbito, con arte de mago, un recuerdo de niño cruzaba volando como una paloma, e iba a esconderse, despertando a las lágrimas, en un árbol de lilas. Corría el estilo de Beecher como las cañadas del valle, argentan- do la arena, meciendo las frutas caídas y las florecillas, sombreán- dose en las nubes que pasan, serpeando por entre las guijas relucientes, derramándose en mil canales, entrándose por los bosques de la orilla y volviendo de ellos más retozonas y traviesas. Cuando se ahondaba el camino. cuando enardecía aquel estilo la pasión, despe- ñábanse sus múltiples aguas, y allá iban, reunidas y potentes, con sus hojas de flores y sus guijas; mas luego que el c; imino se sere- naba, volvía aquella agua, que no tenía fuerza de río, a esparcirse en cañadas juguetonas. No se poseyó la palabra nueva, el giro abrupto, el salto ínespe- rado, la concreción montuosa de los creadores. El era criatura de reflejo, en quien su pueblo se manifestaba por una voz sensible y rica. Tenía de actor, de mímico, de títere. Lo gigantesco en él era la fuerza; fuerza en la cantidad y los matices de :a palabra, fuerza para adorar ia libertad, con una pasión irenética de mancebo. iY todo se tocase menos ella! Aquel orador, acusado con justicia de mal gusto, hallaba entonces ejemplos apropiados en ei tesoro de szs impresiones de la naturaleza; aquellos ojos azules centeileaban. y se veía en el fondo el mar; aquel predicador de gestos burdos pro- ducía sin esfuerzo arengas sublimes. Ya era una no? a inesperada y vibrante, que subía hendiendo el aire y quedaba azot3ndolo en lo alto, como un gallardete de bronce. Ya era un magnífico puñetazo, dado con acierto mortal entre las cejas. No recargaba el raciocinio con ornamentos inútiles, pero solfa debilitar la frase por su misma abundancia. Escribió libros sin cuento, por el cebo de la paga, que llegó al millón de pesos; inas nunca fue maestro de la palabra escrita; y se buscarían en él en vano, a pesar de su amor a la Naturaleza, la expresión triste y jugosa de Thoreau y aquella lengua raizal de Emerson. No hay que buscar en él la prosa caldeada, transparente y fina de Nathaniel Hawthorne; pero esc bien se puede perdonar al que, descubriendo en todos los credos dignos del hombre el amor a este en que todos se reunen, desmintió la frase fanática de aquel otro Nathaniel Ward, “la polipiedad es la impiedad del mundo”. La lengua inglesa, es verdad, no debe a Beecher ningún cuño nuevo, ningún ingrediente desconocido y olvidado, ningún injerto brioso. No ilustraba su asun- to con anécdotas, como Lincoln, sino con símiles. La imagen era ra forma natura] de su pensamiento. El hombre era su libro. Casi puede decirse de él, aunque no c‘ n tan alto grado, lo mismo que él decía de Burns: “Fue un verdadero poeta, no creado por las escue- las, sino educado sin ayuda ni cultivo exterior.” El, como Burns, pedía “una chispa del fuego de *la Naturaleza”: esa era toda la ciencia que él deseaba. Célebre era la iglesia de Plymouth en aquellos días en que, marcado en la frente por Wendell Phillips, se decidía el Norte, herido en sus derechos, a protestar al fin contra la esclavitud; un flagelo de llamas era la elocuencia de Beecher; no se salía sin llorar un solo domingo de su iglesia; exhibía en su púlpito a una niiía esclava de diez años, y despertaba el horror de la nación; con las joyas que llevaban puestas libertaban otro día sus feligreses a una madre y su hija. Cuando el rufián Brooks golpeó brutalmente, en el Senado, con el puño de su bastón, al elocuente abolicionista Sumner, los magnates de Nueva York no invitaron a Beecher a protestar con ellos en su reunión solemne; pero Beecher fue a ella; lo vio el público; lo echó sobre la tribuna, abandonada por los magnates medrosos, iy halló en aquel instante de soberbia emoción palabras históricas que todavía flamean, tal como lloran las que dijo cuan- do voló la luz de Lincoln! 142 JosC Mcrli OBRAS ESCOGIDAS T. II 149 clarado por su iglesia exento de culpa, ni entonces, ni luego, aba- tió la cabeza. Cn diario implacable ha estado en vano esigikndole confesión con amenazas dantescas. Beecher, regocijado y rubicundo, era el primero en las juntas políticas, en las reformas, en las cam- pañas de elecciones, en las reuniones de teatro, en los festines. La opinión, agradecida o indiferente, continuó honrando en público a aquel a quien en privado creía culpable. Mas iqué era el entusiasmo de sus compatriotas, el saludarlo por las calles, el llenarle el púlpito de lirios, el recibirlo en triunfo las ciudades, comparado a su gloriosa defensa de la Cnión Ameri. cana en Inglaterra? Los ingleses, menos enemigos de la exlai- itud que de la prosperidad de los Estados Unidos, ayudaban a los con- federados. La Union corria peligro; aquella tinión. mirada enton- ces como la primera prueba feliz de la capacidad del hombre para gobernarse sin tiranos. ;No en balde, con tal causa, halló Beecher ea sus debates de Iliglaterra aquellos arranques portentosos! iPara eso se han hecho los montes, para subir a ellos! Quien ha visto aba- tir toros, ha visto aquella lucha. Hablaba bajo tormentas de silbi- dos. Las deshacía con un chiste inesperado. Su auditorio, compuesto en su mayor parte de muchedumbre sobornada e ignorante, tenía a los pocos momentos húmedos los ojos. iComo le movía, con aiu- siones a sus propias desdichas, las entrañas! &on qué fortuna, de un revbs del discurso, echaba a iierra una interrupción insolente! Era duelo mortal: él, con sus hechos, sus chistes, sus argumentos, SM cóleras, sus lágrimas; ellos, cercando su tribuna, frenéticos, enseñándole los puños, vociferando; imas siempre, al fin, domados! Esgrimía, aporreaba, fulminaba. Era invencible, porque llevaba la patria por coraza. ;Cuán fácil es lo enorme! jcuán poco pesan las tareas grandiosas! Vinieron luego los días del triunfo, cuando él, que defendió a !a l- Inión ev Inglaterra fue llamado a proclamarla en nombre de Dios sobre aquellas mismas murailas de Sumter que por primera vez la vieron abatida. Vinieron los días amargos de la política mezquina, cuando él, que había ayudado a levantar a la nación contra el Sur esclavista, pidió luego en vano, con palabras que cayeron al suelo con las alas rotas, que los vencidos entraran en la Unión con su derecho pleno de hijos. Vinieron luego los días del escán- dalo, cuando a él, el pastor adorado, lo acusó el orador celoso a quien alzó a la fama y casó con una de sus íeligresas, de haber des- lucido la majestad de su vejez con el hurto de la mujer ajerìa. iBien pudo ser, porque el amor de una mujer joven trastorna a los ancia- nos, como si voiviera a llenarles la copa vacía de !a vida! Sentaron al pastor en el banquillo; fue su proceso la befa nacional. Que se habla insinuado en el alma de su oveja; que no había dejado el hombre a la puerta, como debe el pastor cuando va de visita a las casas; que le había bebido la mente con místicos hechizos; que había caído sobre Danae, merced a las vestiduras divinas. El jurado era un teatro; se oyeron cosas que daban vergüenza de vivir; cien mil pesos pedía Tiiton, el orador celoso, por su honra; la esposa del pastor se sentó siempre a su lado, con adorable forta! eza. Protestó Beecher ante Dios, en escena dramática, de su inocencia; ccmplacíase su acusador en darle vueltas por el lodo, como a su presa un perro envenenado. El tribunal ni absolvió ni condenó a Beecher, que, de- Culpable pudo ser; mas su pecado será siempre menor que su gran- deza. Grande ha sido, porque fustigó sin miedo a su pueblo cuando lo creyó malvado o cobarde; y, para extirpar de su país la escla- vitud del hombre, hizo a su lengua himno, a su iglesia cuartei, y a su hijo soldado. Grande ha sido, porque la naturaleza le ungió co; 1 la palabra, y aunque la usó en un oficio que apoca y estrecha, nunca la puso de disfraz de su interés, ni engañó con ella a los hombres, ni le recortk jamás las alas. Grande ha sido, porque. como el cielo se refleja en el mar con sus luminares y tinieblas, su pueblo, que es aún la mejor casa del derecho, se reflejó en él como era. amigo del hombre y ciclópeo. Grande ha sido, porque, creado a los pechos de una secta, no predicó el apartamiento de la especie hu- mana en religiones enemigas, sino el concierto de todo lo creado en el amor y la alegría, el orden de la libertad y la ventura de la muerte. Y cuando salió, de su iglesia para no volver a ella jamás, a ia hora en que el sol de la tarde coloreaba el pórtico en su última luz, iba de la mano de dos niños. La Nación, Buenos Aires, 26 de mayo de 1887 0. c., t. 13, p. 33- 43. OBRAS ESCOGIDAS. T. II 151 MÉXICO EN LOS ESTADOS UNIDOS Sucesos referentes a México Nueva York, 23 de junio de 1887 Señor Director de El Partido Liberal: Estos días han sido mexicanos. Que México tendrá pronto en Washington un palacio digno de él; que el comercio entre México y los Estados Unidos recibirá un súbito empuje con el nuevo tratado de ccrr: os, según el cual pueden enviarse cartas y paquetes a la otra margen del Bravo, por lo mismo porque circulan en los Estados Unidos; que la hija de Juárez, el indio que crece, fue agasajada en la Casa Blanca; que unas fieles amigas peregrinaron a la tumba de Helen Hunt Jackson, la que con tal arte y ternura contó en su novela Ramona las desdichas de los indios de México, cuando la conquista de California; que en un salón, con poca luz, se reunieron para oír a Cutting los delegados de la Liga de Anexión Americana, y hablaron cosas torvas; que es una maravilla la loza tornasolada de los indios de Santa Fe, y pudiera convertírsela en una pingüe industria; que el Ameritan Magazine, buena revista, trae en artículo limpio de iras, sobre la Villa de Guadalupe y sus piedades y leyen- das; que Charles Dudley Warner, el escritor pintoresco y afamado, describe sin bondad en el Harper’s Magazine su viaje por Toluca, Pátzcuaro y Morelia. Veamos todo esto, Desembaracémonos pri- mero de lo desagradable. Asistamos al salón de poca luz. Para conocer a un pueblo se le ha de estudiar en todos sus aspectos y expresiones: ien sus elementos, en sus tendencias, en sus apóstoles, en sus poetas y en sus bandidos! Era de noche, como conviene a estas cosas, cuando en los salones de un buen hotel de New York, se reunieron en junta solemne los directores de la Liga de Anexión Americana y los delegados de todas las ramas de ella, para hacer un recuento de sus fuerzas y mostrar su poder a los misteriosos representantes que los estados anexionistas del Canadá envían a la Liga, a Ia vez que para tri- butar honores al Presidente de Ia Compañía de Ocupación y De- sarrollo del Norte de México, al coronel Cutting. Presidia el coronel W. Gibbons, conocido abogado; canadienses había muchos, a más de los delegados de la Liga, cuyo objeto inmediato es “aprovechar- se de cualquier lucha civil en México, Honduras o Cuba, para obrar con celeridad y congregar su ejército”; ningún cubano, ningún mexicano. pero no había ningún hondureño, “La ocasión puede 14egar pronto”, decía el Presidente; “lo cierto es que puede llegar de un momento a otro”. ;“ Honduras también?” preguntó un neófito. “iOh, sí, vea el mapa de Byrne. Honduras tiene muchas minas,” “iQue no nos tomen en poco”, decía un orador, “que lo que va detrãs de nosoiros, nosotros lo sabemos; con menos empezó Walker hace treinta años!; sólo que tendremos cuidado con no acabar como él.” Nueve años hace quedó establecida la Liga de Anexión, y hoy cuenta, repartidos en los varios estados de la República, y “prontos a acogerse al banderín de marcha” más de diez mil afiliados, “gente buena”, dice uno de los informes, “a la que cuesta esfuerzo reprimir, pero los tiempos no están aún maduros para una agresión aislada e independiente”. Cada delegado de las ramas numerosas de la Liga leyó su informe, y de ellos y de sus conversaciones, resulta que tienen fe en la espalduda canalla que, impaciente de guerra y saqueo, se cría siempre, como las setas venenosas de las mejores maderas, en los pueblos fuertes de muchos habitantes. Su deber es acudir a la primera voz de mando. Les sobran afiliados, dicen, lejos de faltarles. Su organización es la de un ejército de reserva. De todo el Sur y el Este del Canadá habían venido para esta Junta magna delegados especiales, y no de poca monta, pues dos de ellos son diputados en el Parlamento del Dominio. ?Ni cómo pueden tomarse enteramente a la ligera, por lo menos en cuanto hace al Canadá, los trabajos de la Liga, cuando a la vez que celebra una convención especial para afirmar sus relaciones en el país vecino y tratar con sus representantes, piden los diarios demócratas, el Sun y el World, sin escándalo de los demás, que el partido haga dogma de su programa la anexión del Canadá a los Estados Unidos? En New Brunswick no hay un solo ciudadano que quiera ser inglés, dijo uno de los diputados, y todo Manitoba es anexionista, -- iY a México, por qué no?- preguntó al Sun otro diario.- Pues- to que está tan cerca de nosotros y nos es tan necesario como el Dominio? -No debemos querer a México- respondió el Sun,- porque su anexión seria violenta, inmaterial y odiosa, sobre que nos fuera incómoda, porque allí, ni las instituciones, ni la lengua, ni la raza son las nuestras, y no habría modo de llegar a una asimilación fe- cunda; mientras que en el Canadá vienen de ingleses como noso- tros, como nosotros hablan inglés, y como nosotros desea el pais confundirse con nuestra República. Y eso mismo dijeron en la junta los canadienses, que no son conocidos por su nombre, sino por nú- 152 fosé .Uarti OBRAS ESCOGIDAS. T. II 153 meros, para que no les caiga encima por traidores su gobierno na- t iV0. Pero este asunto, con ser tan importante, lo parecii menos a la junta que !a preser? cia del coronel Cutting.-“ Viene, se decían en susurros, a unir las fuerzas de la I, iga de Anexión con las de la Com- pañía de Ocupación y Desarrollo del Norte de México”.--“ Sí, a eso viene, se trabaja mucho. Las dos asociaciones van a celebrar una asamblea”.--“¿ Dóncie?-- En Niágara Fatls”.-“ i Ah! ;en la frontera del Cailadᔓ--‘* ¿De qué se trata, pues, primero, del Canadá o de MRxicoi” Y en medio de esos comentarios, todos al caso y ciertos, iba expli- carido Cuttíng a la junta, que lo oyó con favor, la organización de “. as fueri, as de la Compañía”, después de haber pretendido encen- der el odio con la leve pintura de su prisión en México, que acaso procuró para servir de buen pretexto a la Compañía invasora. Allí dijo lo que debe repetirse y los periódicos todos pubiican:- que los soldados de la Compañía pertenecen a estados diversos, pero son más los del Sur, por irles más de cerca; que ya son quince mil, prontos a una llamada; que el objeto de la Compañía es desposeer a Méxicn de Ios estados del Norte, y en especial de Sonora, Califor- nia, C! li!! uahua y Coahuíla; que “su gente” es probada, toda de aventura, y hecha ya la mano a empresas tales, gente recia y sin miedo. Dijo, en fin, lo que no puede ser, que Nuevo León y Tamau- lipas, semejantes a un hijo que acaba de asesinar aquí a su madre porque ella se empeñaba en hacerlo ir por bien, están dispuestos a acogerse a los Estados Unidos; y dijo la vulgar locura de que, con tal de echar a su gobierno abajo, muchos mexicanos ayudarian a la invasión, a pesar de su odio al Norte.- Va a reunirse una asamblea preparatoria de la genera! en New Orleans. Ya tienen escogido el hotel donde la general va a celebrarse en Niágara Falls. A Cutting, para su persona, nada le falta. Ahora urgiría que todo lo favorab! e a México se propalara y cundiese, para que cuando por una u otra parte alzasen cabeza estos bandidos, no estuviera la opinitn de acá indiferente o inclinada en su pro. sino sintiera que le venía de la conciencia el freno; lo que no puede lograrse sino aprovechando, y con prisa, toda ocasión de inspirar respeto a quienes pueden ser, con su obra, o su bolsa, o su indífe- rencia, hostiles. <No cuentan ahora mismo los historiadores de Lin- coln cómo atizaban año sobre año los espíritus turbulentos de la frontera; ctjmo provccarsn; como intentaron. una y otra vez; cómo al fin trajeron la guerra, entre el Sur y el Norte, de que eran ellos litigo y vanguardia? Las saetas venenosas no son más que saetas, pero matan. Y es bueno conocerlas y prevenirse contra su uso. El que describe a Guadalupe en el Ameritan Magazine, no pone por cierto su leño en esa hoguera. El, Arthur Howard Noll, no es de los que busca en las estatuas los lunares; él no estudia a los vecinos por lo abscluto, como no se les ha de estudiar, sino en re- lacitn con sus antecedentes, que PS como queda el observador pren. dado de ellos. Guadalupe le parece “la población más interesante de los alrededores de la capital”. La Sacristía le recuerda La I/ icarín de Fortuny. Cuenta sin burla las aventuras de Juan Diego; el cre- cer de las rocas en la piedra viva; el miiagro de que, a! llegar a la casa del Obispo, las f! ores hubiesen pintado el retrato de la Virgen- cita en la frazada; cuenta las hazaiias de la de Guadalupe, en su formidable pelea cc. n la de los Remedios; en el día de los muertos, ve, entre las sepulturas cubiertas de flores, la tumba de Santa Anna con una sola corona, la de su esposa; azota “el gran vicio nacional, el juego”, aunque observa que el mexicano no juega tanto por la ganancia como por los lances y la novela de la diversión, y porque se vea que sabe perder como sabe morir. Pero ien cuán distinto espíritu está inspirado lo que Charles Dudley Warner, que aquí campea entre las autoridades literarias, escribe sobre su viaje, superficial y pretencioso, por Toluca, Pátzcua- ro y Morelia! Nadie, en verdad, pudiera atestiguar mejor sobre aque- lla hermosura natllt. al, y evocar con palabras, vivas como colores, los soberbios cambiantes de aquellas puestas; porque él es escritor elegante y personal, que comparte con John l3urroughs el mérito de describir con ternura la naturaleza, y la ama como Thoreau, el so- litario de Concord, mas no con la pasión desmedida de aquel ere- mita desconsolado, sino con gracia de artista francés, y en virtud de una fina y vehemente necesidad de color y hermosura. Hay en sus estilos la misma diferencia que entre sus perso- nas:- Thoreau, enjuto, cenceño, de ojos dolorosos y fijos, de cabe- llo despeinado e hirsuto, raso el labio de arriba, como un lacedemo- nio, la boca comprimida, para que no se le saliese por ella la tris- teza, y la barbilla en barboquejo:- Warner, pulcro en el traje, amigo de gustar, nariz montada, ceja rasgada, ojo adoselado, frente griega, cabello rico, partido a ia mitad; barba apostólica. Conoce su jardín hoja por hoja. Se ha sentado a horcajadas junto al árabe. Ha ido, buscando la gracia, al Levante y el Nilo. Despuks de eso, ve a Morelia, y exclams: “iEs lo más bello que he visto!” Pero no merece escribir para los hombres; porque no sabe amarlos. Ve bien en los detalles; pero ;de qué le sirve, si no ve con ca- ririo? Pinta bien lo que ama, los lagos resplandecientes, los sembra- dos lucidos, los coros de montañas, arrebujadas como las vírgenes en velos vaporosos; mas el mérito no está en eso, pues para eso no hay nada que vencer sino en domar la antipatía, si se la tiene, y pin- tar con lealtad, y como si se le quisiera, aquello que por naturaleza no se ama. No es que todo sea bueno, ni que haya de disimularse lo malo que se ve, porque con cosméticos no se crían las naciones, ni con recrearse contemplando en la frente inmóvil su hermosura; pero todo se ha de tratar con equidad, y junto al mal ver la excusa, y estudiar las cosas en su raiz y significación, no en su mera apa- riencia. iPues si acá fuera a juzgarse el país por la corteza, y no se mirara a sus brutalidades con la piedad y razón que son menes- ter para excusarlas! Los pueblos, Warner, son como los obreros a 154 José .Marfi OBRAS ESCGGICAS. T II 155 - la vuelta del trabajo, por fuera cal y lodo, ipero en el corazón las virtudes respetables! Entiende la naturaleza, pero es escritor estrecho, que no sabe salirse de su raza, como aquel del cuento indio, que porque tenía asido al elefante por una pata, sostenía que todo era pata. Por sobre las razas, que no influyen más que en el carácter, está el es- píritu esencia! humano, que las confunde y unifica: sus emperadores tienen el pensamiento, que son los que ven de alto y en junto, como Emerson, y sus alfereces, que son los que de andar en los asuntos de su compañía todo lo quieren modelar por ella. Como Warner. Entiende la naturaleza, mas en cuanto les ve cambiar de color, ya no entiende a los hombres. ilástima de estilo, porque de veras escribe con cierto calor, precisión y viveza en todas partes desusados! Toluca le parece limpísima ciudad, y preferible en esto a todas las de los Estados Unidos; le recuerdan el Oriente las columnas egip- cias de! mercado, y la capilla con su dombo de azulejos. Admira estático la perfección de los cultivos, no sin enseñar su vulgar preo- cupación. tura.” “No creíamos, dice, hallar en México tan celosa agriculblación, La puesta de sol, vista desde un cerro que domina la po- “es uno de los más bellos espectáculos de! Universo”. El viaje a Morelia le impacienta por lo lento; y el viaje a Toluca le entretuvo reflexionando en lo mucho que robaban antes por allí “estos mexicanos, que al parecer con el favor de la opinión pública variaban la monotonía de sus ocupaciones ordinarias con la del robo en despoblado”; como si en los Estados Unidos no se hubiese ro- bado de la misma manera, cuando vivían sus comarcas en el mismo aislamiento y condición primitiva en que estaban, cuando eso pudo decirse, las de México; como si los enormes fraudes que comete en los Estados Unidos, en lo cabal de su civilización, la gente culta, y de los que México está casi libre, no revelasen una corrupción na- cional más vasta e inexcusable que el bandidaje romanesco, fatal se- cuela de las guerras, en soledades sin vigilancia y sin medios de trabajo; !como si en México, dondequiera que ha aparecido el trabajo, no hubiese desaparecido el robo! Al fin llegó a Morelia, después de ver el lago Cuitzeo, que cree más bello que el de Winnipiscoyee, o el afamado lago George; des- pués de apuntar que los indios de México, viven como cuando Cortés, !como si hubiese cosa más triste, fuera de las escuelas de Hampton y Carlyle, que los indios norteamericanos; como si no los tuviera extenuados la desolación o el vicio; como si Helen Hunt Jackson no apellidase este siglo, po. r el maltrato de los indios, “un siglo de in- famia”; Juárez! icomo si de los indios norteamericanos hubiese surgido un Llega a Morelia, y allí escribe sus páginas con rosas; se siente en su estilo la noche serena y el aire aromado; las flores invisibles danzan en torno del búfalo, y 10 doman; ellas le dejan ver que la ciudad es un árbol de jazmines, que el orden reina en Morelia adora- ble y sencilla, que el colegio es excelente. aunque sobran en su libre- ría pergaminos inútiles y faltan los libros de la vida nueva. Las ílores lo guían; Morelia sale de sus manos como una maga que invita al mundo a reparar las fuerzas en su seno; hay suave tristeza en el éxtasis con que admira cada nuevo espectáculo. Las flores lo llevan, no le enseñan castellano, porque dice que “calzada” quiere decir “sombrío”, pero describe la calzada como bóveda sacra y opu- lenta, y entra en paz el espíritu, sólo de divisar en la pintura las guías de carmelina, asomadas a los muros blancos para ver pasar al Búfalo vencido. Y llega a la Alameda por el noble acueducto que trae a su memoria, con lo que alcanza a ver entre los arcos, los paisájes menos bellos de la campaña romana, donde nada hay que se compare en su poético abandono a aquel paseo, a la vez jardín y bosque, con una que otra choza de labrador en los canteros, cer- cada de claveles, con su follaje espeso y elocuente, con su rumor que acalla los pesares, con la divina quietud del poeta persa. iRepa- ra, el malagradecido, en que los bancos no están bien cuidados! Luego, más vale no leerlo. iPretende juzgar la ciudad, quien no sabe que allí vivió Ocampo! !Quiere dar voto sobre la gente del país, y no pregunta dónde peleó Rayon! !Que son mestizos; que los extranjeros tienen que sobornar a los jueces para obtener justicia; que los amantes se entienden a señas por las ventanas, como si no fuera esto mejor, sin ser loable, que estrujarse en el Parque Central por los rincones; que los novios, como cosa nunca vista y pecado especial de México, se ganan a las criadas para hablar con las no- vias en sus habitaciones; que a un americano le permitieron una vez depositar en una elección el voto de sus trabajadores ausentes; que en las fiestas de la plaza, adornada de carnavales, vio a los “petimetres de la ciudad, de piernas pobres, jovenzuelos sin seso, escoria de una civilización degenerada, sin virilidad y sin propósítc”. ]Este Warner merecería que se le pusiera, como en tiempo del Cid, la mano en la barba! !Couque las piernas fuertes hacen los corazones animosos! !La civilización en México no decae, sino que empieza! ]La han levantado de sobre un cesto de hidras, con brazos que esplenderán en lo futuro como columnas de luz, un puñado de hom- bres gloriosos! !Ha sido la heroica pelea de unos cuantos ungidos contra los millones inertes, y contra privilegios capaces de ampararse de ]a traición! ¿Que civilización heredó México, cuando ya tenla el brío propio necesario para declararse libre? !Esa nación ha nacido de esas piernas pobres y de unos cuantos libros franceses! !Más ha hecho México en subir a donde esta, que los Estados Unidos en mantenerse, decayendo, de donde vinieron! Quede Warner en paz, que fuera hablar más de el, darle la gran lanzada al moro. iPiernas pobres! Davides han hecho más que Goliates; Bolívar pesaba tanto como su espada; Don Migue! Hidalgo llegaría a unas ciento treinta libras; las iernas pobres no arremetieron mal el Cinco de Mayo. iPiernas po Ii res!; precisamente era así el guía que cierto caminante 156 losé ‘Mlvfi llevaba una vez de Acapulco a ,‘\ léxico, el cual camino acabó con una buena suma a la cintura, sin que nadie le robara; era asi el guia poco de carnes y años, sin seso y zancudo; pero como un francés cori pulento, que se agregó a la caravana, diera en punzarlo y hacer burla de él, llegando, porque lo creyó ilojo, a mover mucho el sable y desafiarle el valer, saltó el mozo de su arria con ta! vuelo que pareció a todos gigante, y más que a nadie al francés, que escondió el sable en cuanto le vio al mozo los ojos, tan encendidos que no había modo de hacerle seguir camino hasta que el francés no se bajara de su caballo y aceptase el combate. Al francés no le pareció el mozo ipiernas pobres!- Pero, ;ah, de esos juicios de viajeros, que no se responde al punto y en su propia casa, se hace aquí lenta- mente el juicio nacional, que México no ,ha de querer que le sea en las malas horas enemigo! El Partido Liberal, México, 7 de julio de 1887. 0. c., t. 7, p. 50- 57. LA EXCOMCNI6N DEL PADRE MCGLYNN CURSO DEL CONFLICTO CATOLICO EN LOS ESTADOS UNIDOS.LUCHA INWTIL DE MCGLYNN POR INTRODUCIR EL ESPIRITU Y PRACTICAS DE LA DEMOCRACIA EN LA IGLESIA AMERICANA.- SINTESIS DE LOS ARGUMENTOS, DISCURSOS Y ESCRITOS SOBRE EL CONFLICTO.- ACTITUD DE LA POBLACION CATOLICALOS SECUACES DEL PADRE.- EL DIA DE LA EXCOMUNION.- LA GENTE ACUDE EN PROCESIONES A OIR A MCGLYNN Y LLENA DOS TEATROS.EXTRAORDINARIA ESCENA EN LA ACADEMIA: DE MUSICA.- OVACION SIN EJEMPLO.- ENTRADA DEL PADRE.- INCIDENTES CONMOVEDORES.- SU DOCTRINA.SU ORATORIA.- SU DISCURSO.- “iCONTIGO HASTA LA MUERTE! ’ Nueva York, julio 20 de 1887 Señor Director cie El Partido Liberal: Aquel sacerdote de vida pura ql., 13 estudió la Iglesia con el filial cariño que tienen por ella los irlandeses y los polacos; aquel varón de cuerpo y alma atléticos que en el goce de consolar males ajenos halló modo feliz de no sentir los propios; aquel párroco fuerte que antes que ceder de su derecho de hombre a pensar por sí en los peligros y remedios de la patria, ha consentido en que el Papa fulmine sobre él la excomunión mayor, que resbala sobre su virtud como SO- bre el acero una gota de agua; aquel McCilynn de bravo corazón en quien, a lo que su pueblo se degrada y pudre, vuelve a encarnar- se el soberano espíritu de rebeldía y examen, a que deben los hombres su adelanto, y su oleo y saneamiento las naciones; aquel católico ardiente que ha halla- do natura! mallera de servir con el alma de Hutten y de Zwinglio a !d !ibertad sin que se entibien en él ni en sus feligreses e! culto pintoresco y la fe acliva del dogma,ha sido al fin excomulgado por el Papa. iConque el que sirve a la libertad, no puede servir a ia Iglesia? ;Conque hoy, como hace cuatro siglos, el que se niega a retractar ia verdad que ve, y que la Iglesia acata donde co ptede vencerla, o tiene que ser vil, y negar lo que está vienda, o en pago de haber levantado en una diócesis corrompida un templo sin mancha, es 158 José Mar! i OBRAS ESCOGIDAS T II 159 Las religiones todas son iguales: puestas una sobre otra, no se llevan un codo ni pna punta: se necesita ser un ignorante cabal, como salen tantos de universidades y academias, para no reconocer la identidad del mundo. Las religiones todas han nacido de las mismas raíces, han adorado las mismas imágenes, han prosperado por las mismas virtudes y se han corrompido por los mismos vicios. Las religiones, que en su primer estado son una necesidad de los pueblos débiles, perduran luego como anticipo, en que el hombre se goza, del bienestar final poético que confusa y tenazmente de- sea. Las religiones. en lo que tienen de durable y puro, son formas ¿e la poesía que el hombre presiente; fuera de la vida, son la poesía del mundo venidero: ipor sueños y por alas los mundos se enlazan!: giran los mundos en el espacio unidos, como un coro de doncellas, por estos lazos de alas. Por eso, la religi0n no muere, sino se ensan- cha y acrisola, se engrandece y explica con la verdad de la natura- leza y tiende a su estado definitivo de colosal poesia. Las religiones todas, fuera de aquellas ya aventadas que en anuncio de la final religión poética han establecido la razón, tienen sus milagros, sus arúspices, sus oriculos, sus ídolos, sus Juggernaut que tunden y fulminan, hasta que, negados los fieles a creer que la palabra de Dios sea enemiga del albedrío, condiciones y virilidad que nacen con el hombre, se acercan a Juggernaut con maza en mano, le desci- ñen el manto, le quitan las faldas de forma de flores, le quiebran el vientre esférico, le levantan el capuz funeral, orlado de luminosa pedrería, y en vez de la palabra de DIOS, a que enseguida corren a alzar templo, encuentran un tablón viejo y roído, con los pies y las manos de cartón pintado, como los gigantes de las ferias.- Así, mon- tados en ira por la desvergüenza con que la Iglesia oficial trafica en sus derechos de hombres libres, tratan los católicos de Nueva York, maza en mano, al poder papal que excomulga en mal hora al cura virtuoso. echado al estercolero, sin agua bendita ni suelo sagrado para su cadáver? iConque la Iglesia se vuelve contra los pobres que la sus- tentan y los sacerdotes que estudian sus males, y echa el cielo en la hora de la hiel del lado de los ahitos, y arremete con ellos, como en los tiempos del anatema y IU flor del Papado, contra los que no hallan bien que las cosas del mundo anden de modo que un hombre vulgar acumule sin empleo lo que bastaría a sustentar a cincuenta mil hombres? <Conque la Iglesia no aprende historia, no aprende libertad, no aprende economía política? ;Conque cree que este mun- do de ahora se gobierna a cuchicheos y villanías, dc barragana he- dionda en rey idiota, de veneno en cuchillo, de calabozo en pica, de chisme en intriga, de augurio en excomunión, de corn+ licidad en venta, como en los tiempos de Estes, Sforzas y Gonzagas? iAh, no! El mundo ha crecido. Queda aquella caballerosa condi- ción del alma, por la que el hijo ama la fe paterna como voz que no muere, y cuerpo que no se pudre, de sus padres. Queda aquella primera marca de las aulas, que aturde el espíritu y quema en él la yerba, como quema la marca el cabello en la piel de los brutos: itiene el mundo quien tiene el poder de poner sobre los niños las primeras manos! Queda, en la sordidez perpetua humana, aquel inexhausto y dócil anhelo de los corazones, altos como llanos, flojos como viriles, por un país de piedad y un mar sin ruido donde se vive sin crimen y sin odio, y halle el alma su asiento, que el igno- rante busca sin saberlo, y el que conoce, con el cansancio de cono- cer, espera airado. Queda aquella poesía innata en el alma más exi- gente mientras menos culta, y a cuya actividad involuntaria o torpe dan pueblo alado y regocijo hecho los mitos religiosos, o aquellos símbolos, enriquecidos con lo que la mente levantisca añade o forja, en los que el que mira de prisa cree ver a Dios, cuando lo que está viendo lo es de veras, porque es el hombre. Por eso, porque nacen de la esencia del alma y se fabrican naturalmente de sus elementos, perduran, entre los cultos como los salvajes, las religiones. Pero aquellos emperadores despavoridos que iban envueltos en sayales, desmelenados y descalzos, a tocar en la puerta de hierro del Pon- tífice prepotente, para que les sacase, como un manto de zarzas, la excomunión divina; aquellas hordas de labriegos testudos, sin más vestir que el sayo, supersticiosos y bestiales, calzados de alpargatas; aquel pueblo de ayer, crudo y espantadizo, está tomando asiento de- la? tero, y viendo como limpia el templo humano de víboras y mo- mlas. De vez en cuando es necesario sacudir el mundo, para que lo podrido caiga a tierra. <Que se e’ercita el hombre en vano? <Que no madura, desde Delfos hasta d mérica? al oráculo? CQue, poseyendo razón suya, ha de pedírsela {Que cree como antes en Veliedas, en Pia- atnas, en Mokannas? Ya ha arrancado su velo a los profetas; ya ha visto por dentro el andamio vestido de elefante donde entraba el augur a fingir la palabra divina; ya ha desmontado a Juggernaut terrible, y visto que no era más que una armazón ventruda de madera. Al fin se está librando la batalla. La libertad está frente a la Iglesia. NO combaten la Iglesia sus enemigos, sino sus mejores hijos. {Se puede ser hombre y católico, o para ser católico se ha de tener alma de lacayo? Si el sol no peca con lucir icómo he de pecar yo con pensar? iDónde tienes tú escrita, Arzobispo: Papa. dónde tienes tú escrita la credencial que te da derecho a un alma? ;Ya no vestimos sayo de cutí, ya leemos historia, ya tenemos curas buenos que nos expliquen la verdadera teología, ya sabemos que los obispos no vienen del cielo, ya sabemos por qué medios humanos, Por qué conveniencias de mera administración, por qué ligas culpa- bles con los príncipes, por qué contratos inmundos e indulgencias vergonzosas se ha ido levantando, todo de manos de hombres, todo como simple forma de gobierno, ese edificio impuro del Papado! Como si los hubieran citado a batalla salieron de sus casas los católicos la mañana en que se publicó la excomunión. iNi un santo OBR.\ S ESCOGID. 4S T II 161 descolgi, de la pared ninguna de aquellas devotas, ni un solo dogma suspendió en sus rezos! “Dios mío, cqué ha hecho este padre de los pobres, este enamor, ado de la Iglesia. este cura de almas, para que lo echen de SI: altar esos codiciosos. intrigantes, glotones, lamerricos, que vilen chi- meando como dueñas y aleteando como brujas, en el Arzobispado de mármol? ;Conque el Papa lo ha excomulgado, y mi conciencia no me remuerde, sino que me llena de ardor, y Dios me dice de adentro que vaya a besar la mano al padre; y porque se las soy a mandar con mi hijo, me parecen más lindas las rosas?“- Y los hombre‘;, con las levitas a medio poner, daban con el pufio so- bre los diarios, en los corrillos de las aceras:-“; Como si un italiano que no sabe dbnde está Nueva York, pudiera venir a decirme cómo debe- mos cobrar en Nueza York las contribuciones! Conque el sol no se enoja porque se le diga que tiene manchas, cy el hijo de un país libre, porque lleva la túnica del que murió por sacar a los hombres de pena, no puede decir, cuando ya se tiene el hambre encima, cómo se remedia el hambre?“---“ Di, Smith, ¿te sientes tu excomulgado?“-“ No, Jones, me parece que empiezo a ser católico ahora.“- Así al llegar la noche, cuando se acercó la hora en que Eduardo McGlynn, expulso de la ig! esia aquella mafiana, debía hablar en la reunión del domín- go de la Sociedad contra la Pobreza, miles de católicos, vestidos de fiesta, acudían de todos los barrios de la ciudad y los pueblos ve- cinos- la abuela, la madre, el hombre mayor, los niños y las ni- ñas- ia recibir al excomulgado! No era la hez de las ciudades europeas que viene aquí ya a me- dio podrir, y como torre viva hincha las casas fétidas de los barrios bajos, y horada y hormiguea, como los gusanos en los quesos: era la casa llana, la familia burguesa, el periodista generoso, el pensa- dor desinteresado y grave, los americanos nacidos de Irlanda, el obrero a! emán que canta y lee: era la gente justa, educada racional- mente en el trabajo, que sabiendo en conciencia que en las buenas obras no puede haber mal, da de lado, como a indigna estantigua, al que usa el nombre de Dios para castigar al que obra bien. iOh, la ciencia que se aprende en el libro de todos los días, con la pluma, con las bridas, con el componedor, con el cepillo, con la lezna! La verdad se revela al hombre en el trabajo con tal poder y armonía, que no hay Papa que pueda conmover en las almas de los trabajadores la superior justicia que les ha enseñado el mundo. iPues qué!: ¿ni la libertad había de abatir la Iglesia corrompida? <Los apetitos, habían de vencer otra vez a los derechos? Como un pulpo, braceando en la sombra, se le iba viniendo encima el mal catolicismo a la República. Se le entraba pidiendo vestido de mu- jer, con un huerfanito de la mano, “para los huérfanos”. Les dieron tierras, les fabricaron casas. El centavo irlandés da para todo: para hospitales, para conventos, para asilos, para templos de pie- dra, para palacios de mármol. Al principio, mientras les resbalaba el pie iqué obsequiosos con la libertad! iellos no pedían nada, más que un rincón donde alabar a Dios! iexcelentes las escuelas públicas! ,la Iglesia y ia libertad pueden vivir unidas!: todo era sonrisas, faci- lidades, hacerse a UI! lado para no estorbar el uaso, oír amablemcn- te la opinión ajena. Pero todas las iglesias se juntan, las de la reli- gitin como las de la política: ;los intereses reúnen hasta lo que ha di\, idido la fe!: las autoridades, por instinto, se coligan contra los que padecen de ellas. Así hablaba la Iglesia:- Al político: “Dame cs? a tierra, esta ley, este derecho exclusivo: yo haré que vote por tu candidato mi rebaño.” Al rico: “Las masas se están echando enci- ma: sólo la Iglesia prometiéndoles justicia en el cielo, puede contenerlas: cs necesario hacer frente a las masas.” Al pobre: “La pobreza es divina: ;qué cosa nlás bella que un alma fortificada por la resigna- cibn?: allá en el cielo se encuentra luego el premio y el descanso!“-- Y aquí, donde cada mañana, como se avienta en la era el trigo, se zvienla al sol la vicia pública; donde todo se inquiere y se comenta; donde lo descarnado y ansioso de la existencia habitúa al hombre a la realidad brutal; aquí, entre esta gente sanguínea y musculosa, hecha a la verdad y el puñetazo, eno habían de verse esos comer- cios, esas traiciones, del voto católico a los políticos, esas ventas, esas ligas de los ricos de todas las sectas, esa osadia de hablar de la pobreza de Jesús y vivir de faisán con vino de oro en pompa de palacio, deslizando la púrpura suave entre altas damas, que gusten tie los clérigos blandílocuos? Así, cuando cayeron sobre el piadoso sacerdote que con la discreción de la sabiduría busca remedio en las leyes para evitar la revuelta sangrien? a de los desesperados, se alz5 contra estas excrecencias de Jesús el pueblo que lo ama, y a la excomunión de la Iglesia, que castiga al buen cura por servir al hombre, ha respondido el pueblo de Jesús excomulgado a la Iglesia. IEsa es nuestra Iglesia, ese cura pálido! Si: hervían aquellas calles. en torno a la Academia de Música. Había como un silencio en aquel ruido. iDónde, aquel miedo viejo por la excomunión? ilos rayos se prostituyen y se cznsan! Se leía en las caras decisión y prisa. Ni un harapo en el gentío, todo de ropa buena. Mucha mano ancha, cabello blanco, paso de pelear. i. Quíén dice que se ha extinguido la poesía? iPor cada gusano. nacen dos rosas! Donde luce un espíritu sincero, los hombres SC congre- gan y siguen el camino, como detrás del manso la majada. Aún ha- bía sol, y ya estaba lleno el teatro. Arriendan otro en frente iy ya está lleno! Las calles mismas parecían iglesias, y la gente llegaba, I! egaba. (Quién que entró en el teatro aauella noche, a la media luz que precede a la plena de la fiesta, olvidará aquella escena que parecía una apoteosis: ni un asiento sin dueño, hileras y pasillos apiñados, ya caídos a las manos los sombreros, y cierto alre de amor y de bra: ura a aue IOS mismos que por su mal han visto tierras no ha- llaban nada comperable? iColor y o! or tienen las almas! Aquella era una batalla de paz. iuna victoria! Caballos blancos y espadones fieros cruzaban por aquel aire acerado. Según, con la cercania de Ia hora, avivaban la luz, se iban viendo aquellos rostros férvidos, que 162 /osc; .\ farri OBRAS ESCOGIDAS T. II 163 con esfuerzo reprimían el grito, aquellos hombres asidos de la baranda de los palcos, como jinete que enfrena a su corcel, aquellas mu- jeres animosas a quienes venía el asiento estrecho, aquellos stan- dartes de seda blanca y oro que adornaban el escenario, con frase de McGlynn, con el retrato de McGlynn, con este lema: “La tierra es de la nación” con este otro: “; Con él hasta la muerte!” A cada instante aquel vigor crecía ;Cuándo vendría el padre, para darle el alma? Se oía ya uno u otro grito, como aquellos ede- canes veloces que al empezar la revista recorren la parada. Preocu- pados, no aplaudieron la luz. Por donde el entusiasmo se mostró primero fue por el aplauso, vivo y amoroso con que e! teatro sa1ud. ó la entrada de las jóvenes del coro, vestidas de blanco: isólo el dolor de ver a nuestras mujeres indiferentes a las noblezas de espíritu, iguala al gozo, casi perfecto, de verlas padecer y conmoverse a nues- tro lado! Empieza la sesión. El coro canta, canta con voces tímidas de nido, voces vírgenes. Preside, entre hurras. lln hombre que cabe en un grano de anis, todo giboso y muengo, pero que, por venir a esta cruzada de los pobres, perdió su puesto de lucro sin pensar. ,Decir el rumor, el estremecimiento, la ola, cuando se puso en pie el coro en la escena, mirando a la puerta por donde venía el padre McGlynn? iNi rey ni Papa nunca, ni orador ni guerrero, oyeron es- truendo de almas semejante! Era la libertad, que se vengaba de haber estado comprimida. Pretexto o nombre no importan: iEra la libertad, atacada de nuevo y viva siempre! Dos niños le iban sem- brando el camino de rosas. El andaba de prisa. iTodo el mundo de pie, mujeres y hombres! Ondeaba la voz, tal como el mar. iCuánta niña le lleva ramos de flores! Una mujer, vestida de negro, cruza la escena, se arrodilla a sus pies, y le besa la mano. No se nota que lo aplauden: iya no se puede aplaudir más! Llorar sí: casi todos lloran, También llora él, caído sobre su sillón, una mano a los ojos, otra sobre el muslo, como los hebreos cuando ju- raban. Lo rodean sus amigos, en aquella agonía del placer. iSigue ondeando la voz, tal como el mar! La mesa del orador es un monte de flores. Y para que las almas bajen sin dolor de aquella altura, el Presidente hace cantar al coro. “iPor Dios, dice el Presidente, que Eduardo McGll- nn es un cura bien excomulgado!” Habló, habló después de otra tempestad de vítores, en que las mujeres, de pie en los asientos, agitaban sus pañuelos, y sombreros los hombres, y los niños banderas, y una anciana, vecina ya de la suprema luz, le tendía los dos brazos. De veras que aauel discurso irregular, impetuoso, desgarrador, violento, era una jiesta de la razón, no menos grande que aquel que se pronunció en la ruta de Worms, bajo el tilo de Moera. Abrió como majestad, castigó como justicia, padeció como azotado, chismeó, denunció, acabó sereno. El es agigantado, membrudo, de rostro napoleónico, aunque amansado por la clerecía. Va enseñando el candor y el acometimiento. En- gañarlo será más fácil que domarlo. El discurso lo arrastra cuando habla, sin lo cual figuraría, por la elegancia y el poder de su lenguaje, entre los primeros oradores. No es lírica su oratoria, ni la tiene aún libre de los lugares comu- nes de la Iglesia: es como una fortaleza, tan bien trabada y segu- ra, cuando la verba no le arrebata el pensamiento, que no es fácil hallar la juntura de las piedras. Comenzó su discurso lento y grave, con palabras que involuntariamente recordaban los martillazos con que clavó Lutero su tesis en la puerta de la iglesia de Wittenberg. “Católico como soy, católico por aquello mismo por que es roja mi sangre, yo os digo, católicos, que debéis obedecer siempre a vuestra conciencia, puesto que Dios no nos la pudo poner en las almas para que fuese desobedecida: antes que la misma ley revela- da está la ley natural de la conciencia. La teología moral católica enseña que el que sigue a su conciencia, aun cuando sea errando, obedece la voluntaú de Dios. A la sombra del Vaticano he aprendido que si el que se sienta en el Vaticano manda a un hombre hablar u obrar contra su conciencia, manda contra el espíritu de Dios. Sé- quense nuestros miembros uno a uno antes que abjurar, mándelo quien lo mande, lo que nos dice nuestra razón o ven los -ojos. Cuan- to pretende hablar en nombre de Dios ha de traer de la razón sus credenciales. Contra la razón no puede haber verdad.” Por quererla divorciar de la razón; por envilecerla en tratos tem- porales; por apetecer beneficios que no sientan a la túnica sagra- da; por vender a trueque de poder o ganancia mortal la libertad y conciencia de los fieles a príncipes y gobiernos enemigos; por ata- car neciamente lo que la naturaleza enseña con su invencible pon- tificado; por deslucir la esencia amorosa de la cristiandad con los incontables abusos, errores, estulticias, crímenes, del gobierno eclesiástico romano,-- está la Iglesia sin crédito ni casa honrada, y no hay sátrapas más grotescos y escarnecidos que los curas en los pueblos católicos. “iOh, me han libertado, me han libertado!“- A esto le respondían hurras frenéticas: Henry George, el autor de la teoría sobre la,; contribuciones, por cuya defensa excomulga el Papa a McGlynn, saltó sobre sus pies y guiaba el arrebato. Pero la pena del cura excomtilgado, de cura veintisiete años, se enroscaba a las alas del discurso. Los hombres eran fuertes, ipero también la losa! Pintó con ingenua ternura la Iglesia del Nazareno; mas lue- go,- crecido de pronto con el decoro humano hollado en su perso- na,- como quien salta al cuello de un rufián, como quien lo sacude y lo acogota, denunció la politica aleve, la intriga sutil,, el gobierno fraudulento, las complicidades inicuas, la ambición tenebrosa, la na- turaleza meramente humana del Pontificado. Ya era el aniquilado sacerdote que en el dolor de la agonía clava las uñas en la mano implacable que lo echa del cielo; ya el ciuda- dano que halla acento altivo para declarar la dignidad de su con- ciencia; ya el teólogo honrado, recordando a su pueblo que miente quien le diga, en lo callado de la confesión o en lo solemne del altar, o conminándolo ccn la e. xcomunión, que peca contra Dios y la fe católica el que opina y da voto conforme a su propio juicio en ias cosas de] gobierno de la tierra. ;Aprenda su fe el católico decoroso que no quiera ser burlado por los falsos ministros! es ser exlaiw? CQue !a :e es una librea? CQue ser católico pre los cQue no Te sabe en qué tratos mundanos estsn siern- palacios de los obispos? KO hav cuadro más mísero que ei de esos ciego; que andan por el mu; do de rodillas, cogidos de Ia fimbria de una sotana como los brahmanes que se asen, para morir en la gracia, de la cola de] buey sagrado. Aquel cra discl: rso sin cdartel. De 10 alto de toda su estatura echaba el guante. “; Enseñadle a Roma 10s dientes, si queréis obte- ner *de ella justicia! <Qué saben de nuestros asuntos de gobierno civil esos italianos <iue condenan e! libro de George, sin leerlo, por- que alarma a los ricos, con quienes viven confabulados, que eXco- mulgan a un sacerdote desde Roma porque aboga por un cambio en el sistema de cobrar los tributos en los Estados Unidos? EQué, les pondremos nuestra patria a los pies? iSed católicos, pero hasta el instante en que para serlo tengáis que ser traidores a la patria! Ved lo que hace el Papa con !os catóIicos de Irlanda, los más leales acaso del mundc: ivenderlos, a cambio de influjo político, al go- bierno protestante de Inglaterra! Ved lo que hace el Papa con los católicos alemanes que lo defendieron como Ieones en el Parlamen- to: iabandonarlos, censurarlos, venderlos, a cambio de apoyo para el poder temporal, al gobierno protestante de Alemania!” Y decía sin respeto el nombre de León XIII, y apayasaba los dulcísimos apellidos de monseñores y eminencias; y provocaba sobre ellos sil- bidos, gruñidos, befas, toda especie de escarnecimiento, del audito- rio que lo seguia subyugado. Luego, como quien desahoga el corazón, bajó a la historia de su conflicto con el Arzobispo; de su insistencia en mantener aparte el Estado y el templo; de su santo pecado, hace cuatro años, cuando habló fuera del púlpito en pro de la tierra de sus padres, de Irlan- aa; de la envidia con que los curas de la ciudad miraban su ipIe- sia, adornada de nuevo, siempre con fieles y rosas, siempre abiepta; de la inmoral servidumbre, del atentado político desde el confesiona- rio y el altar, el abuso de almas que, corno condición del beneficio, exige al Arzobispo a los párrocos de su diócesis; del mentidero de la sobremesa arzobispal. Mármol de anatomía eran aquellos párra- fos. A pedazos saIían de ellos vicarios y obispos. “iPero cómo los he de pintar, si así son, si de esos chismes viven, si por esas lentejas venden perpetuamente a Jesús, si odian la libertad sagrada al hombre, si me han robado mis niños y mis viejos, que yo asiiaba con vuestra ayuda en la casa limpia que les compramos juntos al amar; si son hombres secos, fosilizados, comi- dos de gusanos?” Y se le retorcía en los labios el discurso. Habiaba así por no 110~ rar: sin rienda o tasa hablada. Quien ha visto condenados a muerte, OBRAS ESCOGIDAS. T II 163 sabe que Do~ o antes de morir, como moria él para su Iglesia, les viene esa ‘volubilidad inagotable y dolorosa: la yida, como solda- do5 sin esucranZas que asaltan una fortaleza, se les agolpa al ce- rebro: ]as ‘pa] abras, a medio aca’lar, !es salen a borbotones: es una luz de incendio. Cuando acaba de desnudar a algún bribtn, de en- (; eñar bien una de esas cabezas de marfil de las sacristías, de Ila- mar “bufón viejo” al cura indigno que le acusa de querer tomar es- posa, a* cuando &] no quiere más esposa que ]a Iglesia”, sacudía ha- cia adelante ]a cabeza con gestOS enérgicos, como clavando c? n !a barba en su adversario 10 que acababa de decir; tal cual e! mdlo que mira satisfecho, pegados a los ijares del caballo los !aloncs desnudos altivo y sonriente, cuin bien va a la puntería su lanza. pero el discurso en estos airanques de disimulada pena se le torcía y salía de madre; y volvía sobre un cargo o argumento una y otra vez, como e] juglar que en pleno circo, perdidas las fuerzas, siente crecer sobre sus hcmbros el globo de hierro con que juega, y IO echa sin cesar de un hombro a otro, para entretener el exceso de dolor con ]a novedad de la postura. "; Excomu] gado! iNo, tiene terrores, para el que conoce a Dios, eI abuso que hacen de el los que lo desflguran! cQuIenes me exco- mulgan? iesos que P asaban las horas en el silencie, viperino de las antesalas ,grmurarrdo porque YO había dejado acercar a la reja de comuiión una pobre trabajadora cargada con un fardo? tesos, que me prohiben hablar en Pro de George, cuya teoría de cotitribu- ciones juzgo buena, y mandan a todos los párrocos de ,la diócesis que hablen cOn Ia casulla puesta, contra George, y rehusan la co- munión a ios que ]e dan su voto? <ESOS, que NOS niegan a IOS párrocos el derecho de expresar opinión política que no sea la que nos manden que expresemos, csando ellos viven hundidos hasta la tirilla en mapejOS políticos, cuando el Arzobispo es el aliado público de la menos respetable de las asociaciones politicas de Nueva York, cuando a mf mismo me ha enviado el Arzobispo a Washington a pedir un empleo para uno de sus favorecidos, cuando están rnovien- do desde hace cinco años cielo y tierra porque les reciba el Gobierno un nuncio en Washington, un nuncio que ate en tratos y convenlos ]a !glesia que debe ser libre, en pago de cuyo atentado contra la cblica en América le tienen Iglesia ’ la K” i dt hacerlo arzobispo’” empeñada palabra a un obispo alema ’ ;parecfa, entre aquellos pesesperados ataques, que llovían sobre ia escena máscaraS y huesos! ;pero cómo no había de volver al cura afligido la paz de, la Palabra, aquella continua ovación, aquellos aplausos que parecian jUramentoS y caricias, aquellas fieras protestas de fidelidad que como saeta cruzaban el teatro? Con el puño levantado acentuaba ías palabras ~~~ hombres, corno para acercarse más a él, se habian puesto eh pie. Las mujeres, ansiosas y erguidas, ondeaban sus pa- Gue] os con aque] nlismo gesto con que enjugó la Verónica el sudor de Crikto, Del cura expulso fue poco a poco emergiendo el hombre; 166 José Marti OBRAS ESCOGIDAS. T. II 167 r la palabra, conforme entraba en las ideas mayores, adquiría aque- la heroica sencillez que levanta de súbito al que escucha, como si viera nacer torres del suelo, o a tajo señorial escalar el aire al águila. “( Sabéis por qué me han excomulgado? Porque yo quiero que la Iglesia se gobierne en bien de los pobres, y no contra ellos en bien exclusivo de la Iglesia; porque no me siento a las mesas de tráfico donde se ríe en secreto de la fe que en los altares se promulga; porque amo mi fe, pero no tanto que, por obedecer a los que la fal- sean, desobedezca yo el mandato augusto que trae a la vida el ciu- dadano de una república; porque no quiero consentir, ni por mi patria ni por mi religión, en que so pretexto de religión, roa una curia codiciosa las libertades de mi patria. ¿Os dicen que yo trabajo contra la Iglesia? iSi: en la única parroquia amada y popular de Nueva York he trabajado veintisiete años, a vuestra cabecera y entre vuestros hijos, para que no engañen a mi pueblo; para que no prospere por métodos corruptores una jerarquía eclesiástica egoísta; para que el clero viva en aquella nobleza y santidad de los siglos en que la Iglesia pobre admiró y sedujo al mundo; para que no hagan el catolicismo abominable por su odio a la libertad y su avaricia; para que no levanten la cólera de la nación hurtando del Tesoro, acumu- lado por el óbolo de todas las sectas, sumas enormes destinadas a pagar las instituciones superfluas y las escuelas ciegas de una secta sola; para que no nos quiebren desde el nacer el carácter con un sistema de serviles escuelas de parroquia, donde clérigos igno- rantes y abyectos, en vez de alas pondrán al niño vendas; para que no nos minen, como nos quieren minar, nuestro amplio y glorioso sistema de enseñanza pública, donde el hebreo aprende sin odio al lado del cristiano!” “esabéis por qué me han excomulgado? iPorque he visto que la distribución injusta de la riqueza, que la Iglesia debiera corregir en vez de aprovechar, tiene ya amontonada mucha cólera en el pecho de los hombres; porque creo que, en el riesgo de este encuen- tro bárbaro, peca contra Dios el que, en vez de evitar la obra de muerte con una distribución más justa, la atrae con su descaro y la provoca; porque creo honradamente que el sistema de cobrar los tri- butos todos sobre la tierra acercará las fortunas, pondrá en circu- lación un gran cauda¡ de riqueza estancada, criará a los hombres sin ira ni miseria, en hogar propio, y evitará el levantamiento más hon- do y temible que haya visto el mundo; porque el Papa me ha man- dado que peque contra mi conciencia, que jure el nombre de Dios en vano, que niegue lo que creo; y porque, aunque me quemen vivo, no lo niego!” eSe ha visto al huracán arrebatar, arremolinar, lanzar al cielo, desmenuzar las olas? Pues asf, en un vítor que todavía no cesa, que repitió la calle, que la nación repite, rompieron a esta declara- ción aquellas almas. “iY si os amenazan,“- decía sobre el aplauso la voz tonante,-“ si os amenazan con rehusaros los sacramentos por- que os negáis a abjurar la verdad en que honradamente creeis, ne- gaos a recibir los sacramentos!“-“ Tú nos guías!” “iContigo hasta la muerte!” “iTú eres nuestro Papa.” Lo abrazaban de lejos; las madres ponían en alto a sus hijos, para que aplaudiesen: hacian los hom- bres con los brazos, al ir saliendo McCilynn del escenario, el movimiento de quien saluda con ramos de palmas.- De esta manera, se- guido de ciudades, comienza su campaña el que, si no alcanza a purificar la Iglesia Católica, o a conciliarla con la República, habrá sido al menos unode los salvadores de la libertad. El Partido Liberal, México, 12 de agosto de 1887. La Nacidn, Buenos Aires, 4 de septiembre de 1887, publicado bajo el título “El conflicto religioso en los Estados Unidos”. 0. C., t. 11, p. 241- 252. EL Ií; DE OCTUBRE DISCURSO EN CONMEMORACION DEL 10 DE OCTUBRE Varios cubanos han creído oportuno conmemorar este año el 10 de Octubre, y lo avisan cariñosamente a sus hermanos de Nueva York para honrarlo como se debe, todos juntos. Todos llevamos en los corazones aquella esperanza que no muere jamás. Sordos a los halagos que la patria ofrece, aun en su desdicha, preferimos la angustia y la pobreza a una vida donde padece martirio el honor. Aquella santa bandera de antes, es nuestra bandera de ahora. En esos días no hay diferencias: no hay más recuerdos que los que honran; y debe ser vano el esfuerzo de nuestros adversarios cons- tantes, de los enemigos que tiene siempre todo acto entusiasta, para suponer intrigas políticas, intervenciones extrañas y pasiones cul- pables de grupo, a la gente honrada que no piensa más que en jun- tar los espíritus buenos en un día que es, para los cubanos, reli- gioso. De la emigración de Nueva York ha nacido espontáneamente, sin sugestiones de personas ni de partidos, de afuera ni de adentro, sin más ayuda que la propia, el deseo de celebrar este año el día de la patria, porque el instinto popular, que no necesita de consejeros ni de guias, presiente acaso que pueden volver días de mayores debe- res; porque alguna vez se han de juntar, para ir levantando el cora- zcin, los que sufren en la tierra extraña por una causa común, y tie- nen las mismas penas y los mismos héroes. Este 10 de Octubre es un arranque de nuestro sentimiento, y cuando más, una expresión de prudente esperanza. mandan que no sea más. Los tiempos El respeto a la solemnidad del día lo manda tambibn. ¿A qué cubano, sabiendo que los cubanos van a reu- nirse el 10 de Octubre para recordar, con sus mujeres y sus hijos, a los que murieron por mejora r la suerte de la patria. no le dirá el co- razón: “alii debo estar yo”? Parece como que el que ia! te, faltará a su deber. Para este acto solemnr, digno de nuestra esperanza y de nuestro dolor, se invita a los cubanos de Nr? e\, a York a asistir a Masonic Temple, Ca! le 23 esquina a la Sexta A\. enida, el 10 de oc? ubre. 118871 0. c., t. 1. p. 199- 200 Señoras y señores: Más me embarazan que me ayudan estos aplausos cariñosos, porque en vez de estimulos que la enardezcan, tiene mi alma, sacu- dida en este instante como por viento de tormenta, necesidad de reducir su emoción a la estrechez de la palabra humana. Esta fecha, este religioso entusiasmo, la presencia-- porque yo siento en este instante sobre todos nosotros la presencia de los que en un día como este abandonaron el bienestar para obedecer al honor- de los que cayeron sobre la tierra dando luz, como caen siempre los héroes, exige de los labio- 3 del hombre palabras tales que cuando no se puede hablar con ~‘ ayos de sol, con los transportes de la victoria, con el júbilo santo de los ejércitos de la libertad, el único lenguaje digno de ella es ei silencio. este instante. “iDemajagua!“, No sé que haya palabras dignas de garia!“, decía otro: decía uno de nuestros oradores: “ipleiasí es como debemos conmemorar aquella vir- tud, con los acen? os de la plegaria! Los misterios más puros del alma se cumplieron en aauella mañana de la Demajagua, cuando los ricos, desembarazándose de su fortuna, salieron a pelear, sin odio a na- die, por el decoro, que vale más que el! a: cuando los dueños de hombres, al ir naciendo el día, dijeron a sus esclavos: “iYa sois li- bres!” eNo sentís, como estoy yo sintiendo, el frío de aquella subli- me madrugada?... iPara ellos, para ellos todos esos vitores que os arranca este recuerde glorioso! ,Gracias en nombre de ellos, cuba- nas que no os avergonzáis de ser fieles a los que murieron por voso- ?ras: gracias en nombre de ellos, que no os cansjlis de ser honrados! epor qué estamos aquí? <Qué nos alienta, a más de nuestra gra- titud, para reunirnos a conmemorar a nuestros padres? cQu6 pasa en nuestras huestes, que el dolor las aumenta y se robustecen con los años? iSerá que, equivocando los deseos con la realidad, desco- nociendo por la fuerza de la ilusión o de nuestra propia virtud las leyes de naturaleza que alejan al hombre de la muerte y el sacri- ficio, queramos infundir con este acto nuestro, con este impetu, con este anuncio, esperanzas que son culpas cuando pueden costar la vida al que ias concibe, y el que las pregona no puede realizarlas? <Será que sometiendo como vulgares ambiciosos el amor patrio al OBRAS ESCOGIDAS. T. II 171 170 JosP Mali interés personal o la pasión de partido, estemos tramando con saña enfermiza el modo de echar inoportunamente sobre nuestra tierra una barcada de héroes inútiles, impotentes acaso para acelerar la agregación inevitable de las fuerzas patrias, aun cuando llevasen, con la gloria de su intrepidez, el conocimiento politice y la cordial gran- deza que han de sustentarla? No: ni la debilidad nos trae aquí, ni la temeridad . <No nos afligimos, no nos buscamos unos a otros no nos adivinamos en los ojos un llanto de sangre, no andarno; con la mano impaciente, con el dolor de la carne herida en nuestra carne, en cuanto sabemos de alguna nueva tristeza de la patria, de algún peligro de los que allá viven, de alguna ofensa a los que allá nos desconocen, de] sacrificio estéril de algún valiente infortunado? ~NO nos regocijamos noblemente cuando se espera de nuestros mis- mos dominadores una concesión de justicia, un bien parcial, que aunque lastime nuestras aspiraciones grandiosas, aunque retarde nuestro ideal absoluto y nuestra vuelta al país, le prometa sin em- bargo una calma relativa- de que no queremos gozar nosotros? ¿No nos agitamos, no perdemos el interés en nuestro quehacer usual, no sentimos, cuando sabemos que hemos de reunirnos para estos actos nobles, como más claridad, como más ternura, como más dicha como más elocuencia, como una verdadera resurrección en nuestra; casas? IPues por eso estamos aquí: porque la prudencia .puede re- frenar, pero el fuego no sabe morir; porque el amor a nuestro país se nos fortalece con los desengaños, y es superior a todos ellos; porque el pesar de vernos ofendidos por los que no saben imitar nuestra virtud, es menos poderoso que este impulso de los que mori- mos en silencio fuera del suelo natal, para prolongar siquiera la vida recordándolo; porque tal vez divisamos el peligro, y nos aparejamos a ser dignos de él! Ese impulso nos arrastra; nos pone en pie, como sí viviéramos aún, devuelve a nuestros labios la palabra, cansada ya de torneos pueriles: <qué somos nosotros más que lo que nos decía esta noche un anciano respetable, qué somos nosotros más que “mártires vi- vos”? Vivimos entre sombras, y la patria que nos martiriza, nos sostiene. Con las manos tendidas, con la señal de] cuchillo en la gar- ganta, con los vestidos sirviendo de últimos manteles a los ladrones, comida hasta la rodilla-. ,hasta la rodilla no más!- de gusanos, la imagen de la patria siempre está junto a nosotros, sentada a nuestra mesa de trabajar, a nuestra mesa de comer, a nuestra almohada. Desecharla es en vano; ni iquién quiere desecharla? Sus ojos, como los ojos de un muerto querido, nos siguen por todas partes, nos animan cuando estamos honrándola con nuestros actos, nos detienen cuando nos sentimos tentados a alguna villania, nos hielan cuando pensamos en abandonarla . iCierra los ojos y parece que se cierra la vida! Queremos ir por donde nos manda el interés, y no podemos ir sino por donde nos manda la patria. Cuando el so] brilla para todos, menos para nosotros; cuando la nieve alegra a todos, menos a nosotros: cuando para todos, menos para nosotros, tiene la natura- leza cambios y fragancias,- un aire sutil viene por sobre el mar, cargado de gemidos, a hablarnos de dolores que todavía no han lo- grado consuelo, de vivos que desaparecen en el misterio, de derechos mutilados, más tristes de ver que los mismos hombres muertos. El alma no duerme, ni sabe del día: ásperos, y como soldados sin armas, salen de la mente, llenos de vergüenza, los pensamientos. eQué im- porta el so]? (qué importa la nieve? <qué importa la vida? La patria nos persigue, con las manos suplicantes; su dolor interrumpe el tra- bajo, enfria la sonrisa, prohibe el beso de amor, como si no se tu- viese derecho a él lejos de la patria: una mortal tristeza y un es- tado de cólera constante turban las mismas sagradas relaclones de familia: ini los hijos dan todo su aroma! Aturdidos, confusos, impotentes, los que viven lejos de la patria sólo tienen las fuerzas necesarias para servirla. Así vivimos: ;quién de nosotros no sabe cómo vivimos?: jallá, no queremos ir!: cruel como es esta vida, aquella es más cruel. iNos trajo aquí la guerra, y aquí nos mantiene el aborrecimiento a la tiranía, tan arraigado en nosotros, tan esencial a nuestra naturaleza, que no podríamos arrancárnoslo sino con la carne viva! ¿A qué hemos de ir allá, cuando no es posible vivir con decoro, ni parece aún llegada la hora de volver a morír? ePues no acabáis de otr esta noche una voz elocuente que nos sacaba, recordando aquella vergüenza, las llamas a la cara? A qué iríamos a Cuba? ¿A oir chasquear el látigo en espaldas de hombre, en espaldas cubanas, y no volar, aunque no haya más armas que ramas de árboles, a clavar en un tronco, para ejemplo, la mano que nos castiga? ¿Ver ej con- sorcio repugnante de los hijos de los héroes, de los héroes mesmos, empequeñecidos en la pereza, y los viciosos importados que ostentan, ante los que debieran vivir de espaldas a ellos, su prosperidad in- munda? {Saludar, pedir, sonreír, dar nuestra mano, ver, a la caterva que florece sobre nuestra angustia, como las mariposas negras y amarillas que nacen del estiércol de los caminos? <Ver un burocrata insolente que pasea su lujo, su carruaje, su dama, ante el pen- sador augusto que va a pie a su lado, sin tener de seguro donde buscar en su propia tierra el pan para su casa? iVer en el bochor- no a los ilustres, en el desamparo a los honrados, en complicidades vergonzosas al talento, en compatiía impura a las mujeres, sin los frutos de su suelo al campesino, que tiene que ceder al soldado que mañana lo ha de perseguir, hasta el cultivo de sus propias canas? <Ver a un pueblo entero, a nuestro pueblo, en quien el juicio llega hov a donde llegó ayer el valor, deshonrarse con la cobardía o el disimulo? Puñal es poco para decir lo que eso duele. ]Ir, a tanta ver- güenza! Otros pueden: inosotros no podemos! Pero no estamos aquí para censurar a nuestros hermanos en desdicha, a nuestros hermanos mayores en desdicha, porque el valor que necesitan para soportarla es más que et que para esquivarla demostramos nosotros: no estamos aquí para suponer en ellos, con necia arrogancia, la falta de virtudes que sean nuestro patrimonio OBRAS ESCOGIDAS. T. II 173 lxclusivo: ;vo las he visto brotar bajo aquella opresión con tanto :: río, ccn mas brío a veces, que rl que cabe ya en nuestras almas ‘atigadas! Astros apagados ya para .ibsrrad que consume los astros, nosotros, en el fuego de la todavía son para ellos soies: el .mor a la patria, que es en nosotros inquebrantable juramento y nclancóiica constancia, es en ellos asomo de aurora y épico frenesí: ,por cada uno que cae en vileza, hay dos que se avergüenzan de el! Si ci reposo. que es también necesario en la historia, favorece cl de- :Yarrollo del juicio, no maldigamos del reposo,- que cesari por :obre cuantos lo eslerben cuando tenga fuerzas para cesar.-- porque Ia sa! ástroie innecesaria de nuestra guerra demuestra que el valor es :stéril,- el mismo Lalor loco a cuyo recuerdo hierve la sangre y se :iibuja en la sombra un caballo ensillado que nos convida,- cuando i; raGn, que es o! ra forma de valor, no lo preside. cQuién cuenta :! esde aqui las alma> que allá acarician, con el fervor creciente por ia ofensa diaria, los entre nosotros pueden mismos deseos de que sólo los presuntuosos suponerse Unicos depositarios? ¿QuiPn no oye Io que se dicen aquellos pufios cerrados, aquellos labios mordidos, ilquellas mejillas encendidas iQuién no se enorgullece, como si fue- ran suyas propias, de las virtudes, de la inteligencia singular, de los i: ábitos de trabajo, de la facilidad magnífica para todo lo bello y difici! de que nuestra patria da prueba pasmosa, surgiendo de aque- :la llaga que se la come, como de los mismos cerdos muertos surgen con el azul mas puro, florones de luz? iTodos, todos son nues- ;ros hermanos, nuestra carne, nuestra sangre, lo mismo los que pien- san con más tibieza que nosotros que los que han pensado con ine- Ticaz temeridad! Precipitar tcuándo fue salvar? Ni <qué valdrl, más -jue lo que valen las alas de un colibri en una tormenta, que los de flojo corazón levanten las manos pálidas al cielo el día en que, recobrada la salud, decrete el país que no se contenta con dietas de !? onor? iLas aves indecisas, para protegerse mejor, se agregarán ;i la bandada! <Qué es ponerse, a murmurar unos de otros, a sece- iarse, a odiarse, a disputarse un triunfo que sería efímero si no fuera unánime, de todos, para todos, porque unos han vivido acá y los otros allá? iCómo los que han padecido menos osan afectar desdén, que si fuera real sería fratricida e impolítico, hacia los que !; an padecido más, hacía los que acaso les han permitido, con su sqilencioso sacrificio, con la prudencia con que usan de su poder moral, ixtentar ios remedios parciales que en vano recomiendan, sin los abstkuios que con amor menos <irtuoso a la patria hubiéramos po- riido en todo instante oponerles, pero que guardamos celosamente ;! ara su hora, no por agasajo a nadie, no por temor de nadie, sino For aquel prudente amor al país, por aquel supremo arnor al país, 2nte el que se deponen todas las [JaSiOneS? Vacilen estos, retriiganse aquellos, condénennos otros: todos nos juntaremos, del lado de la honra, en la hora de la vindicación y de la muerte. Lo que se ha de preguntar no es si piensan como nosotros, porque co;; 110 nosotros piensan todos. aun cuando, como quien quiere soio- car el aire, quieran sofocar el pensamiento; porque nosotros, como los persas que se refugiaron a ado: ar el fuego, que era el simbolo de la patria sometida por el moro, a las cumbres solitarias adonde no hallaba camino cl opresor, ;con el fuego sagrado nos refugiamos, orgullosos de nuestra soledad, en las cumbres de nuestras concien- cias! ;Nosotros somos el deseo escondido, la gloria que no se pone, el fin inevitable! Lo que se ha de preguntar no es si piensan como nOsOiroc,; ;sino Si sirven a la patria con aquel filial gus! o, con aque- iia sabia indulgencia, con aquel dominio de las antipatías señoriales, con aquel acatamiento del derecho del hombre ineducado a errar, con aquel estudio de los componentes del país y el modo de allegarlos en vez de dividirlos con aquel supremo sentido de justicia que puede únicamente equil’ibrar en lo futuro tenebroso el resultado natural de las injusticias supremas, con aquel ingenuo afecto a los humil- des que encadena las voluntades incultas en vez de agriarlas y lle- varlas de la mano al enemigo, con aquel respeto a la patria que prohibe agitarla inoportunamente en provecho de la vanidad o el interks, con aquel incendio del alma anie la injustica que muchos aventureros del pensamiento fingen con semejanza y arte tales que llegan a ser caricaturas acabadas de la gloría! Lo que se ha de preguntar no es si piensan como nosotros; sino si, divisando lo porvenir con ia mirada segura que es dote esencial de los que poni- nan manos en las cosas del Estado, dirigen sus actos de modo que, en vez de levantar sin propósito y dirigir sin cordialidad pasiones que no se podrán apagar luego sino con la acción, prevean y dispongan esta, se conformen a la política real de la Isla, y contri- buyan a la conservación y reforma de sus fuerzas y al fortaleci- miento y pujanza de los caracteres. Lo que se ha de preguntar no es si piensan como nosotros; sino si comprendiendo a tiempo el ca- rácter fogoso y enérgico que el padecimiento bajo la tiranía, el destierro en países de república y su natural apasionado de la li- bertad han creado en el cubano, disponen la patria para acomodaria a él, en vez de amenguarla con planes de mando exclusivos, o con soberbias de grupo alucinado, o COI 1 esperanzas cobardes de ayudas cstrañas,- peligrosas e imposibles. Lo que se ha de preguntar no es si piensan como nosotros; isino si familiarizados con la grande- za, como han de estar los que pretenden influir en tiempos que la requieren, en vez del odio raquítico a lo iníeríor en orden social, a lo que no comulga en ei propio templo, a lo que ha nacido en la propia tierra, demuestran la determinación conocida de obrar sin odio, el día en que nos reconozca la historia nuestra autoridad sobre la casa que recibimos de la naturaleza! Con ese cuidado escrupuloso vivimos; todos esos problemas co- nocemos; nos ocupamos firmemente, no en llevar a nuestra tierra invasiones ciegas, ni capitanías militares, ni arrogancias de partido vencedor, sino en amasar la levadura de república que hará falta mañana, que tal vez hará falta muy pronto, a un país cuya inde- uendencia parece ilimediata, pero que está compuesto de elementos 174 Jose Marti OBRAS ESCOGIDAS. T. II 175 tan varios, tan suspicaces, de amalgama tan difícil, que los choques que ya se vislumbran, y que han ayudado acaso a acelerar aquellos cuya única labor real era impedirlos, sólo pueden evitarse con el exquisito tacto politice que viene de la majestad de! desinterés y de la soberania de! amor. iY pasamos ta! vez por agitadores per- niciosos, los que, sujetando los impulsos menos dóciles, sólo queremos tener limpio el camino por donde al fin ha de buscar su sal- vación la patria! Se amenaza con nosotros a Cuba;se acusa de complicidades con nosotros a un partido cubano que ni aun por sus personas más inquietas solicitó ni aceptó nunca el menor roce con lo que creemos inevitable, aunque el pensarlo sólo agobie, la guerra que parece ser por desdicha el único medio de rescatar a la patria de la persecución y el hambre;- se llega a suponer, con ligereza que devolvemos sin respuesta, que los que aquí meditamos con res- peto de hijos el modo de ahorrar a nuestro país conmociones esté- riles, de subordinar a su mandato nuestros más gloriosos ímpetus, de alimentar en el silencio las virtudes que han de serle útiles, de dar tiempo a que se robustezca su carácter para la lucha que acaso sea precisa, de confundir en concordia todos sus elementos, de no enajenarnos ninguno de los factores imprescindibles, de disponer cuanto en la hora suprema pueda abreviar el sacudimiento, acelerar el triunfo, y fundar la patria libre,- jno somos más que una turba irreflexiva, tocada de monomanía sangrienta! Esta no es hora de decir cómo no han sido inútiles para la emigración cubana veinte años de experiencia, de manifestación y roce francos, de choque de ambiciones y noblezas, de prueba y quilate de los caracteres, de lucha entre la pasión desconsiderada y el juicio que desea someterla al desinterés de la virtud. No es hora de decir, cuando se conmemoran hazañas a cuyo lado palidece el simple cum- plimiento de! deber, cómo en la oscuridad, grata al verdadero patrio- tismo, se procura con sagrada pureza librar de estorbos, no para todos visibles, el porvenir de! pais, y en vez de trabajar sin fe y desconcertados en pro de una fórmula postiza, condenada de antemano, por la fuerza de 10 rea!, a corta duración, se atiende, con el ojdo puesto al suelo, que no ha cesado todavía de hervir, al espíritu VIVO de la patria; a la recomposición de sus elementos históricos, más temibles mientras más desatendidos, y más reales, en su descanso natura! e inacción aparente, que las sombras que sólo tienen apa- rato de cuerpo palpable porque se amparan de ellos y les sirven de transitoria vestidura; a la preparación de la guerra posible,- puesto que mientras sea la guerra un peligro, será siempre un deber preparar! a,- de manera que en el seno de ella vayan las semillas, ide no muy fácil siembra! que después de ella han de dar fruto. Agitar, lo pueden todos: recordar glorias, es fácil y bello: poner el pecho al deber inglorioso, ya es algo más difici!: prever es el deber de los verdaderos estadistas: dejar de prever es un delito público: y un delito mayor no obrar, por incapacidad o por miedo, en acuerdo con lo que se prevé. No es hora de decir que puesto que la guerra es, por lo menos, probable en Cuba, serán politices incapaces todos los que no hayan pensado en el modo de evitar los maies que pueden venir de ella. iPero todas las horas son buenas para declarar que aqui los corazones no son urnas de devastación, prontas al menor empuje a volcarse sin miramiento sobre el país, sino aras vallente- mente defendidas, donde se guardan sus Clltimas esperanzas de ma- nera que !as pasiones interesadas no las pongan en manos del ene- migo, ni la traición disimulada las defraude! <Guerra? Pues si hubiese querido tenerla siempre encendida, icuándo ha faltado una montaña inexpugnable ni un brazo impacien- te? Refrenar es lo que nos cuesta trabajo, no empujar: lo que nos cuesta trabajo es convencer a los hombres decididos de que la ma- yor prueba de valor es contenerlo: pues iqué cosa más fácil que la gloria a los que han nacido para ella, ni qué deseo más impetuo- so que el de la libertad en los que ya han conocido, en el brio del combate y en la vela de armas, que es digna de sus heraldos natura- les, e! sacrificio y la muerte? Las manos nos duelen de sujetar aquí el valor inoportuno. Si no lleva la emigración la guerra a Cuba, acaso será porque cree que no debe aún llevarla; acaso será porque hay en su seno mucho hombre sensato, que prefiere dar tiempo a que los hechos históricos culminen por sí en toda su fuerza natura!, a precipitarlos por satisfacer impaciencias culpables, a comprome- terles con una acción prematura, con una acción que, habiendo de conmover, de trastornar, de ensangrentar el país, debe esperar para ejercerse a que, por todo lo visible y de indudable manera, no sólo necesite el país la conmoción, sino que la desee, por el extremo de su desdicha y lo irrevocable de su desengaño. iAquí no somos jueces, sino servidores! CQuién dice que aquí queremos llevar a nuestra patria en mala hora una guerra que tuviese más probabilidades de ser vencida que de vencer en corto plazo? iAfin cuando la tuvié- ramos en nuestras manos, aun cuando sólo aguardase la seña! de partir, para el viaje santo y ligero, corazón a corazón iríamos !! amando, afrontándolo todo en la angustiosa súplica, para que no dre- sen rienda al valor impaciente hasta que ya no hubiera modo de salvar sin esa desventura a la patria! Acá, en esta tiniebla, precedido de sangre en nuestra historia como en la naturaleza, ya nos parece divisar el día; ya, confundien- do con el miedo el recogimiento semejante a la duda que precede a las sacudidas nacionales, irrita un desdén insolente la última paciencia de! país, avergonzado de su credulidad; ya, con el favor inicuo de gobiernos que traicionan a su patria usurpando una autoridad que no osan ejercer con honra, se preparan nuestros dominadores a provocar la Isla a una guerra incompleta y prematura, a azuzar aca- so a los inquietos y los ciegos de nuestro propio bando, para segar al país la flor nueva que ha echado en medio de los vicios, para pasear la hoz a cercén, antes de que vibre en los brazos la indigna- ción madura, sobre el pueblo culpable de haber sabido perdonar a 176 losé Morti sus déspotas, creer en su honor, confiar en que con la generosidad heroica los obligaria a la justicia: ya parece menos lejano el instante doloroso, como todo nacimiento, en que se realicen al fin las espe- ranzas que enfrena la cordura, pero que no deben morir jamás, porque con ellas morirían la verdad y la grandeza. Mas, si esperásemos en vano; si la zozobra en que vivimos, o el ardor del deseo, nos anubla- sen el conocimiento; si otra solución política fuera superior a la nues- tra; si por la virtud de otros esfuerzos lograse nuestra patria, con- tra todo lo probable, una calma relativa; si tanto como por cualquier otro esfuerzo, se lograra sin gloria, por nuestro po lr or el de nuestra actitud sin plácemes y er secreto e imperante, por el látigo invi- sible que aquí todos tenemos en las manos,- lógrese en buena hora, aunque de esta fillima herida que le falta para ya morir, cese nues- tro corazón de latir con la esperanza que lo alienta. iLo que importa no es que nosotros triunfemos, sino que nuestra patria sea feiiz! Pues ipara qué se es hombre honrado, para qué se es hijo de un pueblo, sino para tener gozo en padecer por él, y en sacrificarle hasta las mismas pasiones grandiosas que nos inspira? Pero si, como anuncian los tiempos, fracasa el empefio de obtener de España para los cubanos la suma de derechos que pudiese hacer llevadera la vida a un pueblo visiblemente dispuesto a volver a arrostrarla por su libertad; si con invenciones satánicas o ardides felices arrastra al país a una guerra, que no nos hallará despreveni- dos, aquella parte perniciosa del elemento español que lo perturba; si la ira heroica o la palabra imprudente contribuyesen de parte nuestra a acelerar la lucha armada por que suspira, procurando escoger la hora y lugar de la batalla, nuestro astuto enemigo, iaquí habremos mantenido, sin avergonzarnos de ella, sin aba- tirla, sin ondearla como mercancia temible, sin asustar con ella a los políticos flojos e imprevisores, la bandera que nos adorna hoy nuestros muros porque mientras no pueda conducirnos a la vic- toria, mejor está plegada! ;Aqui, en el trato abierto y en el estudio de nuestras pasiones, hemos robustecido, mientras nos acusaban y tenían en poco, los hábitos que harán mañana imposible el esta- blecimiento en Cuba de una República incompleta, parcial en sus propósitos o métodcs, encogida o injusta en su espíritu! !Aquí hemos aprendido a conocer y a resistir los obstáculos con que pudiera tropezar la patria nueva: el interés del hombre de guerra, la pasión dei hombre de raza, la soberbia de los letrados, la desvergüenza del intrigante político! iAquí en el conflicto diario con el pueblo de espíritu hostil donde nos retiene, por única causa. la cercanía a nuestro país, hemos amontonado, y son tantas que ya llegan al cíe- lo, las razones que harían odiosa c infecunda la sumisión a un pue- blo Aspero que necesita de nuestro suelo y desdeña a sus habitantes! ;Aquí hemos aprendido a amar aquella patria sincera donde podrán vivir en paz los mismos derechos que sus hijos R ue nos oprimen, si aprenden a respetar los ayan sabido conquistarse; donde podrán vivir en amor los esclavos azotadgs, y los que los azotamos! OBRAS ESCOGIDAS. T. II 177 iOh, no!: no es visión de la fantasía esa patria venidera donde, con la fuerza gloriosa de las islas, que parecen hechas para recoger del ambiente el genio y la luz, prosperara, sin ayudas extrañas que lo consuman, el hombre en quien la libertad ha infundido a la vez la virtud de morir por ella y la inteligencia necesaria para ejercitar- la: el hombre que r, eUne a la industria con que los pueblos se edifi- can, el brio que salva a la libertad de los que para explotarla o des- viarla suelen saltar, con la agilidad del ambicioso, a su cabeza: el hombre cubano. ¿Aniquilado el cubano? CDesmayado el cubano? <In- digno el cubano de que, por esperar la ocasión de servirlo, desdene- mas, con tenacidad misteriosa, el bienestar seguro y los más gratos honores? ¿Quién nos impele, quién nos aconseja, quién nos conduce, que besamos con amor la mano que nos arrastra por la vía oscura Y terrible, iTodo, oh patria, porque cuando la muerte haya puesto in a esta fatiga de amarte con honor, puedas tú decir, aunque no te oiga nadie: “fuiste mi hijo!” iNo hay más gloria verdadera que la de servirte sin interés, y morir sin manchas! <Indigno el cubano? iAntes debemos, con todas las fuerzas de la admiración y todo el cariño del alma, saludar a los que surgen radiantes de aquella po- dredumbre, como las frutas más lúcidas y jugosas brotan de la tierra fecundada por el pestilente abono, y echar por sobre el mar, con las alas tendidas, un entrañable abrazo hacia los que en aquel aire enlutado insisten en la virtud, nutren el valor, enriquecen la ciencia, practican la literatura viril, improvisan con nunca vista rapidez las cualidades de los pueblos en sazón, y guardan la casa santa del con- tacto impuro! Como la libertad es la sombra de la tiranía, como las virtudes florecen sobre 105 cadáveres de los que las poseyeron, como la juventud orea los pueblos cansados, allí donde el sol brilla, donde las palmeras visitadas del rayo ya retoñan, donde cruzan centelleando por el aire las almas de los héroes, donde en el silen- cio de los caminos hay aún bastante sombra para el honor, jse le- vanta con nuevo poder, con el poder de la indignación contenida, aquel pueblo que han dado por muerto los que, aunque vivan en su seno, lo desconocen u olvidan, los que no cambian todas las glorias y bienes del mundo por el placer inefable de oíri palpitar! A los que confían en tener aún por mucho tiempo sujeto a un régimen aue es el oprobio de los que lo mantienen, aquel pueblo nuestro que sin más conspiración que la de su desdicha, ya se lleva la mano a !a frente, ya se pone en pie, ya recuerda de qué lado se cargan las armas, decidles ío que vi yo en los fríos de New York hace siete años:- Era un anciano. En su alma inmaculada no cabía el odio, no era hombre de libros: ilos libros suelen estorbar para ia gloria verdadera! Cuando despertó nuestro Oriente, dejó sois, para ir a pelear, la mujer de su cariño, y la rica hacienda que levantó con sus propias manos. La guerra lo había curtido: había estado los diez años en la guerra. Después de aquella paz, lo prendieron con sus tres hijos. Huyó con ellos de su prisión en España. No le esperaba la pobreza en el extranjero. Se hablaba entonces de sujetar, con un 178 JOSé Martí renacimiento de la guerra mal apagada, las aspiraciones temibles y activas que se disponían a sustituirias. Y aquel anciano de setenta y tres añps, que ya había peleado por su patria diez, vino a decirme: “Quiero Irme a la guerra con mis tres hijos.” La vida seca las lá- grimas; pero aquella vez me corrieron sin miedo de los ojos. eQué tiene la historia antigua de más bello?- Y decidles lo que vi ayer:-- Es un niño, recién llegado de Cuba. Lleva en la frente pen- sativa la tristeza de quien vive entre esclavos, la determinación de quien decide dejar de serlo. iLa tiranía no corrompe, sino prepara! iQué cólera, la de un pueblo forzado a acorralar su alma! Trae en los ojos la cólera de su pueblo. El sabe de dónde viene la injuria, cómo no se espera remedio pacífico, cómo el país está dejando ya caer los brazos, para levantarlos! IHabla poco, Se pone a cada ins- tante en pie. “Iré, iré de los primeros”, dice. Y espera impaciente, como un potro enfrenado. Dícen leza, que 9 ue es bello vivir, que es grande y consoladora la naturaos días, henchidos de trabajos dichosos, pueden levantarse al cielo como cantos dignos de él, que la noche es algo más que una procesión de fantasmas que piden justicia, de mejillas que chispean en la oscuridad, de hombres avergonzados y pálidos. No- sotros no sabemos si es bella la vida. Nosotros no sabemos si el sueco es tranquilo. iNosotros sólo sabemos sacarnos de un solo vuel- co el corazón del pecho inútil, y ponerlo a que lo guie, a que lo afli- ja, a que lo muerda, a que lo desconozca la patria! ¿Con qu5. pala- bras, que no seati nuestras propias entrañas, podremos ofrecer otra vez a la patria afligida nuestro amor, y decir adiós, adióslhasta mafia- na, a las sombras ilustres que pueblan el aire que está ungiendo esta noche nuestras cabezas? iCon velar por la patria sin violentar sus destinos con nuestras pasiones: ron preparar la libertad de modo que sea digna de ella! Pronunciado en Masonic Temple, Nueva York, e! IO de octubre de 1887. 0. C., t. 4, p. 215- 226. A JUAN RUZ Sr. Juan Ruz. Nueva York, octubre 20 de 1887 Mi distinguido compatriota: No debo ocultar a ;, decimiento su franca dy. que rec ver por ella el concep -arta de lro. de este mes, y que después de constancia y mérito de to que le merece mi amor a mi patria, y la fio. De ese desinterés1 Suyo, me sería difícil tratarlo como a extra- conocimiento de nucstr y decisión; de ese sensato y desapasionado ir armados todos los (Os problemas y de la realidad del país, deben por amigos de V. que que aspiren a distinguirse en su servicio. Sé vería con dolor que po lo son míos, lo que V. vale en la guerra; y camino de malograrse r impaciencia o error de cálculo se pusiera en Hace ya unos días hombre tan útil. aunque en el mismo i q ue recibí su carta, leída más de una vez, y respondo ahora, demor. nstante hubiera podido responderle lo que le con 10 que observase F e de propósito mi contestación, para reforzarla ‘n consecuencia de la reunión que acá se tuvo el 10 de Octubre, y cí gar, y ha llegado, a ? n lo que en estos mismos días había de Ile- las distintas comarcasmi n” tfIi3t sobre la disposición dominante en con cordura conocer. de nuestro país cuya actitud ha procurado V. La reunión del 10 ibi con especial estimación y agra- patria desde el destier de Octubre, para los que servimos a nuestra tendencia de la mayol’ro, SÓiO eS importante porque revela ia actual valientes mal *‘ ía aconsej de esta emigración, cansada ya de servir a paz a lo que parece ( ados o a ambiciosos culpables, pero no inca- movimiento digno POI+ ie entender v ayudar en la hora oportuna un . J mismos a quienes lani su a! y^--- IcaIlce de la adhesión y respeto de 10s Las noticias de la :a al destierro o la muerte. nosotros de un interé‘ Isla, cada día de mayor gravedad, ‘si son Para ciarlas mal, o de agig’ ’ extremo; porque de desconocerlas, o de apre- a las que espera una D antarlas con ta ilusión, podrían perderse vidas gloria durable, debilitarse o quebrarse los ele- OBRAS ESCOGIDAS. T. II 181 menios que fatalmente colaboran en nuestra obra, y alejarse, quién cabe hasta cuándo, lo mismo que se anhela. Con aquellos hombres hosti! es de natura! eza que por falta de conocimiento poliiico o de verdadera virtud patribtica comprometen con la violencia inútil de su !enguaje y el apara? o imprudente de sus actos el éxito de una gran lucha cuyos medios y fines parecen es- capar de sus alcances,- no podria yo habiar en razGn ccmo hablo con Vd., que sabe dirigir sus acciones con ei entendimiento.- Ni es Vd. tampoco, por fortuna, como aquellos ruines caracteres que se com- placen en suponer mtiviles mezquinos, cuando no traiciones y cobar- días, a la ;: irtud que odian porque no pueden alzarse hasta el juicio sereno y desinteresado con que se ha de servir al país,-- 0 porque !a virtud, respetando a los hombres en vez de ¿egradarlos, confía más en la fuerza de ia razón que en la costumbre que los adu! ado- res populares tienen de ír enseñando sus personas y buscando pro- cé! itos en chismes y corrillos.- Vd. es un hombre entero, comprende la gravedad tremenda de nuestros actos y palabras, y sabe que los sucesos ‘históricos no pueden prepararse ni llevarse a cabo sin un cuidado exquisito, calculando con la mayor precisión posible el ins- tante, los resultados y los elementos. Los héroes mismos, cuando llegan a su hora, mueren abandonados, si no maldecidos, por los misrnos que los recibirían luego con honor y los acompafiarían en su triunfo. Vd. tiene razón. El esperar, que es en política, cuando no se la debilita por la exageración, el mayor de los talentos, nos ha dado la razón a los que parecía que no la teníamos. El gobierno español ha demostrado su incapacidad para gobernar a Cuba conforme a nuestra cultura y necesidades, y aun para aliviarla. Todos los que esperaron en él, o se fingieron ue esperaban, desesperan. Los auto- nomistas, sin dirección fija ni 9 e, intentan, con angustia verdadera, sus últimos esfuerzos. Los cubanos no encuentran trabajo, y ven cerca el hambre. Ya el campo está inquieto. Las ofensas constan- tes de los españoles, y algunas provocaciones nuestras, aumentan sin cesar ese descontento propicio a la revolución. La prudencia misma de los revolucionarios afuera, forzada en unos y meditada en otros, ha contribuido a la fuerza de la situación, porque no re- sulta esta violenta ni precipitada, sino natura! y fatal, y surgida, por causas !ibres e irremediables, de la propia Isla. Todo tiende a agra- var ese estado, en vez de disminuirlo. Están, pues, allegándose to- dos los elementos de Ia guerra; peroiestán ya allegados? ---< ha perdido ya la Isl a sus últimas esperanzas, como !as habrá perdido pronto? -- cse han confesado definitivamente vencidos los autonomistas, como después de la campaña de este ar? o habrán de confesarse ven- cidos, por sus actos si no por sus palabras? -tlos revolucionarios que hoy les obedecen, y esperan por ellos, y no obrarán hoy sin ellos, est, lln ya dispuestos a prescindir de ellos, como prescindirán mañana? -cpuede compararse. para el 6xito de la primera tentativa revo- lucionaria el estado- muy inquieto, sí, aunque incompleto y con muchos elementos en contra- qlle ofrece hoy el país, con el que dentro de poco tiempo oirecerá, a menos que contra todo lo proba- ble no cambie radicalmente España de espíritu y de métodos, cuan- do las voluntades que ya se buscan se hayan juntado,cuando los autoncmistas vuelvan de las Cortes desconocidos y ofendidos,- cuan- do las cóleras crecientes culminen con la desesperación y las pro- testas que seguirán a la pérdida de las últimas esperanzas de hoy y a los desmanes con que procurará el Gobierno refrenarlas,- cuan- do, en vez de una aspiración vaga y de esfuerzos aislados mal dirigidos, vea el país en la revolución, por una serie de actos nues- tros que revelen plan prudente y verdadera grandeza, una solución seria, preparada sin precipitación para su hora, compuesta como un partido político digno de los tiempos en que ha de influir y de los medios terribles de que ha de valerse? -~ 10s auxilios que lieve hoy a la revolución un jefe afamado que desembarque en una comarca no bastante decidida, cerca de otra comarca todavía hostil, serán comparables siquiera a la ayuda de que le prive, ocasionando la persecución prematura y el trastor- no de elementos que dejados a sí mismos habrán de unirse natural- mente para la guerra? -: no está demostrado ya que un jefe puro y notable puede de- sembarcar en Oriente mismo, aun después de un año de guerra, sin que se decidan a unírsele sus más íntimos amigos y compañeros? --< no es verdad que de esa manera el único modo de impedir la revolución es llevarla antes del tiempo, interrumpiendo el desarro- 110 espontaneo de sus elernentos, y que caería sobre nosotros los impacientes la culpa gravísima de haberla malogrado? -- Y sobre todo (está acaso tan lejos ese desarrollo a que el instinto politice aconseja esperar, para que nos sea permitido arries- garlo todo por no esperarlo? Entonces, amigo mío, no llamarán a los héroes “aventureros”, sino “redentores”; entonces, sin las últimas esperanzas que ahora juegan, se les habr2. n de unir, y se les unirán de prisa, los que hoy tienen aún, a pesar de estar ya casi decididos, pretextos para no decidirse por entero: entonces, con una sabia conducta desde afue- ra, se habrán desviado obstáculos y aportado elementos que hoy se nos oponen por falta de preparación adecuada, por lo aislado y personal de nuestras anteriores intentonas, por lo pueril y mal con- ducida de nuestra política en el extranjero, por nc verse de allá en la emigración un cuerpo junto con propósitos respetables en vez de temibles, por ia dificultad de que un pueblo amedrentadc- que no está al habla ni va unido- se determine a pelear mientras le auede una probabiliaad de decoro sin la guerra. Todo eso quería yo que se hiciera, y por mi parte he hecho. desde hace cuatro años, preparando la hora que hace dos estuvo para llegar, y alejamos con nuestros errores,--- la hora que está 182 losé Marlí OBRAS ESCOGIDAS. T. II 183 acercándose, pero que no parece llamarnos todavía. Creo que tene- mos tiempo. Creo que precisamente el país necesita para decidirse, para convertir en inquietud unán; me la que es ya inquietud mani- fiesta, para reconocer que ya no hay por la paz esperanza ni asi- dero,- el mismo tiempo que nosotros necesitamos para dar a la revolución desde aquí tal carácter y entereza, por los actos públi- cos y los trabajos y acuerdos privados, que los elementos impuros que hay en su seno, y los que de la nueva época se le allegarían, no dificultasen su triunfo y empequeñecieran y torciesen sus fi- nes.- Asf Cuba admiraría en nosotros a los hombres a la vez valerosos y sagaces que supieron refrenar su heroísmo hasta que la desdicha del país fue mayor que la que nosotros hemos de llevarle para remediarla. .Si yo pudiese ver a V. en New York, y hablar con Vd. en detalle de iodas estas cosas, tan meditadas por mí, que tengo que escri- birle precipitadamente. r Me llena de miedo pensar que pueda V. exponer hoy sin fruto un noble valor, republicano y una valiosa experiencia que de aquí a poco tiempo han de ser tan precisos. De nada quiero convencer a Vd. ni disuadirlo; pero icómo no he de decirle lo que palpo, lo que sé de la Isla y lo que pienso? Hablando con Vd., yo le apuntaria dificultades que, llevado de su generosi- dad, no ha previsto,- tanto de orden político como personal, y en las que puede ser mortal el error: yo compararía, con la serenidad en estas cosas neccsarias,no los peligros, que estos un hombre como Vd. no los cuenta,- sino las probabilidades de éxito de su plan con los obstáculos y desventajas y con el riesgo en que po- dría poner el alzamiento inmediato y definitivo de la Isla, en que los antecedentes de Vd., su pericia militar y su espíritu del bien público’pueden subir tanto de valor con las cualidades de pruden- cia y alta política que en su situación presente tiene V. ocasión de revelar. Para mí es claro que servimos mejor a la patria y que hasta un buen soldado impaciente de gloría se serviría mejor a sí mismo, contribuyendo a crear, y a permitir que naturalmente se cree, la situación necesaria para sus fines, que lanzándose- fiado a la bue- na estrellaa precipitarla cuando aún no está dispuesta a la ac- ción, y cuando un sacudimiento prematuro pudiera impedir que se produjesen las circunstancias, recursos y elementos indispensa- bles para fa lucha.- Para mí es claro que no se debe intentar hoy, sin los tamaños suficientes y antes de la hora natural, lo que pre- cisamente por el hecho de no intentarlo hoy, podremos intentar próxi- mamente con más autoridad, con los tamaños necesarios, y favorecidos por la hora, que aunque nos es menos hostil, no nos es aún bastante amiga.- Y cuando todo se viene hacia nosotros, <por qué hemos de alejar, con qué derecho hemos de alejar, nuestro triunfo por falta de oportunidad y sabiduría? iSi yo pudiese ver a Vd. aqtií, y hablarle sobre todo lo que a ese fin, ajustandó sus heroicos deseos a los de nuestra tierra, se podría hacer, se puede hacer, es urgente ya hacer, si hemos de servirla de un modo digno de ella! Hacer posible ia lucha próxima sale más, amigo mio, que comprometerla. Yo presiento que llegan los días grandes, y no hago por mí más que vigilar y estremecerme. Mostrémonos dignos de la responsabilidad temible que pesa sobre nosotros. Que no se diga que por el interés vanidoso de la gloría, CJ por cualquier otro interés, contribuimos a afligir a nuestra patria, en el instante mismo en que íbamos a tener ocasión de salvarla. Prepárese, pero no para hoy; porque no tiene el derecho de exponer- se a perecer sin fruto uno de los que con más justicia está llamado mañana a guiar. Dígame si, después de conocer estas ideas, desea que le hable de la forma práctica que ya van teniendo, y para la que no hay día perdido. Y digame si no quiere, como yo, refrenar el amor a la gloria para que en la hora propicia sea mayor su fuer- zas--- Es necesario elevarse a la altura de los tiempos, y contar con PIlOS. Deseando vivamente recibir respuesta suya, y que ella fuese su propia persona, queda estimándole y sirviéndole su compatriota afmo. JOSE MART. 1 120 Front St. 0. C., t. i, p. 200- 204. Cotejada con el manuscrito original. OBRAS ESCOGIDAS. T. II 185 A SERAFfN BELLO’ casa 446 West 57 Street, morada del Sr. Enrique. Trujillo, que ha tenido la bondad de ofrecerla para este objeto. Soy de Gd. afmo, servidor y compatriota, JOSE MARTI 0. C., 1. 1, p. 207- 208. Cotejada con el manuscrito original. New York, noviembre 9 de 1887 Sr. Serafín Bello New York Mi estimado compatriota: En estos días en que todo parece obligar a !os cubanos a pensar detenidamente en la mejor manera de ejercer un influjo activo en los asun? os de la patria, he recibido, a la vez que otras insinuacio- nes y noticias de importancia verdadera, una patriótica carta del Sr. Juan Ruz, en que se sirve pedirme opinión sobre el modo prác- tico de poner en acción nuestras esperanzas de ver a Cuba libre y redimida. Después de esta carta llegó a New York el Sr. Ruz, que renueva con honrosa modestia, su deseo de conocer nuestras opi- niones. ’ Yo no creo que en aquello que a todos interesa, y es propiedad de todos, deba intentar prevalecer, ni en lo privado siquiera, ia opinión de un solo hombre. He creído, pues, deber aconsejar al Sr. Ruz que oiga en reunión, donde todas las ideas se cambien y completen, lo que piensen sobre estos asuntos aquellos cubanos residentes en New York que se han distinguido por su constante amor a la indepen- dencia de su país, y son aquí, aunque sin fórmulas de elección, como sus representantes naturales. Ud. es sin duda uno de ellos, y en ese carácter y para ese fin, le ruego que asista en la noche del viernes ! 1, a las ocho, a la l Marti cursó esta misma invitación a otros cubanos resider. tes en ‘Nueva York, entre ellos a Juan .4rnao y a J. Castillo. 1 Ver de José M. Pérez Cabrera, Marti y el proyecto RUZ, La Habana, Academia de Historia de Cuba, 1955. OBRAS ESCOGIDAS. T. ll 187 UN DRAMA TERRIBLE LA GUERRA SOCIAL EN CHICAGO.- ANARQUIA Y REPRESION.- EL CONFLICTO Y SUS HOMBRESESCENAS EXTRAORDINARIAS.- EL CHOQUE.- EL PROCESO.- EL CADALSO.- LOS FUNERALES Nueva York, noviembre 13 de 1887 Señor Director de La Nación: Ni el miedo a las justicias sociales, ni la simpatía ciega por los que las intentan, debe guiar a los pueblos en sus crisis, ni al que las narra. Solo sirve dignamente a la libertad el que, a riesgo de ser tomado por su enemigo, la preserva sin temblar de los que la comprometen con sus errores. No merece el dictado de defensor de la libertad quien excusa sus vicios y crímenes por el temor mu- jeril de parecer tibio en su defensa. Ni merecen perdón los que, incapaces de domar el odio y la antipatía que el crimen inspira, juzgan los delitos sociales sin conocer y pesar las causas históricas de que nacieron, ni los impulsos de generosidad que los producen. En procesión solemne, cubiertos los feretros de flores y los ros- tros de sus sectarios de luto, acaban de ser llevados a la tumba los cuatro anarquistas que sentenció Chicago a la horca, y ei que por no morir en ella hizo estallar en su propio cuerpo una bomba de dinamita que llevaba oculta en los rizos espesos de su cabello de joven, su selvoso cabello castaño. Acusados de autores o cómplices de la muerte espantable de uno de los policías que intimó la dispersión del concurso reunido para protestar contra la muerte de seis obreros, a manos de la po- licía, en el ataque a la única fábrica que trabajaba a pesar de la huelga: acusados de haber compuesto y ayudado a lanzar, cuando no lanzado, la bomba def tamaño de una naranja que tendió por tierra las filas delanteras de los policías, dejó a uno muerto, causó despu& la muerte a seis más y abrió en otros cincuenta heridas gra- ves, el juez, conforme al veredicto del jurado, condenó a uno de los reos a quince años de penitenciaría y a pena de horca a siete. Jamás, desde la guerra del Sur, desde los días trágicos en que John Brown murio como criminal por intentar solo en Harper’s Ferry lo que como corona de gloria intentó luego la nación preci- pitada por su bravma, hubo en los Estados Unidos tal clamor e in- terés alrededor de un cadalso. La república entera ha peleado, con rabia semejante a la del lobo, para que los esfuerzos de un abogado benévolo, una niria ena- morada de uno de los presos, y una mestiza de india y español, mujer de otro, solas contra el país iracundo, no arrebatasen al cadalso los siete cuerpos humanos que creía esenciales a su mante- nimiento. Amedrentada la república por el poder creciente de la casta llana, por el acuerdo súbito de las masas obreras, contenido sólo ante las rivalidades de sus jefes, por el deslinde próximo de la pobla- ción nacional en las dos clases de privilegiados y descontentos que agitan las sociedades europeas, determinó valerse por un convenio tácito semejante a la complicidad, de un crimen nacido de sus propios delitos tanto como del fanatismo de los criminales, para aterrar con el ejernplo de ellos, no a la chusma adolorida que ja- más podrá triunfar en un país de razón, sino a las tremendas capas nacientes. El horror natural del hombre libre al crimen, junto con cl acerbo encono del irlandés despótico que mira a este país como suyo al alemán y eslavo como su invasor, pusieron de parte de los privilegios, en este proceso que ha sido una batalla, una batalla mal ganada e hipócrita, las simpatías y casi inhumana ayuda de los que padecen de los mismos males, el mismo desamparo, el mismo bestial trabajo, la misma desgarradora miseria cuyo espectáculo constante encendió en los anarquistas de Chicago tal ansia de remediarlos que les embotó el juicio. Avergonzados íos unos y temerosos de la venganza bárbara los otros, acudieron, ya cuando el carpintero ensamblaba las vigas del cadalso, a pedir merced al gobernador del Estado, anciano flojo ren- dido a la súplica y a la lisonja de la casta rica que le pedia que, aun a riesgo de su vida, salvara a la sociedad amenazada. Tres voces nada más habían osado hasta entonces interceder, fuera de sus defensores de oficio y sus amigos naturales, por los que, so pretexto de una acusación concreta que no llegó a probarse, so pretexto de haber procurado establecer el reino del terror, mo- rían víctimas del terror social: Howells, el novelista bostoniano que al mostrarse generoso sacrificó fama y amigos; Adler, el pensador cauto y robusto que vislumbra en la pena de nuestro siglo el mundo nuevo; y Train, un monomaníaco que vive en la plaza pública dando pan a los pájaros y hablando con los niRos. Ya, en danza horrible, murieron dando vueltas en el aire, em- butidos en sayones blancos. Ya, sin que haya más fuego cn las estufas, ni más pan en las despensas, ni más justicia en el reparto social, ni más salvaguar- dia contra el hambre de los útiles, ni más luz y esperanza para los tugurios, ni más balsarno para todo lo que hierve y padece. pusieron en un ataúd de nogal 10s pedazos mal juntos del que, creyendo da: sublime ejemplo de amor a los hombres ayentó su vida. con el arma que creyó reyelada para redimirlos. Esta repú- blica, por el culto desmedido de la riqueza, ha caido. sin ninguna de las trabas de Ia tradicitin. en ia de5igilalda. d. injusticia y violencia de los paises monárquicos. Como gotas de sangre que se Ilcva la mar eran en los Estados L::; idos las teorias revolucionarias de] obrero europeo, mientras con ancha tierra y vida republicana, ganaba aquí cl recién llegado el pan, y en su casa propia ponía de !ado ;lna parte para !a vejez. Pero vinieron luego la guerra corruptora, el hábito de autoridad y dominio que es su dejo amargo, cl crédito que estimuló la crea- ción de fortunas colosales y ia inmigración desordenada y la hol- ganza de los desocupados de la guerra, dispuestos siempre, por sos- tener su bienestar y por la afición fatal del que ha olido sangre, a servir los intereses impuros que nacen de ella. De una apacible aldea pasmosa se convirtió la repilblica en una monarquía disimulada. Los inmigrantes europeos denunciaron con renovada iya los males que creían haber dejado tras sí en su tiránica patria. El rencor de los trabajadores del país, eal verse Gctimas de la avaricia y desigualdad de los pueblos feudales, estalló con más fe en la libertad que lo político. esperan ver triunfar en lo social como triunfa en Habituados los del país a vencer sin sangre por ia fuerza del voto, ni entienden ni excusan a los que, nacidos en pueblos donde e! sufragio es un instrumento de la tiranía, sólo ven en su obra des- paciosa una faz nueva del abuso que flagelan sus pensadores, desa- fían sus héroes, y maldicen sus poetas. Pero, aunque las diferen- cias esenciales en las prácticas politicas y el desacuerdo y rivalidad de las razas que ya se disputan la supremacia en esta parte del Continenie, estorbasen la composición inmediata de un formidable partido obrero con unánimes métodos y fines, !a identidad del dolor aceleró !a acción concertada de todos los que lo padecen, y ha sido- necesario un acto horrendo, por más que fuese consecuencia natural de las pasiones encendidas, para que los que arrancan con ínven- cíble ímpetu de la misma desventura interrumpan su labor, su labor de desarraigar y recomponer, mientras quedan por su ineficacia condenados 10s recursos sangrientos de que por un amor insensato a la justicia echan mano los que han perdido la fe en Ia libertad. En el Oeste recién nacido, donde no pone tanta traba a ]os elementos nuevos la influencia imperante de una sociedad antigua, corno la del Este, reflejada en su literatura y en sus hábitos; donde la vida COITIO más rudimentaria facilita el trato intimo entre los hombres, más fatigados y dispersos en las ciudades de mayor exten- sión y cultura; donde la misma rapidez asombrosa del crecimiento, acumulando Ios palacios de una parte y las factorias, y de otra ]a OERAS ESCOGIDAS. T. II 189 miserable muchedumbre, revela a las claras la iniquidad del sistema que castiga al más laborioso con el hambre. al más generoso con ]a persecución. al padre útil con la miseria de suc> hijos,- en el Oeste. donde se juntan ron su mujer y su prole los obreros necesitados a leer los libros que enseñan las causas y proponen los remedíos de su desdicha; donde justificados a sus propios ojos por el éxito de sus fábricas majestuosas, extreman los dueños, en el principio de- la prosperidad, los métodos injustos y el trato áspero con que las sus- terltan; donde tiene en fermento a la masa obrera la levadura ale- mana, que sale del país imperial, acosada e inteligente. vomitando sobre la patria inicua las tres maldiciones terrlbles de Heine; en el Oeste y en su metrópoli Chicago sobre todo, hallaron expresión viva los descontentos de la masa obrera, los consejos ardientes de sus amigos, y la rabia amontonada pcjr el descaro e inclemencia de sus sefíores. Y como todo !iende a la vez a lo grande y a lo pequefio, tal como el agua que va de mar a vapor y de vapor a mar, el problema humano, condensado en Chicago por la merced de las instituciones libres, a la vez que infundía miedo o esperanza por la república y el mundo, se convertía, en virtud de los sucesos de la ciudad y las pasiones de sus hombres, en un problemá local, agrio y colérico. El odio a la injusticia se trocaba en odio a sus representantes. La furia secular, caída por herencia, mordiendo y consumiendo como la lava, en hombres que, por lo férvido de su compasión, veían- se como entidades sacras, se concentró, estimulada por los resenti- mientos individuales, sobre los que insistían en los abusos que la provocan. La mente puesta a obrar, no cesa; el dolor, puesto a bullir, estalla; la palabra, puesta a agitar, se desordena; ia vanidad, puesta a lucir, arrastra; la esperanza, puesta en acción, acaba e. n el triunfo 0 la catástrofe: “ipara el revolucionario, dijo Saint- Just, no hay más descanso que la tumba!” ;Quién que anda con ideas no sabe que la armonía de todas ellas, en que el amor preside a la pasión, se revela apenas a las mentes sumas que ven hervir el mundo sentados, con la mano sobre el sol, en la cumbre del tiempo? ;Quién que trata con hombres no sabe que, siendo en ellos más la carne que la luz, apenas conocen lo que palpan, apenas vislumbran la superficie, apenas ven más que lo que les lastima o io que desean; apenas conciben más que el viento que les da en el rostro, o el recurso aparente, y no siempre real, que puede levantar obstáculo al que cierra el paso a su odio, soberbia o apetito? <Quién que sufre de los males humanos, por muy enfrenada que tenga su razón, no siente que se le inflama y extravía cuando ve de cerca, como si le abofeteasen, como si lo cubriesen de lodo, como si ies lnanchascn de sangre las manos, una de esas miserias sociales que bien puede mantener en estado de constante locura a los que ven podrirse en ellas a sus hijos y a sus mujeres? LTna vez reconocido el mal, el ánimo generoso sale a buscarle remedio: una vez agotado el recurso pacífico, el ánimo generoso, 190 José Marfi OBRAS ESCOGIDAS. T. II 191 donde labra el dolor ajeno como el gusano en la llaga viva, acude al remedio violento. ¿No lo decía Desmoulins? “Con tal de abrazar la libertad, cqué importa que sea sobre montones de cadáveres?” Cegados por la generosidad, ofuscados por la vanidad, ebrios por la popularidad, adementados por la constante ofensa, por SU impotencia aparente en las luchas del sufragio, por la esperanza de poder constituir en una comarca naciente su pueblo ideal, las cabezas vivas de esta masa colérica, educadas en tierras donde el voto apenas nace, no se salen de lo presente, no osan parecer dé- biles ante los que les siguen, no ven que el único obstáculo en este pueblo libre para un cambio social sinceramente deseado está en la falta de acuerdo de los que lo solicitan, no creen, cansados ya de sufrir, y con la visión del falansterio universal en la mente, que por la paz pueda llegarse jamás en el mundo a hacer triunfar la justicia. Júzganse como bestias acorraladas. Todo lo que va crecien- do les parece que crece contra ellos. para ganar quince centavos.” “Mi hija trabaja quince horas “No he tenido trabajo este invierno porque pertenezco a una junta de obreros.” El juez los sentencia. La policía, con el orgullo de la levita de paño y ia autoridad, temible en el hombre inculto, los aporrea y asesina. Tienen frío y hambre, viven en casas hediondas. iAmérica, es, pues, lo mismo que Europa! No comprenden que ellos son mera rueda del engrane social, y hay que cambiar, para que ellas cambien, todo el engranaje. El jabalí perseguido no oye la música del aire alegre, ni el canto del luníverso, ni el andar grandioso de la fábrica cósmica: el jabalí clava las ancas contra un tronco oscuro, hunde el colmillo en el vientre de su perseguidor, y le vuelca el redaño. eDónde hallará esa masa fatigada, que sufre cada día dolores crecientes, aquel divino estado de grandeza a que necesita ascender el pensador para domar la ira que la miseria innecesaria levanta? Todos los recursos que conciben, ya los han intentado. Es aquel reinado del terror que Carlyle pinta ., .‘: la negra y desesperada ba- talla de los hombres contra su condlclon y todo lo que los rodea”. Y así como la vida del hombre se concentra en la médula espf- nal, y la de la tierra en las masas volcánicas, surgen de entre esas muchedumbres, erguídos y vomitando fuego, seres en quienes parece haberse amasado todo su horror, sus desesperaciones y sus lágrimas. Del infierno vienen: <qué lengua han de hablar sino la del in- fierno? Sus discursos, aun leídos, despiden centellas, bocanadas de humo, alimentos a medio digerir, vahos rojizos. Este mundo es horrible: fcréese otro mundo!; como en el Sinaí, entre truenos: como en el Noventa y Tres, de un mar de sangre: “jmejor es hacer volar a diez hombres con dinamita, que matar a diez hombres, como en las fábricas, lentamente de hambre!” Se vuelve a oír el decreto de Moctezuma: “Los dioses tienen sed!” Un joven bello que se hace retratar con las nubes detrás de la cabeza y el sol sobre el rostro, se sienta a una mesa de escribir, rodeado de bombas, cruza las piernas, enciende un cigarro, y como quien junta las piezas de madera de una casa de juguete, explica el mundo justo que florecerá sobre la tierra cuando el estampido de la revolución social de Chicago, símbolo de la opresión del uni- verso, reviente en átomos. Pero todo era verba, juntas por los rincones, ejercicios de armas en uno que otro sótano, circulación de tres periódicos rivales entre dos mil lectores desesperados, y propaganda de los modos novísi- mos de matar- ide que son más culpables los que por vanagloria de libertad la permitían que los que por violenta generosidad la ejercitaban! Donde los obreros enseñaron más la voluntad de mejorar su for- tuna, más se enseñó por los que la emplean la decisión de resistirlos. Cree el obrero tener derecho a cierta seguridad para lo porvenir, a cierta holgura y limpieza para su casa, a alimentar sin ansiedad los hijos que engendra, a una parte más equitativa en los productos del trabajo de que es factor indispensable, alguna hora de sol en que ayudar a su mujer a sembrar un rosal en el patio de la casa, a algún rincón para vivir que. no sea un tugurio fétido donde, como en las ciudades de New York, no se puede entrar sin bascas. Y cada vez que en alguna forma esto pedían en Chicago los obreros, com- binábanse loS capitalistas, castígánbanlos negándoles el trabajo que para ellos es la carne, el fuego y la luz; echábanles encima Ia policía, ganosa siempre de cebar sus porras en cabezas de gente mal vestida; mataba la policía a veces a algún osado que les resistía con piedras, o a algún niño; reducíanlos al fin por hambre o volver a su trabajo, con el alma torva, con la miseria enconada, con el de- coro ofendido, rumiando venganza. Esouchados sólo por sus escasos sectarios, año sobre año venían reuniéndose los anarquistas, organizados en grupos, en cada uno de los cuales había una sección armada. En sus tres periódicos, de diverso matiz, abogaban púbiicamente por la revolución social; declaraban, en nombre de la humanidad, la guerra a la sociedad exis- tente; decidían la ineficacia de procurar una conversión radical por medíos pacíficos, y recomendaban el uso de la dinamita, como el arma santa del desheredado, y los modos de prepararla. No en sombra traidora, sino a la faz de los que consideraban sus enemigos se proclamaban libres y rebeldes, para emancipar al hombre, se reconocían en estado de guerra, bendecían el descubri- miento de una sustancia que por su poder singular había de igualar fuerzas y ahorrar sangre, y excitaban al estudio y la fabricación del arma nueva, con el mismo frío horror y diabólica calma de un 192 JOSL; .Marfi tratado común de balística: se ven círculos de color de hueso,- cuando se leen estas enseñanzas,- en un mar de humareda: por la habitack, llena de sombra, se entra un duende, roe una costilla humana, y se afila las uñas: para medir todo lo profundo de la de- sesperación del hombre, es necesario ver si el espanto que suele en calma preparar supera a aquel contra el que, con furor de siglos, se levanta indignado,es necesario vivir desterrado de la patria o de la humanidad. Los domingos, e! americano Parsons, propuesto una vez por sus amigos socialistas para la Presidencia de la República, creyendo ‘en la humanidad como en su único Dios, reunía a sus sectarios para levantarles el alma hasta el valor necesario a su defensa. Hablaba a saltos, a latigazos, a cuchil! adas: lo llevaba lejos de sf la palabra encendida. Su mujer, la apasionada mestiza en cuyo corazón caen como pu- ñales los dolores de la gente obrera, solía, después de él romper en arrebatado discurso, tal que dicen que con tanta elocuencia burda y llameante, no se pintó jamás el tormento de las clases abatidas; rayos los ojos, metralla las palabras, cerrados los dos puños, y luego hablando de las penas de una madre pobre, tonos dulcísimos e hilo; de lágrimas. Spies, el director del Arbeiter Zeitung, escribía como desde la cámara de la muerte, con cierto frfo de huesa: razonaba la anar- quía: la pintaba como la entrada. deseable a 12 vida verdaderamen- te libre: durante siete años explicó sus fundamentos en su periódico diario, y luego la necesidad de la revolución, y por fin como en el Alarm, el modo de organizarse para hacerla triunfar. Parsons que Leerlo es como poner el pie en el vacío. iQué le pasa al mundo da vueltas? Spies seguía sereno, donde la razón más firme siente que le falta el pie. Recorta su estilo como si descascarase un diamante Narciso fúnebre, se asombra y complace de su grandeza. Mañana 1; dará su vida una pobre niña, una niña que se prende a la reja de su calabozo como la mártir cristiana se prendía de la cruz, y él apenas dejará caer de sus labios las palabras frías, recordando que Jesús, ocupado en redimir a los hombres, no amó a Magdalena Cuando Spies arengaba a los obreros, desembarazándose de 1; levita que llevaba bien! no era hombre lo que hablaba, sino silbo de tempestad, lejano y lúgubre. Era palabra sin carne. Tendía el cuerpo hacia sus oyentes, como un árbol doblado por el huracán y parecía de veras que un viento helado salía de entre las ramas, y pasaba por sobre las cabezas de los hombres. Metía la mano en aquellos pechos revueltos y velludos, y les paseaba por ante los ojos, les exprimía, Ies daba a oler las propias entrañas. Cuando la policía acababa de dar muerte a un huelguista en una refriega, lívido subía al carro, !a tribuna vacilante de las revo] uciones, y con el horrendo incentivo su palabra seca relucía OBRAS ESCOGIDAS. T. II 193 pronto y caldeaba, como un carcaj de fuego. Se iba luego solo por las calles sombrías. Engel, celoso de Spies, pujaba por tener el anarquismo en pie de guerra, él a la cabeza de una compañía: él donde se enseñaba a cargar el rifle o a apuntar de modo que diera en el corazón: é!, en el sótano, las noches de ejercicio, “para cuando llegue ]a gran hora”: él, con su Anarchist y sus conversaciones, acusando a Spies de tibio, por envidia de su pensamiento: él sólo era el puro, el inmaculado, el digno de ser oido: la anarquia, la que sin más espera deje a los hombres dueños de todo por igual, es la única buena: perinola el mundo y él,- y él, el mango: ibien iría el mundo hacia arriba, “cuando los trabajadores tuvieran vergüenza”, como la pelo- ta de la perinola! El iba de un grupo a otro: él asistía al comité general anarquista, compuesto de delegados de los grupos: él tachaba al comité de pu- silánime y traidor, porque no decretaba “con los que somos, nada más, con estos ochenta que somos” la revolución de veras, la que queria Parsons, la que llama a la dinamita “sustancia sublime”, la que dice a los obreros que “vayan a tomar lo que les haga falta a las tiendas de State Street, que son suyas ias tiendas, que todo es suyo “: él es miembro del Lehr und Wehr Verein, de que Spies es también miembro, desde que un ataque brutal de la policía, que dejó en tierra a muchos trabajadores, los provocó a armarse, a ar- marse para defenderse, a cambiar, como hacen cambiar siempre los ataques brutales, la idea del periódico por el rifle Springfield. Engel era el so], como su propio rechoncho cuerpo el “gran rebelde”, el “autónomo”. ¿Y Lingg? No consumía su viril hermosura en los amorzuelos enervantes que suelen dejar sin jugo al hombre en los años glorio- sos de la juventud, sino que c. riado en una ciudad alemana entre e] padre inválido y la madre hambrienta, conoció la vida por donde es justo que un alma generosa la odie. Cargador era su padre, y su madre lavandera, y él bello como Tannhauser o Lohengrin, cuerpo de plata, ojos de amor, cabello opulento, ensortijado y castaño. ¿A qué su belleza, siendo horrible el mundo? Halló su propia his- toria en la de la ciase obrera, y el bozo le nació aprendiendo a hacer bombas. ;Puesto que la infamia llega al riñón del globo, el estallido ha de llegar al cielo! ,4cababa de llegar de Alemania: veintidós años cumplía: lo que en los demás es palabra, en él será acción: él, él solo, fabricaba bombas, porque, salvo en los hombres de ciega energía, el hombre, ser fundador, sólo para libertarse de ella halla natural dar la muerte. Y mientras Schwab, nutrido en la lectura de los poetas, ayuda a escribir a Spies, mientras Fielden, de bella oratoria, va de pueblo en pueblo levantando las almas al conocimiento de la reforma ve- nidera, mientras Fischer alienta y Neebe organiza, él, en un cuarto escondido, con cuatro compañeros, de los que uno lo ha de traicio- nar, fabrica bombas, como en SU “Ciencia de la guerra revolucio- 194 Jose’ .Marti OBRAS ESCOGIDAS. T. II 195 naria” manda Most, y vendada la boca, como aconseja Spies en el .4larm, rellena la esfera mortal de dinamita, cubre el orificio con un casquillo, por cuyo centro corre la mecha que en lo interior acaba en fulminante, y cruzado de brazos, aguarda la hora. Y así iban en Chicago adelantando las fuerzas anárquicas, con tal lentitud, envidias y desorden intestinos, con tal diversidad de pensamientos sobre la hora oportuna para la rebelión amada, con tal escasez de sus espantables recursos de guerra, y de los fieros artífices prontos a elaborarlos, que el único poder cierto de la anar- quía, desmelenada dueña de unos cuantos corazones encendidos era el furor que en un instante extremo produjere el desdén social en las masas que la rechazan. El obrero, que es hombre y aspira, resiste, con la sabiduría de la naturaleza, la idea de un mundo donde, queda aniquilado el hombre; pero cuando, fusilado en granel por pedir una hora libre para ver a la luz del sol a sus hijos, se levanta del charco mortal apartándose de la frente, como dos cor- tinas rojas, las crenchas de sangre, puede el sueño de muerte de un trágico grupo de locos de piedad, desplegando las alas humean- tes, revolando sobre la turba siniestra, con el cadáver clamoroso en las manos, difundiendo sobre los torvos corazones fa claridad de la aurora infernal, envolver como turbia humareda las almas desesperadas. La ley, ino los amparaba? La prensa exasperándolos con su odio en vez de aquietarlos con justicia, jno los popularizaba? Sus periódicos, creciendo en indignación con el desdén y en atrevimien- to con la impunidad, cno circulaban sin obstáculos Pues iqué querían ellos, puesto que es claro a sus ojos que se vive bajo abyecto despotismo, que cumplir el deber que aconseja la declaración de independencia derribándolo, y sustituirlo con una asociación libre de comunidades que cambien entre sí sus productos equivalentes, se rijan sin guerra por acuerdos mutuos y se eduquen conforme a cien- cia sin distinción de raza, iglesia o sexo? ~NO se estaba levantando la nación, como manada de elefantes, que dormía en la yerba, con sus mismos dolores y sus mismos gritos? (No es la amenaza verosi- mil del recurso de fuerza, medio probable aunque peligroso, de obtener por intimidación lo que no logra el derecho? Y aquellas ideas suyas, que se iban atenuando con la cordialidad de los privilegiados tal como con su desafío se iban trocando en rifle y dinamita, ¿no nacían de lo más puro de su piedad, exaltada hasta la insensatez por el espectáculo de la miseria irremediable, y ungida, por la es- peranza de tiempos justos y sublimes? UNO había sido Parsons, el evangelista del jubileo universal, propuesto para la Presidencia de la República? (No había luchado Spies con ese programa en las elecciones como candidato a un asiento en el Congreso? (No les so- licitaban los partidos políticos sus votos, con la oferta de respetar la propaganda de sus doctrinas? <Cómo habían de creer criminales los actos y palabras que les permitía la ley? Y cno fueron las fiestas de sangre de la policía, ebria del vino del verdugo como toda plebe revestida de autoridad, las que decidieron a armarse a los más bravos? Lingg, el recién llegado, odiaba con la terquedad el novicio a Spies, el hombre de idea, irresoluto y moroso: Spies, el filósofo del sistema, lo dominaba por aquel mismo entendimiento superior; pero aquel arte y grandeza que aun en las obras de destrucción requiere la cultura, excitaban la ojeriza del grupo exiguo de irreconciliables, que en Engel, enamorado de Lingg, veían su jefe propio. Engel, contento de verse en guerra con el universo, medía su valor por su adversario. Parsons, celoso de Engel que le emula en pasión, se une a Spies, como el héroe de la palabra y amigo de las letras. Fielden, viendo subir en su ciudad de Londres la cólera popular creía, prendado de la patria cuyo egoísta amor prohibe su sistema, ayudar con el fo- mento de la anarquía en América el triunfo difícil de los ingleses desheredado. Engel-“ ha llegado la hora”: Spies:-“ ihabrá Ile- gado esta terrible hora?“: Lingg, revolviendo con una púa de madera arcilla y nitroglicerina:-“ fya verán, cuando yo acabe mis bombas, si ha llegado la hora!“: Fielden, que ve levantarse, contusa y temible de un mar a otro de los Estados Unidos, la casta obrera, determinada a pedir como prueba de su poder que el trabalo se re- duzca a ocho horas diarias, recorre los grupos, unidos sólo hasta entonces en el odio a la opresión industrial y a la policía que les da caza y muerte, y repite:-“ sí, amigos, si no nos dejan ver a nuestros hijos al sol, ha llegado la hora”. Entonces vino la primavera amiga de los pobres; y sin el miedo del frío, con la fuerza que da la luz, con la esperanza de cubrir con los ahorros del invierno las primeras hambres, decidió un millón de obreros, repartidos por toda la república, demandar a las fábricas que, en cumplimiento de la ley desobedecida, no excediese el t; a- bajo de las ocho horas legales. iQuien quiera saber si lo que pedlan era justo, venga aquí; véalos volver, como bueyes tundidos, a sus moradas inmundas, ya negra la noche; véalos venir de sus tugurios distantes, tiritando los hombres, despeinadas y lívidas las mujeres, cuando aún no ha cesado de reposar el mismo sol! En Chicago, adolorido y colérico, segura de la resistencia que provocaba con sus alardes, alistado el fusil de motín, la policía, y, no con la calma de la ley, sino con la prisa del aborrecimiento, convr- daba a los obreros a duelo. Los obreros, decididos a ayudar por el recurso legal de la huel- ga su derecho, volvían la espalda a los oradores lúgubres del anar- quismo y a los que magullados por la porra o atravesados por fa bala policial, resolvieron, con la mano sobre sus heridas, oponer en el próximo ataque hierro a hierro. Llegó marzo. Las fábricas, como quien echa perros sarnosos a la calle, echaron a los obreros que fueron a presentarles su deman- OBRAS ESCOGIDAS. T II 197 da. En masa, como la orden de los Caballeros del Trabajo lo dispuso. abandonaron los obreros las fcîbricas. El cerdo se pudría sin enva- radores que lo amortajaran, mugían desatendidos en los corrales los ganados re\. ueltos; mudos se levantaban, un el silencio terri- ble, los elevadores de granos que como hilera de gigantes vigilan el río. Pero en aquella sorda calma, como el oriflama triunfante de! poder industrial que vence al fin en todas las contiendas, salía de las be)gadoras de .VcCormick, ocupadas por obreros a quienes la miseria fuerza a servir de instrumentos contra sus hermanos, un hilo de humo que como negra serpiente se tendía, se enroscaba, se acurr’!- taba sobre el cielo azul. A 105 tres días de Glera, se fue llenando una tarde nublada el Camino Negro, que así SC llama el de McCormick, de obreros airados que subían calle arriba, con la levita al hombro, enseñan- do el puño cerrado al hilo de humo: <no va siempre el hombre, por misterioso decreto, adonde 10 espera el peligro, y parece go- zarse en escarbar su propia miseria?: “iallí estaba la fábrica inso- lente, empleando, para reducir a los obreros que luchan contra el hambre y el frío, a las mismas víctimas desesperadas del hambre!: <no se va a acabar, pues, este combate por el pan y el carbón en que por la fuerza del mal mismo se levantan contra el obrero sus propios hermanos?: pues los que lo edifican deben <no es esta la batalla del mundo, en que triunfar sobre los que lo explotan?: ide veras, queremos ver de qué lado llevan la cara esos traidores!” Y hasta ocho mil fueron llegando, ya al caer de la tarde; sentándose en grupos sobre las rocas peladas; andando en hileras por el cami- no tortuoso; apuntando con ira a las casuchas míseras que se des- tacan, como manchas de lepra, en el áspero paisaje. Los oradores, que hablan sobre las rocas, sacuden con sus in- vectivas aquel concurso en que los ojos centellean y se ven temblar las barbas. El orador es un carrero, un fundidor, un albañil: el humo de McCormick caracolea sobre el molino: ya se acerca la hora de salida: “. la ver qué cara nos ponen esos traidores!“: “ifuera. fuera ese que habla, que es un socialista!...” Y el que habla, levantando como con las propias manos los do- lores más recónditos de aquellos corazones iracundos, excitando a aquellos ansiosos padres a resistir hasta vencer, aunque los hijos les pidan pan en vano, por el bien duradero de los hijos, el que habla es Spíes: primero lo abandonan, después lo rodean, después se miran, se reconocen en aquella implacable pintura, lo aprueban y aclaman: “. ,ese, que sabe hablar, para que hable en nuestro nombre con las fábricas!” Pero ya los obreros han oído la campana de la suelta en el molino: (qué importa lo que está diciendo Spies?: arran- can todas las piedras del camino, corren sobre !a fábrica, iy caen en trizas todos los cristales! iPor tierra, al Ímpetu de la muchedum- bre, el policía que le sale al paso!: “. ,aquellos, aquellos son, blancor como muertos, los. que por el salario de un día ayudan a oprimir a sus hermanos!” !piedras! Los obreros del molino, en la torre, donde se juntan medrosos, parecen fantasmas: vomítando fuego vie- ne camino arriba, bajo pedrea rabiosa, un carro de patrulla de la policía, uno al estribo vaciando el reirólver, otro al pescante, los de adentro agachados se abren paso a balazos en la turba, que 10s caballos arrollan y atropellan: saltan del carro, fórmanse en ba- talla, y cargan a tiros sobre la muchedumbre que a pedradas y dis- paros locos se defiende. Cuando la turba acorralada por las patru- llas que de toda la ciudad acuden, se asila, para no dormir, en sus barrios donde las mujeres compiten en ira con los hombres, a es- condidas, a fin de que no triunfe nuevamente su enemigo, entierran los obreros seis cadáveres. ¿No se ve hervir todos aquellos pechos? <juntarse a los anar- quistas? éescribir Spies un relato ardiente en su Arbeifer Zeifung? ,reclamar Engel la declaración de que aquella es por fin la hora? iponer Língg, que meses atrás fue aporreado en la cabeza por la patrulla, las bombas cargadas en un baúl de cuero? iacumularse, con el ataque ciego de la policía, el odio que su brutalidad ha venido levantando? “; A las armas, trabajadores! dice Spies en una circular fogosa que todos leen estremeciéndose: ‘ia las armas, contra los que os matan porque ejercitáis vuestros derechos de hombre! ’ ‘iMañana nos reuniremos’acuerdan los anarquistas-‘ y de manera y en lugar que les cueste caro vencernos si nos atacan! ’ ‘Spies, pon Ruhe en tu Arbeiter: Ruhe quiere decir que todos debe- mos ir armados.” Y de la imprenta del Arbeifer salió la circular que invitaba a los obreros, con permiso del corregidor, para reunirse en la plaza de Haymarket a protestar contra los asesinatos de la policía. Se reunieron en número de cincuenta mil, con sus mujeres y sus hijos, a oir a los que 1eS ofrecían dar voz a su dolor; pero no estaba la tribuna, como otras veces, en lo abierto de la plaza, sino en uno de sus recodos, por donde daba a dos oscuras callejas. Spies, que había borrado del convite impreso las palabras: “Traba- jadores a las armas”, habló de la injuria con cáustica elocuencia, mas no de modo que sus oyentes perdieran el sentido, sino tratando con singular moderación de fortalecer sus ánimos para las reformas necesarias: “, Es esto Alemania, o Rusia, o EspaRa?” decía Spies. Parsons, en los instantes mismos en que el corregidor presenciaba la junta sin interrumpirla, declamó, sujeto por la ocasión grave y lo vasto del concurso, uno de sus editoriales cien veces impune- mente publicados. Y en el instante en que Fielden preguntaba en bravo arranque si, puestos a morir, no era lo mismo acabar en un trabajo bestial o caer defendiéndose contra el enemigo,- nótase que la multitud se arremolina; que la policía, con fuerza de ciento pchenta, viene revólver en mano, calle arriba. Llega a la ifibuna: mtlma la dispersión; no cejan pronto los trabajadores; “{ que hemos hecho contra la paz?” dice Fielden saltando del carro: rompe la pollcla el fuego. OBRAS ESCOGIDAS T II 199 ‘I’ entonces se vio descender sobre sus cabezas, caracoleando por el aire, un hilo rojo. Tiembla la tierra; húndese el proyectil cuatro pies en su seno; caen rugiendo, unos sobre otros los solda- dos de las dos primeras líneas; los gritos de un moribunda: desgarran el aire. Repuesta la policía, con valor sobrehumano, salta por sobre sus compañeros a bala graneada contra los trabajadores que le re- sisten. ‘.. ,huimos sin disparar un tiro!” dicen unos. “apenas intentamos’ resistir”, dicen otros; “nos recibieron a fueg’o raso” dice la policía. Y pocos instantes después no había en el recodo’ funesto más que camillas, pólvora y humo. Por zaguanes y sótanos escon- dían otra vez los obreros a sus muertos. De los policías, uno muere en la plaza: otro, que lleva la mano entera metida en la herida la saca para mandar a su mujer su último aliento; otro, que siguk a pie, va agujereado de pies a cabeza; y los pedazos de la bomba de dinamita, al rasar la carne, la habían rebanado como un cincel <Pintar el terror de Chicago, y de la República? Spies les padece Robespierre; Engels, Marat; Parsons, Dantón. ?Qué?: imenosf* esos son bestias feroces, Tinvilles, Henriots, Chaumettes, ilos que quieren vaciar el mundo viejo por un caño de sangre, los que quieren abo- nar con carne viva el mundo! iA lazo cáceseles por las calles, como ellos quisieron cazar ayer a un policía! isalúdeseles a balazos por dondequiera que asomen, como sus mujeres saludaban ayer a los “traidores” con huevos podridos! <No dicen, aunque es falso, que tienen los sótanos llenos de bombas? iNo dicen, aunque es falso tam- bién, que sus mujeres, furias verdaderas, derriten el plomo como aquellas de Paris que arañaban la pared para dar cal con que ha- cer pólvora a sus maridos? iQuememos este gusano que nos come! ;Ahí están, como en los motines del Terror, asaltando la tienda de un boticario que denunció a la policía el lugar de sus juntas ma- chacando sus frascos, muriendo en la calle como perros envehena- dos con el vino de colchydium! ;Abajo la cabeza de cuan& la hayan asomado! iA la horca las lenguas y Ics pensamientos! Spies Schwab y Fischer caen presos en la imprenta, donde la policía talla una carta de Johann Most, carta de sapo, rastrera y babosa en que trata a Spies como íntimo amigo, y le habla de las bomba; de “la medicina”, y de un rival suyo, de Paulus el Grande.“ que abda que se lame por los pantanos de ese perro periódico de Shevitch” A Fielden, herido, lo sacan de su casa. A Engel y a Neebe de su casa también. Y a Lingg, de su cueva: ve entrar al policía: le pone al pecho un revólver, el policía lo abraza: y él y Lingg, que jura y maldice, ruedan luchando, levantándose, cayendo en la zaquizamí lleno de tuercas, escoplos y bombas: las mesas quedan sin pie las sillas sin espaldar; Lingg casi tiene ahogado a su adversario, chan- do cae sobre él otro policía que lo ahoga: ini inglés habla siquiera este mancebo que quiere desventrar la ley inglesa! Trescientos presos en un día. Está espantado el país, repletas las cárceles. que fE1 proceso? Todo lo que va dicho, se pudo probar* pero no los ocho anarquistas, acusados del asesinato del polic\ a Degan, hubiesen preparado, ni encubierto siquiera, una conspiración que rematase en su muerte. Los testigos fueron los policías mismos, \ cuatro anarquistas comprados, uno de ellos confeso de perjurio. Lingg mismo, cuyas bombas eran semejantes, como se vio por el casquete, a la de Haymarket, estaba, según el proceso, lejos de la catástrofe. Parsons, contento de su discurso contemplaba la multitud desde una casa vecina. El perjuro fue quien dijo, y desdijo luego, qlle vio a Spies encender el fósforo con que se prendió la mecha de la bomba. Que Lingg cargó con otro hasta un rincón cercano a la plaza el baú! de cuero. Que la noche de los seis muertos del molino acordaron los anarquistas, a petición de Engel, armarse para resistir nuevos ataques, y publicar en el Arbeifer la palabra ruhe. Que Spies estuvo un instante en el lugar donde se tomó el acuerdo. Que en su des- pacho había bombas, y en una u otra casa rimeros de “manuales de guerra revolucionaria”. Lo que sí se probó con prueba plena, fue que, según todos los testigos adversos, el que arrojó la bomba era un desconocido. Lo que sí sucedió fue que Parsons, hermano ama- do de un noble general del Sur, se presentase un día espontánea- mente en el tribunal a compartir la suerte de sus compañeros. Lo que sí estremece es la desdicha de la leal Nina Van Zandt, que pren- dada de la arrogante hermosura y dogma humanitario de Spies, re le ofreció de esposa en el dintel de la muerte, y de mano de SII madre, de distinguida familia, casó en la persona de su hermano con cl preso; llevó a SII reja día sobre día el consuelo de su amor, libros y flores; publicó con sus ahorros, para allegar recursos a la defensa. la autobiografía soberbia y breve de su desposado; y se fue a echar de rodillas a los pies del gobernador. Lo que si pasma es la tem- pestuosa elocuencia de la mestiza Lucy Parsons, que paseó los Es- tados Unidos, aquí rechazada, alli silbada, allá presa, hoy seguida de obreros llorosos, mañana de campesinos que la echan como a bruja, después de catervas crueles de chicuelos, para “pintar al mundo el horror de la condición de castas infelices, mayor mil veces que el de los medios propuestos para terminarlo”. ¿El proceso? Los siete fueron condenados a muerte en la horca, y Neebe a la peni- tenciaría, en virtud de un cargo especial de conspiración de homí- cidio de ningún modo probado, por explicar en la prensa y en la tribuna las doctrinas cuya propaganda les permitía la ley; iy han sido castigados en Nueva York, en un caso de excitación directa a la rebeldía, con doce meses de cárcel y doscientos cincuenta pesos de multa! tiQuién que castiga crímenes, aun probados, no tiene en cuenta las circunstancias que los precipitan, las pasiones que ios atenúan, y el móvil con que se cometen? Los pueblos, como los médicos, han de preferir prever la enfermedad, o curarla en sus raíces, a dejar que florezca en toda SLI pujanza, para combatir el mal desenvuelto por su propia culpa, con medios sangrientos y desesperados. Pero no han de morir los siete. El año pasa. La Suprema Corte. en dictamen indigno del asunto, confirma Ia sentencia de muerte. OBRAS ESCOCIDAS. l’. II 231 íQué sucede entonces, sea remordimiento o miedo, que Chicago pide clemencia con el mismo ardor con que pidió antes castigo: que los gremios obreros de la república envian al fin a Chicago sus representantes para que intercedan por los culpables de haber amado la causa obrera con exceso; que iguala el clamor de odio de la na- ción al impulso de piedad de los que asistieron, desde la crueldad que lo provocó al crimen? La prensa entera, de San Francisco a Nueva York, falseando el proceso, pinta a los siete condenados como bestias dañinas, pone todas las mañanas sobre la mesa de almorzar, la imagen. de los policias despedazados por la bomba; describe sus hogares desiertos. sus niños rubios como el oro, sus desoladas viudas. ¿Qu6 hace ese viejo gobernador, que no confirma la sentencia? iQuién nos de- fenderá mañana, cuando se alce el monstruo obrero, si la policia ve que el perdón de sus enemigos los anima a reincidir en el cri- men! iQué ingratitud para con la policía, no matar a esos hombres! “iNo!“, grita un jefe de la policía, a Nina Van Zandt, que va con su madre a pedirle una firma de clemencia sin poder hablar del llanto. iY ni una mano recoge de la pobre criatura el memorial que uno por uno, mortalmente pálida, les va presentando! <Será vana la súplica de Félix Adler, la recomendación de los jueces del Estado, el alegato magistral en que demuestra la torpeza y crueldad de la causa Trumbull? La cárcel es jubileo: de la ciudad salen y entran repletos los trenes: Spies, Fielden y Schwab hall fir- madu, a instancias de su abogado, una carta al goberna? or donde ;se: guran no haber Intentado nunca recursos de fuerLa: los otro< no, los otros escriben al gobernador cartas osadas: “jo la !iberl’ad. o la murrtc, a que 110 tenemos miedo!” eSe salvará ese cínico de Spies, ese implacable Engel, ese diabólico Parsons? Fielden y Schwab acaso se salven, porque el proceso dice de ellos poco, y, ancianos como son, el gobernador los compadece, que es también anciano. En romería van los abogados de la defensa, los diputados de los gremios obreros, las madres, esposas y hermanas de los reos, a implorar por su vida, en recepción interrumpida por los sollo- ;LO, S, ante el gobernador. iAllí, en la hora real, se vio ei vacío de la elocuencia retórica! iFrases ante la muerte! “Señor, dice un obrero, icondenarás a siete anarquistas a morir porque un anarquista lanzó una bomba contra la policía, cuando los tribunales no han querido condenar a la policía de Pinkerton, porque uno de sus sol- dados mató sin provocación de un tiro a un niño obrero?” Sí: el gobernador los condenará; la república entera le pide que los condene para ejemplo: Squién puso ayer en la celda de Lingg las cuatro bom- bas que descubrieron en ella los llaveros?: ¿de modo que esa alma feroz quiere morir sobre las ruinas de la cárcel, sí. mbolo a sus ojos de la maldad del mundo? ta quién salvará por fin el gobernador Oglesby la vida? iNo será a Lingg, de cuya celda, sacudida por súbita explosión sale, como el vapor de un cigarro, un hilo de humo azul! Allí está Lingg tendido vivo. despedazado, la cara un charco de sangre, los dos ojos abiertos entre la masa roja: se puso entre los dientes una cápsula de dinamita que tenía oculta en el lujoso cabello, con la bujia encendió la mecha, y se llevó la cápsula a la barba: lo cargan brutalmente: lo dejan caer sobre el suelo del baño: cuando el agua ha barrido los coágulos, por entre los jirones de carne caída se le ve la laringe rota, y, como las fuentes de un manantial, corren por entre los rizos de su cabellera vetas de sangre. iY escribió! iY pidió que lo sentaran! iY murió a las seis horas,- cuando ya Fielden y Schwab estaban perdonados, cuando convencidas de la desventura de sus hombres, las mujeres, las mujeres sublimes, están llamando por última vez, no con flores y frutas como en los dias de la esperanza. sino pálidas como la ceniza, a aquellas bárbaras puertas! La primera es la mujer de Fischer: ila muerte se le conoce en ios labios blancos! Lo esperó sin llorar; pero isaldrá viva de aquel abrazo espanto- so?: ;asi, asi se desprende el alma del cuerpo! El la arrulla, le vier- IC rniel en los oídos, la levanta contra su pecho, la besa en la boca, cn el cuel! o, en la espalda. “iAdiós!“: la aleja de si, y se va, a paso firme, con la cabeza baja y los brazos cruzados. Y Engel ¿como re- cibe la visita postrera de su hija? cno se querrán, que ni ella ni él quedan muertos? ioh, si la quiere, porque tiemblan los que se lleva- ron del brazo a Engel al recordar, como de un hombre que crece de stibito cnirc sus ligaduras, la luz llorosa dc su última mirada! “ iAdiós, mi hijo!” dice tendiendo ios brazos hacia él la madre de Spies, a quien sacan lejos del hijo ahogado, a rastras. “iOh,. Njna, Nina!” exclama Spies apretando a su pecho por primera y ultrma vez a Ia viuda que no fue nunca esposa; y al borde de la muerte se la ve florecer, temblar como la flor, deshojarse como la flor, en la dicha terrible de aquel beso adorado. No SC la llama desmayada, no; sino que, conocedora por aquel instante de la fuerza de la vida v la beldad de la muerte, tal como Ofelia vuelta a la razón, cruza, jacinto vivo, por entre los alcaides. que !c tienden respetuosos la mano. Y a Lucy Parsons no la- pejaron ticcir adiOs a su marido, porque lo pedia. abrazada a sus hIJos, con eI calor y la furia de las llamas. Y ya entrada la noche y todo oscuro en el corredor de la cárcel pinlado de ca1 verdosa, por sobre el paso de los guardias con la yacol) eta al hombro, por sobre el voceo y risas de los carceleros y c- critores, mezclado de vez en cuando a un repique de llaves, por sobre cl golpeo incesante del telégrafo que el Sun de Nueva York Icnia en cl mismo corredor establecido, y culebreaba, recia, SC dcs- !> ocaba, imi! ando, como una dentadura de calavera, las inflexiones de la voz del hombre, por sobre c! silencio que encima de todos estos ruidos se cernía, oianse los Ijltimos martillazos de! carpintero en el cadalso. XI fin drl corredor se levantaba el cadalso. “iOh, las OBRAS ESCOGIDAS T. Il 203 cuerdas son buenas: ya las probó el alcaide!” “El verdugo halará, escondido en la garita del fondo, de la cuerda que sujeta el pestillo de la trampa.” “La trampa está firme, a unos diez pies del suelo.” “No: los maderos de la horca no son nuevos: los han repintado de ocre, para que parezcan bien en esta ocasión; porque todo ha de hacerse decente, muy decente.” “ Sí, la milicia está a mano: y a la carcel no se dejará acercar a nadie.” “iDe veras que Lingg era her- moso!” Risas, tabacos, brandy, humo que ahoga en sus celdas a los reos despiertos. En el aire espeso y húmedo chisporrotean, cocean, bloquean, las luces electricas. Inmóvil sobre la baranda de las celdas, mira al cadalso un gato... icuando de pronto una melodiosa voz, llena de fuerza y sentido, la voz de uno de estos hombres a quienes se supone fieras humanas, trémula primero, vibrante ense. guida, pura luego y serena, como quien ya se siente libre de polvo v’ ataduras, resonó en la celda de Engel, que, arrebatado por el éxta- sis, recitaba “El tejedor” de Henry Helne, como ofreciendo al cielo PI espíritu, con los dos brazos en alto: Con ojos secos, lúgubres y ardientes, Rechinando los dientes, Se sienta en su telar el tejedor: iGermania vieja, tu capuz zurcimos! Tres maldiciones en la tela urdimos: iAdelante, adelante el tejedor! iMaldito el falso Dios que implora en vano, En invierno tirano, Muerto de hambre el jayán en su obrador! ;En vano fue la queja y la esperanza! Al Dios que nos burló, guerra y venganza: iAdelante, adelante el tejedor! Maldito el falso rey del poderoso Cuyo pecho orgulloso Nuestra angustia mortal no conmovió! iE último doblón nos arrebata, Y como a perros luego el rey nos mata! iAdelante, adelante el tejedor! ,- Maldito el falso Estado en que florece, Y como yedra crece Vasto y sin tasa el público baldón; Donde la tempestad la flor avienta Y el gusano con podre se sustenta! iAdelante, adelante el tejedor! Corre, corre sin miedo, tela mia! ;Corre bien noche y dia Tierra maldita, tierra sin honor! Con mano firme tu capuz zurcimos: Tres veces, tres, la maldición urdimos: iAdelante. adelante el tejedor! Y rompiendo en sollozos. se dejó Engel caer sentado en su lite- ra, hundiendo en las palmas el rostro envejecido. Muda lo había escuchado la cárcel entera, los unos como orando, los presos aso- mados a los barrotes, estremecidos los escritores y los alcaides, sus- penso el telégrafo, Spies a medio sentar, Parsons de pie en su celda, con los brazos abiertos, como quien va a emprender el vuelo. El dia sorprendió a Engel hablando entre sus guardas, con la palabra voluble del condenado a muerte, sobre lances curiosos de su vida de conspirador; a Spies, fortalecido por el largo sueno; a Fischer, vistiéndose sin prisa las ropas que se quitó al empezar la nochc, para descansar mejor; a Parsons, cuyos labios se mueven sin cesar, saltando sobre sus vestidos, después de un corto sueño his- térico. “iOh, Fischer, cómo puedes estar tan sereno, cuando el alcaide que ha de dar la señal de tu muerte, rojo por no llorar, pasea como una fiera la alcaidía!“-“ Porque”- responde Fischer, clavando una mano sobre el brazo trémulo del guarda y mirándole de lleno en los ojos-“ creo que mi muerte ayudará a la causa con que me desposé desde que comencé mi vida, y amo yo más que a mi vida misma, la causa del trabajador-; y porque mi sentencia es parcial, ilegal c injusta!” “iPero, Engel, ahora que son las ocho de la ma- ñana, cuando ya sólo te faltan dos horas para morir, cuando en la bondad de las caras, en el afecto de los saludos, en los maullidos lúgubres del gato, en el rastreo de las voces, y los pies, están leyen- do que la sangre se te hiela, cómo no tiemblas, Engel!“ 7“~ Temblar porque me han’ vencido aquellos a quienes hubiera quertdo yo ven- cer? Este mundo no me parece justo; y yo he batallado, y batallo ahora con morir. para crear un mundo justo. <Qué me importa que mi muerte sea un asesinato judicial? <Cabe en un hombre que ha abrazado una causa tan gloriosa como la nuestra desear vivir cuando puede morir por ella? iNo: alcaide, no quiero drogas: quiero vino de Oporto! ” Y uno sobre otro se bebe tres vasos... Spies, con las piernas cruzadas, como cuando pintaba para el Arbeiter Zeitung el universo dichoso, color de llama y hueso, que sucedería a esta ci- vilización de esbirros y mastines, escribe largas cartas, las lee con calma, las pone lentamente en sus sobres, y una u otra vez deja descansar la pluma, para echar al aire, reclinado en su silla, como los estudiantes alemanes, bocanadas y aros de humo: ioh, patria, raíz de la vida, que aun a los que te niegan por el amor más vasto a la humanidad, acudes y confortas, como aire y como luz, por mil medios sutiles! ’ “Sí, alcaide”, dice Spies. “beberé un vaso de vino del Rhin!“... Fischer, Fischer alemán, cuando el silencio comenzo a ser angustioso, en aquel instante en que en las ejecuciones como en los banquetes callan a la \. ez, como ante solemne aparición, los concurrentes todos, prorrumpió, iluminada la faz por venturosa son risa, en las estrofas de La marseflesu que cantó con la cara vuelta al cielo... Parsons a grandes pasos mide el cuarto: tiene delante un auditorio enorme, un auditorio de ángeles que surgen resplande- cientes de la bruma, y le ofrecen, para que como astro purificante cruce el mundo, la capa de fuego del profeta Elias: tiende las ma- nos, como para recibir el don, vuélvese hacia la reja, como para enseñar a los matadores su triunfo: gesticula. argumenta, sacude el puño alzado, y la palabra alborotada al dar contra los labios se le extingue, como en la arena movediza se confunden y perecen las olas. Llenaba de fuego el sol las celdas de tres de los reos que ro- deados de lóbregos muros parecían, como el bíblico, vivo; en me- dio de las llamas, cuando el ruido improviso, los pasos rápidos el cuchicheo ominoso, el alcaide y los carceleros que aparecen a ‘sus rejas, el color de sangre que sin causa visible enciende la atmósfera. les anuncian, lo que oyen sin inmutarse. que es aquella la hora! Salen de sus celdas al pasadizo angosto: tBien?--“ IBien!“: Se dan la mano, sonríen, crecen. “iVamos!” El médico les había .dado estimulantes: a Spies y a Fischer les trajeron vestidos nuevos. Engel no quiere quitarse sus pantuflas de estambre. Les leen la sentencia, a cada uno en su celda; les sujetan las manos por la es- palda con esposas plateadas: les ciñen los brazos al cuerpo con una faja de cuero: les echan por sobre la cabeza, como la túnica de los catecúmenos cristianos, una mortaja blanca: iabajo la con- currencia sentada en hileras de sillas delante del cadalso como en un teatro! Ya vienen por el pasadizo de las celdas, a cuyo remate se levanta la horca; delante va el alcaide, lívido: al lado de cada reo, marcha un corchete. Spies va a paso grave, desgarradores los ojos azules, hacia atrás el cabello bien peinado, blanco como su misma mortaja, magnífica la frente: Fischer le sigue, robusto y po- deroso, enseñándose por el cuello la sangre pujante, realzados por el sudario los fornidos miembros. Engel anda detrás a la manera de quien va a una casa amiga, los talones, sacudiéndose el sayón incómodo con Parsons, como si tuviese miedo a no morir, fiero, de- terminado, cierra la procesión a paso vivo. Acaba el corredor, y ponen el pie en la trampa: las cuerdas colgantes, las cabezas erizadas, las cuatro mortajas. Plegaria es el rostro de Spies; el de Fischer firmeza el de Parsons, orgullo radioso; a Engel, que hace reír con un c’histe a su corchete, se le ha hundido la cabeza en la espalda. Les atan las piernas, al uno tras el otro, con una correa. A Spies el primero, a Fischer, a Engel, a Parsons, les echan sobre la cabeza, como el apagavelas sobre las bujias, las cuatro caperuzas. Y resuena la voz de Spies, mientras están cubriendo las cabezas de sus compa- OBRAS ESCOGIDAS T. II 205 ñeros, con un acentc que a los que 10 oyen ies entra en las carnes: “La voz qiie vais a sofocar será más poderosa en lo futuro, que cuantas palabras pudiera yo decir ahora.” Fischer dice, mientras atiende el corchete a Engel: “; Este es el momento más feliz de mi vidal” “; Hurra por la anarquía!” dice Engel, que habia estado mo- viendo bajo el sudario hacia el alcaide las manos amarradas. “; Hom- bres y mujeres de mi querida América...” empieza a decir Parsons. Cna seña, un ruido, la trampa cede, los cuatro cuerpos caen a la vez en el aire, dando vueltas y chocando. Parsons ha muerto al caer, gira de prisa, y cesa: Fischer se balancea, retiembla, quiere zafar del nudo el cuello entero, estira y encoge las piernas, muere: Engel se mece en su sayón flotante, le sube y baja el pecho como la marejada, y se ahoga: Spies, en danza espantable, cuelga giran- do como un saco de muecas, se encorva, se alza de lado, se da en la frente con las rodillas, sube una pierna, extiende las dos, sacude los brazos, tamborinea: y al fin expira rota la nuca hacia adelante, saludando con la cabeza a los espectadores. Y dos días después, dos días de escenas terribles en las casas, de desfile constante de amigos llorosos, ante los cadáveres amora- tados, de señales de duelo colgadas en puertas miles bajo una flor de seda roja, de muchedumbres reunidas con respeto para poner a los pies de los ataúdes rosas y guirnaldas, Chicago asombrado vio pasar tras las músicas fimebres, a que precedía un soldado loco agttando como desafío un pabellón americano, el ataúd de Spies, ccul- to bajo las coronas; el de Parsons, negro, con catorce artesanos atrás que cargaban presentes simbólicos de flores; el de Fischer, ornado con guirnalda colosal de lirio y clavellinas; los de Engel y Lingg, envueltos en banderas rojas,- y los carruajes de las viudas, reca- tadas hasta los pies por velos de luto,-- y sociedades, gremios, I/ c., reins, orfeones, diputaciones, trescientas mujeres en masa, con cres- pón al brazo, seis mil obreros tristes y descubiertos que llevaban al pecho la rosa encarnada. Y cuando desde el montículo del cementerio, rodeado de veín- ticinco mil almas amigas, bajo el cielo sin sol que allí corona estériles llanuras habló el capitán Black, el pálido defensor vestido de negro, con la mano tendida sobre los cadáveres:-“ eQue es la verdad,- decía, en tal silencio que se oyó gemir a las mujeres do- lientes y al concurso,- équé es la verdad que desde que el de Na- zareth la trajo al mundo no la conoce el hombre hasta que con SUS brazos la levanta y la paga con la muerte? IEstos no son felones abominables, sedientos de desorden, sangre y violencia smo hom- bres que quisieron la paz, y corazones llenos de ternura, amados por cuantos los conocieron y vieron de cerca el poder y la glorta de sus vidas: su anarquía era e. 1 reinado del orden sin la fuerza: su sueño, un mundo nuevo sin miseria y sin esclavitud: SU dolor, el de creer que el egoísmo no cederá nunca por la paz a !a justicia: ioh cruz de Nazareth, que en estos cadáveres se ha llamado ca- dalso!” De la tiniebla que a todos envolvia, cuando del estrado de pi- no iban bajando los cinco ajusticiados a la iosa, salió una voz jie se adivinaba ser de barba espesa, y de corazón grave y agria- : “iYo no vengo a acusar ni a ese verdugo a quien liaman aicaide, ni a la nación que ha estado hov dando gracias a Dios en sus tem- plos porque han muerto en la horca estos hombres, sino a los tra- bajadores de Chicago, que han permitido que les asesinen a cinco de sus más nobles amigos!“... sobre aquel hombre inquieto, La noche, y la mano del defensor dispersaron los. concurrentes y los hurras: flores, banderas, muertos y afligidos, perdianse en la misma negra sombra: como de olas de mar venía de lejos el ruido de la muchedumbre en vuelta a sus hogares. Y decía el ArDeiter Zeiturtg de la noche, que al entrar en la ciudad recibió el gentío ávido: “iHemos perdido una batalla, amigos infelices, pero veremos al fin el mundo ordenado conforme a la justicia: seamos sagaces como las serpientes, e inofensivos como las palomas!” El Partido La Nación, Liberal, México, 29 30 Buenos 1 27, y de Aires, diciembre de 1887. 0. c, t. 11, ro. de enero de 1888. p. 333- 356. AL GENERAL MAXIMO GOMEZ New York, 16 de diciembre de 1887 General Máximo Gómez Distinguido compatriota: Con fa fe de la honradez y la fuerza del patriotismo nos dirigimos a Vd., por encargo de los cubanos de New York, excitados y acompafiados por los de Cayo Hueso y Filadelfia, para tomar su parecer, y exponerle el de los cubanos de esta ciudad, sobre el modo más rápido y certero de organizar por fin, dentro y fuera de Cuba, con la cordialidad digna de las grandes causas, la guerra que ya mira el país con menos miedo, y en que parece estar ‘hoy su espe- ranza única. El valor, el prestigio, la intención pura, ei martirio ejemplar de los revolucionarios del extranjero son inútiles, mientras no tra- bajen todos unidos, con la majestad y sensatez que la magnitud del problema les impone, en una obra juiciosa y heroica a !a vez. que traiga y satisfaga al país acostumbrado ya a examinar sus hombres y ejercitar su pensamiento.- Cuba no es ya el pueblo niño e ignorante que se echó a los campos en la revolución de Yara, sagrada madre nuestra; sino un país donde lo que quedó de aque- lla generación, con todas sus experiencias y pasiones, se ha mezc+ la- do con fa masa culta que trajo el conocimiento activo de la polltrca de los paises del destierro, y con la generación nueva, tan dispuesta a pelear por la patria, pagando así su deuda a los que por ellos mu- rieron, como a resistirse a pelear por una solución oscura y temible, en cuya preparación y fin no vean un plan grandioso, digno de su sacrificio. La hora parece llegada. Los enemigos de la revolución se divi- den y desordenan. El país está a punto de perder SLI último pre- texto para demorar la solución qu- P defendemos. Se est5n reuniendo de todas partes a la vez, y de un modo natural y espontáneo, los elementos de la guerra en la Isla, con cuya actitud y voluntad OBRAS ESCOGIDAS ‘T 11 209 hemos de contar, y a los que tenemos a un tiempo cl derecho de aconsejar y el deber de oir. puesto que ellos nor permiten reali- zar nucs! ros idcales. y nosotros sin elioa somos impotenIcs para realizarlos. Debernos, pues’ organizar la guerra que 32 aproxima. cn acuerdo con el’ espirilu del k> aia, puesto que sin $1 110 podemos hacer la guerra. Es un crimt> i; \. alerw de la aspiración gloriosa de un pueblo para adelantar iniereses o satisfacer odios persona- Ic‘;. Es 11na obligación,- por cuyo cumplimiento honrarán mañana los liorilbres de nuestros Iiijos c ir, in los pueblos a r- ctcniplar su fe a nuesiras tr! mba~,- disl) oner con desinterés. que bien mirado c‘ s cl niodi) mejor de servir cl interés, los elementos para cl ?riunfo de la guerra incvi! able. La revolución surge, y nosotros podemos organizarla con nuestra honradez v prudencia. o ahogarla en san- grc inútil co11 nuestra torpeza y ambiciones. Urgen los tiempos. El principio de nuestra campaña ha sido aco- gido con notable favor en Cuba y en las emigraciones. No parece que la situación de Cuba dé ya m: is espera que aquella a que noso- tros niisinos la in\itcmos. para que sea más completa ia conspira- ción de los espíritus,-- más ordenado ei movimicnio militar,-- y más capaces de avudarlo desde aíuera las emigraciones. Todo a la vez:-- la opinión sobre todo,- los trabajos de organización y esten- sión en la Isis,- los trabajos de unión, cspÍritu republicano y ayuda constante de la guerra en cl extranjero. Estas ideas comenzaban ya a tomar iorma CII la emigracitin dy New York, y tuvieron su expresión primera CII la reunión pública del 10 de Octubre. ’ Sus ecos, y sobre todo sus ecos en Cuba, coin- cidieron con las excitaciones de los cubanos de Cayo Hueso, y co11 la reunión convocada por un cubano de New York para conocer del plan de un jefe dispuesto a in\- adir la Isla.? De esta reunión. c. ompuesta de los cubanos cuyos nombres figuran al pie de esla carta , surgió el acuerdo de recomenzar las labores revolucionarias, con una política vasta, cordial y iija, la única que puede reanimar la confianza lastimada del país. Y sin provocar por allora reun. íonès; públicas que revelasen a nuestros adversarios el cl- lado dc principio de nuestras labores, cuando nos supolren con mucha nlas actividad v fuerza moral;-- sin asumir ante Vd. mris autoridad que la de su batriotisrno. la del nuestro, la de los hombres que nos comisionan para esta campaña, y la adhesión voluntaria de los clubs revolucio- narios de Cayo Hueso y los cubanos de Cayo Hueso, únicos con Io> que hasta hoy nos ha alcanzado el tiempo para comunicarnos,- esta reunión de cubanos en que acaso por primera vez se vieron reunidos con una tendencia clara y decidida los que antes trabajaban CII grupos 1 Celebrada en Masonic Trmple, .Xueva York, cl 10 dc wtubrc dc 16% \. vr :: II este tomo, ~1 discurso pronunciado por Marti en esi3 connIel; loiación 2 Alude a la reunión efectuada, en cnsn dp Enriqw: Trrljillo. pnw wnncx rl pro- ycrto, del pcxerai Jrtarl Fcrn2ilde7 P, IIZ. dispersos v a veces hostiles, determinó a nombrar de su seno una comisión éjecutiva. inspeccionada v aconsejada por todos los mieni- bros de la reunión. para iniciar eriérgicamente los trabajos prepara- Iorios de organización revolucionaria, con arreglo a las cuatro reso- luciones de la junta primera. que incluían la de la necesidad de aguardar a la preparación racional dc la guerra para llevar la invasión armada,- y a eslas cinco bases que han de inspirar nuestra> ‘palabras y actos: I-Acreditar en cl país, disiparldo temores y procediendo en \. i~-- tud de un fin democrático conocido. la soluciGn revolucionaria. Z- Proceder sin demora a organizar, con la unión de los jefe> afuera:- y trabajos de cstensióll, y no de una mera opinión. aden- rro,- la parte militar dc la revolución. Z--- Unir con eS; piritrr democrático, \’ cn relaciones de igllatdad todas las emigraciones: G-Impedir que las simpatías revolucionarias C’II Cuba se tuer- zan y esclavicen por ningún interés de grupo. para la preponde- rancia de una clase social, o la autoridad desmedida dc una agru- pación militar o civil. ni dc una comarca determinada. ni rlc, IIII~ raza sobre otra: 5- Impedir que con la propaganda de las ideas anexionistas sr debilite la fuerza que vaya adquiriendo la solricii, n re\- olucionaria. Pero esta Comisibn EjeclItiva. y esta reunión de cubanos de New York no se erige por si como árbitro de un poder que sólo puede venir, en cl desorden del destierro. de la autoridad y eficacia de los actos realizados, y de la confirmación pública de ellos. Lo que ios cubanos de New York ven es que hay un deber difícil c imperioso que cumplir: Lo que ven es que la guerra no puede ha- *: erse sin que el país tenga fe e’11 ella. v en los qlle la han de iniciar 0 figurar en ella principalmente. Lo qlle \- en es que et país se deci- dc a la guerra, y es necesario desvanecer los temores que la guerra inspira, e impedir que el gobierno de España. como lo desea. haga estallar la lucha prematuramente para sofocarla con mayor facilidad. Lo que ven es que la guerra SC acerca, \’ que los militares ilustres que ia pueden dirigir, no se han puesto jún al habla, ni se distribu- yen el trabajo. Lo que ven es que cada día aumenta la ncccsidad de realizar estos objetos esenciales: -- Unir, con un plan digno dc ta atrncii, n y rcspclo dc los CII- banos, el espíritu del país y el de ias emigraciones: -Dar ocasión a !os jefes militares de desvanecer en la Isla, con sus declaraciones de desinterés. civismo ‘; sribordinación al bjen patrio, los reparos,-- injustos sin dIida.- que algunos C! C ellos inspiran, por suponérsclcs equivocadamente faltos de esas cwldicio nes, aun :I los mismos dispuestos cn CIIIXI a trabajar por ta indc- pclldcncia de la patria. -- Reunir en un trabajo común, ;) reciso s ordcIlado a 10s jefes ticl extranjero entre sí, y a estos cn junto con los de la Isla, a cada 1! 110 con 511s amigos, ;I cada jefe de il~~ flllìo ron SII wrnarva,- todo ;So 1:~ Vd.. como nosotros, la itlcarza y ciicacia ti<> (‘ ia C‘ OII- d~~ cla? ;No la cree I’d. indispcnsablc para que cl psis se decida a scgtlirllos? (Cree L’tl. cjuc con tt16’il(~ s nobicz: r. con iilc’11oì; sagaci- dad, con menos sentido pr; iclico, con trabajos aislados. rivales y c! c simple pcrsotta, llaeden obtenerse CII el paí5 la cottiiattza !’ (XIIlusiasmo, y la organizaci0ti y recursos nattiralcs dcspui5 de illw. que podemos obtener COH esa exhibición imponente c! c fuerza mora!, y fuerza de guerra para el bien público? ;No querr; i i- d. con SUS declaraciones, con su disposiciótt a ponerse al Itabla con sus com- pañeros de armas, cott su autorización para ofrecer ctt su nombre al país esas declaraciones dc republicanismo y de respcio,-- contri- buir, realzando así y asegurando los lauros que su valor Ic conquistO en la guerra, a organizar por iin de un modo glorioso y grato a Cuba la guerra nueva que nueslros enemigos desean provocar y frustrar ahora, cottfiatibo en que nuestra torpeza. nuestras rivalida- des, nuestra falta de patriotismo, les ayudarán a matarla en flor y a desorganizarla?- Vd. es, como nosotros, y co1110 cada cubano, responsable de la caiástrofe que la falta dc preparación ordenada, entusiasta y unánime pudiera traer sobre el país, a quien las pro- vocaciones de adentro o la itnpaciencia mal aconsejada dc afuera lanzasen a una guerra que desea el enemigo, para empeñarla como le conviene, contra adversarios divididos, y escogiendo la hora. La historia nos oirece un puesto envidiable. Nos limitamos a señalarlo. Los cubanos reunidos en New York, y la Cotnisión Ejecutiva que irabaja provisionalmente conforme a sus acuerdos, sólo desean, en privado y sin alarde de autoridad, disponer los espíritus de las emigraciones de modo que por la declaración autorizada de los je- fes, y la fuerza unida e ittdependienlc de cada emigración por sí, puedan en un dia dado decir al país sin mentira, cuál es el espi- ritu generoso y la fuerza real de los que desde afuera intentamos servirlo;- dar cuenta de lo hecho, en una reunión de que ya no habrá que avergonzarse, y tendrá considerable resonancia e influjo en Cuba, a la emigración de New York- y dejar, por lo que hace a New \r- ork, en las tnanos de. la emigración, que es la única que la posee, !a autorización necesaria para continuar estos trabajos. 1101 rneramenie privados y preparatorios. Con júbilo,- porque el aplauso del l1ais. y el de la emigración nos dan ya derecho a él,-- cumplimos al dtrtgirnos a Vd. uno de los debere que los cubanos reunidos aquí IIW han impuesto. El 11ais \. a dcs~, rdenadarncnre a la guerra. > la guerra corre gran pe- i: gro si la dejamos e; iallar desordenada C! psis no tiene ya. como debiera :cncr ebtando la lucha ya !an c’L’rc‘; l , un ,plan que lo una y un programa poliIic0 que lo tranquilice. La dcciric~~ n del psis por la guerra 5tr; í mucho tnavor c! c la que (‘ 5 Itoy. v lo, trabajos rwolucionarios mttc‘ ho mris f: icile>. cuando Ios cncr~~ igos dc la rc\- olttci( irt no puedan oponerle, como le opont! n hoy J’O’ fal? a dc declaraciones espresas en contra, el argumenlo de que la guerra no será tn: is que cl campo dc los odios de jeicq atn- bicioros J. rivales. Los jefes necesitan, para que la guerra sea posi- ble, para SII mistno crédito v autoridad. detttostrar por SII rmiótt en cl extranjero y su sutnisió~~~ al bictt público. que en vez de ser el azolc de la patria son su esperanza. A lo más noble de sti corazbn Ilatttatnos, puea, v a lo mlis claro tic su juicio, para poder sitt engatio decir al país:-:~“ Que I- d., como nosotros, cree que la guerra de utt pueblo por su independencia, íruto de un siglo dc irabajo patriólico y de la cooperación de todos sus hijos. no puede xr la empresa pri\- ada ni la propiedad personal de uno que debe a la obra dc lodo el pais la parte que el heroismo lc dio en la gloria común:- Que \‘ d.. como nosotros, entiende que la guerra en Cuba debe organizarw y llevarse a cabo en vista del estudio v conocimiento de SU problema actual y SLIS necesidades, J para el bien y paz de Cuba, no para el medro de los que por haber ganado honor en su servicio pretendiesen valerse de él para esplo- tarla en su provecho, o servir sus pasionel;, o extraviarla:- Que Vd., cotno nosotros, .llevaria a la guerra, con la energía que la guerra requiere, la indulgencia política ~7 la sabia generosidad que de ante- mano deben ser conocidas, y creídas’, en un país formado dc ele- mentos latt diversos, tatt dispuestos al odio, tan temibles si se nos ponen juntos de frente, tan útiles si por nuestra grandeza y cordia- lidad nos so11 neutrales:-- Que \: d., como nosotros, no ayudaría la guerra co11 el fin imi) ttro de dar la victoria a un partido vengativo !’ arrogante. sino para poner en posesión de su libertad a todo el pueblo cubano.“-~ Bien sabemos que lodo eso debe rs; tar en el espí- ritu de \“ d: pero los pueblos no se cansan de ser tranquilizados. El corazcin 110s anuncia lo qu:‘ 1- d. ha de contestarnos. iQué gran día aquel (VI que. rc\. elattdo al país en una aparición suprema toda la \; irtud dc bus servidores, prcscntctnos de nuevo a Cuba, siempre ilustres por bu republicanismo. aquellos a quienes nuestros enemigos, J’ tnuchos de nuestros amigos, presentan como el obsi5culo al triunfo clc la guerra. v el establecimiento dc una república durable! Y no ya pira el pí! blico. sino para adtlanlar la prtparaciótt de nrtcstra obra organizadora. c~ utni) linto~ otro de nuestros encarooc al l) regttrttarle si no cree llegada la hora, con la prudencia y miya- miento tnuttio que aconxjan los prectderttcs y la naturaleza huma- lla. <IC qr~ c- I) or tncdio :t~‘ uo tlc 1111 cuisrpo ctt quien no pudiera SII- j) ottcr: c ansia dc autoridad tttililar- sc ;IOII~~ II al habla los jefes ~IIC’ en di\- crso< l! tgarcy w ocupan en pwparar cl modo de presiar a Cub; sus s; er\. icios. puesto que así como sin el espíritu del pais fof.! a labcr revolucicnaria es vana, asi serían imponentes y de in- calculables ma! cs para Cuba. los esfuerzos aislados de aquellos cu- ~‘ 0s esfuerzos reunidos, distribuyendo la autoridad como nuestro territorio y organización permiten, serán incontrastables.- La dispo- h; ciGn beucvoia de \‘ d. a un plan como este es esencial a la eficacia de la obra revolucionaria. Y como en Cuba mira el Gobierno de ESpaIi3. como su salvación única, la probabilidad de interrumpir en su desarrollo espontáneo la nueva guerra, de forzarla a estallar antes de que tenga juntos sus elementos, y de estimular a invasio- nes aisladas a los jefes cubanos, cqué nombre mereceríamos los que contribuyésemos a esa temible y certera política, los que por terque- dad, por soberbia o por celos ayudásemos a impedir la formación natural y la explosión vigorosa de las fuerzas revolucionarias, que no son solo los valientes que pelean, sino el consentimiento del país, y cl espíritu que las hace triunfar? <Cuándo, si la asesinamos ahora sus propios hijos, renacerá nuestra patria? Con esas observaciones deja cumplido su grato encargo respec- to de Vd.. la Comisión Ejecutiva. Los hombres pueden errar, y los patriotas de buena fe pensar de distinto modo sobre los modos de preparar y cotrducir la guerra; pero cuando se trata como hoy de impedir con una campaña grandiosa y oportuna que se malogre el último esfuerzo que parece capaz de hacer ia patria, dudar de la actitud de Vd. no sería cumplir un encargo, sino ofenderle: lo que no harán ciertamente los que tienen fe en su sensatez y en su patriotismo. Séanos dado,-ahora que podemos fundar o des- truir,- fundar. Seguros de su noble respuesta, somos de Vd.- Affmos. compatriotas: JOSE MARTI Félix Fuentes, Rafael de C. Palomino, Secretario Dr. J. M. Párraga. Cuerpo Asesor: Sres Dr. .J. J. Luis. Pedro Iraola. Francisco Sellén. Un cubano. i! n camagüeyano. Eduardo Ester. José E. Sânchez. R. V. ;\ day. Porfirio Ramos. Antonio Saiadrigas. Abelardo Peoli. Ra- món Rubiera. Manuel Beraza. Enrique Trujillo. Serafín Bello. CO- ronei Emilio Núfíez. Comandante José Rodriguez V. J. J. Camino. I-- n cubano. 0. c., t. 1, p. 216- 222. Cotejada con el manuscrito original UN HÉROE AMERICANO TRASLACIOK DE LOS RESTOS DEL GENERAL JOSE A. PAEZ DE NUEVA YORK A VENEZUELA- SOLEMNE DEMOSTRACION.- PAEZ EN NUEVAYORK SU VIDA.- EL H. lTO.- PRIMERAS CORRERlAS.- HAZANAS.- EL EJERCI- TO.-- EL COPLELAS QUESERAS.- CARABOEO.- SU NEGRO:- SU CABA- l_ LO.-~~~~ G~, 2il,~~ IDAD.- L~ PRIMERA LANZA AMERICANA Nueva York, 24 de marzo de 1888. Señor Director de Ln h’nciún: iPor que este sol riente, estas calles concurridas, este fragor de artillería. este clamor de clarines, este ir y venir de los edeca- nes a caballo? Estan llenos de coches los alrededores del cuartel del regimiento 12 de milicias. La mañana está fría; pero la con- currencia es grande. ;Quién llega. que todo el mundo le abre paso, y nadie le saluda sin cariño? Trae en la mano el tricornio con una pluma negra; (corno puede sostener sobre esas piernas infelices ese torso gigantesco.. 3. l! eva con trabajo SLI pecho hercúleo y sus espal- das anchas: la, s charreteras se encajan en los hombros, como las guardas de plata en la esquina de un misal antiguo; la cabeza es redonda, cana v ai rape: quien ha visto los de un toro a punto de arremeter ha visto sus ojos; pero como se ha codeado de cerca con la muerte. como ha! 1 caído a sus pies, sonriendo y aclamándolo, sus escuadrones, como ha conquistado en el peligro su grandeza, templa ios írnpetus de su mirada una magnífica benignidad: los ojos son viscosos, turbios, corno estrellados: le caen por ambos lados de la barba dos bigotes mandarines, negros: iquién es, que nadie lo ve pasar sin admiración?: ;es Sheridan, que como Sherman, el que avudo z Grant a cerrar sobre Richmond !a confederación exan- gte;-- como John Shcrman, su hermano, candidato hábil a la pre- videncia;- como Sickles, el que de una arremetida arrebató a los corifederados la victoria de Gettysburg, y volvió con una pierna menos, pero con la gloria; como Flower. que empezó de calles y es OBRAS ESCOGIDAS. T II 215 ahora poderoso empresario; como Hewitt, que disputa a Depew la representación del espíritu yanqui en la lucha vecina contra el euro- pcírmo vencedor; como cien más, honra del congreso y la iglesia 1 la banca y el ejército y la república, han venido a acompaiíar, sin miedo al frio que muerde, hasta el muelle donde una lancha los llevará al buque de guerra que los transporta a Venezuela, los restos, harto tiempo solitarios, de José Antonio Páez, de aquel que sin más escuela que sus llanos, ni más disciplina que su voluntad, ni mis estrategia que el genio, ni más ejército que su horda, sacó a Vene- zuela del dominio español en una carrera de caballo que duró die- . ~. clseis años. Allá va por la Quinta Avenida la procesión. Ayer estuvo su féretro expuesto con guardia de honor en la Sala Consistorial, que licnc de años atrás en sus paredes el retrato del llanero, vestido ya de persona mayor: la czbeza bien sentada, de pelo cano y crespo, boca benévola y sensual, y ojos radiantes y maravillosos: cadena de oro por toda la pechera: chaleco blanco: ino había sobre el ataúd más que cinco coronas! iAllá va la procesión, que a las diez salió, del cuartel, y a las cuatro llegó al muelle. La policía montada la abre: la manda Sickles, desde un carrua- je abierto, con su capa azul sobre los hombros, y su muleta al lado: siguen las baterías, con sus obuses relucientes; batallofies de tropa de línea; regimientos de la milicia de la ciudad: Sheridan a la cabeza de los húsares: la milicia del séptimo, que es el lujo de New York, guardando el carro fúnebre, el carro negro. Sherman y los comisionados de Venezuela, los generales, los magistrados, los re- presentantes, los ministros, los cbnsules, los neoyorquinos ilustres; los hi5pancamericanos fieles, en doble hilera de carruajes. Las músi- cas vibran. Las venezolanas saludan’desde un balcón con sus pa- ñuelos. Las aceras están llenas de curiosos. iEsa música heroica, ese estruendo de cureñas, ese piafar de la caballería, esos uniformes galoneados, esos carruajes de gente civil,, son cortejo propio del que con el agua al pecho y la lanza en los dientes salió de los este- ros del salvaje para ganar en la defensa de la libertad los grados y riquezas que otros ganan oprimiéndola y morir al fin recomen- dando a sus compatriotas que “como no sea para defenderse del extranjero, jamás toquen sus simas”! Erró después: creyó que el brazo es fo mismo que la frente, vencer lo mismo que jugar, pelear lo mismo que gobernar, ser caudillo de llaneros lo mismo que ser presidente de república; pero <quién que sea digno de mirar al sol verá antes sus manchas que su luz ? extraña sus hechos extraordinarios Cuando loan hoy aquí en lengua cno los loaremos en la misma lengua cn que él dijo iDesnúdense! en el Copié, y en las Queseras ~Vueluan caras! iRecuérdese a los héroes! Bien lo recuerdan aquí sus amigos de antes, que son hoy magnates de la banca, columnas de la religión, cabezas de la milicia, candidatos a la presidencia de la república, y oyeron con asombro en su mocedad las proezas del llanero épico que con la hombria de su trato supo más tarde, en su destierro de veinte años en Nueva York, mantener para el hombre resignado la admiración que despertó el guerrero. “Todavía nos parece verlo, dicen, cortés y verboso, más instruido en batallas que en leyes, puntual en sus citas, muy pulcro en el vestir, lleno de generosidad y de anécdotas, amigo de las damas y del baile, sin que lo de general y presidente se le viera más que en algún gesto de imperio de la mano o en alguna centella de los ojos”. iAún recuerdan al prócer arrogante que en las noches de invierno les contó las guerras increíbles de aquellos hombres que cargaban, como Sánchez, un cañón a cuestas, de aquellas mujeres que decían a sus esposos, como la de Olmedilla: “Prefiero verte re- volcar en tu sangre antes que humillado y prisionero”; de aquellos jinetes que amansaban al amanecer el potro salvaje con que a la tarde iban dando caza, asta contra anca, al enemigo. Así quisieron sus amigos de antes despedir con majestad al que tantas veces les apareció con ella. Así honró a aquella lanza incan- sable el pueblo que se opuso, por razones de conveniencia, a que con la redención de las Antillas coronara su obra. Nadie comenzó su vida en mayor humildad, ni la ilustró con más dotes de aquellas sublimes que parecen, con el misterio de la vida, venir a los hombres privilegiados del espíritu mismo de la tierra en que nacen. Vio la luz a la orilla del agua en que había de librar en ella batalla .de caballerías, como en la tierra firme. Que comer tenían sus padres; pero no más. Le enseñaron con sangre, en la escuelade la Sra. Gregoria, la doctrina cristiana y los palotes de Palomares: cartuchos de pulpería y panes de azúcar fueron sus pri- meras armas, cuando sirvió a su tío el pulpero, de mancebo, y por la tarde le ayudaba a sembrar el cacaotal: pasó la mocedad de peón de hato, trayendo y llevando camazos de agua caliente, para que se bañase los pies el capataz de pelo lanoso que no veía con gusto su cabello rubio: a lomo pelado, sin más rienda que las crines, sa- lió a la doma del potro salvaje, rebotando, mugiendo, salvando que- bradas, echado al cielo, volando: escarmenaba cerdas para los ca- bestros o echaba correas a la montura en los pocos ocios que le permitía Manuelote, sentado en su cráneo de caballo o en la ca- beza de un caimán, que eran allí los únicos asientos: “yo no le pregunto si sabe nadar”, le decía Manuelote, “lo que le mando es que se tire al rio y guíe el ganado”: su comida era un trozo de la res recién muerta, asada al rescoldo, sin pan y sin sal, y el agua de la “tapara” la bebida, y la cama un cuero seco; y el zapato la planta del pie, y el gallo el reloj, y el juez la lanza; cantó a la puerta de su novia; en los domingos y en las fiestas, aquella poesía selvática y profunda que suele interrumpir el rival celoso con otra poesía, y luego con la muerte: y de pronto, así como los llanos chamuscados y sedientos, albergue sólo del cocodrilo moribundo o de la víbora 216 losé Marti OBRAS ESCOGIDAS. T. II 217 enroscada, surgen a las primeras lluvias cubiertos de lozanía, fragancia y verdor, y el potro relincha, y el toro renovado se encela, y cantan los pájaros, esmeraldas aladas, y todo entona con estallido y chispazos, el venturoso concierto de la vida, así el alumno de la Sra. Gregoria, el criado de la pulpería, el que traia y llevaba los camazos, pone el oido en tferra, oye a lo lejos, convocando al triunfo, los cascos del caballo de Bolívar, monta, arenga, recluta, arreme? e, resplandece, lleva caballo blanco y dolmán rojo, y cuando se le ve de cuerpo entero allí está, en las Queseras del Medio, con sus ciento cincuenta héroes, rebanando enemigos, cerrándolos como en el rodeo, aguijoneando con la lanza, como a ganado perezoso, a las hordas fatidicas de Morales. Pasa el río: se les va encima: los llama a pelear: les pica el belfo de los caballos: finge que huye: se trae a las ancas toda la caballería, “jvuelvan caras!” dice, y con poco mas de cien, a la luz del sol, que volvió a parar su curso para ver la maravilla, jclavó contra la selva a seis mil mercenarios, re- vueltos con el polvo, arrastrados por sus cabalgaduras, aplastados por sus cationes, caídos sobre sus propios hierros, muertos antes por el pa\. or que por la lanza! Así venció en su primera pelea for- mal, en la Mata de la A’iel: así en la última, trece años después, cuando aseguró la independencia del continente en Carabobo “iA vengar mi caballo!” dijo en la Mata, y se trajo sin jinetes, porque a lanzazos los sacó de las sillas, todos los caballos de López! “iA vengar a mi negro Camejo!” dijo en Carabobo: carga con sus seis- cientos, gana la rienda y rompe al enemigo, vuelve con todas las lanzas coloradas, iy es libre la América! Tres años sirvió de soldado en la primera guerra, y cuando en sus filas no había llegado más que a sargento, en las del enemigo, triunfante en 1813, lo querían para capitán de caballería. ?- No era él quién desmontaba en un encuentro a treinta jinetes? i“ eI tío”, “el compadre”, “e! mayordomo” de los llaneros? <el que por generoso los deslumbraba, y por astuto y por fuerte? iel que veía de una le- gua, clavaba de un saetazo al puerco montes, domaba al potro con mirarlo fijo, volcaba el toro de un tirón de cola? Pero él se escurre por un lado del monte, a ser capitán de los patriotas, que a poco se le cansan, y ya no son más que veinte, y luego dos, y luego él solo. Le quitarán la espada con engaño, iporque frente a frente, ni el pueblo entero de Canaguá se la quitaría! Lo cargarán de grillos en Barinas: “iA mí los más pesados!” Lo habrían matado de noche, como a todos los presos, a lanzazos, si con sus riegos y los de un amigo no ablandase el corazón del carcelero, que le quitó los hierros. iAdónde irá ahora Páez? ia buscar su caballo y sus armas, para ve- nir él ~010, a rescatar a sus compañeros! “iQuién vive?” le grita la guardia. “iE demonio, que pronto vendrá a cargar con ustedes!” Vuelve riendas: “* ,Adelante!” grita a un batailón invisible. La guar- dia se echa por tierra. De un planazo se concilia al alcaide dudoso. Saca libres a ciento quince presos. Abre otra cárcel, llena de mu- jeres. Sin más compañero que un gallardo español que no le conoce, y a quien dará después su bolsa, como para castigarse por haber pensado en cobrar otra vez, sin en éi toda -la ofensa de que viene lleno, sale afectar -el sacrificio cierto del pueblo de Barinas, que lo aclama por jefe, a levantar ejército allí donde la libertad está, más segura que en las poblaciones, en los llanos: en los llanos, leales ai rey; ipero él levantará ejército! Sus primeros soldados son cinco realistas que le intiman rendición. Luego saldrá al camino, puesto en apuros para demostrar a los cinco reclutas cómo es verdad que tiene, por lo cercano, una compañía que nunca llega: topa con una banda de indios: los aterra: los hace echar al suelo las flechas: con todas ellas y los arcos ata un haz: y se lo echa a la espalda, y entra en el pueblo con los indios cautivos. Con los flaneros que desprecia Gar. cía de Sena organiza en Mérida su primera compa- ñía. Con los prisioneros de su teniente en Banco Largo monta los “Bravos de Pkz”; con el aguardiente y sus palabras enardece de tal modo a los indios de Canabiche, temerosos de la fusilería, que los indios, transfigurados, .se pican la lengua con la punta de la flecha, se embadurnan el rostro con la sangre que les sale de las heridas y mueren abrazados a los cañones. Cuando no tiene más, sale a campaña con tres lanzas y un fusil; pero si quiere caballos para la gente que se le allega, ino van montados los realistas? Si le faltan barcas con que defender el río, tpara qué están las flecheras españolas, que huyen a cañona- zos, corriente arriba? por eso escogió Páez de pínta rucia los caba- llos de sus mil llaneros, porque los rucios son los caballos nada- dores. ;Ni los hombres, ni las bestias, ni los elementos le habrán de hacer traición!; porque él, que al empezar la pelea cae a veces sin sentido de la silla por la fuerza con que le acomete el deseo de ir a recibir los primeros golpes; él, que en cuanto se ve solo ataca, y en cuanto ataca vence; él, que cegado por el combate, se va detrás del enemigo con un niño por único compañero, mientras su tropa se queda atrás entretenida con el botín; él, que arenga a sus lanzas de este modo en la Mata de la Miel: “ial que no me traiga un muerto, io paso por las armas!“.; él no humillará jamás a un bravo, ni se ensañará contra el vencido. Al pujante Sánchez sí lo sacará de la montura en -el asta de la lanza, y como que, cuando lo tiene en tierra bajo la rodilla, “prorrumpe en palabras descompuestas e im- propias del momento en que se hallaba”, lo rematará de otro lanzazo; pero ,cuando un patriota sanguinario deshonra sus armas descabe- zando prisioneros indefensos, ya “al caer la quinta”, no puede re- frenar la indignación que 10 sofoca; para al bárbaro, acude a su superior, defiende a los prisioneros delante de la tro a. la más estricta obediencia militar,- escribió luego,- pue Cr “iNo; ni e cambiar la espada del soldado en cuchilla de verdugo!” 218 José Martí OBRAS ESCOGIDAS. T. II 219 Asi iba ya, de jefe suelto, algo más libre que al principio de amigos traidores y jefes celosos, a la cabeza de su gente de lanza que le adora, que le para el caballo para pedirle lo que quiere, que le quita de las manos la lonja de carne que se lleva a la boca. Van por los ríos de noche, voceando para ahuyentar a los caimanes, por kas esteros cenagosos, sacando a pujo de brazo su animal aho- gado; por los llanos encendidos entre brotes de llamas, turbiones de humareda, bocanadas de polvo, No hay más comida que la res que matan; y los soldados, sin sombrero y vestidos de pieles, se apean, lanza en ristre, a disputarse el cuero fresco. La banda sigue al paso, cantando, afilando el chuzo de albarico, asegurando la cuchilla flo- ja. Páez va delante, “descalzo y .maltratado de vestido”, con unas calzas de bayeta roídas hasta media pierna. Cruzan los ríos con las armas y la montura a la cabeza: al que no sabe nadar le ‘hacen bote de un cuero: si la carga es mucha, con tiras sin curtir recogen los bordes de una piel, echan lo pesado dentro, y al agua van, con su caballo de una mano y la cuerda en los dientes. Al salir a. un yagual, descubren a un hombre encuclilla- do con las manos en la maraña de] cabello, con la mirada fija en tiekra: tiene a sus pies, mondados, los huesos de su propio hijo. De cuando en cuando se encuentran, colgada en una jaula o clavada en una escarpia, la cabeza de un patriota frita en aceite: un día, después de vencer, desclavan la cabeza de Aldao, y sale volando un pájaro amarillo, como su bandera, que tenía allí su nido. {Qué es Monteverde, qué es Calzada, qué es Correa, qué es La- torre, qué es -Boves, qué es Morillo? Cuando aún ‘tienen su *plan en el cerebro, ya Páez está a sus talones deshaciéndolo. Adtvma todas las vueltas y ardides del español, y calcula con exactitud los movimientos que deben hacer de sus defectos y virtudes. Obedece a sus presentimientos y se salva. Al azar nada fía, y lo prevé todo antes de empeñar el combate; pero ya en él, no pierde un gesto. Improvisa recursos singulares en los instantes más comprometidos. Engaña al más astuto. Siem- pre le ocurre lo que el enemigo no puede prever. Lleva la carne muerta de tres días, para que no lo delaten los buitres que caen sobre la matazón reciente. Cada encuentro le enseña el modo de vencerlo. Su estrategia es original, pintoresca y sencilla. Sobresale en simular un ataque, y vencer con otro; en fingir fugas de caballe- ría, partir las fuerzas que le dan caza, y revolver con toda la gente sobre la una, y luego sobre la otra; en sacar al campo al enemigo, de modo que la infantería lo envuelva; en decidir una batalla dudosa con una inesperada acometida. ;Qué peleas, brazo a brazo, la de la . Miel, la ‘de los Cocos, la de Mucuritas, la de las Queseras, la de Carabobo! Aquellos mil hombres parecen un solo hombre: se tienden por la llanura, galopan al mismo son, ondean como una cinta, se abren en abanico, se forman eh una sola hilera, se repliegan anca con anca, desbócanse en cuatro bandas, para resolver ‘a, una sobre el enemigo dividido; vuelven a escape de] triunfo, sacudiendo las lan- zas en alto. No eran aún más que cien, allá por 1814, y ya Paéz se iba a citar a combate con baladronadas al jefe realista. El jefe vencido se echaba al rio y Páez se echaba tras él, cruzaba el rio antes y 10 esperaba a la otra orilla, para perdonarlo. Se les caen al suelo los potros moribundos y la pelea sigue pie a tierra; va a venir por aquel lado el español; y lo aguardan hora sobre hora, tendidos sobre los cuellos de los caballos. Los apura el contrario numeroso y pasan la noche hundidos en el estero. Vienen a cazarlos con barcas y ellos se echan al agua, se acer- can a la borda, se zambullen en cuanto luce la mecha del cañón, pican con el asta el pecho de los artilleros, toman desnudos, lanza en mano, las flecheras desiertas. Se prepara Morillo, con el favor de la noche, a echarles encima sus fuerzas mayores; y Páez, que no sabe de Aníbal ni de sus dos mil bueyes, ata cueros secos a la cola de cuatro caballos, a la vez que echa al aire un tiroteo, lanza a los brutos desespera os sobre el campo español, que presa de] bi pánico levanta tiendas. Si el viento va detrás del enemigo, incendia la sabana, y en medio del fuego espantoso, entre columnas de humo y lenguas de llamas, carga catorce veces la caballería. A Puerto Cabello, entretenido con maniobras falsas, lo asaltan de noche a caballo por el mar, y 10 toman. Y cuando en 1818, horas después de abrazar po: primera vez a Bolívar, quiere el héroe impaciente vadear el Apure, burlando las cañoneras españolas del Copié, “yo tomaré las cañoneras”, dice Páez: sus bravos se desnudan,. y se echan al río con los caballos. en pelo y la lanza en la boca: nadan con una mano, y con la otra guían a su cabalgadura; llegan a las cañoneras, saltan del agua al lomo, del lomo a la cubierta, lde la cubierta a la victoria! Suyas son. Bolívar, vencedor, pasa al Apure. Grande era Páez al resplandor de las llamas de San Fernando, incendiado por sus propios habitantes para que Morillo no pudiera hacer de él fortaleza contra los patriotas; grande en los llanos, cuando ijar contra ijar, con luces émulas, centelleándole los ojos, iba su caballo blanco al lado del potro rucio de Bolívar; grande en las Queseras, tundiendo a los de Morales con el cuento de la lanza, cuando de herir a los seis mi] con sus ciento cincuenta, y se le había embotado al asta el filo; grande en Carabobo, cuando señalán- dole al contrario por su penacho rojo, que acude de sus infantes abatidos a su caballeria desordenada, ve venir al “primero” de sus brazos, al negro Can- tejo, cuyo caballo, muerto como su amo, cae de rodillas, a sus plantas: de un vuelo del brazo cita a los jinetes que le quedan, iy cuando un realista compasivo lo levanta del sincope que lo ha echado por tierra, del poder de España en América no quedan más que los cascos, rojos por la sangre que empapa la llanura, de los caballos de Valence y de Barbastro! Pero el llanero criado en el mando de su horda omnipotente jamAs fue tan grande como el día cn qrle de un pueblo Icjano mandó liamar alcura, para que le tomase. ante la tropa, el juramento de ser fiel a Boli\- ar: ni aquel guerrero, saludado durante diecist; is años a la entrada de los ca- minos por las cabezas de sus tenientes en la picota o en las jaulas. venció--- nunca tanto como el día en que, roto con honor el último acero de España en Puerto Cabello, ni la humillci. ni se vengó, ni le colgó en jaula la cabeza. ni la clavb en picas, sino que le dio salida libre del castillo, a tambor batiente y bandera desplegada, Ya llegó al nmelle la comitiva, las calles levantaban las corti- nas, para ver pasar al extranjero. Las calles pobres, de polacos, de italianos, de negros, se agolpan a oír la música, a “ver lo que es” F alegrar los ojos cansados con los colores de los uniformes, y los penachos, y la caballería. Los niños aplauden desde las ven- lanas a los veteranos mancos. A un negro colombiano, que se abrió paso al borde de la acera, le corren las Iigrimas a hilos. Se iorma en línea la milicia, las baterías. el escuadrón de húsares. ~ES que lo quiere así el alma piadosa, o es que de veras, al sacar del carro fúnebre el ataúd, parece el aire como más luminoso, y los caballos no piafan, y no SC oye más que el silencio? Ocho marinos lo cargan en hombros, “Cerca, mi Dios, de ti” toca la banda: Sherman baja los ojos. Sheridan levanta la cabeza. ;Todos los sombreros en las manos! La Nación, Buenos Aires. 13 de mayo de 1888 0. c., t 8, p 21 i- 219 ,211 Tl0 EL EMPLEADO Novela de Ram6n Meza Esta es la historia del poblano don Vicente Cuevas, que llegó a Cuba en un bergantín, de España. sin más seso, ciencia ni bienes que una carta en que el señor marqués de Casa Vetusta lo rccomen- daba a un empleado ladrtin, y con las mañas de este y las suyas, amparadas desde Madrid por los que participaban de sus frutos, paró el don Cue\: as de las calzas floreadas v las mandíbulas robustas en “el señor conde Coveo” a quien despidieron con estrépito dc lromboncs y lujo de estandartes y banderines los buenos patrio- tas de La Habana, cuando se retiraba de la insula, del brazo de la rica cubana Clotilde, Esta es la vergonzosa historia, diciia- con sobrio ingenio, cuidado estilo y varonil amargura. Llega el Vicente- más un sobrino honrado en cuya boca pone Meza el libro- con los sesos Lan pobres bajo su sombrerete “de copa como media bala de cañón”, que lo primero que ye de La Haba- lla cs el tope de un muro, donde lo montaron de burlas la noche de Reyes “a esperar los magos”; y él da con el burócrata truhán que: necesita del ignorante tamaño’ para que le manen oro, por artes bribonas, ciertos cxpcdienies mohosos de cuyo estudio saca a un leal oficinista, a fin de que el Vicente, que ni leerlos sabe, le deje de tlrleño en la oficina de que el despojado era guardián; él finge “que escribe mucho y de prisa”: él es dado a titulos, y tan servil con su superior como tan tiránico con cl escribiente, su sobrino: 61 para CII la cárcel de que e I otro lo saca, fugado, a la goleta que lo Ile\: a a México; él vuelve a poco tiempo al destino del otro, que es puesto alto y pingüe, por lo que quienes escudan a aqcrel cn virtud de la parte que perciben de ios provechos del empleo, tienen empc! ío de poner a la cabeza de la mina, por sobre cárceles y robos pasados. a uno “que se haya dejado la vergüenza e; i Cádiz”: a un pillo que, como /* icente, encubra que lo es, cacareando que está “en un psis de pillos”; bueno, en verdad, puesto que los sienta a su mesa, y les da sus mujeres para que se paseen por sus calles, hecho ya UII se- ñorón de carretela, con su placa en el frac y cxña de !ndias, con Su panza eminente y pechera de brilla:: tes, con su calva lustrosa y CUel\ O VacLlno, dqW? l que, traficando en la derlda. cuyos secretos 222 Jos6 .Marri OBRAS ESCOGIDAS T. 11 223 están bajo su guarda, y tomando para si lo que se allega con pretextos patrióticos, vendiendo a sus propios soldados garbanzos ma- nidos. llega a arrancar con una perorata condal, los aplausos del cinico banquete que preside, en el mismo teatro desde cuya cazuela, como si con ei ambiente hubiera bebido desde el desembarcar, la certidumbre de que el alcornoque en su tierra era el dueiio de esta otra, juró cerrando el puño, a los que se reían de él, que don Vicen- te Cuevas “; había de ser algo!” Y lo fue todo, hasta esposo de Clotilde. Todo esto se cuenta en el libro, que parece una mueca hecha con los labios ensangrentados. Cuéntase cómo se va en Cuba de Cuevas a Coveo; cómo se enriquecen, a robo limpio y cara de ja- lea, los empleados; cómo chupan, obstruyen y burlan al país, que pasa en la sombra discreta de la novela como una procesión de fantasmas lívidos y deshuesados; cómo echa vientre el conde, a la tibia luz de su casa voluptuosa de soltero, entre cocheros y poetas celestinos; cómo sobre el ataúd caliente de la vana mujer que da la beldad de su hija a un necio título, engordan- mientras el mayordo- mo leal muere de pena- el secretario, el general, el contratista, el canónigo, el coronel, el escritor “patriota” que hoy atenta, vestido de negro y con bastón de carey, contra las vidas de aquellos a quienes ayer sirvió, iy tal vez le lleva y trae flores! Al lado del conde se mueven, esbozados de propósito con sencillez no exenta de firmeza, e] portero adulón; el cochero procurador; el buscapié, servil; el secretario, presuntuoso; los oficinistas, famélicos; 10s ladrones titulados; la suegra, frívola; la hija, complaciente. Se ven los mis- terios de oficinas, el lujo grotesco del advenedizo, el sabio asedio de la casa rica, nuestras casas y parques, criados y costumbres, vanidades y barraganías, festejos y banquetes. El comer es parte principal de Mi tío el empleado: come pan y sardinas en la fonda donde llega; come a Chartreuse tendido en su casa de soltero, donde luce, bajo un guardapolvo de cristal, un becerrillo de oro; come a chaleco abierto, en casa de su suegra di- funta, rodeado de coroneles y canónigos; come con su secretario a traga mesas, cuando preside en el teatro, lleno de luces que no se saben apagar, el festín patriótico: “1 daba gusto ver comer a aquellos dos hombres!” No parece de veras, aun a los que todavía llevan el brazo man- chado de cuando se rozaban con ellos por las calles, que esos entes cómicos, sobre cuyas cabezas flota la tragedia, sean tan des- nudos de mérito como los pinta, calcándolos del natural, este libro, que deja una impresión semejante a la que ha de dejar una bofeta- da. Es un teatro de titeres; de títeres fúnebres. Y a no ser porque no pueden negarse los ojos a ver, ni la memoria a recordar, diríase. conforme se va !eyendo el libro, que sólo en los dominios de la pesa- dilla pudieran llegar a esa preponderancia, ignorantes y pícaros ta- les. Hay algo de pantagruélico en aquellos banquetes,. y de rabele- siano en la risa del libro, no tanto por voluntad de esté como por efecto de! modelo monstruoso. El libro, sin ser más que retrato, pa- rece caricatura; pero precisamente está su mérito en que, aun en el riesgo de desviar la novela de su naturaleza, no quiso el autor in- validarla mejorando lo real en una obra rexiista, cuya esencia y mé- todo es la observación sino que. hallando caricatura la verdad, la dejó como era. Este don de observar es en Meza tan característico, que ha de constituirle una originalidad poderosa en los libros donde ya salgan cn sazón las cualidades que, por lo despacioso de ellas y lo joven de él, se muestran aquí, y deben mostrarse como en agraz; porque no es esa observación común que copia lo que ve, como la fotogra- fía, sino otra implacable y casi ceñuda, que realza su poder con su justicia, Y parece que brega a brazo con su objeto hasta que lo deja por tierra sin la vida que le toma para su descripción; es como ciertos pintores, que no dibujan con lápices, sino con púas de acero. Achica de propósito. sus personajes ruines con lo mínimo de sus detalles, como el que se entretiene en sacar flores, pompones y tufos a un perro de lanas. No dice “iese es!“, porque pudieran no creerle; sino hace que el personaje diga “iyo soy!” Y lo que sin duda contribuye a’ dar ese aire de parodia a la copia intencionada de lo natural, no es que quite de este o le añada sin justa proporción, o le suponga; sino que al condensar en tipo enérgico las condiciones en que los de su casta se distin- guen, aparecen de bulto y como magnificadas las picardías, que se ven menos cuando andan repartidas por la especie y mezcladas en el concierto usual de desvergüenzas y virtudes. Ni se le habría de censurar que tuviese por genio propio el de la caricatura, que cs modo eficaz de hacer visible el defecto por su exageración. El arte sienta a su mesa a Daumier y a Hogarth. Y ien qué esti! o está escrito todo eso? En .un estilo intenso y laborioso, aunque enlrabado por el ejemplo de las grandes novelas espariolas, donde en salvo algo de Pereda y en casi todo lo de Pa- lacio Valdés, no se procura aquella belleza superior que viene al lenguaje, de expresar directamente y sin asomos de literatura, la pasión, la esencia y e] concepto, graduando acentos y escalonando cláusulas de modo que vayan siendo confirmación del sentido, y acabe la írase musical donde acaba la lógica; sino aquella otra per- fección del remiendo parecida a las flores de paño que adornaban la chaqueta con que vino a Cuba don Vicente. Cuevas, que encasaca y deforma con giros desproporcionados y violentos la fecunda beldad de la idea libre, y en vez de realzar su gracia con el donaire suelto de la ttinica, la emperifolla, afeita y endominga, como sesentona llena de moños y cintajos. -En ese repulgo de la frase, así como en lo minucioso de la descripción y uso frecuente del sueño simbólico, se t: e el influjo de los autores que están poniendo ahora en lengua académica, por métodos ingleses y franceses, las cosas de España. Pero los defectos mismos de nimiedad y cargazón que, en las descrip- ciones sobre todo, pudieran censurarse en el lenguaje de Mi tio el ~T~ 7~/~ l~~ do. no son defectos realmente. sino abundancia de condicio- nes. por donde se revela, con el exceso propio de la juventud, la I’~ SI~ II esencial del artista por la verdad v el color. Ya podara îcljcti\. os, evitará asonancias, agrupará mat; ces y cuidará pronom- bres. F. 1 estilo, más que en la forma, est5 en las condiciones perso- :! ales que han de expresarse por ellas. El que ajuste su pensamiento a su forma, como una baja de cxspada a la vaina. ese tiene estilo. El que cubra la vaina de papel o de cordones de oro, no hará por eso de mejor temple la hoja. El \. crw w improvisa pero la prosa no: la prosa viene con los años. \‘ a Meza sobresale por 511 honrado v constante deseo de emplear la palabra propia, necesaria y gráfica; pero lo que anuncia en él al escritor no es esta caza del vocablo, aunque sin ella no hay belleza durable cn la literatura. sino la determinación de subordinar el len- guaje al concepto, el don de ver en conjunto y expresar fielmente. la capacidad de ccmponcr un plan vasto, con sus caracteres, inciden- tes y colores, y la firmeza indispensable para conducirlos al fin propuesto, no cnseñ6ndose a cada paso a que le vean la imagen rica o la frase bien cortada, sino como olvidado de sí, y guiando la ac- cibn desde afuera. Pero más notable que la facultad de componer, ci mérito de desaparecer dc su libro, y el reposo, intencibn y sobriedad con que todo é! estll concebido y ejecutado, es aquel como fiero pensamien- to y grave melancolía que da a su c. histe la fuerza de la sátira. Hay ojos celltclleantes bajo esa careta pintarrajeada. En ese silbato chasquea un litigo. Ese conde que no lleva a ,Cuba a Clotilde tiene las espaldas listadas de negro, como los vestidos de los presidia- rios. Ese es el chiste viril, el chiste útil, el único chiste que está hoy permitido cn Cuba a los hombres honrados. Las épocas de cons- truccibn, en las que todos los hombres son pocos; las épocas amasa- das con sangre y que pudieran volver a anegarse con ella, quieren algo más de la gente de honor que el chiste de corrillo y la litera- tllrá de café, empleo indigno de los talentos ievantados. La gracia es de buena literatura; pero donde se vive sin decoro, hasta que se le conquiste, no tiene nadie el derecho de valerse de la gracia sino corno arma para conquistarla. A Níobe no se le debe poner collar de cascabeles. A Cristo no le puede poner en la mano una sonaja. La gacetilla no es digna del pais que acaba de salir de la epopeya. EI Aoisodor Cuhann, Nueva York, 25 de abril de 1888 0. c., t. 5, p 125129. HEREDIA’ No por ser compatriota nuestro un poeta lo hemos de poner por sobre todos los demás; ni lo hemos de deprimir, desagradecidos o envidiosos, por el pecado de nacer en nuestra patria. Mejor sirve a la patria quien le dice la verdad y le educa el gusto que el que exagera el mérito de sus hombres famosos. Ni se ha de adorar idolos, ni de descabezar estatuas. Pero nuestro Heredia no tiene que temer del tiempo: su poesía perdura, grandiosa y eminente, entre los defectos que le puso su época .y las imitaciones con que se adiestraba !a. mano, como aquellas plrámides antiguas que im- peran en la dlvlna soledad, irguiendo sobre el polvo del amasijo desmoronado sus piedras colosales. Y aun cuando se negase al poeta, puesto que el negar parece ser el placer más grato al hombre, las dotes maravillosas por que, después de una crítica austera, asegura su puesto en las cumbres humanas, iquién resiste al en- canto de aquella vida atormentada y épica, donde supieron conciliar- SC la pasión y la virtud, anheloso de niño, héroe de adolescente, pronto a hacer del mar caballo, para ir “armado de hierro y ven- ganza” a morir por la libertad en un féretro glorioso, llorado por las bellas, y muerto al fin de frío de alma, en brazos de amigos extranjeros, sedientos los labios, despedazado el corazón, bañado de lágrimas el rostro, tendiendo en vano los brazos a la patria? $Iucho han de perdonar los que en ella pueden vivir a los que sa- ben morir sin ella! Ya desde la niñez precocisima lo turbaba la ambición de igua- larse con los poetas y los héroes: por cartilla tuvo a Homero; por gramática a Montesquieu, por maestro a su padre, por dama a la hermosura, y por sobre todo, el juicio; mas no aquel que consiste en ordenar las pasiones cautamente, y practicar la virtud en cuanto no estorbe a los goces de la vida, sino aquel otro que no lo parece, por serlo sumo, y es el de dar libre empleo a las fuerzas del alma-- que con ser como son ya traen impuesto el deber de ejerci- l Ver tambkn en eâte mismo tomo, p. 404, el discurso en honor del poeta, pro- nunciado por Marti en Hnrdman Hall, Nueva York, el 30 de noviembre de 1889. 226 /ose .MUffl OBRAS ESCOGIDAS T II 227 tarse- y saber a la vez echarlas al viento como halcones, y enfre- narlas luego. No le pareció, al leer a Plutarco en latin, que cuando había en una tierra hecha para la felicidad esclavos azotados y amos impios, estuviese aún completo el libro de las Vidas, ni cumplido el plan del mundo, que comprende la belleza moral en la fisica, y no ve en esta sino el anuncio imperativo de aquella: así que, antes de llevarse la mano al bozo, se la llevó al cinto. Salvó su vida y calmó su ansiedad en el asilo que por pocos días le ofreció la inol- vidable Emilia. Llora de furor al ver el pais de nieves donde ha de vivir, por no saber amar con mesura su país de luz. Lo llama México, que siempre tuvo corazones de oro, y brazos sin espinas, donde se ampara sin miedo al extranjero. Pero ni la amistad de Torne], ni la compañía de Quintana Roo, ni el teatro de Garay, ni la belleza fugaz de Maria Pautet, ni el hogar agitado del destie- rro, ni la ambición literaria, que en el país ajeno se entibia y vuelve recelosa, ni el pasmo mismo de la naturaleza, pudieron dar más que consuelo momentáneo a aquella alma “abrasada de amor” que pedía en vano amante, y paseaba sombrío por el mundo, sin su esposa ideal y sin los héroes. Aquel maestro de historia, aquel periodista sesudo, aquel politice ardiente, aquel juez atildado, con una mano opinaba en los pleitos, y con la otra se echaba atrás las lágrimas. En el sol, en la noche, en la tormenta, en la lluvia nocturna, en el océano, en el aire libre, buscaba frenético, mas siempre dueño de si, sus hermanos naturales. Disciplinaba el alma fogosa con los quehaceres nimios de la abo- gacía. Su poesía, marcial primero y reprimida después, acabó en desesperada. Más de una vez quiso saber cómo se salia pronto de la vida. Pide paz a los árboles, sueño a la fatiga, gloria al hombre, amor a la luna. Aborrece la tiranía, y adora la libertad. Arreglando tragedias, nutre en vez de apagar su fuego trágico. Borra con sus lágrimas la sangre que en la carrera loca sacó con la espuela al ijar de su caballo. iQuién le apaciguará el corazón? <Dónde se asilará la virtud? El exceso de vida le agobia; vive condenado a efectos estériles; jamás iinfeliz! ser correspondido por la que ama. De no- che, sobre un monte, descubierta la cabeza, alza la frente en la tempestad. INo se irá de la vida sin haber sembrado el laurel que quiere para su tumba ! Aquietará SLI espíritu desolado con el frescor de la lluvia nocturna, pero donde se oiga, a los pies de una mujer, bramar el mar y rugir el trueno. Y murió, grande como era, de no poder ser grande. Porque uno de los elementos principales de su genio fue el amor a la gloria, en que los hombres suelen hallar consuelos com- parables al dolor de quien nada espera de ella: su poesía resplan- dece, desmaya o angustia, según vea las coronas sobre su cabeza o fuera de su mano: busca sin éxito, ya desalentado, poesía nueva por cauces más tranquilos: su lira es de las batallas, del amor “tremendo”, del horror “grato”, “bello” y “augusto”. Del país profa- nado en que le tocó nacer, y exaltó desde la infancia SLI alma siem- pre dispuesta a la pasión, buscó amparo en la grandeza de su tiem- po, reciente aún de la última renovación de la humanidad, donde, como bordas de fuego de un mar torvo, cantaba Byron y peleaban Napoleón y Bolívar. Grecia y Roma, que le eran familiares por su cultura clásica, reflorecían en los pueblos europeos, desde el trágico que acababa de imitarlas en Italia al inglés que había de ir a morir en Misolonghi; en los mismos Estados Unidos, donde Washing- ton acababa de vencer, Bryant canta a Tesalia, y Halleck celebra a Bozzaris. Pero ya tenia para entonces su poesía, a más del estro Ígneo, la majestad que debió poner en ella la contemplación, entre helénica por lo armoniosa y asiática por el lujo, de la hermosura de los países americanos donde vivió en su niñez; de aquel monte del .4vila y valles caraqueños, con el cielo que viene a dormir de noche sobre los techos de las casas; de aquellas cumbres y altiplanicies mexicanas, modelo de sublimidad, que hinchan el pecho de melancolía e imperio; de Santo Domingo, donde corre el fuego por las venas de los árboles, y son más las flores que las hojas; de Cuba, velada lay! por tantas almas segadas en flor, donde tiene la natu- raleza la gracia de la doncellez y la frescura del beso. Pero nada pudo tanto en su genio como aquella ansia inextingui- ble de amor, que con los de la tierra crecía, por ir demostrando cada uno lo amargo de nacer con una sed que no se puede apagar en este mundo. No cesan las hermosuras en cuanto habla de amo- res. Hay todavia “Lesbias” y “Filenos”; pero ya dice “pañuelo” en verso, antes que de Vigny. Cuando se prepara a la guerra, cuando describe el sol, cuando contempla el Niágara, piensa en los tira- nos, para decir otra vez que los odia, y en la mujer a quien ha de amar. Es la lava viva, y agonía que da piedad. Del amor padece hasta retorcerse. El amor es “furioso”. Llora llanto de fuego. Aquella mujer es “divina y funesta”. Una bailarina le arranca acen- tos pindáricos, una bailarina “que tiende los brazos delicados, mos- trando los tesoros de su seno”. No teme caer en alguna puerilidad amatoria de que se alza en un vuelo a la belleza pura, ni mostrarse como está, mísero de amor, postrado, desdeñado: lcomo viviría él en un rincón “con ella y la virtud”! Y era siempre un amor caballeresco, aun en los mayores arrebatos. Para su verso era su co- razón despedazado; pero salía a la vida sereno, domador de si mismo. Acaso hoy, o por desmerecimiento de la mujer, o por mayor realidad y tristeza de nuestra vida, no nos sea posible amar así: la pasión es ahora poca, o sale hueca al verso, o gusta de satisfa- cerse por los rincones. Tal fue su genio, contristado por la zozobra inevitable en quien tiene que vivir de los frutos de su espíritu en tierras extrañas. Así amó él a la mujer, no como tentación que quita bríos para las obligaciones de la vida, sino como sazón y pináculo de la glo- ria, que es toda vanidad y dolor cuando no le da sangre y luz el beso. Así quiso a la libertad, patricia más que francesa. Así a los pueblos que combaten. y a los caudillos que postran a los déspotas. 228 losi .\ farfi OBRAS ESCOGIDAS T II 229 Así a los indios infelices, por quienes se le ve siempre traspa$ ado de ternura, y de horror por los “hombres feroces” que contuvieron y desviaron la civilización del mundo, alzaron a su paso montones de cadáveres, para que se yieran sobre sus cruces. Pero eso, otros lo pudieron amar como él. Lo que es suyo, lo herédico, es esa tonante condición de su espíritu que da como beldad imperial a cuanto en momentos felices toca con su mano, y difunde por sus magníficas estrofas un poder y esplendor semejantes a los de las obras más bellas de la Naturaleza. Esa alma que SC consume, ese movimiento a la vez arrebatado y armonioso, ese lenguaje que centellea como la bóveda celeste, ese período que se desata como una capa de ba- talla y se pliega como un manto real, eso es lo herédico, y el licito desorden, grato en la obra del hombre como en la del Universo, que no consiste en echar peñas abajo o nubes arriba la fantasía, ni en simular con artificio poco visible el trastorno lírico, ni en poner g! obos de imágenes sobre hormigas de pensamiento, sino en alzarse de súbito sobre la tierra sin sacar de ella las raíces, como ei monte que la encumbra o el bosque que la interrumpe de improviso, a que el aire la oree, la argente la lluvia, y la consagre y despedace et rayo. Eso es lo herédico, y la imagen a la vez esmaltada y de re- lieve, y aquella frase imperiosa y fulgurante, y modo de disponer como una bataila la oda, por donde Heredia tiene un solo semejante en !iteratura, que es Bolívar. Olmedo, que cantó a Bolívar mejor que Heredia, no es el primer poeta americano. El primer poeta de América es Heredia. Sólo él ha puesto en sus versos la sublimidad, pompa y fuego de su naturaleza. El es volcánico como sus entrañas, y sereno como sus alturas. Ni todos sus asuntos fueron felices y propios de su genio; ni se igualó con Píndaro cuantas veces se lo propuso; ni es el mismo cuan- do imita, que no es tanto como parece, o cuando vacila, que es poco, o cuando trata temas ilanos, que cuando en alas de la pasión deja ir el verso sin moldes ni recamos, ni más guía que el águila; ni cabe comparar con sus odas al Niágara, al Teocali de Cholula, al sol, al mar, o sus epístolas a Emilia y Elpino y la estancia sexta de los Placeres de la Melancolía, ios poemas que escribió más larde pen- sando en Young y en Delille, y como émulo de Voltaire y Lucrecia más apasionado que dichoso; ni campea en las composiciones rima- das, sobre todo en las menores, con la soberanía de aquellos cantos rn que celebra en verso suelto al influjo de las hermosas, el amor de la patria y las maravillas naturales. Suele ser verboso. Tiene versos rel! enos de adjetivos. Cae en los defectos propios de aquellos tiempos en que a! sentimiento se decía sensibilidad: hay en casi todas sus páginas versos dbbiles, desinencias cercanas, asonantes seguidos, expresiones descuidadas, acentos mal dispuestos, diptongos ásperos, aliteraciones duras: esa es la diferencia que hay entre un bosque y un jardín: en el jardín todo está pulido, podado, enarena- do, como para morada de la flor y deleite del jardinero: iquién osa entrar en un bosque con el mandil y las podaderas? El lenguaje de Heredia es otra de sus grandezas, a pesar de esos deiectos que no han de excusársele, a no ser porque estaban consentidos en su tiempo, y aun se tenían por gala: porque a la poesia, que es arte, no vale disculparla con que es patriótica o fi- losófica, sino que ha de resistir como el bronce y vibrar como la porcelana: y bien pudo Heíedia evitar en su obra entera lo que evi- tó en aquellos pasajes donde despliega con todo su lujo su estrofa amplia, en que no cuelgan las imágenes como dijes, sino que ‘Jan con el pensamiento, como en el diamante va la luz, y producen por su nobleza, variedad y rapidez la emoción homérica. Los cuadros se suceden. El verso triunfa. No van los versos encasacados, adon- de los quiere llevar el poeta de gabinete, ni forjados a martillo, aunque sea de cíclope, sino que le nacen del alma con manto y co- rona. Es directo y limpio como la prosa aquel verso llameante, ágil y oratorio, que ya pinte, ya describa, ya fulmine, ya narre, ya evoque, se desata o enfrena al poder de una censura sabia y viva, que con mas ímpetu y verdad que la de Quintana, remonta la poesía, como quien la echa al cielo de un bote, o la sujeta súbito, como au- riga que dé un reclamo para la cuadriga. La estrofa se va tendien- do como la llanura, encrespando como el mar combando como el cie- lo. Si desciende, es como una exhalación. Suele rielar como la luna; pero más a menudo se extingue como el sol poniente, entre carmines vívidos y negrura pavorosa. I\; unca falta, por supuesto, quien sin mirar en las raices de cada persona poética, ni pensar que los que vienen de igual raíz han de enseñarlo en la hoja, tenga por imitación o idolatría el parecimiento de un poeta con otro que le sea análogo por el carác- ter, las fuentes de la educación o la naturaleza del genio: como si el roble que nace en Pekín hubiera de venir del de Aranjuez, porque ‘hay un robledal en Aranjuez. Así, por apariencias, llegan los ob- servadores malignos o noveles a ver copia servil donde no hay más que frita1 semejanza. Ní Heredia ni nadie se libra de su tiempo, que por mil modos, sutiles influye en la mente, y dicta, sentado donde no se le puede ver ni resistir, primera prosa. los primeros sentimientos, la Tan ganosa de altos amigos está siempre el alma poética, y tan necesitada de !a beldad, que apenas la ve asomar, se va tras ella, y revela por la dirección de los primeros pasos la hermosura a quien sigue, que suele ser menor que aquella que des- pierta. De estos impulsos viene vibrando el genio, como mar de ondas sonoras, de Homero a Whitman. Y por eso, y por algunas imitaciones confesas, muy por debajo de lo suyo original, ha po- dido decirse de ligero que Heredia fuese imitador de este o aquei, y en especíai de Byron, cuando lo cierto es que la pasión soberbia de este no se avenía con la más noble de Heredia; ni en los asuntos que trataron en comlin hay la menor semejanza esencial; ni cabe en juicio sano tener en menos las maravillas de la “Tempestad” que las estrofas que Byron compuso “durante una tormenta”: ni en el “No me recuerdes”, que es muy bello, hay arranques que puedan compa- rarse con el ansia amorosa del “Desamor”, y aun de “El rizo de pl0”; ni por los paises en que vivi& v lo infeliz de su raza en aquel tiempo, podía Heredia, grande por lo Sincero, tratar los asuntos com- plejos v de universal interés, vedados por el azar del nacimiento a quien \‘ iene al mundo donde sólo llega de lejos, perdido y confuso, el fragor de sus ola5. Porque es el dolor de los cubanos, y de todos los hispanoamericanos que aunque hereden por el estudio y aqui- laten con su talento natural las esperanzas e ideas del universo. como es muy otro el que se mueve bajo sus pies que el que. llevan en la cabeza, no tienen ambiente ni raíces ni derecho propio para opinar en las cosas que más les conmueven e interesan, y parecen ridículos e intrusos si, de un país rudimentario, pretenden entrarse con gran voz por los asuntos de la humanidad, que son los del día en aquellos pueblos donde no están en las primeras letras como nosotros, sino en toda su animación y fuerza. Es como ir coronado de rayos y calzado con borceguíes. Este es de veras un dolor mortal, y un motivo de tristeza infinita. A Heredia le sobraron alientos y le faltó mundo. Esto no es juicio, sino unas cuantas líneas para acompañar un retrato. Pero si no hay espacio para analizar, por su poder y el de los accidentes que se lo estimularon o torcieron, el vigor primiti- vo, elementos nuevos y curiosos, y formas varias de aquel genio poético que puso en sus cantos, sin más superior que la creación, el movimiento y la luz de sus mayores maravillas, y descubrió en un pecho cubano el secreto perdido que en las primicias del mundo dio sublimidad a la epopeya, antes le faltaría calor al corazón que orgullo y agradecimiento para recordar que fue hijo de Cuba aquel de cuvos labios salieron algunos de los acentos más bellos que haya modulado la voz del hombre, aquel que murió joven, fuera de la patria que quiso redimir, del dolor de buscar en vano en el mundo el amor y la virtud. El Economista Americano, Nueva York, julio de 1888 0. c., t. 5. p, 133- 139. ?A LOS ESTADOS UNIDOS? ’ Pasa en los juicios que se publican sobre los pueblos lo que a los hombres de poca edad con las mujeres que los deslumbran por su hermosa apariencia, sin ver que puede una serpiente vivir escondida en la misma concha que parece morada de la perla. Los mozos son así, y aun los que no son mozos en edad, sino en juicio, aun cuando este parezca maduro por las gracias de la forma en que se expresa. Toman lo pintoresco por esencial. y los detalles aisla- dos y simpáticos por las entrañas, que suelen ser muy diversas; como quien ve a una mujer de ojos limpios y cutis de rosa, vestida de en- cajes como podría una hada, y supone que aquella seráfica Geldad, que es acaso una Manón irredimible, alberga una hermosura seme- jante en el espíritu. A los pueblos se les ha de estudiar dos veces, como a las mujeres. El frívolo se contenta con las impresiones, so- bre todo si son de su agrado o concuerdan con su disposición per- sonal. El que sabe que la pluma se debe mojar en la sangre de la verdad, aunque nos salga del costado, deja pasar los primeros va- pores de la impresión, y escribe después del estudio doloroso de lo real, sin que la simpatía injusta lo ponga ciego para cuanto no le sea grato, ni desluzca sus opiniones la antipatía, que es debilidad indigna de cuantos aspiran a enviar su voz con algún influjo sobre los hombres. Y eso no va dicho por casualidad, sino porque en lo que se escribe ahora por nuestra América imperan dos modas, igualmente dañinas, una de las cuales es presentar como la casa de las maravi- llas y la flor del mundo a estos Estados Unidos, que no lo son para quien sabe ver; y otra propalar la justicia y conveniencia de la pre- ponderancia del espiritu español en los paises hispanoamericanos, que en eso mismo están probando precisamente que no han dejado aún de ser colonias. Por supuesto que esto no pasa de ciertas capas mentales, y ni una ni otra propaganda interesan hasta ahora más que a Ia gente rudimentaria y juvenil de aquellos pueblos de nues- * Ante la imposibilidad de consultar El Economista Americano, fuente original de este trabajo (v. referencia en las Obras completas), lo ubicamos según SU fecha de composición, julio de 1888. tra .4mérica donde, precisamente por el amor escesivo a la novedad extraña de los Estados Unidos. o a la vejez de las cosas espaiiolas, no se han desenvuelto como en algunas otras repúblicas nuestras, la riqueza y la po! ítica. Pero de lejos se ve poco; y como la literatura tiene la capa ancha y cubre más a menudo lo lrgero, qtre no cuesta trabajo ni fa? iga mucho el pensamiento del que lee, que aquello que toma su peso del conocimiento de la vida y exige mayor atención del lector, sucede que una y otra idea, la americana y la española, hacen mas camino del que debieran entre los lectores sencillos y la juventud impresionable, mucha parte de la cual por la falsa golosina de este pafs qtie la pintan de miel y oro trueca insensata la única vida útil, que es la que trata de cumplir el deber de hombre en el país natal, por la mezquina y secundaria empresa de procurarse en tierra extraña una fortuna pecuniaria que casi nunca llega a más de lo estrictamente necesario para el sustento. El hombre joven se debe a su patria. Julio. 1888. La Doctrina de Martí, Nueva York, 15 de agosto de 1897 0. C., t. 28, p. 289- 290. A RAFAEL SERRA’ New York, 22 de septiembre de 1888 Sr. Rafael Serra Señor y amigo: Varios compatriotas nuestros nos han demostrado deseos vivos de recordar con reunión pública nuestro Diez de Octubre, y es cla- ro que no cabe duda de que debemos recordarlo con el fervor y lealtad que nuestra fecha sagrada merece; pero una reunión tal no debe na- cer de la voluntad de un grupo aislado de cubanos, ni servir a fines menores que la ,grandeza y majestad del día, ni parecer que les sirve, sino que, siendo como es nuestro día patrio propiedad igual de cuantos fuimos redimidos por él, conviene que nos juntemos los que nos ocupamos más activamente en las cosas de nuestro país, para que el honor de celebrar el Diez de Octubre nazca de todos, y sea igual para todos, sin que haya de costar a nadie sacrificio alguno. Vd. es de los que honran a su patria, por su leal consagración a sus asuntos y desdichas. Así es que por nosotros mismos, sin más derecho que el de haber nacido en nuestra tierra, y por otros cubanos que desean lo hagamos en su nombre, rogamos a Vd. se sirva concurrir el martes 25 a las 8 v media de la noche, a la casa numero 430 Oeste, calle 58, primer piso, entre 9na y loma avenidas, para acordar, en reunión de nuestros compatriotas más activos, cuál será la mejor manera de celebrar, sin parcialidades, ni olvidos, ni pensamientos secretos, nuestro Diez de Octubre. Quedamos, estimándole y sirviéndole, sus compatriotas y amigos, JOSE MARTI RAFAEL DE C. PALOMINO DR. M. PARRAGA FELIX FUENTES 0. C., t. 1, p. 226. * Una carta igual, dirigida al director de El Avisador Cubano, de Nue\ fa YO!%, fue publicada en este periódico el 3 de octubre de 1888. OBRAS ESCOGIDAS T II 235 CÉSPEDES Y AGRAMONTE El extraño puede escribir estos nombres sin temblar, o el pe- dante, o el ambicioso: el buen cubano, no. De Céspedes el impetu, y de Agramonte la virtud. El uno es como el volcán, que viene, tre- mendo e imperfecto, de las entrañas de la tierra: y el otro es como el espacio azul que 10 corona. De Céspedes el arrebato, y de Agra- monte la purificación. El uno desafía, con autoridad como de rey; y con fuerza como de la luz, el otro vence. Vendrá la historia, con sus pasiones y justicias; y cuando los haya mordido y recortado a su sabor, aún quedará en el arranque del uno y en la dignidad del otro, asunto para la epopeya. Las palabras pomposas son innece- sarias para hablar de los hombres sublimes. Otros hagan, y en otra ocasión, la cuenta de los yerros, que nunca será tanta como la de las grandezas. Hoy es fiesta, y lo que queremos es volverlos a ver, al uno en pie, audaz y magnifico, dictando de un ademán, al disi- parse la noche, la creación de un pueblo libre, y al otro tendido en sus últimas ropas, cruzado del látigo el rostro angélico, vencedor aun en la muerte. iAún se puede vivir, puesto que vivieron a nuestros ojos hombres tales! Es preciso haberse echado alguna vez un pueblo a los hombros, para saber cuál fue la fortaleza del que, sin más armas que un bastón de carey con puño de oro, decidió, cara a cara de una na- ción implacable, quitarle para la libertad su posesión más infe- liz, como quien quita a una tigre su último cachorro. iTal majes- tad debe inundar el alma entonces, que bien puede ser que el hombre ciegue con ella! CQuién no conoce nuestros días de cuna? Nuestra espalda era llagas, y nuestro rostro recreo favorito de la mano del tirano. Ya no había paciencia para más tributos, ni mejillas para más bofetones. Hervía la Isla. Vacilaba La Habana. Las Villas volvían los ojos a Occidente. Piafaba Santiago indeciso. “< Lacayos, lacayos!” escribe al Camagüey Ignacio Agramonte desconsolado. Pero en Bayamo rebosaba la ira. La logia bayamesa juntaba en su círculo secreto, reconocido como autoridad por Manzanillo y Holguín; y Jiguani y las Tunas, a los abogados y propietarios de la comarca, a Marcos y Figuer> dos, a Milaneses y Céspedes, a Palmas y Estra- das, a Aguilera, presidente por su cauda1 y su bondad, y a un mo- reno albañil, al noble Garcia. En la piedra en bruto trabajan a la \‘ ez tas dos manos, la blanca y la negra: iseque Dios la primera mano que se levante contra la otra! No cabía duda, no; era preciso alzarse en guerra. Y no se sabia cómo, ni con qué ayuda, ni cuándo se decidiría La Habana, de donde volvió descorazonado Pedro Figue- redo; cuando por Manzanillo, en cuyos consejos dominaba Céspedes, lo buscan por guía los que le ven centellear los ojos. iLa tierra se alza en montañas, y en estos hombres los pueblos! Tal vez Bayamo desea más tiempo; aún no se decide la junta de la logia; iacaso esperen a decidirse cuando tengan al cuello al enemigo vigilante! <Que un alzamiento es como un encaje, que se borda a la luz hasta que no queda una hebra suelta? Si no lo arrastramos, jamás se de- terminarán! Y tras unos instantes de silencio, en que los héroes ba- jaron la cabeza para ocultar sus lágrimas solemnes, aquel pleitista, aquel amo de hombres, aquel negociante revoltoso, se levantó como por increíble claridad transfigurado. Y no fue más grande cuando proclamó a su patria libre, sino cuando reunió a sus siervos y los llamó a sus brazos como hermanos. La voz cunde: acuden con sus siervos libres y con sus amigos los conspiradores, que, admirados por su atrevimiento, aclaman jefe a Céspedes en el potrero de Mabay; caen bajo Mármol Jiguaní y Holguin; con Céspedes a la cabeza adelanta Marcano sobre Bayamo; las armas son machetes de buen filo, rifles de cazoleta, y pistolo- nes comidos de herrumbre, atados al cabo por tiras de majagua. Ya ciñen a Bayamo, donde vacila el Gobernador, que los cree le- vantados en apoyo de su amigo Prim. Y era el diecinueve por la mañana, en todo el brillo del sol, cuando la cabalgata libertadora pasa en orden el rio, que pareció más ancho. 1No es batalla, sino fiesta! Los más pacíficos salen a unírseles, y sus esclavos con ellos; viene a su encuentro la caballería española, y de un mache- tazo desbarban al jefe; llévansefo en brazos al refugio del cuartel sus soldados despavoridos. Con piedras cubiertas de algodón en- cendido prenden los cubanos el techo del cuartel ocupado en pe- tróleo, a falta de bombas. La guarnición se rinde, y con la espada a la cintura pasa por las calles entre las filas del vencedor respetuo- so. Céspedes ha organizado el Ayuntamiento, se ha titulado Capitán General, ha decidido con su empeño que el préstamo inevitable sea voluntario y no forzoso, ha arreglado en cuatro negociados la ad- ministración, escribe a los pueblos que acaba de nacer la República de Cuba, escoge para miembros del Municipio a varios españoles. Pone en paz a los celosos; con los indiferentes es magnánimo; con- firma su mando por la serenidad con que lo ejerce. Es humano y conciliador. Es firme y suave. Cree que su pueblo va en él, y como ha sido el primero en obrar, se ve como con derechos propios y personales, como con derechos de padre, sobre su obra. Asistió en lo interior de su mente al misterio divino del nacimiento de un pueblo en la voluntad de 236 Jose Marfi OBRAS ESCOGIDAS T II 237 un hombre, y no se ve como mortal, capaz de yerros y obediencia, sino como monarca de la libertad, que ha entrado vivo en el cielo de los redentores. No le parece que tengan derecho a aconsejarle los que no tuvieron decisión para precederle. Se mira como sagrado, y no duda de que deba imperar su juicio. Tal vez no atiende a que él es como el árbo! más alto del monte; pero que sin el monte no puede erguirse el árbol. Jamás se le vuelve a ver como en aquellos días de autoridad plena; porque los hombres de fuerza original sólo la enseñan integra cuando la pueden ejercer sin trabas. Cuando el monte se le echa encima; cuando comienza a ver que la revolución es algo m5s que el alzamiento de las aldeas patriarcales; cuando la juventud apostólica le sale con las tablas de la ley al paso; cuando inclina la cabeza, con penas de martirio, ante los inesperados cola- boradores,- es acaso tan grande, dado el concepto que tenía de sí, como cuando decide, en la soledad épica, guiar a su pueblo informe a la libertad por métodos rudimentarios, como cuando en el júbilo del triunfo no venga la sangre cubana vertida por España en la cabeza de los españoles, sino que los sienta a su lado en el Gobier- no, con el genio del hombre de Estado. Luego se oscurece: se con- sidwa como desposeído de lo que le pareció suyo por fuerza de con- quista; se reserva arrogante la energía que no le dejan ejercer. sin más ley que la de su fe ciega en la unión impuesta por obra sobre- natural entre su persona y la República; pero jamás, en su choza de guano, deja de ser el hombre majestuoso que siente e impone la dignidad de la patria. Baja de la presidencia cuando se lo manda el pais, y muere disparando sus últimas balas contra el enemigo, con la mano que acaba de escribir sobre una mesa rústica versos de tema sublime. iMañana, mañana sabremos si *por sus vías bruscas y originales hubiéramos llegado a la libertad antes que por las de sus émulos; si los medios que sugirió el patriotismo por el miedo de un César, no han sido los que pusieron a la patria, creada por el héroe, a la merced de los generales de Alejandro; si no fue Céspedes, de sueños heroicos y trágicas lecturas, el hombre a la vez refinado y primario, imitador y creador, personal y nacional, augusto por la bemgnídad y el acometimiento, en quien chocaron, como en una peña, despeda- zándola en su primer combate, las ,fuerzas rudas de un país nuevo! v las aspiraciones que encienden en la sagrada juventud el cono- Cimiento del mundo libre y la pasión de la República! En tanto, isé bendito, hombre de mármol! ?Y aquel del Camagiiey, aquel diamante con alma de beso? Ama a su Amalia locamente; pero no la invita a levantar casa sino cuan- do vuelve de sus triunfos de estudiante en La Habana, convencido de que tienen todavía mejilla aquellos señores para años: “no valen para nada ipara nada!” Y a los pocos días de llegar al Camagüey, la Audiencia lo visita, pasmada de tanta atitoridad y moderación en abogado tan joven; y por las cailes dicen: “iese!“; y se siente la pre- sencia de una majestad, pero jno él, no él! que hasta que su mujer no le cosió con sus manos la guajira azul para irse a :a guerra, no creyó que habían comenzado sus bodas. Por su modestia parecía orgulloso: la frente, en que el cabe- llo negro encajaba como en su casco, era de seda, blanca y tersa, como para que la besase la gloria: oia más que hablaba, aunque tenía la única elocuencia estimable, que es la que arranca de la limpieza del corazón; se sonrojaba cuando le ponderaban su mérito: se le humedecían los ojos cuando pensaba en el heroísmo, o cuan- do sabía de una desventura, o cuando el amor le besaba la mano: “ile tengo miedo a tanta felicidad!” Leía despacio, obras serias. Era un ángel para defender, y un niño para acariciar. De cuerpo era delgado, y más fino que recio, aunque de mucha esbeltez. Pero vino la guerra, domó de la primera embestida la soberbia natural, y se le vio por la fuerza del cuerpo, la exaltación de la virtud. Era como si por donde los hombres tienen corazón, tuviera él estrella. Su luz era así, como la que dan los astros; y al recordarlo, suelen sus amigos ‘hablar de él con unción, como se habla .en las noches claras, y como si llevasen descubierta la cabeza. iAcaso no hay otro hombre que en grado semejante haya sometido en horas de tumulto su autoridad natural a la de la patria! iAcaso no haya romance más bello que el de aquel guerrero, que volvía de sus glorias a descansar, en la casa de palmas, junto a su novia y su hijo! “iJamás, Amalia, jamás seré militar cuando aca- be la guerra! Hoy es grandeza, K macana será crimen. iY te lo juro por él, que ha nacido libre! ira, Amalia: aquí colgaré mi ri- fle, v alií, en aquel rincón donde le di el primer beso a mi hijo, colgark mi sable”. Y se inclinaba el héroe, sin más tocador que los ojos de su esposa, a que con las tijeras de coserle las dos mudas de dril en que lucía tan pulcro y hermoso, le cortase, para estar de gala en el santo de su hijo, los cabellos largos. ¿Y aquel era el que a paso de gloria mandaba ei ejercicio de su gente, virgen y gigantesco como el monte donde escondía la casa de palmas de su compañera, donde escandia “El Idíiio”? caquel el que arengaba a sus tropas con voz desconocida, e inflamaba su patriotismo con arranques y gestos soberanos? <Aquel el que tenía por entretenimiento sallar tan alto con su alazán Mambí la cerca, que se le veía perder el cuerpo en la copa de los árboles? taque1 el que jamás permite que en la pelea se le adelante nadie, y cuando le viene en un encuentro el Tigre al frente, el Tigre jamás vencido brazo a brazo, pica hondo al Mambí para que no se lo sujeten, y con la espada de Mayor, y la que le relampaguea en los ojos, tiene e! machete del Tigre a raya? caquel que cuando le proiana el espa- ñol su casa nupcial, se va solo, sin más ejército que Elpidio Mola, a rondar, mano al cinto, el campamento en que le tienen cautivos sus amores? jaquel que cuando mil españoles le llevan preso al amigo, da sobre ellos con treinta caballos, se les mete. por entre las ancas, y saca al amigo libre? eaquel que, sin más clencía mili- tar que el genio, organiza la caballería, rehace el Camagüey deshe- cho, mantiene en los bosques talleres de guerra, combina y dirige ataques victoriosos, y se vale de su renombre para servir con él al prestigio de la ley, cuando era el único que, acaso con beneplá- cito popular, pudo siempre desafiarla? ;Aquel era; el amigo de su mulato Ramón Agüero; el que enseñó a leer a su mulato con la punta del cuchillo en las hojas de los árboles; el que despedía en sigilo decoroso sus palabras austeras, y parecía que curaba como médico cuando censuraba como general; el que cuando no podía repartir, por ser pocos, los b~ niafos o la miel, hacía cubalibre con la miel para que alcanzase a sus oficiales, o Ic daba los buniatos a su caballo, antes que comérselos él solo; el que ni en sí ni en los demás humilló nunca al hombre! Pero jamás fue tan grande, ni aun cuando profanaron su cadáver sus enemigos, como cuando al oír la censura que hacían del gobierno lento sus oficiales, deseosos de verlo rey por el poder como lo era por la virtud, se puso en pie, alarmado y soberbio, con estatura que no se le había visto hasta entonces, y dijo estas palabras:-“ iNunca permitiré que se murmure en mi presencia del Presidente de la República!” iEsos son, Cuba, tus verdaderos hijos! El Avisndor Cubarlo, Nueva York, 10 de octubre de 1888 0. C., t. 4, p. 358- 362. DISCURSOENCONMEMORACION DEL IODEOCTUBRE Señoras y seña- es: Brevísimas frases, puesto que hemos empleado tanto tiempo, por el ardor inevitable del corazón, en dar salida a las pasiones evocadas por el recuerdo y la presencia de nuestros héroes, que ya no nos queda, a esta hora adelantada de la noche, espacio ni oca- sión para rebajar con frías palabras de análisis, por necesarias que sean, por indispensables que sean en la época que atraviesa sin guía fijo ni ideal adecuado nuestro país, el entusiasmo que inspira a nuestras almas leales, más que el recuerdo santo de la guerra, la determinación de que una política incompleta y parcial, floja con los enemigos y despótica con los propios, no nos arrebate las con- quistas obtenidas por la grandiosa unión en la muerte, por la preci- pitación de tiempos, con que la guerra, necesaria ayer, justa hoy como ayer, probable en todo instante, restableció en Cuba, con divino calor, el equilibrio interrumpido por la violacion de todas las leyes esenciales a la paz estable en las sociedades humanas. Miente a sabiendas. o yerra por ignorancia o por poco conocimiento en la ciencia de los pueblos, o por flaqueza de la voluntad incapaz de las resoluciones que imponen a los ánimos viriles los casos extremos, el que propale que la revolución es algo más que una de las formas de la evolución, que llega a ser indispensable en las horas de hosti- lidad esencial, para que en el choque súbito SC depuren y acomoden en condiciones definitivas de vida los factores opuestos que se de- sehvuelven en comim. <Pero cómo ha de detenerse ahora a demostrar eso, ni a censurar la locura de ir dividiendo, en vez de ir juntando, los elementos necesarios para ella; ni a castigar la arrogancia de los que aumen- tan con sus prácticas imperiales los odios de un país que necesita tanto amor; cómo ha de detenerse ahora en la exposición de nuestros misterios políticos, y en estudiar el modo de ir guiándolos por entre ellos, la palabra conmovida, la palabra arrebatada a casi sobrena- tural trastorno, por las memorias, bellas como poemas y serenas como juicios históricos, de este hombre sacerdotal que vio en la hora de explosión salir de la tierra, como soles de la noche y columnas de OBRAS ESCOGIDAS. T. II 241 la soledad, a aquel florón de héroes? Siente fuerzas de Júpiter el puño al recordar tantas hazañas, y el pecho estremecido conoce !a furia del mal y sus tormentos: iacaso se necesita más valor para mantenerse en esta oscuridad que para volar a imitarlos! La palabra ha caído en descrédito, porque los débiies, los vanos y los ambiciosos han abusado de elia. Pero todavía tiene oficio la palabra, si ha de servir de heraldo al cumplimiento de !a profecía del 10 de Octubre; si ha de impedir que a la tirania de un gobierno secular, sucedan con daño público y beneficio pasajero de una casta, las tiranias civiles 0 militares, con cuyos estragos suelen vengar- se 13s metrópolis vencidas de los pueblos nuevos que han tenido más valor para vencer al opresor que para extirparse de !a sangre en- venenada los hábitos del sefior con que la gente soberbia y pedan- tesca antes prepara que estorba el camino a las cóleras de los humi- llados, harto justas, y a ios despotismos militares que sobre estas se fomentan, y con los odios y pequeñeces de los políticos débiles e intrigantes se mantienen y ayudan. Todavía tiene oficio la palabra, si en vez de ir disponiendo, en un país heterogkneo y de constitu- ción democrática, el triunfo efímero de una casta arrogante sobre un pueblo hambriento de justicia real y empleo libre de las fuerzas que le cuesta .tan caro conseguir, dispone, como aquí disponemos, sin negar con los actos lo que predicamos con la doctrina, el equilibrio de los factores inevitables del país y la obra cordial de todos, para el bienestar común, porque nada menos que ella, y no seìioríos pue- riles .y libertadores a lo inglés, es necesario para el triunfo, en el conflicto posible, y para la paz después del triunfo, y aun para la vida sana de la patria antes de él. iTodavía tiene oficio la palabra para recoger de esta noche hermosa, y levantar como estandarte blanco, la declaración de que no nos animan odios ciegos contra el español, ni hemos de continuar esclavizando con nuestras preocupa- ciones al hombre negro que redimimos ayer con nuestra bravura, y murió a nuestro lado, no con menor gloria ni mérito que nosotros, por conquistar, para ellos y para nosotros, la libertad! iJamás echa- remos de nuestro !ado, antes llamaremos con la voz honrada y los brazos de par en par abiertos, al híjo’de España que nos ayude a reedificar el pueblo que sus compatriotas destruyen: porque no ha de ser en esa fortuna menos Cuba qúe los demás pueblos de América, donde el español no vio la libertad con ojos tibios, ni hemos de olvidar que si españoles fueron los que nos sentenciaron a muerte, españoles son los que nos han dado !a vida! Y al negro le diremos- porque no hay injtiria en decir negro- como no la hay en decir blanco- que no está en el ánimo de los que mantenemos el espíritu de revolución, permitir que con odios nuevos y desdenes inconvenientes e indignos de nobIes corazones, se pierdan los beneficios de aquelia convulsión gloriosa y necesaria, pcrque nada menos que el ejercicio práctico de ias grandezas de la guerra fue preciso para reparar y hacer olvidar la injusticia que la produjo. No nos levantaremos, no, de la mesa del banquete porque <e va a sentar un negro a ella, sino que, aplicando a la ley de la politica de ley del amor. de que da muestra suma y constante la na- turaleza. le diremos lo que me decía Tomás Estrada Palma hablándome de su negro Fernando: “iEra mi hijo!“; lo qve en la majestad de ‘; LI rienda de campaña decia Ignacio Agramonte de su mulato Ramón .i\ giiero: “Este es mi hermano”. Y a todos les diremos: Acá en estos irios hay corazones viriles y probados que no se impacientan por el triunfo ajeno, ni se cansan con la espera forzosa, ni se deslumbran COJI la osadía vulgar del despotismo. ni se aturden con las intrigas, ni se dejan sacar de camino por !a pasión irreflexiva, ni confunden el sentido con el sentimiento, ni sacriiicarán su patria a una idea ciega, ni estarán en el destierro ocioso una sola hora, cuando por la perfección de su propia obra, o la brusca interrupción de la ajena, o ios insultos re- petidos del opresor, reluzca el día en que, despertando los bosques donde cayeron con un iviva Cuba! en los labios, saldrán a recibirlos con los brazos abiertos aquellas sombras que protegen, y que prote- gerán siempre a la patria, de la descomposición que con la ayuda, ique con la complicidad de sus hijos soberbios y torpes! adelanta a mano fría el tirano. ;Púdrase de un lado la Isla, o púdrase toda: aunque eso no ha de ser jamás, porque la tiranía fomenta las virtu- des que la matan; porque el recuerdo de los héroes y la urgencia visible de su reaparición desvanece el influjo de los que no lo saben obedecer en quienes arden ya por imitarios, porque a nuestras altias desinteresadas y sinceras, a nuestras almas que son urnas, que son espadas, que son altares; no llegará jamás la corrupción! Hoy mismo, evocando recuerdos, me hablaba nuestro presidente de lo que en Cuba presenció un ilustre irlandés. Era la noche. Era la victoria. Teas de jUbilo ciñeron de pronto la hoya donde vigilaba cl campamento de Calixto García. Iñiguez. Ya se acercan ios triun- fadores. los que han quitado al contrario tres cornetas, diecinueve fusiles, ochenta vidas. En la procesión venía, levantado de codos 5obre su camilla, un niño glorioso. Traia la pierna atravesada. Era horrenda la boca de la herida. Parecía enmarañada y negruzca, un bosque de sangre. El dolor le iba y venia al niño herido, a Pedro Vázquez. en olas de muerte pol’ el rostro. Todos lo rodeaban con ternura. No bajaba la cabeza. No abría el puño cerrado. Los la- bios, apretados, para que no se le saliese la queja. Al irlandés le pareció eI niño sublime. iNosotros somos, y nadie nos podrá arre- batar !a honra de ser,. nosotros somos como el niño del campamen- io! Heridos, en la agonía del destierro, tan cerca del hueso que no nos parece que cuelga más que de un hilo la vida, ni nos quejarnos, r. i baiamos la cabeza, ni abrimos ei puño, ni lo volvemos sobre nues- tros í7ermanos que yerran, ini se lo sacaremos de debajo de ia barba al enemigo hasta que deje nuestra tierra libre! Nosotros somos el freno del despotismo futuro, y el único contrario eficaz y verdadero del despotismo presente. Lo que a otros se concede, nosotros somos tos oue lo conseguimos. Nosotros somos espuela, látigo, realidad, vigia. consuelo. Nosotros unimos lo que otros dividen. Nosotros no morimos. iNosotros somos las reservas de la patria! UIVA NO\‘ EDAD EN EDUCACION PUBLICA PronuncIado en Masonic Temple, Nueva York. el 10 de octubre de 1888 0. C., t 4, p 227- 232 Los franceses han entendido como nadie lo que quiere decir educación, porque al educar le dicen ellos elevar, que es el modo seguro de ir salvando a los pueblos, cuando la educación no es de esa nominal, retórica e incompleta, que no da a ‘los hombres, junto con el apetito de cosas mejores, los medios de satisfacerlo y la fiera certidumbre de que no hay goce como el de ver de alto la vida, sin cederle al pan la honra ni hacer objeto principal, o único, de la vanidad de la riqueza. A los hombres se les ha de dar a la T: ez a leer a Darwin y a Plutarco. Y en estos tiempos revueltos urge sobre todo que aquellos que por su vida trabajósa están siempre cerca de la exaltación conozcan de dónde les vienen sus males, y cuán lentamente se elaboran los pueblos, y cómo las justicias se han de hacer en seco, para que no caigan contra el justiciador por el modo violento de hacerlas. Se está en visperas de un mundo nuevo. La ciencia se concilia con el espíritu. La religión natural va levantándose del mundo explorado, como un himno. Se llama a recuento, a jubileo social. El que no tiene más que derechos, se encara, decidido a vencer, con el que se burla de ello, y prospera con el ultraje. Pero esta edad por venir, en que quedará como vuello a crear el mundo, con la justicia encima, está todavía en las fatigas de la noche, propicia al salteador, y expues- ta a confusiones y caídas. Hay que ennoblecer las mentes, y aquietar las almas. Instruir es funesto, si no se enseña a la vez la sencillez, armonía y espiritualidad del mundo.- En algo como eso han debido pensar, más que en halagar a los trabajadores, los que propusieron en la Legislatura de Nueva York el establecimiento de pláticas noc- turnas, a un tiempo ordenadas y amenas, con el objeto especialísi- mo de que los obreros acudiesen gratuitamente a ellas, a enterarse de lo que les concierne en política e historia, del origen y suerte de las diversas reformas sociales, de los caracteres particulares de cada nación y la necesidad de acomodar a ellos sus reformas, de 10 que \, alen los demás pueblos del mundo, para que no les lleve la ignorancia de desmedidos propósitos de conquista. Todo eso se enseñará, o se deberá enseñar, en estas pláticas ptíblicas, que comenzarán en octubre, cuando la estrechez y mise- . ria del hogar y la displicencia y fatiga de la mujer infeliz más echan de ia casa al obrero que !o atraen. Mucho orador ha ofrecido stls servicios, unos por paga, 1. o! ros por la paga mejor, que es el goce de ser útiles. Iremos a oir El Economista. las pláticas, y las contaremos en DEYANKEELANDIA El Ecqwmista Ameriruno, Stieva York. octubre de 1888 ArlUa. rlo de/ Centro dc Eciudios .+ fartianosS La Habana, 11 2, 1979. p jg- 20, Suele leerse en los diarios [norte] americanos noticias típicas, por lo que enseñan sobre la humanidad o sobre lo especial de este país, o porque con un detalle saliente ponen delante de los ojos una costumbre curiosa o un estado social. Un viajero echa los ojos sobre el diario que acaba de dejar en el asiento de al lado un cam- pesino de Orange County, donde es pura la leche, y tiene el cubano Tomás Estrada el colegio en que educa a sus alumnos como a hijos. Y entre otras menos curiosas, trae el diario estas noticias:-- El se- nador Ingalls, el Presidente del Senado, ha sido confundido muchas veces con el bandolero Frank James:- Thurman, el anciano que han puesto de candidato los demócratas para la Vicepresidencia, lee hasta las dos o tres de la madrugada, y duerme hasta el medio- día:- John X. Lewis, un sastre negro de Boston, cobra en su sas- trería como un millón de pesos al año:- Y de tanto dar la mano a los que la van a saludar se le ha puesto la derecha a la esposa de Cle- veland más larga que la izquierda: ia dos mil personas ha de dar la mano muchos días, a la hora de recepción pública, cuando tiene en- trada libre el pueblo para pasar en hilera durante dos horas delante de su Presidente, unos asiéndole la diestra como si no se la quisie- ran soltar, otros cumplimentándole sobre su mujer, otros comiéndo- sela con los ojos, otro levantando en brazos a su hija, una linda negrita, para que se la bese, otro presentándole a su primogénito de tres años que se llama Grover Cleveland, como el Presidente: allí los recién casados, que no creen completa la boda si no ven a lê dueña famosa de la Casa Blanca, que a sus veinticuatro años vive feliz con el marido de cincuenta; allí el irlandés de rumbo con corbatín, sombrero pulido de hace veinte modas, y corbata verde como su bandera: alli, apoyado en su báculo, un patriarca negro, de ojos benignos y cabeza como la nieve, que pasa echando bendicio- nes. Ha de fatigar a los presidentes; pero es hermoso. El Economista Americano, Nueva York. octubre de 1888. Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, n. 2. 1979, p. 25- 26. EL ABOGADO DE LOS RICOS hay en los Estados Unidos un hombre notable, Chauncey Depew, ‘el rey de los camaradas”, el que sabe cómo dar una palmada en el hombro y cómo hablar cara a cara con los emperadores, el pre- sidente de los ferrocarriles de Vanderbilt, aquel que dividía a los hombres en dos especies: la de los que hacían fortuna, y los imbé- ciles: no haber sabido hacerse rico era para Vanderbilt prueba patente de inferioridad: la urraca le parecía más bella que la paloma, y la zorra que roba, mejor, mucho mejor que la llama del Perú, que lleva al lomo por los Andes toda la carga de su indio pero se muere si se’ le habla con dureza. Sin simpatías con la opinión de Vanderbilt no Ihubiera llegado Depew al alto puesto donde está. como defensor hábil y elocuente de los ricos, que por su llaneza de carácter y su justo gobierno sabe sin embargo hacerse amar y aplaudir de los que no lo son. Cuando la inauguración de la Estatua de la Libertad, dijo él el discurso oratorio, porque los otros fueron de ceremonia o de política; y por cierto que no parecía ciudadano de América, regocijado de ver en torno suyo a la humanidad libre, sino el hombre de casta que es, con el dedo alzado como quien amenaza, el cuello alto y cerrado por delante, al modo de los reverendos, las patillas a la oreja como los ingleses, y un casquete de seda, como el de los jueces y los catedráticos. Pero no ha de des- deñarse lo que dice, porque no sólo tienen los pobres derechos en el mundo, ni cabe negar mérito a quien acumula riqueza sin abusar del prójimo, ni es posible excomulgar al rico de nuestro altar, sino cuan- do lo es en virtud de la innoble capacidad de prescindir de las vir- tudes que se oponen a la acumulación de la fortuna. Por ahí anda escrito que el río- que crece muy de pronto, con aguas turbias suele crecer: y es más apetecible la corriente serena, que va sola y calla- da por entre guijas en lo oscuro del monte, o el mismo arroyo que se seca por la fuerza del sol. De pocas cosas puede enorgullecerse con tanta razón un hombre como de haber labrado su fortuna peso a peso, sin poner la mano en bolsa ajena, ni dejar que otros la pongan en la suya; porque en el arte de ser rico entran muchas vir- tudes, sin cuyo ejercicio constante se suele ir la riqueza por las hen- OBRAS ESCOGIDAS T II 247 dijas. Pero no hay vergüenza mayor que la de alborotar el mundo, como alborota el hipopótamo el fango de los ríos, y ponerse en lo claro de la vida con la vergüenza a la espalda, llamando a la gente con e] retintín del dinero que gana por darla en alquiler. Y si hay quien diga con brío el respeto que merece la riqueza, v junta en su persona la astucia que la crea, la autoridad que la mantiene, la elocuencia que la explica, y la sencillez que !a hace amable, este Chauncey Depew es sin duda. El hombre admira siem- pre a quien osa ponerse a su cabeza, y aunque se cansa al fin, como niño que es, de aplaudir en un mismo individuo el poder o la virtud, más celebra que censura el atrevimiento de quien demuestra con la energía constante su derecho a estar donde se puso merced R ella; así es que como Chauncey Depew lleva consigo la fuerza de SLI per- sona v la del éxito, y no se empina con este, sino procura que se lo ol$ den y perdonen por la bondad de su trato, sobre que sabe ser sumiso, que es talento indispensable a quien pretende subnse sobre los hombres, resulta que hay hoy en los Estados Unidos pocos hom- bres de más popularidad. Y los vapores salen a recibirlo, con gran lonche y a champaña tendida. Y el club famoso de los republicanos, el Union League, lo recibió anoche en sesión solemne, a que él dio gala con un discurso de empeño, donde puso al gobierno norteame- ricano, por estable y liberal, encima del inglés, a cuyo trono le comen ya la raíz las ratas, y empleó esta frase justa, celebrando el sincero acatamiento del yankee a las decisiones del sufragio, despues del ardor, y los golpes, y la pelea del voto: “Antes del veredicto somos partidarios”, dijo, “pero después del veredicto somos patrto- tas.” Pero la verdad es que la libertad que él alaba en los Estados Unidos viene a ser como la griega o la inglesa, libertad de señores, con pan negro y angustia para los infortunados, y muy buena para los de arriba, que gobiernan y tienen las manos llenas de privile- gios, pero desigual y molesta a la masa común, que se cansa de llevar a estos panzas- doradas sobre IOS hombros. En los Estados Unidos es moda contra chistes y anécdotas en los discursos, y el orador más leído no es aquel cuyos párrafos van acotados con la palabra vanidosa “aplausos”; sino con la que aquí halaga más al orador, con “risas”. No faltaron chistes en el discurso de Chauncey Depew, que es bueno, porque aunque calla lo incompleto y defectuoso de las instituciones norteamericanas, de- muestra felizmente su ventaja sobre las inglesas, que gustan mas de lo que deben por ciertas tierras hispanoamericanas. Pero !o que valió más que los chistes, y tanto como el discurso, fue la anecdota nueva que contó de Washington, y el mismo Depew le oyó el verano pasado en una comida al Duque de Aumale, que la supo de su propio padre, el rey Luis Felipe. Contaba Luis Felipe de cuando era hués- ped de Washington en Mount Vernon, donde se levantó una mañana muy temprano, y halló a Washington que ya volvla de pasear a caballo por su hacienda: “Es usted muy madrugador General. --“ Ma- 248 José Martí drugo porque duermo bien”, le respondió Washington. “Duermo bien porque nunca he dicho nada de que haya tenido después que arre: pentirme.” ESCENAS NEOYORQUINAS. LOS VENDEDORES DE DIARlOS El .kOfl’JmiSta AmemanO, Nueva York,, octubre de 1888 Armario del Centro de Estudios Morttonos, La Habana, n. 2, 1979, p, 16.18 Hay un padre en Nueva York que suele llevar a su hijo de cinco años a que vea cómo batallan por la vida los niños pobres; y como nunca se ve esto mejor que a la hora de vender los diarios de la tarde, por allí suelen ir padre e hijo cogidos de la mano, por Park Row, a un costado de la Casa de Correos, .que es donde están los más de los diarios,- el Ilerafd en su palacio de mármol. ya raquítico junto a los edificios nuevos que lo rodean y apagan; el World que en manos del judio Pulitzer, y a fuerza de dinero del Oeste, va dejando atrás al Herafd; y el Times, con su clientela de gente sesuda, y su casa nueva de granito, que han levantado por entre la vieja sin mudar por un día sólo la imprenta ni la redac- ción; y el Tribunio, en su monumento de ladrillo, rematado por la torre más alta de la ciudad, como en símbolo de su fundador Hora- cio Greeley. que mientras vlvró fue entre los periodistas el más alto; y el Sun, acurrucado en su casuca vieja junto al Tribune, mordién- dole las rodillas, picante como el champaña, apasionado como Aristófanes, travieso y crudo.- Aquello está concurridisimo en el día, como que Park Row da por un extremo en el arranque del puente de Brooklyn, y por el otro en Broadway, donde se miran, como en las esquinas de un triángulo, la Casa de Correos, el Herafd y la iglesia de San Pablo, enclavada, con la cruz en el tope y los se- pulcros alrededor, en la región de los negocios: desde el muro del atrio, arropada en un manto funeral, asiste a la procesión de aurí- genos, de los que corren, calvos y exaltados, detrás de la fortuna, una urna cineraria. Pero la muerte es natural, y la vida es hermosa. iHasta manana! se debe decir al morir, y no iadiós!- iLo que seduce ios ojos en Park R. ow, lo que el padre quiere que vea el hijo, es la turba de niiios huérfanos, de doce, de diez, de cinco años como él, que con su real en el puño esperan en !a acera en fila a que se abra el sótano donde se ponen los diarios a la venta! iQué echarse escaleras abajo! iQué salir los unos por entre las piernas de los otros! iQué partir el que tiene con el que no tiene! iQué ofenderse con la palabra. y ayudarse con la buena acción! Dan deseos de vaciar sobre ellos los bolsillos. Esa es la Dánae nueva., la desdicha.. Se Ic cnccña el puño al cielo, por no poder convertirse en lluvia de oro, ;Padre. oh Dios, para todos los huérfanos! izapatos, oh Dios, para todos IOS descalzos! El padre le dice al hijo: “mira”. 1’ al niño se le ablandan los ojos, y compra a montones los diarios que todavia no puede leer. Si falta un centavo en el cambio, “que Se lo lleve ;no. papi?” Así el hombre aprende a serlo: no como la gente necia y vil, que se avergüenza de ser contado entre los pobres. o de rozarse con ellos. Y en lo alto de la ciudad, al caer la noche, la escena es la misma. Es la hora de los alcances, de las últimas noticias. La población está de vuelta en las casas. <Qué yachl triunfó en la re- gata?: <qué peloteros ganaron, los de Nueva York, que tienen el ba- teador que echa la pelota más lejos, o los de Chicago, cuyo campea- dor es el primero del país, encuclillado fuera del cuadro, mirando al cielo, para echarse con ímpetu de bailarín a coger en la punta de los dedos la pelota que viene como un rayo por el aire? CY qué caballo sacó la carrera? ¿Y cómo estaba, que dicen que está moribun- do, el pugilista John Sullivan, la bestia bípeda de cuerpo apolíneo. roído en lo interior de tanto beber, como roe el fuego la yesca? Aquí eso apasiona: pelotas, yachts, pugilistas, caballos. De pronto, al pie de la estación del ferrocarril aéreo, del “elevado” como acá dicen, se aglomera la conmovedora chiquillería. Acuden dos poli- cías, con la porra alzada. Los muchachos, callados, se van poniendo en fila. El vendedor de los diarios deja caer su fardo de mil perió- dicos, al pie de un farol. Y arrodillado en el fango, va contando a la media luz. El compradorzuelo espera ansioso, con la mano tendida. Lrn real, veinte periódicos: Y echa a correr: “iExtra, Extra!” Va descalzo, a medio pantalón, sin chaqueta, sin sombrero. Vende sus diarios a centavo.- Y allí se ve el caritativo, que fía al amigo más menesteroso la mitad de su compra. Y al piadoso, que regala dos ntímeros de sus diez a un angelito que lo mira triste con su cari- ta de color de concha, y la saya rota, y el pantalón a la cabeza, y sin zapatos. Y se ve al emprendedor, ya con aire de rico, que com- pra un peso de diarios cuando se va a acabar el montón, y luego los revende a premio a los que no alcanzaron turno. Principia allí la vida. Y el capital triunfa. A veces, mientras esperan, se salen del bprde de la acera. Va el policía sobre ellos, porra en mano. Y se desgranan. Los talones desnudos les relucen, con la luz verde dei farol eléctrico, cuando se pierden gritando “iExtra!” en la sombra. El Economisla Americano, Nueva York,. octubre de 1888. Anuario del Centro de Estudios Marhunos, La Habana, n 2, 1979, p. 20- 22. ORATORIA POPULAR No es mala muestra de la oratoria popular norteamericana, y de la levadura agria que hace el pan bueno en la política, este discurso de un artesano que se levantó a oponerse a que una junta directiva salcochara a su placer ciertas resoluciones que comprometían al Partido del Trabajo Unido, que es uno de los varios en que están divididos IOS obreros, a votar en pro de los republicanos. El artesano era hombre de edad y de poco cuerpo, pero de voz recia, y ademán de quien no se deja llevar por la nariz. Dijo asi, enseñando los puños. ,Quién ha visto en reunión de hombres libres hacer cosa como esta? La reunión es la que ha de decidir, y no la Junta. Si se quiere tener fuerte y unido al Partido del Trabajo, hay que darle a la gente de abajo, a la masa del Partido, cuanta auto- ridad se pueda. Nos ha de salir al paso la Junta para cerrar- nos el camino por donde queremos ir. iNo se ha de decir yue ningún hombre, ni media docena de hombres, tienen al Partldo del Trabajo en sus bolsillos! Y hubo dos horas de gritería, de manos por el aire y voces en las caras, sin que valieran listas de secretario ni malletes de pre- sidente; pero aún no se ha salido con la suya la Junta. El Economista ,4tnericatlo, Nueva York, octubre de 1888. Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, n. 2, 1979, p. 28- 29 CBRXS ESCOGIDAS T II 253 RE\‘ ISTA DEL MERCADO Nueva York, octubre 1888 Es verdaderamente notable .la animación de los negocios en este mes. Años hacía que, fuera de una que otra especulación forzada por algtín gran ferrocarrilero, no se notaba en la Bolsa de Acciones, por ejemplo, la animación casi continua que en estas úitimas se- manas se. advierte. Y lo más notable es que esto sucede un mes antes de las elecciones presidenciales, que siempre causan aqui suspensión seria en los ánimos, como que los especuiadores depen- den para mucho de sus cálculos en el sistema de hacienda que adop- ta el gobierno, cuando no están, con alguno de sus prohombres. de cerca o de lejos, relacionad& Más que nunca debiera esta vez haber esas dudas, porque toda la campaña presidencial vsrsa este año sobre la reforma de la tarifa, que para unos es la puerta que abrirá al mundo las industrias pletóricas de productos caros que no saben dónde colocar, y para los fabricantes que se verán obligados a rebajar sus precios, hoy inicuos, es la caja mitológica de que han de salir todos los males. Pero lo Cierto es que el país en conjunto sabe la verdad, que es que no hay razón de temor, porque la rebaja proyectada en la tarifa no es de tal importancia que pueda poner en peligro ninguna industria, aunque sí bastará a abaratar la pro- ducción, y asegurar de esta manera a los fabricantes, con la venta de sils productos donde hoy por lo caros no se ios compran, ventajas más que suficientes para compensar la rebaja inmediata en los pre- cios que pudiera ser consecuencia de la mayor importación de los artículos rivales extranjeros, aunque esto mismo es poco probable, por ser la rebaja que se proyecta muy poca, excepto en algunos ar- tículos de suprema necesidad para el pobre, en que la rebaja sí es considerable. Pero vale más, en un país estremecido ya por la ira de las muchedumbres necesitadas, calmarlas con un acto de simple justicia, aI! nque inquiete o haga desaparecer tres o cuatro grandes fábricas, que fomentar la cólera obrera, en un pueblo de obreros, por proteger, con daño de millones de menesterosos, el inter& privado de una docena de industriales monopolizadores. Lo oue sucede es Que. después de tres añcs de administración sobria, & que el Gobi;& ha ‘puesto en circulación con la compra de mucha parte de la deuda parte del sobrante, hay a la vez dinero sin empleo y más confianza en el bienestar nacional que la que ha- bía hasta el año pasado. Y la especulación es un contagio, que prende de unos en otros con rapidez excesiva, cuando se produce, como abora, en condiciones favorables. Así sucede con el mercado de acciones, a tal punto que en un solo día de setiembre los nego- cios en bonos subieron a $3 445 000, más que en ningún otro día desde hace seis años. Villard, el gran ferrocarrilero del Noroeste, acaba de surgir de nuevo triunfante, como presidente de las com- pañías que trató en vano de salvar, hasta con el último centavo de su fortuna, hace tres años. En un día se venden más de quinientas mil acciones. Y esta fiebre de la especulación no se detiene en los valofes ferrocarrileros; sino cunde a los demás mercados, y ya ha producldo , el alza culpable del trigo a dos pesos: de un viernes a un sabado jun peso de alza., 1 sin [que] la demanda o la oferta sean mayores, sin que aumente en Europa el precio del grano. Y otro tanto pa- rece que va a suceder con el carbón. En relación con este movimiento de confianza, a más de las CFU- sas conocidas, contintian en buen precio nuestros artículos, espectal- mente el café. Y es de notar que crece de veras en los fabricantes el interés de nuestros paises, y que cada dia es más. fácil comprar para Hispanoamérica en condiciones ventajosas. El dinero para pres- tamos, queda íácil, y los cambios más favorables. ’ El Economista Americano, Nueva York, octubre de 1888. Anuario del Cenfro de Estudios Martianos, La Habana, n. 2, 1979, p. 32- 34. 1 A continuación aparece una lista con datos comerciales acerca de diversos pro- ductos. OBRAS ESCOGIDAS. T. II 235 LA EXHIBICION DE PINTURAS DEL RUSO \‘ ERESCHAGIN ALMA, ARTE Y TIRANIA.- LA PROTESTA EN LOS COLORES.- EL COLOR NATURAL: CUADROS AL SOL.- LA PROCESION DE LOS ELEFANTES.- CUADROS SAGRADOS, MILITARES, DE ARQUITECTURA DE COSTUMBRES, DE NATURALEZA.- EL CIELO AZUL’ Nueva York, enero 13 de 1889 Señor Director de La Nación: De afuera se oía, como invitando a comparecer, la música sua- ve. A la puerta llegaba, del cuchicheo de adentro, corno un ruido de iglesia. Artistas, ricos, novios, cuáqueros, desocupados arte- sanos, todos han ido, han ido dos veces, a la exhibición de los cua- dros del ruso Vereschagin. Por su color lo saludó París. por su María, madre de Jesús, lo maltrataron los austríacos. Por Lu inten- sidad, por su abundancia, por su candor épico, se reconoce en él su patria. El ruso renovará. Es niño patriarcal, piedra con sangre, inge- nuo, sublime. Trae alas de sangre y garras de piedra. Sabe amar y matar, Es un castillo, con barbas en las almenas y sierpes en los tajos, que tiene adentro una paloma. Debajo del frac lleva la armadura. Si come, es banquete; si bebe, cuba; si baila torbelli- no; si monta, avalancha; si goza, frenesí; si manda, sá’trapa. si sirve, perro; si ama, puñal y alfombra. La creación animal se rifle- ja en el ojo ruso con limpidez matutina, como si acabase de tallar la naturaleza al hombre en el lobo y en el león, y a la mujer en la zorra y la gacela. Da luces al ojo ruso, un ojo que tiene algo de llama y de oriente, tierno como la codorniz, cambiante como el gato, turbio como la hiena. Es el hombre con pasión y color, con gruñidos y arrullos, con sinceridad y fuerza. Se mueve con pesadez, bajo su capa francesa, como Hércules barbudo con ropas de niño. Se sien- la de guante blanco a la mesa donde humea un oso. Artistas, ricos, novios, cuáqueros, desocupados, artesanos clé- rigos, todos han ido a ver dos veces la exhibición de Vereschagin. Y dicen que esos cuadros sombríos, fúlgidos, crudos, lívidos, amari- ,105, pintados con leche, pintados con sangre, se destacan radiantes ‘1 enormes, de entre tapices blandos y discretos, por entre cuyos pro- ‘undos pliegues, como pájaros que buscan asilo, se extinguen, tri- nando querellosas, las notas de la música. iComo un telón que se descorre, un telón del color silencioso del anochecer, que revela con sus grietas de nieve deslumbradora, los antros del Cáucaso! “La exhibición. dice uno, de un caballo cosaco con freno de seda.” Cede el gentío a la puerta. Un grupo de ancianas ricas se echa sobre un tapiz, y lo palpa, y lo huele, y dice que es mejor que el suyo, qire era el mejor hasta que vio este. Otros compran el retrato del pintor, frente honda y bruñida, ojo aguileño, nariz de presa, fuertes las quijadas la barba de hilos negros, un pueblo de barba. Otros entran primero a ver las curiosidades: el cuarto donde dos mujiks, de bota y blusa, sirven té, pasado por el samovar de bronce, con azúcar y un gajo de limón; la copa labrada en un cráneo; la plata como encaje, de allá de Cachemira; la lana del Tibet, donde los sacerdotes,. con gorros de payasos, hieden, y los santos llevan máscaras, y hacen flauta de los huesos de las piernas, como el indio enamorado del Perfi, y las ovejas son sedosas; la raíz, abierta como en flor de un cedro de Jerusalén; un rincón de la celosía de mármol del mausoleo de Tamerlán terrible; el sombrero picudo del derviche; la fuente donde los héroes de Bókhara presentaron las cabezas de los rusos vencidos al emir de Samarcanda. Y marfiles y encajes, y cru- ces y tisús, y casullas y paramentos. Sc alza el tapiz dc entrada, de ramas de azul y humo, y allí está la ciudad de Jeypore, Jeypore suntuoso, en todo el fuego del mediodía. Las flores a los pies, arriba el cielo ardiente, el gentío en las ventanas, los palacios, de color de rosa, la comitiva de ele- fantes que en eI ho. w& zh de oro y marfil cargan al principe de la tierra y a sus conquistadores. IEsa es la pintura deseada, la pintura al sol. sin ardides de sombra y de barniz! IEsos son los tonos fran- cos y firmes de la naturaleza, sostenida con aliento épico, con mano de domador, en una tela que va de pared a pared, y nos hace salu- dar y pestañear! iEs el color fresco, el color sin brillo de la verdad, el color seco de los objetos al aire libre, y no eso de academias, re- tórico y meloso! Tal sorpresa causa aquel poder de expresión, aque- llos claros superpuestos sin dañarse ni unirse, aquellos oscuros sua- vizados, y como aclarados, por el conjunto esplendente, aquel como rescaldo de la mucha luz, y el vaho del sol por sobre la masa de cabezas, que se tarda en hallar el defecto del lienzo, y acaso de todo el arte de Vereschagin, procesional y frío. El alma ha de que- mar, para que la mano pinte bien. Del corazón no ha de sacarse el fuego, y poner donde él un libro. El pensamiento dirige, escoge y aconseja; pero el arte viene, soberbio y asolador, de las regiones in- 256 José Martí dómitas donde se siente. Grande es asir la luz, pero de modo que encienda la del alma. Allá, en el howfah de oro y marfil. van en paz iparece increíble que vayan en paz! el rajá de Jeyqore, con barbas inútiles, y el prín- cipe de Gales, de casco y cota roja; pero van sobre el ho~ dah, con- fusos y menudos, sin que se adivine que aquel triunfo es la proce- sión funeral de la India. Y así fue la procesión, por de contado; pero el arte no ha de dar la apariencia de las cosas, sino su sentido. Cuando da la apa- riencia, como aquí, aunque como aquí la pinte con sol, falla. Allá va el séquito pomposo con los infantes por héroes, y los recamos de los paños de oro y las mazas de plata cincelada. Primero van abanderados y clarines, con las banderas de cuatro colores, y el cla- rin de caño largo. E! elefante todo es joyería: la gualdrapa, al peso de las piedras, le cuelga de los lados; la testera es de realce, con rosas de amatistas y zafiros, y laberintos de perlas, y sartas de perla mayor por las orejas; bajo la testera está e! frontil, con sus dibujos de terciopelo rojo y verde: y los colmillos ccn argollas de oro, 1’ la trompa pintada hasta la mitad de colorado. Cinco ele- fantes se ven, y el de delante se va a salir del lienzo. Al pie de cada uno marcha el macero rojo, y los de blanco, que llevan abani- cos de plumas, y el caballo a todo jaez, de frenos de colores y copete de plumas; enjoyado el petral verde y plata la manta, el pecho y. los costados piumajes azules, con su caballero de coselete y manopla, rodela al ijar y lanza en la cuja, al cinto el montante y el casco de florón, la pierna de tibial y de quijote, y el estribo de mano de joyero, de esmeraldas y fina argentería. Marchan al sol. Esplende el polvo. Y ese cuadro iba a ser el último de una tragedia en colores. Porque Vereschagin, como toda mente de verdadero poder, tiende ya en la madurez a lo vasto y simbólico. Le riza, le para, le desata la sangre en las venas una ejecución; y pintará, como los ve 0 como serían si los hubiese visto, los varios modos de matar, la crucifixión romana, el cañoneo de! Indostán, la horca de Rusia. Asiste a la campaña de Plevna,- y la pintará en páginas copiosas, desde la primera trinchera de nieve hasta el hospital verdinegro donde muere cara a tierra el turco. Va a Palestina en busca de color,- y pintará en cuadros que parecen joyeros desde las tumbas de Hebrón, cuyo populacho le tira piedras, para que no profane el reposo de Abraham, hasta los ermitaños trogloditas que entre sapos y áspides viven tallando cru- ces como harapo: y liendres de la religión vencida en las cuevas del J. lrdán avieso. Copia un edificio de fama; y arrostrará peli- gros, obstáculos, largas travesías para copiar los mausoleos, los palacios, las mezquitas rivales. Como con zlambre más que con pincel, re! rata un fondo carnoso a plena luz. tIn rabino de espejuelo‘; y casq? le? e. un rabino típico; y se 1. a por brefias y profundidades, bt! scando los tipoc qt: e interc- san y rodean al ruso.- el magiar moctachudo, el serio narigón, el armenio togado, el circaaiano de fez en pico, el de Mingrelia, con su aire principal ei kurdo de perfil de o\, eja, el turco enjuto, el búlgaro, bello y triste, cl valaco abotinado, el moldavo ostentoso. Es un arte en capítulos, iay! pero no en cantos. Porque salta a la vista en eqfe pintor, como en todos los de su raza aquel pecado universal del arte contemporáneo, que en Rusia abarece m6s de bulto por el contraste de SLI niñez enérgica con su cultura traída de pueblos iciejos, y es el exceso, constante en el hombre, de la facultad de expresar sobre la de crear, del po- der de esparcir colores sobre el de concebir asuntos dignos de elÍo. de la habilidad del artesano sobre el arrebato y condensación del artista, de la pintura de lo exterior, que sólo exige ojo para observar, juicio para elegir, gracia para agrupar color, para reproducir, sobre aquella otra pintura en que lo exterior se usa \Terazmente en estado y formas que produzcan aquella caricia intima, mezcla de sumisión y orgullo, con que el hombre en presencia de la beldad, animada o inerte, se reconoce y estima como porción viva y hermana de lar demás del universo. Y en Rusia se agrava esta desazón del hombre moderno, porque de los tipos bárbaros y conquistadores que se han fundido en el eslavo hercúleo, originanse a la vez esta fuerza de mano, pujo de carácter, necesidad de extensión que heredan de sus padres feuda- les y batalladores, fieros como las cumbres, melanc6licos corno la llanura, y este asombro terrible con que se ven, podridos por una civilización extraña, antes de condensarse en otra propia. El prín- cipe como el mujik, el kciz como el isvotchik; el palacio que bebe champaña como la isba que bebe vodka, sienten que la barba les cae sobre un pecho desesperado porque en 61 vive el coraz0n sin libertad. h’o creen en nada, porque no creen en sí, pero el knouf esíá perennemente suspendido, con sus g; 3rras picudas, sobre la espal- da del labriego, roca que anda, y del barina que la posee y desdeña: padecen del peso de la vida sin el decoro del albedrio, mayor que el peso del amor ultrajado, mayor que el de la soledad del alma del poeta; padecen, roscados del regocijo de la emancipación uni- versal, del dolor del hombre esclavo, comparable sólo al dolor de ios eunucos: y con el frenesi de la mutilación irremediable, y el impetu 2c su raza de jinetes, vierten sobre los que les parecen más inielices, con rabia y encarnizamiento, la compasión que sienten por sí propios, ¿Y qué arte hay sin sinceridad ni qué hombre sincero empleará su fuerza, sea de fantasía o de razón, sea de hermosura o de com- bate, en meros escarceos, adornos e imaginaciones, cuando está enfrente, sobre templos qur parecen montes, sobre lar cárceles de 258 los. 4 Marti OBRAS ESCOGIDAS. T. II 259 donde no se vuelve, SofJre palacios que son pueblos de palacios. sobre la pared que se levanta en hombros de cien razas unidas, la heca- tombe de donde saldrs, cuando la podredumbre llegue a luz. el es- plendor que pasme al mundo, cuando está enfrente “la pirámide del mal” de Herzen? iLa justicia primero, y el arte después! ;Hembra es el qcc en tiempos sin decoro se entretiene en las finezas de la imaginación, y en las elegancias de la mente! Cuando no se disfruta de la liber- tad, la única excusa del arte y su único derecho para existir es po- nerse al servicio de ella. iTodo al fuego, hasta el arte, para alimen- tar la hoguera! cNi de qué vive el artista sino de los sentimientos de la patria? iEmpléese, por lo mismo que invade y conmueve, en la conquista del derecho! Y como la defensa directa de la justicia, el comentario dramatice, la composición elocuente, están vedadas al ruso, por su propio terror, tanto como por la ley, iel medio único, la osadia úni- ca, la protesta única, la defensa única e indirecta, la plegaria, sin alas y sin voz, del ruso, desolado, es la pintura, fea si puede, fétida si puede, de las miserias que contempla, de la verdad desgarradora! “iYo espero,- dice Vereschagin con los versos de Pushkin,- yo es- pero que los hombres me amen, porque mi arte sirve a la verdad, y ruega por los vencidos!” Después, para reposar, para recobrar bríos, pintará, libre y grande, por primera vez, la majestad de la natu- raleza En Rusia iay del que ruega por el vencido en alta voz! Y el cuadro, no va de casa en casa como los manuscritos veraces de Tofstoi, que necesita del modelo vivo, el cuadro ruso, a lo que más se atreve, con la sanción acaso del monarca, afligido, es a implorar la gracia de los hombres, por el horror de la pintura, para los centinelas muertos de frío, para los mujiks cercenados en masa de un vuelo del alfanje, para los miles de muertos de Plevna, de- sangrándose en las charcas de lluvia. eCómo, con ese carácter nacional contemplativo, del objeto, con ese hábito de la observación y de la copia, refleja este pintor, con el drama elevado a sacerdocio por la santidad de los franceses y el impetu de los españoles, el movimiento del combate, la rabia de la caballería, el encuentro de la trinchera, barba a barba? Si pinta una batalla, la velará en humo espeso iacaso para decir que es toda brlmo! como cuando su zar, desde la colina en que lo rodean, sentado en la silla de campaña, sus generales de banda lila al cinto, ve a lo lejos, por la humareda que les va detrás, que huye Rusia del turco, que Alá les va cortando las colas a los potros co- sacos. 0 pintará la batalla antes, con los soldados tendidos en el trigal, mano al gatillo, a las espaldas la manta amarillosa, como el cielo, y a un lado los jefes, en pie, de galón rojo en la gorra. 0 luego que de los turcos enemigos ya no queda en Shipka más que los montones de cadáveres, apilados en la nieve por el villorrio mudo, pasea a Skobelev, seguido del pabellón, a escape en caballos blancos frente a las tropas que al pie del monte que brilla como seda, echan al aire frenéticos los gorros. 0 después del combate, pintará, con sangre acabada de derramar, los heridos de bruces, encuclillados, en- roscados, moribundos. El centinela, de capote gris, tiene la cara deshecha. Un general con la cabeza baja, como quien va a recibir la hostia de la muerte, está, casaca al hombre, a los pies del que acaba de expirar, con el rostro como barro. Otro muerto también, encogidas las piernas, y los brazos abiertos, se rie, con la cara verde. Este alza con cuidado, como a un amigo, la pierna en tabli- llas. Ese se sujeta el brazo que le pende. Aquel aprieta los labios, al tratar en vano de levantarse entre mochilas, Cantinas y fusiles roto<. Entre los muertos’ y .heridos otros fuman. fin oficial, como para animar e] cuadro frío, ‘habla al paso con una cantinera. En la tienda repleta, un herido pide en vano entra- da. Uno vuelve hacia atrás la cara sin ojos. La serranía, amarilla; el cielo, lanudo. Y el corazón no se conmueve ante aquella pintura de pensamiento compuesta como para aleccionar, porque la calma visible del artista, la madera de aquellos cuerpos, la mudez de aquel cuadro, donde falta la agitación de la agonía y la dignidad de la muerte: contrastan con un tema que pide miradas que desgarran, cuerpos que se. hundan al abandonar el espíritu, líneas rotas y cres- pas, escorzos fugaces y violentos, y un aparente desorden de metodo que realce y contribuya al del asunto. Mas donde impera la muerte solitaria, y el hombre ha cesado de padecer, halla Vereschagin la sublimidad que falta siempre, aca- so porque desprecia a los hombres que conoce, en los lienzos, donde se quiere algo más de grupo y color de las figuras: tal el cammo solemne de] Danubio, sembrado acá y allá, como único color en la nevada maravillosa, de los cadáveres de turcos que el ejército triun- fante fue abandonando por la ruta, sin más vigías que los postes de telégrafo, elocuentes en tanta soledad, ni más amigos que 10s pájaros que picotean sus mantas, o se posan en sus botas: tal aquel otro tiempo, lleno de majestad y de ternura, en que, de pie en el yerbal cubierto de muertos blanquecinos, bajo el cielo que sube por el Este sombrío y lluvioso, los dos amigos postreros, el Jefe en traje de batalla, y el sacerdote con su casulla sepulcral, entierran, con un dolor que entra en los huesos, murmurando la oración, al compás del incensario, al escuadrón que da una arremetida sego. el turco. La música, allá de entre los tapices, llega tenue, como c; manos, doliente, desesperada. El gentío quiere luz y contento. gentío va a ver los cuadros sagrados. Son rayos de color, patios musgosos, muros sin. cáscara, pOz? s y puertas negras, y mares fosforescentes, a cuyas ortllas. con SU tunica blanca y su cabellera rubia vaga Jesús, o conversa con Juan, o maldice a las ciudades impuras, o llora desconsolado. CQué es la religión, más que historia? ia nuestro lado anda Jesús, y se muere de anguqtia porque no le ayudan a hacer bien! ia nuestro lado pre- dira Juan, !~ LIC! lO‘ con el sayo de piel de camello y la palabra terrible, v los io saludan de lejos, -y los mercaderes se ríen de 61. éntre \! I- hogaza‘, y >us ,Inforas! Con10 hombres los entiende \. erescha@ n h’ como hombres ios pinta, o como figuras de paisajes, donde máb lienc. tic divino el azul de! agtla que la congoja del “cordero de Dios”, 0 2 ¡¿ l fiereza del apcístol, o a ia mansedumbre de aquellos 8Iml! erzw del Jordrín. a la sombra de los tamarindos, con langosta> y mie! es Y acaso ycria, a no haberse quedado como en boceto, uno de los c. lladros mris notables de nuestra época, por lo franco c! e la concep- C iijn , y !a habilidad con que por el contraste natural con !o que Ic rodea resalta en Jesús el alma sublime, aquel de Vereschagin en que pinta la familia de Jo+, en un patio pobre, con el padre y su apren; diz ensamblando por un lado, y María saciando a sus pechos el ham- bre de su recién nacido, con otro hijo al pie, y uno que viene deshe- cho en lágrimas, el brazo a los ojos, en tanto que de codos en tierra, dos mlis, ya en sus diez años, hablan de cosas no más graves que trompos y boliches: sobre la cabeza de María se seca, al aire. cl lavado de la casa; con el gallo a la coia comen al pie de la es- calera de piedra las gallinas, y en los peldaños de abajo, de modo que parece más alto que todos los demás, Jesús lee. Tienen matices de amatista, y flores como sangre, y sombras como de violetas, y paredones como la carne desollada, y verdes como dc orín, los lienzos, menudos todos, donde, como quien toma el ~IIISO en la vena abierta, copió a pleno color aquel mar muerto, con sus Lirboles que dan fruta de ceniza; aquel monte, ya a media flor, donde murió Moisés frente. a la tierra prometida: aquel valle de Jericó, que era ayer de jardines, y. hoy es marañas de escorpiones y culebras; aquella tumba de Samuel, donde citaba a guerra contra los íilisteos; aquei pozo donde probó Gedeón a SLIS soldados, y dejó por flojos a los que metieron la boca en el agua para beber. Alli esta cn lienzos que pueden llevarse de medallón en las sortijas, el pozo de Jacob, donde Jesús habló con la samaritana de los tiempos olvidados; Beisán la fuerte, que jamás se abrió a Israel; Cafarnaum famosa curó a , toda hoy maleza y ruinas, donde vivió Jesús en casa suya, y tantos: Berthsaida ingrata, donde multiplicó el pan y los I) CCC. S, y dio la vista al ciego; los campos de betún inflamable donde perecieron, a la furia de !as Ilamas, Sodoma y Gomorra; y una lla- nura desde donde se ve cl Tabor, con el castillo que lo coronaba cuando cuentan que desapareció por él Jesús; y el monte de la Ten- :aciíin. en cuya gruta, antes rica y cubierta de frescos, viven hoy, haciendo caridad de su pobreza a los pájaros y a los bedulnos, los buenos monjes que no tienen para comer más- que judías y aceitu- nas, con sil cebolla y su ajo, y un poco de pan negro. Y en un lienzo como sin fondo, donde las figuras dei calvario, raquíticas y a estilo de panorama, dan cara a un muro de cantos rojo% 1. mllsgosos. está la gente de Galilea, como quien va de fiesta OBR: IS ESCOGID. lS T Ii 261 mirando a las cruce‘;. In caballo da el anca. Ln árabe. con ei bor- dón atravesado, mira desde SII burro. Por ei iondo vienen, en cabalgadura. de mucho parament;). unos moros ricos. Falta como lazo a aquella <enciIlcz fingida. A un lado del cuadro, no por tierra deshecha. como madre que \‘ e a su hijo en la cruz, sino de pie. cubriéndose el ro> tro con las palmas, está María. C. na moza ro- huela. de manto bianco comu ella, la implora, con bello dolor. X otra rnujer, por el entrecejo que se distingue, se le ve clara la pena. A un judio que parece ingl& s le está hurtando la bolsa un ratero de barbaza rubia, con b! usa de listas. Y alli los curiosos se detienen, no para ver una pintura de admi- rable trabajo, un porttin de piedra bermeja, con césped y florecillas a la entrada, donde al pie de dos bellos brutos, blanco uno y negro otro, esperan, de jaique y brial, los árabes palafreneros; ni para ce- iebrar como lo merecen. los retratos del butanés greñudo y rosico- brizo, con ojos como de hiel y esmeraldas en los lóbulos, y su buta- nesa bclfuda, con el hijo a la espalda. Lo que los curiosos ven. tomando por arte el mero tamaño, es una lámina de diario coloreada con vigor, que representa, sin más cosa de poder que el cuerpo vivo de un soldado, el suplicio del cañoneo en el Indostán, donde el hindú culpable, atado a un poste a la boca del cañón, muere en pedazos. Ni es de arte, ni mueve al horror solicitado, por íaltarle, en fuerza de realidad, el grado inten- so que constituye, en lo bel! 0 como en lo feo, lo artístico, otro Iien- zo donde la muchedumbre, como en ruedo blanco con costra de colores, se agolpa en plena nevada que salpica de copos caitanes y pellizas, a ver, colgando de la horra, dos sentenciados. como dos gusanos. Pero ;qu; t modo el de Vereschagin, en esos lienzos infeliz, de sacar, con masas de color. blancos sobre blanco; de pintar, de ma- nera que se ve de veras el mármol transparente; la famosa ventana que levantó Akbar, el gran Mogol, en honra de su santo consejero Selim- Shirti!; y acurrucados en el poyo, al fuego del cenit, conver-- san, en togas y turbantes albos como la celosía, los guardianes del templete. de rostros cobrizos. Luego es el Taj, puro como la leche, que refleja sus cúpulas lige- ras, labradas como con aguja, en el lago cercado de cipreses y ramas otoñales, a cuyo arrullo, en su soberbia tumba blanca, duerme bajo follaje de mármol aéreo, aquella favorita que amó el sha Jehan. Y ya es la mezquita de la Perla. que invita a entrar por sus nobles arquerías,- más que de peria de marfil tallado. con sus hileras de musulmanes reverente5 que evocan al creador invisible. de pie, hombro a hombro, con las cabezas bajas, Ya es. con su aljibe de doble boca y las babuchas a la puerta, el vestíbulo, fresco como la: rnañanas, de la mezquita donde el otomano en traje verde o ama- rillo, pide el amparo de Alá contra el judío, qlle llora v comercia. 262 /osé .Harti Ya es, con sus domos dorados y verdes; con su palacio de orujinaia, lleno de tesoros; con la soberana torre de Iván que preside la vasta maravilla; con la puerta del Salvador, ,por donde nadie pasa cubierto; con el panteón de los zares, erizado de espiras; con su masa de pisos superpuestos, como el palacio babilónico; con sus bastiones por valladar y su Moskova al pie,- el Kremlin colosal, el Kremlin rosa do. i. Y qué importan ahora, ya al salir con el gentío, ni el tigre que al pie de una palma ve venir sobre el cadáver en que se apresta a regalarse el buitre que se lo disputa; ni un lienzo como velo, que es un amanecer en Cachemira; ni aquella palma sola, centinela negro de las ruinas de Delhi, que se mira en el lago Amarillo, a la puesta del sol? Bien hace ahora la música, de allá de entre los tapices, en en- viar, como gargantillas de diamantes, notas sueltas de himno. Jamás en tan vasto lienzo creó el hombre con más verdad y poder el cielo luminoso. CA qué pintarlo? cQuién no ha visto el cielo? Abajo, don- de el buitre negro, habitante único de aquella pureza, se cierne, anchas las alas, en busca de] soldado insepulto, las peñas terrosas, como gigantescos búcaros, levantan en las cumbres sus flores de nieve. Las nubes dormidas despiertan al sol; y vagan ligeras, cual si ]as moviesen, con dulce pereza, como cendales de la mañana, doncellas invisibles. Con tajos de sombra se empinan por lo alto los picos nevados. La nube aérea flota, afloja sus vapores, se mece y deshace, el cielo arriba triunfa, sereno y azul. Así corona la luz a los artistas fieles, adoloridos por la carencia de idea1 amable en estos tiempos de muda, que, a despecho de es- cuelas y gramáticas, ponen su caballete al sol, y hallan en la na- turaleza, consoladora como los claros del amanecer, la paz y la epopeya que parecen perdidas para el alma. Como con puñales pinta Vereschagin sus retratos: como con zafiro desleído hasta dar deseos de morir en él, pinta el mar samaritano; reproduce lo que ve como si le hubiera levantado la corteza, para poseerlo mejor; sus mármoles relucen, y su aire indio irradia; hijo fuerte de un pueblo espantado y deforme, no sabe usar del hombre en sus lienzos, sino cuando, lejos de su pais sombrío, lo halla ágil y gracioso; cuan- do pinta al hombre, es para servirle; ni compone ni condensa, ni crea: su espíritu no parece haberse abierto al arte sumo, que es el que sabe sacar el alma de las cosas, producir con el detalle la emoción de la armonía, inundar las entrañas de deleite, sino en aquellos lienzos vastos y solitarios, con montes, Rusia, como tu dolor, con valles, Rusia, helados como tus esperanzas. La Nación, Buenos Aires, 3 de marzo de 1889 0. C., t. 15, p. 429- 438. \'INDICACIOk DE CUBA' Traducido de la carta que publicd bajo este título The Evening Post, de New York, del 25 de marzo. Sr. Director de The Euenirzg Post: Señor: Ruego a usted que me permita referirme en sus columnas a la ofensiva critica de los cubanos publicada en The Manufacturer de Filadelfia, y reproducida con aprobación en su número de ayer. No es este el momento de discutir el asunto de la anexión de Cuba. Es probable que ningún cubano que tenga en algo su decoro desee ver su país unido a otro donde los que guían la opinión comparten respecto a él las preocupaciones sólo excusables a la políti- ca fanfarrona o la desordenada ignorancia. Ningún cubano honrado se humillará hasta verse recibido como un apestado moral, por el mero valor de su tierra, en un pueblo que niega su capacidad, in- sulta su virtud y desprecia su carácter. Hay cubanos que por mó- viles respetables, por una admiración ardiente al progreso y la libertad, por el presentimiento de sus propias fuerzas en mejores condiciones políticas, por el desdichado desconocimiento de la his- toria y tendencias de la anexión, desearían ver la Isla ligada a los Estados C’nidos. Pero los que han peleado en la guerra, y han apren- dido -en los destierros; los que han levantado, con el trabajo de las manos y la mente, un hogar virtuoso en el corazón de un pueblo hostil: los que por su mérito reconocido como científicos y comer- * Con este texto respondió Marti a un artículo ofensivo para Cuba, aparecido en The Manufacturer, de Filadelfia, el 16 de marzo del citado año, bajo el título “iQueremos a Cuba?“, cvbano que el cual fue reproducido parcialmente en otro artículo anti- nlsta sobre P ublícó The Evening Post cinco días después: “Una opinión proteccio- a anexión de Cuba.” Por su importancia contestación y los textos refutados, y los Martí tradujo del inglés su el folleto que tituló: Cuhn y los Estados ublicó con una nota introductoria en en 1889. vp. rudos, editado también en Nueva York ciarJ; tG, corno empresarios e ingenieros, como maestros, abogados, arliuta5. periodi-! as, oradores y poetas, como hombres de inteligencia ii;- a y ac! ib. idad poco común, se ven honrados dondequiera que ha habido ocasión para dtsplegar rus cualidades, y justicia para enten- dcrlw.; los que. con sus elemento; menos preparados, fundaron una ciudad de trabajadores donde lo‘; Estados Unidos no tenian antes rnrí~ qiJe unas cuantas casuchas en un islote desierto; esos, más Jiilrnero5os que los otros. no desean la anexión de Cuba a los Es- tados I- nidos. No la necesitan. Admiran esta nación, la más grande de c, uantas erigió jamás la libertad; pero desconfian de los elemen- tos fuJlest0. s que, coino gusanos en la sangre, han comenzado en esta Reptíblica portentosa su obra de destrucción. Han hecho de los heroes de este pais sus propios hbroes, y anhelan el 6xito definitivo de la [.‘ nibn Norteamericana, como la gloria mayor de la humanidad; pero IIO pueden creer honradamcnie que el individualismo excesivo, la adoración de la riqueza, y el jlbilo prolongado de una victoria tcrribie, estbn preparando a los Estados Unidos para ser ia nación til) ica de la libertad, donde no ha de haber opinión basada en el apetito inmoderado de poder, ni adquisición o triunfos contrarios a la !) ondad Y a la justicia. Amamos a la patria de Lincoln, tanto como tememos a- la patria de Cutting. . No somos los cubanos ese pueblo de vagabundos míseros o pig- n~ eos inmorales que a The Manufacfurer le place describir; ni el pais de inútiles verbosos, incapaces de acción, enemigos del trabajo recio, que. junto con los demas pueblos de la America espanola, sue- len pintar viajeros soberbios y escritores. Hemos sufrido impacien- tes bajo la tiranía; hemos peleado como hombres, y aigunas veces como gigantes, para ser libres;- estamos atravesando aquel período de reposo turbulento, lleno de gérmenes de revuelta, que sigue na- tllra] IIìeJlte a un período de acción. excesiva y desgraciada;. tenemos que batallar como vencidos contra un opresor que nos priva de medios de \i\ ir, y favorece, en la capital hermosa que visita el extran- jero, en el interior del psis, donde la presa sc escapa de su garra, t: l imperio de una corrupciL; n tal que llegue a envenenarnos en la sangre las fuerzas necesarias para conquistar la libertad. Merece- 1110s erg la hora de nuestro infortunio, el respeto de los que no nos aytldaron cuando quisimos sacudirlo.. Pero, porque nuestro gobierno haya permitido sistemâticamente después de !a guerra ei triunfo de los criminales, la ocupación de la ciudad por la escoria del pueblo, la osientación de riquezas mal habidas por un miriada de empleados españoles y .sus ciimpiices abanos, !a con\- e: ui:‘, n de la capital en una casa de inmoralidad, donde el filósofo y ei héroe viven sin pan junto al magnífico ladrón de la metrópoli; porque el hcnrado campesino, arruinado por una guerra en apariencia inútil, retorna en silencio al arado que supo a YII hora cambiar por el machete; porque millares de desterrados, a;) rol: echando una 6poca de calma que ningún poder humano puede precipitar hasta q\ Jc no w extinga por si propia. practican, en la ba- !alla de la \. ida en los pueblos libres, el arte de gobernarse a si mis- mos y de edificar una nación; porque nuestros mestizos y nuestros jóvenes de ciudad son generalmente de cuerpo delicado, locuaces y corte- e-, ocultando bajo el guante que pule el verso. la mano que derriba al enerniuo b , ise nos ha de llamar como The Manufacfurer JIO’; llama, nn pueblo “afeminado” ? Esos jóvenes de ciudad y mesti- zos de poco cuerpo supieron ievantarse en UJI día contra un gobierrlo cruel, pagar su pasaje al sitio de la guerra con el producto de su reloj y de sus dijes, vivir de su trabajo mientras retenía sus bu- ques el país de los libres en el interés de los erwmlgos de la liber- tad, obedecer cotno soldados, dormir en el fango, comer raices, pe- lear diez años sin paga, vencer al enemigo con tJna rama de árbol, morir- estos hombres de diez y ocho años, estos herederos de casas poderosas, estos jovenzuelos de color dc aceituna- de una muerte de la que nadie debe hablar sino con la cabeza descubierta; murie- ron esos otros hombres nuestros que saben, de un golpe de machete, echar a volar una cabeza o de una vuelta de Ia mano, arrodillar a un toro. Estos cubanos “afeminados” tuvieron una vez valor bas- tante para llevar al brazo una semana, cara a cara de un gobierno despótico, el iuto de Lincoln. Los cubanos, dice The Manufacturer, tienen “aversión a todo es- fuerzo”, “no se saben valeYI “son perezosos”. Estos “perezosos” que “no se saben va! er”, llegaron aquí hace veinte años con las manos vacias, salvo pocas excepciones; lucharon contra el clima: dominaron las lengua extranjera; vivieron de su trabajo honrado, algunos en holgura, unos cuantos ricos, rara vez en la miseria: gustaban del lujo, y trabajaban para él: no se les veía con fre- cuencia en las sendas oscuras de la vida: independientes, y bastán- dose a si propios, no temían !a competencia en aptitudes ni en actividad: miles se han vuelto, a morir en sus hogares: miies per- manecen donde en las durezas de la vida han acabado por triunfar, sin la ayuda del idioma amigo, la comunidad religiosa ni la sirn- patía de raza. Un puñado de trabajadores cubanos levantó a Cayo Hueso. Los cubanos se han senalado en Panamá por su mérito como artesanos en los oficios más nobles, como empleados, médicos y contratistas. Un cubano, Cisneros, ha contribuido poderosamente al adelanto de los ferrocarriles y la navegación de ríos de Colom- bia. Márquez,. otro cubano, obtuvo, como muchos de sus compa- !riotas, el respeto del Perú como comerciante eminente. Por todas partes viven los cubanos, trabajando como campesinos, como inge- nieros, como agrimensores, como artesanos, como maestros, como periodistas. En Filadelfia, The Manufacfurer tiene ocasión diaria de ver a cien cubanos, algunos de ellos de historia heroica y cuerpo vigoroso, que viven de su trabajo en cómoda abundancia. En New York los cubanos son directores en bancos prominentes, comercian- tes prósperos, corredores conocidos. empleados de notorios talentos, mPdicos con clientela del país, electricistas, periodistas, ingenieros de reputación universal, dueños de establecimientos, artesanos. El 266 OBRAS ESCOGIDAS T. II 267 poeta del Niágara es un cubano, nuestro Heredia. Cn cubano, Me- nocal, es jeíe de los ingenieros del canal de Nicaragua. En Filadel- fia mismo, como en New York, el primer premio de las Cniversida- des ha sido, más de una vez, de los cubanos. Y las mujeres de estos “perezosos”, “que no se saben valer”, de estos enemigos de “todo es- fuerzo”, llegaron aqui recién venidas de una existencia suntuosa. en lo más crudo del invierno: sus maridos estaban en la guerra, arruinados, presos, muertos: la “señora” se puso a trabajar; la due- ña de esclavos se convirtió en esclava; se sentó detrás de un mos- trador; cantó en las iglesias; ribeteó ojales por cientos; cosió a jor- nal; rizó plumas de sombrerería; dio su corazón al deber; marchitó su cuerpo en el trabajo: ieste es el pueblo “deficiente en moral”! Estamos “incapacitados por la naturaleza y la experiencia para cumplir con las obligaciones de la ciudadania de un pais grande y libre”. Esto no puede decirse en justicia de un pueblo que po- see- junto con la energía que construyó el primer ferrocarril en los dominios españoles y estableció contra un gobierno tiránico todos los recursos de la civilizaciónun conocimiento realmente notable del cuerpo político, una aptitud demostrada para adaptarse a sus formas superiores, y el poder, raro en las tierras del trópico, de ro- bustecer su pensamiento y poder su lenguaje. La pasión por la li- bertad, el estudio serio de sus mejores enseñanzas; el desenvolvi- miento del carácter individual en el destierro y en su propio país, las lecciones de diez años de guerra y de sus consecuencias múltiples, y el ejercicio práctico de los deberes de la ciudadania en los pueblos libres del mundo, han contribuido, a pesar de todos los antecedentes hostiles, a desarrollar en el cubano una aptitud para el gobierno libre tan natura1 en él, que 10 estableció, aun con exceso de prácticas, en medio de la guerra, luchó con sus mayores en el afán de ver respetadas las leyes de la libertad, y arrebató el sable, sin considera- ción ni miedo, de las manos de todos los pretendientes militares, por gloriosos que fuesen. Parece que hay en la mente cubana una dichosa iacultad de unir el sentido a la pasión, y l. a moderación a la exuberancia. Desde principios del siglo se han venido consagrando no- bles maestros a explicar con su palabra, y practicar en su vida, la abnegación y tolerancia inseparables de la libertad. Los que hace diez años ganaban por mérito singular los primeros puestos en las Universidades europeas, han sido saludados, al aparecer en el Parlamento español, como hombres de sobrio pensamiento y de ora- toria poderosa. Los conocimientos políticos del cubano común se comparan sin desventaja con los del ciudadano común de los Estados Unidos. La ausencia absoluta de intolerancia religiosa, el amor del hombre a la propiedad adquirida con el trabajo de sus manos, y la familiaridad en práctica y teoría con las leyes y procedimientos de la libertad, habituarin al cubano para reedificar su patria sobre las ruinas en que la recibirá de sus opresores. No es de esperar, para honra de la especie humana, que la nación que tuvo la libertad por cuna, y recibió durante tres siglos la mejor sangre de hombres libres, emplee el poder amasado de este modo para privar de SU libertad a un vecino menos afortuna, do. Acaba The Martujacturer diciendo “que nuestra falta de fuerza viril y de respeto propio está demostrada ppr la apatia con que nos hemos sometido durante tanto tiempo a la opresión española”, y “nuestras mismas tentativas de rebelión han sido tan infelizmente ineficaces, que apenas se levantan un poco de la dignidad de una farsa”. Nunca se ha desplegado ignorancia mayor de la historia y el carácter que en esta ligerísima aseveración. Es preciso recordar, para no contestarla con amargura, que más de un americano derramó su* sangre a nuestro lado en una guerra que otro americano había de llamar “una farsa” . iUna farsa, la guerra que ha sido com- parada por los observadores extranjeros a una epopeya, el alzamiento de todo un pueblo, el abandono voluntario de la riqueza, la abolición de la esclavitud en nuestro primer momento de la libertad, el incendio de nuestras ciudades con nuestras propias manos, la crea- ción de pueblos y fábricas en los bosques vírgenes, el vestir a nues- tras mujeres con los tejidos de los árboles, el tener a raya, en diez años de esa vida, a un adversario poderoso, que perdió doscientos mil hombres. a manos de un pequeno ejército de patriotas, sin más ayuda que la naturaleza! Nosotros no teníamos hessianos ni fran- ceses, ni Lafayette o Steuben, ni rivalidades de rey que nos ayuda- ran: nosotros no teníamos más que un vecino que “extendió los Ií- mites de su poder y obró contra la voluntad del pueblo” para favo- recer a los enemigos de aquellos que peleaban por la misma carta de libertad en que él fundó su independencia: nosotros caímos vícti- mas de las mismas pasiones que hubieran causado la caída de los Trece Estados, a no haberlos unido el éxito, mientras que a noso- tros nos debilitó la demora, no demora causada por la cobardía. sino por nuestro horror a la sangre, que en los primeros meses de la lucha permitió al enemigo tomar ventaja irreparable, y por una confianza infantil en la ayuda cierta de los Estados Unidos: “iNo han de vernos morir por la libertad a sus propias puertas sin alzar una mano o decir una palabra para dar un nuevo pueblo libre al mundo!” Extendieron “los límites. de su poder en deferencia a Espa- ña”. No alzaron la mano. No dijeron la palabra. La lucha no ha cesado. Los desterrados no quieren voilrer. La nueva generación es digna de sus padres. Centenares de hombres han muerto después de la guerra en el misterio de las prisiones. Sólo con la vida cesará entre nosotros la batalla por la libertad. Y es la verdad triste que nuestros esfuerzos se habrían, en toda probabilidad, renovado con éxito, a no haber sido, en algunos de no- sotros, por la esperanza poco viril de los anexionistas, de obtener libertad sin pagarla a su precio, y por el temor justo de otros, de que nuestros muertos, nuestras memorias sagradas, nuestras ruinas empapadas en sangre, no vinieran a ser más que el abono del suelo para ri crecimiento dr una ;j! anta ext, ranjcra. 0 la oca. sic) n de una bllrla para The ML: III~~ UCIU~ C~~ dc Filadelfia. Soy de usted. selior Directol. servidor alento COMO SE CREA US PUEBLO NLE\‘ 0 EN LOS ESTADOS GXIDOS 120 Front Street. New York. 21 dc marzo de 1889 Thr Euenmg PtM, Nueva York. 25 de marzo de 1889 0. C., t 1, p 236- 241. tJN. 4 ClUD. 4D DE DIEZ MIL ALMAS EN SEIS HORAS.UN INCENDIO EN NUEVA YORK, Y UN DOMINGO DE PASCUAS- EL PASEO DE LOS RI. COS.- EL PASEO DE LOS NEGROS.- COLONIZACION SUBITA DE LAS TIERRAS LIBRES.- LA INVASION DE LOS COLONOS EN OKLAHOMA.- CUARENTA MIL COLONOS INVADEN A OKLAHOMA A LA VEZ.- LA TIERRA DE LA LECHE Y LA MIEL.- EL SEMINOLE OSSEOLA.-- RIVALIDAD DE LOS G. r\ NADEROS Y LOS AGRICUI, TORES.- VENCEN LOS AGRICULTORES.- LA PEREGRINACION Y LA ENTRADA.MILES DE CARROS.-- CUADRILLAS DE JINETES.- LOS PUEBLOS VECINOS.- LA NOCHE EN EL CA. MINO.MUER- TOS.- TEMPESTAD.- EL DOMINGO DE LAS VISPERAS.- CUADRILLAS DE iMUJERES.- MUJERES SOLAS.- LOS VETERANOS.- EL S. 4CERDOTE IMPROVISPIDO.- EL COMBATE CON LOS INTRUSOS.-- ELLA BLACKBURNE, LA BONITA- L. 4 PERIODISTA NXNITTA DAISY.- LA HORA DE LA INVA- SION.- DESBORDE POR LÁS CUATKO FRONTERAS.-- CARROS A ESCAPE Y CABALLOS EL MASA.- PIE A TIERRA Y POSESION.- EL ESPECTACULO MAGNIFICO -- COMO SE CREO LA CIUDAD.-- LA OFICINA DE REGISTRO- EL PRIMER TREN QUE LLEGA.-- TRAICION Y DESCONSL’ELO.- iQUIEN TRAZC) LA CIUDAD?- TIENDAS, HOTELES, ANUNCIOS.EL BANCO.- EL PRIMER PERIODICO:-- LA PRIMERA ELECCION -- LA NOCHE EN EL DESIERTO Nilc\. a York. 25 dc abril dr 1889 Señor Director de Lu Opinión Públicu. Montevi deo Todo lo oiyidii Nueva York en un instante ;Muerc e! Adminis- trador de Correos tanto de enfermedad como de pena. porque su propio partido republicano le quita ei empleo que’ gani> palmo a palmo. desde la cachucha hasta la poltrona. para dárstlo a un buscavotos de bar!) a larga, que se pasa la vida convidando a cerveza y allegándose los padres de barrio? ;Se niega cl Ayuntamiento a extender las vías del ferrocarril aéreo, qtic afean la ciudad, y la tienen llena de humo y susto? ;Se ha puesto de moda una corbata nacional, con los tres colores del pabellón, 1’ c8n las puntas tiesas a lo: hombros? (Están las cal! es que no sc- ptledt> antIal- por cllas, 2iO Jost; .Marti OBRAS ESCOGIDAS r II 271 - de tanta viga por tierra y estrado a medio hacer, y el aire azul. blanco y rojo, 1’ de calicó y muselina, porque las banderas del cen- tenario no dejan \. er el cielo? ;. Se pagan a diez pesos los asientos para ver pasar la procesión, a ciento cincuenta una ventana. a mil un palco en el teatro del gran baile? ;Se ha trabajado el \. iernes Santo como todos los demás dial;, sin que la santidad se viera más que en la herrnosura primaveral, que se bebe en el aire, y les cen- tellea a las mujeres en los ojos? Todo lo olvida Nueva York en un instante. L‘ n fuego digno del centenario consume los graneros del Ferrocarril Central. El río. intitil, corre a sus pies, Las bombas, vencidas, bufan, echan chis- pas. Seis manzanas arden, y las llamas negruzcas, carmesíes, amari- llas, rojas, se muerden, se abrazan, se alzan en trombas y remolinos dentro de la cáscara de las paredes, como una tempestad en el sol. Por millas cunde la luz, y platea las torres de las iglesias, calca las sombras sobre el pavimento con limpieza de encaje, cae en la fachada de una escuela sobre el letrero que dice: “Niñas”. Muda la multitud, la muititud de cincuenta mil espectadores, ve hervir el mar de fuego con emociones romanas.---- De la refinería de manteca, con sus milla- res de barriles en el sótano, y sus tanques de vil aceite de algodón, sale el humo negro. Del granero mayor, que tocaba a las nubes. chorrean las llamas, derrúmbase mugiendo el techo roído, cae el asbesto en ascuas, y el hierro en virutas, flamea, entre los cuatro muros, la manzana de fuego. De los muelles salta al río el petró- leo encendido, que circunda al vapor que huye, seguido por las lla- mas. El atrevido que se acerca, del brazo de un bombero, no tiene oídos para los comentarios,- la imprudencia de permitir semejante foco de peligro en el corazón de la ciudad, la pérdida que llega a tres millones, la magnificencia del espectáculo, más bello que el del incendio de Chicago, la majestad del anfiteatro humano, con caras como de marfil, que lo contempla;- el susurro del fuego es lo que se oye, un susurro como de vendrval; y el corazón se aprieta con el dolor solemne del hombre ante lo que se destruye. Un monte está en ruinas, ya negras, con grietas centelleantes, de las que sale el humo en rizos. Otro monte está en llamas, y se tiende por sobre la ciudad un humo dorado. A la mañana siguiente contemplaba en silencio el cascajo encendido la muchedumbre tenebrosa que acude siempre a ver lo que parece,- mozos fétidos, con los labios mancha- dos de tabaco; obreras jóvenes, vestidas de seda mugrienta y ter- ciopelo; muchachos descalzos, con el gabán del padre; vagabundos de nariz negra, con el sombrero sin ala, y los zapatos sujetos con cordeles. Se abre paso el gerente de una compañia de seguros, con las manos quemadas. De trajes vistosos era el río un día después y masa .humana la Quinta Avenida, en el paseo de Domingo de Pascuas. El millonario se deja en calma pisar los talones por el tendero judío: leguas cubre la gente, que va toda de estreno, clavel rojo, de gabán los hombres de corbata lila y claro ,y sombrero que chispea, las mujeres con toda la gloria y pasamanerla, l, estidas con la chaqueta graciosa del Directorio, de botones como ruedas y adornòs de Cachemira, cuando no de oro y plata. Perla y verde son los colores en boga, con gorros como de húsar, o sombreros a que sólo las conchas hacen falta, de para ir bien con la capa peregrina. A la una se junta con el las aceras, el gentío de seda y flores que cantaba los himnos en las iglesias protestantes, y oía en la catedral la misa de Cherubini. Ya es ahogo el paseo, y los coches se llevan a las jóvenes desmaya- das. Los vestidos cargados van levantando envidias, saludando a medias a los trajes lisos, ostentando su precio. Sobre los guantes llevan brazaletes, y a la cintura cadenas de plata, con muchos pomos y dijes. Se ve que va desapareciendo el ojo azul, y que el ojo he- breo invade. Abunda la mujer gruesa. Hay pocas altas. Pero en la avenida de al lado es donde se alegra el corazón, en la Sexta Avenida: iqué importa que los galanes lleven un poco exagerada la elegancia, los botines de charol con polaina amarilla, los cuadros del pantalón como para jugar al ajedrez, el chaqué muy ceñido por la cintura y con las solapas como hojas de flor, y el guante sacando los dedos colorados por entre la solapa y el cha- leco? <Qué importa que a sus mujeres les parezca poco toda la ri- queza de la tienda, y carguen túnica morada sobre saya roja, o traje violeta y mantón negro y amarillo? Los padres de estos petimetres y maravillosas, de estos mozos que se dan con el sombrero en la cintura para saludar y de estas beldades de labios gruesos, de cara negra, de pelo lanudo, eral1 los que hace veinticinco años, con la cotonada tinta en sangre y la piel cebreada por los latigazos. sembraba11 a la vez en la tierra el arroz y las lágrimas, y llenaban temblando los cestos de algodón. Miles de negros prósperos viven en los alrededores de la Sexta Avenida. Aman sin miedo; levantan familias y fortunas; debaten y publican; cambian su tipo físico con el cambio del alma: da gusto ver cómo saludan a sus viejos, cómo llevan los viejos la barba y la levita, con qué extremos de cortesía se despiden en las esquinas las enamoradas y los galanes: comen- tan el sermón de su pastor, los sucesos de la logia, las ganancias de .sus abogados, el triunfo del estudiante negro, a quien acaba de dar primer premio la Escuela de Medicina: todos los sombreros SC levantan a la vez, al aparecer un coche rico, para saludar a uno de sus médicos que pasa. 1’ a esa misma hora, en las llanuras desiertas, los colonos ávidos de la tierra india, esperando el mediodía del lunes para invadir la nlleva Canaán, la morada antigua del pobre seminole, el país de la leche y de la miel, limpian sus rifles, oran o alborotan, y no se oye en aquella frontera viva, sujeta só! o por la tropa vigilante, más que el grito de saludo del miserable que empieza a ser dueño, del especulador que ve espumas de oro, del pícaro que saca su ga- nancia del vicio y de la muerte, ;Quién llegará primero? ;Quién OBR.\ S ESCOGIDAS T II 273 de ¡J iinea, un period: cta para ir echando la planta de su imprenta, ,, n !1: liadero para ?encr preparado el lugar, o los empleados del ReJis: ro. adonde !a muchedumbre ansiosa ha de inscribir por turno r‘ igillc); o 211 intencinn de oclugar una sección de los terrenos libres. Pero di< Ten por las cercanías que entran mt: chos delegados, que el icrro- arr¡ 1 e’t5 escondiendo gente en los matorrales, que la tropa ha dado lwrmisos a posaderos que no tienen posada, que los ferro- carrileros be han entendido con la gente oficial, y no va a quedar (‘ II Gu! liric, cn la estación roja, una manzana sin amo cuando se abra Ia tierra a la hora de la ley. Baj: fll dc los caminos más rcnlotos, pueblos de inmigrantes, en ~ltontor~ c.~. en hiieras, en cabalgatas. en nubes. De entre cuatro mateas vivas, sin más valla que las ancas de la tropa montada, ,F ie;. anta la tierra silenciosa, nueva, verde, con sus yerbales y sus cerros. Por entre las ancas miran ojos que arden. Así se ha po- t-, Iado ac; i la soledad, y SC ha levantado la maravilla de los Estados 1 ‘nidos Y ci1 Ioh días cercanos al de ia entrada libre, como cuando se 111ud8 iina nación, erau campamento cn marcha las leguas del con- lomo. sin micdc al sol ni a la noche, ni a la muerte, ni a la lluvia. DC los bordes de la tierra famosa han ido echando sobre ella ferro- carriies, y se han erguido en sus fronteras poblaciones rivales, última estación de Ia< caravanas que vienen de lejos; de las cuadrillas de jinetes que traen en los dientes la baraja, la pistola al disparar, y la bribona a la grupa; de las romerías de soldados licenciados, de c> anlpc‘ sinos, dc viejos, dc viudas. Arkansas City ha arrancado los toldos de sus casas para hacer litera5 a los inmigrantes, tiene mellados los serruchos de tanto cor- lar batlcos v mesas dc primera hora, no encuentra leche que vender a ias pereg; illaì; qllc salen a buscarla del carro donde el marido cui- da lo‘; cllseres de la felicidad,-- la tienda, la estufa, el arado, las cI- Lacas que han dc decir que ellos llegaron primero, y nadie les toque sll terruño; setenta y cinco t- agones tiene Arkansas City entre ccrca5 para llevar a Ciuthrie el gentío que bulle en las calles, pide limosna. echa el licor por los ojos. hace compras para revender, calcula la ganancia en los cambios de mano de la tierra. En otra población, en Ok! ahoma City, se vende ya a dos pesos el acre que aún IIO SC tiene, contando con que va por delante el jinete que lo ha de ocupar, el jinete ágil y asesino. En Purcell !a noche es día, no Ilay hombre sin mujer, andan sueltos mil vaqueros tejanos, se oyen pIstoletazos y carcajadas roncas: iah, si esos casadotes de las carre- tas sr Ics ponen en el camino! ipara el que tenga el mejor rifle ha de ser la mejor tierra! “iSi me ponen un niño delante, Enriqueta, te lo traigo de bccfsfeak!” y duermen sobre ILIS náuseas. Y van pasando, pasando para las fronteras, los pueblos en muda, los puebios de carros. Se les cansa el caballo, y empujan la rueda. No puede el hombre solo, y la mujer se pone a la otra. Se ie dobla la rodilla a! animal, y el hijo hombrón, con el cinto lleno de cuchi- pon(! r; i la prinicra c> taca C’I~ 10‘ koiarc> tit, la callt, principal? ,Q: liC! l lomar; i pwe\ i¿) n con ios tarones de CLI bota de 105 rincones ikrlilc~? Lcglia, dc carro-: turba+ dís jinvlcs: descargas a cielo ahic’lo~ CLi! llO$. ., . rogali\. ah aIaiit1. \’ dctr: i> iI: la laberna- y casa> de poliandria; un mujer \. IIII niño; por Io< cuatro confines ro- (Ican lawti~~ rra lihrc ic). colon&; qc ovv como 1111 alarido, “; Oklahoma! ;Oklahorna!“ ‘ra campea por iin cl blanco in\. asor en la tierra que se quedó con10 sir1 alma clIando murió en $11 traje de pelear y con el cuchillo wbrc cl pecho el que “no tuvo corazón para maiai como a oso 0 como a lobo al blanco que como oso v lobo SC le vino encima, con amistad en una mano, y una culebrá en la otra”, el Osseola del cintiirón de cllentas 4 rl gorro de tres plumas, que se los puso por y- 11 mano en la hora de morir, después de pintarse media cara de rojo y dc desenvainar el cuchillo. Los seminoles vendieron la tierra al “Padre Grande” de Washington, para que la vinieran otros in- dios a vil: i: o negros libres. Ni indios ni negros la vivieron nunca, sino los ganaderos que tendían cercas por ella, como si la tierra fue- w suva, y 101 colonos que la querían para sembrados y habitación, y no -“ para que engorden con oro puro esos reyes del mundo que tienen amigos en Washington”. muchas veces donde habia La sangre de las disputas corrió corrido antes la de las cacerlas; desalojó la tropa federal a los intrusos ganaderos o colonos: al iin proclamó ptiblica la tierra el Presidente y señaió el 22 de abri! para su ocupa- c i ó n jenlren todos a la vez! iel que clave primero la estaca, ese posea el campo! jciento sesenta acres por la ley al que primero llegue! Y después de diez años de fatiga, los ferrocarriles, los espe- culadores. los que quieren “crecer con el psis”, ios que han hallado ingrata la tierra de Kansas o Kentucky, los que anhelan echar al fin el ancla en la vida, para no tener que vivir en el carro ambu- lante, de miseria un día y de limosna otro, se han venido juntando en los alrededores de esta comarca en que muchos habían vivido ya, y levantado a escondidas crías y siembras, donde ya tenía es- cogida la ambición el mejor siti para las ciudades, donde no había más huellas de hombre que las cenizas de las cabañas de los pobladores intrusos, los rieles del ferrocarril, y la estación roja. Se llenaron los pueblos solitarios de las cercanías; caballos y carretas comenzaron a subir de precio; caras bronceadas, de ojo turbio y dañino, aparecieron donde jamás se las vio antes; había juntas en la sombra, para jurarse ayuda, para jurar muerte al rival; por los cuatro confines fue bajando la gente, apretada, callada, con los caballos, con las carretas, con !as tiendas, con el rifle al hombro y la mujer detrás, sobre el milló; 1 de acres libres que guardaba de los invasores la caballería. Sólo podían en? rar en la comarca 10s delegados del Juez de Paz nombrado por el Presidente, o aquellos a quienes la tropa diera permiso. gente del ferrocarril para trabajos 274 JO.<@ .Murti Ilos, lo acaricia y lo besa. Los días acaban, y no la romería. Ahora son mil veteranos sin mujeres, que van con carros buenos, “a bus- car tierra”. Cien hombres ahora, con un negro a la cabeza, que va, a pie. solo. Ahora un grupo de jinetes alquilones, de bota v camisa azul, con cuatro revólveres a la cintura y en el arzón cl’ rifle de Winchester, escupiendo en la divinidad y pasándose el frasco. Por allí vienen cien más, y una mujer a caballo que los guía. .4hí pasa el carro de la pobre Dickinson, que trae dentro sus tres hijas, y dos rifles. Muchos carros llevan en el toldo este letrero: “Tierra o muer- te”. I Jno, del que por todas parres salen botas, como de hombres tendidos en el interior, lleva este: “Hay muchos imbéciles como nosotros.” Va cubierta de polvo, con azadas al hombro, una cuadrilla que obedece a un hombre alto y chupado, que está en todas partes a la vez, y anda a saltos y a voces, con el sombrero a la nuca, tres pelos en la barba y dos llamas en los ojos, sin color seguro la blusa y los calzones hechos de una bandera americana, metidos en la; botas. Otros vienen a escape, con dos muertos en el arzón, dos hermanos que se han matado a cuchilladas, en disputa sobre quién te- nía mejor derecho al “título” que han escogido ya, “donde nadie lo sabe”. Allá baja la gran romeria, la de los “colonos viejos” que se han estado metiendo por el país estos diez años, y traen por jefe al que les sacó en Washington la ley, con su voz de capitán, sus espãldas de mundo, y sus seis pies de alto: la tropa marcha delante porque son mil, decididos a sacar de la garganta a quien se les opon: ga, la tierra que miran como suya, adonde han vuelto cuando los echó la caballería, adonde tienen ya clavadas las estacas. Se cierra de pronto el cielo, la lluvia cae a torrentes, el vendaval vuelca los carros y les arranca los toldos, los caballos espantados echan a los jinetes por tierra. Cuando el temporal se serena, pasa un hotel entero, de tiendas y sillas plegadizas; pasa la prensa para el perió- dico; pasa un carro, cargado de ataúdes. iUn día nada más, ya sólo un día falta! De Purcell y de Arkan- sas llegan noticias de la mala gente; de que un vaquero amaneció clavado con un cuchillo a la mesa de la taberna; de que se venden a precios locos los ponies de correr, para la hora de la entrada; de que son muchas las ligas de los especuladores con los pícaros, o de los pícaros entre sí, para defender juntos la tierra que les quiten a los que lleguen primero, que no tendrán más defensa que la que quepa en una canana; de que unos treinta intrusos vadearon el río, se entraron por el bosque, se rindieron, uno sin brazo, otro sin qui- jada, otros arrastrándose con el vientre roto, al escuadrón que fue a echarlos de su parapeto, donde salió con el pañuelo de paz un mozo al qtie no se le veía de la sangre, la cara. Pero los caballos pastan tranquilos por esta parte de la frontera, donde está lo mejor de la invasión y la gente anda en grupos de domingo, grupos de millas, grupos de leguas, por donde un anciano de barba como leche, llama con un cencerro a los oficios, desde la caja de jabón de que ha OBRAS ESCOGIDAS. T. ll 275 hecho púlpito; o donde los veteranos cuentan cómo ayer, al ver la tierra, se echaron a llorar y se abrazaron, y cantaron, y dispararon sus rifles; o en el corro que oye en cuclillas, con la barba en las palmas, lo que les dice la negra vieja, la tia Cloc, que ya tuvo galli- nas y perro en Oklahoma, antes de que los soldados la echaran, y ahora vuelve a aquel “país del Señor, a ver si encuentra sus galli- nas” o en el corro de mujeres, que han venido solas, como los hombres, a “tomar tierra” para si, o a especular con las que com- pren a otros, como Polly Young, la viuda bonita, que lo hizo ya en Kansas, o a repartirse en compañía las que, ayudándose del caballo y del rifle, logren alcanzar, como las nueve juramentadas de Kentucky; o a vivir en su monte, como Nellíe Bruce, que se quedó sola con sus pollos entre los árboles, cuando le echaron al padre los soldados, y le quemaron la casa que el padre le hizo para que enseñara escuela; o a ver quién le ha quitado “la bandera que dejó allí con un letrero que dice: Esto es de Nanitta Daisy, que sabe latín, y tiene dos medallas como tiradora de rifle: icuidado!” Y cuando Nanitta saca las medallas, monta en pelo sin freno ni já- quima, se baja por la cabeza lo mismo que por la grupa, enseña su revólver de cabo de marfil, recuerda cuando le dio las bofetadas al juez qlle le quiso dar un beso, cuenta de cuando fue maestra, can- didato al puesto de bibliotecario de Kansas, y periodista en Washing- ton, óyense a la vez, por un recodo del camino, un chasquido de Iá- tigo y una voz fina y virgen: “iEhoe! iHurra!” “lAquí venimos nosotras, con túnica de calicó y gorro de teja!” “iEhoe! iHurra” “iTommv Barny se llevó a la mujer de Judas Silo!” “iAquí está! Ella Blañckburne, la bonita, sin más hombre que estos dos de gatillo y cañón, y sus tres hermanas!” Y a las doce, al otro día, todo el mundo en pie, todo el mundo cn silencio cuarenta mil seres humanos en silencio. Los de a ca- ballo, tendidos sobre el cuello. Los de carro, de pie en el pescante, cogidas las riendas. Los de animales infelices; atrás, para que no los atropellen. Se oye el latigazo con que el caballo espanta la mariposa que le molesta. Suena el clarín, se pliega la caballería, y por los cuatro confines a la vez se derrama, estribo a estribo, rueda a rueda, sin injuriarse, sin hablarse, con los ojos fijos en el cielo seco, aquel torrente de hombres. Por Tejas, los jinetes desbo- cados, disparando los rifles, de pie sobre los estribos, vitoreando con frenesí, azotando el caballo con los sombreros. De enfrente los PO- nies, los ponies de Purcell, pegados anca a anca, sin ceder uno el puesto, sin sacarse una cabeza. De Kansas, a escape, los carros poderosos, rebotados y tronando, mordiéndole la cola a loS jinetes. Páranse, desuncen los caballos, dejan el carro con la mujer, ensillan, y de un salto le sacan a los jinetes la delantera. Riéganse por el valle. Se pierden detrás de los cerros, reaparecen, se vuelven a perder, echan pie a tierra tres a un tiempo sobre el mismo acre, y se enca- ran, con muerte en los ojos, Otro enfrena de súbito su animal, se apta, y clava en el suelo su cuchil! o. Los carros \‘ an parandose, ! \, aciandr> en la pradera. donde el padre pone las estacas, la carga escondida. 12 mujer y los hijos, No bajan, se descuelgan. Se re- vuelcan los hijo% en el yerbal, los caballos relinchan v enroscan la \. oia. la madre da \‘ oces de un lado para otr’o, con ios brazos en alto. No SC quiere ir de un acre el que vino después; v el rival le descarga en 12 cara el fusil, sigue estacando, da con el pje 21 muerto que cae en la linea. No se ven los de 2 caba! lo, dispersos por el horizon?~. Sigue entrando el torrente. En Guthrie está la estación del ferrocarril, las tiendas de la Lro+ i, la Oficina de Registro, con la bandera en el tope. Guthrie ~2 a ser la ciudad principal. A Guthrie va todo Arkansas y todo Purcell. Los hombres, corno adementados, se echaron sobre los va- gones, Se disputaron puestos 2 puñetazos y mordidas, tiraban las mochilas y maletas para llegar primero, hicieron en el techo el viaje. Salr entre vítores el primer tren: y el carro primero es el de los pe- riOdicos. Poco hablan. Los ojos crecen. Pasa un venado, y los dei tren lo acribillan 2 tiros. “$ Zn Ol~ lahoma!” dice una voz, y salen a !a plataforma a disparar, disparan por las ventanillas, descargan las pistolas a sus pies, vociferan, de pie en los asientos. LlTgan: se echan por las ventanas: ruedan unos sobre los otros: caen Juntos hombres y mujeres: ia la oiicina, 2 tomar turno! jal campo, a tomar posesi%: Pero los primeros en llegar hallan con asombro la ciudad medida, trazada, ocupada, cien inscripciones en la oficina, hombres que desbrozan la tierra, con el rifle a ia espalda y el puñal al cinto, Corre el grito de traición. iLa tropa ha enga- ñado! iLa tropa ha permitido que se escondiesen sus amigos en los matorrales! ;Estos son los delegados del juez, que no pueden tomar tierra, y la han tomado! “De debajo de la tierra empezrj a saiir la gente 2 las doce en punto”, dicen en la oficina. iA lo que queda! il! nos traen un letrero que dice: “Banco de Guthrie”, y lo clavan 2 dos millas de la estación, cuando venían a clavarlo enfrente. Otro se echa de bruces sobre un lote, para ocuparlo con mejor derecho que el que sólo está de pie sobre él. Uno vende en cinco pesos un lote de esquina. <Pero cómo, en veinticinco minutos, hay esqui- nas, hay avenidas, hay calles, hay plazas? Se susurra, se sabe: hubo traición. Los favorecidos, los del matorral, los que “salieron de debajo de 12 tierra”. los que entraron so capa de delegados dell juez y empleados del ierrocarril, celebraron su junta a las diez, cuando no había por la ley tierra donde juntarse, y demarcaron la ciudad, trazaron las calles y solares, se repartieron las primicias de los lotes, cubrieron a las dos en punto el libro de Registros con sus inscripciones privilegiadas. andan solicitando r) leitos. Los abogados de levita y revólver, gados con ia tierra. j* s “< Pare qué, para que se queden ios abo- Los banqueros van oireciendo anticipos 2 los ocupantes con hipoteca de su posesión. Vienen los de la pradera, en el caballo que <e cae de roc! iilas, a declarar su título. En hilera, de dos en OBRAS ESCOGIDAS T II 277 dos, se apiñan a la puerta los que se inscriben. antes de salir, para que conste su demanda y sea suya una de las secciones libres. Ese es un modo de obtener 12 tierra, y otro, el más seguro y expuesto, es ocuparla, dar prenda de ocupaci6n, estaca:, desbrozar. cercar, plantar e] carro v la rienda. “; Al banco de Oklahoma!” dice en una tienda grande. ‘. iAl primer hotel de Guthrie!” ‘.; Aquí se venden ri- fies!” “; Agua, a real el vaso!” “; Pan, a peso la libra!” Tiendas por todas partes, con banderolas, con le? reros, con mesas de jugar, con banjos y violines a la puerta. “; El Herafd de Okfakoma con la cita para las elecciones del Ayuntamiento!” A las cuatro es la junta, y asisten diez mil hombres. A las cinco, el Herald de Oklahoma da un alcance, con la lista de los electos. Pasean por la multitud los hombres- anuncios, con nombres de carpinteros, de ferreteros, de agrimensores a la espalda. En el piso no se ve la tierra, de las tarjetas de anuncios. Cuando cierra la noche, la estación roja del ferrocarril es una ciudad viva. Cua- renta mil criaturas duermen en el desierto. Un rumor, como de o! eaje, vi& e de Ia pradera. Las sombras negras de los que pasan se dibl . ’ ---- 1--‘* de los fuegos, en las tiendas. En la oficina de registrar, apaga la luz. Resuena toda la noche el golpe del martillo. ea Opinión PYUX, Montevideo, 1889 0. c.. f. 12, p, 202212. OBRXS ESCOCiIDAS. T II 279 EL CASTELLANO EN AMÉRICA No es por pedantería, sino por cariño: cuentan de Toussaint L’Ouverture que no sabía una vez cómo librarse de un bravucón de su ejército, empeñado en ser teniente; y luego que lo hubo reci- bido muy bien y dispuesto día para la toma solemne de grado., cuando llegó la hora: repente: iJamás había “? Sabes latín, por supuesto?“, fe preguntó de sabido el bravo aquel latín! “iPues cómo grande y grandísimo bribón, te atreves a querer ser oficial de mi ejército sin saber latín?” que Y de cierto director de diario cuentan en España que cada vez le llegaba un aspirante con deseos de escribir en su periódico le mostraba una pizarra llena de esas que llaman frases de estarn: pilla y de adverbios en mente: “por mejor decir”, “digámoslo así” “todos. absolutamente todos”, y correas del mismo arnés: “iSí usted sabe escribir sin usar una sola de estas muletas, lo tomo para mi diario!” Algo así pasa con muchos periódicos de nuestros países: llenos de noble juventud y excelente intención, pero donde se habla una jerga corriente, y desluce con modismos bárbaros y acepciones inau- ditas un párrafo bello o una idea feliz. Bueno está que vayamos dando a la lengua acá en América la dis- tinción, elegancia y profundidad que,aunque lluevan piedras, po- demos decir que aun en España faltan, quitando algún Maragall o Baralt, y Picón o Giner; porque si sale un ingenioso, resulta Varela que va paseándose aprisa de discreto a chabacano; si crítico, un Clarín, con una azumbre del pelebn por cada gota del añejo; y hay que venir a los cronistas de los Lunes, más afrancesados de lo que conviene, para encontrar de vez en cuando esa elegante soltura que en Francia es acaso, con la claridad, lo más original y saliente de la lengua literaria, que en España apenas se ve, aun en aquellos que saben más de idioma español, como Pereda y la Bazán. Bueno es que,- para no ir como momia de cuello parado en mundo vivo, escribamos como los que escriben en nuestros tiempos, pero como los que escriben bien; porque decir, por ejemplo, como leemos en un diario: “ayer tuvo verificativo”, “intimidaron los dos amigos”, “Carrera jugó un gran rol”, “la tropa está bien munida”, es dahomeyano o iroquefio, pero castellano no es. Y la lengua que se habla debe hablarse como lo manda la razón, y como sea la lengua, por lo mismo que se pone uno 1 a ropa a su medida, y no a la del vecino, con el pretexto de que todo es ropa. Ni cuando se escribe una carta se la llena de borrones, porque como quiera es carta. Ni el que ostenta un jarrón en su juguetero lo tiene de loza burda y mal co- cida cuando lo puede tener de fino Sevres. Pues, porque se llevan zapatos, ihay razón para poner la gala en llevarlos rotos? La verdad es que con el uso del castellano pasa como con el tra- je verde que llevaba en Madrid ei pobre Pedro Torres, que lo llevaba porque no tenía otro, y aun ese se lo habían regalado, pero se eno- jaba con quien le sostuviera que a él no le gustaban los trajes ver- des. iLe gustaban, y “muy mucho”! Lo mismo que con el paraguas, que él no tuvo jamás, y salía a la calle de intento en cuanto empe- zaba a llover, para demostrar que “por eso no tenía paraguas, por- que le gustaba que le lloviera encima”. Se ha de hablar el castellano sin pujos ni remilgos, ni “puesto que” por aunque, ni baturradas de antaño para decir nuestras ideas y cosas de hoy, ni novelerías innecesarias, que ponen el español pin- tarrajeado y tornadizo, como un maniquí de sastrería. El que se atreva con sus elegancias, háblelo con ellas, que no es pecado ha- cerse los pantalones al cuerpo en lo de Pool, en vez de comprar los hechos a molde rodilleros y bolsudos, en el Ben Marché: ni una mujer es menos bella y virtuosa porque fe corte un traje Félix que porque se lo ponga hecho una infelicidad la madama de la esquina. Pero no se ha de poner el español, so pretexto de elegancias, en- tretelado y lleno de capas lo mismo que las cebollas; ni, so pretexto de libertad, se le ha de dejar como payaso de feria, lleno de sobre- puestos y remiendos, en colorín que no sea suyo, usando las voces fuera de su sentido, o traduciendo malamente del francés o inglés lo que de sobra hay modo de decir con pureza en español, o inven- tanto verbajos que corren a la larga entre la gente inculta, y luego acaban, como los realce un poco la imaginación y otro poco el éxito, por echar de la casa al dueño, y decir que los que hablan el español son los que no lo hablan, y ellos, los del “tuvo verifica- tivo”, ellos son los únicos que saben de veras del consorcio supremo entre la lengua castiza y el pensamiento corriente, los que hablan una lengua ejemplar y galana. Esto es como los polluelos del cucú, que echan del nido a picotazos a los hijos legitimos de la que Ics sir- vi6 de madre. Cada asunto quiere su estilo, y todos concisión y música, que son las dos hermosuras del lenguaje. En lo ligero, por ejemplo, está bien el donaire, que huelga en la historia, donde cada sentencia ,ha de ser breve y definitiva como un juicio. El orador que marcara a los bribones con su palabra candente como se marca a las bestias, en la tribuna política, moderará la voz en una reunión ,de damas. y fes hablará como si les echase a los pies flores. EI periodista que en una hora desocupada deja correr la plun~ a. a vagar suelta por entre margaritas y oios de poetas. la embrazarri con lanza, y montarrí en el caballo de ojÓs de fuego cuando le ofen- dc una \. erdad querida el periodista enemigo, o como maza la dejar5 caer sobre loc tapaculpas del tirano. Pero para todos los estados del lenguaje ilay una lev comiin, que VG 1,~ de no lrsar paiabras espúreas o cambiar la ac& pción de las genuinas, porque ci que unas veces deba ponerse en el lienzo mis amarillo, y. menos otras, no quiere decir que se pinte con cual- qurer amarillez cogida del camino. No es que no sea bueno ir sa- liendo dc las andaderas arcaicas. 10 mismo que de las romjnticas, 1; dejar que hablen en joroba los Guerras y Cutandas, que son mo- delos íunestos. o tomen por el vapor de la nariz, y no por el cuerpo, a la quimera de Hugo los hugSlatras. Se ha de aspirar por la verdad del lenguaje a la limpieza griega. Pero el modo de limpiar el lenguaje, y armar guerra mortal con- tra el hipkbaton que 10 tortura, no es poner una barbarie en vez de otra, ni reemplazar las muletillas, volteretas y contorsiones aca- démicas con voces foráneas que sin mucho rebuscar pueden decirse cn castellano puro o con verbalismos dc jcrigonza, usados y dcfcn- didos por los que creen que para ser obreros en piedras finas no hay como no aprender jamás a lapidario. La ignorancia crea esa jerga, y la indulgencia la acepta y per- pcttia, quedando con ella cl espatio!, lo mismo que con las amarras académicas. como quedaban !os cuerpos dc los revolucionarios dei año 12 en Venezuela, atados hasta los huesos de un cuero húmedo, cuando amoscando la piel y sin cuidarse de la infamia del mundo, salía cl sol de detrás de las montañas. Acicalarse con exceso es malo, pero vestir con elegancia no. El lenguaje ha de ir como cl cllerpo, esbelto y libre; pero no se le ha de poner encima palabra que 110 le pertenezca, como no se pone sombrero de copa una flor, ni un cubano se deja la pierna desnuda como un escoces, ni al traje limpio y bien cortado SC le echa de propósito una mancha. H5blese sin manchas. La Naciótt, Montevideo, 23 de julio de 1889. Anuario del Cerltro de Esfudios Marfianos, La Habana, n. 9, 1986, p. 38- 40 LA EDAD DE ORO A los niños que lean La Edad. de Oro Para !os niños es este periódico, y para las niñas, por supuesto. Sin las nirías no se puede vivir, como no puede vivir la tierra sin luz. El niño ha de irabajar, de andar, de estudiar, de ser fuerte, de w’r hermoso: cl niño puede hacerse hermoso aunque sea íeo; un niño bueno, inteligente y aseado es siempre hermoso. Pero nunca tbrc un niño más bello que cuando trae en sus manecitas de hombre iilcric una flor para su amiga. o cuando lleva del brazo a su hermana, para que nadie SC la ofenda: el niño crece entonces, y parece un gigante: el niño nace para caballero, y la niña nace para madre. Este periódico sc publica para conversar una vez al mes, como bue- nos amigos, con los caballeros de mañana, y con las madres de ma- fiana: para conlarles a las niñas cuentos lindos con que entretener ;t sus visitas y jugar con sus mufiecas; y para decirles a los niños Ir) ctu~ deben saber para ser de veras hombres. Todo lo que quieran s; ab& Irs vamos a decir, y de modo que lo entiendan bien, con pala- bras claras 17 con láminas finas. Les vamos a decir cómo está hecho cl mrlndo: I& vamos a contar todo lo que han hecho los hombres hasta ai! ora. Para cso w pllblica La EDad de Oro: para que los niños america- no> sepan ccimo se vivía antes, y se vive hoy, en América, y en las dem5s tierras; y cómo se hacen tantas cosas de cristal y de hierro, y las In6qllinas de vapor, y los puentes colgantes, y la luz eléctrica; para IZIW clIando el niiio vea una piedra de color sepa por qué tiene colores la piedra. v qué quiere decir cada color; para que el niño ~wnozca 10% libros famosos donde w cuentan las batallas y las reli- :rioncs de ICJL; ptleblos antiguos. Les hablaremos de todo lo qu’ >í’ hace en los talleres, donde suceden cosas más raras c interesan- ics que en los cuentos de magia. y son magia de verdad, m5s linda qtle la otra: y les diremos lo que se sabe del cielo, y de lo hondo del mar 1’ de Ia tierra: y les contaremos cuentos de risa y novelas .de niño. s, para cuando hachan estudiado muc’ho. 0 jugado mucho, y qule- rnn descansar. Para Íes niños trabajamos, porque los niños son 10s ‘l” f saben querer, porque los niños son la esperanza del mundo. J quwcnios que nos quieran, y nos ycan como cosa de >it corazón. Cuando un niño quiera saber algo que no esté en La Edad de Oro, escríbanos como si nos hubiera conocido siempre, que nosotros le contestaremos. No importa que la carta venga con faltas de or- tografía. Lo que importa es que el niño quiera saber. Y si la carta está bien escrita, la publicaremos en nuestro correo con la firma al pie, para que se sepa que es niño que vale. Los niños saben más de lo que parece, y si les dijeran que escribiesen lo que saben, muy buenas cosas que escribirían. Por eso La Edad de Oro va a tener cada seis meses una competencia, y el niño que le mande el trabajo mejor, que se conozca de veras que es suyo, recibirá un buen premio de libros, y diez ejemplares del número de La Edad de Oro en que se publique su composición, que será sobre cosas de su edad, para que puedan escribirla bien, porque para escribir bien de una cosa hay que saber de ella mucho. Así queremos que los niños de América sean: hombres que digan lo que piensan, y lo digan bien: hombres elocuentes y sinceros. Las niñas deben saber lo mismo que los niños, para poder hablar con ellos como amigos cuando vayan creciendo; como que es una pena que el hombre tenga que salir de su casa a buscar con quien hablar, porque las mujeres de la casa no sepan contarle más que de diversiones y modas. Pero hay cosas muy delicadas y tiernas que las niñas entienden mejor, y para ellas las escribiremos de modo que les gusten; porque La Edad de Oro tiene su mago en la casa, que le cuenta que en las almas de las niñas suceda algo parecido a lo que ven los colibríes cuando andan curioseando por entre las flo- res. Les diremos- cosas así, como para qua las leyesen los colibríes, si supiesen leer. Y les diremos cómo se hace una hebra de hilo, cómo nace una violeta, cómo se fabrica una aguja, cómo tejen las vieje- citas de Italia los encajes. Las niñas también pueden escribirnos sus cartas, y preguntarnos cuanto quieran saber, y mandarnos sus com- posiciones para la competencia de cada seis meses. iDe seguro que van a ganar las niñas! Lo que queremos es que los niños sean felices, como los herma- nitos de nuestro grabado; y que si alguna vez nos encuentra un niño de América por el mundo nos apriete mucho la mano, como a un amigo viejo, y diga donde todo el muñdo lo oiga: “iEste hombre de La Edad de Oro fue mi amigo!” 0. C., t. 18, p. 301- 303. Tres héroes Cuentan que un viajero llegó un dia a Caracas al anochecer, v sin sacudirse el polvo del camino, no preguntó dónde se comía Ri se dormía, sino cómo se iba adonde estaba la estatua de Bolívar. Y cuentan que el viajero, solo con los árboles altos y olorosos de la plaza, lloraba frente a la estatua, que parecía que se movía, como un padre cuando se le acerca un ‘hijo. El viajero hizo bien, porque todos los americanos deben querer a Bolívar como a un pádre. A Bolívar, y a todos los que pelearon como él porque la América fuese del hombre americano. A todos: al héroe famoso, y al último soldado, que es un héroe desconocido. Hasta hermosos de cuerpo se vuelven los hombres que pelean por ver libre a su patria. Libertad es el derecho que todo hombre tiene a ser honrado, y a pensar y a hablar sin hipocresía. En América no se podía ser honrado, ni pensar, ni hablar. Un honibre que oculta lo que piensa, o no se atreve a decir lo que piensa, no es un ihombre honrado. Un hombre que obedece a ‘un mal gobierno, sin trabajar para que el gobierno sea bueno, no es un hombre honrado. Un hombre que se conforma con obedecer a leyes injustas, y permite que pisen el país en que nació los hombres que se lo maltratan, no es un ‘hombre honrado. El niño, desde que puede pensar, debe pensar en todo lo que ve, debe padecer por todos los que no pueden vivir con hon- radez, debe trabajar porque puedan ser honrados todos los hombres, y debe ser un hombre honrado. El niño que no piensa en lo que sucede a su alrededor, y se contenta con vivir, sin saber si vive honradamente, es como un hombre que vive del trabajo de un bribón, y esta en camino de ser bribón. Hay hombres que son peores que las bestias, porque las bestias necesitan ser libres para vivir dicho- sas: el elefante no quiere tener hijos cuando vive preso: la llama del Perú se echa en la tierra y se muere, cuando el indio le habla con rudeza,. o le pone más carga de la que puede soportar. El hombre debe ser, por lo menos, tan decoroso como el elefante y como la llama. En América se vivía antes de la libertad como la llama que tiene mucha carga encima. Era necesario quitarse la carga, o morir. Hay hombres que viven contentos aunque vivan sin decoro. Hay oiros que padecen como en agonía cuando ven que los hombres vi. ven sin decoro a su alrededor. En cl mundo ha de haber cierta cantidac! de decoro, como ha de haber cierta cantidad de !uz. Cuando hay m: lchcs hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en si el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebeian con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad, que es roburirs a los hombres su decoro. iY: l esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, i’a la dignidad humana. Esos hom- bres son sagrados. Estos tres hombr?; son sagrados: Bolívar, de Venezuela; San Martin, del Río de !a Plata; Hidalgo, de México. Se les deben perdonar sus errores, porque el bien que hicieron fue rn5s que sus faltas. Los hombres no pueden ser más perfectos que ci sol. El sol quema con ia misma luz con que calienta. El sol tiene manchas. Los desagradecidos no hablan más que de las man- chas. Los agradecidos hablan de la luz. Bolívar era pequeño de cuerpo. Los ojos le relampagueaban, y las palabras se le salían de los labios. Parecía como si estuviera esperando siempre la hora de montar a caballo. Era su país, su país oprimido, que le pesaba en el corazk, y no le dejaba vivir en paz. La América entera estaba como despertando. Un. hombre solo no vale nunca más que un pueblo entero; pero hay hombres que no se cansan, cuando su pueblo se cansa, y que se deciden a la guerra antes que los pueblos, porque no tienen que consultar a nadie más que a sí mismos, y los pueblos tienen muchos hombres, y no pueden consultarse tan pronto. Ese fue el mérito de Bolívar, que no se cansrj de pelear por la libertad de Venezuela, cuando parecía que Venezuela se cansaba. Lo habían derrotado ios espafioles: lo habían echado del país. El se fue a una isla, a ver s~ t tierra de cerca, a pensar en su tierra. die. Un negro generoso lo ayudó cuando ya no lo quería ayudar na- Volvió un día a pelear, con trescientos héroes, con los trescien- tos libertadores. Libertó a Venezueia. Libertó a la Nueva Granada. Libertó al Ecuador. Libertó al Perú. Fundó una nación nueva, la nación de Bolivia. Ganó batallas sublimes con soldados descalzos y medio desnudos. Todo se estremecía y se llenaba de luz a su alrededor. Los generales peleaban a su lado con valor sobrenatu- ral. Era un ejército de jóvenes. Jamás se peleó tanto, ni se peleó mejor, en el mundo por la libertad. Bolívar no defendió con tanto fuego el derecho de los hombres a gobernarse por sí mismos, como el derecho de América a ser libre. Los envidiosos exageraron sus defectos. Bolívar murió de pesar del corazón, más que de mal del cuerpo, en la casa de un español en Santa Marta. Murió pobre, y dejó una familia de pueblos. México tenía mujeres y hombres valerosos, que no eran muchos, pero valían por muchos: media docena de hombres y una mujer pre- paraban el modo de hacer libre a su país. Eran unos cuantos jóvenes valientes, el esposo de una mujer liberal, y un cura de pueblo que quería mucho a los indios, un cura de sesenta años. Desde niño fue e1 cura Hidalgo de la raza buena, de los que quieren saber. Los que no quieren saber son de la raza mala. Hidalgo sabía francés, que entonces era cosa de mérito, porque lo sabían pocos. L@ los libros de los filósofos del siglo dieciocho, que explicaron el de- recho del hombre a ser honrado, y a pensar y a hablar sin hipo- cresia. Vio a los negros esclavos, y se llenó de horror. Vio maltra- tar a los indios, que son tan mansos y generosos, y se sentó entre ellos como un hermano viejo, a enseñarles las artes finas que el in- dio aprende bien: la música, que consuela; la cría del gusano, que da la seda; la cría de la abeja, que da miel. Tenía fuego en sí, y le gustaba fabricar: creó hornos para cocer los ladrillos. Le veían lucir mucho de cuando en cuando los ojos verdes. Todos decían que hablaba muy bien, que sabía mucho nuevo, que daba muchas limos- nas el señor cura del pueblo de Dolores. Decían que iba a la ciudad de Querétaro una que otra vez, a hablar con unos cuantos valientes y con el marido de una buena señora. Un traidor le dijo a un co- mandante español que los amigos de Querétaro trataban de hacer a México libre. El cura montó a cabalio, con todo su pueblo, que lo quería como a su corazón; se le fueron juntando los caporales y los sirvientes de las haciendas, que eran la caballería; los indios iban a pie, con palos y flechas, o con hondas y lanzas. Se le unió un regimiento Y tomó un convoy de pólvora que iba para los españoles. Entró triun ante en Celaya, con músicas y vivas. Al otro día juntó al Ayuntamiento, lo hicieron general, y empezó un pueblo a nacer. El fabricó lanzas y granadas de mano. El dijo discursos que dan calor y echan chispas, como decía un caporal de las haciendas. El declaró libres a los negros. El les devolvió sus tierras a los indios. El publicó un periódico que llamó El Despertador Americano. Ganó y perdió batallas. Un día se le juntaban siete mil indios con flechas, y al otro día lo dejaban solo. La mala gente quería ir con él para robar en los pueblos y para vengarse de los españoles. El les avi- saba a los jefes españoles que si los vencía en la batalla que iba a darles los recibiría en su casa como amigos. iEso es ser grande! Se atrevió a ser magnánimo, sin miedo a que lo abandonase la soldadesca, que quería que fuese cruel. Su compañero Allende tuvo celos de él, y él le cedió el mando a Allende. Iban juntos buscando amparo en su derrota cuando los españoles les cayeron encima. A Hidalgo le quitaron uno a uno, como para ofenderlo, los vestidos de sacerdote. Lo sacaron detrás de una tapia, y le dispararon los tiros dc muerte a la cabeza. Cayó vivo, revuelto en la sangre, y en el suelo lo acabaron de matar. Le cortaron la cabeza y la col- garon en una jaula, en la Alhóndiga misma de Granaditas, donde tuvo su gobierno. Enterraron los cadáveres descabezados. Pero México es libre. San Martin fue el libertador del Sur, el padre de la Repüblica Argentina, el padre de Chile. Sus padres eran españoles, y a él lo mandaron a España para que fuese militar del rey. Cuando Napo! eón entró en España con su ejército, para quitarles a los erpafloles la libertad, los españole? todos pelearon contra Napoleón: 286 José ,Marti pelearon los viejos, las mujeres, los niños; un niño valiente, un catalancito, hizo huir una noche a una compañía, disparándole tiros y más tiros desde un rincón del monte: al niño lo encontraron muer- to, muerto de hambre y de frío; pero tenía en la cara como una luz, r sonreía, como si estuviese contento. .San Martín peleó muy bien en a batalla de Bailen, y lo hicieron teniente coronel. Hablaba poco: parecía de acero: miraba corno un águila: nadie. lo desobedecía: su caballo iba y venía por el campo de pelen, como el rayo por el aire. En cuanto supo que América peleaba para hacerse libre, vino a América: cqué le importaba perder SLI carrera, si iba a cumplir con SLI deber?: llegó a Buenos Aires: no dijo discursos: levantó un escuadrón de caballería: en San Lorenzo fue su primera batalla: sable en mano se fue San Martín detrás de los españoles, que ve- nían - muy seguros, tocando el tambor, y se quedaron sin tambor, sin cañones y sin bandera. En los otros pueblos de América los espafioles iban venciendo: a Bolívar lo había echado Morillo el cruel de Venezuela: Hidalgo estaba muerto: O’Higgins salió huyendo de Chile: pero donde estaba San Martín siguió siendo libre la Amé- rica. Hay hombres así, que no pueden ver esclavitud. San Martín no podía; y se fue a libertar a Chile y al Perú. En dieciocho días cruz6 con su ejército los Andes altísimos y fríos: iban los hombres como por el cielo, hambrientos, sedientos: abajo, muy abajo, los árboles parecían yerba, los torrentes rugían como leones. San Mar- tín se encuentra al ejército español y lo deshace en la batalla de Maipo, lo derrota para siempre en la batalla de Chacabuco. Liberta a Chile. Se embarca con su tropa, y va a libertar al Perú. Pero en el Perú estaba Bolívar, y San Martín le cede la gloria. Se fue a Europa triste, y murió en brazos de su hija Mercedes. Escri- bió su testamento en una cuartilla de papel, como si fuera el parte de una batalla. Le habían regalado el estandarte que el conquísta- dor Pizarro trajo hace cuatro siglos, y él le regaló el estandarte en ei testamento al Perú. Un escultor es admirable, porque saca una figura de la piedra bruta: pero esos hombres que hacen pueblos son como más que hombres. Quisieron algunas veces lo que no de- bían querer; pero iqué no le perdonará un hijo a su padre? El cora- zón se llena de ternura al pensar en esos gigantescos fundadores. Esos son héroes; los que pelean para hacer a los pueblos libres, o los que padecen en pobreza y desgracia por defender una gran ver- dad. Los que pelean por la ambición, por hacer esclavos a otros pueblos, por tener más mando, por quitarle a otro pueblo sus tierras, no son héroes, sino criminales. 0. C., t. 18. p. 304308. La Ilíada, de Homero Hace dos mil quinientos años era ya famoso en Grecia el poema de la Ilíada. Unos dicen que lo compuso Homero, el poeta ciego de la barba de rizos, que andaba de pueblo en pueblo cantando sus versos al compás de la lira, como hacían los aedas de entonces. Otro5 dicen que no hubo Homero, sino que el poema lo fueron com- poniendo diferentes cantores. Pero no parece que pueda haber tra- bajo de muchos en un poerna donde no cambia el modo de hablar, ni el de pensar, ni el de hacer los versos, y donde desde el princi- pio hasta el fin se ve tan claro el carácter de cada persona que puede decirse quién es por lo que dice o hace, sin necesidad de verle el nombre. Ni es fácil que un mismo pueblo tenga muchos poe- tas que compongan los versos con tanto sentido y música como los de la Ilíada, sin palabras que falten o sobren; ni que todos los dífe- rentes cantores tuvieran el juicio y grandeza de los cantos de Ho- mero, donde parece que es un padre el que habla. En la Ilíada no se cuenta. toda .la guerra de treinta años de Grecia contra Ilión, que era como le decían entonces a Troya; sino lo que pasó en la guerra cuando los griegos estaban todavía en la llanura asaltando a la ciudad amurallada, y se pelearon por celos los dos griegos famosos, Agamenón y Aquiles. A Agamenón le lla- maban el Rey de los Hombres, y era como un rey mayor, que tenía más mando y poder que todos los demás que vinieron de Grecia a pelear contra Troya, cuando el hijo del rey troyano, del viejo Pría- mo, le robó la mujer a Menelao, que estaba de rey en uno de los pueblos de Grecia, y era hermano de Agamenón. Aquiles era el más valiente de todos los reyes griegos, y hombre amable y culto, que cantaba en la lira las historias de los héroes, y se hacía querer de las mismas esclavas que le tocaban de botín cuando se repartían 10s prisioneros después de sus victorias. Por una prisionera fue la disputa de los reyes, porque Agamenón se resistía a devolver al sa- cerdote troyano Chrysés su hija Chryséis, como decía el sacerdote griego Calcas que se debía devolver, para que se calmase en el Olimpo, que era el cielo de entonces. la furia de Apolo, el dios del Sol, que estaba enojado con los griegos porque Agamenón tenía 288 JosL; .\ far[ i OBRAS ESCOGIDAS T. 11 289 cautiva a la hija de un sacerdote: y Aquiles, qlle no le tenía miedo a Agamentin, SC levantó entre todos los demas, y dijo que se debia ha- cer lo que Calcas quería , para que se acabase la peste de calor que estaba matando en moniones a los griego‘, y era tanta que no EC veía el cielo nunca claro, por el humo de las piras en que quemaban los cadáveres. Agamenón dijo que devoli- ería a Chryséis, si Aquiles le daba a Bryséis, la cauti\. a que i- 1 trrlia rn su tienda. Y Aquiles Ic dijo a Agamenón “borracho dr ojo., tic perro y corazón dr ve- nado” y sacó la espada de puno de plaia para matarlo delante de los reyes; pero la diosa Minerva, qr~ c e.: taba invisible a su lado, Ie sujetó la mano, cuando tenía Ia cspatla ;j medio $acar Y Aquiles echó al suelo su ce! ro de oro, y se ser~: ó, *q tlij. 0 que no peltlaria m: is a favor de los griegos con sus brai- o: , m~ yrrn~ donea, y qlle SC iba a su tienda. Así empezó la cólera de Aquiles, que es lo que cuenta la /liuda, desde que se enojó en esa dispu! a, hasta que el corazón se le en- fureció cuando los troyanos le mataron a su amigo Patroclo, y salió a pelear otra vez contra Trpya, que estaba quemándoles los barcos a los griegos y los tenía cas1 vencidos. No más que con dar Aquiles una voz desde el muro, se echaba atrás el ejército de Troya, como la ola cuando la empuja una corriente contraria de viento, y les temb! aban las rodillas a los caballos troyanos. El poema entero está escrito para contar lo que sucedió a los griegos desde que Aquiles se dió por oiendido:-- la disputa de los reyes,- el consejo de los dioses del Olimpo, en que deciden los dioses que los troyanos venzan a los griegos, en castigo de la ofensa de Agamenón a Aquiles.- el combate de Paris, hijo de Príamo, con Menelao, el esposo de Hele- na,-- la tregua qlte hubo entre los dos ejércitos, y el modo con que el arquero troyano Pandaro la rompió con su flechazo a Mene- lao,- la baialla del primer día, en que el valentisimo Diomedes tuvo casi muerto a Eneas de una pedrada,-- la visita de Héctor, el héroe de Troya, a su esposa AndrSmaca, que lo veía pelear desde el mu- ro,- la batalla del segundo dia, en que Dimedes huye en, su carro de pelear, perseguido por Héctor vencedor,--- la embajada que le man- dan los griegos a Aquiles, para que vuelva a ayudarlos en los com- bates, porque desde que 61 no pelea estan ganando los troyanos,-- la batalla de los barcos, en que lli el mismo Ajax puede defender las naves griegas del asalto, hasta que Aquiles consiente en que Patro- clo pelee con SI. I armadura,- la muer! e de Patroclo,-- la vuelta de Aquiles al combate, con la armadura nueva que le hizo el dios Vulcano,-- el desafio de Aquiles r I~ Iéctor,-- la muerte de Héctor,- y las s; lplicas con que su padre Prlatno logra que Aquiles le devuelva el cadáver, para quemarlo en Troya en la pira de honor, y guardar los huesos blancos en una caja de oro. Así se enojó Aquiles, y esos fueron los sucesos de la guerra, hasta que se le acabó el enojo. A Aquiles no lo pinta el poema como !lijo de hombre, sino de la diosa del mar, de la diosa Thetis. Y eso no es muy extraño, porque todavía hoy dicen los reyes que el derecho de mandar en los pueblos les \iene de Dios, que es lo que llaman “el derecho divino de los reyes”, y no es más que una idea vieja de aquellos tiempos de pelea, ei que los pueblos eran nuevos y no sabían vivir en paz, como vi- \- en en el cielo las estrellas, que todas tienen luz aunque son muchas, y cada una brilla aunque tenga al lado otra. Los griegos creían como ios hebreos, y como otros muchos pueblos, que ellos eran la nación favorecida por el creador del mundo, y los únicos hijos del cielo en la tierra. Y como !os hombres son soberbios. y no quieren confe- sar que otro hombre sea más fuerte o más inteligente que ellos, cuando había un hombre fuerte o inteiigente que se hacía rey por su poder, decian que era hijo de los dioses. Y los reyes se alegra- ban de que los pueblos creyesen esto; y los sacerdotes decían que era verdad, para que los reyes les estuvieran agradecidos y los ayudaran. Y así mandaban juntos los sacerdotes y los reyes. Cada rey tenía en el Olimpo sus parientes, y era hijo, o so- brino, o nieto de un dios, que bajaba del cielo a protegerlo o a castigarlo, según le llevara a los sacerdotes de su templo muchos regalos o pocos: y el sacerdote decía que el dios estaba enojado cuando el regalo era pobre, o que estaba contento, cuando le habían regalado mucha tniel y muchas ovejas. Así se ve en la Ilíada, que hay como dos historias en el poema, una en la tierra, y en el cielo otra; y que los dioses del cielo son como una familia, sólo que no hablan como personas bien criadas, sino que se pelean y se dicen injurias, lo mismo que los hombres en el mundo. Siempre estaba Júpiter, el rey de los dioses, sin saber qué hacer; porque su hijo Apolo queria proteger a los troyanos, y su mujer Juno a los grie- gos, lo mismo que su otra hija Minerva; y habia en las comidas del cie! o grandisimas peleas, y Júpiter le decia a Juno que lo iba a pasar mal si no se callaba enseguida, y Vulcano, el cojo, el sabio del Olimpo, se reia de los chistes y maldades de Apolo, el de pelo colorado, que era e ! dios travieso. Y los dioses subían y bajaban, a llevar y traer a Júpiter los recados de los troyanos y los griegos; o peleaban sin que se les viera en los carros de sus héroes favore- cidos: o se llevaban en brazos por las nubes a su héroe, para que no lo acabase de matar ei vencedor, con la ayuda del dios contrario. Minerva toma la figura del viejo Néstor, que hablaba dulce como la miel, y aconseja a Agamenón que ataque a Troya. Venus desata el casco de Paris cuando el enemigo Menelao lo va arrastrando del cas- co por la tierra; y se lleva a Paris por el aire. Venus también se lleva a Eneas, vencido por Diomedes, en sus brazos blancos. En una escaramuza va Minerva guiando el carro de pelear del griego, y Apolo viene contra ella, guiando el carro troyano. Otra vez. cuando por engaño de Minerva dispara Pandaro su arco contra Me- nealo, la flecha terriblè le entró poco a Menelao en la carne, porque Minerva la apartó al caer, como cuando una tnadre le espanta a su hijo de la cara una mosca. En la Ifiada están juntos siempre los dioses y los ‘hombres, como padres e hijos. Y en el cielo suceden las cosas lo mismo que en Ia tierra; como que son los hombres los que inventan los dioses a su semejanza, y cada pueblo imagina un cielo diferente con divinidades que viven y piensan lo mismo que el pueblo que las ha creado y las adora en los templos: porque el hombre se ve pequeño ante la naturaleza que lo crea y lo mata, y siente la necesidad de creer en algo poderoso, y de rogarle, para que lo trate bien en el mundo, y para que no l’e quite la vida. El cie! o de los griegos era tan parecido a Grecia, que Júpiter mismo cs como un rey de reyes, y una especie de Agamenón, que puede más que los otros, pero no hace todo lo que quiere, sino ha de oir- los y contentarlos, como tuvo que hacer Agamenón con Aquiles. En la /Hada, aunque no lo parece, hay mucha filosofía, y mucha ciencia, y mucha politica, y se enseña a los hombres, como sin querer, que los dioses no son en realidad más que poesías de la imagina- ción, y que los países no se pueden gobernar por el capricho de un tirano, sino por el acuerdo y respeto de los hombres principales que el pueblo escoge para explicar el modo con que quiere que lo go- biernen. Pero lo hermoso de la Ilíada es aquella manera con que pinta el mundo, como si lo viera el hombre por primera vez, y corriese de un lado para otro llorando de amor, con los brazos levantados, pregun- tándole al cielo quién puede tanto, y dónde está el creador, y cómo compuso y mantuvo tantas maravillas. Y otra hermosura de la lfíadu es el modo de decir las cosas, sin esas palabras fanfarronas que los poetas usan porque les suenan bien; sino con palabras muy pocas y fuertes, como cuando Júpiter consintió en que los griegos perdieran algunas batallas, hasta que se arrepintiesen de la ofensa que le habían hecho a Aquiles, y “cuando dijo que sí, tembló el Olimpo”. No busca Homero las comparaciones en las cosas que no se ven, sino en las que se ven: de modo que lo que él cuenta no se olvida, porque es como sí se lo hubiera tenido delante de los ojos. Aquellos eran tiempos de pelear, en que cada hombre iba de sol- dado a defender a su país, o salía por ambición o por celos a atacar a los vecinos; y como no había libros entonces, ni teatros, la diver- sión era oír al aeda que cantaba en la lira las peleas de los dioses y las batallas de los hombres; y el aeda tenía que hacer reír con las maldades de Apolo y Vulcano, para que no se le cansase la gente del canto serio; y les hablaba de lo que !a gente oía con interés, que eran las hiStorias de los héroes y las relaciones de las batallas, en que el aeda decía cosas de médico y de político, para que el pueblo hallase gusto y provecho en oírlo, y diera buena paga y fama al cantor que le enseñaba en sus versos el modo de gobernarse Iy de curarse. Otra cosa que entre los griegos gustaba mucho era a oratoria, y se tenía como hijo de un dios al que hablaba bien, o hacía llorar o entender a los hombres. Por eso hay en la Ifiada tantas descripciones de combates, y tantas curas de heridas, y tan- tas arengas. Todo 10 que se sabe de los primeros tiempos de los griegos, está en la Ilíada. Llamaban rapsodas en Grecia a los cantores que iban OBRtZS ESCOGIDAS T II 291 dc pueblo en pueblo, cantando la Ilíada y la Odisea, que es otro poema donde Homero cuenta la vuelta de Llises. Y más poemas pa- rece que compuso Homero, pero otros dicen que esos no son suyos, aunque cl griego Herodoto, que recogió todas las historias de su tiempo, trae noticias de ellos, y muchos versos sueltos, en la vida de llomero que escribió, que es la mejor de las ocho que hay escrì- tas, sin que se sepa de cierto si Herodoto la escribió de veras, o si no la contó muy de prisa y sin pensar, como solía él escribir. SC siente uno como gigante, o como si estuviera en la cumbre de un monte, con el mar sin fin a los pies, cuando lee aquellos ver- sos de la Ilíada, que parecen de letras de piedra. En inglés hay muY buenas traducciones, y el que sepa inglés debe leer la Iliada de Chapman, o la de Dolsey, o la de Landor, que tienen más de Homero que la de Pope, que es la más elegante. El que sepa alemán, lea la de Wolff, que es como leer el griego mismo. El que no sepa fran- cés, apréndalo enseguida, para que goce de toda la hermosura de aquellos tiempos en la traducción de Leconte de L’Isle, que hace los versos a la antigua, como si fueran de mármol. En castellano, mejor cs no leer la traducción que hay, que es de Hermosilla; porque las palabras de la Ifiada están allí, pero no el fuego, el movimiento, la majestad, la divinidad a veces, del poema en que parece que sc ve amanecer cl mundo,- en que los hombres caen como los r. obles o como los pinos,--- en que el guerrero Ajax defiende a lanzazos SII barco de los troyanos más valientes,- en que Héctor de una pedra- da echa abajo la puerta de una fortaleza,- en que los dos caballos inmortales, Xanthus y Píleus, lloran de dolor cuando ven muerto a su amo Patroclo,- y las diosas amigas, Juno y Minerva, vienen del cielo en un carro que de cada vuelta de rueda atraviesa tanto espaL cio como el que un hombre sentado en un monte ve, desde su silla de roca, hasta donde el cielo se junta con el mar. Cada cuadro de la Iliada es una escena como esas. Cuando loa reyes miedosos dejan solo a Aquiles en su disputa con Agamenón, Aquiles va a llorar a la orilla del mar, donde están desde hace diez aiios los barcos de los cien mil griegos que atacan a Troya: y la diosa Thetis sale a oírlo, como una bruma que se va levantanda de las olas. Thetis sube al cielo, Júpiter le promete, aunque se enoje Juno, que los troyanos vencerán a los griegos hasta que los reyes se arj- epicnran de la ofensa a Aquiles. Grandes guerreros hay entre los griegos: Ulises, que era tan alto que andaba entre los demás hombres como un macho entre el rebaño de carneros; Ajax, con el escudo dc ocho capas, siete de cuero y una de bronce: Diomedes, que entra en la pelea resplandeciente, devastando como un león ham. bricnto cn un rebaño:-- pero mientras Aquiles esté ofendido, los ven. cedores serán los guerreros de Troya: Héctor, el hijo de Príamo; Eneas, el hijo de la diosa Venus; Sarpcdón, el más valiente de los reyes que ITino a ayudar a Troya, el que subió al cielo en brazos del Sueiio y de la Muerte, a que 10 besase en la frente su padre Jú. piter, cuando lo mató Patroclo de un lanzazo. Los dos ejércitos w OBRAS ESCOGIDAS T 11 293 salta con los pies ligeros en el carro, no empuña la lanza que ningún hombre podía levantar, la lanza Pelea. Peio le ruega su amigo Patroclo, y consiente en vestirlo con su armadura, y dejarlo ir a pelear. A la vista de las armas de Aquiles, a la vista d. e 10s myrmi- dones, que entran en la batalla apretados como las pledras de un muro, se echan atrás los troyanos miedosos. Patroc! o se mete entre el! os, d les mata nueve héroes de cada vuelta del carro. El gran Sarpe 6n le sale al camino, y con la lanza le atraviesa Patroclo las sienes. Pero olvidó Patroclo el encargo de Aquiles, de que no se llegase muy cerca de los muros. Apolo invencible 10 espera al pie de los muros, se le sube al carro, lo aturde de un golpe en la cabeza, echa al suelo el casco de Aquiles, que no habia tocado el suelo jamás, le rompe la lanza a Patroclo, y le abre el coselete, para que lo hiera Hktor. Cayó Patroclo, y los caballos divinos llo- raron Cuando Aquiles vio muerto a su amigo se echó por la tierra, se llenó de arena la cabeza y el rostro, se mesaba a grandes gritos la melena amarilla. Y cuando le trajeron a Patroclo en un ataúd, lloró Aquiles. Subió al cielo su madre, para que Vulcano le hiciera un escudo nuevo, con el dibujo de la tierra y el cielo, y el mar y el sol v la luna v todos los astros, y una ciudad en paz y otra en guerra, v ;n viCedo ‘cuando están recogiendo la uva madura, y un niÍio cantando en una arpa, y una boyada que va a arar, y danzas y mú- sicas de pastores, y al rededor, como un rio, el mar: y le hizo un co- selete que lucía como el fuego, y un casco con la visera de oro. Cuando salió al muro a dar las tres voces los troyanos se echaron en tres oleadas contra la ciudad, los caballos rompian con las ancas CI carro espantados y morían hombres y brutos en la confu- sión. no más que de ver sobre el muro a Aquiles, con una llama sobre la cabeza que resplandecía como el sol de otofio. Ya Agamenón se ha arrepentido, ya el consejo de reyes le ha mandado regalos pre- ciosos a Aquiles, ya le han devuelto a Briséis, que llora al ver muer- to a Patroclo, porque fue amable y bueno. AI otrc dia, al salir e! sol, la gente de Troya, como langostas que escapan de] incendio, entra aterrada en el rio, huyendo de Aqui- les, que mata lo mismo que siega la hoz, y de una vuelta del carro se lleva a doce cautivos. Tropieza con Héctor; pero no pueden pelear, porque los dioses les echan de lado las lanzas. En el rio era Aquiles como un gran delfin, y los troyanos se despedazaban al huirle, como los peces. De los muros le ruega a Héctor su padre viejo que no pelee con Aquiles: se lo ruega su madre. Aquiles llega: Héctor huye: tres veces ]e dan vuelta a Troya en los carros. Todo Troya está en los muros, el padre mesándose con las dos manos la barba; la madre coll los brazos tendidos, llorando y suplicando. Se para Kéctor, y le habla a Aquiles antes de pelear, para que no se lleve w cuerpo muerto si lo vence. Aquiles quiere el cuerpo de Héctor, para quemar- lo en los funerales de su artigo Patroclo. Pelean. Minerva está con Aquiles; le dirige los golpes: le trae la lanza, sin que nadie !a vea: Hkctor, sin lanza ya, arremete contra Aquiles como águila que acercan a pelear; los griegos, callados, escudo contra escudo; los troyanos dando voces, como ovejas que vienen balando por sus cabrito. Paris desafia a Menelao, y luego se vuelve atrás; pero la misma hcrmosísima Helena le llama cobarde, y Paris, el principe bello que enamora a las mujeres, consiente en pelear, carro a carro, contra JIenelao, con lanza, espada y escudo: vienen los heraldos. y cchan suertes con dos piedras en LIII casco, para ver quien disparará primero su lanza. Paris tira el primero, pero Meneiao se 10 lleva arrastrando, cuando Venus le desata el casco de la barba, y desa- parece con Paris en las nubes. Luego es la tregua; hasta que Mi- nerva, vestida como el hijo del trovano Antenor, le aconseja con aie- vosia a Pandaro que dispare la -flecha contra Menelao, la flecha del arco enorme de dos cuernos y la juntura de oro, para que los tt: oyanos queden ante el mundo por traidores, y sea m3s fácil la victoria de los griegos, los protegidos de Minerva. Dispara Pandaro ia flecha: Agamenón va de tienda en tienda levantando a los reyes: entonces es la gran pelea en que Diomedes hiere al mismo dios Marte, que sube al cielo con gritos terribles en una nube de trueno, como cuando sopla el viento del sur; entonces es la hermosa entre- vista de Héctor y Andrómaca, cuando el niño no quiere abrazar a Héctor porque le tiene miedo al casco de plumas, y luego juega con el casco, mientras Hkctor le dice a Andrómaca que cuide de las cosas de la casa, cuando él vuelva a pelear. Al otro día Héctor y Ajax pelean como jabalíes salvajes hasta que el cielo se oscurece: pelean con piedras cuando ya no tienen lanza ni espada: los heraldos los vienen a separar, y Héctor le regala su espada de pufin fino a Ajax, y Ajax le regala a Héctor un cinturón de púrpura. Esa noche hay banquete entre los griegos, con vinos de miel y bueyes asados; y Diomedes y Ulises entran solos en el campo enemigo a espiar 10 que prepara Troya, y vuelven, manchados de sangre, con los caballos y el carro del rey tracio. Al amanecer, la batalla es en el murallón que han levantado los griegos en la playa frente a sus buques. Los troyanos han vencido a los griegos en el llano. Ha habido cien batallas sobre los cuerpos de los héroes muertos. Ulises defiende el cuerpo de Diomedes con su escudo, y los troyanos le caen encima, como los perros al jabalí. Desde los muros disparan sus lanzas los reyes griegos contra Héctor victorioso, que ataca por todas partes. Caen los bravos, los de Troya y los de Gre- cia, como los pinos a los hachazos del leñador. Héctor va de una puerta a otra, corno león que tiene hambre. Levanta una piedra de punta que dos hombres no podían levantar, echa abajo la puerta mayor, y corre por sobre los muertos a asaltar los barcos. Cada troyano lieva una antorcha, para incendiar las naves griegas: Ajax, cansado de matar, ya no puede resistir ei ataque en la proa de su barco, y dispara de atrás, de la borda: ya el cielo se enrojece con el resplandor de las llamas. Y Aquiles no ayuda todavía a los grie- gos: no atiende a 10 que le dicen los embajadores de Agamenón: no embraza el escudo de oro, ‘no se cuelga del hombro la espada, no baja del cielo, con las garras tendidas, sobre un cadáver: Aquiles le va encima. con la cabeza baja, y la lanza Pelea brillándole en la mano como la estrella de la tarde. Por el cuello le mete la lanza a Héctor, que cae muerto, pidiendo a Aquiles que dé su cadáver a Troya. Desde los muros han visto la pelea el padre y la madre. Los griegos vienen sobre el muerto, y 10 lancean, y 10 vuelven con los pies de un lado a otro, y se burlan. Aquiles manda que le agujereen los tobillos y metan por los agujeros dos tiras de cuero; y se io lleva en el carro, arrastrando. Y entonces levantaron con leRos una gran pira para quemar el cuerpo de Patroclo. A Patroclo lo llevaron a la pira en procesión, y cada guerrero se cortó un guedejo de sus cabellos, y lo puso sobre el cadáver; y mataron en sacrificio cuatro caballos de guerra y dos perros; y Aquiles mató con su mano los doce prisiofleros y los echó a la pira: y el cadáver de Héctor lo dejaron a un lado, como un perro muerto: y quemaron a Patroclo, enfriaron con vino las cenizas, y las pusieron en una urna de oro. Sobre la urna echaron tierra, hasta que fue como un monte. Y Aquiles amarraba cada mañana por los pies a su carro a Héctor, y le daba vuelta al monte tres veces. Pero a Héctor no se le lastimaba el cuerpo, ni se le acababa la hermosura, porque desde el Olimpo cuidaban de él Venus y Apolo. Y entonces fue la fiesta de los funerales, que duró doce días: primero una carrera con los carros de pelear, que ganó Diomedes; luego una pelea a puñetazos entre dos, hasta que quedó uno como muerto; después una lucha a cuerpo desnudo, de Ulises con Ajax; y la corrida de a pie, que pagó Ulises: y un combate con escudo y lan- za; y otro de flechas, para ver quién era el mejor flechero; y otro de lanceadores, para ver quién tiraba más lejos la lanza. Y una noche, de repente, Aquiles oyó ruido en su tienda; y vio que era Príamo, el padre de Héctor, que había venido sin que lo vieran, como el dios Mercurio,- Príamo, el de la cabeza blanca y la barba blanca- Príamo, que se le arrodilló a los pies, y le besó las manos muchas veces, y le pedía llorando el cadáver de Héctor Y Aquiles se levantó, y con sus brazos alzó del suelo a Príamo; y mandó que bañaran de ungüentos olorosos el cadáver de Héctor, y que 10 vistiesen con una de las túnicas del gran tesoro que le traía de regalo Príamo; y por la noche comió carne y bebió vino con Príamo, que se fue a acostar por primera vez, porque tenía los ojos pesados. Pe’ro Mercurio le dijo que no debía dormir entre los ene- migos, y se lo llevó otra vez a Troya sin que los vieran los griegos. Y hubo paz doce días, para que los troyanos le hicieran el fu- neral a Héctor. Iba el pueblo detrás, cuando llegó Príamo con él; y Príamo los injuriaba por cobardes, que habían dejado matar a su hijo; y las mujeres lloraban, y los poetas iban cantando, hasta que entraron en la casa, y 10 pusieron en su cama a dormir. Y vino An- drómaca su mujer, y le habló al cadáver. Luego vino su madre Hécuba, y lo llamó hermoso y bueno. Después Helena le habló, y lo llamó cortés y amable. Y todo el pueblo lloraba cuando Príamo se OBRAS ESCOGIDAS, T. II 295 acercó a su hijo, con las manos al cielo, temblándole la barba, y mandó que trajeran lerdos para la pira. Y nueve días estuvieron tra- yendo !eños, hasta que la pira era más alta que los muros de Trova. Y la quemaron, y apagaron el fuego con vino, y guardaron laì; cenizas de Héctor en una caja de oro, y cubrieron la caja con un manto de púrpura, y lo pusieron todo en un ataúd, y encima le echa- ron mucha tierra, hasta que pareció un monte. Y luego hubo gran fiesta eIl el palacio del rey Príamo. Así acaba la Ilíada, y el cuento de la cólera de Aquiles. 0. c., t. 18, p 326- 336 OBRXS ESCOGIDAS. T. II 297 La úitima página La Edad de Oro se despide hoy con pena de sus amigos. Se puso a escribir !argo el hombre de La Edad de Oro, como quien escribe una carta de cariño para persona a quien quiere mucho, y sucedió que escribió más de lo que cabía en las treinta y dos páginas. Trein- ta y dos phginas es de veras poco para conveTsaí- con los niríos queridos, con los que han de ser mañana hábiles como Meñique, y valientes como Bolívar: poetas como Homero ya no podrán ser, por- que estos tiempos no son como los de antes, y los zedas de ahora no han de cantar guerras bárbaras de pueblo con pueblo para ver cuál puede más, ni peleas de hombre con hombre para ver quien es más fuerte: lo que ha de hacer el poeta de ahora es acons’ejar a los hombres que se quieran bien, y pintar todo lo hermoso del mun- do de manera que se vea en los versos como si estuviera pintado con colores, y castigar con la poesía, como con un látigo, a los que quieran quitar a los hombre s su libertad; o roben con leyes pícaras el dinero de los pueblos, o quieran que los hombres de su país les obedezcan como ovejas y les laman la mano como perros. Los versos no se han de hacer para decir que se está contento o se está triste, sino para ser útil al mundo, ensenándole que Ia naturaleza es ‘hermosa, que la vida es un deber, que la muerte no es fea, que nadie debe c- tar triste ni acobardarse mientras haya libros en las librerías, y luz en el cielo, y amigos, y madres. El que tenga penas, lea las Vidas paralelas de Plutarco, que dan deseos de ser como aquellos hombres de antes, y mejor, porque ahora !a tierra ha vivido más, y se puede ser hombre de más amor y delicadeza. Antes todo se hacia con los puños: ahora, la fuerza está en el saber, más que en los pufietazos; aunque es bueno aprender a defenderse, porque siempre hay gente bestial en ei mundo, y porque la fuerza da salud, y porque se ha dc estar pronto a pelear, pala cuando un pueblo ladrón quiera venir a robarnos nuestro pueblo. Para eso es bueno ser fuerte de cuerpo; pero para lo demás de la vida, la fuerza está en saber mucho, corno dice Meñique. En los mismos tiempos de Homero, el que ganó por fin el sitio, y entró en Troya, no fue Ajax el del escudo, ni Aquiles el de la lanza, ni Diomedes el del carro, sino I’lises, qi’e era el hombre de ingenio, y ponía en paz a los envidio- <os, y pensaba pronto, lo que no les ocurria a los demás. Con esta ültima página está sucediendo lo que con el primer JIÚJTWO de La Edad de Oro; que no va a caber lo que el amigo de los ni603 les quería decir, y es que en el número de agosto se publicará una Historia del hontbre contada por sus casas, que no cupo esta vez, historia muy curiosa, donde se cuenta cómo ha i- ivi- do el hombre, desde su primera habitación en la tierra, que fue una cueva en la montaña, hasta los palacios en que vlve ahora. Ni cupo tampoco una e:< plicación muy entretenida del modo de fabri- car Un clthierto ¿le rnTIp. s~ I. Porque es necesario que los niños no vean no toquen, no piensen en nada que no sepan explicar. Para eso se publica La Edad de Oro. Y para todo iO que quieran preguntar, aquí está el amigo. Estas últimas páginas serán como el cuarto de confianza de La Edad de Oro, donde conversaremos como si estuvikemos en fa- milia. Aqui publicaremos las cartas. de nuestras amiguitas: aquí responderemos a las preguntas de los niños: aquí tendremos la Bolsa de Sellos, donde el que tenga sellos que mandar, o los quiera comprar, 0 quiera hacer colección, o preguntar sobre sellos algo que le interese, no iiene más que escribir para lograr lo que desea. Y de cuando en cuando nos hará aqui una visita El abuelo Andrés, que liene una caja maravillosa con muchas cosas raras, y nos va a enseñar todo lo que tiene en La Caja de las Maravillas. LA EDAD DE ORO 0. c., t. 18, p. 349- 350. OBRAS ESCOGIDAS T II 299 Los dos príncipes 0. c., t. 18, p. 372- 373. Idea de la poetisa norteamericana Helen Hunt Jackson El palacio está de luto Y en el trono llora el rey, Y la reina está llorando Donde no la puedan ver: En pañuelos de olán fino Lloran la reina y el rey: Los señores del palacio Esiàn llorando también. Los caballos llevan negro El penacho y el arnés: Los caballos no han comido, Porque no quieren comer: El laurel del patio grande Quedó sin hoja esta vez: Todo el mundo fue al entierro Con coronas de laurel: --- iEl hijo del rey se ha muerto! iSe ie ha muerto el hijo al rey! En los álamos del monte Tiene su casa el pastor: La pastora está diciendo “< Por qué tiene luz el sol?” Las ovejas, cabizbajas, Vienen todas al portón: iUna caja larga y honda Está iorrando el pastor! Entra y sale un perro triste: Canta allá adentro una voz“iPajarito, yo estoy loca, Llévame donde él voló!“: El pastor coge llorando La pala y el azadón: Abre en la tierra una fosa: Echa en la fosa una flor: -; Se quedó el pastor sin hijo! ;Murió el hijo del pastor! OBRAS ESCOGIDAS T II 301 Xené traviesa ;Quitn sabe si hay una niña que se parezca a Nené! Un viejito qtie sabe mucho dice que todas las niñas son como Nene. A Nené le gusta m5s jugar a “mamá”, o “a tiendas”, o “a hacer dulces” con sus muñecas, que dar la lección de ‘ reses y de cuatros” con la maestra que le viene a enseñar. Po1- que Nené no tiene mamá: su mamá se ha muerto: y por eso tiene Nene maestra. A hacer dulces es a lo que le gusta más a Nené jugar: <y por qué será: iquién sabe! Será porque para jugar a hacer dulces le dan azúcar de ve- ras: por cierto que los dulces nunca le salen bien de la primera vez: ison unos dulces más difíciles!: siempre tiene que pedir azúcar dos veces. Y se conoce que Nené no les quiere dar trabajo a sus ami- gas; porque cuando juega a paseo, o a comprar, o a visitar, siempre llama a FUS amiguitas; pero cuando va a hacer dulces, nunca. Y una vez le sucedió a Nené una cosa muy rara: le pidió a su papá dos ceniaa\ ros para comprar un lápiz nuevo, y se le o! vidó en el camino, se le olvidó como si no hubiera pensado nunca en comprar el lápiz: lo que cornprb fue un merengue de fresa. Eso se supo, por supuesto: y desde entonces sus amiguitas no le dicen Nené, sino “Merengue de Fresa”. El padre de Ncné la quería mucho. Dicen que no trabajaba bien cuando no había visto por “Ncnk”, sino “la hijita”. la macana a “la hijita”. El no le decía Cuando su papá venía del trabajo, siempre salia ella a recibirlo con los brazos abiertos, como un pajarito que abre las alas para volar; y su papá la alzaba del suelo, como quien coge de un rosal una rosa. E! la lo miraba con mucho cariño, como si le preguntasc cosas: y él la miraba con los ojos tristes, como si quisiese echarse a llorar. Pero enseguida se ponía contento, se mon- taba a Nené en el hombro, y entraban juntos en la casa, cantando el himno nacional. Siempre traía el papá de Nené algún libro nuevo, y se lo dejab- mucho llnos a ver cuando tenía figuras; y a ella le gustaban libros que él traia, donde estaban pintadas las estreilas, que tiene cada una su nombre y su color: y allí decía el nombre de la estrella colorada, y el de la amarilla, y el de ia azul, y que la luz tiene siete colores, y que las estrellas pasean por el cielo, lo mi:; mo que las niñas por un jardín. Pero no: lo mismo no: por- que ìas niñas andan en los jardines de aquí para allá, como una hoja de flor que va empujando el viento, mientras que las estrellas \- an siempre en el cielo por un mismo camino, y no por donde quieren: <quién sabe?: puede ser que haya por allá arriba quien cui- de a las estrellas, como los papás cuidan acá en la tierra a las niñas. Só! o que las estrellas no son niñas, por supuesto, ni flores de luz, como parece de aquí abajo, sino grandes como este mundo: y dicen que en las estrellas hay arboles, y agua, y gente como acá: y su pap, 7 dice que VII un libro hablan de que uno se va a vivir a una estrelia cuando se muere. “Y dime, papá”, le preguntó Nené: “< por qué. pc! nen las casas de los muertos tan tristes? Si yo me muero, yo no quiero ver a nadie llorar, sino que me toquen la música, porque me voy a ir a vivir en la estrella azul.” “< Pero, sola, tú sola, sin tU pobre papá?” Y Nené le dijo a su papá:--“ iMalo, que crees eso!” Esa noche no se quiso ir a dormir temprano, sino que se durmió en los biazoc de su papá. iLos papás se quedan muy tristes, cuando se muere en la casa ia madre! Las niriitas deben querer mucho, mucho a los !Ja] 'ás cuando se les muere la madre. Esa noche que hablaron de las estrellas trajo el papá de Nené un libro muy grande: ioh, cómo pesaba el libro!: Nené lo quiso cargar, y se cayó con el libro encima: no se le veía más que la cabecita rubia de un lado, y los zapaticos negros de otro. Su papá vino corriendo. y la sacó de debajo del libro, y se rió mucho de Nené, que no tenía seis años todavía y quería cargar un libro de cien años iCien años tenía el libro, y no le habían salido barbas!: Nené había visto un viejito de cien años, pero el viejito tenia una barba muy larga, que le daba por la cintura. Y lo que dice la mues- tra de escribir, que los libros buenos son como los viejos: “Un libro bueno es lo mismo que un amigo viejo”: eso dice la muestra de escribir. Nené se acostó muy callada, pensando en el libro. ¿Qué libro era aquel, que su papá no quiso que ella lo tocase? Cuando se des- pertó, en eso no más pensaba Nené. Ella quiere saber qué libro es aquel. Ella quiere saber cómo está hecho por dentro un libro de cien años que no tiene barbas. Su papá está lejos, lejos de la casa, trabajando para elia,. para que ia niña tenga casa linda y coma dulces finos los domtngos, para comprarle a la niña vestiditos blancos y cintas azules, para guardar un poco de dinero, no vaya a ser que se muera el papá, y se quede sin nada en el mundo “la hijíta”. Lejos de la casa está el pOore papá, trabajando para “la hijita”, La criada está allá aden- tro, preparando el baño. Nadie oye a Nené: no la está viendo nadie. Su papá deja siempre abierto el cuarto de los libros. Allí está la sillita de r\ iené, que se sienta de noche en la mesa de escribir, a ver trabajar a su papá. Cinco pasitos, seis, siete... ya está Nené en Ia puerta: ya la empujó: ya entró. iLas cosas que suceden! Como SI la estuviera esperando estaba abierto en su silla el libro viejo, abier- to de medio a medio. Pasito a pasito se le acercó Nené, muy seria, y como cuando uno piensa mucho, que camina con las manos a la 302 Jose' Morti OBRAS ESCOGIDAS T. II 303 espalda. Por nada en cl nrundo hubiera tocado Nené el libro: verlo no más. no más que verlo. Su papá le dijo que no lo tocase. El libro no tiene barbas: le salen muchas cintas y marcas por entre las hojas, pero esas no aon barbas: ;el que si es barbudo es el gi- gante que está pintado en el libro!: y es de colores la pintura, unos colores de esmalte que lucen, como el brazalete que le regaló su papá. iAhora no pintan los libros asi! E! gigante está sentado en el pico de un monte, con una cosa revuelta, como las nubes del cie- lo, encima de la cabeza: no tiene más que un ojo, encima de la nariz: está vestido con un blusón, como los pastores, un blusón verde, lo mismo que el campo, con estrellas pintadas, de plata y de oro: y la barba es muy larga, muy larga, que llega al pie del monte: y por cada mechón de la barba va subiendo un hombre, como sube la cuerda para ir al trapecio el hombre del circo. ]Oh, eso no se puede ver de lejos! Nené tiene que bajar el libro de la silla. iCómo pesa este pícaro libro! Ahora sí que se puede ver bien todo. Ya está el libro en el suelo. Son cinco los hombres que suben: uno es un blanco, con casaca r con botas, y de barba también: ile gustan mucho a este pintor as barbas!: otro es como indio, sí, como indio, con una corona de plumas, y la flecha a la espalda: el otro es chino, lo mismo que el cocinero, pero va con un traje como de señora, todo lleno de flores: el otro se parece al chino, y lleva un sombrero despico, así como una pera: el otro es negro, un negro muy bonito. pero está sin vestir: ]eso no está bien, sin vestir! ]por eso no quería su papá que ella tocase el libro! No: esa hoja no se ve más, para que no se enoje su papá. ]Muy bonito que es este libro viejo. Y Nené está ya casi acostada sobre el libro, y como si quisiera hablarle con los ojos. ]Por poco se rompe la hoja! Pero ,no, no se rompió. Hasta la mitad no más se rompió. El papá de Nené no ve bien. Eso no lo va a ver nadie. iAhora sí que está bueno el libro este! Es mejor, mucho mejor que el arca de Noé. Aquí están pintados todos los animales del mundo. iY con colores, como el gigante! Sí, esta es, esta es la jirafa comiéndose la luna: este es el elefante, el elefante, con ese sillón lleno de niñitos. ]Oh, los perros, cómo corre, cómo corre este perro! jven acá, perro! ]te voy a pegar, perro, porque no quieres ve- nir! Y Nené, por supuesto, arranca la hoja. ;Y qué ve mi señora Nené? Un mundo de monos es la otra pintura. Las dos hojas del libro están llenas de monos: un mono colorado juega con un monito verde: un monazo de barba le muerde la cola a un mono tremendo, que anda como un hombre, con un palo en la mano: un mono negro está jugando en la yerba con otro amarillo: jaquellos, aquellos de los árboles son los monos niños! iqué graciosos! icómo juegan! ]se me- cen por la cola, como e] columpio! ]qué bien, qué bien saltan! ]uno dos, tres, cinco ocho, dieciséis, cuarenta y nueve monos agarrados por ]a cola! jse v* an a tirar al río. 1 ;se van a tirar al río! jvisst! jallá van todos! Y nené entusiasmada, arranca el libro las dos hojas. cQuien ]] ama a Ne’né, quién la llama? Su papá, su papá, que está mirándola desde la puerta. Nene no ve. Nene no oye. Le parece que su papá crece, que crece mucho, que llega hasta el techo, que es más grande que el gigante de] monte, que su papá es un monte que se le viene encima. Esta ca]] ada, callada, con la cabeza baja. con los ojos cerrados, con las hojas rotas en las manos caídas. Y su papá le está hablan- do:-“; Nene, no te dije que no tocaras ese libro? ¿Nené, tú no sabes que ese libro no es mio, y que vale mucho dinero, mucho? ¿Nené, tú no sabes que para pagar ese libro voy a tener que trabalar un año?“-- Nene, blanca como el papel, se alzó del suelo, con la cabe- cita caida, y se abrazo a las rodillas de SU papá:-“ Mi papá”, dije Nené, “ ]mi papá de mi corazón. r ;Enojé a mi papá bueno! ]Soy mala niña! iYa no voy a poder ir cuando me muera a la estrella azul!” 0. C. t. 18, p. 374- 379. OBRAS ESCOGIDAS. T. II 305 reales de ~~ léxico. a Tenochtitlán y a Texcoco; cuando en la “Retor- dacion florida” del capitán Fuentes, o en las Crónicas de Juarros, o en la historia del conquistador Bernal Diaz del Castillo, o en 10s i’iajes del inglés Tomás Gage, andan como si los tuviésemos de- lante, en sus vestidos blancos y con sus hijos de la mano, recitando versos y levantando edificios, aquellos gentíos de las ciudades de entonces, aquellos sabios de Chitchén, aquellos potentados de Uxmal, aquellos comerciantes de Tulán, aquellos artifices de Tenoch- titlán, aquellos sacerdotes de Cholula, aquellos maestros amorosos y nirios mansos de Utatlán, aquella raza fina que vivía al sol y no cerraba sus casas de piedra, no parece que se lee un libro de hojas amarillas, donde las eses son como efes y se usan con mucha ceremonia las palabras, sino que se ve morir a un quetzal, que lanza el ú! timo grito al ver su cola rota. Con la imaginación se ven cosas que no se pueden ver con los ojos. Se hace uno de amigos leyendo aquellos libros viejos. Allí hay héroes, y santos, y enamorados, y poetas, y apóstoles. Allí se des- criben pirámides más grandes que las de Egipto; y hazañas de aquellos gigantes que vencieron a las fieras; batallas de gigantes y hombres: y dioses que pasan por el viento echando semillas de pueblos sobre el mundo; y robos de princesas que pusieron a los pueblos a pelear hasta morir; y peleas de pecho a pecho, con bra- vura que no parece de hombres; y la deiensa de las ciudades vicio- sas contra los hombres fuertes que venían de las tierras del Norte; y la vida variada, simpática y trabajadora de sus circos y templos, de sus canales y talleres, de sus tribunales y mercados. Hay reyes como el chichimeca Netzahualpili, que matan a sus hijos porque faltaron a la ley, lo mismo que dejó matar al suyo el romano Bruto; hay oradores que se levantan llorando, como el tlascalteca Xicotencatl, a rogar a su pueblo que no dejen entrar al español, como se levantó Demóstenes a rogar a los griegos que no dejasen entrar a Filipo; hay monarcas justos como Netzahualcoyotl, el gran poeta- rey de los chichimecas, que sabe, como el hebreo Salomón, levantar templos magnificos al Creador del mundo, y hacer con alma de padre justicia entre los hombres. Hay sacrificios de jóvenes hermo- sas a los dioses invisibles del cielo, lo mismo que los hubo en Gre- cia, donde eran tantos a veces los sacrificios que no fue necesario hacer altar para la nueva ceremonia, porque el montón de cenizas de la última quema era tan alto que podían tender allí a las vícti- mas los sacrificadores; hubo sacrificios de hombres, como el del hebreo Abraham, que ató sobre los leños a Isaac su hijo, para matarlo con sus mismas manos, porque creyó oír voces del cielo que le mandaban clavar el cuchillo al hijo, cosa de tener satisfecho con esta sangre a su Dios; hubo sacrificios en masa, como los ha- bía en la Plaza Mayor, delante de los obispos y del rey, cuando la Inquisición de España quemaba a los hombres vivos, con mucho lujo de leña y de procesión, veían la quema las señoras madrileñas Las ruinas indias NO habría poema más triste y hermoso que el que se puede sacar de la historia americana. No se puede leer sin ternura, y sin ver como flores y plumas por el aire, uno de esos buenos libros viejos forrados de pergamino, que hablan de la América de los indios, de sus ciudades y de sus fiestas, del mérito de sus artes y de la gracia de sus costumbres. Unos vivian aislados y sencillos, sin vestidos y sin necesidades, como pueblos acabados de nacer; y empezaban a pintar sus figuras extrañas en las rocas de la orilia de los ríos, donde es más solo el bosque, y el hombre piensa más en ias mara- villas del mundo. Otros eran pu. eblos de más edad, y vivían en tri- bus, en aldeas de cañas o de adobes, comiendo lo que cazaban y pescaban, y peleando con sus vecinos. Otros eran ya pueblos hechos, con ciudades de ciento cuarenla mil casas, y palacios adornados de pintura de oro, y gran comercio en las calles y en las plazas, y templos de mármol con estatuas gigantescas de sus dioses. Sus obras no se parecen a las de los demás pueblos, sino como se pa- rece un hombre a otro. Ellos fueron inocentes, supersticiosos y terri. bles. Ellos irnaginaron su gobierno, su religión, su arte, su guerra, su arquitectura, su industria, su poesía. Todo lo suyo es interesante, atrevido, nuevo. Fue una raza artística, inteligente y limpia. Se leen como una novela las historias de los nahuatles y mayas de México, de los chibchas de Colombia, de los cumanagotos de Venezuela, de los quechuas del Perú, de los aimares de Bolivia, de !os charrúas del Uruguay, de los araucanos de Chile. El quetzal es el pájaro hermoso de Guatemala, el pájaro de verde brillante con la larga pluma, que se muere de dolor cuando cae cautivo, o cuando se le rompe o lastima la pluma de la cola. Es un pájaro que brilla a la luz, como las cabezas de los colibries, que parecen piedras preciosas, o joyas de tornasol, que de un lado fueran topacio, y de otro ópalo, y de otro amatista. Y cuando se lee en los viajes de Le Plongeon los cuentos de los amore: de la princesa maya Ara, que no quiso querer al príncipe Aak porque por el amor de Ara mató a su hermano Chaak; cuando en la historia del indio Ixtlilxochitl se ve vivir, elegantes, y ricas, a las ciudades 306 José Martí OBRAS ESCOGIDAS. T. ll 307 desde los balcones. La superstición y la ignorancia hacen bárbaros a los hombres en todos los pueblos, Y de los indios han dicho más de lo justo en estas cosas los españoles vencedores, que exageraban o inventaban los defectos de la raza vencida, para que la crueldad con que la trataron pareciese justa y conveniente. al mundo. Hay que leer a la vez lo que dice de los sacrificios de los indios el soldado español Bernal Díaz, y lo que dice el sacerdote Bartolomé de las Casas. Ese es un nombre que se ha de llevar en el corazón, como el de un hermano. Bartolomé de las Casas era feo y flaco, de hablar confuso y precipitado, y de mucha nariz; pero se le veia en el fuego limpio de los ojos el alma sublime. De México trataremos hoy, porque las láminas son de México. A México lo poblaron primero los toltecas bravos, que seguían, con los escudos de cañas en alto, al capitán que llevaba el escudo con rondelas de oro. Luego los toltecas se dieron al lujo; y vinieron del Norte con fuerza terrible, vestidos de pieles, los chichimecas bárbaros, que se quedaron en el país, y tuvieron reyes de gran sabiduría. Los pueblos libres de los alrededores se juntaron después, con los aztecas astutos a la cabeza, y les ganaron el gobierno a los chichimecas, que vivían ya descuidados y viciosos. Los aztecas gobernaron como comerciantes, juntando riquezas y oprimiendo al país; y cuando llegó Cortés con sus españoles, venció a los aztecas con la ayuda de los cien mil guerreros indios que se les fueron uniendo, a su paso por entre los pueblos oprimidos. Las armas de fuego y las armaduras de hierro de los españoles no amedrentaron a los héroes indios; pero ya no quería obedecer a sus héroes el pueblo fanático, que creyó que aquellos eran los sol- dados del dios Quetzalcoatl que los sacerdotes les anunciaban que volvería del cielo a libertarlos de la tiranía. Cortés conoció las riva- lidades de los indios, puso en mal a los que se tenían celos, fue separando de sus pueblos acobardados a los jefes, se ganó con rega- los o aterró con amenazas a los débiles, encarceló o asesinó a los juiciosos y a los bravos; y los sacerdotes que vinieron de España después de los soldados echaron abajo el templo del dios indio, y pusieron encima el templo de su dios. Y fqué hermosa era Tenochtitlán, la ciudad capital de los aztecas, cuando llegó a México Cortés! Era como una mañana todo el día, y la ciudad parecía siempre como en feria. Las calles eran de agua unas, y de tierra otras; y las plazas espaciosas y muchas; y los alrededores sembrados de una gran arboleda. Por los canales andaban las canoas, tan veloces y diestras como si tuviesen enten- dimiento: y había tantas a veces que se podía andar sobre ellas como sobre la tierra firme. En unas venían frutas, y en otras flo- res, y en otras jarros y tazas, y demás cosas de alfarería. En los mercados hervía la gente, saludándose con amor, yendo de puesto en puesto, celebrando al rey o diciendo mal de él, curioseando y vendiendo. Las casas eran de adobe, que es el ladrillo sin cocer, o de calicanto, si el dueño era rico. Y en su pirámide de cinco terra- zas se levantaba por sobre toda la ciudad, con sus cuarenta templos menores a los pies, el templo magno de Huitzilopochtli, de ébano y jaspes, con mármol como nubes y con cedros de olor, sin apagar jamás, a! fá en el tope, las llamas sagradas de sus seiscientos bra- seros. En las calles, abajo, la gente iba y venia, en sus túnicas cortas y sin mangas, blancas o de colores, o blancas y bordadas, y unos zapatos flojos, que eran como sandalias de botín. Por una esquina salía un grupo de niños disparando con la cerbatana se- millas de fruta, o tocando a compás en sus pitos de barro, de cami- no para la escuela, donde aprendían oficios de mano, baile y canto, con sus lecciones de lanza y flecha, y sus horas para la siembra y el cultivo: porque todo hombre ha de aprender a trabajar en el campo, a hacer las cosas con sus propias manos, y a defenderse. Pasaba un señorón con un manto largo adornado de plumas, y su secretario al lado, que le iba desdoblando el libro acabado de pin- tar, con todas las figuras y signos del lado de adentro, para que al cerrarse no quedara lo escrito por la parte de los dobleces. Detrás del señorón venían tres guerreros con cascos de madera, uno con forma de cabeza de serpiente, y otro de lobo, y otro de tigre, .y por afuera la piel, pero con el casco de modo que se les viese encima de la oreja las tres rayas que eran entonces la señal del valor. Un criado llevaba en un jaulón de carrizos un pájaro de amarillo de oro, para la pajarera del rey, que tenía muchas aves, y muchos peces de plata y carmín en peceras de mármol, escondidos en los laberintos de sus jardines. Otro venía calle arriba dando voces, para que abrieran paso a !os embajadores y salían con el escudo atado al brazo izquierdo, y la flecha de la punta a la tierra a pedir cautivos a los pueblos tributarios. En el quicio de su casa cantaba un carpintero, remendando con mucha habilidad una silla en figura de águila, que tenía caída la guarnición de oro y seda de la piel de venado del asiento. Iban otros cargados de pieles pintadas, parán- dose a cada puerta, por si les querían comprar la colorada o la azul, que ponían entonces como los cuadros de ahora, de adorno en las salas. Venía la viuda de vuelta del mercado con el sirviente detrás, sin manos para sujetar la compra en jarros de Cholula y de Guatemala; de un. cuchillo de obsidiana verde, fino como una hoja de papel; de un espejo de piedra bruñida, donde se veía la cara con más suavidad que en el cristal; de una tela de grano muy junto, que no perdía nunca el color; de un pez de escamas de plata y de oro que estaban como sueltas; de una cotorra de cobre esmal- tado, a la que se le iban moviendo el pico y las alas. 0 se paraban en la calle las gentes, a ver pasar a los dos recién casados, con la túnica del novio cosida a la de la novia, como para pregonar que estaban juntos en el mundo hasta la muerte: y detrás les corría 308 losé Mnrti OBRAS ESCOGIDAS. T. II 309 un chiquitín, arrastrando su carro de juguete, Otros hacían grupos para oír al viajero que contaba lo que venía de ver en la tierra brava de los zapotecas, donde había otro rey que mandaba en ios templos y en el mismo palacio real, y no salía nunca a pie, sino en hombros de los sacerdotes, oyendo las súplicas del pueblo, que pedía por su medio los favores al que manda al mundo desde el cielo, y a los reyes en el palacio, y a ios otros reyes que andan en hombros de los sacerdotes. Otros, en el grupo de al lado, decían que era bueno el discurso en que contb el sacerdote la historia de] guerrero que se enterró ayer, y que fue rico el funeral, con Ia ban- dera que decía las batallas que ganó, y los criados que llevaban en bandejas de ocho metales diferentes las cosas de comer que eran del gusto del guerrero muerto. Se oía entre las conversaciones de la calle el rumor de los arboles de los patios y el ruido de las limas y el martillo. iDe toda aquella grandeza quedan en el museo unos cuatro vasos de oro, unas piedras como yugo, de obsidiana pulida, y uno que otro anillo labrado! Tenochtitlán no existe. No existe Tulán, la ciudad de la gran feria. No existe Texcoco, el pueblo de los palacios. Los indios de ahora, al pasar por delante de las rui- nas, bajan la cabeza, mueven los labios como si dijesen algo, y mientras las ruinas no les quedan atrás, no se ponen el sombrero. De ese lado de México, donde vivieron todos esos pueblos de una misma lengua y familia que se fueron ganando el poder por todo el centro de la costa del Pacífico en que estaban los nahuatles, no quedó después de la conquista una ciudad entera, ni un templo en- tero. De Cholula, de aquella Cholula de los templos, que dejó asom- brado a Cortés, no quedan más que los restos de la pirámide de cuatro terrazas, dos veces más grande que la famosa pirámide de Cheops. En Xochicalco sólo está en pie, en la cumbre de su emi- nencia llena de túneles y arcos, el templo de granito cincelado, con las piezas enormes tan juntas que no se ve la unión, y la piedra tan dura que no se sabe ni con qué instrumento la pudieron cortar, ni con qué máquina la subieron tan arriba. En Centla, revueltas por la tierra, se ven las antiguas fortificaciones. El francés Char- nay acaba de desenterrar en Tula una casa de veinticuatro cuartos, con quince escaleras tan bellas y caprichosas, que dice que son “obra de arrebatador interés”. En la Quemada cubren el Cerro de los Edificios las ruinas de los bastimentos y cortinas de la fortale- za, los pedazos de las colosales columnas de pórfido. Mitla era la ciudad de los zapotecas: en Mitla están aún en toda su beldad las paredes del palacio donde el príncipe que iba siempre en hombros venía a decir al rey lo que mandaba hacer desde el cielo el dios que se creó a sí mismo, el Pitao- Cozaana. Sostenían el techo las columnas de vigas talladas, sin base ni capitel, que no se han caído todavía, y que parecen en aquella soledad más imponentes que las montañas que rodean el valle frondoso en que se levanta Mitla. De entre la maleza alta como los árboles, salen aquellas paredes tan hermosas, todas cubiertas de las más finas grecas y dibujos, sin curva ninguna, sino rectas y ángulos compuestos con mucha gracia y majestad. Pero las ruinas más bellas de México no están por allí, sino por donde vivieron los mayas, que eran gente guerrera y de mucho poder, y recibían de los pueblos del mar visitas y embajadores. De los mayas de Oaxaca es la ciudad célebre de Palenque, con su pa- lacio de muros fuertes cubiertos de piedras talladas, que figuran hombres de cabeza de pico con la boca muy hacia afuera, vestidos de trajes de gran ornamento, y la cabeza con penachos de plumas. LS grandiosa la entrada del palacio, con las catorce puertas, y aquellos gigantes de piedra que hay entre una puerta y otra. Por dentro y fuera está el estuco que cubre la pared lleno de pinturas rojas, azules, negras y blancas. En el interior está el patio, rodeado de columnas. Y hay un templo de la Cruz, que se llama así, porque en una de !as piedras están dos que parecen sacerdotes a los lados de una- como cruz, tan alta como ellos; sólo que no es cruz cristia- na, sino como la de los que creen en la religión de Buda, que tam- bién tiene su cruz. Pero ni el Palenque se puede comparar a las ruinas de los mayas yucatecos, que son más extrañas y hermosas. Por Yucatán estuvo el imperio de aquellos príncipes mayas, que eran de pómulos anchos, y frente como la del hombre blanco de ahora. En Yucatán están las ruinas de Zayi, con su casa grande, de tres pisos, y con su escalera de diez varas de ancho. Está Labna, con aquel edificio curioso que tiene por cerca del techo una hilera de cráneos de piedra, y aquella otra ruina donde cargan dos hom- bres una gran esfera, de pie uno, y el otro arrodillado. En Yucatán está Izamal, donde se encontró aquella Cara Gigantesca, una cara de piedra de dos varas y más. Y Kabah está allí también, la Kabah que conserva un arco, roto por arriba, que no puede ver sin sen- tirse como lleno de gracia y nobleza. Pero las ciudades que celebran los libros del americano Stephens, de Brasseur de Bourbourg y de Charnay, de Le Plongeon y su atrevida mujer, del francés Nadaillac, son Uxmal y Chitchén- Itzá, las ciudades de los pa! acios pintados, de las casas trabajadas lo mismo que el encaje, de los pozos pro- tundos y los magnificos conventos. Uxmal está como a dos leguas de Mérida, que es la ciudad de ahora, celebrada por su lindo campo de henequén, y porque su gente es tan buena que recibe a los ex- tranjeros como hermanos. En Uxmal son muchas las ruinas nota- bles, y todas, como por todo México, están en las cumbres de las pirámides, como si fueran los edificios de más valor, que quedaron en Pie cuando cayeron por tierra las habitaciones de fábrica más ligera. La casa más notable es la que llaman en los libros “del Gobernador”, que es toda de piedra ruda, con más de cien varas de frente y trece de ancho, y con las puertas ceñidas de un mar- co de madera trabajada con muv rica labor. A otra casa le dicen de 310 José .Morti las Tortugas y es muy curiosa por cierto, porque la piedra imita una como empalizada, con una tortuga en relieve de trecho en tre- cho. La Casa de las Monjas si es bella de veras: no es una casa sola, sino cuatro, que están en lo alto de la pirámide. A una de las casas le dicen de la Culebra, porque por fuera tiene cortada en la piedra viva una serpiente enorme, que le da vuelta sobre vuel- ta a la casa entera: otra tiene cerca del tope de la pared una corona hecha de cabezas de ídolos, pero todas diferentes y de mucha expre- sión, y arregladas en grupos que son de arte verdadero, por lo mismo que parecen como puestas allí por la casualidad: y otro de losedificios tiene todavía cuatro de las diecisiete torres que en otro tiempo tuvo, y de las que se ven los arranques junto al techo, como la cáscara de una muela cariada. Y todavía tiene Uxma! la Casa de! Adivino, pintada de colores diferentes, y la Casa de! Enano, tan pequeña y bien tallada que es como una caja de China, de esas que tienen labradas en la madera centenares de figuras, y tan graciosa que un viajero le llama “obra maestra de arte y elegancia”, y otro dice que “la Casa de! Enano es bonita como una joya”. La ciudad de Chitchén- Itzá es toda como la Casa del Enano. Es como un libro de piedra. Un libro roto, con las hojas por el suelo, hundidas en la maraña del monte, manchadas de fango, despeda- zadas. Están por tierra las quinientas columnas; las estatuas sin cabeza, al pie de las paredes a medio caer; las calles, de la yerba que ha ido creciendo en tantos siglos, están tapiadas. Pero de lo que queda en pie, de cuanto se ve o se toca, nada hay que no tenga una pintura finisima de curvas bellas, o una escultura noble, de nariz recta y barba larga. En las pinturas de los muros está el cuento famoso de la guerra de los dos hermanos locos, que se pelearon por ver quién se quedaba con la princesa Ara: hay procesiones de sacerdotes, de guerreros, de animales que parece que miran y cono- cen, de barcos con dos proas, de hombres de barba negra, de negros de pelo rizado; y todo con el perfil firme, y el color tan fresco y brillante como si aún corriera sangre por las venas de los artistas que dejaron escritas en jeroglíficos y en pinturas la historia del pueblo que echó sus barcos por las costas y ríos de todo Centroamé- rica, y supo de Asía por el Pacífico y de Africa por el Atlántico. Hay piedra en que un hombre en pie envía un rayo desde sus labios en- treabiertos a otro hombre sentado. Hay grupos y símbolos que pa- recen contar, en una lengua que no se puede leer con el alfabeto incompleto de! obispo Landa, los secretos del pueblo que construyó el Circo, el Castillo, el Palacio de las Monjas, el Caracol, el pozo de los sacrificios, lleno en lo hondo de una como piedra blanca, que acaso es la ceniza endurecida de los cuerpos de las vírgenes hermosas, que morían en ofrenda a su dios, sonriendo y cantando, como morían por el dios hebreo en el circo de Roma las vírgenes cristianas, como moría por el dios egipcio, coronada de flores y se- guida de! pueblo, la virgen más bella, sacrificada al agua de! río OBRAS ESCOGIDAS. T II 311 Nilo. CQuién trabajó como el encaje las estatuas de Chitchén- Itzá? (Adónde ha ido, adónde, el pueblo fuerte y gracioso que ideó la casa redonda del Caracol; la casita tallada de! Enano, la culebra grandiosa de la Casa de la linda la historia de América! s Monjas en Uxma!? iQué novela tan 0. c’., I. 18. p. 380- 389 La última página La Exposición de Paris Hay un cuento muy lindo de una r- tiria que estaba enamorada de la luna, y no la podían sacar al jardín cuando había luna en cl cielo, porque le tendía los bracitos como si la quisiera coger, y se desmayaba de la desesperación porque la luna no venía: hasta que un día, de tanto llorar, la niña se murió, en una noche de luna llena. La ndad de Oro no se quiere morir, porque nadie debe morirse mientras pueda servir para algo, y la vida es como todas las’cosas, que no debe deshacerlas sino el que puede volverlas a hacer. Es como robar, deshacer lo que no se puede volver a hacer. El que se mata, es un ladrón. Pero La Edad de Oro se parece a la niñita del cuento, porque siempre quiere escribir para sus amigos los niños más dc lo que cabe en el papel, que es como querer coger la luna. cNo les ofreció la Historia de la cuchara, el tenedor y el cuchilío para este número? Pues no cupo. Ni otras muchas cosas más que les tenía escritas. Así es la vida, que no cabe en eila todo el bien que pudiera uno hacer. Los niños debían juntarse una vez oor lo menos a la semana, para ver a quién podían hacerle algún’ bien, todos juntos. Y ahora nos juntaremos, el hombre de La Edad de Oro y sus amiguitos, y todos en coro, cogidos de la mano, les daremos gracias con el corazón, gracias como de hermano, a las hermosas señoras y nobles caballeros que han tenido el cariño de decir que La Edad de Oro es buena. 0. c., t. 18, p. 401 Los pueblos todos del mundo se han juntado este verano de 1889 en París. Hasta hace cien años, los hombres vivían como es- clavos de los reyes, que no los dejaban pensar, y les quitaban mu- cho de lo que ganaban en sus oficios, para pagar tropas con que peiear con otros reyes, y vivir en palacios de mármol y de oro, con criados vestidos de seda, y señoras y caballeros de pluma blanca, mientras los caballeros de veras, los que trabajaban en el campo y en la ciudad, no podían vestirse más que de pana, ni ponerle pluma al sombrero: y si decían que no era justo que los holgazanes viviesen de lo que ganaban los trabajadores, si decían que un país entero no debía quedarse sin pan para que un hombre solo y SUS amigos tuvieran coches, y ropas de tisú y encaje, y cenas con quince vinos, el rey los mandaba apalear, o los encerraba vivos en la pri- sión de la Bastilla, hasta que se morían, locos y mudos: y a uno le puso una máscara de hierro, y lo tuvo preso toda la vida, sm levantarle nunca la máscara. En todos los pueblos vivían los hom- bres así, con el rey y los nobles como los amos, y la gente de trabajo como animales de carga, sin poder hablar, ni pensar, ni creer, ni tener nada suyo, porque a sus hijos se los quitaba el rey para soldados, y su dinero se lo quitaba el rey en contribuciones, y las tierras, se las daba todas a los nobles el rey. Francia fue el pueblo bravo, el pueblo que se levantó en defensa de los hombres, el pue- bio que le quitó al rey el poder. Eso era hace cien años, en 1789. Fue como si se acabase un mundo, y empezara otro. Los reyes todos se juntaron contra Francia. Los nobles de Francia ayudaban a los reyes de afuera. L. a gente de trabajo, sola contra todos, peleó contra todos, y contra los no- bles, y los mat9 en la guerra y con la cuchilla de la guillotina. Sangró Francia entonces. como cuando abren un animal vivo y le arrancan las entrañas. Los hombres de trabajo se enfurecieron, se acusaron unos a otros, y se gobernaron mal, porque no estaban acostumbradns a gobernar. Vino a París un hombre atrevido y am bicioso, vio que los franceses vivían sin union, y cuando llegó de 314 Jost; Mar/¡ OBRAS ESCOGIDAS T ll 315 ganarles todas las batallas a los enemigos, mandó que lo llamasen emperador, y gobernó a Francia como un tirano. Pero los nobles ya no volvieron a sus tierras. Aquel rey del oro y la seda, ya no volvió nunca. La gente de trabajo se repartió las tierras de los nobles, y las del rey. Ni en Francia, ni en ningún otro país han vuelto los hombres a ser tan esclavos como antes. Eso es lo que Francia quiso celebrar después de cien anos con la Exposición de París. Para eso llamó Francia a París, en verano, cuando brilla más el sol, a todos los pueblos del mundo. Y eso vamos a ver ahora, como si lo tuviésemos delante de los ojos. Vamos a la Exposición, a esta visita que se están haciendo las razas humanas. Vamos a ver en un mismo jardín los árboles de todos los pueblos de la tierra. A la orilla del río Sena, vamos a ver la historia de las casas, desde la cueva del hombre troglodita, en una grieta de la roca, hasta el palacio de granito y ónix. Vamos a subir, con los noruegos de barba colorada, con los negros senegaleses de cabello lanudo, con los anamitas de moño y turbante, con los árabes de babuchas y albornoz, con el inglés callado, con el yanqui celoso, con el italiano fino, con el francés elegante, con el español alegre, vamos a subir por encima de las catedrales más altas, a la cúpula de la torre de hierro. Vamos a ver en sus pala- cios extraños y magníficos a nuestros pueblos queridos de América. Veremos, entre lagos y jardines, en monumentos de hierro y por- celana, la vida uel hombre entera, y cuanto ha descubierto y hecho desde que andaba por los bosques desnudo hasta que navega por lo alto del aire y lo hondo de la mar. En un templo de hierro, tan ancho y hermoso que se parece a un cielo dorado, veremos traba- jando a la vez todas las máquinas y ruedas del mundo. De debajo de la tierra, como de un volcán de joyas, vamos a ver salir, en lluvias que parecen de piedras finas, trescientas fuentes de colores, que caen chispeando en un lago encendido. Vamos a ver vivir, como viven en sus países de luz, al javanés en su casa de cañas, al egipcio cantando detrás de su burro, al argelino que borda la lana a la sombra del palmar, al siamés que trabaja la madera con los pies y las manos, al negro del Sudán, que sale ojeando, con la lanza de punta, de su conuco de tierra; al árabe que corre a ca- ballo, disparando la espingarda, por la calle de dátiles, con el al- bornoz blanco al viento. Bailan en un café moro. Pasan las bailari- nas de Java, con su casco de plumas. Salen de su teatro, vestidos de tigres, los cómicos cochinchínos. Hombres de todos los pueblos andan asombrados por las calles morunas, por las aldeas negras, por el caserío de bambú javanés, por los puentes de junco de los malayos pescadores, por el jardín criollo de plátanos y naranjos, por el rincón donde, de su techo labrado como un mueble rico, le- vanta su torre ceñida de serpientes la pagoda. Y para nosotros, los niños, hay un palacio de juguetes, y un teatro donde están como vivos el pícaro Barba Azul y la linda Caperucita Roja. Se le ve al pícaro la barba como el fuego, y los ojos de león. Se le ve a la Ca- perucita el gorro colorado, y el delantal de lana. Cien mil visitantes entran cada día en la Exposición. En lo alto de la torre flota al viento la bandera de tres colores de la República Francesa. Por veintidós puertas se puede entrar a la Exposición. La en- trada hermosa es por el palacio del Trocadero, de forma de herra- dura, que quedó de una Exposición de antes, y está ahora lleno de aquellos trabajos exquisitos que hacían con plata para las igle- sias y las mesas de los príncipes los joyeros del tiempo de capa y espadón, cuando los platos de comer eran de oro, y las copas de beber eran como los cálices. Y del palacio se sale al jardín, que es la primera maravilla. De rosas nada más, hay cuatro mil qui- nientas diferentes: hay una rosa casi azul. En una tienda de listas blancas y rojas venden unas mujeres jóvenes las podaderas afila- das, los rastrillos de acero pulido, las regaderas como de juguete con que se trabaja en los jardines. La tierra está en canteros, ro- deados de acequias, por donde corre el agua clara, haciendo a los canteros como islotes. Uno está lleno de pensamientos negros; y otro de fresas como corales, escondidas entre las hojas verdes; y otro de chícharos, y de espárragos, que dan la hoja muy linda. Hay un cantero rojo y amarillo, que es de tulipanes. Un rincón es de enredaderas, y el de al lado de helechos gigantescos, con hojas como plumas. En un laberinto flotan sobre el agua la ninfea, y el ne- lumbio rosado del Indostán, y el loto del río Nilo, que parece una lira. Un bosque es de árboles de copa de pico: pino, abeto. Otro es de árboles desfigurados, que dan la fruta pobre, porque les qui- tan a las ramas su libertad natural. Dentro de un cercado de cañas están los lirios y los cerezos del Japón, en sus tibores de porcelana blanca y azul. Al pie de un palmar, con las paredes de cuanto tronco hay, está en pabellón de Aguas y Bosques, donde se ve cómo se ha de cuidar a los árboles, que dan hermosura y felicidad a la tierra. A la sombra de un arce del Japón, están, en tazas rústicas, la we- Ilingtonia del Norte, que es el pino más alto, y la araucaria, el pino de Chile. Por sobre un puente se pasa el río de París, el Sena famoso, y ya se ven por todas partes los grupos de gente asombrada, que vienen de los edificios de orillas del río, donde está la Galería del Trabajo, en que cuecen los bizcochos en un horno enorme, y destilan licor del alambique de bronce rojo, y en la máquina de cilindro están moliendo chocolate con el cacao y el azúcar, y en las bandejas calientes están los dulceros de gorro blanco haciendo caramelos y yemas: todo lo de comer se ve en la Galería, una mon- taña de azúcar, un árbol de ciruelas pasas, una columna de jamo- nes: y en la sala de vinos, un tonel donde cabrían quince convidados a la mesa, y un mapa de relieve, que todos quieren ver a un tiem- po, donde está todo el arte del vino,- la cepa con los racimos, los hombres cogiendo en cestos la uva en el mes de la vendimia, la 316 1oS. i Marfi OBRAS ESCOGIDAS. T II 317 artes2 donde fermata ía vid machwada, la cueva fría donde ponen el mosto a reposar, y luego el vino puro, como topacio deshecho, v 12 botella de donde salta con su espuma olorosa el champaca. (, erca está la historia entera del cultivo del campo, en modelos de realce, y en cuadros y libros; y un pabellón de arados de acero relucientes; y una colmen2 de abejas de miel, junto 21 moral de hoja veliuda en que se cría el gusano de seda; y los semilieros de peces, que nacen de los huevos presos en cajones de agua, y luego salen 2 crecer a miles por la mar y los ríos.- Los más admirados son los que vienen de ver las cuarenta y tres Habitaciones del Hombre. La vida del hombre está allí desde que apareció por pri- mera vez en la tierra, peleando con el oso y el rengifero, para abri- garse de la helada terrible con 12 piel, acurrucado en sti cueva. Así nacen los pueblos hoy mismo. El salvaje imita las grutas de los bosques o los agujeros de la roca: luego ve el mundo hermoso, y siente con el cariño deseo de regalar, y se mira el cuerpo en el agua del río, y va imitando en la madera y 12 piedra de sus casas todo lo que le parece hermosura, su cuerpo de hombre, los pájaros, una flor, el tronco y la copa de los árboles. Y cada pueblo crece imitando lo que ve a su alrededor, haciendo sus casas como las hacen sus vecinos, enseñándose en sus casas como es, si de clima frío o de tierra caliente, si pacífico o amigo de pelear, si artístico y natural, o vano y ostentoso. Allí están las chozas de piedra bru- ta, y luego pulida, de los primeros hombres: la ciudad lacustre del tiempo en que levantaban !as casas en el lago sobre pilares, para que no las atacasen las fieras; las casas altas, cuadradas y ligeras, de mirador corrido, de los pueblos de sol que eran antes las grandes naciones, el Egipto sabio, la Fenicia comerciante, la Asiria guerreadora. La casa del Indostán es alta como ellas. La de Persia es ya un castillo, de ric’a loza azul, porque allí saltan del suelo las piedras preciosas, y las flores y las aves son de mucho color. Parece una familia de casas la de los hebreos, los griegos y los romanos, todas de piedra, y bajas, con tejado o azotea; y se ve, por lo semejantes, que eran del país la casa etrusca y la bizan- tina. Por el norte de Europa vivían entonces los hunos bárbaros como allí se ve, en su tienda de andar; y el germano y el galo en sus primeras casas de madera, con el techo de paja. Y cuando con las guerras se juntaron los pueblos. tuvo Rusia esa casa de ador- nos y colorines, como la cas2 hindú, y los bárbaros pusieron en sus caserones la piedra labrada y graciosa de los italianos y los grie- gos. Luego, 21 fin de la edad que medió entre aquella pelea y el descubrimiento de América, volvieron los gustos de antes, de Grecia y de Roma, en las casas graciosas y ricas del Renacimiento. En América vivian los indios en palacios de piedra con adornos de oro, como ese de los aztecas de México, y ese de los incas del Perú. Al moro de Africa se le ve, por su casa de piedra bordada, que conoció a los hebreos, y vivió en bosques de palmeras, defen- diéndose de sus enemigos desde la torre, viendo en el jardín 2 la gacela entre las rosas y en la arena de 12 orilla los caprichos de espuma de la mar. El negro del Sudán, con su casa blanca de techo rodeado de campanillas, parece moro. El chino ligero, que vive de pescado y arroz, hace su casa de tabla y de bambú. El japonés vive tallando el marfil, en sus casas de estera y tabloncillo. Allí se ve donde habitan ahora los pueblos salvajes, el esquimal en su casa redonda de hielo, en su tienda de pieles pintadas el indio norteamericano: pintadas de animales raros y hombres de cara re- donda, como los que pintan los niños. Pero adonde va el gentío con un silencio como de respeto es a 12 torre Eiffel, el más alto y atrevido de los monumentos huma- nos. Es como el portal de la Exposición. Arrancan de la tierra, ro- deados de palacios, sus cuatro pies de hierro; se juntan en arco, y van ya casi unidos hasta el segundo estrado de 12 torre, alto como la pirámide de Cheops: de allí fina como Un encaje, valien- te como un héroe, delgada como una flecha, sube más arriba que el monumento de Washington, que era la altura mayor entre las obras humanas, y se hunde, donde no alcanzan los ojos, en lo azul, con 12 campanilla, como la cabeza de los montes, coronada de nubes.- Y todo, de la raíz al tope, es un tejido de hierro. Sin apoyo apenas se levantó por el aire. Los cuatro pies muerden, como raíces enor- mes, en el suelo de arena. Hacia el río, por donde caen dos de los pies, el suelo era movedizo, le hundieron dos cajones, les sacaron de adentro la arena floja, y los llenaron de cimiento seguro. De las cuatro esquinas arrancaron, como para juntarse en lo alto, los cuatro pies recios: con un andamio fueron sosteniendo las piezas más altas, que se caían por la mucha inclinación: sobre cuatro pilares de tablones habían levantado el primer estrado, que como una corona lleva alrededor los nombres de los grandes ingenieros franceses: allá en el aire, una mafíana hermosa, encajaron los cua- tro pies en el estrado, como un2 espada en una vaina, y se sostuvo sin parales la torre: de allí, como lanzas que apuntaban al cielo, salieron las vergas delicadas: de cada una colgaba una grúa: allá arriba subían, danzando por el aire, los pedazos nuevos: los obre- ros, agarrados a la verga con las piernas como el marinero 21 cor- daje del barco, clavaban el ribete, como quien pone el pabellón de la patria en el asta enemiga: así, acostados de espalda, puestos de cara al vacío, sujetos a la verga que el viento sacudía como una rama, los obreros, con blusa y gorro de pieles, ajustaban en in- vierno, en el remolino del vendaba1 y de la nieve, las piezas de es- quina, los cruceros, los sostenes, y se elevaba por sobre el universo, como si fuera a colgarse del cielo, aquella blonda calada: en SU navecilla de cuerdas se balanceaban, con la brocha del rojo en las manos, los pintores. iE mundo entero va ahora como moviéndose en la mar, con todos los pueblos humanos a bordo, y del barco del mundo, la torre es el mástil! Los vientos se echan sobre la torre, 318 José Marti como para derribar a la que los desafía, y huyen por el espacio azul, vencidos y despedazados.- Allá abajo la gente entra, como las abejas en el colmenar: por los pies de la torre suben y bajan, por la escalera de caracol, por los ascensores inclinados, dos mil visitantes a la vez; los hombres, como gusanos, hormiguean entre las mallas de hierro; el cielo se ve por entre el tejido como en grandes triángulos azules de cabeza cortada, de picos agudos. Del primer estrado abierto, con sus cuatro hoteles curiosos, se sube, por la escalinata de hélice, al descanso segundo, donde se escribe y se imprime un diario, a la altura de la cúpula de San Pedro. El cilindro de la prensa da vueltas: los diarios salen húmedos: al visi- tante le dan una medalla de plata. Al estrado tercero suben los valientes, a trescientos metros sobre la tierra y el mar, donde :lo se oye el ruido de la vida, y el aire, allá en la altura, parece que limpia y besa: abajo la ciudad se tiende, muda y desierta, como un mapa de relieve: veinte leguas de ríos que chispean, de valles iluminados, de montes de verde negruzco, se ven con el anteojo; sobre el estrado se levanta la campanilla, donde dos hombres, en su casa de cristal, estudian los animales del aire, la carrera de las estrellas, y el camino de los vientos. De una de las raíces de ia torre sube culebreando por el alambre vibrante la electricidad, que enciende en el cielo negro el faro que derrama sobre París sus ríos de luz blanca, roja y azul, como la bandera de la patria. En lo alto de la cúpula, ha hecho su nido una golondrina. Por debajo de la torre se va, sin poder hablar del asombro, a los jardines llenos de fuentes, y rodeados de palacios, y el más grande de todos al fondo, donde caben las muestras de cuanto se trabaja en la humanidad, con la puerta de hierro bordado y lleno de guirnaldas, como se labraba antes el oro de los ricos; y sobre el portón, imitando la bóveda del cíelo, la cúpula de porcelanas relucientes; y en la corona, abriendo las alas como para volar, una mujer que lleva en la mano una rama de oliva: a la entrada del pórtico está, con una mano en la cabeza de un león, la Libertad, en bronce. Y delante de la gran fuente, donde van por el agua los hombres y mujeres que los poetas de antes dicen que hubo en la mar, las nereidas y los tritones, llevando en hombros, como sí fueran un triunfo, la barca donde, en figuras de héroes y heroínas, el progreso, la ciencia, y el arte dan vivas a la república, sentada más alta que todos, que levanta la antorcha encendida sobre sus alas. A cada lado del jardín desde el palacio grande hasta la torre, hay otro palacio de oros y esmaltes, uno para las estatuas y los cuadros, donde están los paisajes ingleses de montes y animales, las pinturas graciosas de los italianos, con campesinos y con ni- nos, los cuadros españoles de muertes y de guerra, con sus fi- guras que parecen vivas, y la historia elegante del mundo en los cuadros de Francia. De las Bellas Artes le llaman a ese, y al del otro lado, el palacio de las Artes Liberales, que son las de los OBRAS ESCOGIDAS. T II 319 trabajos de utilidad, y todas las que no sirven para mero adorno. La historia de todo se ve alli: del grabado, la pintura, la escultura, las escuelas, la imprenta. Parece que se anda, por 10 perfecto y fino de todo, entre agujas y ruedas de reloj. Alli se ve, en miniatura de cera, a los chinos observando en su torre los astros del cielo; alli está el químico Lavoissier, de medias de seda y chupa azul, soplando en su retorta, para ver cómo está hecho el pedrusco que cavó a la tierra de una estrella rota y fría: allí, entre las figuras de’ las diferentes razas del hombre, están sentados por tierra, tra- bajando el pedernal, como los que desenterraron en Dinamarca hace poco, cabezudos y fuertes, los hombres de la edad de bronce. Y va estamos al pie de la torre: un bosque tiene a un lado, y otro bosque al otro. Uno tiene más verde, y es como una selva de recreo, con su casa sueca de pino, llenas de flores las ventanas, a la orilla de un lago; y la isba de puerta bordada y techo de picos en que vive el labrador ruso; y la casa linda de madera, con ven- tanas de triángulo, en que pasa los meses de nevada el fílandés, enseñando a sus hijos a pintar y a pensar, a amar a los poetas de Finlandia, y a componer el arpón de la pesca y el trineo de la ca- cería, mientras talla el abuelo el granito como ópalo, o saca botes y figuras de una rama seca, y las mujeres de gorro alto y delantal tejen su encaje fino, junto a la chimenea de madera labrada. Hay teatro allí, y lecherías, y una casa de anchos comedores, y criados de chaqueta negra, que pasan con las botellas de vino en cestos a la hora de comer, cuando los pájaros cantan en los árboles. Pero al otro lado es donde se nos va el corazón, porque allí están, al pie de la torre, como los retoños del plátano alrededor del tronco, los pabellones famosos de nuestras tierras de América, elegantes y ligeros como un guerrero indio: el de Bolivia como el casco, el de México como el cinturón, el de la Argentina como el penacho de colores: iparece que la miran como los hijos al gigante! iEs bueno tener sangre nueva, sangre de pueblos que trabajan! El de Brasil está allí también, como una iglesia de domingo en un palmar, con todo lo que se da en sus selvas tupidas, y vasos y urnas raras de los indios marajos del Amazonas, y en una fuente una victoria- regia en que puede navegar un niño, y orquídeas de extraña flor, y sacos de café, y montes de diamantes. Brilla un sol de oro allí por sobre los árboles y sobre los pabellones, y es el sol argentino, puesto en lo alto de la cúpula, blanca y azul como la bandera del país, que entre otras cuatro cúpulas corona, con grupos de estatuas en las esquinas del techo, el palacio de hierro dorado y cristales de color en que la patria del hombre nuevo de América convida al mundo lleno de asombro, a ver 10 que puede hacer en pocos anos un pueblo recién- nacido que habla español, con la pasión por el trabajo y la libertad icon la pasión por el trabajo!: lmejor es morir abrasado por el sol que ir por el mundo, como una piedra vtva, con los brazos cruzados! Una estatua señala a la puerta un mapa 320 /ose Mor/ i donde se ve de realce la república, con el río por donde entran al país los vapores repletos de gente que va a trabajar; con las mon- tanas que crían sus metales, y las pampas estensas, cubiertas de ganados. De relieve está allí la ciudad modelo de La Plata, que apareció de pronto en el llano silvestre, con ferrocarriles, y puerto, y cuarenta mil habitantes, y escuelas como palacios. Y cuanto dan la oveja y el buey se ve allí, y todo lo que el hombre atrevido puede hacer de la bestia: mil cueros, mil lanas, mil tejidos, mil industrias: la carne fresca en la saia de enfriar: crines, cuernos, ca- pullos, plumas, paños. Cuanto el hombre ha hecho, el argentino lo intenta hacer. De noche, cuando el gentío llama a la puerta, se encienden a la vez, en sus globos de cristal blanco y azul, y rojo y verde, las mil luces eléctricas del palacio. Como con un cinto de dioses y de héroes está el templo de acero de México, con la escalinata solemne que lleva al portón, y en lo alto de él el sol Tonatiuh, viendo como crece con su calor la diosa Cipactli, que es la tierra: y los dioses todos de la poesía de los indios, los de la caza y el campo, los de las artes y el comercio, están en los dos muros que tiene la puerta a los lados, como dos alas; y los últimos valientes. Cacama, Cuitláhuac y Cuauhtémoc, que murieron en la pelea, o quemados en las parrillas, defendiendo de los conquistadores la independencia de su patria: dentro, en las pinturas ricas de las paredes, se ve cómo eran los mexicanos de entonces, en sus trabajos y en sus fiestas, la madre viuda dando su parecer entre los regidores de la ciudad, los campesinos sacando el aguamiel del tronco del agave, los reyes haciéndose visitas en el lago, en sus canoas adornadas de flores. iY ese templo de acero lo levantaron, al pie de la torre, dos mexicanos, como para que no les tocasen su historia, que es como madre de un país, los que no la tocaran como hijos!: con fiereza, iasí se debe querer a la tierra en que uno nace: con ternura! Las cortinas hermosas, las vidrieras de caoba en que están las filigranas de plata, los tejidos de fibras, las esencias de olor, los platos de esmalte y las jarras de barniz, los ópalos, los vinos, los arneses, los azúcares; todo tiene por adorno letras y figuras indias. Vivos parecen, con sus trajes de cuero de flecos y galones, y sus sombreros anchos con trenzado de plata y oro, y su zarape al hombro, de seda de color, vivos como si fueran a montar a caballo, los maniquíes del estanciero rico, del joven ele- gante que cuida de su hacienda, y sabe “voltear” un toro. A la puer- ta, a un lado, troncos colosales de madera fina repulida; y al otro, de color de rosa y verdemar, la pirámide del mármol transparen- te de la tierra, del ónix que parece nube cuajada de la puesta de sol. Del techo cuelga, verde y blanca y roja, la bandera del águila. Y juntos como hermanos, están otros pabellones más: el de Bolivia, la hija de Bolívar, con sus cuatro torres graciosas de cúpula dorada, lleno de cuarzos de mineral riquisimo, de resto‘; del hom. l> re salvaje y los animales como montes que hubo antes en Ame- rica. y de hojas de coca, que dan fuerza al cansado para seguir ;Irldarido: cl del Ecuador, que eS un templo inca, con dibujos y adornos como los que los indios de antes ponian en los templos ~cl Sol. y adentro los metales y cacaos famosos, y tejidos y bordados tie mucha finura, en mostradores de cristal y de oro: el pabellón de \‘ cnezucla, con su fachada como de catedral, y en la sala espaciosa !alltil muestra de café, y pilones de su panela dulce, y libros tic vc‘ r- ic~ y de ingeniería, y zapatos ligeros y finos: el pabellón de Nicaragua con su tejado rojo, como los de las casas del país, y sus balones de los lados, con los cacaos y vainillas de aroma y aves de plumas de uro y esmeralda, y piedras de metal con luces de arco- iris, y maderos que dan sangre de olor; y en la sala del centro, el mapa del canal que van a abrir de un mar a otro de América, entre los restos de las ruinas. Tiene ventanas anchas como las casas sal- vadorctias, y un balcón de madera muy hermoso, el pabellón del Salvador, que es país obrero, que inventa y trabaja fino, y en el campo cultiva la caña y el café, y hace muebles como los de París, y sedas como las de Lyon, y bordados como los de Burano, y lanas de tinte alegre, tan buenas como las inglesas, y tallados de mucha gracia en la madera y en el oro. Por un pórtico grandioso se entra, entre sacos de trigo y muestras de mineral, al palacio de hierro de Chile: allí la madera fuerte de los bosques del indio araucano, 10s vinos topacios y rojos, las barras de plata y oro mate, las artes todas de un pueblo que no se quiere quedar atrás, la sal y el ar- busto colorado del desierto: al fondo hay como un jardín: las pare- des están llenas de cuadros de números. Y allí, al lado de Chile, entraríamos ahora al Palacio de los Niilos. donde juegan los chiquitines al caballito y al columpio, y ven hacer barcos de cristal dc Venecia, y las mullecas que hace cl japones, envolviendo con el palitroque alrededor de una varita las pastas blandas de colores diferentes: y hace un daimio con su sable, y un mikado de ahora, con su levita a la francesa: ioh. cl teatro! ioh, el hombre que está haciendo los confites! ;oh, el perro que sabe multiplicar! ioh, el gimnasta que anda a caballo en una rueda! iy el palacio es de juguetes todo por afuera, desde el quicio hasta los banderines del techo! Pero, si no tenemos tiempo, ;cómo hemos de pararnos a jugar, nosotros, niños de América, si todavía hay tanto que ver, si no hemos visto todos los pabellones de nuestras tierras americanas? ;Y esta casa de madera tan franca y tan ami- ga, que convida a la gente a entrar a ver todo lo que da la tierra volcánica de su pais, uva y café, enredaderas y tigres, cocos y pájaros, los ileva a su colgadizo con cortinas, a tomar en jícaras labradas su chocolate de espuma?: es el de Guatemala ese pabellón generoso. Y ese otro elegante, con tantas maderas, es el de la tierra donde se saben defender con ramas de árboles de los que OBRAS ESCOGIDAS T. II 323 322 José Morti vienen de afuera a quitarles el pais: de Santo Domingo. Ese otro es del Paraguay, ese de la torre de mirador, con las ventanas y puertas como de nación de mucho bosque, que imita en sus casas las grutas y los arcos de los árboles. Y ese otro suntuoso que tiene torres como lanzas y alegría como de salón; ese que ha dado una parte dc sus salas a dos pueblos de nuestra familia,- a Colombia, que tiene ahora mucho que hacer, al Perú, que está triste después de una guerra que tuvo,- ese es el pueblo bravo y cordial de Uru- guay, que trabaja con arte y placer, como el de Francia, y peleó nue- ve años contra un mal hombre que lo quería gobernar, y tiene un poeta de América que se llama Magariños: vive de sus ganados el Uruguay, y no hay pueblo en el mundo que haya inventado tantos modos de conservar la carne buena, en el tasajo seco, en caldos que parecen vino, en la pasta negra de Liebig, y en bizcochos sa- brosos: y en la torre, que se parece a una lanza, flota, como lla- mando a los hombres buenos, la bandera del sol, de listas blancas y azules. iY tener que pasar tan de prisa por los palacios de una tierra enana como Holanda, donde no hay holandés que no sea feliz, y viva como en pueblo grande, por su trabajo de marino, de inge- niero, de impresor, de tejedor de encaje, de tallador de diamantes; de un pueblo como Bélgica, que sabe tanto de cultivos, y de hacer carruajes, y casas, y armas, y lozas, y tapices, y ladrillos! No po- demos ver el pabellón de Suiza, con su escuela modelo, sus quesos como ruedas y su taller de relojes; ni el de Hawai, que es país donde saben leer, y trabaja el hombre de la isla, al pie del volcán de fuego, la lava y la pluma; ni el de la República de San Marinoiquién sabe dónde está San Marino?- con sus cristales pintados famo- sos y sus familias de escultores. Esa de la puerta tallada de colores es Servia, de cerca de Rusia, donde hacen tapicería fina y mosaicos: y ese comedor, con su techo de aleros, es de Rumania, donde el más pobre viste de paños bordados, y comen la carne casi cruda con mucha pimienta en platos de madera, y beben leche de búfalo. Está llena de sedas con recamos de flores y pájaros, llena de palanquines y colmillos de elefante, esa casa de dos techos de Siam, el pueblo de la ceremonia y del arroz. ¿Y a China quién no la conoce, con su pabellón de tres torres, donde no caben las cor- tinas con árboles y demonios de oro, ni las cajas de marfil con dibujos de relieve, ni el tapiz donde están, con los siete colores de la luz, los pájaros que van de corte por el aire, cuando llega el mes de mayo, a saludar al rey y la reina, que son dos ruiseñores que fueron al cielo a ver quién se sienta en las nubes, y se trajeron un nido de rayos de sol? iOh, cuánto hay que ver! ¿Y ,el palacio hindú, de rojo oscuro con los ornamentos blancos, como los bor- dados de trencilla en un vestido de mujer, y tan tallado todo, las ventanas menudas y la torre, como la fuente de mármol, las colum- nas de pórfido, los leones de bronce que adornan la sala, colgada de tapicerías? ¿Y el Japón, que es como la China, con más gracia y delicadeza, y unos jardineros viejos que quieren mucho a los niños? ¿Y Grecia, esa de la puerta baja con un muro a cada lado, con la historia de antes en uno, antes de que los romanos la vencieran cuando fue viciosa, y la vida del trabajo de hoy, en antigüedades, en mármoles rojos, en sedas finas, en vinos olorosos, desde que re- sucitó con la vuelta a la libertad, y tiene ciudades como Pireo, Sira- cusa, Corfú y Patras, que valen ya por lo trabajadoras tanto como las cuatro famosas de la Grecia vieja: Atenas, Esparta, Tebas y Corinto? <Y Persia, con su entrada religiosa de mezquita, de techo de azul vivo, y adentro, entre colgaduras verdes y amarillas, las cazoletas cinceladas de quemar los olores, los chales de seda que caben por una sortija, los alfanjes de puño enjoyado que cortan el hierro, las violetas azucaradas y las conservas de hojas de rosa? i,\ r ci bazar de los marroquíes, con su arquería blanca que reluce al sol, y sus moros de turbante y babucha, bruñendo cuchillos, tiñendo el cuero blando, trenzando la paja, labrando a martillazos el cobre, bordando de hilo de oro el terciopelo? ¿Y la calle del Cairo, que es una calle egipcia como en Egipto, unos comprando albornoces, otros tejiendo la lana en el telar, unos pregonando sr? s confites, y otros tra- bajando de joyeros, de torneros, de alfareros, de jugueteros, y por todas partes, alquilando el pollino, los burreros burlones, y allá arri- ba, envuelta en velos, la mora I ermosa, que mira desde su balcón de persianas caladas? iOh, no hay tiempo! Tenemos que ir a ver la maravilla mayor, y el atrevimiento que ablanda al verlo el corazón, y hace sentir como deseo de abrazar a los hombres y de llamarlos hermanos. Volvamos al jardín. Entremos por el pórtico del Palacio de las Industrias. Pasemos, con los ojos cerrados, por la galería de las ca- torce puertas, donde cada país exhibe sus trabajos mejores, y cada industria compuso la puerta de su departamento, la platería con platas y oros y dos columnas de piedra azul, la locería con porce- lana y azulejos, la de muebles con madera esculpida como hojas de flor, y la de hierro con picos y martillos, y la de armas con ruedas, cureñas, balas y cañones, y asi todas. Por un corredor que hace pensar en cosas grandes, se va a la escalera que lleva al halcón del monumento: se alzan los ojos: y se ve, llena de luz de sol, una sala de hierro en que p jirían moverse a la vez dos mil caballos, en que podrían dormir treinta mil hombres. iY toda está cubierta de máquinas, que dan vueltas, que aplastan, que silban, que echan luz, que atraviesan el aire calladas, que corren temblando Por debajo de la tierra! En cuatro hileras están en el centro las maquinas mayores. De un horno rojo les viene la fuerza. Viene Por correas, que no se ven de lo ligeras que andan. De cuatro filas de Postes cuelgan las ruedas de las correas. Alrededor, unidas, están todas las máquinas del mundo, las que hacen polvo de acero, las que afilan las agujas. Unas mujeres de delantal colorado trabajan el . papel holandés. Un cilindro, que parece un elefante que se mueve, está cortando sobres. Un mortero separa el grano de trigo de la cáscara. Un anillo de hierro está en el aire por la electricidad, sin nada que lo sujete. Allí se funden los metales con que se hacen las letras de imprimir, allí se hace el papel de tela o de madera, allí la prensa imnrime el diario, io echa del otro lado, lo devuelve, húmedo. Una maquina echa aire en el pozo de una mina, para que no se ahoguen los mineros. Otra aplasta la caña, y echa un chorro de miel. iPues da ganas de llorar, el ver las máquinas desde el balcón! Rugen, susurran, es como la mar: el sol entra a torren- tes. De noche, un hombre toca un botón, los dos alambres de la luz se juntan, y por sobre las máquinas, que parecen arrodilladas en la tiniebla, derrama la claridad, colgado de la bóveda, el cielo eléctrico. Lejos, donde tiene Edison sus invenciones, se encienden de un chispazo veinte mil luces, como una corona. Hay panoramas de Paris, y de Nápoles con su volcán, y del Mont Blanc, que da frío verlo, y de la rada de Río Janeiro. Hay otro que es un centro de un puente de un buque, y parece por la pintura que está allí el buque entero, y el cielo y el mar. Hay el palacio de las pinturas finas de los acuarelistas, y otro, con adornos como de espejo, de los que pintan al pastel. Hay los dos pabellones de París, donde se aprende a cuidar una ciudad grande. Hay talleres por los arrabales de la Exposición, donde se ve, ipara que el egoísta aprenda a ser bueno!, el trabajo del hombre en las minas de hulla, en el fondo del agua, en los tanques donde hierve, como fango, el oro. Hay, allá lejos, negras y feas, las hornallas donde echan el car- bón para el vapor los hombres tiznados. Pero adonde todos van es al campo que tiene delante el palacio donde los soldados mancos y cojos cuidan la sepultura de .piedra de Napoleón, rodeada de ban- deras rotas: iy en lo alto del palacio, la ctipula dorada! Todos van, a ver los pueblos extraños, a la Explanada de los Inválidos. De paso no más veremos el palacio donde está todo lo de pelear: el globo que va por el aire a ver por donde viene el enemigo: las palomas que saben volar con el recado tan arriba que no las alcan- zan las balas: iy alguna les suele alcanzar, y la paloma blanca cae llena de sangre en la tierra! De paso veremos, en el pabellón de la República del Africa del Sur, el diamante imperial, que sacaron allá de la tierra, y es el más grande del mundo. Aquí están las tiendas de los soldados, con los fusiles a la puerta. Allá están, graciosas, las casas que los hombres buenos quieren hacer a los tra- bajadores, para que vean luz ios domingos, y descansen en su casita limpia, cuando vienen cansados. Allí, con su torre como la flor de la magnolia, está la pagoda de Cambodia, la tierra donde ya no viven, porque murieron por la libertad, aquellos Kmers que ha- cian templos más altos que los montes. Allí está, con sus columnas de madera, el palacio de Cochinchina, y en el patio su estanque de peces dorados, y los marcos de las puertas labrados a punta de cu- chillo, y, en el fondo, en la escalinata, dos dragones, con la boca abierta, de !oza reluciente. Parece chino el palacio de Anam, con sus maderas pintadas de rojo y azul, y en el patio un dios gigante del bronce de ellos, que es como cera muy fina de color de avellana, y los techos y las columnas y las puertas talladas a hilos, como los nidos, o a hojas menudas, como la copa de los árboles. Y por sobre los templos hindús, con sus torres de colores y su monte de dioses de bronce a la puerta, dioses de vientre de oro y de ojos de esmalte, está, lleno de sedas y marfiles, de paños de plata bor- dados de zafiros, el Palacio Central de todas las tierras que tiene Francia en Asia: en una sala, al levantar una colgadura azul, ofrece una pipa de opio un elefante. Allá, entre las palmeras, brilla, blanco y como de encaje, el minarete del palacio de arquerías de Argel, por donde andan, como reyes presos, los árabes hermosos y callados. Con sus puerta. s de clavos y sus azoteas, lleno de moros tunecinos y hebreos de barba negra, bebiendo vino de oro en el café, com- prando punales con letrás de Korán en la hoja, está, entre bosques de dátiles, el caserío de Túnez, hecho con piedras viejas y lozas rotas de Cartago. Un anamita solo, sentado en cuclillas, mira, con los ojos a medio cerrar, la pagoda de Angkor, la de la torre como la flor de magnolia, con el dios Buda arriba, el Buda de cuatro cabezas. Y entre los palacios hay pueblos enteros de barro y de paja: el negro canaco en su choza redonda, el de Futa- Jalón cociendo el hierro en su horno de tierra, el de Kedugú, con su calzón de plumas, en la torre redonda en que se defiende del blanco; y al lado, de piedra y con ventanas de pelear, la torre cuadrada en que veinti- séis franceses echaron atrás a veinte mil negros, que no podían clavar su lanza de madera en la piedra dura! En la aldea de Anam, con las casas ligeras de techo de picos y corredores, se ve al co- chinchino, sentado en la esfera leyendo en su libro, que es una hoja larga, enrollada en un palo; y a otro, un actor, que se pinta la cara de bermellón y de negro; y al bonzo rezando, con la ca- pucha por la cabeza y las manos en la falda. Los javaneses, de blusa y calzón ancho, viven felices, con tanto aire y claridad, en SU kampong de casas de bambú: de bambú la cerca del pueblo, las casas y las sillas, el granero donde guardan el arroz, y el tendido en que se juntan los viejos a mandar en las cosas de la aldea, y las músicas con que van a buscar a las bailarinas descalzas, de casco de plumas y brazaletes de oro. El kabila, con su albornoz blanco, se pasea a la puerta de su casa de barro, baja y oscura, para que %> 1 extranjero atrevido no entre a ver las mujeres de la casa, senta- das en el suelo, tejiendo en el telar, con la frente pintada de colores. Detrás está la tienda de kabila, que lleva a los viajes: el pollino se revuelca en el polvo: el hermano echa en un rincón la silla de cuero bordado de oro puro: el viejito a la puerta está montando en ej camello a su nieto, que le hala la barba. 326 José Marti Y afuera, al aire libre, es como una locura. Parecen joyas que andan, aquellas gentes de traje de colores. Unos van al café moro, a ver a las moras bailar, con sus velos de gasa y su traje violeta, moviendo despacio los brazos, como si estuvieran dormidas. Otros van al teatro del kampong donde están en hileras unos muñecos de cucurucho, viendo con sus ojos de porcelana a las bayaderas ja- vanesas, que bailan como si no pisasen, y vienen con los brazos abiertos, como mariposas. En un café de mesas coloradas, con le- tras moras en las paredes, los aissauas, que son como unos locos de religión, se sacan los ojos y se los dejan colgando, y mascan cristal, y comen alacranes vivos, porque dicen que su dios les habla de noche desde el cielo, y se los manda comer. Y en el teatro de los anamitas, los cómicos vestidos de panteras y de generales, cuentan, saltando y aullando, tirándose las plumas de la cabeza y dando vueltas, la historia del príncipe que fue de visita al palacio de un ambicioso, y bebió una taza de té envenenado. Pero ya es de no- che, y hora de irse a pensar, y los clarines, con su corneta de bron- ce, tocan a retirada. Los camellos se echan a correr. El argelino sube al minarete, a llamar a la oración. El anamita saluda tres veces, delante de la pagoda. El negro canaco alza su lanza al cielo. Pasan, comiendo dulces, las bailarinas moras. Y el cielo, de repente, como en una llamarada, se enciende de rojo: ya es como la sangre: ya es como cuando el sol se pone: ya es del color del mar a la hora del amanecer: ya es de un azul como si se entrara por el pensa- miento el cielo: ahora blanco, como plata: ahora violeta, como un ramo de lilas: ahora, con el amarillo de la luz, resplandecen las cúpulas de los palacios, como coronas de oro: allá abajo, en lo de adentro de las fuentes, están poniendo cristales de color entre la luz y el agua, que cae en raudales del color del cristal, y echa al cielo encendido sus florones de chispas. La torre, en la claridad, luce en el cielo negro como un encaje rojo, mientras pasan debajo de sus arcos los pueblos del mundo. 0. C., t. 18, p. 406- 431 El padre Las Casas Cuatro siglos es mucho, son cuatrocientos años. Cuatrocientos años hace que vivió el padre las Casas, y parece que está vivo to- davía, porque fue bueno. No se puede ver un lirio sin pensar en el padre las Casas, porque con la bondad se le fue poniendo de lirio el color, y dicen que era hermoso verlo escribir, con su túnica blanca, sentado en su sillón de tachuelas, peleando con la pluma de ave porque no escribía de prisa. Y otras veces se levantaba del sillón, como si le quemase: se apretaba las sienes con las dos manos, an- daba a pasos grandes por la celda, y parecía como si tuviera un gran dolor. Era que estaba escribiendo, en su libro famoso de la Destruc- ción de las Indias, los horrores que vio en las Américas cuando vino de España la gente a la conquista. Se le encendían los ojos, y se volvía a sentar, de codos en la mesa, con la cara llena de lágrimas. Así pasó la vida, defendiendo a los indios. Aprendió en España a licenciado, que era algo en aquellos tiem- pos, y vino con Colón a la isla Española en un barco de aquellos de velas infladas y como cáscara de nuez. Hablaba mucho a bordo, y con muchos latinos. Decían los marineros que era grande su sa- ber para un mozo de veinticuatro años. El sol, lo veía él siempre salir sobre cubierta. Iba alegre en ei barco, como aquel que va a ver maravillas. Pero desde que llegó, empezó a hablar poco. La tierra, sí, era muy hermosa, y se vivía como en una flor: ipero aquellos conquistadores asesinos debían de venir del infierno, no de España! Español era él también, y su padre, y su madre; pero él no salía por las islas Lucayas a robarse a los indios libres: iporque en diez años ya no quedaba indio vivo de los tres millones, o más, que hubo en la Española!: el no los iba cazando con perros ham- brientos, para matarlos a trabajo en las minas: él no les quemaba las manos y los pies cuando se sentaban porque no podían andar, o se les caia el pico porque ya no tenían fuerzas: él no 10s azotaba, hasta verlos desmayar, porque no sabían decirle a su amo donde había más oro: él no se gozaba con sus amigos, a la hora de comer, Porque el indio de Ia mesa no pudo con la carga que traía de la mina, y le mando cortar en castigo las orejas: él no se ponía el ju- 328 Jose .blorri OBRAS ESCOGIDAS T II 329 bón de lujo, y aquella capa que llamaban ferreruelo, para ir muy galán a la plaza a las doce, a yer la quema que mandaba hacer la justicia del gobernador, la quema de los cinco indios. Él los vio quemar, los yio mirar con desprecio desde la hoguera a sus verdu- gos; y ya nunca se puso más que el jubón negro, ni cargó caEa de oro, como los otros licenciados ricos y regordetes, sino que SC fue a consolar a los indios por el monte, sin más ayuda que su bastón de rama de árbcl. Al monte se habían ido, a defenderse, cuantos indios de honor quedaban en la Española. Como amigos habían recibido ellos a los hombres blancos de las barbas: ellos les habian regalado con su miel y su maiz, y el mismo rey Behechío le dio de mujer a un español hermoso su hija Higuemota, que era como la torcaza y como la pal- ma real: ellos les habían enseñado sus montañas de oro y sus ríos de agua de oro, y sus adornos, todos de oro fino, y les habían puesto sobre la coraza y guanteletes de la armadura pulseras de las suyas, y collares de oro: iy aquellos hombres crueles los cargaban de cade- nas; les quitaban sus indias, y sus hijos; los metían en lo hondo de !a mina, a halar la carga de piedra con la frente; se los repar- tían, y los marcaban con el hierro, como esclavos!: en la carne viva los marcaban con el hierro. En aquel pais de pájaros y de fru- tas !os hombres eran belios y amables; pero no eran fuertes. Tenían el pensamiento azul como el cielo, y claro como el arroyo; pero no sabían matar, forrados de hierro, con el arcabuz cargado de pólvora. Con huesos de frutas y con gajos de mamey no se puede atravesar una coraza. Caían, como las plumas y las hojas. Morian de pena, de furia, de fatiga, de hambre, de mordidas de perros. iLo mejor era irse al monte, con el valiente Guaroa, y con el niño Guaracuya, a defenderse con las piedras, a defenderse con el agua, a salvar al reyecito bravo, a Guarocuya! El saltaba el arroyo, de orilla a orilla; él clavaba la lanza lejos, como un guerrero; a la hora de andar, a la cabeza iba él; se le oía la risa de noche, como un canto; lo que él no quería era que lo llevase nadie en hombros. Así iban por el monte, cuando se les apareció entre los españoles armados el padre las Casas, con sus ojos tristísimos, en su jubón y en ferreruelo. Él no les disparaba el arcabuz: él les abría los bra- zos. Y le dio un beso a Guarocuya. Ya en la isla lo conocían todos, y en España hablaban de él. Era flaco, y de nariz muy larga, y la ropa se le caía de! cuerpo, y no tenía más poder que el de su corazón; pero de casa en casa an- daba echando en cara a los encomendaderos la muerte de los indios de ias encomiendas; iba a palacio, a pedir al gobernador que man- dase cumplir las ordenanzas reales; esperaba en el portal de la audiencia a los oidores, caminando de prisa, con las manos a la espalda, para decirles que venía lleno de espanto, que había visto morir a seis mil niños indios en tres meses. Y los oidores le decían: “Cálmese, licenciado, que ya se hará justicia”; se echaban el ferre- ruelo al hombro, y se iban a merendar con los encomenderos, que eran los ricos del país, y tenían buen vino y buena miel de Alcarria. si merienda ni sueño había para las Casas: sentía en sus carnes mismas los dientes de los molosos que los encomenderos tenían sin comer, para que con el apetito les buscasen mejor a los indios cimarrones: le parecía que era su mano la que chorreaba sangre, cuando sabia que, porque no pudo con la plata, le habían cortado a un indio la mano: creía que él era el culpable de toda la crueldad, porque no la remediaba; sintió como que se iluminaba y crecía, y como que eran sus hijos todos los indios americanos. De abogado no tenía autoridad, y lo dejaban solo: de sacerdote tendría la fuerza de la Iglesia, y volvería a España, y daría los recados del cielo, y si la corte no acababa con el asesinato, con el tormento, con la es- clavitud, con las minas, haría temblar a la corte. Y el día en que entró de sacerdote, toda la isla fue a verlo, con el asombro de que tomara aquella carrera un licenciado de fortuna: y las indias lc echaron al pasar a sus hijitos, a que le besasen los hábitos. Entonces empezó su medio siglo de pelea, para que los indios 110 fuesen esclavos; de pelea en las Américas; de pelea en Madrid; dc pelea con el rey mismo: contra España toda, él solo, de pelea. Colón fue el primero que mandó a España a los indios en esclavitud, para pagar con ellos las ropas y comidas que traían a América los barcos españoles. Y en América había habido repartimiento de in- dios, y cada cual de los que vino de conquista, tomó en servidumbre su parte de la indiada, y le puso a trabajar para él, a morir para 61, a sacar el oro de que estaban llenos los montes y los ríos. La reina, allá en España, dicen que era buena, y mandó a un gobernador que sacase a los indios de la esclavitud; pero los encomen- deros le dieron al gobernador buen vino, y muchos regalos, y su porción en las ganancias, y fueron más que nunca los muertos, las manos cortadas, los siervos de las encomiendas, los que se echa- ban de cabeza al fondo de las minas. “Yo he visto traer a centenares maniatadas a estas amables criaturas, y darles muerte a todas juntas, como a las ovejas.” Fue a Cuba de cura con Diego Velázquez p volvió de puro horror, porque antes que para hacer casas, derri- baban los árboles para ponerlos de leñas a las quemazones de los taínos. En una isla donde habían quinientos mil, “vio con sus ojos” los indios que quedaban: once. Eran aquellos conquistadores solda- dos bárbaros, que no sabian los mandamientos de la ley, iy tomaban a los indios de esclavos, para enseñarles la doctrina cristiana, a latigazos v a mordidas! De noche, desvelado de la angustia, hablaba con su akigo Rentería, otro español de oro. iA rey había que il a pedir justicia, al rey Fernando de Aragón! Se embarcó en la galera de tres palos, y se fue a ver al rey. Seis veces fue a España, con la fuerza de su virtud, aquel padre q u c “no probaba carne”. Ni al rey le tenía El miedo, ni a la tem- pestad. Sc iba a cubierta cuando el tiempo era malo; y cn la bonanza 330 José .Mnrtí OBRAS ESCOGIDAS. T. II 331 se estaba el dia cn el puente, apuntando sus razones en papel de hilo, y dando a que le llenaran de tinta el tintero de cuerno, “por- que la maldad no se cura sino con decirla, y hay mucha maldad que decir, y la estoy poniendo donde no me la pueda negar nadie, en latin y en castellano”. Si en Madrid estaba el rey, antes que a la posada a descansar del viaje, iba al palacio. Si estaba en Viena, cuando el rey Carlos de los españoles era emperador de Alemania, se ponía un hábito nuevo, y se iba a Viena. Si era su enemigo Fon- seca el que mandaba en la junta de abogados y clérigos que tenia el rey para las cosas de América, a su enemigo se iba a ver, y po- nerle pleito al Consejo de Indias. Si el cronista Oviedo, el de la Natural historia de las Indias, había escrito de los americanos las falsedades que los que tenían las encomiendas le mandaban poner, le decía a Oviedo mentiroso, aunque le estuviera el rey pagando por escribir las mentiras. Si Sepúlveda, que era el maestro del rey Felipe, defendía en sus “Conclusiones” el derecho de la corona a repartir como siervos, y a dar muerte a los indios, porque no eran cristianos, a Sepúlveda le decía que no tenían culpa de estar sin la cristiandad los que no sabian que hubiera Cristo, ni conocían las lenguas en que de Cristo se hablaba, ni tenían más noticia de Cristo que la que les habían Ilevado los arcabuces. Y si el rey en persona le arrugaba las cejas, como para cortarle el discurso, crecía unas cuantas pulgadas a la vista del rey, se le ponía ronca y fuerte la voz, le temblaba eg el puño el sombrero, y al rey le decía, cara a cara, que el que manda a los hombres ha de cuidar de ellos, y sí no los sabe cuidar, no los puede mandar, y que lo había de oir en paz, porque él no venia con manchas de oro en el vestido blanco, ni traía más deíensa que la cruz. 0 hablaba, o escribía, sin descanso. Los frailes dominicanos lo ayudaban, y en el convento de los frailes se estuvo ocho años, es- cribiendo. Sabia religión y leyes, y autores latinos, que era cuanto en su tiempo se aprendía; pero todo lo usaba hábilmente para defender el derecho del hombre a la libertad, y el deber de los gobernantes de respetárselo. Eso era mucho decir, porque por eso quemaban en- tonces a los hombres. Llorente, que ha escrito la Vida de Las Casas, escribió también la Historia de fa Inquisición, que era quien que- maba: el rey iba de gala a ver la quemazón, con la reina y los caballeros de la corte: delante de los condenados venían cantando los obispos, con un estandarte verde: de la hoguera salía un humo negro. Y Fonseca y Sepúlveda querían que “el clérigo” Las Casas dijese en sus disputas algún pecado contra la autoridad de Ia Igle- sia, para que los inquisidores lo condenaran por hereje. pero “el clérigo” le decía a Fonseca: “iLo que yo digo es lo que dijo en su testamento ia buena reina Isabel; y tú me quieres mal y me calumnias, porque te quito el pan de sangre que comes, y acuso la encomienda de indios que tienes en América!” Y a Sepúlveda, que ya era confesor de Felipe II, le decía: “Tú eres disputador fa- moso, y te Ilaman el Livio de España por tus historias; pero yo no tengo miedo al elocuente que habla contra su corazón, y que de- fiende la maldad, y te desafío a que me pruebes en práctica abierta que los indios son malhechores y demonios, cuando son claros y buenos como la luz del dia, e inofensivos y sencillos como las mariposas.” Y duró cinco días la plática con Sepúlveda. Sepúlveda em- pezó con desdén, y acabó turbado. El clérigo lo oia con la cabeza baja y los labios temblorosos, y se le veía hincharse la frente. En cuanto Sepúlveda se sentaba satisfecho, como el que hincó el alfiler donde quiso, se ponía el clérigo en pie, magnífico regañón, con- [uso. apresurado. “iNo es verdad que los indios de México mataran cincuenta mil en sacrificios al año, sino veinte apenas, que es menos de lo que mata España en la horca!” “iNo es verdad que sean gente bárbara y de pecados horribles, porque no hay pecado suyo que no lo tengamos más los europeos; ni somos nosotros quién, con todos nuestros cañones y nuestra avaricia, para compararnos con cllos en tiernos y amigables; ni es para tratado como a fiera un pueblo que tiene virtudes, y poetas, y oficios, y gobierno, y artes!” “iNo es verdad, sino iniquidad, que el modo mejor que tenga el rey para hacerse de súbditos sea exterminarlos, ni el modo mejor de enseñar la religión a un indio sea echarlo en nombre de la reli- gión a los trabajos de las bestias; y quitarle los hijos y lo que tiene de comer; y ponerlo a halar de la carga con la frente como los bueyes!” Y citaba versículos de la Biblia, articulos de la ley, ejem- plos de la historia, párrafos de los autores latinos, todo revuelto y de gran hermosura, como caen las aguas de un torrente, arras- trando en ia espuma las piedras y las alimañas del monte. Solo estuvo en la pelea; solo cuando Fernando, que a nada se su;) 0 atrever, ni quería descontentar a los de la conquista, que Ie mandaban a la corte tan buen oro; solo cuando Carlos V, que de niño lo oyó con veneración, pero lo engañaba después, cuando entró en ambiciones que requerian mucho gastar, y no estaba para ponerse por las “cosas del clérigo” en contra de los de América, que le enviaban de tributo los galeones de oro y joyas; solo cuando Felipe II, que sc gastó un reino en procurarse otro, y lo dejó todo :I su muerte envenenado y frío, como el agujero en que ha dormido la víbora. Sc iba a ver al rey, SC encontraba la antesala llena de amigos de 105 encomenderos, todos de seda y sombreros de plumas, con collares dc oro de los indios americanos: al ministro no le podía hablar, porque tenía encomiendas 4, y tenia minas, o gozaba 105 frutos de las que pòseia en cabeza de otros. De miedo de perder el favor de la corte, no le ayudaban los mismos que no tenían en América interés. Los que más lo respetaban, por bravo, por justo, Por astuto, por clocuentc. no lo querían decir, o lo decian donde no lo oyeran: porque los hombres suelen admirar al virtuoso mien- tras no lo avergüenza con su virtud o les estorba ias ganancias; Pero en cuanto se les pone en su camino, bajan los ojos ai verlo pasar, o dicen maldades de él, o dejan que otros las digan, o lo \aludan a medio sombrero, y le van clavando la puñalada en la yombra. Fl hombre virtuoso debe ser fuerte de Animo, y no tenerle miedo a la L; oiedad. ni esperar a que los demás le ayuden, porque cstara siempre solo: ipero con la alegría de obrar bien. que sc parece al cielo de la mañana en !a claridad! I’ como él era tan sagaz que no decía cosa que pudiera ofende1 al r:: y ni a la Inquisición, sino que pedía la bondad con los indios para bien del rey, y para que se hiciesen más de veras cristianos, no t; nian los de la corte modo de negársele a las claras, sino que fingían estimarle mucho el celo, y una vez le daban el titulo de “Pro- tector Universal de los Indios”, con la firma de Fernando, pero sin modo de que le acatasen la autoridad de proteger; y otra, al cabo .de cuarenta años de razonar, le dijeron que pusiera en papel las razones por qué opinaba que no debían ser esclavos los indios; y otra le dieron poder para que llevase trabajadores de España a una colonia de Cumaná donde se había de ver a los indios con amor, y no halló en toda España sino cincuenta que quisieran ir a tra- bajar, los cuales fueron, con un vestido que tenía una cruz al pecho, pero no pudieron poner la colonia, porque el “adelantado” había ido antes que ellos con las armas, y los indios enfurecidos disparaban sus flechas de punta envenenada contra todo el que Ile- vaba cruz. Y por fin le encargaron, como por entretenerlo, que pidiese las leyes que le parecían a él bien para los indios, “icuantas leyes quisiera, pues que por ley más o menos no hemos de pelear!“, y él las escribía, y las mandaba el rey cumplir, pero en el barco iba la ley, y el modo de desobedecerla. El rey le daba audiencia, y hacía como que le tomaba consejo; pero luego entraba Sepúlveda, con sus pies blandos y sus ojos de zorra, a traer los recadcs de los que mandaban los galeones, y lo que se hacia de verdad era lo que decía Sepúlveda. Las Casas lo sabía, lo sabía bien; pero ni bajó el tono, ni se cansó de acusar, ni de llamar crimen a lo que era, ni de contar en su “Descripción” las “crueldades”, para que el rey mandara al menos que no fuesen tantas, po~ la vergüenza de que las supiera el mundo. El nombre de los malos no 10 decía, porque era noble y les tuvo compasión. Y escribía como hablaba. con la letra fuerte y desigual, llena de chispazos de tinta, como caballo que lleva de jinete a quien quiere llegar pronto, y va Ievan- tando el polvc y sacando luces de la piedra. Fue obispo por fin pero no de Cusco, que era obispado rico, sino de Chiapas, donde por lo lejos que estaba el virrey, vivían los indios en mayor esclavitud. Fue a Chiapas, a llorar con los indios; pero no sólo a llorar, porque con lágrimas y quejas no se vence a los pícaros, sino a acusarlos sin miedo, a negarles la iglesia a los españoles que no cumplían con la ley nueva que mandaba poner libres a los indios, a hablar en los consejos del ayuntamiento, con discursos que eran a la vez tiernos y terribles, y dejaban a ic;!, encomenderos atrevidos como los árboles cuando ha pasado el \. endabal. Pero los encomenderos podian más que él, porque tenían ,I gobierno de su lado; y le componian cantares en que le decían c rraidor y ebpañol malo; y le daban de noche músicas de cencerro, \ lc disparaban arcabuces a la puerta para ponerlo en temor, y le rodeaban cl convento armados,- todos armados, contra un viejo flaco y solo. Y !lasta le salieron al camino de Ciudad Real para que no volviera a entrar en la población. El venia a pie, con su bas- tcin, y con dos españoles buenos, y un negro qlle lo queria como a padre suyo: porque es verdad que Las Clsas por el amor de los indios, aconwji) al principio de la conquista que se siguiese trayendo wclavos negros, q uc resistían mejor el calor; pero luego que los vio padecer. se golpeaba el pecho, y decía: “jcon mi sangre quisiera pagar el pecado de aquel consejo que di por mi amor a los indios!” Con su negro cariñoso venía, y los dos españoles buenos. Venía ta! vez de ver cómo salvaba a la pobre india que se le abrazó a las rodillas a la puerta de su templo mexicano, loca de dolor porque io’; espanoles le habian matado al marido de su corazón, que fue dc noche a rezarle a los dioses: iy vio de pronto Las Casas que eran indios los centinelas que los españoles le habian echado para que no entrasc! ;EI les daba a los indios su vida, y los indios venían a atacar a su salvador, porque se lo mandaban los que los azotaban! Y no SC quejó, sino que dijo asi: “Pues por eso, hijos míos, os tengo de defender más, porque os tienen tan martirizados que no tenéis ya valor ni para agradecer.” Y los indios, llorando, 9 echaron a sus pies, y le pidieron perdón. Y entró en Ciudad Real. donde los encomenderos lo esperaban, armados de arcabuz y cañón, como para ir a la guerra. Casi a escondidas tuvo que embarcarlo para España el virrey, porque los encomenderos lo que- rían matar. El w fue a su convento, a pelear, a defender, a llorar, 3 rwribir. Y murió, sin cansarse, a los noventa y dos años. 0. L’.~ I 18. p 440- 448. OBRAS ESCOGIDAS. lT ” 335 Los zapaticos de rosa A mademoiselle Marie: los. 4 Martí Hay sol bueno y mar de espuma, Y arena fina, y Pilar Quiere salir a estrenar Su sombrerito de pluma. - “iVaya la niña divina!” Dice el padre, y le da un beso: “Vaya mi pájaro preso A buscarme arena fina.” -“ Yo voy con mi niña hermosa”, Le dijo la madre buena: “iNo te manches en la arena Los zapaticos de rosa!” Fueron las dos al jardín Por la calle del laurel: La madre cogió un clavel Y Pilar cogió un jazmín. Ella va de todo juego, Con aro, y balde, y paleta: El balde es color violeta: El aro es color de fuega Vienen a verlas pasar: Nadie quiere verlas ir: La madre se echa a reír, Y un viejo se echa a llorar. El aire fresco despeina A Pilar, que viene y va Muy oronda:-“ iDi, mama! ¿Tú sabes qué cosa es reina?” Y por si vuelven de noche De la orilla de la mar, Para la madre y Pilar Manda luego el padre el coche. Está la playa muy linda: Todo el mundo está en la playa: Lleva espejuelos el aya De la francesa Florinda. Está Alberto, el militar Que salió en la procesión Con tricornio y con bastón, Echando un bote a la mar. tY qué mala, Magdalena Con tantas cintas y lazos, A la muñeca sin brazos Enterrándola en la arena! Conversan allá en las sillas, Sentadas con los señores, Las señoras, como flores, Debajo de las sombrillas. Pero está con estos modos Tan serios, muy triste el mar: iLo alegre es allá, al doblar, En la barranca de todos! Dicen que suenan las olas Mejor allá en la barranca Y que la arena es muy blanca Donde están las niñas solas. Pilar corre a su mamá: - “iMamá, yo voy a ser buena: Déjame ir sola a la arena: Allá, tú me ves, allá!” - “Esta niña Laprichosa No hay tarde que no me enojes: Anda, pero no te mojes Los zapaticos de rosa.” Le llega a los pies la espuma: Gritan alegres las dos: Y se va, diciendo adiós, La del sombrero de pluma. iSe va allá, donde imuy lejos! Las aguas son más salobres, Donde se sientan los pobres, Donde se sientan los viejos! Sc iue la niña a jugar, La espuma blanca bajo, j. pasó el tiempo, y pasó 1 ‘n águila por el mar 1’ cuando el sol be ponía Detrás de un monte dorado in sombrerito callado Por las arenas venía. Trabaja mucho, trabaja Para andar: iq ué cs lo que tiene Pilar que anda así, que viene Con la cabecita baja? Bien sabe la madre hermosa Por qué le cuesta el andar: -“ cY los zapatos, Pilar, Los zapaticos de rosa? “iAh, loca! cen dónde estarán? iDi dónde, Pilar!“-“ Señora”. Dice una mujer que llora: “iEstán conmigo: aquí están! “Yo tengo una niña enferma Que llora en el cuarto oscuro Y la traigo al aire puro A ver el sol, y a que duerma. “Anoche sonó, soñó Con el cielo, y oyó un canto: Me dio miedo, me dio espanto Y la traje, y se durmió. “Con sus dos brazos menudos Estaba como abrazando; Y yo mirando, mirando Sus píececítos desnudos. “Me llegó al cuerpo la espuma, Alcé los ojos, y vi Esta niña frente a mi Con su sombrero de pluma. ---“ iSe parece a los retratos Tu niña!” dijo: “CES de cera? ;Quíere jugar? isí quisiera!. . . ;Y por qué crt5 sin zapatos?” “.! iira ;la ma11:) Ie abrasa, Y tivne los pie5 tan fríos! iOh, roma. toma los míos: Yo tengo 1113’ en mi casa!” “No s6 bien. wñora hermosa, Lo que sucedió después. iLe vi a mí hijíta en Io> pie> Los zapaticos de rosa!” Se vio sacar los pañuelos A una rusa y a una inglesa; El aya de la francesa Se quitó los espejuelos. Abrió Ia madre los brazos: Se echó Pilar en su pecho, Y sacó el traje deshecho, Sin adornos y sin lazos. Todo lo quiere saber De la enferma la señora: iNo quiere saber que llora De pobreza una mujer! - “iSí, Pilar, dáselo! iy eso También! itu manta! itu anillo!” Y ella le dio SU bolsillo, Le dio el ciavel, le dio un beso. \‘ ueIven calladas de noche A su casa del jardin: Y Pilar va en el cojín De la derecha del coche. Y dice una mariposa Que vio desde su rosal Guardados en un cristal Los zapaticos de rosa. 0. C., t. 18, p. 449- 454 Un paseo por la tierra de los anamitas La última página Este es el numero de La Edad de Oro, donde se ve lo ‘viejo y lo nuevo del mundo, y se aprende cómo las cosas de guerra y de muerte no son tan bellas como las de trabajar: ia saber si el tiempo del Padre las Casas era mejor que el de la Exposición de París! ¿Y quién es mejor: Masitas, o Pilar? Sólo que en todo lo de esta vida hay siempre un desventurado. Y el desventurado de La Edad de Oro es el artículo sobre la “Historia de la cuchara, el tenedor y el cuchillo”, que en cada número se anuncia muy orondo, como si fuera una maravilla, y luego sucede que no queda lugar para él. Lo que le está muy bien empleado, por pedante, y por andarse anunciando así. Las cosas buenas se deben hacer sin llamar al universo para que lo vea a uno pasar. Se es bueno por- que sí; y porque allá dentro se siente como un susto cuando se ha hecho un bien, o se ha dicho algo útil a los demás. Eso es mejor que ser principe: ser útil. Los niños debían echarse a llo- rar, cuando ha pasado el día sin que aprendan algo nuevo, sin que sirvan de algo. íQuién sabe si sirve, quién sabe, el artículo de la Exposición de París! Pero va a suceder como con la Exposición, que de grande que es no se le puede ver toda, y la primera vez se sale de allí como con chispas y joyas en la cabeza, pero luego se ve más des- pacio, y cada hermosura va apareciendo entera y clara entre las otras. Hay que leerlo dos veces: y leer luego cada párrafo suelto: lo que hay que leer, sobre todo, con mucho cuidado, es lo de los pabellones de nuestra América. Una pena tiene La Edad de Oro; y es que no pudo encontrar lámina del pabellón del Ecuador. iEstá triste la mesa cuando falta uno de los hermanos! 0. c., t. 18. p. 455 Cuentan un cuento de cuatro hindús ciegos, de allá del Indos- tán de Asia, que eran ciegos desde el nacer, y querían saber como era un elefante. “Vamos, dijo uno, adonde el elefante manso de la casa del rajah, que es príncipe generoso, y nos dejará saber cómo es.” Y a casa del príncipe se fueron, con su turbante blanco y su manto blanco; y oyeron en el camino rugir a la pantera y graznar al faisán de color de oro, que es como un pavo con dos plumas muy largas en la cola; y durmieron de noche en las ruinas de piedra de la famosa Jehanabad, donde hubo antes mucho co- mercio y poder; y pasaron por sobre un torrente colgándose mano a mano de una cuerda, que estaba a los dos lados levantada sobre una horquilla, como la cuerda floja en que bailan los gimnastas en los circos; y un carretero de buen corazón les dijo que se su- bieran en su carreta, porque su buey giboso de astas cortas era un buey bonazo, que debió ser algo así como abuelo en otra vida, y no se enojaba porque se le subieran los hombres encima, sino que miraba a los caminantes como convidándoles a entrar en el carro. Y así llegaron los cuatro ciegos al palacio del rajah, que era por fuera como un castillo, y por dentro como una caja de píe- dras preciosas, lleno todo de cojines y de colgaduras, y el techo bordado, y las paredes con florones de esmeraldas y zafiros, y las sillas de marfil, y el trono del rajah de marfil y oro. “Venimos, señor rajah, a que nos deje ver con nuestras manos, que son los ojos de los pobres ciegos, cómo es de figura un elefante manso.” “Los ciegos son santos”, dijo el rajah, “los hombres que desean saber son santos: los hombres deben aprenderlo todo por sí mis- mos, y no creer sin preguntar, ni hablar sin entender, ni pensar como esclavos lo que les mandan pensar otros: vayan los cuatro ciegos a ver con sus manos el elefante manso.” Echaron a correr los cuatro, como si les hubiera vuelto de repente la vista: uno cayó de nariz sobre las gradas del trono del rajah: otro dio tan recio contra la pared que se cayó sentado, viendo sí se le había ido en el coscorrón algún retazo de cabeza; los otros dos, con los brazos abiertos, se quedaron de repente abrazados. El secretario del rajah los llevo adonde el elefante manso estaba, comiéndose su ración de treinta y nueve tortas de arroz y quince de maíz, en una fuente de plata con el pie de ébano; y cada clego 5~ ’ echó. cuando eI secretario dijo “; ahora!“. enclma del elefante. que era de los pequenos y regordetes: uno se le abra- zo por una pata: cl o! ro se le prendió a la trompa, y zubia en cl aire y bajaba, sin quererla soltar. el otro le sujetaba la cola: otro tenía agarrada Ilna asa de la fuente del arroz y el maiz. “Ya sd”. decía el de la pata: “el elefante cs alto y redondo, como una torre que ‘; e mueve.” “; No es verdad!“, decia el de la trompa: “el elefante es largo, y acaba en pico, como IIG embudo de carne.” “; Falso y muy falso”, decía el de la cola: “el elefante es como un badajo de campana!” “Todos se equivocan, todos; el elefante es de figura de anillo, y no se mueve”, decía el del asa de la fuente. Y así son los hombres, que cada uno cree que sólo lo que él pien- sa y ve es la verdad, y dice en verso y en prosa que no se debe creer sino Ic que él cree, lo mismo que los cuatro ciegos del ele- fante, cuando lo que se ha de hacer es estudiar con cariño lo que los hombres han pensado y hecho, y eso da un gusto grande, que es ver que todos los hombres tienen las mismas penas, y la his- toria igual, y el mismo amor, y que el mundo es un templo her- moso, donde caben en paz los hombres todos de la tierra, porque todos han querido conocer la verdad, y han escrito en sus libros que es útil ser bueno, y han padecido y peleado por ser libres, libres en su tierra, libres en el pensamiento. También, y tanto como los más bravos, pelearon, y volver5n a pelear, los pobres anamitas, los que viven de pescado y arroz y se visten de seda, allá lejos, en Asia, por la orilla del mar, debajo de China. No nos parecen de cuerpo hermoso, ni nosotros les parece, mos hermosos a ellos; ellos dicen que es un pecado cortarse el pelo, porque la naturaleza nos dio pelo largo, y es un presumido el que se crea mas sabio que la naturaleza, así que llevan el pelo en moño, lo mismo que las mujeres: ellos dicen que el sombrero es para que dé sombra, a no ser que se le lleve como señal de mando en la casa del gobernador, que entonces puede ser cas- quete sin alas: dc modo que el sombrero anamita es como un cúcurucho, con el pico arriba, y la boca muy ancha: ellos dicen que en su tierra caliente se ha de vestir suelto y ligero, de modo que llegue al cuerpo el aire, y no tener al cuerpo preso entre lanas y casimires, que se beben los rayos del sol, y sofocan y arden: ellos dicen que el hombre no necesita ser de espaldas fuertes, porque los cambodios son más altos y robustos que los anamitas, pero en la guerra los anamitas han vencido siempre a sus veci- nos los cambodios; y que la mirada no debe ser azul, porque el azul engaña y abandona, como la nube del cielo y el agua del mar; y que el color no debe ser blanco, porque la tierra, que da todas las hermosuras, nc es blanca, sino de los colores de bronce de los anamitas; y que los hombres no deben llevar barba, que es cosa de fieras: aunque los franceses, que son ahora los Bmos de Anam, responden que esto de la barba no es más que envidia, /) urqtIc’ bien que’ w deja cl anamita el poco hlgotc que tiene. iy L’n sus teatros, quién hace de rey, sino el que tiene la barba más larga? ;J el mandarín, no sale a las tablas con bigotes de tigre? r, y los generales. no llevan barba colorada? “iY para qué necc- ,itamoi; tener los ojo3 máh grandes”, dicen los anamitas, “ni rnáh juntos a la nariz?: con estos ojos de almendra que tenemos, hemos fabricado cl Gran Buda de Hanoi, el dios de bronce, con cara rlue parece viva. y alto como una torre; hemos levantado la pa- goda dc Angkor, en un bosque de palmas, con corredores de a do> Icguaa, y lagos CII los patios, y una casa de la pagoda para cada tlios, y mil quinientas columnas, y calles de estatuas; hemos hc- cho, en el camino de Saigtin a Cholen, la pagoda dondr duermen, bajo una corona de torres caladas, los poetas que cantaron el patriotismo y cl amor, los santos que vivieron entre los hombres con bondad y pureza, los héroes que pelearon por libertarnos de los cambodios, de los siameses y de los chinos: y nada SC parece [anto a la luz COIIIO los colores de nuestras túnicas dc seda. Usamos moño, y sombrero de pico, y calzones anchos, y blusón de color, y somos amarillos, chatos, canijos y feos; pero trabajamos a la \cz el bronce y la seda: y cuando los franceses nos han venido a qllitar nuestro Hanoi, nuestro Hue, nuestras ciudades de pala- cios de madera, nuestros puertos llenos de casas de bambú y de barcos de junco, nuestros almacenes de pescado y arroz, todavía. l* on estos ojos de almendra, hemos sabido morir, miles sobre miles. para cerrarles el camino: Ahora son nuestros amos; pero mañana ;qaikn sabe!” 1’ he pasean callados, a pabo igual y triste, sin sorprenderse dc nada, aprendiendo lo que no saben, con las manos cn los bolsillos de la blusa: de la blusa azul, sujeta al cuello con un botcin de cristal amarillo: y por zapato llevan una suela de cor- dón atada al tobillo con cintas. Ese es el traje del pescador; del que fabrica las casas de caña, con cl techo de paja de arroz: del ma- rino ligero, CII su barca de dos puntas; del ebanista. que maneja la herramienta con los pies y las manos, y embute los adornos tlc nácar en las camas y sillas de madera preciosa; del tejedor. que con los hilos dc plata y de oro borda pájaros de tres cabezas, y iconos con picos y alas. y cigüeñas con ojos de hombre, y dioses rlc mil brazos: ese es el traje del pobre cargador, que se muere jovw del cansancio de halar la djirincka, que es el coche de dos ruedas, dc que va halando el anamita pobre: trota, trota como un caballo: ~nás que cl caballo anda, y más aprisa: iy dentro, sin pena y sin vergüenza, va un hombre sentado!: como los caballos se mueren despues, del mal de correr, los pobres cargadores. Y de beber clarete y borgoña, y del mucho comer, se mueren, colorados ! gordos. los que se dejan halar cn la djirincka, echándose aire con cl abanico; los militares ingleses. los empleados franceses. 105 ~x) nwrciantc~ chinos. 342 José Marti OBRAS ESCOGIDAS. T. II 343 das <Y ese pueblo de hombres trotones es el que levantó las pago- de tres pisos, con lagos en los patios, y casas para cada dios, y calles de estatuas; el que fabricó leones de porcelana y gigantes de bronce; el que tejió la seda con tanto color que centellea al sol, como una capa de brillantes? A eso llegan los pueblos que se cansan de defenderse: a halar como las bestias del carro de sus amos: y el amo va en el carro, colorado y gordo. Los anamitas están ahora cansados. A los pueblos pequeños les cuesta mucho trabajo vivir. El pueblo anamita se ha estado siempre defendiendo. Los vecinos fuertes, el chino y el siamés, los han querido con- quistar. Para defenderse del siamés, entró en amistades con el chino, que le dijo muchos amores, y lo recibió con procesiones y fuegos y fiestas en los ríos, y le llamó “querido hermano”. Pero luego que entró en la tierra de Anam, lo quiso mandar como due- ño, hace como dos mil años: iy dos mil años hace que los anamitas se están defendiendo de los chinos! Y con los franceses les sucedió así también, porque con esos modos de mando que tienen los reyes no llegan nunca los pueblos a crecer, y más allá, que es como en China, donde dicen que el rey es hijo del cielo, y creen pecado mirarlo cara a cara, aunque los reyes saben que són. hom- bres como los demás, y pelean unos contra otros para tener más pueblos y riquezas: y los hombres mueren sin saber por qué, de- fendiendo a un rey o a otro. En una de esas peleas de reyes an- daba por Anam un obispo francés, que hizo creer al rey vencido que Luis XVI de Francia le daría con qué pelear contra el que le quitó el mando al de Anam: y el obispo se fue a Francia con el hijo del rey, y luego vino solo, porque con la revolución que había en París no lo podia Luis XVI ayudar; juntó a los franceses que habia por la India de Asia: entró en Anam; quitó el poder al rey nuevo; puso al rey de antes a mandar. Pero quien mandaba de veras eran los franceses, que querían para ellos todo lo del país, y quitaban lo de Anam para poner lo suyo, hasta que Anam vio que aquel amigo de afuera era peligroso, y valía más estar sin el amigo, y lo echó de una pelea de la tierra. que todavía sabía pelear: sólo que los franceses vinieron luego con mucha fuerza, y con cañones en sus barcos de combate, y el anamita no se pudo defender en el mar con sus barcos de junco, que no tenían caño- nes; puede ni pudo mantener sus ciudades, porque con lanzas no se pelear contra balas; y por Saigón, que fue por donde entró el francés, hay poca piedra con que fabricar murallas; ni esta- ba el anamita acostumbrado a ese otro modo de pelear, sino a sus guerras de hombre a hombre, con espada y lanza, pecho a pecho los hombres y los caballos. Pueblo a pueblo se ha estado ’ defen- diendo un siglo entero del francés, huyéndole unas veces, otras cayéndole encima, con todo el empuje de los caballos, y despe- dazándole el ejército: China le mandó sus jinetes de pelea, porque tampoco quieren los chinos al extranjero en su tierra. y echarlo de Anam era como echarlo de China; pero el francés es de otro mundo, que sabe más de guerras y de modos de matar; y pueblo a pueblo, con la sangre a la cintura, le ha ido quitando el país a los anamitas. Los anamitas se pasean, callados, a paso igual y triste, con las manos en los bolsillos de la blusa azul. Trabajan. Parecen plateros finos en todo lo que hacen, en la madera, en el nácar, en la armeria, en los tejidos, en las pinturas, en los bordados, en los arados. No aran con caballo ni con buey, sino con búfalo. La tela de los vestidos la pintan a mano. Con los cuchillos de tallar labran en la madera dura pueblos enteros, con !a casa al fondo, y los barcos navegando en el río, y la gente a miles en los bar- cos, y árboles, y faroles, y puentes, y botes de pescadores, todo tan menudo como si lo hubieran hecho con la uña. La casa es como para enanos, y tan bien hecha que parece casa de juguete, toda hecha de piezas. Las paredes, las pintan: los techos, que son de madera, los tallan con mucha labor, como las paredes de afuera: por todos los rincones hay vasos de porcelana, y los grifos de bronce con las alas abiertas, y pantallas de seda bordada, con marcos de bambú. No hay casa sin su ataúd, que es allá un mue- ble de lujo, con los adornos de nácar: los hijos buenos le dan al padre como regalo un ataúd lujoso, y la muerte es allá como una fiesta, con su música de ruido y sus cantares de pagoda: no les parece que la vida es propiedad del hombre, sino préstamo que le hizo la naturaleza, y morir no es más que volver a la natu- raleza de donde se vino, y en la que todo es como hermano del hombre; por lo que suele el que muere decir en su testamento que pongan un brazo o una pierna suya adonde lo puedan pecar ‘os pájaros, y devorarlo las fieras, y deshacerlo los ammales invtsl- bles que vuelan en el viento. Desde que vtven en la esclavitud, van mucho los anamitas a sus pagodas, porque allí les hablan los sacerdotes de los santos del país, que no son los santos de los franceses: van mucho a los teatros, donde no les cuentan cosas de reír, sino la historia de sus generales y de sus reyes: ellos oyen, encuclillados, callados, la historia de las batallas. Por dentro es la pagoda como una cinceladura, con encajes de madera pintada de colores alrededor de los altares; y en las columnas sus mandamientos y sus bendiciones en letras plateadas y doradas; y los santos de oro, familias enteras de santos, en el altar tallado. Delante van y vienen los sacerdotes, con sus manteos de tisú precioso, o de seda verde y azul, y el bonete de tejido de oro, uno con la flor del loto, que es la flor de su dios, por 10 hermosa y lo pura, y otro cargándole el manteo al de la flor, y otros cantando: detrtis van los encapuchados, que son sacerdotes menores con músicas y banderines, coreando la oración: en el altar con sus mitras brillantes, ven la fiesta los dioses sentados. Buda es su gran dios que no fue dios cuando vivió de veras, sino un principe bueno, tan fuerte de cwrpo que mano a mano cchdba por tierra a leones jóvenes. y tan hermoso que lo quería como a SII corazón el que lo \. eia una \. t‘ z. v dc tanto pen; amicnto que d no podían los doctores discutir con CI, porque de nirio $abia m: is que los doctores más sabios y viejoc; 1’ luego se cak. )I quería mucho a su mujer y a su hijo; pero una tarde qlle salio en su carro de perlas y plata a pasear. \. io a un \, iejo pobre. \. tbs; tido de harapos, y volvió del paseo triste: 1 otra tarde vio a un mori- bundo, y no quiso pasear más: v otra tarde vio a un muerto v su tristeza fue ya mucha: y otra vio a un monje que pedía limi< nas. 1’ el coraz0n le dijo que no debía andar en carro de plata y de perlas, sino pensar en la vida, que tenía tantas penas. solo, donde se pudiera pensar. y vi\. ir como el monje. y pedir limosna para los infelices, Tres veces le dio en su palacio la vuelta a la cama de su mujer y de su hijo. como si fuera un altar, y sol! ozó: y sintió como que el corazón w Ic moría en el pecho. Pero se fuc, cn lo oscuro de la noche, al nlon~ c, a pensar en la vida, que tenía tanta fjena, a vivir sin deseos Y 3111 mancha, a decir sus pensa- mientos a los que SC los qucriarl oir. a pedir limosna para los pobres como el monje. Y no comía m; i> que lo que un pájaro: y no bebia, 111ás que para no morirw de >c, d. p no dormía, sino so- bre la tierra de su cabana: y I!( I andaba. sino con los pies des- calzos. \r’ cuando el demonio JIara le \. enía a hablar de la hermosura de SII mujer. y de la‘; gracia\ (1~ 5; II niño. y de la riqueza de su palacio, y de la arrogancia de mandar en su pueblo como rey, 61 llamaba a sus discipttlos. para consagrarse otra vez ante ellos a la virtud: y cl demonio ‘lara tluía espantado. Esas son cosas que los hombreì; sueñan, K Ilanlan dcrnonios a los consejos malos que vienen del lado feo dtbl corazón: ~010 que como el hom- bre se ve con cuerpo y nombre. ponc no~ nbrc~ y cuerpo, como si fuesen personas, a todos lw podc~ rc‘: \’ ilwrzri‘ ql~ c imagina: iv ese es poder de veras, el qtir \. ierie tl(: . t( J ico dcl corazGn, dice a- l hombre que viva para sus gu‘; lor; mcis rt11tt para sus deberes cuando la verdad es que no hay ~LIY~ O rr~; iyo~. IIO hay &tiCia rtlás grande, que la vida de un hombre q~ rc CIIIII/ I~~~ con ì; u deber, QII~ está lleno alrededor de espinas!: m5s aromas que una rosa r. I) t’rcj (III<, ~5 más bello. ni da ? Del IW~ II~~~ \o¡\¡ c’I Buda, porque pensO, después de mucho pensar, que con vi\. ir Y¡ II <wnlcr v beber no sc hacía bien a los hombres, ni con tlorlllir VII ct burlo, ’ ni con andar descalzo, sino que estaba la ~; al\~ acir~ n VII co~: occr las crlatro ver- dades, que dicen que la vida es !oda de dolor, y que cl dolor viene de desear, y que para vivir sin dolor ct; nect< ario \. ivir sitl deseo, y que el dulce nirvana, que es la herino5ura Como dc luz que Ic da al alma el desinterks. no SC logra viviendo, como loco o glotón. para los gustos de lo material, v para amontonar a fuerza de odio y humillaciones el mando v la -fortuna, sino eutendierldo qrlc no sc’ ha (Ie vivir para la \. ancdad. ni SC ha de qlrcrer lo dc otros y guardar rencor, ni se ha de dudar de la armonia del mundo o ignorar nada de él o mortificarse con la ofensa y la envidia. ni se ha de reposar hasta que el alma sea como una luz de aurora, que llena de claridad y hermosura al mundo, y llore y parezca por todo lo triste que hay en él, y se vea como médico y padre de to- dos los que tienen razón de dolor: es como \: ivir en un azul que no se acaba, con un gusto tan puro que debe ser lo que se llama gloria, y con los brazos siempre abiertos. Así vivió Buda con su mujer y con su hijo, luego que volvió del monte. Después sus discípulos, que eran muchos, empezaron a vivir de lo que la gente les daba, porque les hablasen de las verdades de Buda y de sus hazañas cuando era príncipe, y de cómo vivió en el monte; y el rey vio que en el nombre de Buda había poder, porque la gente miraba todo lo de Buda como cosa del cielo, tan hermoso que no podia ser hombre el que vivió y habló así. Mandó el rey juntar a los discípulos, para que pusiesen en libros la historia y los sermones y los consejos de Buda; y puso a los discípulos a suel- do, para que el pueblo viese juntos el poder del rey y el del cíelo, de donde creía el pueblo que había venido al mundo Buda. Hubo unos discípulos que hicieron lo que el rey quería, y salieron con el ejército del rey a quitarles a los países de los alrededores la libertad, con el pretexto de que les iban a enseñar las verdades de Buda, que habían venido del cielo: y hubo otros que dijeron que eso era engaño de los discípulos y robo del rey, y que la li- bertad de un pueblo pequeño es más necesaria al mundo que el poder de un rey ambicioso, y la mentira de los sacerbqtes que sirven al rey por su dinero, y que si Buda hubiera vlvldo! ha- bía dicho la verdad, que él no vino del cielo sino como wenen los hombres todos, que traen el cielo en si mismos, y lo ven, como se ve el sol, cuando, por el cariño a los hombres y la honradez, llegan a ser como si no fuesen de carne y de hueso, sino de claridad, y al malo le tienen compasión, como a un en- fermo a quien se ha de curar, y al bueno le dan fuefzas para que no se canse de animar y de servir al mundo: jese SI que es cielo, y gusto divino! Pero los discipulos que estaban con el rey pudieron más; y el rey les mandó hacer pagodas de muchas torres, donde ponían a Buda de dios en el altar, y los discípulos se man- daron hacer túnicas de seda y mantos con mucho oro y bonetes de picos, y a los discípulos más famosos los fueron enterrando en las pagodas, con sus estatuas sobre la sepultura, y les ericen dian luces de día y de noche, y la gente iba a arrodillarse delante de ellos, para que les consolaran las penas que da el mundo, y les dieran lo que deseaban tener en la tierra, y los recomendaran a Buda en la hora de morir. Miles de años han pasado, y hay mi! es de pagodas. Alli van los anamitas tristes, que ya no en- cuentran en la tierra ayuda, y la \ran a pedir a lo desconocido del CiClO. 346 losé Marti Y al teatro van para que no se les acabe la fuerza del corazón. iEn el teatro no hay franceses! En el teatro les cuentan los cómi- cos las historias de cuando Anam era país grande, y de tanta riqueza que los vecinos lo querían conquistar; pero había muchos reyes, y cada rey quería las tierras de los otros, así que en las peleas se gastó el país, y los de afuera, los chinos, los de Siam, los franceses, se junlaban con el caído para quitar el mando al vencedor, y luego se quedaban de amos, y tenían en odio a los partidos de la pelea, para que no se juntasen contra el de afuera, como se debían juntar, y lo echaran por entrometido y alevoso, que viene como amigo, vestido de paloma, y en cuanto se ve en el país se quita las plumas, y se le ve como es, tigre ladrón. En Anam el teatro no es de lo que sucede ahora, sino la historia del pais; y la guerra que el bravo An- Yang le ganó al chino Chau- Tu; y los combates de fas dos mujeres, Cheng Tseh y Cheng Urh, que se vistieron de guerreras, y montaron a caballo, y fueron de ge- nerales de la gente de Anam, y echaron de sus trincheras a los chinos; y las guerras de los reyes, cuando el hermano del rey muerto queria mandar en Anam, en lugar de su sobrino, o venía el rey de lejos a quitarle la tierra al rey Hue. Los anamitas, encuclillados, oyen la historia, que no cuentan los cómicos hablando o cantando, como en los dramas o en las óperas, sino con una música de mucho ruido que no deja oír lo que dicen los cómicos, que vienen vestidos con túnicas muy ricas, bordadas de flores y pájaros que nunca se han visto, con cascos de oro muy labrados en la cabeza, y alas en la cintura, cuando son generales, y dos plumas muy largas en el casco, si son príncipes: y si son gente así, de mucho poder, no se sientan en las sillas de siempre, sino en sillas muy altas. Y cuentan, *y pelean, y saludan, y conversan, y hacen que toman té, y entran por la puerta de la derecha, y salen por la puerta de la izquierda: y la música toca sin parar, con sus platillos y su timbalón y su clarín y su violinete; y es un tocar extraño, que parece de aullidos y de gritos sin arreglo y sin orden, pero se ve que tiene un tono triste cuando se habla de muerte, y otro como de ataque cuando viene un rey de ganar una batalla, y otro como de procesión de mucha alegría cuando se casa la princesa, y otro como de truenos y de ruido cuando entra, con su barba blanca, el gran sacerdote: y cada tono lo ador- nan los músicos como les parece bien, inventando el acompaña- miento según lo van tocando, de modo que parece que es música sin regla, aunque si se pone bien el oído se ve que la regla de ellos es dejarle la idea libre al que toca, para que se entusiasme de veras con los pensamientos del drama, y ponga en la música ia alegría, 0 la pena, 0 la poesía, 0 la furia que sienta en el co- razón, sin olvidarse del tono de la música vieja, que todos los de la orquesta tienen que saber, para que haya una guia en medio del desorden de su invención, que es mucho de veras, porque el que no conoce sus tonos no oye más que los tamborazos y la algarabía; y así sucede en los teatros de Anam que a un europeo le da dolor de cabeza, y le parece odiosa, la música que al anamita que está junto a él le hace reír de gusto, o llorar de la pena, segun estén los músicos contando la historia del letrado pobre que a fuerza de ingenio se fue burlando de los consejeros del rey, hasta que el consejero llegó a ser el pobre,- o la otra historia triste del príncipe que se arrepintió de haber llamado al extranjero a mandar en su pais, y se dejó morir de hambre a los pies de Buda cuando no habia remedio ya, y habían entrado a miles en la tierra cobarde los extranjeros ambiciosos, y mandaban en el oro y las fábricas de seda, y en el reparto de las tierras, y en el tribunal de la justicia los extranjeros, y los hijos mismos de la tierra ayudaban al extranjero a maltratar al que defendia con el cora- zón la libertad de la tierra: la música entonces toca bajo y despa- * cio, y como si llorase, y como SI se escondiese debajo de la tierra: y los actores, como si pasase un entierro, se cubren con las man- gas del traje las caras. Y así es la música de sus dramas de his- toria, y de los de pelea, y de los de casamiento, mientras los ac- tores gritan y andan delante de los musicos en el escenario, y los generales se echan por la tierra, para figurar que están muer- tos, o pasan la pierna derecha poi sobre la espalda de una silla, para decir que van a montar a caballo, o entran por entre unas cortinas el novio y la princesa, para que se sepa que se acaban de casar. Porque el teatro es un salón abierto, sin las bambalmas ni bastidores, y sin aparatos ni pinturas: sino que cuando la es- cena va a cambiar, sale un regidor de blusa y turbante, y se 10 dice al público, o pone una mesa, *que quiere decir banquete, o cuelga una lanza al fondo, que quiere dectr batalla, o sopla el alcohol que trae en la boca sobre una antorcha encendida, lo que quiere decir que hay incendio. Y este de la blusa, que anda PO- niendo y quitando, sale y entra entre los que hacen de príncipes de seda y generales de oro, de mil años atrás, cuando los parien- tes del príncipe Ly- Tieng- Voung querían darle a beber una taza de té envenenado. Allí adentro, en lo que no se ve del teatro, hay como un mostrador, con cajas de pintarse y espejos en la pared, y un rosario de barbas, de donde el que hace de loco toma la amarilla, y la colorada el que hace de fiero, y la negra el que hace de rey hermoso, y el que hace de viejo toma la barba blanca. Y se pinta la cara el que hace de gobernador, de colorado y de negro. Por encima de todo, en lo más alto de la pared, hay una estatua de Buda. Al salir del teatro, los anamitas van hablando mucho, como enojados, como si quisieran echar a correr, y parece que quieren convencer a sus amigos cobardes, y que los amena- zan. De la pagoda salen callados, con la cabeza baja, con las manos en los bolsillos de la blusa azul. Y si un francés les pre- 348 /tiw .tfartl gunta algo en el camino, le dicen en su lengua: “No sé.” Y si un anamita les habla de algo en secreto, le dicen: “iQuién sabe!” 0. c., 1. 18, p. 459- 470 La muñeca negra De puntillas, de puntillas, para no despertar a Piedad, entran en el cuarto de dormir el padre y la madre. Vienen riéndose, como dos muchachones. Vienen de fa mano, como dos muchachos. El padre viene detrás, como si fuera a tropezar con todo. La madre no tropieza; porque conoce ei camino. iTrabaja mucho el padre, para comprar todo lo de la casa, y no puede ver a su hija cuando quiere! iA veces, allá en el trabajo, se ríe solo, o se pone de re- pente como triste, 0 se le ve en la cara como una luz: y es que está pensando en su hija: se le cae la pluma de la mano cuando piensa así, pero enseguida empieza a escribir, y escribe tan de prisa, tan de prisa, que es como si la pluma fuera volando. Y le hace muchos rasgos a la letra, y las oes le salen grandes como un sol, y las ges largas como un sabie, y las eles están debajo de la línea, como si se fueran a clavar en el papel, y las eses caen al fin de la palabra, como una hoja de palma; itiene que ver lo que escribe el padre cuando ha pensado mucho en fa niña! El dice que siempre que le llega por la ventana el olor de las flores del jardín, piensa en ella. 0 a veces, cuando está trabajando cosas de números, o poniendo un libro sueco en español, la ve venir, venir despacio, como en una nube, y se le sienta al lado. le quita la pluma, para que repose un poco, lc da un beso en la frente, le tira de la barba rubia, le esconde el tintero: es sueño no más, no más que sueño, como esos que se tienen sin dormir, en que ve uno vestidos muy bonitos, o un caballo vivo de cola muy larga, o un cochecito con cuatro chivos blancos, o una sor- tija con la piedra azul: sueño es no más, pero dice el padre que es como si lo hubiera visto, y que después tiene más fuerza y es- cribe mejor. Y la niña se va, se va despacio por el aire, que parece de luz todo: se va como una nube. Hoy el padre no trabajó mucho, porque tuvo que ir a una tienda: ia qué iría el padre a una tienda?: y dicen que PO: la puer- ta de atrás entró una caja grande: tqué vendrá en la caja?: ia saber lo que vendrá!: mañana hace ocho arios que nació Piedad. La criada fue al jardín. y SC pincho cl dedo por cierto. por querer 350 José Marti OBRAS ESCOGIDAS. T. II 351 coger, para un ramo que hizo, una flor muy hermosa. La madre a todo dice que si, y se puso el vestido nuevo, y le abrió la jaula al canario. El cocinero está haciendo un pastel, y recortando en figura de flores los nabos y las zanahorias, y le devolvió a la lavandera el gorro, porque tenía una mancha que no se veía ape- nas, pero, mancha!” “hoy, hoy, señora lavandera, el gorro ha de estar sin Piedad no sabía, no sabía. Ella sí vio que la casa es- taba como el primer día de sol, cuando se va ya la nieve, y les salen las hojas a los árboles. Todos sus juguetes se los dieron aquella noche, todos. Y el padre llegó muy temprano del trabajo, a tiempo de ver a su hija dormida. La madre lo abrazó cuando 10 vio entrar: años. iy lo abrazó de veras! Mañana cumple Piedad ocho El cuarto está a media luz, una luz como la de las estrellas, que viene de la lámpara de velar, con su bombillo de color de ópalo. Pero se ve, hundida en la almohada, la cabecita rubia. Por fa ventana entra la brisa, y parece que juegan, las mariposas que no se ven, con el cabello dorado. Le da en el cabello la luz. Y la madre y el padre vienen andando, de puntillas. IA1 suelo, el tocador de jugar! IEste padre ciego, que tropieza con todo! Pero la niña no se ha despertado. La luz le da en la mano ahora; parece una rosa la mano. A la cama no se puede llegar; porque están alrededor todos los juguetes, en mesas y sillas. En una silla está el baúl que le mandó en pascuas la abuela, Ile& de almen- dras y de mazapanes; boca abajo está el baúl, como si lo hubieran sacudido, a ver si caía alguna almendra de un rincón, o si andaban escondidas por la cerradura algunas migajas de mazapán; leso es, de seguro, que las muñecas tenían hambre! En otra silla está la loza, mucha loza y muy fina, y en cada plato una fruta pintada: un plato tiene una cereza, y otro un higo, y otro una uva: da en el plato ahora la luz, en el plato del higo, y se ven como chispas de estrella: azúcar!” ¿cómo habrá venido esta estrella a los platos?: “iEs dre, dice el pícaro padre: “IEso es, de seguro!“: dice la ma“eso es que estuvieron las muñecas golosas comiéndose el azúcar!” El costurero está en otra silla, y muy abierto, como de quien ha trabajado de verdad; el dedal está machucado ide tanto coser!: cortó la modista mucho, porque del calicó que le dio la madre no queda más que un redondel con el borde de picos, y el suelo está por ahí lleno de recortes, que le salieron mal a la mo- dista, y allí está la chambra empezada a coser, con la aguja cla- vada, junto a una gota de sangre. Pero la sala, y el gran juego, está en el velador, al lado de la cama. El rincón, allá contra la pared, es el cuarto de dormir de las muñequitas de loza, con su cama de la madre, de colcha de flores, y al lado una muñeca de traje rosado, en una silla roja: el tocador está entr- la cama y la cuna, con su muñequita de trapo, tapada hasta la nariz, y el mosquitero encima: la mesa del tocador es una cajita de cartón castaño, y el espejo es de los buenos, de los que vende la señora pobre de la dulcería, a dos por un centavo. La sala está en lo de delante del velador, y tiene en medio una mesa, con el pie hecho de un carretel de hilo, y lo de arriba de una concha de nácar, con una jarra mexicana en medio, de las que traen los muñecos aguadores de México: y alrededor unos papelitos doblados, que son los libros. El piano es de madera, con las teclas pm- tadas; y no tiene banqueta de tornillo, que eso es poco IUJO, smo una de espaldar, hecha de la caja de una sortija, con lo de abajo forrado en azul; y la tapa cosida por un lado, para la espalda, y forrada de rosa; y encima un encaje. Hay visitas, por supuesto, y son de pelo de veras, con ropones de seda lila de cuartos blancos, y zapatos dorados: y se sientan sin doblarse, con los pies en el asiento: y la señora mayor, la que trae gorra color de oro, y está en el sofá, tiene su levantapiés, porque del sofá se resbala; y el levantapiés es una cajita de paja japonesa, puesta boca abajo: en un sillón blanco están sentadas juntas, con los brazos muy tiesos, dos her- manas de loza. Hay un cuadro en la sala, que tiene detrás, para que no se caiga, un pomo de olor: y es una niña de sombrero colorado, que trae en los brazos un cordero. En el pilar de la cama, del lado del velador, está una medalla de bronce, de una fiesta que hubo, con las cintas francesas: en su gran moña de los tres colores está adornando la sala el medallón, con el retrato de un francés muy hermoso, que vino de Francia a pelear porque los hombres fueran libres, y otro retrato del que inventó el pa- rarrayos, con la cara de abuelo que tenía cuando pasó el mar para pedir a los reyes de Europa que lo ayudaran a hacer libre su tierra: esa es la sala, y el gran juego de Piedad. Y en la al- mohada, durmiendo en su brazo, y con la boca desteñida de los besos, está su muñeca negra. Los pájaros del jardin la despertaron por la mañanita. Parece que se saludan los pájaros, y la convidan a volar. Un pãjaro llama, y otro pájaro responde. En la casa hay algo, porque los pájaros se ponen así cuando el cocinero anda por la cocina sa- liendo y entrando, con el delantal volándole por las piernas, y la olla de plata en las dos manos, oliendo a leche quemada y a vino dulce. En la casa hay algo: porque si no, ipara qué está ahí, al pie de la cama, su vestídito nuevo, el vestidito color de perla, y la cinta lila que compraron ayer, y las medias de encaje? “Yo te digo, Leonor, que aquí pasa algo. Dímelo tú, Leonor, tú que estuviste ayer en el cuarto de mamá, cuando yo fui a paseo. iMamá mala, que no te dejó ir conmigo, porque dice que te he pues- to muy fea con tantos besos, y que no tienes pelo, porque te he peinado mucho: La verdad, Leonor: tú no tienes mucho pelo; pero yo te quiero así, sin pelo, Leonor: tus ojos son los que quiero yo, porque con los ojos me dices que me quieres: te quiero mucho, porque no te quieren: ia ver: Isentada aquí en mis rodillas, que te quiero peinar!: las niñas buenas se peinan en cuanto se levan- tan: ia ver, los zapatos. que esc lazo no está bien hecho!: y los dientes: déjame ver los dientes: las uñas: ileonor, esas uñas no están limpias! Vamos, Leonor, dime la verdad: oye, oye a los pájaros que parece que tienen baile: dime, Leonor, ique pasa en esta casa?” Y a Piedad se le cayó el peine de la mano, cuando le tenía ya una trenza hecha a Leonor; y la otra estaba toda alborotada. Lo que pasaba, allí lo veía ella. Por la puerta venía la procesión. La primera era la criada, con el delantal de rizos de los días de fiesta, y la cofia de servir la mesa en los días de visita: traía el chocolate, el chocolate con crema, lo mismo que el día de año nuevo, y los panes dulces en una cesta de plata: luego venía la madre, con un ramo de flores blancas y azules: ini una flor colorada en el ramo, ni una flor amarilla!: y luego venía la lavandera, con el gorro blanco que el cocinero no se quiso poner, y un estandarte que el cocinero le hizo, con un diario y un bastón: y decía en el estandarte, debajo de una corona de pensamientos: “iHoy cumple Piedad ocho aiíos!” Y la besaron y la vistieron con el traje color de perla, y la llevaron, con ei estandarte detrás, a la sala de los libros de su padre, que tenía muy peinada su barba rubia, como sí se la hubieran peinado muy despacio, y redondeándole las puntas, y poniendo cada hebra en su lugar. A cada momento se asomaba a la puerta, a ver sí Piedad venía: escribía, y se ponia a silbar: abría un libro, y se quedaba mirando a un retrato, a un retrato que tenía siempre en su mesa, y era como Piedad, una Piedad de vestido largo. Y cuando oyó ruido de pasos, y un vocerrón que venía tocando música en un cucurucho de papel, iquién sabe lo que sacó de una caja grande?: y se fue a la puerta con una mano en la espalda: y con el otro brazo cargó a su hija. Luego dijo que sintió como que en el pecho se le abría una flor, y como que se le encendía en la cabeza un palacio, con colgaduras azules de flecos de oro, y mucha gente con alas: luego dijo todo eso, pero entonces, nada se le oyó decir. Hasta que Piedad dio un salto en sus brazos, y se le quiso subir por el hombro, porque en un espejo había visto lo que llevaba en la otra mano el padre. “iEs como el sol el pelo, mamá, lo mismo que el sol! iya la vi, ya la vi, tiene ei vestido rosado! idile que me la dé, mamá: si es de peto verde, de peto de terciopelo! icomo las mías son las medias, de encaje, como las mías!” Y el padre se sentó con ella en el sillón, y le puso en los brazos la muñeca de seda y porcelana. Echó a correr Piedad, como si buscase a al- guien. padre, “¿ Y yo me quedo hoy en casa por mi niña” “y mi niña me deja solo?” le dijo su Ella escondí0 la cabccita en OBRAS ESCOGIDAS. T. II 353 el pecho de su padre bueno. Y en mucho, mucho tiempo, no la levantó. aunque ide veras! le picaba la barba. Hubo paseo por el jardin, y almuerzo con un vino de espuma debajo de la parra, y el padre estaba muy conversador, cogiéndole a cada momento la mano a su mamá, y la madre estaba como más alta, y hablaba poco, y era como música todo lo que hablaba. Piedad le llevó al cocinero una dalia roja, y se la prendió en el pecho del delantal: y a la lavandera le hizo una corona de cla- veles: y a la criada le llenó los bolsillos de flores de naranjo, y le puso en el pelo una flor, con sus dos hojas verdes. Y luego, con mucho cuidado, hizo un ramo de nomeolvides. “( Para quién es ese ramo, Piedad?” si es para alguien!” “No sé, no sé para quién es: iquién sabe Y lo puso a la orilla de la acequia, donde corría como un cristal el agua. Un secreto le dijo a su madre, y luego le dijo: “iDéjame ir!” Pero le dijo “caprichosa” su ma- dre: “iy tu muñeca de seda, no te gusta? mírale la cara, que es muy linda: y no le has visto los ojos azules”. Piedad sí se los había visto; y la tuvo sentada en la mesa después de comer, mi- rándola sin reírse; y la estuvo enseñando a andar en el jardín. Los ojos era lo que le miraba ella: y le tocaba en el lado del corazón: “iPero, mufieca, háblame, háblame!” Y la muñeca de seda no le hablaba. “eConque no te ha gustado la muñeca que te com- pré, con sus medias de encaje y su cara de porcelana y su pelo fino?” “Sí, mí papá, si me ha gustado mucho. Vamos, señora mu- i? eca, vamos a pasear. Usted querrá coches, y lacayos, y querrá dulce de castafias, señora muReca. Vamos, vamos a pasear.” Pero en cuanto estuvo Piedad donde no la veían, dejó a la muñeca en un tronco, de cara contra el árbol. Y se sentó sola, a pensar, sin levantar la cabeza, con la cara entre las dos manecitas. De pronto echó a correr, de miedo de que se hubiese llevado el agua el ramo de nomeolvides. -“ Pero, criada, llévame pronto!“-“ iPiedad, qué es eso de cria- da? *iTú nunca le dices criada así, como para ofenderla!“-“ No, mamá, no: cs que tengo mucho sueño: estoy muerta de sueño. Mira: me parece que es un monte la barba de papá y el pastel de la mesa me da vueltas, vueltas alrededor, y se están riendo de mí las banderitas: y me parece que están bailando en el aire las flores de zanahoria: estoy muerta de sueno: iadiós, mi madre!: mañana me levanto muy tempranito: tú, papá, me despiertas antes de salir: yo te quiero ver siempre antes de que te vayas a tra- bajar: ioh, las zanahorias! jestoy muerta de sueño.! iAy, mamá, no me mates el ramo! jmira, ya me mataste mi flor!“--“& onque se enoja mi hija porque le doy un abrazo?“-“ iPégame, mi mamá! ‘, pégame tú! es que tengo mucho sueño.” Y Piedad salió dryaa sala de los libros, con la criada que le llevaba la muñeca de seda. “; Qué de prisa va la niña, que se va a caer! CQuién espera a la niña?“-“ iQuién sabe quién me espera!” Y no habló con la criada: no le dijo que le contase el cuento de la niña jorobadita que se volvió una flor: un juguete no más le pidió, y lo PUSO a los pies de la cama y le acarició a la criada la mano, y se quedó dormida. Encendió la criada la lámpara de velar, con su bombillo de ópalo: salió de puntillas: cerró la puerta con mucho cuidado. Y en cuanto estuvo cerrada la puerta, relucieron dos ojitos en el borde de la sábana: se alzó de repente la cubierta rubia: de rodillas en la cama, le dio toda la luz a la lámpara de velar: y se echó sobre el juguete que puso a los pies, sobre la muñeca negra. La besó, la abrazó, se la apretó contra el co- razón: “Ven, pobrecita: ven, que esos malos te dejaron aquí sola: tú no estás fea, no, aunque no tengas más que una trenza: la fea es esa, la que han traído hoy, la de los ojos que no hablan: dime, Leonor, dime, itú pensaste en mí?: mira el ramo que te traje, un ramo de nomeolvides, de los más lindos del jardín: iasí, en el pecho! jesta es mi muñeca linda! ¿y no has llorado? ite dejaron tan sola! jno me mires así, porque voy a llorar yo! jno, tú no tienes frío! iaquí conmigo, en mi almohada, verás como te calientas! iy me quitaron, para que no me hiciera daño, el dulce que te traía! iasí, así, bien arropadita! ia ver, mi beso, antes de dor- mirte! iahora, la lámpara baja! fy a dormir, abrazadas las dos! ite quiero, porque no te quieren!” 0. c., t. 18, p. 478- 484. Cuentos de elefantes De Africa cuentan ahora muchas cosas extrañas, porque anda por allí la gente europea descubriendo el país, y los pueblbs de Europa quieren mandar en aquella tierra rica, donde con el calor del sol crecen plantas de esencia y alimento, y otras que dan fibras de hacer telas, y hay oro y diamantes, y elefantes que son una riqueza, porque en todo el mundo se vende muy caro el mar- fil de sus colmillos. Cuentan muchas cosas del valor con que se defienden los negros, y de las guerras en que andan, como todos los pueblos cuando empiezan a vivir, que pelean por ver quién es más fuerte, 0 por quitar a su vecino lo que quieren tener ellos. En estas guerras quedan de esclavos los prisioneros que tomó en la pelea el vencedor, que los vende a los moros infames que andan por allá buscando prisioneros que comprar, y luego los venden en las tierras moras. De Europa van a Africa hombres buenos, que no quieren que haya en el mundo estas ventas de hombres; y otros van por el ansia de saber, y viven años entre las tribus bravas, hasta que encuentran una yerba rara, o un pájaro que nunca se ha visto, o el lago de donde nace un río: y otros van de tropa, a sueldo del khedive que manda en Egipto, a ver cómo echan de la tierra a un peleador famoso que llaman el Mahdí, y dice que él debe gobernar, porque él es moro libre y amigo de los pobres, no como el khedive, que manda como criado del Sultán turco extranjero, y alquila peleadores cristianos para pelear contra el moro del país, y quitar la tierra a los negros sudaneses. En esas guerras dicen que murió un inglés muy va- liente, aquel “Gordon el chino”, que no era chino, sino muy blanco Y de ojos muy azules, pero tenía el apodo de chino, porque en China hizo muchas heroicidades, y aquietó a la gente revuelta con el cariño más que con el poder; que fue lo que hizo en el Sudán, donde vivía solo entre los negros del país, como su gobernador, Y se les ponía delante a ragafiarlos como a hijos, sin más armas que sus ojos azules, cuando lo atacaban con las lanzas y las aza- gayas, o se echaba a llorar de piedad por los negros cuando en 356 José Morti OBRAS ESCOGIDAS. T. II 357 la so! edad de la noche los veía de lejos hacerse señas, para jun- tarse en el monte, a ver cómo atacarían a los hombres blancos. El Mahdí pudo más que él, y dicen que Gordon ha muerto, o lo tiene preso el Madhí. Mucha gente anda por Africa. Hay un Chaillu que escribió un libro sobre el mono gorila que anda en dos pies, y pelea a palos con los viajeros que lo quisieran cazar. Livingstone viajó sin miedo por lo más salvaje de Africa, con su mujer. Stanley está allá ahora, viendo cómo comercia, y salva del Mahdi, al go- bernador Emín Pachá. Muchos alemanes y franceses andan allá explorando, descubriendo tierras, tratando y cambiando con los negros, y viendo cómo les quitan el comercio a los moros. Con los colmillos del elefante es con lo que comercian más, porque el marfil es raro y fino, y se paga muy caro por él. Ese de Africa es colmillo vivo; pero por Siberia sacan de los hielos colmillos de! mamut, que fue el elefante peludo, grande como una loma, que ha estado en la nieve, en pie, cincuenta mil años. Y un inglés Logan, dice que no son cincuenta mi!, sino que esas capas de hielo se fueron echando sobre la tierra como un millón de años hace, y que desde entonces, desde hace un millón de años, están enterrados en la nieve dura los elefantes peludos. Allí se estuvieron en los hielos duros de Siberia, hasta. que un día iba un pescador por la orilla de! río Lena, donde de un lado es de arena la orilla, y de otro es de capas de hielo, echadas una encima de otra como las hojas de un paste!, y tan perfectas que parecen cosa de hombre esas leguas de capas. Y e! pescador iba cantando un cantar, en su vestido de pie!, asombrado de la mucha luz, como si estuviese de fiesta en el aire un so! joven. El aire chispeaba. Se oían estallidos, como en el bosque nuevo cuando se abre una flor. De las lomas corria, brillante y pura, un agua nunca vista. Era que se estaban deshaciendo los hielos. Y allí, delante del pobre Shumarkoff, salian de! monte helado los colmillos, gruesos como troncos de árboles, de un animal velludo, enorme, negro, Como vivo estaba, y en el hielo transparente se le veía el cuerpo asombroso. Cinco años tardó el hielo en derretirse alrededor de él, hasta que todo se deshizo, y el elefante cayó rodando a la orilla, con ruido de trueno. Con otros pescadores vino Shu- markoff a llevarse los colmillos, de tres varas de largo. Y los perros hambrientos le comieron la carne, que estaba fresca todavía, y blanda como carne nueva: de noche, en la oscuridad, de cien perros a la vez se oía el roer de los dientes, el gruñido de gusto, el ruido de las lenguas. Veinte hombres a la vez no podían le- vantar la pie! crinuda, en la que era de a vara cada crin. Y nadie ha de decir que no es verdad, porque en el museo de San Peters- burgo están todos los huesos, menos uno que se perdió; y un puñado de la lana amarillosa que tenía sobre e! cuello. De enton- ces acá, los pescadores de Siberia han sacado de los hielos como dos mi! colmillos de mamut. A miles parece que andaban Ios mamut, como en pueblos, cuando los hielos se despeñaron sobre la tierra salvaje, hace miles de años; y como en pueblos andan ahora, defendiéndose de los tigres y de los cazadores por los bosques de Asra y de Afrrca; pero ya no son velludos, como los de Siberia, sino que apenas tienen pelos por los rincones de su piel blanda y arrugada, que da miedo de veras, por la mucha fealdad, cuando lo cierto es que con el elefante sucede como con las gentes del mundo, que porque ttenen hermosura de cara y de cuerpo las cree uno de alma hermosa, sin ver que eso es como los jarrones finos, que no ttenen nada dentro, y una vez pueden tener olores preciosos, y otras peste, y otras polvo. Con el elefante no hay que jugar, porque en la hora en que se le enoja la dignidad, o le ofenden la mu! er o el hijo, o el viejo, o el compañero, sacude la trompa como un azote, y de un latigazo echa por tierra al hombre más fuerte, o rompe un poste en astillas, o deja un árbol temblando. Tremendo es el elefante enfurecido, y por manso que sea en sus prisiones, siempre le llega; cuando calienta el sol mucho en abril, o cuando se cansa de su cadena, su hora de furor. Pero los que conocen bien al am- mal dicen que sabe de arrepentimiento y de ternura, como un cuento que trae un libro viejo que publicaron, alla al. prmcrprar este siglo, los sabios de Francia, donde está lo que hizo un ele- fante que mató a su cuidador, que allá llaman cornac, porque le había lastimado con el arpón la trompa; y cuando la mujer de! cornac se le arrodilló desesperada delante con su hijito, y le rogó que los matase a ellos también, no los mató, sino que con la trompa le quitó el niño a la madre, y se lo puso sobre el cuello, que es donde los cornacs se sientan, y nunca permitió que lo mon- tase más cornac que aquel. La trompa es lo que más cuida de todo . su cuerpo. recio el elefante, porque con ella come y bebe, y acarrcta y re_ sptra, y se quita de encima los animales que le estorban, y se bana. Cuando nada !y muy bien que nadan los elefantes! no se le ve el cuerpo, porque está en el agua todo, sino la punta de la trompa,. con los dos agujeros en que acaban las dos canales que atravlesan la trompa a lo largo, y llegan por arriba a la misma n. arrz, que tiene como dos tapaderas, que abre y cierra según qutera recibir el aire, o cerrarle el camino a lo que en las canales pueda estar. Nadie diga que nt~ e s verdad, porque hay quien se ha puesto a contarlos: como cuarenta mil músculos tiene la trompa del ele- fante, la “proboscis”, como dice la gente de libros: toda es de músculos, entretejidos como una red: unos están a la larga, de la nariz a la punta, y son para mover la trompa adonde el ele- fante quiere, y encogerla, enroscarla, subirla, bajarla, tenderla: otros son a lo ancho, y van de las canales a la piel, como los rayos de una rueda van del eje a la llanta: esos son para apretar las canales o ensancharlas. iQué no hace el elefante con SU Mm- 358 losé Martí OBRAS ESCOGIDAS. T. II 359 pa? La yerba más fina la arranca del suelo. De la mano de un niño recoge un cacahuete. Se llena la trompa de agua, y la echa sobre la parte de su cuerpo en que siente calor. Los elefantes enseñados se quitan y se ponen la carga con la trompa. Un hilo levantan del suelo, y como un hilo levantan a un hombre. No hay más modo de acobardar a un elefante enfurecido que herirle de veras en la trompa. Cuando pelea con el tigre, que casi siempre lo vence, lo echa arriba y abajo con los colmillos, y hace por atravesarlo; pero la trompa la lleva en el aire. Del olor del tigre no más, brama con espanto el elefante: las ratas le dan miedo: le tiene asco y horror al cochino. iA cuanto cochino ve, trompazo! Lo que le gusta es el vino bueno, y el arrak, que es el ron de la India, tanto que los cornacs le conocen el apetito, y cuando quie- ren que trabaje más de lo de costumbre, le enseñan una botella de arrak, que él destapa con la trompa luego, y bebe a sorbo ten- dido; sólo que el cornac tiene que andar con cuidado, y no hacerle esperar ia botella mucho, porque le puede suceder lo que al pintor francés, que, para pintar a un elefante mejor, le dijo a su criado que se lo entretuviese con la cabeza alta tirándole frutas a la trompa, pero el criado se divertía haciendo como que echaba al aire fruta sin tirarla de veras, hasta que el elefante se enojó, y se le fue encima a trompazos al pintor, que se levantó del suelo medio muerto, y todo lleno de pinturas. Es bueno el elefante de natura- leza, y se deja domar del hombre, que lo tiene de bestia de carga, y va sobre él, sentado en un camarín de colgaduras, a pelear en las guerras de Asia, o a cazar el tigre, como desde una torre segura, Los príncipes del Indostán van a sus viajes en elefantes cubiertos de terciopelos de mucho bordado y pedrería, y cuando viene de Inglaterra otro príncipe, lo pasean por las calles en el camarín de paño de oro que va meciéndose sobre el lomo de los.- elefantes dóciles, y el pueblo pone en los balcones sus tapices ricos, y llena las calles de hojas de rosa. En Siam no es sólo cariño lo que le tienen al elefante, sino adoración, cuando es de piel clara, que allá creen divina, porque la religión siamesa les enseña que Buda vive en todas partes, y en todos los seres, y unas veces en unos y otras en otros, y como no hay vivo de más cuerpo que el elefante, ni color que haga pensar más en la pureza que lo blanco, al elefante blanco ado- ran, como si en él hubiera más de Buda que en los demás seres vivos. Le tienen palacio, y sale a la calle entre hileras de sacer- dotes y le dan las yerbas más finas y el mejor arrak, y el palacio se lo tienen pintado como un bosque, para que no sufra tanto de su prisión, y cuando el rey lo va a ver es fiesta en el país, por- que creen que el elefante es dios mismo, que va a decir al rey el buen modo de gobernar. Y cuando el rey quiere regalar a un extranjero algo de mucho valor, manda hacer una caja de oro puro, sin liga de otro metal, con brillantes alrededor, y dentro pone, como una reliquia, recortes de pelo del elefante blanco. En .\ frica no los miran 10s pueblos del país como dioses, sino que ies ponen trampas en el bosque, y se. les echan encima en cuanto los ven caer, para alimentarse de la carne, que es fina y jugosa: o los cazan por engaño, porque tienen enseñadas a las hembras, que vuelven al corral por el amor de los hijos, y donde saben que anda una manada de elefantes libres les echan a las hembras a buscarlos, y la manada viene sin desconfianza detrás de las ma- dres que vuelven adonde sus hijuelos: y allí los cazadores los enlazan, y los van domando con el cariño y la voz, hasta que los tienen ya quietos, y los matan para llevarse los colmillos. Partidas enteras de gente europea están por Africa cazando elefantes; y ahora cuentan los libros de una gran cacería, donde eran muchos los cazadores. Cuentan que iban sentados a la mu- jeriega en sus sillas de montar, hablando de la guerra que hacen en cl bosque las serpientes al león, y de una mosca venenosa que les chupa la piel a los bueyes hasta que se la seca y los mata, v de lo lejos que saben tirar la azagaya y la flecha los cazado- ;es africanos; y en eso estaban, y en calcular cuándo llegarían a las tierras de Tippu Tib, que siempre tiene muchos Colmillos que vender, cuando salieron de pronto a un claro de esos que hay en Africa en medio de los bosques, y vieron una manada de ele- fantes allá al fondo del claro, unos durmiendo de pie, contra los troncos de los árboles, otros paseando juntos y meciendo el cuerpo de un lado a otro, otros echados sobre la yerba, con las patas de atrás estiradas. Les cayeron encima todas las balas de los ca- zadores. Los echados se levantaron de un impulso. Se juntaron las parejas. Los dormidos vinieron trotando donde estaban los demás. Al pasar junto a la poza, se llenaban de un sorbo la trompa. Gruñían y tanteaban el aire con la trompa. Todos se pusieron alrededor de su jefe. Y la caza fue larga; los negros les tiraban lanzas y azagayas y flechas: íos europeos escondidos en los yerbales, les disparaban de cerca los fusiles: las hembras huían, despedazando los cañaverales como si fueran yerbas de hilo: los elefantes huían de espaldas, defendiéndose con los col- millos cuando les venía encima un cazador. El más bravo le vino a un cazador encima, a un cazador que era casi un niño, Y estaba solo atrás, porque cada uno había ido siguiendo a su ele- fante. Muy colmilludo era el bravo, y venía feroz. El cazador SS subió a un árbol, sin que lo viese el elefante, per0 61 lo ollo enseguida y vino mugiendo, alzó la trompa como para sacar de la rama al hombre, con la trompa rodeó el tronco, y lo sacudió como si fuera un rosal: no lo pudo arrancar, y se echó de a? cas contra el tronco. El cazador, que ya estaba al caerse, dispar? su fusil, y lo hirió en la raíz de la trompa. Temblaba el aire, dIcen* de los mugidos terribles, y deshacía el elefante el cañaveral con las pisadas, y sacudía los árboles jóvenes, hasta que de un im- 360 JosB .Uurti pulso vino contra el del cazador, y lo echó abajo. iAbajo el ca- zador, sin tronco a que sujetarse! Cayó sobre las patas de atrás del elefante, y se le agarró, en el miedo de la muerte, de una pata de atrás. Sacudirselo no podía el anima1 rabioso, porque la coyuntura de la rodilla la tiene el elefante tan cerca del pie que apenas le sirve para doblarla. ,+ Y cómo se salva de alli el cazador? Corre bramando el elefante. Se sacude la pata contra el tronco más fuerte, sin que el cazador se le ruede, porque se le corre adentro y no hace más que magullarle las manos. IPero se caera por fin, y de una colmillada va a morir el cazador! Saca su cu- chillo, y se lo clava en la pata. La sangre corre a chorros, y el animal enfurecido, aplastando el matorral, va al río, al río de agua que cura. Y se llena la trompa muchas veces, y la vacra sobre la herida, la echa con fuerza que lo aturde, sobre el cazador. Ya va a entrar más a lo hondo el elefante. El cazador le dispara las cinco balas de su revólver en el vientre, y corre, por si se puede salvar, a un árbol cercano, mientras el elefante, con la trompa colgando, sale a la orilla, y se derrumba. 0. C., t. 18, p. 485- 490. La galeria de las máquinas Los niños han leído mucho el número pasado de La Edad de Oro, y son graciosas las cartas que mandan, preguntando si es verdad todo 10 que dice el artículo de la “Exposición de París”. Por supuesto que es verdad. A los niños no se les ha de decir más que la verdad, y nadie debe decirles lo que no sepa que es como se lo está diciendo, porque luego los ninos viven creyendo lo que les dijo el libro o el profesor, y trabajan y piensan como si eso fuera verdad, de modo que si sucede que era falso lo que les decían, ya les sale la vida equivocada y no pueden ser felices con ese modo de pensar, ni saben cómo son las cosas de veras, ni pueden volver a ser niños, y empezar a aprenderlo 4qdo de nuevo. iQue si es verdad todo lo de la Exposición? Una señora buena le armó una trampa al hombre de La Edad de Oro. Iban hablando del artículo y ella le dijo: “Yo he estado en París.“-“ IAh, señora. que vergüenza entonces! lqu 6 habrá dicho del artículo.“~“ No; yo he estado cn París, porque he leído su artículo.” Y otro señor bueno, que está en París, dice “que a él no lo engañan, que La Edad de Oro estuvo en París sín que él la viera, porque él se pasaba la vida en la Exposición y todo lo que había en la Exposición que ver está en La Edad de Oro.” Pero el señor bueno dice que faltó un grabado, para que los niños vieran bien toda la riqueza de aquellos palacios; y es el grabado de la “Galería de las Máquinas”, que era el corredor adonde daban las puertas diferentes de las industrias del mundo, y allá al fondo tenía el edificio más hermoso, donde estaban en hilera, como elefantes arrodillados, las máquinas de todo lo que el hombre sabe hacer. Quien ha visto todo aquello, vuelve diciendo que SC siente como más alto. Y como La Edad de Oro quiere que los niños sean fuertes, y bravos, y de buena estatura, aqui está, para que les ayude a crecer el corazón, el grabado de La Galería dc las Máquinas. ’ 0. c., 1. 18. p. 500- 501 ’ Ef grabado del que se habla apareció, efectivamente, en el número de La Edad de Oro al que pertenece CI presente artículo. OBRAS ESCOGIDAS T II 363 La última página Los padres se lo quieren dar todo a sus hijos, y si ven un caballo hermoso, con la cola que le reluce y el pelo como seda, no piensan en montarse ellos, como señorones, y salir trotando por la alameda, donde van de paseo por la tarde los coches y los jinetes, sino que piensan en sus hijos los padres, y se ponen a trabajar todavia más, para comprarle al hijito el caballo her- moso. Si pasa un niño en un velocípedo, con su vestido de tercio- pelo y su cachucha, y tan de prisa que todo el mundo se para a verlo, el padre no piensa en comprarse un velocípedo é!, sino en que su hijito estará lindo de veras cuando vaya como el niño del terciopelo y la cachucha, en sus dos ruedas que dan como una luz cuando andan, y van casi tan de prisa como la luz, que es 10 que anda más pronto en el mundo. La luz no se ve, y es ver- dad, como que si se acabase la luz, se rompería el mundo en pedazos, como se rompen allá por el cielo las estrellas que se enfrían. Así hay muchas cosas que son verdad aunque no se las vea. Hay gente loca, por supuesto, y es la que dice que no es ver- dad sino lo que se ve con los ojos. !Como si alguien viera el pensamiento, ni el cariño, ni lo que, allá dentro de su cabeza canosa, va hablándose el padre, para cuando haya trabajado mu- cho, y tenga con qué comprarle caballos como la seda o velocí- pedos como la luz a su hijo! El hombre de La Edad de Oro es así, lo mismo que los padres: un padrazo es el hombre de La Edad de Oro: como una estatua que hay del río Nilo, donde hace de río un viejo muy barbón, y encima de él saltan, y juegan, y dan vueltas de cabeza los mu- chachos traviesos, lo que no quiere decir, por supuesto, que el río Nilo sea un viejo de verdad, ni que sus cien hijos jugaran así encima de él, sino que el río Nilo es como un padre para toda aquella gente de las tierras de Egipto, porque les humedece los sembrados cada vez que baja de los montes con mucha agua, y asi las siembras les dan mucho fruto: por eso quieren al río los egipcios como si fuera persona, y lo pintan tan viejo, porque desde hace miles de años ya hablaban del Nilo los libros de en- tonces, que es! aban escritos en unas tiras largas que hacían de una yerba, y luego las enrollaban alrededor de una varilla, y las metían en su nicho, como los que tienen ahora los escritorios para guardar 103 papeles. 1. los egipcios le rezaban al Nilo, como si fuera un dios, y le componian versos y cantos; y como que nada lec; parecia mejor que una joven hermosa, sacaban de su casa una vez al año a la egipcia más !inda, y la echaban al agua, como regalo al río viejo, para que se contentase para el año, con aquella hija que le daban, y bajase del monte con más agua que nunca. Así son los padres buenos, que creen que todos los niños son sus hijos, y andan como el río Nilo, cargados de hijos que no se ven, y son los niños de! mundo, los niños que no tienen ;, adre, los niños que no tienen quien les dé velocipedo, ni caballo, ni cariño, ni un beso. Y así es el hombre de La Edad de Oro, que en cada número quisiera poner el mundo para los niños, a más de su corazón; pero en la imprenta dicen que el corazón cabe siem- pre, y el mundo no, ni el artículo de “La luz eléctrica”, que cuenta c8mo se hace la luz, y qué cosa es la electricidad, y cómo se enciende y se apaga, y muchas cosas que parecen sueño, o cosa de lo más hondo y hermoso del cielo: porque la luz eléctrica es como la de las estrellas, y hace pensar en que las cosas tienen alma, como dijo en sus versos latinos un poeta, Lucrecia, que hubo en Roma, y en que ha de parar el mundo, cuando sean buenos todos los hombres, en una vida de mucha dicha y claridad, donde no haya odio ni ruido, ni noche ni día, sino un gusto de vivir, queriéndose todos como hermanos, y en el alma una fuerza sere- na, como la de la luz eléctrica. Con todo eso, no cupo el artículo, y hubo que escribir otro más corto, que es ese que habla de la caza de elefante, y el modo con que venció el niño cazador al elefante fuerte. Nadie diga que el cambio no fue bueno. Se ha Cl< conocer las fuerzas de! mundo para ponerlas a trabajar, y hacer que la electricidad que mata en un rayo, alumbre en la luz. Pero el hombre ha de aprender a defenderse y a inventar, viviendo al aire libre, y viendo la muerte de cerca, como el cazador del eleiante. La vida de tocador no es para hombres. Hay que ir de vez en cuando a vivir en lo natural, y a conocer la selva. 0. C.. t. 18, p. 502- 503. OBRAS ESCOGIDAS. T. II 365 DISCURSOEN CONMEMORACION DELIODEOCTUBRE Cubanos: Vence en mí el placer de lo que esta noche oigo y veo, al desagrado propio de enseñar la persona inútil, que más que del frío extranjero, y del miedo de morir antes de haber cumplido con todo su deber, padece del desorden y descomposición que, con ayuda de nuestros mismos hermanos extraviados, fomenta el déspota hábil para tener mejor sometida a la patria. Lo que veo y oigo no me convida a la elegía, sino al himno. Pero este es en mí el júbilo de la resurrección, y no el gusto infecundo de la tribuna vocinglera. Con compunción, y no con arrogancia, se debe venir a hablar aquí: que hay algo de vergüenza en la oratoria, en estos tiempos de sobra de palabras y de falta de hechos. Ci- mientos a la vez que trincheras deben ser las palabras ahora, no torneo literario, mientras nuestro país se desmigaja y se pudre, y los caracteres se vician, y se pospone a la seguridad personal la de la patria. Tribunal somos nosotros aquí, más que tribuna: tribunal que no ha de olvidar que cumple al juez dar el ejemplo de la virtud cuya falta censura en los demás, y que los que fun- gen de jueces habrán en su día de ser juzgados. El que tacha a los demás de no fundar, ha de fundar. Entre nosotros, que vivi- mos libres en el extranjero, el 10 de Octubre no puede ser, como no es hoy, una fiesta amarga de conmemoración, donde vengamos con el rubor en la mejilla y la ceniza en la frente: sino un recuen- to, y una promesa. Los que vienen aquí, pelean. Los que hablan, como que hablan la verdad, pelean. Ellos todos han sido elocuentes. Yo solo no lo podré ser, porque mi palabra no basta a expresar el trastorno, .no menos que divino, que en mi alma enamorada de la patria dolo- rosa, no de la gloria egoísta, han causado las voces de mis com- pañeros en fe y determinación: la voz del adolescente, vibrante como el c! arín, que renueva el juramento de los héroes; la voz de los soldados cívicos que en la hora del combate pusieron a la espada el genio de hoja. y de puño la ley; la voz del desterrado inquebrantable, que prefiere la penuria del deber oscuro a los aplausos vanos de la patria incompleta y a los falsos honores; la saz sacerdotal del hombre meritorio que en la hora de explosión vio salir a los héroes de la tierra, y salió con ellos, resplande- cientes como soles, señalándonos a sus hijos, con el reguero de su sangre, el camino de la tierra prometida. iEs morir, es morir, el dolor de no haber compartido aquella existencia sublime! Por- que, aunque la prudencia nos guíe y acompañe, y tengamos de- cidido, porque así nos lo manda la virtud patriótica, que nos guie y acompañe siempre, la verdad es que ya el brazo está cansado de la pluma, y la virtud está cansada de la lengua; que cuando salimos a buscar el aire puro, como remedo de la libertad, nos sorprendemos ensayando nuestros músculos para la arremetida de la batalla. Sí: aquellos tiempos fueron maravillosos. Hay tiempos de ma- ravilla, en que para restablecer el equilibrio interrumpido por la violación de los derechos esenciales a la paz de los pueblos, apa- rece la guerra, que es un ahorro de tiempo y de desdicha, y con- sume los obstáculos al bienestar del hombre en una conflagración purificadora y necesaria. iDelante de nuestras mujeres se puede hablar de guerra!; no así delante de muchos hombres, que de todo se sobrecogen y espantan, y quieren ir en coche a la libertad, sin ver que los problemas de composición de un pueblo que aprendió a leer, sentado sobre el lomo de un siervo, a la sombra del ca- dalso, no se han de resolver con el consejo del último diario inglés, ni con la tesis recién llegada de los alemanes, ni con el agasajo interesado de un mesnadero de la política de Madrid que sale por las minorías novicias y vanidosas a caza de lanzas, ni con las visiones apetecibles del humo gustoso en que en la dicha de ia librería ve el joven próspero desvanecerse su fragante tabaco. A la mujer, para que se resigne, y al hombre, para que piense, se debe hablar de guerra. La desigualdad tremenda con que es- taba constituida la sociedad cubana, necesitó de una convulsión para poner en condiciones de vida común los elementos deformes y contradictorios que la componían. Tanta era la desigualdad, que el primer sacudimiento no bastó para echar a tierra el edificio abominable, y levantar la casa nueva con las ruinas, El observador juicioso estudia el conflicto; se reconoce deudor a la patria de la existencia a que en ella nació; y cuando, por la ineficacia patente y continua de los recursos cuyo ensayo no quiso ni debió turbar, ve comprobada la necesidad de pagar, en cambio de la vida de- corosa y el trabajo libre, e, 1 tributo de sangre; cuando con el tri- buto de sangre de una generación, se salvará la patria del exter- minio lento; cuando con las virtudes evocadas por la grandeza de ta rebelión pueden apagarse, y acaso borrarse, los odios y dife- rencias que amenazan, tal vez para siglos, al país; cuando el sacrificio es indispensable y útil, marcha sereno al sacrificio, como 366 José Marti OBRAS ESCOGIDAS T. II 367 los héroes del 10 de Octubre, a la luz del incendio de la casa paterna, con sus hijos de la mano. iOh, si!, aquellos tiempos eran maravillosos. Ahora les tiran piedras los pedantes, y los enanos vestidos de papel se suben sobre los cadáveres de los héroes, para excomulgar a los que están continuando su obra. iDe un revés de las sombras irritadas se vendrán abajo, si se les quieren oponer, los que tienen por única hueste las huestes de las sombras: los que han intentado dispersarles, en la hora del descanso, las fuerzas de que necesitaban para triunfar, cuando se levanten, como ya se están levantando, sobre la debilidad de los enemigos y el desconcierto de los pro- pios! Aquellos tiempos eran de veras maravillosos. Con ramas de árbol paraban, y echaban atrás, el fusil enemigo; aplicaban a la naturaleza salvaje el ingenio virgen; creaban en la poesía de la libertad la civilización; se confundían en la muerte, porque nada menos que la muerte era necesaria para que se confundie- sen, el amo y el siervo; el hombre lanudo del Congo y el Benin defendía con su pecho a los hombres del color de sus tiranos, a los que habían sido sus tiranos, y moría a sus pies, enviándoles una mirada de lealtad y de amor: entró la patria, por la acumu- lación de la guerra, en aquel estado de invención y aislamiento en que los pueblos descubren en sí y ejercitan la originalidad necesaria para juntar en condiciones reales los elementos vivos que crean la nación; el orden de la familia, los inventos de la industria, y las mismas gracias del arte, crecían, espontáneos, con toda la fuerza de la verdad natural, en la punta del machete; pero “¿ somos nosotros?” se decían aquellos hombres, como si se desconocieran, y andaban como por un mundo superior, felicitán- dose de hallarse tan grandes, con el poder de la tempestad en la mano y la limpieza del cielo en la conciencia. ¿Y consentiremos en que tanta grandeza venga a ser inútil, y estériles la unión milagrosa y precipitación de tiempos, cumplidas en la guerra, y renovados, con caracteres más dañinos que nunca, los recelos y desdenes que preparan suerte tan sombría, si no se curan a tiem- po, a la patria que puede levantarse, hábil y pura a la vez, con la potencia unificadora del amor, que es la ley de la política como la de la naturaleza, sobre las ruinas, porque no son más que ruinas, que mantiene como con restos de energía la política temible en que la flojedad meticulosa y soberbia, compite en vano con el empuje combinado de la codicia y el odio? iEn pie está e! templo, con las palmas por columnas y el cielo de estrellas por techumbre; y los sacerdotes gigantes que vagan, creciendo al andar, nos mandan que no lo consintamos! Lo que nos ordenan aquellos brazos alzados, lo que nos suplican aquellos ojos vigilantes, lo que se nos impone como legado ineludible, de aquellos campos en donde a todas horas, por la virtud de los que cayeron en ellos, esplende, como aclarando el camino a los que han de venir, una luz de astros, es que no perpetuemos los odios, ni pongamos más de los que hay, ni convirtamos al neutral en enemigo, ni dejemos ir de la mano .a un amigo posible, ni ofendamos más a quienes hemos ofendido ya bastante, ni esperemos para intentar la salvación a que no haya ya fuerzas con que sal- varse; sino que nos empeñemos en juntar, para la catástrofe ine- vitable, los elementos refrenados o desunidos por los que no tienen manera de evitar la catástrofe; que creemos cátedras de despreo- cupar, en vez de olimpos de entresuelo y de sillas de odio; que enseñemos al ignorante infeliz, en vez de llevarlo detrás de nues- kas pasiones y envidias, a modo de rebaño; que completemos la obra de la revolución con el espíritu heroico y evangélico con que la iniciaron nuestros padres, con todos, para el bien de to- dos; que desechemos, como funesta e indigna de hombres, la libertad ficticia y alevosa que pudiera venirnos, por arreglos o ventas, del comerciante extranjero, que con sus manos se conquistó la liber- tad, y no podría tratar como a iguales, ni como dignos de ella, a los que no supiesen conquistarla. iCuándo se ha levantado una nación con limosneros de derechos? iAquí estamos para cum- plir lo que nos mandan, de entre los árboles que nos esperan con nuevos frutos, los ojos que no se cierran, las voces que no se oyen, los brazos alzados! No es esta noche propicia, cuando la mano se nos está yendo sola a la cintura, para disertar como en academia política sobre las razones, dobladas y notorias, de no quitar ya de la cintura la mano: ni hay que refutar, porque de sí misma anda escondida, la idea pretenciosa que en la isla se propala, la cual manda tener por crimen o necedad toda opinión de cubano sobre asuntos de Cuba que no alcance la fortuna de ajustarse, como el zapato del zapatero al pie del señor, a la política que, con aplauso y satis- facción profunda de sí misma, se ha puesto idelante de los que llevan la frente coronada de heridas! la corona. Todo lo de la patria es propiedad común, y objeto libre e inalienable de la acción y el pensamiento de todo el que haya nacido en Cuba. La patria es dicha de todos, y dolor de todos, y cielo para todos, y no feudo ni capellanía de nadie; y las cosas públicas en que un grupo o partido de cubanos ponga las manos con el mismo dere- cho indiscutible con que nosotros las ponemos, no son suyas solo, y de privilegiada propiedad, por virtud sutil y contraria a la na- turaleza, sino tan nuestras como suyas; por lo que, cuando las manos no están bien puestas, hay derecho pleno para quitarles de sobre la patria las manos. No hay que refutar ya, arrogancias semejantes. Ya se están cayendo las estatuas de polvo: ya se van apagando de sí propias las escorias brillantes que quedaron, ves- tidas como de oro por la luz del gran incendio, despu$ s de la guerra: ya no hay espacio en las mejillas de los pediguenos para las bofetadas: ya están cumplidas nuestras profecías, y vencidos 368 José Marti OBRAS ESCOGIDAS. T. II 369 por su impotencia y por sus yerros los que osaban tachar de usur- pacion la tarea nuestra de preparar el país de acuerdo con sus antecedentes y sus elementos, para la accion desesperada que se- gún ellos mismos habria de seguir inevitablemente a la catêstrofe de su politica. De ningún modo es necesario responder con ira desde aquí,- porque si son cubanos que yerran, jamás hemos de olvidar que son cubanos- a los que nos censuran el amor tenaz a nuestras glorias, que aun cuando no pasara de amor de contem- plación no seria censurable, sino vital y fecundo, por más que sea preferible acompañarlo de una parte activa en la reedificación de la hermosura cuyo desastre se lamenta: de ningún modo es necesario disculparnos de aquella lealtad del corazón que nos man- da ostentar, por sobre nuestras cabezas, el culto de los que mu- rieron por nosotros. iDesventurado el hijo de Cuba que no lo os- tenta; porque en propagar después del sacrificio el culto de los que supieron inmolarse, hay más honra que en haber ostentado en el sombrero, durante la inmolación, la cinta de hule de los sacri- ficadores! No es esta ocasión de preguntarnos si estará bien guardado el espíritu de la revolución por los que pelearon contra e;! a, o vi- vieron ante ella indiferentes, o disimularon con una calma cons- tante ante el español sus simpatías infecundas, o la trastornaron, en vez de servirla, con sus ambiciones. El arrepentimiento es un modo de entrar en la virtud; aunque no se concibe que los que llevaban ya barba en aquella hora difícil, pudieran con honor dejar de ejercer el patriotismo que les abunda luego en la hora fácil, ni es de uso que los arrepentidos tengan en la casa de la virtud más derecho que los que fueron siempre virtuosos. Ni cabe en el concepto alto del deber patriótico venir a esta tribuna, tan alta que no pueden llegar a ella celos aldeanos ni competencias infantiles, a hacer oficio de matador de moros muertos, y de lan- ceadores de nuestra propia carne. Ni al convencido, que cayó en su convicción, se le ha de desdeñar aunque milite en campo opuesto, ni halar de la barba que le encaneció en el servicio de sus ideas: porque hay un campo en que los hombres se dan las manos, que es el de la honradez, donde se respeta, y aun se ama por su virtud, a los adversarios constantes y veraces. Honra y respeto merece el cubano que crea sinceramente que de España nos puede venir un remedio durable y esencial,- por- que hay uno, o dos, cubanos que 10 creen: honra y respeto al que, en la certidumbre de que un pueblo no ha de disponerse a los horrores de la guerra por el convite romántico de un héroe frus- trado, dirija su política lsi hay algún previsor ignorado que la dirija! de modo que las fuerLas que garantizarían la paz, más amable que la muerte, caso de que cupiera la paz sana y libre, diesen de sí en la hora de la última necesidad la guerra cordial y breve a que la mi. seria, y el recuerdo de lo que pudo, y la ira de haber confiado en vano, han de llevar forzosamente, por el mismo exceso y extremo de la sumisión, a un pueblo hambriento y desesperanzado que conoce la enredadera silvestre que calma la sed, y el pedestal de los ríos con que se enciende el fuego, y la miel generosa de la abeja, que aplaca el hambre y dispone a pe- lear, y los farallones inexpugnables de la serrania, donde puede hacer cejar al sitiador numeroso un riflero bien arrodillado. Al que se engañe de buena fe, y al que se prepare, sin traición a la politica de paz insegura, para atender con el menor desconcierto posible a las consecuencias naturales, en un pueblo empobrecido e infeliz, del fracaso de una tentativa de paz tan inútil como sincera,- honra y respeto. Pero al que finja, blanqueando el co- razón, aquella creencia en el remedio imposible que afloja las fuerzas indispensables para el remedio final; al que prefiere su bien inseguro, impuro, al servicio franco de la patria, o contribuye con su silencio y su favor o con la hábil atenuación de sus cen- suras ostentosas, a prolongar, sin que el remordimiento le muerda, este descanso, ya temible, que el gobernante aprovecha, astuto, para quebrar los últimos huesos al pueblo enviciado, y beberle, con anuencia de los letrados, la última sangre; al que oculta a sabiendas la verdad, y promete lo que no cree, con labios pros- tituidos, y pretende demorar la obra sana de la indignación, como si la cólera de un pueblo fuera un dócil criado de mano, hasta que crezca su persona aspirante, o duerman las armas a buen re- caudo, a estos enemigos de la república, a esos aliados convictos del gobierno opresor, lni honra ni respeto! Pero ia qué insistir sobre el engaño, loable en algunos, y criminal en los más; sobre la tibieza, que es culpa de carácter en unos, y en otros de juicio; sobre el interés personal, que ha de ser siempre, por fortuna entre los cubanos el pecado de los menos,- de aquel! os que por sus propios errores, o por equivoca- ción de fe, o por consejo extemporáneo de una pacífica nobleza, están hoy ante el pais sin crédito ni valimiento, ni más influjo que el que les ha de dar, por algún tiempo aun, la certidumbre, patente entre sus parciales, de que la confesión de derrota que implicaría su abandono de la politica nominal, precipitaría las soluciones de la política real,- el desconsuelo, temible en los pue- blos pobres,- la guerra, a que no están personalmente preparados? Por eso viven, y nada más que por eso. iHablen con honradez, y digan si viven por más! Al mal que han hecho es a 10 que hay que atender, para remediarlo, y no a los que por error excusable o por dilatada cobardia 10 hicieron. Los tiempos se han cumplido, y cuanto les predijimos, acon- tece. El miedo no ha resuelto una situación que sólo podía resol- ver el valor. El amo insolente ha empleado en fortificarse los años que el siervo tímido empleaba en desunir sus huestes y en destruir sus fortalezas. TJna jefatura de policía es nuestra patria, 370 José .Marti OBRAS ESCOGIDAS. T. II 371 con un sargento atrevido a la cabeza. Lo único que ha !ogrado cl partido autonomista de veras, porque es lo único que con tesón procuró, ha sido el trastorno de los elementos que a haber estado unidos, como debieran, pudiesen precipitarlos, como fin natural de su política, a la guerra a que sólo tienen derecho a resistirse mientras presenten prueba plena de su capacidad para evitarla. Ya están frente a frente el amo preparado, y el siervo sin pre- paración. Jamás podré olvidar cierta conversación que tuve en mi último destierro a España con uno de los prohombres en quienes más esperanzas tuvieron puestas por largo tiempo los caudillos autonomistas; jamás podré olvidar que luego de haber analizado los factores de nuestra población, y los hábitos y agentes políticos de España, y la urgencia de nuestra necesidad de remedio, y lo que tarda el pueblo español en mudar de hábitos, y de haber de- ducido, en vista de todo, los sucesos y estado a que habíamos de venir, y hemos venido, “iOh, si!” me dijo: “Usted tiene razón. Es triste, pero es cierto. Podremos aplazar el resultado; pero el resultado tiene que venir. Allí no cabemos los dos juntos. 0 us- tedes o nosotros.” Y este es el problema después de diez años: o ellos, o nosotros. Esto me lo decía el prohombre español tendido en su cama, como símbolo de su nación, en pleno mediodía. Y no es que se nos ocurra negar que en una situación de paz, aunque aparente, haya debido existir un partido de paz, que debió ser aparente también, para ser real y fecundo, y estar en corres- pondencia con la situación que lo creaba. Ni es que caigamos en el extremo de pedir que el partido autonomista, basado en la su- ficiencia de la paz, tenga una mano puesta en el parlamento de Madrid, y otra en el parlamento silencioso, por más que anden a cada paso aceptando la posibilidad de que el país, en fuerza de la desesperación, haya de parar en la guerra. Si adelantasen con ánimo igual y determinado, y atención vigilante a la variedad de elementos y delicadeza de los problemas vivos del país, tra- tando al adversario como auxiliar en lo que lo es naturalmente, y como hermano o como amigo al menos al liberto que ha pade- cido tanto de nosotros, y en nosotros está, y ni por su voluntad ni por la nuestra puede arrancarse de nosotros; si no se valiesen para la revolución de su error natural, de las fuerzas mismas de la revolución,- que no es más, en la ciencia política verdadera, que una forma de la evolución, indispensable a veces, por la desemejanza u oposición de los factores que se desenvuelven en común, para que el desenvolvimiento se consuma; si la guerra que como recurso inevitable, y por razones confusas de patriotismo, interés y hábito de autoridad, podría suceder, con los más amenazados y los más impacientes del partido, a la confesión, ya poco lejana, de su derrota, fuese aquella guerra de raíz, entera y generosa, que Cuba, criada en odios y desigualdades, necesi- ta; y si sintiéramos Palpitar, bajo los actos necesarios y loables de prudencia, aquel espíritu redentor que llevó’ a la contienda épica a nuestros mártires, e hizo de ellos. a la vez héroes y apóstoles,- con paciencia, v hasta con júbilo, porque al hombre hon- rado no le asusta mo& r esperando en la oscuridad en el servicio de la patria, veríamos adelantar a los que más ilusorios o menos decididos, tardasen en venir a nuestras vías, sin echarles en cara el venir lentamente porque venían fundando. <Qué culpa no será la de los que, para cuando haya llegado la hora de la guerra, en vez de haber conducido su política en previsión de un resultado que son incapaces de evitar y ellos mis- mos reconocen como posible, tengan al pais revuelto y enconado, sin que los de allá, por aquel alejamíento vecino al odio que se les predica para con los de acá, se hayan puesto al habla; sin la simpatía, precursora del acuerdo, con los peninsulares liberales, que ya son muchos más de los que eran, y en esta como en otras partes pudieran ver la independencia con buenos ojos; sin el in- terés fraternal de nuestros libertos que, a no ser tan nobles como son, y hombres de tanto fuego y libertad como nosotros, pudieran seguir con más agradecimiento, en su afán legítimo de mejora, al español aleccionado que se la ofrece que a los coterráneos incapaces que los desdeñan, por más que todavía palpiten a miles bajo su pecho oscuro los corazones generosos que sostuvieron en sus horas de agonía la guerra pasada, y están hoy, como siempre, con el pie en el estribo, prontos a partir de nuevo a la conquista de la liber- tad plena de la patria! No es que no debió existir el partido de la paz, sino que no existe como debe, ni para lo que debe. Es que jamás ha cumplido con su misión, por el error de UU nacimiento híbrido, por falta de grandeza en las miras. Es que no abarca, en la lucha del país contra sus opresores, todos los elementos del pais. Es que no ha podido allegarse las fuerzas indispensables para el triunfo, ni para el goce pacífico de él, ni para la vida sana de la patria, aun dentro de la libertad íncom- pleta, o desdeña el trato veraz con todos aquellos que se hubie- ran puesto del lado de la libertad contra España, si hubiese citado a guerra común por la libertad, como debió citar, a los que por culp? de España padecen como nosotros de falta de libertad, y la hubieran defendido, y la defenderán tal vez en el suelo en que nacen sus hijos y en que viven- al andaluz descontento, al isleño oprimido, al gallego liberal, al catalán independienteisomos hom- bres, además de cubanos, y peleamos por el decoro y la felicidad de los hombres! Es que el partido autonomista, por su debilidad, su estrechez y su imprevisión, ha hecho mayores los peligros de la patria. Y está la patria así, buscando con los ojos el estandarte de las sombras, piafando, sin fe en los que la han aconsejado mal, sin divisar de lejos la luz que le puede ir de nosotros; y a sus puertas el sable del sargento atrevido, que necesita, a fin de salvar 372 losé .Murli su fama, que la guerra surja sin orden ni preparación, para ven- cerla fácilmente, antes que estalle la guerra definitiva e inven- cible de la dignidad y la miseria. iY para eso estamos aquí; para evitar con nuestra vigilancia, y con la confianza que a nuestra patria inspiramos, el estallido de la guerra desordenada, aunque siempre santa: para preparar, con todos, para el bien de todos, la guerra definitiva e invencible; para que si estalla la guerra, por la vehemencia del dolor cubano o la habilidad del espafíol que la provoca, no nos la ahoguen al nacer, ni se adueñen de ella los aventureros de espada o de tribuna que espian esas ocasiones de revuelta para salir, sin más riesgo que el de la vida, a la con- quista del renombre y del botín; ni se convierta por nuestra in- capácidad y desidia en una revolución de clases, para la preponderancia de un cenáculo de amigos, o la liga, hendicha de guerras futuras, de los políticos débiles y autoritarios con los déspotas que le salen a la libertad, aquella revolución de amor y de fue- go que de su prirner abrazo con el hombre echó por tierra, rotas para siempre, las barreras inicuas y las prisiones de los esclavos! Lo que hacemos, el silencio 10 sabe. Pero eso es lo que debe- mos hacer todos juntos, los de mañana y los de ayer, los conven- cidos de siempre y los que se vayan convenciendo; los que preparan y los que rematan, los trabajadores del libro y los trabajadores del tabaco: ijuntos, pues, de una vez, para hoy y para el porve- nir, todos los ’ trabajadores. El tiempo falta. El deber es mucho. El peligro es grande. E- q hábil el provocador. Son tenaces, y vigilan y dividen, los ambiciosos. iPues vigilemos nosotros, y anunciemos a la patria agonizante la buena nueva, que ya tarda mucho, de que sus hijos que viven libres en el extranjero han juntado las manos en unión poderosa, y han decidido salvarla! Un himno siento en mi alma, tan bello que sólo pudiera ser el de la muerte, si no fuese el que me anuncia, con hermosura inefa- ble y deleitosa, que ya vuelven los tiempos de sacrificio grato y de dolor fecundo en que al pie de las palmas que renacen, para dar sombra a los héroes, batallen, luzcan, asombren, expiren, los que creen, por la verdad del cielo descendida sobre sus cabe- zas, que en el ser continuo que puebia en formas varias el uni- verso, y en la serie de existencias y de edades, asciende antes a la cúspide de la luz, donde el alma plena se embriaga de dicha, el que da su vida en beneficio de los hombres. Muramos los unos, y prepárense, los que no tengan el derecho de morir, a poner el arma al brazo de los soldados nuevos de nuestra libertad. De pie, como en el borde de una tumba, renovemos el juramento de los héroes. Pronunciado en Hardman Hall, Nueva York, el 10 de octubre de 1889. 0. C., t. 4, p, 235244. A GONZALO DE QUESADA New York, octubre 29 / 89 .! 4i muy querido Gonzalo: Por lo pequeño de la letra verá Vd. que el alma anda hoy muy triste, y acaso la causa mayor sea, más que el cielo oscuro 0 la falta de salud, el pesar de ver cómo por el interés acceden los hombres a falsear la verdad, y a comprometer, so capa de defen- derlos, los problemas más sagrados. De estas náuseas quisiera yo que no sufriese V. nunca, porque son más crueles que las otras. Por eso no le he escrito en estos días, porque cuando me cae ese desaliento estoy como ido de mí, y no puede con la pluma la mano. Y porque quería hablarle largo, como a su buen padre le hablé, sobre cl peligro en que está Vd. de que, con el pretexto de amis- tad, se le acerquen personas interesadas que quieran valerse de la posición de confianza de que goza, cerca de una delegación 1 importante a la que con la astucia se quisiera deslumbrar, o confun- dir, o convertir, o traer a la estímación de personas que llevan cl veneno donde no se les ve. Lo han de querer usar, descarada- mente unos, y otros sin que Vd. lo sienta. Y yo quiero que todos le tengan a Vd. y a la persona que confía en Vd., 2 el respeto que le he tenido yo, que me guardé bien, ni de frente ni de soslayo, de inculcar en V. mis ideas propias sobre estas cosas deli- cadas del Congreso, y sobre los hombres que de dentro o de fuera intervienen en él, por más que ni V. ni yo podamos tener duda de la pureza de mis intenciones, ni del fervor de mi cariño, y el desinterés de mi vigilancia, por mi tierra, y por toda nuestra América. Vd. es discretísimo; pero no me ha de tener a mal que lo ponga en guardia sobre estas asechanzas sutiles. Si entra en ’ Se refiere al nombramiento de Quesada y Aróstegui como secretario del doctor Roque !% coz Peña, delegado de Is República Argentina a la Conferencia Internacional Americana. 374 Jose’ Marti OBRAS ESCOGIDAS T. 11 373 las funciones de Vd. poner delante al caballero3 a quien acompaña las opiniones sobre este asunto, póngale por igual las del Tribune y el Avisador, ’ y las del Post, el Herald y el Times. ’ Refrene, en cuanto a las personas, el entusiasmo natural a su gallardo cora- zón; y estudie los móviles torcidos que a veces se esconden bajo las más deslumbrantes prendas exteriores. No hable mal ni bien de quien oiga hablar bien o- mal, hasta saber si hay causa para el elogio 0 la censura, o si lo que se ha querido es acreditar o desacreditar a una persona, por el medio indirecto e involuntario de Vd. No hay encaje más fino que el que labran los hombres decididos a intrigar, o necesitados de servir. Es necesario ser hábil y honrado, contra los que son hábiles, y no honrados.- Esto se lo digo a Vd, como me lo diría a mí mismo,- porque preveo que no se ha de dejar sin intentar el propósito de llegar por medio de Vd. al ánimo de la deiegación, que es de tanto peso y juicio, y de pueblo tan viril, que de nadie busca ni necesita consejo, pero pudiera, sobre todo en cuanto a los hombres, formarse opinión errada y peligrosa de esta persona o aquella, por verlas- en buen predicamento con los que tienen merecida su confianza.Vd. hará, para empezar, un buen oficial de caballería, porque ve de lejos, lo que es igualmente necesario en los tratos con los enemigos, y con los hombres. ¿Qué más tengo que decirle, sino que me per- done, en gracia de que son por su bien, estas vejeces? Ahora le hablaré de lo que nos toca más de cerca que nuestras mismas personas: de lo de nuestra tierra. Hay marea alta en todas estas cosas de anexión, y se ha llegado a enviar a La Discusión de La Habana, desde Washington, una correspondencia sobre una visita a Blaine, 6 en favor de la anexión, en que la dan por prometida por Blaine, y al calce están mis iniciales: iy en Cuba creen los náufragos, que se asen de todo, que es mía la carta, a pesar de que es una especie de AntiVindicación, ’ y que yo esto) en tratos con Blaine!, y lo demás que en Cuba puede suponerse de que los revolucionarios de los E. Unidos anden en arreglos con el gobierno norteamericano!: hasta ofertas de agencias he re- cibido de personas de respeto, como primer resultado de esta su- perchería. En instantes en que el cansancio extremo de la Isla 3 EI ya mencionado Sáenz Peria 4 The Tribune y El Avisador Hispano- Americano, diarios de Nueva York s The Evening Post, The New York Herald y The New York Times, diarios de Nueva York. 6 James G. Blaine, secretario de Estado durante el período presidencial, en los titulo de “Vindicación de Cuba”. r Se refiere a su carta al director del Evening Post. Ver en este tomo con el Estados Unidos de Norteamérica, de Benjamfn Harrison. empieza a producir el espíritu y unión indispensables para intentar el único recurso, es coincidencia infortunada esta del Congreso, de donde nada práctico puede salir, a nc ser lo que convenga a los intereses norteamericanos, que no son, por de contado, los nuestros. Y lo que Vd. me dice, y ha hecho muy bien en decirme, agrava esta situación, con !a única ventaja de que el tiempo per- dido en estas esperanzas falsas, lo emplearemos, los que estamos en lo real, en organizarnos mejor. Pero no es por nuestras simpatías por lo que hemos de juzgar este caso. Es, y hay que verlo como es. Creo, en redondo, peligroso para nuestra América, 0 por lo menos inútil, el Congreso Inter- nacional. Y para Cuba, sólo una ventaja le veo, dadas las rela- ciones amistosas de casi todas las Repúblicas con España, en lo oficial, y la reticencia y deseos ocultos o mal reprimidos de este país sobre nuestra tierra:- la de compeler a los Estados Unidos, si se dejan compeler, por una proposición moderada y hábil, a re- conocer que “Cuba debe ser independiente”. Por mi propia incli- nación, y por el recelo- a mi juicio justificado- con que veo el Congreso, y todo cuanto tienda a acercar o a identificar en lo político a este país y los nuestros, nunca hubiera pensado yo en sentar el precedente de poner a debate nuestra fortuna, en un cuerpo donde, por su influjo de pueblo mayor, y por el aire del país, han de tener los Estados Unidos parte principal. Pero la predilección personal, que puede venir de las pasiones, debe ceder el paso, en lo que no sea cosa de honor, a la predilección general: y pronto entendí que era inevitable que el asunto de Cuba se presentase ante el Congreso, de un modo o de otro, y en lo que había que pensar era en presentarlo del modo más útil. Para mí no lo es ninguno que no le garantice a Cuba su absoluta indepen- dencia. Para que la Isla sea norteamericana no necesitamos hacer ningún esfuerzo, porque, si no aprovechamos el poco tiempo que nos queda para impedir que lo sea, por su propia descomposición vendrá a serlo. Eso espera este país, y a eso debemos oponernos nosotros. Lo que del Congreso se habría de obtener era, pues, una recomendación que llevase aparejado el reconocimiento de nuestro derecho a la independencia y de nuestra capacidad para ella, de parte del gobierno norteamericano,- que, en toda probabilidad, ni esto querrá hacer, ni decir cosa que en lo menor ponga en duda para lo futuro, 0 comprometa por respetos expresos anteriores, su título al dominio de la Isla. De los pueblos de Hispano- América, ya lo sabemos todo: allí están nuestras cajas y nuestra libertad. De quien necesitamos sa- ber es de los Estados Unidos, que está a nuestra puerta como un enigma, por lo menos, Y un pueblo en la angustia del nuestro necesita despejar el enigma;- arrancar de quien pudiera desco- nocerlos, la promesa de respetar los derechos que supiésemos ad- quirir con nuestro empuje,- saber cuál es la posición de este veci- 376 losé Marti OBRAS ESCOGIDAS. T. 11 377 no codicioso, que confesamente nos desea, antes de lanzarnos a una guerra que parece inevitable, y oudiera ser inútil, por la de- terminación callada del vecino de oponerse a ella otra vez, como medio de dejar la Isla en estado de traerla más tarde a sus ma- nos, ya que sin un crimen político, a que sólo con la intriga se atrevería, no podría echarse sobre ella cuando viviera ya orde- nada y libre. Eso tenía pensado, contando con que en el Congreso no nos han de faltar amigos que nos ayudasen a aclarar nuestro problema, por simpatía o por piedad. Y como pensaba componer la exposición de manera que en ella cupiesen todas las opiniones, en José Ignacio* pensé, como pensé en Ponce, ’ y en cuantos, con diferencia de métodos, quieren de veras a su país, para que acu- diesen al Congreso con sus firmas, en una solicitud que el Congreso no podía dejar de recibir, y a la que los Estados Unidos, por la moderación y habilidad de la súplica, no habría hallado acaso manera decorosa de negar una respuesta definitiva:- y así, con este poder, batallar con más autoridad y a campos claros. Del Congreso, pues, me prometía yo sacar este resultado:- la imposibilidad de que, en una nueva guerra de Cuba, volviesen a ser los Estados Unidos, por su propio interés, los aliados de España. Nada, en realidad, espero, porque, en cuestión abierta como esta, que tiene la anexión de la Isla como uno de sus términos, no es probable que los Estados Unidos den voto que en algún modo contraríe el término que más les favorece. Pero eso es lo posible, y el deber político de este instante, en la situación re- vuelta, desesperada, y casi de guerra, de la Isla.- Ya eso estaba yo decidido a hacer. Y aún no sé si será mi deber hacerlo, acom- pañado, o solo. En esto me llega su carta de Vd. De los móviles de José Igna- cio Rodríguez no hay que hablar. Ama a su patria con tanto fer- vor como el que más, y la sirve según su entender, que en todo es singularmente claro, pero en estas cosas de Cuba y el Norte va guiado de la fe, para mí imposible, en que la nación que por gwgrafía, estrategia, hacienda y política- necesita de nosotros, nos saque con sus manos de las del gobierno español, y luego nos dé, para conservarla, una libertad que no supimos adquirir, y que podemos usar en daño de quien nos la ha dado. Esta fe es gene- rosa; pero como racional, no la puedo combatir. Lo que en todo el documento, tal como V. me lo pinta, se demuestra, no es tanto la razón de que Cuba sea independiente, sino la necesidad que la nación de más intereses y aspiraciones en América tiene de poseer la Isla, por el mal que le puede venir de que otro la posea. Aparte de lo histórico,- en cuanto al espantapájaros que mató de una 8 Jo& Ignacio Rodríguez, secretario de la Comisión de Derecho Internacional y de ia Extradición en la Conferencia Internacional Americana. 9 Probablemente Néstor Ponce de León. vez Juárez, T3 a la invasión de un poder europeo en América: ino está Europa en las Antillas! <Francia? iInglaterra?: ipudieron, por tener la Isla, reconquistar la América los españoles, ni cuando Barradas,” ni cuando Méndez Núñez? n De esas alegaciones to- marán los Estados Unidos refuerzo para sus propósitos, confesos o tácitos. La indemnización cquién la había de garantizar, sino la única nación americana que puede hacerla efectiva? Y una vez en Cuba los Estados Unidos equién los saca de ella? Ni (por qué ha de quedar Cuba en América, como según este precedente que- daría, a manera,- no del pueblo que es, propio y capaz,-- sino como una nacionalidad artificial, creada por razones estratégicas? Base más segura quiero para mi pueblo. Ese plan, en sus resul- tados, sería un modo indirecto de anexión. Y su simple presenta- ción lo es. Lo anima en Rodríguez,- el deseo puro de obtener la libertad de su tierra por la paz. Pero no se obtendrá; o se obtendrá para beneficio ajeno. El sacrificio oportuno es preferible a la aniquilación definitiva. Es posible la paz de Cuba indepen- diente con los Estados Unidos, y la existencia de Cuba independien- te, sin la pérdida, o una transformación que es como la pérdida, de nuestra nacionalidad. Sírvanos el Congreso, en lo poco que puede, pero sea para el bien de Cuba, y para poner en claro su problema, no para perturbarla, por lo pronto, con esperanzas que han de salir una vez más fallidas, o si no salen, no han de ser para su beneficio. Y ahora, los hombres. Dos cosas pueden ser, y sólo la parte de Rodríguez me impide creer que sea una de ellas. 0 ios capi- talistas y políticos de la costa, con ayuda y simpatía de quienes siempre ayudan estas cosas en Washington, han ido penetrando sutilmente hasta hallar en Rodríguez un auxiliar desinteresado y valioso, y este plan viene a ser la aparición de un propósito fijo de hombres del Norte, que es lo que me inclino a creer;--- 0 por comunidad de las ideas limpias de Rodríguez, la pasión cons- tante del revolucionario González;” y el interés confeso y probado de Moreno, 14 se ha venido a producir un modo de pensar, que como todo lo que lleva esperanza a los infelices, y libertad cómoda a los débiles, tendrá muchos adeptos; aquí y en Cuba, pero en el que no quisiera yo ver persona como Rodríguez junto a un hombre del descrédito de Moreno, y de la poca autoridad de Luna.” No lo Benito Juárez. ‘1 Isidro Barradas. n Casto Méndez Núñez. l3 Ambrosio José González. l4 Manuel Moreno. ls Juan Bellido de Luna. 378 Jose .Marri se hablar mal de los hombres. Pero Moreno no es de buena com- pañía, aparte de lo ridículo de su persona, que sólo por la idea simpática que le llevaba, y por el respeto de su puesto de repre- sentante, pudo parecer bien, como Vd. me dice, al entusiasta Gonzilez. De González, nada sé, sino lo que se puede saber de la expedición de López,‘* que Vd. recordando o preguntando, lo sa- brá. Y por unas líneas suyas que leí en días pasados, sé que es de los que aman con pasión a este país, y no verían con menos que jubilo la anexión del nuestro. gY si no es anexionista el plan de que me habla, qué hacen en él Moreno y Luna, anexionistas confesos? Eso es lo que pienso, Gonzalo.‘ Va al vuelo de la pluma, como quisiera yo ir, y escribir con mi sangre, para que se me viera la verdad. cPero a qué he de ír, caso de que pudiera yo, que por mi tierra todo lo abandono, salir de este banco de la esclavitud? Sí fuera titil, yo iría: pero iquién, por oírme, va a cejar en sus pasiones de años, ni a creer que lo que habla en mí no es una pa- sión opuesta a la suya? Otros me llaman de Washington, y por respetos no voy. Mis ideas no las callo, aunque Vd. sólo hará uso de ellas donde puedan contribuir a la concordia. Si estas cosas se transformasen, o llegasen a estado que requiriese acción, o pu- diera mi presencia allí servir de veras ;no daría este corto viaje por su patria, el que se muere de ella? No eche al cesto estos renglones, para volver a leerlos juntos. Me pidió dos, y vea. Eso le dirá como le estima su amigo J. MARTI 0. C., t. 1, p. 247- 252. Cotejada con el manuscrito original l6 General Narciso López. CONGRESO INTERNACIONAL DE WASHINGTON Su historia, sus elementos y sus tendencias 1 Nueva York, 2 de noviembre de 1889 Serior Director de La Nación: “Los panamericanos”, dice un diario, “El Sueño de Clay” dice otro. Otro: “La justa influencia.” Otro: “Todavía no.” Otro: “Va- pores a Sudamérica.” Otro: “El destino manifiesto.” Otro: “Ya es nuestro el golfo.” Y otros: “iEse congreso!“, “Los cazadores de subvenciones”, “Hechos contra candidaturas”, “El Congreso de Blai- ne”, “El paseo de los panes”, “El mito de Blaine”. Termina ya el paseo de los delegados, y están al abrirse las sesiones del con- greso internacional. Jamás hubo en América, de la independencia acá, asunto que requiera más sensatez, ni obligue a más vigilan- cia, ni pida examen más claro y minucioso, que el convite que los Estados Unidos potentes, repletos de productos invendibles, y determinados a extender sus dominios en América, hacen a las naciones americanas de menos poder, ligadas por el comercio libre y útil con 40s pueblos europeos, para ajustar una liga contra Euro- pa, y cerrar tratos con el resto del mundo, De la tiranía de España supo salvarse la América española; y ahora, después de ver con ojos .judíciales los antecedentes, causas y factores del convite, urge decir, porque es la verdad,, que ha llegado para la América espa- ñola ,la hora de declarar su segunda independencia. En cosas de tanto interés, la alarma falsa fuera tan culpable como el disimulo. Ni se ha de exagerar lo que se ve, ni de tor- cerlo, ni de callarlo; Los peligros no se. han de ver cuando se les tiene encima, sino. cuando se los puede evitar. Lo primero en política, es aclarar y prever. Sólo una respuesta unánime y viril, para la que todavía hay tiempo sin riesgo, puede libertar de una vez a los pueblos españoles de América de la inquietud y perturbación, fatales en su hora de desarrollo, en que les tendría sin cesar, con la com- plicidad posible de las repúblicas venales o débiles, la política se- cular y confesa de predominio de un vecino pujante y ambicioso, que no los ha querido fomentar jamás, ni se ha dirigido a elfos sino para impedir su edensión, como en Panamá, o apoderarse de su 380 José Marti OBRAS ESCOGIDAS. T. Il 381 territorio, como en México, Nicaragua, Santo Domingo, Haití y Cuba, o para cortar por la intimidación sus tratos con el resto del univer- so, como en Colombia, o para obligarlos como ahora, a comprar lo que no puede vender, y confederarse para su dominio. De raíz hay que ver a los pueblos, que llevan sus raíces donde no se las ve, para no tener a maravil! a estas mudanzas en apa- riencia súbitas, y esta cohabitación de las virtudes eminentes y las dotes rapaces. No fue nunca la de Norteamérica, ni aun en los descuidos generosos de la juventud, aquella libertad humana y comunicativa que echa a los pueblos, por sobre montes de nieve, a redimir un pueblo hermano, o los induce a morir en haces, sonriendo bajo la cuchilla, hasta que la especie se puede guiar por los caminos de la redención con la luz de la hecatombe. Del ho- landés mercader, del alemán egoísta, y del inglés dominador se amasó con la levadura del ayuntamiento señorial, el pueblo que no vio crimen en dejar a una masa de hombres, so protexto de la ignorancia en que la mantenían, bajo la esclavitud de los que se resistían a ser esclavos. No se le había secado la espuma al caballo francés de York- town cuando con excusas de neutralidad continental se negaba a ayudar contra sus opresores a los que acudieron a libertarlo de elfos, el pueblo que después, en el siglo más equitativo de la historia, había de disputar a sus auxiliares de ayer, con la razón de su predominio geográfico, el derecho de amparar en el conti- nente de la libertad, una obra neutral de beneficio humano. Sin tenderles los brazos, sino cuando ya no necesitaban de ellos, vio a sus puertas la guerra conmovedora de una raza épica que com- batía, cuando estaba aún viva la mano que los escribió, por los principios de albedrío y decoro que el norte levantó de pabellón contra el inglés: y cuando el sud, libre por sí, lo convidó a la mesa de la amistad, no le puso los reparos que le hubiera podido poner, sino que con los labios que acaban de proclamar que en América no debía tener siervos ningún monarca de Europa, exigió que los ejércitos del Sur abandonasen su proyecto de ir a redimir las islas americanas del golfo, de la servidumbre de una monar- quía europea. Acababan de unirse, con no menor dificultad que las colonias híbridas del Sur, los trece Estados del Norte y ya prohibían que se fortaleciese, como se hubiera fortalecido y puede fortalecer- se aún, la unión necesaria de los pueblos meridionales, la unión posible de objeto y espíritu, con la independencia de las islas que la naturaleza les ha puesto de pórtico y guarda. Y cuando de la verdad de la vida, surgió, con el candor de las selvas y la sagacidad y fuerza de las criaturas que por tener más territorio para esclavos, se entraron de guerra por un pueblo vecino, y le sajaron de la carne viva una comarca codiciada, aprovechándose del trastorno en que tenía al país amigo la lucha empeñada por una cohorte de evangelistas para hacer imperar sobre los restos envenenados de la colonia europea, los dogmas de libertad de los vecinos que los atacaban. Y cuando de la verdad de la pobreza, con el candor del bosque y la sagacidad y poder de las criaturas que lo habitan, surgió, en la hora del reajuste nacional, el guía bueno y triste, el leñador Lincoln, pudo oir sin ira que un dema- gogo le aconsejara comprar, para vertedero de los negros armados que le ayudaron a asegurar la unión, el pueblo de niños fervientes y de entusiastas vírgenes que, en su pasión por la !ibertad, había de ostentar poco después, sin miedo a los tenientes madrileños, el luto de Lincoln; pudo oír, y proveer de salvoconducto al mediador que iba a proponerle al Sur torcer sus armas sobre México, donde estaba el frances amenazante, y volver con crédito insigne a la República, con el botín de toda la tierra, desde el Bravo hasta el itsmo. Desde la cuna soñó en estos dominios el pueblo del Norte, con el “nada sería más conveniente” de Jefferson; con “los trece gobiernos destinados” de Adams; con “la visión profética” de Clay; con “la gran luz del Norte” de Webster; con “el fin es cierto, y el comercio tributario” de Summer; con el verso de Sewall, que va de boca en boca, “vuestro es el continente entero y sin limites”; con “la unificación continental” de Everett; con la “unión comercial” de Douglas; con “el resultado inevitable” de Ingalls, “hasta el istmo y el polo”; con la “necesidad de extirpar en Cuba”, de Blaine, “el foco de la fiebre amarilla”; y cuando un pueblo rapaz de raíz, criado en la esperanza y certidumbre de la posesión del continente, llega a serlo, con la espuela de los celos de Europa y de su ambición de pueblo universal, como fa garantía indispen- sable de su poder futuro, y el mercado obligatorio y único de la producción falsa que cree necesario mantener, y aumentar para que no decaigan su influjo y su fausto, urge ponerle cuantos fre- nos se puedan fraguar, con el pudor de las ideas, el aumento rápido y hábil de ios intereses opuestos, el ajuste franco y pronto de cuantos tengan la misma razón de temer, y la declaración de la verdad. La simpatía por los pueblos libres dura hasta que ha- cen traición a la libertad; o ponen en riesgo la de nuestra patria. Pero si con esas conclusiones a que se llega, a pesar de hechos individuales y episodios felices, luego de estudiar la relación de las dos nacionalidades de América en su historia y elementos pre- sentes, y en el carácter constante y renovado de los Estados Uni- dos, no se ha de afirmar por eso que no hay en ellos sobre estas cosas más opinión que la agresiva y temible, ni el caso concreto del congreso, en que entran agentes contradictorios, se ha de ver como encarnación y prueba de ella, sino como resultado de la acción conjunta de factores domésticos afines, personales y públi- cos, en que han de influir resistiendo o sometiéndose los elemen- tos hispanoamericanos de nacionalidad e interés; los privilegios locales y la opinión de la prensa, que según su bando o necesidad es atrevida en el deseo, o felina y cauta, o abyecta e incondicional, 382 losé Martí OBRAS ESCOGIDAS T II 383 o censoria y burlona. No hubo cuando el discurso inaugurar de Blaine quien dijese por el decoro con que conviene enseñarse al extranjero, que fue el discurso como un pisto imperial, hecho de retazos de arengas, del marqués de Landowne, y de Henry Clay; pero, vencida esta tregua de cortesía, mostró la prensa su variedad saludable, y en ella se descubre que la resistencia que el pudor y el interés imponen, frente a la tentativa extemporánea y vio- lenta de fusión, tiene como aliados naturales los privilegios de la industria local que la fusión lastimará, y los diarios de más con- cepto, y pensamiento del país. Así que yerra quien habla en re- dondo, al tratar del congreso, de estas o aquellas ideas, de los Estados Unidos, donde impera, sin duda, la idea continental y particularmente entre los que disponen hoy del mando, pero no sin la flagelación continua de los que ven en el congreso, desde su asiento de los bastidores, el empuje marcado de las compañías que solicitan subvención para sus buques, o el instrumento de que se vale un político hábil y conocedor de sus huestes, para triunfar sobre sus rivales por el agasajo doble a las industrias ricas, ofre- ciéndoles, sin el trabajo lento de la preparación comercial, los mercados que apetecen, y a la preocupación nacional, que ve en Inglaterra su enemigo nato, y se regocija con lo mismo que com- place a la masa irlandesa, potente en las urnas. Hay que ve, r, pues, cómo nació el congreso, en qué manos ha caído, cuáles son sus relaciones ocasionales de actualidad con las condiciones del país, y qué puede venir a ser en virtud de ellas, y de los que influyen en el congreso y lo administran. Nació en días culpables, cuando la poiítica del secretario Blaine en Chile y el Perú salía tachada del banco del reo donde la sentó Belmont, por la prueba patente de haber hecho de baratero para con Chile en las cosas del Perú, cuya gestión libre impedía con ofrecimiento que el juicio y el honor mandaban rechazar, como que en forma eran la dependencia del extraño, más temible siem- pre que la querella con los propios, y por base tuvo el interés privado de los negocios de Landreau a que servía de agente con- feso el ministro de los Estados Unidos, que de raíz deslucieron, por manos del republicano Frelinghuysen, lo que “sin derecho ni prudencia” había mandado hacer, encontrándose de voceador en la casa ajena, el republicano Blaine, quien perturbaba y debilitaba a los vencidos; con promesas que no les había de cumplir, o traían el veneno del interés, y a los vencedores les daba derecho a desconocer una intervención que no tenía las defensas de la suya, y a la tacha de mercenaria unía la de invasora de los dere- chos americanos. Los políticos puros viven de la fama continua de su virtud y utilidad, que los excusa de escarceos deslumbrantes 0 atrevimientos innecesarios, pero los que no tienen ante el país esta autoridad y mérito recurren, para su preponderancia y brillo, a complicidades ocultas, con 10s pudientes, y a novedades osadas y halagadoras. A esos cortejos del vulgo hay que vigrlar, porque por lo que les ve hacer se adivina lo que desea el vulgo. Las in- dustrias estaban ya protegidas en los apuros de la plétora, y pe- dían politica que les ayudase a vender y barcos donde llevar sus mercancías a costa de la nación. Las compañias de vapores, que a condición de reembolso anticipan a los partidos en las horas de aprieto, sumas recias, exigian, seguras de su presa, las sub- venciones en lo privado otorgadas. El canal de Panamá, daba ocasión para que los que no habían sido capaces de abrirlo qui- siesen impedir que “la caduca Europa” lo abriese, o remedar la política de “la caduca Europa” en Suez, y esperar a que otros 10 rematasen para rodearlo. Los del guano de Landreau vieron que era posible convertir en su agencia particular la Secretaría de Es- tado de la nación. Se unieron el interés privado y político de un candidato sagaz, la necesidad exigente de los proveedores del partido, la tradición de dominio continental perpetuada en la re- pública, y el caso de ponerla a prueba en un país revuelto y débil. Surgió de la secretaría de Blaine el proyecto del congreso americano, con el crédito de la leyenda, el estímulo oculto de los intereses y la magia que a los ojos del vulgo tienen siempre la novedad y la osadía, Y eran tan claras sus únicas razones que el país, que hubiera debido agradecerlo, lo tachó de atentatorio e innecesario. Por la herida de Guiteau salió Blaine de la secretaría. Su mismo partido, luego de repudiarle la intervención en el Perú, nombró, no sin que pasasen tres años, una comisión de paz que fuera para la América, sin muchos aires políticos, a estudiar las causas de que fuera tan desigual el comercio, y tan poco animada la amistad entre las dos nacionalidades del continente. Hablaron del con- greso en el camino, y lo recomendaron a la casa y al senado a su vuelta. Las causas de la poca amistad eran, según la comisión, la ignorancia y soberbia de los industriales del Norte, que no estu- diaban ni complacían a los mercados del Sur; la poca confianza que les mostraban en los créditos en que es Europa pródiga; la falsificación europea de las marcas de los Estados Unidos; la falta de bancos y de tipos comunes de pesas y medidas; los “derechos enormes” de importación que “podrian removerse con concesiones recíprocas”; las muchas multas y trabas de aduana, y “sobre todo, la falta de comunicación por vapores”. Estas causas, y ninguna otra más. Estaba en el gobierno, a ia vuelta de la comisión, el partido demócrata, que apenas podía mantene. r contra la mayoria de sus parciales, gracias a la bravura de su jefe, la tendencia a favorecer al comercio por el medio na- tural de la rebaja del costo de la producción; y es de creer, por cuanto los de esta fe dijeron entonces y hoy escriben, que no hubiera arrancado de los demócratas este plan del congreso, nun- 384 José Martí ca muy grato a sus ojos, por tener ellos en la mente, con la re- ducción nacional del costo de la vida y de la manufactura, el modo franco y legítimo de estrechar la amistad con los pueblos libres de América. Pero no puede oponerse impunemente un partido po- lítico a los proyectos que tienden, en todo lo que se ve, a robuste- cer el influjo y el tráfico del país; ni hubiera valido a los demó- cratas poner en claro los intereses censurables que originaron el proyecto, porque en sus mismas filas, ya muy trabajadas por la división de opiniones económicas, encontraban apoyo decisivo los industriales necesitados de consumidores, y las compañías de bu- ques, que pagan con largueza en uno u otro partido, a quienes las ayudan. La autoridad creciente de Cleveland, caudillo de las reformas, apretaba la unión de los proteccionistas de ambos par- tidos, y preparaba la liga formidable de intereses que derrotó en un esfuerzo postrero su candidatura. La angustia de los industria- les había crecido tanto desde 1881, cuando se tachó la idea del congreso de osadía censurable, que en 1888, cuando aprobaron la convocatoria las dos casas, fue recibida por la mucha necesidad de vender, más natural y provechosa que antes. Y de este modo vino a parecer unánime, y como acordado por los dos bandos del país, el proyecto nacido de la conjunción de los intereses protec- cionistas con la necesidad política de un candidato astuto. Cabe preguntarse sí, despejados estos dos elementos del interés político del candidato, y el pecuniario de las empresas que lo mantienen, hubiera surgido la idea de un nuevo interés, y por sucesos favorables a la ampliación del plan, a un extremo político en que culminan, con la vehemencia de una candidatura desesperada, las leyendas de expansión y predominio a que han comenzado a dar cuerpo y fuerza de plan polftíco, la guerra civil de un pueblo ru- dimentario, y los celos de repúblicas que debieran saber rescatarlos de quien muestra la intención y la capacidad de aprovecharse de ellos. Los caudales proteccionistas echaron a Cleveland de la Presi- dencia. Los magnates republicanos tienen parte confesa en las industrias amparadas por la protección. Los de la lana contribu- yergn a las elecciones con sumas cuantiosas, porque los republi- canos se obligaban a no rebajar los derechos de la lana. Los del plomo contribuyeron para que los republicanos cerrasen la frontera al plomo de México. Y los del azúcar. Y los del cobre. Y los de los cueros, que hicieron ofrecer la creación de un derecho de entrada. El congreso estaba lejos. Se prometía a los manufactu- reros el mercado de las Américas: se hablaba, como con antifaz, de derechos misteriosos y de “resultados inevitables”: a los cria- dores y extractores se les prometió tener cerrado a los productos de afuera el mercado doméstico: no se decía que la compra de las manufacturas por los pueblos españoles habría de recompen- sarse comprándoles sus productos primos, o se decía que habría OBRAS ESCOGIDAS T. II 385 oiro modo de hacérselos comprar, “el resultado inevitable”, “el sueño de Clay”, “el destino manifiesto”: el verso de Sewall, corria de diario en diario, como lema del, canal de Nicaragua: ‘$ 0 por Panamá, o por Nicaragua, o por los dos, porque los dos serán nuestros”: “ya es nuestra la península de San Nicolás, en Haití, que es !a llave del golfo”, triunfó con la fuerza oculta de la leyen- da, redoblada con la necesidad inmediata del poder, el partido que venia uniendo en sus promesas fa una a la otra. Y al realizarse el congreso, y chocar los intereses de los ma- nufactureros con los de los criadores y extractores, se ve de realce la imposíbilidad de asegurar la venta al fabricante proteccionista sin Cerrar en cambio el mercado de la nación, por la entrada libre de los frutos primos a los extractores y criadores proteccionistas; y la necesidad de salir del dilema de perder el poder en las elec- ciones próximas por falta de su apoyo, o conservar su apoyo por el prestigio de convenios artificiales, obtenidos a fuerza de poder, viene a juntarse, reuniendo el interés general del partido, al cons- tante y creciente del candidato que busca programa a la ocasión de influjo excepcional que ofrece al pueblo que lo espera y pre- para desde sus albores, el período de mudanza en que, por deses- peración de su esclavitud unos, y por el empuje de la vida los otros, entran los pueblos más débiles e infelices de América, que son, fuera de México, tierra de fuerza original, los pueblos más cercanos a los Estados Unidos. Así el que comenzó por ser ardid prematuro de un aspirante diestro, viene a ser, por la conjunción de los cambios, y aspiraciones a la vida de los pueblos del gol- fo, de la necesidad urgente de los proteccionistas, y del interés de un candidato ágil que pone a su servicio la leyenda, el plantea- miento desembozado de la era del predominio de los Estados Uni- dos sobre los puebios de la América. Y es lícito afirmar esto, a pesar de la aparente mansedumbre de la convocatoria, porque a esta, que versa sobre las relaciones de !os Estados Unidos con los demás pueblos americanos, no se la puede ver como desligada de las relaciones, y tentativas y aten- tados confesos, de los Estados Unidos en la América, en los ins- tantes mismos de la reunión de sus pueblos sino que por !o que son estas relaciones presentes se ha de entender cómo serán, y para qué, las venideras; y luego de inducir la naturaleza y objeto de las amistades proyectadas, habrá de estudiarse a cuál de las dos Américas convienen, y si son absolutamente necesarias para SU paz y vida común, o si estarán mejor como amigas naturales sobre bases libres, que como coro sujeto a un pueble de intereses distintos, composición híbrida y problemas pavorosos, resuelto a entrar, antes de tener arreglada su casa, en desafío arrogante, Y acaso pueril, con ei mundo. Y cuando se determine si los pueblos OBRAS ESCOGIDAS. T. II 387 que han sabido fundarse por sí, y mejor mientras más lejos, deben abdicar SLI soberania en favor del que con rn5s obligación de ayudarles no les ayudó jamás, o si conviene poner clara, y donde el universo la vea, la determinación de vivir en la salud de la verdad, sin alianzas innecesarias con un pueblo agresivo de otra compo- sición y iin, antes de que la demanda de alianza forzosa se encone y haga caso de vanidad y punto de honra nacional,- lo que habrá de estudiarse serin !os elementos del congreso, en si y en 10 que de afuera iníluye él, para augurar si son más las probabili- dades de que se reconozcan, siquiera sea para recomendación, los títulos de patrocinio y prominencia en el continente, de un pueblo que comienza a mirar como privilegio suyo la libertad, que es aspiración universal y perenne del hombre, y a invocarla para privar a los pueblos de ella,--o, de que en esta primera tentativa de dominio, declarada en el exceso impropio de sus pretensiones, y en los trabajos coetáneos de expansión territorial e influencia desmedida, sean más, si no todos, como debieran ser los pueblos que, con la entereza de la razón y la seguridad en que están aún, den noticia decisiva de su renuncia a tomar señor, que los- que por un miedo a que sólo habrá causa cuando hayan empezado a ceder y reconocido la supremacía, se postren, en vez de esquivarlo con habilidad, al paso del Juggernaut desdeñoso, que adelanta en triunfo entre turiferarios alquilones de la tierra invasora aplas- tando cabezas de siervos. El Sun de Nueva York, lo dijo ayer: “El que no quiera que lo aplaste el Juggernaut, súbase *en su carro.” Mejor será cerrarle al carro el camino. Para eso es el genio: para vencer la fuerza con la habilidad. Al carro se subieron los tejanos, y con el incendio a la espalda, como zorros rabiosos, o con !os muertos de la casa a la grupa, tuvieron que salir, descalzos y hambrientos, de su tierra de Texas. II Y, a ver las cosas en la superficie, no habria causa para estas precauciones, porque de las ocho proposiciones de la convocato- ria, ia primera y Ultima manda tratar de todo lo que en general sea para el bien de los pueblos de América, que es cosa que cada pueblo nuestro ha buscado por si, en cuanto se quitb el polvo de las ruinas en que vino al mundo; y de las seis restantes, una es para criar vapores, que no han necesitado en nuestra América de empolladura de congresos, porque Venezuela dio sueldo a los cascos de los Estados Unidos en cuanto tuvo qué mandar, y cómo pagar; y Centroamérica, con estar en pañales, lo misrno; y México ha puesto sobre sus pies con sus pesos mestizos a dos compañias rubias de vapores, cuando no pensaba en SLI prole necesitada la superioridad rubia; y es patente que no hay por qué hacer con guia de otros aquello de que se le ha dado al guia lección ade- lantada. Otra proposición es recomendable; porque entre pueblos llanos y amigos no debe haber fórmulas nimias ni diversas, y conviene a todos que sean una la de los documentos mercan- tiles, 4’ las de despachos de aduana, así como lo de la propuesta que sigue, sobre uniformidad de pesas y medidas, y leyes sobre marcas y privilegios, y sobre extradición de criminales. Ni la idea de la moneda común es de temer, porque cuanto ayude al trato de los pueblos es un favor para su paz, y una causa menos de encono y recelo, y si se puede acordar, con un sistema de descuentos fijos o con el reconocimiento de un valor convencional, el valor relativo y constante de la plata de diversos cuños, no hay por qué estorbar el comercio sano y apetecible con la fluctuación de la moneda, ni de negar en un tanto al peso de menos plata, el crédito que entre pueblos amigos se concede al peso nominal de papel. Ni sería menos que excelente la proposi- ción del arbitraje, caso de que no fuera con la reserva mental del Herald de Nueva York, que no es diario que habla sin saber, y dice que todavía no es hora de pensar en el protectorado sobre la América; sino que eso se ha de dejar para cuando estén las cosas bien fortificadas; y sea tanta la marina que vuelva vence- dora de una guerra europea, y entonces, con el crédito del triunfo, será la ocasión de intentar “lo que ha de ser, pero que por falta de fuerzas no se ha de intentar ahora”. Excelente cosa seria el arbitraje, si en estos mismos meses hubiesen dado pruebas de quererlo realmente los Estados Unidos en su vecindad, proponién- dolo a los dos bandos de Haití, en vez de proveer de armas al bando que le ha ofrecido cederle la península de San Nicolás, para echar del país al gobierno legítimo, que no se la quiso ceder. El arbitraje sería cosa excelente, si no hubieran de estar sometidas las cuestiones principales de América, que han de ser dentro de poco, si a tiempo no se ordenan, las de las relaciones con el pue- blo de Estados Unidos, de intereses distintos en el universo, y con- trarios en el continente, a los de los pueblos americanos, a un tribunal en que, por aquellas maravillas que dieron en México el triunfo a Cortés, y en Guatemala a Alvarado, no fuera de temer, y aun de asegurar que, con el poder de la bolsa, o el del deslum- bramiento, tuviera el león más votos que los que pudieran oponer al coro de ovejas, el potro valeroso o el gamo infeliz. Cosa exce- lente sería el arbitraje, si fuera de esperar que en la plenitud de su pujanza sometiera a él sus apetitos la república que, aún ado- lescente, mandaba a los hermanos generosos que dejasen al her- mano sin libertad, y que le respetasen su presa. De una parte hay en América un pueblo que proclama SU de- recho de propia coronación a regir, por moralidad geográfica, en cl continente, y anuncia, por .boca de sus estadistas, en la prensa v en e! púipito. en el banquete y en ej congreso. mientras pone la niano :, obre la isla v trata de comprar otra, que todo el norte de Xmérica ha de ser suyo, y se le ha de reconocer derecho jlnperial del istmo abajo, y de otra están los pueblos de origen y r1ne. s dl- \. erso< cada dia más ocupados y menos rece! osos, que no tlenen más èkemigo real que su propia ambición, y la del vecino que los convida a ahorrarle el trabajo de quitarles mañana por la fuerza lo que le pueden dar de grado ahora. ¿Y han -de poner sus nego- cios los pueblos de AmPrica en manos de su unico enermgo, o de ganarle tiempo, y poblarse, y unirse, y merecer definitivamente ei crédito y respeto de naciones, antes de que ose demandarles la sumisión al vecino a quien, por las elecciones de adentro o las de afuera, se le puede moderar la voluntad, o educar la moral polí- ?ica, antes de que se determine a incurrir en el riesgo y oprobio de echarse, por la razón de estar en un mismo continente, .sobre pueb! os decorosos, capaces, justos, y como él, prósperos y llbres? Ni fuera para alarmar la propuesta de la unión aduanera, que permitiria la entrada libre de lo de cada país en todosr los de la unión; porque con enunciarla se viene abajo, pues valdrla tanto como ponerse a modelar de nuevo y aprisa quince pueblos para buscar acomodo a los sobrantes de un amigo a quien le ha en- trado con apremio la necesidad, y quiere que en beneficio de él los vecinos se priven de todo, o de casi todo, lo que tienen com- puesto en una fábrica de años para los gastos de la casa: porque tomar sin derechos lo de los Estados Unidos, que elaboran, en sus talleres cosmopolitas, cuanto conoce y da el mundo, fuera como echar al mar de un puñado la renta principal de las adua- nas, mientras que los Estados Unidos seguirían cobrando poco menos que todas las suyas, como de lo que les viene de América no pasan de cinco los artículos valiosos y gravados al entrar: sobre que sería inmortal e ingrato, caso de ser posible por ,las obligaciones previas, despojar del derecho de vender en los palses de América sus productos baratos a los pueblos que sin pedirles sumisión política les adelantan caudales y les conceden credltos. para poner en condición de vender sus productos caros e inieriores a un puebio que no abre créditos ni adelanta caudales, sino donde hay minas abiertas y provechos visibles, y exige además la su- * ., mlslon. (A qué ir de aliados, en lo mejor de la juventud, en la batalla que los Estados Unidos se preparan a librar con el resto del mun- do? <Por qué han de pelear sobre las repúblicas de América sus batallas con Europa, y ensayar en pueblos libres su sistema de colonización? iPor qué tan deseosos de entrar en la casa ajena, mientras los que quieren echar de ella se les están entrando en la propia? <Por qué ajustar en la saia del congreso proyectos de reciprocidad con todos los pueblos americanos cuando un pro- yecto de reciprocidad, el dc México, ajustado entre los dos gobier- OBRAS ESCOGIDAS T II 389 nos con ventajas mutuas, espera en vano de años atrás la sanción del congreso, porque se oponen a él, con detrimento del interés generai de la Nación, los intereses especiales heridos en el tratado? En 1883, mientras iba la comisión convidando al congreso in- ternacional yno se cerraron las puertas, para contestar a los cría- dores nativos, a las lanas sudamericanas? ;No quiere el senado aumentar hcy mismo, cara a cara del congreso internacional, el gravamen de la lana de alfombras de los pueblos a quienes se Invita a recibir sin derechos, y a consumir de preferencia los pro- ductos de un país que le excluye los suyos? <No acaba la Secre- taría de Hacienda, mientras andan de convivialidades los pana- mericanos en Kentucky, de confirmar el derecho prohibitivo del plomo de México, a quien llama a tratar sobre la entrada libre de !os productos del norte en la república mexicana, que ya les tiene acordada la entrada libre, y sólo espera a que la permita por su parte el congreso de !os Estados Unidos? ¿No están le- vantando protestas los estancieros del oeste contra las compañías de vapores, que quieren valerse del partido que los estancieros ayudaron a vencer, para traer de venta de Sudamérica al este, con el dinero nacional, reses vivas y carnes frescas más baratas, que las que pueden mandar del oeste por los ferrocarriies los estan- cieros de la nación? 8- Y a qué se convida a Chile, que exporta cobre, si el cobre del pafs, que ayudó tanto a los republicanos, les exige la condición, que fue cerrar la entrada al cobre? 2Y los azu- careros, para qué trajeron a los republicanos al poder, sino para que les cerraran las puertas al azúcar? 0 se priva el gobierno republicano del apoyo de los protec- cionistas que lo eligieron para que los mantuviese en su gran- jerfa,- lo que fuera sacríiicio inútil, porque el congreso federal, que es de las empresas, reprcbaría la deserción del gobierno. 0 se convida a los pueblos americanos a sabiendas, con la esperanza vaga de recobrar concesiones que los entraban para el porvenir, a formular tratados que de antemano desechan los poderes a quie- nes cumpliría ejecutarlos, y los intereses que los encumbraron al gobierno. 0 se espera reducir al congreso internacional, por arti- ficios de política, y componendas con los pueblos deslumbrados y temerosos, a recomendaciones que funden el derecho eminente que se arrogan sobre América los Estados Unidos. 0 se les usa con suave discrecibn, en esperanzas de tiempos más propicios, de manera que sus acuerdos generales y admisiones corteses pasen ante los proteccionistas ansiosos y ante el país engolosinado con ia idea de crecer, como premio de la obra mayor del protectorado decisivo sobre América, que no debe realizar el estadista mágico desde su cárcel de la secretaría > sino en el poder y autoridad de la presidencia. Eso dice el Herald. “iComo que nos parece que este congreso no viene a ser mas que una jugada politica, una exhibici6n pirotecnica del estadista magnético, un movimiento brillante de estrategia anticipada para las próxilnas elecciones a la presidencia!” “A las co. mpaiiíasw de vapores que ayudaron a ponerlo donde está es a qulenes quiere contentar Blaine,- dice el Euening Post,- si ese congreso acuerda algunas recomendaciones vagas sobre la conveniencia de subvencio- nar lineas de vapores, y junta su tanto correspondiente de luz de luna sobre la fraternidad de los pueblos y las bellezas del arbitraje, a la horca se puede ir el congreso, que ya ha hecho !o que las compañias querian que hiciese. ” “Por cuanto se ve, va a parar este congreso cn una gran caza de subvenciones para vapores”, dice cl Tintes. Toda esta fábrica pomposa levantada por los Estados Unidos es una divertidísima paradoja nacional: “< no pone en ries- go”, dice el Herafd de Filadelfia, “nuestra fama de pueblo sensato c inteligente?” Y el iferafd de Nueva York comenta así: “iMagní- fico anuncio para Blaíne!” Pero el congreso comprenderá la propiedad de desvanecerse en cuanto le sea posible. En tanto, el gobierno de Washington se prepara a declarar su posesión de la península de San Nicolás, y acaso, si el ministro Douglas negocia con éxito, su protectorado sobre Haití: Douglas lleva, según rumor no desmentido,. el en- cargo de ver cómo inclina a Santo Domingo al protectorado: el ministro Palmer negocia a la callada en Madrid la adquisición de Cuba: el ministro Migner, con escándalo de México, azuza a Costa Rica contra México de un lado y Colombia de otro: las em- presas norteamericanas se han adueñado de Honduras: y fuera de saber si los hondureños tienen en la riqueza del país más parte que la necesaria para amparar a SUS consocios y si está bien a la cabeza de un diario del gobierno un anexionista reconocido: por los provechos del canal, las visiones del progreso, están con las dos manos en Washington, Nicaragua y Costa Rica; un pre- tendiente a la presidencia hay en Costa Rica, que prefiere a la unión de Centroamérica la anexión a los Estados Unidos: no hay amistad más ostensible que la del presidente de Colombia para el congreso y sus planes: Venezuela aguarda entusiasta a que Washington saque de la Guayana a Inglaterra, que Washington no se puede sacar del Canadá: a que confirme gratuitamente en la posesión de un territorio a un pueblo de América, el país que en ese mismo instante fomenta una guerra para quitarle la joya de su comarca y la llave del golfo de México a otro pueblo ame- ricano; el país que rompe en aplausos en la casa de representan- tes cuando un Chípman declara que es ya tiempo de que ondee la bandera de las estrellas en Nicaragua como un estado más del Norte. Y el Sun dice así: “Compramos a Alaska isépase de una vez! para notificar al mundo que es nuestra determinación formar una unión de todo el norte del continente con la bandera de las es- trellas flotando desde los hielos hasta el istmo, y de océano a OBRAS ESCOGIDAS. T II 391 océano.” Y el Herald dice: “La visión de un protectorado sobre las repúblicas del sur IlegC, a ser idea principal constante de Henry Clay.” El Mail an< f Express, amigo intimo de Harrison, por una razón, y de Blaine por otra, llama a Blaine “el sucesor de Henry Clay, del gran campeón de las ideas americanas”. “No queremos más que ayudar a la prosperidad de esos pueblos”, dice el Tribune. Y en otra parte dice hablando de otro querer: “Esos pueden ser resultados definitivos y remotos de la política general que deli- beradamente adoptaron ambos partidos en el congreso.” “No esta- mos listos todavía para ese movimiento”, dice el Herafd: “Blaine se adelanta a los sucesos como unos cincuenta años”. iA crecer, pues, pueblos de América, antes de los cincuenta años! Nótase, pues, en la opinión escrita, mirando a lo hondo, una como idea táctica e imperante, visible en el mismo cuidado que ponen los más justos en no herirla de frente, como que nadie tacha de inmoral, ni de trabajo de salteador, aunque lo seria, la in- tentona de llevar por América en lós tiempos modernos la civili- zación ferrocarrilera como Pizarro llevó la fe de la cruz; y la censura está a lo más en no hablar de las acciones por venir, ya porque, en lo real del caso de Haití, iniciaron los demócratas, a pesar de su moderación, la misma poiítica de conquista de los republicanos, y fueron los demócratas en verdad los que con la compra de la Luisiana la inauguraron bajo Jefferson, ya porque la prensa vive de oír, y de obedecer la opinión más que de guiarla, por lo cual no osa condenar las alegaciones con que pudiera enri- quecerse el país, aunque luego de hechas no haya de faltar quien las tache de crimen, como a la de Texas, que llaman crimen a secas Dana, y Janvier, y los biógrafos de Lincoln, por más que fuera mejor impedirlas antes de ser, que lamentarlas cuando han sido. Pero sí ha de notarse, porque es, que en lo más estimable de la prensa se pone de realce la imposibilidad de que el congreso ven- ga a fines reales de comercio, por la oposición de soberanía de cada país con el rendimiento de ella que el congreso exige, y la de la política de las concesiones recíprocas que la convocatoria apunta, con la de resistencia a la reciprocidad, a que de raíz están obligados los que reúnen a los pueblos de América para fingir, por aparato eleccionario o fin oculto, que la violan. El Times, el Post, el Luck, cl Harper, el Aduertiser, el Herald, tienen a bomba de ja- bón y a estenografia ridícula, la junta de naciones congregadas para que entren en liga contra el universo, en favor de un partido que no puede entrar en la liga a que convida, ni hace:, sin morir. lo que insta a sus asociados que hagan. Blaine mismo, conoce que para el triunfo del mito en las elec- ciones, basta con que una semejanza de éxito, excusada de no ir a más por estarse al principio de la obra, alimente la fc que OBRAS ESCOGIDAS. T. II 393 viene de Adams a Cutting. y estima que con el hecho del congreso, por el poder de la luz sobre los ojos débiles, ha de quedar real- mente favorecida; pero muestra el temor de que se espere e! congreso, por la mucha necesidad de las industrias, más de 10 que ha de dar, que nada puede ser en esto del comercio sobre las bases proteccionis! as de ahora, por 10 que a tiempo hace saber, por un hijo hoy, y por un diario mañana, que no espera de la junta, en lo que se vea. sino preiiminares de la fusión que ha de venir, y mas resistencia que allegamiento, 0 allegamientos pre- paratorios. La política de la dignidad tiene, pues, por aliados voluntarios y valiosos, en el mismo país hostil, a los que por ilevar la dignidad en sí, no conciben que pueda faltar en aquellos en quienes se ataca. Ni el que sacaría provecho de la falta de ella, osa esperar que falte. Y es voz unhnime que el congreso no ha de ser más que junta nula, o bandera de la campaña presidencial, o pretexto de una cace- ría de subvenciones. Esto aguardan de los pueblos independientes de América los que, conocedores del bien de la independencia, no conciben que se pueda, sin necesidad mortal, abdicar de él. ¿Se entrarán, de rodillas, ante el amo nuevo, las islas del golfo? iCon- sentirá Centroamérica en partirse en dos, con la cuchillada del canal en el corazón, o en unirse por el sur: como enemiga de Méxi- co, apoyada por el extranjero que pesa sobre México en el norte, sobre un pueblo de lo s mismos intereses de Centroamérica, del mismo destino, de la misma raza? (Empeñará, venderá Colombia su soberanía? ¿Le limpiarán el istmo de obstáculos a Juggernaut, los pueblos libres, que moran en él, y se subirán en su carro, como se subieron los mexicanos de Texas? CPor la esperanza de apoyo contra el extranjero de Europa, que por un espejismo de progreso, excusable sólo en mente aldeana, favorecerá Venezuela el predo- minio del extranjero más temible, por más interesado y cercano, que anuncia que se ha de clavar, y se clava a sus ojos, por toda la casa de América? 10 debe llegar la admiración por los Estados Unidos hasta prestar la mano al novillo apurado, como la cam- pesina de “La Terre”? Eso de la admiracibn ciega, por pasión de novicio o por falta de estudio, es la fuerza mayor con que cuenta en América la po- lítica que invoca, para domikar en ella, un dogma que no necesita en los pueblos americanos de ajena invocación, porque de siglos atrás, aun antes de entrar en la niñez libre, supieron rechazar cor1 sus pechos al pueblo más tenaz y poderoso de la tierra: y luego le han obligado al respeto por su poder natural, y la prue- ba de su capacidad, solos. ¿A qué invocar, para extender el domi- nio en América, la doctrina que nació tanto de Monroe como de Canning, para impedir en América el dominio extranjero, para asegurar a la libertad un continente. 3 <O se ha de invocar el dogma contra un extranjero para traer a otro? <O se quita la extranje- ría, que está en el carácter distinto, en los distintos intereses, en los propósitos distintos, por vestirse de libertad, y privar de ella con los hechos,-- 0 porque viene con el extranjero el veneno de los empréstitos, de los canales, de los ferrocarriles? ~0 se ha de pujar la doctrina cn toda su fuerza sobre los pueblos débiles de Amé- rica, el que tiene al Canadá por el Norte, y a las Guayanas y a Bélice por el Sur, y mandó mantener, y mantuvo a Espaiia y le permitió volver, a sus propias puertas, al pueblo americano de donde había salido? ¿A qué fingir miedos de España, que para todo lo que no sea csterminar a sus hijos en las Antillas está fuera de América, y no la puede recobrar por el espíritu, porque la hija se le adelanta a par del mundo nuevo, ni por el comercio, porque no vive la América de pasas y aceitunas, ni tiene España en los pueblos ame- ricanos más influjo que el que pudiera volver a darle, por causas de raza y de sentimientos, el temor o la antipatía o la agresión norteamericana? ~0 los pueblos mayores de América, que tienen la capacidad y la voluntad de resistirla, se verían abandonados y comprometidos por las repúblicas de su propia familia que se les debían allegar, para detener, con la fuerza del espíritu uni- ficado, al adversario comfin, que pudo mostrar su pasión por la !ibertad ayudando a Cuba a conquistarla de España, en vez de ayudar contra la libertad a España, que le profanó sus barcos, y Ic tasó a doscientos pesos las cabezas que quitó a balazos a sus hijos? ~0 son los pueblos de América estatuas de ceguedad, y pasm0. s de inmundicia? La admiración justa por la prosperidad de los hombres libera- les y enérgicos de todos los pueblos, reunidos a gozar de la iiber- tad, obra común del mundo, en una extensión segura, varia y virgen, no ha de ir hasta excusar !os crímenes que atenten contra ia libertad ei pueblo que se sirve de su poder y de su crédito para crear en forma nueva el despotismo. Ni necesitan ir de pajes de un pueblo los que en condiciones inferiores a las suyas han sabido igualarlo y sobrepujarlo. Ni tienen los pueblos libres de .4mkrica razón para esperar que les quite de encima al extran- jero molesto cl pueblo que acudió con su influjo a echar de Méxi- co al francks, traído acaso por el deseo de levantarle valia al poder sajón en cl equilibrio descompuesto del mundo, cuando el iranc& de México, le amenazaba por el sur con la a! ianza de los c. 71ados rebeldes, de alma aiin latina; el puebio que por su interés echó al extranjero europeo de la república libre a que arrancó en Irna guerra criminal una comarca que no le ha restituido. Walker iac a Nicaragua por los Estados Unidos; por los Estados Unidos, iuc López a Cuba, Y ahora cuando ya no hay esclavitud con que escusarse, estñ cn pie la liga de Anexión; habla Allen de ayudar a la de Cuba: va Douglas a procurar la de Haití y Santo Do- mingo; lantea Palmer la venta de Cuba en Madrid; fomenta en las Antillas la anexion con raíces en Washington, los diarios ven- didos de Centroamérica; y en las Antillas menores, dan cuenta incesante los diarios del norte, del progreso de la idea anexionista; insiste Washington en compeler a Colombia a reconocerle en el istmo derecho dominante, y privarle de la facultad de tratar con los pueblos sobre su territorio; y adquieren los Estados Unidos, en virtud de la guerra civil que fomentaron, la península de San Nicolás en Haití. Unos dan “el sueño de Ciay” por cumplido. Otros creen que se debe esperar medio siglo más: otros, nacidos en fa América española, creen que se debe ayudarlo. El congreso in’ernacional será el recuento del honor, en que se vea quiénes defienden con energía y mesura la independencia de la America española, donde está el equilibrio del mundo; o si hay naciones capaces, por el miedo o el deslumbramiento, o el há- bito de servidumbre o el interés de consentir, sobre el continente ocupado por dos pueblos de naturaleza y objeto distintos, en mer- mar con su deserción las fuerzas indispensables, y ya pocas, con que podrá a la familia de una nacionalidad contener con el res- peto que imponga y la cordura que demuestre, la tentativa de predominio, confirmada por los hechos coetáneos, de un pueblo criado en la esperanza de la dominación continental, a la hora en que se pintan, en apogeo común, e! ansia de mercados de sus industrias pletóricas, la ocasión de imponer a naciones lejanas y a vecinos débiles el protectorado ofrecido en las profecías, la fuerza material necesaria para el acometimiento, y la ambición de un político rapaz y atrevido. f. Q Nación, Buenos Aires, 19 y 20 de diciembre de 1889. 0. C., t. 6, p. 46- 63. A GONZALO DE QUESADA New York, 16 de noviembre / 89 Mi muy querido Gonzalo: Tengo un hijo, y no hubiera querido que a sus años de Vd. y en nuestra situación me escribiese sino lo que V. me escribe. No quería violentar su opinión; pero me tenía apenado que por res- petos, o por la culpa del aire, pudiese ser otra de fa que es. Poco vale este amigo infeliz e impotente, pero sabe donde está la virtu. d, y el modo de conciliarla con las obligaciones de fa vida, sin faltar a estas ni a ella. Las almas nacidas para fa honradez no tienen conveniencia, ni viven tranquilas, fuera de la honradez. Ancho campo hay en el mundo para vivir con decoro:- aquí, o donde lo haya. Vd. me da con su nobleza valor para decirle esto. Tan- ta fealdad de alma estoy viendo a mi alrededor, que me siento tentado a darle gracias por ser Vd. como es; porque las malas acciones me entristecen, como si las cometiera yo, y las buenas me dan bríos para pelear. A& n se puede, Gonzalo. Son algunos los vendidos, y muchos los venales; pero de un bufido del honor puede echarse atrás a los que, por hábitos de rebaño, o- el ape- tito de las lentejas, se salen de fas filas en cuanto oyen el látigo que los convoca, o ven el plato puesto. El interés de lo que queda de honra en la América Latina,- el respeto que impone un pueblo decoroso- la obligación en que esta tierra está de no declararse aún ante el mundo pueblo conquistador- lo poco que queda aquí de republicanismo sano- y la posibilidad de obtener nuestra in- dependencia antes de que le sea permitido a este pueblo por los nuestros extenderse sobre sus cercanías, y regirlos a todos:- he ahí nuestros aliados, y con elfos emprendo fa lucha. Con dinero, Gonzalo, a nada le temería. No son sueños. ¿De qué sirven un poco de habilidad, y el desprecio de la vida que no se puede emplear en el bien común? Con la energía de la honradez, se pueden cruzar aceros contra los fuertes arrogantes, aunque les vayan levantando las manos los que, por su defensa y fa nuestra, sc debían poner frente a ellos. Yo sé lo que yo haría, y 10 que puedo hacer. >’ cuán prolito lo haría. Y lo que pueda, lo haré. Ya estaría el peribdico publicado, ’ por Cuba ~7 por nuestra Amkrica, que son unas en mi prel; isiól! ). mi carifio, si pudiese decidirme )o a acepiar ayuda de los que, en público o eri secreto, no com- parten por entero mi modo de pensar. Y lo que me detiene es que ideac de esta dignidad no deben aparecer con pobreza ante el público, porque es daiiarias más que defenderlas, y no veo claro el modo de sacar cl periódico a la luz con la frecuencia y holgura que en estos meses de combate son necesarias. Lo hark, como pueda, porque es preciso. ePero qué he de poder hacer con $ 25, que es lo que puedo quitarles de la boca a los que reciben el pan de mí, $ 15 más que tres amigos redondos me tienen ofreci- do? $ 5 le impongo a J ‘. de contribución mensual, si el periódico se publica, por seis meses a lo menos. Y las ideas sa! drán a la luz, en una forma u otra. Y el periódico, aunque no fuese mis que con los $ 40. <No lo ofendería a V. si no aceptase su oferta? {Cómo dejar sin defensa a aquello a quien no defiende nadie, y están tan- tos dispuestos a vender? Tengo que celebrarle la inquietud en que me dice que est& porque no ha de ser sólo la pena de no ver a su amiga y a sus padres, sino la desazón que los corazones limpios sienten en la comparíía forzosa y abominab! e de los hombres que en una u otra forma venden su honor al interk. No se me cure nunca de esta noble enfermedad; aunque no le oculto que lieva a 10 que yo siento ahora, que son náuseas de muerte. Ni crea a los tentadores que por obrar mal ellos andan buscando quien, obrando como ellos les sirva de excusa a sus propios ojos; y le dirán que esos de Vd. son escrúpulos de la juventud, que se le acabarán cuando entre en años. Se le acabarán cuando se le acabe la honradez. Se puede ser próspero y virtuoso. Piense como piensa, observe mucho, calle más, elija buena compañera, y será a la vez bueno y feliz. Me es muy valioso lo que me dice, y le he de agradecer mucho que me tenga al tanto de cuantas opiniones sobre Cuba lieguen a su noticia, salvo las que por su carácter privado, y de la dele- gación de Vd., no le pertenezcan. Pero si, de lo que ande de boca en boca, cuanto nos ayude para ir guiándonos en esta campana: -icuándo nos deparaba, para empezar al fin, una ocasión tan propicia la fortuna! Hay que levantarse, sacudirse el polvo y se- guir andando. He Ieído su carta con júbilo de padre. su JOSE MARTI 0. C., t. 6, p. 122- 123. Cotejada con el manuscrito original. 1 Debe referirse ai periódico Patria, que ya tenia proyectado, y que comenzó a publicar en 1892. CORRESPOSDESC!! A PARTICULAR DE EL PARTIDO LIBERAL La cuestión sociai, y el remedio del voto PO’ ICIAS LETRADOS -REFORM~ 4 SOCIAL EN LOS ESTADOS UNIDoS.--- LAs DOCTRINAS DE GEORGE EN LOS TRIBUNALES.- NACIONALIZACION I) E IA TIERRA.- LOS CLUBS DE BELLAMY.-- LA REFORMA PACIFICAPELIkROS VISIBLES -- LAS CLTIMiZS ELECCIONES.- LOS AMIGOS DE CLEVE’. 4ND.- LA REF0R. W DEL VOTO.FORAKER VENCIDO.- IMPORTAN- CI;!‘ Y PRUEB. 4 TRIUNFANTE DEL MODO NUEVO DE VOTAR.- EL VOTO AUSTRALIANO.- LOS TALONEROS New York, noviembre 21 de 1889 Señor Director de El Partido Liberal: Una millonaria compra, con el contrato de matrimonio, un ti- tulo roído de princesa, y otra se queda en las puertas de la boda, porque su príncipe sesentón quiere más de diez mil pesos al año por su título napole6nico y su dolmán de húsar: otra entra, co- ronada de perlas, en el monasterio católico, y anuncia que va a levant. ar una orden americana de monjas caritativas, a ver si salva de la suerte del búfalo a lo que poco queda de los indios. Muere un policía heroico, que al expirar halla aún fuerzas para levantarse de entre las ropas que van a ser su mortaja: “ilos tres golpes!” dijo, “ilos tres goipes! me ilama ei inspector”, y los comentarios son numerosos, luego que se averigua que el policía era hombre de pensamiento libre, sin fe en la divinidad providencial, ni res- peto a más ley que la que ha de venir de la distribución equita- tiva de las fuerzas naturales, entre los hombres. Otro policía de ia misma mente dijo el discurso funerario, y aseguró después a la prensa curiosa que corno el muerto y él pensaban muchos entre los de levita azul de botón de oro: “de cada cinco policías, uno es sectario de Henrv Cieorge, y quiere que la tierra sea devuelta a la nación, que es* su única duefia, que la alquilará a quien la haga producir o le pague alquiler por el derecho de fabricar SU casa en ella, y así no habrá hambres de un lado y millones .de otro, sino la paz que viene a los pueblos donde la masa famehca 110 se ve privada de la ocasión de emplear sus fuerzas sobre los 398 José Marti OBRAS ESCOGIDAS. T. II 399 elementos acaparados, al amparo de la ley, por una casta favorecida”: y cuando los periódicos alegan que la custodia de la pro- piedad no debe estar en manos de quien niega el derecho a ella, cl sargento Tims responde que la poca propiedad que él se ha ganado con la labor de sus sesos o de sus manos, la defenderá como a su vida, y la de los demás ciudadanos, porque el único señorío que cree él injusto y peligroso es el que saca los elemen- tos naturales de su cualidad esencial de bien común, y da los rendimientos de ellos, a un grupo que goza con exceso, codo a codo con la masa que padece con exceso por la falta de equidad eo la administración de los dominios públicos. “Ni a mí se me paga el salario”, dice el sargento Tims, “para que le caiga encima con los dientes de punta a los que desnudan juntos y de viva voz, corno la ley lo permite, una reforma que con el mejor orden, eco- nómico, asegure el orden social; sino para que ayude a limpiar la ciudad de pícaros, y a tener a raya a los asesinos y ladrones.” Nunca hubiera sernejante opinión visto la luz sin que se clamase contra ella; pero el debate ha sido más prolongado y abierto por la novedad pintoresca, y ya aquí frecuente, de ver oficiar de sa- cerdote junto a un ataúd, que por crucifijo tenía un lirio, a un lego de bigotes militares, con su uniforme azul;- ayer se casó la hija de Ingersoll, el que ha puesto a hervir juntos a Shakespeare y a Voltaire, y el sacerdote fue un juez de respeto, que proclanió cónyuges a Eva y al banquero Brown, en un discurso que hizo llorar, y oyeron todos con la cabeza baja. Y otros sucesos, que por lo principal que es cada uno no pue- den llamarse incidentes, vinieron a mover las ideas suscitadas por la oración fúnebre de Tims; porque en vano se cierran los ojos a los que de todas partes, y por los caminos más opuestos, vienen a la vez. <A qué le reprochan al sargento sus ideas sobre la “tierra nasional”, cuando el Tribunal de Apelación revoca la sentencia que privó a G. Henry George, el príncipe de la doctrina, del le- gado que le dejó un amigo entusiasta para ayudarle a propagar sus obras? cuando el Tribunal, al fundar la revolución, celebra, con el desinterés de quien no las comparte, la franqueza y honra- dez de estas doctrinas, y alaba a su autor? <Y el mismo George, que de su primer esfuerzo en política llega por poco a Corregidor de New York, no trabaja en amistad, respetado y mimado, con los reformadores republicanos y demócratas que quieren poner en boga, y han puesto ya por ley, el nuevo modo de votar a la australiana, que popularizó George en su libro, nunca más leído que ahora, sobre El progreso y la pobreza? ¿Y va George a recorrer, con su dogma al hombro, la Australia entera, como huésped de honor, bajo los auspicios del Partido Liberal de la isla? Un diario dice: “No es posible dejar de notar que aumenta en las masas el culto por los anarquistas ahorcados en Chicago: a la sombra de la horca, en Chicago mismo, han ido en procesión los obreros a visitar las sepulturas, y llevaba la bandera roja la mulata elocuente, la viuda del americano Parsons: en el museo de figuras de cera, en New York, <quién no observa el silencio y la tristeza de los que rodean el grupo, y aun las lágrimas? Rusos, alemanes, y america- nos han conmemorado juntos, en salones henchidos, los méritos que adornaban a sus ojos a ‘las cuatro víctimas del terror de los privilegiados a los que osan exponer la injusticia de sus privile- gios’. Jueces y banqueros han vuelto a decir en Chicago, con mo- tivo de la conmemoración, que se anduvo sin duda de prisa en quitar la vida ignominiosamente a cuatro hombres que acaso sólo eran culpables de la vehemencia con que afincan en las almas infelices las esperanzas de justicia y regeneración.” Los libros del conde Tolstoi, que son una plegaria para los pobres, su Vida, su Confesión, su Escuela de Yasnaia Poliana, no andan de mano en mano y los celebra la revista de Harper, que es de lo más sesudo y granado del país? <No se leen con favor creciente los estudios en que aboga desde la otra revista, The Cosmopolitan, en pro de la reforma social: un pastor venerado, Everett Heale? <Y el libro del elegante Bellamy, Mirando atrás, no está ya cerca de los dos- cientos mil ejemplares, y no se juntan en clubs de Bellamy, pen- sadores, artistas y ricos, a leer y comentar reunidos la hábil pin- tura de las desigualdades peligrosas de la nación de hoy, y las propuestas de reforma que deja inferir la pintura hábil, so pre- texto de contar cómo es el mundo de ahora, en una familia de mil años adelante? ?Y no da a todo eso carácter de urgencia y testimonio intachable, la prueba plena con que un millonario res- petado demuestra que, en medio siglo a lo más, a seguir como van las leyes y las fortunas, estará la propiedad total de los Es- tados Unidos en manos de doscientas cincuenta familias? Nace cl partido de la reforma social de aquel mismo Boston, llamado Atenas del Norte, donde nació, con el sublime Phillips y con Garri- son, el partido de la abolición de la esclavitud. Nace de los altos del pensamiento, cuyo fervor apostólico inspira menos desconfianza que el clamor que viene de abajo, donde la justicia puede traer mano ignorante, y espuelas de odios. Se ha puesto casaca la reforma social, está a la moda, y ha comenzado a triunfar, en Boston mismo, con el establecimiento del voto australiano. Los comprados vienen de afuera. Ya no se compra a la cara de las casillas con uno, con dos, con cinco pesos, con una promesa, el voto. Porque el afán y ruidos de esta existencia del Norte, tienden unos, con brutalidad y desafuero, a llegar junto a sí, por codicia y por vicio, los caudales del orbe; y otros viven de celestinos y mercurios, so pretexto de política y abogacía, sacando los caudales de donde están por la ley o la naturaleza, llevándoselos, por la 400 OBRAS ESCOGIDAS. T. II 401 propina de habanos y champaña, a sus señores; y otros creen que la corona del universo les ha caído en la cabeza, y han tocado a salir por el mundo, a traerse los pueblos bajo el brazo; y otros se quitan de las sienes las adormideras, miran el fondo de la copa de oro, y se levantan en medio del festín a decir sin miedo que ir a turbar 1a casa ajena no es remedio para que con los haces encendidos no se queme la propia. “Ya pasaron” dicen, “los tiem- pos de la libertad nominal y de la ilusión política: sólo la felicidad contentará a los hombres”. La política no está en buscar coloca- ción falsa a los productos de una minoria privilegiada, que sólo puede mantener sus privilegios a costa de la mayoría desposeída, ociosa y descontenta; ni en buscar climas tórridos donde vayan de peones de los magnates concesionarios, de los encomenderos de la República, los hombres de bota fuerte que han leído dos veces el libro de George sobre la propiedad de la tierra; y no quieren ir de patrulla por tierras extraGas, sino ser felices junto a la cuna de sus hijos, y la losa de sus abuelos en la tierra propia. La política está, y no hay otra política, en administrar los bienes nacio- nales con la equidad que por sí sola, sin más sistemas ni panaceas, hace a los pueblos libres y felices. Por la posesión. so capa de creencias y de doctrinas, son todas las batallas del hombre. Se conoce el hombre, independiente y pensador, y todo lo ataca y derriba de un codazo hoy y de otro mañana, hasta que tiene cam- po libre donde mover los codos: y esa es la lucha por la posesión de sí. Unos luchan, con la complicidad de todos los fuertes, por retener en sus manos, en una forma u otra los dominios públicos: y el hombre no ha de parar hasta poner a los sistemas y a los credos en nombre verdadero de disfraces, y equilibrar las pose- siones de naturaleza nacional, de modo que no haya causa para vivir en zozobra y acecho, como fieras, arremetiendo los unos con la rabia del desheredado, y escudando los otros con nombres com- placientes, y en la red de las clases, la propiedad mal hallada. La paz es condición normal del hombre. Es brutal e inmoral el precepto de la lucha por la vida. Convienen pues, los que aquí piensan sobre el porvenir, en que el único modo de atajar los ma- les que vienen de la administración parcial de los bienes públicos, es administrarlos con equidad. Y el problema está, a sus ojos, en venir a esta administración, no con la bandera roja y el cuchillo en los dientes, como aconsejan los apóstoles desesperados, sino con el sombrero puesto y una cuartilla de papel, donde en el si- gilo de la alcoba, sin el tentador al pie, marca una cruz junto al nombre de su candidato preferido el votante devuelto a la libertad por la ley nueva del voto australiano. Entre bastidores es donde se ve la verdad, más que en lo que saie al público, y el que cuida de andar por ellos asiste a la pelea mortal empeñada de un lado entre los politicones e intereses que sacan por ellos las leyes benévolas, y de otro por todos los hom- bres de juicio, que desde un bando u otro, ven la urgencia de dar un arma pacífica a la reforma, para privarla del derecho de blan- dir otras armas. Hay que sacar el voto de las manos de los que han hecho comercio de él. Hay que echar sobre el tesoro público los gastos de las elecciones para que, so pretexto de estos gas- tos, no levanten las sociedades politicas sobre los candidatos un impuesto que el candidato ha de procurarse a su vez de quienes se Io anticipan a cambio de los servicios que se obliga él a ha- cerles de los fondos, de ías leyes, de los derechos públicos. Hay que impedir que, en la hora misma de la elección, de nueva y justa causa de ira a los pacientes descontentos la venta abierta al poderoso y al bribón del único recurso que concede la ley para sacar de su imperio continuo a la liga de los bribones y los po- derosos. Es, pues, una cuestión social, y acaso una solución social, en este país donde el voto es el poder el voto australiano. Grande fue la importancia, y la lección, de las elecciones de cstc otoño. La opinión, sofocada a fuerza de paga, en las eleccio- nes presidenciales, se enseñó como es, sin el enemigo del soborno, o con la fuerza magna de la indignación, a tal punto que, un año después de ser derrotado en la candidatura a la presidencia, es Cleveland reconocido, por impulso unánime, como el candidato vic- torioso: sus amigos han vencido: han vencido los reformadores de !a tariía: Campbell, el abogado de la lana libre, ha sido electo go- bernador, contra el gobernador que estaba en el poder, contra Foraker, tan comefuegos y azuzaguerras que ya se dice “forakear” a hablar de fanfarrón, y hombre de mucha amistad con las em- presas protegidas, que ven en 61 su campeón extremo, y el mejor abogado que pudieran sentar en ia presidencia de la república. -- Porque este fenómeno hay acá en la política: “pagamos al abo- gado donde nos pueda servir mejor, en el corregimiento, en el gobierno del Estado? en la Suprema Corte, en la presidencia de la república: y las empresas que tienen los mismos intereses, se juntan para poner en la presidencia al candidato que le promete servirlos,- y al candidalo de reserva, a Foraker, echó de la silla cl amigo de Cleveland, el reformista Carnpbell. Iowa, republicana ardiente hace un año, por los amigos de Cleveland vota por gran mayoría. Virginia se revuelve contra su voto de hace un año, a Cleveland van dirigidos ios telegramas todos de la victoria. Cle- veland, que estaba en Washington de visita, y se pasó sus horas con Harrison en la Casa Blanca, só! o tiene una frase que decir, al periodista que se la arranca en el estribo del coche: “iComo que la levadura de la reforma de la tarifa se ha entrado por toda la mesa!” Solemne y completa ha sido la victoria, y bienvenida para los que no quisieran ver deslucida la libertad en su casa mayor con ten! ativas indignas de ella, y de la especie humana. Pero la lucha misma de los partidos, quiere al fin combate común, levantó curiosidad menor que la prueba del voto australiano, be- 402 losi .\ larti OBRAS ESCOGIDAS. T. II 403 fado por los que le temen j resisten, deíendido por los que lo saludan como la garantía de la paz, y la alborada de la purificación. En Massachussetts y en Connecticut se voiaba asi por la pri- mera vez. Con ligeras variantes, Ia ley era la misma. Que el ES- lado imprima las papeletas, y las reparta donde nadie las pueda cambiar ni falsificar, y las vea llenar en secreto por el votante libre. Fueron a Boston, sobre todo, emisarios de las sociedades que abogan por el método, y de las que lo acusan de confuso, de lento, de abusivo, de atentatorio a la libertad del votante. Y era de ver Boston, en verdad, el día de las elecciones; porque no fue la *casa de zaguán y esquina que la elección hasta ahora es, con el votante perezoso que viene sobre las casillas a paso de quien busca, y la jauría de “taloneras” como les llaman acá por ir sobre el taldn, saliéndole al camino con el mazo de papeletas del par- tido en una mano, y los billetes de a dos pesos en la otra; ni fue el cambio inicuo de papeletas que mandan hacer los caciques de las sociedades, dando como propias a los votantes las papeletas del candidato enemigo a la judicatura, o al corregimiento, o al Gobierno del Estado, a cambio de que el enemigo, que quiere estos puestos, vote, a dos por uno o uno por dos, en pro del candidato rival a la presidencia, en que tienen interés mayor los sacrifica- dores, que fue como salió electo de gobernador el demócrata Hill en el mismo Estado y elecciones en que salió derrotado para la presidencia el demócrata Cleveland. Ni las bebederías estaban con el costado abierto, como suelen en estos dias en que las ordenan- zas les mandan cerrar la puerta principal; porque el mostrador les vale a los “taloneras” para mantener el valor, o para aturdir a un votante desconfiado, o para llevarlo donde no vean que le dan el billete de dos pesos, o para echarse en alcoholes los cinco pesos que gana por cazar votos, y con el sistema nuevo, como que el votante entra sin papeletas en la casilla, y vota sin conse- jero, y sin que nadie lo vea, no hay talones que pisar, ni mostradores donde comprar honras baratas, ni oficio en que ganar los cinco pesos. Por el amor del tablado vagaban, con el tabaco caído, y la nariz con menos color, los “esquineros”, “taloneras” y “mu- chachos”, merodeando sin ocupación por la acera, desnuda de ga- ritas. Jubilosas iban y venían, de distrito en distrito con permiso del ayuntamiento fas comisiones inspectoras de las sociedades que propagaban la reforma. En un mismo carruaje, detrás de Henry George, entraron un demócrata y un republicano. En fa casilla, entra el votante por una de las puertas de la baranda que separa el recinto público del de sufragar, dos vigilantes, de diversos par- tidos, tiene la mesa donde el volante toma la lista en que están, debajo de cada candidatura, los candidatos de los partidos, dife- rentes. Entra el votante en una de las particiones de madera, sin puerta, que han levantado al fondo: marca allí, solo, con una cruz en cada candidatura el nombre que prefiera: va, por el fado opues- lo al de la entrada, a la mesa de registro, donde llevan los libros, como en la de las listas, vigilantes de los partidos hostiles: tachan el nombre en el registro, y el votante echa, antes de salir por otra puerta, su lista en la urna. Si no sabe leer, lleva consigo,- a la particion, autoridad de la ley, a uno de los vigilantes que le lea los nombres y marque los que fe dicta:- Al contarse en Boston los votos, libres de compra y de bebida, se vio que en aquellas elecciones, más rápidas y serenas que fas de antes, había acuerdo real entre las fuerzas que los partidos se calculaban; y fas que probaron en las urnas. Ni el “talonero” tendría cómo saber que el votante comprado le cumplió la palabra; ni el que debe a *otro su sustento votará, por miedo de perder el pan de sus hijos, como SC lo manda aquel cuyo interés está en negarle el suyo. Empieza a asegurar la paz amenazada, el voto blanco. Ef Pufirlo LiDeral, México, 11 de diciembre de 1889, p. 1. Ofms crónicas de Nueva York, investigación, introducción e “Indice de cartas” por Ernesto Mejía Sánchez, La Habana, Centro de Estudios Martianos y Editorial de Ciencias Sociales. 1983. p. 129135. OBRAS ESCOGIDAS. T II 405 HEREDIA turbados en estos tiempos de virtud escasa e interés tentador, los versos, magníficos como bofetones, donde profetiza: Señoras y señores: Con orgullo y reverencia empiezo a hablar, desde este puesto que de buen grado hubiera cedido, por su dificultad excesiva, a quien, con más ambición que la mia y menos temor de su persona, hubiera querido lomarlo de mí, si no fuera por el mandatd de la patria, que en este puesto nos manda estar hoy, y por el miedo de que el que acaso despertó en mi alma, como en la de los cuba- nos todos, la pasión inextinguible por la libertad, se levante en su siila de gloria, junto al sol que él cantó frente a frente,- y me tache de ingrato. Muchas pompas y honores tiene el mundo, soli- citados con feo afán y humillaciones increibles por los hombres: yo no quiero para mi mk honra, porque no la hay mayor, que Iá de haber sido juzgado digno de recoger en mis palabras mor- tales el himno de ternura y gratitud de estos corazones de mujer y pechos de hombre al divino cubano, y enviar con él el pensa- miento, velado aún por la vergüenza pública, a la cumbre donde espera, en vano quizás, su genio inmarcesible, con el trueno en la diestra; el torrente a los pies, sucudida la capa de tempestad por los vientos primitivos de la creación, bañado aún de las lágrimas de Cuba el rostro. Nadie esperará de mi, si me tiene por discreto, que por ganar fama de critico sagaz y puntilloso, rebaje esta ocasiór:, que es de agradecimiento y tributo, al examen,impropio de la fiesta y del estado de nuestro ánimo,- de los origenes y factores de mera literatura, que de una ojeada ve por sí quien conozca los lances varios de !a existencia de Heredia, y los tiempos revueltos y en- ciclopédicos, de jubileo y renovación del mundo, en que le tocó vivir. Ni he de usurpar yo, por lucir las pedagogías, el tiempo en que sus propias estrofas, como lanzas orladas de flores, han de venir aqui a inclinarse, corteses y apasionadas, ante la mujer cu- bana, fiel siempre al genio y a la desdicha, y echando de súbito iracundas las rosas por cl sucio, a repetir ante los hombres, Que si un pueblo su dura cadena no se atreve a romper con sus manos, puede el pueblo mudur de tiranos pero nunca ser libre podrá. Yo no vengo aqui como juez, a ver cómo se juntaron en él la educación clásica y francesa, el fuego de su alma, y la época, ac- cidentes y lugares de su vida; ni en qué le aceleraron el genio la ensefianza de su padre y la odisea de su niñez; ni qué es lo suyo, o lo de reflejo, en sus versos famosos; ni apuntar con dedo in- clemente la hora en que, privada su alma de los empleos sumos, repitió en cantos menos felices sus ideas primeras, por hábito de producir, o necesidad de expresarse, o gratitud al pueblo que lo hospedaba, o por obligación po! ítica. Yo vengo aquí como hijo desesperado y amoroso, a recordar brevemente, sin más notas que las que le manda poner la gloria, la vida del que cantó, con ma- jestad desconocida, a la mujer, al peligro y a las palmas. Donde son más altas las palmas en Cuba nació Heredia: en la infatigable Santiago. Y dicen que desde la niñez, como si el espíritu de ia raza extinta le susurrase sus quejas y le prestara su furor, como si el Ultimo oro del país saqueado le ardiese en las venas, como si a la luz del sol del trópico se le revelasen por merced sobrenatural las entrañas de la vida, brotaban de los labios del “niño estupendo” el anatema viril, la palabra sentenciosa, la oda resonante. El padre, con su mucho saber, y con la inspiración dei cariño, ponía ante sus ojos ordenados y comentados los ele- mentos del orbe, los móviles de la humanidad, y los sucesos de los pueblos. Con la toga de juez abrigaba de Ia fiebre del genio, a aquel hijo precoz. A Cicerón le enseñaba a amar, y amaba él más, por su natura! eza artística y armoniosa, que a Marat y a Fouquier Tinville. El peso de las cosas enseñaba el padre, y la ne- cesidad de impelerlas con el desinterés, y fundarlas con la mode- ración. El latin que estudiaba con el maestro Correa no era el de Séneca difuso, ni el de Lucano verboso, ni el de Quintiliano, lleno de alamares y de lentejuelas, sino el de Horacio, de clara hermo- sura, más belio que los griegos, porque tiene su elegancia sin su crudeza, y es vino fresco tomado de la uva, con el perfume de las pocas rosas qtie crecen en la vida. De Lucrecia era por la mañana la lección de don José Francisco, y por la noche de Humboldt. El padre, y ELIS amigos de sobremesa, dejaban, estupefactos, caer cl libro. CQuién era aquel, que lo traía todo en sí? Niño, ihas sido rey, has sido Ossian, has sido Bruto? Era como si viese el niño batallas de estrellas, porque le lucían en el rostro los respIa?- dores. Había centelleo de tormenta y capacidad de cráter en aquel 406 Jos6 Marti genio voraz. La palabra, esencial y rotunda, fluía, adivinando las leyes de la luz o comentando las peleas de Troya, de aquellos la- bios de nueve arios. Preveía, con sus ojos de fuego, el martirio a que los hombres, denunciados por el esplendor de la virtud, someten al genio, que osa ver claro de noche. Sus versos eran la religión v el orgullo de la casa. La madre, para que no se 10s ir, terrumpieran acallaba los ruidos. El padre le apuntalaba las rimas pobres. Le abrían todas las puertas. Le ponían, para que viese bien al escribir, las mejores luces del salón. iOtros han te- nido que componer sus primeros versos entre azotes y burlas, a la luz del cocuyo inquieto y de la luna cómplice!. . .: los de He- redia acababan en los labios de su madre, y en los brazos de su padre y de sus amigos. La inmortalidad comenzó para él en aque- lla fuerza y seguridad de sí que, como lección constante de los padfes duros, daba a Heredia el cariño de la casa. Era su padre oidor, y persona de consejo y benevolencia, por lo que lo escogieron, a más de la razón de su nacimiento ameri- cano, para ir a poner paz en Venezuela, donde Monteverde, con el favor casual de la naturaleza, triunfaba de Miranda, harto sabio para guerra en que el acontecimiento hace más falta, y gana más batallas, que la sabiduría; en Venezuela, donde acababa de ense- ñarse al mundo, desmelenado y en pie sobre las ruinas del templo de San jacinto, el creador, Bolívar. Reventaba la cólera de Amé- rica, y daba a luz, entre escombros encendidos, al que había de vengarla. De allá del sur venía, de cumbre en cumbre, el eco de los cascos del caballo libertador de San Mar