Obras Escogidas T. II

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Obras Escogidas Tomo II
A Manuel Mercado. Abril 22 [de 1886]
Grandes motines de obreros Nueva exhibición de los
pintores impresionistas Correspondencia particular para
El Partido Liberal Correspondencia particular para EL
Partido Liberal Carta de Nueva York Correspondencia
particular para El Partido Liberal El proceso de los siete
anarquistas de Chicago El terremoto de Charleston
Correspondencia particular de El Partido Liberal
Correspondencia particular de El Partido Liberal Fiestas
de la Estatua de la Libertad El Cristo de Munkacsy El
cisma de los católicos en Nueva York [Viejo de la barba
blanca] El Poeta Walt Whitman (Tamanaco, de plumas
coronado] [Tienes el don, tienes el verso...] [Cual de
incensario roto...] Henry Ward Beecher México en los
Estados Unidos La excomunión del Padre McGlynn El 10
de Octubre Discurso en conmemoración del 10 de Octubre
A Juan Ruz. Nueva York, octubre 20 de 1887 A Serafín
Bello. New York, noviembre 9 de 1887 Un drama terrible
Al general Máximo Gómez. New York, 16 de diciembre de
1887 Un héroe americano Mi tío el empleado Heredia ¿A
los Estados Unidos? A Rafael Serra. New York, 22 de
septiembre de 1888
Céspedes y Agramonte Discurso en conmemoración del 10
de Octubre Una novedad en educación pública De
yankeelandia El abogado de los ricos Escenas
neoyorquinas. Los vendedores de diarios Oratoria
popular Revista del mercado La exhibición de pinturas
del ruso Vereschagin Vindicación de Cuba Cómo se crea
un pueblo nuevo en los Estados Unidos El castellano en
América La Edad de Oro A los niños que lean La Edad de
Oro Tres héroes La Ilíada, de Homero La última página
Los dos príncipes Nené Traviesa Las ruinas indias La
última página La Exposición de París El padre Las Casas
Los zapaticos de rosa La última página Un paseo por la
tierra de los anamitas La muñeca negra Cuentos de
elefantes La galería de las máquinas La última página
Discurso en conmemoración del 10 de Octubre A Gonzalo
de Quesada. New York, octubre 29 de 1889 Congreso
Internacional de Washington A Gonzalo de Quesada. New
York, 16 de noviembre de 1889 Correspondencia
particular de El Partido Liberal Heredia A Gonzalo de
Quesada. New York, 13 de diciembre de 1889 A Gonzalo de
Quesada. [NuevaYork] 14 [diciembre de 1889 Madre
América A Manuel Mercado. [Diciembre de 1889] Edison
[A Serafín Bello] A Emilio Núñez. [Nueva York, mayo de
1890]
Discurso en la fiesta del club Los Independientes Carta de
New York Cartas de verano II Cómo murió [Martín]
Barrundia Francisco Sellén Discurso en conmemoración
del 10 de Octubre Nuestra América Discurso en honor de
México El asesinato de los italianos La Conferencia
Monetaria de las Repúblicas de América Rafael María de
Mendive A los cubanos Discurso en conmemoración del 10
de Octubre Versos sencillos
“Mis amigos saben...” I. “Yo soy un hombre sincero” II.
“Yo sé de Egipto y Nigricia” III. “Odio la máscara y vicio”
IV. “Yo visitaré anhelante”
V. “Si ves un monte de espumas” VI. “Si quieren que de
este mundo” VII. “Para Aragón, en España” VIII. “Yo
tengo un amigo muerto”
IX. “Quiero, a la sombra de un ala” X. “El alma trémula y
sola” XI. “Yo tengo un paje muy fiel” XII. “En el bote iba
remando” XIII. “Por donde abunda la malva” XIV. “Yo no
puedo olvidar nunca” XV. “Vino el médico amarillo” XVI.
“En el alféizar calado” XVII. “Es rubia: el cabello suelto”
XVIII. “El alfiler de Eva loca”
XIX. “Por tus ojos encendidos” XX. “Mi amor del aire se
azora” XXI. “Ayer la vi en el salón” XXII. “Estoy en el
baile extraño” XXIII. “Yo quiero salir del mundo” XXIV.
“Sé de un pintor atrevido” XXV. “Yo pienso, cuando me
alegro” XXVI. “Yo que vivo, aunque me he muerto” XXVII.
“El enemigo brutal” XXVIII. “Por la tumba del cortijo”
XXIX. “La imagen del rey, por ley” XXX. “El rayo surca,
sangriento” XXXI. “Para modelo de un dios” XXXII. “En
el negro callejón” XXXIII. “De mi desdicha espantosa”
XXXIV. “¡ Penas! iquién osa decir” XXXV. “¿ Qué importa
que tu puñal” XXXVI. “Ya sé: de carne se puede” XXXVII.
“Aquí está el pecho, mujer” XXXVIII. “ ;Del tirano? Del
tirano”
XXXIX. “Cultivo una rosa blanca” XL. “Pinta mi amigo el
pintor” XLI. “Cuando me vino el honor” XLII. “En el
extraño bazar” XLIII. “Mucho, señora, daría” XLIV.
“Tiene el leopardo un abrigo” XLV. “Sueño con claustros
de mármol” XLVI. . “Vierte, corazón, tu pena” San Martín
Al Ministro de la Argentina. New York, octubre 17 de 1891
José Martí. Cronología, por Ibrahím Hidalgo Paz
Edición: Ela López Ugnrte y Adiah González 1V; uanjo
Redacción: Laura Rey
Correcci6n: Hildo Gonzcíiez Rosales y Bcysi Marthez
Sitbii
Disetlo: Orlando Díaz
Priniera edición: Centro de Estudios Martianos / Editora
Política
ler. tonlo, 1978; 2do. tomo, 1979; 3er. tomo, 1981
@ CEhlRo DE ESlWDiOS MAREANOS, 1992
Q Sobre la presente edicián:
ED~ ORIAL DE CIEXCIAS S o c i w , 1992
CEh'IRO DE h U D i O S hfARTIANOs
Calzada 807, esq. a 4
El Vedado, La Habana
Cuba
EDITORIAL DE CIENCIAS SOCIALES Calle 14 No. 4104,
Playa Ciudad de La Habana
Cuba
A MANUEL L% tERCAD6.
;Mi amigo queridísimo: Esperaba yo por Soiignac carta
de Ud., como espera un enfermó desvelado un rayo de sol:
y hasta creía que pudiera ser respuesta a una carta larga,
y de mucha importancia para mi, que dirigí a V. por el
correo, vía El Paso, no recuerdo si al Ministerio o a San
Iidefonso 4, uno o dos dias después de haber salido Pablo
Macedo de New York. Solignac viene, en busca de carta
mía que Iievarle;
pero no me trae la de Vd.: con él mismo escribí a Vd. en fe
de vida en el viaje anterior, y me dice- que de Veracruz le
envió la carta con Zayas Bazán.
La verdad es que esta vez no quisiera escribir! e; porque
me seria ahora, en mi plan y en el de Macedo, de tanta
importancia su auxilio, y me es tan esencial en el estado
de aflición de mi alma, que ya pasa a mi cuerpo- que me
entran mis reparos de siempre,
y ni a V., en quien me vierto sin rebozo y con un placer
profundo. ni a V. querría hablarle de mí.
Supongo que habrá llegado a V. la carta larga de que le
hablo,
y habrá visto en ella que en la condición actual de mi
fortuna, y en esta especie de terror de alma en que vivo,
me causaría verdadera angustia no poder lograr el
empeño que he puesto en sus manos. Con
este pie en lo firme, podría al fin ¡tal vez por ocasión
primera en cinco años! trabajar sin tener en todo instante
una pezuna sobre !a frente, y la dignidad en un potro,- y
el alma entera en náusea; tal vez podría empezar,
tranquilo el espíritu en u n quehacer noble,
a salirme un poco de este contacto demasiado íntimo con
los hom- bres, con los hombres en esta tierra, que no son,
no. como los hom- bres en todas las demás,- y dar suelta,
conforme fuera yo saliendo de esta agonía, a las
experiencias y arrogancias que se me han ido
amontonando en el alma, y me sofocan por falta de
empleo. Si
a lo que ya tengo en esa clase de quehaceres, que n i me
agotan mis restos de salud ni me tienen en perpetuo susto
el decoro, pudiera unir la clase de trabajo- que le pido, y
que por el cual le ruego
que sr esfuerce mucho má, que para si propio, mc haria V.
irn bien
8 Jose .Uarti OBRAS ESCOGIDAS T II 9
cuya irasceiidencia ~5 1 0 podría calciilar \,¡ elido dc
cerca. !. por den tro, como dejaría yo que \. d. los viese. el
espanto y la tribulación a qiic después de estos cinco años
de noblezas estériles e indecibles íatigas ha llegado mi
espíritu. Mi Consulado. que me venia ayii dando, se me
acaba el mes próximo. Si no me saca 1.. por sobrc- $11
cabeza en esto de los diarios. tendrG de nuevo-- sin que
nadie. eso
si, note mi desfallecimiento- qiie acudir a una colocación
vulgar dc
comercio, de muchas horas y retribución mezquina.
adonde vuelva mi vida a lo que ha sido en estos tiempos
últimos,--- avena de pe sebre, a que se la coman los
caballos. Lo que me entristece no es eso; sino que en esa
profesión, como acrí se ejerce, y en la condi
ción ruin de empieado menor en que tendría yo que volver
a ejer cerla, cada detalle ¿por qué no decírselo? me
subleva y aturde. y vivo como acorralado y apaleado, y la
brutalidad, deshonestidad y
sordidez que veo a mi alrededor y de que tengo que ser
instrumento me ponen,- creo que ya se lo he dicho a V.
porque es verdad- como una cierva, despedazada por las
mordidas de los perros, que se refugia para morir en el
último tronco. Saco de mí sin cansarme una energía
salvaje; pero noto que estoy llegando ya al fondo de
mis entrañas. O tengo un poco de respiro para
rehacérmelas, a que me las comtin de nclPvo, o aquí se
acaban.- Yo por nada me abato: pero siento que los
puntales se me vafi cayendo. Trabaje por mí. que esta
alma mía no se ha hecho para extinguirse tan a oscuras
ir por tan pobres razones. Los cariños que inspiro, y el de
V. a la Cabeza de ellos, son ya, desde hace años mi único
premio y estimu- lo: nada más pedí a la tierra, y nada
más me ha dado.
Una que otra muestra de espléndida simpatía que me
llega de tiempo en tiempo de tierras lejanas, y la triste
contemplación de mi fortaleza, son los Únicos gozos que
para mí hay hoy en la vida. Ni en las pasiones he podido
tenerlos nunca, porque aun en aquellas mías que
pudieran haber parecido desordenadas, no he visto yo
más
que un deber justo y seco. El recuerdo de mi padre viejo,el amor de mis amigos, y el amor de los niños es lo único
que hoy conmueve mi alma aterrada:- fuera de ese cariño
a todo lo que padece, que ya Vd. sabe que en mí es vicio:
pero, créamelo, el hielo me llega ya a la mano.-¡ Qué me
importa a mí, para quererlo yo a Vd., que
me logre o no esto en que tanto me va, y tanto me
empeño? Mi don Manuel está sentado en mi corazón “a la
diestra de Dios Todopoderoso” y no habrá nada que le
saque de s u asiento: pero si pudiera obtenerme lo que
quiero ¡qué inmenso bien me ha- ría!- y veo que allá me
recuerda y me quiere mucha gente: jcon qué gozo no me
pondría yo a la faena, en mis trabajos para Méxi. co!- y,
fuera de toda necesidad mía personal, ¡qué falta hace
allá, de mí y de todos, un estudio constante de todas las
cosas, vías y
tendencias de este pueblo, capaz, a pesar de su fuerza, de
ser evi- tado, como se evita una estocada mortal, por la
habilidad que no posee! Ni siquiera he cuidado yo, en mi
desdén por todo lo mío, de hacer llegar a manos de V. todo
lo que llevo escrito, que es mucho
v en muchas partes, a propósito de México: con la mente
puesta e n México y en mi país escribí un estudio sobre
Grant de que no del Sur mucha creo haberle hablado, y
que ha tenido en la América
íortuna: allí saco del revés esa especie de caracteres de
fuerza, para que se les vea, sin exageración ni mala
voluntad, todo lo feo y
rugoso del interior de la vaina, que tanto hambriento y
desvergonza. do rebruñen por de fuera a lamidos!- Un
personaje de aquí, me dijo, después de leer este ensayo: “¿
Dónde conoció V. al hombre. que parece que lo ha
retratado V. por dentro?”- jLo conocí en los hombres!- Los
espíritus humanos se dividen en familias, como los
animales.- En esas páginas-¿ no le he hablado antes de
ellas?- va mucho de mis dolores patrióticos, iprimer
peldaño que bajé del cielo! Ya Vd., al verle a esta carta los
tamaños, la habrá puesto de lado, para leerla en el primer
domingo: ¡quién me diera uno solo, de aquellos que
empezaban en la puerta de La Revista, ’ y acababan en
una taza de café de Uruapan!: de modo que, como es
domingo, no me da pena seguir hablándole de mis cosas.
Ya le hablé de las
de ahora. Ya le dije también eii mi carta anterior algo de
las veni- deras.- Por la carta y por Pablo Macedo sabrá
que, a lo modesto y principiante, tengo el pensamiento de
hacerme editor de libros baratos y Útiles, de educación y
materias que la ayuden, cuyos l i - bros pueden hacerse
aquí en armonía con la naturaleza y necesida- des de
nuestros pueblos, y economía de quien trabaja en lo
propio. y venderse, en México principalmente, con un
margen de escasísimo provecho. Pero lo que V. no sabe es
que esta no es en mí idea nueva, sino en cuanto a la
posibilidad de su inmediata realiza-
ción;- que a este fin, como si ya yo no tuviera otro
natural, me vengo preparando con un estudio cuidadoso
de los menores deta- lles, desde hace muchos años;- que,
aparte de toda situación mía
actual, me siento capaz de levantar en este hermoso ramo
una em-
presa benéfica y productiva;- que contra mi costumbre,
desde qll’ Macedo me habló- de esto como realizable, al
decirle yo cómo te nía estudiado el asunto, no pienso en
otra cosa, y la doy por he-
cha;- que tan convencido estoy del bien que podría hacer,
y el giro iitil que podría dar al caudal puesto en ello, que
en esto sí me pro- pongo ser porfiado e incansable. y no
parar hasta tenerlo conse- guido.- Ir tirando será lo
primero, con ahorros de judío,- de lo
poquito que haya para comenzar. Ya yo s(. los libros
vivos qiic nuestras tierras necesitan, y piden, y no tienen,
ni hay aún quien les dé: y los iré publicando de manera
que, desde el principio. Méxi- co los vaya obteniendo al
precio estrictamente necesario para cubrir
los gastos. Los provechos vendrán de la venta en los
demás países.
A1 fin, estos libros útiles, con ediciones sucesivas.
vendrán a redil cirse a un precio tal. que no habrá quien
no pueda hacerse de‘ ellos. La competencia no es de
temer- primero, porqiic estos libros ser511 muy distintos
de cuantos en esa línea van publicadol;.~-- libros h i i -
I o ./ osC .Mar!!
iiiaiios y palpitantes,--- no mrros textos. sino
explicaciones de la \'ida
siis elementos, y preparaciones para Iiichar con ella- la
esencia i'
tlor de !odo lo moderno:- despiiés, porqiie como esta
empresá :do sera el lucro modcrado y honesto, siempre
podrá abaratar prodiictos mucho más que los qiie no sc
confotman sino con gran- des provechos-- Eso sí qiie me
resucitará y me sacará de la ver. g h z a cn que ando. Esa
idea me satisface y r e g w i j a , y no entra cn este
contento ni por iin apice mi necesidad actual de asegu.
rarrne u n quehacer menos mortal y angustioso que el
qirc. con esca-
sos intervalos. he tenido hasia ahora. Pero ni aún
viniendo a pensar en esto, puede dejar de Serme la idea
gratísima. Para eso estoy hecho, ya que la acción en
campos
más vastos no me es dada. Para eso estoy preparado. En
eso
tengo fuerza. originalidad y práctica. Ese es mi camino.
Tengo fe p gozo en eso.- Todo me ata a New York, por lo
menos durante algririos años de mi vida: todo me ata a
esta copa de veneno:- Vd. no lo sabe bien, porque no ha
batallado aquí como yo. he batallado; pcro fa verdad es
que todos los días, al llegar la tarde, me siento como
comido en lo interior de un tósigo que me ecba a andar,
me
pone el alma en vuelcos, y me invita a salir de ni. Todo yo
estallo.
Dc adentro rrk viene t! ri fuego que me quema, como un
iuego de fie- bre. i b i d o y sezo. Es la muerte a retazos.
Sólo ]os días en que no bajo a negocios. o veo a poca
gente, o arido mucho a l aire ahora que hay primavera,
padezco menos de este! horror de espíritu: iqilé
riendas he necesitado tener para sujetar la mente a
freI30! ¡el día que
yo escriba este poema!- Bueno, pues; todo me ata a New
York: las consecuencias de los errores políticos de nuestro
país;- la cercanía a esa tierra mía que no sabe de mi, y por
la que muero;- la repug- nancia a salir a correr nuevas
aventuras, con la casa a l hombro, qiie no adniitc
esperas;- la repugnancia, a ú n mayor. a vivir en países
adonde no llevamos arte práctica ni un derecho mecánico
a
la vida, sino una pequeña inteiigencia más, que en esos
paises sobra, y sólo da de comer cuando se pone en
alquiler o en venta para usos de gobiernos, que a un
extranjero están vedados:- todo. más las consecuencias
naturales de cinco años de vida en un lugar cén- trico, me
ata por ahora a New York.- A otras tierras, ya sabe v. por
qué no pienso en ir. Mercado literario, a ú n no hay e n
ellas, ni tiene por qué haberío. En el mercado político, yo
no nie he de poner. En el mercado judicial, los abogados
buenos sobran, Ya sé yo que
dc piiro servicial y humilde, un pan siempre habría de
conseguir. Pero mis instrumentos de trabajo, que son mi
lengua y mi pluma, O
habían de quedarse en el mismo silencio y encogimiento
en que es- tán aquí, o habrían de usarse en pro o en contra
de asuntos locales en que no tengo derecho ni voluntad de
entrar, y en los que, sir1 embargo, como 'a me sucedió en
Guatemala y en Venezuela, n i e! silencio me es permitido,
porque se juzga, cuando ya se tiene cierto rionibre y
respeto: que es censura a l gobierno el silencio decoroso. Y
hactz los mismos fervientes cariños de mi alma hacia esos
paises
I I OBRAS ESCOGIDAS T I I
i, lleiiros tengo que contener, porque no son usuales por
desdicha, iii aún en SUS mismos hijos, y parece lisonja de
medrador, o alaban- za de necesitado, 10 que es en mí
vastísirno sentimiento continental.
%,. rosa de ternura: ,vaya V. a hacer entender y respetar
entre los iiombres estas extravagancias! Ya mi alma
lastimada no tiene. bas- :ailte iuerza para soportar
muchos golpes de estos. Morir de esta tierra. es jiisto-puesto que no la quiero; pero morir de las mias,
me seria penoso. A otras tierras, no puedo, pues, pensar
en ir.- A l a rnia, tamijoco: no porque sea yo un
revolucionario empederaido
\. caprichoso, que sólo consienta eii volver a su pueblo por
los ca- ;niilos que a su terquedad o soberbia se le antojan,
sino Gorque los :nales píiblicos, que en otros pueblos que
no sean los míos, no tengo
I I T l derecho directo a mejorar, en mi tierra me pesan
como propios, para mí un deber de remediarlos: allí toda
bofetada me sona- ria eri )a cara: allí toda iildignidad me
tendría siempre en pie para (jenurlciarl2 0 conteneria:
yo, mísero de mí, no SOY dueño de mi vida. ni 1) uedo
hacer, desde qtie contraje por mi voluntad, deberes priva(los, todo 10 que mi deber público IHC manda, sino
aquella parte dc
este qiiit no haga imposible cl curnplimientc, de aquellos,
conlo lo !laría sin diida en la campaña formidable que yo
emprendería en mi tierra. Nada más, p e s , que el respeto
a mi familia meeobiiga
3 i ~n a ausencia que Locio~ ellos creen que prolongo en
dario suyo. Ahora. pensar que yo vuelva a mi tierra a
acumular doblones, y en- tre ianios que luchan
bravamente, deje de luchar, con m á s bríos y
empuje que todos ellos, y menos amor de mí, es pensar
que puede beberse el sol en una l a z a de café. Eso no
podría ser. Prefiero, pues, morir acá en silencio. 'i a c l
tquC puedo yo hacer? De prisa lo he de decir, porque esta
carta pasa ya de atreviniiento.. Si de ir muriendo se t r a t
a , ya se sabe, intentaré volver a mis quehaceres de
dependiente de comercio, donde todo es ultraje, todo
zozobra, todo angustia d e noria, sin más
quc un pan ai día, 110 sielnpre entero. Si de salvarnie se t
r a t a , nada inás puedo hacer que esa tarea qijcrida a que
mis trabajos de mu- chos años, mi pequefio riornbre ya
bastante extendido, mis modestas pretensiones, la
opinión de cuantos me conocen, mi deseo constante y
ardiente, y el éxito de cuanto llevo hecho en ese ramo me
prepa- ran. Nada m5s puedo hacer si he de salvarme, coi?
esta naturaleza inía en que las corrientes del espiritii dan
con tanta furia, que esa
especie de nobles labofes donde a un tiempo puedo
satisfacer mi ansia de hacer bien, rnelorar con esa alegría
mi salud r o t a , y a m a - sar i i i i pan para mañana. Ya
es mrís de medianoche, y llevo una hora y media de
escribirle. h \~ siento consolado. De 11adje esperé nunca
nada: y si, a oculta5 de mí mismo, esperé algo de alguien,
eso es precisamente lo qiie
110 i! e tenido. Pero de \. Iie tenido sieinpre, at: n en
carjfio, m5s de 10 aiie he esuera< io. Tengo en v. una fe
que ya en muchas cosas y
, hombres he Perdido. Ve< pues, como me le doy sin
reserva, y res- poncb, a1 fin, en parte a lo que desde hace
anos me viene prcgun-
12 Jo> e .ilurri
tando. sobre lo interior de mi mismo. Todo lo que falta se
lo diré en cuanto lo vea, que es mucho, y mortal: pero yo
recojo del suelo mis propios pedazos. y los junto y ando
con ellos como si estuviera vivo.
¿Se enoja conmigo porque le he molestado tanto? A mí no
me enojaría tenerle a mi lado hora sobre hora, y oírle
vaciar s u juicio hermoso y su corazón honesto. Corazón,
ahí le va. Juicio,- sólo tengo cl mío,- que ninguna
contrariedad ni desdicha ha logrado aún torcer ni
envenenar; pero no es tan hermoso y sereno como el
suyo.- Déjeme, pues, callar, contento de haber depuesto
ante V. la
arrogancia con que oculto mis desfallecimientos hasta de
mí mismo. Soy- no se me ría- como un rey salvaje. Déjeme
callar, y en cuan- to esté en su mano, póngame remedio:
todo el que haya, sí por Dios;
;pero si no hay otro, con su cariño basta!- Junte en un
abrazo a sus
pequeñuelos, y bese la mano a Lola. S u hermano JOSE
MARTI
Abril 22. (f886l
Olvidaba que V. no tiene mi dirección. Es esta: P. O. B.
1283.
0. c., t. 20, p. 87- 92. Cotejada con el manuscrito original.
GRANDES MOTINES DE OBREROS
ALZAMIENTO UNANIME EN FAVOR DE OCHO HORAS DE
TRABAJO.- LOS ANARQUISTAS ARMADOS.- GRAN MITIN
EN NUEVA Y0RK.- LOS POLI.
MIENTO OBRERO.- EL OBISPO DE LA IGLESIA
METODISTA CONMUEVE AL PAIS CON UNA PLEGARIA
POR LA REORGANIZACION SOCIAL.- FA- BRICAS DE
BOMBAS.- LIBROS DE CRIMEN.- LOS OBREROS DE
ALEMA- NIA Y LOS ESTADOS UNIDOS.- LO QUE TRAEN
DE EUROPA LOS OBRE- ROS ALEMANES.- MOST,
SCHWAB, SP1ES.- ESCENAS DE LOS MOTINES
ClAS Y LOS ANARQU1STAS.- ESPIRITU Y
TRASCENDENCIA DEL LANZA- DE CHICAG0.HUELGUISTAS ENVENENADOS.- EXPLOSION DE UNA
BOMBA DE DINAMITA
Nueva York, mayo 16 de 188G
Señor Director de La NuciÓtz.
Jefferson Davis, roido por el dolor de su vencimiento,
acaba de pasear en triunfo, a la sombra de sus banderas y
por calles alfom- bradas de flores, las ciudades del Sur
que fueron hace un cuarto dc siglo fortalezas de la
gigantesca rebelión que lo eligió por presr- dente. Desde
aquellos magnos años hasta hoy, no ha habido en
los Estados Unidos acontecimientos más graves que los
que han manchado de sangre las flores de estos mayos. Lo
que se esperaba ha sido.
El problenia del trabajo se ha erguido de súbito, y Iia
eriseiíado
sus terribles entrañas.
Se ha visto que, aunque de un modo todavía confuso, y
con di- versos métodos, estan unidor en una misma
tendencia y determina- ci0n los trabajadores
norteamcricanos. E s inútil ahorrar mineros;
son 17000 000. So pretexto de reclamar la reducción de
las horas actlialcs de trabajo a d i ", ha culminado en
batallas campales en
las plazas, y cii una especie de intentona y alistamiento
generale-. el malestar que empezó con las huelgas de los
ferrucarriles y tritnr-
ynys, no bien tendió a secar al sol de abril su mano
lúgubre el l n v i e r n ~; iparece a veces que hay cieila
fuerza moral en los rayos
tlrl sol!
Se ha visto que, en consecuencia de labores constantes, y
sin necesidad de ninguna voz ni dirección fija, todas las
ciudades obre- ras se levantaron en los mismos dias con
una petición unánime, y este primer estallido de una
fuerza que es acaso demasiado vasta y heterogenea, para
que pueda echar toda por igual camino, ha reve- lado,
como a la luz de un rayo, el tamaño de la casta triste y
enor- me que se viene encima, y la negrura de las minas
hondas donde las criaturas de destrucción, que se
acumulan siempre en las ho- ras de tormenta, socavan
con una cordura de locos, los descansos de la fábrica
desequilibrada, fábrica de mármol sobre todo, en que
ocupados en la busca de oro viven hoy los hombres. En
Nueva York, hubo procesiones, plazas repletas, casas
henchi- das de policías armados alrededor de las plazas,
discursos más encendidos que las antorchas que
iluminaban a los oradores, y más negros que su humo:
Union Square, que tiene cuatro cuadras de cada lado, era
una sola cabeza la noche de la petición de las ocho horas:
como un cinto, ceñía la gran plaza, oculta para no excitar
los animos, una fuerza de policía, pronta a la carga:
<cómo no, si se sabe que en Nueva York los anarquistas
leen como la Biblia, y compran como el pan un texto de
fabricar bombas de lata, bom- bas cómodas, “graciosas y
pequeñas como una pera”, bombas de dinamita “que
caben en la mano”?; icómo no, si a la luz del día, porque
no hay ley aquí que prohiba llevar un rifle en la mano,
entran los anarquistas en los lugares donde aprenden el
ejercicío de las armas Ias “compañías de rifleros
trabajadores” y no se oye, en las horas libres y en todo el
domingo, más que la marcha de pies que se clavan, la
marcha terca, continua, firme, una marcha de que nadie
se cansa ni protesta, una marcha de gente que se ha
puesto en pie decidida a llegar?: <cómo no, si todo el este
de 12 ciudad está sembrado de logias de socialistas
alemanes, que van a beber su cerveza, y a juntar sus iras
acompañadas de sus mujeres pro- pias y sus hijos, que
llevan en sus caras terrosas y en sus manos flacas las
marcas del afán y la hora de odio en que han sido engendrados? Pero entre los que azuzan desde las tribunas
a los trabajadores la noche de la reunión, no hay sólo
alemanes, no, sino patriarcas americanos; hombres de
buena fe y habla profética, ancianos enca- necidos en la
creencia y propaganda de una época más justa, apóstoles a lo John Brown, aquel loco hecho de estrellas. En
otros lugares, lo traído de Europa, violento y criminal,
pre- domina en el movimiento obrero, y lo mancha y afea:
pero en Nueva York, como dondeq. uiera que hay
trabajadores, aunque los medios brutales repugnen a la
gente de hábitos republicanos, se nota que el alzamiento
viene de lo hondo de la conciencia nacional, y que la
pasión y la voluntad de vencer están ya, para no dejar de
estar, en el trabajador americano. En la plaza de la Unión
hay grandes árboles, y de encima de todos ellos, CODO un
cesto de lunas llenas suspendido en los aires, OBRAS
ESCOGIDAS l’ II 13
;e vierte por entre las hojas, dibujando en la tierra
fantásticos bor- dados, una atrevida claridad de múndo
nuevo. Apiñados en ella, removiéndose, cuchicheando,
ondeando, oleando, parecía aquella mu- chedumbre de
gente ciclópea, la gran taza encendida donde se transforma, en una noche luminosa, el universo. Acá se acaba
de ver, en el alzamiento general, en los arsenales
anarquistas, sorprendidos, en el desafío y locura de su
prensa, en los motines v combates de Chicago, a la luz de
los rifles y al esta- llido de las bombas, se acaba de ver que
es colosal y viable el feto. -< Qué quieren? Un dia es más
salario; otro día es más respeto; otro dia, como ahora,
quieren que las horas de trabajo no sean más que ocho,
no tanto para que pueda entrar alguna luz por el alma en
las horas de reposo, como para que se vean obligados los
fabrican- tes a emplear a los obreros que hoy no tienen
faena; pero todas estas demandas son formas- y
peldaños: ha llegado ya a condensarse en acción la
plenitud de amargura y encono en que su vida infeliz y
desesperada tiene a la pobre gente de trabajo: ya han
llegado los or- ganizadores, los administradores, los
filósofos y vulgarizadores, el ejército, en fin, que realiza
las grandes reformas; unos empujan, otros maldicen,
otros contienen, otros sujetan la acción, mientras
encuentran el remedio: pero ya todos obran. iQuiénes
podrán más, los obreros moderados que con la mira
puesta en una reorganización social absoluta se
proponen ir hacia ella elaborando por medio de su voto
unido las leyes que les per- mitan realizarlo sin violencia,
o los que con la pujanza de la ira acumulada siglo sobre
siglo, en las tierras despóticas de Europa, se han venido
de allá con un taller de odio en cada pecho y quieren
llegar a la reorganización social por el crimen, por el
incendio, por el robo, por el fraude, por el asesinato. por
“el desdén de toda mo- ralidad, ley y orden”? Ese es, en
este instante, el problema trabajador, tal como queda
deslindado, después de estos sucesos, en los Estados
Unidos. <Las prácticas de la libertad habrán enseñado a
los hombres a mejorar sus destinos sin violencia? Parece
que sí: parece que el ejercicio de sí mismos, ac donde es
perfecto, ha enseñado a los hombres la manera de rehacer
el mundo, sin amenazarlo con su sangre.
Dos cosas hay que son gloriosas: el sol en el cielo, y la
libertad en la tierra. La verdad es que, por todo lo que se
ve, esos motines de Chicago, esos voceos de socialistas,
esos ejercicios en patios y túneles, esas odiosas
violencias, son como salpicaduras de su fango ensangrentado, que con la rabia de los que mueren, echa sobre
América triun- fante, como una reina desdentada, la
Europa iracunda. Acá se ve que la opinión en masa, la
prensa misma de los capitalistas, ique más, la Iglesia
misma, la Iglesia Protestante!, acepta la revisión del
sistema social de ahora. y va pensando en la manera de ir
ponien-
OBh25 ESCOGIDAS. T II 17 do un poco de mármol que
sobra en unas calles. en el lodo que sobra en otras. El
obispo de la iglesia metodista, una Iglesia robusta y
prote- gida por gente de caudales, envía a los templos de
su credo una pastora1 que causa en el país una emoción
profunda: “Basta- dice: este edificio donde vivimos es un
edificio de injusticia: esto no es lo que enseñó Jesús, ni lo
que debemos hacer los hombres: nuestra civilización es
injusta: nuestro sistema de salarios, asilos y hospita- les
ha sido sometido a prueba y ha fracasado.
“Repugna al orden de la razón que unos tengan
demasiado \ otros no tengan lo indispensable. Lo que está
hecho así debe de;- hacerse, porque no está bien hecho,
Salgamos amistosamente al en- cuentro de la justicia, si
no queremos que la justicia se desplome sobre nosotros.
“Por Cristo, y por la razón, esta fábrica injusta ha de
cambiarse. “; Rico, tú tienes mucha tierra! iPobre, tú
debes tener tu parte de tierra!” Esas palabras, que
condensan las de la pastoral han sacudido la atencicin,
porque no vienen de filántropos desacreditados ni de
gente de odas y de libros, sino de un gran sacerdote, de
mu& o seso y pensamiento, que tiene una iglesia de
granito con ventanas de suaves colores, y ha pasado una
vida majestuosa en el trato y cariño de los ricos. ;Bendita
sea la mano que sg baja a los pobres!
Pero esa bondad sacerdotal, que acá no ha sido oída ni
con asom- bro 17i con escarnio, ese sorprendente
acercamiento del representan- ie de una iglesia al
reformador más sano e ingenuo que estudia hov cl
problema del trabajo, a Henry George, no alcanza a
excusar sino que condena, corno condena George mismo,
a los que afean la’mar- cha victoriosa del espíritu humano
con violencias y crímenes irme. ccsarios en un país donde
hora a hora, desde todas las tribunas, pue- den decir los
hombres lo que quieren, y juntarse para hacerlo.
(Que no puede la mayoría trabajadora convencer a la
minoría acaudalada de la necesidad de un cambio? Pues
no tiene la capaci- dad de gobernar con justicia, y no debe
gobernar el que no tiene la capacidad de convencer El
gobierno de los hombres es la misión más alta del ser
huma- no* Y sólo debe fiarse a quien ame a los hombres y
entienda su naturaleza. No: en eso ha estado la nación
unánime Se ha concedido el derecho a errar de fas
agrupaciones de obreros que comienzan des- eI Sistema
de d’ de sU ignorancia y dolor, a organizarse: se em’pieza
a concede; que tris debe r *stribución equitativa de los
productos de la indus- ralmente la necesidad eemplazar al
sistema de salarios: se reconoce casi gene- impidan, como
las d d
todos “” e’ementos1 e reconstituir la nación sobre bases
que no e ahora, el desarrollo armonioso y mejorante de se
confiesa que no es por cierto irrevocable 1,”
sistema social que, a pesar del pleno ejercicio de la
libertad huma- na, lleva al odio, al desequilibrio
creciente, y a la guerra entre los habitantes de un país
libre, generoso y rico: se presiente sin miedo, y casi se
saluda con cariño, la llegada de la era del trabajador;
pero opinión, gobierno, prensa, clero iqué! el trabajo
mismo, se le- vantan contra las turbas de fanáticos que,
en vez de emplear SU fuerza en rehacer las leyes,
fortalecen y justifican las leyes actuales con el espanto
que inspiran sus crímenes.
Lo mismo artesanos que banqueros; lo mismo el gran
maestre de los Caballeros del Trabajo que los capitalistas
del club famoso de New York Union League; lo mismo los
gremios aislados de obre- ros americanos que los diarios
de los magnates de las bolsas, aban- donan a la ira
pública y a la ley a los que con su odio insensato a fas
instituciones que merecen, puesto que no las saben vencer
en paz en un país libre, retardan la reforma de la
constitución indus- trial que entraña la del hombre
mismo, por la alarma justa de la opinión pública sin la
que es imposible la victoria.
Ni la policía, ni los jueces, ni el gran jurado, que es la
opinión general, perdona a los que han ensangrentado a
Chicago, ni a los que los imitan.
Los caudillos anarquistas están presos: a uno, a Most, lo
halaron por los pies de debajo de una cama.
Las imprentas se niegan a poner en sus prensas los
diarios anar- quistas. Acá, donde hay flores para los
asesinos condenados a mo- rir, no ha habido una muestra
de simpatía para 10s anarquistas presos. Los oradores y
escritores que convocaron a las armas a la muchedumbre. en Chicago. v presidieron a su crimen, serán
probablemente acusad& de homi; idiÓ a’nte el jurado. La
policía ha recogido en mucho antro, en casas
arrinconadas. en cuartos oscuros, que hacían de
hospitales de sangre, en trinche- ras y cuevas
subterráneas, vagones enteros llenos de fusiles, cajo- nes
de cápsulas, depósitos de dinamita y glicerina, moldes de
bom- bas, bombas “graciosas y pequeñas como una pera”,
cerros de periódicos y circulares que llaman a crimen,
libros anarquistas empas- tados en cuero rojo, pruebas de
una red vasta de iábricas de dma- mita y logias
organizadas que la consumen, documentos que demuestran que una de sus prácticas es la de incendiar sus
casar
aseguradas para cobrar en provecho del tesoro
anarquista el pre- cio del seguro: mucha sustancia
extraña se ha encontrado, que CS- talla al sol y al choque,
mucho texto donde se enseña, por diez centavos, el modo
de incendiar y de matar. iAl más noble de espíritu, da
arrebatos de ira esta perversión de la naturaleza
humana! Ha habido en todo eI pais, aún en la gente de
alma apostólica, una conmoción semejante, a la que
produce en una calle pacifica la aparición de un perro
atacado de hidrofobia.
OBRAS ESCOGIDAS. T Ii 19 i8 Josi .Mur~ i -
Esos hombres no son los verdaderos trabajadores
americanos. que se coaligan, que cometen errores, que
ejercen presión injusta sobre las empresas que se niegan
a reconocerlos como agremiados, que en las horas de
furia, tias son allí donde el frio azota m; is y 511s angusmayores, vuelcan carros, incendian corrales, rompen las
entrañas a las máquinas, pero no se reúnen, en cuevas v
agujeros. a estudiar la manera más módica y sencilla de
destruir -aI hombre, por c! delito de haber creado. Solo
los que desesperan de llegar a las cumbres, quieren echar
las cumbres abajo. Las alturas son buenas, y el hombre
tiene de divino lo que tiene de capaz para llegar a ellas;
pero son propie- dad del hombre las alturas, y debe estar
abierto a todos su camino. Ese odio a todo lo encumbrado,
cuando no es la locura del do- lor, es la rabia de las
bestias. Comete un delito, y tiene el alma ruin, el que ve en
paz, y sin
que el alma se le deshaga en piedad, la vida dolorosa del
pobre obrero moderno, de la pobre obrera, en estas
tierras frías: es debe1 del Iíombre levantar al hombre: se
es culpable de toda abyección que no se ayuda a
remediar: sólo son indignos de lástima los que siem-
bran a traición? incendio y muerte por odio a la
prosperidad ajena. En Aiemanla, bien se comprende, la
ira secular, privada de val- vulas, estalla. Allá no tiene el
trabajador el voto franco, la prensa libre! la mano en el
pavés, no elige el trabajador, como elige acá al drputado,
al senador, al juez, al Presidente: allá no tiene leye; por
donde ir, y salta sobre las que le cierran el camino: allí la
vio- lencia es justa, porque no se permite la justicia. Las
reiaciones serán sid0 sumas. tremendas, allí donde las
presiones han Las justicias se van condensando de padres
a hijos, y llegan a ser en las generaciones fínales cal de los
huesos, y vicio de la mente: llegan a erguirse dentro del
alma como II~ fantasma que PO duerme.
Estos burdos obreros de Alemania, aguzados por espíritus
de odio, 0 por aque! los de SU casta en quienes el dolor
culmina en pa- labra o en acclon, vengan siglos, en su
oscuro entender, cuando echa0 una bomba encendida
sobre los guardianes de la ley, símbolo para ellos en SU
tierra de la hiel en qi: e viven. iDe ahí la compa- sión de
todo espíritu justo por los extravíos de esos tristes oue
vienen a Ia vida con las manos inquietas y el juicio
caldeado< iPero en
ninguna alma honrada llega la justicia a precipitarse en
crimen! frnporta mucho a !OS pueblos que se acrecen con
Ia inmigración de Eurqpa ver en que ayuda y en qué daiia
la gente que inmigra, y de que países va buena, y de cuál
va mala. LOS Estados Unidos, que están hechos de
inmigrantes. buscan ya activamen- te el modo, de poner
coto a la inmigración excesiva o per- niciosa: vlcndo de
donde viene el mal a los Estados Unidos, pueden librarse
de él 10: paises que aún no han sido llevados por su generosidad o SU ansia desmedida de crecimiento, al peligro
de inyectar- se en las venas toda esa sangre envenenada.
Se sabe de cierto. Es de alemanes, de polacos, de suecos,
de no- ruegos, la gran masa en que han prendido esas
prédicas de incen- dios y matanzas. La ciudad de
Milwaukee, es un ejemplo, y allí por poco, a no haber
habido un gobernador enérgico, no queda de la Ciudad
más que pavesas: en . Milwaukee, de cincuenta mil
trabajado- r ~1 s -, apenas diez mil hablan inglés: polacos
.y alemanes son en su gran mayoria. En Chicago todos
eran alemanes; un americano ha- bis, ano entre diez mil,
un Parsons: ten <tuE país, no cris fieras el odio? Ese es
aquí el elemento temible del problema obrero: esa Alemania y Polonia, esa Noruega y Suecia, toda esa espuma
europea. se ha derramado por el país entero, y no se sabe
si los trabajadores del país serán más poderosos que ella.
Esos alemanes, esos polacos, esos hilngaros, cria. dos en
miseria v en la sed de sacudirla, sin más cielo sobre las
cabezas que el iacBn de una bota de nlontar, no traían, al
venir a esta tierra, en los bolsillos de sus gabanes blancos,
en sus cachuchas, en sus pipas, en
sus botas de cuero y sus dolmanes viejos, aquella
costumbre y fe en la libertad aquel augusto sefiorío,
aquella confianza de legislador que pervade y fortalece al
ciudadano de las repúblicas: traíall.: odio del siervo, el
apetito de la fortuna ajena, la furia de rebellon que se
desata periódicamente en los pueblos oprimidos, el ansia
de- sordenada de ejercitar de una vez la autoridad de
hombres, que les comía el esj) iritu, buscando salida. en
su tierra de gobierno despó-
tico. Lo que allí se engendró, aqui esta procreando. iPor
eso purtle ser que no madure aquí el fruto, porque no es
de la tierra! Esos trabajadores, en su mayor parle
alemanes, se trajeron esa terquedad rubia, esa cabeza
cuadrada, esa barba hirsuta y revuelta que no orea el aire
y en que las ideas se empastan. Se trajeron a sus
anarquistas, que no quieren ley, ni saben qué quieren, ni
hacen más que propalar el incendio y muerte de cuanto
vive y est; î en pie, con UT: desorden de medios y una
confusión tal de íin+ es qu(*
les priva de aquella consideración y respeto que son de
justicia p. ara toda especie de doctrinas de buena fe
encaminadas al mejor servIcIo del hombre. Se trajeron
estos alemanes a Most: a Schwab, a Spies,-- Spies,
parecido a Guíteau. un hombre chupado, un hombre mal
hecho, en quien la masa no fue dispuesta a punto para
que por entre tas fieras naturales salieran con toda luz de
la razón el hombre verdadero;-- Most, con una lengua
grandaza como SM barba, gordo, iofo, mirada de
sargento, enamorado, orador que en ‘días pasados habii>
en Nueva York a su auditorio con un rifle en la mano.
incitando a voces a sus oyentes a que hicieran como él, y
íueran a sacar de sus guaridas a todos los capitalistas, v a
volar sus casas ‘: riquezas con las bombas que él enseiia
en sus- libros a hacer y llla-
nejar;---- Schwab, persona torva y enfermiza, pelo y
barba al descul- do, ojos temibles bajo anteojos grandes,
huesoso y ávido. Pero estos hombres tienen tras de si
miles de adeptos: y cuan. do Spies. que ha sido amo de
tienda, sube a hablar e: l un va&&
sacudiendo en la mano un gajo de ios Arbeiter Zeitung,
de] Diario tie los obreros que publica, doce mi] hombres
se echan por donde él va, sacan estandartes y fusiles de
donde los tienen escondidos, se ponen como flor de sangre
en la solapa una cinta roja, asaltan tien- das, despedazan
cervecerias enemigas, empeñan batallas mortales con los
policías en cuerpo, y echan sobre sus líneas una bomba de
dinamita que, al estallar con infernal estruendo, deja en
tierra ten- didos a sesenta hombres. Quieren que el
trabajo se reduzca a ocho horas diarias, y es su derecho
quererlo, y es justo; pero no es su derecho impedir que los
que se ofrecen a trabajar en su lugar, tra- bajen. No es su
derecho apedrear a los fabricantes que cierran sus
talleres, porque no pueden continuar produciendo con
esta época de precios bajos, en condiciones que
requerirían más gastos de pro. ducción. No es un derecho
perseguir con ese odio bestial de las mu.
chedumbres a los infelices que se prestaron un día a
ocupar los lu- gares de algunos huelguistas: iinfelices! los
llevaban por las calles, de vuelta a sus casas, dos
cordones de policía: iban lívidos, y como enseñaban desde
las ventanas sus puños cerrados, y les echaban encima
agua hírviendo; iban como quien se siente acabar: corría
un viento de muerte que les hacía temblar las rodillas: se
escon- dieron en sus casas como insectos que se entran en
sus agujeros. Los amotinados no eran ya doce mi], sino
veinte mil. Cuãrenta mil son los trabajadores en huelga
en Chicago.
En Milwaukee, la ciudad de la cerveza; en Cincinnati, el
palacio del cerdo, también a miles están amotinados los
polacos y los ale- manes. Pero en Milwaukee el
gobernador les puso freno, espanto a un alcalde polaco
que fungía de bravo, y envió a la cárcel a prepararse para
la penitenciaría, a unos cien cabecillas, expertos en
manejar bombas y encender cabezas.
En Cincinnati el corregidor no se mostró de paz, y
anuncia que el que prive a otro hombre en su ciudad del
menor de sus derechos de persona libre, se verá, por la ley
o por la fuerza, privado de los suyos; se puso en pic, y
ordenó a la milicia que tuviese dispues. tos los cartuchos.
Sólo en Chicago, donde Spies y Schwab escriben, donde
incitan en las plazas públicas los oradores al incendio y a
las armas, donde los anarquistas hacen ejercicios diarios
de armas en sus patios y
túneles, donde unz mulata marcha a la cabeza de las
procesiones ondeando con gestos de poseída una bandera
roja, donde al sol y a la luz eléctrica flotan día y noche de
las ventanas de Spíes dos pabellones anarquistas,
mientras que en libros y talleres ocultos aprenden sus
adeptos a manejar sustancias siniestras y fabricar
bombas. Sólo en Chicago, que es desde hace nueve días un
campo de batalla, se cmpeña en cada hora, entre la
policía mermada y la muchedumbre frenética, una
contienda de muerte, en que los caño-
OBRAS ESCOGIDAS. T II 21 nes de los revólveres se
disparan boca a boca, en que las mujeres avudan desde
las ventanas a sus maridos que pelean lanzando la- dri]]
os, bancos, piedras, botellas, en que doce policías
heroicos ha- cen frente, sin más cota de malla que sus
blusas azules .de botones dorados, a veinte mil
trabajadores amotinados que les disparan faz a faz, desde
las ventanas y vagones, desde sus emboscadas, que se les
echan encima y les rodean, que entran en medio de su
fuego cer-
tero, que al ver llegar en sus carros de patrulla, las
cuadrillas de refuerzo, ihuyen espantados por las calles
cercanas los vemte mil ante los doce! Se llevan en vagones
a sus heridos. Un policia queda en la ace- ra muerto. iOtra
refriega y a pocos pasos! Un policía muere sobre un
huelguista: el huelguista le ha vaciado el revolver en el
pecho: el policía, con el pecho traspasado con su enemigo
por tierra, le dispara en la cabeza dos tiros de revólver.
Una ambulancia llega. Está llena de pólvora la calle.
Tiéndese en la ambulancia uno al
lado de] otro, a los dos desventurados. En e] camino,
chaqueta junto a blusa azul, expiran. En cada esquina, un
encuentro; en cada plaza, reunión, discur-
sos, acometimientos, balas. A]] a van desalados bajo UII
fuego continuo de revolver, los va. ganes de patrulla,
cargados de policías. Detienen a uno; los que. van en e]
interior se apilan; con las cabezas bajas, para evrtar IOS
tiros: el que va en el estribo, roto un hombro, se ase con
una mano de Ia baranda de! vagón, y con la otra, hasta
que cae en brazos de sus compañeros, ya en pie, y pistola
al aire, dispara sobre los huelgutstas que le atacan.
Rompe a correr el carro, parece que el caballo entra en la
pelea y que el carro es su ala: los huelguistas se abaten al
verlo venir, ebrio ya el carro todo: las casas se los tragan.
Allá lejos, <quién muere. 3 Es un huelguista envenenado:
otros más han llevado a casas vecinas. Se en? raron a una
botica a CUYO dueño acusan de haber llamado a la
policía por el teléfono. Tiem- blan arriba en un rincón el
bo! icario y su mujer. La turba rom- pió a pedradas, las
ventanas, inundó la tienda: deshizo los mostra- dores;
quebró y majó los pomos, se echó sobre las ropas los
perfu-
mes: se bebió cuanto le supo a vino. Los que mueren de]
tósigo quedan detrás: hombres y mujeres. agitando al
aire los par?,: elos rojos, arrebatando consigo a cuanto?
ha!] an, poniendo en fuga un policía que les sale al paso,
caen sobre una cerveceria, que han jurado devastar
porque el dueño dio un sombrero a un policía maltratado
por la turba. En las gorras y en el hueco de las manos se
beben ]a cert- eza. Con hachas y a pedra- das han abierto
los barriles. l- lasta secarlos tienen en ellos las bo- cas.
Caminan sobre la espuma. Ríen. Despedazan con sus
mano- s las alacenas y anaqueles. Todo es astilla en un
minuto. Los polr-
cfas llegan, y como no se les hace fuego esta vez, sólo usan
de su porra, una porra que tunde. Los huelguistas huyen,
pero los policias
22 !Ub, L; MlIffi venian de otro encuentro, muchos de ellos
manchados de su sangre. “; En fila, hombres!” les dijo su
capitán, al arremeter contra la cervecería. Después de
vencer, tres vinieron al suelo. iY en la noche de la bomba
mortal, ni uno sólo se hizo atrás ni huyó la muerte! La
explosión los ensordeció; pero no los movió:
<Qué sabían ellos si les arrojarían más de aquellas
máquinas terri- bles? ;No vieron venirse a tierra, como si
el suelo hubiese cedido bajo sus plantas, todo el centro de
su línea? <No oían quejidos des- garradores? “iEn fila,
hombres!”
Unos asisten a los que han caído. Los demás, con las
pistolas a la altura del pecho, avanzan descerrajándolas.
Un fuego cerra- do les responde. Guardan los revólveres
vacíos, y avanzan des- cerrajando los llenos. La multitud
se desbanda aterrada. Sobre el suelo livido, y aclarado
por la luz eléctrica que fosforea en el silen- cio mortal, se
arrastran los policías heridos, como gigantes rotos: uno
cae muerto, al quererse erguir sobre un brazo, con el otro
vuel- to al cielo: le resplandecían sobre el pecho como
estrellas los boto- nes dorados.
De esta hoguera primera se van apagando los fuegos: una
fá- brica cede una hora: otra da siete dias de término para
que sus operarios vuelvan, o pierdan toda ocasión de
volver: otras, pocas, consienten en rebajar a ocho horas
de trabajo: alguna, con prudencia que es muy celebrada,.
fija en nueve horas y media el trabajo del día, pero se
obliga con sus obreros, como estos con ella, a no acu- dir a
la violencia para arreglar sus disensiones, a someter a
árbi- tros los puntos en que no concuerden. Es general
esta tendencia al arbitramiento general, la atención al
gran problema, la fe en la sensatez pública, y como cierto
legí- timo orgullo, que ya se nota, de ver cómo el aire de la
libertad
tiene una enérgica virtud que mata a las serpientes. La
Naci6r:, Buenos itires, 26 de junio y 2 de julio de 1886. 0.
c., t. 10, p. 445436
NUEVA EXHIBICION DE LOS PINTORES
IMPRESIONISTAS LOS VENCIDOS DE LA LUZ.- INFLUJO
DE LA EXHIBICION IMPRESIONISTA.- ESTETICA Y
TENDENCIAS DE LOS lMPRESIONISTAS.- VERD. 4D Y
LUZ.-- DESORDENES DE COLOR.- EL REMADOR DE
RENOIR
Nueva York, julio 2 de 1886 Señor Director dc Lu
,b’aciórz:
Iremos adonde va todo Nueva . . , York, a la exhibición de
los pin- de nuevo por demanda del públi- torcs
impresionistas, que se aorlo co. atraido por la curiosidad
que acá inspira lo osado y extravagan- ,<>. o sllbytlgado
tal vez por el atrevimiento y el brillo de los nuevos
pintores. Cuesta trabajo abrirse paso por las salas llenas:
acá es- t; in todos, naturalistas e impresionistas, padres e
hijos, Manet con sus crudezas, Renoir con su japonismo,
Pissarro con sus brumas,
Monet con SIIS desbordamientos, Degas con sus tristezas
y SLIS sombras. Ninguno de ellos ha vencido todavia. La
luz los vence, que es
gran vencedora. Ellos la asen por las alas impalpables, la
arrmco- rlan brtltalmente, la aprietan entre sus brazos, le
piden SUS favores; pero la enorme coqueta se escapa de
sus asaltos y SIE ruegos, y sqlo ql~ cclan de la magnífica
bataila sobre los lienzos de los Impresloms- tas esos
recueros de color ardiente que parecen la sangre wa que
echa rwr sUs heridas la luz rota: iya es digno del ciclo el
que in- tenta ‘escalarlo! Esoi; son 10‘; pintores fuertes, los
pintores varoenes, 10s que can- sados del ideal dc la
Academia, frio como una copla, quIeren clavar
%!) rc cl lienzo, palpitante como una esclava desnuda, a la
natura- leza. ;Shlo los que han bregado cuerpo a cuerpo
con ia verdad, Para rcd~ l~ irla a la frase o al verso,
saben cuánto honor hay en ser vencido por ella! i- 2
eleuancia no basta a los espíritus viriles. Cada hombre
trae ~11 mi el $ber dc añadir. de domar, de revelar. Son
culpables .las vidas empleadas en la repetición cómoda de
las verdades descubw-
OBRAS ESCOGIDAS T II 2%; 24 los<; Murri tas. Los
artistas jóvenes hallan en el mundo una pintura de seda,
y COR su soberbia grandiosa de estudiantes, quieren un
artesano de tierra y de sol. Luzbel se ha sentado ante el
caballete, y en su mag- nífica quimera de venganza,
quiere tender sobre el lienzo, sujeto como un reo en el
potro, el cielo azul de donde fue lanzado. Al olor de la
riqueza se está vaciando sobre Nueva York el arte del
mundo. Los ricos para alardear de lujo; los municipios
para fomentar la cultura; las casas de bebida para atraer
a los curiosos, compran en grandes sumas lo que los
artistas europeos producen
de más fino y atrevido. Quien no conoce los cuadros de
Nueva York no conoce el arte moderno. Aquí está de cada
gran pintor la maravilla. De Meissonier están aquí los dos
Napoleones, el man- cebo olimpico de Friburgo, el hombre
pétreo de la retirada de Rusia. De Fortuny está aquí La
playa de Pórtici, el cuadro no acabado donde parece que
la luz misma, alada y pizpireta, sirvió al pintor de modelo
complaciente: iparece una cesta de rayos de so] este
cuadro dichoso! <No fue aquí la colosal venta de Morgan?
Pero toda aquella colección de obras maestras, con ser
tan opu lenta y varia, no dejaba en el espíritu, como deja
la de los impresic - nistas, esa creadora inquietud y
obsesión sabrosa que produce e! aparecimiento stibito de
lo verdadero y lo fuerte. R4os de verde llanos de rojo,
cerros de amarillo: eso parecen, los lienzos locos de estos
pintores nuevos. vistos ‘en montón:
Parecen nubes vestidas de domingo: unas, todas azules.
otras todas violetas; hay mares cremas; hay hombres
morados; h’ay una familia verde. Algunos lienzos
subyugan al instante. Otros a la
primera ojeada, dan deseos de hundirlos de un buen
puñefäzo. a la segunda, de saludar con respeto al pintor
que osó tanto; a’ la tercera, de acariciar con ternura al
que luchó en vano por vaciar en el lienzo las hondasdistancias y tenuidades impalpables con que suaviza el
vapor de la luz la intensidad de los colores. Los pintores
impresionistas vienen <quién no lo sabe? de los pintores
naturalistas* .- de Courbet, bravío espíritu que ni en arte
ni en política entendió de más autoridad que la directa de
la Na- turaleza; de Manet, que no quiso saber de mujeres
de porcelana ni de hombres barnizados; de Corot, que
puso en pintura, con vi- braciones y misterios de lira,
aire. las voces veladas que pueblan e!
DC Velázquez y Goya vienen lodos,- esos dos esparioles
gigan- 1’ !escos: Velázquez creó de nuevo los hombres
olvidados; Goya, que dibujaba cuando niño con toda la
dulcedumbre de Rafael, bajC envuelto en una capa oscura
a fas entrarías de] ser humano los colores de ellas contó el
viaje a su vuelta.- Velázquez ,ue?‘$ l Y naturalista: Goya
fue el impresionista: Goya ha hecho con unas manchas
rojas y parduzcas una Cnsu de locos y un Juicio de la ’
inquisición que dan fríos mortales: allí están, como
sangriento y
eterno retrato del hombre, cl esqueleto de la vanidad y la
maldad profundas. Por los OJOS redondos de aquellos
encapuchados se ven I Ias escaleras que bajan al infierno.
Vio la corte, el amor y la guerra Ir pintó naturaimenté la
muerte
Los impresionistas, venidos al arte en una época sin
altares, ni tienen fe en lo que no ven, ni padecen el dolor
de haberla perdido. Lleoan a la vida en los países
adelantados donde el hombre es libre. Al amor devoto de
los pintores místicos, que aún entre las rosas de las orgías
se les salía del pecho como una columna de humo
aromado, sucede un amor fecundo y viril de hombre, por
la naturaleza de quien se va sintiendo igual. Ya se sabe
que están hechos de una misma masa el polvo de la tierra,
los huesos de los hombres y la luz de los astros. Lo que los
pintores anhelan, faltos de creencias perdurables por que
batallar, es poner en el lienzo las cosas con el mismo
esplendor y realce con que aparecen en la vida. Quieren
pintar en el lienzo plano con el mismo relieve con que la
naturaleza crea en el espacio profundo. Quieren obtener
con arti- ficios de pincel lo que la naturaleza obtiene con
la realidad de la distancia. Quieren reproducir los objetos
con el ropaje flotante y tornasolado con que la luz fugaz
los enciende y reviste. Quieren copiar las cosas, no como
son en sí por su constitución y se las ve cn la mente, sino
como en una hora transitoria las pone con efectos
caprichosos la caricia de la luz. Quieren, por la
implacable sed del
alma. lo nuevo y lo imposible. Quieren pintar como el so!
pinta. y caen.
Pero e! espíritu humano no es nunca fútil, aun en lo que
yo tiene voluntad o intención de ser trascendental. ES,
por esencta, trascendental el espíritu humano. Toda
rebelión de forma arrastra una rebelión de esencia. Y esa
misma angélica fuerza con que los hijos leales de la vida,
que traen en sí el duende de la IUZ, procu- ran dejar
creada por la mano del hombre una naturaleza tan esp!
én- dida y viva como ]a que elaboran incesantemente los
elementos pues- tos a hervir por el Creador, les lleva por
irresistible simpatía con lo verdadero, por natural unión
de los ángeles caídos del arte con
los ángeles caídos de la existencia, a pintar con ternura
fraternal, y con brutal y soberano enojo, la miseria en
que viven los humildes. iEsas son las bailarinas
hambrientas! iEsos son los glotones sen- suales! !Esos son
los obreros alcoholizados! ]Esas son las madres
secas de los campesinos. t ;Esos son los hijos pervertidos
de los in- felices! iEsas son !as mujeres de! gozo! !Así son:
descaradas, hin- chadas, odiosas y brutales! Y no surge de
esas páginas de colores, incompletas y sinceras. e!
perfume sutil y venenoso que trasciende de tanto libro
fino y cuadro elegante, donde la villanía sensual y los
crímenes de al- ma se recomiendan con las tentaciones del
ingenio; sino que de esas mozuelas abrutadas. de esas
madres rudas de pescadores.
26 losi Marti OBRAS ESCOGIDAS T. II 27 -
de esas coristas huesudas, de esos labriegos gibosos, de
esas vie- jecitas santas, se levanta un espíritu de
humanidad ardiente y com- pasivo, que con saludable
energía de gañán echa a un lado los fal- sos placeres y
procura un puesto en la...
(Cómo saldremos de estas salas, afeadas por mucha
figura sin dibujo, por mucho paisaje violento, por mucha
perspectiva japone- sa, sin saludar una vez más a tanto
cuadro de Manet, que abrió el camino con su cruda
pintura a esos desbordes de aire libre, sin detenernos ante
el Organo de Lerolle, con su sobrehumano organis- ta,
ante los cuadros resplandecientes de Renoir, antes los de
Degas, profundos y lúgubres, ante aquel Estudio
asombroso de Roll, re- cuerdo de la leyenda de Pasifae, de
donde emerge una poesía fra- gante, plena y madura
como las frutas en sazón?
Los Renoir lucen como una copa de borgoña al sol; son
cuadros claros, relampagueantes, llenos de pensamiento
y desafío, Hay un , Seurat que subleva: la orilla verde
corta sin sombra, bajo el sol del cenit, el río algodonoso:
una mancha violeta es un bañista: otra amarilla es un
perro: azules, rojos y amarillos se mezclan sin arte ni
grados. Los Monet son orgías. Los Pissarro son vapores.
Los Montemard ciegan de tanta luz. Los Huguet, que
copian el mar árabe, inspiran amistad hacia el artista.
Los Caillebote son de portentoso atrevimiento: unas niñas
vestidas de blanco en un jar- dín, con todo el fuego del sol;
una nevada deslumbrante e implaca- ble; tres hombres
arrodillados, desnudos de cintura, que cepillan un piso: al
lado de uno, el vaso y la botella.
iCómo contar, si hay más de doscientos cuadros? Estos
exaspe- ran; aquellos pasman; otros, como La joven del
palco, de Renoir, enamoran como una mujer viva. Este
monte parece que se cae, ese río parece que nos va a venir
encima. iNo ha pintado Manet un estudio de reflejo de
invernadero, tres figuras de cuerpo entero en un balcón,
todo verde?
Pero de esos extravíos y fugas de color, de ese uso
convencional de los efectos transitorios de la naturaleza
como si fueran perma- nentes, de esa ausencia de
sombras graduadas que hace caer la perspectiva, de esos
árboles azules, campos encarnados, ríos verdes, montes
lilas, surge de los ojos, que salen de allí tristes como de
una enfermedad, la figura potente del remador de Renoir,
en su cuadro atrevido Remadores del Sena.- Las mozas,
abestiadas, con- tratan favores a un extremo de la mesa
improvisada bajo el toldo, o desgranan las uvas moradas
sobre el mantel en que se apilan, con luces de piedras
preciosas, los restos del almuerzo.
El vigoroso remador, de pie tras ellas, oscurecido el
rostro vi- ril por Qn ancho sombrero de paja con una
cinta azul, levanta sobre el conju nt0 su atlético torso,
alto el pelo, desnudos los brazos, real-
zado el cuerpo por una camisilla de franela, a un sol
abrasante. LU d~ aCiÓQ Buenos Aires. 17 de agosto de
1886. 0. C.. t. $3, p. 303- 307.
CORRESPONDENCIA PARTICULAR PARA EL PARTIDO
LJBERAL
EL 4 DE JULIO.- NEW YORK A MEDIA NOCHE.- FALTA
DE ESPIRITU PA- TRIO EN LAS FIESTAS.- LOS DIAS
PATRIOS- OBSERVACIONES SOBRE EL ESPIRITU
PUBLICO EN LOS ESTADOS UNIDOS.- COMO SE FORMA
ESTE PAIS.- EFECTOS SOCIALES DE LA INMIGRACION Y
EL EXCESIVO AMOR A LA RIQUEZA.- LAS FIESTAS.- DIA
DE PASEO.- CONEY ISLAND- LA FIESTA DE LOS
IRLANDESES.- LA MADRE DE PARNELL.- HERMOSA
ESCENA EN LA PLAZA DE LA UNION
New York, 6 de julio de 1886 Señor .Director de El Parlido
Liberal:
Todavía está el aire rojo, y penetrado de olor de los fuegos
con que se celebr0 ayer el 4 de Julio. Anoche, al sonar las
doce, cuando a los reflejos carmesíes y violetas de las
últimas luces de Bengala, pasaban cual fantásticas
figuras los paseantes cansados de las pla- yas y pueblos
vecinos, parecia New York como un cesto de duendes que
se acostaban entre chispazos y volteretas, saltando por
sobrd torres y techumbres a la luz cárdena del cielo
encendido. Camino
de la eternidad parecían ir los trenes del ferrocarril
elevado como serpientes akreas por cuya piel agujereada
se escapase su espíritu de luz. Las chispas de una rueda de
fuego clavada en un poste de esquina, caían sobre un niño
en traje de soldado, dormido en la acera sobre su tambor.
De una estación de ferrocarril bajaban entre familias
alemanas y jugadores de pelota, trece mozas en uniforme
de cantineras, los trece Estados de la Unión, que hace
ciento diez años declararon en estos mismos días su
voluntad de ser unos y li- bres. Un veterano llevaba en
brazos a su hijita, envuelta en una ban- dera nacional.
Bufando, y como exhalando los últimos suspiros vaciaban en el muelle su carga sofocada los vapores que
volvían de los lugares de paseo, conciertos, baños,
pugilatos, juegos y carreras. Como los pueblos se revelan
en sus fiestas, y la alegría y la libertad
desnudan las almas, es bueno observar las ciudades en
los dias en que e* regocijo, expansivo de naturaleza, saca
de ellas lo que tienen de tierno. de indiferente o de
bárbaro. OBRAS ESCOGID;\ S. T II 29
Animadisimo ha sido aquí este 4 de Julio; pero iquién lo
diria! no hubo fiesta patria sino en un barrio nuevo, allá
por las afueras, que quiere llamar la atención sobre sus
calles y sus casas, y tener por lo pintoresco y bullanguero
los atractivos que le quita la distan- cia. Allí hubo gran
parada, con el coche redondo de Washington; hubo
bandera de treinta yardas, que se izó entre VitOreS en un
par- que que lleva el nombre de uno de los firmantes de la
declaraclon de la independencia; hubo un general
octogenario, que cantó con voz velada, ante la
muchedumbre descubierta con respeto, una de las
tonadas de guerra del año 1812, cuando Inglaterra
mordía las alas del águila que había espantado de su
nido. Pero furra de. la procc- si& de Harlem, y del
pabellón que al abrir la aurora Iza. yn. la Batería todos
los aííos un nieto del que arrió la bandera brltanlca
cuando salían, mosquete a tierra, los ingleses vencidos de
New York. jni los nombres se pronunciaron en los
discursos de los oradores cn teatros y plazas, de aquellos
cincuenta y seis patriarcas que en Ia hora de la necesidad
aparecieron sobre su pueblo como hombres & mármol que
daban luz! Los días patrios no han de ser descuidados.
Está en ellos el
espíritu público. Están en ellos las victorias futuras.
Están en ellos las artes y las letras, que levantan a los
pueblos por sobre Ias som- bras cuando se han podrido
los huesos de sus hijos, y cubierto de capas de tierra sus
bronces y sus mármoles. Está eri .ellos esa arrogante
soberanía que hace a los pueblos capaces de defenderse.
afuera de sus enemigos, y de salvarse adentro de sus
tiranos. En esta vida, donde el hombre no vive feliz ni
cumple su deber si no en un altar, al día patrio reanima el
santo fuego, en las aras man-
chadas por las pasiones, empolvadas por la indiferencia,
o perverti- das por el ocio y cl lujo, iSe necesita de vez en
cuando respirar juntos, al ruido marcial de los tambores
y al reflejo de las bande- ras, ese aire sobrehumano- que
embriaga, y pone en los que viven. para que anden y
triunfen, la voluntad y el brazo de los muertos!
De si debe tener vergüenza el que se avergüence de
fortalecer, con estas juntas brillantes de espíritus, esa
alma compacta y robusta sin la que, al embote de los
avariciosos, caerá como un montón de polvo la patria: o
como la estatua de plomo del rey de Inglaterra. que
derritieron los neoyorquinos hace ciento diez años,
cuando SU-
Pieron que estaba repicando en Filadelfia la campana
sagrada, pu- blicando al mundo que habia nacido sobre
una tierra nueva un pue- blo libre. Aqui da miedo ver
cómo SC disgrega el espiritu público. La bre- ga es muy
grande por el pan de cada dia. Es enorme el trabajo de
abrirse paso por entre esta masa arrebatada.
desbordante, cicgs. que sólo en si se ocupa, y cn quitar su
puesto al de adelante, y en cerrar el camino al que llega.
Por cada hombre del país, cincuenta
extranjeros. El extranjero que desembarcó hace un año
con sus bo- tas de cuero, su gabán parduzco, su cachucha
y su nariz colorada. !lli~; l tic rcoio como a un enemigo a
cada nlleva barrada dc inml-
grante‘;. r\‘ acidos de estos padres, los nuevos americanos
no traen a su patria casual aquella sutil herencia de
afectos y orgullos. aque- lla insensata y adorable pasión
por el país donde se viene ai mun- do, que parece que
sujeta con raíces a los que ven la luz sobre 61. :: o;? raíces
que les orean la frente como alas cuando se la enardecen
o abaten los infortunios, y que los llaman como brazos
angustiosos cuando con un dolor que tuerce las entrañas,
se siente resonar sobre la patria un pie extranjero.
En las luchas se acendran e inflaman los elementos que
las ins- piran, por lo que acá llega a ser señora única del
alma el an$ a dc la fortuna. La nación se ha hecho de
inmigrantes. Los inmigran- ies se dan prisa frenética por
acumular en lo que les queda de vida la riqueza que
desearon en vano en la tierra materna. De esta tie- rra
adopiiva sblo les importa lo que puede favorecer o
retardar su enriquecimiento o su trabajo. No les estorban
para adelantar ni las creencias religiosas, que aqui son
libérrimas, ni las opiniones pofi- ticas, que caldean el
corazQn y turban el juicio en el pais propio.
Acuestan sobre la almohada por la noche la cabeza
cargada de am- biciones y cifras. Nace ei hijo entre un
check y una factura, o en uno de esos goces siri espíritu en
que buscan las mentes desasose-
gadas compensación fisica y violenta a su fatiga. No es el
matri- monio aquella mutua y absoluta entrega que lo
hace feliz, porque el ser humano sólo lo es completamente
en darse, sino que en 151 continúa la preocupación
abominable del bien de cada cual, sin que el hijo llegue a
ser un perfume, porque jamás se unen bien el cé- firo y ia
rosa. En este aire sin generosidad, en esta patria sin rai-
ces, en esta persecución adelantada de la riqueza, en este
horror y desdén de la falta de ella, en esta envidia y culto
.de los que la po- seen, en esta deificación de todos los
medios que llevan a su Iogro, en esta regata impía y
nauseabunda, crecen los hombres de las generaciones
nuevas sin más cuidado que el de si, sin los consuelos y
fuerzas que trae la simpatía activa con lo humano, y sin
más gustos que los que pueden servir para la ostentación
del caudal de que se envanecen, o los que apagan los
fuegos de la bestia o la fiera que desarrolla en ellos su
vida de acometimiento y avaricia. No es el hermoso
trabajo, ni la prudente aspiración al bienestar, sin el que
no hay honor, ni paz, ni mente seguras: es el apetito seco
de acaparar riqueza, afeado por el odio y desdén a los
oficios en que se la logra con honradez y !entitud. Lo que
admiran es el salto, la precipitación, la habilidad para
engañar, el éxito; y se fían en el que han engaiiado más.
La mujer, criada en el mismo amor de sí, ni siente con
ardor la necesidad de darse a otro, ni se presta a dar- se
para la desdicha, ni busca en su compañero más que el
modq de asegurarse su holgura y complacencia. Nacen
los hijos pálidos
y avarientos de este consorcio sórdido. Así, consagrado
cada uno al culto de sí propio, se va extinguiendo el de la
patria. acá Ias vidas la generosidad ni el agradecimiento.
No endulza )’ c: ian do, como en este -l de Julio, sienten las
gentes políticas
ïl deber c# c celebrar la fiesta patria, se juntan, como se
Juntaron ;IVCT cn Tammany Hall; no para entonar
alabanzas a los fundado- r¿ s !’ aiirbar sus doctrinas, sino
para ilagelar al Presidente porque 110 desaloj a dc sus
empleos a los republicanos, y pone en ello5 a aquellos
mismos demkraias mercenarios sobre cuya voluntad y
trai- cióI1 fue el egida.
1- a fiesta era ayer en todas partes: carreras de caballos
corredo- res, carreras de todo paso, apuestas entre
caminadores, juegos es- coceses, e. xcursiones por los
ríos, regatas de remadores, partidas de pelota. P~~
lulaban los alrededores y las playas. La ciudad se iba
vaciando 8desde por la mariana, sobre las arboledas y
campos vect- 1105. Sobre cada adoquin estuvo estallando
del alba a la media no- che un cohete. Caian las
muchedumbres sobre los ferrocarrlles Y vapores, como
los potros sobre el portillo abierto en la dehesa. NO ce
abre un brazo en estas multitudes para hacer lugar al
niño que se 50 oca f o al viejo que desfallece. Cada vapor
lleva un ejército a Ial; playas serenas de Coney Island,
que atrae a las gentes cpn ei fragor de sus hote! es, la
algazara y chirridos de los columpIos y las ventas, sus
cantos de tiroleses y de minstrels, sus orquestas de
mujeres descoloridas y huesudas, sus hediondos museos
de elefantia- cos y de enanos, su elefante de madera, que
tiene en e1 vientre un teatro, y es como _ Fimbvlo y altar
monstruoso de aquella parte glo- tona y fea de la isla, a
cuyo alrededor, como columnas de incienso, se eleva de
los ventorrillos que le hormiguean a los pies el humo de
las freideras dc salchichas. Allá lejos, se tiende la playa,
mati- zada de grupos de fami! ias, reclinadas o sentadas
en la arena junio
a los restos del festín casero: se salen los trajes de los
cuerpos canijos de los judíos; se salen de sus talles
morados y pomposos las irlandesas ubérrimas; la vida se
sale de algunos ojos apenados, que
van allí a hablar con el mar de la honestidad y la
grandeza que no se hallan en los hombres; y se observa
tristemente el contraste que hacen las caras varoniles y
osadas de las niñas con sus vestidos de encaje y con sus
cintas de colores. En una tienda fríen malz: en otra, bajo
un toldo, comert ostras frescas en el borde de un bote: allí
cerca, alquilan caballos para los niños; van y vienen,
arrancando risas con sus trajes de baño, los flacos y los
gordos, mostrando esa pobreza y caimiento de las íarmas
consiguientes al ayuntamiento apresurado y huraño de
tanta casta diversa y egoísta. Se pavonean entre los
grupos, ojeados por damiselas de mala ocupación, los jugadores de oficio que han tenido suerte en las últimas
carreras: el pecho es un brillante: Ilevan eI pelo al rape,
como los presidiarios; ostentan sombreros blancos: van
seguidos y curioseados como héroes;.
El mar fresco, surcado a lo lejos por botes de paseo llenos
de ga- lanes Y de hermosas, echa su ola fragante sobre ia
vasta arena, blan. ca como la pla: a sir1 bruñir. Suena a lo
lejos la marcha de Lohen- grin.
32 Josl .Uurrí OBRAS ESCOGIDAS. T. 11 33 Pero no se fue
toda la ciudad a estos gozos bullentes. Tienen flotando al
aire en la horca. Los alemanes y bohemios toman puesto
disciplinada a la gente de dolor los trabajadores del
espiritu. El derecho, y toda ocasión de pedirlo, es una
fiesta para los que pade. alrededor deJ estrado donde van
a hablar los oradores en su ProPIa
lengua: oradores ardientes y excesivos, como son
siempre, PreciPi- cen de hambre de él. Esos hombres.
buenos y graves que están pro- tados sin duda, por el
dolor perpetuo de no hallarse en su p: ebJo, curando
juntar en una asociación incontrastable a todos los
obreros, aqueJlos que concentran en Jos paises lentos o
duros las condwones para que vuelquen de un común
empuje las leyes de distribución de de poesía y palabra de
que la comunidad carece. Po! eso ‘han na- IOS productos
del trabajo y la tierra pública, ,Ilamaron a una gran
fiesta en la plaza de la Unión, donde obreros de todas
nacionali- cido de los países más recios 10s reformadores
más vloJenfos. En eJ
estrado de las damas, las oradoras se van poniendo en
pie, ye bep- dades, alemanes y americanos, franceses y
bohemios, y los ingleses dicen, aJ acabar sus
razonamientos elocuentes, a aquel hombre Joven mismos
mostraran, a la hora en que el sol está en el cenit, su simde frente de templo y de brazos cruzados que ya peleando
sm san- patía por los obreros irlandeses, en cuyas bolsas
no se acaba nunca gre por la libertad de Irlanda. Habla
despues su ProPLa madre: cl centavo para el cura, ni el
peso para ayudar a la faena política s .cómo ha de hablar,
si empieza por decir que cle? tos de anos de JOs de- la
magnífica cohorte que batalla por obtener la autonomía
de , dolores de Irlanda le hierven en el pecho? Ya se lmag!
na Jo que fue Irlanda. Ja fiesta: un hurra que duró tres
horas. Los bandermes azotaban
Había más gente que hojas en los árboles. Llegaba por
una ’ ’ contentos Jos altos mástiles del parque, coronados
por una boJa de calle, un gremio de alemanes, con un
esplendor de barba rubia, serio oro. el rostro. pesado el
paso; y su guía brillándole los ojos con esa luz misteriosa
e inquieta que distingue a los hombres nacidos para &
Partido Liberal, Méhco, 25 de julio de 1886.
conducir, clava la bandera del gremio, entre cohetazos y
aplausos, Otras crónicas de Nueva York, investigación,
introducción e “hdice de cartas” en el balcón de la casilla
de madera donde preside rodeada de se- por Ernesto
Mejía Sgnchez, La Habana, Centro de Estudios Martianos
y Edito- tioras, la adorable anciana que trajo al mundo a
Parnell. rial de Ciencias Sociales, 1983, p. 46- 51.
AlJi está, con su vestido negro y su cabeza blanca, la
madre del reformador irlandés. Ella es en Irlanda
propietaria y noble; pero donde están SUS irlandeses, allí
está ella. Su hijo sienta a Irlanda; del otro lado del mar,
sobre la cabeza de los ingleses; y como que se contiene,
vence. Ella se muestra erguida y sobria, cada vez que
IOS irlandeses de este lado se reúnen para mostrar
simpatía o bus- car ayuda a los que luchan en el
Parlamento de Londres por sus libertades; y no bien la ve
el pliblico, se pone en pie frenético, como si viesen
santificada en un altar a su propia madre. No perora,
pero dice cosas que abofetean y que queman: parecen sus
palabras, deliberadas, profundas, centelleantes, breves,
manojos de guantes que echa al rostro inglés. Se eleva el
espíritu, y se humedecen los ojos, en la presencia de esta
sublime dama que tiene involuntaria- mente sobre su
pueblo el prestigio de las antiguas sacerdotisas. Pasan,
pasan delante de ella, todos Jos gremios que acuden a
tomar parte en la fiesta. Unos clavan su estandarte junto
al de los alemanes, y las banderas quedan allí, dando
guardia a Jas mujeres que sufren y trabajan por los
hombres. Otros dejan a sus pies ra- mos de flores. Otro le
trae una insignia del color de su patria, para
que la ostente en el pecho, y al notar la multitud que Ja
insignia es verde, comienzan a sacudir los árboles, aJ
ruido de Jas músicas, y se adornan aquellos cincuenta mil
hombres Jos sombreros y Jas so- lapas con las hojas. LOS
americanos e irlandeses se agrupan junto al estrado
donde están reunidos los consejeros mayores deJ partido
obrero: Henry George, con su cara benigna; Louis Post,
con sus aires de pelea; John Swinton, el que trabaja frente
a un grabado de John Brown
CORRESPONDENCIA PARTICULAR PARA EL PARTIDO
LIBERAL EL CASO "CUTTING."- CAMBIO DE LA
OPINION.- CENSURAS UNANIMES ' AL SECRETARIO
BAYARD.- EL CONGRESO SUSPENDE SUS SESIONES SIN
VOTAR LA RESOLUCION HOSTIL A MEXICO.- EL
RESUMEN DEL SECRE-. 1 TARIO BAYARD RESULTA
CONTRARIO A LOS HECHOS.- MEXICO ES CE- LEBRADO
EN EL CONGRESO POR SU CORTESIA Y PRUDENCIA.EL, RE- PUBLICAN0 HITT DEFIENDE A MEXICO.- EL
DISCURSO DE HITT.- EL CONGRESO DA UN VOTO
SILENCIOSO POR LA PAZ.- LA PRENSA ATACA A
BAYARD DURAMENTE.- IMPORTANCIA E INFLUJO DE
LAS ENTREVIS- TAS DEL PRESIDENTE DIAZ Y EL SR.
ROMERO RUBIO CON UN MIEM- BRO DE LA PRENSA
AMERICANA.+- EL HERALD CELEBRA At SR. MARISCAL.- EL HERALD DA UN CONSEJO A LOS TEXANOS.LAS VERDA- DERAS ARMAS CONTRA LOS ESTADOS
UNIDOS, Y LA RAZON DE ESTA
VICTORIA New York, 6 de agosto [de 18861 Señor
Director de El Partido. Liberal:
Dos días han bastado para alterar profundamente el
estado pro- ducido por el caso de Cutting, que hoy
anuncia paz, y ayer aún, sin la menor exageración,
parecía un caso de guerra. Porque hace dos días ng
habían tbort~ hior+ n -* ín _ .._.. ubVIUI. w. Lv ,,,.,., los
repubiicanos de la. Cámara de Representantes lo que hoy
sabe todo el país: que el resumen violento con que el
Secretario de Estado acompañó al Congreso fa documentación del caso de Cutting, no presentaba este caso a su
verdadera luz y en todos sus aspectos, sino que lo
desfiguraba, y callaba como de propósito los esfuerzos
hechos con firme prudencia por el go- bierno mexicano
para evitar un conflicto, sin que perdiese México un ápice
de su decoro, ni el temor a una guerra inoportuna lo compeliese a sacrificar a una demanda injusta las relaciones
respetuo- sas entre el poder federal y los estados. Hace
dos días, se creía, sobre la fe del secretario Bayard, que el
caso era sólo como él lo exhibía, y que todo él versaba
exclusiva- mente sobre la pretensión de México a juzgar
por sus leyes en su territorio los actos de los ciudadanos
americanos en el territorio de los Estados Unidos. Parecí?
inexplicable que la suprema discreción OBRAS
ESCOGIDAS. T. II 35
con que ha venido costeando la diplomacia mexicana
todos los casos de roce difícil con los Estados Unidos,
hubiera reducido una contro- versia de resultados
inminentes a un extremo de que no había ape- nas salida;
pero nadie osó dudar que ese era el unico punto de la
controversia, porque así lo afirmaba en su resumen al
Congreso el Secretario de Estado. Esta relación
inesperada, vino a avivar las llamas encendidas por los
representantes de Texas, que no habían lo- grado aun ver
aceptadas sus resoluciones belicosas por un Congreso que
esta guerra venia a sorprender, y que no tiene hoy por
hoy el animo hecho a ella. Pero cuando el Secretario de
Estado sometió al Congreso en ardiente lenguaje el caso
desnudo de derecho, por el que aparecía que un país
extranjero pretende tener jurisdicción SO- bre los actos de
los Estados Unidos en su propio territorio; cuando el
telégrafo trasmitió por todo el país la pintura vivísima
que hacía el secretario de los sufrimientos y violaciones.
de persona y de ley, que estaba padeciendo Cutting a
manos mextcanas; cuando no apa- recía de esta
presentación de los sucesos que México hubiese hecho
cuanto ha hecho por resolver con honra y prudencia el
‘conflicto, y que lo mismo que el Secretario decía, o no
era,. o era de diferente modo, hubo instantáneamente en
la Cámara de Representantes, y en la prensa toda un
revertímiento grave en la opinión, no se y, io
más que. el caso de derecho en que se ponía en duda la
jurisdiccron exclusiva de los Estados Unidos sobre los
actos de sus hijos en SU propio territorio, se dispuso de
prisa por la comisión de negocios extranjeros la
resolución que intimaba al Presidente en una nueva
demanda de la libertad de Cutting, y como la seca
negativa que el secretario daba como respuesta única de
México parecía indicar SU decisión de no atender la
demanda, se sintió indudablemente la de- cisión de la
guerra. Pero ayer cambió todo. Puede decirse, porque es
verdad, que la justificación de México la ha hecho el
mismo Congreso de los ES- tados Unidos. La prensa
entera censura hoy ásperamente al Secre- tario por haber
reseñado las negociaciones con un espíritu diverso del
que las anima, con ocultación de hec’hos esenciales, y con
desen- tendimiento de las legítimas razones expuestas por
México para no atender inmediatamente a la petición de
libertad de Cutting. Y el Congreso, en vez de aprobar la
resolución de la comisión de nego- cios extranjeros a que
lo urgía el representante Belmont, so pretexto de que era
grata al secretario, acaba de interrumpir su período de
sesiones sin tomarla en consideración, ni urgir resultado
alguno, ni sancionar con su premura la que se mostraba
en la Secretaría de Estado. Ha sido un voto de censura
silencioso y enérgico. Parece in- creíble, después de la
agitación de antier, y del enojo que desde el primer
momento viene declarando a la faz de la Cámara,
dispuesta a intimar la libertad de Cuttíng, que la
correspondencia en cuya vir- tud se había propuesto por
la comisión de negocios extranjeros la resolucion
agresiva sobre la que se pedía el voto, revelaba precisamente lo contrario de lo que se desprendía del resumen
del Secreta-
36 /osé Martí OBRAS ESCOGIDAS. f . II 37 rio de Estado,
único documento conocido a la comisión cuando re dactó
su propuesta. Se sorprendió la Cámara de oir semejante
revelación en boca de uno de los miembros mismos de la
comisión de extranjeros. Habló poco, y ásperamente,
como quien ha sufrido de un engano. Declaró que en
México no había habido arrogancia, sino constante
espíritu de complacencia. El caso no era como el
Secretario lo decía; era que en México, como en los
Estados Unidos, él pintaba en los representantes lo que se
les seiíalaba de parte de México como desafío y audacia.
Dejar de tomar resolución en un caso que el Secretario de
Estado pintaba como tan grave y atentatorio al honor
nacional, ha sido decir sin palabras al Secretario que el
Con- greso no cree en sus representaciones, 0 que estas no
lo convencen de que se atente al honor de la nación.
Y es justo decir que a este aquietamiento de la opinión,
han con- tribuido como un elemento importante y activo
las nobles y tran- quilas declaraciones hechas en México a
un miembro de la prensa americana por el Presidente de
la República y el Sr. Romero Rubio. Llegaron sus
palabras impregnadas- según ha parecido aquí a la
prensa- de una conmovedora dignidad, en momentos en
que se ola aún el eco de las del representante republicano
Hitt, demostrando que el poder federal no puede someter
a su voluntad sumariamente los tribunales de un Estado.
Los representantes se miraban unos a otros con sorpresa.
Abandonaron sus asientos para formar grupos.
Desoyeron a los que les argüían, que las declaraciones del
republi- cano Hitt, que por espíritu de partido deseaba
desacreditar al Secre- tario de Estado, debían ser
contestadas unánimemente por el voto de los demócratas,
como una cuestión de partido. Se veía material- mente
desvanecerse ante la voz de aquel ‘hombre sencillo la
nube de guerra. Y la simpatía hacia México despertaba
entre los represen- tantes, con la vivacidad natural de
quien tiene prisa en reparar la injusticia que estuvo a
punto de cometer, se aseguró cuando las afirmaciones de
Hitt, vinieron, calientes aún en sus labios, a ser
corroboradas por la clarísima exposición y la severa
modestia con que exponía el caso en México el Presidente
y el Sr. Romero Rubio. Acá ha parecido sinceramente bien
ese lenguaje, que ni teme, ni de- safía. Pero no hubo nada
más brioso que la denuncia en los labios de Hitt. “Yo voté
por esa resolución en la comisión porque me asegu- raron
que eran ciertas las bases en que descansaba: que. M,
exico esta- ba maltratando a un ciudadano americano;
que se resistia ? entre- garlo, so pretexto de que tenía
jurisdicción sobre nuestros ciudada- nos en nuestro
territorio. Pero eso no es verdad. Mexico ha. tratado de
hacer con prontitud y empeño lo que le pedíamos que
hiciera, y ha explicado plenamente en esas cartas que no
tiene autoridad para
compeler en sus procedimientos a un Tribunal de Estado
ni a un Estado. Me he llenado de sorpresa al ver esta
mañana en prensa la correspondencia de estas
negociaciones, que no dice lo que se la ha hecho decir; que
dice lo que se ha callado; que en cada palabra del
Secretario de Estado y ei Presidente de México muestra la
VO- !untad de atender a nuestras reclamaciones. No ha
habido evasión por parte de México; no ha habido
desafío: hasta exceso de compla- cencia, pudiera decirse,
que ha habido.” -“ pero ino está Cutting preso?“, le de
Georgia. preguntó tin representante --“ Sí lo está, dijo
Hitt prontamente, pero porque quiere, porque ha
rehusado con desdén la libertad bajo fianza que se le
ofrecía. Esa fue la obra de la imprudente persona que
tenemos allá de Cónsul; que anda haciendo discursos por
las calles, para que se vindiquen los derechos de nuestro
país. Es la encarnación de la indiscreción el hombre que
tenemos allí encargado de nuestros negocios nacio- nales.
El ha insistido en que se estuviera preso un hombre que en
todo instante ha estado libre para salir de la prisión.” A
otros oponentes se encaró Hitt con no menos energía. -
fuerte “iPor qué tanta bravura con un país menos
populoso y menos que el nuestro? ¿Por qué con México
tan impetuosos y con Inglaterra tan mansos y
complacientes”? Y los representantes que lo oían le
concedieron razón: porque España ha podido con
impunidad encerrar hace un año en un calabozo inmundo
de cárcel de provin- cia a un ciudadano americano a
quien quería hacer soldado; porque Inglaterra, so
pretexto de que violan las leyes de pesca, un día, sobre
todo, se apodera de buques y pescadores de los Estados
Uni- dos, y les niega lo que les concede en los tratados; ii
en el Canadá los expulsa de sus puertos: porque iqué más!
para li ertarse de res- ponsabilidad en las matanzas
bárbaras de chinos en los Estados del Oeste, donde los
tribunales no osan castigar a los asesinos, los Es- tados
Unidos han, invocado precisamente ante el Gobierno de
China, la misma razón que hoy invoca el Gobierno de
México ante los Es- tados Unidos. “Y se nos calló que el
Gobierno de México nos hubiese dado esa razón legítima,
como resulta que nos la ha dado. No porque lo creamos
menos débil que nosotros, debemos hacer con México 10
que no osamos hacer con los más fuertes. Este caso no es
más que un caso común de intervención para la libertad
de un. preso entre los gobiernos amigos.. Si hubiera
ofensa de veras, no le nega- riamos nuestro apoyo por
cierto al Secretario. Pero está en nuestro interés, en el de
nuestro propio pueblo, en el de las naciones todas que
preservemos la paz con un país que no nos da ninguna
razón para turbarla.‘* Después de este discurso, que
oyeron los representantes confir- mándolo con la lectura
de la correspondencia que invocaba, se es- parció ese
Unánime sentimiento que hoy censura al Secretario por-
38 fosé Martí las ocultaciones de su resumen, y reconoce
la sinceridad y maestria con que ha llevado México este
caso. “El despacho del Sr. Mariscal”, dice el Herafd de
hoy, “debe ruborizar a Mr. Bayard. En el, resqon- diendo
a la demanda imperiosa de Mr. Bayard por la Inmediata
excarcelación de Cutting, alega el Sr. Mariscal con la
mayor mo- deración y cortesía, que el caso está ante un
tribunal de uno de los Estados de la República; que el
Presidente ha ejercido su influjo en cuanto puede
ejercerlo para que el proceso sea breve y justo; que ha
hecho ya el gobierno mexicano cuanto cabe en sus fuerzas
legítimamente; y que debe el Secretario recordar que en
México, como en los Estados Unidos, el poder federa1 no
puede dar orde- nes al tribunal de un Estado”.
Tal es hoy en este asunto el sentimiento público. En los
perió- dicos de más opuestos bandos se lee la misma
censura acre y de- sembozada: se dice en alta voz que el
Presidente no ha favorecido esas prisas, ni quiere
solución violenta alguna, como lo prueba, él que es amigo
de enviar mensajes particulares al Congreso, con ha- ber
remitido con simples frases de fórmula la
correspondencia que pudo acompañar de indicaciones y
consejos.- Se desmiente al Secre- tario en frases como
esta: “En su desdichado resumen, Mr. Bayard hizo
hincapié principal sobre el punto de que Cutting estaEa;$
n$ procesado en México por un delito cometido en Texas.”
solutamente hay en los despachos que pruebe esto. Eso es
una simple suposición de Mr. Bayard, que no se ha
tomado el trabajo de demostrar con un solo hecho de la
correspondencia- y censuras son estas que han de llamar
la atención, no sólo por lo unánimes, sino porque los
diarios y representantes de su partido propio son tan
severos en ellas como los del bando enemigo. No es
enemigo del Gobierno el Herald, y he aquf lo que decía
ayer con irónica amar- *. “Aconsejamos a los tejanos que
aprendan paciencia de nuestros fikradores del Norte, de
los que hay muchos cientos que han su- frido
provocaciones más graves e irritantes a manos de
Inglaterra, sin arre les haya aún socorrido con una
palabra de consuelo nuestro Departamento de Estado. No
parecen los pescadores estar tan fa- vorecidos con la
amistad de Mr. Bayard como los valerosos tejanos; pero
no debe la confianza en esta predilección llevarlos muy
lejos, porque la guerra desautorizada ha llevado antes de
ahora en nuestro país a los hombres a 4a prisión y a la
horca, y sería, doloroso que la prisa de los tejanos por
hacerse ,de esos viñedos de Naboth al otro lado del Río
Grande, los precipitase a empresas que obligaran a los
Estados Unidos a usar sus tropas contra ellos, en vez de
echarlas contra aquellos con quienes muestran tanta
ansia de reñir,” OBRAS ESCOGIDAa; T. JJ 39
su gravedad inmediata; perr -- “- 7 no sólo es útil, s ‘ino
indispensable, sino vital, sino d. e tal importancia, que no
se ha de sacar d, e esto un mo- mento los OJOS, el conocer
en todas sus corrientes la opinión de los Estados Unidos
sobre loy asuntos de México. De una mera oportu- 3 < P
nidad, de la honradez d, un hombre, acaso de un
movimiento de partido celoso, ha dependido esta vez la
suspensión ùe una medida que se consideraba
generalmente como precursora de la guerra. Y es que
aqui existe una especie de preparación constante para
ella. favorecida por una cruda y tradicional confianza;
por los recuerdos de la victoria que fuerza y traición
ganaron en 1848 sobre justicia y heroismo; por la
desocupación de la gente de guerra que no sabe estar
quieta una vez que ha gustado las armas, por la
naturaleza penetrante e invasora del carácter del hombre
en los Estados Uni- dos; y más que por todo, acaso, por el
desconocimiento en que está la masa del pais de las
virtudes, de la originalidad, de la resisten- cia, de la
inteligencia, de fas dificultades, de la fuerza de trabajo
que hacen respetable a México. Sólo esas armas pueden
conseguir aquí una durable victoria; sólo esos escudos
podrán a la larga dete- ner la guerra. La inteligencia
tiene aquí que jugar sus astas contra la fuerza. Porque no
puede ser enteramente vana, en medio del apetito de
riqueza y pudridor egoísmo que las vician, esta educación
y práctica del hombre en la laboriosa libertad de la
República; por- que los que trabajan aprenden en si
propios a respetar a los trabaja- dores; porque ese
irritante desdén que es aquí usual para las cosas
nuestras, viene principalmente de que nos creen pueblos
azucarados y viciosos, sin la fuerza realmente titánica de
que en luchas enor- mes venimos dando muestra; porque
esta batalla, en suma, que aca- ba de ganar México; no la
ha ganado por intimidación, ni por agen- cias peligrosas;
ni por conciertos con Dueblos extranieros~ sino nnr el
respeto que ha inspirado su honradez, y por la habi¡ id& l
io; $tk sus represenlantes han expuesto su justicia.
El Partido Liberal, México, 20 de agosto de 1886. Otras
crónicas de Nueva York, investigacitkt. introducción e
“fndice de cartas” por Ernesto -Mejia Sánchez, Lia
Habana, Centro de Estudios Martianos y Edito- rial de
Ciencias Sociales; 1983. p. 52- 58. El telégrafo habrá sin
duda dado cuenta hora a hora a México de los varios
aspectos de este conflicto, que parece haber salido ya de
OBRAS ESCOGIDAS. T. II 41 CARTADENUEVAYORK
LA VIDA DE VERANO EN LOS ESfADi) S UNIDOS:
POBRES, RICOS, CAM- PAMENTOS RELIGIOSOS,
SUCESOS NOTABLES.- PELIGRO GRAVE DE GUERRA
ENTRE MEXICO Y LOS ESTADOS UNIDOS- ESTUDIO DEL
CON- FLICTO: SUS ANTECEDENTES Y SU CURSO.- EL
CONGRESO AMERICANO CENSURA LA ACTITUD
PREMIOSA DE SU SECRETARIO DE ESTADO: AC- TITUD
FIRME DE MEXICO.- TEXAS Y CHIHUAHUA.- LA
OPINION Y LA PRENSA EN ESTE CONFLICTO: SE ALABA
A MEXICO Nueva. York, agosto 12 de 1886 Seiior Director
de La República:
Es ardiente en estos meses la vida en los Estados Unidos,
como las olas de airé caldeado y plomizo que bajan sobrè
el Atlántico desde las llanuras encendidas del Oeste. La
vida se multiplica y se desborda. Con las hojas a los
árboles viene a mujeres y hombres un frenesí de alegría.
Se abren al aire casas y almas. Las ciudades se vacían
sobre los pueblos frescos de las costas y montañas vecinas. Los niños pobres, que respiran en los barrios más
populosos un aire podrido, mueren en un grito penetrante
sobre las rodillas de sus madres, o se arrastran con sus
manos roídas sobre las pie- dras de las aceras, buscando
consuelo en su frescor al fuego que les consume las
entrañas. Los ricos recorren los lugares de campo en
ostentosas jiras. Los imbéciles y la gente de mal vivir
vociferan y apuestan en las carreras de caballos. Treinta
sacerdotes andan en velocípedos visitando los estados de
“Nueva Inglaterra”. A la orilla del mar y en la cúspide de
los montes se levantan hoteles babilónicos. Sesenta. mil
creyentes se reunen a la sombra de un pinar en un
campamento religioso, y se arrodillan en el aire libre,
corean con aleluyas los discursos de las sacerdotisas, se
mesan los cabellos, hunden en la tierra sus cabezas
arrepentidas, se abrazan confesándose sus pecados.
Partidas de estudiantes distraen el vera-
10 explorando a pie las selvas con la tienda al hombro, y
fortifican- dose con el ejercicio del cuerpo y el placer sano
y directo de los descubridores. Los maestros juntan
grupos de jóvenes dignos de serlo, y se van con ellos a
lugares propicios a estudiar Minería en las minas,
Agricultura en los campos, en los bosques Botánica. El
Congreso se cierra, después de dejar probado que los
representantes prefieren dejar solo al Presidente de la
Nación en su campaña de reforma de los vicios políticos, a
ayudarle en la tarea de enmendar
estos, para que no sea como hasta aquí la nación un mero
instru- mento de los partidos, sino los partidos servidores
leales de la na- ción. La hermana del Presidente comienza
a dirigir en Chicago una revista que lleva por nombre La
Vida Literaria, la misma hermana que no hace dos meses
presidia aún la vida social del país, desde la Casa Blanca
en Washington. Un hombre cruza el Niágara em- hutido
en un casco oblongo de madera. Un mozo salta, por
apuesta, de lo más elevado del puente de Brooklyn al río
Oeste, y sale salvo. Ya tiende al cielo en su pedestal de
Bedloe Island la Estatua de la Libertad su brazo en
esqueleto. Mucha villanía política y venta de destinos SC
descubre en la ciudad de Nueva York. Mucho se comen- ta
la energía del Presidente, que contra el voto del Senado
ha dado en Washington a un negro un empleo altísimo.
Mucho libro intere- sante y nuevo se publica. Se inventa
un medio económico de pro- ducir fuego sin carbón. Pero
con ser todo esto tan vario e interesante, nada, ni la
muerte siquiera de aquel ilustre Tilden, que prefirió
perder la Presidencia de la República, a que fue electo,
antes que permitir a su partido que la conquistase con
sangre,- nos interesa tanto a nosotros los de la otra
América, como el grave riesgo de una guerra entre México
y los Estados Unidos. Es nuestra raza mal entendida la
que está en
peligro. Es la caterva de cuatreros y matones ambiciosos
de la írontera americana la que quiere forjar un pretexto
para echarse sobre el estado minero de Chi’huahua, que
excita su codicia. Es nuestro corazón americano, que allí
duele. Nuestra patria es una, empieza en el Río Grande, y
va a parar en los montes fangosos de la Patagonia.
México haría mal, si contra todo lo que se ve, diese oidos a
los perturbadores opulentos que en estos mismos
instantes andan buscando su apoyo para influir en la
política de Centroamé- rica. Pero, ;q uién no ha de
apenarse de ver expuesto a una agresión Injusta del
americano, a un pueblo que ha sabido irse amasando con
la sangre misma que fluia de sus heridas; a UT! pueblo
que está logrando acumular en nación sobre un territorio
vasto y escapadizo, elementos más hostiles y reacios, los
odios más violentos e in- cansables, las herencias más
tercas y dañinas que contendieron en Su edad de
formación eti pueblo alguno? El caso del conflicto es un
mero pretexto, agravado por el ape- tito de guerra que ya
se hace impaciente entre los americanos que pueblan el
estado de Texas, que fue de México hasta la guerra inicua de mil ochocientos cuarenta v ocho, y por la
imprevista p exa- I
12 José Marti gerada rudeza con que el Secretario qe
estado en Washington *de- cidió exigir a México, contra
una ley anterior y &xpresa de su Codtgo, la libertad
inmediata de un americano Preso y procesado en, Chthuahua justamente por un dehto contra la ley de libelo en
MexlcO, cometido fuera y dentro del territoria mexica+ o,
con desprecto de sentencia anterior del juez de
Chihuahua, ac. tada bajo firma por el preso. Un
periodista americano, Cutting, airado porque un hijo dc
México, Medina, le establecía un periódico rival en la
ciudad mext- cana de El Paso del Norte, publicó en ella un
ataque injurioso, que en acto dc conciliación le condenó el
juez a retractar a pedimento de Medina. Se retractó
Cutting en El Paso del Norte; pero en la ciu- dad
americana de El Paso, de Texas, unida por un puente a la
de México, publicó en un periódieo siempre impreso. en
inglés, U?
nuevo ataque a Medina, en inglés y en castellano, y
circuló por SI mismo el periódico en El Paso del Norte. El
artículo ciento ochenta y seis del Código de México
autoriza a los Tribunales de la Repu- blica a procesar y
castigar conforme a sus leyes a los extranjeros presentes
en su territorio que hayan cometido fuera de México delitos contra este que tienen pena en sus leyes criminales. Y
Cutting fue preso y procesado en virtud de esta ley, pero
no sólo por haber impreso en una ciudad americana un
artículo contra un mexicano, penable por. fa ley de
México, sino por el delito de distribuirlo, CO- metido en
México con violación de un acuerdo de su juez y la ley de
libelo. El Cutting es de esa mala casta de aventureros sin
oficio, que mira como propiedad suya la tierra mexicana,
y cría odio de raza a sus hijos bravos, que ven con miedo
natural que los americanos pueblen hoy a Chihuahua
como poblaron antes a Texas, para alzarse con ella, y
recuerdan con penas en el corazón la guerra humillante
en que fueron vencidos por el Norte en mil ochocientos
cuarenta y ocho. Casi todo Texas está poblado de
aventureros; y como el cónsul americano en El Paso del
Norte es de los que se enojan de que México posea un país
tan valioso como el de Chihua- hua, los aventureros, el
preso y el cónsul lograron con sus represen- taciones que
el Secretario de Estado en Washington pidiese al GObierno de México fa libertad incondicional de Cutting. El
Gobierno de México ofreció en respuesta cortés que el
Gobierno Federal ejer- cería cuanto influjo fe fuese
legítimamente dable en favor del preso cerca del Gobierno
del estado de Chihuahua; pero se negó con mo- desta
firmeza a entregar al preso, porque ni puede el Gobierno
Fe- deral, por la Constitución, compeler así, a su capricho
a un estado libre de la República, ni cabe que el Gobierno
mismo de un país obre contra lo que ordena
expresamente uno de los artículos del Código, que está
llamado a hacer cumplir. En esto, los odios acu- mulados
en ambos lados de la frontera del Río Grande tomaban color de guerra; americanos y mexicanos se amenazaban
desde sus respectivas ciudades; voluntarios y tropas de
línea recorrían las calles; las asociaciones de veteranos se
asociaban a fas protestas de OBRAS ESCOGIDAS. T. II 43
los de Texas: el gobernador de Texas, ganoso de
popularidad, se mostraba pronto a llevar la guerra a
Chihuahua, si el Gobierno de Washington no la llevaba; el
Congreso pidió al Presidente la correspondencia, y el
Presidente la envió al Congreso, sin recomen- dar en su
carta de mera fórmula solución alguna, ni apoyar el resumen precipitado y violento de la correspondencia con
que la po- nía ante el Congreso el Secretario de Estado.
Todo en aquellos momentos anunciaba la guerra: los
prepara- tivos de los texanos, la acumulación de fas
tropas de México, la demanda del Secretario, nuevamente
rechazada por el Gobierno mexicano, el resumen belicoso
del Secretario de Estado, el voto de confianza que fa
Comisión de Negocios Extranjeros propuso al Congreso,
basada solamente en la lectura del resumen. Pero la
guerra ha parecido disiparse, .y la opinión ha torcido de
rumbo en todo lo que no PS la gente agresiva de Texas,
porque el Congreso se negó a votar fa resolución de
confianza intimando de nuevo a México la libertad
incondicional de Cutting, tan luego como uno de los
mismos representantes que habían firmado el proyecto de
resolución, reveló con pruebas al Congreso atónito que el
resumen hecho de fa correspondencia por el Secretario de
Estado no presen taba el caso como resultaba de la
correspondencia misma. No era verdad que México
estuviese procesando a Cutting por un delito cometido en
Texas, sino por eso, según está facultado por su ley, y por
un delito cometido en México con desacato a un juez
mexica- no. No era verdad que Cutting estuviese sufriendo
en México las amarguras que el Secretario decía,
repitiendo con ardor los infor- mes exagerados del cónsul
de El Paso; sino que Cutting había te- nido
constantemente abierta por el juez la libertad bajo fianza,
que rechazaba con desdén “porque el asunto estaba ya en
manos de su Gobierno”. No era verdad que México
mostrase arrogancia pu- nible en la defenesa de una ley
oprobiosa para los Estados Unidos sino que había “la
mayor cortesía y solicitud y casi humillación”, en las
respuestas amistosas con que alegaba a los Estados
Unidos la existencia previa de una ley general que
comprendía el caso de Cutting, y la misma incapacidad
del Gobierno Federal para for- zar los procesos y
sentencias del Tribunal de uno de sus estados que el
Secretario anrericano alegó ante el Gobierno chino hace
POCOS meses cuando este le exigió responsabilidad por
los asesinatos de sus subditos por ciudadanos americanos
en uno de los territorios de fa Unión. No era verdad, como
decía el resumen, que el caso todo se redujera a una
injuria de México a la nación americana, a la pretensión
desnuda de que puede por un artículo de SU ley procesar
y castigar en su territorio a los ciudadanos extranjeros
por delitos penables según su Código, que se hubieran
cometido fuera de México. La revelación del
representante cambió en desagrado y desconfianza la
precipitación con que se disponía el Congreso a apo. yar
la actitud belicosa del Secretario de Estado: el Congreso
SUS- pendió sus sesiones sin tomar noticias de la
resolución que se le
44 José Marti recomendaba con urgencia: y la honestidad
de un solo hombre, de- fendiendo con palabras que
parecían golpes a un pueblo amigo, ava- sallado
injustamente, disipó en una hora la nube de guerra. Pero,
lah!, no puede decirse, por desdicha, que a estas horas se
haya desvanecido por completo. El Secretario de Estado
dice que el silencioso voto en contra que le dio la Casa de
Representan- tes fue un manejo de los diputados
republicanos, que quieren de- mostrar al país que
también los demócratas practican con los pue- blos de
América la política de intimidación e intrusión que a ellos
les censuraban. No rebaja el Secretario sus pretensiones
aparente- mente, a pesar de la censura del Congreso. No
se muestra dispues- to a ceder México, que con su
sabiduría en la controversia logró convertir a su propia
defensa, por la revelación elocuente del di- putado
republicano, al Congreso mismo encargado de votar una
re- solución preparatoria de la guerra. En Texas y en
Chihuahua se vive con los rifles cargados y el pie en el
estribo, los de Texas dis- puestos a pasar el puente e ir a
rescatar a Cutting; los de Chihua- hua decididos a resistir
la invasión y a presentarles la cabeza de Cutting en
respuesta. Y el tribunal de El Paso del Norte, sereno frente
a la ciudad rival americana, decoroso en este peligro de
guerra, procesó en forma a Cutting, con atención a la ley
de su delito que rige en su propio Estado de Texas, y lo
sentenció a un año de penitenciaría y quinientos pesos de
multa, de cuya sentencia apela. Grande es, pues, el
peligro que se corre todavía; pero es de honor decir que
fuera de la prensa invasora publicada en el Sur, toda la
buena prensa de este país se declaró contra la intentona
de guerra tan pronto como reveló la verdad de la disputa
el representante. Es de honor decir que si bien perdura,
por desgracia, en la masa del pueblo americano, esa
opinión desdeñosa e ignorante de nuestros países que lo
tiene tan dispuesto a mirar en menos, como a dogos
falderos, a esos nobles pueblos nacientes que entre tantos
obstácu- los adelantan, es cierto también que la
costumbre republicana cría en esta tierra, como en todas
aquellas donde impera, un hábito de justicia que se
impone en los casos mismos de decoro naciowl hasta este
extremo de defender hoy al que se tuvo ayer como
enemigo. Es de honor decir que en vez de exasperar a los
Estados Unidos, parece, en lo general, haberle sido grata
la firme y dolorosa bravura con que, sin desafiar y sin
cejar, se ha mostrado México dispuesto a defender su ley
y su derecho de la intrusión del pueblo más for- midable
acaso de la tierra. ’
La República, Honduras. 1886. 0. C., t. II, p. 47- 52. ‘A Ver
continuación aparece una en 0. C., t. 13, p. 299- 301. nota
de Marti la muerte de Samuel Tilden.
CORRESPONDENCIAPARTICULAR PARA EL PARTIDO
LIBERAL EL CASO DE CUTTING VISTO EN LOS ESTADOS
UNIDOS.- LA POLITICA INTERIOR AMERICANA HA
FAVORECIDO LA PAZ.- INFLUJO DEL PARTI- DO
REPUBLICANO EN LAS CENSURAS UNANIMES DE
BAYARD.- INTERES DE LOS REPUBLICANOS EN LA
DERROTA DE BAYARD.- BLAINE: SU AC- TITUD EN EL
CONFLICTO: SU PROXIMA CAMPARA: SUS
CONDICIONES DE CAUDILLO.- MEXICO USADO COMO
INSTRUMENTO POLITICO.- EL SUR Y MEXICO.PELIGROS PERMANENTES.- LOS CAPITALES NORTEAMERICANOS EN MEXICO.- MUERTE DE SAMUEL
TILDEN: SU CARACTER Y SU VIDA: SU ELECCION Y
SACRIFICIO: SU LECCION FINAL: LA SALVA- CION DE
LAS REPUBLICAS ESTA EN LA PROPAGACION DE LA
CULTURA
New York, 19 de agosto Señor Director de Ei Partido
Liberal:
Ni la muerte de Tilden, aquel sabio político a quien
defraudaron de su elección a la presidencia los
republicanos, ni la revelación del modo ignominioso con 9
ue trafican y venden entre sí los beneficios de su empleo
los más a tos funcionarios de la ciudad; ni la campa- ña
ruda que se dispone a hacer Blaine contra el gobierno del
partido democrático; ni el proceso de los anarquistas de
Chicago, que tienen ya sobre la cabeza la sombra de la
horca; ni el gran Parlamen? o ir- landés que con el
nombre de Convención celebran aquí ahora los amigos de
la autonomía de Irlanda, tienen hoy para nosotros el interés de los asuntos de México. Y esto no es tanto por las
noticias que lleva el telégrafo ante5 y no cabrían en carta,
cuanto porque con el sacudimiento de opi- niones que este
conflicto súbito ha traído a la superficie, ayudado por la
mayor independencia que va permitiendo a los diarios la
des- composición gradual de los partidos políticos, se
están viendo las corrientes por donde van aquí los juicios
que importan tanto a México, y los peligros, y las
ambiciones, y acaso la manera de contrastarlos. Y se ven
además con mayor claridad los elementos que han ido
impidiendo la terminación fatal del conflicto de Cutting,
cosa que se debe tener muy en cuenta para prever
conflictos posteriores, y no abrigar esperanzas vanas
sobre la facilidad de esquivarlos.
46 losé Marti OBRAS ESCOGIDAS. T. II 47 La justicia de
México, y la habilísima firmeza con que la han defendido
sus representantes han sido, sin duda, causa principal de
fa reversion instantanea y definitiva del juicio público en
el caso de Cutting. Los alegatos de México, reproducidos
aquí minuciosa- mente con elogio, han ganado ante el
público la batalla. Las con- testaciones del Ministro de
Relaciones de Mexico se han opuesto como modelo de
cortés raciocinio a los documentos arrogantes e
impremeditados del secretario Bayard. Nunca prestaron
documen- tos diplomáticos servicio mayor: ellos han sido
los abogados felices de este pleito grave: ellos parecían
pedir cada día desde las colum- nas de los periódicos la
justicia que no se pudo negar a su digna elocuencia y su
lógica cerrada. Pero en la prisa con que los pro- mulgaba
cierta parte de.! a prensa, en la fruición con ,que daba con
alios en ei rostro al Secretario aturdido y colérico, y en la
falta de analogía entre los comentos especiales sobre el
caso de hoy y la opinión genera1 que continúan teniendo
de México algunos diarios que lo han defendido, se
observa claramente que en la guerra incle- mente y
unánime que se hace aquí a Bayard por su torpe e
inconsi- derada demanda ha habido una razón de política
interior, sin cuya ayuda no hubiera podido acaso
libertarse México de fa guerra que
tenía ya encima, cuando por su propio interés acudió a
estorbarle el partido republicano. Esa reflexión,
apuntaba ya a El Partido Liberal antes de que aquí se
hubiese ni ligeramente enseñado, no sólo se confirma por
la premura con que salta Blaine de nuevo a la arena
política para apro- vecharse de ella con su usual
oportunidad y audacia, y por el impla- cable empeño con
que ha desnudado los actos de Bayard en este conflicto el
principal diario de Blaine, The Tribune de New York,
sino por las indiscretas amenazas con que el Secretario,
acorralado de todas partes y vencido, ha llegado hasta a
anunciar su intento de acusar de traición a “los
prohombres republicanos que han estado comunicándose
con el gobierno de México en este conflicto para ayudarle
a ridiculizar e impedir la política del Departamento de
Estado”. Los mismos diarios de Blaine levantaron el
guante, y revelaron que ese ataque era a Blaine y al ex
ministro Foster: y aun parecía llegar la amenaza
encubierta hasta el mismo Ministro de México en
Washington, que ha sabido afrontarla por fortuna con
decorosa entereza. Lejos ha ido el Secretario en el
desconcierto en que lo tiene su derrota; y sus palabras
fueron oídas como de persona a quien se ha de
compadecer, por no haber sabido borrar con una retirada
cauta y un silencio discreto el yerro grave de afirmar una
demanda inter- nacional sobre el hecho seguro de la
prisión ilegal de un ciudadano, para venir a parar un mes
después en enviar un comisionado a in- quirir si la prisión
fue efectivamente ilegal.
Un penoso trastorno ha caracterizado los actos del
Departa- mento de Estado en todo este conflicto. A la una
negaba que tuviese hecho lo que tenía determinado desde
las doce, y hacía público a las dos. Ha dado a la prensa el
Departamento los más opuestos rumo- res. Y ha caído en
descrédito mayor por pretender ocultar con de-
claraciones de aparente firmeza las concesiones que se
venía viendo forzado a hacer en virtud de sus yerros y de
la opinión pública, a la cual revelaba la prensa día a día
todo lo que insistía en negar el Secretario. Así fue como se
le vino a arrancar la confesión de que se había nombrado
enviado especia1 a Mr. Sedgwick, de quien se dijo al
principio que era general, y hombre de mucha ciencia
jurídi- ca, sin que luego haya podido averiguarse que sea,
más que un esti- mable caballero que ha escrito con juicio
un libro sobre contratos.
Pero si en el atolondramiento y disgusto que le ha
causado su inoportuna derrota ha ido quizás lejos en su
acusación el secretario Bayard, ni a él que es político de
oficio se le han podido escapar los manejos y el interés de
sus rivales, ni dejan de ser claras las razones porque ha
caído sobre él con tanto fuego el partido repu- blicano.
Dirigido este por hombre de más escrúpulos y menor
viveza y am- bición que Blaine, acaso hubiera creído
deber contribuir, sino a ayu- darle, a salir por lo menos
con decoro de un lance en que no quedaría bien puesta la
nación, si aquí no fuese tanta la libertad de los hábitos
publicos y la división de las manifestaciones de la
opinión, y el gobierno no supiese que aquella no se cree
responsa- ble de los yerros de este ni lo es en realidad,
como se ha visto ahora.
Pero Blaine es político felino, y tiene de su especie el salto
elás- tico y la garra. El sabe que este país no tiene tiempo
de ver hacia atrás ni hacia adelante. Sabe que va tras lo
que le deslumbra de presente. Tiene el don hábil de
apoderarse del asunto palpitante en la época de sus
campañas, y- oscurecer con él su propia historia y
los asuntos más graves de política menos ostentosa.
Vienen las elecciones de candidatos a la presidencia. El,
que sólo en mil votos casuales fue vencido por Cleveland,
se presenta de nuevo candidato por el partido
republicano. Ve que los demócratas van sin rumbo, y
quitan a su partido con sus abusos locales y su oposición
a Cleveland el prestigio de reformador que llevó a este de
triunfo en triunfo al poder. Ve que a Cleveland no lo
siguen los demócratas. Ve que sin Cleveland y lo que él
representá, no volverá a confiarse a los de- mócratas el
país. iQué fortuna para él, que en su discurso de ven- cido
anunció el riesgo de dar el gobierno al Sur, el poder antes
de dos años presentarse a la nación denunciándole que se
ha estado a punto de envolverle en una guerra ridícula
para complacer al Sur que la desea!- Blaine no pierde
tiempo, no se cuida de 10 que le di- rán sobre su propia
manera de entenderse, cuando fue secretario de Garfield,
con nuestros países hispanoamericanos, con Colombia,
con Chile, con el mismo México. Lo que él ve es que la
cabeza del partido demócrata le está temblando sobre los
hombros, y que él
18 Josi Marti OBRAS ESCOGIDAS. T. II 49 puede ponerse
en lugar del descabezado: y de las mismas manos dc
Bayard toma el hacha con que ha de echar abajo la cabeza.-- Percibió con su ojo de águila la importancia del
instrumento que le ofrece la fortuna, y ha usado y usará
de é!, como medio de camparía, con esa deslumbradora
rapidez que llega a dar apariencia de hombre de Estado a
aquel a quien sólo falta para serlo el con- cepto superior
de humanidad y de justicia que los produce y con- sagra.
Por ahí va a comenzar su campaña; por eso ha puesto
tanto em- peño, ya que Bayard le dio hechas las razones
con sus yerros, en demostrar la inepti. tud y ligereza con
que ha llevado el Secretario el caso de Cutting; porque de
ahí sacará él su argumento principal para combatir a los
demócratas más seguros:- el peligro de dar el gobierno de
la nación al Sur, que se ha apresurado a comprome- terla
en una guerra innecesaria y sin defensa.- Así lo ha visto
Bayard, que acaso, desconociendo la entereza y habilidad
de México, creyó adecuado el caso de Cutting para
hacerse sin gran riesgo de capital político en el Sur, cuyos
votos corteja a fin de que le ayude a ser electo candidato a
la presidencia. iEs tan doloroso como opor- tuno saber
que la paz de un pueblo depende a veces de los juegos
políticos de dos rivales que se disputan el mando en un
pueblo ex-
tranjerol Ni exagerarse, ni desconocerse, deben estos
elementos reales de la política viva. Determinada así por
el caudillo de los republicanos la campaña sobre este
fracaso ostentoso del Secretario de Estado,
no sólo emprende el con fe una lucha en que tiene de su
lado la opinión que no quiere esta vez la guerra, y en la
que a un tiempo combate con posibilidad de victoria, a un
partido despedazado y a un rival terrible por su influjo
político; sino que a su voz, que tan- tas veces los ha
llevado a la victoria, le sirven con admirable disci- plina
sus amigos en el Congreso y en la prensa, a quienes tiene
Blaine enseñado ccn su ejemplo la ventaja de dar sobre el
enemigo
cuando está aún aturdido por el golpe. Es digno de
estudio como caudillo político este hombre tenaz: tiene
siempre a sus huestes dispuestas para la pelea: inspira en
ellas el mismo ardor y presteza pasmosa que a él le
animan: da sus bata-
llas de intriga con la misma precisión y rapidez con que se
dan las batallas en campaña: está despierto cuando todos
sus rivales duer- men. Es hoy el único pretendiente activo
para la candidatura de los republicanos; y toda esa
ciencia y estrategia la ha empleado desde el primer
instante sin descanso, para exhibir ante el país los errores
del secretario Bayard en el caso de Cutting, y hacer más
completa e irremediable su derrota, para dejar así a la
vez anonadado al candi- dato y desacreditado por
incapaz y riesgoso a su partido. De este modo ha venido la
política interior a ser auxiliar eficaz fpero even-
tual! de la justicia y habilidad con que México ha sabido
esta vez librarse de la guerra. Ya se sabe que no es, por
desdicha, amigo de la paz con México el espiritu de los
Estados del Sur; y que en una nación regida prin- cipal, si
no exclusivamente, por el apego desmedido de cada
hombre a su bien propio, ha de tenerse siempre como
probable la acción en que esté a la vez empeñado el
interés individual de un número cre- cido de hombres. Ya
se sabe que el Sur desea las tierras feraces y mineras de fa
frontera mexicana, y que, con una prisa que ha sido
dignamente contestada en la otra orilla, ha mostrado esta
vez disposición, y en algunos lugares, hasta ansia de la
guerra.
Pero más que ese mal constante, que só! o puede
prevenirse fa- voreciendo apresuradamente y a toda
costa las poblaciones y comar- cas de la frontera, y
teniendo en sus ciudades un buen número de personas de
prudencia exquisita, llama la atención aquí la insistencia y naturalidad con que la prensa del Oeste y el Este se
refieren, con ese tono seguro de las cosas sabidas, a la
posibilidad de que los intereses norteamericanos en
México pudiesen producir -como
presume,-“ un estado de cosas en el que hubiera muchos
que desea- sen una guerra con: México, para dar de ese
modo un valor perma- nente a sus propiedades.” “ Los
profetas dicen”- continúa el Wcdd- “que eso ha de suceder
tarde o temprano.” fNo lo quiera Dios. y ya México sabrá
evitarlo, apresurándose a explotar por sí, como medio
acaso único de impedir el conflicto, las riquezas que los
extra- ños le codician, para no tener de este modo que
aceptar un capital cuyo interés es demasiado caro! 0
legislando eficazmente la pose- sión de tierras y minas en
su territorio, con una ley parecida a la que ahora acaban
de dictar los Estados Unidos para prohibir la ab- sorción
de su suelo por compañías extranjeras.
No esta guerra con México, que aquí está en la raíz de las
gen- tes y hay que ir quemando día sobre día en la misma
raíz, en el des- conocimiento que acá se tiene de la nobleza
y brío del carácter mexi- cano; no esta guerra con México,
sino otra con Europa por el canal de Panamá es la que
tenía en la mente Samuel Tilden, el anciano que acaba ,de
morir, cuando recomendó al Congreso, desde su si- llón de
enfermo, viendo correr anchas y serenas como sus
pensamien- tos las ondas del rio Hudson, que procediese
sin demora a fortificar las costas desamparadas de los
Estados Unidos. Le temblaban las manos al octogenario;
sus criados tenian que darle de comer; su sobrina pasaba
el día a su lado leyéndole filoso- fías y versos; pero él no
podía librarse de la agonía celosa con que Perseguia de
lejos las luchas de partido que le cautivaban el alma, ni
del noble deseo de dejar puesto su nombre entre los que
han hecho en su pais algo de extraordinario y perdurable.
50 José Martí OBRAS ESCOGIDAS. T. II 51 Era dc aquellos
hombres, aquí raros, que no se satisfacen con la mera
posesión de la fortuna; famoso en los tribunales por lo sagaz, por lo previsor en la política, en los negocios por
prudente y feliz, y en la historia de su patria por haberse
negado a disputar con las armas su derecho clarísimo a la
Presidencia de los Estados Uni- dos, para la cual fue
electo en 1880 contra el republicano Haynes, a quien la
adjudicó una comisión del Congreso con fraude visible.
Noble fue aquella alma. El era varón de virtud, que desde
la ma- yor humildad se había levantado, sobre los
puntales de su talento, am la posesión de cuantiosísima
fortuna, y a la cabeza de su gran partido. El sentía
natural pasión por el soberbio puesto que lleva de mano
de la ley a un hijo de pobres hasta el Gobierno del pueblo
más numeroso de hombres libres .- El quería barrer de
arriba los vicios de compadrazgo e interés que muerden
con diente hediondo en la política americana, tal como
había barrido desde su asiento de Fiscal del Estado y de
Gobernador a los bribones coaligados que con su influjo
en las votaciones venían atrincherándose en empleos que
les permitían defraudar las arcas públicas con robos
estupendos.- Y luego, él tenía grande alma, que lleva con
irresistible empuje a lo encumbrado y peligroso: $1 veía
en sí coronada la persona huma- na!-¿ Qué suprema
angustia no debió sentir aquel trabajador he- cho de sí,
aquel espíritu de derecho, cuando se vio burlado en la
posesión del mayor premio que es dable en la tierra
apetecer a un hombre, y vio ultrajada la ley pública en el
mismo que ganó su eminencia en defenderla? El había
sido abogado grandísimo: huroneaba en los rincones de
sus casos: penetraba en ellos como un espía de oficio,
estudiaba su parte con ojos de juez: tendía a la vista del
contrario atónito el tejido mismo de intenciones y
argumentos que se guardaba callado en la mente:
manejaba sus pruebas, con el brillo y ardor con que guía
y abate un general en las batallas: tenía el placer y el
vicio de la justicia. El veía en sí un ejemplo para la
juventud que se acobarda, o se corrompe, o se vende a un
matrimonio, o se vende a un Gobierno: de estudiante
infeliz, llegó a dueño legítimo de cinco millones, sin
venderse a nadie, ni al Gobierno, que fue a buscarlo a su
casa por honrado, ni al matrimonio porque amó de joven
a una noble criatu- ra que le quiso pobre y se volvió
imbécil, y él le mantuvo en su desdicha la fe que fe
empeñó en la hora de la razón. Deslució acaso sus
primeros años, cuando la guerra de los esclavos debió
llamarlo a una carrera activa, por el afán- jexcusable en
quien conoce la vida!- de comprar con una fortuna libre el
derecho de ser honrado y virtuoso: no enseñó la mano
hasta que la tuvo fuerte: no hacía negocios al azar, ni
ponía sus ahorros en ambiciosas empresas, sino que
estudiaba los elementos de cada operación como los
puntos de un caso de derecho, y entraba a negociar sobre
seguro con fuerza matemática.
El tenía men? e mayor, con la que consideraba que si en
tiempos pasados fueron precisos aquellos patriarcas
generosos y sabios qr! e preparaban a su pueblo para la
riqueza, hoy era necesario un sabKJ nuevo que lo
redimiese de los vicios públicos a que lo ha llevado el
exceso de ella. El veía el voto ignorante, los audaces
apoderados de él, el, egoís- mo comiéndose al heroísmo, el
amor a sí sofocando en cada hombre el amor a la pa!: ia,
el amor al goce pervirtiendo en la mujer aque- lla
majestad y dulcedumbre con que ilumina y enamora. El
se sentía ayudado de la habilidad en la virtud. El rebosó
de justo júbilo cuando en pago de sus honrados hechos, de
su maestría mental, de su capacidad para pensar por sí y
df- rectamente de su influjo sobre los miembros notables
de su partr- do, con quienes se mantenía en cartas
constantes sobre los asuntos públicos, se vio electo
candidato de los demócratas para presidir por cuatro
años su República, para limpiar los establos, para infuudir idea nueva y tamaño de grandeza en la vida de la
nación, para entusiasmar y estremecer a un pueblo que
ha empezado a podrirse en la prosperidad.
Y itodo, todo vino a tierra! a la voluntad de una camarilla
injusta! Se aceptó como buena la elección falsa del estado
dudoso que debía darle el triunfo. Se consumó el robo del
puesto sagrado. Muy a borbotones le saltó al gran viejo la
sangre en el pecho. Muy amar- gamente vio pasar para sí
y para su pueblo la ocasión de volver s ser grande. Y con
mucha crueldad le llamaron cobarde sus amigos porque
no quiso hacer andar sobre sangre su derecho. Pero él se
fue a hablar con su hermana canosa, quien vive en una
casa que le regaló él de su trabajo, y departió mucho con
ella en sigilo en una tarde solemne; y templado en piedad
salió de aque- lla plática con mujer, decidido a perder su
derecho al honor más grande a que podía aspirar un
hombre en su patria, si había de costar una sola vida el
conseguirlo. iA esta abnegación han llamado miedo los
que no son capaces de ella! iLos que sólo a sí ven en el
mundo, y a su engrandecimien- to propio! iLos que no
aman a la patria bastante para posponerle todo amor de
sí! iPor aquella abnegación se negó su partido a presentarlo de candidato en las elecciones siguientes, para
dar ocasión de victoria sin violencia al derecho burlado!
Pero su influjo subía poco a poco: su voluntad designaba
a 10s candidatos: su consejo dirigía al partido: sus
comunicaciones inte- resaban a la nación: su silla de viejo
era a manera de trono: su carta definitiva de renuncia a
la candidatura en 1884 está escrita como por un profeta
ta! lado en la montaña: su testamento otorga tres
millones de pesos para la formación de una biblioteca
pública: y este magnifico legado enseña, como resumen
de su cuantiosa vida, qUe fa suma deducción del político
más práctico y agudo que vivía en
52 José Martí este pueblo fue que la madre del decoro, la
savia de la libertad, el mantenimiento de la República y el
remedio de sus vicios, es. sobre todo lo demás, la
propagación de la cultura.
EL PROCESO DE LOS SIETE ANARQUISTAS DE CHICAGO
El Partido Liberal, México, 8 de septiembre de 1886. Otras
crdnicas de Nueva York, investigación, introducción e
“Indice de cartas” por Ernesto Mejía Sánchez, La Habana,
Centro de Estudios Martianos y Editorial de Ciencias
Sociales, 1983, p. 59- 64. EL PROBLEMA DEL TRABAJO
EN EUROPA Y EN AMERICA.- ESTUDIO DE
CARACTERES.- EL PROCESO.- EL VEREDICTO: APLAUSO
UNANIME
Nueva York, septiembre 2 de 1886 Señor Director de La
Nación:
Aquellos anarquistas que en la huelga de la primavera
lanzaron sobre los policías de Chicago una bomba que
mató a siete de ellos, y huyeron luego a las casas donde
fabrican sus aparatos mortíferos, a los túneles donde
enseñan a sus afiliados a manejar las armas, y a untar de
ácído prúsico, para que maten más seguramente, los
puñales de hoja acanalada; aquellos que construyeron la
bomba, % ue convocaron a los trabajadores a las armas,
que llevaron carga- o el proyectil a la junta pública, que
excitaron a la matanza y el saqueo, que acercaron el
fósforo encendido a la mecha de la bomba, que la
arrojaron con sus manos sobre los policías, y sacaron
luego a la ventana de su imprenta una bandera roja;
aquellos siete alema- nes, meras bocas por donde ha
venido a vaciarse sobre América el odio febril acumulado
durante siglos europeos en la gente obrera; aquellos
míseros, incapaces de llevar sobre su razón floja el peso
peligroso y enorme de la justicia, que en sus horas de ira
enciende siempre a la vez, según la fuerza de las almas en
que arraiga, após- toles y criminales; aquellos han sido
condenados, en Chicago, a muerte en la horca,
Tres de ellos ni entendían siquiera la lengua en que los
conde- naban. El que hizo la bomba, no llevaba más que
unos nueve me- ses de pisar esta tierra que quería ver en
ruinas. Uno solo de los siete, casado con una mulata que
no llora, es norteamericano, y hermano de un general de
ejército: los demás han traído de Alemania cargado el
pecho de odio. Desde que llegaron, se pusieron a preparar
la manera mejor de destruir. Reunían pequeñas sumas de
dinero; alquilaban casas para
54 losé Martí hacer experimentos; rellenaban de
fulmicoton trozos pequeños de cañería de gas: iban de
noche con sus novias y mujeres por los lu- gares
abandonados de la costa a ver cómo volaban con esta
bomba cómoda los cascos de barco: imprimían libros en
que se enseña la manera fácil de hacer en la casa propia
los proyectiles de matar: se atraían con sus discursos
ardientes la voluntad de los miembros más malignos,
adoloridos y obtusos de los gremios de trabajadores:
“pudrían’‘- dice el abogado-“ como el vómito del buitre,
todo aque- llo a que alcanzaba su sombra.” Aconsejaban
los bárbaros remedios imaginados en los países don- de
los que padecen no tienen palabra ni voto, aquí, donde el
más infeliz tiene en la boca la palabra libre que denuncia
la maldad, y en la mano el voto que #hace la ley que ha de
volcarla: al favor de su lengua extranjera, y de las leyes
mismas que desatendían ciega- mente, llegaron a tener
masas de afiliados en las ciudades que emplean mucha
gente alemana: en Nueva York, en Milwaukee, en
Chicago. En libros, diarios y juntas adelantaban en
organización armada y predicaban una guerra de
incendio y de exterminio contra la riqueza y los que la
poseen y defienden, y contra las leyes y los que las
mantienen en vigor. Se les dejaba hablar, aun cuando hay
leyes que lo estorban, para que no pudiesen prosperar su
color de marti- rio, ideas de cuna extraña, nacidas de una
presión que aquí no existe en la forma violenta y agresiva
que del otro lado del mar las ha engendrado. Prendieron
estas ideas lóbregas en los espíritus menos raciona- les y
más dispuestos por su naturaleza a la destrucción; y
cuando al fin, como enseña de este fuego subterráneo,
saltó encendida por el aire la bomba de Chicago, se vio
que la clemencia equivocada ha- bía permitido el
desarrollo de una cría de asesinos. Todo eso se ha
probado en el proceso. Ellos que, salvo el norteamericano, tiemblan hoy, pálidos como la cal, de ver cerca
la muerte, manejaban en calma los instrumentos más
alevosos que han suge- rido nunca al hombre la justicia o
la venganza. No fue que rechazasen en una hora de ira el
ataque violento de la policía armada: fue que, de meses
atrás, tenían fábricas de bombas, y andaban con ellas en
los bolsillos “en espera del buen momento”, y atisbaban al
paso a los grupos de huelguistas para enardecerles con
sus discursos la sangre, y tenían concertado un
alzamiento en que se echasen sobre la ciudad de Chicago
a una hora fija las carretadas de bombas ocultas en las
casas y escondites donde los mismos que ayudaron a
hacerlas las descubrieron a la po- licía. No embellece esta
vez una idea el crimen. Sus artículos y discursos no tienen
aquel calor de humanidad que revela a los apóstoles
cansados, a las víctimas que ya no pue- den con el peso
del tormento y en una hora de majestad infernal la echan
por tierra, a los espíritus de amor activo nacidos
fatalmente
OBRAS ESCOGIDAS. T. 11 55 para sentir en sus mejillas la
vergüenza humana, y verter su sangre por aliviarla sin
miramiento del bien. propio. No: todas las grandes ideas
de reforma se condensan en apósto- les y se petrifican en
crímenes, según en su llameante curso pren- dan en almas
de amor o en almas destructivas. Andan por la vida las
dos fuerzas, lo mismo en el seno de los hombres que en el
de ta atmósfera, y en el de la tierra. Unos están
empeñados en edificar y levantar: otros nacen para
abatir y destruir. Las corrientes de los tiempos dan a la
vez sobre unos y otros; y así sucede que las mismas ideas
que en lo que tienen de razón se llevan toda la voluntad
por su justicia, engendran en las almas dañinas o
confusas, con lo que tienen de pasión estados de odio que
se enajenan la voluntad por su violencia. Así se explica
que los trabajadores mismos temblaron al ver qué delitos
se criaban a su sombra; y como de vestidos de llamas se
desasieron de esta mala compañía, y protestaron ante la
nación que ni los más adelantados de los socialistas
protegían ni excusaban el asesinato y el incendio a ciegas
como modos de conquistar un derecho que no puede ser
saludable ni fructífero sí se logra por medio del crimen,
innecesario en un país de repúhlíca, donde puede lograrse sin sangre por medio de la ley. Así se explica cómo
hoy mismo, cuando los diarios fijaron en sus tablillas de
anuncio el veredicto del jurado, no se ofa una sola
protesta entre los que se acercaban ansiosamente a leer la
no- ticia. fAy! iaquí los corazones no son generalmente
sensibles! iaquí no hace temblar la idea de un hombre
muerto por el verdugo a mano fría! faquí se habitúa el
alma al egoísmo y la dureza! pero se suele ver, como en
los días de la agonía de Garfield, el corazón públi- co,- se
suele sentir, como en los días del abolicionista Wendell
Phi- llips, la pujanza con que se revela la conciencia
nacional contra la injusticia o el crimen,- se ve crecer en
un instante, como en los días de las huelgas de carros, la
ira de la clase obrera cuando se cree in- juriada en su
decoro o su derecho. Y esta vez, ni un solo gremio de
trabajadores en toda la na- ción ha mostrado simpatía, ni
cuando el proceso, ni cuando el ve- redicto, con los que
mueren por delitos cometidos en su nombre. Y es porque
esos míseros, dándose a sí propios como excusa de su
necesidad de destrucción las agonías de la gente pobre, no
perte- necen directamente a ella, ni están por ella
autorizados, ni trabajan en construir, como trabaja ella;
sino que son hombres de espíritu en- fermizo o maleado
por el odio, empujados unos por el apetito de arrasar que
se abre paso con pretexto público en todas las conmociones populares, pervertidos otros por el ansia dañina de
notorie- dad o provechos fáciles de alcanzar en las
revueltas,- y otros, flos menos culpables, los más
desdichados! endurecidos, condensados en crimen, por la
herencia acumulada del trabajo servil y la cólera sor- da
de las generaciones esclavas.
56 los. 5 Martí Aquí, a favor de la gran libertad legal, de lo
fácil del escape en esta población enorme, de la
indulgencia que envalentonó la propaganda anarquista,
se reunieron naturalmente para su obra de exterminio
esos elementos fieros de todo sacudimiento público: los
fanáticos, los destructores y los charlatanes. Los
ignorantes lo siguieron. minación. Los trabajadores
cultos se retrajeron de ellos con abo- Los obreros
norteamericanos miraron como extraños a esos medios y
hombres nacidos en países cuya organización despó- tica
da mayor gravedad y color distinto a los mismos males
que aquí los hábitos de libertad hacen llevaderos.
El silencio amparó la obra siniestra. Y cuando llegaron
para Chicago las horas de inquietud que en su justa
revuelta por su mejoramiento está causando en todo el
país la gente obrera, saltaron a su cabeza los hombres
tenebrosos, vociferando, ondeando pañuelos rojos,
azuzando a los desesperados, echando al aire la bomba
encendida.
Saltaron en pedazos los hombres rotos: murieron
miembro a miembro desesperados en los hospitales:
repudió toda la gente de trabajo a los que a sangre fría
mataban en su nombre. Y hoy, cuan- do se anuncia el
veredicto que los condena a muerte, se siente que en esta
masa de millones hay todavía rincones vivos donde se
hacen bombas, se reúnen en Nueva York dos mil alemanes
a condolerse de los sentenciados, se sabe que no han
cesado en Chicago,. ni en Milwaukee, ni en Nueva York los
trabajos bárbaros de estos venga- dores ciegos; pero las
grandes masas no han alzado la mano con- tra el
veredicto, ni el curioso indiferente que se acercara hoy a
las tablillas de los diarios hubiera podido oír a un solo
trabajador ni comerciante, ni una palabra de
condenación o de ira contra el acuerdo del jurado. El que
más, el extranjero. de aima compasiva, el pensador que ve
en las causas, se entristecían y callaban.
OBRAS ESCOGIDAS. T. II 57 Porque entre otras cosas, los
peligros mismos que, a la raíz del proceso, corría el
jurado, venían siendo garantía de que él no daría
veredicto de muerte contra los anarquistas, a tener la
menor po- sibilidad de evitarse así una inquietud para la
conciencia y un ries- go para sus vidas. Si la evidencia no
era absoluta, el jurado se aprovecharía de ello para no
incurrir en la ira de los anarquistas. Ya se sabe que ‘el
jurado aquí, como en todas partes, no es como los jueces,
que viven de la justicia y pueden afrontar los peligros que
les vengan de ejercerla con la protección y paga del orden
so- cial que los necesita para su mantenimiento. Estos
doce jurados, traídos muy contra su voluntad a juzgar a
los jefes de una asociación numerosa de hombres que
creen glorioso el crimen y criminales a todos los que se les
oponen, habían de temer con razón que los anarquistas,
enfurecidos por la sentencia de sus
jefes, llevasen a cabo las amenazas que esparcían
abundantemente, mientras se estaba eligiendo el jurado.
Treinta y seis días tardó el jurado en formarse.
Novecientos ochen- ta y un jurados hubo que examinar
para poder reunir doce. Reunidos al fin, siguió por todo
un mes la sombría vista. De noche reposaban los jurados
en sus cuartos en el hotel, vigi- lados por los alguaciles
que debian librarles de toda comunicación o amenaza:
deliberaban: comentaban los sucesos del día: iban concentrando el juicio: se distraían tocando piano, bajo y
violín. De día eran las sorpresas. Ya era el
norteamericano Parsons, a quien la policía no podía
hallar, y se presentó de súbito en la sala del proceso,
desaseado, barbón, duro, arrogante: ya era que iban perdiendo su seguridad aparente los presos, conforme el
fiscal público presentaba en el banquillo como testigos a
los cómplices mismos de los anarquistas, al regente de la
imprenta del periódico que incitaba a la matanza, al
duefio de la casa donde el recién llegado alemán hacía las
bombas. Una joven repartía un día a los presos ramilletes
de flores en- carnadas. La madre del periodista Spies oía
día sobre día las de- claraciones contra su hijo. El fiscal
presentó en su propia mano una bomba cargada, de las
que se hallaron en un escondite, fabri- cadas por uno de
los presos, con ayuda del cómplice que lo denun- ciaba
desde el banquillo. Cada día se veían crecer las alas de la
muerte, y se sentían más aquellos infelices bajo su
sombra. Todo se fue probando: la premeditación, la
manufactura de los proyectiles, la conspiración, las
excitaciones al incendio y el asesi- nato, la publicación de
claves en el diario con este fin, el tono cri- minal de los
discursos en la junta de Haymarket, la preparación y
lanzamiento de la bomba desde la carreta de los oradores.
Estaba entre los presos el que la había hecho, esa y cien
más. Los restos de la bomba eran iguales a las que los
cómplices de los presos entregaron a la policía, y a las que
tenía el periodista en su imprenta y enseñaba como una
hazaña. Los testigos de la defensa se contradijeron y
dejaron en pie la acusación. Los .testigos de la acusación
eran amigos, compañeros, empleados, cómplices de los
presos. Sin miedo hablaron el fiscal y su abogado. Sin
fortuna ni soli- dez hablaron los defensores. El juez dijo al
jurado en sus indica- ciones que el que incita a cometer un
delito y a prepararlo es tan culpable de él como el que 10
comete. Anonadaba tanta prueba. Estremecía 10 que se
había oído y vis- to. Trascendía al tribuna1 el espanto
público. El jurado deliberó poco, y a la mañana siguiente
los presos fue ron llamados a oír el veredicto. iPobres
mujeres! La viejecita Spies, la madre del periodista,
estaba en su rincón, mirando como quien no quiere ver.
Allí su her- mana joven. Allí la novia lozana de uno de los
presos. Allí la mu-
jer de Schwab, desdichada y seca criatura, el cuerpo como
roído, de rostro térreo y manos angulosas, extraña en el
vestir, IOS ojos vagos y ansiosos, como de quien viviese en
compaiíia de un duende: Schwab es así: desgarbado,
repulsivo, de funesta apariencia; la mira- da caída bajo
los espejuelos, la barba silvestre, el pelo en rebeldía, la
frente no sin luz, el conjunto como de criatura
subterránea. Allí la mulata de Parsons, implacable e
inteligente como él, que no pestañea en los mayores
aprietos, que habla con feroz energía en las juntas
públicas, que no se desmaya como las demás, que no mueve un músculo del rostro cuando oye la sentencia fiera.
Los noti- cieros de los diarios se le acercan, más para
tener qué decir que para consolarla. Ella aprieta el rostro
contra su puño cerrado. No mira; no responde; se le nota
en el puño un temblor creciente:
se pone en pie de súbito, aparta con un ademán a los que
la rodean, y va a hablar de la apelación con su cuñado. La
viejecíta ha caído en tierra. A la novia infeliz se la llevan
en brazos. Parsons se entretenía mientras leían el
veredicto en imi- tar con los cordones de una cortina que
tenía cerca del nudo de la horca, y en echarlo por fuera de
la ventana, para que lo viese la muchedumbre de la plaza.
En la plaza, llena desde el alba de tantos policías como
con- currentes, hubo gran conmoción cuando se vio salir
del tribunal, como si fuera montado en un relámpago, al
cronista de un diario,- el primero de todos. Volaba. Pedía
por merced que no lo detuviesen. Saltó al carruaje que lo
estaba esperando. - “iCuál es, cuál es el veredicto?“voceaban por todas par- tes.-“ iCulpables!” -dijo, ya en
marcha. Un hurra, itríste hurra!, llenó la plaza. Y cuando
salió el juez. io saludaron. La Nución, Buenos Aires, 21 de
octubre de 1885. 0. c., t. 11, p. 53- 61.
EL TERREMOTO DE CHARLESTON HORROR DEL
PRIMER CHOQUE.- ROMPE EL INCENDIO.EXTRAORDINA- RIAS ESCENAS.- ESCENAS DE LA
MADRUGADA.- TORRES CAIDAS- CA- SAS ROTAS:
SESENTA MUERTOS.- EN LOS ALREDEDORES.ENTRADA A CHARLESTON DE LOS PRIMEROS
VISITANTES.- LA CIUDAD ENTERA VIVE EN CARROS Y
TIENDAS.- ARREBATO DE LOS NEGROS.- ORGIAS
RELIGIOSAS- ESCENAS SINGULARES.- LAS CAUSAS DE
LOS TERREMOTOS.- LA CIUDAD RENACE
Nueva York, septiembre 10 de 1886 Señor Director de La
Nación:
Un terremoto ha destrozado la ciudad de Charleston.
Ruina es hoy lo que ayer era flor, y por un lado se miraba
en el agua arenosa de sus ríos, surgiendo entre ellos como
un cesto de frutas, y por el otro se extendía a lo interior en
pueblos lindos, rodeados de bos- ques de magnolias; y de
naranjos y jardines. Los blancos vencidos y los negros
bien hallados viven allí des- pués de la guerra en lánguida
concordia: allí no se caen las hojas de los árboles; allí se
mira al mar desde los colgadizos vestidos de enredaderas;
allí, a la boca del Atlántico, se levanta casi oculto por la
arena el fuerte Sumter en cuyos muros rebotó la bala que
llamó al fin a guerra al Sur y al Norte; alli recibieron con
bondad a los viajeros infortunados de la barca Puig. Las
calles van derecho a los dos ríos: borda la población una
alameda que se levanta sobre el agua: hay un pueblo de
buques en los muelles, cargando algodón para Europa y
la India: en la calle de King se comercia; la de Meeting
ostenta hoteles ricos: vi- ven los negros parleros y
apretados en un barrio populoso; y el resto de la ciudad
es de residencias bellas, no fabricadas hombro a hombro
como estas casas impúdicas y esclavas de las ciudades
frías del Norte, sino con ese noble apartamiento que
ayuda tanto a la poesia y decoro de la vida. Cada casita
tiene sus rosales, y su patio en cuadro, lleno de yerba y
girasoles y sus naranjos a la puerta.
60 José Morll OBRAS ESCOGIDAS T. II 61 Se destacan
sobre las paredes blancas las alfombras y ornamen- tos
de colores alegres que en la mañana tienden, en la
baranda del colgadizo alto, las negras risueñas, cubierta
la cabeza con el pañuelo azul o rojo: el polvo de la derrota
vela en otros lugares el color cru- do del ladrillo de las
moradas opulentas, se vive con valor en el alma y con luz
en la mente en aquel pueblo apacible de ojos negros.
Y ihoy los ferrocarriles que llegan a sus puertas se
detienen a medio camino sobre sus rieles torcidos,
partidos, hundidos. levan- tados; las torres están por
tierra; la población ha pasado una semana de rodillas; los
negros y sus antiguos señores han dormido bajo la misma
lona, y comido del mismo pan de lástima, frente a las
ruinas de sus casas, a las paredes caídas, a las rejas
lanzadas de su base de piedra, a las columnas rotas! Los
cincuenta mil habitantes de Charleston, sorprendidos en
las primeras horas de la noche por el temblor de tierra
que sacudió como nidos de paja sus hogares, viven aún en
las calles y en las plazas, en carros, bajo tiendas, bajo
casuchas cubiertas con sus propias ropas. Ocho millones
de pesos rodaron en polvo en veinticinco segun- dos.
Sesenta han muerto, unos aplastados por las paredes que
caían,
otros de espanto. Y en la misma hora tremenda, muchos
niños vi- -nieron a la vida. Estas desdichas que arrancan
de las entrañas de la tierra, hay que verlas desde 10 alto
de los cielos. De allí los terremotos con todo su espantable
arreo de dolores humanos, no son más que el ajuste del
suelo visible sobre sus en- trañas encogidas,
indispensable para el equilibrio de la creación: icon toda
la majestad de sus pesares, con todo el empuje de olas de
su juicio, con todo ese universo de alas que le golpea de
aden- tro el cráneo, no es el hombre más que una de esas
burbujas res- plandecientes que danzan a tumbos ciegos
en un rayo de sol!: lpobre
guerrero del aire, recamado de oro, siempre lanzado a
tierra por un enemigo que no ve, siempre levantándose
aturdido del golpe, pronto a la nueva pelea, sin que sus
manos le basten nunca a apartar los torrentes de la
propia sangre que lo cubren los ojos! iPero siente que
sube, como la burbuja por el rayo de sol!: lpero siente en
su seno todos los goces y luces, y todas las tempestades y
padecimientos, de la naturaleza que ayuda a levantar!
Toda esta majestad rodó por tierra en la hora de horror
del terremoto en Charleston.
Serían las diez de la noche. Como abejas de oro
trabajaban sobre sus cajas de imprimir los buenos
hermanos que hacen los periódi- cos: ponía fin a sus rezos
en las iglesias la gente devota, que en Charleston, como
país de poca ciencia e imaginación ardiente, es mucha:
las puerta, s’se cerraban, y al amor o al reposo pedían
fuer- zas los que habían de reñir al otro día la batalla de
la casa: el aire sofocante y lento no llevvaba bien el olor
de las rosas, dormía medio Charleston: ini la luz! la
esperaba! va más aprisa que la desgracia que
Nunca allí se había estremnecido la tierra, que en blanda
pendien- te se inclina hacia el mar: saobre suelo de
lluvias, ue es el de la planicie de la costa, se extiennde el
pueblo; jamás hu B o cerca volca- nes ni volcanillos,
columnas cde humo, levantamientos ni solfataras: de
aromas eran las únicas col~ lumnas, aromas de los
naranjos peren- nemente cubiertos de flores blllancas. Ni
del mar venían tampoco so- bre sus costas de agua bajr’a,
que amarillea con la arena de la cuenca, esas olas
robustas qr! ue echa sobre la orilla, oscuras como iauces,
el océano cuando su asiento se desequilibra, quiebra o le-
vanta, y sube de lo hondo la tremenda fuerza que hincha y
encorva la ola y la despide como un mnonte hambriento
contra la playa. En esa paz señora de las ociudades del
mediodfa empezaba a irse la noche, cuando se oyó un
ruido que era apenas como el de un cuerpo pesado que
empujan deo prisa. Decirlo es verlo. Se hinckhó el sonido:
lámparas y ventanas re-
temblaron... rodaba ya bajo tierra pavorosa artillería:
sus letras sobre las cajas dejaron caer Ilos impresores,
con sus casullas huían los clérigos, sin ropas se lamzaban
a las calles las mujeres olvida- das de sus hijos: corrían
los Ihombres desalados por entre las pare- des
bamboleantes: <q uién asía por el cinto a la ciudad, y la
sacudía en el aire, con mano terrible, yo la descoyuntaba?
Los suelos ondulaban; los muros se partían; las casas se
mecian de un lado a otro: la gente caosi desnuda besaba
la tierra: loh Señor! loh, mi hermoso Señor! decían
llorando las voces sofocadas: labajo, un pórtico entero!:
huía el valor del pecho y el pensamiento se turba- ba: ya
se apaga, ya tiembla menos, ya cesa: iel polvo de las casas
caídas subía por encima de 10: s árboles y, de los techos
de las casas! LOS padres desesperados aprovechan la
tregua para volver por sus criaturas: con sus manos
aparta las ruinas de su puerta propia una madre joven de
grande Ibelleza: hermanos y maridos llevan a rastras, o
en brazos a mujeres desmayadas: un infeliz que se echó de
una ventana anda sobre SUI vientre dando gritos
horrendos, con
los brazos y las piernas rotas: una anciana es acometida
de un tem- blor, y muere: otra, a quien mata el miedo,
agoniza abandonada en un espasmo: ]as luces de gas
débiles, que apenas se distinguen en el aire espeso,
alumbran la población desatentada, que corre de un lado
a otro, orando, llamando a grandes voces a Jesús,
sacudiendo
los brazos en alto. Y de pronto cn la sombra se yerguen;
bañando de esplendor rojo la escena, altos incendios que
mueven pesadamente sus anchas llamas. Se nota en todas
las caras, a la súbita luz, que acaban de ver
la muerte: la razón flota en jirones en torno a muchos
rostros, en torno de otros se le ve que vaga, cual buscando
su asiento ciega y aturdida. Ya las llamas son palio, y el
incendio sube; pero <quién cuenta en palabras 10 que vio
entonces? Se oye venir de nuevo el
62 Josc’ Marti OBRAS ESCOGIDAS. T. II 63 ruido sordo:
giran las gentes, como estudiando la mejor salida;
rompen a huir en todas direcciones: la ola de abajo crece
y serpen- tea; cada cual cree que tiene encima a un tigre.
Unos caen de rodillas: otros se echan de bruces: viejos
setiores pasan en brazos de sus criados fieles: se abre en
grietas la tierra: ondean los muros como un lienzo al
viento: topan en lo alto las cornisas de los edificios que se
dan el frente: el horror de las ,bes- tias aumenta el de las
gentes: los caballos que no han podido de- suncirse de sus
carros los vuelcan de un lado a otro con las sacu- didas de
sus flancos: uno dobla las patas delanteras: otros
husmean el suelo: a otro, a la luz de las llamas se le ven
los ojos rojos y el cuerpo temblante como caña en
tormenta: <qué tambor espantoso llama en las entrañas
de la tierra a la batalla?
Entonces. Cuando cesó la ola segunda, cuando ya estaban
las almas preñadas de miedo, cuando de bajo los
escombros salían, como si tuvieran brazos, los gritos
ahogados de los moribundos, cuando hubo que atar a
tierra como a elefantes bravíos a los caballos trémulos,
cuando los muros habían arrastrado al caer los hilos y los
postes de teléfono, cuando los heridos se desembarazaban
de los ladrillos y maderos que les cortaron la fuga,
cuando vislumbraron en la sombra con la vista
maravillosa del amor sus casas rotas las pobres mujeres,
cuando el espanto dejó encendida la imaginación
tempestuosa de los negros; entonces empezó a levantarse
por sobre aquella alfombra de cuerpos postrados un
clamor que parecía ve- nir de honduras jamás explotadas,
que se alzaba temblando por el aire con alas que lo
hendían como si fueran flechas. Se cernía aquel grito
sobre las cabezas, y parecía que llovían lágrimas. Los
pocos bravos que quedaban en pie, !que eran muy pocos!,
procuraban en vano sofocar aquel clamor creciente que se
les en- traba por las carnes: icincuenta mil criaturas a un
tiempo adulando a Dios con las lisonjas más locas del
miedo! Apagaban el fuego los más bravos, levantaban a
los caídos, de- jaban caer a los que ya no tenían para qué
levantarse, se llevaban a cuestas a los ancianos
paralizados por el horror. Nadie sabía la hora: todos los
relojes se habían parado, en el primer estremecimiento.
La madrugada reveló el desastre. Con el clarqr del día se
fueron viendo los cadáveres tendidos en las calles, los
montones de escombros, las paredes deshechas en polvo,
los pórticos rebanados como a cercén, las rejas y los
postes de hierro combados y retorcidos, las casas caídas
en pliegues sobre sus cimientos, y las torres volcadas, y la
espira más alta prendida sólo a su iglesia por un leve hilo
de hierro. El sol fue calentando lOs corazones: los
muertos fueron llevados al cementerio donde está sin
hablar aquel Calhoun qiie habló tan
bien, y Ciaddens, y Rutledge y Pinckney; los médicos
atendían a los enfermos; un sacerdote confesaba a los
temerosos: en persianas y en hojas de puerta recogían a
los heridos. Apilaban los escombros sobre las aceras.
Entraban en las casas en busca de sábanas y colchas para
levantar tiendas: frenesí mos- traban los negros por
alcanzar el hielo que se repartía desde unos carros:
humeaban muchas casas: por las hendiduras recién
abiertas en la tierra había salido una arena de olor
sulfuroso. Todos llevan y traen. Unos preparan camas de
paja. Otros duer- men a un niño sobre una almohada y lo
cobijan con un quitasol. Huyen aquellos de una pared que
está cayendo. iCae allí un muro sobre dos pobres viejos
que no tuvieron tiempo para huir!: va be- sando al muerto
el hijo barbado que lo lleva en brazos, mientras el llanto
le corre a hilos. Se ve que muchos niños han nacido en la
noche, y que, bajo una tienda azul precisamente, vinieron
de una misma madre dos geme- los. San Michael de
sonoras campanas, Saint Phillips de la torre so- berbia, el
Salón hiberniano en que se han dicho discursos que brillaban como bayonetas, la casa de la guardia, lo mejor de
la ciu- dad, en fin, se ha desplomado o se está inclinando
sobre la tierra. Un hombre manco, de gran bigote negro y
rostro enjuto. se acer- ca con los ojos flameantes de gozo a
un grupo sentado tristemente sobre un frontón roto:-“ no
ha caído, muchachos, no ha caído”; i! o que no había
caído era la casa de justicia, donde al oír e! primer
disparo de los federales sobre Fort Sumter, se despojó de
su toga de juez el ardiente Mc Grath; juró dar al Sur toda
su sangre, y se Ia dio! En las casas, iqué desolación! No
hay pared firme en toda la ciudad, ni techo que no esté
abierto: muchos techos de los colgadi- zos se mantienen
sin el sustento de sus columnas, como rostros a que
faltase la mandíbula inferior: las lámparas se han
clavado en la Pared o en forma de araña han quedado
aplastadas contra el pavi- mento: las estatuas han
desdndido de sus pedestales: el agua de los tanques,
colocados en el alto de la casa, se ha filtrado por las grfetas y la inunda: en el pórtico mismo parecen entender el
daño los jazmines marchitos en el árbol y las rosas
plegadas Y mustias. Grande .fue la angustia de la ciudad
en 40s días primeros. Nadie volvía a las casas. No había
comercio ni mercado. Un temblor su- tedia a otro, aunque
cada vez menos violentos; La ciudad era un jubileo
religioso: y los blancos arrogantes, cuando arreciaba el
temor, unían su voz humildemente a los himnos
improvisados de 10s negros frenéticos: imuchas pobres
negritas cogían de1 vestido a las blancas que pasaban, y
les pedían llorando que las llevasen con e!! a,- que así el
hábito llega a convertir en bondad J a dar poesía a los
mismos crímenes,- iasí esas criaturas, concebi as en la
mise-
64 Jost; Mnrli OBRAS ESCOGIDAS. T. II 65 - ria por
padres a quienes la esclavitud heló el espíritu, aún
reconocen poder sobrenatural a la casta que !o. poseyó
sobre sus padres!: !así es de buena y humilde esa raza que
sólo los malvados desfiguran o desdeñan!- ipues su mayor
vergüenza es nuestra más grande obli-
gación de perdonarla! Caravanas de negros salían al
campo en busca de mejoras, para volver a poco aterrados
de 10 que veían. En veinte millas a lo in- terior el suelo
estaba por todas partes agujereado y abierto: había
grietas de dos pies de ancho a que no se hallaba fondo: de
multitud de pozos nuevos salía una arena fina y blanca
mezclada con agua, o arena sólo, que se apilaba a los
bordes de! pozo como en los hormi- gueros, o agua y lodo
azulado, o montoncillos de lodo que llevaban encima
otros de arena, como si bajo la capa de la tierra estuviese
el lodo primero y la arena más a lo hondo. El agua nueva
sabía a azufre y hierro. Un tanque de cien acres se secó de
súbito en el primer temblor, y estaba lleno de peces
muertos. Una esclusa se había roto, y sus aguas se lo
llevaron todo delante de sí. Los ferrocarriles no podían
llegar a Charleston, porque los rieles
habían salido de quicio, y estallado, o culebreaban sobre
sus dur- mientes suspendidos. Una locomotora venia en
carrera triunfante a la hora de! pri- mer temblor, y dio un
salto, y sacudiendo tras de sí como un ro- sario a los
vagones lanzados de! carril, se echó de bruces con su
maquinista muerto en la hendidura en que se abrió el
camino. Otra a poca distancia seguía silbando
alegremente, la alzó en peso el terremoto, y la echó a un
tanque cercano donde está bajo cuarenta pies de agua.
Los árboles son las casas en todos los pueblos medrosos
de las cercanías; y no sale de las iglesias la muchedumbre
campesina, que oye espantada los mensajes de ira con
que visitan sus cabezas los necios pastores: los cantos y
oraciones de los templos campestres pueden oírse a millas
de distancia. Todo el pueblo de Summerville ha venido
abajo, y por allí parece estar el centro de esta rotura de la
tierra.
En Columbia las gentes se apoyaban en las paredes, como
los mareados. En Abbeville el temblor echó a vuelo las
campanas, que ya tocaban a somatén desenfrenado, ya
plañían. En Savannah, tal fue el espanto que las mujeres
saltaron por las ventanas con sus ni- ños de pecho, y
ahora mismo se está viendo desde la ciudad levan- tarse
en el mar a pocos metros de la costa una columna de
humo. Los bosques aquella noche se llenaron de la gente
poblana, que huia de los techos sacudidos, y se amparaba
de los árboles, juntán- dose en lo oscuro de la selva para
cantar en coro, arrodillada, las alabanzas de Dios e
impetrar su misericordia. En Illinois, en Kentu- cky, en
Missouri, en Ohio, tembló y se abrió la tierra. Un masón
despavorido, que se iniciaba en una logia, huyó a la calle
con una cuerda atada a la cintura.
Un indio cheroquí que venía de poner mano bruta! sobre
su po- bre mujer, cayó de hinojos al sentir que el suelo se
movía bajo sus plantas. y empeñaba SU palabra al Señor
de no volverla a castigar jamás.
iQué extraña escena vieron los que al fin, saltando grietas
‘y po- zos, pudieron llevar a Charleston socorro de dinero
y tiendas de cam- paña! De noche llegaron. Eran las calles
líneas de carros, como las caravanas de! Oeste. En las
plazas, que son pequeñas, las familias dormían bajo
tiendas armadas con mantas de abrigo, con toallas a
veces y trajes de lienzo. Tiendas moradas, carmesíes,
amarillas; tfen- das blancas y azules con listas rojas. ya
habían sido echadas por tierra las paredes que más
amena- zaban. Alrededor de los carros de hielo, bombas
de incendio y am- bulancias, se habían levantado
tolderías con apariencias de feria. Se ofa de lejos, como
viniendo de barrios apartados, un vocear sal- vaje. Se
abrazaban llorando al encontrarse las mujeres, y su
llanto era e! lenguaje de su gratitud al cielo: se ponían en
silencio de ro- dillas: oraban: se separaban consoladas.
Hay unos peregrinos que van y vienen con su tienda al
hombro, y se sientan, y echan a andar, y cantan en coro, y
no parecen hallar puesto seguro para sus harapos y su
miedo. Son negros, negros en quienes ha resucitado, en
lamentosos himnos y en terribles danzas, el miedo
primitivo que los fenómenos de la naturaleza inspiran a
su encendida raza. Aves de espanto, ignoradas de los
demás hombres, parecen ha- berse prendido de sus
cráneos, y picotear en ellos, y flagelarles las espaldas con
sus alas en furia loca. Se vio, desde que en el horror de
aquella noche se tuvo ojos con que ver, que de la
empañada memoria de los pobres negros iba sur- giendo
a su rostro una naturaleza extraña; jera la raza
comprimida, era el Africa de los padres y de los abuelos,
era ese signo de pro- piedad que cada naturaleza pone a
su hombre, y a despecho de todo accidente y violación
humana, vive su vida y se abre su camino!
Trae cada raza al mundo su mandato, y hay que dejar la
vía libre a cada raza, si no se ha de estorbar la armonía
del universo, Para que emplee su fuerza y cumpla su obra,
en todo el decoro y fruto de su natural independencia: ni
<quién cree que sin atraerse un castigo lógico pueda
interrumpirse la armonía espiritual del mundo, cerrando
el camino, so pretexto de una superioridad que no es más
que grado en tiempo, a una de sus razas? iTa parece que
alumbra a aquellos hombres de Africa un so! negro! Su
sangre es un incendio; su pasión, mordida; llamas sus
ojos; y todo en su naturaleza tiene la energía de sus
venenos y la Potencia perdurable de sus bálsamos. Tiene
el negro una gran bondad nativa, que ni el martirio de la
esc! avitud pervierte, ni se oscurece con su varonil
bravura,
66 lod Marti OBRAS ESCOGIDAS. T II 67 Pero tiene, más
que otra raza alguna, tan íntima comunión con la
naturaleza, que parece más apto que los demk hombres a
estre- mecerse y regocijarse con sus cambios. Hay en su
espanto y alegría algo de sobrenatural y maravilloso que
no existe en las demás razas primitivas, y recuerda en sus
mo- vimientos y miradas la majestad del león: hay en su
afecto una leal- tad tan dulce que no hace pensar en los
perros, sino en las palo- mas: y hay en sus pasiones tal
claridad, tenacidad, intensidad, que se parecen a las de
los rayos del sol. Miserable parodia de esa soberana
constitución son esas criatu- ras deformadas en quienes
látigo y miedo sólo les dejaron acaso vivas para trasmitir
a sus descendientes, engendrados en las noches tétricas y
atormentadas de la servidumbre, las emociones bestiales
del instinto, y el reflejo débil de su naturaleza arrebatada
y libre. Pero ni la esclavitud que apagaría al mismo sol,
puede apagar completamente el espíritu de una raza: fasí
se la vio surgir en estas almas calladas cuando el mayor
espanto de su vida sacudió en lo heredado de su sangre lo
que traen en eila de viento de selva, de oscilación de
mimbre, de ruido de caña! fasí resucitó en toda su
melancólica barbarie en estos negros nacidos en su
mayor parte en tierra de América y enseñados en sus
prácticas, ese temor vio- lento e ingenuo, como todos los
de su raza llameante, a los cambios de la naturaleza
encandecida, que cría en la planta el manzanillo, y en el
animal el león! Biblia les han enseñado, y hablaban su
espanto en la profética lengua de la Biblia. Desde el
primer instante del temblor de tierra, el horror en los
negros llegó al colmo. Jesús es lo que más aman de todo lo
que saben de la cristian- dad estos desconsolados, porque
lo ven fusteado y manso como se vieron ellos. Jesús es de
ellos, y le llaman en sus preces “mi dueño Jesús” “mi dulce
Jesús”, “mi Cristo bendito”. A él imploraban de rodillas,
golpéandose la cabeza y los muslos con grandes
palmadas, cuando estaban viniéndose abajo espiras y
columnas. “Esto es Sodoma y Gomorra” se decían
temblando: “fSe va a abrir, se va a abrir el monte Hereb!”
Y lloraban, y abrían los brazos, y columpiaban su cuerpo,
El convencimiento de su expatriación, de la terrible
expatria- ción de raza, les asaltó de súbito por primera
vez acaso de sus vidas, y como se ama lo que se ve y lo que
hace padecer, se prendían en su terror a los blancos y les
rogaban que los tuviesen con ellos hasta que “se acabase
el juicio”. Iban, venían, arrastraban en loca carrera a sus
hijos; y cuando aparecieron los pobres viejos de su casta,
los viejos sagrados para todos los hombres menos para el
hombre blanco, postráronse en torno suyo en grandes
grupos, oíanlos de hinojos con la frente pe-. gada a la
tierra, repetían en un coro convulsivo sus exhortaciones
misteriosas, que del vigor e ingenuidad de su naturaleza y
del divi- no carácter de la vejez traían tal fuerza
sacerdotal que los blancos
mismos, los mismos blancos cultos, penetrados de
veneración, unían la música de su alma atribulada a
aquel dialecto tierno y rídiculo. Como seis muchachos
negros, en lo más triste de la noche, se arrastraban en
grupo por el suelo, presa de este frenesí de raza que tenía
aparato religioso. Verdaderamente se arrastraban. Temblaba en su canto una indecible ansia. Tenían los rostros
bañados de lágrimas. “iSon los angelitos, son los
angelitos que llaman a la puerta!” Sollozaban en voz baja
la misma estrofa que cantaban en voz alta. Luego el
refrán venía, henchido de plegaria, incisivo, desesperado: “iOh, dile a Noé, que haga pronto el arca, que
haga pronto el arca, que haga pronto el arca!” Las
plegarias de los viejos no son de frase ligada, sino de esa
frase corta de las emociones genuinas y las razas
sencillas. Tienen las contorsiones, la monotonía, la
fuerza, la fatiga de SUS bailes. El grupo que le oye inventa
un ritmo al fin de frase que le parece musifal y se
acomoda al estado de las almas: y sin pre- vio acuerdo
todos se juntan en el mismo caso. Esta verdad da singular
influjo y encanto positivo a estos rezos grotescos, esmaltados a veces de pura poesía: “iOh, mi Señor, no toques,
oh, mi Se- ñor, no toques otra vez a mi ciudad!” “Los
pájaros tienen sus nidos: iSeñor, déjanos nuestros nidos!”
Y todo el grupo, con los rostros en tierra, repite con una
agonía que se posesiona del alma.-“ iDéjanos nuestros
nidos!” En la puerta de una tienda se nota una negra a
quien da fantás- tica apariencia su mucha edad. Sus
labios se mueven; pero no se la oye hablar: sus labios se
mueven; y mece su cuerpo, lo mece in- cesantemente,
hacia adelante y hacia atrás. Muchos negros y blan- cos
la rodean con ansiedad visible, hasta que la anciana
prorrumpe en este himno:-“ iOh, déjame ir, Jacob, déjame
ir!” La muchedumbre toda se le une, todos cantando,
todos meciendo el cuerpo como ella de un lado a otro,
levantando las manos al cielo, expresando con palmadas
su éxtasis. Un hombre cae por tierra pidiendo
misericordia. Es el primer convertido. Las mujeres traen
una lámpara, y se encuclillan a su rededor, le toman de la
mano. El se estremece, balbucea, entona plegarias; sus
músculos se tien- den, las manos se le crispan: un paño de
dichosa muerte parece irle cubriendo el rostro: allí queda
junto a la tienda desmayado. Y otros como él después. Y
en cada tienda una escena como esa. Y al alba todavía ni
el canto ni el mecer de la anciana habían cesado.- Allá en
los barrios viciosos, caen so pretexto de religión en orgías
abomi- nables, las bestias que abundan en todas las
razas.
Ya, después de siete días de miedo y oraciones, empieza la
gente a habitar sus casas: las mujeres fueron las primeras
en volver, y die- ron ánimo a los hombres; la mujer, fácil
para la alarma y primera en la resignación: el corregidor
vive ya con su familia en la parte que quedó en pie de su
morada suntuosa: por los rieles compuestos
68 lose Marll OBRAS ESCOGIDAS. T. ll 69 entran
cargados de algodones los ferrocarriles: se llena de
forasteros la ciudad consagrada por el valot en la guerra,
y ahora por la catástrofe; levanta el municipio un
empréstito nacional de diez mi- llones de pesos para
reparar los edificios rot0s. y reponer los que han venido a
tierra.
De las bolsas, de los teatros, de los diarios, de los bancos
les van socorros ricos en dinero: ya se pliegan por falta de
ocupantes mu- chas de las tiendas que improvisó el
gobierno en los jardines y en las plazas. Tiembla aún el
suelo, como si no se hubiese acomodado deiinitivamente
sobre su nuevo quicio: <cuál ha podid. 0 ser la causa de
este sacudimiento de la tierra?
CSerá que encogidas sus entrañas por la pérdida lenta de
calor que echa sin cesar afuera en sus manantiales y en
sus lavas, se haya contraído aquí como en otras partes la
corteza terrestre para ajustarse a su interior cambiado y
reducido que llama a sí la super- ficie?
La tierra entonces, cuando ya no puede resistir la tensión,
se encoge y alza en ondas y se quiebra, y una de las bocas
de la raja- dura se monta sobre la otra con terrible
estruendo, y tremor suce- sivo de las rocas adyacentes
siempre elásticas, que hacia arriba y a los lados van
empujando el suelo hasta que el eco del estruendo cesa.
Pero acá no hay volcanes en el área extensa en que se
sintió el terremoto; y los azufres y vapores que expele por
sus agujeros y grietas la superficie, son los que abundan
naturalmente por la for- mación del suelo en esta planicie
costal del Atlántico baja y arenosa. CSerá que allá en Ios
senos de la mar, por virtud de ese mismo enfriamiento
gradual del centro encendido, ondease el fondo demasiado extenso para cubrir la bóveda amenguada, se
abriera como todo cuerpo que violentamente se contrae, y
al cerrarse con enorme empuje sobre el borde roto,
estremeciera los cimientos todos, y su- biese rugiendo el
movimiento hasta la superficie de las olas?
Pero entonces se habría arrugado la llanura del mar en
una ola monstruosa, y con las bocas de ella habría la
tierra herida cebado su dolor en la ciudad galana que cría
flores y mujeres de ojos negros en la arena insegura de la
orilla.
i0 será que, cargada por los residuos seculares de los rios
la planicie pendiente de roca fragmentaria de la costa, se
arrancó con violencia, cediendo al fin al peso, a la masa
de gneis que baja de los montes Alleghanys, y resbaló
sobre el cimiento granítico que a tres mil pies de hondura
la sustenta a la orilla de la mar, compri- miendo con la
pesadumbre de la parte más alta desasida de la roca las
gradas inferiores de la planicie, e hinchando el suelo y sacudiendo las ciudades levantadas sobre el terreno
plegado al choque en ondas?
Eso dicen. que es: que la planicie costal del Atlántico
blanda y cadente, cediendo al peso de los residuos
depositados sobre ella en el curso de siglos por IOS ríos,
se deslizó sobre su lecho grani- tico en dirección al mar.
iAsí, sencillamente, tragando hombres y arrebatando sus
‘casas como arrebata hojas el viento, cumplió su ley de
formación el suelo, con la majestad que conviene a los
actos de creación y dolor de la naturaleza! iEI hombre
herido procura secarse fa sangre que le cubre a torrentes
los ojos, y se busca la espada en el cinto para combatir al
enemigo eterno, y sigue danzando al viento en su camino
de átomo, subiendo siempre, como guerrera que escala,
por el rayo del sol!
Ya Charleston revive, cuando aún no ha acabado su
agonía, ni se ha aquietado el suelo bajo sus casas
bamboleantes. Los parientes y amigos de los difuntos.
hallan que el trabajo rehace en el alma las raíces que le
arranca la muerte. Vuelven los negros humildes, caído el
fuego que en la ‘hora del espanto Ies llameó en los ojos, a
sus quehaceres mansos y su larga prole. Las jó- venes
valientes sacuden en los pórticos repuestos el polvo de las
rosas. Y ríen todavía en la plaza pública, a los dos lados
de su madre alegre, los dos gemelos que en la hora misma
de la desolación na- cieron bajo una tienda azul.
La Nación, Buenos Aires. 14 y 15 de octubre de 1886 0. C.,
t. Il, p. 65- 76.
OBRAS ESCOGIDAS. T. II 71 CORRESPONDENCIA
PARTICULAR
DE EL PARTIDO LIBERAL ESTUDIO INDISPENSABLE
PARA COMPRENDER LOS ACONTECIMIENTOS
VENIDEROS EN LOS ESTADOS UNIDOS.- ANALISIS DEL
MOVIMIENTO SOCIAL, CAUSAS QUE LO PRODUCEN Y
ELEMENTOS QUE LO IMPUL- SAN.- INFLUJO DE LAS
PRACTICAS DE LA LIBERTAD POLITICA EN EL
CARACTER DE LA GUERRA SOCIAL.- EL MOVIMIENTO
SOCIAL ESTA YA EN ACTIVIDAD DEFINITIVA EN LOS
ESTADOS UNIDOS.- DESCOMPOSI- CION DE LOS
FACTORES QUE HAN PRODUCIDO LA PRESENTACION
DE UN CANDIDATO DE LOS OBREROS AL
CORREGIMIENTO DE NEW YORK- LA HISTORIA VIVA.LA LEVADURA DE LA REVOLUCION FRANCESA FERMENTA EN LOS ESTADOS UNIDOS.- CAUSAS
ESPECIALES DE LA DESI- GUALDAD SOCIAL EN
NORTEAMERICA.- LA TIERRA Y LAS CIUDADES.- LIMITE
DE ACCION DE LA LIBERTAD POLITICA: SU EFICACIA Y
SU DEFICIENCIA.- RAZONES DEL ASPECTO ORIGINAL
DEL MOVIMIENTO SOCIAL EN LOS ESTADOS UNIDOS.INFLUJO DE LA INMIGRACION EN EL CARACTER DEL
MOVIMIENTO SOCIAL.-¿ SERA LA LIBERTAD INCJ- TIL?PROBLEMA NUEVO EN POLITICA: CLOS EFECTOS DE LA
EDUCA- CION LIBERAL?- LA LIBERTAD SUAVIZA AL
HOMBRE Y LO HACE ENE- MIGO DE LA VIOLENCIA.ASPECTO, PRESENTE DEL MOVIMIENTO.- FUERZA
DEFINITIVA DEL VOTO.- LOS MOVIMIENTOS SE
CONCENTRAN EN LOS QUE POSEEN EN MAYOR GRADO
SUS FACTORES.- RAZON DE LA CANDIDATURA DE
HENRY GEORGE AL CORREGIMIENTO DE LA CIUDAD
New York, 15 de octubre de 1886 Señor Direclor de El
Partido Liberal:
Se pudren las ciudades; se agrupan sus habitantes en
castas en- durecidas; se oponen, con la continuación del
tiempo masas de inte- reses al desenvolvimiento tranquilo
y luminoso del hombre; en la morada misma de la
libertad se amontonan de un lado los palacios de balcones
de oro, con sus aéreas mujeres y sus caballos mofletu- dos
y ahítos, y ruedan de otro en el albañal, como las
sanguijuelas en su greda pegajosa, los hijos enclenques y
deformes de los traba- jadores, en quienes por la prisa y el
enojo de la hora violenta de la concepción, aparece sin
dignidad ni hermosura la naturaleza. Esta contradicción
inicua engendra odios que ondean bajo nuestras plan- tas
como la fuerza misteriosa de los terremotos, vientos que
caen
sobre las ciudades como una colosal ave famélica,
ímpetus que arran- can a las naciones de su quicio y las
vuelven del revés, para que el aire oree sus raíces. Y
cuando ya parece que son leyes fatales de la especie
humana la desigualdad y servidumbre; cuando se ve
grangrenado por su obra misma el pueblo donde se ha
permitido con menos trabas SU ejercicio al hombre;
cuando SC ve producir a la libertad política la misma
descomposición, ira y abusos que crea
la tiranía más irrespetuosa; cuando se llega a ver vendido
por un ciudadano de la República a cambio de un barril
de harina o de un par de zapatos el voto con que ha de
contribuir a gobernar su pue- blo y mejorar su propia
condición; cuando parece que va a venirse a tierra al peso
de SUS vicios, con -un escándalo que resonaría por
los siglos como resuena tiI eco por los agujeros de las
cavernas, la fábrica más limpia y ostentosa que ha
levantado el hombre a sus derechos, ihe aquí que surge,
por la virtud de permanencia y triunfo del espíritu
humano, y por la magia de la razón, una fuerza reconstructora, un ejército de creadores, que avienta a los
cuatro rumbos los hombres, los métodos y las ideas
podridas, y con la luz de Ia piedad en el corazón y el
empuje de la fe en las manos, sacuden las paredes viejas,
limpian de escombros el -suelo eternamente bello, y
levantan en los umbrales de la edad futura las tiendas de
la jus- ticia! iOh, el hombre es bueno, el hombre es bello, el
hombre es eterno! Está en el corazón de la naturaleza,
como está la fuerza en el seno de la luz. No hay
podredumbre que le llegue a la médula. Cuando todo él
parece cómido de gusanos, entonces brilla de súbito con
ma- yor fulgor, tal cual la carne corrompida brilla, como
para enseñar la perpetuidad de la existencia, y la inefable
verdad de que las des- composiciones no son más que los
obrajes de la luz.
Sí: de esta tierra misma donde el exceso del cuidado
propio so- ioca en los hombres el cuidado público, donde
el combate febril por la subsistencia y la iortuna exige
como contrapeso y estímulo el placer acre, violento y
ostentoso; donde se evaporan abandonadas las vidas de
ternura, idea o desinterés que no han logrado la san- ción
vulgar y casi siempre culpable de la riqueza; de esta
tierra mis- ma, que cría con el grandor de sus medios y la
soledad espiritual de sus habitantes un egoísmo brutal y
frenético, se está levantando con una fuerza y armonia de
himno uno de !os movimientos más sanos y vivos en que
ha empeiiado jamás SU energía el hombre. Es hora de
estudiarlo, hoy que se manifiesta en New York con
inesperado brio, sustentando un candidato ingenuo al
puesto de Corregidor de Ia ciudad, de donde en manos de
los políticos toda virtud parece haber huido. Vuelve a
verse, para pasmo de intrigan- tes y soberbios, que en los
grandes instantes de revolución y crisis, basta la
voluntad de la virtud, tan tarda siempre en erguirse como
segura, para acorralar a los que se disfrazan de ella. Un
niño hu-
72 JosS .Mur/ i OBRAS ESCOGIDAS. T. II 73 reducir a
forma viva. Vale más un detalle finamente apercibido de
IO que pasa ahora, vale más la pulsación sorprendida a
tiempo de una fibra humana que esos rehervimientos de
hechos y generaliza- ciones pirotécnicas tan usadas en la
prosa hrillante y la oratoria. Complace más entender en
sus actos al hombre vivo y acompañar- fo en ellos, que
redorar con mano afeminada sus hechos pasados. Pero
cuando se vive en una ciudad enorme adonde el Universo
en- tero envía sin tregua sus más alborotadas corrientes;
cuando se ve
adelantar a la vez contra los mismos abusos sociales las
lenguas encendidas de todas las naciones, y los pechos
velludos, y los bra- zos alzados, y no se da por fa ciudad
un paso sin que salten a los ojos- como voces que clamen,
la opulencia indiscreta de los unos, y de los otros la
miseria desgarradora; cuando no es posible des- viarse de
las calles cuidadas de los acomodados y los ricos sin que
eI calor de fa batalla suba al rostro, y una ola empuje el
pecho, y se enrosque en la mente una sierpe encendida, al
ver degradarse en el vicio forzoso, en fas cargas inicuas,
en un trabajo sin paga ni des- canso, en una vida que no
da tiempo al amor ni a la luz, el espi’-
ritu de la especie y la nobleza del cuerpo que lo encarna;
cuando au- mentan día a día el refinamiento y provechos
de los indolentes, la desesperación, la desocupación, la
insuficiencia de salarios, el frio cruel, el hambre
espantable de los que trabajan; cuando no hay sol sin
boda de oro en catedral de mármol ni suicidio de un padre
o una madre que por librarse de la miseria se dan muerte
con todos sus hijos; cuando se habla mano a mano en las
plazas con el desocupa- do hambriento, en los ómnibus
con el cochero menesteroso, en los talleres finos con el
obrero joven, en sus mesas fétidas con los ci- garreros
bohemios y polacos; cuando no se tiene el alma vendida a
la ambición y el bienestar, ni se sufre del miedo infame a
la desdi- cha, entonces vuelven a entreverse con realidad
terrible las escenas de horror fecundo de fa Revolución
francesa, y se aprende que en New York, en Chicago, en
San Luis, en Milwaukee, en San Fran- cisco, fermenta hoy
la sombría levadura que sazonó con sangre el pan de
Francia. La libertad política no ha podido servir de
consuelo a los que no ven beneficio alguno inmediato en
ejercerla, ni conservar siem- Pre su independencia de los
empleadores que exigen el voto de los obreros en atención
aI salario que fes pagan, ni tienen en su existen- cia
acerba tiempo para entender, ni ocasión o voluntad de
gozar, el placer viril que produce la participación en los
negocios de la Patria.
Pudiera haber influido suave e indirectamente la libertad
polí- tica en las masas demasiado afligidas o ignorantes
para ejercitarlas, si el goce de ella hubiese creado en los
Estados Unidos condiciones generales de seguridad y
bienestar ignorados en los países donde im- Pera una
libertad incompleta o un gobierno tiránico. Pero la libertad política, considerada erróneamente, aun en nuestros
días, como remate de las aspiraciones de los nueblos y
condición única para su milde, un aprendiz de imprenta,
un grumete, un periodista, un mero
autor de libros, ha estremecido con un volumen claro y
sincero a toda la nación; y cuando los que se ven
representados en él lo alzan por sobre su cabeza para que
los conduzca en sus batallas, tiem- blan a la simple
presencia de este hombre sencillo los pecados pú- blicos,
el cohecho político, el falso sufragio, el tráfico en los empleos, el comercio en los votos, la complicidad de las
castas favo- recidas, la caridad interesada, la elocuencia
alquilona, como viejos viciosos sorprendidos en su sueño
por la luz del alba a los postres de una orgia. Se les ve por
las calles despavoridos, cubriéndose las cabezas con los
mantos, para que no se les descubra lo vil del ros- tro. Los
formidables intereses ligados en paz criminal con los políticos de oficio, que prosperan con fa venta y manejo del
voto pú- blico, ven con estupor la aparición de un hombre
honrado que les disputa el primer puesto de la ciudad,
para inaugurar desde él las batallas ordenadas de votos y
leyes que han de asentar fa Constitu- ción social de la
República sobre nuevos cimientos de justicia.
Para ojos menores, esto que en New York sucede no es
más que la candidatura de Henry George, autor de El
progreso y la pobreza, al corregimiento de la ciudad; pero
para quien tiene por oficio ver, y por hábito ir a buscar
las raíces de las cosas, este es el nacimien- to, con
tamaños bíblicos, de una nueva era humana. Grandes son
nuestros tiempos: es grande el gozo de vivir en ellos: y
como se ha extinguido justamente la fe en las religiones
incompletas que en su infancia deslumbraron el juicio y
lo satisficieron; como el hombre, necesitado por su
naturaIeza de creer, padece de esa sole- dad mortal en
que ningún cuerpo de creencias admisible a la razón ha
venido a sustituir los mitos bellos que se la tenían
oscurecida, es bueno, con las dos manos llenas de flores,
señalar como una cau- sa de fe perpetua ese poder de la
naturaleza humana para vibrar como una novia a los
besos viriles del pensamiento, y surgir con nueva virtud
de su propia degradación y podredumbre.
(Cómo se ha de decir bien en una mera carta de periódico,
escri- ta ahogadamente sobre la barandilla del vapor,
toda la significación de un movimiento que trata de
cambiar pacíficamente fas condicio- nes desiguales en que
viven los hombres, para evitar con un siste- ma equitativo
de distribución de los productos del trabajo la tre- menda
arremetida de los menesterosos por la igualdad social,
que dejaría atrás, y que dejará donde no se la evite, la que
cerró e ilu- minó el siglo pasado en busca de la libertad
política? La historia que vamos viviendo es más difícil de
asir y contar que la que se espuma en los libros de las
edades pasadas: esta se deja coronar de rosas, como un
buey manso: la otra resbaladiza y de numercsas cabezas
como el pulpo, sofoca a los que la quieren
74 Josi Marti OBRAS ESCOGIDAS. T. 11 75 felicidad, no es
más que el medio indispensable para procurar sin
convulsiones el bienestar social: y siendo tal que sin ella
no es apre- ciable la vida, para asegurar la dicha pública,
no basta. La libertad política, que cría sin duda y asegura
la dignidad
del hombre, no trajo a su establecimiento; ni crió aqui en
su desarrollo un sistema económico que garantizase a lo
menos una forma de distribución equitativa de la riqueza;
en que sin llegar a nivela- ciones ilusorias e injustas,
pudiese el trabajador vivir con decoro y sosiego, educar
en honor a su familia y ahorrar para su ancianidad
como el legítimo interés de labor de toda su existencia,
una suma bastante para librarlo del hambre, o de ese
triste trabajo de los víe- jos que de veras es una ignominia
para cuantos no hemos imagina- do aún el modo de
evitarfo: ]los viejos son sagrados! cambiaron, en detalles
de importancia las leyes civiles con el advenimiento de las
libertades públicas, pero no se alteraron las relaciones
entre los me- dios y objetos de posesión y los que habían
de disfrutarla. Luego, hubo que tomar la selva del Oeste,
que fecundar los desiertos de]
Centro, que desnudar de árboles los montes para tender
sobre ellos los ferrocarriles, que emplear para el
sometimiento del país medíos que por la importancia del
objeto y el costo de lograrlo excluían la pequeña
propiedad persona] y requerían la acumulación de los re. cursos y la propiedad de muchos: todo tuvo que ser
gigantesco, en acuerdo con los fines pasmosos de esta
nueva epopeya, escrita por las locomotoras triunfantes
en las entrañas de los cerros, sobre crip- tas, abismos,
llanos y abras, escrita con las balas de los rifles sobre el
testuz de los búfalos y el pecho de los indios.
La tierra, madre de todo bien y universal sustento, fue
repar- tiéndose en forma y cantidades proporcionadas a
los desembolsos y esfuerzos empleados en vencerla. Y a la
raíz misma de aquella batalla de las familias con el suelo
que se retorcía bajo sus pies en el estío, que en invierno
quedaba sepulto bajo silbantes y tormento- sas nevadas,
comenzó la desigual competencia de la propiedad personal del colono con la propiedad combinada. La tierra
pública fue distribuida, con razón o pretexto de empresas
de utilidad genera], a compañías privadas. Si la seca, los
hielos o la competencia arrui- naban al colono, lo
arruinaban por entero, en tanto que en las com- pañías
sólo comprometían los asociados el capital sobrante o
parte de su capital. Así, con otras causas menores, fue en
los campos que- dando la propiedad en. mano de
asociaciones omnipotentes y el co- lono glorioso
reduciéndose a agonizante arrendatario.
En las ciudades también caía el peso de la grandeza
pública sobre los humildes, porque fuera de aquellos
raros casos en que el genio individual se sobrepone a los
obstáculos que impiden su desarrollo, exigía el consumo
extraordinario de la nación empresas que lo abasteciesen,
y no podía levantar frente a ellas las suyas in- felices el
obrero recién venido y solo que, a más de ganar en apariencia un salario mayor que el de su país nativo, entraba
con tal jubilo en el ejercicio de su ser de hombre, que no
hubo en mucho
tiempo espacio en su mente más que para la satisfacción y
la ala- banza.
A esta embriagadora golosina de la libertad politica
acudieron, mas que a las mismas de California Cr a las
próvidas tierras del Oeste, los hombres de todas partes el
mundo, y no los menos estimables e impetuosos, sino
aquellos que aunque criados en al- deas oscuras en la
humildad y en el miedo de lo desconocido, tie- nen en sí
brío suficiente para abandonar el terruño que es toda
su existencia, y desafiar el mar y el extranjero, más feroz
y temible que el mar! Pero con ser tantos los que llegaban
de todas fas aspas de la
rosa de los vientos, los noruegos pelirrojos y espaldudos,
los ale- manes tenaces y tundentes, los italianos brillantes
y mansos, los irlandeses caninos, todavía sobraba
espacio para contenerlos en ]as ciudades en que vaciaba
sus ubres la tierra recién cubierta, en las fabricas que no
producían aún todo lo que la población necesitaba, en las
abras y montes argentíferos, y en los llanos que no se can-
saban de dar trigo y maíz. Y afanados los hombres en
asegurar su prosperidad fueron abandonando poco a
POCO la dirección de su li- bertad polit; ca a los que
halagaban SUS pasiones, o se hacían vo- ceros y patronos
de sus intereses, hasta que. con el ‘hábito de ven- derlo
todo, y de no dar valor sino a lo que tlene precio, llego a
ser costumbre en los Estados enteros, aun entre la gente
acomodada, vender al mejor, ’ postor el voto a que no
veían un provecho palpa- ble e inmediato. Los que no 10
vendían. sin tiempo ni afición para educarse en los
asuntos públicos, lo cedían a los más hábiles o lo- cuaces.
Mientras el espacio excedió en las ciudades y en los
campos a ]a muchedumbre que se aglomeraba en ellos, no
hubo ocasión de notar fa desproporción inconsiderada
con que se había distribuido e] territorio nacional, ni las
condiciones falsas en que se estaban creando 1as
industrias. Pero cuando las fábricas llegaron a pro- ducir
más de lo que el país necesitaba; cuando la tierra que
pedia el colono para trabajar en ella pertenecía de
antemano a empresas que no la trabajaban; cuando el
valor enorme dado al terreno de las ciudades por la obra
común de 10s habitantes reunidos en ellas se volvía en
daño de los mismos que lo producían, obligándoles a
pagar por estrechas e inmundas habitaciones sofocantes
rentas; cuando ni en la tierra ni en las industrias,
poseídas por corporaciones privile- giadas o por
herederos dichosos. podían abrirse camino los trabajadores compelidos a recibir como un favor el derecho de
trabajar en condiciones impías a cambio de un salarlo
insuficiente para su ali-
mento y abrigo; cuando en los mismos campos vírgenes,
sólo el genio y eI crimen podían abrirse paso, a tal punto
que se volvían
76 Jos4 Marti contritos a las repúblicas del Plata los
emigrantes que retornaron de ellas para aumentar en su
patria la fortuna adquirida en la ajena; cuando se palpó
que los inventos más útiles, puestos en ejercicio con
abundancia ilimitada en el país más libre de la tierra,
reproducen en pocos años la misma penuria, la misma
desigualdad, las mismas acumulaciones de riqueza y de
odio, los mismos sobresaltos y ries- gos que en los pueblos
de gobierno despótico o libertad inquieta se han
acumulado con el concurso de los siglos; cuando se
observó definitivamente que la maravilla de la mecánica,
la exuberancia del
suelo, la masa de población, la enseñanza pública, la
tolerancia reli- giosa y la libertad política, combinadas en
el sistema más amplio y viril imaginado por los hombres,
crean un nuevo feudalismo en la tierra y en la indtlstria,
con todos los elementos de una guerra social, entonces se
vio que la libertad política no basta a hacer a los nombres
felices, y que hay un vicio de esencia en el sistema que con
los elementos mas favorables de libertad, población,
tierra y trabajo, trae a los que viven en él a un estado de
odio y descon- fianza constante y creciente, y a la vez que
permite la acumulación ilimitada en unas cuantas manos
de la riqueza de carácter publico. priva a la mayoría
trabajadora de las condiciones de salud, fortuna y
sosiego indispensables para sobrellevar la vida.
Ese es en los Estados Unidos el mal nacional. En otras
tierras de menor pujanza, de más tradiciones, de más
espíritu de familia, de más apego al suelo, las verdades
balbucean largo tiempo antes de convertirse en fórmulas
y en actos, cuando la pelea por ellas ha de acarrear
trastornos públicos, de adelantarse contra hermanos, de
lastimar costumbres veneradas: porque el hombre se ama
tanto, que convierte en objeto de adoración y orgullo las
faltas mismas del suelo en que ha nacido. Pero en los
Estados Unidos, abandonado cada cual a sus esfuerzos
propios, batallando los hombres en su mayoría en una
tierra que no es suya o sólo lo es desde una geY neración,
habituados en poner en práctica, por lo fácil de los medios y lo apremiante de las necesidades, las soluciones
que les pa- recen urgentes r útiles, las ideas arrollan a
poco del nacer, arrollan, sin que las en rente la tradición,
que no existe en este pueblo de recién llegados, ni las
suavice la bondad, apagada en el combate angustioso por
la vida. Por fortuna, la lentitud forzosa en las determinaciones de las grandes masas de población,
esparcida en territorios extensos, reemplaza aquí la
paciencia, indispensable para preparar los cambios
públicos con probabilidades de victoria.
Pero este conflicto social, que con sólo enseñarse en su
primer estado de organización ha puriiicado las
relaciones políticas y em- pequeñecido las cuestiones
transitorias que venían pareciendo prin- cipa! es, no es
como aquellas ideas redentoras que bajan sobre los
pueblos lentamente desde un senado de almas escogidas:
no es despacioso, como todos los movimientos expansivos,
imaginados por OBRAS ESCOGIDAS. T. II 77
los espíritus de caridad para el bien común; sino
batallados y vio- lentos, como todos los movimientos
egoístas, producidos por la masa ofendida en beneficio
propio. Como este conflicto viene de un estado común a
las regiones más apartadas de la República; como este
pueblo es en su mayoría de hombres de trabajo, que ya se
can- san de luchar en desorden por mejoras locales, en
que los vencen casi siempre las empresas poderosas, por
la privación, la fuerza o la astucia; como a esas causas
generales se une la especial y grave de que los errores del
sistema prohibitivo obliga a los empresarios
a. rebajar el sa! ario de los obreros o el número de ellos en
SUS fá- bricas; como su mal es presente y agudo, es la
renta del mes, es la ropa empeñada, es el pan que no
alcanza; como ha entrado en su mente, devastándola por
su misma fuerza de luz, la idea rmpactente de que existe
un medio de vivir sin tanta zozobra e ignominia; como
con hilos de fuego están atando los reformadores de un
cabo a otro de la República las almas que estallan, parece
finfelices! que la paloma anunciadora ha bajado de veras
del cielo y que a todos les ha deslizado en el oído el
mensaje que hace ponerse en pie, ilumi- narse el rostro y
vestirse de fiesta, para recibir dignamente la bienaventuranza.
Los que no han respirado desde su niñez el aire sano de
los pueblos libres; los que vienen febrícitantes y torvos de
los pueblos donde se persigue como un crimen la fatiga
natural del hombre por asegurar su dignidad y bienestar;
los que traen viciado el jui- cio con las ideas violentas que
cría en los espíritus humillados y enérgicos la presión
insensata del pensamiento y del derecho incon- trastable
a investigar las causas de la desdicha y buscar su mejora;
los obreros que vienen de Europa sin la práctica de los
hábitos de la República, con desconfianza en la utilidad y
justicia de las leyes, con el conocimiento indigesto de
teorías sociales en que la fantasía generosa, o cierto
callado despotismo deslucen los más brillantes planes,
esos ansiosos de echar afuera su persona comprimida,
con- densados por la larga espera de su derecho y las
agregaciones de la herencia en seres angélicos sedientos
de martirio, o en criaturas de venganza, apremian a los
obreros norteamericanos o a los que se han hecho ya a los
hábitos libres del país para que intenten por recursos
violentos, como los únicos eficaces, la reforma inmediata
de las condiciones sociales que producen ese fenómeno
vergonzoso e inhumano: la miseria. La miseria no es una
desgracia personal: es un delito público. iSerá ley para el
hombre en la naturaleza lo que no lo es para los
animales? Resulta, pues, que la mayoría necesitada del
país se ha, dado cuenta del malestar que la rebaja y
agobia: que palpando en SI mis- ma sus efectos inquiere
naturalmente sus causas: que como el ham- bre y el
decoro no son tan pacientes como la filosofía, aun antes
de conocer bien las causas se ha determinado a buscar su
remedlo:
que ia inmigración incesante de obreros coléricos incita a
la mayoría inquieta de trabajadores a que vuelque la
fábrica social edificada
78 José Marti OBRAS ESCOGIDAS. T. II 79 con tanta
injusticia, que el hombre que más duramente trabaja en
ella viene a ser reaucido a una condición en que no tiene
todo el alimento que necesita, ni lo tiene seguro, ni puede
criar en honradez la familia que la naturaleza le permite
engendrar, ni goza de la li- bertad y reposo necesarios
para impedir que su espiritu, en vez de cumplir la ley
universal de aumento y elevación, baje a los lindes
mismos de apetito e instinto de la bestia. Estas masas
crecen. Crece la inmi ración que las azuza. Los salarios no
alcanzan a las necesidades. Ti umenta la renta y el precio
de los artículos de vida. El desarrollo de los grandes
inventos sólo aprovecha a las corpora-
ciones que los explotan. Faltan los medios de desenvolver
en paz y con éxito la persona del hombre. Faltan los
medios de ahorrar y competir. Falta el trabajo. Falta la
tierra. Los que padecen, se lo dicen. Los que vienen de
afuera, avivan. Los que poseen, resisten. <Por dónde
echará este mar de fuego? eSe aquietará en la paz, o se
desbordará en la guerra? ¿Ni en los Estados Unidos
siquiera podrá evitarse la guerra social?
CSerá la libertad inútil? {No hay virtud de paz, fuerza de
amor, adelanto del hombre en la libertad? iProduce la
libertad los mis- mos resultados que el despotismo? iUn
siglo entero de ejercicio pleno de la razón no labra
siquiera alguna mejora en los métodos de progreso de
nuestra naturaleza? eNo hacen menos feroz y más
inteligente al hombre los hábitos republicanos?
El hombre, en verdad, no es más, cuando más es, que una
fiera educada. Eternamente igual a sí propio, ya siga
desnudo a Caín, ya asista con casaca galoneada, a la
inauguración de la Estatua de la Libertad, si en lo
esencia) suyo’ no cambia, cambia y mejora en el
conocimiento de los objetos de la vida y de sus relaciones.
Todo el anhelo de la civilización está en volver a la
sencillez y justicia de los repartimientos primitivos. Todo
el problema social consiste acaso en eliminar los defectos
y abusos de relación creados en la época rudimentaria do
la acumulación de la especie, en que todavía vivimos, y
restablecer en la población acumulada las rela- ciones
puras y justas de las sociedades patriarcales. Pero si en lo
esencial no cambia el hombre, no puede ser que
produzcan en él igual resultado al despotismo que lo
retiene dentro de sí, mordido por su actividad,
abochornado por su deshonra, impaciente porque oye de
su interior la voz que le dice que falta a su deber humano
con no ser por entero quien es y ayudar a los demás a ser,
y este otro dulcísimo sistema de la libertad racional del
acto y el pensamiento, que no amontona la voluntad
presa, ni estruja las sienes con ideas sin salida, sino que
tiene al hombre en quietud armoniosa, en el de- coro y
contento de su ser entero y en el equilibrio saludable
entre su actividad y los modos de satisfacerla. No del
mismo modo em- prenden a correr por el llano los potros
sujetos dentro de la cerca que los acostumbrados a pacer
libremente. El espíritu desahogado no obra con tanta
violencia como el espíritu ahogado. El hombre habituado
a ejercitar su fuerza no es tan impaciente, cegable y llevadizo como el que tiene hambre de emplearla. Es
esencialmente distinta la disposición amigable y
respetuosa de los hombres hechos a su soberanía, de la
acción agresiva y turbulenta de los que pa-
decen de sed de ella. El delirio no puede obrar con la
hermosura y fecundidad de la salud. No: no parece que
haya sido vano en los Estados Unidos el siglo de
República: parece al contrario que será posible,
combinando lo interesado de nuestra naturaleza y lo
benéfico de las prácticas de la
libertad, ir acomodando sobre quicios nuevos sin
amalgama de san- gre los elementos desiguales y hostiles
creados por un sistema que no resulta, después de la
prueba, armonioso ni grato a los hombres. Parece que la
organización, aconsejada por la inteligencia y servida sin
ira por la voluntad, suple con ventaja a la revolución,
producto impaciente de la razón mal educada, u ordena la
revolución, para el
caso en que la provocación inicua la haga imprescindible,
de modo que construya cada uno de los actos en que
derribe; y no compromc- ta la suerte pública con los
arrebatos de una cólera o los consejos de una venganza a
que no tienen derecho los redentores. Parece que el hábito
ordenado y constante de la libertad da a los hombres una
confianza en su poder que hace innecesaria la violencia.
Obsérvese lo nuevo. Aquí se ofrece ahora un caso original
en la vida de los pueblos:- están frente a frente los
resultados de la edu- cación libre de la República en
América, y los de la educación tra- dicional o intermitente
de los pueblos de Europa. Cada uno de estos espíritus
pugna por prevalecer, y aconseja medios radicalmen- te
opuestos para llegar al fin que ambos anhelan. La
infusión cons- tante de inmigrantes europeos y los
violentos hábitos que’importan, no ha permitido al
espíritu directo de los Estados Unidos desenvol- verse en
toda la entereza B extensión de su originalidad, que
hubie- ra hecho más patente y ecisivo el conflicto, y más
pura su ense- ñanza histórica; mas ya se alcanza a ver
que el hábito del éxito y la afirmación de la persona que
vienen del ejercicio constante de la libertad política, no
bastan a impedir las desigualdades consiguien- tes a una
organizacion social imperfecta, pero suavizan dentro de
ella los espíritus,, crean el miramiento y respeto comunes,
inspiran repulsión a la violencia innecesaria, y
proporcionan los medios pre- cisos para proponer y
conseguir en paz las pruebas y cambios que allí donde no
hay libertad política efectiva sólo obtienen a medias
la cólera y la sangre. iOh, sí! De la libertad como de la
virtud, está casi vedado ha- blar, por ser tantos los que las
profanan que quien las ama de veras tiene miedo de ser
confundido con ellos: y hasta de mal gusto está ya
pareciendo ser honrado! Pero es cierto que la libertad
favorece
OBRAS ESCOGIDAS T. II 81 sin peligros la expansión y
expresión de las cualidades más nobles del hombre, y más
necesarias para la grandeza y paz de los Estados: lo cual
debe decirse,- por haber muchos que hacen argumento,
para demostrar su ineficacia, de su aparente fracaso allí
donde no se la
ha aplicado con la sinceridad y tolerante espíritu que son
su esencia; y porque en los mismos Estados Unidos, por
causas nacionales aje- nas a ella, han ido endureciéndose
los caracteres, y avillanándose y perdiéndose las
prácticas cívicas, a tal extremo que los que sólo mi- ran a
la superficie pueden asegurar que las costumbres de la
Repú- blica engendran los mismos vicios de las
monarquías privilegiadas y ociosas, sin mantener en
cambio el impetu heroico y la deslumbran- te brillantez
que suelen estas inspirar a sus vasallos. Pero no. En
verdad que en los Estados Unidos el afán exclusivo por la
riqueza ,pervierte el carácter, hace a los hombres
indiferentes a las cuestiones públicas en que no tienen
interés marcado, y no les deja tiempo ni voluntad para
cumplir con su parte de deber en la elaboración y
gobierno del país, que abandonan a los que hacen oficio
de la cosa pública, por ver en e! la desocupación
desahogada y lucrativa. Mas la justicia irrepresible bulle
en el espíritu de los hombres, de alma apostólica, y en los
caracteres sencillos, que pa- decen y ven padecer por la
falta de ella; y donde quiera que los hombres se juntan
crecen los fariseos y se comen las ciudades, pero por
encima de todos ellos, como criatura de eterna luz que
ningún suplicio agobia, surgen Jesús y su séquito de
pescadores. Aquí han brotado, se han ungido, han
abandonado oficios pingües para servir
con más desembarazo a los menesterosos, han puesto en
orden las razones descompuestas de los desdichados: y
ese mismo espíritu de caridad que en los países oprimidos
lleva por el calor de su fuerza divina a la batalla, aquí,
por la fuerza más segura que viene al hombre del empleo
constante de su razón, le conduce a buscar la me- jora de
sus males, la distribución equitativa de los productos del
trabajo, por la agresión incontrastable de la palabra
justa, por el uso inteligente y terco del voto ,- gigante que
deben criar con apa- sionado esmero los pueblos que
acaso lo desdeñan porque no estu- dian su poder y no se
toman el trabajo de educarlo. Pues bien: después de verlo
surgir, temblar, dormir, comerciarse, equivocarse,
violarse, venderse, corromperse; después de ver
acarnerados los vo- tantes, sitiadas las casillas, volcadas
las urnas, falsificados los re- cuentos, hurtados los más
altos oficios, es preciso proclamar, porque es verdad, que
el voto es un arma aterradora, incontrastable y solemne; que el voto es’ el instrumento más eficaz y piadoso
que han imaginado para su conducción los hombres.
Esa es la novedad considerable que el ejercicio de la
libertad política parece haber traído a la resolución del
problema social que se anunció al mundo con tamaños
tremendos a fines del siglo pa- sado, y ha venido
naturalmente a plantearse en la plenitud de sus
elementos al pais donde se reunen con menos trabas y
mejores con-
diciones los hombres Pero con ser tanta esa novedad en la
forma del problema, más importante es el modo original
con que lo han entendido en los Es- tados Unidos los
hombres acostumbrados a .dominar los sucesos y los
elementos. Si en cuanto a los métodos no pudo ser inútil el
há- bito firme de las libertades públicas, tampoco pudo
serlo en cuanto a la concepción del problema. La
costumbre dichosa del norteame- ricano de resolver
prácticamente cada dificultad que va palpando, sin que el
afán de cada dia le dé tiempo para ofuscar su juicio de
antemano con teorías confusas que a la vez rechazan su
cuerpo fa- tigado del combate y su espíritu acostumbrado
a lo directo.
Esa paz en el método, y esa genuinidad en la concepción
del problema, han sido el servicio peculiar e inestimable
de la libertad política, y la sana vida nacional que
produce, a la causa del mejo- ramiento de la sociedad
humana. Casi simultáneamente se produ- jeron en los
Estados Unidos los efectos del malestar social, y los
apóstoles, los estadistas, los organizadores, los agentes
encargados de remediarlo. El hábito de oírlo todo aseguró
desde el primer ins- tante el respeto público a los que
estudiaron el problema con más cariño para los humildes
que miramiento para los poderosos. Y los hombres todos,
hechos aquí a serlo, dieron muestra de sentir un
legítimo orgullo de especie cuando otro hombre se ejerce
y determi- na, aun cuando la preocupación o la propiedad
misma le sean ame- nazadas. Método, formas,
corporación, lenguaje, todo es en este movímien- to social
de los Estados Unidos propio y diverso de como es en
otras tierras. Los mismos sistemas han producido aquí y
allá los mismos efectos; pero la diversa preparación
política ha dispuesto a los hombres de diferente manera
para remediarlos. Las masas, más educadas, no
esperaron a que les marcasen el camino los pensado- res
generosos que en otros países han revelado a los obreros
los males que estos sentían confusamente; sino que de sí
misma, por brote espontáneo y unánime, se concertaron
para buscar el modo de extirpar el mal, mientras que los
meditadores esclarecían sus orige- ’ nes para ir sobre
seguro a curarlo en ellos, y los espíritus de caridad
ardiente, previendo el desorden natural en población
obrera de tan varios elementos y cultura, se ponen
amorosamente de su lado para aconsejarles la acción
acordada y pacífica que ha de acabar porque cada boca
tenga un pan, y cada viejo ahorre para el fin de su vida
una camisa limpia y una almohada blanda.
Un hombre hay en New York en quien dichosamente se
reúnen los elementos de trabajo, juicio y amor que
producen en los Estados Unidos, en robusto arranque, el
combate socia1 más bello, numeroso y breve que hayan
visto los siglos: iasí es, aunque los hombres se resisten,
por soberbia y efecto de visión, a dar proporciones gran-
82 José Marti 7 diosas a lo que ven con sus ojos. 1 Y ese
hombre junta a esas con&- ciones, para tener en si todas
las de la pelea que simboliza la so- segada costumbre de
las prácticas de libertad que dan caracter of)-
einal v modo Dacifico de éxito a la reforma social a que la
mayor la ze 1; iación pirece determinada. Enseña el
estudio hondo de los movimientos humanos que estos
tienden a concentrarse en quien reune en si los factores
que los i#!- pulsan y que el éxito de los caudillos depende
del grado e inten@- dad en que posean los caracteres del
movimiento que encabezan- Rápido crece el movimiento
obrero, en acuerdo lógico con las demas manifestaciones
de la vida en este país de la acumulación mara\ rl- llosa y
la existencia directa. Anda confuso, como todo lo que
natie. aunque para confirmar con esto la virtud de la
libertad, más se ha* esclarecido aqui en cinco años los
origenes del mal social que en 3” siglo entero de planes
europeos. Determinado, sin embargo, el rno- vimiento
obrero a intentar en paz sus proyectos de reforma, con la
urgencia impuesta por la naturaleza y verdad de los
males palpa- bles y crecientes que lo producen, resulta
que al presentarse bn
New York la primera ocasión de exhibir su poder y
voluntad en ufla seria contienda politica, se precipita
rápido en sus actos, y confub” en sus fines a pelear con
impetu apostólico, con ala de agulla, cOn júbilo de fe, por
establecer su decisión e influjo, poniendo en la silla de
Corregidor de la ciudad al hombre de armoniosa cabeza Y
espíritu apacible que por su origen de trabajador, por la
fuerza- de bu piedad, por lo directo y primario de su
pensamiento, por el carácter
agresivo de su meditación; por su hábito arraigado de las
liberta- des públicas, reúne en su augusta sencillez, hasta
en lo osado y dis- cutible de sus planes, los elementos de
fondo y forma de la revolu-
ción pacifica que representa. Así ha venido, juntándose
.como. en toda hora critica la virtdd los que necesitan de
ella, a ser Henry George, antes de un libro d. e fuerza
bíblica el candidato de los obreros de New York para el
ofl- cio de Corregidor de la ciudad. Y de allí, al porvenir.
El Partido Liberal, México, 4, 5 y 6 de noviembre de 1886,,
Otras crónicas de Nueva York, investigación,
introducclop e “lndice de carta:; por Ernesto Mejía
Sánchez, La Habana, Centro de Estudios Martianos y
Editor1
de Ciencias Sociales, 1983, p. 6578.
CORRESPONDENCIA’PARTICULAR
DE EL PARTIDO LIBERAL LA MUJER
NORTEAMERICANA.- LA “MULA- I- A” LUCY PARSONS
MESTIZA DE MEXICANO E INDIO.- LUCY PARSONS
RECORRE LOS ESTÁDOS UNI- DOS HABLANDO EN
DEFENSA DE SU MARIDO, CONDENADO A MUERTE
ENTRE LOS ANARQUISTAS DE CHICAGO. LA SENTENCIA
NO HA AME- DRENTADO A LAS ASOCIACIONES DE
ANARQUISTAS. L~ CY PARSONS EN NUEVA YORK.- SU
ELOCUENCIA.- ESCENA MEMORABLE EN CLARENDON
HALL.- CARACTER VIRIL DE LA MUJER
NORTEAMERICANA Y SU RA- ZON.- UNA MUJER DECIDE
EL DEBATE EN UNA CONVENCION POLITI- CA.- LA
MUJER COMO ORGANIZADORA Y EMPRESARIA.- LA
MUJER EN LOS TEATROS: HELEN DAUBRAY: LILIAN
OLCOT Y LA FEDORA
DE SAR DOU.- MRS. LANGTRY New York, 17 de octubre de
1886 Señor Director de EL Partido Liberal:
“Santo es el mismo crimen, cuando nace de una semilla de
jus- ticia. El horror de los medios no basta en los delitos
de carácter público a sofocar la simpatía que inspira la
humanidad de la inten- ción. El verdadero culpable de un
delito no es el que lo comete, sino el que provoca a
cometerlo”: eso parecia decir ayer a los que la
observaban de cerca la reunión de los anarquistas en New
York. ¿Y se creia que la sentencia a muerte de los siete
anarquistas de C’hicago, los convictos en el proceso de la
bomba, los había hecho enmudecer? iComo una
condecoración llevan al pecho desde en- tonces hombres y
mujeres que antes: se reunen con la rosa encarnada!
Ahora parecen más más frecuencia: afirman con más
atrevi- miento sus ideas! se ven injustamente miserables;
desesperan de l? posibilidad de reducir al mundo por la
ley a un sistema equita- tlvo; se sienten como purificados
y glorificados por el espiritu hu- manitario de sus
dogmas; se convencen de que la civilización que usa la
pólvora para hacer cumplir su concepto de la ley, no es
más legal ante el alma del hombre que la reforma, que,
para hacer cum- Plir la ley tal como la concibe, usa la
dinamita, que no es más que Pólvora concentrada. Y
como cualquiera que sea el extravio de sus medios y la
locura de su propaganda, es verdad que esta y aquellos
OBRAS ESCOGIDAS. T. II 85 84 IosS Morfi arrancan de un
espíritu de justicia ofendido en las clases humildes siglo
sobre siglo, y de una compasión febril por los dolores del
li- naje humano, resulta, hoy como siempre, que el mundo
se dispone a olvidar las manchas rojas que deshonran la
mano, atraido por el rayo de luz que brota de la frente: y
que un grano de piedad basta a excusar una tonelada de
crimen. En la certeza de sus móviles humanitarios toman
fuerza para arrostrar el martirio de estas criaturas de
juicio desequilibrado, ya por la viveza e intensidad de sus
penas, ya porque no es la fetidez de los agujeros de los
artesanos buen lugar de cría para la divina paciencia con
que soportan el ultraje los redentores. Si a duras penas
concibe cada civilización un Jesús, ¿cómo se pretende que
sea un Jesus cada uno de estos pobres trabajadores? Así
al ver próximos a morir a siete de sus compañeros en la
horca, no se paran a pensar en que de sus manos salió un
proyectil de muerte, porque no ven su pro- yectil más
crimin. al que la bala de un soldado, que también sale a
matar en la batalla sin saber adónde: sólo ven que van a
morlr sus siete amigos por el delito de buscar
sinceramente el que ellos miran como modo de hacer feliz
al hombre; y los arrebata, esa es la verdad, la misma
voluptuosidad de sacrificio que poseyó cuando la iglesia
virgen a los mártires cristianos. iAh, no: no es en la rama
donde debe matarse el crimen, sino en la raíz. No es en los
anarquistas donde debe ahorcarse el anarquismo, sino en
la injusta desigualdad social que los produce.
Aquí el aire está cargado de estos problemas: no hay otra
cosa en el aire: se oye el ruido cercano de la cólera: en
New York los trabajadores, partidarios de la
nacionalización de la tierra están a punto de sacar a su
apóstol Henry George mayor de la ciudad: en Richmond
hay un Congreso de Caballeros del Trabajo, que hace
alarde de simpatía a la raza negra: en todos los Estados
los gre- mios de obreros entran en masa en la política, y
en algunos triun- fan de lleno B eligen casi sin obstáculos
a la Legislatura y al Go- ternador: to avía funcionan por
encima, como actores segundones que entretienen la
escena, los partidos y personajes que ha perdido con el
uso de eficacia y pureza; pero de todas partes se asiste a
la elaboración de una fuerza tremenda: nadie se oculta la
importancia de los nuevos sucesos: es preciso hablar de
esto. Sí: los anarquistas no temen al sacrificio, y aun lo
provocan, como los héroes cristianos. Sus sufrimientos
explican su violencia; pero esta misma parece. menos
repugnante por la generosa pasión que lo inspira. Y se ve
aquí, como en aquellos tiempos de almas, que esa
exuberancia de amor al hombre crea lazos más fuertes
entre los que la sienten en común, y da al cariño de los
amantes y a los deberes de familia una poesía e
intensidad que les visten de flores el martirio.
Ayer mismo se asistió en New York a una escena de
interés penetrante y extraordinario. En ninguna iglesia
de la ciudad hubo ayer domingo un sacerdote más
ferviente; ni una congregación más atribulada, que en
Clarendon Hall, el salón de los desterrados y los pobres.
Pugnaba en vano la concurrencia de afuera por entrar en
la sala atestada, donde hablaba a los anarquistas de New
York, alemanes en su mayor parte, la Lucy Parsons, la
“mulata” elocuen- te, Lucy Parsons, la esposa de uno de
los anarquistas condenados en Chicago a la horca. El
sábado ilegó. Anda hablando de ciudad en ciudad para levantar la opinión pública contra la ejecución de la
sentencia a muer- te. En la estación la esperaban un
centenar de personas, y entre ellas muchas mujeres y
niños. Todas las mujeres la besaron: Ilora- ban casi
todas: dos niñas le ofrecieron un ramo de rosas rojas: “La
bandera roja”, dice ella, “no significa sangre: significa
que las grandes fábricas donde hoy se asesina el alma y
cuerpo de los niños, se convertirán pronto en verdaderos
kindergartens.” Sabe de evolución y de revolución, y de
fuerzas medias, de todo lo cual habla con capacidad de
economista lo mismo en inglés que en cas- tellano. “La
anarquía está”, según ella, “en su estado de evolución:
luego vendrá la revolución, si es imprescindible: y luego
la justi- cia.” “La anarquía no es desorden, sino un nuevo
orden.” He aquí cómo ella misma la describe, con sus
propias palabras: “Pedimos la descentralización del
poder en grupos o clases. Los agricultores proveerán a la
comunidad con un tanto de los productos de la tierra, con
otro tanto de zapatos los zapateros los sombrereros con
otro tanto de sombreros, y así cada úno de los grupos, de
modo que quede cubierto el consumo nacional; del que se
publicará una cuida- dosa estadística. La tierra será
poseida en común, y no habrá por consiguiente renta, ni
intereses, ni ganancias, ni corporaciones, ni el poder del
dinero acumulado. No pesará sobre los trabajadores la
?area brutal que hoy pesa., Los niños no se corromperán
en las fábricas, que es lo mismo que corromper a la
nación; sino irán a los museos crepúscu o f a las escuelas.
No se trabajará desde el alba hasta el y los obreros
tendrán tiempo de cultivar su mente y sa- lir de la
condición de bestia en que viven ahora. El que trabaje comerá, dentro de nuestro sistema, y el que no, perecerá, lo
mismo que hoy: pero no se amontonarán capitales locos,
que tientan a todos los abusos: no habrá dinero de sobra
con que corromper a los legis- ladores y a los jueces: no
habrá la miseria que viene del exceso de la producción,
porque sólo se producirá en cada ramo lo necesario para
la vida nacional.” De todo esto, por supuesto, sólo se
puede considerar el buen deseo, y la verdad de los dolores
punzantes que por serlo tanto llevan los planes de
reforma a tal exceso. En esos planes falta el espacio
preciso para el crecimiento irrepresible de la naturaleza
humana, que es ‘la base de todo sistema social posible;
porque un conjunto de hombres, sólo por transición y
descanso puede ser dis-
86 losé Martí tinto de como el hombre es: lo innatural,
aun cuando sea lo per- fecto, no vive largo tiempo. El
hombre tratará de satisfacer siempre en lo tangible del
mundo su ansia de lo desconocido e inmenso.
OBRAS ESCOGIDAS. T. II 87 A Lucy Parsons le dicen
mulata por su color cobrizo. Es mestiza de indio y
mexicano. Tiene el pelo ondeado y sedoso: la frente clara,
y alta por las cejas: los ojos grandes, apartados y
relucientes; los labios llenos; las manos finas y de linda
forma. Viste toda de brocado negro: usa largos
pendientes: habla con una voz suave y sonora, que parece
nacerle de las entraFas, y conmue. ve
las de los que la escuchan. ¿Por qué no ha de declrse? Esa
muler habló ayer con todo el brío de los grandes
oradores. Rebosaba !a pena: es verdad, en los corazones
de los que la oían: y, auditor10 conmovido quiere decir
orador triunfante; pero a ella, mas que del arte natura1
con que gradúa y acumula sus efectos, le viene su poder
de elocuencia de donde viene siempre, de la intensidad de
!a con- vicción. A veces su palabra levanta ampollas,
como un latlgo; -de pronto rompe en un arranque cómico,
que parece roído con lablos de hueso, por lo frío y lo duro;
sin transición, porque 10 vasto de su pena y creencia no la
necesitan, se levanta con extraño poder a lo patético, y
arranca a su voluntad sollozos y lagrlmas. Momentos
hubo en que no se percibía más ruido en la asamblea que
su voz inspirada, que fluía, lentamente de sus labios,
como globos de fue-
go, y la respiración anhelosa de los que retenían por oírla
1~ s so- Ilozos en la garganta. Cuando acabó de hablar
esta mestlza de mexicano e indio, todas las cabezas
estaban inclinadas, como cuan- do se ora, sobre los
bancos de la iglesia, y parecía la sala henchida, un campo
de espigas encorvadas por el viento. No desenvuelve la
palabra *graciosamente, sino la emite con la violencia de
la catapulta. Los ojos ora le relampaguean, ora se le
llenan de llanto: adelanta el brazo con lentitud, como si lo
retuvie- se al extenderlo: todo en ella parece invitar a
creer y subir.. SU
discurso de puro sincero, resulta literario. Ondea sus
doctrmas, como ‘& a bandera: no pide merced para los
condenados a muerte, para su propio marido sino
denuncia las causas y cómplices de
la miseria que lleva a los hombres a la desesperación, dice
que en la reunión en que estalló la bomba, la policía se
echó enclma de los hombres y mujeres con el revólver en
la mano y el asesinato en los ojos: los anarqu. istas
llevaron allí la bomba, para reslstlr, como la policía llevó
el revólver, para atacar: “iMiente”; exclama, “el que
diga que Spies y Fischer arrojaron la bomba!” No se
abochorna de confesar sus hábitos llanos: “Fischer”, dlce,
“estaba entonces tomando cerveza conmigo en un salón
cercano. {Quién ha dicho en el proceso que vio tirar la
bomba, a ninguno. de los condenapos? <Acaso los que van
a matar llevan a ver el crlmen, como llevo mi marido, a su
mujer y a sus hijos?” “iAh, la prensa, las clases ricas, el
miedo a este levantamiento formidable de nuestra justicia
ha falseado la verdad en ese proceso ridículo e inicuo!
Alguno, in- dignado por el asalto de los policías, lanzó la
bomba que causó las muertes: <qué culpa tiene el dolor
humano de que la ciencia haya puesto a su alcance la
dinamita?” Cuando habla de la miseria de los obreros
halla frases como esta : “Oigo vibrar y palpitar las
fábricas inmensas; pero sé que hay mujeres que tienen
que andar quince millas al día para ganar una miserable
pitanza.” “Decid que no es verdad, a los que os dicen que
aquí se adelanta. Cuando a mis propios ojos andaban en
Chicago descalzos diez mil hijos de obreros, en
Washington se pre- sentaba en un baile una señora con
todo el vestido Ileno de dia- mantes, que valían $850 000:
y otra llevaba en el pelo $75 000, y el pelo después de todo
no era suyo! !No! no es bueno que los ojos de vuestros
hijos pierdan su luz puliendo esos diamantes” “iOh, pobre
niño de las fábricas”. ,- seguía diciendo con el cuerpo
inclina- do hacia adelante, con la voz convulsa, con las
manos tendidas a su auditorio en gesto de plegaria,-“ oh,
pobre niño de las fábricas: las lágrimas que ahora hacen
correr por tus mejillas la avaricia y la brutalidad, se
transformarán pronto en caricias y en besos. Los
hombres que las ven correr las secarán con sus robustos
brazos. No los detendrá en su camino de justicia el
hambre, la mentira ni la horca, sino se erguirán y
padecerán como sus padres bravamente, y salvarán por
sobre sus cabezas, si es preciso a sus hijos!”
tas, En este instante, la concurrencia que se apretaba a
las puer- aprovechando el silencio de emoción que acogió
estas palabras, braceó por entrar en la sala. No podían.
“iHurrah”, gritó una voz, “hurrah por los anarquistas de
Chicago!” Por un impulso unánime saltó sobre sus pies la
concurrencia. Dicen que temblaban las me- jillas de ver
aquella escena. Les corrían las lágrimas a los hombres
barbados. Las mujeres, de pie sobre los asientos, movían
sus pa- ñuelos. Las niñas gritaban “hurrah” alzando sus
manecitas, subi- das sobre los hombros de sus padres.
!Hay tanto triste en el mundo que de recordar estas cosas
se aprieta involuntariamente la gargan- ta! La marsellesa
unió a ese arrebato sus notas eternas. Singular
espectkulo, el de esa mujer que recorre los Estados Unidos
pidiendo desde los escenarios, desde las aceras, desde las
plazas públicas, justicia para su propio esposo condenado
a muerte. Pero no parece .tan raro si se observa la
prominencia curiosísima de la mujer ‘en la vida
norteamericana. No se trata sólo de aquel rudo
desembarazo y libertad afeadora de que aquí la mujer
goza; sino de la condensación de ellas, con el curso del
tiempo, en una fuerza viril que en sus efectos y métodos se
confunde con la fuerza del hombre. Esta condición, útil
para el individuo y funesta para la especie, viene de la
frecuencia con que la mujer se ve aquí aban- donada a sí
mi$ ma, de lo mudable de la fortuna en este país de
atrevimiento, y de lo inseguro de las relaciones
conyugales. Aque-
88 Josi Marti -
OBRAS ESCOGIDAS. T. II 89 Ila encantadora dependencia
de la mujer nuestra, que da tanto se- ñorío a la que la
sufre, y estimula tanto al hombre a hacerla grata, aquí se
convierte en lo genera! por 10 interesado de los espíritus
en una relación hostil, en que evaporada al alba de la
boda, el hombre
no ve más que la obligación, y la mujer más que su
comodidad y su derecho. Ni cede la mujer tan dulce y
ampliamente a su misión de darse, como se da a la noche
la luz de las estrellas; sino que, por lo áspero e
independiente de la existencia, el amor va quedando en
ellas, cuando no muerto, amenguado hasta su expresión
fea de! sentido: y como sólo se aperciben de él en esta
forma tediosa e in- termitente, tiénenlo en mucho menos
que la independencia que con- viene a sus espíritus sin
cariño. En otros casos desenvuelve la persona de la mujer
su larga soledad, las pruebas de una vida sin simpatía ni
apoyo, o el disgusto de un bruta! marido. Y así se ve
vencer a muchas mujeres en la lucha de la vida por su
intrepidez y su talento, no sólo en los gratos oficios de
arte y letras que re- quieren delicadeza e imaginación;
sino en la creación y manejo ye empresas complicadas, en
el desempeño trabajoso de empleos naclo-
nales, y en la fatiga de los combates políticos. Pero esta
victoria es genuina y absoluta, independiente de todo
encanto de sexo y de la extravagancia y ridiculez con que
aquí mismo se distinguía! hasta hace poco las tentativas
de la mujer por emplearse en los ofl- cias del hombre.
No hay día en verdad, sin caso notable. Hace unas dos
semanas luchaban con escándalo los partidarios de una
Convención política, y fueron vanos durante días enteros
los empeños de calmarla, hasta que una señora que
disfruta de. buen nombre de abogado expuso con tal
lucidez las quejas de una y otra parte, y los llamó a razón
en un discurso tan lógico, que la Convención votó con ella,
y hoy la miran como árbitro de la política de! Estado, sin
que la acuse na- die de “media azul”, como llaman aqui a
las marisabidillas, antes dicen que lleva su triunfo con
sencillez y modestia.
En New York crece a ojos vistos la fortuna de una bella
señora que se vio caer en un día de lo más alto de la
riqueza a la miseria en su palacio vacío: le quedaban sus
muebles inútiles, sus hijos sin
pan, su puerta sin amigos y su ,narido en fuga. Sabía que
en una tienda de objetos de arte apreciaban mucho el
gusto fino de que había dado muestras cuando compraba
en su hora de abundancia las lindas chucherías de que
tiene aún llena su casa: y la aristocrá- tica mujer que ter:
ía fama en las mayores ciudades de Estados
Unidos, de rica y hermosa, ofreció sus servicios como
vendedora a la tienda de objetos artísticos. Llamaron
pronto la atención a los parroquianos el tino de sus
consejos, y la gracia con que disponía las compras en sus
casas. Empezaron a comisionarla para que alha- jase
casas enteras. Se puso al oficio con una bravura de
domadora. Con sus primeros ahorros imprimió
circulares. Y en tres años ape- nas ha levantado con su
industria tan amplio modo de vivir que ya puede habitar
su casa propia, a donde ha vuelto por camino más
seguro a manos de la mujer el lujo que se perdió en ella a
manos del esposo. Y hoy mismo se lee en los diarios otra
curiosa noticia. Acá se ha zurcido una compañía de ópera
americana, compuesta de alema- nes, franceses, suecos,
italianos, y una bailarina de Boston: y la verdad es que el
año pasado no cantaron mal, y está en vías de for- marse
permanentemente con sus productos un Conservatorio de
música, donde de veras aprendan arte los aficionados
americanos. En un año se puso en .pie la empresa,
contrató gran número de artis- tas, creó un cuerpo de
baile; representó en los teatros mejores de los Estados
Unidos, ganó lindamente ciento cincuenta mí! pesos.
Porque sólo por ser americana, se llenaban los teatros de
gente. ¿Y quien sacó sobre sus hombros toda esta obra?
Una señora rica, que la concibió y puso en práctica; que
reunió entre amigos la pri- mera suma, que organizó a su
modo la administración, y que ahora, dejando sin pena su
casa de New York, está en San Luis agencían-
do la colecta de unos cincuenta mi! pe; os que necesita
para llevar a término su empresa favorita. En los teatros,
no sólo triunfan las damas como actrices, sino como
organizadoras y dueñas. Helen Daubray, que es
americana a pesar de lo francés de! nombre, ha
establecido por primera vez, en un teatro en bancarrota,
el drama nativo: un drama que dicen bello, aunque las
escenas de más vida suceden en una estación de telégrafos, y descarrilamientos y telegramas figuran entre los
recursos de la trama: dos trenes chocan en la escena: la
heroína se decide en su deber de telegrafista a poner un
despacho que ha de costarle su propia ventura. En otro
teatro, Lilian Olcot, una actriz sin talento, compra a
Sardou mismo en París e introduce aquí con pompa, esa
rapsodia desconocida y brillante que morirá con Sarah
Bernhardt y sus decoraciones, a quienes debe la majestad
e interés aparente que la salvan, porque fuera de la
habilidad de zurcidor que en algu- nas escenas maravilla,
es Fedora una desmayadísima invención, en que no vibra
!a humanidad, ni el interés cubre los huecos de la armadura, ni se levanta un carácter. Y Mrs. Langtry, con su
talle de flor, tiene lleno de aromas, y de música maga y
sutil el teatro de la Quinta Avenida donde, realzando con
un talento verdadero su exquisita hermosura, representa
con la compañía de que es cabeza esa finísima comedia de
Sardon Nos Intimes, que en inglés se llama El peligro de
una esposa. No parece mujer, sino lira, o jazmín que
anda.
El Partido Liberal, Mexico, 7 de noviembre de 1886. Otras
crónicas de Nueva York, investigación, introducción e
“fndice de cartas” por Ernesto Mejía Sánchez, La Habana,
Centro de Estudios Martianos y Editorial de Ciencias
Sociales, 1983, p, 79- 86.
OBRAS ESCOGIDAS. T. II 91 FIESTASDELAESTATUADE
LALIBERTAD
BREVE INVOCACION.- ADMIRABLE ASPECTO DE NUEVA
YORK EN LA MAIPANA DEL 28 DE OCTUBRE.- LOS
PREPARATIVOS DE LA PARADA.- EL ESCULTOR
BARTHOLDI.- APARICION DE LA ESTATUA.- EL FRAGOR
DE LOS SALUDOS.- IMPONENTE ESCENA.- LA PLEGARIA
DEL SACERDO- TE.- CLEVELAND Y SU DISCURSO.- LA
BENDICION DEL OBISPO.- iADIOS, MI UNICO AMOR!
Nueva York, octubre 29 de 1886 Señor Director de La
Nación:
Terrible es, libertad, hablar de ti para el que no te tiene.
Una fiera vencida por el domador no dobla la rodilla con
más ira. Se conoce la hondura del infierno, y se mira
desde ella, en su arrogan- cia de sol, al hombre vivo. Se
muerde el aire, como muerde una hiena el hierro de su
jaula. Se retuerce el espiritu en el cuerpo como un
envenenado. Del fango de las calles quisiera hacerse el
miserable que vive sin libertad la vestidura que le asienta.
Los que te tienen, oh li- bertad, no te conocen. Los que no
te tienen no deben hablar de ti,
sino conquistarte. Pero levántate ;oh insecto! que toda la
ciudad está llena de águi- las. Anda aunque sea a rastras:
mira, aunque se te salten los ojos de vergüenza.
Escúrrete, como un lacayo abofeteado, entre ese ejér- cito
resplandeciente de señores. iAnda, aunque sientas que a
pedazos se va cayendo la carne de tu cuerpo! iAh! pero si
supieran cuánto lloras, te levantarían del suelo, como a
un herido de muerte: iy tú
también sabrias alzar el brazo hacia la eternidad!
Levántate, oh insecto, que la ciudad es una oda. Las
almas dan sonidos, como los más acordes instrumentos. Y
está oscuro, y no hay sol en el cielo, porque toda la luz
está en las almas. Florece en las entrañas de los hombres.
ilibertad, es tu hora de llegada! El mundo entero te ha
traído hasta estas playas, tirando de tu carro de victoria.
Aquí estás como el sueño del poeta, grande como el
espacio de la tierra al cielo.
Ese ruido es el cíel triunfo que descansa. Esa oscuridad
ncl es la del dia lluvioso, ni del pardo octubre, sino la del
polvol sombreado por la muerte, que tu carro ha
levantado en su camino. Yo los veo, con la espada
desenvainada, con la cabeza en las manos, con los
miembros deshuesados como un montón informe, con las
llamas enroscadas alrededor del cuerpo, con el vapor de
la vida escapándose de su frente rota en forma de alas.
Túnicas, armadu- ras, rollos de pergamino, escudos,
libros, todo a tus pies se amasa y resplandece; y tú
imperas al fin por sobre las ciudades del interés y las
columnas de la guerra ioh aroma del mundo! ioh diosa
hija del
hombre! El hombre crece: imira como ya no cabe en las
iglesias y escoge el cielo como único templo digno de
cobijar a su deidad! Pero tú, oh maravilla, creces al
mismo tiempo que el hombre; y los ejércitos, y la ciudad
entera, y los barcos empavesados que van a celebrarte
llegan hasta tus plantas veladas por la niebla, como las
conchas de colores que sacude sobre la roca el mar
sombrío, cuando el espí- ritu de la tempestad, envuelto en
rayos, recorre, el cielo en una nube negra. iTienes razón,
libertad, en revelarte al mundo en un día oscuro, porque
aún no puedes estar satisfecha de ti misma! iY tú, corazón
sin fiesta. canta la fiesta!
Ayer fue, día 28 de octubre, cuando los Estados Unidos
acepta- ron solemnemente la Estatua de la Libertad que
les ha regalado el pueblo de Francia, en memoria del 4 de
Julio de 1776, en que declararon su independencia de
Inglaterra, ganada con ayuda de sangre francesa. Estaba
áspero el día, el aire ceniciento, lodosas las calles. la
llovizna terca; pero pocas veces ha sido tan vivo el júbilo
del hombre. Sentiase un gozo apacible, como si suavizase
un bálsamo las almas: las frentes en que no es escasa la
luz la enseñaban mejor, y aun de los espíritus opacos
surgía, con un arranque de ola, ese delicioso instinto del
decoro humano que da esplendor a los rostros más
oscuros.
La emoción era gigante. El movimiento tenía algo de
cordille- ra de montañas. En las calles no se veía punto
vacío. Los dos ríos parecian tierra firme. Los vapores,
vestidos de perla por la bruma, maniobraban rueda a
rueda repletos de gente. Gemia bajo su carga de
transeíntes el puente de Brooklyn; Nueva York y sus
suburbios, como quien está invitado a una boda, se
habían levanta- do temprano . Y en el gentío que a paso
alegre llenaba las calles no había cosa más bella, ni. los
trabajadores olvidados de sus penas, ni las mujeres, ni los
niños, que los viejos venidos del campo, con su corbatín y
su gabán flotante, a saludar en la estatua s ue lo conmemora el heroico espíritu de aquel marqués de Lafayet
e, a quien
92 José Marti OBRAS ESCOGIDAS. T II 93 de mozos
salieron a recibir con palmas y con ramos, porque amó a
Washington y lo ayudó a hacer su pueblo libre.
Un grano de poesía sazona un siglo. iQuién no recuerda
aquella amistad hermosa? Grave era Washington y de
más edad: a Lafayette no le asomaba el bozo; pero en los
dos había, bajo diversa envoltura, aquella ciega
determinación y facultad de ascenso en que se confunden los grandes caracteres. Mujer y monarca dejó
aquel noble niño por ayudar a las tropas infelices que del
lado de América echa- ban sobre el mar al rey inglés, y
ponían en sublimes palabras les mandamientos de la
Enciclopedia, por donde la especie humana anun- ció su
virilidad, con no menor estruendo que el que acompañó la
revelación de su infancia en el Sinaí. Iba la auror, a con
aquel héroe de cabellos rubios; y el hombre en marcha
gustaba más a su alma fuerte que la pompa inicua con
que en los hombros de vasallos hambrientos como santo
en andas sobre cargadores descalzos, paseaba con luces
de ópalo la majes-
tad. Su rey le persigue, le persigue Inglaterra; pero su
mujer le ayuda. ]Dios tenga piedad del corazón heroico
que no halla en el hogar acogida para sus nobles
empresas! Deja su casa, y su riqueza re- gia: arma su
barco: desde su barco escribe: “fntimamente unida a la
felicidad de la familia humana está la suerte de América,
des- tinada a ser el asilo seguro de la virtud, la tolerancia
y la liber- tad tranquila.” ]Qué tamaño el de esa alma, que
depone todos los privilegios de la fortuna, para seguir en
sus marc’has por la nieve a un puñado de rebeldes mal
vestidos! Salta a tierra: vuela al con- greso continental:
“Quiero servir a América como voluntario y sin paga.” En
la tierra suceden cosas que esparcen por ella una cla-
ridad de cielo. La humanidad parecía haber madurado en
aquel cuerpo joven. Se muestra general de generales. Con
una mano se sujeta la herida para mandar a vencer con la
otra a los soldados que se preparaban a la fuga. De un
centelleo de la espada recoge la columna dividida por un
jefe traidor. Si sus soldados van a pie, él va a pie. Si la
república no tiene dinero, él que le da su vida, le adelanta
su fortuna: ]he aquí un hombre que brilla, como si fuera
todo de oro! Cuando su fama le ha devuelto el cariño de su
rey, ve que puede aprovechar el odio de Francia a
Inglaterra para echar de América a los ingleses abatidos.
El congreso continental le ciñe una espada de honor, y
escribe al rey de Francia: “Recomendamos este noble
joven a vuestra ma- jestad por su prudencia en el consejo,
su valor en el campo de ba- talla, y su paciencia en las
privaciones de la guerra.” Le pide alas al mar. Francia, el
primero de los pueblos, se cuelga de rosas para recibir a
su héroe. “] Es maravilla que Lafayette
no se quiera llevar para su América los muebles de
Versalles!” dice el ministro francés, cuando ya Lafayette
cruza el océano con los auxi- lios de Francia a la república
naciente, con el ejército de Rochambeau y la armada de
De Grasse. Washington mismo desesperaba en aquellos
instantes de la vic- toria. Nobles franceses y labriegos
americanos cierran contra el inglés Cornwallis y lo
rinden en Yorktown. Así aseguraron los Estados Unidos
con el auxilio de Francia ]a independencia que
aprendieron a desear en las ideas francesas. Y es tal el
prestigio de un hecho heroico, que aquel marqués esbelto
ha bastado para retener unidos durante un siglo a dos
pueblos di- versos en el calor de] espíritu, la idea de la
vida y el concepto mis- mo de la libertad, egoista e
interesada en los Estados Unidos, y en Francia generosa y
expansiva. iBendito sea el pueblo que irradia!
Sigamos, sigamos por las calles a la muchedumbre que de
todas partes acude y las llena: hoy es el día en que se
descubre el monu- mento que consagra la amistad de
Washington y de Lafayette. Todas las lenguas asisten a la
ceremonia. La alegría viene de la gente llana. En los
espíritus hay mucha bandera: en las casas poca. Las
tribunas de pino embanderadas es- peran, en el camino de
la procesión, al Presidente de la República,
a los delegados de Francia, al cuerpo diplomático, a los
goberna- dores de Estado, a los generales del ejército.
Aceras, portadas, balcones, aleros, todo se va cuajando de
g, o- zoso gentio. Muchos van por los muelles, a esperar la
procesron naval, los buques de guerra, la flota de
vapores, los remolcadores
vocingleros que lleiarán los invitados a la Isla de Bedloe,
donde, cubierto aún el rostro con el pabellón francés,
espera sobre SU pe- destal ciclópeo la escultura. Pero los
más afluyen al camino de la gran parada. Acá llega una
banda. Allá viene un destacamento de bomberos, - con su
bomba antigua, montada sobre zancos: visten de calzón
ne-
gro y blusa roja. Abre paso el gentío a un grupo de
franceses, que van locos de gozo. Por allí llega otro grupo:
uniforme muy lindo, todo realzado de cordones de oro,
gran pantalón de franja, chacó con mucha pluma,
mostacho fiero, cuerpo menudo, parla bullente, ojo
negrísimo: es una compañía de voluntarios italianos. Por
una es- quina se divisa e] ferrocarril elevado: arriba, el
tren repleto: abajo, reparte sus patrullas la policía, bien
cerrada en sus levitas azules de botón dorado. A nadie
quita la lluvia la sonrisa. Ya la multitud se repliega sobre
las aceras, porque viene a ca- ballo, empilándola con las
ancas, la policía montada. Una mujer cruza la calle, llena
la capa de hule de medallas de la estatua: de
un lado esta e] monumento; de otro, el amable rostro del
escultor Bartholdi. Allí va un hombre de mirada ansiosa,
tomando apuntes a ]a par que anda. <Y Francia?
94 Josi Martí OBRAS ESCOGIDAS. T. II 95 iAh! de
Francia, poca gente habla. No hablan de Lafayette, ni
saben de él. No se fijan en que se celebra un don magnífico
del pueblo francés moderno al pueblo americano. De
Lafayette, hay una estatua en la plaza de la Unión; pero
también la hizo Bartholdí, también la regaló Francia. Los
literatos
7 los viejos de corbatín recuerdan sólo al marqués
admirable. En a caldera enorme hierve una vida nueva.
Este pueblo en que cada uno vive con fatiga para sí, ama
poco en realidad a aquel otro pueblo que ha abonado con
su sangre toda semilla humana. “Francia- dice un
ingrato- nos ayudó porque su rey era enemi- B o de
Inglaterra.” “Francia- rumia otro en un rincón- nos
regala a estatua de la libertad para que le dejemos acabar
en paz el Canal de Panamá.” “Laboulaye- dice otro- es el
que nos regaló la estatua. El que- ría poner freno inglés a
la libertad francesa. Así como Jef. fFrson aprendió en los
enciclopedistas los principios de la declaraclon de
independencia, así Laboulaye y Henry Martin quisieron
llevar a Francia los métodos de gobierno que los Estados
Unidos heredaron de la Magna Carta.” “Sí. sí: fue
Laboulave quien inspiró a Bartholdi: en su casa na- ció la
idea: Ve, le dijo,- y piopón a ios Estados Unidos construir
con nosotros un monumento soberbio en conmemoración
de su indepen- dencia: sí, la estatua quiso significar la
admiración de los franceses prudentes a las prácticas
pacíficas de la libertad americana.” Así nació la idea,
como crece en 10 alto del monte el :hilo de agua que,
hinchado en su carrera, entra al fin a ser parte del mar.
En la tribuna están los delegados de Francia, el escultor,
el orador, el periodista, el general, el almirante, el que
une los mares y abre la tierra: aires franceses
mariposean por la ciudad: el pabellón fran- cés golpea en
los balcwes y fleota en el tope de los edificios; pero lo que
aviva todos los 40s y tiene alegres las almas, no es el pon
de una tierra generosa, que acaso no se recibe aquí con el
entuslas- mo que conviene, sino el desborde del placer
humano, al ver erguido con estupenda firmeza en un
símbolo de hermosura arrebatadora aquel instinto de la
propia majestad que está en la médula de nues- tros
huesos, y es la raíz y gloria de la vida. Vedlos: itodos
revelan una alegría de resucitados! ¿No es este pueblo, a
pesar de su rudeza, la casa hospitalaria de los oprimidos?
De adentro vienen, fuera de la, voluntad, las voces que
impelen y aconsejan. Reflejos ‘de bandera hay en los
rostros: un dulce amor conmueve las entrañas: un
superior sentido de soberanía saca la paz, y aun la
belleza, a las facciones; y todos estos infelices, írlandeses, polacos, italianos, bohemios, alemanes, redimidos de
la opresión o la miseria, celebran el monumento de la
libertad porque en él les parece ue se levantan y recobran
a sí propios. iVed os P correr, gozosos como náufragos
que creen ver una vela salvadora, hacia los muelles desde
donde la estatua se divisa! Son los más infelices, los que
tienen miedo a las calles populosas y a la
gente limpia: cigarreros pálidos, cargadores gibosos,
italianas con sus pañuelos de colores: no corren como en
las fiestas vulgares, con brutalidad y desorden, sino en
masas amigas y sin ira: bajan del este, bajan del oeste,
bajan de los callejones apiñados en 10 pobre de la ciudad:
los novios parecen casados: el marido da el brazo a su
mujer: la madre arrastra a sus pequeñuelos: se
preguntan, se animan, se agolpan por donde creen que la
verán más cerca. Ruedan en tanto entre los hurras de la
multitud las curefias empavesadas OF las calles
suntuosas: parecen con sus lenguas de banderas, hab ar y
saludar los edificios, enfrénanse, piafan y dejan P en la
playa a sus jinetes los ferrocarriles elevados, que giran.
sumi- sos, como aérea y humeante caba. llería: los
vapores, cual cargados de un alma impaciente, ensa an el
ala que los ata a la orilla; y allá, a lo lejos, envuelta en yh
umo, como sí la saludasen a la vez todos los incensarios
de la tierra, se alza la estatua enorme, coro- nada de
nubes como una montaña. En la plaza de Madison es la
fiesta mayor, porque allí, frente al impío monumento que
recuerda la victoria ingloriosa de los nor- teamericanos
sobre México, se levanta, cubierta de pabellones de los
Estados Unidos y de Francia, la tribuna donde ha de ver
la parada el Presidente. Todavía no ha llegado; pero la
plaza es toda una cabeza. Surgen de entre la masa negra
los cascos pardos de los policías. Cuelgan por las
fachadas festones tricolores.
Parece un r, amo de rosas en aquel campo oscuro la
tribuna. De vez en cuando recorre un murmullo los
grupos cercanos, como si de pronto se hubiera
enriquecido el alma pública. iEs Lesseps que sube a la
tribuna: es Spuller, el amigo de Gambetta, de ojos de
acero y de cabeza fuerte: es Jaurés, valeroso, que sacó con
gloria del combate de Mamers los doce mil soldados,
mordidos de cerca por los alemanes: es Pelíssier, que
querido en Nogent- sur- Marne empuja con la mano
pálida la rueda sus cañones: es el teniente Ney, que
cuando sus franceses aterrados huían de una trinchera
toda en fuego, abrió los brazos y afirmó el pie en tierra, y
a empellones, bello el rostro con un resplandor de bronce
encendido, echó a los cobardes sobre la boca terrible, y
entró por ella: es Laussédat, el coronel ca- noso que
amasó murallas con manos de joven contra las armas
pru- sianas: es Bureaux de Pussy, que no dejó caer entre
los enemigos la espada de su bisabuelo Lafayette: es
Deschamps, el alcalde de París, que fue tres ,veces hecho
prisionero por los alemanes, y se es- capó tres veces: es el
joven marino Villegente, figura viva de un cuadro de
NeuYille: es Caubert, abogado de espada, que quiso hacer
con los abogados y los jueces una legión para sujetar el
paso a Prusia: es Bigot, es Meunier, es Desmons, es
Hielard, es Gíroud, que han servido a la patria
bravamente con la bolsa o la pluma: es Bartholdi, el
creador de la estatua, el que en los ijares de la forta- leza
de- Belford clavó su león sublime, el que forjó para
Gambetta en Plata aqirella Alsacia desgarradora que
maldice, el que lleva en stis
96 /OSP Marti OBRAS ESCOGIDAS 1‘. II 97 ojos,
melancólicos como los de los hombres verdaderamente
gran- des, todo el dolor del abanderado que en el regazo
de su Alsacia muere, y toda la fe del niño en que a su lado
la patria resucita. No se vive sin sacar luz en familiaridad
con lo enorme. El há- bito de domar da al rostro de los
escultores un aire de triunfo y rebeldía. Engrandece la
simple capacidad de admirar lo grande, cuanto más el
moldearlo, el acariciarlo, el ponerle alas, el sacar del
espíritu en idea lo que a brazos, a miradas profundas, a
golpes de cariño ha de ir encorvando y encendiendo el
mármol y el bronce. Este creador de montes nació con
alma libre en la ciudad alsa- -ciana de Colmar que le robó
luego el alemán enemigo; y la hermosu- ra y grandeza de
la libertad tomaron a sus ojos, hechos a contem- plar los
colosos de Egipto, esas gigantes proporciones y majestad
eminente a que la patria sube en el espíritu de los que
viven sin ella: de la esperanza de la patria entera hizo
Bartholdi su estatua soberana. Jamás sin dolor profundo
produjo el hombre obras verdaderamente bellas. Por eso
va la estatua adelantando, como para pisar la tierra
prometida; por eso tiene inclinada la cabeza, y un tinte de
viudez en el semblante; por eso, como quien manda y
guía, tiende su brazo
fieramente al cielo. iA Alsacia, a Alsacia! dice toda ella; y
a pedir la Alsacia para Francia ha venido esa virgen
dolorosa, más que a alumbrar la li- bertad del mundo.
Disfraz abominable y losa fúnebre son las sonrisas y los
pensa- mientos cuando se vive sin patria, o se ve en
garras enemigas un pedazo de ella: un vapor de
embriaguez perturba el juicio, sujeta la palabra, apaga el
verso, y todo lo que produce entonces la mente nacional
es deforme y vacío, a no ser lo que expresa el anhelo de las
almas. iQuién siente mejor la ausencia de un bien que el
que lo ha poseído y lo pierde? De la vehemencia de los
dolores viene
la grandeza de su iepresentación. Ved a Bartholdi, que
toma su puesto en la tribuna saludado amo- rosamente
por sus compañeros: una vaga tristeza le baña el semblante: un dolor casto le luce en los ojos: anda como en un
sueño: mira hacia lo que no se ve: hacen pensar en los
cipreses y en las banderas rotas los cabellos inquietos que
caen sobre su frente.
Ved a los diputados: todos ellos han sido escogidos entre
los que pelearon con mayor bravura en la guerra en que
perdió Fran- cia a la Alsacia. Ved a Spuller, el amigo de
Gambetta, en la fiesta que dio en honra de sus
compatriotas el Círculo francés de la Armonía. ¿Ha- bían
hablado de vagos cumplimientos, de histórica
fraternidad, de abstracciones generosas? Vino sobre las
luces Spuller, como viniera un león: comenzó como una
plegaria su discurso: hablaba lenta y dolorosamente,
como quien lleva una vergüenza encima: en un augusto y
lloroso silencio se iba tendiendo su inflamada palabra:
cuando la recogió, todo el teatro estaba en pie, envolvía a
,Spuller una bandera invisible: rl aire retemblaba, come
un acero sacudido: iA Aisacia! iA Alsacia! Spul! t> r trae
ahora baja !a cabeza, como todos aquellos que se recogen
para acometer.
Desde aq:: ella tribuna, juntos vierr; n los delegados
franceses, con los prohombres de la república en torno al
presidente Cleveland, la parada de fiesta con que celebró
Nueva York la inauguración de Ja estatua: ríes de
bayonetas: millas de camisas rojas: milicia- nO5 grises,
azules y verdes: una mancha de gorros blancos en la escL; ádra; en un carró llevan al Monitor en miniatura, y va
a la rueda un niño vestido de marino. Pasa la artil! ería,
con sus soldados de uniforme azul; la policia, con su
marcha pesada; la caballeria, con sus solapas amarillas:
a
un lado y otro la; dos aceras negras. El hurra que
empezaba al pie del Parque Central, coreado de boca en
boca, iba a morir en el estruendo de la batería. Pasan los
estudiantes de Columbia, con sus gorros cuadrados;
pasan en coches los veteranos, los inválidos y los jueces;
pasan los negros; y redoblan las músicas, y por toda la
vía los va siguiendo un himno. Aplaude la tribuna el paso
firme de la milicia elegante del 70 regimiento: va muy
bella en sus capas de campaña la milicia de1 regimiento
22: dos niñas alemanas, que vienen con una compa- ñía,
le dan al Presidente dos cestos de flores; apenas puede
hablar una criatura vestida de azui que alcanza a Lesseps
un estandarte de seda para Bartholdi: vuela la
Mursellesa, con su clarín de oro, por toda Ia procesión; el
Presidente, con la cabeza descubierta, saluda a los
pabeliones desgarrados: humillan sus colores las
compañias
cuando cruzan delante de la tribuna, y los oficiales de la
milicia írancesa besan al llegar a ella el puño de su
espada. Pasan las mangas sin brazo, entre frenéticos
saludos de las aceras, tribunas y ba! cones: pasan los
banderines atravesados por las balas: pasan las piernas
de madera. A rastras viene un viejo en su capote de color
de tórtola, y la ciudad entera le quiere dar la mano: hala
su cuerpo roto brava- mente, como haló en su mocedad en
el tiempo de los voluntarios las bombas de incendio: se
rompió los brazos por recibir en ellos a un niño er?
cendido: por salvar a un anciano se dejó caer una pared
sobre las piernas: los bomberos le siguen, en sus trajes de
antes, tirando de las cuerdas qu e arrastran las bombas: y
cuando, cuidada como una niña, toda llena de plata y de
flores, viene a la zaga de los mozos de camisa roja la
bomba más antigua tamba- leaïldo en sus ligeras ruedas,
desbócase sobre el gentío, a apagar un incendio cercano,
una de las bombas modernas formidables. Deja ej aire
caliente v ‘herido. Negro es el humo y los caballos negros.
Derriba carros y atropella gentes. color rojizo a la
humareda. Bocanadas de chispas dan un
Sigue desalado- el carro de las escalas, corno en una
nube: rue- da tras 41 la enorme torre de agua, con fragor
de artillería.
98 /osf Morfí -,
Se oye una campana qut parece uila orden: el gentío se
aparta con respeto, y pasa en una arribulancia un
hombre herido. A lo !e- jos se oían los regimientos. Con su
clarín de oro volaba sobre la ciudad la Marsel! esa.
OBRAS ESCOGIDAS T II 99 EIltOilccS 10s cspiritus,
llegada la hora de descorrer el pabellón que velaba el
rostro de 13 estatua, bulleron de manera que pareció que
se cubría el cielo en un toldo de águilas. Era prisa de
novio la ue ernpujaba a la ciudad a los vapores. qL os
vapores mismos. orlados de banderas, parecían
guirnaldas, y sonreían, cuchicheaban, se movían alegres
y precipitados, como las niñas que hacen de testigos en
las bodas. un respeto profundo engrandecía los
pensamientos como si la fiesta de la libertad evocasc ante
los ojos todos los que han pere- cido por conquistarla.
iQué. batalla dc sombras surgía sobre las cabezas! iqué
picas, qué rodelas, qué muertes esculturales, qué agonías soberanas! La sombra de un solo combatiente
llenaba una plaza. Se erguían, abrían los brazos, miraban
a los hombres como si los creasen, y emprendían el vuelo.
La claridad que hendía de súbito la atmósfera oscura PO
eran rayos del sol, sino los cortes de los escudos en la
niebla, por donde descendía la luz de la batalla. Lidiaban,
sucumbían, morían cantan- do: tal, por sobre el de los
campanarios y los cañones- es el himno de triunfo que
conviene a esta estatua hecha, más que de bronce, de todo
lo que en el alma humana es oda y sol.
Un cañonazo, un vuelo de Campanas, una columna de
humo fue- ron la bahía y ciudad de Nueva York desde que
cerró la parada hasta que, al caer el crepúsculo, acabaron
las fiestas en la isla don- de se eleva el monumento. iA
encías desdentadas se asemejaban las hileras de muelles,
huérfanas de sus vapores! El caiioneo incesante
aumentaba la llu- via. Por la parda neblina pasaron
camino de la isla doscientos bu- ques, como una procesión
de elefantes. Como palomas encintadas iban apiñándose
los vapores curiosos en torno a la figura, que se destacaba entre ellos v, agamente. Había un rumor de nido,
Como alas desprendidas salían de los vapores llamaradas
de música. eQuién que no ‘haya sufrido por la libertad
podrá entender la frenética ale- gría que enloqueció las
almas, cuando por fin se reveló a los ojos aquella a quien
todos hablan como a una amante adorada?
iAllí está por fin, sobre su pedestal más alto que las
torres, grandiosa como la tempestad y amable como el
cielo! Vuelven en su presencia los ojos secos a saber lo que
son lágrimas. Parecía que !as almas se abrían, y volaban
a cobijarse en los pliegues de su rúnica, a murmurar en
sus oídos, a posarse en sus hombros, a mo- rir, como las
mariposas en su luz. Parecía viva: el humo de los vapores la envolvía: una vaga claridad la coronaba: ;era en
verdad como un altar, con los vapores arrodillados a sus
pies! iNí el Apolo de Rodas. con la urna de fuego sobre su
cabeza y la saeta de la luz en la mano fue más alto! Ni el
Júpiter de Fidias, todo de oro y mar-
fil, hijo del tiempo en que aún eran mujeres los hombres.
Ni la estatua de Sumnat de los hindúes, incrustada, como
su fantasía, de piedras preciosas. Ni las dos estatuas
sedentes de Tebas, cautí- vas como el alma del desierto en
sus pedestales tallados. Ni los cuatro colosos que
defienden, en la boca de la tierra, el templo de Ipsambul.
Más grande que el San Carlos Borromeo, de torpe bronce,
en el cerro de Arona, junto al lago; más grande que la
Virgen de Puy, concebida sin alas, sobre el monte que
ampara al caserío; más
grande que el Armínío de los Cheruskos; que se ‘alza por
sobre la puerta de Tautenberg citando con su espada las
tribus germánicas para anonadar las legiones de Varus;
más grande que la Germania de Niederwarld, infecunda
hermosura acorazada que no abre los brazos; más grande
que la Baviera de Schwautaler que se corona soberbiamente en el llano de Munich, con un león a las
plantas,- por sobre las iglesias de todos los credos y por
sobre las obras todas de los hombres se levanta de las
entrañas de una estrella la “Libertad iluminando al
mundo”, sin león y sin espada. Está hecha de todo el arte
del universo, como está hecha la libertad de todos los
pade- cimientos de los hombres.
De Moisés tiene las tablas de la ley: de la Minerva el brazo
le- vantado: del Apolo ]a llama de la antorcha: de la
Esfinge el míste- rio de la faz: del cristianismo la diadema
aérea.
Como los montes, de las profundidades de la tierra ha
surgido esta estatua, “inmensidad de idea en una
inmensidad de forma”, de la valiente aspiración del alma
humana,
El alma humana es paz, luz y pureza; sencilla en los
vestidos, buscando el cielo por su natural morada, Los
cintos le queman; desdeña !as coronas que esconden la
frente: ama la desnudez, sím- bolo de la naturaleza; para
en la luz de donde fue nacida. J- a túnica y el peplunt le
convienen, para abrigarse del desamor y el deseo impùro:
le sienta la tristeza, que desaparecerá sólo de sus ojos
cuando todos los ‘hombres se amen: va bien en pies
desnudos, como Quien sólo en el corazón siente la vida:
hecha del fuego de sus Pensa& entos, brota la diadema
naturalmente de sus sienes, y tal como remata en cumbre
el monte, toda la estatua, en lo alto de la
antorcha, se condensa en luz. Pequeña como una amapola
lucía a los pies de la estatua la ancha tribuna, construida
para celebrar la fiesta con pinos frescos Y pabellones
vírgenes. LoS invitados más favorecidos ocupaban la
explanada frer, te a la tribuna. La isla entera parecía un
solo ser humano. ;No se concibe cómo \, oce6 este pueblo,
cuando su Presidente, na- cido como él de la nlesa del
!rabajo, puso el pie en 12 lancha de honor para ir a recibir
la imagen en que cada hombre se ve como redimido y
encumbrado! Sólo los estremecimientos de la semejante.
tierra dan idea de explosión
El clamor de los hornbres moría ahogado por el
estampido de los cañones: de las calderas de las fsbricas y
los buques se exha! aba a la vez el liapor preso con un
jubilo loco, conmovedor y salvaje: ya parecía el alma
india, que pasaba a caballo por el cielo, con su clamor de
guerra: ya que, sacudiendo al encorvarse las campanas
todas, se arrodillaban las iglesias: ya eran débiles o
estridentes, imi- tados por las chimeneas de los vapores,
los cantos del gallo con que se simboliza el triunío. Se hizo
pueril lo enorme: traveseaba el vapor en las calderas:
jugueteaban por la neblina los remolcadores: azuzaba la
concurren- cia de los vapores a sus músicas: los fogoneros
vestidos de oro
por el resplandor del fuego, henchían de carbón las
máquinas: por entre la nube de humo se veía a los
marineros de la armada, de pie sobre las vergas. En vano
pedía silencio desde la tribuna, moviendo su soínbrero
negro de tres picos, el mayor general de los ejércitos
americanos: ni la piegaria misma del sacerdote Storrs,
perdida en la confusión, acalló el vocerio: pero Lesseps,
Lesseps, con su cabeza de ochenta años desnuda, bajo la
!luvia, supo domarlo. Jamás se olvidará aquel
espectáculo magnifico.
pie el gran viejo. Más que de un paso, de un salto se puso
en Es pequeño: cabe en el hueco de la mano de la estatua
de la Ii- bertad; pero rompió a hablar con voz tan segura
y fresca que la concurrencia ilustre, arrebatada y
seducida, saludó con un vitor que
no parecia acabar a aquel monumento humano. <Qué era
el estruen- do, el vocear de !as máquinas, el cañonear de
los barcos, el monu- mento arriba, a aquel hombre hecho
a tajar la tierra y a enlazar los mares? ~NO hizo reír, reír
delante de la estatua, con su primera frase? “El vapor,
señores, nos ha hecho progresar de una manera pasmosa;
pero en este rnomento nos hace mucho daño.” /Viejo
maravilloso! Lo s americanos no lo quieren, porque hace
a pesar de ellos lo que ellos no tuvieron el valor de hacer;
pero con su primera frase sedujo a los americanos. Luego
ley6 su discurso,
escrito por su misma mano en páginas sueltas, blancas y
grandes. Decia cosas de familia, o daba forma familiar a
las cosas más graves: se ve en su modo de frasear cómo le
ha sido flícil alterar la tierra: cada idea, breve cono una
nuez, lleva adentro un monte. No se estcí quieto cuando
habla: se vuelve hacia todos los lados, como para dar a
todo el mundo el rostro: algunas frases las dice, y
las apoya con !oda la cabeza, como si las quisierh clavar:
habla un francé‘;- marcial. que suena a bronce: su gesto
fa\: orito es levantar rA? idamente el brazo: sabe que por
la iierra se ha de paszr vencien- 1 ia iez, iejos de
cstinguirre! e, !e crece con el discurso, sus irases acatas
ondean v acaban en punta como los gallardetes: el
gobierno arncricano lo c& lvidó a la fiesta, como el
primero de los franceses.
“,\\ e !re dado prisa a s. enir, dice poniendo la mano sobre
e! pa- bellón de Francia que viste el antepecho de la
tribuna: la erección de la estatua de la Libertad honra a
los que la concibierfin, y a IOS
(111~ la han comprendido aceptándola.” Francia es para
él ia madre & los pueblos, y con egregia habilidad, deja
caer en SI: discurso ci; te juicio de Hepworth Dison L in
contradecirlo: “C. In historiador in- ~16s: Kepworth Di>.
on, despubs de decir en su obra sobre la Nueva .Imkrica
que vuestra Consti! u< ión no es producto dei suelo, ni
pro- cede del espíritu inglés, ha anadido: se puede, por lo
con? rario. con- siticrarla como una p! anta caótica
nacida en la atmósfera de Fran-
cia.” No se detiene en símbolos, sino en objetos. Las cosas
a sus ojos son por aquello para que sirven. Por la Estatua
de la Libertad va él a su canal de Panamá. “Gustáis de los
hombres que osan y que perseveran: yo digo como
vosotros: go ahead: inosotros nos enten- demos cuando
yo uso este lenguaje!”
iAh, piadoso viejo: antes de que se siente, premiado por
los aplausos de sus enemigos mismos, rendidos y
maravillados. dé- mosle gracias, allá, en la América que
no ha tenido todavía su fies- ta, porque recordó nuestros
pueblos y pronunció nuestro nombre ol- vidado en el día
histórico en que América consagró a !a libertad: ;pues
quién sabe morir por eila ,mejor que nosotros? ¿y amarla
más?
“iHasta luego, cn Panamá! donde el pabellón de ias
treinta y ocho estrellas de ia América del Norte irá a fiota;
al lado de !as banderas de los Estados independientes de
la América del Sur, y for- mará en el nuevo mundo, para
el bien de la humanidad, la alianza pacífica y fecunda de
la raza francolatina y de la raza anglosajona.”
iBuen =iiejo, que encanta a las serpientes! ;Alma clara,
que nos ve lo grande del corazón bajo los vestidos
manchados de sangre! A ti, que habiaste de la libertad
como si fuera tu hija, la otra América te ama!
Y antes de que se levantara el senador Evarts a ofrecer ia.
esta- tua al Presidente de los Estados Unidos en nombre
de la Comisión . americana, la concurrencia, conmovida
por Lesseps, quiso saludar a Bartholdi, que con feliz
modestia se levantó a dar las gracias al público desde su
asiento en la tribuna. Nunca habla el senador Evarts sin
noble lenguaje y superior sentido, y es SU elocuencia diestra y genuina, que va a las almas porque nace de ellas.
Pero la voz se le apagaba, cuando leía en páginas
estrechas el discurso en que pinta, con frase llena de
cintas y pompones, la ge- nerosidad de Francia.
102 Josr Marli J. después de Lesseps, parecía una caña
abatida: ya en la cabe. za no tiene más que frente: apenas
puede abrirse paso la inspira. ción por su rostro enjuto y
apergaminado: viste gabán, y !leva el cuello vuelto; le
cubría la cabeza un gorro negro.
Y cuando inopinadamente, en medio de su discurso,
creyeron llegada la hora de descorrer, como estaba
previsto, el pabellón que cubría el rostro de la estatua, la
escuadra, la flotilla, la ciudad, rompió en un grito
unánime que parecía ir subiendo por el cielo como un
escudo de bronce resonante: iPompa asombrosa y
majestad subli- me!; inunca ante altar alguno, se postró
un pueblo con tanta reve- rencia!; los hombres pasmados
de su pequeñez, se miraban al pie de¡ pedestal, como si
hubieran caído de su propia altura: el cañón a lo
lejos retemblaba, cn el humo los mástiles se perdían: el
grito, for- talecido, cubría el aire: la estatua, allá en las
nubes, aparecía como una madre inmensa.
Digno de ‘hablar ante ella pareció a todos el presidente
Clevé- land. El también tiene estilo de médula, acento
sincero, y voz sim- pática, clara y robusta. Sugiere más
que explica. Dijo esas cosas amplias y elevadas que están
bien frente a los monumentos. Con una mano tenía asido
el borde de la tribuna, y la derecha la hun-
dió en el pecho bajo la solapa de la levita. Mira con ese
amable de- safío que sienta a los vencedores honrados.
~NO se ha de perdonar un poco de altivez a quien sabe
que, por ser puro, está lleno de enemigos? Su carne es
gruesa y mucha; pero la inteligencia la echa atrás.
Aparece como es, bueno y enér- gico. Lesseps lo miraba
cariñosamente, como si se estuviera hacien- do de él un
amigo.
También hl. como Lesseps, habló con la cabeza
descubierta. Sus palabras solicitan el aplauso, más que
por la pompa de la frase y autoridad del ademán, por lo
vibrante del acento y firme del sen- tido. Si vaciasen la
estatua en palabras, eso mismo diría: “Esta muestra del
afecto y consideración del pueblo de Francia demuestra el
parentesco de las repúblicas, y nos asegura de que en
nuestros es- fuerzos para recomendar a los hombres la
excelencia de un gobierno fundado en la voluntad
popular, tenemos del otro lado del continen- te americano
una firme aliada.” “No estamos aquí hoy para doblar la
cabeza ante la imagen de un dios belicoso y temible, lleno
de ra- bia y venganza, sino para contemplar con júbilo a
nuestra deidad propla, guardando y vigilando las puertas
de América, más grande que todas las que celebraron los
cantos antiguos: y en vez de asir en su mano los rayos del
terror y de la muerte, levanta al cielo la luz que ilumina el
camino de la emancipación del hombre.” Nació de 10s
corazones carifiosos el largo aplauso que premió a este
hombre
honrado. Ciiauncey LJepew, *‘ e! orador de plata”,
comenzi, eilieguida la
oración de la fiesta. Bella hubo de ser, para sujetar si! 2
iatiga. ya al ,- ser’ ]a tarde, ia atencijn del concurso.
;Qui~? n es Chauncey Depew? Todo lo que puede sc! ’ el
talento.
si:! 12 generosidad Ferrocarriles son sus ocupaciones;
.miilones sus cifras: emperado- r t z j s~ i público; los
Vanderbilt, sus Mecenas y amigos. El hombre 1;: importa
poco; le importa más el ferrocarril. Tiene ei ojo rapaz, ia
frente ancha y altiva, la nariz corva, el Iabio superior fino
y estre- cho, la barba lampiña larga y en punta: y aquf se
miran en él pol IC, armonioso y brillante de su lenguaje,
lo agresivo y agudo de, SU volur: tad, y lo listo y seguro
de su juicio. Su estilo, fresco y versatll, no chispea ahora
como suele en sus oraciones celebradísimas de SObremesa; ni expone con cerrada lógica, como en SUS
casos .de abogado y director de caminos de hierro; ni
tunde a sus adversarlos 5 i 1; misericordia como es fama
que hace en los malignos y temibles ejercicios de las
asambleas politicas: sino cuenta en encendidas fra- ses la
vida generosa de aquel que, no satisfecho de haber
ayudado a Washington a fundar SC pueblo, volvió
ibendito sea el marqués de Lafayette! a pedir al Congreso
norteamericano que diese libertad a
“sus hermanos los negros”. Pintó Depew con encendidos
párrafos, las pláticas amigas de Lafayette y Washington
en el hogar modesto de Mount Vernon, y aquel adiós del
marqués “purificado por las batallas y las privacio- nes”
al congreso de América, en que veía él “un templo
inmenso de la libertad, una lección para los opresores, y
una esperanza para los oprirnidos de la tierra”. Ni el
“noventa y tres” lo aterró, ni ei calabozo de Olmütz lo
domó, ni la victoria de Napoleón lo convenció: iqué son,
para quien siente de veras la libertad en el alma, más que
acicates ías perse- cuciones y bombas de jabón dos
imperios injustos de ia tierra? Es- tos hombres de instinto
guían el mundo. Raciocinan después que
obran. El pensamiento corrige sus errores; pero no posee
la virtud de sus arrebatos. Sienten y empujan. iAsí, por la
voluntad de la na- turaleza en la historia dé los hoinbres
está escrito! Magistrado parecía Chauncey Depew
cuando, sacudiendo sobre su cabeza cubierta de un gorro
de seda el brazo en que temblaba el dedo fndice, reunía en
cuadro admirable ios beneficios de que goza el hombre en
esta tierra fundada por la libertad, y con el fuego del
corcel que lleva la espuela hundida en los ijares, trocaba
en valor el disimulado miedo, se erguía en nombre áe las
instituciones libres contra los fanáticos que se acogen de
ellas para trabajar por volcarlas, y enseñado por el
ímpetu creciente con que se viene en- cima en los Estados
‘Unidos el problema social, humilló la soberbia porque
este caballero de la palabra de plata es afamado, y haló
inspirados acentos para decir cual suyas las frases
mismas que .OS- tenta como su evangelio la revolución
obrera.
;Tu sombra, pues. oh libertad, convence: y los que te
odian o se sirven de ti se postran al mando de tu brazo!
¿‘ n obispo en aquel instante 5urgi6 en la tribuna, alzó la
mano comida por los anos. y en el magnífico silencio,
puestos en pie a su lado el- genio y el poder, bendijo en
nombre de Dios la redentora estatua. 1: ntonó la
concurrencia, guiada por el obispo, un himno lento y
suave, la Doxología mistica. Dc lo alto de la antorcha
anun- ció una señal que había terminado la ceremonia.
Ríos de gente, temerosa de la torva noche, se echaron
precipita- dos, sin respeto a la edad ni a la eminencia,
sobre el angosto em- barcadero. Pálidamente resonaron
las músicas, como si desmayasen
la luz de la tarde. El peso del contento, más que el de los
seres humanos, hundía los buques. El humo de los
cañonazos envolvía la lancha de honor que llevaba a la
ciudad al Presidente. Las aves sorprendidas, en lo alto de
la estatua, giraban como medrosas en torno al monte
nuevo. Más firmes dentro del pecho sentían los hombres
las almas. Y cuando de la isla convertida ya en altar,
arrancaban en la sombra nocturna los úitimos vapores,
lina voz cristalina exhalb una m6lodía popular, que fue de
buque a buque, y mientras en la dístan- cia se destacaban
en las coronas de los edificios guirnaldas de luces que
enrojecían la bóveda del cielo, un canto a la vez tierno y
for- midable se tendió al pie de la estatua por el río, y con
unción for- tificada por la noche, el pueblo entero,
apiñado en las popas de los barcos, cantaba con el rostro
vuelto a la isla: “iAdiós mi único amor!” ia Nación,
Buenos Aires, 1 ro. de enero de 1887 O. C.. i. II, p. ?7- 115.
EL CRISTO DE MIJNKACSY EL CRISTO DE MUNKACSY.EXHIBICION EN NUEVA YORK DEL FAMOSO CUADRO
CRISTO ANTE PILATOS.- L. 4 GENTE HONGARA.- LA
VIDA DE MICHAEL MUNKACSY.- DE POERECILLO
MISKA A REY DE PINTORES- AN. 4LISIS DE SU ARTE.CARACTER MODERNO, NACIONAL Y PROFUNDO DE
TODA SU OBRA.- INFLUJO DE SU ESPOSA.- LA FUERZA
DE LA IDEA, EN MILTON Y EN CRISTO.- ORIGINALIDAD
Y ENCANTO DE SU CRISTO.-
DESCRIPCION DEL CUADRO.- RAZONES DE SU
POPULARiDAD.- EL. CRISTO VIVO, RACIONAL Y FIERO
Nueva York, diciembre 2 de 1886 Señor Director de Lo
Nación:
Iremos hoy adonde va Nueva York, a ver el Cristo del
pintor húngaro Munkacsy. iEfjem, eljem!-- que quiere
decir iviva!-- gritan pintores, poetas, periodistas,
clérigos, políticos, dondequiera apare- ce Munkacsy, que
está ahora de visita en Nueva York, como para ayudar ia
fama y ganancia de su cuadro. Ayer le dieron un banquete los magnates de la ciudad, y en la pared decía en
letras de flores, por sobre su cabeza de cabello hirsuto,
Idem- Hozott: “Dios te trajo a nosotros”. Recuerda la
suntuosidad de su viaje aquella manera de vivir de
Rubens, que todo lo quería de tisú y de oro, y aun en la
misma carne femenina gustaba de ver los resplan-
dores y pompa de las joyas. En Washington lo celebran
con feste- jos grandes, manteles de brocado, candelabros
de oro, salas colga- das de damasco rojo, riquezas de
reyes. Pero más honores que él, recibe en el humilde
tabernáculo en que se enseña, su sublime Cris- to, de cuya
túnica de lienzo blanco, por maravilla secreta del pincel,
emerge una luz magna que domina y compendia todas las
del con-
torno, concentra en el reposo el vario movimiento del
conjunto, e in- viste de seductora majestad un cuerpo
escueto por donde cae el
lienzo en pliegues desairados. iAh!, es preciso batallar
para entender bien a los que han ba- tallado: es preciso.
para entender bien a Jesús, haber venido al mund0 en
pesebre oscuro, con el espíritu limpio y piadoso, y palpa-
OBRAS ESCOGIDAS. T. II 107 dn C? Ii 13 vitia !a escasez d
e! amor, el fiorrcrmiento de la codici2, y !2 victoria del
odio: es preciso haber aserracio la inadera y amasado el
pac entre el silencio y !a ofensa de los hombres. Este
,Vlichael xun~ a¿ sy, <asado ahora con una viuda rica
que da a su casa de Paris el enìanto de un palacio. era en
los primeros años de su wda un ?obrwillc Mish de la a!
dea de Munkacsy. Nació en una forta- leza en Ios tiempos
en que ios rusos devastaban a Hungría, y todo el bello
país de selva y viñedos parecía una copa de colores
quebrada
por el casco de un caballo. No saiia el sol para las almas.
La gente moría de hambre. De hambre murió la rnadre de
Munkacsy. Su padre murió preso. Los ladrones que nacen
de la guerra, dieron muerte a lo que quedaba de la casa y
sólo a él lo dejaron vivo, junto al cadáver de su tía. El
nifin no sabia reír. Un tfo pobre lo puso de aprendiz de
carpintero. Trabajaba doce horas, por un peso a la
semana. Unos nlfios de escuela, apenados de ver aquella
cara ávida y triste, le enseñaron a ieer v escribir las letras
que acariciaba con !os ojos. S: n saber por que, empezo a
pintar en las arcas de la carpinte- ría ias ecc;‘ nas
heroicas de húngaros y servios, los morriones pelu- dos.
las botas ajustadas, los sables corvos. Al. fin su tio mejoró
de fortuna y Ie envió a recobrar fuerzas a un lugarejo que
pareció a Miska bóv,? da celeste, porque alli vio a un
pintor de retratos ma- nejar los colores y se la pusieron en
pie, en la voluntad, todos !os héroes de sus arcas, y con
tanto fuego rogó al retratista, que logró ir con él para
aprender a pintar, lo cual hizo tan bien que a los po- cos
meses vivia de dar lecciones de dibujo y retrató la familia
de un sastre tan a gusto del don ‘Tijeras que fe pago los
Rtr2tcJS en un sobretodo. Ya en aquel tiempo leia
vorazmente, y los !ipos neroicos y las ~POCZIS tor:; abail
puest o romo invasiones de luz, eri su alma, que la
muerte, la guerra y la orfandad habían vestido cual una
cámara fíinebre de sombras. Pero la gente de esas tierras
de Hungría, de ojo negro y tenaz, adora la naturaleza, Ia
pasión desnuda, el hogar franco, el campo alegre y libre:
en música son Liszt, en poesia Petofi, Kossuth en oratoria;
beben el vino fresco de los odres: aman de modo que
queman: cuando tocan sus músicas selváticas tienen de
crin
de corcel rewelta por la tempestad, y de voz de flor, y de
reclamo de paloma: de aíli sen los gitanos de coiores, con
sus caravanas felices v pinicrcscas; sus amorfos que
huelen a fruta primeriza, sus vagabundos de cabellos
rizados que se enamoran de las reinas. La vida a? lí
florece y se desborda, se sale de cánones y reglas, y
conserva aires regios aun en el vicio y ia molicie: parecen
prin- cipes todos aquellos vagabundos, que se disfrazan,
por capricho, de mendigos. La idea ajena molestaba a
Munkacsy como un freno: el amor de su raza a la natura!
eza le nacía: prefería la vida al !ibro: crear le *urgía;
tenía aquel apetito de verdad, desconocido de los
eruditos, que los astros rroducc a los grandes hombres:
los hombres son como , q:! t unos dan luz de sí y otros
brillan con la que reciben.
iCon qué había de pintar Munkacsy sino con las tristezas
de su alma, con sus recuerdos tétricos, con aquellas tintas
propias de quien no ha conocido la alegría? Se ve en el
mundo lo que se tiene en si; el hombre se sobrepone P la
naturaleza, y altera con la dis- posición de la voluntad su
armonía y su luz. Así fue el pobre Miska ejercitando su
impaciente mano; y como
era de aquellos que en sí tienen su ley y su color, con lo
que le rebosaba de artista, buscó lo pintoresco en el
asunto, mas del alma no bien asoleada sacó la tinta
lóbrega, fortalecida por su misma su- perioridad, de la
que sólo el amor y la gloria que traen luces, habían de
apartarle luego. iPero brillaba en aquel betún oscuro el
ojo del gitano! Y ese hombre audaz, directo, hijo de sí,
(había de entretenerse en vestir momias, en mimar trajes,
en agrupar academias? No. La vida está llena de encanto
y de aspectos pictóricos: cuando sintió maduras sus
fuerzas, aplaudidas ya en exposiciones y concursos, lo
que le ocurrió pintar, con gran escándalo del plácido
Knaus, fue una nota viva, un cuadro famoso: El último
día de un condenado.
Ora el reo de bruces sobre una mesa en cuyo mantel
blanco se le- vanta entre dos cirios el crucifijo: de pie
contra la pared sombría gime la pobre esposa; la niña
queda entre ellos: el soldado contiene a la puerta del
calabozo a la muchedumbre que se asoma. Puso el pintor
en aquella obra su piedad de pobre, su color de alma sola,
su osadía de hombre nuevo. Le dio el premio París; y su
arte y su existencia misma han cre- cido con la hermosura
y rapidez de las leyendas. Cada cuadro de Munkacsy es
un asalto. Fuera tiene la fama, en su casa tiene el amor de
esposa que da los bríos para ganarla. Ella mima sus creaciones, vuelve a sus manos la paleta que abandona la
impotencia o el despecho; se posa en su hombro, como un
colibrí, para decirle al oído, de modo que él no note que la
voz viene de afuera, que
aquel brazo está alto, que aquel ojo está tibio, que aquel
pie un poco brutal denuncia a Miska. Ella disipa sus
últimas tristezas. Ella suaviza sus grupos atrevidos, ella
trae al taller el verde y el azul. La sombra no, no puede
desvanecerla por completo: que cuando la sombra
bautiza un alma, la sal queda clavada sobre la frente,
como una rosa de diamantes: hay placer en la sombra. Y
el blanco tampoco lo atrae, porque este lo saca de sí el
pintor con épico atrevimiento.
La fuerza de la idea fue cada día poniendo mayor
asombro en este espíritu que ha tomado de sí
principalmente, con poca ayuda de libros, los seres
palpitantes de sus lienzos: y por esta admiración del
poder mental vino a caer en el amor de Milton,
demacrado r ciego, como el tipo mejor de la hermosura y
pujanza de la idea, y uego subió al amor del Cristo, ante
cuya luz triunfante agrupa, Para que resalten más su
mezquindad y abatimiento, los poderes
108 Jo> t, .ilarfi OBRAS ESC0GID. W 3’ II 109 más
temibles y activos de la tierra: el egoísmo y la envidia. Ha
acu- mulado de intento dificultades que parecían
insuperables, ha querido hacer triunfar por su propio
fulgor ]a mente humana: ha logrado investir de suprema
belleza una figura fea: ha conseguido dominar con Ufid
figura en reposo, toda ia fiereza y brillantez de las pasio-
nes aue se la disputan en animado movimiento. ESe es su
Cristo. Esa es su extraña concepción de Cristo. El no 10 ve
como la claridad que vence, como la resignación que cautiva, como el perdón inmaculado y absoluto que no cabe,
no cabe, en la naturaleza humana: cabe el placer de
domar la ira, pero sería
menos herrnosa y eficaz la naturaleza del hombre si
pudiese sofocar la indignación ante !a infamia, que cs la
fuente más pura de la fuerza.
El ve a Jesús, como la encarnación más acabada del poder
in- vencible de ia idea. La idea consagra, enciende,
adelgaza, sublima, purifica: da una estatura que no se ve
y se siente: limpia el espíritu de escoria, como consume el
íuego la maleza: esparce una beldad clara y segura que
viene hacia las almas y se sien? e en ellas. El Jesús de
Munkacsy es el poder de la idea pura. Ahí está en un
sayón, flaco, huesudo; trae las manos atadas, es- tirado el
cuello, la boca comprimida y entreabierta, como para dar
paso a las últimas hieles. Se siente que acaban de poner
sobre él la mano vii; que la jauria humana que lo cerca ha
venido oteándolo como a una fiera; que 10 han vejado,
golpeado, escupido, traído a rastras, arrancado las
vestiduras a pedazos, reducido a la condi- ción más baja y
ruin. iY ese instante de humillación suma es preci-
samente el que ei artista elige para hacerle surgir con una
majestad
que domina a la ley que tiene en frente, y a la brutalidad
que 10 persigue, sin ayudarse de un solo gesto, de un
músculo visible; de la dignidad del ropaje, de lo elevado
de la estatura, del uso exciu- sivo de] co! or blanco, de la
aureola mística de los pintores!
De la cabeza nada más se ayuda, de la mirada augusta
bajo el ojo cóncavo, de la mejilla enjuta, de ia boca
contraída que aún re- vela la bravura humana de la
serena y adorable frente, honda hacia las sientes poco
pobladas de cabellos y levantada en dosel sobre las cejas.
iLa mirada es el secreto del singular poder de esa figura!
iLa angustia v la aspiración se ven claramente en ella; y
la resurrec- ción y ]a -existencia eterna! Los vientos
pueden desnudar los irbo- les, los hombres p:: edcn
derribar los tronos, el fuego de la tierra puede descabezar
montañas, pero se siente, sin estímulo violento y
enfermizo de ia fantasía, que esa mirada, por natura]
poder, conti- nuará encendida.
Todo se postra ante esos ojos que concentran cuanto cabe
de amor, anunciación, claridad, altivez, en el espíritu. IZI
está al pie de las cuatro gradas que llevan al ábside de
Pilatos; y Piiatos pa- rece postrado ante él. Blanca es la
túnica de Pilatos; como la suya, pero de la su)- a brota.
sin ardid visibic del pincel, una luz que no brota de ia de]
juez cobarde. A su lado se rev:: c] ve la cólera , se atreve la
insolencia, se dis- cute ]a ley, se pide a gritos ia muerte:
pero aquellos ojos curiosos (3 atrevidos, aquello: rostros
frer, ético> y descompuestos, aquellas bocas que hablan y
que gritan, aquellos brazos iracundos y ievan- lados, en
vez de des- ciar la fuerza y la luz de su figura fulgurosa,
se concentran en ella y la realzan por el centrarte de su
energía sublime con las balas pasiones que lo cercan. La
escena es en el pretorio, de austera y vasta arquitectura.
Por ]a entrada del fondo que acaba de dar paso a la
multitud, se ve un rincón de cielo delicioso que brilla
como las alas de las mariposas azules de MUZO. E] gentío
alborotado se aprie! a a la izquierda del lienzo sobre ]a
figura de Jesús. Ni en el centro quiso ponerla el pintor,
para te- TlCi esa dificultad más que vencer. IJn magnifico
soldado echa atrás con su pica a un gañán que vocifera
con los brazos en alto: ifigura soberana! itodos los
pueblos tier. en ese hombre bestial, lam- piño, boca
grande, nariz chata, mucho pómulo, ojo chico y viscoso,
frente baja!: rebosa en la figura ese odio insano de las
naturalezas viles hacia las almas que las deslumbran y
avergiienzan con su cia- rídad; y sin esfuerzo alguno
artificioso, ni violencia en el contraste, resaltan en el
cuadro en su doble oposición moral y física: el hombre
acrisolado que ama y muere, y el bestial que odia y mata.
A la derecha del lienzo está el romano Piiatos, en su toga
bian- ca ribeteada del rojo de los patricios; se adivina la
lana en lo bian- do de los pliegues: pasma el relieve dc
Piiatos, que parece vivo en el nicho del ábside: en los ojo c
oe le ve el trastorno de sus pensa- mientos, ei miedo a la
muchedumbre, el respeto al acusado, la va- cilación que le
hace ir levantando una mano de la rodilla, como
preguntgndose qué ha de hacer con Jesús. Comparable a
la mejor creación artística es el fanático Caifás. que con e]
rostro vuelto hacia el pretor le señala en un gesto imperante ei gentío que reclama la muerte; aquella cabeza. de
la barba i) l;:, ca increpa y apremia: de aque! ios labios
están sailendo las pa- .a q ardientes y duras. D& doctores
sentados a la izquierda del ábside miran a Jeslís
como si no acabasen de entenderlo. Al lado de Caifás
clava un viejo los ojos en Piiatos, que tiene baja la cabeza.
Un rico saduceo, de turbante y barba cana, mira a Jesús
de i] er? o, rico el traje, arrelianado en el banco, en arco el
brazo derecho, el izquierdo sobre el muslo: ;es ese rico
odioso de todos los tiempos!: la fortuna le ha henchido de
orgullo brutal: la humanidad le parece su escabel: se
adora en su bolsa y en su pieni- tud. Entre él y Caiias
discuten el caso jurídico los sacerdotes. este
OBRAS ESCOGIDAS. T I! ll! con ojos torvos, aquel con
frialdad de leguleyo; otro, reclinado en la pared, de pie
sobre el banco, mira en calma la revuelta escena. De- trás
del saduceo. junto mismo a Jesús, otro gañán, de realidad
que maravilla, se inclina sobre la baranda en postura
violenta para ver de frente el rostro al preso; por encima
de la cabeza del gañán, junto al pilar del arco que divide
la escena sabiamente, una madre joven, con su niño en
brazos, tiene puestos en .Jesús sus ojos pia-
dosos, ? ue como tcda su figura recuerdan las madonas
italianas: allá al ondo, para quebrar la línea de cabezas,
se alza entre ellas un beduino barbudo que tiende el brazo
brutal hacia Jesús. Imposible es ver este lienzo gigantesco
sin que asalte la mente, fatigada de tanto arte menor, de
tanto arte retacero y sofístico, la memoria de aquella
época de ideales fijos en que los pintores ves- tian las
iglesias y los palacios de composiciones grandiosas.
Aquella luz del Cristo avasalladora, que atrae a él los ojos
como el término inevitable de las excursiones por el
lienzo; aquel arco robusto y espacioso que en vez de robar
efecto al Cristo lo realza y completa: aquella fuerza,
novedad y viveza de los grupos: aquella: ciencia par. a
destacar sin falsedad del fondo sombrio, los colores
riquisimos, calientes y pastosos, como los de la vieja
escuela de Ve-
necia: aquella concepción armónica y segura, en que
ninguno de los tipos secundarios ha perdido en relieve y
poder al subyugarse al tipo central y superior; aquella
elocuencia de los rostros que están contando la pasión
que los enciende: aquel brío magistral en los de- talles, y
desdén de ardides, oposiciones y contraluces: aquella gracia, verdad y movimiento, y el punto aquel de cielo que a
lo lejos las inflama y corona, enseñan que el pobre Miska
de la aldea de Munkacs de aquel os magníficos espíritus,
Y que hoy vive en Paris como un rey de pintores, era uno
raros en esta edad de apremio y crisis, que pueden pecho
a pecho abrazarse a una idea humana, descomponerla en
sus elementos, y reproducirla con la intensidad y energía
que requieren las obras dignas del aplauso de los siglos.
No en vano ha paseado el cuadro en triunfo por Europa
entera.
No en vano dio París al admirable Valtner la medalla de
honor por la radiante aguafuerte del Cristó ante Pilatos.
No en vano, en este siglo, cuya grandeza caótica y
preparatoria no ha podido condensar- se en símboios,
apasiona este cuadro de Munkacsy a los críticos y a las
muchedumbres, aunque alguna de sus figuras resulte
violen- ta, aunque cierta parte de él parezca añadida
como segundo pensa- miento, por efecto de decoración a
la idea principal, aunque ya esté perdida la fe en la
religión que conmemora. Nunca acude en vano al genio
verdadero a la admiración de los hombres, necesitados a
pesar suyo de grandeza. <Pero serán sólo esa facultad de
componer grandiosamente, esa fuerza y fulgor de
colorido, esa armoniosa gracia de los grupos, esa pujanza
de la obra entera, lo que en este tiempo de creencias
rebeldes y temas no-
\isimoq a. wyure tamafia popttlaridad a eje aiunro
falniliar de una religión ver‘ cida? Algo más hav en ese
cuadro que el placer que produce una com- :) osición
armorlica v ia simpatía a que mueve el qtie emprende con
irnpetu y corona con espiendor una obra osada. Es e!
hombre en ix! cuadro lo que enillsiasrrra y a: a e! juicio.
Es el ?riunfo y resurrec- cion de Cristj. pero en la yida y
por slu fuerza humana. Es la vi- :, ii) n de rulesira fuerza
propia, en la arrogancia y claridad de la ~: irtud. Es la
victoria de ia nueva idea. que sabe que de su luz puede **
atarse e! alma. sin comercio extravagante y sobrenatural
con la i. reación, ese amor rcdiento y desdtn de sí que l!
eraron a! Nazareno ., 1 su martirio, Es cl JeGls sin !lalo, el
hombre que se doma, e! Cristo vivo, el Cristo tlunlatlo,
racional y fiero. Es la bravura con que el húngaro
Munkacsy, presinticndo en su !; ltuicióe aitistica 10 que el
estudio corrobora: entendió y realizó, iiue siempre fueron
unas las pasiones y sus rn& i! es. y desembara- zándose de
leyenda:. y figuras ranijas, estudió en SII propia alma e!
misterio de. !a divinidad dc nuestra natura! cza. y con el
pincel v c! espiritn libre, escribió que ;lo divino es’& en lo
humano! Pero lx! cariño por (31 dulce error es tan
potente, y tan segura está el alma
Í! C 1;” tijio rn~ s beiio fuera de esta vida, que el Cristo
nuevo no parece erlteran1eilt. e hermoso.
OBRAS ESCOGIDAS. T. II 113 LOS CATOLICOS
PROTESTAN EN REUNIONES PUBLICAS CONTRA LA INTERVENCION DEL ARZOBISPO EN SUS OPINIONES
POLITICAS.- COM- PATIBILIDAD DEL CATOLICISMO 1
EL GOBIERNO REPUBLICANO.- OBE- DIENCIA
ABSOLUTA EN EL DOGMA, Y LIBERTAD ABSOL. UTA EN
LA POLITICA.- HISTORIA DEL CISMA.- LA IGLESIA
CATOLICA EN NUEVA YORK, SUS ORIGENES, Y LAS
CAUSAS DE SU CRECIMIENTO.- LOS IRLAN- DE§ ES.- EL
CATOLICISMO IRLANDES: EL SOGARTH AROON.ELEMENTOS PUROS E IMPUROS DEL CATOLICISMO.CAUSAS DE LA TOLERANCIA CON QUE SE VE HOY EN
LOS ESTADOS UNIDOS EL PODER CATOLICO.- LA
IGLESIA, LA POLITICA Y LA PRENSA.- TRATOS ENTRE L4 IGLESIA Y LA POLITICA.- EL PADRE MCGLYNN.- EL
PADRE MCGLYNN AYUDA AL MOVIMIENTO DE
REFORMA DE LAS CLASES POBRES.- REVISTA DEL MOVIMIENTO.- CARACTER RELIGIOSO DEL MOVIMIENTO
OBRERO.- MCGLYNN FAVORECE LAS DOCTRINAS DE
GEORGE, QUE SON LAS DE LOS CATOLICOS DE
IRLANDA- EL ARZOBISPO SUSPENDE AL PADRE
MCGLYNN, Y EL PAPA LE ORDENA IR .4 ROMA.- EL
PAPA LO DEGRA- DA.- SANTIDAD DEL PADRE
MCGLYNN.- REBELION DE SU PARROQUIA.- GRAN”
MEETING” DE LOS CATOLICOS EN COOPER UNION
CONTRA EL .4BUSO DE AUTORIDAD DEL i\ RZOBISPO.LOS CATOLICOS APOYAN A
MCGLYNN, Y RECL. AMAN EL RESPETO A SU ABSOLUTA
LIBERTAD POLITICA
Nueva York, 16 de enero de 1887 Señor Director de El
Partido Liberal:
Nada de lo que sucede hoy en los Estados Unidos es
comparable en trascendencia c interés, a la lucha
empeñada entre las autorida- des de la Iglesia católica y
el pueblo católico de Nueva York, a tal punto que por
primera vez se pregunta asombra. do el observador leal,
si cabrá de veras la doctrina catóiica en un pueblo libre
sin dafiarlo, y si es tanta la virtud de la libertad, que
restablece en su estado primitivo de dogma poético en las
almas una Iglesia que ha venido a ser desdichadamente el
instrumento más eficaz de los de- tentadores del linaje
humano. iSí, es la verdad! los choques stibitos revelan las
entrañas de las cosas. De la controversia encendida en
Nueva York, la iglesia mala queda castigada sin *merced,
y la Igle- sia de misericordia y de justicia triunfa. Se ve
cómo pueden caber, sin alarma de la libertad, la poesía y
virtud de la Iglesia en el mun- do moderno. Se siente que
el catolicismo no tiene en sí propio poder degradante,
como pudiera creerse en vista de tanto como degrada y
esclaviza; sino que lo degradante en el catolicismo es el
abuso que hacen de su au! oridad los jerarcas de la
Iglesia, y la confusión en que mezclan a sabiendas los
consejos maliciosos de sus intereses y los mandatos
sencillos de la fe. Se entiende que se pueda ser cató- lico
sincero, y ciudadano celoso y leal de una república. iY son
como
siempre los humildes, los descalzos, los desamparados,
los pesca- dores, los que se juntan frente a !a iniquidad
hombro a hombro, y echan a volar, con sus alas de plata
encendida, el Evangelio! iLa verdad se revela mejor a los
pobres y a los que padecen! iUn pe- dazo de pan y un vaso
de agua no engañan nunca!
Acabo de verlos, de sentarme en sus bancos, de
confundirme con ellos, de ver brillar el hombre en todo su
esplendor en espíritus donde yo creía que una religión
atentatoria y despótica lo había apagado. iAh! la religión,
falsa siempre como dogma a la luz de un alto juicio, es
eternamente verdadera como poesía: tqué son en suma
los dogmas religiosos, sino la infancia de las verdades
naturales? Su rudeza y candor mismos enamoran, como
en los poemas. Por eso, porque son gkrmenes inefables de
certidumbre, cautivan tan dulcemente a las almas
poéticas, que no se bajan de buen grado al estudio
concreto de lo cierto. Qh, si supieran timo se aquilatan y
funden alli las religiones, y surge de ellas más hermosa
que todas, coronada de armonías y ves- tida de himnos, la
Naturaleza! Lo más recio de la fe del hombre en las
religiones es su fe en sí propio, y su soberbia resistencia a
creer que es capaz de errar: lo más potente de la fe es el
cariño a los tiempos tiernos en que se la recibe, y a las
manos adoradas que nos la dieron. ZA quP riñen los
hombres por estas cosas que pueden ana-
lizarse sin trabajo, conocerse sin dolor, y dejarlos a todos
confun- didos en una portentosa y común poesía? .
Acabo de verlos! de sentarme a su lado, de desarrugar
para ellos esta alma ceñuda que piedra a piedra y ptia a
púa elabora el des- tierro. Otro se hubiera regocijado de
su protesta: yo me recocijaba de su unión. <Para qué
estaban allí aqueilos católicos, aquellos tra- bajadores,
aquellos irlandeses? (Para qué estaban allí aque! las mujeres de su casa, gastadas y canosas? ePara qué estaban
allí 10s hombres nobles de todos los credos, sino Dara
honrar al santo cura, perseguido por el Arzobispo de su
Iglesia por haberse puesto del lado de los pobres? Era en
Cooper Unión, la Unión de Cooper, la sala de reuniones de
la escuela gratuita, que aquel gran viejo ierantó con SUS
propias ganancias para que otros aprendi esen a vencer
las diffcultades que él
OBRAS ESCOGIDAS. T. II 115 sagradecido secretario del
Papa Pío VII pcnia de asiento del rey protestante de
Inglaterra Jorge III, cuando al pedir favores a este
enemigo implacable de los cat8licos de I- rlanda, Ie hacía
observar que “las colonias protestantes de América se
habían alzado contra su Graciosa Majestad, mientras que
la colonia católica del Canadá le había quedado fiel”; sino
aquella otra religión de’ los obispos caba- lleros y poetas
que con el arpa de oro bordada en su estandarte verde
como su campiña, hacían atrás a 10s clérigos
hambrientos que venían de Roma, manchados con un
fausto inicuo, con todos los vicios de una oligarquía
soberbia y con el compromiso inmoral de ayndar contra
sus vasallos y enemigos, mediante el influjo de la fe, a los
príncipes de quienes habían recibido donaciones. Los
mer- caderes de la divinidad mordieron el suelo ante los
sencillos teólo- gos de Irlanda, que tenían pan seguro en
la mesa de los pobres, y no apetecían más púrpura que
aquella de que les investía el hierro
de1 conquistador, al herirlos, con el himno en los labios,
entre las Ctwbas de fieles campesinos que peleaban
rabiosamente por su li- bertad. El cura irlandés fue Ia
almohada, la medicina, el verso, la leyenda, la cólera de
Irlanda: de generación en generación, precipi- tado por la
desdicha, se fue acumulaildo en el irlandés este amor al
cura; iy antes le quemarán al irlandés el corazón en su
pipa, que arrancarle cariño a su Sogarth Aroon, su poesía
y su consuelo, su patria en el destierro y el olor de su
campo nativo, su medicina y su almohada! Así creció
rápidamente, sin razón para pasmo ni maravilla, el
catolicismo en los Estados Unidos, no por brote
espontáneo ni au- mento verdadero, sino por simple
trasplante. Tantos católicos más había en los Estados
Unidos al fin de cada año, cuantos inmigrantes de Irlanda
llegaban durante él. Con ellos venía el cura, que era su
consejero y lo que Ies quedaba de Ia patria. Con el cura la
Iglesia. Con los hijos educados en ese respeto, la nueva
generación de feli- greses. Con la noble tolerancia del
país, la facilidad de levantar por sobre las torres
protestantes las torres de los centavos irlande- ses. Esos
fueron los cimientos del catolicismo en estos Estados: los
hombres de camisa sin cuello y de’ chaqueta de estameña,
las pobres mujeres de labios belfudos y de escaldadas
manos. iCómo no habían de entrarse por campo tan
productivo los es-
píritus audaces y despóticos, cuyo predominio
lamentable y peren- ne es la plaga y ruina de la Iglesia?
La vanidad y la pompa con- tinuaron la obra iniciada por
la fe; desdeñando a Ia gente humilde, a quien debía su
establecimiento y abundancia, levantó reales la Iglesia en
la calle de los ricos, deslumbró fácilmente con su aparato suntuoso el vulgar apetito de ostentación, común a
las gentes de súbito engrandecimiento y escasa cultura, y
aprovechó las natu- rales agitaciones de la vida pública
en una época de estudio y rea- juste de las condiciones
sociales, para presentarse ante los ricos alarmados como
el único poder que con su sutil influjo en 10s espí- ritus
podía refrenar- la marcha temible de los pobres,
manteniéndo- había haliado cn la \ida: ijamás ha sido tan
bello an hombre que
no lo era! Era en la sala baja ile Cooper L’nion. Llovía a!;
wa y adentro rebosaba. Apenas se encontraba rostro
innoble, no porque no los hubiese, sino porqllp no lo
parecian. Seis mil hombres, seis
mil cat9licos, ocupaban los a5ientos, los pajil! os, lar
puerta‘, las espaciosas galerías. Sbgcrrth Arcon; al iA fin,
Ies habian echado de su Iglesia a su
“cura de los pobres”, al que !or. aconseja sin empequeñecerlos desde hace veintidós arios, al que ha
repartido entre los infelices su herencia y su sueido, ai
que no ies ha seducido SUS mujeres ni iniciado en
torpezas a SLIS hijas, al que les ha alzado en su barrio de
pobres una iglesia que tiene siempre los brazos abiertos,
al que jamás aprovechó el influjo de la fe para intimidar
las almas, ni oscurecer los pensamientos, ni reducir su
libre espi- ritu al servicio ciego de los intereses mundanos
e impuros de la Iglesia, al padre McGlynn! Lo han echado
de su casa y de su tem- plo, su mismo sucesor lo expulsa
de su cuarto de dormir: han arran- cado su nombre del,
confesionario: iquién se confesará ahora con el espíritu
del odio? Porque ha dicho 10 que dijo Jesús, lo que dice la
Iglesia de Irlanda con autorización del Papa, lo que
predica a sus diócesis e! Obispo de Meade, lo que puso a
los pies del Pontífice como verdad eclesiástica el profundo
Balmes; porque ha dicho que la tierra debe ser de la
nación, y que ia nación no debe repartir entre unos
cuantos la tierra; porque con su fama y dignidad, porque
con su sabiduría y virtud, porque con su consejo y sx
palabra, ayu- dó en las elecciones magníficas de otorica a
los artesanos enérgiccs y los pensadores buenos que
buscan en la ley el remedio de la po- breza innecesaria--isu Arzobispo le quita su curato y el Papa, le ordena ir
disciplinado a Roma! Cuando por creer a Cleveland
honrado, lo defendió en sus elec- ciones el padre McGlynn
hace dos a6os en la tribuna politica, no se lo tuvo a mal el
Arzobispo, porque Cleveland era el candidato
del paroido con que está en tratos en Nueva York la
Iglesia, ien tra- tos y en complicidades! iPero lo mismo
que pareció bien al Arzo- bispo en el padre McGlynn
cuando defendía al candidato arzobispal, esa misma
expresión de preferencia politica de parte de un sacer-
dote católico, le parece mãl ahora que la defensa del
padre McGlynn puede alarmar a los ricos prot. estantes,
que se atrincheran en la Iglesia y se valeni de ella. para
oponerse a la justicia de !os pobres que la levantaron!
La Iglesia católica vino a los Estados Unidos en hombros
de los emigrados iriandeses, en quienes, como en los
polacos, se ha fortalecido la fe religiosa porque sus santos
fueron en tiempos pa- sados los caudillos de su
independencia, y porque los conquistado- res normandos
e ingleses les han atacado siempre a la vez su religi6n y su
Datria. La religiiín católica ha venido a ser la patria para
los irlandeses; pero no la religi6n católica que el servil y
de-
OBRAS ESCOrJIDAS. T. II 117 les viva la fe en un mundo
cercano en que ha de saciarse su sed d ’ ” e justlc: a, para
qce así no sientan tan ardientemente e! deseo de saciarla
en esta vida. ;De ese modo se SC que en esta fortaleza del
protestzntismo, los protestantes. que aún representan
aaui la clase rica v culta, son los amigos tácitos y tenaces,
los cómplices agrade- cidos- de la religión que los tostó cn
la hoguera, y a quien hoy aca- rician porque les ayuda a
salvar su esccso injusto de bienes de for- tuna! iFariseos
todos, y augures! Puesta ya en el deseo del poder, en que
el misterio religio: o y lo amenazante de los tiempos la
favorecen tanto, echó la I, g! esla
católica los ojos sobre el origen de él, que es aquí e! voto
publico, como en las monarquías los echa sobre los
soberanos. Y traficó en votos. La democracia era el
partido vencido cuando arreciU la in- migración
irlandesa; y como sietnpre fue de partidos vencidos e!
parecer liberales, a él se iban los inmigrantes tan luego
como en- traban en sus derechos de ciudadanía, por 10
que vino a ser formi- dable el elemento católico en ei
partido democrático, y triunfar este en la ciudad de
Nueva York y aquellas otras donde se aglomera- ban los
irlandeses. Pronto midieron y cambiaron fuerzas la
Iglesia,
que podía influir en los votos, y los que necesitaban de
ellos para subir al goce de los puestos públicos. La Iglesia
católica cofnenzó a tener representantes interesados y
sumisos en los ayuntamlentos, asambleas y consejos de
los gobernadores, y a vender su influjo sobre el sufragio a
cambio de donaciones de terreno y de leyes ami- gas; y
sintiéndose capaz de elegir los legisladores, o impedir que
fuesen electos, quiso que hiciesen las leyes para el
beneflclo exclu- sivo de ia Iglesia, y en nombre de la
libertad fue proponiendo poco
a poco todos los medios de sustituirse a ella. Todo lo osó
Ia Iglesia desde que se sintió fuerte entre las masas por
una fe que no pregunta, entre los poderosos por la a!
ianza que les ofrecía para la protección de los bienes
mundanos, y entre los políticos por la necesidad que estos
tienen del voto católico. En el barrio de los palacios alzó
una catedral de mármol, rodeada de edi- ficios de
beneficencia, donde los viera y alabara todo el mundo,jno como los que ha mantenido el padre McGlynn, que
están en los
barrios sombrios donde las almas saben de angustia!
Comenzaron a verse los milagros de la influencia
eclesiástica: abogados medio- cres con clientela súbita,
médicos untuosos que dejar1 preparada nara el bálsamo
a la atribulada enferma, banqueros favorecidos sin iazón
visible por la confianza de sus -depositantes, cardenales
de seda y de miel que venían de Inglaterra, írestos y lisos
como una manzana nueva, a convertir a la fe en el
Arzobispo las familias rI- cas. Hubo hospitales y asiios
deslumbrantes. Los candidatos de más empuje solicitaben
el apoyo a la neutralidad de la Iglesia. iLos pe- riódicos
mismos, que debian ser los verdaderos sacerdotes,
atenúan
o disimulan sus creencias. coquetean con el palacio
arzobispal, y pa- recen aplaudir sus ataques a las
libertades pUblicas, por miedo los unos de verse
abarldonados por sus lectores católicos, y los otros por el
deseo de fortificar a un aliado valioso en ía lucha para la
conservación de sus privilegios! Se usó la amable
influencia del .Soga. rth Aroon para llevar el voto
irlandés por donde convenia a la autoridad arzobispal,
confabulada para sacar ventaja de las leyes con los que,
como ella, comercian con el voto. Y así creció en proporciones enormes la fuerza de la Iglesia en los Estados
Unidos, por lo numeroso de la inmigración europea, por
la complicidad y ser- vicio de las camarilias políticas, por
lo temido de las aspiraciones de las masas de obreros, por
lo desordenado y tibio de las sectas protestantes, por lo
descuidado de la época en cosas religiosas, por
lo poco conocido de la ambición y métodos del clero de
Roma, por lo vano y necio de los advenedizos enamorados
de la pompa nueva, y sobre todo, por aquella vil causa,
propiamente nacida en este altar del dinero, de
considerar el poder de la Iglesia sobre las clases Ila- nas
como el valladar más firme a sus demandas de mejora: y
el más seguro mampuesto de la fortuna de los ricos. Tal
parece que en los Estados Unidos han de plantearse y
resol- verse todos los problemas que interesan y
confunden al linaje hu- mano, que eI ejercicio libre de la
raztn va a ahorrar a los hombres mucho tiempo de
miseria y de duda, y que el fin del sigio diecinueve dejará
en el cenit el sol que alboreó a fines del dieciocho entre
caños de sangre, nubes de palabras y ruido de cabezas.
Los hombres pa- recen determinados a conocerse y
afirmarse, sin más trabas que las que acuerden entre sí
para su seguridad y honra comunes. Tamba- lean,
conmueven y destruyen, como todos los cuerpos
gigantescos al levantarse de la tierra. Los extravía y suele
cegarles el exceso de iuz. Hay una gran trilla de ideas, y
toda la paja se la está llevando el viento. Enormemente ha
crecido la majestad humana. Se cono- cen repúblicas
falsas, que cernidas en un tamiz sólo producirían el alma
de un lacayo; pero donde la libertad verdaderamente
impera, sin mâs obstáculos que los que lc pone nuestra
naturaleza, ino hay trono que se parezca a la mente de un
hombre libre, ni autoridad más augusta que la de sus
pensamientos! Todo 10 que atormenta o empequeñece al
hombre está siendo llamado a proceso, y ha de
sometérsele. Cuanto no sea compatible con la dignidad
humana, caerá. A las poesías del alma nadie podrá cortar
las alas, y siem- pre habrá ese magnífico desasosiego, y
esa mirada ansiosa hacia ias nubes. Pero lo que quiera
permanecer ha de conciliarse con el espíritu de libertad, o
de darse por muerto. Cuanto abata o reduz-
ca al hombre, será abatido. Con las libertades, como con
los privilegios, sucede que juntas triunfan o peligran, y
que no puede pretenderse o lastimarse una sin que
sientan todas el daño o el beneficio. Así la Iglesia católica
de los Estados Unidos, con sus elementos virtuosos e
impuros, sale a juicio por esciavizadora y tiránica cuando
ios espíritus generosos del país deciden ponerse a la
cabeza de los desdichados, para ayu-
118 losé ,Uartí OBRAS ESCWIDAS T II 119 __- -- dar a
mejorar la servidumbre de cuerpo y espíritu en que viven.
Todas las autoridades se coligan, como todos los
sufrimientos. Hay la fraternidad del dolor, y la del
despotismo. Viva está aún en la memoria, corno si se
hubiese visto pasar una legión de apóstoles, la admirable
campaña para las elecciones de corregidor de Nueva York
en el otoño de 1886. En ella apareció por primera vez con
todo su poder el espíritu de reforma que ani- ma a las
masas obreras, y a los hombres piadosos que sufren de
sus males. Hay hombres ardientes en quienes, con todos
los tor- mentos del horno, se purifica la especie humana.
iHay hombres dis- puestos para guiar sin interés, para
padecer por los demás, para
consumirse iluminando!.- En esa campaña se vio la
maravilla de que un partido político nuevo, que apenas
cuenta tres años de di- sensiones y errores preparatorios,
combatiese sin amigos, sin teso- ro, sin autoridades
complacientes o serviles, sin castas cómplices, y estuviese
a punto de vencer, porque no le animaba el mero
entusias- mo de las campañas políticas, sino un ímpetu de
redención, pedida en vano a los partidos ofrecedores y
parleros. Ya se saben los orígenes de este movimiento
histórico. Henry George vino de California, y reimprimió
su libro El progreso y la pobreza, que ha cundido por la
cristiandad como una Biblia. Es aquel mismo amor del
Nazareno, puesto en la lengua práctica de nuestros días.
En la obra, destinada a incurrir las causas de la pobreza
creciente a pesar de los adelantos humanos, predomina
como idea esencial la de que la tierra debe pertenecer a la
nación. De allí deriva el libro todas las formas
necesarias.- Posea tierra el que la trabaje y la mejore.
Pague por ella al Estado mientras la use. Nadie posea
tierra sin pagar al Estado por usarla. No se pague al
Estado más contribución que la renta de la tierra. Así el
peso de los tributos a la nación caerá sobre los que
reciban de ella manera de pagarlos, la vida sin tributos
será barata y fácil, y el pobre ten- drá casa y espacio para
cultivar su mente, entender sus deberes
públicos, y amar a sus hijos. No sólo para los obreros,
sino para los pensadores, fue una re- velación el libro de
George. Sólo Darwin en las ciencias naturales ha dejado
en nuestros tiempos una huella comparable a la de George en la ciencia de la sociedad. Se ve la garra de Darwin
en la política, en la historia y en la poesía: y dondequiera
que se habla inglés, con ímpetu soberano se imprime en
los pensamientos la idea amante de George, El es de los
que nacen padres de hombres: iallí donde ve un infeliz,
siente la bofetada en la mejilla! En torno suyo se
agruparon los gremios de obreros:- iEducarse, les dijo, es
indis- pensable para vencer! En un pueblo donde el
sufragio es el origen de la ley, la revolución está en el
sufragio. El derecho se ha de defender con entereza; pero
amar es más útil que odiar.- Cuando los obreros de Nueva
York se sintieron fuertes, todos, católicos, pro- testantes y
judíos,- todos, irlandeses, alemanes y húngaros,- todos,
republicanos y demócratas, designaron a George como su
candidato
para dar, con motivo de las elecciones de corregidor de
Nueva York, ia primera maestra de su vo! untad y poder
No era un part: do que se formaba, sino una Iglesia que
crecia. Semejante fervcr sólo se ha vis! o en los
movimientos religiosos. Hasta en los meros detalies
físicos parecían aqueilos hombres dota- dos de fuerza
sobrenatural. El hablar no les enronquecia. El sueño
no les hacía falta. Andaban como si hubieran descubierto
en sí un ser nuevo. Tenían la alegría profunda de !os
recién casados. Im- provisaron tesoro, máquina de
elecciones, juntas, diario. Grande fue la alarma de las
camarillas politicas, de las asociaciones de rufia- nes y
logreros que viven regaladamente de la compra y venta
del sufragio. Aquellas hordas de votantes se les
escapaban, y entraban en la luz. “. 1Buscad el remedio de
vuestros males en la ley!” dicen los partidos políticos a
10s obreros, cuando censuran sus tentativas violentas o
anárquicas, pero apenas forman los obreros un partido
para buscar en la ley su remedio, los llamaron
revolucionarios y anarquistas: lo s dejó solos la prensa:
las castas superiores les ne- garon su ayuda: íos
republicanos, partidarios de los privilegios, los
denunciaron como enemigos de fa patria; y los
demócratas, amena- zados de cerca en sus empleos e
influjo, pidieron auxilio a los po- deres aliados a ellos
para administrar :a ley en el común beneficio. La Iglesia
entera cayó sobre los trabajadores que la han edificado.
El Arzobispo que depone a un sacerdote por haber
apoyado la poií-
tica de las clases llanas, ordena en carta circular a sus
párrocos que apoyen la política de los logreros y rufianes
determinados a ven- derlas. iSólo un párroco, el más
ilustre de todos, el único ilustre, no abandonó a las clases
llanas, el padre McGlynn!
Pues qué: si el Arzobispo, que ha de ser el ejemplo de los
curas, puede favorecer una poíitica, {cómo ha de ser
delito en un cura ha- cer lo mismo que hace el Arzobispo?
5Y de qué parte estará la san- tidad, de los que se ligan
con los poderosos para sofocar el derecho de los infelices,
o de los que, desafiando la ira de los poderosos, y estando
sobre todos ellos en inteligencia y virtud, dan con el pie a
la púrpura y van silenciosamente a sentarse entre los que
padecen? Dicen que hay santidad igual a la del padre
McGlynn, pero no mayor: que en su espíritu excelso es tal
mansedumbre que no halla obstáculo en toda su
sabiduría ai dogma del descendimiento de la gracia: que
ve a! hombre más alto tan esclavo del cuerpo, que no
acierta a comprender por qué aquel que triunfó de su
cuerpo fuese solamente un hombie. Dicen que la virtud le
parece tan deseable y bella que no quiere otra esposa.
Dicen que vive para consolar al desdichado, robustecer y
dilatar ias almas, elevarlas por la espe- ranza v ia
hermosura del CUito a un estado amoroso de poesía, y
hacer triunfar en el seno de !a Iglesia el espíritu de
caridad univer- sal que la engendró, sobre !a ambición, el
despotismo y el interés
OBRAS ESCOGIDAS. T. II 121 tisfechos en la sombra en
torno del palacio arzobispal; pero la parroquia en masa
ha desertado los bancos de la iglesia, ha vestido de
siemprevivas el confesionario vacio de su párroco, ha
echado in- dignada de la sala de reuniones del templo al
nuevo cura, que osó
presentarse a disolver una junta de les ieligreses para
expresar ca- ririo a su Sogarth Aroorz ardientemente
amado.-“ iPor él. por él, estaremos contra el Arzobispo y
contra el Papa!“-“ Nadie nos le hará dafio, ni ha de
faltarle en esta tielra nada!“-“ Hemos levanta- do este
!emplo con nuestro dinero: iquién ha de atreverse a
echarnos de nuestro templo?” “<, A quién ha podido
ofender ese santo que vive para los po- bres?“-“¿ Por qué
nos le maltratan, porque se opuso a que tuvié- ramos
escuelas religiosas que no necesitamos, cuando tenemos
la escuela pública para aprender, y para la religión
tenemos nuestra casa y nueslra ig! esia. 3”--“ jE1 nos
quiere hombres!” nos quiere católicos, pero también
Mujeres eran las más entusiastas de la junta. !Jna mujer
redactó la protesta que llevó la comisión de la junta al
Arzobispo. Artesanos fornidos sollozaban, con los rostros
ocultos en las manos. El padre, humilde y enfermo, a
nadie ha visto, ni con nadie ha hablado, y padece en la
casa pobre de una hermana. Pero los católicos de Nueva
York se alzan coléricos contra el Arzobispo, preparan
juntas colosales; oponen la piedad inefable del cura
perseguido al indigno carácter de obispos y vicarios que
el ar- zobispado tiene en gloria: y con toda la intensidad
del alma irlan- desa recaban su derecho a pensar
libremente sobre las cosas públi- cas, denuncian los tratos
inmorales del arzobispado con los merce- narios politices
a cuyos dictados obedece, proclaman que fuera de las
verdades de Dios y el gobierno de su casa “el Arzobispo de
Nue- va York no tiene sobre las opiniones políticas de su
grey más auto- ridad que la del hombre intermediario que
andan buscando los na- turalistas en los senos de Africa”,
y recuerdan que hubo en Irlanda un arzobispo que murió
de vergüenza y abandono por haber condena- do la
resistencia justa de los católicos irlandeses a la corona
protes-
tante de Inglaterra. “iSobre nuestras conciencias, Dios;
pero nadie venga a segarnos el pensamientc, ni a
quitarnos el derecho de go- bernar a nuestro entender
nuestra República!“-“ En las cosas del dogma, la Iglesia es
nuestra madre; pero fuera del dogma, !a Cons- titución de
fuera t” nuestro país cs nuestra Iglesia”.--“ iArzobispo,
manos Nunca, ni en la campaña de George en el otoño,
hubo entusias- mo mayor. Retumbaba la sala con los
vítores cuando aquellos cató- licos prominente s
vindicaban en frases fervorosas la libertad abso- luta de
su opinión política. “; Conque a nuestro consuelo, al que
fue honor por su sabiduría en la propaganda y es estrella
por su caridad en Nueva York: conque a ese santo padre
McGlynn que se nuestro decoro y alegria, y nos ha
enseñado con su ejemplo y palabra amorosa toda la
razón y her- mosura de la fe; conque al que en nuestras
manos vertió toda su que la han desfigurado. Pero
también dicen que tiene la energía
indomable de los que no sirven a los hombres, isino al
hombre! Cuanto sofoca o debilita al hombre, le parece un
crimen. No pue- de ser que Dios ponga en el hombre el
pensamiento, y un arzobis- po, que no es tanto como Dios,
le prohiba expresarlo. Y si unos curas pueden por orden
del Arzobispo intimar desde el púlpito a sus feligreses que
voten por el enemigo de los pobres, tpor qué no ha de
poder otro cura, por su derecho de hombre libre, ayudar a
los
pobres fuera del altar, sin valerse, ni aun para hacerles
bien en cosas no religiosas, de su autoridad puramente
religiosa sobre las concien- cias? ¿Quién peca, el que
abusa de su autoridad en las cosas del
dogma para favorecer inmoralmente desde la cátedra
sagrab?, a 1;; que venden la ley en pago del voto que les
pone en condlc; on dictarla, o el que sabiendo que al lado
del pobre no hay mas que amargura, IO consuela en el
templo como sacerdote, y le ayuda fuera del templo como
ciudadano? El párroco, es verdad, debe obediencia a su
arzobispo en mate- rias eclesiásticas; pero en opiniones
políticas, en asuntos de. simple economía y reforma
social, en materias que no son ecleslasttcas :cómo ha de
deber el párroco obediencia absoluta a su arzobispo, si
las materias no pertenecen a la administración del templo
ni al ejercicio del culto a que se limita SU autoridad sobre
el párroco? {Cómo ha de ser en Nueva York mala doctrina
católica la nacio- nalización de la tierra, que hoy mismo
promulga todo el clero cató- lico de Irlanda? èO no ha de
tener el párroco más política que la que le manda tener su
arzobispo, que no es autoridad suya en política, y cura
viene a ser tanto como esclavo. que tiemble ante la ira del
señor, porque se atreva a abogar con ternura por los
desventura- dos? ~0 e] cura ha de renunciar a tener
patria? Pues porque el Arzobispo, que ha expresado en
una pastoral opi- nión sobre la propiedad de la tierra,
ordenó sin derecho al padre McGlvnn que no asistiese a
una reunión pública en que se Iba a trata; Ia cuestión de
]a tierra, y el padre lo desatendió en aquello en que tenía
el derecho de cura y el deber de hombre be desatevderlo,
lo suspendió e] Arzobispo en SUS funciones parroqulales,
ja el, que ha hecho un cesto de amor de su parroquia!
Porque desatend1o. a su superior eclesiástico en una
materia política, el Papa le ordena ir, ja él a ]a virtud
humanada, en castigo a Roma! Y porque en vez de n-,
eiplica al Papa en una carta sumisa el error porque se le
condena, el Papa, ia é], e] único sacerdote santo de su
diócesis, le arranca las
vestiduras sacerdotales! Aquí fue donde se vio el
espectáculo hermoso. Al poder, claro está , .; cómo han de
faltarle amigos? Los que viven del voto de la Iglesia, los
políticos que la temen. los que tienen de ella recomendación o apoyo, los que la miran como salvaguardia de
sus riquezas excesivas, la prensa interesada en conservar
su alianza, aletean sa-
122 Jose .ilartI fortuna, y nos dévolvía en limosnas ei
sueldo que le dabamos y jamás quiso abandonar el barrio
de sus pobres, nos lo ,echan de Ia iglesia que é! mismo
levantó, nos le niegan por un dra mas el cuarto donde
reza y sufre,--- y ese otro obispo Ducey que se llevó bajo
su capa al Canadá a un banquero ladrón, goza de toda la
confianza de la Iglesia? eConque el Arzobispo compele a
nuestro
Papa a ser injusto con esta gloria de la fe cristiana, y
asiste com- pungido a los funerales de ese católico
liberticida, de ese Jaime McMaster, que lucía como los
ojos de las hienas, que pasó !a vida vilipendiando a los
pueblos libres y ayudando con su palabra vene- nosa a los
dueños de esclavos y a los monarcas?“--“ f líbrenos DIOS
de hablar contra nuestra fe, de obedecer a los sacerdotes
que aten- tan a nuestra libertad de ciudadanos y de
abandonar a nuestro .%. wrth Aroon, por cuya inmensa
caridad se ha hecho el catolrcrsmo
raí‘ i de nuestras- almas!“. En este fervor .queda el cisma
de los católicos. iCuántas intrigas y complicidades,
cuántos peligros para la República ha revelado! ZConque
la Iglesia compra influjo y vende voto? iConque la santrdad la encoleriza? ZConque es la aliada de los ricos de las
sectas enemigas? CConque prohibe a sus párrocos el
ejercicio de sus dere- chos políticos; a no ser que los
ejerzan en pro de los que traftcan en votos con la Iglesia?
@nque intenta arruinar y de. grada a los que ofenden su
política autoritaria, y siguen mansamente 40 que en-
sefió el dulcísimo Jesús? <Conque no se puede ser hombre
y cató- lico? iVéase como se puede, según nos lo enseñan
estos nuevos pes- cadores! fOh Jesús! {Donde hubieras
estado en esta lucha? iacom- Dañando al Canadá al
ladrón rico, o en la casita pobre en que el padre McGlynn
espera y sufre? El Partido Liberul, México, 9 de febrero de
1887. La Nación, Buenos Aires, 14 de abril de 1887. 0. c., t.
11, p. 139- 150.
[VIEJO DE LA BARBA BLANCA] l Viejo de fa barba blanca
Que contemplándome estás Desde tu marco de bronce En
mi mesa de pensar: Ya te escucho, ya te escucho: Hijo,
más, un poco más: Piensa en mí barba de plata, Fue del
mucho trabajar: Piensa en mis ojos serenos, Fue de no ver
nunca atrás: Piensa en el bien de mí muerte Que lo gané
con luchar. Piensa en el bien de [...] Que lo gané con
penar: Yo no fui de esos ruines Viejos turbios, que verás
Hartos de logros impuros Perecer sin reparar:
Vamos, pues, yo voy contigo- Ya sé que muriendo vas:
Pero el pensar en la muerte Ya es ser cobarde! A pensar,
Hijo, en el bien de los hombres, Que así no te cansarás! El
llanto a la espalda: el llanto Donde no te vean llorar:
¿Hay tanta lágrima afuera, Y vienes a darnos más?
Marino que echa agua al barco Cuando lo ve zozobrar.
Quejarse es un crimen, hijo:
l Del texto se inrIere que su padre ha fallecido
recientemente, por tanto, lo ubi- carnos en febrero de
1887, teniendo en cuenta que el deceso fue el día 2 del año
en curso.
Calla: date un poco más!- La barba muerta me tiemb! a,
ffijo, de verte temblar.- Recojo el cuerpo deshecho. Cierro
los labios amargos. EL POETA WALT WHITMAN
PC. C‘ d. c., t. II, p. 277- 278. FIESTA LITERAR! A EN
NUEVA YORK- VEJEZ PATRIARCAL DE WHIT- MAN.- SIJ
ELOGIO A LINCOLN Y EL CANTO A SU MUERTE.CARACTER EXTRAORDIfiARIO DE LA POESIA Y
LENGUAJE DE -WHITMAN.- NOVE- DAD ABSOLUTA DE
SU OBRA POETICA.- SU FILOSOFIA, SU ADORACION DEL
CUERPO HUMANO, SU FELICIDAD, SU METODO
POETICO.- LA POE- SIA EN LOS PUEBLOS LIBRES.SENT! DO RELiGIOSO DE LA LIBERTAD.- DESNUDECES
Y, PROFUNDIDAD DEL LIBRO PROHIBIDO DE
WHITiilAN
Nueva York, 19 de abril de 1887 Señor Director de El
Partido Liberal:
“Parecía un dios anoche, sentado en su sillón de
terciopelo rojo, todo el cabello blanco, la barba sobre el
pecho, las cejas como un bosque, la mano en un cayado.”
Esto dice un diario de hoy del poeta Walt Whitman,
anciano de setenta arios a quien los críticos profun- dos,
que siempre son los menos, asignan puesto
extraordinario en la literatura de su pais y de su epoca.
Sólo los libros sagrados de la antigüedad ofrecen una
doctrina comparable, por su profetice len- guaje y
robusta poesía, a la que en grandiosos y sacerdotales
apo- tegmas emite, a manera de bocanadas de luz, este
poeta viejo, cuyo
libro pasmoso está prohibido. han ;Cómo no, si es un libro
natural? Las universidades y latines puesto a los hombres
de manera que ya no se conocen; en vez de echarse unos
en brazos de los otros, atraídos por lo esencial y eterno, se
apartan, piropeándose como placeras, por diferencias de
mero accidente; corno el budín sobre la budinera, el
hombre queda amoldado sobre el libro o maestro
enérgico con que le puso en contacto el azar o la moda de
su tiempo; las escuelas filosóficas, re- ligiosas o literarias,
encogullan a los hombres, como al lacayo la librea; los
hombres se dejan marcar, como los caballos y los toros, y
van por el mundo ostentando su hierro; de modo que,
cuando se ven delante del hcmbre desnudo, virginal;
amoroso, sincero, po- tente- del hombre que camina, que
ama, que pelea, que rema,- del hombre que, sin dejarse
cegar por la desdicha, lee la promesa de
126 losé Marti final ventura en el equilibrio y la gracia del
mundo; cuan- do se ven frente al hombre padre, nervudo
y angélico de Walt Whltrnan, huyen como de su propia
conciencia y se resisten a reconocer en esa humanidad
fragante y superior el tipo verdadero de su especie,
descolorida, encasacada, amuñecada. Dice el diario que
ayer, cuando ese otro viejo adorabIe, Glads-
tone, acababa de aleccionar a sus adversarios en el
Parlamento so- bre la justicia de conceder un gobierno
propio a Irlanda, parecía él como mastín pujante, erguido
sin rival entre la turba, y ellos a sus
pies como un tropel de dogos. Así parece Whitman, con
~~,“ persona natural” con su “naturaleza sin freno en
original energla , con sus “miríadas de mancebos
hermosos y gigantes”, con su creencia en que “el más
breve retoño demuestra que en realidad no hay muerte ,
con el recuento formidable de pueblos y razas en su
“Saludo al mundo”, con su determinación de “callar
mientras los demás discu- ten, e ir a bañarse y a
admirarse a sí mismo, cono+ endo la perfecta propiedad y
armonía de las cosas”; así parece Whltman, “el que, no
dice estas poesías por un peso”; el que “está satisfecho, y
vz, halla, canta y ríe”; el que “no tiene cátedo,, ni púlpito,
ni escuela , cuan- do se le compara a esos poetas y
fllosofos canijos, filósofos ,de un detalle o de un solo
aspecto; poetas de aguamiel, de patron, de libro; figurines
filosóficos o literarios. Hay que estudiarlo, porque si no
es el poeta de mejor gusto,
es el más intrépido, abarcador y desembarazado de su
tiempo. En su casita de madera, que casi está al borde de
la miseria, luce en una ventana, orlado de luto, el retrato
de Víctor Hugo; Emerson, cuya lectura purifica y exalta,
le echaba el brazo por el hombro y le llamó su amigo;
Tennyson, que es de los que ven las raíces de las cosas,
envía desde su silla de roble en Inglaterra, termslmos
mensajes al “gran viejo”; Robert Buchanan, el inglés de
palabra briosa, “iqué habéis de sabei de letras- grita a los
norteamerica- nos,- si estáis dejando correr, sin los
honores eminentes que le corresponden, la vejez de
vuestro colosal Walt Whitman?” “La verdad es que su
poesía, aunque al principio causa asombro,
deja en el alma, atormentada por el empequeñecimiento
universal, una sensación deleitosa de convalecencia. El se
crea su Gramática y su Lógica. El lee en el ojo del buey y
en la savia de la hola.” “íEse que limpia suciedades de
vuestra casa, ese es mi hermano!” Su irregularidad
aparente, que en el primer momento desconclerta,
resulta luego ser, salvo breves instantes de portentoso
extravío, aquel orden v composición sublimes con que se
dibujan las cumbres sobre el horizonte. ’ El no vive en
Nueva York, su “Manhattan querida”, su “Manhat- tan de
rostro soberbio y un millón de pies”, a donde se asoma
cuan- do quiere entonar “el canto de lo que ve a la
Libertad”; vive, cutda- do por “amantes amigos”, pues sus
libros y conferencias apenas le producen para comprar
pan, en una c rasita arrinconada en un ameno recodo del
campo, de donde en su carruaje de anciano le llevan los
OBRAS ESCOGIDAS. T. II í27 PS caballos que ama 1; iriles.
a los a ver a los “jóvenes forzudos” en sus diversiones
“camaradas? ’ que no temen codearse con este iconoclasta que quiere estabiecer “f2 institución de !a
camaraderia”, a ver i0s campos que crían, los amigos que
pasan cantando dei brazo las parejas de novios, aiegres y
vivaces como las codornices. El lo’dice en sus Calamus; el
libro enormemente extraño en que
de los amigos: canta el amor “Ni orgias, ni ostentosas
paradas, ni la continua procesión de las calles, ni las
:enlanas atestadas de comercios, ni la converszción con
los tlrudlfo~ me satisface, sino que al pasar por mi
Manhattan los ojos que encuentro me ofrezcan amor
amantes continrlas amantes es lo único que me satisface.”
El es como los ah: cianos que anuncia al fin de su libro
prohibido, sus Hojas de yerba: “Anuncio miriadas de
mancebos gigantescos, hermosos y de fina sangre;
anuncio una raza de ancianos salvajes y espléndidos.”
Vive en el campo, donde el hombre natural labra al Sol
que lo curte, junto a sus caballos plácidos, la tierra libre;
mas no lejos de la ciudad amable y férvida, con sus ruidos
de vida, su trabajo gra- neado, su múltiple epopeya, el
polvo de los carros, el humo de las fábricas jadeantes, el
Sol que lo ve todo, “los gañanes que charlan a la merienda
sobre las pilas de ladrillos, la ambulancia que corre
desalada. con el héroe que acaba de caerse de un
andamio, la mujer sorprendrda en medio de la turba por
la fatiga augusta de la ma- ternidad”. Pero ayer vino
Whitman del campo para recitar, ante un concurso de
leales tural, aquella alma amigos , su oración sobre aquel
otro hombre na- ta del Oeste”, grande aquel i: dulce,
“aquella poderosa estrella muer- Abra am Lincoln. Todo
lo culto de Nueva York asistió en silencio religioso a
aquella plástica resplandeciente que por sus súbitos
quiebros, tonos brillantes, hímnica fuga olímpica
familiaridad, parecía a veces como un cuchicheo de
astros. Los criados a leche latina, académica o francesa,
no podrían, acaso, en- tender aquella gracia heroica. La
vid. a libre y decorosa de! hombre en un continente nuevo
ha creado una filosofía sana v robusta que está saliendo
al mundo en epodos atléticos. A la mávor suma de
hombres libres y trabajadores que vio jamás la Tierra,.
corresponde una poesía de conjunto y de fe,
tranquiiizadora y solemne que se levanta, como el So! del
mar, incendiando las nubes. bordeindo de fuego las
crestas de las olas; despertando en las ‘selvas fecundas de
la orilla las flores fatigadas y los nidos. Vuela el polen*
los picos cambian besos; se aparejan las ramas; buscan el
Sol las hbjas exhala todo música. Lincoln. , con ese
lenguaje de luz ruda habló Whitman di
Acaso una de las producciones más bellas de la poesía
contem- poránea es la mística trenodia que Whilman
compuso a la muerte de Lincoln. La Naturaleza entera
acompaña en su viaje a la sepultura e! féretro llorado. Los
astros lo predijeron. Las nubes venían enne- greciéndose
un mes antes. IJn pájaro gris cantaba en el pantano un
canto de desolación. Entre el pensamiento y la seguridad
de la muerte viaja el poeta por los campos conmovidos,
como entre dos
128 IosLj Marli compañeros. Con arte de músico agrupa,
esconde y reproduce estos elementos tristes en una
armonía total de crepúsculo. Parece, al acabar la poesía,
como si la Tierra toda estuviese vestida de negro,
Y el muerto ia cubriera desde un mar al oiro. Se \- en las
nubes, la una cargada que anuncia !a catistrofe, las alas
largas del pájaro gris. Es mucho más hermoso. extraño y
profundo que “El Cuervo de Poe. El poeta trae al féretro
un gajo de lilas. Su obra entera es eso. Ya sobre las
tumbas no glmen 105 rauce‘;; la muerte es “la cose- cha, la
9 ue abre la puerta, la gran re\- e! adora”; lo q11e rst; i
siendo, fue y vo verá a ser; en una grave y ccltstt>
primavera SC cunfllnden las oposiciones y penas
aparentes; un hueso cs una flor. Se oye de cerca el ruido
de los soles que buscan con majestuoso movimiento su
puesto definitivo en el espacio: la vida es un himno; la
muerte es una forma oculta de la vida: santo es el sudor y
el entozoario es santo. los hombres, ai pasar, deben
besarse en la mejilla: abrácense los vi; os en amor ir:
efable; amen la yerba, el animal, el aire. el mar, el doior,
la muerte; e! sufrimiento es menos para las almas que el
amor posee; la vida no tiene dolores para el que entiende
a tiempo
su sentido; del mismo germen son la miel, la luz y el beso;
ien la sombra que esplende en paz como una bóveda
maciza de estrellas, levántase con música suavísima, por
sobre los mundos dormidos como canes a sus pies, un
apacible y enorme árbol de lilas!
Cada estado social trae su expresión a la literatura, de tal
modo, que por ias diversas frases de ella pudiera contarse
la historia de los pueblos, con ma ‘s verdad que por sus
cronicones y sus décadas. No puede haber I:
ontradicciones en !a Naturaleza; ia misma aspira- ción
humana a hallar en el amor, durante la existencia, y en lo
ig- norado después de ia muerlc, un tipo perfecto de
gracia y hermosura, demuestra que en la vida total han
de ajustarse con gozo 10s ele-
mentos que en la porción actual de vida que atravesamos
parecen desunidos y hostiles. La literatura que anuncie y
propague el con- cierto final y dichoso de las
contradicciones aparentes; la literatura que, como
espontáneo consejo y enseñanza de ia Naturaleza,
promul- gue la identidad en una paz superior de los
dogmas, v pasiones ri- vales que en el estado elemental de
los pueblos 10s dlv: den y ensan-
grientan; la literatura que inculque en el espíritu
espantadizo de los hombres una convicción tan arraigada
de la justicia. y belleza de- finitivas que las penurias y
fealdades áe la existencra no las des- corazone ni
acibaren, no soi0 revelará un estado social más cerca-
no a la perfección que todos los conocidos, sino que,
hermanando felizmente la razón y la gracia, ‘proveerá a
la Iíumanidad, ansiosa de maravilla y de poesía, con la
religión que confusamente aguar- da desde que conoció la
oquedad e insuficiencia de sus antiguos credos.
OBRAS ESCOGIDAS. T. II 129 (Quién es el ignorante que
mantiene que la poesía no es indis- pensable a los
pueblos? Hay gentes de tan corla vista mental que creen
que toda la fruta se acaba en la cáscara. La poesía, que’
congrega o disgrega, que fortifica o angustia, oue
apuntala o derriba las almas, que da o quita a los
hombres la ii y ei aliento, es más necesaria a los pueblos
que la industria misma, pues esta les pro- porciona el
modo dr subsistir, mientra:, que aquella les da el deseo
; la fuerza de la vida. ¿A dónde ir> un pueblo de hombres
que Ilayan perdido el hábito de pensar con fe en la
significación y al- cance de sus actos? Los mejores, los que
unge la Naturaleza con el sacro deseo de io futuro,
perderán, en un aniquilamiento doloroso y ‘sordo, todo
estímulo para sobrellevar las fealdades humanas; y la
masa? lo vulgar, la gente de apetitos, los comunes,
procrearán sin santidad hijos vacíos, elevarán a
facultades esenciales las que deben servirles de meros
instrumentos y aturdirán con el bullicio de una
prosperidad siempre incompleta la aflicción irremediable
del alma, que sólo se complace en lo bello y grandioso. La
libertad debe ser, fuera de otras razones, bendecida,
porque su goce inspira al hombre moderno- privado a su
aparición de la calma, estímulo y poesía de la existencia,-aquella paz suprema y bienestar religioso que produce el
orden del mundo en los que viven en él con la arrogancia
y serenidad de su albedrío. Ved sobre los montes, poetas
que regáis con lágrimas pueriles los altares desiertos
Creíais la religión perdida, porque estaba mudando de
forma sobre vuestras cabezas. Levantaos, porque
vosotros sois los sacer- dotes. La libertad es la religión
definitiva. Y la poesía de la li- bertad el culto nuevo. Ella
aquieta y hermosea lo presente, deduce e ilumina lo
futuro, y explica el propósito inefable y seductora bondad del Universo.
Oid lo que canta este pueblo trabajador y satisfecho; oid a
Walt Whitman El ejercicio de sí lo encumbra a la
majestad, la toleran- cia a la justicia, y el orden a la
dicha. El que vive en un credo auto,- crático es lo mismo
que una ostra en su concha, que sólo ve la prisión que la
encierra y cree, en la oscuridad, que aquello es el mundo;
la libertad pone alas a la ostra. Y lo que, oído en lo
interior de ia concha, parecía portentosa contienda,
resulta a la luz del aire ser el natural movimiento de la
savia en el pulso enérgico del mundo.
con El mundo, para Walt Whitman, fue siempre como es
hoy. Basta que una cosa sea para que haya debido ser, y
cuando ya no deba ser. no será. Lo que ya no es, lo que no
se ve, se prueba por lo que es y se está viendo; porque todo
está en todo, y lo uno expli- ca lo otro; y cuando lo que es
ahora no sea, se probará a su vez por lo que esté siendo
entonces. Lo infinitésimo colabora para lo infinito, y todo
está en su puesto, la tortuga, el buey, los pájaros,
“propósitos alados”. Tanta fortuna es morir come nacer,
porque los muertos están vivos; “inadie puede decir lo
tranquilo que está él sobre Dios y la muerte!” Se ríe de lo
qu e ílaman desilusión, y conoce la am- plitud del ?iempo;
él acepta absolutamente el tiempo. En su persona
OBRAS ESCOGIDAS. T II 131 se contiene lodo: tcdo él está
en todo; donde uno se degrada, él se degrada; él es la
marea, el flujo y reflujo; ,cómo no ha de tener orgullo en
sí, si se siente parte viva e inteligente de la Naturaleza?
CQué le importa a e. ‘1 volver al seno de donde partió, y
convertirse,
al amor de la tierra húmeda, en vegetal útil, en flor bella?
Nutrirá a los hombres, después de haberlos amado. Su
deber es crear; el átomo que crea es de esencia divina; el
acto en que se crea es exqui- sito y sagrado. Convencido
de la identidad del Universo, entona el “Canto de mi
mismo”. De todo teje el canto de si: de los credos que
contienden y pasan, del hombre que procrea y labora, de
los ani-
males que le ayudan, iah! de los animales, entre quienes
“ninguno se arrodilla ante otro, ni es superior al otro, ni
se queja.” El se ve como heredero dei mundo. Nada le es
extraño, y lo toma en cuenta todo, el caracol que se
arrastra, el bue- que con sus ojos misteriosos 10 mira, el
sacer-
dote que defiende una parte de la verdad como si fuese la
verdad en- tera. El hombre debe abrir los brazos, y
apretarlo todo contra su corazón, la virtud lo mismo que
el delito, la suciedad lo mismo que la limpieza, la
ignorancia lo mismo que la sabiduría; todo debe fundirlo en su corazón, como en un horno; sobre todo, debe
dejar caer la barba blanca. Pero, eso sí, “ya se ha
denunciado y tonteado bas- tante”; regaña a los
incrédulos, a los sofistas, a los habladores; iprocreen en
vez de querellarse y añadan al mundo! iCrée! se con aquel
respeto con que una devota besa la escalera del altar! El
es de todas las castas, credos y profesiones, y en todas en-
cuentra justicia y poesía. Mide las religiones sin ira; pero
cree que la religión perfecta está en la Naturaleza. La
religión y la vida están en la Naturaleza. Si hay un
enfermo, “idos”, dice al médico y a, l cura, “yo me apegaré
a él, abriré las ventanas, le amaré, le hablare
al oído; ya veréis como sana; vosotros sois palabra y
yerba, pero yo puedo más que vosotros, porque soy
amor”. El Creador es “el verda- dero amante, el camarada
perfecto”; los hombres son “camaradas”, v valen más
mientras más aman y creen, aunque todo lo que ocupe Su
lugar y su tiempo vale tanto como cualquiera; mas vean
todos el mundo por sí, porque él, Walt Whitman, que
siente en sí el mundo
desde que este fue creado, sabe, por lo que el Sol y el aire
le ense- ñan, que una salida del Sol le revela más que el
mejor libro. Piensa en los orbes, apetece a las mujeres, se
siente poseído de amor u$- versal y frenético; oye
levantarse de las escenas de la creacron y de los oficios
del hombre un concierto que le inunda de ventura, y
cuando se asoma al río, a la hora en que se cierran los
talleres y el Sol de puesta enciende el agua, siente que
tiene cita con el Creador, reconoce que el hombre es
definitivamente bueno y ve que de su ca- beza, reflejada
en la corriente, surgen aspas de luz.
Pero cqué dará idea de su vasto y ardentísimo amor? Con
el fuego de Safo ama este hombre al mundo A él le parece
el mundo un lecho gigantesco. El lecho es para él un altar.
“Yo haré ilustres, dice, las palabras y las ideas que los
hombres han prostituido con su sigilo y su falsa
vergüenza; yo canto y consagro lo que consa- graba el
Egipto.” Lna de las fuentes de su originalidad es la fuerza
hercillea con que postra a las ideas come si fuera a
violarlas, cuando sólo va a darles un beso, con la pasión
de un santo. Otra fuente es la forma material, brutal,
corpórea, con que expresa sus más deli- cadas
idealidades. Ese lenguaje ha parecido lascivo a los que
son incapaces de entender su grandeza; imbéciles ha
habido que cuando celebra en Calamus, con las imágenes
más ardientes de la lengua hllmana, el amor de los
amigos, creyeron ver, con remilgos de co- ieginl
impúdico, el retorno a aquellas viles ansias de Virgilio
por
Cebetes y de Horacio por Giges y Licisco. Y cuando canta
en “Los Hijos de Adán” el pecado divino, en cuadros ante
los cuales palide- cen los m& calurosos del “Cantar de los
Cantares”, tiembla, se en- coge, se vierte y dilata,
enloquece de orgullo y virilidad satisfecha, recuerda al
dios del Amazonas, que cruzaba sobre los bosques y los
ríos esparciendo por la tierra las semillas de la vida: “jmi
deber es crear!” Adán”; “Yo canto al cuerpo eléctrico”,
dice en “Los Hijos de y es preciso haber leído en hebreo
las genealogías patriar- cales del Génesis; es preciso
haber seguido por las selvas no holla- das las comitivas
desnudas y carnívoras de los primeros hombres, para
hallar semejanza apropiada a la enumeración de satánica
fuer- za en que describe, como un héroe hambriento que
se relame los labios sanguinosos, las pertenencias del
cuerpo femenino. <Y decís que este hombre es brutal? Oíd
esta composición que, como muchas suyas, no tiene más
que dos versos: “Mujeres hermosas”. “Las mu- jeres se
sientan o se mueven de un lado para otro, jóvenes
algunas, algunas viejas; las jóvenes son hermosas pero
las viejas son más hermosas que las jóvenes.” Y esta otra:
“Madre y Niño”. Ve el niño que duerme anidado en el
regazo de su madre. La madre que duerme, y el niño:
isilencio! Los estudió largamente, largamente. El prevé
que, así ccmo ya se juntan en grado extremo la virilidad y
la ternura en los hombres de genio superior, en la paz
deleitosa en que descansará la vida ha de juntarse, con
solemnidad y júbilo dignos del Universo, las dos energías
que han necesitado dividirse
para continuar la faena de la creación. Si entra en la
yerba, dice que la yerba le acaricia, que “ya siente mover
sus coyunturas”; y el más inquieto novicio no tendría
palabras tan fogosas para describir la alegría de su
cuerpo, que él mira como parte de su alma, al sentirse
abrasado por el mar. Todo lo que vive le ama: la tierra, la
noche, el mar le aman; “ipe- nétrame, oh mar, de
humedad amorosa!“. Paladea el aire. Se ofre- ce a la
atmósfera como un novio trémulo. Quiere puertas sin
cerra- dura y cuerpos en su belleza natural; cree que
santifica cuanto toca o le toca, y halla virtud a todo lo
corpóreo; él es “Walt Whitman, un cosmos, el hija de
Manhattan, turbulento, sensual, carnoso, que come, bebe
y engendra, ni m, is ni meno5 que todos los demás. Pinta
132 fosé Marri OBRAS ESCOGIDAS. T. Il 133 a ta verdad
como una amante frenética, que in*: ade su cuerpo y,
ansiosa de poseerle. lo liberta de sus ropas, Pero cuando
en la clara medianoche, libre el alma de ocupaciones y de
libros, emerge en- tera, silenciosa y contemplativa del día
noblemente empleado, medita en los temas que rr, ás la
complacen: en la noche, el sueño y la muer- te; en el canto
de lo universal, para beneficio del hombre común, 1 “es
muy dulce morir avanzando” y caer al pie del árbol
i% r? it; Fvo mordido por la última serpiente del bosque,
con el hacha en las manos.
Imagínese qué nuevo y extrario efecto producirá ese
lenguaje hen- chido de animalidad soberbia cuando
celebra la pasion que ha de unir a los hombres. Recuerda
en una composición del Calmus los
goces más vivos que debe a la Naturaleza y a la patria:
pero sólo a las olas del océano halla dignas de corear, a la
luz de la luna, su dicha al ver dormido junto a sí al amigo
que ama. Él ama a los humildes, a los caídos, a los
heridos, hasta a los malvados. NO
desdeña a los grandes, porque para el sólo son grandes
los útiles. Echa el brazo por el hombro a los carreros, a los
marineros, a los labradores. Caza y pesca con ellos, y en
la siega sube con ellos
al tope del carro cargado. Más bello que un emperador
triunfante le parece el negro vigoroso que, apoyado en la
lanza detrás de sus percherones, guia su carro sereno por
el revuelto Broadway. El entiende todas las virtudes,
recibe todos los premios, trabaja en todos los oficios,
sufre con todos los dolores. Siente un placer heroico
cuando se detiene en el umbral de una herrería, y ve que
los mancebos, con el torso desnudo, revuelan por sobre
sus cabezas los martillos, y dan cada uno a su turno. El es
el esclavo, el preso, el que pelea, el que cae, el mendigo.
Cuando el esclavo llega a sus puertas perseguido y
sudoroso, le llena la bañadera, lo sienta
a su mesa; en el rincón tiene cargada la escopeta para
defenderlo; si se lo vienen a atacar, matará a su
perseguidor y volverá a sen- tarse a la mesa, icomo si
hubiera matado una víbora! Walt Whitman, pues, está
satisfecho; cqué orgullo ie ha de pun- zar, si sabe que se
para en yerba o en flor? cqué orgullo tiene un clavel, una
hoja de salvia, una madreselva? <cómo no ha de mirar él
con tranquilidad los dolores humanos, si sabe que por
sobre ellos está un ser inacabable a quien aguarda la
inmersión venturosa en la Naturaleza? (Qué prisa le ha de
azuzar, si cree que todo está donde debe, y que la
voluntad de un hombre no ha de desviar el camino del
mundo? Padece, sí, padece; pero mira como un ser menor
y acabadizo al que en él sufre, y siente por sobre las
fatigas y miserias a otro ser que no puede sufrir, porque
conoce la universal grandeza. Ser co, mo es le es bastante
y asiste impasible y alegre ai curso, silencioso o loado, de
su v- ida. De un solo bote echa a un lado, como
excrecencia in; ltil, la lamentación romántica: “ino he de
pedirle al Cielo que baje a la Tierra para hacer mi
voluntad!” Y qué
majestad no hay en aquella frase en que dice que ama a
los anima- les “porque no se quejan”. La verdad es que ya
sobran los acobar- dadores; urge ver cómo es el mundo
para no convertir en montes las hormigas; dése fuerzas a
los hombres, en vez de quitarles con la- lmentos las pocas
que el dolor les deja; pues los llagados <van por las calles
enseñando sus llagas? Ni las dudas ni la ciencia le
mortifican. “Vosotr, os sois los primeros, dice a los
científicos; pero la ciencia no es más que un
departamento de mi morada, no es toda mi morada; iqué
pobres parecen las argucias ante un hecho heroico! A la
ciencia, salve, y salve al alma, que está por sobre roda’ la
ciencia.” Pero donde su filosofía ha domado enteramente
el odio, como mandan los magos, es en la frase, no exenta
de la melancolía de los vencidos, con que arranca de raíz
toda razón de envidia; <por qué tendría yo celos, dice, de
aquel de mis hermanos
que haga lo que yo no puedo hacer? “Aquel que cerca de
mí mues- tra un pecho más ancho que el mío, demuestra
la anchura del mío.” “iPenetre el Sol la Tierra, hasta que
toda ella sea luz clara y dulce, como mí san. gre. Sea
universal el goce. Yo canto la eterni- dad de la existencia,
la dicha de nuestra vida y la hermosura im- placable del
Universo. Yo uso zapato de becerro, un cuello espa- cioso
y un bastón hecho de una rama de árbol!” Y todo es o lo
dice en frase apocalíptica. <Rimas o acentos? iOh, no! su
ritmo está en las estrofas, ligadas, en medio de aquel caos
aparente de frases superpuestas y convulsas, por una
sabia compo- sición que distribuye en grandes grupos
musicales las ideas, como la natural forma poética de un
pueblo que no fabrica piedra a pie- dra, sino a enormes
bloqueadas.
El lenguaje de Walt Whitman, enteramente diverso del
usado hasta hoy por los poetas, corresponde, por la
extrañeza y pujanza, a su cíclica poesía y a la humanidad
nueva, congregada sobre un continente fecundo con
portentos tales, que en verdad no caben en Iiras ni
serventesios remilgados. Ya no se trata de amores escondidos, ni de damas que mudan de galanes, ni de la queja
estéril de los que no tienen la energía necesaria para
domar la vida, ni la discreción que conviene a los
cobardes. h’o de rimíllas se trata, y dolores de alcoba,
sino del nacimiento de una era, del alba de la religión
definitiva, y de la renovación del hombre; trátase de una
fe que ha de sustituir a la que ha muerto y surge con un
claror ra- dioso de ia arrogante paz del hombre redimido;
trátase de escribir !os libros sagrados de un pueblo que
reúrle, al caer del mundo anti- guo, todas las fuerzas
vírgenes de la libertad a las ubres y pompas ciclópeas de
la salvaje Naturaleza; tratase de reflejar en palabras el
ruido de las muchedumbres que se asientan, de las
ciudades que trabajan y de los mares domados y los ríos
esclavos. <Apareará con- sonantes Walt Whirman y
pondrá en mansos dísticos estas mon-
tanas de mercaderias, bosques de espinas, pueblos de
barcos, com-
134 José Marti OBRAS ESCOGIDAS. T. iI 135 bates donde
se acuestan a abonar el derecho m !lnes de hombres y Sol
que en todo impera, y se derrama con límpido fuego por el
vasto paisaje?
;Oh! no; Walt Whitman habla en versículos, sin música
aparente, aunque a poco de oírla se percibe que aquello
suena como el casco de la tierra cuando vienen por él,
descalzos y gloriosos, los ejér- citos triunfantes. En
ocasiones parece el lenguaje de Whitman el frente
colgado de reses de una carnicería; otras parece un canto
de patriarcas, sentados en coro, con la suave tristeza del
mundo a la hora en que el humo se pierde en las nubes;
suena otras veces como un beso brusco, como un
forzamiento, como el chasquido del cuero reseco que
revienta al Sol; pero jamás pierde la frase su movimiento
rítmico de ola. El mismo dice cómo habla: “en alari- dos
proféticos”; “estas son, dice, unas pocas palabras
indicadoras
de lo futuro”. Eso es su poesía, índice; el sentido de lo
universal pervade el libro y le da, en la confusión
superficial, una regularidad grandiosa; pero sus frases
desligadas, flagelantes, incompletas, suel- tas, más que
expresan, emiten; “lanzo mis imaginaciones sobre las
canosas montañas”; “di, Tierra, viejo nudo montuoso,
iqué quieres de mí?” “hago resonar mi bárbara fanfarria
sobre los techos del mundo”. No es él, no, dc los que echan
a andar un pensamiento pordio- sero, que va tropezando
y arrastrando bajo la opulencia irisible de sus vestiduras
regias. El no infla tomeguines para que parezcan águilas;
él riega águilas, cada vez que abre el puño, como un sembrador riega granos. Un verso tiene cinco sílabas; el que
le sigue
cuarenta, y diez el que le sigue. El no esfuerza la
comparación, y en verdad no compara, sino que dice lo
que ve o recuerda con un com- plemento gráfico e incisivo,
y duerio seguro de la impresión de con- junto que se
dispone a crear, emplea Su arte, que oculta por entero, en
reproducir los elementos de su cuadro con el mismo
desorden con
que los observó en la Naturaleza. Si desvaría, no disuena,
porque así vaga la mente sin orden ni esclavitud de un
asunto a sus aná- logos; mas luego, como si sólo hubiese
aflojado las riendas sin sol- tarlas, recógelas de súbito y
guía de cerca, con puño de domador, la cuadriga
encabritada, sus versos van galopando, y como engullendo la tierra a cada movimiento; unas veces relinchan
ganosos, como cargados sementales, otras, espumantes y
blancos, ponen el casco sobre las nubes; otras se hunden,
osados y negros, en lo interior de la tierra, y se oye por
largo tiempo el ruido. Esboza; pero dijé- rase que con
fuego. En cinco líneas agrupa, como un haz de huesos
recién roídos, todos los horrores de la guerra. Un
adverbio le basta para dilatar o recoger la frase, y un
adjetivo para sublimarla. SU método ha de ser grande,
puesto que su efecto lo es; pero pudiera creerse que
procede sin método alguno, sobre todo en el uso de las
palabras, que mezcla con nunca visto atrevimiento,
poniendo las augustas y casi divinas al lado de las que
pasan por menos apro- piadas y decentes. Ciertos cuadros
no los pinta con epítetos, que
en él son siempre vivaces y profundos, sino por sonidos,
que com- pone y desvanece con destreza cabal,
sosteniendo así con el turno de los procedimientos el
interés que la monotonia de un modo exclu- sivo pondría
en riesgo. Por repeticiones atrae la melancolía, como los
salvajes. Su cesura, inesperada y cabalgante, cambia sin
cesar, v sin conformidad a regla alguna, aunque se
percibe un orden sa- bio en sus evoluciones,. paradas y
quiebros. Acumular le parece el mejor modo de descrlbrr,
y su raciocinio no toma jamás las formas pedestres del
argumento ni las altisonantes de la oratoria, sino el
misterio de la insinuación, el fervor de la certidumbre y el
giro igneo de la profecía. A cada paso se hallan en su libro
estas pala- bras nuestras: viva, camarada, libertad,
americanos. Pero iqué pin-
ta mejor su carácter que las voces francesas que, con
arrobo percep- tible, y como para dilatar su significación,
incrusta en sus versos?: ami, exalté, accoucheur,
nonchalant, ensemble; ensemble, sobre todo, le seduce,
porque él ve el cielo de fa vida de los pueblos, y de los
mundos. Al italiano ha tomado una palabra: ibravura!
Así, celebrando el músculo y el arrojo; invitando a los
transeún- tes a que pongan en él, sin miedo, su mano al
pasar; oyendo, con las palmas abiertas al aire, el canto de
las cosas; sorprendiendo y proclamando con deleite
fecundidades gigantescas; recogiendo en versiculos
édicos las semillas, las batallas y los orbes; señalando a
los tiempos pasmados las colmenas radiantes de hombres
que por los valles y cumbres americanos se extienden y
rozan con sus alas de abeja la fimbria de la vigilante
libertad; pastoreando los siglos ami- gos hacia el
remanso de la calma eterna, aguarda Walt Whitman,
mientras sus amigo s le sirven en manteles campestres la
primera pesca de la primavera rociada con champaña, la
hora feliz en que lo material se aparte de él, después de
haber revelado al mundo un hombre veraz, sonoro y
amoroso, y en que, abandonado a los aires purificadores,
germine y arome en sus ondas, “idesembaraza-
do, triunfante, muerto!” El Partido Liberal, México, 17 de
mayo de 1887. La Nación, Buenos Aires, 26 de junio de
1887. 0. c., t. 13, p. 131- 143.
(TAMANACO, DE PLUMAS CORONADO] [TIENES EL
DON, TIENES EL VERSO...]
Tamanaco, de plumas coronado Está en mitad del rústico
vallado. Tras cañas y maderas, En forma de hombres se
levantan fieras Con cabeza y con pecho y pies de hierro.
Las cañas rornpen: salta al circo un perro. Del hombre de
las plumas la macana Hace en el aire hueco herida vana;
El brazo, desprendido Al golpe inútil, cuélgale tendido:
Crujen tras de las cercas inseguras De sabroso placer las
armaduras: En la sangre del indio derribado
El hondo hocico el perro ha sepultado: Y aún resuena en
la tierra americana El golpe vago de la infiel macana; 1 <
1 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Y en el cuerpo del indio
aún mueide el perro.
PC. Ed. c., t. II, p. 135 Tienes el don, tienes el verso, tienes
Todo el valor de ti, tienes la altiva Resolución que
arrostra y que cautiva Y llama las coronas a las sienes.
Tienes la fuga, el verbo, los desdenes Divinos de quien es,
y el hab! a viva De quien cruza la tierra cielo arriba Y ni
adula al feliz, ni aguarda bienes. -iPero no tengo el
impudor odioso De enseñar mis entrañas derre! idas En
estuche de verso recamado! Viva mi nombre oscuro y en
reposo Si he de comparar las palmas perseguidas
Sacando al viento mi do! or sagrado.
Mayo 7 PC Ed C, t li. p 160- i61.
’ La hilera de puntos entre corchetes se refiere a espacios
en blanco dejados por Martí er, el manuscrito original.
OBRAS ESCOGIDAS T II 139 [CUAL DE INCENSARIO
ROTO...]
Cual de incensario roto huye el perfume Así de r i dolor se
escapa el verso: Me nutro del dolor que me consume. De
donde vine, ahí voy: al Universo. Cirio soy encendido en
la tormenta: El fuego con que brillo, me devora Y en lugar
de apagarme me alimenta El vendaval que al temeroso
azora. Yo nunca duermo: al despertarme, noto En mí el
cansancio de una gran jornada. A dónde voy de noche,
cuando, roto El cuerpo, hundo la faz en mi almohada?
Quién, cuando a mal desconocido postro Mis fuerzas, me
unge con la estrofa blanda, Y de lumbre de amor me baña
el rostro Y abrir las alas y anunciar me manda? Quién
piensa en mí? Quien habla por mis labios Cosas que en
vano detener intento? ¿De dónde vienen los consejos
sabios? ?A dónde va sin rienda el pensamiento?
Ya no me aflijo, no, ni me desolo De verme aislado en mi
dificil lucha. Va con la eternidad el que va solo, Que todos
oyen cuando nadie escucha
Que fue, no sé: jamas en mi di asiento Sobre el amor al
hombre, a amor alguno, Y bajo tierra, y a mis plantas
siento Todo otro amor, menguado e importuno. La
libertad adoro y el derecho. Odios no sufro, ni pasiones
malas: Y en la coraza que me viste el pecho Un águila de
luz abre sus alas. Vano es que amor solloce o interceda, Al
limpio sol mis armas he jurado Y subiré en la sombra
hasta que pueda Mi acero en pleno sol dejar clavada.
Como una luz la férvida palabra A los temblantes labios
se me asoma: Mas no haya miedo que las puertas le abra
Si antes el odio y la pasión no doma. Qué fue, no sé: pero
yo he dado un beso .4 una gigante y bondadosa mano Y
desde entonces, por donde hablo, impreso Queda en los
hombres el amor humano. Ya no me importa que la frase
ardiente Muera en silencio, o ande en casa oscura, Amo y
trabajo: así calladamente Nutre el río a la selva en la
espesura. PC. Ed. c., t. II. p. 172- 173. Ya no me quejó, no,
como solía, De mi dolor callado e infecundo: Cumplo con
el deber de cada día Y miro herir y mejorarse el mundo.
OBRAS ESCOGIDAS T II 141 HENRY \\‘ ARD BEECHER
Su vida y 5u oratoria Parece que la libertad, dicha del
mundo, puede rehacer la muer- te. El hombre, turbado
antes en la presencia de lo invisible, lo mira ahora sereno,
como si la tumba no tuviese espantos para quien ha
pasado con decoro por la vida. Ya alborea la alegría en la
gigan- tesca crisis; de cada nuevo hervor sale más bello el
mundo; el ejer- cicio dc !a libertad conduce a la religión
nueva. En vano frunce la razón meticulosa el ceño, y
recatando con estudiado livor la fe invencible, escribe la
duda sus versos raquíticos y atormentados. ¿A
qué sino a desconfiar de la eficacia de la existencia han de
llevar las religiones que castigan y los gobiernos tétricos?
Así, donde !a razón campea florece la fe en la armonía del
universo. El hombre crece tanto, que ya se sale de un
mundo e influye en e! otrc. Por !a fuerza de su
conocimiento abarca la composición de lo invisible, y por
la gloria de una vida de derecho llega a sus puer- tas
seguro y dichoso. Cuando las condiciones de los hombres
cam- bian, cambian la literatura, la filosofía y la religión,
que es una parte de ella; siempre fue el cielo copia de los
hombres, y se pobló
de imágenes serenas, regocijadas o vengativas, conforme
viviesen en paz, en gozos de sentido o en esclavitud y
tormento, las nacio- nes que las crearon. Cada sacudida
en la historia de un pueblo
altera su Olimpo; la entrada del hombre en la ventura y
ordena- miento de la libertad produce, como una colosal
florescencia de lirios, la fe casta y profunda en la utilidad
y justicia de 12 Naturaleza Las religiones se fLcnden en la
religión; surge 12 apoteosis tranquila
y radian! e de! polvo de las iglesias; ya no cabe en los
templos, ni en estos ni en aquellos. el hombre crecido; la
salud de la libertad prepara a 12 dicha de la muerte.
Cuando se ha vivido para el hom- bre, ;quién nos podrá
hacer mal, ni querer mal? La vida se ha de llevar con
bravura y a la muerte se la ha de esperar con un beso.
Henry Ward Beecher, el gran predicador protestante,
acaba de morir. En éi, como criatura de su época, la fe en
Cristo, heredada de su pueblo, ya se dilataba con la
grandiosa herejía, y su palabra. como las nubes que sc
deshacen a la aurora, lenía los bordes orla- dos con los
colores fogosos de la nueva luz; en él, como en su tiempo y
pueblo, los dogmas enemigos, hijos enfermos de una sombría madre, se unían atropelladamente, con canto de
pajaros que íestejan la muda de sus plumas a la
primavera; en 61. hijo culmi- nante de un psis libre, la
vida ha sido un poema y la muerte una casa de rosas. En
la puerta de su casa no pusieron, como es cos. tumbre, un
lazo de luto, sino una corona. Sus feligreses le bordaron.
para cubrir su féretro, un manto de claveles blancos,
rosas de Fran- cia y siemprevivas. En sus funerales
oficiaron todas las sectas, excepto la catóiica. A su iglesia,
la iglesia que ilamó a su púlpito a los perseguidos y
rescató a los esclavos, la vistieron de rosas, del pavimento
al techo, y parecía, al peneirar en el enilorado recinto.
;que la iglesia cantaba!
Nada es un hombre en sí, y lo que es, lo pone en él su
pueblo. En vano concede In Naturaleza a algunos de sus
hijos cualidades privilegiadas; porque serán polvo y azote
si no se hacen carne de sc1 pueblo, mientras que si van
con éi, y le sirven de brazo y de voz, por éi se verán
encumbrados, como las flores que lleva en su cima ilna
montaña. Los hombre5 son productos, expresiones,
reflejos, Viven, en lo que coinciden con su época o en 10
que se diferencian marcadamen- ie de ella; io que flota,
les empuja y pervade; no es aire sólo lo que les pesa sobre
los hombros, sino pensamiento; esas son las grarldes
bodas del hombre: sus bodas con la patria. <Cómo, sin el
fragor de los combates de su pueblo, sin sus antecedentes
e instituciones, hu- biera llegado a su singular eminencia
Henry IVard Beecher, pcnsa- dor inseguro, orador llano,
teólogo flojo y voluble, pastor hombruno y olvidadizo,
palabra helada en la iglesia? Nada importa que su wcta
iuese más liberal que las rivales; porque los hombres,
subidos
ya a la libertad entera, no han de bajar hasta una de sus
gradas. Per3 Beecher, criado en la hermosura y albedrío
del campo, por padres en quienes se acumularon por
herencia los caracteres de su nación. creció, palpitó,
culminO como ella, y en su naturaltza ro- busta, nodriza
de aquella palabra pujante y desordenada, se condensaron las cualidade. de su pueblo; clamó su crimen,
suplicó su mie- do, retembiaron sus batallas y tendieron
las alas sus victorias.
El era. es verdad, como arpa en que los vientos,
juguetones o arrebatados, ya revoiotean sacudiendo las
cuerdas blandamente, ya ‘e desatan con cólera y empuje.
arrar? cándoles sonidos siniestros: rila-. sin los virntos.
,qllb illera de las arpas? El era sano, camina- tlcir’.
lahorioso. astuto, fuerte; él habio levantado en el Oeste
s11 iasa con sus malíos; éi traia de la contemplación de la
Naturaleza lina elocuencia familiar, grata y arm6nica. y
de loa trabajos y cho- (ILI~ S de la vida la pertinacia y la
cautela; él, semejante en todo esto a su naciOn. aún se le
asemejaba más en el espíritu rebelde que con- viene a los
pueblos recién salidos de la servidumbre, y en io rudi-
142 José .Uarli OBRAS ESCOGIDAS T. II 143 mentario y
llano de su cultura. El usaba, como su pueblo, sombrero
de castor y zapatos de becerro; él, que perteneció en su
estado na- tivo al bando de colonos hostiles a la
esclavitud, trajo al público de Brooklyn aquella ira local
que fue nacional* Illego; él, puso al
servicio de la campaña de la abolición su salud
desbordante, su espíritu indisciplinado, su oratoria
pintoresca, su dialecto eclesiás- tico, embellecido co11 una
natural poesía; él vio crecer los tiempos, a través de las
señales engañosas, y se puso junto a ellos en la época feliz
en que la virtud era oportuna. Cáutivó a su congregación
con la novedad, llaneza y gracejo de sus sermones;
arremetió contra la esclavitud con todo su ímpetu y
descomedimiento campesinos. Cedió su púlpito a los
abolicionistas
apedreados por las turbas. Su oratoria batallante y
esmaltada tuvo pronto por admiradcra a la nación. Y
cuando Inglaterra ayudaba a los Estados rebeldes: a los
dueños de esclavos, él se fue al co- razón de Inglaterra; la
hizo reír, llorar, avergonzarse, celebrar en
él la justicia de su pueblo. Luego bajb la cuesta de la vida,
acusado de una culpa odiosa: el adulterio con la mujer de
un amigo. Veinte años ha llevado la carga, jadeando
como un Hércules. Jamás re- cobró la altura que tenía
antes de su pecado, porque todo se puede fingir, menos la
estimación de sí propio; aunque en su pasmosa ener- gía,
0 en su sincere arrepentimiento, encontró fuerzas para
seguir siendo elocuente cuando ya no era honrado.
Mas desde que quedó resuelto el gran problema en que se
con- iun.! ió con su República, sólo fue lo que con su
naturaleza bullente, encogullada en un dogma religioso,
hubiera sido siempre en un país donde la fe no es
asustadiza y la originalidad es rara: fue una fuer- za de
palabra, como otros son una fuerza de acto. Hay palabras
de instinto, que vienen sobre el mundo en las horas de
renuevo, como los huracanes y las avalanchas; retumban
y purifican, como el viento; elaboran sin conciencia, como
los insectos y las arenas de la mar. Era un orador
superior a sí mismo, Divisaba el amor futuro; de- fendía.
con pujanza de león, la dignidad humana; se le abrasaba
el corazón de libertad. Demolía involuntariamente; sólo
dejó en pie los dogmas indispensables para que su
congregación no lo de- pusiera por hereje, Traía a su
púlpito a sus adversarios, a un car- denal, a un ateo.
Apenaba verle luchar entre sus hipócritas reticen- cias de
pastor y el concepto filosófico del mundo, que se
enseñoreaba de un juicio. No se atrevió, acobardado por
la ancianidad, a de- fender a los pobres como había
defendido a los negros. Pero íntro- dujo en el culto
cristiano la soltura, gracia y amor de la Natura- leza;
congregó en el cariño al hombre las sectas hostiles que
con su comadrazgos y ceños lo han atormentado; y con
una oratoria que solía ser dorada como el plumaje de las
oropéndolas, clara como las aguas de las fuentes,
melodiosa como la fronda poblada de nidos, triunfante
como las llamaradas de la aurora, anunció desde el último templo grandioso de la cristiandad que la religión
venidera y perdurable está escrita en las armonías del
Universo.
Henry Ward venía de antepasados vigorosos; de una
partera puritana, que sacó al mundo mucho hijo de
peregrino cuando aún no se había podrido la madera de
La Flor de Mayo; de jayanes que bebian la sidra a barril
alzado, como los catalanes beben el vino en sus porrones;
de un herrero que, a la sombra de un roble, hacia las
mejores azadas de la comarca; de un posadero parlanchín
que pasaba los días debatiendo, con los seminaristas que
se hospedaban en su casa, sobre la religión y la política;
del pastor Lyman Bee- cher, el padre de Henry, en quien
culminó la fuerza exaltada, no- mádica y agresiva de
aquella familia de puritanos menestrales.
En los tiempos de Lyman los estudiantes se apellidaban
con los nombres gloriosos de la Enciclopedia. Todos
sabían de memoria La edad de fa razón, de Tomás Paine;
todos, como Paine, jugaban, se embriagaban, adoraban
sus puños y sus remos, se descuaderna- ban sobre las
cabezas las Biblias. Lyman, que empezó en el semi- nario
de despensero, salió de él pastor elocuente. Componía sus
sermones vagando por el campo; y luego, en el desorden
de la im- provisación en las mentes que no se han nutrido
por igual ni fueron criadas en el ejercicio y sensatez del
arte, los exhalaba con la fuer- za histórica que le venía de
sus abuelos, y de lo agitado y directo de su propia vida.
La palabra le molestaba y oprimía, hasta que, como
apretado granizo, la vaciaba sobre sus oyentes en
apotegmas y epigramas; y tan estremecido quedaba del
choque, que le conocían por “el pastor del violín”, porque
calmaba la agitación de sus ser- mones tocando al volver
de la iglesia un aire viejo, o bailando con
gran ligereza el trcnzadillo en la sala de su casa, la casa
de un pastor de pueblo que ganaba trescientos pesos al
año. La alfombra en que bailaba era de algodón cardado
e hilado por su esposa, y pintada por ella misma de orlas
y ramos, con unas pinturas que le dio un hermano. Ese
padre vehemente tuvo Beecher, y una madre que a la
sombra de los árboles gustaba de escribir a sus amigas
cartas bellas, que aún huelen a flores. Los rizos rubios de
Henry le revoloteaban al correr detrás de las mariposas;
Harriet, la que había de escribir La rnbafia del fio Tom,
quería que le hiciesen una muñeca; allá adentro, en la
sala, discutían los pastores, envueltos en el humo de sus
pipas; ornaba las ventanas la penetrante madreselva;
mecían sus copas compasadamente los álamos y meples,
guardianes de la casa; como gotas de sangre lucían en la
huerta las manzanas, sobre su follaje espeso. Cansado a
veces de ellas, miraba Henry el pinar ma- jestuoso que
bordeaba los lagos vecinos; y la cabeza redonda y azul
de la montaña del lugar coronaba a lo lejos el paisaje; en
mons- truos soberanos, en extraños ejércitos, en rosas de
oro, en carros gigantescos, se desvanecían las nubes
apaciblemente en la hora de las puertas, Durante el
invierno, leía el pastor, rodeado de sus hi- jos, los
patriarcas dc la lengua: Milton, austero como su San
Juan; Shakespeare, que pensaba en guirnaldas de flcres;
la Biblia, fra- gante romo una scl\ d nueva. 0 bien,
mientras los hijos ponían Ia
144 Jasi .Uar! i OSRAS ESCOGIDAS. T. II 145 leña en pilas,
les contaba el pastor cuentos de Cromwell. En el comedor oscuro ardía perennemente el fresno, en una
colosal estufa rusa. Sin madre ya, aunque con buena
madrastra, iba creciendo el niño, rebelde a reclusión y
freno, dependencia del campo, como quien se cría en el
decoro e in- El pinar le atraía más que los libros. Cuando
10 llevaban a la iglesia donde no entraba nunca el Sol”;
“le parecía que iba a una cueva pero se estaba absorto
horas en- teras oyendo rezar a un negro de la casa, que
decía sus oraciones cantando y riendo, como si unas veces
sintiera en sí el cuerpo mismo del Seiior y otras le
inundara de alegría la belleza c! el mundo. Para las
palabras no tenía el niño memoria; su ingenio se
mostraba sO10
en sus réplicas, cómicas y sesudas. Se iba por los caminos
reco- giendo flores; volvía de sus excursiones por el
bosque cargado de la bellota misteriosa, de piñones, de
semillas; gustaba de pasearse por las rocas, viendo cómo
el agua se esconde y labra en ellas, con tal finura que
parece pensamiento. <Qué catecismos y libros de deletrear habían de seducir a aquel hijo de un puritano activo
y de una descendiente de escoceses románticos, que se
embebecía e? las mú- sicas de la Naturaleza; que
comparaba sus semejanzas y colores; que observaba la
sabiduría de sus cambios, la perpetuidad de la vida, la
eficacia de la mismd destrucción; que se sentía mudar,
como las hojas y las plumas, con el invierno, que fortifica
la voluntad; con la primavera, que desata las aias; con el
estío, que atormenta y enciende; con el otoño, el himno de
la tierra?
“CConque me pedís mi plegaria de ayer?“- decía una vez
Bee- cher.--“ Si me enviáis las notas de la oropéndola que
trinaba en el ramaje de mis árboles el último junio, o las
burbujas tornaso- ladas de la espuma que en menudos
millones se deshicieron ayer contra la playa, o un
segmento de aquel hermoso arco iris de la semana
pasada, o el aroma de la primavera violeta que floreció en
mayo, entonces yo también, amigos míos, podré enviaros
mi plega- ria.” Esa era su oratoria. El la improvisaba,
porque conocía la Naturaleza. Por la fuerza del lenguaje
amó luego a los clásicos; de su abolengo de puritano le
vino su ímpetu de reformador; pero el amor fogoso a la
libertad, la salud y la alegría, y la abundan- cia y color de
su elocuencia, le vinieron de aquellos profundos pa- seos
por el campo, y de su madre, que vivió en el jardín cuando
lo tuvo encinta y fue amiga siempre de las flores.
Es necesario que la juventud sea dura. Beecher fue al
seminario; jamás aprendió el griego; supo mal sus
latines; era el primero en los ejercicios corporales, en
correr, en nadar, en luchar, en tirar a la pelota; también
era el primero contra las brutalidades del cole- gio, el
manteo, la bebida, el juego, el abuso de les menores.
Pastor fue el padre, pastores eran sus amigos, pastor lo
hicieron a él; estas carreras heredadas malogran los
hombres; la cogulla para aquel mozo indómito hubiera
sido un insoportable freno, si no hu- biese en la casta
puritana el espíritu vehemente del sacerdocio y la astucia
que enseña cuán prudente es entrar por un camino hecho.
El bosque se come a los expioradores. Los hombres
abandonan a
los que se deciden a vivir sin adularlos. Beechcr se casó
jo\- en, en lo que dio prueba de nobleza. “Me casaré con
ella, aunque no tengamos para vivir más que la punta
noroeste de una mazorca”; y juntos se fueron a la aldea,
donde derribó él los árboirs de que hizo su casa, ayudado
por sus feligre- ses y vecinos. El era el pastor, el sacristán,
el apagaluces; su parro- qlila era de ganapanes; recibfa,
como su padre, trescientos pesos al año. Pero luego en
una ciudad de más viso, la angustia fue, mayor: allí a su
mujer la envejecía la ira; el Oeste rudo la sacaba de
quicio; ocho años vivió enferma. Y aquel pastor elocuente,
a quien ya venían a oír de los lugares a la redonda; aqL;
el deiensor enérgi- co de los colonos que se resistían a
permitir la esclavitud en el Estado; aquel Ministro del
Señor que no tenía embarazo en con- vidar a las armas,
como los obispos antiguos, ni en hacer reír a sus oyentes
con chistes brutales, ni en hacerles llorar con sus tiernas
memorias domésticas; aquel desenvuelto predicador que
hablaba más de los derechos del hombre que de los
dcgmas de la Iglesia, cultivaba una huerta para ayudar a
los gastos de la casa; cuidaba de su ca- ballo, su vaca y su
cerdo, pintaba las paredes como su madre habfa pintado
la alfombra; iy cocinaba, y corría con la limpieza de la vajillal Al fin, lo oyó predicar un día un viajero, por cuya
recomenda- ción lo llamaron de Brooklyn. iBrooklyn, del
Este! Allá los pastores son gente de mucho libro; no dicen
chistes en el púlpito; no cantan a voz en cuello con sus
feligreses; usan zapatos finos y sombreros de copa; <qué
va a hacer allá el pastor de rostro bermejo y cabellera
suelta? Pero su mujer quiere ir, y van. Lo primero fue
cambiarles el guardarropa, porque el que llevaban era
para reír: ella, unas mangas abullonadas, y saya de
vuelos; él, una levita flotante y locuaz, el sombrero
risueño y caído sobre la oreja, el cuello a lo Byron. Para
reír también era la oratoria del pastor. iQué ademanes,
qué chascarrillos, qué transiciones súbitas, qué hablar de
las COS- tumbres de las ardillas y de los amores de los
pájaros! iPues no discurría sobre política en el púlpito!: el
mejor modo de servir a Dios es ser hombre libre y cuidar
de que no se menoscabe la libertad. Linos períodos
parecían arrullos; otros, columnas de humo perfu- mado;
de pronto un manotazo en los faldones, un circulo
dibujado en el aire con el brazo. iY qué herejías! El no
creía en la caída de Adán; el hombre estaba cayendo
siempre; la divinidad se estaba revelando sin cesar, cada
nido es tina nueva revelación de la divi- nidad; los
domingos deben ser alegres: el mundo no pudo haber sido
hecho contra IO que revela con su propio testimonio.
Zumbaba el encono alrededor del púlpito. “iPor Dios,
sáquenme al hijo del Este”
decía Lyman Beecher. “Allí se sabe demasiado.”
146 losé Martí I b .: >l J ESCOGIDAS. T II 147 iAh, sí! pero
allí no se tiene la altivez pujante de los que se crían
alejados de las ciudades populcisas. El traía su religión
orea- da por la vida. El venía del Oeste domador, que
abate la selva, el búfalo y el indio. La nostalgia misma de
su iglesia pobre le ins- piró una elocuencia sincera y
amable. Hacía tiempo que no se oían
en los púlpitos aceritos humanos. Le decían payaso,
profanador, he- reje. Él hacía reír; él se dejaba aplaudir;
iculpable pastor que se atrevía a arrancar aplausos! El no
tomaba jamás su texto del Viejo Testamento, henchido de
iras, sino que predicaba sobre el amor de Dios y la
dignidad del hombre, con abundancia de símiles de la
Naturaleza. En lógica, cojeaba. Su latín era un entuerto.
Su sin- taxis, toda talones. Por los dogmas pasaba como
escaldado. iPero en aquella iglesia cantaban las aves,
como en la primavera; los ojos solían llorar sin dolor y los
hombres experimentaban emociones vi-
riles! iQué importaba que sus mismos feligreses creyeran
exagerada la propaganda de su pastor contra la
esclavitud? Ellos le habían admi- rado cuando,
afrontando la cólera pública, cedió su púlpito al evangelista de la abolición, a Wendell Phillips. iQuién ha de
atreverse con el pensamienio del hombre! Y ellos fueron,
como él les acon- sejó, armados de garrotes. El púlpito
crecía; de la nación entera venían a oír aquella palabra
famosa. “iSiga al gentío!” decían los policías a quienes les
preguntaban por la iglesia. Allí solía encres-
parse la elocuencia del pastor, y subir, como las olas del
mar, en torres de encaje. Tundir solía, como el garrote de
sus feligreses. Pero era, en lo común, su discurso,
coloreado y melodioso, como un fresco boscaje por cuyos
árboles de escasa altura trepan, cuajadas de flores, las
enredaderas, ya la roja campánula, ya la blanca nochebuena, ya la ipomea morada. A veces un chiste brusco
hacía parecer como si, por desdicha, hubiese asomado
entre los florales un titiritero; pero de súbito, con arte de
mago, un recuerdo de niño cruzaba volando como una
paloma, e iba a esconderse, despertando a las lágrimas,
en un árbol de lilas. Corría el estilo de Beecher como las
cañadas del valle, argentan- do la arena, meciendo las
frutas caídas y las florecillas, sombreán- dose en las
nubes que pasan, serpeando por entre las guijas relucientes, derramándose en mil canales, entrándose por los
bosques de la orilla y volviendo de ellos más retozonas y
traviesas. Cuando se ahondaba el camino. cuando
enardecía aquel estilo la pasión, despe- ñábanse sus
múltiples aguas, y allá iban, reunidas y potentes, con sus
hojas de flores y sus guijas; mas luego que el c; imino se
sere- naba, volvía aquella agua, que no tenía fuerza de
río, a esparcirse en cañadas juguetonas. No se poseyó la
palabra nueva, el giro abrupto, el salto ínespe- rado, la
concreción montuosa de los creadores. El era criatura de
reflejo, en quien su pueblo se manifestaba por una voz
sensible y
rica. Tenía de actor, de mímico, de títere. Lo gigantesco en
él era la fuerza; fuerza en la cantidad y los matices de :a
palabra, fuerza para adorar ia libertad, con una pasión
irenética de mancebo. iY todo se tocase menos ella! Aquel
orador, acusado con justicia de mal gusto, hallaba
entonces ejemplos apropiados en ei tesoro de szs
impresiones de la naturaleza; aquellos ojos azules
centeileaban. y se veía en el fondo el mar; aquel
predicador de gestos burdos pro- ducía sin esfuerzo
arengas sublimes. Ya era una no? a inesperada y
vibrante, que subía hendiendo el aire y quedaba
azot3ndolo en lo alto, como un gallardete de bronce. Ya
era un magnífico puñetazo, dado con acierto mortal entre
las cejas. No recargaba el raciocinio con ornamentos
inútiles, pero solfa debilitar la frase por su misma
abundancia. Escribió libros sin
cuento, por el cebo de la paga, que llegó al millón de
pesos; inas nunca fue maestro de la palabra escrita; y se
buscarían en él en vano, a pesar de su amor a la
Naturaleza, la expresión triste y jugosa de Thoreau y
aquella lengua raizal de Emerson. No hay que buscar en
él la prosa caldeada, transparente y fina de Nathaniel
Hawthorne; pero esc bien se puede perdonar al que,
descubriendo en todos los credos dignos del hombre el
amor a este en que todos se reunen, desmintió la frase
fanática de aquel otro Nathaniel Ward, “la polipiedad es
la impiedad del mundo”. La lengua inglesa, es verdad, no
debe a Beecher ningún cuño nuevo, ningún ingrediente
desconocido y olvidado, ningún injerto brioso. No
ilustraba su asun- to con anécdotas, como Lincoln, sino
con símiles. La imagen era ra forma natura] de su
pensamiento. El hombre era su libro. Casi puede decirse
de él, aunque no c‘ n tan alto grado, lo mismo que él decía
de Burns: “Fue un verdadero poeta, no creado por las
escue-
las, sino educado sin ayuda ni cultivo exterior.” El, como
Burns, pedía “una chispa del fuego de *la Naturaleza”: esa
era toda la ciencia que él deseaba. Célebre era la iglesia
de Plymouth en aquellos días en que, marcado en la frente
por Wendell Phillips, se decidía el Norte, herido en sus
derechos, a protestar al fin contra la esclavitud; un
flagelo de llamas era la elocuencia de Beecher; no se salía
sin llorar un solo domingo de su iglesia; exhibía en su
púlpito a una niiía esclava de diez años, y despertaba el
horror de la nación; con las joyas que llevaban puestas
libertaban otro día sus feligreses a una madre y su hija.
Cuando el rufián Brooks golpeó brutalmente, en el
Senado, con el puño de su bastón, al elocuente
abolicionista Sumner, los magnates de Nueva York no
invitaron a Beecher a protestar con ellos en su reunión
solemne; pero Beecher fue a ella; lo vio el público; lo echó
sobre la tribuna, abandonada por los magnates
medrosos, iy halló en aquel instante de soberbia emoción
palabras históricas que todavía flamean, tal como lloran
las que dijo cuan-
do voló la luz de Lincoln!
142 JosC Mcrli OBRAS ESCOGIDAS T. II 149 clarado por
su iglesia exento de culpa, ni entonces, ni luego, aba- tió
la cabeza. Cn diario implacable ha estado en vano
esigikndole confesión con amenazas dantescas. Beecher,
regocijado y rubicundo, era el primero en las juntas
políticas, en las reformas, en las cam- pañas de
elecciones, en las reuniones de teatro, en los festines. La
opinión, agradecida o indiferente, continuó honrando en
público a aquel a quien en privado creía culpable. Mas
iqué era el entusiasmo de sus compatriotas, el saludarlo
por las calles, el llenarle el púlpito de lirios, el recibirlo en
triunfo las ciudades, comparado a su gloriosa defensa de
la Cnión Ameri.
cana en Inglaterra? Los ingleses, menos enemigos de la
exlai- itud que de la prosperidad de los Estados Unidos,
ayudaban a los con- federados. La Union corria peligro;
aquella tinión. mirada enton- ces como la primera prueba
feliz de la capacidad del hombre para gobernarse sin
tiranos. ;No en balde, con tal causa, halló Beecher ea sus
debates de Iliglaterra aquellos arranques portentosos!
iPara eso se han hecho los montes, para subir a ellos!
Quien ha visto aba- tir toros, ha visto aquella lucha.
Hablaba bajo tormentas de silbi- dos. Las deshacía con un
chiste inesperado. Su auditorio, compuesto en su mayor
parte de muchedumbre sobornada e ignorante, tenía a los
pocos momentos húmedos los ojos. iComo le movía, con
aiu- siones a sus propias desdichas, las entrañas! &on qué
fortuna, de un revbs del discurso, echaba a iierra una
interrupción insolente! Era duelo mortal: él, con sus
hechos, sus chistes, sus argumentos, SM cóleras, sus
lágrimas; ellos, cercando su tribuna, frenéticos, enseñándole los puños, vociferando; imas siempre, al fin,
domados! Esgrimía, aporreaba, fulminaba. Era
invencible, porque llevaba la
patria por coraza. ;Cuán fácil es lo enorme! jcuán poco
pesan las tareas grandiosas!
Vinieron luego los días del triunfo, cuando él, que
defendió a !a l- Inión ev Inglaterra fue llamado a
proclamarla en nombre de Dios sobre aquellas mismas
murailas de Sumter que por primera vez la vieron
abatida. Vinieron los días amargos de la política
mezquina, cuando él, que había ayudado a levantar a la
nación contra el Sur esclavista, pidió luego en vano, con
palabras que cayeron al suelo con las alas rotas, que los
vencidos entraran en la Unión con su derecho pleno de
hijos. Vinieron luego los días del escán- dalo, cuando a él,
el pastor adorado, lo acusó el orador celoso a quien alzó a
la fama y casó con una de sus íeligresas, de haber des-
lucido la majestad de su vejez con el hurto de la mujer
ajerìa. iBien pudo ser, porque el amor de una mujer joven
trastorna a los ancia- nos, como si voiviera a llenarles la
copa vacía de !a vida! Sentaron al pastor en el banquillo;
fue su proceso la befa nacional. Que se habla insinuado en
el alma de su oveja; que no había dejado el hombre a la
puerta, como debe el pastor cuando va de visita a las
casas; que le había bebido la mente con místicos hechizos;
que había caído sobre Danae, merced a las vestiduras
divinas. El jurado era un teatro; se oyeron cosas que
daban vergüenza de vivir; cien mil pesos pedía Tiiton, el
orador celoso, por su honra; la esposa del pastor se sentó
siempre a su lado, con adorable forta! eza. Protestó
Beecher ante Dios, en escena dramática, de su inocencia;
ccmplacíase su acusador en darle vueltas por el lodo,
como a su presa un perro envenenado. El tribunal ni
absolvió ni condenó a Beecher, que, de-
Culpable pudo ser; mas su pecado será siempre menor
que su gran- deza. Grande ha sido, porque fustigó sin
miedo a su pueblo cuando lo creyó malvado o cobarde; y,
para extirpar de su país la escla- vitud del hombre, hizo a
su lengua himno, a su iglesia cuartei, y a su hijo soldado.
Grande ha sido, porque la naturaleza le ungió co; 1 la
palabra, y aunque la usó en un oficio que apoca y
estrecha, nunca la puso de disfraz de su interés, ni engañó
con ella a los hombres, ni le recortk jamás las alas.
Grande ha sido, porque. como el cielo se refleja en el mar
con sus luminares y tinieblas, su pueblo, que es aún la
mejor casa del derecho, se reflejó en él como era. amigo
del hombre y ciclópeo. Grande ha sido, porque, creado a
los pechos de una secta, no predicó el apartamiento de la
especie hu- mana en religiones enemigas, sino el concierto
de todo lo creado en el amor y la alegría, el orden de la
libertad y la ventura de la muerte. Y cuando salió, de su
iglesia para no volver a ella jamás, a ia hora en que el sol
de la tarde coloreaba el pórtico en su última
luz, iba de la mano de dos niños. La Nación, Buenos Aires,
26 de mayo de 1887 0. c., t. 13, p. 33- 43.
OBRAS ESCOGIDAS. T. II 151 MÉXICO EN LOS ESTADOS
UNIDOS
Sucesos referentes a México Nueva York, 23 de junio de
1887 Señor Director de El Partido Liberal:
Estos días han sido mexicanos. Que México tendrá pronto
en Washington un palacio digno de él; que el comercio
entre México y los Estados Unidos recibirá un súbito
empuje con el nuevo tratado de ccrr: os, según el cual
pueden enviarse cartas y paquetes a la otra margen del
Bravo, por lo mismo porque circulan en los Estados
Unidos; que la hija de Juárez, el indio que crece, fue
agasajada en la Casa Blanca; que unas fieles amigas
peregrinaron a la tumba de Helen Hunt Jackson, la que
con tal arte y ternura contó en su novela Ramona las
desdichas de los indios de México, cuando la conquista de
California; que en un salón, con poca luz, se reunieron
para oír a Cutting los delegados de la Liga de Anexión
Americana, y hablaron cosas torvas; que es una
maravilla la loza tornasolada de los indios de Santa Fe, y
pudiera convertírsela en una pingüe industria; que el
Ameritan Magazine, buena revista, trae en artículo
limpio de iras, sobre la Villa de Guadalupe y sus piedades
y leyen- das; que Charles Dudley Warner, el escritor
pintoresco y afamado, describe sin bondad en el Harper’s
Magazine su viaje por Toluca, Pátzcuaro y Morelia.
Veamos todo esto, Desembaracémonos pri- mero de lo
desagradable. Asistamos al salón de poca luz. Para
conocer a un pueblo se le ha de estudiar en todos sus
aspectos y expresiones: ien sus elementos, en sus
tendencias, en sus apóstoles, en sus poetas y en sus
bandidos!
Era de noche, como conviene a estas cosas, cuando en los
salones de un buen hotel de New York, se reunieron en
junta solemne los directores de la Liga de Anexión
Americana y los delegados de todas las ramas de ella,
para hacer un recuento de sus fuerzas y mostrar su poder
a los misteriosos representantes que los estados
anexionistas del Canadá envían a la Liga, a Ia vez que
para tri- butar honores al Presidente de Ia Compañía de
Ocupación y De- sarrollo del Norte de México, al coronel
Cutting. Presidia el coronel W. Gibbons, conocido
abogado; canadienses había muchos, a más
de los delegados de la Liga, cuyo objeto inmediato es
“aprovechar- se de cualquier lucha civil en México,
Honduras o Cuba, para obrar con celeridad y congregar
su ejército”; ningún cubano, ningún mexicano. pero no
había ningún hondureño, “La ocasión puede 14egar
pronto”, decía el Presidente; “lo cierto es que puede llegar
de un momento a otro”. ;“ Honduras también?” preguntó
un neófito. “iOh, sí, vea el mapa de Byrne. Honduras tiene
muchas minas,” “iQue no nos tomen en poco”, decía un
orador, “que lo que va detrãs de nosoiros, nosotros lo
sabemos; con menos empezó Walker hace treinta años!;
sólo que tendremos cuidado con no acabar como él.”
Nueve años hace quedó establecida la Liga de Anexión, y
hoy cuenta, repartidos en los varios estados de la
República, y “prontos a acogerse al banderín de marcha”
más de diez mil afiliados, “gente buena”, dice uno de los
informes, “a la que cuesta esfuerzo reprimir, pero los
tiempos no están aún maduros para una agresión aislada
e independiente”. Cada delegado de las ramas numerosas
de la Liga leyó su informe, y de ellos y de sus
conversaciones, resulta que tienen fe en la espalduda
canalla que, impaciente de guerra y saqueo, se cría
siempre, como las setas venenosas de las mejores maderas, en los pueblos fuertes de muchos habitantes. Su
deber es acudir a la primera voz de mando. Les sobran
afiliados, dicen, lejos de faltarles. Su organización es la de
un ejército de reserva.
De todo el Sur y el Este del Canadá habían venido para
esta Junta magna delegados especiales, y no de poca
monta, pues dos de ellos son diputados en el Parlamento
del Dominio. ?Ni cómo pueden tomarse enteramente a la
ligera, por lo menos en cuanto hace al Canadá, los
trabajos de la Liga, cuando a la vez que celebra una
convención especial para afirmar sus relaciones en el país
vecino y tratar con sus representantes, piden los diarios
demócratas, el Sun y el World, sin escándalo de los
demás, que el partido haga dogma de su programa la
anexión del Canadá a los Estados Unidos? En New
Brunswick no hay un solo ciudadano que quiera ser
inglés, dijo uno de los diputados, y todo Manitoba es
anexionista, -- iY a México, por qué no?- preguntó al Sun
otro diario.- Pues- to que está tan cerca de nosotros y nos
es tan necesario como el Dominio?
-No debemos querer a México- respondió el Sun,- porque
su anexión seria violenta, inmaterial y odiosa, sobre que
nos fuera incómoda, porque allí, ni las instituciones, ni la
lengua, ni la raza son las nuestras, y no habría modo de
llegar a una asimilación fe- cunda; mientras que en el
Canadá vienen de ingleses como noso- tros, como
nosotros hablan inglés, y como nosotros desea el pais
confundirse con nuestra República. Y eso mismo dijeron
en la junta los canadienses, que no son conocidos por su
nombre, sino por nú-
152 fosé .Uarti OBRAS ESCOGIDAS. T. II 153 meros, para
que no les caiga encima por traidores su gobierno na- t
iV0.
Pero este asunto, con ser tan importante, lo parecii menos
a la junta que !a preser? cia del coronel Cutting.-“ Viene,
se decían en susurros, a unir las fuerzas de la I, iga de
Anexión con las de la Com- pañía de Ocupación y
Desarrollo del Norte de México”.--“ Sí, a eso viene, se
trabaja mucho. Las dos asociaciones van a celebrar una
asamblea”.--“¿ Dóncie?-- En Niágara Fatls”.-“ i Ah! ;en la
frontera del Cailadᔓ--‘* ¿De qué se trata, pues, primero,
del Canadá o de MRxicoi”
Y en medio de esos comentarios, todos al caso y ciertos,
iba expli- carido Cuttíng a la junta, que lo oyó con favor,
la organización de “. as fueri, as de la Compañía”,
después de haber pretendido encen- der el odio con la leve
pintura de su prisión en México, que acaso procuró para
servir de buen pretexto a la Compañía invasora. Allí dijo
lo que debe repetirse y los periódicos todos pubiican:- que
los soldados de la Compañía pertenecen a estados
diversos, pero son más los del Sur, por irles más de cerca;
que ya son quince mil, prontos a una llamada; que el
objeto de la Compañía es desposeer a Méxicn de Ios
estados del Norte, y en especial de Sonora, Califor- nia, C!
li!! uahua y Coahuíla; que “su gente” es probada, toda de
aventura, y hecha ya la mano a empresas tales, gente
recia y sin
miedo. Dijo, en fin, lo que no puede ser, que Nuevo León y
Tamau- lipas, semejantes a un hijo que acaba de asesinar
aquí a su madre porque ella se empeñaba en hacerlo ir
por bien, están dispuestos a acogerse a los Estados
Unidos; y dijo la vulgar locura de que, con tal de echar a
su gobierno abajo, muchos mexicanos ayudarian a la
invasión, a pesar de su odio al Norte.- Va a reunirse una
asamblea preparatoria de la genera! en New Orleans. Ya
tienen escogido el hotel donde la general va a celebrarse
en Niágara Falls. A Cutting, para su persona, nada le
falta. Ahora urgiría que todo lo favorab! e a México se
propalara y cundiese, para que cuando por una u otra
parte alzasen cabeza estos bandidos, no estuviera la
opinitn de acá indiferente o inclinada en su pro. sino
sintiera que le venía de la conciencia el freno; lo que no
puede lograrse sino aprovechando, y con prisa, toda
ocasión de inspirar respeto a quienes pueden ser, con su
obra, o su bolsa, o su indífe- rencia, hostiles. <No cuentan
ahora mismo los historiadores de Lin- coln cómo atizaban
año sobre año los espíritus turbulentos de la frontera;
ctjmo provccarsn; como intentaron. una y otra vez; cómo
al fin trajeron la guerra, entre el Sur y el Norte, de que
eran ellos litigo y vanguardia? Las saetas venenosas no
son más que saetas, pero matan. Y es bueno conocerlas y
prevenirse contra su uso. El que describe a Guadalupe en
el Ameritan Magazine, no pone
por cierto su leño en esa hoguera. El, Arthur Howard
Noll, no es de los que busca en las estatuas los lunares; él
no estudia a los vecinos por lo abscluto, como no se les ha
de estudiar, sino en re- lacitn con sus antecedentes, que
PS como queda el observador pren. dado de ellos.
Guadalupe le parece “la población más interesante de los
alrededores de la capital”. La Sacristía le recuerda La I/
icarín
de Fortuny. Cuenta sin burla las aventuras de Juan
Diego; el cre- cer de las rocas en la piedra viva; el miiagro
de que, a! llegar a la casa del Obispo, las f! ores hubiesen
pintado el retrato de la Virgen- cita en la frazada; cuenta
las hazaiias de la de Guadalupe, en su formidable pelea
cc. n la de los Remedios; en el día de los muertos, ve, entre
las sepulturas cubiertas de flores, la tumba de Santa
Anna con una sola corona, la de su esposa; azota “el gran
vicio nacional, el juego”, aunque observa que el mexicano
no juega tanto por la ganancia como por los lances y la
novela de la diversión, y porque se vea que sabe perder
como sabe morir. Pero ien cuán distinto espíritu está
inspirado lo que Charles Dudley Warner, que aquí
campea entre las autoridades literarias, escribe sobre su
viaje, superficial y pretencioso, por Toluca, Pátzcua- ro y
Morelia! Nadie, en verdad, pudiera atestiguar mejor
sobre aque- lla hermosura natllt. al, y evocar con
palabras, vivas como colores, los soberbios cambiantes de
aquellas puestas; porque él es escritor elegante y
personal, que comparte con John l3urroughs el mérito de
describir con ternura la naturaleza, y la ama como
Thoreau, el so- litario de Concord, mas no con la pasión
desmedida de aquel ere- mita desconsolado, sino con
gracia de artista francés, y en virtud
de una fina y vehemente necesidad de color y hermosura.
Hay en sus estilos la misma diferencia que entre sus
perso- nas:- Thoreau, enjuto, cenceño, de ojos dolorosos y
fijos, de cabe- llo despeinado e hirsuto, raso el labio de
arriba, como un lacedemo- nio, la boca comprimida, para
que no se le saliese por ella la tris- teza, y la barbilla en
barboquejo:- Warner, pulcro en el traje, amigo de gustar,
nariz montada, ceja rasgada, ojo adoselado, frente griega, cabello rico, partido a ia mitad; barba apostólica.
Conoce su jardín hoja por hoja. Se ha sentado a
horcajadas junto al árabe. Ha ido, buscando la gracia, al
Levante y el Nilo. Despuks de eso, ve a Morelia, y exclams:
“iEs lo más bello que he visto!” Pero no merece escribir
para los hombres; porque no sabe amarlos.
Ve bien en los detalles; pero ;de qué le sirve, si no ve con
ca- ririo? Pinta bien lo que ama, los lagos
resplandecientes, los sembra- dos lucidos, los coros de
montañas, arrebujadas como las vírgenes en velos
vaporosos; mas el mérito no está en eso, pues para eso no
hay nada que vencer sino en domar la antipatía, si se la
tiene, y pin- tar con lealtad, y como si se le quisiera,
aquello que por naturaleza no se ama. No es que todo sea
bueno, ni que haya de disimularse lo malo que se ve,
porque con cosméticos no se crían las naciones, ni con
recrearse contemplando en la frente inmóvil su
hermosura; pero todo se ha de tratar con equidad, y junto
al mal ver la excusa, y estudiar las cosas en su raiz y
significación, no en su mera apa- riencia. iPues si acá
fuera a juzgarse el país por la corteza, y no se mirara a
sus brutalidades con la piedad y razón que son menes- ter
para excusarlas! Los pueblos, Warner, son como los
obreros a
154 José .Marfi OBRAS ESCGGICAS. T II 155 -
la vuelta del trabajo, por fuera cal y lodo, ipero en el
corazón las virtudes respetables! Entiende la naturaleza,
pero es escritor estrecho, que no sabe
salirse de su raza, como aquel del cuento indio, que
porque tenía asido al elefante por una pata, sostenía que
todo era pata. Por sobre las razas, que no influyen más
que en el carácter, está el es- píritu esencia! humano, que
las confunde y unifica: sus emperadores tienen el
pensamiento, que son los que ven de alto y en junto, como
Emerson, y sus alfereces, que son los que de andar en los
asuntos de su compañía todo lo quieren modelar por ella.
Como Warner. Entiende la naturaleza, mas en cuanto les
ve cambiar de color, ya no entiende a los hombres.
ilástima de estilo, porque de veras escribe con cierto
calor, precisión y viveza en todas partes desusados!
Toluca le parece limpísima ciudad, y preferible en esto a
todas las de los Estados Unidos; le recuerdan el Oriente
las columnas egip- cias de! mercado, y la capilla con su
dombo de azulejos. Admira estático la perfección de los
cultivos, no sin enseñar su vulgar preo- cupación. tura.”
“No creíamos, dice, hallar en México tan celosa agriculblación, La puesta de sol, vista desde un cerro que domina
la po- “es uno de los más bellos espectáculos de!
Universo”. El viaje a Morelia le impacienta por lo lento; y
el viaje a Toluca le entretuvo reflexionando en lo mucho
que robaban antes por allí “estos mexicanos, que al
parecer con el favor de la opinión pública variaban la
monotonía de sus ocupaciones ordinarias con la del robo
en despoblado”; como si en los Estados Unidos no se
hubiese ro- bado de la misma manera, cuando vivían sus
comarcas en el mismo aislamiento y condición primitiva
en que estaban, cuando eso pudo
decirse, las de México; como si los enormes fraudes que
comete en los Estados Unidos, en lo cabal de su
civilización, la gente culta, y de los que México está casi
libre, no revelasen una corrupción na- cional más vasta e
inexcusable que el bandidaje romanesco, fatal se- cuela de
las guerras, en soledades sin vigilancia y sin medios de
trabajo; !como si en México, dondequiera que ha
aparecido el trabajo, no hubiese desaparecido el robo! Al
fin llegó a Morelia, después de ver el lago Cuitzeo, que
cree más bello que el de Winnipiscoyee, o el afamado lago
George; des- pués de apuntar que los indios de México,
viven como cuando Cortés, !como si hubiese cosa más
triste, fuera de las escuelas de Hampton y Carlyle, que los
indios norteamericanos; como si no los tuviera
extenuados la desolación o el vicio; como si Helen Hunt
Jackson no apellidase este siglo, po. r el maltrato de los
indios, “un siglo de in- famia”;
Juárez! icomo si de los indios norteamericanos hubiese
surgido un Llega a Morelia, y allí escribe sus páginas con
rosas; se siente en su estilo la noche serena y el aire
aromado; las flores invisibles danzan en torno del búfalo,
y 10 doman; ellas le dejan ver que la ciudad es un árbol de
jazmines, que el orden reina en Morelia adora-
ble y sencilla, que el colegio es excelente. aunque sobran
en su libre- ría pergaminos inútiles y faltan los libros de
la vida nueva. Las ílores lo guían; Morelia sale de sus
manos como una maga que invita al mundo a reparar las
fuerzas en su seno; hay suave tristeza en el éxtasis con
que admira cada nuevo espectáculo. Las flores lo llevan,
no le enseñan castellano, porque dice que “calzada”
quiere decir “sombrío”, pero describe la calzada como
bóveda sacra y opu- lenta, y entra en paz el espíritu, sólo
de divisar en la pintura las guías de carmelina, asomadas
a los muros blancos para ver pasar al Búfalo vencido. Y
llega a la Alameda por el noble acueducto que trae a su
memoria, con lo que alcanza a ver entre los arcos, los
paisájes menos bellos de la campaña romana, donde nada
hay que se compare en su poético abandono a aquel
paseo, a la vez jardín y bosque, con una que otra choza de
labrador en los canteros, cer- cada de claveles, con su
follaje espeso y elocuente, con su rumor que acalla los
pesares, con la divina quietud del poeta persa. iRepa- ra,
el malagradecido, en que los bancos no están bien
cuidados! Luego, más vale no leerlo. iPretende juzgar la
ciudad, quien no sabe que allí vivió Ocampo! !Quiere dar
voto sobre la gente del país, y no pregunta dónde peleó
Rayon! !Que son mestizos; que los extranjeros tienen que
sobornar a los jueces para obtener justicia; que los
amantes se entienden a señas por las ventanas, como si
no fuera esto mejor, sin ser loable, que estrujarse en el
Parque Central por los rincones; que los novios, como
cosa nunca vista y pecado especial de México, se ganan a
las criadas para hablar con las no- vias en sus
habitaciones; que a un americano le permitieron una
vez depositar en una elección el voto de sus trabajadores
ausentes; que en las fiestas de la plaza, adornada de
carnavales, vio a los “petimetres de la ciudad, de piernas
pobres, jovenzuelos sin seso, escoria de una civilización
degenerada, sin virilidad y sin propósítc”. ]Este Warner
merecería que se le pusiera, como en tiempo del Cid, la
mano en la barba! !Couque las piernas fuertes hacen los
corazones animosos! !La civilización en México no decae,
sino que empieza! ]La han levantado de sobre un cesto de
hidras, con brazos que esplenderán en lo futuro como
columnas de luz, un puñado de hom- bres gloriosos! !Ha
sido la heroica pelea de unos cuantos ungidos contra los
millones inertes, y contra privilegios capaces de
ampararse
de ]a traición! ¿Que civilización heredó México, cuando
ya tenla el brío propio necesario para declararse libre?
!Esa nación ha nacido de esas piernas pobres y de unos
cuantos libros franceses! !Más ha hecho México en subir a
donde esta, que los Estados Unidos en mantenerse,
decayendo, de donde vinieron! Quede Warner en paz, que
fuera hablar más de el, darle la gran lanzada al moro.
iPiernas pobres! Davides han hecho más que Goliates;
Bolívar pesaba tanto como su espada; Don Migue!
Hidalgo llegaría a unas ciento treinta libras; las iernas
pobres no arremetieron mal el Cinco de Mayo. iPiernas po
Ii res!; precisamente era así el guía que cierto caminante
156 losé ‘Mlvfi llevaba una vez de Acapulco a ,‘\ léxico, el
cual camino acabó con una buena suma a la cintura, sin
que nadie le robara; era asi el guia poco de carnes y años,
sin seso y zancudo; pero como un francés cori pulento,
que se agregó a la caravana, diera en punzarlo y hacer
burla de él, llegando, porque lo creyó ilojo, a mover
mucho el sable
y desafiarle el valer, saltó el mozo de su arria con ta!
vuelo que pareció a todos gigante, y más que a nadie al
francés, que escondió el sable en cuanto le vio al mozo los
ojos, tan encendidos que no había modo de hacerle seguir
camino hasta que el francés no se bajara de su caballo y
aceptase el combate. Al francés no le pareció el mozo
ipiernas pobres!- Pero, ;ah, de esos juicios de viajeros, que
no se responde al punto y en su propia casa, se hace aquí
lenta- mente el juicio nacional, que México no ,ha de
querer que le sea
en las malas horas enemigo! El Partido Liberal, México, 7
de julio de 1887. 0. c., t. 7, p. 50- 57.
LA EXCOMCNI6N DEL PADRE MCGLYNN CURSO DEL
CONFLICTO CATOLICO EN LOS ESTADOS UNIDOS.LUCHA INWTIL DE MCGLYNN POR INTRODUCIR EL
ESPIRITU Y PRACTICAS DE LA DEMOCRACIA EN LA
IGLESIA AMERICANA.- SINTESIS DE LOS ARGUMENTOS, DISCURSOS Y ESCRITOS SOBRE EL
CONFLICTO.- ACTITUD DE LA POBLACION CATOLICALOS SECUACES DEL PADRE.- EL DIA DE LA
EXCOMUNION.- LA GENTE ACUDE EN PROCESIONES A
OIR A MCGLYNN Y LLENA DOS TEATROS.EXTRAORDINARIA ESCENA EN LA ACADEMIA: DE
MUSICA.- OVACION SIN EJEMPLO.- ENTRADA DEL PADRE.- INCIDENTES CONMOVEDORES.- SU DOCTRINA.SU ORATORIA.- SU DISCURSO.- “iCONTIGO HASTA LA
MUERTE! ’
Nueva York, julio 20 de 1887 Señor Director cie El Partido
Liberal:
Aquel sacerdote de vida pura ql., 13 estudió la Iglesia con
el filial cariño que tienen por ella los irlandeses y los
polacos; aquel varón de cuerpo y alma atléticos que en el
goce de consolar males ajenos halló modo feliz de no
sentir los propios; aquel párroco fuerte que antes que
ceder de su derecho de hombre a pensar por sí en los peligros y remedios de la patria, ha consentido en que el
Papa fulmine sobre él la excomunión mayor, que resbala
sobre su virtud como SO-
bre el acero una gota de agua; aquel McCilynn de bravo
corazón en quien, a lo que su pueblo se degrada y pudre,
vuelve a encarnar- se el soberano espíritu de rebeldía y
examen, a que deben los hombres su adelanto, y su oleo y
saneamiento las naciones; aquel católico ardiente que ha
halla- do natura! mallera de servir con el alma de Hutten
y de Zwinglio a !d !ibertad sin que se entibien en él ni en
sus feligreses e! culto pintoresco y la fe acliva del dogma,ha sido al fin excomulgado por el Papa. iConque el que
sirve a la libertad, no puede servir a ia Iglesia? ;Conque
hoy, como hace cuatro siglos, el que se niega a retractar
ia verdad que ve, y que la Iglesia acata donde co ptede
vencerla, o tiene que ser vil, y negar lo que está vienda, o
en pago de haber levantado en una diócesis corrompida
un templo sin mancha, es
158 José Mar! i OBRAS ESCOGIDAS T II 159 Las religiones
todas son iguales: puestas una sobre otra, no se llevan un
codo ni pna punta: se necesita ser un ignorante cabal,
como salen tantos de universidades y academias, para no
reconocer la identidad del mundo. Las religiones todas
han nacido de las mismas raíces, han adorado las mismas
imágenes, han prosperado por las mismas virtudes y se
han corrompido por los mismos vicios. Las religiones, que
en su primer estado son una necesidad de los pueblos
débiles, perduran luego como anticipo, en que el hombre
se goza, del bienestar final poético que confusa y
tenazmente de- sea. Las religiones. en lo que tienen de
durable y puro, son formas
¿e la poesía que el hombre presiente; fuera de la vida, son
la poesía del mundo venidero: ipor sueños y por alas los
mundos se enlazan!: giran los mundos en el espacio
unidos, como un coro de doncellas, por estos lazos de alas.
Por eso, la religi0n no muere, sino se ensan- cha y
acrisola, se engrandece y explica con la verdad de la
natura- leza y tiende a su estado definitivo de colosal
poesia. Las religiones todas, fuera de aquellas ya
aventadas que en anuncio de la final religión poética han
establecido la razón, tienen sus milagros, sus arúspices,
sus oriculos, sus ídolos, sus Juggernaut que tunden y
fulminan, hasta que, negados los fieles a creer que la
palabra de Dios sea enemiga del albedrío, condiciones y
virilidad que nacen con el hombre, se acercan a
Juggernaut con maza en mano, le desci- ñen el manto, le
quitan las faldas de forma de flores, le quiebran el vientre
esférico, le levantan el capuz funeral, orlado de luminosa
pedrería, y en vez de la palabra de DIOS, a que enseguida
corren a alzar templo, encuentran un tablón viejo y roído,
con los pies y las manos de cartón pintado, como los
gigantes de las ferias.- Así, mon- tados en ira por la
desvergüenza con que la Iglesia oficial trafica en sus
derechos de hombres libres, tratan los católicos de Nueva
York, maza en mano, al poder papal que excomulga en
mal hora al
cura virtuoso. echado al estercolero, sin agua bendita ni
suelo sagrado para su cadáver? iConque la Iglesia se
vuelve contra los pobres que la sus- tentan y los
sacerdotes que estudian sus males, y echa el cielo en la
hora de la hiel del lado de los ahitos, y arremete con ellos,
como en los tiempos del anatema y IU flor del Papado,
contra los que no hallan bien que las cosas del mundo
anden de modo que un hombre vulgar acumule sin empleo
lo que bastaría a sustentar a cincuenta mil hombres?
<Conque la Iglesia no aprende historia, no aprende
libertad, no aprende economía política? ;Conque cree que
este mun- do de ahora se gobierna a cuchicheos y
villanías, dc barragana he- dionda en rey idiota, de
veneno en cuchillo, de calabozo en pica, de chisme en
intriga, de augurio en excomunión, de corn+ licidad en
venta, como en los tiempos de Estes, Sforzas y Gonzagas?
iAh, no! El mundo ha crecido. Queda aquella caballerosa
condi- ción del alma, por la que el hijo ama la fe paterna
como voz que no muere, y cuerpo que no se pudre, de sus
padres. Queda aquella primera marca de las aulas, que
aturde el espíritu y quema en él la yerba, como quema la
marca el cabello en la piel de los brutos: itiene el mundo
quien tiene el poder de poner sobre los niños las primeras
manos! Queda, en la sordidez perpetua humana, aquel
inexhausto y dócil anhelo de los corazones, altos como
llanos, flojos como viriles, por un país de piedad y un mar
sin ruido donde se vive sin crimen y sin odio, y halle el
alma su asiento, que el igno- rante busca sin saberlo, y el
que conoce, con el cansancio de cono- cer, espera airado.
Queda aquella poesía innata en el alma más exi- gente
mientras menos culta, y a cuya actividad involuntaria o
torpe dan pueblo alado y regocijo hecho los mitos
religiosos, o aquellos símbolos, enriquecidos con lo que la
mente levantisca añade o forja, en los que el que mira de
prisa cree ver a Dios, cuando lo que está viendo lo es de
veras, porque es el hombre. Por eso, porque nacen de la
esencia del alma y se fabrican naturalmente de sus
elementos, perduran, entre los cultos como los salvajes,
las religiones. Pero aquellos emperadores despavoridos
que iban envueltos en sayales, desmelenados y descalzos,
a tocar en la puerta de hierro del Pon- tífice prepotente,
para que les sacase, como un manto de zarzas, la
excomunión divina; aquellas hordas de labriegos
testudos, sin más vestir que el sayo, supersticiosos y
bestiales, calzados de alpargatas; aquel pueblo de ayer,
crudo y espantadizo, está tomando asiento de-
la? tero, y viendo como limpia el templo humano de
víboras y mo- mlas. De vez en cuando es necesario sacudir
el mundo, para que lo podrido caiga a tierra. <Que se
e’ercita el hombre en vano? <Que no madura, desde
Delfos hasta d mérica? al oráculo? CQue, poseyendo
razón suya, ha de pedírsela {Que cree como antes en
Veliedas, en Pia- atnas, en Mokannas? Ya ha arrancado
su velo a los profetas; ya ha visto por dentro el andamio
vestido de elefante donde entraba el augur a fingir la
palabra divina; ya ha desmontado a Juggernaut terrible,
y visto que no era más que una armazón ventruda de
madera.
Al fin se está librando la batalla. La libertad está frente a
la Iglesia. NO combaten la Iglesia sus enemigos, sino sus
mejores hijos. {Se puede ser hombre y católico, o para ser
católico se ha de tener alma de lacayo? Si el sol no peca
con lucir icómo he de pecar yo con pensar? iDónde tienes
tú escrita, Arzobispo: Papa. dónde tienes tú escrita la
credencial que te da derecho a un alma? ;Ya no vestimos
sayo de cutí, ya leemos historia, ya tenemos curas buenos
que nos expliquen la verdadera teología, ya sabemos que
los obispos no vienen del cielo, ya sabemos por qué
medios humanos, Por qué conveniencias de mera
administración, por qué ligas culpa- bles con los
príncipes, por qué contratos inmundos e indulgencias
vergonzosas se ha ido levantando, todo de manos de
hombres, todo como simple forma de gobierno, ese
edificio impuro del Papado! Como si los hubieran citado a
batalla salieron de sus casas los católicos la mañana en
que se publicó la excomunión. iNi un santo
OBR.\ S ESCOGID. 4S T II 161 descolgi, de la pared
ninguna de aquellas devotas, ni un solo dogma suspendió
en sus rezos! “Dios mío, cqué ha hecho este padre de los
pobres, este enamor, ado de la Iglesia. este cura de almas,
para que lo echen de SI: altar esos codiciosos. intrigantes,
glotones, lamerricos, que vilen chi- meando como dueñas
y aleteando como brujas, en el Arzobispado de mármol?
;Conque el Papa lo ha excomulgado, y mi conciencia no
me remuerde, sino que me llena de ardor, y Dios me dice
de adentro que vaya a besar la mano al padre; y porque
se las soy a mandar con mi hijo, me parecen más lindas
las rosas?“- Y
los hombre‘;, con las levitas a medio poner, daban con el
pufio so- bre los diarios, en los corrillos de las aceras:-“;
Como si un italiano que no sabe dbnde está Nueva York,
pudiera venir a decirme cómo debe- mos cobrar en Nueza York las contribuciones! Conque el sol no se enoja
porque se le diga que tiene manchas, cy el hijo de un país
libre, porque lleva la túnica del que murió por sacar a los
hombres de pena, no puede decir, cuando ya se tiene el
hambre encima, cómo se remedia el hambre?“---“ Di,
Smith, ¿te sientes tu excomulgado?“-“ No, Jones, me
parece que empiezo a ser católico ahora.“- Así al llegar la
noche, cuando se acercó la hora en que Eduardo
McGlynn, expulso de la ig! esia aquella mafiana, debía
hablar en la reunión del domín-
go de la Sociedad contra la Pobreza, miles de católicos,
vestidos de fiesta, acudían de todos los barrios de la
ciudad y los pueblos ve- cinos- la abuela, la madre, el
hombre mayor, los niños y las ni- ñas- ia recibir al
excomulgado! No era la hez de las ciudades europeas que
viene aquí ya a me- dio podrir, y como torre viva hincha
las casas fétidas de los barrios bajos, y horada y
hormiguea, como los gusanos en los quesos: era la casa
llana, la familia burguesa, el periodista generoso, el
pensa- dor desinteresado y grave, los americanos nacidos
de Irlanda, el obrero a! emán que canta y lee: era la gente
justa, educada racional- mente en el trabajo, que
sabiendo en conciencia que en las buenas obras no puede
haber mal, da de lado, como a indigna estantigua, al que
usa el nombre de Dios para castigar al que obra bien. iOh,
la ciencia que se aprende en el libro de todos los días, con
la pluma, con las bridas, con el componedor, con el
cepillo, con la lezna! La verdad se revela al hombre en el
trabajo con tal poder y armonía, que no hay Papa que
pueda conmover en las almas de los trabajadores la
superior justicia que les ha enseñado el mundo. iPues
qué!: ¿ni la libertad había de abatir la Iglesia corrompida? <Los apetitos, habían de vencer otra vez a los
derechos? Como
un pulpo, braceando en la sombra, se le iba viniendo
encima el mal catolicismo a la República. Se le entraba
pidiendo vestido de mu- jer, con un huerfanito de la mano,
“para los huérfanos”. Les dieron tierras, les fabricaron
casas. El centavo irlandés da para todo: para hospitales,
para conventos, para asilos, para templos de pie- dra,
para palacios de mármol. Al principio, mientras les
resbalaba el pie iqué obsequiosos con la libertad! iellos no
pedían nada, más que un rincón donde alabar a Dios!
iexcelentes las escuelas públicas!
,la Iglesia y ia libertad pueden vivir unidas!: todo era
sonrisas, faci- lidades, hacerse a UI! lado para no
estorbar el uaso, oír amablemcn- te la opinión ajena. Pero
todas las iglesias se juntan, las de la reli- gitin como las
de la política: ;los intereses reúnen hasta lo que ha di\,
idido la fe!: las autoridades, por instinto, se coligan
contra los que padecen de ellas. Así hablaba la Iglesia:- Al
político: “Dame cs? a tierra, esta ley, este derecho
exclusivo: yo haré que vote por tu candidato mi rebaño.”
Al rico: “Las masas se están echando enci- ma: sólo la
Iglesia prometiéndoles justicia en el cielo, puede
contenerlas: cs necesario hacer frente a las masas.” Al
pobre: “La pobreza es divina: ;qué cosa nlás bella que un
alma fortificada por la resigna- cibn?: allá en el cielo se
encuentra luego el premio y el descanso!“-- Y aquí, donde
cada mañana, como se avienta en la era el trigo, se
zvienla al sol la vicia pública; donde todo se inquiere y se
comenta; donde lo descarnado y ansioso de la existencia
habitúa al hombre a la realidad brutal; aquí, entre esta
gente sanguínea y musculosa,
hecha a la verdad y el puñetazo, eno habían de verse esos
comer- cios, esas traiciones, del voto católico a los
políticos, esas ventas, esas ligas de los ricos de todas las
sectas, esa osadia de hablar de la pobreza de Jesús y vivir
de faisán con vino de oro en pompa de palacio, deslizando
la púrpura suave entre altas damas, que gusten tie los
clérigos blandílocuos? Así, cuando cayeron sobre el
piadoso sacerdote que con la discreción de la sabiduría
busca remedio en las leyes para evitar la revuelta
sangrien? a de los desesperados, se alz5 contra estas
excrecencias de Jesús el pueblo que lo ama, y a la excomunión de la Iglesia, que castiga al buen cura por servir
al hombre, ha respondido el pueblo de Jesús excomulgado
a la Iglesia. IEsa es nuestra Iglesia, ese cura pálido!
Si: hervían aquellas calles. en torno a la Academia de
Música. Había como un silencio en aquel ruido. iDónde,
aquel miedo viejo por la excomunión? ilos rayos se
prostituyen y se cznsan! Se leía en las caras decisión y
prisa. Ni un harapo en el gentío, todo de ropa buena.
Mucha mano ancha, cabello blanco, paso de pelear. i.
Quíén dice que se ha extinguido la poesía? iPor cada
gusano. nacen dos rosas! Donde luce un espíritu sincero,
los hombres SC congre- gan y siguen el camino, como
detrás del manso la majada. Aún ha- bía sol, y ya estaba
lleno el teatro. Arriendan otro en frente iy ya está lleno!
Las calles mismas parecían iglesias, y la gente llegaba, I!
egaba.
(Quién que entró en el teatro aauella noche, a la media luz
que precede a la plena de la fiesta, olvidará aquella
escena que parecía una apoteosis: ni un asiento sin
dueño, hileras y pasillos apiñados, ya caídos a las manos
los sombreros, y cierto alre de amor y de bra: ura a aue
IOS mismos que por su mal han visto tierras no ha- llaban
nada comperable? iColor y o! or tienen las almas! Aquella
era una batalla de paz. iuna victoria! Caballos blancos y
espadones fieros cruzaban por aquel aire acerado. Según,
con la cercania de Ia hora, avivaban la luz, se iban viendo
aquellos rostros férvidos, que
162 /osc; .\ farri OBRAS ESCOGIDAS T. II 163 con esfuerzo
reprimían el grito, aquellos hombres asidos de la baranda de los palcos, como jinete que enfrena a su corcel,
aquellas mu- jeres animosas a quienes venía el asiento
estrecho, aquellos stan-
dartes de seda blanca y oro que adornaban el escenario,
con frase de McGlynn, con el retrato de McGlynn, con este
lema: “La tierra es de la nación” con este otro: “; Con él
hasta la muerte!” A cada instante aquel vigor crecía
;Cuándo vendría el padre, para darle el alma? Se oía ya
uno u otro grito, como aquellos ede- canes veloces que al
empezar la revista recorren la parada. Preocu- pados, no
aplaudieron la luz. Por donde el entusiasmo se mostró
primero fue por el aplauso, vivo y amoroso con que e!
teatro sa1ud. ó
la entrada de las jóvenes del coro, vestidas de blanco:
isólo el dolor de ver a nuestras mujeres indiferentes a las
noblezas de espíritu, iguala al gozo, casi perfecto, de
verlas padecer y conmoverse a nues- tro lado! Empieza la
sesión. El coro canta, canta con voces tímidas de nido,
voces vírgenes. Preside, entre hurras. lln hombre que cabe
en un grano de anis, todo giboso y muengo, pero que, por
venir a esta cruzada de los pobres, perdió su puesto de
lucro sin pensar. ,Decir el rumor, el estremecimiento, la
ola, cuando se puso en pie
el coro en la escena, mirando a la puerta por donde venía
el padre McGlynn? iNi rey ni Papa nunca, ni orador ni
guerrero, oyeron es- truendo de almas semejante! Era la
libertad, que se vengaba de haber estado comprimida.
Pretexto o nombre no importan: iEra la libertad, atacada
de nuevo y viva siempre! Dos niños le iban sem- brando el
camino de rosas. El andaba de prisa. iTodo el mundo de
pie, mujeres y hombres! Ondeaba la voz, tal como el mar.
iCuánta niña le lleva ramos de flores! Una mujer, vestida
de negro, cruza
la escena, se arrodilla a sus pies, y le besa la mano. No se
nota que lo aplauden: iya no se puede aplaudir más!
Llorar sí: casi todos lloran, También llora él, caído sobre
su sillón, una mano a los ojos, otra sobre el muslo, como
los hebreos cuando ju- raban. Lo rodean sus amigos, en
aquella agonía del placer. iSigue ondeando la voz, tal
como el mar! La mesa del orador es un monte
de flores. Y para que las almas bajen sin dolor de aquella
altura, el Presidente hace cantar al coro. “iPor Dios, dice
el Presidente, que Eduardo McGll- nn es un cura bien
excomulgado!” Habló, habló después de otra tempestad
de vítores, en que las mujeres, de pie en los asientos,
agitaban sus pañuelos, y sombreros los hombres, y los
niños banderas, y una anciana, vecina ya de la suprema
luz, le tendía los dos brazos. De veras que aauel discurso
irregular, impetuoso, desgarrador, violento, era una
jiesta de la razón, no menos grande que aquel que se
pronunció en la ruta de Worms, bajo el tilo de Moera.
Abrió como majestad, castigó como justicia, padeció
como azotado, chismeó, denunció, acabó sereno. El es
agigantado, membrudo, de rostro napoleónico, aunque
amansado por la clerecía. Va enseñando el candor y el
acometimiento. En- gañarlo será más fácil que domarlo.
El discurso lo arrastra cuando habla, sin lo cual
figuraría, por la elegancia y el poder de su lenguaje, entre
los primeros oradores. No es lírica su oratoria, ni la tiene
aún libre de los lugares comu- nes de la Iglesia: es como
una fortaleza, tan bien trabada y segu- ra, cuando la
verba no le arrebata el pensamiento, que no es fácil hallar
la juntura de las piedras. Comenzó su discurso lento y
grave, con palabras que involuntariamente recordaban
los martillazos con que clavó Lutero su tesis en la puerta
de la iglesia de Wittenberg. “Católico como soy, católico
por aquello mismo por que es roja mi sangre, yo os digo,
católicos, que debéis obedecer siempre a vuestra
conciencia, puesto que Dios no nos la pudo poner en las
almas para que fuese desobedecida: antes que la misma
ley revela- da está la ley natural de la conciencia. La
teología moral católica enseña que el que sigue a su
conciencia, aun cuando sea errando, obedece la voluntaú
de Dios. A la sombra del Vaticano he aprendido que si el
que se sienta en el Vaticano manda a un hombre hablar u
obrar contra su conciencia, manda contra el espíritu de
Dios. Sé-
quense nuestros miembros uno a uno antes que abjurar,
mándelo quien lo mande, lo que nos dice nuestra razón o
ven los -ojos. Cuan- to pretende hablar en nombre de Dios
ha de traer de la razón sus credenciales. Contra la razón
no puede haber verdad.” Por quererla divorciar de la
razón; por envilecerla en tratos tem- porales; por
apetecer beneficios que no sientan a la túnica sagra- da;
por vender a trueque de poder o ganancia mortal la
libertad y conciencia de los fieles a príncipes y gobiernos
enemigos; por ata- car neciamente lo que la naturaleza
enseña con su invencible pon- tificado; por deslucir la
esencia amorosa de la cristiandad con los incontables
abusos, errores, estulticias, crímenes, del gobierno eclesiástico romano,-- está la Iglesia sin crédito ni casa
honrada, y no hay sátrapas más grotescos y escarnecidos
que los curas en los pueblos católicos. “iOh, me han
libertado, me han libertado!“- A
esto le respondían hurras frenéticas: Henry George, el
autor de la teoría sobre la,; contribuciones, por cuya
defensa excomulga el Papa a McGlynn, saltó sobre sus
pies y guiaba el arrebato. Pero la pena del cura
excomtilgado, de cura veintisiete años, se enroscaba a las
alas del discurso. Los hombres eran fuertes, ipero
también la losa! Pintó con ingenua ternura la Iglesia del
Nazareno; mas lue- go,- crecido de pronto con el decoro
humano hollado en su perso- na,- como quien salta al
cuello de un rufián, como quien lo sacude y lo acogota,
denunció la politica aleve, la intriga sutil,, el gobierno
fraudulento, las complicidades inicuas, la ambición
tenebrosa, la na- turaleza meramente humana del
Pontificado. Ya era el aniquilado sacerdote que en el
dolor de la agonía clava las uñas en la mano implacable
que lo echa del cielo; ya el ciuda- dano que halla acento
altivo para declarar la dignidad de su con- ciencia; ya el
teólogo honrado, recordando a su pueblo que miente
quien le diga, en lo callado de la confesión o en lo solemne
del
altar, o conminándolo ccn la e. xcomunión, que peca
contra Dios y la fe católica el que opina y da voto
conforme a su propio juicio en ias cosas de] gobierno de la
tierra. ;Aprenda su fe el católico decoroso que no quiera
ser burlado por los falsos ministros!
es ser exlaiw? CQue !a :e es una librea? CQue ser católico
pre los cQue no Te sabe en qué tratos mundanos estsn
siern- palacios de los obispos? KO hav cuadro más mísero
que ei de esos ciego; que andan por el mu; do de rodillas,
cogidos de Ia fimbria de una sotana como los brahmanes
que se asen, para morir en la gracia, de la cola de] buey
sagrado. Aquel cra discl: rso sin cdartel. De 10 alto de
toda su estatura echaba el guante. “; Enseñadle a Roma
10s dientes, si queréis obte- ner *de ella justicia! <Qué
saben de nuestros asuntos de gobierno civil esos italianos
<iue condenan e! libro de George, sin leerlo, por-
que alarma a los ricos, con quienes viven confabulados,
que eXco- mulgan a un sacerdote desde Roma porque
aboga por un cambio en el sistema de cobrar los tributos
en los Estados Unidos? EQué, les pondremos nuestra
patria a los pies? iSed católicos, pero hasta el instante en
que para serlo tengáis que ser traidores a la patria! Ved lo
que hace el Papa con !os catóIicos de Irlanda, los más leales acaso del mundc: ivenderlos, a cambio de influjo
político, al go- bierno protestante de Inglaterra! Ved lo
que hace el Papa con los católicos alemanes que lo
defendieron como Ieones en el Parlamen- to:
iabandonarlos, censurarlos, venderlos, a cambio de
apoyo para el poder temporal, al gobierno protestante de
Alemania!” Y decía sin respeto el nombre de León XIII, y
apayasaba los dulcísimos apellidos de monseñores y
eminencias; y provocaba sobre ellos sil- bidos, gruñidos,
befas, toda especie de escarnecimiento, del audito- rio que
lo seguia subyugado. Luego, como quien desahoga el
corazón, bajó a la historia de su conflicto con el
Arzobispo; de su insistencia en mantener aparte el Estado
y el templo; de su santo pecado, hace cuatro años, cuando
habló fuera del púlpito en pro de la tierra de sus padres,
de Irlan- aa; de la envidia con que los curas de la ciudad
miraban su ipIe- sia, adornada de nuevo, siempre con
fieles y rosas, siempre abiepta; de la inmoral
servidumbre, del atentado político desde el confesiona-
rio y el altar, el abuso de almas que, corno condición del
beneficio, exige al Arzobispo a los párrocos de su diócesis;
del mentidero de la sobremesa arzobispal. Mármol de
anatomía eran aquellos párra- fos. A pedazos saIían de
ellos vicarios y obispos. “iPero cómo los he de pintar, si
así son, si de esos chismes viven, si por esas lentejas
venden perpetuamente a Jesús, si odian la libertad
sagrada al hombre, si me han robado mis niños y mis viejos, que yo asiiaba con vuestra ayuda en la casa limpia
que les compramos juntos al amar; si son hombres secos,
fosilizados, comi- dos de gusanos?”
Y se le retorcía en los labios el discurso. Habiaba así por
no 110~ rar: sin rienda o tasa hablada. Quien ha visto
condenados a muerte, OBRAS ESCOGIDAS. T II 163
sabe que Do~ o antes de morir, como moria él para su
Iglesia, les viene esa ‘volubilidad inagotable y dolorosa:
la yida, como solda- do5 sin esucranZas que asaltan una
fortaleza, se les agolpa al ce-
rebro: ]as ‘pa] abras, a medio aca’lar, !es salen a
borbotones: es una luz de incendio. Cuando acaba de
desnudar a algún bribtn, de en- (; eñar bien una de esas
cabezas de marfil de las sacristías, de Ila- mar “bufón
viejo” al cura indigno que le acusa de querer tomar es-
posa, a* cuando &] no quiere más esposa que ]a Iglesia”,
sacudía ha- cia adelante ]a cabeza con gestOS enérgicos,
como clavando c? n !a barba en su adversario 10 que
acababa de decir; tal cual e! mdlo
que mira satisfecho, pegados a los ijares del caballo los
!aloncs desnudos altivo y sonriente, cuin bien va a la
puntería su lanza.
pero el discurso en estos airanques de disimulada pena se
le torcía y salía de madre; y volvía sobre un cargo o
argumento una y otra vez, como e] juglar que en pleno
circo, perdidas las fuerzas, siente crecer sobre sus
hcmbros el globo de hierro con que juega, y IO echa sin
cesar de un hombro a otro, para entretener el exceso de
dolor con ]a novedad de la postura.
"; Excomu] gado! iNo, tiene terrores, para el que conoce a
Dios, eI abuso que hacen de el los que lo desflguran!
cQuIenes me exco- mulgan? iesos que P asaban las horas
en el silencie, viperino de las antesalas ,grmurarrdo
porque YO había dejado acercar a la reja de comuiión una
pobre trabajadora cargada con un fardo? tesos,
que me prohiben hablar en Pro de George, cuya teoría de
cotitribu- ciones juzgo buena, y mandan a todos los
párrocos de ,la diócesis que hablen cOn Ia casulla puesta,
contra George, y rehusan la co- munión a ios que ]e dan
su voto? <ESOS, que NOS niegan a IOS
párrocos el derecho de expresar opinión política que no
sea la que nos manden que expresemos, csando ellos viven
hundidos hasta la
tirilla en mapejOS políticos, cuando el Arzobispo es el
aliado público de la menos respetable de las asociaciones
politicas de Nueva York, cuando a mf mismo me ha
enviado el Arzobispo a Washington a
pedir un empleo para uno de sus favorecidos, cuando
están rnovien- do desde hace cinco años cielo y tierra
porque les reciba el Gobierno
un nuncio en Washington, un nuncio que ate en tratos y
convenlos ]a !glesia que debe ser libre, en pago de cuyo
atentado contra la cblica en América le tienen
Iglesia ’ la K” i dt hacerlo arzobispo’” empeñada palabra a
un obispo alema ’ ;parecfa, entre aquellos pesesperados
ataques, que llovían sobre
ia escena máscaraS y huesos! ;pero cómo no había de
volver al cura afligido la paz de, la Palabra, aquella
continua ovación, aquellos aplausos que parecian
jUramentoS y caricias, aquellas fieras protestas de
fidelidad que
como saeta cruzaban el teatro? Con el puño levantado
acentuaba ías palabras ~~~ hombres, corno para
acercarse más a él, se habian puesto eh pie. Las mujeres,
ansiosas y erguidas, ondeaban sus pa- Gue] os con aque]
nlismo gesto con que enjugó la Verónica el sudor de
Crikto, Del cura expulso fue poco a poco emergiendo el
hombre;
166 José Marti OBRAS ESCOGIDAS. T. II 167 r la palabra,
conforme entraba en las ideas mayores, adquiría aque- la
heroica sencillez que levanta de súbito al que escucha,
como si viera nacer torres del suelo, o a tajo señorial
escalar el aire al águila. “( Sabéis por qué me han
excomulgado? Porque yo quiero que la Iglesia se gobierne
en bien de los pobres, y no contra ellos en bien exclusivo
de la Iglesia; porque no me siento a las mesas de tráfico
donde se ríe en secreto de la fe que en los altares se
promulga; porque amo mi fe, pero no tanto que, por
obedecer a los que la fal- sean, desobedezca yo el mandato
augusto que trae a la vida el ciu- dadano de una
república; porque no quiero consentir, ni por mi
patria ni por mi religión, en que so pretexto de religión,
roa una curia codiciosa las libertades de mi patria. ¿Os
dicen que yo trabajo contra la Iglesia? iSi: en la única
parroquia amada y popular de Nueva York he trabajado
veintisiete años, a vuestra cabecera y entre vuestros
hijos, para que no engañen a mi pueblo; para que no prospere por métodos corruptores una jerarquía eclesiástica
egoísta; para que el clero viva en aquella nobleza y
santidad de los siglos en que la Iglesia pobre admiró y
sedujo al mundo; para que no hagan el catolicismo
abominable por su odio a la libertad y su avaricia; para
que no levanten la cólera de la nación hurtando del
Tesoro, acumu- lado por el óbolo de todas las sectas,
sumas enormes destinadas a pagar las instituciones
superfluas y las escuelas ciegas de una secta sola; para
que no nos quiebren desde el nacer el carácter con un
sistema de serviles escuelas de parroquia, donde clérigos
igno- rantes y abyectos, en vez de alas pondrán al niño
vendas; para que no nos minen, como nos quieren minar,
nuestro amplio y glorioso sistema de enseñanza pública,
donde el hebreo aprende sin odio al lado del cristiano!”
“esabéis por qué me han excomulgado? iPorque he visto
que la distribución injusta de la riqueza, que la Iglesia
debiera corregir en vez de aprovechar, tiene ya
amontonada mucha cólera en el pecho de los hombres;
porque creo que, en el riesgo de este encuen- tro bárbaro,
peca contra Dios el que, en vez de evitar la obra de muerte
con una distribución más justa, la atrae con su descaro y
la provoca; porque creo honradamente que el sistema de
cobrar los tri- butos todos sobre la tierra acercará las
fortunas, pondrá en circu- lación un gran cauda¡ de
riqueza estancada, criará a los hombres sin ira ni
miseria, en hogar propio, y evitará el levantamiento más
hon- do y temible que haya visto el mundo; porque el
Papa me ha man- dado que peque contra mi conciencia,
que jure el nombre de Dios en vano, que niegue lo que
creo; y porque, aunque me quemen vivo,
no lo niego!” eSe ha visto al huracán arrebatar,
arremolinar, lanzar al cielo, desmenuzar las olas? Pues
asf, en un vítor que todavía no cesa, que repitió la calle,
que la nación repite, rompieron a esta declara- ción
aquellas almas. “iY si os amenazan,“- decía sobre el
aplauso la voz tonante,-“ si os amenazan con rehusaros
los sacramentos por-
que os negáis a abjurar la verdad en que honradamente
creeis, ne- gaos a recibir los sacramentos!“-“ Tú nos
guías!” “iContigo hasta la muerte!” “iTú eres nuestro
Papa.” Lo abrazaban de lejos; las madres ponían en alto a
sus hijos, para que aplaudiesen: hacian los hom- bres con
los brazos, al ir saliendo McCilynn del escenario, el movimiento de quien saluda con ramos de palmas.- De esta
manera, se- guido de ciudades, comienza su campaña el
que, si no alcanza a purificar la Iglesia Católica, o a
conciliarla con la República, habrá sido al menos unode
los salvadores de la libertad.
El Partido Liberal, México, 12 de agosto de 1887. La
Nacidn, Buenos Aires, 4 de septiembre de 1887, publicado
bajo el título “El conflicto religioso en los Estados
Unidos”. 0. C., t. 11, p. 241- 252.
EL Ií; DE OCTUBRE DISCURSO EN CONMEMORACION
DEL 10 DE OCTUBRE
Varios cubanos han creído oportuno conmemorar este
año el 10 de Octubre, y lo avisan cariñosamente a sus
hermanos de Nueva York para honrarlo como se debe,
todos juntos. Todos llevamos en los corazones aquella
esperanza que no muere jamás. Sordos a los halagos que
la patria ofrece, aun en su desdicha, preferimos la angustia y la pobreza a una vida donde padece martirio el
honor. Aquella santa bandera de antes, es nuestra
bandera de ahora. En esos días no hay diferencias: no hay
más recuerdos que los que honran; y debe ser vano el
esfuerzo de nuestros adversarios cons- tantes, de los
enemigos que tiene siempre todo acto entusiasta, para
suponer intrigas políticas, intervenciones extrañas y
pasiones cul- pables de grupo, a la gente honrada que no
piensa más que en jun- tar los espíritus buenos en un día
que es, para los cubanos, reli-
gioso. De la emigración de Nueva York ha nacido
espontáneamente, sin sugestiones de personas ni de
partidos, de afuera ni de adentro, sin más ayuda que la
propia, el deseo de celebrar este año el día de la patria,
porque el instinto popular, que no necesita de consejeros
ni de guias, presiente acaso que pueden volver días de
mayores debe- res; porque alguna vez se han de juntar,
para ir levantando el cora- zcin, los que sufren en la tierra
extraña por una causa común, y tie- nen las mismas
penas y los mismos héroes.
Este 10 de Octubre es un arranque de nuestro sentimiento,
y cuando más, una expresión de prudente esperanza.
mandan que no sea más. Los tiempos El respeto a la
solemnidad del día lo manda tambibn. ¿A qué cubano,
sabiendo que los cubanos van a reu- nirse el 10 de Octubre
para recordar, con sus mujeres y sus hijos, a los que
murieron por mejora r la suerte de la patria. no le dirá el
co- razón: “alii debo estar yo”? Parece como que el que ia!
te, faltará a su deber. Para este acto solemnr, digno de
nuestra esperanza y de nuestro dolor, se invita a los
cubanos de Nr? e\, a York a asistir a Masonic Temple, Ca!
le 23 esquina a la Sexta A\. enida, el 10 de oc? ubre. 118871
0. c., t. 1. p. 199- 200
Señoras y señores: Más me embarazan que me ayudan
estos aplausos cariñosos, porque en vez de estimulos que
la enardezcan, tiene mi alma, sacu- dida en este instante
como por viento de tormenta, necesidad de reducir su
emoción a la estrechez de la palabra humana. Esta fecha,
este religioso entusiasmo, la presencia-- porque yo siento
en este
instante sobre todos nosotros la presencia de los que en
un día como este abandonaron el bienestar para obedecer
al honor- de los que cayeron sobre la tierra dando luz,
como caen siempre los héroes, exige de los labio- 3 del
hombre palabras tales que cuando no se puede hablar con
~‘ ayos de sol, con los transportes de la victoria, con el
júbilo santo de los ejércitos de la libertad, el único
lenguaje digno de ella es ei silencio. este instante.
“iDemajagua!“, No sé que haya palabras dignas de
garia!“, decía otro: decía uno de nuestros oradores: “ipleiasí es como debemos conmemorar aquella vir- tud, con
los acen? os de la plegaria! Los misterios más puros del
alma se cumplieron en aauella mañana de la Demajagua,
cuando los ricos, desembarazándose de su fortuna,
salieron a pelear, sin odio a na- die, por el decoro, que
vale más que el! a: cuando los dueños de hombres, al ir
naciendo el día, dijeron a sus esclavos: “iYa sois li- bres!”
eNo sentís, como estoy yo sintiendo, el frío de aquella
subli- me madrugada?... iPara ellos, para ellos todos esos
vitores que os arranca este recuerde glorioso! ,Gracias en
nombre de ellos, cuba- nas que no os avergonzáis de ser
fieles a los que murieron por voso- ?ras: gracias en
nombre de ellos, que no os cansjlis de ser honrados! epor
qué estamos aquí? <Qué nos alienta, a más de nuestra
gra- titud, para reunirnos a conmemorar a nuestros
padres? cQu6 pasa en nuestras huestes, que el dolor las
aumenta y se robustecen con los años? iSerá que,
equivocando los deseos con la realidad, desco- nociendo
por la fuerza de la ilusión o de nuestra propia virtud las
leyes de naturaleza que alejan al hombre de la muerte y el
sacri- ficio, queramos infundir con este acto nuestro, con
este impetu, con este anuncio, esperanzas que son culpas
cuando pueden costar la vida al que ias concibe, y el que
las pregona no puede realizarlas? <Será que sometiendo
como vulgares ambiciosos el amor patrio al
OBRAS ESCOGIDAS. T. II 171 170 JosP Mali interés
personal o la pasión de partido, estemos tramando con
saña enfermiza el modo de echar inoportunamente sobre
nuestra tierra una barcada de héroes inútiles, impotentes
acaso para acelerar la agregación inevitable de las
fuerzas patrias, aun cuando llevasen, con
la gloria de su intrepidez, el conocimiento politice y la
cordial gran- deza que han de sustentarla? No: ni la
debilidad nos trae aquí, ni la temeridad . <No nos
afligimos, no nos buscamos unos a otros no nos
adivinamos en los ojos un llanto de sangre, no andarno;
con la mano impaciente, con el dolor de la carne herida en
nuestra carne, en cuanto sabemos de alguna nueva
tristeza de la patria, de algún peligro de los que allá
viven, de alguna ofensa a los que allá nos desconocen, de]
sacrificio estéril de algún valiente infortunado? ~NO nos
regocijamos noblemente cuando se espera de nuestros
mis- mos dominadores una concesión de justicia, un bien
parcial, que aunque lastime nuestras aspiraciones
grandiosas, aunque retarde nuestro ideal absoluto y
nuestra vuelta al país, le prometa sin em- bargo una
calma relativa- de que no queremos gozar nosotros? ¿No
nos agitamos, no perdemos el interés en nuestro quehacer
usual, no sentimos, cuando sabemos que hemos de
reunirnos para estos actos
nobles, como más claridad, como más ternura, como más
dicha como más elocuencia, como una verdadera
resurrección en nuestra; casas? IPues por eso estamos
aquí: porque la prudencia .puede re- frenar, pero el fuego
no sabe morir; porque el amor a nuestro país se nos
fortalece con los desengaños, y es superior a todos ellos;
porque el pesar de vernos ofendidos por los que no saben
imitar nuestra virtud, es menos poderoso que este
impulso de los que mori- mos en silencio fuera del suelo
natal, para prolongar siquiera la vida recordándolo;
porque tal vez divisamos el peligro, y nos aparejamos a
ser dignos de él!
Ese impulso nos arrastra; nos pone en pie, como sí
viviéramos aún, devuelve a nuestros labios la palabra,
cansada ya de torneos pueriles: <qué somos nosotros más
que lo que nos decía esta noche un anciano respetable,
qué somos nosotros más que “mártires vi- vos”? Vivimos
entre sombras, y la patria que nos martiriza, nos sostiene. Con las manos tendidas, con la señal de] cuchillo en
la gar- ganta, con los vestidos sirviendo de últimos
manteles a los ladrones, comida hasta la rodilla-. ,hasta
la rodilla no más!- de gusanos, la imagen de la patria
siempre está junto a nosotros, sentada a nuestra mesa de
trabajar, a nuestra mesa de comer, a nuestra almohada.
Desecharla es en vano; ni iquién quiere desecharla? Sus
ojos, como los ojos de un muerto querido, nos siguen por
todas partes, nos animan cuando estamos honrándola
con nuestros actos, nos detienen cuando nos sentimos
tentados a alguna villania, nos hielan cuando pensamos
en abandonarla . iCierra los ojos y parece que se cierra la
vida! Queremos ir por donde nos manda el interés, y no
podemos ir sino por donde nos manda la patria. Cuando
el so] brilla para todos, menos para nosotros; cuando la
nieve alegra a todos, menos a nosotros: cuando para
todos, menos para nosotros, tiene la natura-
leza cambios y fragancias,- un aire sutil viene por sobre el
mar, cargado de gemidos, a hablarnos de dolores que
todavía no han lo- grado consuelo, de vivos que
desaparecen en el misterio, de derechos mutilados, más
tristes de ver que los mismos hombres muertos. El alma
no duerme, ni sabe del día: ásperos, y como soldados sin
armas, salen de la mente, llenos de vergüenza, los
pensamientos. eQué im- porta el so]? (qué importa la
nieve? <qué importa la vida? La patria nos persigue, con
las manos suplicantes; su dolor interrumpe el tra- bajo,
enfria la sonrisa, prohibe el beso de amor, como si no se
tu- viese derecho a él lejos de la patria: una mortal
tristeza y un es- tado de cólera constante turban las
mismas sagradas relaclones de familia: ini los hijos dan
todo su aroma! Aturdidos, confusos, impotentes, los que
viven lejos de la patria sólo tienen las fuerzas necesarias
para servirla. Así vivimos: ;quién de nosotros no sabe
cómo vivimos?: jallá, no queremos ir!: cruel como es esta
vida, aquella es más cruel. iNos trajo aquí la guerra, y
aquí nos mantiene el aborrecimiento a la tiranía, tan
arraigado en nosotros, tan esencial a nuestra naturaleza, que no podríamos arrancárnoslo sino con la carne
viva! ¿A qué hemos de ir allá, cuando no es posible vivir
con decoro, ni parece aún llegada la hora de volver a
morír? ePues no acabáis de otr esta noche una voz
elocuente que nos sacaba, recordando aquella
vergüenza, las llamas a la cara? A qué iríamos a Cuba? ¿A
oir chasquear el látigo en espaldas de hombre, en
espaldas cubanas, y no volar, aunque no haya más armas
que ramas de árboles, a clavar en un tronco, para
ejemplo, la mano que nos castiga? ¿Ver ej con- sorcio
repugnante de los hijos de los héroes, de los héroes
mesmos,
empequeñecidos en la pereza, y los viciosos importados
que ostentan, ante los que debieran vivir de espaldas a
ellos, su prosperidad in- munda? {Saludar, pedir, sonreír,
dar nuestra mano, ver, a la caterva que florece sobre
nuestra angustia, como las mariposas negras y amarillas
que nacen del estiércol de los caminos? <Ver un burocrata insolente que pasea su lujo, su carruaje, su dama, ante
el pen- sador augusto que va a pie a su lado, sin tener de
seguro donde buscar en su propia tierra el pan para su
casa? iVer en el bochor- no a los ilustres, en el desamparo
a los honrados, en complicidades vergonzosas al talento,
en compatiía impura a las mujeres, sin los frutos de su
suelo al campesino, que tiene que ceder al soldado que
mañana lo ha de perseguir, hasta el cultivo de sus propias
canas? <Ver a un pueblo entero, a nuestro pueblo, en
quien el juicio llega
hov a donde llegó ayer el valor, deshonrarse con la
cobardía o el disimulo? Puñal es poco para decir lo que
eso duele. ]Ir, a tanta ver- güenza! Otros pueden:
inosotros no podemos! Pero no estamos aquí para
censurar a nuestros hermanos en desdicha, a nuestros
hermanos mayores en desdicha, porque el valor
que necesitan para soportarla es más que et que para
esquivarla demostramos nosotros: no estamos aquí para
suponer en ellos, con necia arrogancia, la falta de
virtudes que sean nuestro patrimonio
OBRAS ESCOGIDAS. T. II 173 lxclusivo: ;vo las he visto
brotar bajo aquella opresión con tanto :: río, ccn mas brío
a veces, que rl que cabe ya en nuestras almas ‘atigadas!
Astros apagados ya para .ibsrrad que consume los astros,
nosotros, en el fuego de la
todavía son para ellos soies: el .mor a la patria, que es en
nosotros inquebrantable juramento y nclancóiica
constancia, es en ellos asomo de aurora y épico frenesí:
,por cada uno que cae en vileza, hay dos que se
avergüenzan de el! Si ci reposo. que es también necesario
en la historia, favorece cl de- :Yarrollo del juicio, no
maldigamos del reposo,- que cesari por :obre cuantos lo
eslerben cuando tenga fuerzas para cesar.-- porque Ia sa!
ástroie innecesaria de nuestra guerra demuestra que el
valor es :stéril,- el mismo Lalor loco a cuyo recuerdo
hierve la sangre y se :iibuja en la sombra un caballo
ensillado que nos convida,- cuando i; raGn, que es o! ra
forma de valor, no lo preside. cQuién cuenta
:! esde aqui las alma> que allá acarician, con el fervor
creciente por ia ofensa diaria, los entre nosotros pueden
mismos deseos de que sólo los presuntuosos suponerse
Unicos depositarios? ¿QuiPn no oye Io que se dicen
aquellos pufios cerrados, aquellos labios mordidos,
ilquellas mejillas encendidas iQuién no se enorgullece,
como si fue- ran suyas propias, de las virtudes, de la
inteligencia singular, de los i: ábitos de trabajo, de la
facilidad magnífica para todo lo bello y
difici! de que nuestra patria da prueba pasmosa,
surgiendo de aque- :la llaga que se la come, como de los
mismos cerdos muertos surgen con el azul mas puro,
florones de luz? iTodos, todos son nues- ;ros hermanos,
nuestra carne, nuestra sangre, lo mismo los que pien- san
con más tibieza que nosotros que los que han pensado con
ine- Ticaz temeridad! Precipitar tcuándo fue salvar? Ni
<qué valdrl, más -jue lo que valen las alas de un colibri en
una tormenta, que los
de flojo corazón levanten las manos pálidas al cielo el día
en que, recobrada la salud, decrete el país que no se
contenta con dietas de !? onor? iLas aves indecisas, para
protegerse mejor, se agregarán ;i la bandada! <Qué es
ponerse, a murmurar unos de otros, a sece- iarse, a
odiarse, a disputarse un triunfo que sería efímero si no
fuera unánime, de todos, para todos, porque unos han
vivido acá y los otros allá? iCómo los que han padecido
menos osan afectar desdén, que si fuera real sería
fratricida e impolítico, hacia los que !; an padecido más,
hacía los que acaso les han permitido, con su sqilencioso
sacrificio, con la prudencia con que usan de su poder
moral, ixtentar ios remedios parciales que en vano
recomiendan, sin los abstkuios que con amor menos
<irtuoso a la patria hubiéramos po- riido en todo instante
oponerles, pero que guardamos celosamente ;! ara su
hora, no por agasajo a nadie, no por temor de nadie, sino
For aquel prudente amor al país, por aquel supremo
arnor al país, 2nte el que se deponen todas las [JaSiOneS?
Vacilen estos, retriiganse aquellos, condénennos otros:
todos nos juntaremos, del lado de la
honra, en la hora de la vindicación y de la muerte. Lo que
se ha de preguntar no es si piensan como nosotros,
porque co;; 110 nosotros piensan todos. aun cuando, como
quien quiere soio- car el aire, quieran sofocar el
pensamiento; porque nosotros, como los persas que se
refugiaron a ado: ar el fuego, que era el simbolo de la
patria sometida por el moro, a las cumbres solitarias
adonde no hallaba camino cl opresor, ;con el fuego
sagrado nos refugiamos,
orgullosos de nuestra soledad, en las cumbres de nuestras
concien- cias! ;Nosotros somos el deseo escondido, la
gloria que no se pone, el fin inevitable! Lo que se ha de
preguntar no es si piensan como
nOsOiroc,; ;sino Si sirven a la patria con aquel filial gus!
o, con aque- iia sabia indulgencia, con aquel dominio de
las antipatías señoriales, con aquel acatamiento del
derecho del hombre ineducado a errar, con aquel estudio
de los componentes del país y el modo de allegarlos en vez
de dividirlos con aquel supremo sentido de justicia que
puede únicamente equil’ibrar en lo futuro tenebroso el
resultado natural de las injusticias supremas, con aquel
ingenuo afecto a los humil-
des que encadena las voluntades incultas en vez de
agriarlas y lle- varlas de la mano al enemigo, con aquel
respeto a la patria que prohibe agitarla inoportunamente
en provecho de la vanidad o el interks, con aquel incendio
del alma anie la injustica que muchos aventureros del
pensamiento fingen con semejanza y arte tales que llegan
a ser caricaturas acabadas de la gloría! Lo que se ha de
preguntar no es si piensan como nosotros; sino si,
divisando lo porvenir con ia mirada segura que es dote
esencial de los que poni- nan manos en las cosas del
Estado, dirigen sus actos de modo que, en vez de levantar
sin propósito y dirigir sin cordialidad pasiones que no se
podrán apagar luego sino con la acción, prevean y dispongan esta, se conformen a la política real de la Isla, y
contri- buyan a la conservación y reforma de sus fuerzas
y al fortaleci- miento y pujanza de los caracteres. Lo que
se ha de preguntar no es si piensan como nosotros; sino si
comprendiendo a tiempo el ca- rácter fogoso y enérgico
que el padecimiento bajo la tiranía, el destierro en países
de república y su natural apasionado de la li- bertad han
creado en el cubano, disponen la patria para acomodaria a él, en vez de amenguarla con planes de mando
exclusivos, o con soberbias de grupo alucinado, o COI 1
esperanzas cobardes de ayudas cstrañas,- peligrosas e
imposibles. Lo que se ha de preguntar no es si piensan
como nosotros; isino si familiarizados con la grande- za,
como han de estar los que pretenden influir en tiempos
que la requieren, en vez del odio raquítico a lo iníeríor en
orden social, a lo que no comulga en ei propio templo, a lo
que ha nacido en la propia tierra, demuestran la
determinación conocida de obrar sin odio, el día en que
nos reconozca la historia nuestra autoridad sobre la casa
que recibimos de la naturaleza! Con ese cuidado
escrupuloso vivimos; todos esos problemas co-
nocemos; nos ocupamos firmemente, no en llevar a
nuestra tierra invasiones ciegas, ni capitanías militares,
ni arrogancias de partido vencedor, sino en amasar la
levadura de república que hará falta mañana, que tal vez
hará falta muy pronto, a un país cuya inde- uendencia
parece ilimediata, pero que está compuesto de elementos
174 Jose Marti OBRAS ESCOGIDAS. T. II 175 tan varios,
tan suspicaces, de amalgama tan difícil, que los choques
que ya se vislumbran, y que han ayudado acaso a
acelerar aquellos cuya única labor real era impedirlos,
sólo pueden evitarse con el exquisito tacto politice que
viene de la majestad de! desinterés y de la soberania de!
amor. iY pasamos ta! vez por agitadores per- niciosos, los
que, sujetando los impulsos menos dóciles, sólo queremos tener limpio el camino por donde al fin ha de buscar
su sal- vación la patria! Se amenaza con nosotros a Cuba;se acusa de complicidades con nosotros a un partido
cubano que ni aun por sus personas más inquietas solicitó
ni aceptó nunca el menor roce con lo que creemos
inevitable, aunque el pensarlo sólo agobie, la guerra que
parece ser por desdicha el único medio de rescatar a la
patria de la persecución y el hambre;- se llega a suponer,
con ligereza que devolvemos sin respuesta, que los que
aquí meditamos con res- peto de hijos el modo de ahorrar
a nuestro país conmociones esté- riles, de subordinar a su
mandato nuestros más gloriosos ímpetus, de alimentar en
el silencio las virtudes que han de serle útiles, de dar
tiempo a que se robustezca su carácter para la lucha que
acaso sea precisa, de confundir en concordia todos sus
elementos, de no enajenarnos ninguno de los factores
imprescindibles, de disponer cuanto en la hora suprema
pueda abreviar el sacudimiento, acelerar el triunfo, y
fundar la patria libre,- jno somos más que una turba
irreflexiva, tocada de monomanía sangrienta! Esta no es
hora de decir cómo no han sido inútiles para la emigración cubana veinte años de experiencia, de
manifestación y roce francos, de choque de ambiciones y
noblezas, de prueba y quilate de los caracteres, de lucha
entre la pasión desconsiderada y el juicio que desea
someterla al desinterés de la virtud. No es hora de decir,
cuando se conmemoran hazañas a cuyo lado palidece el
simple cum- plimiento de! deber, cómo en la oscuridad,
grata al verdadero patrio- tismo, se procura con sagrada
pureza librar de estorbos, no para todos visibles, el
porvenir de! pais, y en vez de trabajar sin fe y desconcertados en pro de una fórmula postiza, condenada de
antemano, por la fuerza de 10 rea!, a corta duración, se
atiende, con el ojdo puesto al suelo, que no ha cesado
todavía de hervir, al espíritu VIVO de la patria; a la
recomposición de sus elementos históricos, más temibles
mientras más desatendidos, y más reales, en su descanso
natura! e inacción aparente, que las sombras que sólo
tienen apa- rato de cuerpo palpable porque se amparan
de ellos y les sirven de transitoria vestidura; a la
preparación de la guerra posible,- puesto que mientras
sea la guerra un peligro, será siempre un deber preparar! a,- de manera que en el seno de ella vayan las
semillas, ide no muy fácil siembra! que después de ella
han de dar fruto. Agitar, lo pueden todos: recordar
glorias, es fácil y bello: poner el pecho al deber inglorioso,
ya es algo más difici!: prever es el deber de los verdaderos
estadistas: dejar de prever es un delito público: y un
delito mayor no obrar, por incapacidad o por miedo, en
acuerdo con lo que se prevé. No es hora de decir que
puesto que la guerra es,
por lo menos, probable en Cuba, serán politices incapaces
todos los que no hayan pensado en el modo de evitar los
maies que pueden venir de ella. iPero todas las horas son
buenas para declarar que aqui los corazones no son urnas
de devastación, prontas al menor empuje a volcarse sin
miramiento sobre el país, sino aras vallente- mente
defendidas, donde se guardan sus Clltimas esperanzas de
ma- nera que !as pasiones interesadas no las pongan en
manos del ene- migo, ni la traición disimulada las
defraude! <Guerra? Pues si hubiese querido tenerla
siempre encendida, icuándo ha faltado una montaña
inexpugnable ni un brazo impacien- te? Refrenar es lo que
nos cuesta trabajo, no empujar: lo que nos cuesta trabajo
es convencer a los hombres decididos de que la ma- yor
prueba de valor es contenerlo: pues iqué cosa más fácil
que la gloria a los que han nacido para ella, ni qué deseo
más impetuo- so que el de la libertad en los que ya han
conocido, en el brio del combate y en la vela de armas,
que es digna de sus heraldos natura- les, e! sacrificio y la
muerte? Las manos nos duelen de sujetar aquí el valor
inoportuno. Si no lleva la emigración la guerra a Cuba,
acaso será porque cree que no debe aún llevarla; acaso
será porque hay en su seno mucho hombre sensato, que
prefiere dar tiempo a que los hechos históricos culminen
por sí en toda su fuerza natura!, a precipitarlos por
satisfacer impaciencias culpables, a comprome- terles con
una acción prematura, con una acción que, habiendo de
conmover, de trastornar, de ensangrentar el país, debe
esperar para ejercerse a que, por todo lo visible y de
indudable manera, no sólo necesite el país la conmoción,
sino que la desee, por el extremo de su desdicha y lo
irrevocable de su desengaño. iAquí no somos jueces, sino
servidores! CQuién dice que aquí queremos llevar a nuestra patria en mala hora una guerra que tuviese más
probabilidades de ser vencida que de vencer en corto
plazo? iAfin cuando la tuvié- ramos en nuestras manos,
aun cuando sólo aguardase la seña! de partir, para el
viaje santo y ligero, corazón a corazón iríamos !! amando, afrontándolo todo en la angustiosa súplica, para
que no dre- sen rienda al valor impaciente hasta que ya
no hubiera modo de salvar sin esa desventura a la patria!
Acá, en esta tiniebla, precedido de sangre en nuestra
historia como en la naturaleza, ya nos parece divisar el
día; ya, confundien- do con el miedo el recogimiento
semejante a la duda que precede a las sacudidas
nacionales, irrita un desdén insolente la última paciencia de! país, avergonzado de su credulidad; ya, con el
favor inicuo de gobiernos que traicionan a su patria
usurpando una autoridad que no osan ejercer con honra,
se preparan nuestros dominadores a provocar la Isla a
una guerra incompleta y prematura, a azuzar aca- so a
los inquietos y los ciegos de nuestro propio bando, para
segar al país la flor nueva que ha echado en medio de los
vicios, para pasear la hoz a cercén, antes de que vibre en
los brazos la indigna- ción madura, sobre el pueblo
culpable de haber sabido perdonar a
176 losé Morti sus déspotas, creer en su honor, confiar en
que con la generosidad heroica los obligaria a la justicia:
ya parece menos lejano el instante doloroso, como todo
nacimiento, en que se realicen al fin las espe- ranzas que
enfrena la cordura, pero que no deben morir jamás,
porque con ellas morirían la verdad y la grandeza. Mas,
si esperásemos en vano; si la zozobra en que vivimos, o el
ardor del deseo, nos anubla- sen el conocimiento; si otra
solución política fuera superior a la nues- tra; si por la
virtud de otros esfuerzos lograse nuestra patria, con-
tra todo lo probable, una calma relativa; si tanto como
por cualquier otro esfuerzo, se lograra sin gloria, por
nuestro po lr or el de nuestra actitud sin plácemes y er
secreto e imperante, por el látigo invi- sible que aquí
todos tenemos en las manos,- lógrese en buena hora,
aunque de esta fillima herida que le falta para ya morir,
cese nues- tro corazón de latir con la esperanza que lo
alienta. iLo que importa no es que nosotros triunfemos,
sino que nuestra patria sea feiiz! Pues ipara qué se es
hombre honrado, para qué se es hijo de un pueblo, sino
para tener gozo en padecer por él, y en sacrificarle hasta
las mismas pasiones grandiosas que nos inspira? Pero si,
como anuncian los tiempos, fracasa el empefio de obtener de España para los cubanos la suma de derechos que
pudiese hacer llevadera la vida a un pueblo visiblemente
dispuesto a volver a arrostrarla por su libertad; si con
invenciones satánicas o ardides felices arrastra al país a
una guerra, que no nos hallará despreveni- dos, aquella
parte perniciosa del elemento español que lo perturba;
si la ira heroica o la palabra imprudente contribuyesen
de parte nuestra a acelerar la lucha armada por que
suspira, procurando escoger la hora y lugar de la batalla,
nuestro astuto enemigo, iaquí habremos mantenido, sin
avergonzarnos de ella, sin aba- tirla, sin ondearla como
mercancia temible, sin asustar con ella a los políticos
flojos e imprevisores, la bandera que nos adorna hoy
nuestros muros porque mientras no pueda conducirnos a
la vic- toria, mejor está plegada! ;Aqui, en el trato abierto
y en el estudio de nuestras pasiones, hemos robustecido,
mientras nos acusaban y
tenían en poco, los hábitos que harán mañana imposible
el esta- blecimiento en Cuba de una República incompleta,
parcial en sus propósitos o métodcs, encogida o injusta en
su espíritu! !Aquí hemos aprendido a conocer y a resistir
los obstáculos con que pudiera tropezar la patria nueva:
el interés del hombre de guerra, la pasión
dei hombre de raza, la soberbia de los letrados, la
desvergüenza del intrigante político! iAquí en el conflicto
diario con el pueblo de espíritu hostil donde nos retiene,
por única causa. la cercanía a nuestro país, hemos
amontonado, y son tantas que ya llegan al cíe- lo, las
razones que harían odiosa c infecunda la sumisión a un
pue- blo Aspero que necesita de nuestro suelo y desdeña a
sus habitantes! ;Aquí hemos aprendido a amar aquella
patria sincera donde podrán vivir en paz los mismos
derechos que sus hijos R ue nos oprimen, si aprenden a
respetar los ayan sabido conquistarse; donde podrán
vivir en amor los esclavos azotadgs, y los que los
azotamos! OBRAS ESCOGIDAS. T. II 177
iOh, no!: no es visión de la fantasía esa patria venidera
donde, con la fuerza gloriosa de las islas, que parecen
hechas para recoger del ambiente el genio y la luz,
prosperara, sin ayudas extrañas que lo consuman, el
hombre en quien la libertad ha infundido a la vez la
virtud de morir por ella y la inteligencia necesaria para
ejercitar- la: el hombre que r, eUne a la industria con que
los pueblos se edifi- can, el brio que salva a la libertad de
los que para explotarla o des- viarla suelen saltar, con la
agilidad del ambicioso, a su cabeza: el hombre cubano.
¿Aniquilado el cubano? CDesmayado el cubano? <In-
digno el cubano de que, por esperar la ocasión de servirlo,
desdene- mas, con tenacidad misteriosa, el bienestar
seguro y los más gratos honores? ¿Quién nos impele,
quién nos aconseja, quién nos conduce, que besamos con
amor la mano que nos arrastra por la vía oscura Y
terrible, iTodo, oh patria, porque cuando la muerte haya
puesto in a esta fatiga de amarte con honor, puedas tú
decir, aunque no te oiga nadie: “fuiste mi hijo!” iNo hay
más gloria verdadera que la de servirte sin interés, y
morir sin manchas! <Indigno el cubano? iAntes debemos,
con todas las fuerzas de la admiración y todo el
cariño del alma, saludar a los que surgen radiantes de
aquella po- dredumbre, como las frutas más lúcidas y
jugosas brotan de la tierra fecundada por el pestilente
abono, y echar por sobre el mar, con las alas tendidas, un
entrañable abrazo hacia los que en aquel aire enlutado
insisten en la virtud, nutren el valor, enriquecen la
ciencia, practican la literatura viril, improvisan con
nunca vista rapidez las cualidades de los pueblos en
sazón, y guardan la casa santa del con- tacto impuro!
Como la libertad es la sombra de la tiranía, como las
virtudes florecen sobre 105 cadáveres de los que las
poseyeron, como la juventud orea los pueblos cansados,
allí donde el sol brilla, donde las palmeras visitadas del
rayo ya retoñan, donde cruzan centelleando por el aire
las almas de los héroes, donde en el silen- cio de los
caminos hay aún bastante sombra para el honor, jse le-
vanta con nuevo poder, con el poder de la indignación
contenida, aquel pueblo que han dado por muerto los que,
aunque vivan en su seno, lo desconocen u olvidan, los que
no cambian todas las glorias y bienes del mundo por el
placer inefable de oíri palpitar! A los que confían en tener
aún por mucho tiempo sujeto a un régimen aue es el
oprobio de los que lo mantienen, aquel pueblo nuestro que
sin más conspiración que la de su desdicha, ya se lleva la
mano a !a frente, ya se pone en pie, ya recuerda de qué
lado se cargan las armas, decidles ío que vi yo en los fríos
de New York hace siete años:- Era un anciano. En su alma
inmaculada no cabía el odio, no era hombre de libros: ilos
libros suelen estorbar para ia gloria verdadera! Cuando
despertó nuestro Oriente, dejó sois, para ir a pelear, la
mujer de su cariño, y la rica hacienda que levantó con sus
propias manos. La guerra lo había curtido: había estado
los diez años en la guerra. Después de aquella paz, lo
prendieron con sus tres hijos. Huyó con ellos de su prisión
en España. No le esperaba la pobreza en el extranjero. Se
hablaba entonces de sujetar, con un
178 JOSé Martí renacimiento de la guerra mal apagada,
las aspiraciones temibles y activas que se disponían a
sustituirias. Y aquel anciano de setenta y tres añps, que
ya había peleado por su patria diez, vino a decirme:
“Quiero Irme a la guerra con mis tres hijos.” La vida seca
las lá-
grimas; pero aquella vez me corrieron sin miedo de los
ojos. eQué tiene la historia antigua de más bello?- Y
decidles lo que vi ayer:-- Es un niño, recién llegado de
Cuba. Lleva en la frente pen- sativa la tristeza de quien
vive entre esclavos, la determinación de quien decide
dejar de serlo. iLa tiranía no corrompe, sino prepara!
iQué cólera, la de un pueblo forzado a acorralar su alma!
Trae en los ojos la cólera de su pueblo. El sabe de dónde
viene la injuria, cómo no se espera remedio pacífico, cómo
el país está dejando ya caer los brazos, para levantarlos!
IHabla poco, Se pone a cada ins-
tante en pie. “Iré, iré de los primeros”, dice. Y espera
impaciente, como un potro enfrenado. Dícen leza, que 9
ue es bello vivir, que es grande y consoladora la naturaos días, henchidos de trabajos dichosos, pueden levantarse al cielo como cantos dignos de él, que la noche es
algo más que una procesión de fantasmas que piden
justicia, de mejillas que chispean en la oscuridad, de
hombres avergonzados y pálidos. No- sotros no sabemos
si es bella la vida. Nosotros no sabemos si el sueco es
tranquilo. iNosotros sólo sabemos sacarnos de un solo
vuel- co el corazón del pecho inútil, y ponerlo a que lo
guie, a que lo afli- ja, a que lo muerda, a que lo
desconozca la patria! ¿Con qu5. pala- bras, que no seati
nuestras propias entrañas, podremos ofrecer otra vez a la
patria afligida nuestro amor, y decir adiós, adióslhasta
mafia- na, a las sombras ilustres que pueblan el aire que
está ungiendo esta noche nuestras cabezas? iCon velar
por la patria sin violentar sus destinos con nuestras
pasiones: ron preparar la libertad de modo que sea digna
de ella! Pronunciado en Masonic Temple, Nueva York, e!
IO de octubre de 1887. 0. C., t. 4, p. 215- 226.
A JUAN RUZ Sr. Juan Ruz. Nueva York, octubre 20 de
1887 Mi distinguido compatriota:
No debo ocultar a ;, decimiento su franca dy. que rec ver
por ella el concep -arta de lro. de este mes, y que después
de constancia y mérito de to que le merece mi amor a mi
patria, y la fio. De ese desinterés1 Suyo, me sería difícil
tratarlo como a extra- conocimiento de nucstr y decisión;
de ese sensato y desapasionado ir armados todos los (Os
problemas y de la realidad del país, deben
por amigos de V. que que aspiren a distinguirse en su
servicio. Sé vería con dolor que po lo son míos, lo que V.
vale en la guerra; y camino de malograrse r impaciencia
o error de cálculo se pusiera en
Hace ya unos días hombre tan útil. aunque en el mismo i q
ue recibí su carta, leída más de una vez, y respondo
ahora, demor. nstante hubiera podido responderle lo que
le con 10 que observase F e de propósito mi contestación,
para reforzarla ‘n consecuencia de la reunión que acá se
tuvo el 10 de Octubre, y cí gar, y ha llegado, a ? n lo que en
estos mismos días había de Ile-
las distintas comarcasmi n” tfIi3t sobre la disposición
dominante en con cordura conocer. de nuestro país cuya
actitud ha procurado V.
La reunión del 10 ibi con especial estimación y agra-
patria desde el destier de Octubre, para los que servimos
a nuestra tendencia de la mayol’ro, SÓiO eS importante
porque revela ia actual
valientes mal *‘ ía aconsej de esta emigración, cansada ya
de servir a paz a lo que parece ( ados o a ambiciosos
culpables, pero no inca- movimiento digno POI+ ie
entender v ayudar en la hora oportuna un . J mismos a
quienes lani su a! y^--- IcaIlce de la adhesión y respeto de
10s
Las noticias de la :a al destierro o la muerte. nosotros de
un interé‘ Isla, cada día de mayor gravedad, ‘si son Para
ciarlas mal, o de agig’ ’ extremo; porque de desconocerlas,
o de apre- a las que espera una D antarlas con ta ilusión,
podrían perderse vidas gloria durable, debilitarse o
quebrarse los ele-
OBRAS ESCOGIDAS. T. II 181 menios que fatalmente
colaboran en nuestra obra, y alejarse, quién cabe hasta
cuándo, lo mismo que se anhela. Con aquellos hombres
hosti! es de natura! eza que por falta de conocimiento
poliiico o de verdadera virtud patribtica comprometen
con la violencia inútil de su !enguaje y el apara? o
imprudente de
sus actos el éxito de una gran lucha cuyos medios y fines
parecen es- capar de sus alcances,- no podria yo habiar en
razGn ccmo hablo con Vd., que sabe dirigir sus acciones
con ei entendimiento.- Ni es Vd. tampoco, por fortuna,
como aquellos ruines caracteres que se com- placen en
suponer mtiviles mezquinos, cuando no traiciones y
cobar- días, a la ;: irtud que odian porque no pueden
alzarse hasta el juicio sereno y desinteresado con que se
ha de servir al país,-- 0 porque !a virtud, respetando a los
hombres en vez de ¿egradarlos, confía más en la fuerza de
ia razón que en la costumbre que los adu! ado- res
populares tienen de ír enseñando sus personas y
buscando pro- cé! itos en chismes y corrillos.- Vd. es un
hombre entero, comprende la gravedad tremenda de
nuestros actos y palabras, y sabe que los sucesos
‘históricos no pueden prepararse ni llevarse a cabo sin un
cuidado exquisito, calculando con la mayor precisión
posible el ins- tante, los resultados y los elementos. Los
héroes mismos, cuando llegan a su hora, mueren
abandonados, si no maldecidos, por los misrnos que los
recibirían luego con honor y los acompafiarían en su
triunfo. Vd. tiene razón. El esperar, que es en política,
cuando no se la
debilita por la exageración, el mayor de los talentos, nos
ha dado la razón a los que parecía que no la teníamos. El
gobierno español ha demostrado su incapacidad para
gobernar a Cuba conforme a nuestra cultura y
necesidades, y aun para aliviarla. Todos los que
esperaron en él, o se fingieron ue esperaban, desesperan.
Los auto- nomistas, sin dirección fija ni 9 e, intentan, con
angustia verdadera, sus últimos esfuerzos. Los cubanos
no encuentran trabajo, y ven cerca el hambre. Ya el
campo está inquieto. Las ofensas constan- tes de los
españoles, y algunas provocaciones nuestras, aumentan
sin cesar ese descontento propicio a la revolución. La
prudencia misma de los revolucionarios afuera, forzada
en unos y meditada en otros, ha contribuido a la fuerza de
la situación, porque no re- sulta esta violenta ni
precipitada, sino natura! y fatal, y surgida, por causas
!ibres e irremediables, de la propia Isla. Todo tiende a
agra- var ese estado, en vez de disminuirlo. Están, pues,
allegándose to- dos los elementos de Ia guerra; peroiestán ya allegados? ---< ha perdido ya la Isl a sus últimas
esperanzas, como !as habrá
perdido pronto? -- cse han confesado definitivamente
vencidos los autonomistas, como después de la campaña
de este ar? o habrán de confesarse ven- cidos, por sus
actos si no por sus palabras? -tlos revolucionarios que
hoy les obedecen, y esperan por ellos, y no obrarán hoy
sin ellos, est, lln ya dispuestos a prescindir de ellos, como
prescindirán mañana?
-cpuede compararse. para el 6xito de la primera tentativa
revo- lucionaria el estado- muy inquieto, sí, aunque
incompleto y con muchos elementos en contra- qlle ofrece
hoy el país, con el que dentro de poco tiempo oirecerá, a
menos que contra todo lo proba- ble no cambie
radicalmente España de espíritu y de métodos, cuan- do
las voluntades que ya se buscan se hayan juntado,cuando los autoncmistas vuelvan de las Cortes
desconocidos y ofendidos,- cuan- do las cóleras crecientes
culminen con la desesperación y las pro- testas que
seguirán a la pérdida de las últimas esperanzas de hoy y
a los desmanes con que procurará el Gobierno
refrenarlas,- cuan- do, en vez de una aspiración vaga y de
esfuerzos aislados mal dirigidos, vea el país en la
revolución, por una serie de actos nues- tros que revelen
plan prudente y verdadera grandeza, una solución seria,
preparada sin precipitación para su hora, compuesta
como un partido político digno de los tiempos en que ha
de influir y de los medios terribles de que ha de valerse? -~
10s auxilios que lieve hoy a la revolución un jefe afamado
que desembarque en una comarca no bastante decidida,
cerca de otra comarca todavía hostil, serán comparables
siquiera a la ayuda de que le prive, ocasionando la
persecución prematura y el trastor- no de elementos que
dejados a sí mismos habrán de unirse natural- mente
para la guerra? -: no está demostrado ya que un jefe puro
y notable puede de-
sembarcar en Oriente mismo, aun después de un año de
guerra, sin que se decidan a unírsele sus más íntimos
amigos y compañeros? --< no es verdad que de esa
manera el único modo de impedir la revolución es llevarla
antes del tiempo, interrumpiendo el desarro- 110
espontaneo de sus elernentos, y que caería sobre nosotros
los impacientes la culpa gravísima de haberla
malogrado? -- Y sobre todo (está acaso tan lejos ese
desarrollo a que el instinto politice aconseja esperar,
para que nos sea permitido arries- garlo todo por no
esperarlo? Entonces, amigo mío, no llamarán a los héroes
“aventureros”, sino “redentores”; entonces, sin las
últimas esperanzas que ahora juegan, se les habr2. n de
unir, y se les unirán de prisa, los que hoy tienen aún, a
pesar de estar ya casi decididos, pretextos para no
decidirse por entero: entonces, con una sabia conducta
desde afue- ra, se habrán desviado obstáculos y aportado
elementos que hoy se nos oponen por falta de preparación
adecuada, por lo aislado y personal de nuestras
anteriores intentonas, por lo pueril y mal con-
ducida de nuestra política en el extranjero, por nc verse
de allá en la emigración un cuerpo junto con propósitos
respetables en vez de temibles, por ia dificultad de que un
pueblo amedrentadc- que no está al habla ni va unido- se
determine a pelear mientras le auede una probabiliaad de
decoro sin la guerra. Todo eso quería yo que se hiciera, y
por mi parte he hecho. desde hace cuatro años,
preparando la hora que hace dos estuvo para llegar, y
alejamos con nuestros errores,--- la hora que está
182 losé Marlí OBRAS ESCOGIDAS. T. II 183 acercándose,
pero que no parece llamarnos todavía. Creo que tene- mos
tiempo. Creo que precisamente el país necesita para
decidirse, para convertir en inquietud unán; me la que es
ya inquietud mani- fiesta, para reconocer que ya no hay
por la paz esperanza ni asi-
dero,- el mismo tiempo que nosotros necesitamos para
dar a la revolución desde aquí tal carácter y entereza, por
los actos públi- cos y los trabajos y acuerdos privados,
que los elementos impuros que hay en su seno, y los que
de la nueva época se le allegarían, no dificultasen su
triunfo y empequeñecieran y torciesen sus fi- nes.- Asf
Cuba admiraría en nosotros a los hombres a la vez valerosos y sagaces que supieron refrenar su heroísmo
hasta que la desdicha del país fue mayor que la que
nosotros hemos de llevarle para remediarla. .Si yo
pudiese ver a V. en New York, y hablar con Vd. en detalle
de iodas estas cosas, tan meditadas por mí, que tengo que
escri- birle precipitadamente. r Me llena de miedo pensar
que pueda V. exponer hoy sin fruto un noble valor,
republicano y una valiosa experiencia que de aquí a poco
tiempo han de ser tan precisos. De nada quiero convencer
a Vd. ni disuadirlo; pero icómo no he de decirle lo que
palpo, lo que sé de la Isla y lo que pienso? Hablando con
Vd., yo le apuntaria dificultades que, llevado de su
generosi- dad, no ha previsto,- tanto de orden político
como personal, y en las que puede ser mortal el error: yo
compararía, con la serenidad en estas cosas neccsarias,no los peligros, que estos un hombre
como Vd. no los cuenta,- sino las probabilidades de éxito
de su plan con los obstáculos y desventajas y con el riesgo
en que po- dría poner el alzamiento inmediato y definitivo
de la Isla, en que los antecedentes de Vd., su pericia
militar y su espíritu del bien público’pueden subir tanto
de valor con las cualidades de pruden- cia y alta política
que en su situación presente tiene V. ocasión de
revelar. Para mí es claro que servimos mejor a la patria y
que hasta un buen soldado impaciente de gloría se
serviría mejor a sí mismo, contribuyendo a crear, y a
permitir que naturalmente se cree, la situación necesaria
para sus fines, que lanzándose- fiado a la bue- na estrellaa precipitarla cuando aún no está dispuesta a la ac- ción,
y cuando un sacudimiento prematuro pudiera impedir
que
se produjesen las circunstancias, recursos y elementos
indispensa- bles para fa lucha.- Para mí es claro que no se
debe intentar hoy, sin los tamaños suficientes y antes de
la hora natural, lo que pre- cisamente por el hecho de no
intentarlo hoy, podremos intentar próxi- mamente con
más autoridad, con los tamaños necesarios, y favorecidos por la hora, que aunque nos es menos hostil, no
nos es aún bastante amiga.- Y cuando todo se viene hacia
nosotros, <por qué hemos de alejar, con qué derecho
hemos de alejar, nuestro triunfo por falta de oportunidad
y sabiduría? iSi yo pudiese ver a Vd. aqtií, y hablarle
sobre todo lo que a ese fin, ajustandó sus heroicos deseos
a los de nuestra tierra, se
podría hacer, se puede hacer, es urgente ya hacer, si
hemos de servirla de un modo digno de ella! Hacer posible
ia lucha próxima sale más, amigo mio, que
comprometerla. Yo presiento que llegan los días grandes,
y no hago por mí más que vigilar y estremecerme.
Mostrémonos dignos de la responsabilidad temible que
pesa sobre nosotros. Que no se diga que por el interés
vanidoso de la gloría, CJ por cualquier otro interés,
contribuimos a afligir a nuestra patria, en el instante
mismo en que íbamos a tener ocasión de salvarla.
Prepárese, pero no para hoy; porque no tiene el derecho
de exponer- se a perecer sin fruto uno de los que con más
justicia está llamado mañana a guiar. Dígame si, después
de conocer estas ideas, desea
que le hable de la forma práctica que ya van teniendo, y
para la que no hay día perdido. Y digame si no quiere,
como yo, refrenar el amor a la gloria para que en la hora
propicia sea mayor su fuer- zas--- Es necesario elevarse a
la altura de los tiempos, y contar con PIlOS. Deseando
vivamente recibir respuesta suya, y que ella fuese su
propia persona, queda estimándole y sirviéndole su
compatriota afmo. JOSE MART. 1 120 Front St. 0. C., t. i,
p. 200- 204. Cotejada con el manuscrito original.
OBRAS ESCOGIDAS. T. II 185 A SERAFfN BELLO’ casa 446
West 57 Street, morada del Sr. Enrique. Trujillo, que ha
tenido la bondad de ofrecerla para este objeto. Soy de Gd.
afmo, servidor y compatriota,
JOSE MARTI 0. C., 1. 1, p. 207- 208. Cotejada con el
manuscrito original.
New York, noviembre 9 de 1887 Sr. Serafín Bello New
York Mi estimado compatriota:
En estos días en que todo parece obligar a !os cubanos a
pensar detenidamente en la mejor manera de ejercer un
influjo activo en los asun? os de la patria, he recibido, a la
vez que otras insinuacio- nes y noticias de importancia
verdadera, una patriótica carta del Sr. Juan Ruz, en que
se sirve pedirme opinión sobre el modo prác- tico de poner
en acción nuestras esperanzas de ver a Cuba libre y
redimida. Después de esta carta llegó a New York el Sr.
Ruz, que renueva con honrosa modestia, su deseo de
conocer nuestras opi- niones. ’ Yo no creo que en aquello
que a todos interesa, y es propiedad de todos, deba
intentar prevalecer, ni en lo privado siquiera, ia opinión
de un solo hombre. He creído, pues, deber aconsejar al Sr.
Ruz que oiga en reunión, donde todas las ideas se
cambien y completen, lo que piensen sobre estos asuntos
aquellos cubanos residentes en New York que se han
distinguido por su constante amor a la indepen- dencia de
su país, y son aquí, aunque sin fórmulas de elección, como
sus representantes naturales. Ud. es sin duda uno de
ellos, y en ese carácter y para ese fin, le ruego que asista
en la noche del viernes ! 1, a las ocho, a la l Marti cursó
esta misma invitación a otros cubanos resider. tes en
‘Nueva York, entre ellos a Juan .4rnao y a J. Castillo. 1
Ver de José M. Pérez Cabrera, Marti y el proyecto RUZ, La
Habana, Academia de Historia de Cuba, 1955.
OBRAS ESCOGIDAS. T. ll 187 UN DRAMA TERRIBLE
LA GUERRA SOCIAL EN CHICAGO.- ANARQUIA Y
REPRESION.- EL CONFLICTO Y SUS HOMBRESESCENAS EXTRAORDINARIAS.- EL CHOQUE.- EL
PROCESO.- EL CADALSO.- LOS FUNERALES Nueva York,
noviembre 13 de 1887 Señor Director de La Nación:
Ni el miedo a las justicias sociales, ni la simpatía ciega
por los que las intentan, debe guiar a los pueblos en sus
crisis, ni al que las narra. Solo sirve dignamente a la
libertad el que, a riesgo de ser tomado por su enemigo, la
preserva sin temblar de los que la comprometen con sus
errores. No merece el dictado de defensor de la libertad
quien excusa sus vicios y crímenes por el temor mu- jeril
de parecer tibio en su defensa. Ni merecen perdón los que,
incapaces de domar el odio y la antipatía que el crimen
inspira, juzgan los delitos sociales sin conocer y pesar las
causas históricas de que nacieron, ni los impulsos de
generosidad que los producen.
En procesión solemne, cubiertos los feretros de flores y
los ros- tros de sus sectarios de luto, acaban de ser
llevados a la tumba los cuatro anarquistas que sentenció
Chicago a la horca, y ei que por no morir en ella hizo
estallar en su propio cuerpo una bomba de dinamita que
llevaba oculta en los rizos espesos de su cabello de
joven, su selvoso cabello castaño. Acusados de autores o
cómplices de la muerte espantable de uno de los policías
que intimó la dispersión del concurso reunido para
protestar contra la muerte de seis obreros, a manos de la
po- licía, en el ataque a la única fábrica que trabajaba a
pesar de la huelga: acusados de haber compuesto y
ayudado a lanzar, cuando
no lanzado, la bomba def tamaño de una naranja que
tendió por tierra las filas delanteras de los policías, dejó a
uno muerto, causó despu& la muerte a seis más y abrió en
otros cincuenta heridas gra- ves, el juez, conforme al
veredicto del jurado, condenó a uno de los reos a quince
años de penitenciaría y a pena de horca a siete. Jamás,
desde la guerra del Sur, desde los días trágicos en que
John Brown murio como criminal por intentar solo en
Harper’s Ferry lo que como corona de gloria intentó luego
la nación preci- pitada por su bravma, hubo en los
Estados Unidos tal clamor e in- terés alrededor de un
cadalso. La república entera ha peleado, con rabia
semejante a la del lobo, para que los esfuerzos de un
abogado benévolo, una niria ena- morada de uno de los
presos, y una mestiza de india y español, mujer de otro,
solas contra el país iracundo, no arrebatasen al
cadalso los siete cuerpos humanos que creía esenciales a
su mante- nimiento. Amedrentada la república por el
poder creciente de la casta llana, por el acuerdo súbito de
las masas obreras, contenido sólo ante las rivalidades de
sus jefes, por el deslinde próximo de la pobla- ción
nacional en las dos clases de privilegiados y descontentos
que agitan las sociedades europeas, determinó valerse
por un convenio tácito semejante a la complicidad, de un
crimen nacido de sus propios delitos tanto como del
fanatismo de los criminales, para
aterrar con el ejernplo de ellos, no a la chusma adolorida
que ja- más podrá triunfar en un país de razón, sino a las
tremendas capas nacientes. El horror natural del hombre
libre al crimen, junto con cl acerbo encono del irlandés
despótico que mira a este país como suyo al alemán y
eslavo como su invasor, pusieron de parte de los
privilegios, en este proceso que ha sido una batalla, una
batalla mal ganada e hipócrita, las simpatías y casi
inhumana ayuda de los que padecen de los mismos males,
el mismo desamparo, el mismo bestial trabajo, la misma
desgarradora miseria cuyo espectáculo constante
encendió en los anarquistas de Chicago tal ansia de
remediarlos que les embotó el juicio. Avergonzados íos
unos y temerosos de la venganza bárbara los otros,
acudieron, ya cuando el carpintero ensamblaba las vigas
del cadalso, a pedir merced al gobernador del Estado,
anciano flojo ren- dido a la súplica y a la lisonja de la
casta rica que le pedia que, aun a riesgo de su vida,
salvara a la sociedad amenazada. Tres voces nada más
habían osado hasta entonces interceder, fuera de sus
defensores de oficio y sus amigos naturales, por los que,
so pretexto de una acusación concreta que no llegó a
probarse, so pretexto de haber procurado establecer el
reino del terror, mo- rían víctimas del terror social:
Howells, el novelista bostoniano que al mostrarse
generoso sacrificó fama y amigos; Adler, el pensador
cauto y robusto que vislumbra en la pena de nuestro siglo
el mundo nuevo; y Train, un monomaníaco que vive en la
plaza pública dando pan a los pájaros y hablando con los
niRos. Ya, en danza horrible, murieron dando vueltas en
el aire, em- butidos en sayones blancos. Ya, sin que haya
más fuego cn las estufas, ni más pan en las
despensas, ni más justicia en el reparto social, ni más
salvaguar- dia contra el hambre de los útiles, ni más luz y
esperanza para
los tugurios, ni más balsarno para todo lo que hierve y
padece. pusieron en un ataúd de nogal 10s pedazos mal
juntos del que, creyendo da: sublime ejemplo de amor a
los hombres ayentó su
vida. con el arma que creyó reyelada para redimirlos.
Esta repú- blica, por el culto desmedido de la riqueza, ha
caido. sin ninguna de las trabas de Ia tradicitin. en ia
de5igilalda. d. injusticia y violencia de los paises
monárquicos. Como gotas de sangre que se Ilcva la mar
eran en los Estados L::; idos las teorias revolucionarias
de] obrero europeo, mientras con ancha tierra y vida
republicana, ganaba aquí cl recién llegado el pan, y en su
casa propia ponía de !ado ;lna parte para !a vejez. Pero
vinieron luego la guerra corruptora, el hábito de
autoridad y dominio que es su dejo amargo, cl crédito que
estimuló la crea- ción de fortunas colosales y ia
inmigración desordenada y la hol-
ganza de los desocupados de la guerra, dispuestos
siempre, por sos- tener su bienestar y por la afición fatal
del que ha olido sangre, a servir los intereses impuros que
nacen de ella. De una apacible aldea pasmosa se convirtió
la repilblica en una monarquía disimulada. Los
inmigrantes europeos denunciaron con renovada iya los
males que creían haber dejado tras sí en su tiránica
patria. El rencor de los trabajadores del país, eal verse
Gctimas de la avaricia y desigualdad de los pueblos
feudales, estalló con más fe en la libertad que lo político.
esperan ver triunfar en lo social como triunfa en
Habituados los del país a vencer sin sangre por ia fuerza
del voto, ni entienden ni excusan a los que, nacidos en
pueblos donde e! sufragio es un instrumento de la tiranía,
sólo ven en su obra des- paciosa una faz nueva del abuso
que flagelan sus pensadores, desa- fían sus héroes, y
maldicen sus poetas. Pero, aunque las diferen- cias
esenciales en las prácticas politicas y el desacuerdo y
rivalidad de las razas que ya se disputan la supremacia
en esta parte del Continenie, estorbasen la composición
inmediata de un formidable partido obrero con unánimes
métodos y fines, !a identidad del dolor
aceleró !a acción concertada de todos los que lo padecen,
y ha sido- necesario un acto horrendo, por más que fuese
consecuencia natural de las pasiones encendidas, para
que los que arrancan con ínven- cíble ímpetu de la misma
desventura interrumpan su labor, su labor de
desarraigar y recomponer, mientras quedan por su
ineficacia condenados 10s recursos sangrientos de que
por un amor insensato a la justicia echan mano los que
han perdido la fe en Ia libertad.
En el Oeste recién nacido, donde no pone tanta traba a ]os
elementos nuevos la influencia imperante de una sociedad
antigua, corno la del Este, reflejada en su literatura y en
sus hábitos; donde la vida COITIO más rudimentaria
facilita el trato intimo entre los hombres, más fatigados y
dispersos en las ciudades de mayor exten- sión y cultura;
donde la misma rapidez asombrosa del crecimiento,
acumulando Ios palacios de una parte y las factorias, y de
otra ]a
OERAS ESCOGIDAS. T. II 189 miserable muchedumbre,
revela a las claras la iniquidad del sistema que castiga al
más laborioso con el hambre. al más generoso con ]a
persecución. al padre útil con la miseria de suc> hijos,- en
el Oeste. donde se juntan ron su mujer y su prole los
obreros necesitados a leer los libros que enseñan las
causas y proponen los remedíos de su
desdicha; donde justificados a sus propios ojos por el
éxito de sus fábricas majestuosas, extreman los dueños,
en el principio de- la prosperidad, los métodos injustos y
el trato áspero con que las sus- terltan; donde tiene en
fermento a la masa obrera la levadura ale- mana, que
sale del país imperial, acosada e inteligente. vomitando
sobre la patria inicua las tres maldiciones terrlbles de
Heine; en el Oeste y en su metrópoli Chicago sobre todo,
hallaron expresión viva los descontentos de la masa
obrera, los consejos ardientes de
sus amigos, y la rabia amontonada pcjr el descaro e
inclemencia de sus sefíores. Y como todo !iende a la vez a
lo grande y a lo pequefio, tal como el agua que va de mar
a vapor y de vapor a mar, el problema humano,
condensado en Chicago por la merced de las instituciones
libres, a la vez que infundía miedo o esperanza por la
república y el mundo, se convertía, en virtud de los
sucesos de la ciudad y las pasiones de sus hombres, en un
problemá local, agrio y colérico. El odio a la injusticia se
trocaba en odio a sus representantes. La furia secular,
caída por herencia, mordiendo y consumiendo como la
lava, en hombres que, por lo férvido de su compasión,
veían- se como entidades sacras, se concentró, estimulada
por los resenti- mientos individuales, sobre los que
insistían en los abusos que la
provocan. La mente puesta a obrar, no cesa; el dolor,
puesto a bullir, estalla; la palabra, puesta a agitar, se
desordena; ia vanidad, puesta a lucir, arrastra; la
esperanza, puesta en acción, acaba e. n el triunfo 0 la
catástrofe: “ipara el revolucionario, dijo Saint- Just, no
hay más descanso que la tumba!” ;Quién que anda con
ideas no sabe que la armonía de todas ellas, en que el
amor preside a la pasión, se revela apenas a las mentes
sumas que ven hervir el mundo sentados, con la mano
sobre el sol, en la cumbre del tiempo? ;Quién que trata con
hombres no sabe que, siendo en ellos más la carne que la
luz, apenas conocen lo que palpan, apenas vislumbran la
superficie, apenas ven más que
lo que les lastima o io que desean; apenas conciben más
que el viento que les da en el rostro, o el recurso aparente,
y no siempre real, que puede levantar obstáculo al que
cierra el paso a su odio, soberbia o apetito? <Quién que
sufre de los males humanos, por muy enfrenada que
tenga su razón, no siente que se le inflama y extravía
cuando ve de cerca, como si le abofeteasen, como si lo
cubriesen de lodo, como si ies lnanchascn de sangre las
manos, una de esas miserias sociales que bien puede
mantener en estado de constante locura a los que ven
podrirse en ellas a sus hijos y a sus mujeres? LTna vez
reconocido el mal, el ánimo generoso sale a buscarle
remedio: una vez agotado el recurso pacífico, el ánimo
generoso,
190 José Marfi OBRAS ESCOGIDAS. T. II 191 donde labra
el dolor ajeno como el gusano en la llaga viva, acude al
remedio violento.
¿No lo decía Desmoulins? “Con tal de abrazar la libertad,
cqué importa que sea sobre montones de cadáveres?”
Cegados por la generosidad, ofuscados por la vanidad,
ebrios por la popularidad, adementados por la constante
ofensa, por SU impotencia aparente en las luchas del
sufragio, por la esperanza de poder constituir en una
comarca naciente su pueblo ideal, las cabezas vivas de
esta masa colérica, educadas en tierras donde el voto
apenas nace, no se salen de lo presente, no osan parecer
dé- biles ante los que les siguen, no ven que el único
obstáculo en este pueblo libre para un cambio social
sinceramente deseado está en la falta de acuerdo de los
que lo solicitan, no creen, cansados ya de sufrir, y con la
visión del falansterio universal en la mente, que por la
paz pueda llegarse jamás en el mundo a hacer triunfar la
justicia. Júzganse como bestias acorraladas. Todo lo que
va crecien- do les parece que crece contra ellos. para
ganar quince centavos.” “Mi hija trabaja quince horas
“No he tenido trabajo este invierno porque pertenezco a
una junta de obreros.” El juez los sentencia. La policía,
con el orgullo de la levita de paño y ia autoridad, temible
en el hombre inculto, los aporrea y asesina.
Tienen frío y hambre, viven en casas hediondas.
iAmérica, es, pues, lo mismo que Europa! No comprenden
que ellos son mera rueda del engrane social, y hay que
cambiar, para que ellas cambien, todo el engranaje. El jabalí perseguido no oye la música del aire alegre, ni el
canto del luníverso, ni el andar grandioso de la fábrica
cósmica: el jabalí clava las ancas contra un tronco
oscuro, hunde el colmillo en el vientre de su perseguidor,
y le vuelca el redaño. eDónde hallará esa masa fatigada,
que sufre cada día dolores crecientes, aquel divino estado
de grandeza a que necesita ascender
el pensador para domar la ira que la miseria innecesaria
levanta? Todos los recursos que conciben, ya los han
intentado. Es aquel reinado del terror que Carlyle pinta .,
.‘: la negra y desesperada ba- talla de los hombres contra
su condlclon y todo lo que los rodea”.
Y así como la vida del hombre se concentra en la médula
espf- nal, y la de la tierra en las masas volcánicas, surgen
de entre esas muchedumbres, erguídos y vomitando
fuego, seres en quienes parece haberse amasado todo su
horror, sus desesperaciones y sus lágrimas.
Del infierno vienen: <qué lengua han de hablar sino la del
in- fierno? Sus discursos, aun leídos, despiden centellas,
bocanadas de humo, alimentos a medio digerir, vahos
rojizos. Este mundo es horrible: fcréese otro mundo!;
como en el Sinaí, entre truenos: como en el Noventa y
Tres, de un mar de sangre:
“jmejor es hacer volar a diez hombres con dinamita, que
matar a diez hombres, como en las fábricas, lentamente
de hambre!” Se vuelve a oír el decreto de Moctezuma: “Los
dioses tienen sed!” Un joven bello que se hace retratar con
las nubes detrás de la cabeza y el sol sobre el rostro, se
sienta a una mesa de escribir, rodeado de bombas, cruza
las piernas, enciende un cigarro, y como
quien junta las piezas de madera de una casa de juguete,
explica el mundo justo que florecerá sobre la tierra
cuando el estampido de la revolución social de Chicago,
símbolo de la opresión del uni- verso, reviente en átomos.
Pero todo era verba, juntas por los rincones, ejercicios de
armas en uno que otro sótano, circulación de tres
periódicos rivales entre dos mil lectores desesperados, y
propaganda de los modos novísi- mos de matar- ide que
son más culpables los que por vanagloria de libertad la
permitían que los que por violenta generosidad la
ejercitaban!
Donde los obreros enseñaron más la voluntad de mejorar
su for- tuna, más se enseñó por los que la emplean la
decisión de resistirlos. Cree el obrero tener derecho a
cierta seguridad para lo porvenir, a cierta holgura y
limpieza para su casa, a alimentar sin ansiedad los hijos
que engendra, a una parte más equitativa en los
productos del trabajo de que es factor indispensable,
alguna hora de sol en que ayudar a su mujer a sembrar
un rosal en el patio de la casa, a algún rincón para vivir
que. no sea un tugurio fétido donde, como en las ciudades
de New York, no se puede entrar sin bascas. Y cada vez
que en alguna forma esto pedían en Chicago los obreros,
com- binábanse loS capitalistas, castígánbanlos
negándoles el trabajo que para ellos es la carne, el fuego y
la luz; echábanles encima Ia policía, ganosa siempre de
cebar sus porras en cabezas de gente mal vestida; mataba
la policía a veces a algún osado que les resistía
con piedras, o a algún niño; reducíanlos al fin por hambre
o volver a su trabajo, con el alma torva, con la miseria
enconada, con el de- coro ofendido, rumiando venganza.
Esouchados sólo por sus escasos sectarios, año sobre año
venían reuniéndose los anarquistas, organizados en
grupos, en cada uno de los cuales había una sección
armada. En sus tres periódicos, de diverso matiz,
abogaban púbiicamente por la revolución social; declaraban, en nombre de la humanidad, la guerra a la
sociedad exis- tente; decidían la ineficacia de procurar
una conversión radical por medíos pacíficos, y
recomendaban el uso de la dinamita, como el arma santa
del desheredado, y los modos de prepararla. No en
sombra traidora, sino a la faz de los que consideraban sus
enemigos se proclamaban libres y rebeldes, para
emancipar al
hombre, se reconocían en estado de guerra, bendecían el
descubri- miento de una sustancia que por su poder
singular había de igualar fuerzas y ahorrar sangre, y
excitaban al estudio y la fabricación del arma nueva, con
el mismo frío horror y diabólica calma de un
192 JOSL; .Marfi tratado común de balística: se ven
círculos de color de hueso,- cuando se leen estas
enseñanzas,- en un mar de humareda: por la habitack,
llena de sombra, se entra un duende, roe una costilla
humana, y se afila las uñas: para medir todo lo profundo
de la de- sesperación del hombre, es necesario ver si el
espanto que suele en calma preparar supera a aquel
contra el que, con furor de siglos, se levanta indignado,es necesario vivir desterrado de la patria
o de la humanidad. Los domingos, e! americano Parsons,
propuesto una vez por sus amigos socialistas para la
Presidencia de la República, creyendo ‘en la humanidad
como en su único Dios, reunía a sus sectarios para
levantarles el alma hasta el valor necesario a su defensa.
Hablaba a saltos, a latigazos, a cuchil! adas: lo llevaba
lejos de sf la palabra
encendida. Su mujer, la apasionada mestiza en cuyo
corazón caen como pu- ñales los dolores de la gente
obrera, solía, después de él romper en arrebatado
discurso, tal que dicen que con tanta elocuencia burda y
llameante, no se pintó jamás el tormento de las clases
abatidas; rayos los ojos, metralla las palabras, cerrados
los dos puños, y luego hablando de las penas de una
madre pobre, tonos dulcísimos e hilo;
de lágrimas. Spies, el director del Arbeiter Zeitung,
escribía como desde la cámara de la muerte, con cierto
frfo de huesa: razonaba la anar-
quía: la pintaba como la entrada. deseable a 12 vida
verdaderamen- te libre: durante siete años explicó sus
fundamentos en su periódico diario, y luego la necesidad
de la revolución, y por fin como en el Alarm, el modo de
organizarse para hacerla triunfar. Parsons que Leerlo es
como poner el pie en el vacío. iQué le pasa al mundo da
vueltas?
Spies seguía sereno, donde la razón más firme siente que
le falta el pie. Recorta su estilo como si descascarase un
diamante Narciso fúnebre, se asombra y complace de su
grandeza. Mañana 1;
dará su vida una pobre niña, una niña que se prende a la
reja de su calabozo como la mártir cristiana se prendía de
la cruz, y él apenas dejará caer de sus labios las palabras
frías, recordando que Jesús, ocupado en redimir a los
hombres, no amó a Magdalena Cuando Spies arengaba a
los obreros, desembarazándose de 1; levita que llevaba
bien! no era hombre lo que hablaba, sino silbo de
tempestad, lejano y lúgubre. Era palabra sin carne.
Tendía el cuerpo hacia sus oyentes, como un árbol
doblado por el huracán y parecía de veras que un viento
helado salía de entre las ramas, y pasaba por sobre las
cabezas de los hombres. Metía la mano en aquellos pechos
revueltos y velludos, y les paseaba por ante los ojos, les
exprimía, Ies daba a oler las propias entrañas. Cuando la
policía acababa de dar muerte a un huelguista en una
refriega, lívido subía al carro, !a tribuna vacilante de las
revo] uciones, y con el horrendo incentivo su palabra seca
relucía
OBRAS ESCOGIDAS. T. II 193 pronto y caldeaba, como un
carcaj de fuego. Se iba luego solo por las calles sombrías.
Engel, celoso de Spies, pujaba por tener el anarquismo en
pie de guerra, él a la cabeza de una compañía: él donde se
enseñaba a cargar el rifle o a apuntar de modo que diera
en el corazón: é!, en el sótano, las noches de ejercicio,
“para cuando llegue ]a gran hora”: él, con su Anarchist y
sus conversaciones, acusando a Spies
de tibio, por envidia de su pensamiento: él sólo era el
puro, el inmaculado, el digno de ser oido: la anarquia, la
que sin más espera deje a los hombres dueños de todo por
igual, es la única buena: perinola el mundo y él,- y él, el
mango: ibien iría el mundo hacia arriba, “cuando los
trabajadores tuvieran vergüenza”, como la pelo- ta de la
perinola! El iba de un grupo a otro: él asistía al comité
general anarquista, compuesto de delegados de los
grupos: él tachaba al comité de pu- silánime y traidor,
porque no decretaba “con los que somos, nada más, con
estos ochenta que somos” la revolución de veras, la que
queria Parsons, la que llama a la dinamita “sustancia
sublime”, la que dice a los obreros que “vayan a tomar lo
que les haga falta a las tiendas de State Street, que son
suyas ias tiendas, que todo es suyo “: él es miembro del
Lehr und Wehr Verein, de que Spies es también miembro,
desde que un ataque brutal de la policía, que dejó en
tierra a muchos trabajadores, los provocó a armarse, a
ar- marse para defenderse, a cambiar, como hacen
cambiar siempre los
ataques brutales, la idea del periódico por el rifle
Springfield. Engel era el so], como su propio rechoncho
cuerpo el “gran rebelde”, el “autónomo”. ¿Y Lingg? No
consumía su viril hermosura en los amorzuelos
enervantes que suelen dejar sin jugo al hombre en los
años glorio- sos de la juventud, sino que c. riado en una
ciudad alemana entre e] padre inválido y la madre
hambrienta, conoció la vida por donde es justo que un
alma generosa la odie. Cargador era su padre, y su madre
lavandera, y él bello como Tannhauser o Lohengrin, cuerpo de plata, ojos de amor, cabello opulento, ensortijado y
castaño. ¿A qué su belleza, siendo horrible el mundo?
Halló su propia his- toria en la de la ciase obrera, y el
bozo le nació aprendiendo a hacer bombas. ;Puesto que la
infamia llega al riñón del globo, el estallido
ha de llegar al cielo! ,4cababa de llegar de Alemania:
veintidós años cumplía: lo que en los demás es palabra, en
él será acción: él, él solo, fabricaba bombas, porque, salvo
en los hombres de ciega energía, el hombre, ser fundador,
sólo para libertarse de ella halla natural dar la muerte. Y
mientras Schwab, nutrido en la lectura de los poetas,
ayuda a escribir a Spies, mientras Fielden, de bella
oratoria, va de pueblo en pueblo levantando las almas al
conocimiento de la reforma ve- nidera, mientras Fischer
alienta y Neebe organiza, él, en un cuarto escondido, con
cuatro compañeros, de los que uno lo ha de traicio-
nar, fabrica bombas, como en SU “Ciencia de la guerra
revolucio-
194 Jose’ .Marti OBRAS ESCOGIDAS. T. II 195 naria”
manda Most, y vendada la boca, como aconseja Spies en
el .4larm, rellena la esfera mortal de dinamita, cubre el
orificio con un casquillo, por cuyo centro corre la mecha
que en lo interior acaba en fulminante, y cruzado de
brazos, aguarda la hora. Y así iban en Chicago
adelantando las fuerzas anárquicas, con tal lentitud,
envidias y desorden intestinos, con tal diversidad de
pensamientos sobre la hora oportuna para la rebelión
amada, con tal escasez de sus espantables recursos de
guerra, y de los fieros artífices prontos a elaborarlos, que
el único poder cierto de la anar- quía, desmelenada dueña
de unos cuantos corazones encendidos era el furor que en
un instante extremo produjere el desdén social en las
masas que la rechazan. El obrero, que es hombre y aspira,
resiste, con la sabiduría de la naturaleza, la idea de un
mundo donde, queda aniquilado el hombre; pero cuando,
fusilado en granel por pedir una hora libre para ver a la
luz del sol a sus hijos, se levanta del charco mortal
apartándose de la frente, como dos cor- tinas rojas, las
crenchas de sangre, puede el sueño de muerte de un
trágico grupo de locos de piedad, desplegando las alas
humean- tes, revolando sobre la turba siniestra, con el
cadáver clamoroso en las manos, difundiendo sobre los
torvos corazones fa claridad de la aurora infernal,
envolver como turbia humareda las almas desesperadas. La ley, ino los amparaba? La prensa
exasperándolos con su odio en vez de aquietarlos con
justicia, jno los popularizaba? Sus periódicos, creciendo
en indignación con el desdén y en atrevimien- to con la
impunidad, cno circulaban sin obstáculos Pues iqué querían ellos, puesto que es claro a sus ojos que se vive bajo
abyecto despotismo, que cumplir el deber que aconseja la
declaración de independencia derribándolo, y sustituirlo
con una asociación libre de comunidades que cambien
entre sí sus productos equivalentes, se rijan sin guerra
por acuerdos mutuos y se eduquen conforme a cien- cia
sin distinción de raza, iglesia o sexo? ~NO se estaba
levantando la nación, como manada de elefantes, que
dormía en la yerba, con sus mismos dolores y sus mismos
gritos? (No es la amenaza verosi- mil del recurso de
fuerza, medio probable aunque peligroso, de obtener por
intimidación lo que no logra el derecho? Y aquellas ideas
suyas, que se iban atenuando con la cordialidad de los
privilegiados tal como con su desafío se iban trocando en
rifle y dinamita, ¿no nacían de lo más puro de su piedad,
exaltada hasta la insensatez por el espectáculo de la
miseria irremediable, y ungida, por la es- peranza de
tiempos justos y sublimes? UNO había sido Parsons, el
evangelista del jubileo universal, propuesto para la
Presidencia de la República? (No había luchado Spies con
ese programa en las elecciones como candidato a un
asiento en el Congreso? (No les so- licitaban los partidos
políticos sus votos, con la oferta de respetar la
propaganda de sus doctrinas? <Cómo habían de creer
criminales los actos y palabras que les permitía la ley? Y
cno fueron las fiestas de sangre de la policía, ebria del
vino del verdugo como toda plebe
revestida de autoridad, las que decidieron a armarse a los
más bravos? Lingg, el recién llegado, odiaba con la
terquedad el novicio a Spies, el hombre de idea, irresoluto
y moroso: Spies, el filósofo del sistema, lo dominaba por
aquel mismo entendimiento superior; pero aquel arte y
grandeza que aun en las obras de destrucción requiere la
cultura, excitaban la ojeriza del grupo exiguo de
irreconciliables, que en Engel, enamorado de Lingg, veían
su jefe propio. Engel, contento de verse en guerra con el
universo, medía su valor por su adversario. Parsons,
celoso de Engel que le emula en pasión, se une a Spies,
como el héroe de la palabra y amigo de las letras. Fielden,
viendo subir en su ciudad de Londres la cólera popular
creía, prendado de la patria cuyo egoísta amor prohibe su
sistema, ayudar con el fo- mento de la anarquía en
América el triunfo difícil de los ingleses desheredado.
Engel-“ ha llegado la hora”: Spies:-“ ihabrá Ile- gado esta
terrible hora?“: Lingg, revolviendo con una púa de madera arcilla y nitroglicerina:-“ fya verán, cuando yo
acabe mis bombas, si ha llegado la hora!“: Fielden, que ve
levantarse, contusa y temible de un mar a otro de los
Estados Unidos, la casta obrera, determinada a pedir
como prueba de su poder que el trabalo se re- duzca a
ocho horas diarias, recorre los grupos, unidos sólo hasta
entonces en el odio a la opresión industrial y a la policía
que les da caza y muerte, y repite:-“ sí, amigos, si no nos
dejan ver a nuestros hijos al sol, ha llegado la hora”.
Entonces vino la primavera amiga de los pobres; y sin el
miedo del frío, con la fuerza que da la luz, con la
esperanza de cubrir con los ahorros del invierno las
primeras hambres, decidió un millón de obreros,
repartidos por toda la república, demandar a las fábricas
que, en cumplimiento de la ley desobedecida, no excediese
el t; a- bajo de las ocho horas legales. iQuien quiera saber
si lo que pedlan era justo, venga aquí; véalos volver, como
bueyes tundidos, a sus moradas inmundas, ya negra la
noche; véalos venir de sus tugurios distantes, tiritando
los hombres, despeinadas y lívidas las mujeres, cuando
aún no ha cesado de reposar el mismo sol! En Chicago,
adolorido y colérico, segura de la resistencia que
provocaba con sus alardes, alistado el fusil de motín, la
policía, y, no con la calma de la ley, sino con la prisa del
aborrecimiento, convr- daba a los obreros a duelo. Los
obreros, decididos a ayudar por el recurso legal de la
huel- ga su derecho, volvían la espalda a los oradores
lúgubres del anar- quismo y a los que magullados por la
porra o atravesados por fa bala policial, resolvieron, con
la mano sobre sus heridas, oponer en el próximo ataque
hierro a hierro. Llegó marzo. Las fábricas, como quien
echa perros sarnosos a la calle, echaron a los obreros que
fueron a presentarles su deman-
OBRAS ESCOGIDAS. T II 197 da. En masa, como la orden
de los Caballeros del Trabajo lo dispuso. abandonaron los
obreros las fcîbricas. El cerdo se pudría sin enva- radores
que lo amortajaran, mugían desatendidos en los corrales
los ganados re\. ueltos; mudos se levantaban, un el
silencio terri- ble, los elevadores de granos que como
hilera de gigantes vigilan el río. Pero en aquella sorda
calma, como el oriflama triunfante de! poder industrial
que vence al fin en todas las contiendas, salía de las be)gadoras de .VcCormick, ocupadas por obreros a quienes
la miseria
fuerza a servir de instrumentos contra sus hermanos, un
hilo de humo que como negra serpiente se tendía, se
enroscaba, se acurr’!- taba sobre el cielo azul.
A 105 tres días de Glera, se fue llenando una tarde
nublada el Camino Negro, que así SC llama el de
McCormick, de obreros airados que subían calle arriba,
con la levita al hombro, enseñan- do el puño cerrado al
hilo de humo: <no va siempre el hombre,
por misterioso decreto, adonde 10 espera el peligro, y
parece go- zarse en escarbar su propia miseria?: “iallí
estaba la fábrica inso- lente, empleando, para reducir a
los obreros que luchan contra el hambre y el frío, a las
mismas víctimas desesperadas del hambre!:
<no se va a acabar, pues, este combate por el pan y el
carbón en que por la fuerza del mal mismo se levantan
contra el obrero sus propios hermanos?: pues los que lo
edifican deben <no es esta la batalla del mundo, en que
triunfar sobre los que lo explotan?: ide veras, queremos
ver de qué lado llevan la cara esos traidores!” Y hasta
ocho mil fueron llegando, ya al caer de la tarde;
sentándose en grupos sobre las rocas peladas; andando
en hileras por el cami- no tortuoso; apuntando con ira a
las casuchas míseras que se des- tacan, como manchas de
lepra, en el áspero paisaje.
Los oradores, que hablan sobre las rocas, sacuden con sus
in- vectivas aquel concurso en que los ojos centellean y se
ven temblar las barbas. El orador es un carrero, un
fundidor, un albañil: el humo de McCormick caracolea
sobre el molino: ya se acerca la hora de salida: “. la ver
qué cara nos ponen esos traidores!“: “ifuera. fuera ese
que habla, que es un socialista!...”
Y el que habla, levantando como con las propias manos
los do- lores más recónditos de aquellos corazones
iracundos, excitando a aquellos ansiosos padres a resistir
hasta vencer, aunque los hijos les pidan pan en vano, por
el bien duradero de los hijos, el que habla es Spíes:
primero lo abandonan, después lo rodean, después se
miran, se reconocen en aquella implacable pintura, lo
aprueban y aclaman: “. ,ese, que sabe hablar, para que
hable en nuestro nombre con las fábricas!” Pero ya los
obreros han oído la campana de la suelta en el molino:
(qué importa lo que está diciendo Spies?: arran- can todas
las piedras del camino, corren sobre !a fábrica, iy caen en
trizas todos los cristales! iPor tierra, al Ímpetu de la
muchedum- bre, el policía que le sale al paso!: “. ,aquellos,
aquellos son, blancor como muertos, los. que por el
salario de un día ayudan a oprimir a sus hermanos!”
!piedras! Los obreros del molino, en la torre,
donde se juntan medrosos, parecen fantasmas:
vomítando fuego vie- ne camino arriba, bajo pedrea
rabiosa, un carro de patrulla de la policía, uno al estribo
vaciando el reirólver, otro al pescante, los de adentro
agachados se abren paso a balazos en la turba, que 10s
caballos arrollan y atropellan: saltan del carro, fórmanse
en ba- talla, y cargan a tiros sobre la muchedumbre que a
pedradas y dis- paros locos se defiende. Cuando la turba
acorralada por las patru-
llas que de toda la ciudad acuden, se asila, para no
dormir, en sus barrios donde las mujeres compiten en ira
con los hombres, a es- condidas, a fin de que no triunfe
nuevamente su enemigo, entierran los obreros seis
cadáveres. ¿No se ve hervir todos aquellos pechos?
<juntarse a los anar- quistas? éescribir Spies un relato
ardiente en su Arbeifer Zeifung? ,reclamar Engel la
declaración de que aquella es por fin la hora? iponer
Língg, que meses atrás fue aporreado en la cabeza por la
patrulla, las bombas cargadas en un baúl de cuero?
iacumularse, con el ataque ciego de la policía, el odio que
su brutalidad ha venido levantando? “; A las armas,
trabajadores! dice Spies en una circular fogosa que todos
leen estremeciéndose: ‘ia las armas,
contra los que os matan porque ejercitáis vuestros
derechos de hombre! ’ ‘iMañana nos reuniremos’acuerdan los anarquistas-‘ y de manera y en lugar que les
cueste caro vencernos si nos atacan! ’ ‘Spies, pon Ruhe en
tu Arbeiter: Ruhe quiere decir que todos debe-
mos ir armados.” Y de la imprenta del Arbeifer salió la
circular que invitaba a los obreros, con permiso del
corregidor, para reunirse en la plaza de Haymarket a
protestar contra los asesinatos de la
policía. Se reunieron en número de cincuenta mil, con sus
mujeres y sus hijos, a oir a los que 1eS ofrecían dar voz a
su dolor; pero no estaba la tribuna, como otras veces, en
lo abierto de la plaza, sino en uno de sus recodos, por
donde daba a dos oscuras callejas. Spies, que había
borrado del convite impreso las palabras: “Traba- jadores
a las armas”, habló de la injuria con cáustica elocuencia,
mas no de modo que sus oyentes perdieran el sentido, sino
tratando con singular moderación de fortalecer sus
ánimos para las reformas necesarias: “, Es esto Alemania,
o Rusia, o EspaRa?” decía Spies. Parsons, en los instantes
mismos en que el corregidor presenciaba la junta sin
interrumpirla, declamó, sujeto por la ocasión grave y lo
vasto del concurso, uno de sus editoriales cien veces
impune- mente publicados. Y en el instante en que Fielden
preguntaba en bravo arranque si, puestos a morir, no era
lo mismo acabar en un trabajo bestial o caer
defendiéndose contra el enemigo,- nótase que la multitud
se arremolina; que la policía, con fuerza de ciento pchenta, viene revólver en mano, calle arriba. Llega a la
ifibuna: mtlma la dispersión; no cejan pronto los
trabajadores; “{ que hemos hecho contra la paz?” dice
Fielden saltando del carro: rompe la pollcla
el fuego.
OBRAS ESCOGIDAS T II 199 ‘I’ entonces se vio descender
sobre sus cabezas, caracoleando por el aire, un hilo rojo.
Tiembla la tierra; húndese el proyectil cuatro pies en su
seno; caen rugiendo, unos sobre otros los solda- dos de las
dos primeras líneas; los gritos de un moribunda:
desgarran el aire. Repuesta la policía, con valor
sobrehumano, salta por sobre sus compañeros a bala
graneada contra los trabajadores que le re- sisten. ‘..
,huimos sin disparar un tiro!” dicen unos. “apenas intentamos’ resistir”, dicen otros; “nos recibieron a fueg’o
raso” dice la policía. Y pocos instantes después no había
en el recodo’ funesto más que camillas, pólvora y humo.
Por zaguanes y sótanos escon-
dían otra vez los obreros a sus muertos. De los policías,
uno muere en la plaza: otro, que lleva la mano entera
metida en la herida la saca para mandar a su mujer su
último aliento; otro, que siguk a pie, va agujereado de
pies a cabeza; y los pedazos de la bomba de dinamita, al
rasar la carne, la habían rebanado como un cincel
<Pintar el terror de Chicago, y de la República? Spies les
padece Robespierre; Engels, Marat; Parsons, Dantón.
?Qué?: imenosf* esos son bestias feroces, Tinvilles,
Henriots, Chaumettes, ilos que quieren vaciar el mundo
viejo por un caño de sangre, los que quieren abo- nar con
carne viva el mundo! iA lazo cáceseles por las calles, como
ellos quisieron cazar ayer a un policía! isalúdeseles a
balazos por dondequiera que asomen, como sus mujeres
saludaban ayer a los “traidores” con huevos podridos!
<No dicen, aunque es falso, que tienen los sótanos llenos
de bombas? iNo dicen, aunque es falso tam- bién, que sus
mujeres, furias verdaderas, derriten el plomo como
aquellas de Paris que arañaban la pared para dar cal con
que ha-
cer pólvora a sus maridos? iQuememos este gusano que
nos come! ;Ahí están, como en los motines del Terror,
asaltando la tienda de un boticario que denunció a la
policía el lugar de sus juntas ma- chacando sus frascos,
muriendo en la calle como perros envehena- dos con el
vino de colchydium! ;Abajo la cabeza de cuan& la hayan
asomado! iA la horca las lenguas y Ics pensamientos!
Spies Schwab y Fischer caen presos en la imprenta, donde
la policía talla una carta de Johann Most, carta de sapo,
rastrera y babosa en que trata a Spies como íntimo
amigo, y le habla de las bomba; de “la medicina”, y de un
rival suyo, de Paulus el Grande.“ que abda que se lame
por los pantanos de ese perro periódico de Shevitch” A
Fielden, herido, lo sacan de su casa. A Engel y a Neebe de
su casa también. Y a Lingg, de su cueva: ve entrar al
policía: le pone al
pecho un revólver, el policía lo abraza: y él y Lingg, que
jura y maldice, ruedan luchando, levantándose, cayendo
en la zaquizamí lleno de tuercas, escoplos y bombas: las
mesas quedan sin pie las sillas sin espaldar; Lingg casi
tiene ahogado a su adversario, chan- do cae sobre él otro
policía que lo ahoga: ini inglés habla siquiera este
mancebo que quiere desventrar la ley inglesa! Trescientos
presos en un día. Está espantado el país, repletas las
cárceles. que fE1 proceso? Todo lo que va dicho, se pudo
probar* pero no
los ocho anarquistas, acusados del asesinato del polic\ a
Degan, hubiesen preparado, ni encubierto siquiera, una
conspiración que rematase en su muerte. Los testigos
fueron los policías mismos, \ cuatro anarquistas
comprados, uno de ellos confeso de perjurio. Lingg
mismo, cuyas bombas eran semejantes, como se vio por el
casquete,
a la de Haymarket, estaba, según el proceso, lejos de la
catástrofe. Parsons, contento de su discurso contemplaba
la multitud desde una casa vecina. El perjuro fue quien
dijo, y desdijo luego, qlle vio a Spies encender el fósforo
con que se prendió la mecha de la bomba. Que Lingg
cargó con otro hasta un rincón cercano a la plaza el baú!
de cuero. Que la noche de los seis muertos del molino
acordaron los anarquistas, a petición de Engel, armarse
para resistir nuevos ataques, y publicar en el Arbeifer la
palabra ruhe. Que Spies estuvo un instante en el lugar
donde se tomó el acuerdo. Que en su des- pacho había
bombas, y en una u otra casa rimeros de “manuales de
guerra revolucionaria”. Lo que sí se probó con prueba
plena, fue
que, según todos los testigos adversos, el que arrojó la
bomba era un desconocido. Lo que sí sucedió fue que
Parsons, hermano ama- do de un noble general del Sur, se
presentase un día espontánea- mente en el tribunal a
compartir la suerte de sus compañeros. Lo que sí
estremece es la desdicha de la leal Nina Van Zandt, que
pren- dada de la arrogante hermosura y dogma
humanitario de Spies, re le ofreció de esposa en el dintel
de la muerte, y de mano de SII madre, de distinguida
familia, casó en la persona de su hermano con cl preso;
llevó a SII reja día sobre día el consuelo de su amor, libros
y flores; publicó con sus ahorros, para allegar recursos a
la defensa. la autobiografía soberbia y breve de su
desposado; y se fue a echar de rodillas a los pies del
gobernador. Lo que si pasma es la tem- pestuosa
elocuencia de la mestiza Lucy Parsons, que paseó los Es-
tados Unidos, aquí rechazada, alli silbada, allá presa, hoy
seguida de obreros llorosos, mañana de campesinos que
la echan como a bruja, después de catervas crueles de
chicuelos, para “pintar al mundo el horror de la condición
de castas infelices, mayor mil veces que el de los medios
propuestos para terminarlo”. ¿El proceso? Los siete
fueron condenados a muerte en la horca, y Neebe a la
peni- tenciaría, en virtud de un cargo especial de
conspiración de homí- cidio de ningún modo probado, por
explicar en la prensa y en la tribuna las doctrinas cuya
propaganda les permitía la ley; iy han sido castigados en
Nueva York, en un caso de excitación directa a la rebeldía,
con doce meses de cárcel y doscientos cincuenta pesos de
multa! tiQuién que castiga crímenes, aun probados, no
tiene en cuenta las circunstancias que los precipitan, las
pasiones que ios atenúan, y el móvil con que se cometen?
Los pueblos, como los médicos, han de preferir prever la
enfermedad, o curarla en sus raíces, a dejar que florezca
en toda SLI pujanza, para combatir el mal desenvuelto
por su propia culpa, con medios sangrientos y
desesperados. Pero no han de morir los siete. El año pasa.
La Suprema Corte. en dictamen indigno del asunto,
confirma Ia sentencia de muerte.
OBRAS ESCOCIDAS. l’. II 231 íQué sucede entonces, sea
remordimiento o miedo, que Chicago pide clemencia con
el mismo ardor con que pidió antes castigo: que los
gremios obreros de la república envian al fin a Chicago
sus representantes para que intercedan por los culpables
de haber amado la causa obrera con exceso; que iguala el
clamor de odio de la na- ción al impulso de piedad de los
que asistieron, desde la crueldad
que lo provocó al crimen? La prensa entera, de San
Francisco a Nueva York, falseando el proceso, pinta a los
siete condenados como bestias dañinas, pone todas las
mañanas sobre la mesa de almorzar, la imagen. de los
policias despedazados por la bomba; describe sus hogares
desiertos. sus niños rubios como el oro, sus desoladas
viudas. ¿Qu6 hace ese viejo gobernador, que no confirma
la sentencia? iQuién nos de- fenderá mañana, cuando se
alce el monstruo obrero, si la policia ve que el perdón de
sus enemigos los anima a reincidir en el cri- men! iQué
ingratitud para con la policía, no matar a esos hombres!
“iNo!“, grita un jefe de la policía, a Nina Van Zandt, que
va con su madre a pedirle una firma de clemencia sin
poder hablar del llanto. iY ni una mano recoge de la pobre
criatura el memorial que uno por uno, mortalmente
pálida, les va presentando! <Será vana la súplica de Félix
Adler, la recomendación de los jueces del Estado, el
alegato magistral en que demuestra la torpeza y crueldad
de la causa Trumbull? La cárcel es jubileo: de la ciudad
salen y entran repletos los trenes: Spies, Fielden y
Schwab hall fir- madu, a instancias de su abogado, una carta al goberna? or donde ;se: guran no haber Intentado
nunca recursos de fuerLa: los otro< no, los otros escriben
al gobernador cartas osadas: “jo la !iberl’ad. o la murrtc,
a que 110 tenemos miedo!” eSe salvará ese cínico de Spies,
ese implacable Engel, ese diabólico Parsons? Fielden y
Schwab acaso se salven, porque el proceso dice de ellos
poco, y, ancianos como son, el gobernador los compadece,
que es también anciano.
En romería van los abogados de la defensa, los diputados
de los gremios obreros, las madres, esposas y hermanas
de los reos, a implorar por su vida, en recepción
interrumpida por los sollo- ;LO, S, ante el gobernador.
iAllí, en la hora real, se vio ei vacío de la elocuencia
retórica! iFrases ante la muerte! “Señor, dice un obrero,
icondenarás a siete anarquistas a morir porque un
anarquista lanzó una bomba contra la policía, cuando los
tribunales no han querido condenar a la policía de
Pinkerton, porque uno de sus sol- dados mató sin
provocación de un tiro a un niño obrero?” Sí: el gobernador los condenará; la república entera le pide que
los condene para ejemplo: Squién puso ayer en la celda de
Lingg las cuatro bom- bas que descubrieron en ella los
llaveros?: ¿de modo que esa alma feroz quiere morir sobre
las ruinas de la cárcel, sí. mbolo a sus ojos de la maldad
del mundo? ta quién salvará por fin el gobernador
Oglesby la vida? iNo será a Lingg, de cuya celda, sacudida
por súbita explosión sale, como el vapor de un cigarro, un
hilo de humo azul! Allí está
Lingg tendido vivo. despedazado, la cara un charco de
sangre, los dos ojos abiertos entre la masa roja: se puso
entre los dientes una cápsula de dinamita que tenía oculta
en el lujoso cabello, con la bujia encendió la mecha, y se
llevó la cápsula a la barba: lo cargan brutalmente: lo
dejan caer sobre el suelo del baño: cuando el agua ha
barrido los coágulos, por entre los jirones de carne caída
se le ve la laringe rota, y, como las fuentes de un
manantial, corren por entre los rizos de su cabellera vetas
de sangre. iY escribió! iY pidió que lo sentaran! iY murió a
las seis horas,- cuando ya Fielden y
Schwab estaban perdonados, cuando convencidas de la
desventura de sus hombres, las mujeres, las mujeres
sublimes, están llamando por última vez, no con flores y
frutas como en los dias de la esperanza. sino pálidas como
la ceniza, a aquellas bárbaras puertas! La primera es la
mujer de Fischer: ila muerte se le conoce en ios labios
blancos! Lo esperó sin llorar; pero isaldrá viva de aquel
abrazo espanto-
so?: ;asi, asi se desprende el alma del cuerpo! El la
arrulla, le vier- IC rniel en los oídos, la levanta contra su
pecho, la besa en la boca, cn el cuel! o, en la espalda.
“iAdiós!“: la aleja de si, y se va, a paso firme, con la
cabeza baja y los brazos cruzados. Y Engel ¿como re- cibe
la visita postrera de su hija? cno se querrán, que ni ella ni
él quedan muertos? ioh, si la quiere, porque tiemblan los
que se lleva- ron del brazo a Engel al recordar, como de
un hombre que crece de stibito cnirc sus ligaduras, la luz
llorosa dc su última mirada! “ iAdiós, mi hijo!” dice
tendiendo ios brazos hacia él la madre de Spies, a quien
sacan lejos del hijo ahogado, a rastras. “iOh,. Njna,
Nina!” exclama Spies apretando a su pecho por primera y
ultrma vez a Ia viuda que no fue nunca esposa; y al borde
de la muerte se
la ve florecer, temblar como la flor, deshojarse como la
flor, en la dicha terrible de aquel beso adorado. No SC la
llama desmayada, no; sino que, conocedora por aquel
instante de la fuerza de la vida v la beldad de la muerte,
tal como Ofelia vuelta a la razón, cruza, jacinto vivo, por
entre los alcaides. que !c tienden respetuosos la mano. Y a
Lucy Parsons no la- pejaron ticcir adiOs a su marido,
porque lo pedia. abrazada a sus hIJos, con eI calor y la
furia de las llamas.
Y ya entrada la noche y todo oscuro en el corredor de la
cárcel pinlado de ca1 verdosa, por sobre el paso de los
guardias con la yacol) eta al hombro, por sobre el voceo y
risas de los carceleros y c- critores, mezclado de vez en
cuando a un repique de llaves, por sobre cl golpeo
incesante del telégrafo que el Sun de Nueva York Icnia en
cl mismo corredor establecido, y culebreaba, recia, SC
dcs- !> ocaba, imi! ando, como una dentadura de
calavera, las inflexiones de la voz del hombre, por sobre c!
silencio que encima de todos estos ruidos se cernía, oianse
los Ijltimos martillazos de! carpintero en el cadalso. XI fin
drl corredor se levantaba el cadalso. “iOh, las
OBRAS ESCOGIDAS T. Il 203 cuerdas son buenas: ya las
probó el alcaide!” “El verdugo halará, escondido en la
garita del fondo, de la cuerda que sujeta el pestillo de la
trampa.” “La trampa está firme, a unos diez pies del
suelo.” “No: los maderos de la horca no son nuevos: los
han repintado de ocre, para que parezcan bien en esta
ocasión; porque todo ha de hacerse decente, muy
decente.” “ Sí, la milicia está a mano: y a la carcel no se
dejará acercar a nadie.” “iDe veras que Lingg era her-
moso!” Risas, tabacos, brandy, humo que ahoga en sus
celdas a los reos despiertos. En el aire espeso y húmedo
chisporrotean, cocean, bloquean, las luces electricas.
Inmóvil sobre la baranda de las celdas, mira al cadalso
un gato... icuando de pronto una melodiosa voz, llena de
fuerza y sentido, la voz de uno de estos hombres a quienes
se supone fieras humanas, trémula primero, vibrante
ense. guida, pura luego y serena, como quien ya se siente
libre de polvo v’ ataduras, resonó en la celda de Engel,
que, arrebatado por el éxta- sis, recitaba “El tejedor” de
Henry Helne, como ofreciendo al cielo PI espíritu, con los
dos brazos en alto:
Con ojos secos, lúgubres y ardientes, Rechinando los
dientes, Se sienta en su telar el tejedor: iGermania vieja,
tu capuz zurcimos! Tres maldiciones en la tela urdimos:
iAdelante, adelante el tejedor!
iMaldito el falso Dios que implora en vano, En invierno
tirano, Muerto de hambre el jayán en su obrador! ;En
vano fue la queja y la esperanza! Al Dios que nos burló,
guerra y venganza: iAdelante, adelante el tejedor!
Maldito el falso rey del poderoso Cuyo pecho orgulloso
Nuestra angustia mortal no conmovió! iE último doblón
nos arrebata, Y como a perros luego el rey nos mata!
iAdelante, adelante el tejedor!
,- Maldito el falso Estado en que florece, Y como yedra
crece Vasto y sin tasa el público baldón; Donde la
tempestad la flor avienta Y el gusano con podre se
sustenta! iAdelante, adelante el tejedor!
Corre, corre sin miedo, tela mia! ;Corre bien noche y dia
Tierra maldita, tierra sin honor! Con mano firme tu capuz
zurcimos: Tres veces, tres, la maldición urdimos:
iAdelante. adelante el tejedor!
Y rompiendo en sollozos. se dejó Engel caer sentado en su
lite- ra, hundiendo en las palmas el rostro envejecido.
Muda lo había escuchado la cárcel entera, los unos como
orando, los presos aso- mados a los barrotes,
estremecidos los escritores y los alcaides, sus- penso el
telégrafo, Spies a medio sentar, Parsons de pie en su celda, con los brazos abiertos, como quien va a emprender el
vuelo. El dia sorprendió a Engel hablando entre sus
guardas, con la palabra voluble del condenado a muerte,
sobre lances curiosos de su vida de conspirador; a Spies,
fortalecido por el largo sueno; a Fischer, vistiéndose sin
prisa las ropas que se quitó al empezar la nochc, para
descansar mejor; a Parsons, cuyos labios se mueven sin
cesar, saltando sobre sus vestidos, después de un corto
sueño his- térico. “iOh, Fischer, cómo puedes estar tan
sereno, cuando el alcaide
que ha de dar la señal de tu muerte, rojo por no llorar,
pasea como una fiera la alcaidía!“-“ Porque”- responde
Fischer, clavando una mano sobre el brazo trémulo del
guarda y mirándole de lleno en los ojos-“ creo que mi
muerte ayudará a la causa con que me desposé desde que
comencé mi vida, y amo yo más que a mi vida misma, la
causa del trabajador-; y porque mi sentencia es parcial,
ilegal c injusta!” “iPero, Engel, ahora que son las ocho de
la ma- ñana, cuando ya sólo te faltan dos horas para
morir, cuando en la bondad de las caras, en el afecto de
los saludos, en los maullidos lúgubres del gato, en el
rastreo de las voces, y los pies, están leyen- do que la
sangre se te hiela, cómo no tiemblas, Engel!“ 7“~ Temblar
porque me han’ vencido aquellos a quienes hubiera
quertdo yo ven- cer? Este mundo no me parece justo; y yo
he batallado, y batallo ahora con morir. para crear un
mundo justo. <Qué me importa que mi muerte sea un
asesinato judicial? <Cabe en un hombre que ha abrazado
una causa tan gloriosa como la nuestra desear vivir cuando puede morir por ella? iNo: alcaide, no quiero drogas:
quiero vino de Oporto! ” Y uno sobre otro se bebe tres
vasos... Spies, con las piernas cruzadas, como cuando
pintaba para el Arbeiter Zeitung el universo dichoso,
color de llama y hueso, que sucedería a esta ci- vilización
de esbirros y mastines, escribe largas cartas, las lee con
calma, las pone lentamente en sus sobres, y una u otra vez
deja descansar la pluma, para echar al aire, reclinado en
su silla, como los estudiantes alemanes, bocanadas y aros
de humo: ioh, patria, raíz de la vida, que aun a los que te
niegan por el amor más vasto a la humanidad, acudes y
confortas, como aire y como luz, por mil medios sutiles! ’
“Sí, alcaide”, dice Spies. “beberé un vaso de vino
del Rhin!“... Fischer, Fischer alemán, cuando el silencio
comenzo a ser angustioso, en aquel instante en que en las
ejecuciones como en los banquetes callan a la \. ez, como
ante solemne aparición, los concurrentes todos,
prorrumpió, iluminada la faz por venturosa son risa, en
las estrofas de La marseflesu que cantó con la cara vuelta
al cielo... Parsons a grandes pasos mide el cuarto: tiene
delante un
auditorio enorme, un auditorio de ángeles que surgen
resplande- cientes de la bruma, y le ofrecen, para que
como astro purificante cruce el mundo, la capa de fuego
del profeta Elias: tiende las ma- nos, como para recibir el
don, vuélvese hacia la reja, como para enseñar a los
matadores su triunfo: gesticula. argumenta, sacude el
puño alzado, y la palabra alborotada al dar contra los
labios se le extingue, como en la arena movediza se
confunden y perecen las
olas. Llenaba de fuego el sol las celdas de tres de los reos
que ro- deados de lóbregos muros parecían, como el
bíblico, vivo; en me- dio de las llamas, cuando el ruido
improviso, los pasos rápidos el cuchicheo ominoso, el
alcaide y los carceleros que aparecen a ‘sus rejas, el color
de sangre que sin causa visible enciende la atmósfera. les
anuncian, lo que oyen sin inmutarse. que es aquella la
hora!
Salen de sus celdas al pasadizo angosto: tBien?--“ IBien!“:
Se dan la mano, sonríen, crecen. “iVamos!” El médico les
había .dado estimulantes: a Spies y a Fischer les trajeron
vestidos nuevos. Engel no quiere quitarse sus pantuflas de
estambre. Les leen la sentencia, a cada uno en su celda;
les sujetan las manos por la es- palda con esposas
plateadas: les ciñen los brazos al cuerpo con una faja de
cuero: les echan por sobre la cabeza, como la túnica de los
catecúmenos cristianos, una mortaja blanca: iabajo la
con- currencia sentada en hileras de sillas delante del
cadalso como en un teatro! Ya vienen por el pasadizo de
las celdas, a cuyo remate se levanta la horca; delante va
el alcaide, lívido: al lado de cada reo, marcha un corchete.
Spies va a paso grave, desgarradores los ojos azules,
hacia atrás el cabello bien peinado, blanco como su
misma mortaja, magnífica la frente: Fischer le sigue,
robusto y po- deroso, enseñándose por el cuello la sangre
pujante, realzados por
el sudario los fornidos miembros. Engel anda detrás a la
manera de quien va a una casa amiga, los talones,
sacudiéndose el sayón incómodo con Parsons, como si
tuviese miedo a no morir, fiero, de- terminado, cierra la
procesión a paso vivo. Acaba el corredor, y ponen el pie
en la trampa: las cuerdas colgantes, las cabezas erizadas, las cuatro mortajas.
Plegaria es el rostro de Spies; el de Fischer firmeza el de
Parsons, orgullo radioso; a Engel, que hace reír con un
c’histe a su corchete, se le ha hundido la cabeza en la
espalda. Les atan las piernas, al uno tras el otro, con una
correa. A Spies el primero, a Fischer, a Engel, a Parsons,
les echan sobre la cabeza, como el apagavelas sobre las
bujias, las cuatro caperuzas. Y resuena la voz de Spies,
mientras están cubriendo las cabezas de sus compa-
OBRAS ESCOGIDAS T. II 205 ñeros, con un acentc que a
los que 10 oyen ies entra en las carnes: “La voz qiie vais a
sofocar será más poderosa en lo futuro, que cuantas
palabras pudiera yo decir ahora.” Fischer dice, mientras
atiende el corchete a Engel: “; Este es el momento más
feliz de mi
vidal” “; Hurra por la anarquía!” dice Engel, que habia
estado mo- viendo bajo el sudario hacia el alcaide las
manos amarradas. “; Hom- bres y mujeres de mi querida
América...” empieza a decir Parsons. Cna seña, un ruido,
la trampa cede, los cuatro cuerpos caen a la
vez en el aire, dando vueltas y chocando. Parsons ha
muerto al caer, gira de prisa, y cesa: Fischer se balancea,
retiembla, quiere zafar del nudo el cuello entero, estira y
encoge las piernas, muere: Engel se mece en su sayón
flotante, le sube y baja el pecho como la marejada, y se
ahoga: Spies, en danza espantable, cuelga giran- do como
un saco de muecas, se encorva, se alza de lado, se da en la
frente con las rodillas, sube una pierna, extiende las dos,
sacude los brazos, tamborinea: y al fin expira rota la nuca
hacia adelante,
saludando con la cabeza a los espectadores. Y dos días
después, dos días de escenas terribles en las casas, de
desfile constante de amigos llorosos, ante los cadáveres
amora- tados, de señales de duelo colgadas en puertas
miles bajo una flor de seda roja, de muchedumbres
reunidas con respeto para poner a los pies de los ataúdes
rosas y guirnaldas, Chicago asombrado vio pasar tras las
músicas fimebres, a que precedía un soldado loco agttando como desafío un pabellón americano, el ataúd de
Spies, ccul-
to bajo las coronas; el de Parsons, negro, con catorce
artesanos atrás que cargaban presentes simbólicos de
flores; el de Fischer, ornado con guirnalda colosal de lirio
y clavellinas; los de Engel y Lingg, envueltos en banderas
rojas,- y los carruajes de las viudas, reca-
tadas hasta los pies por velos de luto,-- y sociedades,
gremios, I/ c., reins, orfeones, diputaciones, trescientas
mujeres en masa, con cres- pón al brazo, seis mil obreros
tristes y descubiertos que llevaban al pecho la rosa
encarnada. Y cuando desde el montículo del cementerio,
rodeado de veín-
ticinco mil almas amigas, bajo el cielo sin sol que allí
corona estériles llanuras habló el capitán Black, el pálido
defensor vestido de negro, con la mano tendida sobre los
cadáveres:-“ eQue es la verdad,- decía, en tal silencio que
se oyó gemir a las mujeres do- lientes y al concurso,- équé
es la verdad que desde que el de Na- zareth la trajo al
mundo no la conoce el hombre hasta que con SUS brazos
la levanta y la paga con la muerte? IEstos no son felones
abominables, sedientos de desorden, sangre y violencia
smo hom- bres que quisieron la paz, y corazones llenos de
ternura, amados por cuantos los conocieron y vieron de
cerca el poder y la glorta
de sus vidas: su anarquía era e. 1 reinado del orden sin la
fuerza: su sueño, un mundo nuevo sin miseria y sin
esclavitud: SU dolor, el de creer que el egoísmo no cederá
nunca por la paz a !a justicia:
ioh cruz de Nazareth, que en estos cadáveres se ha
llamado ca- dalso!” De la tiniebla que a todos envolvia,
cuando del estrado de pi- no iban bajando los cinco
ajusticiados a la iosa, salió una voz jie se adivinaba ser de
barba espesa, y de corazón grave y agria- : “iYo no vengo
a acusar ni a ese verdugo a quien liaman aicaide, ni a la
nación que ha estado hov dando gracias a Dios en sus
tem- plos porque han muerto en la horca estos hombres,
sino a los tra- bajadores de Chicago, que han permitido
que les asesinen a cinco de sus más nobles amigos!“...
sobre aquel hombre inquieto, La noche, y la mano del
defensor dispersaron los. concurrentes y los hurras:
flores, banderas, muertos y afligidos, perdianse en la
misma negra sombra: como de olas de mar venía de lejos
el ruido de la
muchedumbre en vuelta a sus hogares. Y decía el ArDeiter
Zeiturtg de la noche, que al entrar en la ciudad recibió el
gentío ávido: “iHemos perdido una batalla, amigos
infelices, pero veremos al
fin el mundo ordenado conforme a la justicia: seamos
sagaces como las serpientes, e inofensivos como las
palomas!” El Partido La Nación, Liberal, México, 29 30
Buenos 1 27, y de Aires, diciembre de 1887. 0. c, t. 11, ro. de
enero de 1888. p. 333- 356.
AL GENERAL MAXIMO GOMEZ New York, 16 de
diciembre de 1887 General Máximo Gómez Distinguido
compatriota:
Con fa fe de la honradez y la fuerza del patriotismo nos dirigimos a Vd., por encargo de los cubanos de New York,
excitados y acompafiados por los de Cayo Hueso y
Filadelfia, para tomar su parecer, y exponerle el de los
cubanos de esta ciudad, sobre el modo más rápido y
certero de organizar por fin, dentro y fuera de Cuba, con
la cordialidad digna de las grandes causas, la guerra que
ya mira el país con menos miedo, y en que parece estar
‘hoy su espe- ranza única.
El valor, el prestigio, la intención pura, ei martirio
ejemplar de los revolucionarios del extranjero son
inútiles, mientras no tra- bajen todos unidos, con la
majestad y sensatez que la magnitud
del problema les impone, en una obra juiciosa y heroica a
!a vez. que traiga y satisfaga al país acostumbrado ya a
examinar sus hombres y ejercitar su pensamiento.- Cuba
no es ya el pueblo niño e ignorante que se echó a los
campos en la revolución de Yara, sagrada madre nuestra;
sino un país donde lo que quedó de aque- lla generación,
con todas sus experiencias y pasiones, se ha mezc+ la- do
con fa masa culta que trajo el conocimiento activo de la
polltrca
de los paises del destierro, y con la generación nueva, tan
dispuesta a pelear por la patria, pagando así su deuda a
los que por ellos mu- rieron, como a resistirse a pelear por
una solución oscura y temible, en cuya preparación y fin
no vean un plan grandioso, digno de su sacrificio.
La hora parece llegada. Los enemigos de la revolución se
divi- den y desordenan. El país está a punto de perder SLI
último pre- texto para demorar la solución qu- P
defendemos. Se est5n reuniendo de todas partes a la vez, y
de un modo natural y espontáneo, los elementos de la
guerra en la Isla, con cuya actitud y voluntad
OBRAS ESCOGIDAS ‘T 11 209 hemos de contar, y a los que
tenemos a un tiempo cl derecho de aconsejar y el deber de
oir. puesto que ellos nor permiten reali- zar nucs! ros
idcales. y nosotros sin elioa somos impotenIcs para
realizarlos. Debernos, pues’ organizar la guerra que 32
aproxima. cn acuerdo con el’ espirilu del k> aia, puesto
que sin $1 110 podemos hacer la guerra. Es un crimt> i; \.
alerw de la aspiración gloriosa
de un pueblo para adelantar iniereses o satisfacer odios
persona- Ic‘;. Es 11na obligación,- por cuyo cumplimiento
honrarán mañana los liorilbres de nuestros Iiijos c ir, in
los pueblos a r- ctcniplar su fe a nuesiras tr! mba~,- disl)
oner con desinterés. que bien mirado c‘ s cl niodi) mejor
de servir cl interés, los elementos para cl ?riunfo
de la guerra incvi! able. La revolución surge, y nosotros
podemos organizarla con nuestra honradez v prudencia.
o ahogarla en san- grc inútil co11 nuestra torpeza y
ambiciones.
Urgen los tiempos. El principio de nuestra campaña ha
sido aco- gido con notable favor en Cuba y en las
emigraciones. No parece que la situación de Cuba dé ya
m: is espera que aquella a que noso- tros niisinos la in\itcmos. para que sea más completa ia conspira- ción de
los espíritus,-- más ordenado ei movimicnio militar,-- y
más capaces de avudarlo desde aíuera las emigraciones.
Todo a la vez:-- la opinión sobre todo,- los trabajos de
organización y esten- sión en la Isis,- los trabajos de
unión, cspÍritu republicano y ayuda constante de la
guerra en cl extranjero.
Estas ideas comenzaban ya a tomar iorma CII la
emigracitin dy New York, y tuvieron su expresión
primera CII la reunión pública del 10 de Octubre. ’ Sus
ecos, y sobre todo sus ecos en Cuba, coin- cidieron con las
excitaciones de los cubanos de Cayo Hueso, y co11 la
reunión convocada por un cubano de New York para
conocer del plan de un jefe dispuesto a in\- adir la Isla.?
De esta reunión. c. ompuesta de los cubanos cuyos
nombres figuran al pie de esla carta , surgió el acuerdo de
recomenzar las labores revolucionarias, con una política
vasta, cordial y iija, la única que puede reanimar la
confianza lastimada del país. Y sin provocar por allora
reun. íonès; públicas que revelasen a nuestros
adversarios el cl- lado dc principio de nuestras labores,
cuando nos supolren con mucha nlas actividad v fuerza
moral;-- sin asumir ante Vd. mris autoridad que la de su
batriotisrno. la del nuestro, la de los hombres que nos
comisionan
para esta campaña, y la adhesión voluntaria de los clubs
revolucio- narios de Cayo Hueso y los cubanos de Cayo
Hueso, únicos con Io> que hasta hoy nos ha alcanzado el
tiempo para comunicarnos,- esta reunión de cubanos en
que acaso por primera vez se vieron reunidos con una
tendencia clara y decidida los que antes trabajaban CII
grupos
1 Celebrada en Masonic Trmple, .Xueva York, cl 10 dc
wtubrc dc 16% \. vr :: II este tomo, ~1 discurso
pronunciado por Marti en esi3 connIel; loiación 2 Alude a
la reunión efectuada, en cnsn dp Enriqw: Trrljillo. pnw
wnncx rl pro- ycrto, del pcxerai Jrtarl Fcrn2ilde7 P, IIZ.
dispersos v a veces hostiles, determinó a nombrar de su
seno una comisión éjecutiva. inspeccionada v aconsejada
por todos los mieni- bros de la reunión. para iniciar
eriérgicamente los trabajos prepara- Iorios de
organización revolucionaria, con arreglo a las cuatro
reso-
luciones de la junta primera. que incluían la de la
necesidad de aguardar a la preparación racional dc la
guerra para llevar la invasión armada,- y a eslas cinco
bases que han de inspirar nuestra> ‘palabras y actos: I-Acreditar en cl país, disiparldo temores y procediendo en
\. i~-- tud de un fin democrático conocido. la soluciGn
revolucionaria. Z- Proceder sin demora a organizar, con
la unión de los jefe> afuera:- y trabajos de cstensióll, y no
de una mera opinión. aden- rro,- la parte militar dc la
revolución. Z--- Unir con eS; piritrr democrático, \’ cn
relaciones de igllatdad todas las emigraciones: G-Impedir que las simpatías revolucionarias C’II Cuba se
tuer- zan y esclavicen por ningún interés de grupo. para
la preponde- rancia de una clase social, o la autoridad
desmedida dc una agru- pación militar o civil. ni dc una
comarca determinada. ni rlc, IIII~
raza sobre otra: 5- Impedir que con la propaganda de las
ideas anexionistas sr debilite la fuerza que vaya
adquiriendo la solricii, n re\- olucionaria. Pero esta
Comisibn EjeclItiva. y esta reunión de cubanos de New
York no se erige por si como árbitro de un poder que sólo
puede venir, en cl desorden del destierro. de la autoridad
y eficacia de los actos realizados, y de la confirmación
pública de ellos. Lo que ios cubanos de New York ven es
que hay un deber difícil c imperioso que cumplir: Lo que
ven es que la guerra no puede ha- *: erse sin que el país
tenga fe e’11 ella. v en los qlle la han de iniciar 0 figurar en
ella principalmente. Lo qlle \- en es que et país se deci- dc
a la guerra, y es necesario desvanecer los temores que la
guerra inspira, e impedir que el gobierno de España.
como lo desea. haga estallar la lucha prematuramente
para sofocarla con mayor facilidad. Lo que ven es que la
guerra SC acerca, \’ que los militares ilustres que ia
pueden dirigir, no se han puesto jún al habla, ni se
distribu- yen el trabajo. Lo que ven es que cada día
aumenta la ncccsidad
de realizar estos objetos esenciales: -- Unir, con un plan
digno dc ta atrncii, n y rcspclo dc los CII- banos, el
espíritu del país y el de ias emigraciones: -Dar ocasión a
!os jefes militares de desvanecer en la Isla, con sus
declaraciones de desinterés. civismo ‘; sribordinación al
bjen patrio, los reparos,-- injustos sin dIida.- que algunos
C! C ellos inspiran, por suponérsclcs equivocadamente
faltos de esas cwldicio nes, aun :I los mismos dispuestos
cn CIIIXI a trabajar por ta indc- pclldcncia de la patria. -- Reunir en un trabajo común, ;) reciso s ordcIlado a 10s
jefes ticl extranjero entre sí, y a estos cn junto con los de
la Isla, a cada
1! 110 con 511s amigos, ;I cada jefe de il~~ flllìo ron SII
wrnarva,- todo
;So 1:~ Vd.. como nosotros, la itlcarza y ciicacia ti<> (‘ ia
C‘ OII- d~~ cla? ;No la cree I’d. indispcnsablc para que cl
psis se decida a scgtlirllos? (Cree L’tl. cjuc con tt16’il(~ s
nobicz: r. con iilc’11oì; sagaci- dad, con menos sentido pr;
iclico, con trabajos aislados. rivales y c! c simple pcrsotta,
llaeden obtenerse CII el paí5 la cottiiattza !’ (XIIlusiasmo, y la organizaci0ti y recursos nattiralcs dcspui5
de illw. que podemos obtener COH esa exhibición
imponente c! c fuerza mora!, y fuerza de guerra para el
bien público? ;No querr; i i- d. con SUS declaraciones, con
su disposiciótt a ponerse al Itabla con sus com- pañeros
de armas, cott su autorización para ofrecer ctt su nombre
al país esas declaraciones dc republicanismo y de
respcio,-- contri- buir, realzando así y asegurando los
lauros que su valor Ic conquistO
en la guerra, a organizar por iin de un modo glorioso y
grato a Cuba la guerra nueva que nueslros enemigos
desean provocar y frustrar ahora, cottfiatibo en que
nuestra torpeza. nuestras rivalida- des, nuestra falta de
patriotismo, les ayudarán a matarla en flor y a
desorganizarla?- Vd. es, como nosotros, y co1110 cada
cubano, responsable de la caiástrofe que la falta dc
preparación ordenada, entusiasta y unánime pudiera
traer sobre el país, a quien las pro- vocaciones de adentro
o la itnpaciencia mal aconsejada dc afuera lanzasen a
una guerra que desea el enemigo, para empeñarla como
le conviene, contra adversarios divididos, y escogiendo la
hora. La historia nos oirece un puesto envidiable. Nos
limitamos a señalarlo.
Los cubanos reunidos en New York, y la Cotnisión
Ejecutiva que irabaja provisionalmente conforme a sus
acuerdos, sólo desean, en privado y sin alarde de
autoridad, disponer los espíritus de las emigraciones de
modo que por la declaración autorizada de los je- fes, y la
fuerza unida e ittdependienlc de cada emigración por sí,
puedan en un dia dado decir al país sin mentira, cuál es el
espi- ritu generoso y la fuerza real de los que desde afuera
intentamos servirlo;- dar cuenta de lo hecho, en una
reunión de que ya no habrá que avergonzarse, y tendrá
considerable resonancia e influjo en Cuba, a la
emigración de New York- y dejar, por lo que hace a New
\r- ork, en las tnanos de. la emigración, que es la única
que la posee, !a autorización necesaria para continuar
estos trabajos. 1101 rneramenie privados y preparatorios.
Con júbilo,- porque el aplauso del l1ais. y el de la
emigración nos dan ya derecho a él,-- cumplimos al
dtrtgirnos a Vd. uno de los debere que los cubanos
reunidos aquí IIW han impuesto. El
11ais \. a dcs~, rdenadarncnre a la guerra. > la guerra
corre gran pe- i: gro si la dejamos e; iallar desordenada C!
psis no tiene ya. como debiera :cncr ebtando la lucha ya
!an c’L’rc‘; l , un ,plan que lo una y un programa poliIic0
que lo tranquilice. La dcciric~~ n del psis por la guerra
5tr; í mucho tnavor c! c la que (‘ 5 Itoy. v lo, trabajos
rwolucionarios mttc‘ ho mris f: icile>. cuando Ios cncr~~
igos dc la rc\- olttci( irt no puedan oponerle, como le
opont! n hoy J’O’ fal? a dc declaraciones espresas en
contra, el argumenlo de que la guerra no será tn: is que cl
campo dc los odios de jeicq atn- bicioros J. rivales. Los
jefes necesitan, para que la guerra sea posi- ble, para SII
mistno crédito v autoridad. detttostrar por SII rmiótt en
cl extranjero y su sutnisió~~~ al bictt público. que en vez
de ser el
azolc de la patria son su esperanza. A lo más noble de sti
corazbn Ilatttatnos, puea, v a lo mlis claro tic su juicio,
para poder sitt engatio decir al país:-:~“ Que I- d., como
nosotros, cree que la guerra de utt pueblo por su
independencia, íruto de un siglo dc irabajo patriólico y de
la cooperación de todos sus hijos. no puede xr la empresa
pri\- ada ni la propiedad personal de uno que debe a la
obra dc lodo el pais la parte que el heroismo lc dio en la
gloria común:- Que \‘ d.. como nosotros, entiende que la
guerra en Cuba debe organizarw y llevarse a cabo en
vista del estudio v conocimiento de SU problema actual y
SLIS necesidades, J
para el bien y paz de Cuba, no para el medro de los que
por haber ganado honor en su servicio pretendiesen
valerse de él para esplo- tarla en su provecho, o servir sus
pasionel;, o extraviarla:- Que Vd., cotno nosotros,
.llevaria a la guerra, con la energía que la guerra requiere, la indulgencia política ~7 la sabia generosidad
que de ante- mano deben ser conocidas, y creídas’, en un
país formado dc ele- mentos latt diversos, tatt dispuestos
al odio, tan temibles si se nos ponen juntos de frente, tan
útiles si por nuestra grandeza y cordia- lidad nos so11
neutrales:-- Que \: d., como nosotros, no ayudaría la
guerra co11 el fin imi) ttro de dar la victoria a un partido
vengativo !’ arrogante. sino para poner en posesión de su
libertad a todo el pueblo cubano.“-~ Bien sabemos que
lodo eso debe rs; tar en el espí-
ritu de \“ d: pero los pueblos no se cansan de ser
tranquilizados. El corazcin 110s anuncia lo qu:‘ 1- d. ha de
contestarnos. iQué gran día aquel (VI que. rc\. elattdo al
país en una aparición suprema toda la \; irtud dc bus
servidores, prcscntctnos de nuevo a Cuba, siempre ilustres por bu republicanismo. aquellos a quienes nuestros
enemigos, J’ tnuchos de nuestros amigos, presentan como
el obsi5culo al triunfo clc la guerra. v el establecimiento
dc una república durable! Y no ya pira el pí! blico. sino
para adtlanlar la prtparaciótt de nrtcstra obra
organizadora. c~ utni) linto~ otro de nuestros encarooc al
l) regttrttarle si no cree llegada la hora, con la prudencia
y miya- miento tnuttio que aconxjan los prectderttcs y la
naturaleza huma-
lla. <IC qr~ c- I) or tncdio :t~‘ uo tlc 1111 cuisrpo ctt quien
no pudiera SII- j) ottcr: c ansia dc autoridad tttililar- sc
;IOII~~ II al habla los jefes ~IIC’ en di\- crso< l! tgarcy w
ocupan en pwparar cl modo de presiar
a Cub; sus s; er\. icios. puesto que así como sin el espíritu
del pais fof.! a labcr revolucicnaria es vana, asi serían
imponentes y de in- calculables ma! cs para Cuba. los
esfuerzos aislados de aquellos cu- ~‘ 0s esfuerzos
reunidos, distribuyendo la autoridad como nuestro
territorio y organización permiten, serán
incontrastables.- La dispo- h; ciGn beucvoia de \‘ d. a un
plan como este es esencial a la eficacia de la obra
revolucionaria. Y como en Cuba mira el Gobierno de
ESpaIi3. como su salvación única, la probabilidad de
interrumpir en su desarrollo espontáneo la nueva guerra,
de forzarla a estallar antes de que tenga juntos sus
elementos, y de estimular a invasio- nes aisladas a los
jefes cubanos, cqué nombre mereceríamos los que
contribuyésemos a esa temible y certera política, los que
por terque- dad, por soberbia o por celos ayudásemos a
impedir la formación natural y la explosión vigorosa de
las fuerzas revolucionarias, que no
son solo los valientes que pelean, sino el consentimiento
del país, y cl espíritu que las hace triunfar? <Cuándo, si la
asesinamos ahora sus propios hijos, renacerá nuestra
patria? Con esas observaciones deja cumplido su grato
encargo respec- to de Vd.. la Comisión Ejecutiva. Los
hombres pueden errar, y los patriotas de buena fe pensar
de distinto modo sobre los modos de preparar y cotrducir
la guerra; pero cuando se trata como hoy de impedir con
una campaña grandiosa y oportuna que se malogre el
último esfuerzo que parece capaz de hacer ia patria,
dudar de la actitud de Vd. no sería cumplir un encargo,
sino ofenderle: lo que no harán ciertamente los que tienen
fe en su sensatez y en su patriotismo. Séanos dado,-ahora que podemos fundar o des-
truir,- fundar. Seguros de su noble respuesta, somos de
Vd.- Affmos. compatriotas: JOSE MARTI Félix Fuentes,
Rafael de C. Palomino, Secretario Dr. J. M. Párraga.
Cuerpo Asesor: Sres Dr. .J. J. Luis. Pedro Iraola.
Francisco Sellén. Un cubano. i! n camagüeyano. Eduardo
Ester. José E. Sânchez. R. V. ;\ day. Porfirio Ramos.
Antonio Saiadrigas. Abelardo Peoli. Ra- món Rubiera.
Manuel Beraza. Enrique Trujillo. Serafín Bello. CO- ronei
Emilio Núfíez. Comandante José Rodriguez V. J. J.
Camino.
I-- n cubano. 0. c., t. 1, p. 216- 222. Cotejada con el
manuscrito original
UN HÉROE AMERICANO TRASLACIOK DE LOS RESTOS
DEL GENERAL JOSE A. PAEZ DE NUEVA YORK A
VENEZUELA- SOLEMNE DEMOSTRACION.- PAEZ EN
NUEVAYORK SU VIDA.- EL H. lTO.- PRIMERAS
CORRERlAS.- HAZANAS.- EL EJERCI- TO.-- EL COPLELAS QUESERAS.- CARABOEO.- SU NEGRO:- SU CABA- l_
LO.-~~~~ G~, 2il,~~ IDAD.- L~ PRIMERA LANZA
AMERICANA
Nueva York, 24 de marzo de 1888. Señor Director de Ln
h’nciún:
iPor que este sol riente, estas calles concurridas, este
fragor de artillería. este clamor de clarines, este ir y venir
de los edeca- nes a caballo? Estan llenos de coches los
alrededores del cuartel del regimiento 12 de milicias. La
mañana está fría; pero la con- currencia es grande.
;Quién llega. que todo el mundo le abre paso, y nadie le
saluda sin cariño? Trae en la mano el tricornio con una
pluma negra; (corno puede sostener sobre esas piernas
infelices ese torso gigantesco.. 3. l! eva con trabajo SLI
pecho hercúleo y sus espal- das anchas: la, s charreteras
se encajan en los hombros, como las guardas de plata en
la esquina de un misal antiguo; la cabeza es redonda,
cana v ai rape: quien ha visto los de un toro a punto de
arremeter ha visto sus ojos; pero como se ha codeado de
cerca con la muerte. como ha! 1 caído a sus pies,
sonriendo y aclamándolo, sus escuadrones, como ha
conquistado en el peligro su grandeza, templa ios
írnpetus de su mirada una magnífica benignidad: los ojos
son viscosos, turbios, corno estrellados: le caen por
ambos lados de la barba dos bigotes mandarines, negros:
iquién es, que nadie lo ve
pasar sin admiración?: ;es Sheridan, que como Sherman,
el que avudo z Grant a cerrar sobre Richmond !a
confederación exan- gte;-- como John Shcrman, su
hermano, candidato hábil a la pre- videncia;- como
Sickles, el que de una arremetida arrebató a los
corifederados la victoria de Gettysburg, y volvió con una
pierna menos, pero con la gloria; como Flower. que
empezó de calles y es
OBRAS ESCOGIDAS. T II 215 ahora poderoso empresario;
como Hewitt, que disputa a Depew la representación del
espíritu yanqui en la lucha vecina contra el euro- pcírmo
vencedor; como cien más, honra del congreso y la iglesia 1
la banca y el ejército y la república, han venido a
acompaiíar, sin miedo al frio que muerde, hasta el muelle
donde una lancha los llevará al buque de guerra que los
transporta a Venezuela, los restos, harto tiempo
solitarios, de José Antonio Páez, de aquel que sin más
escuela que sus llanos, ni más disciplina que su voluntad,
ni mis estrategia que el genio, ni más ejército que su
horda, sacó a Vene- zuela del dominio español en una
carrera de caballo que duró die- . ~. clseis años. Allá va
por la Quinta Avenida la procesión. Ayer estuvo su féretro
expuesto con guardia de honor en la Sala Consistorial,
que licnc de años atrás en sus paredes el retrato del
llanero, vestido ya de persona mayor: la czbeza bien
sentada, de pelo cano y crespo, boca benévola y sensual, y
ojos radiantes y maravillosos: cadena de oro por toda la
pechera: chaleco blanco: ino había sobre el ataúd más que
cinco coronas! iAllá va la procesión, que a las diez salió,
del cuartel, y a las cuatro llegó al muelle. La policía
montada la abre: la manda Sickles, desde un carrua- je
abierto, con su capa azul sobre los hombros, y su muleta
al lado: siguen las baterías, con sus obuses relucientes;
batallofies de tropa de línea; regimientos de la milicia de
la ciudad: Sheridan a la cabeza de los húsares: la milicia
del séptimo, que es el lujo de New York, guardando el
carro fúnebre, el carro negro. Sherman y los
comisionados de Venezuela, los generales, los
magistrados, los re- presentantes, los ministros, los
cbnsules, los neoyorquinos ilustres; los
hi5pancamericanos fieles, en doble hilera de carruajes.
Las músi- cas vibran. Las venezolanas saludan’desde un
balcón con sus pa-
ñuelos. Las aceras están llenas de curiosos. iEsa música
heroica, ese estruendo de cureñas, ese piafar de la
caballería, esos uniformes galoneados, esos carruajes de
gente civil,, son cortejo propio del que con el agua al
pecho y la lanza en los dientes salió de los este- ros del
salvaje para ganar en la defensa de la libertad los grados
y riquezas que otros ganan oprimiéndola y morir al fin
recomen- dando a sus compatriotas que “como no sea
para defenderse del extranjero, jamás toquen sus simas”!
Erró después: creyó que el brazo es fo mismo que la
frente, vencer lo mismo que jugar, pelear lo mismo que
gobernar, ser caudillo de llaneros lo mismo que ser
presidente de república; pero <quién que sea digno de
mirar al sol
verá antes sus manchas que su luz ? extraña sus hechos
extraordinarios Cuando loan hoy aquí en lengua cno los
loaremos en la misma lengua cn que él dijo iDesnúdense!
en el Copié, y en las Queseras
~Vueluan caras! iRecuérdese a los héroes! Bien lo
recuerdan aquí sus amigos de antes, que son hoy magnates de la banca, columnas de la religión, cabezas de la
milicia, candidatos a la presidencia de la república, y
oyeron con asombro en su mocedad las proezas del
llanero épico que con la hombria de su
trato supo más tarde, en su destierro de veinte años en
Nueva York, mantener para el hombre resignado la
admiración que despertó el guerrero. “Todavía nos
parece verlo, dicen, cortés y verboso, más instruido en
batallas que en leyes, puntual en sus citas, muy pulcro en
el vestir, lleno de generosidad y de anécdotas, amigo de
las damas y del baile, sin que lo de general y presidente se
le viera más que en algún gesto de imperio de la mano o
en alguna centella
de los ojos”. iAún recuerdan al prócer arrogante que en
las noches de invierno les contó las guerras increíbles de
aquellos hombres que cargaban, como Sánchez, un cañón
a cuestas, de aquellas mujeres que decían a sus esposos,
como la de Olmedilla: “Prefiero verte re- volcar en tu
sangre antes que humillado y prisionero”; de aquellos
jinetes que amansaban al amanecer el potro salvaje con
que a la tarde iban dando caza, asta contra anca, al
enemigo. Así quisieron sus amigos de antes despedir con
majestad al que tantas veces les apareció con ella. Así
honró a aquella lanza incan- sable el pueblo que se opuso,
por razones de conveniencia, a que con la redención de las
Antillas coronara su obra.
Nadie comenzó su vida en mayor humildad, ni la ilustró
con más dotes de aquellas sublimes que parecen, con el
misterio de la vida, venir a los hombres privilegiados del
espíritu mismo de la tierra en que nacen. Vio la luz a la
orilla del agua en que había de librar en ella batalla .de
caballerías, como en la tierra firme. Que comer tenían sus
padres; pero no más. Le enseñaron con sangre, en la
escuelade la Sra. Gregoria, la doctrina cristiana y los
palotes de Palomares: cartuchos de pulpería y panes de
azúcar fueron sus pri- meras armas, cuando sirvió a su
tío el pulpero, de mancebo, y por la tarde le ayudaba a
sembrar el cacaotal: pasó la mocedad de peón de hato,
trayendo y llevando camazos de agua caliente, para que
se bañase los pies el capataz de pelo lanoso que no veía
con gusto su cabello rubio: a lomo pelado, sin más rienda
que las crines, sa- lió a la doma del potro salvaje,
rebotando, mugiendo, salvando que- bradas, echado al
cielo, volando: escarmenaba cerdas para los ca- bestros o
echaba correas a la montura en los pocos ocios que le
permitía Manuelote, sentado en su cráneo de caballo o en
la ca- beza de un caimán, que eran allí los únicos asientos:
“yo no le pregunto si sabe nadar”, le decía Manuelote, “lo
que le mando es que se tire al rio y guíe el ganado”: su
comida era un trozo de la res recién muerta, asada al
rescoldo, sin pan y sin sal, y el agua de la “tapara” la
bebida, y la cama un cuero seco; y el zapato la planta del
pie, y el gallo el reloj, y el juez la lanza; cantó a la puerta
de su novia; en los domingos y en las fiestas, aquella
poesía selvática y profunda que suele interrumpir el rival
celoso con otra poesía, y luego con la muerte: y de pronto,
así como los llanos chamuscados y sedientos, albergue
sólo del cocodrilo moribundo o de la víbora
216 losé Marti OBRAS ESCOGIDAS. T. II 217 enroscada,
surgen a las primeras lluvias cubiertos de lozanía, fragancia y verdor, y el potro relincha, y el toro renovado se
encela, y cantan los pájaros, esmeraldas aladas, y todo
entona con estallido y chispazos, el venturoso concierto
de la vida, así el alumno de la Sra. Gregoria, el criado de
la pulpería, el que traia y llevaba los camazos, pone el
oido en tferra, oye a lo lejos, convocando al triunfo, los
cascos del caballo de Bolívar, monta, arenga, recluta,
arreme? e, resplandece, lleva caballo blanco y dolmán
rojo, y cuando se le ve de cuerpo entero allí está, en las
Queseras del Medio, con sus ciento cincuenta héroes,
rebanando enemigos, cerrándolos como en el rodeo,
aguijoneando con la lanza, como a ganado perezoso, a las
hordas fatidicas de Morales. Pasa el río: se les va encima:
los
llama a pelear: les pica el belfo de los caballos: finge que
huye: se trae a las ancas toda la caballería, “jvuelvan
caras!” dice, y con poco mas de cien, a la luz del sol, que
volvió a parar su curso para ver la maravilla, jclavó
contra la selva a seis mil mercenarios, re- vueltos con el
polvo, arrastrados por sus cabalgaduras, aplastados por
sus cationes, caídos sobre sus propios hierros, muertos
antes por el pa\. or que por la lanza! Así venció en su
primera pelea for- mal, en la Mata de la A’iel: así en la
última, trece años después, cuando aseguró la
independencia del continente en Carabobo “iA vengar mi
caballo!” dijo en la Mata, y se trajo sin jinetes, porque a
lanzazos los sacó de las sillas, todos los caballos de López!
“iA vengar a mi negro Camejo!” dijo en Carabobo: carga
con sus seis- cientos, gana la rienda y rompe al enemigo,
vuelve con todas las lanzas coloradas, iy es libre la
América!
Tres años sirvió de soldado en la primera guerra, y
cuando en sus filas no había llegado más que a sargento,
en las del enemigo, triunfante en 1813, lo querían para
capitán de caballería. ?- No era él quién desmontaba en
un encuentro a treinta jinetes? i“ eI tío”, “el compadre”,
“e! mayordomo” de los llaneros? <el que por generoso los
deslumbraba, y por astuto y por fuerte? iel que veía de
una le- gua, clavaba de un saetazo al puerco montes,
domaba al potro con mirarlo fijo, volcaba el toro de un
tirón de cola? Pero él se escurre por un lado del monte, a
ser capitán de los patriotas, que a poco se le cansan, y ya
no son más que veinte, y luego dos, y luego él solo. Le
quitarán la espada con engaño, iporque frente a frente, ni
el pueblo entero de Canaguá se la quitaría! Lo cargarán
de grillos en Barinas: “iA mí los más pesados!” Lo habrían
matado de noche, como a todos los presos, a lanzazos, si
con sus riegos y los de un amigo no ablandase el corazón
del carcelero, que le quitó los hierros. iAdónde irá ahora
Páez? ia buscar su caballo y sus armas, para ve- nir él
~010, a rescatar a sus compañeros! “iQuién vive?” le grita
la guardia. “iE demonio, que pronto vendrá a cargar con
ustedes!” Vuelve riendas: “* ,Adelante!” grita a un
batailón invisible. La guar- dia se echa por tierra. De un
planazo se concilia al alcaide dudoso.
Saca libres a ciento quince presos. Abre otra cárcel, llena
de mu- jeres. Sin más compañero que un gallardo español
que no le conoce, y a quien dará después su bolsa, como
para castigarse por haber pensado en cobrar otra vez, sin
en éi toda -la ofensa de que viene lleno, sale afectar -el
sacrificio cierto del pueblo de Barinas, que lo aclama por
jefe, a levantar ejército allí donde la libertad está,
más segura que en las poblaciones, en los llanos: en los
llanos, leales ai rey; ipero él levantará ejército! Sus
primeros soldados son cinco realistas que le intiman
rendición. Luego saldrá al camino, puesto en apuros para
demostrar a los cinco reclutas cómo es verdad que tiene,
por lo cercano, una compañía que nunca llega: topa con
una banda de indios: los aterra: los hace echar al suelo
las flechas: con todas ellas y los arcos ata un haz: y se lo
echa a la espalda, y entra en el pueblo con los indios
cautivos. Con los flaneros que desprecia Gar. cía de Sena
organiza en Mérida su primera compa-
ñía. Con los prisioneros de su teniente en Banco Largo
monta los “Bravos de Pkz”; con el aguardiente y sus
palabras enardece de tal modo a los indios de Canabiche,
temerosos de la fusilería, que los indios, transfigurados,
.se pican la lengua con la punta de la flecha, se
embadurnan el rostro con la sangre que les sale de las
heridas y mueren abrazados a los cañones. Cuando no
tiene más, sale a campaña con tres lanzas y un fusil; pero
si quiere caballos para la gente que se le allega, ino van
montados los realistas? Si le faltan barcas con que
defender el río, tpara qué están las flecheras españolas,
que huyen a cañona- zos, corriente arriba? por eso
escogió Páez de pínta rucia los caba- llos de sus mil
llaneros, porque los rucios son los caballos nada- dores.
;Ni los hombres, ni las bestias, ni los elementos le habrán
de hacer traición!; porque él, que al empezar la pelea cae
a veces sin sentido de la silla por la fuerza con que le
acomete el deseo de ir a recibir los primeros golpes; él,
que en cuanto se ve solo ataca, y en cuanto ataca vence;
él, que cegado por el combate, se va detrás del enemigo
con un niño por único compañero, mientras su tropa se
queda atrás entretenida con el botín; él, que arenga a sus
lanzas de este modo en la Mata de la Miel: “ial que no me
traiga un muerto, io paso por las armas!“.; él no
humillará jamás a un bravo, ni se ensañará contra el
vencido. Al pujante Sánchez sí lo sacará de la montura en
-el asta de la lanza, y como que, cuando lo tiene en tierra
bajo la rodilla, “prorrumpe en palabras descompuestas e
im- propias del momento en que se hallaba”, lo rematará
de otro lanzazo; pero ,cuando un patriota sanguinario
deshonra sus armas descabe- zando prisioneros
indefensos, ya “al caer la quinta”, no puede re- frenar la
indignación que 10 sofoca; para al bárbaro, acude a su
superior, defiende a los prisioneros delante de la tro a. la
más estricta obediencia militar,- escribió luego,- pue Cr
“iNo; ni e cambiar la espada del soldado en cuchilla de
verdugo!”
218 José Martí OBRAS ESCOGIDAS. T. II 219 Asi iba ya, de
jefe suelto, algo más libre que al principio de amigos
traidores y jefes celosos, a la cabeza de su gente de lanza
que le adora, que le para el caballo para pedirle lo que
quiere, que le quita de las manos la lonja de carne que se
lleva a la boca. Van por los ríos de noche, voceando para
ahuyentar a los caimanes, por kas esteros cenagosos,
sacando a pujo de brazo su animal aho-
gado; por los llanos encendidos entre brotes de llamas,
turbiones de humareda, bocanadas de polvo, No hay más
comida que la res que matan; y los soldados, sin
sombrero y vestidos de pieles, se apean, lanza en ristre, a
disputarse el cuero fresco. La banda sigue al paso,
cantando, afilando el chuzo de albarico, asegurando la
cuchilla flo- ja. Páez va delante, “descalzo y .maltratado
de vestido”, con unas
calzas de bayeta roídas hasta media pierna. Cruzan los
ríos con las armas y la montura a la cabeza: al que no
sabe nadar le ‘hacen bote de un cuero: si la carga es
mucha, con tiras sin curtir recogen los bordes de una piel,
echan lo pesado dentro, y al agua van, con su caballo de
una mano y la cuerda en
los dientes. Al salir a. un yagual, descubren a un hombre
encuclilla- do con las manos en la maraña de] cabello, con
la mirada fija en tiekra: tiene a sus pies, mondados, los
huesos de su propio hijo. De cuando en cuando se
encuentran, colgada en una jaula o clavada en una
escarpia, la cabeza de un patriota frita en aceite: un día,
después de vencer, desclavan la cabeza de Aldao, y sale
volando un pájaro amarillo, como su bandera, que tenía
allí su nido. {Qué es Monteverde, qué es Calzada, qué es
Correa, qué es La- torre, qué es -Boves, qué es Morillo?
Cuando aún ‘tienen su *plan en el cerebro, ya Páez está a
sus talones deshaciéndolo. Adtvma todas las vueltas y
ardides del español, y calcula con exactitud los
movimientos que deben hacer de sus defectos y virtudes.
Obedece a sus presentimientos y se salva. Al azar nada
fía, y lo prevé todo antes de empeñar el combate; pero ya
en él, no pierde un gesto. Improvisa recursos singulares
en los instantes más comprometidos. Engaña al más
astuto. Siem- pre le ocurre lo que el enemigo no puede
prever. Lleva la carne muerta de tres días, para que no lo
delaten los buitres que caen sobre la matazón reciente.
Cada encuentro le enseña el modo de vencerlo.
Su estrategia es original, pintoresca y sencilla. Sobresale
en simular un ataque, y vencer con otro; en fingir fugas
de caballe- ría, partir las fuerzas que le dan caza, y
revolver con toda la gente sobre la una, y luego sobre la
otra; en sacar al campo al enemigo, de modo que la
infantería lo envuelva; en decidir una batalla dudosa con
una inesperada acometida. ;Qué peleas, brazo a brazo, la
de la . Miel, la ‘de los Cocos, la de Mucuritas, la de las
Queseras, la de Carabobo! Aquellos mil hombres parecen
un solo hombre: se tienden por la llanura, galopan al
mismo son, ondean como una cinta, se abren
en abanico, se forman eh una sola hilera, se repliegan
anca con anca, desbócanse en cuatro bandas, para
resolver ‘a, una sobre el enemigo dividido; vuelven a
escape de] triunfo, sacudiendo las lan-
zas en alto. No eran aún más que cien, allá por 1814, y ya
Paéz se iba a citar a combate con baladronadas al jefe
realista. El jefe vencido se echaba al rio y Páez se echaba
tras él, cruzaba el rio antes y 10 esperaba a la otra orilla,
para perdonarlo. Se les caen al suelo los potros
moribundos y la pelea sigue pie a tierra; va a venir por
aquel lado el español; y lo aguardan hora sobre hora,
tendidos sobre los cuellos de los caballos. Los apura el
contrario numeroso y pasan la noche hundidos en el
estero. Vienen a cazarlos con barcas y ellos se echan al
agua, se acer- can a la borda, se zambullen en cuanto luce
la mecha del cañón, pican con el asta el pecho de los
artilleros, toman desnudos, lanza en mano, las flecheras
desiertas. Se prepara Morillo, con el favor de la noche, a
echarles encima sus fuerzas mayores; y Páez, que no sabe
de Aníbal ni de sus dos mil bueyes, ata cueros secos a la
cola de cuatro caballos, a la vez que echa al aire un
tiroteo, lanza a los brutos desespera os sobre el campo
español, que presa de] bi pánico levanta tiendas. Si el
viento va detrás del enemigo, incendia la sabana, y en
medio del fuego espantoso, entre columnas de humo y
lenguas de llamas, carga catorce veces la caballería. A
Puerto Cabello, entretenido con maniobras falsas, lo
asaltan de noche a caballo por el mar, y 10 toman. Y
cuando en 1818, horas después de abrazar po: primera vez
a Bolívar, quiere el héroe impaciente vadear el Apure,
burlando las cañoneras españolas del Copié, “yo tomaré
las cañoneras”, dice Páez: sus bravos se desnudan,. y se
echan al río con los caballos. en pelo y la lanza en la boca:
nadan con una mano, y con la otra guían a su
cabalgadura; llegan a las cañoneras, saltan del agua al
lomo, del lomo a la cubierta, lde la cubierta a la victoria!
Suyas son. Bolívar, vencedor, pasa al Apure.
Grande era Páez al resplandor de las llamas de San
Fernando, incendiado por sus propios habitantes para
que Morillo no pudiera hacer de él fortaleza contra los
patriotas; grande en los llanos, cuando ijar contra ijar,
con luces émulas, centelleándole los ojos, iba su caballo
blanco al lado del potro rucio de Bolívar; grande en las
Queseras, tundiendo a los de Morales con el cuento de la
lanza, cuando de herir a los seis mi] con sus ciento
cincuenta, y se le había embotado al asta el filo; grande
en Carabobo, cuando señalán- dole al contrario por su
penacho rojo, que acude de sus infantes abatidos a su
caballeria desordenada, ve venir al “primero” de sus
brazos, al negro Can- tejo, cuyo caballo, muerto como su
amo, cae de rodillas, a sus plantas: de un vuelo del brazo
cita a los jinetes que le quedan, iy cuando un realista
compasivo lo levanta del sincope que lo ha echado por
tierra, del poder de España en América no quedan más
que los cascos, rojos por la sangre que empapa la llanura,
de los caballos de Valence y de Barbastro! Pero el llanero
criado en el
mando de su horda omnipotente jamAs fue tan grande
como el día cn qrle de un pueblo Icjano mandó liamar alcura, para que le tomase. ante la tropa, el juramento de
ser fiel a Boli\- ar: ni aquel guerrero, saludado durante
diecist; is años a la entrada de los ca- minos por las
cabezas de sus tenientes en la picota o en las jaulas.
venció--- nunca tanto como el día en que, roto con honor
el último acero de España en Puerto Cabello, ni la
humillci. ni se vengó, ni
le colgó en jaula la cabeza. ni la clavb en picas, sino que le
dio salida libre del castillo, a tambor batiente y bandera
desplegada, Ya llegó al nmelle la comitiva, las calles
levantaban las corti- nas, para ver pasar al extranjero.
Las calles pobres, de polacos, de italianos, de negros, se
agolpan a oír la música, a “ver lo que es” F alegrar los
ojos cansados con los colores de los uniformes, y los
penachos, y la caballería. Los niños aplauden desde las
ven- lanas a los veteranos mancos. A un negro
colombiano, que se abrió paso al borde de la acera, le
corren las Iigrimas a hilos. Se iorma en línea la milicia,
las baterías. el escuadrón de húsares. ~ES que lo quiere
así el alma piadosa, o es que de veras, al sacar del carro
fúnebre el ataúd, parece el aire como más luminoso, y los
caballos no piafan, y no SC oye más que el silencio? Ocho
marinos lo cargan
en hombros, “Cerca, mi Dios, de ti” toca la banda:
Sherman baja los ojos. Sheridan levanta la cabeza. ;Todos
los sombreros en las manos! La Nación, Buenos Aires. 13
de mayo de 1888 0. c., t 8, p 21 i- 219
,211 Tl0 EL EMPLEADO Novela de Ram6n Meza
Esta es la historia del poblano don Vicente Cuevas, que
llegó a Cuba en un bergantín, de España. sin más seso,
ciencia ni bienes que una carta en que el señor marqués
de Casa Vetusta lo rccomen- daba a un empleado ladrtin,
y con las mañas de este y las suyas, amparadas desde
Madrid por los que participaban de sus frutos, paró el
don Cue\: as de las calzas floreadas v las mandíbulas robustas en “el señor conde Coveo” a quien despidieron con
estrépito dc lromboncs y lujo de estandartes y banderines
los buenos patrio- tas de La Habana, cuando se retiraba
de la insula, del brazo de la rica cubana Clotilde, Esta es
la vergonzosa historia, diciia- con sobrio ingenio, cuidado
estilo y varonil amargura.
Llega el Vicente- más un sobrino honrado en cuya boca
pone Meza el libro- con los sesos Lan pobres bajo su
sombrerete “de copa como media bala de cañón”, que lo
primero que ye de La Haba- lla cs el tope de un muro,
donde lo montaron de burlas la noche de
Reyes “a esperar los magos”; y él da con el burócrata
truhán que: necesita del ignorante tamaño’ para que le
manen oro, por artes bribonas, ciertos cxpcdienies
mohosos de cuyo estudio saca a un
leal oficinista, a fin de que el Vicente, que ni leerlos sabe,
le deje de tlrleño en la oficina de que el despojado era
guardián; él finge “que escribe mucho y de prisa”: él es
dado a titulos, y tan servil con su superior como tan
tiránico con cl escribiente, su sobrino: 61 para CII la
cárcel de que e I otro lo saca, fugado, a la goleta que lo
Ile\: a a México; él vuelve a poco tiempo al destino del
otro, que es puesto alto y pingüe, por lo que quienes
escudan a aqcrel cn virtud de la parte que perciben de ios
provechos del empleo, tienen empc! ío de poner a la
cabeza de la mina, por sobre cárceles y robos pasados. a
uno “que se haya dejado la vergüenza e; i Cádiz”: a un
pillo que, como /* icente, encubra que lo es, cacareando
que está “en un psis de pillos”; bueno, en verdad, puesto
que los sienta a su mesa, y les da sus mujeres para que se
paseen por sus calles, hecho ya UII se- ñorón de carretela,
con su placa en el frac y cxña de !ndias, con Su panza
eminente y pechera de brilla:: tes, con su calva lustrosa y
CUel\ O VacLlno, dqW? l que, traficando en la derlda.
cuyos secretos
222 Jos6 .Marri OBRAS ESCOGIDAS T. 11 223 están bajo
su guarda, y tomando para si lo que se allega con pretextos patrióticos, vendiendo a sus propios soldados
garbanzos ma- nidos. llega a arrancar con una perorata
condal, los aplausos del cinico banquete que preside, en el
mismo teatro desde cuya cazuela, como si con ei ambiente
hubiera bebido desde el desembarcar, la certidumbre de
que el alcornoque en su tierra era el dueiio de esta otra,
juró cerrando el puño, a los que se reían de él, que don
Vicen- te Cuevas “; había de ser algo!” Y lo fue todo, hasta
esposo de Clotilde. Todo esto se cuenta en el libro, que
parece una mueca hecha con los labios ensangrentados.
Cuéntase cómo se va en Cuba de Cuevas a Coveo; cómo se
enriquecen, a robo limpio y cara de ja- lea, los empleados;
cómo chupan, obstruyen y burlan al país, que
pasa en la sombra discreta de la novela como una
procesión de fantasmas lívidos y deshuesados; cómo echa
vientre el conde, a la tibia luz de su casa voluptuosa de
soltero, entre cocheros y poetas celestinos; cómo sobre el
ataúd caliente de la vana mujer que da la beldad de su
hija a un necio título, engordan- mientras el mayordo- mo
leal muere de pena- el secretario, el general, el
contratista, el canónigo, el coronel, el escritor “patriota”
que hoy atenta, vestido de negro y con bastón de carey,
contra las vidas de aquellos a quienes ayer sirvió, iy tal
vez le lleva y trae flores! Al lado del conde se mueven,
esbozados de propósito con sencillez no exenta de firmeza,
e] portero adulón; el cochero procurador; el buscapié,
servil; el secretario, presuntuoso; los oficinistas,
famélicos; 10s ladrones titulados; la suegra, frívola; la
hija, complaciente. Se ven los mis- terios de oficinas, el
lujo grotesco del advenedizo, el sabio asedio de la casa
rica, nuestras casas y parques, criados y costumbres, vanidades y barraganías, festejos y banquetes. El comer es
parte principal de Mi tío el empleado: come pan
y sardinas en la fonda donde llega; come a Chartreuse
tendido en su casa de soltero, donde luce, bajo un
guardapolvo de cristal, un becerrillo de oro; come a
chaleco abierto, en casa de su suegra di- funta, rodeado
de coroneles y canónigos; come con su secretario a traga
mesas, cuando preside en el teatro, lleno de luces que no
se saben apagar, el festín patriótico: “1 daba gusto ver
comer a aquellos dos hombres!” No parece de veras, aun a
los que todavía llevan el brazo man- chado de cuando se
rozaban con ellos por las calles, que esos entes cómicos,
sobre cuyas cabezas flota la tragedia, sean tan des- nudos
de mérito como los pinta, calcándolos del natural, este
libro, que deja una impresión semejante a la que ha de
dejar una bofeta- da. Es un teatro de titeres; de títeres
fúnebres. Y a no ser porque no pueden negarse los ojos a
ver, ni la memoria a recordar, diríase. conforme se va
!eyendo el libro, que sólo en los dominios de la pesa- dilla
pudieran llegar a esa preponderancia, ignorantes y
pícaros ta- les. Hay algo de pantagruélico en aquellos
banquetes,. y de rabele- siano en la risa del libro, no tanto
por voluntad de esté como por
efecto de! modelo monstruoso. El libro, sin ser más que
retrato, pa- rece caricatura; pero precisamente está su
mérito en que, aun en el riesgo de desviar la novela de su
naturaleza, no quiso el autor in- validarla mejorando lo
real en una obra rexiista, cuya esencia y mé- todo es la
observación sino que. hallando caricatura la verdad, la
dejó como era.
Este don de observar es en Meza tan característico, que ha
de constituirle una originalidad poderosa en los libros
donde ya salgan cn sazón las cualidades que, por lo
despacioso de ellas y lo joven de él, se muestran aquí, y
deben mostrarse como en agraz; porque no es esa
observación común que copia lo que ve, como la fotogra-
fía, sino otra implacable y casi ceñuda, que realza su
poder con su justicia, Y parece que brega a brazo con su
objeto hasta que lo deja por tierra sin la vida que le toma
para su descripción; es como ciertos pintores, que no
dibujan con lápices, sino con púas de acero. Achica de
propósito. sus personajes ruines con lo mínimo de sus
detalles, como el que se entretiene en sacar flores,
pompones y tufos a un perro de lanas. No dice “iese es!“,
porque pudieran no creerle;
sino hace que el personaje diga “iyo soy!” Y lo que sin
duda contribuye a’ dar ese aire de parodia a la copia
intencionada de lo natural, no es que quite de este o le
añada sin justa proporción, o le suponga; sino que al
condensar en tipo enérgico las condiciones en que los de
su casta se distin- guen, aparecen de bulto y como
magnificadas las picardías, que se ven menos cuando
andan repartidas por la especie y mezcladas en el
concierto usual de desvergüenzas y virtudes. Ni se le
habría de censurar que tuviese por genio propio el de la
caricatura, que cs modo eficaz de hacer visible el defecto
por su exageración. El
arte sienta a su mesa a Daumier y a Hogarth. Y ien qué
esti! o está escrito todo eso? En .un estilo intenso y
laborioso, aunque enlrabado por el ejemplo de las
grandes novelas espariolas, donde en salvo algo de
Pereda y en casi todo lo de Pa- lacio Valdés, no se procura
aquella belleza superior que viene al lenguaje, de
expresar directamente y sin asomos de literatura, la
pasión, la esencia y e] concepto, graduando acentos y
escalonando cláusulas de modo que vayan siendo
confirmación del sentido, y acabe la írase musical donde
acaba la lógica; sino aquella otra per- fección del
remiendo parecida a las flores de paño que adornaban la
chaqueta con que vino a Cuba don Vicente. Cuevas, que
encasaca y deforma con giros desproporcionados y
violentos la fecunda beldad de la idea libre, y en vez de
realzar su gracia con el donaire suelto de la ttinica, la
emperifolla, afeita y endominga, como sesentona llena de
moños y cintajos. -En ese repulgo de la frase, así como en
lo minucioso de la descripción y uso frecuente del sueño
simbólico, se t: e el influjo de los autores que están
poniendo ahora en lengua académica, por métodos
ingleses y franceses, las cosas de España. Pero los
defectos mismos de nimiedad y cargazón que, en las
descrip- ciones sobre todo, pudieran censurarse en el
lenguaje de Mi tio el
~T~ 7~/~ l~~ do. no son defectos realmente. sino
abundancia de condicio- nes. por donde se revela, con el
exceso propio de la juventud, la I’~ SI~ II esencial del
artista por la verdad v el color. Ya podara îcljcti\. os,
evitará asonancias, agrupará mat; ces y cuidará pronom-
bres. F. 1 estilo, más que en la forma, est5 en las
condiciones perso- :! ales que han de expresarse por ellas.
El que ajuste su pensamiento a su forma, como una baja
de cxspada a la vaina. ese tiene estilo. El que cubra la
vaina de papel o de cordones de oro, no hará por eso de
mejor temple la hoja. El \. crw w improvisa pero la prosa
no: la prosa viene con los años. \‘ a Meza sobresale por 511
honrado v constante deseo de emplear la palabra propia,
necesaria y gráfica; pero lo que anuncia en él al escritor
no es esta caza del vocablo, aunque sin ella no hay belleza
durable cn la literatura. sino la determinación de
subordinar el len- guaje al concepto, el don de ver en
conjunto y expresar fielmente. la capacidad de ccmponcr
un plan vasto, con sus caracteres, inciden- tes y colores, y
la firmeza indispensable para conducirlos al fin propuesto, no cnseñ6ndose a cada paso a que le vean la
imagen rica o la frase bien cortada, sino como olvidado
de sí, y guiando la ac- cibn desde afuera. Pero más
notable que la facultad de componer, ci mérito de desaparecer dc su libro, y el reposo, intencibn y sobriedad con
que todo é! estll concebido y ejecutado, es aquel como
fiero pensamien- to y grave melancolía que da a su c. histe
la fuerza de la sátira. Hay ojos celltclleantes bajo esa
careta pintarrajeada. En ese silbato chasquea un litigo.
Ese conde que no lleva a ,Cuba a Clotilde tiene las
espaldas listadas de negro, como los vestidos de los
presidia- rios. Ese es el chiste viril, el chiste útil, el único
chiste que está hoy permitido cn Cuba a los hombres
honrados. Las épocas de cons- truccibn, en las que todos
los hombres son pocos; las épocas amasa- das con sangre
y que pudieran volver a anegarse con ella, quieren algo
más de la gente de honor que el chiste de corrillo y la
litera- tllrá de café, empleo indigno de los talentos
ievantados. La gracia es de buena literatura; pero donde
se vive sin decoro, hasta que se le conquiste, no tiene
nadie el derecho de valerse de la gracia sino
corno arma para conquistarla. A Níobe no se le debe
poner collar de cascabeles. A Cristo no le puede poner en
la mano una sonaja. La gacetilla no es digna del pais que
acaba de salir de la epopeya. EI Aoisodor Cuhann, Nueva
York, 25 de abril de 1888 0. c., t. 5, p 125129.
HEREDIA’ No por ser compatriota nuestro un poeta lo
hemos de poner por sobre todos los demás; ni lo hemos de
deprimir, desagradecidos o envidiosos, por el pecado de
nacer en nuestra patria. Mejor sirve a la patria quien le
dice la verdad y le educa el gusto que el que exagera el
mérito de sus hombres famosos. Ni se ha de adorar idolos,
ni de descabezar estatuas. Pero nuestro Heredia no tiene
que temer del tiempo: su poesía perdura, grandiosa y
eminente, entre los defectos que le puso su época .y las
imitaciones con que se adiestraba !a. mano, como
aquellas plrámides antiguas que im- peran en la dlvlna
soledad, irguiendo sobre el polvo del amasijo
desmoronado sus piedras colosales. Y aun cuando se
negase al poeta, puesto que el negar parece ser el placer
más grato al hombre, las dotes maravillosas por que,
después de una crítica austera, asegura su puesto en las
cumbres humanas, iquién resiste al en- canto de aquella
vida atormentada y épica, donde supieron conciliar- SC la
pasión y la virtud, anheloso de niño, héroe de
adolescente, pronto a hacer del mar caballo, para ir
“armado de hierro y ven- ganza” a morir por la libertad
en un féretro glorioso, llorado por las bellas, y muerto al
fin de frío de alma, en brazos de amigos extranjeros,
sedientos los labios, despedazado el corazón, bañado de
lágrimas el rostro, tendiendo en vano los brazos a la
patria? $Iucho han de perdonar los que en ella pueden
vivir a los que sa-
ben morir sin ella! Ya desde la niñez precocisima lo
turbaba la ambición de igua- larse con los poetas y los
héroes: por cartilla tuvo a Homero; por gramática a
Montesquieu, por maestro a su padre, por dama a la
hermosura, y por sobre todo, el juicio; mas no aquel que
consiste en ordenar las pasiones cautamente, y practicar
la virtud en cuanto no estorbe a los goces de la vida, sino
aquel otro que no lo parece, por serlo sumo, y es el de dar
libre empleo a las fuerzas del alma-- que con ser como son
ya traen impuesto el deber de ejerci-
l Ver tambkn en eâte mismo tomo, p. 404, el discurso en
honor del poeta, pro- nunciado por Marti en Hnrdman
Hall, Nueva York, el 30 de noviembre de 1889.
226 /ose .MUffl OBRAS ESCOGIDAS T II 227 tarse- y saber
a la vez echarlas al viento como halcones, y enfre- narlas
luego. No le pareció, al leer a Plutarco en latin, que
cuando había en una tierra hecha para la felicidad
esclavos azotados y amos impios, estuviese aún completo
el libro de las Vidas, ni cumplido
el plan del mundo, que comprende la belleza moral en la
fisica, y no ve en esta sino el anuncio imperativo de
aquella: así que, antes de llevarse la mano al bozo, se la
llevó al cinto. Salvó su vida y calmó su ansiedad en el
asilo que por pocos días le ofreció la inol- vidable Emilia.
Llora de furor al ver el pais de nieves donde ha de vivir,
por no saber amar con mesura su país de luz. Lo llama
México, que siempre tuvo corazones de oro, y brazos sin
espinas, donde se ampara sin miedo al extranjero. Pero ni
la amistad de Torne], ni la compañía de Quintana Roo, ni
el teatro de Garay, ni la belleza fugaz de Maria Pautet, ni
el hogar agitado del destie- rro, ni la ambición literaria,
que en el país ajeno se entibia y vuelve recelosa, ni el
pasmo mismo de la naturaleza, pudieron dar más que
consuelo momentáneo a aquella alma “abrasada de
amor” que pedía en vano amante, y paseaba sombrío por
el mundo, sin su
esposa ideal y sin los héroes. Aquel maestro de historia,
aquel periodista sesudo, aquel politice ardiente, aquel
juez atildado, con una mano opinaba en los pleitos, y con
la otra se echaba atrás las lágrimas. En el sol, en la noche,
en la tormenta, en la lluvia nocturna, en el océano, en el
aire libre, buscaba frenético, mas siempre dueño de si, sus
hermanos naturales. Disciplinaba el alma fogosa con los
quehaceres nimios de la abo- gacía. Su poesía, marcial
primero y reprimida después, acabó en desesperada. Más
de una vez quiso saber cómo se salia pronto de la vida.
Pide paz a los árboles, sueño a la fatiga, gloria al hombre,
amor a la luna. Aborrece la tiranía, y adora la libertad.
Arreglando tragedias, nutre en vez de apagar su fuego
trágico. Borra con sus lágrimas la sangre que en la
carrera loca sacó con la espuela al ijar de su caballo.
iQuién le apaciguará el corazón? <Dónde se asilará la
virtud? El exceso de vida le agobia; vive condenado a
efectos estériles; jamás iinfeliz! ser correspondido por la
que ama. De no- che, sobre un monte, descubierta la
cabeza, alza la frente en la
tempestad. INo se irá de la vida sin haber sembrado el
laurel que quiere para su tumba ! Aquietará SLI espíritu
desolado con el frescor de la lluvia nocturna, pero donde
se oiga, a los pies de una mujer, bramar el mar y rugir el
trueno. Y murió, grande como era, de no poder ser
grande.
Porque uno de los elementos principales de su genio fue el
amor a la gloria, en que los hombres suelen hallar
consuelos com- parables al dolor de quien nada espera de
ella: su poesía resplan- dece, desmaya o angustia, según
vea las coronas sobre su cabeza o fuera de su mano: busca
sin éxito, ya desalentado, poesía nueva por cauces más
tranquilos: su lira es de las batallas, del amor “tremendo”, del horror “grato”, “bello” y “augusto”. Del país
profa- nado en que le tocó nacer, y exaltó desde la
infancia SLI alma siem-
pre dispuesta a la pasión, buscó amparo en la grandeza
de su tiem- po, reciente aún de la última renovación de la
humanidad, donde, como bordas de fuego de un mar
torvo, cantaba Byron y peleaban Napoleón y Bolívar.
Grecia y Roma, que le eran familiares por su cultura
clásica, reflorecían en los pueblos europeos, desde el trágico que acababa de imitarlas en Italia al inglés que
había de ir a morir en Misolonghi; en los mismos Estados
Unidos, donde Washing- ton acababa de vencer, Bryant
canta a Tesalia, y Halleck celebra a Bozzaris. Pero ya
tenia para entonces su poesía, a más del estro Ígneo, la
majestad que debió poner en ella la contemplación, entre
helénica por lo armoniosa y asiática por el lujo, de la
hermosura de los países americanos donde vivió en su
niñez; de aquel monte del .4vila y valles caraqueños, con
el cielo que viene a dormir de noche sobre los techos de las
casas; de aquellas cumbres y altiplanicies mexicanas,
modelo de sublimidad, que hinchan el pecho de melancolía e imperio; de Santo Domingo, donde corre el
fuego por las venas de los árboles, y son más las flores
que las hojas; de Cuba, velada lay! por tantas almas
segadas en flor, donde tiene la natu-
raleza la gracia de la doncellez y la frescura del beso.
Pero nada pudo tanto en su genio como aquella ansia
inextingui- ble de amor, que con los de la tierra crecía,
por ir demostrando cada uno lo amargo de nacer con una
sed que no se puede apagar en este mundo. No cesan las
hermosuras en cuanto habla de amo- res. Hay todavia
“Lesbias” y “Filenos”; pero ya dice “pañuelo” en
verso, antes que de Vigny. Cuando se prepara a la guerra,
cuando describe el sol, cuando contempla el Niágara,
piensa en los tira- nos, para decir otra vez que los odia, y
en la mujer a quien ha de amar. Es la lava viva, y agonía
que da piedad. Del amor padece hasta retorcerse. El amor
es “furioso”. Llora llanto de fuego. Aquella mujer es
“divina y funesta”. Una bailarina le arranca acen- tos
pindáricos, una bailarina “que tiende los brazos
delicados, mos- trando los tesoros de su seno”. No teme
caer en alguna puerilidad amatoria de que se alza en un
vuelo a la belleza pura, ni mostrarse como está, mísero de
amor, postrado, desdeñado: lcomo viviría él en un rincón
“con ella y la virtud”! Y era siempre un amor caballeresco, aun en los mayores arrebatos. Para su verso era
su co- razón despedazado; pero salía a la vida sereno,
domador de si mismo. Acaso hoy, o por desmerecimiento
de la mujer, o por mayor realidad y tristeza de nuestra
vida, no nos sea posible amar así: la pasión es ahora
poca, o sale hueca al verso, o gusta de satisfa- cerse por
los rincones. Tal fue su genio, contristado por la zozobra
inevitable en quien tiene que vivir de los frutos de su
espíritu en tierras extrañas. Así amó él a la mujer, no
como tentación que quita bríos para las obligaciones de la
vida, sino como sazón y pináculo de la glo- ria, que es
toda vanidad y dolor cuando no le da sangre y luz el beso.
Así quiso a la libertad, patricia más que francesa. Así a
los pueblos que combaten. y a los caudillos que postran a
los déspotas.
228 losi .\ farfi OBRAS ESCOGIDAS T II 229 Así a los
indios infelices, por quienes se le ve siempre traspa$ ado
de ternura, y de horror por los “hombres feroces” que
contuvieron y desviaron la civilización del mundo,
alzaron a su paso montones de cadáveres, para que se
yieran sobre sus cruces. Pero eso, otros lo pudieron amar
como él. Lo que es suyo, lo herédico, es esa tonante
condición de su espíritu que da como beldad imperial a
cuanto en momentos felices toca con su mano, y difunde
por sus magníficas estrofas un poder y esplendor
semejantes a los de las obras más bellas de la Naturaleza.
Esa alma que SC consume, ese movimiento a la vez
arrebatado y armonioso, ese lenguaje que centellea como
la bóveda celeste, ese período que se desata como una
capa de ba- talla y se pliega como un manto real, eso es lo
herédico, y el licito desorden, grato en la obra del hombre
como en la del Universo, que no consiste en echar peñas
abajo o nubes arriba la fantasía, ni en simular con
artificio poco visible el trastorno lírico, ni en poner g!
obos de imágenes sobre hormigas de pensamiento, sino
en alzarse de súbito sobre la tierra sin sacar de ella las
raíces, como ei monte que la encumbra o el bosque que la
interrumpe de improviso, a que el aire la oree, la argente
la lluvia, y la consagre y despedace et rayo. Eso es lo
herédico, y la imagen a la vez esmaltada y de re- lieve, y
aquella frase imperiosa y fulgurante, y modo de disponer
como una bataila la oda, por donde Heredia tiene un solo
semejante en !iteratura, que es Bolívar. Olmedo, que
cantó a Bolívar mejor que Heredia, no es el primer poeta
americano. El primer poeta de América es Heredia. Sólo
él ha puesto en sus versos la sublimidad, pompa y fuego
de su naturaleza. El es volcánico como sus entrañas, y
sereno como sus alturas.
Ni todos sus asuntos fueron felices y propios de su genio;
ni se igualó con Píndaro cuantas veces se lo propuso; ni es
el mismo cuan- do imita, que no es tanto como parece, o
cuando vacila, que es poco, o cuando trata temas ilanos,
que cuando en alas de la pasión deja ir el verso sin moldes
ni recamos, ni más guía que el águila; ni cabe comparar
con sus odas al Niágara, al Teocali de Cholula, al sol, al
mar, o sus epístolas a Emilia y Elpino y la estancia sexta
de los Placeres de la Melancolía, ios poemas que escribió
más larde pen- sando en Young y en Delille, y como émulo
de Voltaire y Lucrecia más apasionado que dichoso; ni
campea en las composiciones rima- das, sobre todo en las
menores, con la soberanía de aquellos cantos rn que
celebra en verso suelto al influjo de las hermosas, el amor
de la patria y las maravillas naturales. Suele ser verboso.
Tiene versos rel! enos de adjetivos. Cae en los defectos
propios de aquellos
tiempos en que a! sentimiento se decía sensibilidad: hay
en casi todas sus páginas versos dbbiles, desinencias
cercanas, asonantes seguidos, expresiones descuidadas,
acentos mal dispuestos, diptongos ásperos, aliteraciones
duras: esa es la diferencia que hay entre un bosque y un
jardín: en el jardín todo está pulido, podado, enarena- do,
como para morada de la flor y deleite del jardinero:
iquién osa entrar en un bosque con el mandil y las
podaderas?
El lenguaje de Heredia es otra de sus grandezas, a pesar
de esos deiectos que no han de excusársele, a no ser
porque estaban consentidos en su tiempo, y aun se tenían
por gala: porque a la poesia, que es arte, no vale
disculparla con que es patriótica o fi- losófica, sino que ha
de resistir como el bronce y vibrar como la porcelana: y
bien pudo Heíedia evitar en su obra entera lo que evi- tó
en aquellos pasajes donde despliega con todo su lujo su
estrofa amplia, en que no cuelgan las imágenes como
dijes, sino que ‘Jan
con el pensamiento, como en el diamante va la luz, y
producen por su nobleza, variedad y rapidez la emoción
homérica. Los cuadros se suceden. El verso triunfa. No
van los versos encasacados, adon- de los quiere llevar el
poeta de gabinete, ni forjados a martillo, aunque sea de
cíclope, sino que le nacen del alma con manto y co- rona.
Es directo y limpio como la prosa aquel verso llameante,
ágil y oratorio, que ya pinte, ya describa, ya fulmine, ya
narre, ya evoque, se desata o enfrena al poder de una
censura sabia y viva, que con mas ímpetu y verdad que la
de Quintana, remonta la poesía, como quien la echa al
cielo de un bote, o la sujeta súbito, como au- riga que dé
un reclamo para la cuadriga. La estrofa se va tendien- do
como la llanura, encrespando como el mar combando
como el cie- lo. Si desciende, es como una exhalación.
Suele rielar como la luna; pero más a menudo se extingue
como el sol poniente, entre carmines vívidos y negrura
pavorosa. I\; unca falta, por supuesto, quien sin mirar en
las raices de cada persona poética, ni pensar que los que
vienen de igual raíz han de enseñarlo en la hoja, tenga
por imitación o idolatría el parecimiento de un poeta con
otro que le sea análogo por el carác- ter, las fuentes de la
educación o la naturaleza del genio: como si el roble que
nace en Pekín hubiera de venir del de Aranjuez, porque
‘hay un robledal en Aranjuez. Así, por apariencias, llegan
los ob- servadores malignos o noveles a ver copia servil
donde no hay más que frita1 semejanza. Ní Heredia ni
nadie se libra de su tiempo, que por mil modos, sutiles
influye en la mente, y dicta, sentado donde no se le puede
ver ni resistir, primera prosa. los primeros sentimientos,
la Tan ganosa de altos amigos está siempre el alma
poética, y tan necesitada de !a beldad, que apenas la ve
asomar, se va tras ella, y revela por la dirección de los
primeros pasos la hermosura a quien sigue, que suele ser
menor que aquella que des- pierta. De estos impulsos
viene vibrando el genio, como mar de ondas sonoras, de
Homero a Whitman. Y por eso, y por algunas imitaciones
confesas, muy por debajo de lo suyo original, ha po- dido
decirse de ligero que Heredia fuese imitador de este o
aquei, y en especíai de Byron, cuando lo cierto es que la
pasión soberbia de este no se avenía con la más noble de
Heredia; ni en los asuntos que trataron en comlin hay la
menor semejanza esencial; ni cabe en juicio sano tener en
menos las maravillas de la “Tempestad” que las estrofas
que Byron compuso “durante una tormenta”: ni en el “No
me recuerdes”, que es muy bello, hay arranques que
puedan compa-
rarse con el ansia amorosa del “Desamor”, y aun de “El
rizo de pl0”; ni por los paises en que vivi& v lo infeliz de su
raza en aquel tiempo, podía Heredia, grande por lo
Sincero, tratar los asuntos com- plejos v de universal
interés, vedados por el azar del nacimiento a
quien \‘ iene al mundo donde sólo llega de lejos, perdido y
confuso, el fragor de sus ola5. Porque es el dolor de los
cubanos, y de todos los hispanoamericanos que aunque
hereden por el estudio y aqui- laten con su talento natural
las esperanzas e ideas del universo. como es muy otro el
que se mueve bajo sus pies que el que. llevan en la cabeza,
no tienen ambiente ni raíces ni derecho propio para opinar en las cosas que más les conmueven e interesan, y
parecen ridículos e intrusos si, de un país rudimentario,
pretenden entrarse con gran voz por los asuntos de la
humanidad, que son los del día en aquellos pueblos donde
no están en las primeras letras como nosotros, sino en
toda su animación y fuerza. Es como ir coronado
de rayos y calzado con borceguíes. Este es de veras un
dolor mortal, y un motivo de tristeza infinita. A Heredia
le sobraron alientos y le faltó mundo. Esto no es juicio,
sino unas cuantas líneas para acompañar un
retrato. Pero si no hay espacio para analizar, por su
poder y el de los accidentes que se lo estimularon o
torcieron, el vigor primiti- vo, elementos nuevos y
curiosos, y formas varias de aquel genio poético que puso
en sus cantos, sin más superior que la creación, el
movimiento y la luz de sus mayores maravillas, y
descubrió en un pecho cubano el secreto perdido que en
las primicias del mundo dio sublimidad a la epopeya,
antes le faltaría calor al corazón que orgullo y
agradecimiento para recordar que fue hijo de Cuba aquel
de cuvos labios salieron algunos de los acentos más bellos
que haya modulado la voz del hombre, aquel que murió
joven, fuera de la patria que quiso redimir, del dolor de
buscar en vano en el mundo
el amor y la virtud. El Economista Americano, Nueva
York, julio de 1888 0. c., t. 5. p, 133- 139.
?A LOS ESTADOS UNIDOS? ’ Pasa en los juicios que se
publican sobre los pueblos lo que a los hombres de poca
edad con las mujeres que los deslumbran por su hermosa
apariencia, sin ver que puede una serpiente vivir
escondida en la misma concha que parece morada de la
perla. Los mozos son así, y aun los que no son mozos en
edad, sino en juicio, aun cuando este parezca maduro por
las gracias de la forma en que se expresa. Toman lo
pintoresco por esencial. y los detalles aisla- dos y
simpáticos por las entrañas, que suelen ser muy diversas;
como quien ve a una mujer de ojos limpios y cutis de rosa,
vestida de en- cajes como podría una hada, y supone que
aquella seráfica Geldad, que es acaso una Manón
irredimible, alberga una hermosura seme- jante en el
espíritu. A los pueblos se les ha de estudiar dos veces,
como a las mujeres. El frívolo se contenta con las
impresiones, so- bre todo si son de su agrado o
concuerdan con su disposición per- sonal. El que sabe que
la pluma se debe mojar en la sangre de la verdad, aunque
nos salga del costado, deja pasar los primeros va- pores
de la impresión, y escribe después del estudio doloroso de
lo real, sin que la simpatía injusta lo ponga ciego para
cuanto no le sea grato, ni desluzca sus opiniones la
antipatía, que es debilidad indigna de cuantos aspiran a
enviar su voz con algún influjo sobre los hombres. Y eso
no va dicho por casualidad, sino porque en lo que se escribe ahora por nuestra América imperan dos modas,
igualmente dañinas, una de las cuales es presentar como
la casa de las maravi- llas y la flor del mundo a estos
Estados Unidos, que no lo son para quien sabe ver; y otra
propalar la justicia y conveniencia de la pre- ponderancia
del espiritu español en los paises hispanoamericanos, que
en eso mismo están probando precisamente que no han
dejado aún de ser colonias. Por supuesto que esto no pasa
de ciertas capas mentales, y ni una ni otra propaganda
interesan hasta ahora más que a Ia gente rudimentaria y
juvenil de aquellos pueblos de nues-
* Ante la imposibilidad de consultar El Economista
Americano, fuente original de este trabajo (v. referencia
en las Obras completas), lo ubicamos según SU fecha de
composición, julio de 1888.
tra .4mérica donde, precisamente por el amor escesivo a
la novedad extraña de los Estados Unidos. o a la vejez de
las cosas espaiiolas, no se han desenvuelto como en
algunas otras repúblicas nuestras, la riqueza y la po!
ítica. Pero de lejos se ve poco; y como la literatura tiene la
capa ancha y cubre más a menudo lo lrgero, qtre no
cuesta trabajo ni fa? iga mucho el pensamiento del que
lee, que aquello que toma su peso del conocimiento de la
vida y exige mayor atención del lector, sucede que una y
otra idea, la americana y la española, hacen mas camino
del que debieran entre los lectores sencillos y la juventud
impresionable, mucha parte de la cual por la falsa
golosina de este pafs qtie la pintan de miel y oro trueca
insensata la única vida útil, que es la que trata de cumplir
el deber de hombre en el país natal, por la mezquina y
secundaria empresa de procurarse en tierra extraña una
fortuna pecuniaria que casi nunca llega a más de lo
estrictamente necesario para el sustento. El hombre joven
se debe a su patria.
Julio. 1888. La Doctrina de Martí, Nueva York, 15 de
agosto de 1897 0. C., t. 28, p. 289- 290.
A RAFAEL SERRA’ New York, 22 de septiembre de 1888
Sr. Rafael Serra Señor y amigo:
Varios compatriotas nuestros nos han demostrado deseos
vivos de recordar con reunión pública nuestro Diez de
Octubre, y es cla- ro que no cabe duda de que debemos
recordarlo con el fervor y lealtad que nuestra fecha
sagrada merece; pero una reunión tal no debe na- cer de
la voluntad de un grupo aislado de cubanos, ni servir a
fines menores que la ,grandeza y majestad del día, ni
parecer que les
sirve, sino que, siendo como es nuestro día patrio
propiedad igual de cuantos fuimos redimidos por él,
conviene que nos juntemos los que nos ocupamos más
activamente en las cosas de nuestro país, para que el
honor de celebrar el Diez de Octubre nazca de todos, y sea
igual para todos, sin que haya de costar a nadie sacrificio
alguno. Vd. es de los que honran a su patria, por su leal
consagración a sus asuntos y desdichas. Así es que por
nosotros mismos, sin más derecho que el de haber nacido
en nuestra tierra, y por otros cubanos que desean lo
hagamos en su nombre, rogamos a Vd. se sirva concurrir
el martes 25 a las 8 v media de la noche, a la casa numero
430 Oeste, calle 58, primer piso, entre 9na y loma
avenidas, para acordar, en reunión de nuestros
compatriotas más activos, cuál será la mejor manera de
celebrar, sin parcialidades, ni olvidos, ni pensamientos
secretos, nuestro Diez de Octubre. Quedamos,
estimándole y sirviéndole, sus compatriotas y amigos,
JOSE MARTI RAFAEL DE C. PALOMINO DR. M. PARRAGA
FELIX FUENTES
0. C., t. 1, p. 226. * Una carta igual, dirigida al director de
El Avisador Cubano, de Nue\ fa YO!%, fue publicada en
este periódico el 3 de octubre de 1888.
OBRAS ESCOGIDAS T II 235 CÉSPEDES Y AGRAMONTE
El extraño puede escribir estos nombres sin temblar, o el
pe- dante, o el ambicioso: el buen cubano, no. De Céspedes
el impetu, y de Agramonte la virtud. El uno es como el
volcán, que viene, tre- mendo e imperfecto, de las
entrañas de la tierra: y el otro es como el espacio azul que
10 corona. De Céspedes el arrebato, y de Agra- monte la
purificación. El uno desafía, con autoridad como de rey; y
con fuerza como de la luz, el otro vence. Vendrá la
historia, con sus pasiones y justicias; y cuando los haya
mordido y recortado a su sabor, aún quedará en el
arranque del uno y en la dignidad del otro, asunto para la
epopeya. Las palabras pomposas son innece- sarias para
hablar de los hombres sublimes. Otros hagan, y en otra
ocasión, la cuenta de los yerros, que nunca será tanta
como la de
las grandezas. Hoy es fiesta, y lo que queremos es
volverlos a ver, al uno en pie, audaz y magnifico, dictando
de un ademán, al disi- parse la noche, la creación de un
pueblo libre, y al otro tendido en sus últimas ropas,
cruzado del látigo el rostro angélico, vencedor aun en la
muerte. iAún se puede vivir, puesto que vivieron a
nuestros ojos hombres tales!
Es preciso haberse echado alguna vez un pueblo a los
hombros, para saber cuál fue la fortaleza del que, sin más
armas que un bastón de carey con puño de oro, decidió,
cara a cara de una na- ción implacable, quitarle para la
libertad su posesión más infe- liz, como quien quita a una
tigre su último cachorro. iTal majes- tad debe inundar el
alma entonces, que bien puede ser que el hombre ciegue
con ella! CQuién no conoce nuestros días de cuna?
Nuestra espalda era llagas, y nuestro rostro recreo
favorito de la mano del
tirano. Ya no había paciencia para más tributos, ni
mejillas para más bofetones. Hervía la Isla. Vacilaba La
Habana. Las Villas volvían los ojos a Occidente. Piafaba
Santiago indeciso. “< Lacayos, lacayos!” escribe al
Camagüey Ignacio Agramonte desconsolado. Pero en
Bayamo rebosaba la ira. La logia bayamesa juntaba en
su círculo secreto, reconocido como autoridad por
Manzanillo y Holguín; y Jiguani y las Tunas, a los
abogados y propietarios de la comarca, a Marcos y
Figuer> dos, a Milaneses y Céspedes, a Palmas y Estra-
das, a Aguilera, presidente por su cauda1 y su bondad, y a
un mo- reno albañil, al noble Garcia. En la piedra en
bruto trabajan a la \‘ ez tas dos manos, la blanca y la
negra: iseque Dios la primera mano que se levante contra
la otra! No cabía duda, no; era preciso alzarse en guerra.
Y no se sabia cómo, ni con qué ayuda, ni cuándo se
decidiría La Habana, de donde volvió descorazonado
Pedro Figue- redo; cuando por Manzanillo, en cuyos
consejos dominaba Céspedes, lo buscan por guía los que le
ven centellear los ojos. iLa tierra se alza en montañas, y
en estos hombres los pueblos! Tal vez Bayamo desea más
tiempo; aún no se decide la junta de la logia; iacaso
esperen a decidirse cuando tengan al cuello al enemigo
vigilante! <Que un alzamiento es como un encaje, que se
borda a la luz hasta
que no queda una hebra suelta? Si no lo arrastramos,
jamás se de- terminarán! Y tras unos instantes de
silencio, en que los héroes ba- jaron la cabeza para
ocultar sus lágrimas solemnes, aquel pleitista, aquel amo
de hombres, aquel negociante revoltoso, se levantó como
por increíble claridad transfigurado. Y no fue más grande
cuando proclamó a su patria libre, sino cuando reunió a
sus siervos y los llamó a sus brazos como hermanos. La
voz cunde: acuden con sus siervos libres y con sus amigos
los conspiradores, que, admirados por su atrevimiento,
aclaman jefe a Céspedes en el potrero de Mabay; caen
bajo Mármol Jiguaní y Holguin; con Céspedes a la cabeza
adelanta Marcano sobre Bayamo; las armas son
machetes de buen filo, rifles de cazoleta, y pistolo- nes
comidos de herrumbre, atados al cabo por tiras de
majagua. Ya ciñen a Bayamo, donde vacila el
Gobernador, que los cree le- vantados en apoyo de su
amigo Prim. Y era el diecinueve por la mañana, en todo el
brillo del sol, cuando la cabalgata libertadora pasa en
orden el rio, que pareció más ancho. 1No es batalla, sino
fiesta! Los más pacíficos salen a unírseles, y sus esclavos
con ellos; viene a su encuentro la caballería española, y
de un mache- tazo desbarban al jefe; llévansefo en brazos
al refugio del cuartel sus soldados despavoridos. Con
piedras cubiertas de algodón en- cendido prenden los
cubanos el techo del cuartel ocupado en pe- tróleo, a falta
de bombas. La guarnición se rinde, y con la espada a la
cintura pasa por las calles entre las filas del vencedor
respetuo- so. Céspedes ha organizado el Ayuntamiento, se
ha titulado Capitán General, ha decidido con su empeño
que el préstamo inevitable sea voluntario y no forzoso, ha
arreglado en cuatro negociados la ad- ministración,
escribe a los pueblos que acaba de nacer la República de
Cuba, escoge para miembros del Municipio a varios
españoles. Pone en paz a los celosos; con los indiferentes
es magnánimo; con- firma su mando por la serenidad con
que lo ejerce. Es humano y conciliador. Es firme y suave.
Cree que su pueblo va en él, y como ha sido el primero en
obrar, se ve como con derechos propios y personales,
como con derechos de padre, sobre su obra. Asistió en lo
interior de su mente al misterio divino del nacimiento de
un pueblo en la voluntad de
236 Jose Marfi OBRAS ESCOGIDAS T II 237 un hombre, y
no se ve como mortal, capaz de yerros y obediencia, sino
como monarca de la libertad, que ha entrado vivo en el
cielo de los redentores. No le parece que tengan derecho a
aconsejarle los que no tuvieron decisión para precederle.
Se mira como sagrado, y no duda de que deba imperar su
juicio. Tal vez no atiende a que él es como el árbo! más
alto del monte; pero que sin el monte no puede erguirse el
árbol. Jamás se le vuelve a ver como en aquellos días de
autoridad plena; porque los hombres de fuerza original
sólo la enseñan integra cuando la pueden ejercer sin
trabas. Cuando el monte se le echa encima; cuando
comienza a ver que la revolución es algo m5s que el
alzamiento de las aldeas patriarcales; cuando la juventud
apostólica le sale con las tablas de la ley al paso; cuando
inclina la cabeza, con penas de martirio, ante los
inesperados cola- boradores,- es acaso tan grande, dado
el concepto que tenía de sí,
como cuando decide, en la soledad épica, guiar a su
pueblo informe a la libertad por métodos rudimentarios,
como cuando en el júbilo del triunfo no venga la sangre
cubana vertida por España en la cabeza de los españoles,
sino que los sienta a su lado en el Gobier- no, con el genio
del hombre de Estado. Luego se oscurece: se con- sidwa
como desposeído de lo que le pareció suyo por fuerza de
con- quista; se reserva arrogante la energía que no le
dejan ejercer. sin más ley que la de su fe ciega en la unión
impuesta por obra sobre- natural entre su persona y la
República; pero jamás, en su choza de guano, deja de ser
el hombre majestuoso que siente e impone la dignidad de
la patria. Baja de la presidencia cuando se lo manda el
pais, y muere disparando sus últimas balas contra el
enemigo, con la mano que acaba de escribir sobre una
mesa rústica versos de tema sublime. iMañana, mañana
sabremos si *por sus vías bruscas y originales
hubiéramos llegado a la libertad antes que por las de sus
émulos; si los medios que sugirió el patriotismo por el
miedo de un César,
no han sido los que pusieron a la patria, creada por el
héroe, a la merced de los generales de Alejandro; si no fue
Céspedes, de sueños heroicos y trágicas lecturas, el
hombre a la vez refinado y primario, imitador y creador,
personal y nacional, augusto por la bemgnídad y el
acometimiento, en quien chocaron, como en una peña,
despeda- zándola en su primer combate, las ,fuerzas
rudas de un país nuevo! v las aspiraciones que encienden
en la sagrada juventud el cono- Cimiento del mundo libre
y la pasión de la República! En tanto, isé bendito, hombre
de mármol! ?Y aquel del Camagiiey, aquel diamante con
alma de beso? Ama a su Amalia locamente; pero no la
invita a levantar casa sino cuan- do vuelve de sus triunfos
de estudiante en La Habana, convencido de que tienen
todavía mejilla aquellos señores para años: “no valen
para nada ipara nada!” Y a los pocos días de llegar al
Camagüey, la Audiencia lo visita, pasmada de tanta
atitoridad y moderación en abogado tan joven; y por las
cailes dicen: “iese!“; y se siente la pre- sencia de una
majestad, pero jno él, no él! que hasta que su mujer
no le cosió con sus manos la guajira azul para irse a :a
guerra, no creyó que habían comenzado sus bodas. Por su
modestia parecía orgulloso: la frente, en que el cabe- llo
negro encajaba como en su casco, era de seda, blanca y
tersa, como para que la besase la gloria: oia más que
hablaba, aunque tenía la única elocuencia estimable, que
es la que arranca de la limpieza del corazón; se sonrojaba
cuando le ponderaban su mérito: se le humedecían los
ojos cuando pensaba en el heroísmo, o cuan- do sabía de
una desventura, o cuando el amor le besaba la mano: “ile
tengo miedo a tanta felicidad!” Leía despacio, obras
serias. Era un ángel para defender, y un niño para
acariciar. De cuerpo era delgado, y más fino que recio,
aunque de mucha esbeltez. Pero vino la guerra, domó de
la primera embestida la soberbia natural, y se le vio por
la fuerza del cuerpo, la exaltación de la virtud. Era como
si por donde los hombres tienen corazón, tuviera él
estrella. Su luz era así, como la que dan los astros; y al
recordarlo, suelen sus amigos ‘hablar de él con unción,
como se habla .en las noches
claras, y como si llevasen descubierta la cabeza. iAcaso
no hay otro hombre que en grado semejante haya sometido en horas de tumulto su autoridad natural a la de la
patria! iAcaso no haya romance más bello que el de aquel
guerrero, que volvía de sus glorias a descansar, en la casa
de palmas, junto a su novia y su hijo! “iJamás, Amalia,
jamás seré militar cuando aca- be la guerra! Hoy es
grandeza, K macana será crimen. iY te lo juro por él, que
ha nacido libre! ira, Amalia: aquí colgaré mi ri- fle, v alií,
en aquel rincón donde le di el primer beso a mi hijo, colgark mi sable”. Y se inclinaba el héroe, sin más tocador
que los
ojos de su esposa, a que con las tijeras de coserle las dos
mudas de dril en que lucía tan pulcro y hermoso, le
cortase, para estar de gala en el santo de su hijo, los
cabellos largos. ¿Y aquel era el que a paso de gloria
mandaba ei ejercicio de su gente, virgen y gigantesco
como el monte donde escondía la casa de palmas de su
compañera, donde escandia “El Idíiio”? caquel el que
arengaba a sus tropas con voz desconocida, e inflamaba
su patriotismo con arranques y gestos soberanos? <Aquel
el que tenía por entretenimiento sallar tan alto con su
alazán Mambí la cerca,
que se le veía perder el cuerpo en la copa de los árboles?
taque1 el que jamás permite que en la pelea se le adelante
nadie, y cuando le viene en un encuentro el Tigre al
frente, el Tigre jamás vencido brazo a brazo, pica hondo
al Mambí para que no se lo sujeten, y con la espada de
Mayor, y la que le relampaguea en los ojos, tiene e!
machete del Tigre a raya? caquel que cuando le proiana el
espa-
ñol su casa nupcial, se va solo, sin más ejército que
Elpidio Mola, a rondar, mano al cinto, el campamento en
que le tienen cautivos sus amores? jaquel que cuando mil
españoles le llevan preso al amigo, da sobre ellos con
treinta caballos, se les mete. por entre las ancas, y saca al
amigo libre? eaquel que, sin más clencía mili- tar que el
genio, organiza la caballería, rehace el Camagüey deshe-
cho, mantiene en los bosques talleres de guerra, combina
y dirige ataques victoriosos, y se vale de su renombre
para servir con él al prestigio de la ley, cuando era el
único que, acaso con beneplá- cito popular, pudo siempre
desafiarla? ;Aquel era; el amigo de su mulato Ramón
Agüero; el que enseñó a leer a su mulato con la punta del
cuchillo en las hojas de los árboles; el que despedía en
sigilo decoroso sus palabras austeras, y parecía que
curaba como médico cuando censuraba como general; el
que cuando no podía repartir, por ser pocos, los b~ niafos
o la miel, hacía cubalibre con la miel para que alcanzase a
sus oficiales, o Ic daba los buniatos a su caballo, antes que
comérselos él solo; el que ni en sí ni en los demás humilló
nunca al hombre! Pero jamás fue tan grande, ni aun
cuando profanaron su cadáver sus enemigos, como
cuando al oír la censura que hacían del gobierno lento sus
oficiales, deseosos de verlo rey por el poder como lo era
por la virtud, se puso en pie, alarmado y soberbio, con
estatura que no se le había visto hasta entonces, y dijo
estas palabras:-“ iNunca permitiré que se murmure en mi
presencia del Presidente de la República!” iEsos son,
Cuba, tus verdaderos hijos! El Avisndor Cubarlo, Nueva
York, 10 de octubre de 1888 0. C., t. 4, p. 358- 362.
DISCURSOENCONMEMORACION DEL IODEOCTUBRE
Señoras y seña- es:
Brevísimas frases, puesto que hemos empleado tanto
tiempo, por el ardor inevitable del corazón, en dar salida
a las pasiones evocadas por el recuerdo y la presencia de
nuestros héroes, que ya no nos queda, a esta hora
adelantada de la noche, espacio ni oca- sión para rebajar
con frías palabras de análisis, por necesarias que sean,
por indispensables que sean en la época que atraviesa sin
guía fijo ni ideal adecuado nuestro país, el entusiasmo
que inspira a nuestras almas leales, más que el recuerdo
santo de la guerra, la determinación de que una política
incompleta y parcial, floja con los enemigos y despótica
con los propios, no nos arrebate las con- quistas
obtenidas por la grandiosa unión en la muerte, por la
preci- pitación de tiempos, con que la guerra, necesaria
ayer, justa hoy como ayer, probable en todo instante,
restableció en Cuba, con divino calor, el equilibrio
interrumpido por la violacion de todas las leyes
esenciales a la paz estable en las sociedades humanas.
Miente a sabiendas. o yerra por ignorancia o por poco
conocimiento en la ciencia de los pueblos, o por flaqueza
de la voluntad incapaz de las resoluciones que imponen a
los ánimos viriles los casos extremos, el que propale que
la revolución es algo más que una de las formas
de la evolución, que llega a ser indispensable en las horas
de hosti- lidad esencial, para que en el choque súbito SC
depuren y acomoden en condiciones definitivas de vida
los factores opuestos que se de- sehvuelven en comim.
<Pero cómo ha de detenerse ahora a demostrar eso, ni a
censurar la locura de ir dividiendo, en vez de ir juntando,
los elementos necesarios para ella; ni a castigar la
arrogancia de los que aumen- tan con sus prácticas
imperiales los odios de un país que necesita
tanto amor; cómo ha de detenerse ahora en la exposición
de nuestros misterios políticos, y en estudiar el modo de ir
guiándolos por entre ellos, la palabra conmovida, la
palabra arrebatada a casi sobrena- tural trastorno, por
las memorias, bellas como poemas y serenas como juicios
históricos, de este hombre sacerdotal que vio en la hora
de explosión salir de la tierra, como soles de la noche y
columnas de
OBRAS ESCOGIDAS. T. II 241 la soledad, a aquel florón de
héroes? Siente fuerzas de Júpiter el puño al recordar
tantas hazañas, y el pecho estremecido conoce !a furia del
mal y sus tormentos: iacaso se necesita más valor para
mantenerse en esta oscuridad que para volar a imitarlos!
La palabra ha caído en descrédito, porque los débiies, los
vanos y los ambiciosos han abusado de elia. Pero todavía
tiene oficio la palabra, si ha de servir de heraldo al
cumplimiento de !a profecía del 10 de Octubre; si ha de
impedir que a la tirania de un gobierno secular, sucedan
con daño público y beneficio pasajero de una casta, las
tiranias civiles 0 militares, con cuyos estragos suelen
vengar- se 13s metrópolis vencidas de los pueblos nuevos
que han tenido más valor para vencer al opresor que para
extirparse de !a sangre en- venenada los hábitos del sefior
con que la gente soberbia y pedan- tesca antes prepara
que estorba el camino a las cóleras de los humi- llados,
harto justas, y a ios despotismos militares que sobre estas
se fomentan, y con los odios y pequeñeces de los políticos
débiles e intrigantes se mantienen y ayudan. Todavía
tiene oficio la palabra,
si en vez de ir disponiendo, en un país heterogkneo y de
constitu- ción democrática, el triunfo efímero de una
casta arrogante sobre un pueblo hambriento de justicia
real y empleo libre de las fuerzas que le cuesta .tan caro
conseguir, dispone, como aquí disponemos, sin negar con
los actos lo que predicamos con la doctrina, el equilibrio
de los factores inevitables del país y la obra cordial de
todos, para el bienestar común, porque nada menos que
ella, y no seìioríos pue- riles .y libertadores a lo inglés, es
necesario para el triunfo, en el conflicto posible, y para la
paz después del triunfo, y aun para la vida sana de la
patria antes de él. iTodavía tiene oficio la palabra para
recoger de esta noche hermosa, y levantar como
estandarte
blanco, la declaración de que no nos animan odios ciegos
contra el español, ni hemos de continuar esclavizando con
nuestras preocupa- ciones al hombre negro que
redimimos ayer con nuestra bravura, y murió a nuestro
lado, no con menor gloria ni mérito que nosotros, por
conquistar, para ellos y para nosotros, la libertad!
iJamás echa- remos de nuestro !ado, antes llamaremos
con la voz honrada y los brazos de par en par abiertos, al
híjo’de España que nos ayude a reedificar el pueblo que
sus compatriotas destruyen: porque no ha de ser en esa
fortuna menos Cuba qúe los demás pueblos de América,
donde el español no vio la libertad con ojos tibios, ni
hemos de olvidar que si españoles fueron los que nos
sentenciaron a muerte, españoles son los que nos han
dado !a vida!
Y al negro le diremos- porque no hay injtiria en decir
negro- como no la hay en decir blanco- que no está en el
ánimo de los que mantenemos el espíritu de revolución,
permitir que con odios nuevos y desdenes inconvenientes
e indignos de nobIes corazones, se pierdan los beneficios
de aquelia convulsión gloriosa y necesaria, pcrque nada
menos que el ejercicio práctico de ias grandezas de la
guerra fue preciso para reparar y hacer olvidar la
injusticia que la produjo. No nos levantaremos, no, de la
mesa del banquete porque <e va a sentar un negro a ella,
sino que, aplicando a la ley de la politica de ley del amor.
de que da muestra suma y constante la na- turaleza. le
diremos lo que me decía Tomás Estrada Palma hablándome de su negro Fernando: “iEra mi hijo!“; lo qve en la
majestad de ‘; LI rienda de campaña decia Ignacio
Agramonte de su mulato Ramón
.i\ giiero: “Este es mi hermano”. Y a todos les diremos:
Acá en estos irios hay corazones viriles y probados que no
se impacientan por el triunfo ajeno, ni se cansan con la
espera forzosa, ni se deslumbran COJI la osadía vulgar
del despotismo. ni se aturden con las intrigas, ni se dejan
sacar de camino por !a pasión irreflexiva, ni confunden el
sentido con el sentimiento, ni sacriiicarán su patria a una
idea ciega, ni estarán en el destierro ocioso una sola hora,
cuando por la perfección de su propia obra, o la brusca
interrupción de la ajena, o ios insultos re- petidos del
opresor, reluzca el día en que, despertando los bosques
donde cayeron con un iviva Cuba! en los labios, saldrán a
recibirlos con los brazos abiertos aquellas sombras que
protegen, y que prote- gerán siempre a la patria, de la
descomposición que con la ayuda, ique con la complicidad
de sus hijos soberbios y torpes! adelanta a mano fría el
tirano. ;Púdrase de un lado la Isla, o púdrase toda:
aunque eso no ha de ser jamás, porque la tiranía fomenta
las virtu- des que la matan; porque el recuerdo de los
héroes y la urgencia visible de su reaparición desvanece
el influjo de los que no lo saben obedecer en quienes arden
ya por imitarios, porque a nuestras altias
desinteresadas y sinceras, a nuestras almas que son
urnas, que son espadas, que son altares; no llegará jamás
la corrupción! Hoy mismo, evocando recuerdos, me
hablaba nuestro presidente de lo que en Cuba presenció
un ilustre irlandés. Era la noche. Era la victoria. Teas de
jUbilo ciñeron de pronto la hoya donde vigilaba cl
campamento de Calixto García. Iñiguez. Ya se acercan ios
triun- fadores. los que han quitado al contrario tres
cornetas, diecinueve fusiles, ochenta vidas. En la
procesión venía, levantado de codos 5obre su camilla, un
niño glorioso. Traia la pierna atravesada. Era horrenda
la boca de la herida. Parecía enmarañada y negruzca, un
bosque de sangre. El dolor le iba y venia al niño herido, a
Pedro
Vázquez. en olas de muerte pol’ el rostro. Todos lo
rodeaban con ternura. No bajaba la cabeza. No abría el
puño cerrado. Los la- bios, apretados, para que no se le
saliese la queja. Al irlandés le pareció eI niño sublime.
iNosotros somos, y nadie nos podrá arre- batar !a honra
de ser,. nosotros somos como el niño del campamen- io!
Heridos, en la agonía del destierro, tan cerca del hueso
que no nos parece que cuelga más que de un hilo la vida,
ni nos quejarnos, r. i baiamos la cabeza, ni abrimos ei
puño, ni lo volvemos sobre nues- tros í7ermanos que
yerran, ini se lo sacaremos de debajo de ia barba al
enemigo hasta que deje nuestra tierra libre! Nosotros
somos el freno del despotismo futuro, y el único contrario
eficaz y verdadero del despotismo presente. Lo que a otros
se concede, nosotros somos tos oue lo conseguimos.
Nosotros somos espuela, látigo, realidad,
vigia. consuelo. Nosotros unimos lo que otros dividen.
Nosotros no morimos. iNosotros somos las reservas de la
patria! UIVA NO\‘ EDAD EN EDUCACION PUBLICA
PronuncIado en Masonic Temple, Nueva York. el 10 de
octubre de 1888 0. C., t 4, p 227- 232
Los franceses han entendido como nadie lo que quiere
decir educación, porque al educar le dicen ellos elevar,
que es el modo seguro de ir salvando a los pueblos,
cuando la educación no es de esa nominal, retórica e
incompleta, que no da a ‘los hombres, junto con el apetito
de cosas mejores, los medios de satisfacerlo y la fiera
certidumbre de que no hay goce como el de ver de alto la
vida, sin cederle al pan la honra ni hacer objeto principal,
o único, de la vanidad de la riqueza. A los hombres se les
ha de dar a la T: ez a leer a Darwin y a Plutarco. Y en
estos tiempos revueltos urge sobre todo que aquellos que
por su vida trabajósa están siempre cerca de la exaltación
conozcan de dónde les vienen sus males, y cuán
lentamente se elaboran los pueblos, y cómo las justicias
se han de hacer en seco, para que no caigan contra el
justiciador por el modo violento de hacerlas. Se está en
visperas de un mundo nuevo. La ciencia se concilia con el
espíritu. La religión natural va levantándose del mundo
explorado, como un himno. Se llama a recuento, a jubileo
social. El que no tiene más que derechos, se encara,
decidido a vencer, con el que se burla de ello, y prospera
con el ultraje. Pero esta edad por venir, en que quedará
como vuello a crear el mundo, con la justicia encima, está
todavía en las fatigas de la noche, propicia al salteador, y
expues- ta a confusiones y caídas. Hay que ennoblecer las
mentes, y aquietar las almas. Instruir es funesto, si no se
enseña a la vez la sencillez, armonía y espiritualidad del
mundo.- En algo como eso han debido pensar, más que en
halagar a los trabajadores, los que propusieron en la
Legislatura de Nueva York el establecimiento de pláticas
noc- turnas, a un tiempo ordenadas y amenas, con el
objeto especialísi- mo de que los obreros acudiesen
gratuitamente a ellas, a enterarse
de lo que les concierne en política e historia, del origen y
suerte de las diversas reformas sociales, de los caracteres
particulares de cada nación y la necesidad de acomodar a
ellos sus reformas, de 10 que \, alen los demás pueblos del
mundo, para que no les lleve la ignorancia de desmedidos
propósitos de conquista. Todo eso se enseñará, o se
deberá enseñar, en estas pláticas ptíblicas, que
comenzarán en octubre, cuando la estrechez y mise-
. ria del hogar y la displicencia y fatiga de la mujer infeliz
más echan de ia casa al obrero que !o atraen. Mucho
orador ha ofrecido stls servicios, unos por paga, 1. o! ros
por la paga mejor, que es el
goce de ser útiles. Iremos a oir El Economista. las
pláticas, y las contaremos en DEYANKEELANDIA
El Ecqwmista Ameriruno, Stieva York. octubre de 1888
ArlUa. rlo de/ Centro dc Eciudios .+ fartianosS La
Habana, 11 2, 1979. p jg- 20, Suele leerse en los diarios
[norte] americanos noticias típicas, por lo que enseñan
sobre la humanidad o sobre lo especial de este país, o
porque con un detalle saliente ponen delante de los ojos
una costumbre curiosa o un estado social. Un viajero echa
los ojos sobre el diario que acaba de dejar en el asiento de
al lado un cam- pesino de Orange County, donde es pura
la leche, y tiene el cubano Tomás Estrada el colegio en que
educa a sus alumnos como a hijos. Y entre otras menos
curiosas, trae el diario estas noticias:-- El se- nador
Ingalls, el Presidente del Senado, ha sido confundido
muchas veces con el bandolero Frank James:- Thurman,
el anciano que han puesto de candidato los demócratas
para la Vicepresidencia, lee hasta las dos o tres de la
madrugada, y duerme hasta el medio- día:- John X.
Lewis, un sastre negro de Boston, cobra en su sas- trería
como un millón de pesos al año:- Y de tanto dar la mano a
los que la van a saludar se le ha puesto la derecha a la
esposa de Cle- veland más larga que la izquierda: ia dos
mil personas ha de dar la mano muchos días, a la hora de
recepción pública, cuando tiene en- trada libre el pueblo
para pasar en hilera durante dos horas delante de su
Presidente, unos asiéndole la diestra como si no se la
quisie- ran soltar, otros cumplimentándole sobre su
mujer, otros comiéndo- sela con los ojos, otro levantando
en brazos a su hija, una linda negrita, para que se la bese,
otro presentándole a su primogénito de tres años que se
llama Grover Cleveland, como el Presidente: allí los recién
casados, que no creen completa la boda si no ven a lê
dueña famosa de la Casa Blanca, que a sus veinticuatro
años vive feliz con el marido de cincuenta; allí el irlandés
de rumbo con corbatín, sombrero pulido de hace veinte
modas, y corbata verde como su bandera: alli, apoyado
en su báculo, un patriarca negro, de ojos benignos y
cabeza como la nieve, que pasa echando bendicio- nes. Ha
de fatigar a los presidentes; pero es hermoso.
El Economista Americano, Nueva York. octubre de 1888.
Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, n.
2. 1979, p. 25- 26.
EL ABOGADO DE LOS RICOS hay en los Estados Unidos
un hombre notable, Chauncey Depew, ‘el rey de los
camaradas”, el que sabe cómo dar una palmada en el
hombro y cómo hablar cara a cara con los emperadores,
el pre- sidente de los ferrocarriles de Vanderbilt, aquel
que dividía a los hombres en dos especies: la de los que
hacían fortuna, y los imbé- ciles: no haber sabido hacerse
rico era para Vanderbilt prueba
patente de inferioridad: la urraca le parecía más bella
que la paloma, y la zorra que roba, mejor, mucho mejor
que la llama del Perú, que lleva al lomo por los Andes toda
la carga de su indio pero se muere si se’ le habla con
dureza. Sin simpatías con la opinión de Vanderbilt no
Ihubiera llegado Depew al alto puesto donde está. como
defensor hábil y elocuente de los ricos, que por su llaneza
de carácter y su justo gobierno sabe sin embargo hacerse
amar y
aplaudir de los que no lo son. Cuando la inauguración de
la Estatua de la Libertad, dijo él el discurso oratorio,
porque los otros fueron de ceremonia o de política; y por
cierto que no parecía ciudadano de América, regocijado
de ver en torno suyo a la humanidad libre, sino el hombre
de casta que es, con el dedo alzado como quien amenaza,
el cuello alto y cerrado por delante, al modo de los reverendos, las patillas a la oreja como los ingleses, y un
casquete de seda, como el de los jueces y los catedráticos.
Pero no ha de des- deñarse lo que dice, porque no sólo
tienen los pobres derechos en el mundo, ni cabe negar
mérito a quien acumula riqueza sin abusar del prójimo,
ni es posible excomulgar al rico de nuestro altar, sino
cuan- do lo es en virtud de la innoble capacidad de
prescindir de las vir- tudes que se oponen a la
acumulación de la fortuna. Por ahí anda escrito que el
río- que crece muy de pronto, con aguas turbias suele
crecer: y es más apetecible la corriente serena, que va
sola y calla- da por entre guijas en lo oscuro del monte, o
el mismo arroyo que se seca por la fuerza del sol. De
pocas cosas puede enorgullecerse con tanta razón un
hombre como de haber labrado su fortuna peso a peso, sin
poner la mano en bolsa ajena, ni dejar que otros la
pongan en la suya; porque en el arte de ser rico entran
muchas vir- tudes, sin cuyo ejercicio constante se suele ir
la riqueza por las hen-
OBRAS ESCOGIDAS T II 247 dijas. Pero no hay vergüenza
mayor que la de alborotar el mundo, como alborota el
hipopótamo el fango de los ríos, y ponerse en lo claro de
la vida con la vergüenza a la espalda, llamando a la gente
con e] retintín del dinero que gana por darla en alquiler.
Y si hay quien diga con brío el respeto que merece la
riqueza, v junta en su persona la astucia que la crea, la
autoridad que la mantiene, la elocuencia que la explica, y
la sencillez que !a hace amable, este Chauncey Depew es
sin duda. El hombre admira siem- pre a quien osa ponerse
a su cabeza, y aunque se cansa al fin, como niño que es, de
aplaudir en un mismo individuo el poder o la virtud, más
celebra que censura el atrevimiento de quien demuestra
con la energía constante su derecho a estar donde se puso
merced R ella; así es que como Chauncey Depew lleva
consigo la fuerza de SLI per- sona v la del éxito, y no se
empina con este, sino procura que se lo ol$ den y
perdonen por la bondad de su trato, sobre que sabe ser
sumiso, que es talento indispensable a quien pretende
subnse sobre los hombres, resulta que hay hoy en los
Estados Unidos pocos hom- bres de más popularidad. Y
los vapores salen a recibirlo, con gran lonche y a
champaña tendida. Y el club famoso de los republicanos,
el Union League, lo recibió anoche en sesión solemne, a
que él dio gala con un discurso de empeño, donde puso al
gobierno norteame- ricano, por estable y liberal, encima
del inglés, a cuyo trono le comen ya la raíz las ratas, y
empleó esta frase justa, celebrando el sincero
acatamiento del yankee a las decisiones del sufragio, despues del ardor, y los golpes, y la pelea del voto: “Antes del
veredicto somos partidarios”, dijo, “pero después del
veredicto somos patrto-
tas.” Pero la verdad es que la libertad que él alaba en los
Estados Unidos viene a ser como la griega o la inglesa,
libertad de señores, con pan negro y angustia para los
infortunados, y muy buena para
los de arriba, que gobiernan y tienen las manos llenas de
privile- gios, pero desigual y molesta a la masa común,
que se cansa de llevar a estos panzas- doradas sobre IOS
hombros.
En los Estados Unidos es moda contra chistes y anécdotas
en los discursos, y el orador más leído no es aquel cuyos
párrafos van acotados con la palabra vanidosa
“aplausos”; sino con la que
aquí halaga más al orador, con “risas”. No faltaron
chistes en el discurso de Chauncey Depew, que es bueno,
porque aunque calla lo incompleto y defectuoso de las
instituciones norteamericanas, de- muestra felizmente su
ventaja sobre las inglesas, que gustan mas de lo que
deben por ciertas tierras hispanoamericanas. Pero !o que
valió más que los chistes, y tanto como el discurso, fue la
anecdota nueva que contó de Washington, y el mismo
Depew le oyó el verano pasado en una comida al Duque
de Aumale, que la supo de su propio padre, el rey Luis
Felipe. Contaba Luis Felipe de cuando era hués- ped de
Washington en Mount Vernon, donde se levantó una
mañana muy temprano, y halló a Washington que ya
volvla de pasear a caballo por su hacienda: “Es usted muy
madrugador General. --“ Ma-
248 José Martí drugo porque duermo bien”, le respondió
Washington. “Duermo bien porque nunca he dicho nada
de que haya tenido después que arre: pentirme.”
ESCENAS NEOYORQUINAS. LOS VENDEDORES DE
DIARlOS
El .kOfl’JmiSta AmemanO, Nueva York,, octubre de 1888
Armario del Centro de Estudios Morttonos, La Habana, n.
2, 1979, p, 16.18
Hay un padre en Nueva York que suele llevar a su hijo de
cinco años a que vea cómo batallan por la vida los niños
pobres; y como nunca se ve esto mejor que a la hora de
vender los diarios de la tarde, por allí suelen ir padre e
hijo cogidos de la mano, por Park Row, a un costado de la
Casa de Correos, .que es donde están los más de los
diarios,- el Ilerafd en su palacio de mármol. ya raquítico
junto a los edificios nuevos que lo rodean y apagan;
el World que en manos del judio Pulitzer, y a fuerza de
dinero del Oeste, va dejando atrás al Herafd; y el Times,
con su clientela de gente sesuda, y su casa nueva de
granito, que han levantado por entre la vieja sin mudar
por un día sólo la imprenta ni la redac- ción; y el
Tribunio, en su monumento de ladrillo, rematado por la
torre más alta de la ciudad, como en símbolo de su
fundador Hora- cio Greeley. que mientras vlvró fue entre
los periodistas el más alto; y el Sun, acurrucado en su
casuca vieja junto al Tribune, mordién- dole las rodillas,
picante como el champaña, apasionado como Aristófanes, travieso y crudo.- Aquello está concurridisimo en
el día, como que Park Row da por un extremo en el
arranque del puente
de Brooklyn, y por el otro en Broadway, donde se miran,
como en las esquinas de un triángulo, la Casa de Correos,
el Herafd y la iglesia de San Pablo, enclavada, con la cruz
en el tope y los se- pulcros alrededor, en la región de los
negocios: desde el muro del atrio, arropada en un manto
funeral, asiste a la procesión de aurí- genos, de los que
corren, calvos y exaltados, detrás de la fortuna, una urna
cineraria. Pero la muerte es natural, y la vida es hermosa.
iHasta manana! se debe decir al morir, y no iadiós!- iLo
que seduce ios ojos en Park R. ow, lo que el padre quiere
que vea el hijo, es la turba de niiios huérfanos, de doce, de
diez, de cinco años como él, que con su real en el puño
esperan en !a acera en fila a que se abra el sótano donde
se ponen los diarios a la venta! iQué echarse escaleras
abajo! iQué salir los unos por entre las piernas de los
otros! iQué partir el que tiene con el que no tiene! iQué
ofenderse con la palabra. y ayudarse con la buena acción!
Dan deseos de vaciar sobre ellos los bolsillos. Esa es la
Dánae nueva., la desdicha..
Se Ic cnccña el puño al cielo, por no poder convertirse en
lluvia de oro, ;Padre. oh Dios, para todos los huérfanos!
izapatos, oh Dios, para todos IOS descalzos! El padre le
dice al hijo: “mira”. 1’ al niño se le ablandan los ojos, y
compra a montones los diarios que todavia no puede leer.
Si falta un centavo en el cambio, “que Se lo lleve ;no.
papi?” Así el hombre aprende a serlo: no como la gente
necia y vil, que se avergüenza de ser contado entre los
pobres. o de rozarse con ellos. Y en lo alto de la ciudad, al
caer la noche, la escena es la misma. Es la hora de los
alcances, de las últimas noticias. La población está de
vuelta en las casas. <Qué yachl triunfó en la re- gata?:
<qué peloteros ganaron, los de Nueva York, que tienen el
ba- teador que echa la pelota más lejos, o los de Chicago,
cuyo campea- dor es el primero del país, encuclillado
fuera del cuadro, mirando al cielo, para echarse con
ímpetu de bailarín a coger en la punta de los dedos la
pelota que viene como un rayo por el aire? CY qué caballo sacó la carrera? ¿Y cómo estaba, que dicen que está
moribun- do, el pugilista John Sullivan, la bestia bípeda
de cuerpo apolíneo. roído en lo interior de tanto beber,
como roe el fuego la yesca? Aquí eso apasiona: pelotas,
yachts, pugilistas, caballos. De pronto, al pie de la
estación del ferrocarril aéreo, del “elevado” como acá
dicen, se aglomera la conmovedora chiquillería. Acuden
dos poli- cías, con la porra alzada. Los muchachos,
callados, se van poniendo en fila. El vendedor de los
diarios deja caer su fardo de mil perió- dicos, al pie de un
farol. Y arrodillado en el fango, va contando a la media
luz. El compradorzuelo espera ansioso, con la mano tendida. Lrn real, veinte periódicos: Y echa a correr: “iExtra,
Extra!” Va descalzo, a medio pantalón, sin chaqueta, sin
sombrero. Vende sus diarios a centavo.- Y allí se ve el
caritativo, que fía al amigo más menesteroso la mitad de
su compra. Y al piadoso, que regala dos ntímeros de sus
diez a un angelito que lo mira triste con su cari- ta de
color de concha, y la saya rota, y el pantalón a la cabeza,
y sin zapatos. Y se ve al emprendedor, ya con aire de rico,
que com- pra un peso de diarios cuando se va a acabar el
montón, y luego los revende a premio a los que no
alcanzaron turno. Principia allí la vida. Y el capital
triunfa. A veces, mientras esperan, se salen del bprde de
la acera. Va el policía sobre ellos, porra en mano. Y se
desgranan. Los talones desnudos les relucen, con la luz
verde dei farol eléctrico, cuando se pierden gritando
“iExtra!” en la sombra. El Economisla Americano, Nueva
York,. octubre de 1888. Anuario del Centro de Estudios
Marhunos, La Habana, n 2, 1979, p. 20- 22.
ORATORIA POPULAR No es mala muestra de la oratoria
popular norteamericana, y de la levadura agria que hace
el pan bueno en la política, este discurso de un artesano
que se levantó a oponerse a que una junta directiva
salcochara a su placer ciertas resoluciones que
comprometían al Partido del Trabajo Unido, que es uno
de los varios en que están divididos IOS obreros, a votar
en pro de los republicanos. El artesano era hombre de
edad y de poco cuerpo, pero de voz recia, y ademán de
quien no se deja llevar por la nariz. Dijo asi, enseñando
los
puños. ,Quién ha visto en reunión de hombres libres hacer
cosa como esta? La reunión es la que ha de decidir, y no la
Junta. Si se quiere tener fuerte y unido al Partido del
Trabajo, hay que darle a la gente de abajo, a la masa del
Partido, cuanta auto- ridad se pueda. Nos ha de salir al
paso la Junta para cerrar- nos el camino por donde
queremos ir. iNo se ha de decir yue ningún hombre, ni
media docena de hombres, tienen al Partldo
del Trabajo en sus bolsillos! Y hubo dos horas de gritería,
de manos por el aire y voces en las caras, sin que valieran
listas de secretario ni malletes de pre- sidente; pero aún
no se ha salido con la suya la Junta.
El Economista ,4tnericatlo, Nueva York, octubre de 1888.
Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, n.
2, 1979, p. 28- 29
CBRXS ESCOGIDAS T II 253 RE\‘ ISTA DEL MERCADO
Nueva York, octubre 1888 Es verdaderamente notable .la
animación de los negocios en este mes. Años hacía que,
fuera de una que otra especulación forzada por algtín
gran ferrocarrilero, no se notaba en la Bolsa de Acciones, por ejemplo, la animación casi continua que en estas
úitimas se- manas se. advierte. Y lo más notable es que
esto sucede un mes antes de las elecciones presidenciales,
que siempre causan aqui suspensión seria en los ánimos,
como que los especuiadores depen-
den para mucho de sus cálculos en el sistema de hacienda
que adop- ta el gobierno, cuando no están, con alguno de
sus prohombres. de cerca o de lejos, relacionad& Más que
nunca debiera esta vez haber esas dudas, porque toda la
campaña presidencial vsrsa este año sobre la reforma de
la tarifa, que para unos es la puerta que abrirá al mundo
las industrias pletóricas de productos caros que no saben
dónde colocar, y para los fabricantes que se verán
obligados a rebajar sus precios, hoy inicuos, es la caja
mitológica de que han de salir todos los males. Pero lo
Cierto es que el país en conjunto sabe la verdad, que es
que no hay razón de temor, porque la rebaja proyectada
en la tarifa no es de tal importancia que pueda poner en
peligro ninguna industria, aunque sí bastará a abaratar
la pro- ducción, y asegurar de esta manera a los
fabricantes, con la venta de sils productos donde hoy por
lo caros no se ios compran, ventajas más que suficientes
para compensar la rebaja inmediata en los pre- cios que
pudiera ser consecuencia de la mayor importación de los
artículos rivales extranjeros, aunque esto mismo es poco
probable, por ser la rebaja que se proyecta muy poca,
excepto en algunos ar- tículos de suprema necesidad para
el pobre, en que la rebaja sí es considerable. Pero vale
más, en un país estremecido ya por la ira de las
muchedumbres necesitadas, calmarlas con un acto de
simple justicia, aI! nque inquiete o haga desaparecer tres
o cuatro grandes fábricas, que fomentar la cólera obrera,
en un pueblo de obreros, por proteger, con daño de
millones de menesterosos, el inter& privado de una
docena de industriales monopolizadores.
Lo oue sucede es Que. después de tres añcs de
administración sobria, & que el Gobi;& ha ‘puesto en
circulación con la compra de mucha parte de la deuda
parte del sobrante, hay a la vez dinero sin empleo y más
confianza en el bienestar nacional que la que ha- bía
hasta el año pasado. Y la especulación es un contagio, que
prende de unos en otros con rapidez excesiva, cuando se
produce, como abora, en condiciones favorables. Así
sucede con el mercado de acciones, a tal punto que en un
solo día de setiembre los nego- cios en bonos subieron a
$3 445 000, más que en ningún otro día
desde hace seis años. Villard, el gran ferrocarrilero del
Noroeste, acaba de surgir de nuevo triunfante, como
presidente de las com- pañías que trató en vano de salvar,
hasta con el último centavo de su fortuna, hace tres años.
En un día se venden más de quinientas mil acciones. Y
esta fiebre de la especulación no se detiene en los valofes
ferrocarrileros; sino cunde a los demás mercados, y ya ha
producldo , el alza culpable del trigo a dos pesos: de un
viernes a un sabado jun peso de alza., 1 sin [que] la
demanda o la oferta sean mayores, sin que aumente en
Europa el precio del grano. Y otro tanto pa- rece que va a
suceder con el carbón. En relación con este movimiento de
confianza, a más de las CFU-
sas conocidas, contintian en buen precio nuestros
artículos, espectal- mente el café. Y es de notar que crece
de veras en los fabricantes el interés de nuestros paises, y
que cada dia es más. fácil comprar para Hispanoamérica
en condiciones ventajosas. El dinero para pres- tamos,
queda íácil, y los cambios más favorables. ’ El Economista
Americano, Nueva York, octubre de 1888. Anuario del
Cenfro de Estudios Martianos, La Habana, n. 2, 1979, p.
32- 34.
1 A continuación aparece una lista con datos comerciales
acerca de diversos pro- ductos.
OBRAS ESCOGIDAS. T. II 235 LA EXHIBICION DE
PINTURAS
DEL RUSO \‘ ERESCHAGIN ALMA, ARTE Y TIRANIA.- LA
PROTESTA EN LOS COLORES.-
EL COLOR NATURAL: CUADROS AL SOL.- LA
PROCESION DE LOS ELEFANTES.- CUADROS
SAGRADOS, MILITARES, DE ARQUITECTURA
DE COSTUMBRES, DE NATURALEZA.- EL CIELO AZUL’
Nueva York, enero 13 de 1889 Señor Director de La
Nación:
De afuera se oía, como invitando a comparecer, la música
sua- ve. A la puerta llegaba, del cuchicheo de adentro,
corno un ruido de iglesia. Artistas, ricos, novios,
cuáqueros, desocupados arte- sanos, todos han ido, han
ido dos veces, a la exhibición de los cua- dros del ruso
Vereschagin. Por su color lo saludó París. por su María,
madre de Jesús, lo maltrataron los austríacos. Por Lu
inten- sidad, por su abundancia, por su candor épico, se
reconoce en él su patria.
El ruso renovará. Es niño patriarcal, piedra con sangre,
inge- nuo, sublime. Trae alas de sangre y garras de
piedra. Sabe amar y matar, Es un castillo, con barbas en
las almenas y sierpes en los tajos, que tiene adentro una
paloma. Debajo del frac lleva la armadura. Si come, es
banquete; si bebe, cuba; si baila torbelli- no; si monta,
avalancha; si goza, frenesí; si manda, sá’trapa. si sirve,
perro; si ama, puñal y alfombra. La creación animal se
rifle- ja en el ojo ruso con limpidez matutina, como si
acabase de tallar la naturaleza al hombre en el lobo y en
el león, y a la mujer en la zorra y la gacela. Da luces al ojo
ruso, un ojo que tiene algo de llama y de oriente, tierno
como la codorniz, cambiante como el gato, turbio como la
hiena. Es el hombre con pasión y color, con gruñidos y
arrullos, con sinceridad y fuerza. Se mueve con pesadez,
bajo su capa francesa, como Hércules barbudo con ropas
de niño. Se sien- la de guante blanco a la mesa donde
humea un oso. Artistas, ricos, novios, cuáqueros,
desocupados, artesanos clé- rigos, todos han ido a ver dos
veces la exhibición de Vereschagin. Y
dicen que esos cuadros sombríos, fúlgidos, crudos,
lívidos, amari- ,105, pintados con leche, pintados con
sangre, se destacan radiantes ‘1 enormes, de entre tapices
blandos y discretos, por entre cuyos pro- ‘undos pliegues,
como pájaros que buscan asilo, se extinguen, tri- nando
querellosas, las notas de la música. iComo un telón que se
descorre, un telón del color silencioso del anochecer, que
revela con sus grietas de nieve deslumbradora, los antros
del Cáucaso! “La exhibición. dice uno, de un caballo
cosaco con freno de seda.”
Cede el gentío a la puerta. Un grupo de ancianas ricas se
echa sobre un tapiz, y lo palpa, y lo huele, y dice que es
mejor que el suyo, qire era el mejor hasta que vio este.
Otros compran el retrato
del pintor, frente honda y bruñida, ojo aguileño, nariz de
presa, fuertes las quijadas la barba de hilos negros, un
pueblo de barba. Otros entran primero a ver las
curiosidades: el cuarto donde dos mujiks, de bota y blusa,
sirven té, pasado por el samovar de bronce, con azúcar y
un gajo de limón; la copa labrada en un cráneo; la
plata como encaje, de allá de Cachemira; la lana del Tibet,
donde los sacerdotes,. con gorros de payasos, hieden, y
los santos llevan máscaras, y hacen flauta de los huesos
de las piernas, como el indio enamorado del Perfi, y las
ovejas son sedosas; la raíz, abierta como en flor de un
cedro de Jerusalén; un rincón de la celosía de mármol del
mausoleo de Tamerlán terrible; el sombrero picudo del
derviche; la fuente donde los héroes de Bókhara
presentaron las cabezas de los
rusos vencidos al emir de Samarcanda. Y marfiles y
encajes, y cru- ces y tisús, y casullas y paramentos. Sc
alza el tapiz dc entrada, de ramas de azul y humo, y allí
está la ciudad de Jeypore, Jeypore suntuoso, en todo el
fuego del mediodía. Las flores a los pies, arriba el cielo
ardiente, el gentío
en las ventanas, los palacios, de color de rosa, la comitiva
de ele- fantes que en eI ho. w& zh de oro y marfil cargan al
principe de la tierra y a sus conquistadores. IEsa es la
pintura deseada, la pintura al sol. sin ardides de sombra
y de barniz! IEsos son los tonos fran- cos y firmes de la
naturaleza, sostenida con aliento épico, con mano de
domador, en una tela que va de pared a pared, y nos hace
salu- dar y pestañear! iEs el color fresco, el color sin brillo
de la verdad, el color seco de los objetos al aire libre, y no
eso de academias, re- tórico y meloso! Tal sorpresa causa
aquel poder de expresión, aque- llos claros superpuestos
sin dañarse ni unirse, aquellos oscuros sua- vizados, y
como aclarados, por el conjunto esplendente, aquel como
rescaldo de la mucha luz, y el vaho del sol por sobre la
masa de cabezas, que se tarda en hallar el defecto del
lienzo, y acaso de todo el arte de Vereschagin, procesional
y frío. El alma ha de que- mar, para que la mano pinte
bien. Del corazón no ha de sacarse el fuego, y poner donde
él un libro. El pensamiento dirige, escoge y
aconseja; pero el arte viene, soberbio y asolador, de las
regiones in-
256 José Martí dómitas donde se siente. Grande es asir la
luz, pero de modo que encienda la del alma.
Allá, en el howfah de oro y marfil. van en paz iparece
increíble que vayan en paz! el rajá de Jeyqore, con barbas
inútiles, y el prín- cipe de Gales, de casco y cota roja; pero
van sobre el ho~ dah, con- fusos y menudos, sin que se
adivine que aquel triunfo es la proce- sión funeral de la
India.
Y así fue la procesión, por de contado; pero el arte no ha
de dar la apariencia de las cosas, sino su sentido. Cuando
da la apa- riencia, como aquí, aunque como aquí la pinte
con sol, falla. Allá va el séquito pomposo con los infantes
por héroes, y los recamos de los paños de oro y las mazas
de plata cincelada. Primero van abanderados y clarines,
con las banderas de cuatro colores, y el cla-
rin de caño largo. E! elefante todo es joyería: la
gualdrapa, al peso de las piedras, le cuelga de los lados; la
testera es de realce, con rosas de amatistas y zafiros, y
laberintos de perlas, y sartas de perla mayor por las
orejas; bajo la testera está e! frontil, con sus dibujos de
terciopelo rojo y verde: y los colmillos ccn argollas de oro,
1’ la trompa pintada hasta la mitad de colorado. Cinco
ele- fantes se ven, y el de delante se va a salir del lienzo. Al
pie de cada uno marcha el macero rojo, y los de blanco,
que llevan abani- cos de plumas, y el caballo a todo jaez,
de frenos de colores y copete de plumas; enjoyado el
petral verde y plata la manta, el pecho y. los costados
piumajes azules, con su caballero de coselete y manopla,
rodela al ijar y lanza en la cuja, al cinto el montante y el
casco de florón, la pierna de tibial y de quijote, y el
estribo de mano de joyero, de esmeraldas y fina
argentería. Marchan al sol. Esplende el polvo.
Y ese cuadro iba a ser el último de una tragedia en
colores. Porque Vereschagin, como toda mente de
verdadero poder, tiende ya en la madurez a lo vasto y
simbólico. Le riza, le para, le desata la sangre en las
venas una ejecución; y pintará, como los ve 0 como serían
si los hubiese visto, los varios modos de matar, la
crucifixión romana, el cañoneo de! Indostán, la horca de
Rusia. Asiste a la campaña de Plevna,- y la pintará en
páginas copiosas, desde la primera trinchera de nieve
hasta el hospital verdinegro donde muere cara a tierra el
turco.
Va a Palestina en busca de color,- y pintará en cuadros
que parecen joyeros desde las tumbas de Hebrón, cuyo
populacho le tira piedras, para que no profane el reposo
de Abraham, hasta los ermitaños trogloditas que entre
sapos y áspides viven tallando cru- ces como harapo: y
liendres de la religión vencida en las cuevas del J. lrdán
avieso. Copia un edificio de fama; y arrostrará peli- gros,
obstáculos, largas travesías para copiar los mausoleos,
los palacios, las mezquitas rivales. Como con zlambre
más que con pincel, re! rata un fondo carnoso
a plena luz. tIn rabino de espejuelo‘; y casq? le? e. un
rabino típico; y se 1. a por brefias y profundidades, bt!
scando los tipoc qt: e interc- san y rodean al ruso.- el
magiar moctachudo, el serio narigón, el armenio togado,
el circaaiano de fez en pico, el de Mingrelia, con su aire
principal ei kurdo de perfil de o\, eja, el turco enjuto, el
búlgaro, bello y triste, cl valaco abotinado, el moldavo
ostentoso. Es un arte en capítulos, iay! pero no en cantos.
Porque salta a la vista en eqfe pintor, como en todos los de
su raza aquel pecado universal del arte contemporáneo,
que en Rusia abarece m6s de bulto por el contraste de SLI
niñez enérgica con su cultura traída de pueblos iciejos, y
es el exceso, constante en el hombre, de la facultad de
expresar sobre la de crear, del po- der de esparcir colores
sobre el de concebir asuntos dignos de elÍo. de la
habilidad del artesano sobre el arrebato y condensación
del artista, de la pintura de lo exterior, que sólo exige ojo
para observar, juicio para elegir, gracia para agrupar
color, para reproducir, sobre
aquella otra pintura en que lo exterior se usa \Terazmente
en estado y formas que produzcan aquella caricia intima,
mezcla de sumisión y orgullo, con que el hombre en
presencia de la beldad, animada o inerte, se reconoce y
estima como porción viva y hermana de lar demás del
universo. Y en Rusia se agrava esta desazón del hombre
moderno, porque de los tipos bárbaros y conquistadores
que se han fundido en el eslavo hercúleo, originanse a la
vez esta fuerza de mano, pujo de carácter, necesidad de
extensión que heredan de sus padres feuda- les y
batalladores, fieros como las cumbres, melanc6licos
corno la llanura, y este asombro terrible con que se ven,
podridos por una civilización extraña, antes de
condensarse en otra propia. El prín- cipe como el mujik, el
kciz como el isvotchik; el palacio que bebe champaña
como la isba que bebe vodka, sienten que la barba les cae
sobre un pecho desesperado porque en 61 vive el coraz0n
sin libertad. h’o creen en nada, porque no creen en sí, pero
el knouf esíá perennemente suspendido, con sus g; 3rras
picudas, sobre la espal-
da del labriego, roca que anda, y del barina que la posee y
desdeña: padecen del peso de la vida sin el decoro del
albedrio, mayor que el peso del amor ultrajado, mayor
que el de la soledad del alma del poeta; padecen, roscados
del regocijo de la emancipación uni- versal, del dolor del
hombre esclavo, comparable sólo al dolor de ios eunucos:
y con el frenesi de la mutilación irremediable, y el impetu 2c su raza de jinetes, vierten sobre los que les
parecen más inielices, con rabia y encarnizamiento, la
compasión que sienten por sí propios, ¿Y qué arte hay sin
sinceridad ni qué hombre sincero empleará su fuerza, sea
de fantasía o de razón, sea de hermosura o de com- bate,
en meros escarceos, adornos e imaginaciones, cuando
está enfrente, sobre templos qur parecen montes, sobre
lar cárceles de
258 los. 4 Marti OBRAS ESCOGIDAS. T. II 259 donde no se
vuelve, SofJre palacios que son pueblos de palacios. sobre
la pared que se levanta en hombros de cien razas unidas,
la heca- tombe de donde saldrs, cuando la podredumbre
llegue a luz. el es- plendor que pasme al mundo, cuando
está enfrente “la pirámide del mal” de Herzen? iLa
justicia primero, y el arte después! ;Hembra es el qcc en
tiempos sin decoro se entretiene en las finezas de la
imaginación, y en las elegancias de la mente! Cuando no
se disfruta de la liber- tad, la única excusa del arte y su
único derecho para existir es po- nerse al servicio de ella.
iTodo al fuego, hasta el arte, para alimen- tar la hoguera!
cNi de qué vive el artista sino de los sentimientos de la
patria? iEmpléese, por lo mismo que invade y conmueve,
en la conquista del derecho! Y como la defensa directa de
la justicia, el comentario dramatice, la composición
elocuente, están vedadas al ruso, por su propio terror,
tanto como por la ley, iel medio único, la osadia úni- ca, la
protesta única, la defensa única e indirecta, la plegaria,
sin
alas y sin voz, del ruso, desolado, es la pintura, fea si
puede, fétida si puede, de las miserias que contempla, de
la verdad desgarradora! “iYo espero,- dice Vereschagin
con los versos de Pushkin,- yo es- pero que los hombres
me amen, porque mi arte sirve a la verdad, y ruega por
los vencidos!” Después, para reposar, para recobrar
bríos, pintará, libre y grande, por primera vez, la
majestad de la natu- raleza En Rusia iay del que ruega
por el vencido en alta voz! Y el cuadro, no va de casa en
casa como los manuscritos veraces de Tofstoi, que
necesita del modelo vivo, el cuadro ruso, a lo que más se
atreve, con la sanción acaso del monarca, afligido, es a
implorar la gracia de los hombres, por el horror de la
pintura, para los centinelas muertos de frío, para los
mujiks cercenados en masa de un vuelo del alfanje, para
los miles de muertos de Plevna, de- sangrándose en las
charcas de lluvia.
eCómo, con ese carácter nacional contemplativo, del
objeto, con ese hábito de la observación y de la copia,
refleja este pintor, con el drama elevado a sacerdocio por
la santidad de los franceses y el impetu de los españoles,
el movimiento del combate, la rabia de la caballería, el
encuentro de la trinchera, barba a barba? Si pinta una
batalla, la velará en humo espeso iacaso para decir que es
toda brlmo! como cuando su zar, desde la colina en que lo
rodean, sentado en la silla de campaña, sus generales de
banda lila al cinto, ve a lo lejos, por la humareda que les
va detrás, que huye Rusia del turco, que Alá les va
cortando las colas a los potros co- sacos. 0 pintará la
batalla antes, con los soldados tendidos en el trigal, mano
al gatillo, a las espaldas la manta amarillosa, como el
cielo, y a un lado los jefes, en pie, de galón rojo en la
gorra. 0 luego que de los turcos enemigos ya no queda en
Shipka más que los montones de cadáveres, apilados en la
nieve por el villorrio mudo, pasea a Skobelev, seguido del
pabellón, a escape en caballos blancos
frente a las tropas que al pie del monte que brilla como
seda, echan al aire frenéticos los gorros. 0 después del
combate, pintará, con sangre acabada de derramar, los
heridos de bruces, encuclillados, en- roscados,
moribundos. El centinela, de capote gris, tiene la cara
deshecha. Un general con la cabeza baja, como quien va a
recibir la hostia de la muerte, está, casaca al hombre, a
los pies del que acaba de expirar, con el rostro como
barro. Otro muerto también, encogidas las piernas, y los
brazos abiertos, se rie, con la cara
verde. Este alza con cuidado, como a un amigo, la pierna
en tabli- llas. Ese se sujeta el brazo que le pende. Aquel
aprieta los labios, al tratar en vano de levantarse entre
mochilas, Cantinas y fusiles roto<. Entre los muertos’ y
.heridos otros fuman. fin oficial, como para animar e]
cuadro frío, ‘habla al paso con una cantinera. En la tienda
repleta, un herido pide en vano entra- da. Uno vuelve
hacia atrás la cara sin ojos. La serranía, amarilla; el
cielo, lanudo. Y el corazón no se conmueve ante aquella
pintura de pensamiento compuesta como para aleccionar,
porque la calma visible del artista, la madera de aquellos
cuerpos, la mudez de aquel cuadro, donde falta la
agitación de la agonía y la dignidad de la muerte:
contrastan con un tema que pide miradas que desgarran,
cuerpos que se. hundan al abandonar el espíritu, líneas
rotas y cres-
pas, escorzos fugaces y violentos, y un aparente desorden
de metodo que realce y contribuya al del asunto. Mas
donde impera la muerte solitaria, y el hombre ha cesado
de padecer, halla Vereschagin la sublimidad que falta
siempre, aca- so porque desprecia a los hombres que
conoce, en los lienzos, donde se quiere algo más de grupo
y color de las figuras: tal el cammo solemne de] Danubio,
sembrado acá y allá, como único color en la nevada
maravillosa, de los cadáveres de turcos que el ejército
triun- fante fue abandonando por la ruta, sin más vigías
que los postes
de telégrafo, elocuentes en tanta soledad, ni más amigos
que 10s pájaros que picotean sus mantas, o se posan en
sus botas: tal aquel otro tiempo, lleno de majestad y de
ternura, en que, de pie en el yerbal cubierto de muertos
blanquecinos, bajo el cielo que sube
por el Este sombrío y lluvioso, los dos amigos postreros,
el Jefe en traje de batalla, y el sacerdote con su casulla
sepulcral, entierran, con un dolor que entra en los huesos,
murmurando la oración, al compás del incensario, al
escuadrón que da una arremetida sego. el turco. La
música, allá de entre los tapices, llega tenue, como c;
manos, doliente, desesperada. El gentío quiere luz y
contento.
gentío va a ver los cuadros sagrados. Son rayos de color,
patios musgosos, muros sin. cáscara, pOz? s y puertas
negras, y mares fosforescentes, a cuyas ortllas. con SU tunica blanca y su cabellera rubia vaga Jesús, o conversa
con Juan, o maldice a las ciudades impuras, o llora
desconsolado. CQué es la
religión, más que historia? ia nuestro lado anda Jesús, y
se muere
de anguqtia porque no le ayudan a hacer bien! ia nuestro
lado pre- dira Juan, !~ LIC! lO‘ con el sayo de piel de
camello y la palabra terrible, v los io saludan de lejos, -y
los mercaderes se ríen de 61. éntre \! I- hogaza‘, y >us
,Inforas! Con10 hombres los entiende \. erescha@ n
h’ como hombres ios pinta, o como figuras de paisajes,
donde máb lienc. tic divino el azul de! agtla que la congoja
del “cordero de Dios”, 0 2 ¡¿ l fiereza del apcístol, o a ia
mansedumbre de aquellos 8Iml! erzw del Jordrín. a la
sombra de los tamarindos, con langosta> y mie! es
Y acaso ycria, a no haberse quedado como en boceto, uno
de los c. lladros mris notables de nuestra época, por lo
franco c! e la concep- C iijn , y !a habilidad con que por el
contraste natural con !o que Ic rodea resalta en Jesús el
alma sublime, aquel de Vereschagin en que pinta la
familia de Jo+, en un patio pobre, con el padre y su apren;
diz ensamblando por un lado, y María saciando a sus
pechos el ham- bre de su recién nacido, con otro hijo al
pie, y uno que viene deshe- cho en lágrimas, el brazo a los
ojos, en tanto que de codos en tierra, dos mlis, ya en sus
diez años, hablan de cosas no más graves que trompos y
boliches: sobre la cabeza de María se seca, al aire. cl
lavado de la casa; con el gallo a la coia comen al pie de la
es- calera de piedra las gallinas, y en los peldaños de
abajo, de modo que parece más alto que todos los demás,
Jesús lee. Tienen matices de amatista, y flores como
sangre, y sombras como de violetas, y paredones como la
carne desollada, y verdes como dc orín, los lienzos,
menudos todos, donde, como quien toma el ~IIISO en la
vena abierta, copió a pleno color aquel mar muerto, con
sus Lirboles que dan fruta de ceniza; aquel monte, ya a
media flor, donde murió Moisés frente. a la tierra
prometida: aquel valle de Jericó, que era ayer de jardines,
y. hoy es marañas de escorpiones y culebras; aquella
tumba de Samuel, donde citaba a guerra contra los
íilisteos; aquei pozo donde probó Gedeón a SLIS soldados,
y dejó
por flojos a los que metieron la boca en el agua para
beber. Alli esta cn lienzos que pueden llevarse de
medallón en las sortijas, el pozo de Jacob, donde Jesús
habló con la samaritana de los tiempos olvidados; Beisán
la fuerte, que jamás se abrió a Israel; Cafarnaum famosa
curó a , toda hoy maleza y ruinas, donde vivió Jesús en
casa suya, y tantos: Berthsaida ingrata, donde multiplicó
el pan y los I) CCC. S, y dio la vista al ciego; los campos de
betún inflamable donde perecieron, a la furia de !as
Ilamas, Sodoma y Gomorra; y una lla- nura desde donde
se ve cl Tabor, con el castillo que lo coronaba cuando
cuentan que desapareció por él Jesús; y el monte de la
Ten- :aciíin. en cuya gruta, antes rica y cubierta de
frescos, viven hoy, haciendo caridad de su pobreza a los
pájaros y a los bedulnos, los buenos monjes que no tienen
para comer más- que judías y aceitu- nas, con sil cebolla y
su ajo, y un poco de pan negro. Y en un lienzo como sin
fondo, donde las figuras dei calvario, raquíticas y a estilo
de panorama, dan cara a un muro de cantos rojo% 1.
mllsgosos. está la gente de Galilea, como quien va de
fiesta
OBR: IS ESCOGID. lS T Ii 261 mirando a las cruce‘;. In
caballo da el anca. Ln árabe. con ei bor- dón atravesado,
mira desde SII burro. Por ei iondo vienen, en cabalgadura. de mucho parament;). unos moros ricos. Falta
como lazo
a aquella <enciIlcz fingida. A un lado del cuadro, no por
tierra deshecha. como madre que \‘ e a su hijo en la cruz,
sino de pie. cubriéndose el ro> tro con las palmas, está
María. C. na moza ro- huela. de manto bianco comu ella,
la implora, con bello dolor. X otra rnujer, por el entrecejo
que se distingue, se le ve clara la pena. A un judio que
parece ingl& s le está hurtando la bolsa un ratero de
barbaza rubia, con b! usa de listas. Y alli los curiosos se
detienen, no para ver una pintura de admi- rable trabajo,
un porttin de piedra bermeja, con césped y florecillas a la
entrada, donde al pie de dos bellos brutos, blanco uno y
negro otro, esperan, de jaique y brial, los árabes
palafreneros; ni para ce-
iebrar como lo merecen. los retratos del butanés greñudo
y rosico- brizo, con ojos como de hiel y esmeraldas en los
lóbulos, y su buta- nesa bclfuda, con el hijo a la espalda.
Lo que los curiosos ven. tomando por arte el mero
tamaño, es una lámina de diario coloreada con vigor, que
representa, sin más cosa de poder que el cuerpo vivo de
un soldado, el suplicio del cañoneo en el Indostán, donde
el hindú culpable, atado a un poste a la boca del cañón,
muere en pedazos. Ni es de arte, ni mueve al horror
solicitado, por íaltarle, en fuerza de realidad, el grado
inten- so que constituye, en lo bel! 0 como en lo feo, lo
artístico, otro Iien- zo donde la muchedumbre, como en
ruedo blanco con costra de colores, se agolpa en plena
nevada que salpica de copos caitanes y pellizas, a ver,
colgando de la horra, dos sentenciados. como dos
gusanos. Pero ;qu; t modo el de Vereschagin, en esos
lienzos infeliz, de sacar, con masas de color. blancos sobre
blanco; de pintar, de ma- nera que se ve de veras el
mármol transparente; la famosa ventana que levantó
Akbar, el gran Mogol, en honra de su santo consejero
Selim- Shirti!; y acurrucados en el poyo, al fuego del
cenit, conver-- san, en togas y turbantes albos como la
celosía, los guardianes del templete. de rostros cobrizos.
Luego es el Taj, puro como la leche, que refleja sus
cúpulas lige- ras, labradas como con aguja, en el lago
cercado de cipreses y ramas otoñales, a cuyo arrullo, en
su soberbia tumba blanca, duerme bajo follaje de mármol
aéreo, aquella favorita que amó el sha Jehan. Y
ya es la mezquita de la Perla. que invita a entrar por sus
nobles arquerías,- más que de peria de marfil tallado. con
sus hileras de musulmanes reverente5 que evocan al
creador invisible. de pie, hombro a hombro, con las
cabezas bajas, Ya es. con su aljibe de doble boca y las
babuchas a la puerta, el vestíbulo, fresco como la:
rnañanas, de la mezquita donde el otomano en traje verde
o ama- rillo, pide el amparo de Alá contra el judío, qlle
llora v comercia.
262 /osé .Harti Ya es, con sus domos dorados y verdes;
con su palacio de orujinaia, lleno de tesoros; con la
soberana torre de Iván que preside la vasta maravilla;
con la puerta del Salvador, ,por donde nadie pasa cubierto; con el panteón de los zares, erizado de espiras; con
su masa de pisos superpuestos, como el palacio
babilónico; con sus bastiones por valladar y su Moskova
al pie,- el Kremlin colosal, el Kremlin rosa do. i. Y qué
importan ahora, ya al salir con el gentío, ni el tigre que al
pie de una palma ve venir sobre el cadáver en que se
apresta a regalarse el buitre que se lo disputa; ni un
lienzo como velo, que es un amanecer en Cachemira; ni
aquella palma sola, centinela negro de las ruinas de
Delhi, que se mira en el lago Amarillo, a la puesta
del sol? Bien hace ahora la música, de allá de entre los
tapices, en en- viar, como gargantillas de diamantes,
notas sueltas de himno. Jamás en tan vasto lienzo creó el
hombre con más verdad y poder el cielo luminoso. CA qué
pintarlo? cQuién no ha visto el cielo? Abajo, don- de el
buitre negro, habitante único de aquella pureza, se cierne,
anchas las alas, en busca de] soldado insepulto, las peñas
terrosas, como gigantescos búcaros, levantan en las
cumbres sus flores de nieve. Las nubes dormidas
despiertan al sol; y vagan ligeras, cual si ]as moviesen,
con dulce pereza, como cendales de la mañana, doncellas
invisibles. Con tajos de sombra se empinan por lo alto
los picos nevados. La nube aérea flota, afloja sus vapores,
se mece y deshace, el cielo arriba triunfa, sereno y azul.
Así corona la luz a los artistas fieles, adoloridos por la
carencia de idea1 amable en estos tiempos de muda, que,
a despecho de es- cuelas y gramáticas, ponen su caballete
al sol, y hallan en la na- turaleza, consoladora como los
claros del amanecer, la paz y la epopeya que parecen
perdidas para el alma. Como con puñales pinta
Vereschagin sus retratos: como con zafiro desleído hasta
dar deseos de morir en él, pinta el mar samaritano;
reproduce lo que ve como si le hubiera levantado la
corteza, para poseerlo mejor; sus mármoles relucen, y su
aire indio irradia; hijo fuerte de un pueblo espantado y
deforme, no sabe usar del hombre en sus lienzos,
sino cuando, lejos de su pais sombrío, lo halla ágil y
gracioso; cuan- do pinta al hombre, es para servirle; ni
compone ni condensa, ni crea: su espíritu no parece
haberse abierto al arte sumo, que es el que sabe sacar el
alma de las cosas, producir con el detalle la emoción de la
armonía, inundar las entrañas de deleite, sino en aquellos lienzos vastos y solitarios, con montes, Rusia, como
tu dolor, con valles, Rusia, helados como tus esperanzas.
La Nación, Buenos Aires, 3 de marzo de 1889 0. C., t. 15, p.
429- 438.
\'INDICACIOk DE CUBA' Traducido de la carta que
publicd bajo este título The Evening Post, de New York,
del 25 de marzo. Sr. Director de The Euenirzg Post: Señor:
Ruego a usted que me permita referirme en sus columnas
a la ofensiva critica de los cubanos publicada en The
Manufacturer de Filadelfia, y reproducida con
aprobación en su número de ayer. No es este el momento
de discutir el asunto de la anexión de Cuba. Es probable
que ningún cubano que tenga en algo su decoro desee ver
su país unido a otro donde los que guían la opinión comparten respecto a él las preocupaciones sólo excusables a
la políti- ca fanfarrona o la desordenada ignorancia.
Ningún cubano honrado se humillará hasta verse
recibido como un apestado moral, por el mero valor de su
tierra, en un pueblo que niega su capacidad, in-
sulta su virtud y desprecia su carácter. Hay cubanos que
por mó- viles respetables, por una admiración ardiente al
progreso y la libertad, por el presentimiento de sus
propias fuerzas en mejores condiciones políticas, por el
desdichado desconocimiento de la his- toria y tendencias
de la anexión, desearían ver la Isla ligada a los Estados
C’nidos. Pero los que han peleado en la guerra, y han
apren- dido -en los destierros; los que han levantado, con
el trabajo de las manos y la mente, un hogar virtuoso en
el corazón de un pueblo hostil: los que por su mérito
reconocido como científicos y comer-
* Con este texto respondió Marti a un artículo ofensivo
para Cuba, aparecido en The Manufacturer, de Filadelfia,
el 16 de marzo del citado año, bajo el título “iQueremos a
Cuba?“, cvbano que el cual fue reproducido parcialmente
en otro artículo anti- nlsta sobre P ublícó The Evening
Post cinco días después: “Una opinión proteccio- a
anexión de Cuba.” Por su importancia contestación y los
textos refutados, y los Martí tradujo del inglés su el folleto
que tituló: Cuhn y los Estados ublicó con una nota
introductoria en en 1889. vp. rudos, editado también en
Nueva York
ciarJ; tG, corno empresarios e ingenieros, como
maestros, abogados, arliuta5. periodi-! as, oradores y
poetas, como hombres de inteligencia ii;- a y ac! ib. idad
poco común, se ven honrados dondequiera que ha habido
ocasión para dtsplegar rus cualidades, y justicia para
enten- dcrlw.; los que. con sus elemento; menos
preparados, fundaron una ciudad de trabajadores donde
lo‘; Estados Unidos no tenian antes rnrí~ qiJe unas
cuantas casuchas en un islote desierto; esos, más
Jiilrnero5os que los otros. no desean la anexión de Cuba a
los Es- tados I- nidos. No la necesitan. Admiran esta
nación, la más grande de c, uantas erigió jamás la
libertad; pero desconfian de los elemen- tos fuJlest0. s
que, coino gusanos en la sangre, han comenzado en esta
Reptíblica portentosa su obra de destrucción. Han hecho
de los heroes de este pais sus propios hbroes, y anhelan el
6xito definitivo de la [.‘ nibn Norteamericana, como la
gloria mayor de la humanidad; pero IIO pueden creer
honradamcnie que el individualismo excesivo,
la adoración de la riqueza, y el jlbilo prolongado de una
victoria tcrribie, estbn preparando a los Estados Unidos
para ser ia nación til) ica de la libertad, donde no ha de
haber opinión basada en el apetito inmoderado de poder,
ni adquisición o triunfos contrarios a la !) ondad Y a la
justicia. Amamos a la patria de Lincoln, tanto como
tememos a- la patria de Cutting. . No somos los cubanos
ese pueblo de vagabundos míseros o pig- n~ eos inmorales
que a The Manufacfurer le place describir; ni el pais de
inútiles verbosos, incapaces de acción, enemigos del
trabajo recio, que. junto con los demas pueblos de la
America espanola, sue- len pintar viajeros soberbios y
escritores. Hemos sufrido impacien- tes bajo la tiranía;
hemos peleado como hombres, y aigunas veces
como gigantes, para ser libres;- estamos atravesando
aquel período de reposo turbulento, lleno de gérmenes de
revuelta, que sigue na- tllra] IIìeJlte a un período de
acción. excesiva y desgraciada;. tenemos que batallar
como vencidos contra un opresor que nos priva de medios de \i\ ir, y favorece, en la capital hermosa que visita
el extran- jero, en el interior del psis, donde la presa sc
escapa de su garra, t: l imperio de una corrupciL; n tal
que llegue a envenenarnos en la
sangre las fuerzas necesarias para conquistar la libertad.
Merece- 1110s erg la hora de nuestro infortunio, el respeto
de los que no nos aytldaron cuando quisimos sacudirlo..
Pero, porque nuestro gobierno haya permitido
sistemâticamente después de !a guerra ei triunfo de los
criminales, la ocupación de la ciudad por la escoria del
pueblo, la osientación de riquezas mal habidas por un
miriada de empleados españoles y .sus ciimpiices abanos,
!a con\- e: ui:‘, n de la capital en una casa de inmoralidad,
donde el filósofo y ei héroe viven sin pan junto al
magnífico ladrón de la metrópoli; porque el hcnrado
campesino, arruinado por una guerra en apariencia
inútil, retorna en silencio al arado que supo a YII hora
cambiar por el machete; porque millares de desterrados,
a;) rol: echando una 6poca de calma que ningún poder
humano puede precipitar hasta q\ Jc no w extinga por si
propia. practican, en la ba- !alla de la \. ida en los pueblos
libres, el arte de gobernarse a si mis- mos y de edificar
una nación; porque nuestros mestizos y nuestros
jóvenes de ciudad son generalmente de cuerpo delicado,
locuaces y corte- e-, ocultando bajo el guante que pule el
verso. la mano que derriba al enerniuo b , ise nos ha de
llamar como The Manufacfurer JIO’; llama, nn pueblo
“afeminado” ? Esos jóvenes de ciudad y mesti- zos de poco
cuerpo supieron ievantarse en UJI día contra un gobierrlo cruel, pagar su pasaje al sitio de la guerra con el
producto de su reloj y de sus dijes, vivir de su trabajo
mientras retenía sus bu- ques el país de los libres en el
interés de los erwmlgos de la liber- tad, obedecer cotno
soldados, dormir en el fango, comer raices, pe-
lear diez años sin paga, vencer al enemigo con tJna rama
de árbol, morir- estos hombres de diez y ocho años, estos
herederos de casas poderosas, estos jovenzuelos de color
dc aceituna- de una muerte de la que nadie debe hablar
sino con la cabeza descubierta; murie- ron esos otros
hombres nuestros que saben, de un golpe de machete,
echar a volar una cabeza o de una vuelta de Ia mano,
arrodillar a un toro. Estos cubanos “afeminados”
tuvieron una vez valor bas- tante para llevar al brazo una
semana, cara a cara de un gobierno despótico, el iuto de
Lincoln. Los cubanos, dice The Manufacturer, tienen
“aversión a todo es- fuerzo”, “no se saben valeYI “son
perezosos”. Estos “perezosos” que “no se saben va! er”,
llegaron aquí hace veinte años con las manos vacias,
salvo pocas excepciones; lucharon contra el clima:
dominaron las lengua extranjera; vivieron de su trabajo
honrado, algunos en holgura, unos cuantos ricos, rara
vez en la miseria: gustaban del lujo, y trabajaban para él:
no se les veía con fre-
cuencia en las sendas oscuras de la vida: independientes,
y bastán- dose a si propios, no temían !a competencia en
aptitudes ni en actividad: miles se han vuelto, a morir en
sus hogares: miies per- manecen donde en las durezas de
la vida han acabado por triunfar, sin la ayuda del idioma
amigo, la comunidad religiosa ni la sirn- patía de raza.
Un puñado de trabajadores cubanos levantó a Cayo
Hueso. Los cubanos se han senalado en Panamá por su
mérito como artesanos en los oficios más nobles, como
empleados, médicos y contratistas. Un cubano, Cisneros,
ha contribuido poderosamente al adelanto de los
ferrocarriles y la navegación de ríos de Colom- bia.
Márquez,. otro cubano, obtuvo, como muchos de sus
compa- !riotas, el respeto del Perú como comerciante
eminente. Por todas partes viven los cubanos, trabajando
como campesinos, como inge- nieros, como agrimensores,
como artesanos, como maestros, como periodistas. En
Filadelfia, The Manufacfurer tiene ocasión diaria de ver a
cien cubanos, algunos de ellos de historia heroica y
cuerpo vigoroso, que viven de su trabajo en cómoda
abundancia. En New York los cubanos son directores en
bancos prominentes, comercian- tes prósperos,
corredores conocidos. empleados de notorios talentos,
mPdicos con clientela del país, electricistas, periodistas,
ingenieros de reputación universal, dueños de
establecimientos, artesanos. El
266 OBRAS ESCOGIDAS T. II 267 poeta del Niágara es un
cubano, nuestro Heredia. Cn cubano, Me- nocal, es jeíe de
los ingenieros del canal de Nicaragua. En Filadel- fia
mismo, como en New York, el primer premio de las
Cniversida- des ha sido, más de una vez, de los cubanos. Y
las mujeres de estos “perezosos”, “que no se saben valer”,
de estos enemigos de “todo es-
fuerzo”, llegaron aqui recién venidas de una existencia
suntuosa. en lo más crudo del invierno: sus maridos
estaban en la guerra, arruinados, presos, muertos: la
“señora” se puso a trabajar; la due- ña de esclavos se
convirtió en esclava; se sentó detrás de un mos- trador;
cantó en las iglesias; ribeteó ojales por cientos; cosió a
jor- nal; rizó plumas de sombrerería; dio su corazón al
deber; marchitó su cuerpo en el trabajo: ieste es el pueblo
“deficiente en moral”! Estamos “incapacitados por la
naturaleza y la experiencia para cumplir con las
obligaciones de la ciudadania de un pais grande y libre”.
Esto no puede decirse en justicia de un pueblo que po-
see- junto con la energía que construyó el primer
ferrocarril en los dominios españoles y estableció contra
un gobierno tiránico todos los recursos de la civilizaciónun conocimiento realmente notable del cuerpo político,
una aptitud demostrada para adaptarse a sus
formas superiores, y el poder, raro en las tierras del
trópico, de ro- bustecer su pensamiento y poder su
lenguaje. La pasión por la li- bertad, el estudio serio de
sus mejores enseñanzas; el desenvolvi- miento del
carácter individual en el destierro y en su propio país, las
lecciones de diez años de guerra y de sus consecuencias
múltiples,
y el ejercicio práctico de los deberes de la ciudadania en
los pueblos libres del mundo, han contribuido, a pesar de
todos los antecedentes hostiles, a desarrollar en el cubano
una aptitud para el gobierno libre tan natura1 en él, que
10 estableció, aun con exceso de prácticas, en medio de la
guerra, luchó con sus mayores en el afán de ver respetadas las leyes de la libertad, y arrebató el sable, sin
considera- ción ni miedo, de las manos de todos los
pretendientes militares, por gloriosos que fuesen. Parece
que hay en la mente cubana una dichosa iacultad de unir
el sentido a la pasión, y l. a moderación a la exuberancia. Desde principios del siglo se han venido
consagrando no- bles maestros a explicar con su palabra,
y practicar en su vida, la abnegación y tolerancia
inseparables de la libertad. Los que hace diez años
ganaban por mérito singular los primeros puestos en las
Universidades europeas, han sido saludados, al aparecer
en el
Parlamento español, como hombres de sobrio
pensamiento y de ora- toria poderosa. Los conocimientos
políticos del cubano común se comparan sin desventaja
con los del ciudadano común de los Estados Unidos. La
ausencia absoluta de intolerancia religiosa, el amor del
hombre a la propiedad adquirida con el trabajo de sus
manos, y la familiaridad en práctica y teoría con las leyes
y procedimientos de la libertad, habituarin al cubano
para reedificar su patria sobre las ruinas en que la
recibirá de sus opresores. No es de esperar, para
honra de la especie humana, que la nación que tuvo la
libertad por cuna, y recibió durante tres siglos la mejor
sangre de hombres libres, emplee el poder amasado de
este modo para privar de SU
libertad a un vecino menos afortuna, do. Acaba The
Martujacturer diciendo “que nuestra falta de fuerza viril
y de respeto propio está demostrada ppr la apatia con que
nos hemos sometido durante tanto tiempo a la opresión
española”, y “nuestras mismas tentativas de rebelión han
sido tan infelizmente ineficaces, que apenas se levantan
un poco de la dignidad de una farsa”. Nunca se ha
desplegado ignorancia mayor de la historia y el carácter
que en esta ligerísima aseveración. Es preciso recordar,
para no contestarla con amargura, que más de un
americano derramó
su* sangre a nuestro lado en una guerra que otro
americano había de llamar “una farsa” . iUna farsa, la
guerra que ha sido com- parada por los observadores
extranjeros a una epopeya, el alzamiento de todo un
pueblo, el abandono voluntario de la riqueza, la abolición de la esclavitud en nuestro primer momento de la
libertad, el incendio de nuestras ciudades con nuestras
propias manos, la crea- ción de pueblos y fábricas en los
bosques vírgenes, el vestir a nues- tras mujeres con los
tejidos de los árboles, el tener a raya, en diez años de esa
vida, a un adversario poderoso, que perdió doscientos mil
hombres. a manos de un pequeno ejército de patriotas, sin
más ayuda que la naturaleza! Nosotros no teníamos
hessianos ni fran- ceses, ni Lafayette o Steuben, ni
rivalidades de rey que nos ayuda- ran: nosotros no
teníamos más que un vecino que “extendió los Ií-
mites de su poder y obró contra la voluntad del pueblo”
para favo- recer a los enemigos de aquellos que peleaban
por la misma carta de libertad en que él fundó su
independencia: nosotros caímos vícti- mas de las mismas
pasiones que hubieran causado la caída de los Trece
Estados, a no haberlos unido el éxito, mientras que a
noso-
tros nos debilitó la demora, no demora causada por la
cobardía. sino por nuestro horror a la sangre, que en los
primeros meses de la lucha permitió al enemigo tomar
ventaja irreparable, y por una confianza infantil en la
ayuda cierta de los Estados Unidos: “iNo han de vernos
morir por la libertad a sus propias puertas sin alzar
una mano o decir una palabra para dar un nuevo pueblo
libre al mundo!” Extendieron “los límites. de su poder en
deferencia a Espa- ña”. No alzaron la mano. No dijeron la
palabra.
La lucha no ha cesado. Los desterrados no quieren
voilrer. La nueva generación es digna de sus padres.
Centenares de hombres han muerto después de la guerra
en el misterio de las prisiones. Sólo con la vida cesará
entre nosotros la batalla por la libertad. Y es la verdad
triste que nuestros esfuerzos se habrían, en toda probabilidad, renovado con éxito, a no haber sido, en
algunos de no-
sotros, por la esperanza poco viril de los anexionistas, de
obtener libertad sin pagarla a su precio, y por el temor
justo de otros, de que nuestros muertos, nuestras
memorias sagradas, nuestras ruinas empapadas en
sangre, no vinieran a ser más que el abono del suelo
para ri crecimiento dr una ;j! anta ext, ranjcra. 0 la oca.
sic) n de una bllrla para The ML: III~~ UCIU~ C~~ dc
Filadelfia.
Soy de usted. selior Directol. servidor alento COMO SE
CREA US PUEBLO NLE\‘ 0
EN LOS ESTADOS GXIDOS 120 Front Street. New York. 21
dc marzo de 1889 Thr Euenmg PtM, Nueva York. 25 de
marzo de 1889 0. C., t 1, p 236- 241.
tJN. 4 ClUD. 4D DE DIEZ MIL ALMAS EN SEIS HORAS.UN INCENDIO EN NUEVA YORK, Y UN DOMINGO DE
PASCUAS- EL PASEO DE LOS RI. COS.- EL PASEO DE LOS
NEGROS.- COLONIZACION SUBITA DE LAS TIERRAS
LIBRES.- LA INVASION DE LOS COLONOS EN
OKLAHOMA.- CUARENTA MIL COLONOS INVADEN A
OKLAHOMA A LA VEZ.- LA TIERRA DE LA LECHE Y LA
MIEL.- EL SEMINOLE OSSEOLA.-- RIVALIDAD DE LOS G.
r\ NADEROS Y LOS AGRICUI, TORES.- VENCEN LOS
AGRICULTORES.- LA PEREGRINACION Y LA ENTRADA.MILES DE CARROS.-- CUADRILLAS DE JINETES.- LOS
PUEBLOS VECINOS.- LA NOCHE EN EL CA. MINO.MUER- TOS.- TEMPESTAD.- EL DOMINGO DE LAS
VISPERAS.- CUADRILLAS DE iMUJERES.- MUJERES
SOLAS.- LOS VETERANOS.- EL S. 4CERDOTE IMPROVISPIDO.- EL COMBATE CON LOS INTRUSOS.-- ELLA
BLACKBURNE, LA BONITA- L. 4 PERIODISTA NXNITTA
DAISY.- LA HORA DE LA INVA- SION.- DESBORDE POR
LÁS CUATKO FRONTERAS.-- CARROS A ESCAPE Y
CABALLOS EL MASA.- PIE A TIERRA Y POSESION.- EL
ESPECTACULO MAGNIFICO -- COMO SE CREO LA
CIUDAD.-- LA OFICINA DE REGISTRO- EL PRIMER TREN
QUE LLEGA.-- TRAICION Y DESCONSL’ELO.- iQUIEN
TRAZC) LA CIUDAD?- TIENDAS, HOTELES, ANUNCIOS.EL BANCO.- EL PRIMER PERIODICO:-- LA PRIMERA
ELECCION -- LA NOCHE EN EL DESIERTO
Nilc\. a York. 25 dc abril dr 1889 Señor Director de Lu
Opinión Públicu. Montevi deo
Todo lo oiyidii Nueva York en un instante ;Muerc e!
Adminis- trador de Correos tanto de enfermedad como de
pena. porque su propio partido republicano le quita ei
empleo que’ gani> palmo a palmo. desde la cachucha
hasta la poltrona. para dárstlo a un buscavotos de bar!) a
larga, que se pasa la vida convidando a cerveza y
allegándose los padres de barrio? ;Se niega cl
Ayuntamiento a extender las vías del ferrocarril aéreo,
qtic afean la ciudad, y la tienen llena de humo y susto? ;Se
ha puesto de moda una corbata nacional, con los tres
colores del pabellón, 1’ c8n las puntas tiesas a lo:
hombros? (Están las cal! es que no sc- ptledt> antIal- por
cllas,
2iO Jost; .Marti OBRAS ESCOGIDAS r II 271 - de tanta
viga por tierra y estrado a medio hacer, y el aire azul.
blanco y rojo, 1’ de calicó y muselina, porque las banderas
del cen- tenario no dejan \. er el cielo? ;. Se pagan a diez
pesos los asientos para ver pasar la procesión, a ciento
cincuenta una ventana. a mil un palco en el teatro del
gran baile? ;Se ha trabajado el \. iernes Santo como todos
los demás dial;, sin que la santidad se viera más que en la
herrnosura primaveral, que se bebe en el aire, y les cen-
tellea a las mujeres en los ojos? Todo lo olvida Nueva York
en un instante. L‘ n fuego digno del centenario consume
los graneros del Ferrocarril Central. El río. intitil, corre a
sus pies, Las bombas, vencidas, bufan, echan chis-
pas. Seis manzanas arden, y las llamas negruzcas,
carmesíes, amari- llas, rojas, se muerden, se abrazan, se
alzan en trombas y remolinos dentro de la cáscara de las
paredes, como una tempestad en el sol. Por millas cunde
la luz, y platea las torres de las iglesias, calca las sombras
sobre el pavimento con limpieza de encaje, cae en la
fachada
de una escuela sobre el letrero que dice: “Niñas”. Muda la
multitud, la muititud de cincuenta mil espectadores, ve
hervir el mar de fuego con emociones romanas.---- De la
refinería de manteca, con sus milla- res de barriles en el
sótano, y sus tanques de vil aceite de algodón, sale el
humo negro. Del granero mayor, que tocaba a las nubes.
chorrean las llamas, derrúmbase mugiendo el techo
roído, cae el asbesto en ascuas, y el hierro en virutas,
flamea, entre los cuatro muros, la manzana de fuego. De
los muelles salta al río el petró- leo encendido, que
circunda al vapor que huye, seguido por las lla-
mas. El atrevido que se acerca, del brazo de un bombero,
no tiene oídos para los comentarios,- la imprudencia de
permitir semejante foco de peligro en el corazón de la
ciudad, la pérdida que llega a tres millones, la
magnificencia del espectáculo, más bello que el del
incendio de Chicago, la majestad del anfiteatro humano,
con caras como de marfil, que lo contempla;- el susurro
del fuego es
lo que se oye, un susurro como de vendrval; y el corazón
se aprieta con el dolor solemne del hombre ante lo que se
destruye. Un monte está en ruinas, ya negras, con grietas
centelleantes, de las que sale el humo en rizos. Otro monte
está en llamas, y se tiende por sobre la ciudad un humo
dorado. A la mañana siguiente contemplaba en silencio el
cascajo encendido la muchedumbre tenebrosa que acude
siempre a ver lo que parece,- mozos fétidos, con los labios
mancha- dos de tabaco; obreras jóvenes, vestidas de seda
mugrienta y ter- ciopelo; muchachos descalzos, con el
gabán del padre; vagabundos de nariz negra, con el
sombrero sin ala, y los zapatos sujetos con cordeles. Se
abre paso el gerente de una compañia de seguros, con las
manos quemadas. De trajes vistosos era el río un día
después y masa .humana la Quinta Avenida, en el paseo
de Domingo de Pascuas. El millonario se deja en calma
pisar los talones por el tendero judío: leguas cubre
la gente, que va toda de estreno, clavel rojo, de gabán los
hombres de corbata lila y claro ,y sombrero que chispea,
las mujeres con toda la gloria y pasamanerla, l, estidas
con la chaqueta graciosa del Directorio, de botones como
ruedas y adornòs de Cachemira, cuando no de oro y
plata. Perla y verde son los colores en boga, con gorros
como de húsar, o sombreros a que sólo las conchas hacen
falta, de para ir bien con la capa peregrina. A la una se
junta con el las aceras, el gentío de seda y flores que
cantaba los himnos en las iglesias protestantes, y oía en
la catedral la misa de Cherubini. Ya es ahogo el paseo, y
los coches se llevan a las jóvenes desmaya- das. Los
vestidos cargados van levantando envidias, saludando a
medias a los trajes lisos, ostentando su precio. Sobre los
guantes llevan brazaletes, y a la cintura cadenas de plata,
con muchos pomos y dijes. Se ve que va desapareciendo el
ojo azul, y que el ojo he- breo invade. Abunda la mujer
gruesa. Hay pocas altas. Pero en la avenida de al lado es
donde se alegra el corazón, en la Sexta Avenida: iqué
importa que los galanes lleven un poco exagerada la
elegancia, los botines de charol con polaina amarilla, los
cuadros del pantalón como para jugar al ajedrez, el
chaqué muy ceñido por la cintura y con las solapas como
hojas de flor, y el guante sacando los dedos colorados por
entre la solapa y el cha- leco? <Qué importa que a sus
mujeres les parezca poco toda la ri- queza de la tienda, y
carguen túnica morada sobre saya roja, o traje violeta y
mantón negro y amarillo? Los padres de estos petimetres y maravillosas, de estos mozos que se dan con el
sombrero en la cintura para saludar y de estas beldades
de labios gruesos, de cara negra, de pelo lanudo, eral1 los
que hace veinticinco años, con la cotonada tinta en
sangre y la piel cebreada por los latigazos. sembraba11 a
la vez en la tierra el arroz y las lágrimas, y llenaban
temblando los cestos de algodón. Miles de negros
prósperos viven en los alrededores de la Sexta Avenida.
Aman sin miedo; levantan familias y fortunas; debaten y
publican; cambian su tipo físico con el cambio del alma:
da gusto ver cómo saludan a sus viejos, cómo llevan los
viejos la barba y la levita, con qué extremos de cortesía se
despiden en las esquinas las enamoradas y los galanes:
comen- tan el sermón de su pastor, los sucesos de la logia,
las ganancias de .sus abogados, el triunfo del estudiante
negro, a quien acaba de dar primer premio la Escuela de
Medicina: todos los sombreros SC levantan a la vez, al
aparecer un coche rico, para saludar a uno de sus
médicos que pasa. 1’ a esa misma hora, en las llanuras
desiertas, los colonos ávidos de la tierra india, esperando
el mediodía del lunes para invadir la nlleva Canaán, la
morada antigua del pobre seminole, el país de la leche y
de la miel, limpian sus rifles, oran o alborotan, y no se
oye en aquella frontera viva, sujeta só! o por la tropa
vigilante, más que el grito de saludo del miserable que
empieza a ser dueño, del especulador que ve espumas de
oro, del pícaro que saca su ga- nancia del vicio y de la
muerte, ;Quién llegará primero? ;Quién
OBR.\ S ESCOGIDAS T II 273 de ¡J iinea, un period: cta
para ir echando la planta de su imprenta, ,, n !1: liadero
para ?encr preparado el lugar, o los empleados del ReJis: ro. adonde !a muchedumbre ansiosa ha de inscribir
por turno r‘ igillc); o 211 intencinn de oclugar una sección
de los terrenos libres. Pero di< Ten por las cercanías que
entran mt: chos delegados, que el icrro- arr¡ 1 e’t5
escondiendo gente en los matorrales, que la tropa ha
dado lwrmisos a posaderos que no tienen posada, que los
ferro- carrileros be han entendido con la gente oficial, y
no va a quedar (‘ II Gu! liric, cn la estación roja, una
manzana sin amo cuando se
abra Ia tierra a la hora de la ley. Baj: fll dc los caminos
más rcnlotos, pueblos de inmigrantes, en ~ltontor~ c.~.
en hiieras, en cabalgatas. en nubes. De entre cuatro
mateas vivas, sin más valla que las ancas de la tropa
montada, ,F ie;. anta la tierra silenciosa, nueva, verde,
con sus yerbales y sus cerros. Por entre las ancas miran
ojos que arden. Así se ha po- t-, Iado ac; i la soledad, y SC
ha levantado la maravilla de los Estados 1 ‘nidos Y ci1 Ioh
días cercanos al de ia entrada libre, como cuando se
111ud8 iina nación, erau campamento cn marcha las
leguas del con- lomo. sin micdc al sol ni a la noche, ni a la
muerte, ni a la lluvia. DC los bordes de la tierra famosa
han ido echando sobre ella ferro- carriies, y se han
erguido en sus fronteras poblaciones rivales, última
estación de Ia< caravanas que vienen de lejos; de las
cuadrillas de jinetes que traen en los dientes la baraja, la
pistola al disparar, y la bribona a la grupa; de las
romerías de soldados licenciados, de c> anlpc‘ sinos, dc
viejos, dc viudas. Arkansas City ha arrancado los toldos
de sus casas para hacer
litera5 a los inmigrantes, tiene mellados los serruchos de
tanto cor- lar batlcos v mesas dc primera hora, no
encuentra leche que vender a ias pereg; illaì; qllc salen a
buscarla del carro donde el marido cui- da lo‘; cllseres de
la felicidad,-- la tienda, la estufa, el arado, las cI- Lacas
que han dc decir que ellos llegaron primero, y nadie les
toque sll terruño; setenta y cinco t- agones tiene Arkansas
City entre ccrca5 para llevar a Ciuthrie el gentío que bulle
en las calles, pide limosna. echa el licor por los ojos. hace
compras para revender, calcula la ganancia en los
cambios de mano de la tierra. En otra población, en Ok!
ahoma City, se vende ya a dos pesos el acre que aún IIO
SC tiene, contando con que va por delante el jinete que lo
ha de ocupar, el jinete ágil y asesino. En Purcell !a noche
es día, no Ilay hombre sin mujer, andan sueltos mil
vaqueros tejanos, se oyen pIstoletazos y carcajadas
roncas: iah, si esos casadotes de las carre-
tas sr Ics ponen en el camino! ipara el que tenga el mejor
rifle ha de ser la mejor tierra! “iSi me ponen un niño
delante, Enriqueta, te lo traigo de bccfsfeak!” y duermen
sobre ILIS náuseas. Y van pasando, pasando para las
fronteras, los pueblos en muda, los puebios de carros. Se
les cansa el caballo, y empujan la rueda. No puede el
hombre solo, y la mujer se pone a la otra. Se ie dobla la
rodilla a! animal, y el hijo hombrón, con el cinto lleno de
cuchi- pon(! r; i la prinicra c> taca C’I~ 10‘ koiarc> tit, la
callt, principal? ,Q: liC! l lomar; i pwe\ i¿) n con ios
tarones de CLI bota de 105 rincones
ikrlilc~? Lcglia, dc carro-: turba+ dís jinvlcs: descargas a
cielo ahic’lo~ CLi! llO$. ., . rogali\. ah
aIaiit1. \’ dctr: i> iI: la laberna- y casa> de poliandria; un
mujer \. IIII niño; por Io< cuatro confines ro- (Ican
lawti~~ rra lihrc ic). colon&; qc ovv como 1111 alarido, “;
Oklahoma!
;Oklahorna!“ ‘ra campea por iin cl blanco in\. asor en la
tierra que se quedó con10 sir1 alma clIando murió en $11
traje de pelear y con el cuchillo wbrc cl pecho el que “no
tuvo corazón para maiai como a oso 0 como a lobo al
blanco que como oso v lobo SC le vino encima, con
amistad en una mano, y una culebrá en la otra”, el
Osseola del cintiirón de cllentas 4 rl gorro de tres plumas,
que se los puso por y- 11 mano en la hora de morir,
después de pintarse media cara de
rojo y dc desenvainar el cuchillo. Los seminoles vendieron
la tierra al “Padre Grande” de Washington, para que la
vinieran otros in- dios a vil: i: o negros libres. Ni indios ni
negros la vivieron nunca, sino los ganaderos que tendían
cercas por ella, como si la tierra fue- w suva, y 101 colonos
que la querían para sembrados y habitación, y no -“ para
que engorden con oro puro esos reyes del mundo que
tienen amigos en Washington”. muchas veces donde
habia La sangre de las disputas corrió corrido antes la de
las cacerlas; desalojó la tropa federal a los intrusos
ganaderos o colonos: al iin proclamó ptiblica la tierra el
Presidente y señaió el 22 de abri! para su ocupa- c i ó n
jenlren todos a la vez! iel que clave primero la estaca, ese
posea el campo! jciento sesenta acres por la ley al que
primero llegue! Y después de diez años de fatiga, los
ferrocarriles, los espe- culadores. los que quieren “crecer
con el psis”, ios que han hallado ingrata la tierra de
Kansas o Kentucky, los que anhelan echar al
fin el ancla en la vida, para no tener que vivir en el carro
ambu- lante, de miseria un día y de limosna otro, se han
venido juntando en los alrededores de esta comarca en
que muchos habían vivido ya, y levantado a escondidas
crías y siembras, donde ya tenía es- cogida la ambición el
mejor siti para las ciudades, donde no había más huellas
de hombre que las cenizas de las cabañas de los pobladores intrusos, los rieles del ferrocarril, y la estación
roja. Se llenaron los pueblos solitarios de las cercanías;
caballos y carretas comenzaron a subir de precio; caras
bronceadas, de ojo turbio y dañino, aparecieron donde
jamás se las vio antes; había juntas en la sombra, para
jurarse ayuda, para jurar muerte al rival; por los cuatro
confines fue bajando la gente, apretada, callada, con
los caballos, con las carretas, con !as tiendas, con el rifle
al hombro y la mujer detrás, sobre el milló; 1 de acres
libres que guardaba de los invasores la caballería. Sólo
podían en? rar en la comarca 10s delegados del Juez de
Paz nombrado por el Presidente, o aquellos a quienes la
tropa diera permiso. gente del ferrocarril para trabajos
274 JO.<@ .Murti Ilos, lo acaricia y lo besa. Los días
acaban, y no la romería. Ahora son mil veteranos sin
mujeres, que van con carros buenos, “a bus- car tierra”.
Cien hombres ahora, con un negro a la cabeza, que va, a
pie. solo. Ahora un grupo de jinetes alquilones, de bota v
camisa azul, con cuatro revólveres a la cintura y en el
arzón cl’ rifle de Winchester, escupiendo en la divinidad y
pasándose el frasco. Por
allí vienen cien más, y una mujer a caballo que los guía.
.4hí pasa el carro de la pobre Dickinson, que trae dentro
sus tres hijas, y dos rifles. Muchos carros llevan en el
toldo este letrero: “Tierra o muer- te”. I Jno, del que por
todas parres salen botas, como de hombres tendidos en el
interior, lleva este: “Hay muchos imbéciles como nosotros.”
Va cubierta de polvo, con azadas al hombro, una
cuadrilla que obedece a un hombre alto y chupado, que
está en todas partes a la vez, y anda a saltos y a voces, con
el sombrero a la nuca, tres pelos en la barba y dos llamas
en los ojos, sin color seguro la blusa y los calzones hechos
de una bandera americana, metidos en la; botas. Otros
vienen a escape, con dos muertos en el arzón, dos hermanos que se han matado a cuchilladas, en disputa sobre
quién te- nía mejor derecho al “título” que han escogido
ya, “donde nadie lo sabe”. Allá baja la gran romeria, la de
los “colonos viejos” que se han estado metiendo por el
país estos diez años, y traen por jefe al que les sacó en
Washington la ley, con su voz de capitán, sus espãldas de
mundo, y sus seis pies de alto: la tropa marcha delante
porque son mil, decididos a sacar de la garganta a quien
se les opon: ga, la tierra que miran como suya, adonde
han vuelto cuando los echó la caballería, adonde tienen
ya clavadas las estacas. Se cierra de pronto el cielo, la
lluvia cae a torrentes, el vendaval vuelca los carros y les
arranca los toldos, los caballos espantados echan a los
jinetes por tierra. Cuando el temporal se serena, pasa un
hotel entero, de tiendas y sillas plegadizas; pasa la prensa
para el perió- dico; pasa un carro, cargado de ataúdes.
iUn día nada más, ya sólo un día falta! De Purcell y de
Arkan- sas llegan noticias de la mala gente; de que un
vaquero amaneció clavado con un cuchillo a la mesa de la
taberna; de que se venden a precios locos los ponies de
correr, para la hora de la entrada; de que son muchas las
ligas de los especuladores con los pícaros, o de los pícaros
entre sí, para defender juntos la tierra que les quiten a los
que lleguen primero, que no tendrán más defensa que la
que quepa en una canana; de que unos treinta intrusos
vadearon el río, se entraron por el bosque, se rindieron,
uno sin brazo, otro sin qui- jada, otros arrastrándose con
el vientre roto, al escuadrón que fue a echarlos de su
parapeto, donde salió con el pañuelo de paz un mozo al
qtie no se le veía de la sangre, la cara. Pero los caballos
pastan tranquilos por esta parte de la frontera, donde
está lo mejor de la invasión y la gente anda en grupos de
domingo, grupos de millas, grupos de leguas, por donde
un anciano de barba como leche, llama con un cencerro a
los oficios, desde la caja de jabón de que ha OBRAS
ESCOGIDAS. T. ll 275
hecho púlpito; o donde los veteranos cuentan cómo ayer,
al ver la tierra, se echaron a llorar y se abrazaron, y
cantaron, y dispararon sus rifles; o en el corro que oye en
cuclillas, con la barba en las palmas, lo que les dice la
negra vieja, la tia Cloc, que ya tuvo galli- nas y perro en
Oklahoma, antes de que los soldados la echaran, y ahora
vuelve a aquel “país del Señor, a ver si encuentra sus
galli- nas” o en el corro de mujeres, que han venido solas,
como los hombres, a “tomar tierra” para si, o a especular
con las que com- pren a otros, como Polly Young, la viuda
bonita, que lo hizo ya
en Kansas, o a repartirse en compañía las que,
ayudándose del caballo y del rifle, logren alcanzar, como
las nueve juramentadas de Kentucky; o a vivir en su
monte, como Nellíe Bruce, que se quedó sola con sus
pollos entre los árboles, cuando le echaron al padre los
soldados, y le quemaron la casa que el padre le hizo para
que enseñara escuela; o a ver quién le ha quitado “la
bandera que dejó allí con un letrero que dice: Esto es de
Nanitta Daisy, que sabe latín, y tiene dos medallas como
tiradora de rifle: icuidado!” Y cuando Nanitta saca las
medallas, monta en pelo sin freno ni já- quima, se baja
por la cabeza lo mismo que por la grupa, enseña su
revólver de cabo de marfil, recuerda cuando le dio las
bofetadas al juez qlle le quiso dar un beso, cuenta de
cuando fue maestra, can- didato al puesto de bibliotecario
de Kansas, y periodista en Washing- ton, óyense a la vez,
por un recodo del camino, un chasquido de Iá- tigo y una
voz fina y virgen: “iEhoe! iHurra!” “lAquí venimos nosotras, con túnica de calicó y gorro de teja!” “iEhoe!
iHurra” “iTommv Barny se llevó a la mujer de Judas
Silo!” “iAquí está! Ella Blañckburne, la bonita, sin más
hombre que estos dos de gatillo y cañón, y sus tres
hermanas!” Y a las doce, al otro día, todo el mundo en pie,
todo el mundo cn silencio cuarenta mil seres humanos en
silencio. Los de a ca- ballo, tendidos sobre el cuello. Los de
carro, de pie en el pescante, cogidas las riendas. Los de
animales infelices; atrás, para que no los atropellen. Se
oye el latigazo con que el caballo espanta la mariposa que
le molesta. Suena el clarín, se pliega la caballería, y por
los cuatro confines a la vez se derrama, estribo a estribo,
rueda a rueda, sin injuriarse, sin hablarse, con los ojos
fijos en el cielo seco, aquel torrente de hombres. Por Tejas,
los jinetes desbo-
cados, disparando los rifles, de pie sobre los estribos,
vitoreando con frenesí, azotando el caballo con los
sombreros. De enfrente los PO- nies, los ponies de Purcell,
pegados anca a anca, sin ceder uno el puesto, sin sacarse
una cabeza. De Kansas, a escape, los carros poderosos,
rebotados y tronando, mordiéndole la cola a loS jinetes.
Páranse, desuncen los caballos, dejan el carro con la
mujer, ensillan, y de un salto le sacan a los jinetes la
delantera. Riéganse por el valle. Se pierden detrás de los
cerros, reaparecen, se vuelven a perder, echan pie a tierra
tres a un tiempo sobre el mismo acre, y se enca- ran, con
muerte en los ojos, Otro enfrena de súbito su animal, se
apta, y clava en el suelo su cuchil! o. Los carros \‘ an
parandose, ! \, aciandr> en la pradera. donde el padre
pone las estacas, la carga escondida. 12 mujer y los hijos,
No bajan, se descuelgan. Se re- vuelcan los hijo% en el
yerbal, los caballos relinchan v enroscan la \. oia. la
madre da \‘ oces de un lado para otr’o, con ios brazos en
alto. No SC quiere ir de un acre el que vino después; v el
rival le descarga en 12 cara el fusil, sigue estacando, da
con el pje 21 muerto que cae en la linea. No se ven los de 2
caba! lo, dispersos por el horizon?~. Sigue entrando el
torrente. En Guthrie está la estación del ferrocarril, las
tiendas de la Lro+ i, la Oficina de Registro, con la bandera
en el tope. Guthrie ~2 a ser la ciudad principal. A Guthrie
va todo Arkansas y todo Purcell. Los hombres, corno
adementados, se echaron sobre los va- gones, Se
disputaron puestos 2 puñetazos y mordidas, tiraban las
mochilas y maletas para llegar primero, hicieron en el
techo el viaje. Salr entre vítores el primer tren: y el carro
primero es el de los pe- riOdicos. Poco hablan. Los ojos
crecen. Pasa un venado, y los dei tren lo acribillan 2 tiros.
“$ Zn Ol~ lahoma!” dice una voz, y salen
a !a plataforma a disparar, disparan por las ventanillas,
descargan las pistolas a sus pies, vociferan, de pie en los
asientos. LlTgan: se echan por las ventanas: ruedan unos
sobre los otros: caen Juntos hombres y mujeres: ia la
oiicina, 2 tomar turno! jal campo, a tomar posesi%: Pero
los primeros en llegar hallan con asombro la ciudad
medida, trazada, ocupada, cien inscripciones en la
oficina, hombres que desbrozan la tierra, con el rifle a ia
espalda y el puñal al cinto, Corre el grito de traición. iLa
tropa ha enga- ñado! iLa tropa ha permitido que se
escondiesen sus amigos en los matorrales! ;Estos son los
delegados del juez, que no pueden tomar tierra, y la han
tomado! “De debajo de la tierra empezrj a saiir la gente 2
las doce en punto”, dicen en la oficina. iA lo que queda! il!
nos traen un letrero que dice: “Banco de Guthrie”, y lo
clavan 2
dos millas de la estación, cuando venían a clavarlo
enfrente. Otro se echa de bruces sobre un lote, para
ocuparlo con mejor derecho que el que sólo está de pie
sobre él. Uno vende en cinco pesos un lote de esquina.
<Pero cómo, en veinticinco minutos, hay esqui- nas, hay
avenidas, hay calles, hay plazas? Se susurra, se sabe:
hubo traición. Los favorecidos, los del matorral, los que
“salieron de debajo de 12 tierra”. los que entraron so capa
de delegados dell juez y empleados del ierrocarril,
celebraron su junta a las diez, cuando no había por la ley
tierra donde juntarse, y demarcaron la ciudad, trazaron
las calles y solares, se repartieron las primicias de los
lotes, cubrieron a las dos en punto el libro de Registros
con sus inscripciones privilegiadas. andan solicitando r)
leitos. Los abogados de levita y revólver,
gados con ia tierra. j* s “< Pare qué, para que se queden
ios abo- Los banqueros van oireciendo anticipos 2 los
ocupantes con hipoteca de su posesión. Vienen los de la
pradera, en el caballo que <e cae de roc! iilas, a declarar
su título. En hilera, de dos en
OBRAS ESCOGIDAS T II 277 dos, se apiñan a la puerta los
que se inscriben. antes de salir, para que conste su
demanda y sea suya una de las secciones libres. Ese es un
modo de obtener 12 tierra, y otro, el más seguro y
expuesto, es ocuparla, dar prenda de ocupaci6n, estaca:,
desbrozar. cercar, plantar e] carro v la rienda. “; Al banco
de Oklahoma!” dice en una tienda grande. ‘. iAl primer
hotel de Guthrie!” ‘.; Aquí se venden ri-
fies!” “; Agua, a real el vaso!” “; Pan, a peso la libra!”
Tiendas por todas partes, con banderolas, con le? reros,
con mesas de jugar, con banjos y violines a la puerta. “; El
Herafd de Okfakoma con la cita para las elecciones del
Ayuntamiento!” A las cuatro es la junta, y asisten diez mil
hombres. A las cinco, el Herald de Oklahoma da un
alcance, con la lista de los electos. Pasean por la multitud
los hombres- anuncios, con nombres de carpinteros, de
ferreteros, de agrimensores a la espalda. En el piso no se
ve la tierra, de las tarjetas de anuncios. Cuando cierra la
noche, la estación roja del ferrocarril es una ciudad viva.
Cua- renta mil criaturas duermen en el desierto. Un
rumor, como de
o! eaje, vi& e de Ia pradera. Las sombras negras de los
que pasan se dibl . ’ ---- 1--‘* de los fuegos, en las tiendas.
En la oficina de registrar, apaga la luz. Resuena toda la
noche el golpe del martillo.
ea Opinión PYUX, Montevideo, 1889 0. c.. f. 12, p, 202212.
OBRXS ESCOCiIDAS. T II 279 EL CASTELLANO EN
AMÉRICA
No es por pedantería, sino por cariño: cuentan de
Toussaint L’Ouverture que no sabía una vez cómo librarse
de un bravucón de su ejército, empeñado en ser teniente;
y luego que lo hubo reci- bido muy bien y dispuesto día
para la toma solemne de grado., cuando llegó la hora:
repente: iJamás había “? Sabes latín, por supuesto?“, fe
preguntó de sabido el bravo aquel latín! “iPues cómo
grande y grandísimo bribón, te atreves a querer ser
oficial de mi ejército sin saber latín?” que Y de cierto
director de diario cuentan en España que cada vez le
llegaba un aspirante con deseos de escribir en su
periódico le mostraba una pizarra llena de esas que
llaman frases de estarn: pilla y de adverbios en mente:
“por mejor decir”, “digámoslo así” “todos. absolutamente
todos”, y correas del mismo arnés: “iSí usted sabe escribir
sin usar una sola de estas muletas, lo tomo para mi
diario!”
Algo así pasa con muchos periódicos de nuestros países:
llenos de noble juventud y excelente intención, pero donde
se habla una jerga corriente, y desluce con modismos
bárbaros y acepciones inau- ditas un párrafo bello o una
idea feliz.
Bueno está que vayamos dando a la lengua acá en
América la dis- tinción, elegancia y profundidad que,aunque lluevan piedras, po- demos decir que aun en
España faltan, quitando algún Maragall o Baralt, y Picón
o Giner; porque si sale un ingenioso, resulta Varela que
va paseándose aprisa de discreto a chabacano; si crítico,
un Clarín, con una azumbre del pelebn por cada gota del
añejo; y hay que venir a los cronistas de los Lunes, más
afrancesados de lo que conviene, para encontrar de vez en
cuando esa elegante soltura que en Francia es acaso, con
la claridad, lo más original y saliente de la lengua
literaria, que en España apenas se ve, aun en aquellos que
saben más de idioma español, como Pereda y la Bazán.
Bueno es que,- para no ir como momia de cuello parado
en mundo vivo, escribamos como los que escriben en
nuestros tiempos, pero como los que escriben bien;
porque decir, por ejemplo, como leemos en un diario:
“ayer tuvo verificativo”, “intimidaron los dos amigos”,
“Carrera jugó un gran rol”, “la tropa está bien munida”,
es dahomeyano o iroquefio, pero castellano no es. Y la
lengua que se habla debe hablarse como lo manda la
razón, y como sea la lengua, por lo mismo que se pone
uno 1 a ropa a su medida, y no a la del vecino, con el
pretexto de que todo es ropa. Ni cuando se escribe una
carta se la llena de borrones, porque como quiera es
carta. Ni el que ostenta un jarrón en su juguetero lo tiene
de loza burda y mal co- cida cuando lo puede tener de fino
Sevres. Pues, porque se llevan zapatos, ihay razón para
poner la gala en llevarlos rotos? La verdad es que con el
uso del castellano pasa como con el tra-
je verde que llevaba en Madrid ei pobre Pedro Torres, que
lo llevaba porque no tenía otro, y aun ese se lo habían
regalado, pero se eno- jaba con quien le sostuviera que a
él no le gustaban los trajes ver- des. iLe gustaban, y “muy
mucho”! Lo mismo que con el paraguas, que él no tuvo
jamás, y salía a la calle de intento en cuanto empe- zaba a
llover, para demostrar que “por eso no tenía paraguas,
por- que le gustaba que le lloviera encima”. Se ha de
hablar el castellano sin pujos ni remilgos, ni “puesto que”
por aunque, ni baturradas de antaño para decir nuestras
ideas y cosas de hoy, ni novelerías innecesarias, que
ponen el español pin- tarrajeado y tornadizo, como un
maniquí de sastrería. El que se
atreva con sus elegancias, háblelo con ellas, que no es
pecado ha- cerse los pantalones al cuerpo en lo de Pool, en
vez de comprar los hechos a molde rodilleros y bolsudos,
en el Ben Marché: ni una mujer es menos bella y virtuosa
porque fe corte un traje Félix que porque se lo ponga
hecho una infelicidad la madama de la esquina.
Pero no se ha de poner el español, so pretexto de
elegancias, en- tretelado y lleno de capas lo mismo que las
cebollas; ni, so pretexto de libertad, se le ha de dejar como
payaso de feria, lleno de sobre- puestos y remiendos, en
colorín que no sea suyo, usando las voces fuera de su
sentido, o traduciendo malamente del francés o inglés lo
que de sobra hay modo de decir con pureza en español, o
inven- tanto verbajos que corren a la larga entre la gente
inculta, y luego acaban, como los realce un poco la
imaginación y otro poco el éxito, por echar de la casa al
dueño, y decir que los que hablan el español son los que
no lo hablan, y ellos, los del “tuvo verifica- tivo”, ellos son
los únicos que saben de veras del consorcio supremo entre
la lengua castiza y el pensamiento corriente, los que
hablan una lengua ejemplar y galana. Esto es como los
polluelos del cucú,
que echan del nido a picotazos a los hijos legitimos de la
que Ics sir- vi6 de madre. Cada asunto quiere su estilo, y
todos concisión y música, que
son las dos hermosuras del lenguaje. En lo ligero, por
ejemplo, está bien el donaire, que huelga en la historia,
donde cada sentencia ,ha de ser breve y definitiva como
un juicio. El orador que marcara a los bribones con su
palabra candente como se marca a las bestias, en la
tribuna política, moderará la voz en una reunión ,de
damas. y fes hablará como si les echase a los pies flores.
EI periodista que en una hora desocupada deja correr la
plun~ a. a vagar suelta por entre margaritas y oios de
poetas. la embrazarri con lanza, y montarrí en el caballo
de ojÓs de fuego cuando le ofen- dc una \. erdad querida el
periodista enemigo, o como maza la dejar5 caer sobre loc
tapaculpas del tirano. Pero para todos los estados del
lenguaje ilay una lev comiin, que VG 1,~ de no lrsar
paiabras espúreas o cambiar la ac& pción de las
genuinas, porque ci que unas veces deba ponerse en el
lienzo mis amarillo, y. menos otras, no quiere decir que se
pinte con cual- qurer amarillez cogida del camino. No es
que no sea bueno ir sa- liendo dc las andaderas arcaicas.
10 mismo que de las romjnticas, 1; dejar que hablen en
joroba los Guerras y Cutandas, que son mo-
delos íunestos. o tomen por el vapor de la nariz, y no por
el cuerpo, a la quimera de Hugo los hugSlatras. Se ha de
aspirar por la verdad del lenguaje a la limpieza griega.
Pero el modo de limpiar el lenguaje, y armar guerra
mortal con- tra el hipkbaton que 10 tortura, no es poner
una barbarie en vez de otra, ni reemplazar las muletillas,
volteretas y contorsiones aca- démicas con voces foráneas
que sin mucho rebuscar pueden decirse cn castellano puro
o con verbalismos dc jcrigonza, usados y dcfcn- didos por
los que creen que para ser obreros en piedras finas no hay
como no aprender jamás a lapidario. La ignorancia crea
esa jerga, y la indulgencia la acepta y per- pcttia,
quedando con ella cl espatio!, lo mismo que con las
amarras académicas. como quedaban !os cuerpos dc los
revolucionarios dei
año 12 en Venezuela, atados hasta los huesos de un cuero
húmedo, cuando amoscando la piel y sin cuidarse de la
infamia del mundo, salía cl sol de detrás de las montañas.
Acicalarse con exceso es malo, pero vestir con elegancia
no. El lenguaje ha de ir como cl cllerpo, esbelto y libre;
pero no se le ha de poner encima palabra que 110 le
pertenezca, como no se pone sombrero de copa una flor,
ni un cubano se deja la pierna desnuda como un escoces,
ni al traje limpio y bien cortado SC le echa de propósito
una mancha.
H5blese sin manchas. La Naciótt, Montevideo, 23 de julio
de 1889. Anuario del Cerltro de Esfudios Marfianos, La
Habana, n. 9, 1986, p. 38- 40
LA EDAD DE ORO A los niños que lean La Edad. de Oro
Para !os niños es este periódico, y para las niñas, por
supuesto. Sin las nirías no se puede vivir, como no puede
vivir la tierra sin luz. El niño ha de irabajar, de andar, de
estudiar, de ser fuerte, de w’r hermoso: cl niño puede
hacerse hermoso aunque sea íeo; un niño bueno,
inteligente y aseado es siempre hermoso. Pero nunca
tbrc un niño más bello que cuando trae en sus manecitas
de hombre iilcric una flor para su amiga. o cuando lleva
del brazo a su hermana, para que nadie SC la ofenda: el
niño crece entonces, y parece un gigante: el niño nace
para caballero, y la niña nace para madre. Este periódico
sc publica para conversar una vez al mes, como bue- nos
amigos, con los caballeros de mañana, y con las madres
de ma- fiana: para conlarles a las niñas cuentos lindos
con que entretener ;t sus visitas y jugar con sus mufiecas;
y para decirles a los niños
Ir) ctu~ deben saber para ser de veras hombres. Todo lo
que quieran s; ab& Irs vamos a decir, y de modo que lo
entiendan bien, con pala- bras claras 17 con láminas
finas. Les vamos a decir cómo está hecho cl mrlndo: I&
vamos a contar todo lo que han hecho los hombres hasta
ai! ora.
Para cso w pllblica La EDad de Oro: para que los niños
america- no> sepan ccimo se vivía antes, y se vive hoy, en
América, y en las dem5s tierras; y cómo se hacen tantas
cosas de cristal y de hierro, y las In6qllinas de vapor, y
los puentes colgantes, y la luz eléctrica;
para IZIW clIando el niiio vea una piedra de color sepa
por qué tiene colores la piedra. v qué quiere decir cada
color; para que el niño ~wnozca 10% libros famosos
donde w cuentan las batallas y las reli- :rioncs de ICJL;
ptleblos antiguos. Les hablaremos de todo lo qu’ >í’ hace
en los talleres, donde suceden cosas más raras c
interesan- ics que en los cuentos de magia. y son magia de
verdad, m5s linda qtle la otra: y les diremos lo que se sabe
del cielo, y de lo hondo del mar 1’ de Ia tierra: y les
contaremos cuentos de risa y novelas .de niño. s, para
cuando hachan estudiado muc’ho. 0 jugado mucho, y
qule- rnn descansar. Para Íes niños trabajamos, porque
los niños son 10s ‘l” f saben querer, porque los niños son
la esperanza del mundo. J quwcnios que nos quieran, y
nos ycan como cosa de >it corazón.
Cuando un niño quiera saber algo que no esté en La Edad
de Oro, escríbanos como si nos hubiera conocido siempre,
que nosotros le contestaremos. No importa que la carta
venga con faltas de or- tografía. Lo que importa es que el
niño quiera saber. Y si la carta está bien escrita, la
publicaremos en nuestro correo con la firma al pie, para
que se sepa que es niño que vale. Los niños saben más de
lo que parece, y si les dijeran que escribiesen lo que saben,
muy buenas cosas que escribirían. Por eso La Edad de Oro
va a tener cada seis meses una competencia, y el niño que
le mande el trabajo mejor, que se conozca de veras que es
suyo, recibirá un buen premio de libros, y diez ejemplares
del número de La Edad de Oro en que se publique su
composición, que será sobre cosas de su edad, para que
puedan escribirla bien, porque para escribir bien de una
cosa
hay que saber de ella mucho. Así queremos que los niños
de América sean: hombres que digan lo que piensan, y lo
digan bien: hombres elocuentes y sinceros. Las niñas
deben saber lo mismo que los niños, para poder hablar
con ellos como amigos cuando vayan creciendo; como que
es una pena que el hombre tenga que salir de su casa a
buscar con quien hablar, porque las mujeres de la casa no
sepan contarle más que de diversiones y modas. Pero hay
cosas muy delicadas y tiernas que las niñas entienden
mejor, y para ellas las escribiremos de modo que les
gusten; porque La Edad de Oro tiene su mago en la casa,
que le cuenta que en las almas de las niñas suceda algo
parecido a lo que ven los colibríes cuando andan
curioseando por entre las flo- res. Les diremos- cosas así,
como para qua las leyesen los colibríes, si supiesen leer. Y
les diremos cómo se hace una hebra de hilo, cómo nace
una violeta, cómo se fabrica una aguja, cómo tejen las
vieje- citas de Italia los encajes. Las niñas también
pueden escribirnos sus cartas, y preguntarnos cuanto
quieran saber, y mandarnos sus com- posiciones para la
competencia de cada seis meses. iDe seguro que van a
ganar las niñas! Lo que queremos es que los niños sean
felices, como los herma- nitos de nuestro grabado; y que
si alguna vez nos encuentra un
niño de América por el mundo nos apriete mucho la
mano, como a un amigo viejo, y diga donde todo el muñdo
lo oiga: “iEste hombre de La Edad de Oro fue mi amigo!”
0. C., t. 18, p. 301- 303.
Tres héroes Cuentan que un viajero llegó un dia a Caracas
al anochecer, v sin sacudirse el polvo del camino, no
preguntó dónde se comía Ri se dormía, sino cómo se iba
adonde estaba la estatua de Bolívar.
Y cuentan que el viajero, solo con los árboles altos y
olorosos de la plaza, lloraba frente a la estatua, que
parecía que se movía, como un padre cuando se le acerca
un ‘hijo. El viajero hizo bien, porque todos los americanos
deben querer a Bolívar como a un pádre. A Bolívar, y a
todos los que pelearon como él porque la América fuese
del hombre americano. A todos: al héroe famoso, y al
último soldado, que es un héroe desconocido. Hasta
hermosos de cuerpo se vuelven los hombres que pelean
por ver libre a su patria. Libertad es el derecho que todo
hombre tiene a ser honrado, y a pensar y a hablar sin
hipocresía. En América no se podía ser honrado, ni
pensar, ni hablar. Un honibre que oculta lo que piensa, o
no se atreve a decir lo que piensa, no es un ihombre
honrado. Un hombre que obedece a ‘un mal gobierno, sin
trabajar para que el gobierno sea bueno, no es un hombre
honrado. Un hombre que se conforma con obedecer a
leyes injustas, y permite que pisen el país en que nació los
hombres que se lo maltratan, no es un ‘hombre honrado.
El niño, desde que puede pensar, debe pensar en todo
lo que ve, debe padecer por todos los que no pueden vivir
con hon- radez, debe trabajar porque puedan ser
honrados todos los hombres, y debe ser un hombre
honrado. El niño que no piensa en lo que sucede a su
alrededor, y se contenta con vivir, sin saber si vive
honradamente, es como un hombre que vive del trabajo
de un bribón, y esta en camino de ser bribón. Hay
hombres que son peores que las bestias, porque las
bestias necesitan ser libres para vivir dicho- sas: el
elefante no quiere tener hijos cuando vive preso: la llama
del Perú se echa en la tierra y se muere, cuando el indio le
habla con rudeza,. o le pone más carga de la que puede
soportar. El hombre debe ser, por lo menos, tan decoroso
como el elefante y como la
llama. En América se vivía antes de la libertad como la
llama que tiene mucha carga encima. Era necesario
quitarse la carga, o morir. Hay hombres que viven
contentos aunque vivan sin decoro. Hay oiros que
padecen como en agonía cuando ven que los hombres vi.
ven sin decoro a su alrededor. En cl mundo ha de haber
cierta cantidac! de decoro, como ha de haber cierta
cantidad de !uz. Cuando hay m: lchcs hombres sin decoro,
hay siempre otros que tienen en si el decoro de muchos
hombres. Esos son los que se rebeian con fuerza terrible
contra los que les roban a los pueblos su libertad, que es
roburirs a los hombres su decoro. iY: l esos hombres van
miles de hombres, va un pueblo entero, i’a la dignidad
humana. Esos hom- bres son sagrados. Estos tres hombr?;
son sagrados: Bolívar, de Venezuela; San Martin, del Río
de !a Plata; Hidalgo, de México. Se les deben perdonar sus
errores, porque el bien que hicieron fue rn5s que sus
faltas. Los hombres no pueden ser más perfectos que ci
sol. El sol quema con ia misma luz con que calienta. El sol
tiene manchas. Los desagradecidos no hablan más que de
las man- chas. Los agradecidos hablan de la luz. Bolívar
era pequeño de cuerpo. Los ojos le relampagueaban, y las
palabras se le salían de los labios. Parecía como si
estuviera esperando siempre la hora de montar a caballo.
Era su país, su país oprimido, que le pesaba en el corazk,
y no le dejaba vivir en paz. La América entera estaba
como despertando. Un. hombre solo no vale nunca más
que un pueblo entero; pero hay hombres que no se
cansan, cuando su pueblo se cansa, y que se deciden a la
guerra antes que los pueblos, porque no tienen que
consultar a nadie más
que a sí mismos, y los pueblos tienen muchos hombres, y
no pueden consultarse tan pronto. Ese fue el mérito de
Bolívar, que no se cansrj de pelear por la libertad de
Venezuela, cuando parecía que Venezuela se cansaba. Lo
habían derrotado ios espafioles: lo habían echado del
país. El se fue a una isla, a ver s~ t tierra de cerca, a
pensar en su tierra. die. Un negro generoso lo ayudó
cuando ya no lo quería ayudar na- Volvió un día a pelear,
con trescientos héroes, con los trescien- tos libertadores.
Libertó a Venezueia. Libertó a la Nueva Granada. Libertó
al Ecuador. Libertó al Perú. Fundó una nación nueva, la
nación de Bolivia. Ganó batallas sublimes con soldados
descalzos y medio desnudos. Todo se estremecía y se
llenaba de luz a su alrededor. Los generales peleaban a su
lado con valor sobrenatu- ral. Era un ejército de jóvenes.
Jamás se peleó tanto, ni se peleó mejor, en el mundo por
la libertad. Bolívar no defendió con tanto
fuego el derecho de los hombres a gobernarse por sí
mismos, como el derecho de América a ser libre. Los
envidiosos exageraron sus defectos. Bolívar murió de
pesar del corazón, más que de mal del cuerpo, en la casa
de un español en Santa Marta. Murió pobre, y dejó una
familia de pueblos. México tenía mujeres y hombres
valerosos, que no eran muchos, pero valían por muchos:
media docena de hombres y una mujer pre- paraban el
modo de hacer libre a su país. Eran unos cuantos jóvenes
valientes, el esposo de una mujer liberal, y un cura de
pueblo que quería mucho a los indios, un cura de sesenta
años. Desde niño fue e1 cura Hidalgo de la raza buena, de
los que quieren saber. Los que no quieren saber son de la
raza mala. Hidalgo sabía francés, que entonces era cosa
de mérito, porque lo sabían pocos. L@ los
libros de los filósofos del siglo dieciocho, que explicaron el
de- recho del hombre a ser honrado, y a pensar y a hablar
sin hipo- cresia. Vio a los negros esclavos, y se llenó de
horror. Vio maltra- tar a los indios, que son tan mansos y
generosos, y se sentó entre ellos como un hermano viejo, a
enseñarles las artes finas que el in- dio aprende bien: la
música, que consuela; la cría del gusano, que da la seda;
la cría de la abeja, que da miel. Tenía fuego en sí, y le
gustaba fabricar: creó hornos para cocer los ladrillos. Le
veían lucir mucho de cuando en cuando los ojos verdes.
Todos decían que hablaba muy bien, que sabía mucho
nuevo, que daba muchas limos- nas el señor cura del
pueblo de Dolores. Decían que iba a la ciudad de
Querétaro una que otra vez, a hablar con unos cuantos
valientes y con el marido de una buena señora. Un traidor
le dijo a un co- mandante español que los amigos de
Querétaro trataban de hacer
a México libre. El cura montó a cabalio, con todo su
pueblo, que lo quería como a su corazón; se le fueron
juntando los caporales y los sirvientes de las haciendas,
que eran la caballería; los indios iban a pie, con palos y
flechas, o con hondas y lanzas. Se le unió un regimiento Y
tomó un convoy de pólvora que iba para los españoles.
Entró triun ante en Celaya, con músicas y vivas. Al otro
día juntó al Ayuntamiento, lo hicieron general, y empezó
un pueblo a nacer. El fabricó lanzas y granadas de mano.
El dijo discursos que dan calor y echan chispas, como
decía un caporal de las haciendas. El declaró libres a los
negros. El les devolvió sus tierras a los indios. El publicó
un periódico que llamó El Despertador Americano. Ganó
y perdió batallas. Un día se le juntaban siete mil indios
con flechas,
y al otro día lo dejaban solo. La mala gente quería ir con
él para robar en los pueblos y para vengarse de los
españoles. El les avi- saba a los jefes españoles que si los
vencía en la batalla que iba a darles los recibiría en su
casa como amigos. iEso es ser grande! Se atrevió a ser
magnánimo, sin miedo a que lo abandonase la
soldadesca, que quería que fuese cruel. Su compañero
Allende tuvo celos de él, y él le cedió el mando a Allende.
Iban juntos buscando amparo en su derrota cuando los
españoles les cayeron encima. A Hidalgo le quitaron uno
a uno, como para ofenderlo, los vestidos de
sacerdote. Lo sacaron detrás de una tapia, y le
dispararon los tiros dc muerte a la cabeza. Cayó vivo,
revuelto en la sangre, y en el suelo lo acabaron de matar.
Le cortaron la cabeza y la col- garon en una jaula, en la
Alhóndiga misma de Granaditas, donde tuvo su gobierno.
Enterraron los cadáveres descabezados. Pero México es
libre. San Martin fue el libertador del Sur, el padre de la
Repüblica Argentina, el padre de Chile. Sus padres eran
españoles, y a él
lo mandaron a España para que fuese militar del rey.
Cuando Napo! eón entró en España con su ejército, para
quitarles a los erpafloles la libertad, los españole? todos
pelearon contra Napoleón:
286 José ,Marti pelearon los viejos, las mujeres, los niños;
un niño valiente, un catalancito, hizo huir una noche a
una compañía, disparándole tiros y más tiros desde un
rincón del monte: al niño lo encontraron muer- to, muerto
de hambre y de frío; pero tenía en la cara como una luz,
r sonreía, como si estuviese contento. .San Martín peleó
muy bien en a batalla de Bailen, y lo hicieron teniente
coronel. Hablaba poco: parecía de acero: miraba corno
un águila: nadie. lo desobedecía: su caballo iba y venía
por el campo de pelen, como el rayo por el aire. En cuanto
supo que América peleaba para hacerse libre, vino a
América: cqué le importaba perder SLI carrera, si iba a
cumplir con SLI deber?: llegó a Buenos Aires: no dijo
discursos: levantó un escuadrón de caballería: en San
Lorenzo fue su primera batalla: sable en mano se fue San
Martín detrás de los españoles, que ve- nían - muy
seguros, tocando el tambor, y se quedaron sin tambor, sin
cañones y sin bandera. En los otros pueblos de América
los espafioles iban venciendo: a Bolívar lo había echado
Morillo el cruel de Venezuela: Hidalgo estaba muerto:
O’Higgins salió huyendo de Chile: pero donde estaba San
Martín siguió siendo libre la Amé- rica. Hay hombres así,
que no pueden ver esclavitud. San Martín no podía; y se
fue a libertar a Chile y al Perú. En dieciocho días cruz6
con su ejército los Andes altísimos y fríos: iban los
hombres como por el cielo, hambrientos, sedientos: abajo,
muy abajo, los
árboles parecían yerba, los torrentes rugían como leones.
San Mar- tín se encuentra al ejército español y lo deshace
en la batalla de Maipo, lo derrota para siempre en la
batalla de Chacabuco. Liberta a Chile. Se embarca con su
tropa, y va a libertar al Perú. Pero en el Perú estaba
Bolívar, y San Martín le cede la gloria. Se fue a Europa
triste, y murió en brazos de su hija Mercedes. Escri- bió su
testamento en una cuartilla de papel, como si fuera el
parte de una batalla. Le habían regalado el estandarte
que el conquísta- dor Pizarro trajo hace cuatro siglos, y él
le regaló el estandarte en ei testamento al Perú. Un
escultor es admirable, porque saca una figura de la
piedra bruta: pero esos hombres que hacen pueblos son
como más que hombres. Quisieron algunas veces lo que
no de- bían querer; pero iqué no le perdonará un hijo a su
padre? El cora- zón se llena de ternura al pensar en esos
gigantescos fundadores. Esos son héroes; los que pelean
para hacer a los pueblos libres, o los que padecen en
pobreza y desgracia por defender una gran ver- dad. Los
que pelean por la ambición, por hacer esclavos a otros
pueblos, por tener más mando, por quitarle a otro pueblo
sus tierras, no son héroes, sino criminales. 0. C., t. 18. p.
304308.
La Ilíada, de Homero Hace dos mil quinientos años era ya
famoso en Grecia el poema de la Ilíada. Unos dicen que lo
compuso Homero, el poeta ciego de la barba de rizos, que
andaba de pueblo en pueblo cantando sus versos al
compás de la lira, como hacían los aedas de entonces.
Otro5 dicen que no hubo Homero, sino que el poema lo
fueron com- poniendo diferentes cantores. Pero no parece
que pueda haber tra-
bajo de muchos en un poerna donde no cambia el modo de
hablar, ni el de pensar, ni el de hacer los versos, y donde
desde el princi- pio hasta el fin se ve tan claro el carácter
de cada persona que puede decirse quién es por lo que
dice o hace, sin necesidad de verle el nombre. Ni es fácil
que un mismo pueblo tenga muchos poe- tas que
compongan los versos con tanto sentido y música como
los de la Ilíada, sin palabras que falten o sobren; ni que
todos los dífe- rentes cantores tuvieran el juicio y
grandeza de los cantos de Ho- mero, donde parece que es
un padre el que habla. En la Ilíada no se cuenta. toda .la
guerra de treinta años de Grecia contra Ilión, que era
como le decían entonces a Troya; sino lo que pasó en la
guerra cuando los griegos estaban todavía en la llanura
asaltando a la ciudad amurallada, y se pelearon por celos
los dos griegos famosos, Agamenón y Aquiles. A
Agamenón le lla- maban el Rey de los Hombres, y era
como un rey mayor, que tenía más mando y poder que
todos los demás que vinieron de Grecia a pelear contra
Troya, cuando el hijo del rey troyano, del viejo Pría- mo,
le robó la mujer a Menelao, que estaba de rey en uno de
los pueblos de Grecia, y era hermano de Agamenón.
Aquiles era el más valiente de todos los reyes griegos, y
hombre amable y culto, que cantaba en la lira las
historias de los héroes, y se hacía querer de las mismas
esclavas que le tocaban de botín cuando se repartían 10s
prisioneros después de sus victorias. Por una prisionera
fue la disputa de los reyes, porque Agamenón se resistía a
devolver al sa- cerdote troyano Chrysés su hija Chryséis,
como decía el sacerdote griego Calcas que se debía
devolver, para que se calmase en el Olimpo, que era el
cielo de entonces. la furia de Apolo, el dios del Sol, que
estaba enojado con los griegos porque Agamenón tenía
288 JosL; .\ far[ i OBRAS ESCOGIDAS T. 11 289 cautiva a
la hija de un sacerdote: y Aquiles, qlle no le tenía miedo a
Agamentin, SC levantó entre todos los demas, y dijo que
se debia ha- cer lo que Calcas quería , para que se acabase
la peste de calor que estaba matando en moniones a los
griego‘, y era tanta que no EC veía el cielo nunca claro,
por el humo de las piras en que quemaban los cadáveres.
Agamenón dijo que devoli- ería a Chryséis, si Aquiles
le daba a Bryséis, la cauti\. a que i- 1 trrlia rn su tienda. Y
Aquiles Ic dijo a Agamenón “borracho dr ojo., tic perro y
corazón dr ve- nado” y sacó la espada de puno de plaia
para matarlo delante de los reyes; pero la diosa Minerva,
qr~ c e.: taba invisible a su lado, Ie sujetó la mano,
cuando tenía Ia cspatla ;j medio $acar Y Aquiles
echó al suelo su ce! ro de oro, y se ser~: ó, *q tlij. 0 que no
peltlaria m: is a favor de los griegos con sus brai- o: , m~
yrrn~ donea, y qlle SC iba a su tienda. Así empezó la
cólera de Aquiles, que es lo que cuenta la /liuda,
desde que se enojó en esa dispu! a, hasta que el corazón se
le en- fureció cuando los troyanos le mataron a su amigo
Patroclo, y salió a pelear otra vez contra Trpya, que
estaba quemándoles los barcos a los griegos y los tenía
cas1 vencidos. No más que con dar Aquiles una voz desde
el muro, se echaba atrás el ejército de Troya, como la ola
cuando la empuja una corriente contraria de viento, y les
temb! aban las rodillas a los caballos troyanos. El poema
entero está escrito para contar lo que sucedió a los
griegos desde que Aquiles se dió por oiendido:-- la disputa
de los reyes,- el consejo de los dioses del Olimpo, en que
deciden los dioses que los troyanos venzan a los griegos,
en castigo de la ofensa de Agamenón a Aquiles.- el
combate de Paris, hijo de Príamo, con Menelao, el esposo
de Hele- na,-- la tregua qlte hubo entre los dos ejércitos, y
el modo con que el arquero troyano Pandaro la rompió
con su flechazo a Mene-
lao,- la baialla del primer día, en que el valentisimo
Diomedes tuvo casi muerto a Eneas de una pedrada,-- la
visita de Héctor, el héroe de Troya, a su esposa
AndrSmaca, que lo veía pelear desde el mu- ro,- la batalla
del segundo dia, en que Dimedes huye en, su carro de
pelear, perseguido por Héctor vencedor,--- la embajada
que le man- dan los griegos a Aquiles, para que vuelva a
ayudarlos en los com- bates, porque desde que 61 no pelea
estan ganando los troyanos,-- la batalla de los barcos, en
que lli el mismo Ajax puede defender las naves griegas del
asalto, hasta que Aquiles consiente en que Patro- clo pelee
con SI. I armadura,- la muer! e de Patroclo,-- la vuelta de
Aquiles al combate, con la armadura nueva que le hizo el
dios Vulcano,-- el desafio de Aquiles r I~ Iéctor,-- la
muerte de Héctor,- y las s; lplicas con que su padre
Prlatno logra que Aquiles le devuelva
el cadáver, para quemarlo en Troya en la pira de honor, y
guardar los huesos blancos en una caja de oro. Así se
enojó Aquiles, y esos fueron los sucesos de la guerra,
hasta que se le acabó el enojo. A Aquiles no lo pinta el
poema como !lijo de hombre, sino de la diosa del mar, de
la diosa Thetis. Y eso no es muy extraño, porque todavía
hoy dicen los reyes que el derecho de mandar en los
pueblos les \iene de Dios, que es lo que llaman “el derecho
divino de los reyes”, y no es más que una idea vieja de
aquellos tiempos de pelea, ei que los pueblos eran nuevos
y no sabían vivir en paz, como vi- \- en en el cielo las
estrellas, que todas tienen luz aunque son muchas, y cada
una brilla aunque tenga al lado otra. Los griegos creían
como ios hebreos, y como otros muchos pueblos, que ellos
eran la nación favorecida por el creador del mundo, y los
únicos hijos del cielo en la tierra. Y como !os hombres son
soberbios. y no quieren confe- sar que otro hombre sea
más fuerte o más inteligente que ellos,
cuando había un hombre fuerte o inteiigente que se hacía
rey por su poder, decian que era hijo de los dioses. Y los
reyes se alegra- ban de que los pueblos creyesen esto; y
los sacerdotes decían que era verdad, para que los reyes
les estuvieran agradecidos y los ayudaran. Y así
mandaban juntos los sacerdotes y los reyes. Cada rey
tenía en el Olimpo sus parientes, y era hijo, o so- brino, o
nieto de un dios, que bajaba del cielo a protegerlo o a castigarlo, según le llevara a los sacerdotes de su templo
muchos regalos o pocos: y el sacerdote decía que el dios
estaba enojado cuando el regalo era pobre, o que estaba
contento, cuando le habían regalado mucha tniel y
muchas ovejas. Así se ve en la Ilíada, que hay como dos
historias en el poema, una en la tierra, y en el cielo otra; y
que los dioses del cielo son como una familia, sólo que no
hablan como personas bien criadas, sino que se pelean y
se dicen injurias, lo mismo que los hombres en el mundo.
Siempre estaba Júpiter, el rey de los dioses, sin saber qué
hacer; porque su hijo Apolo queria proteger a los
troyanos, y su mujer Juno a los grie- gos, lo mismo que su
otra hija Minerva; y habia en las comidas del cie! o
grandisimas peleas, y Júpiter le decia a Juno que lo iba a
pasar mal si no se callaba enseguida, y Vulcano, el cojo, el
sabio del Olimpo, se reia de los chistes y maldades de
Apolo, el de pelo
colorado, que era e ! dios travieso. Y los dioses subían y
bajaban, a llevar y traer a Júpiter los recados de los
troyanos y los griegos; o peleaban sin que se les viera en
los carros de sus héroes favore-
cidos: o se llevaban en brazos por las nubes a su héroe,
para que no lo acabase de matar ei vencedor, con la
ayuda del dios contrario. Minerva toma la figura del viejo
Néstor, que hablaba dulce como la miel, y aconseja a
Agamenón que ataque a Troya. Venus desata el casco de
Paris cuando el enemigo Menelao lo va arrastrando del
cas- co por la tierra; y se lleva a Paris por el aire. Venus
también se lleva a Eneas, vencido por Diomedes, en sus
brazos blancos. En una escaramuza va Minerva guiando
el carro de pelear del griego, y Apolo viene contra ella,
guiando el carro troyano. Otra vez. cuando por engaño de
Minerva dispara Pandaro su arco contra Me- nealo, la
flecha terriblè le entró poco a Menelao en la carne, porque
Minerva la apartó al caer, como cuando una tnadre le
espanta a su
hijo de la cara una mosca. En la Ifiada están juntos
siempre los dioses y los ‘hombres, como padres e hijos. Y
en el cielo suceden las cosas lo mismo que en Ia tierra;
como que son los hombres los
que inventan los dioses a su semejanza, y cada pueblo
imagina un cielo diferente con divinidades que viven y
piensan lo mismo que el pueblo que las ha creado y las
adora en los templos: porque el hombre se ve pequeño
ante la naturaleza que lo crea y lo mata, y siente la
necesidad de creer en algo poderoso, y de rogarle, para
que lo trate bien en el mundo, y para que no l’e quite la
vida. El cie! o de los griegos era tan parecido a Grecia, que
Júpiter mismo cs como un rey de reyes, y una especie de
Agamenón, que puede más que los otros, pero no hace
todo lo que quiere, sino ha de oir- los y contentarlos, como
tuvo que hacer Agamenón con Aquiles. En la /Hada,
aunque no lo parece, hay mucha filosofía, y mucha ciencia, y mucha politica, y se enseña a los hombres, como sin
querer, que los dioses no son en realidad más que poesías
de la imagina- ción, y que los países no se pueden
gobernar por el capricho de un tirano, sino por el acuerdo
y respeto de los hombres principales que el pueblo escoge
para explicar el modo con que quiere que lo go- biernen.
Pero lo hermoso de la Ilíada es aquella manera con que
pinta el mundo, como si lo viera el hombre por primera
vez, y corriese de un lado para otro llorando de amor, con
los brazos levantados, pregun- tándole al cielo quién
puede tanto, y dónde está el creador, y cómo compuso y
mantuvo tantas maravillas. Y otra hermosura de la
lfíadu es el modo de decir las cosas, sin esas palabras
fanfarronas que los poetas usan porque les suenan bien;
sino con palabras muy pocas y fuertes, como cuando
Júpiter consintió en que los griegos perdieran algunas
batallas, hasta que se arrepintiesen de la ofensa que le
habían hecho a Aquiles, y “cuando dijo que sí, tembló el
Olimpo”. No busca Homero las comparaciones en las
cosas que no se ven, sino en las que se ven: de modo que lo
que él cuenta no se olvida, porque es como sí se lo hubiera
tenido delante de los ojos. Aquellos eran tiempos de
pelear, en que cada hombre iba de sol- dado a defender a
su país, o salía por ambición o por celos a atacar a los
vecinos; y como no había libros entonces, ni teatros, la
diver- sión era oír al aeda que cantaba en la lira las
peleas de los dioses y las batallas de los hombres; y el
aeda tenía que hacer reír con las maldades de Apolo y
Vulcano, para que no se le cansase la gente del canto
serio; y les hablaba de lo que !a gente oía con interés, que
eran las hiStorias de los héroes y las relaciones de las
batallas, en que el aeda decía cosas de médico y de
político, para que el pueblo hallase gusto y provecho en
oírlo, y diera buena paga y fama al cantor que le
enseñaba en sus versos el modo de gobernarse
Iy de curarse. Otra cosa que entre los griegos gustaba
mucho era a oratoria, y se tenía como hijo de un dios al
que hablaba bien, o hacía llorar o entender a los hombres.
Por eso hay en la Ifiada tantas descripciones de combates,
y tantas curas de heridas, y tan- tas arengas. Todo 10 que
se sabe de los primeros tiempos de los griegos, está en la
Ilíada. Llamaban rapsodas en Grecia a los cantores que
iban
OBRtZS ESCOGIDAS T II 291 dc pueblo en pueblo,
cantando la Ilíada y la Odisea, que es otro poema donde
Homero cuenta la vuelta de Llises. Y más poemas pa- rece
que compuso Homero, pero otros dicen que esos no son
suyos, aunque cl griego Herodoto, que recogió todas las
historias de su tiempo, trae noticias de ellos, y muchos
versos sueltos, en la vida
de llomero que escribió, que es la mejor de las ocho que
hay escrì- tas, sin que se sepa de cierto si Herodoto la
escribió de veras, o si no la contó muy de prisa y sin
pensar, como solía él escribir. SC siente uno como
gigante, o como si estuviera en la cumbre de un monte,
con el mar sin fin a los pies, cuando lee aquellos ver- sos
de la Ilíada, que parecen de letras de piedra. En inglés
hay muY buenas traducciones, y el que sepa inglés debe
leer la Iliada de Chapman, o la de Dolsey, o la de Landor,
que tienen más de Homero que la de Pope, que es la más
elegante. El que sepa alemán, lea la de Wolff, que es como
leer el griego mismo. El que no sepa fran- cés, apréndalo
enseguida, para que goce de toda la hermosura de
aquellos tiempos en la traducción de Leconte de L’Isle,
que hace los versos a la antigua, como si fueran de
mármol. En castellano, mejor cs no leer la traducción que
hay, que es de Hermosilla; porque las palabras de la
Ifiada están allí, pero no el fuego, el movimiento, la
majestad, la divinidad a veces, del poema en que parece
que sc ve amanecer cl mundo,- en que los hombres caen
como los r. obles o como los pinos,--- en que el guerrero
Ajax defiende a lanzazos SII barco de los troyanos más
valientes,- en que Héctor de una pedra- da echa abajo la
puerta de una fortaleza,- en que los dos caballos
inmortales, Xanthus y Píleus, lloran de dolor cuando ven
muerto
a su amo Patroclo,- y las diosas amigas, Juno y Minerva,
vienen del cielo en un carro que de cada vuelta de rueda
atraviesa tanto espaL cio como el que un hombre sentado
en un monte ve, desde su silla de roca, hasta donde el cielo
se junta con el mar. Cada cuadro de la Iliada es una
escena como esas. Cuando loa reyes miedosos dejan solo a
Aquiles en su disputa con Agamenón, Aquiles va a llorar a
la orilla del mar, donde están desde hace diez aiios los
barcos de los cien mil griegos que atacan a Troya: y la
diosa Thetis sale a oírlo, como una bruma que se va
levantanda de las olas. Thetis sube al cielo, Júpiter le
promete, aunque se enoje Juno, que los troyanos
vencerán a los griegos hasta que los reyes se arj- epicnran
de la ofensa a Aquiles. Grandes guerreros hay entre los
griegos: Ulises, que era tan alto que andaba entre los
demás hombres como un macho entre el rebaño de
carneros; Ajax, con el escudo dc ocho capas, siete de cuero
y una de bronce: Diomedes, que entra en la pelea
resplandeciente, devastando como un león ham. bricnto
cn un rebaño:-- pero mientras Aquiles esté ofendido, los
ven. cedores serán los guerreros de Troya: Héctor, el hijo
de Príamo; Eneas, el hijo de la diosa Venus; Sarpcdón, el
más valiente de los reyes que ITino a ayudar a Troya, el
que subió al cielo en brazos del Sueiio y de la Muerte, a
que 10 besase en la frente su padre Jú. piter, cuando lo
mató Patroclo de un lanzazo. Los dos ejércitos w
OBRAS ESCOGIDAS T 11 293 salta con los pies ligeros en
el carro, no empuña la lanza que ningún hombre podía
levantar, la lanza Pelea. Peio le ruega su amigo Patroclo,
y consiente en vestirlo con su armadura, y dejarlo ir a
pelear. A la vista de las armas de Aquiles, a la vista d. e
10s myrmi- dones, que entran en la batalla apretados
como las pledras de un muro, se echan atrás los troyanos
miedosos. Patroc! o se mete entre
el! os, d les mata nueve héroes de cada vuelta del carro. El
gran Sarpe 6n le sale al camino, y con la lanza le
atraviesa Patroclo las sienes. Pero olvidó Patroclo el
encargo de Aquiles, de que no se llegase muy cerca de los
muros. Apolo invencible 10 espera al pie de los muros, se
le sube al carro, lo aturde de un golpe en la cabeza, echa
al suelo el casco de Aquiles, que no habia tocado el suelo
jamás, le rompe la lanza a Patroclo, y le abre el coselete,
para que lo hiera Hktor. Cayó Patroclo, y los caballos
divinos llo- raron Cuando Aquiles vio muerto a su amigo
se echó por la tierra, se llenó de arena la cabeza y el
rostro, se mesaba a grandes gritos la melena amarilla. Y
cuando le trajeron a Patroclo en un ataúd,
lloró Aquiles. Subió al cielo su madre, para que Vulcano le
hiciera un escudo nuevo, con el dibujo de la tierra y el
cielo, y el mar y el sol v la luna v todos los astros, y una
ciudad en paz y otra en guerra, v ;n viCedo ‘cuando están
recogiendo la uva madura, y un niÍio cantando en una
arpa, y una boyada que va a arar, y danzas y mú- sicas de
pastores, y al rededor, como un rio, el mar: y le hizo un
co- selete que lucía como el fuego, y un casco con la visera
de oro. Cuando salió al muro a dar las tres voces los
troyanos se echaron en tres oleadas contra la ciudad, los
caballos rompian con las ancas CI carro espantados y
morían hombres y brutos en la confu- sión. no más que de
ver sobre el muro a Aquiles, con una llama sobre la
cabeza que resplandecía como el sol de otofio. Ya
Agamenón se ha arrepentido, ya el consejo de reyes le ha
mandado regalos pre- ciosos a Aquiles, ya le han devuelto
a Briséis, que llora al ver muer- to a Patroclo, porque fue
amable y bueno. AI otrc dia, al salir e! sol, la gente de
Troya, como langostas que escapan de] incendio, entra
aterrada en el rio, huyendo de Aqui- les, que mata lo
mismo que siega la hoz, y de una vuelta del carro se lleva
a doce cautivos. Tropieza con Héctor; pero no pueden
pelear, porque los dioses les echan de lado las lanzas. En
el rio era Aquiles como un gran delfin, y los troyanos se
despedazaban al huirle, como los peces. De los muros le
ruega a Héctor su padre viejo que no pelee con Aquiles: se
lo ruega su madre. Aquiles llega: Héctor huye: tres veces
]e dan vuelta a Troya en los carros. Todo Troya está en
los muros, el padre mesándose con las dos manos la
barba; la madre coll los brazos tendidos, llorando y
suplicando. Se para Kéctor, y le habla a Aquiles antes de
pelear, para que no se lleve w cuerpo muerto si lo vence.
Aquiles quiere el cuerpo de Héctor, para quemar- lo en los
funerales de su artigo Patroclo. Pelean. Minerva está con
Aquiles; le dirige los golpes: le trae la lanza, sin que nadie
!a vea: Hkctor, sin lanza ya, arremete contra Aquiles
como águila que acercan a pelear; los griegos, callados,
escudo contra escudo; los troyanos dando voces, como
ovejas que vienen balando por sus cabrito. Paris desafia a
Menelao, y luego se vuelve atrás; pero la misma
hcrmosísima Helena le llama cobarde, y Paris, el principe
bello que enamora a las mujeres, consiente en pelear,
carro a carro, contra JIenelao, con lanza, espada y
escudo: vienen los heraldos. y cchan suertes con dos
piedras en LIII casco, para ver quien disparará
primero su lanza. Paris tira el primero, pero Meneiao se
10 lleva arrastrando, cuando Venus le desata el casco de
la barba, y desa- parece con Paris en las nubes. Luego es
la tregua; hasta que Mi- nerva, vestida como el hijo del
trovano Antenor, le aconseja con aie- vosia a Pandaro que
dispare la -flecha contra Menelao, la flecha del arco
enorme de dos cuernos y la juntura de oro, para que los
tt: oyanos queden ante el mundo por traidores, y sea m3s
fácil la victoria de los griegos, los protegidos de Minerva.
Dispara Pandaro ia flecha: Agamenón va de tienda en
tienda levantando a los reyes: entonces es la gran pelea
en que Diomedes hiere al mismo dios Marte, que sube al
cielo con gritos terribles en una nube de trueno, como
cuando sopla el viento del sur; entonces es la hermosa
entre- vista de Héctor y Andrómaca, cuando el niño no
quiere abrazar a Héctor porque le tiene miedo al casco de
plumas, y luego juega con el casco, mientras Hkctor le
dice a Andrómaca que cuide de las cosas de la casa,
cuando él vuelva a pelear. Al otro día Héctor y Ajax
pelean como jabalíes salvajes hasta que el cielo se
oscurece: pelean
con piedras cuando ya no tienen lanza ni espada: los
heraldos los vienen a separar, y Héctor le regala su
espada de pufin fino a Ajax, y Ajax le regala a Héctor un
cinturón de púrpura. Esa noche hay banquete entre los
griegos, con vinos de miel y bueyes asados; y Diomedes y
Ulises entran solos en el campo enemigo a espiar 10 que
prepara Troya, y vuelven, manchados de sangre, con los
caballos y el carro del rey tracio. Al amanecer, la batalla
es en el murallón que han levantado los griegos en la
playa frente a sus buques. Los troyanos han vencido a los
griegos en el llano. Ha habido cien batallas sobre los
cuerpos de los héroes muertos. Ulises defiende el cuerpo
de Diomedes con su escudo, y los troyanos le caen encima,
como los perros al jabalí. Desde los muros
disparan sus lanzas los reyes griegos contra Héctor
victorioso, que ataca por todas partes. Caen los bravos,
los de Troya y los de Gre- cia, como los pinos a los
hachazos del leñador. Héctor va de una puerta a otra,
corno león que tiene hambre. Levanta una piedra de
punta que dos hombres no podían levantar, echa abajo la
puerta mayor, y corre por sobre los muertos a asaltar los
barcos. Cada troyano lieva una antorcha, para incendiar
las naves griegas: Ajax, cansado de matar, ya no puede
resistir ei ataque en la proa de su barco, y dispara de
atrás, de la borda: ya el cielo se enrojece con el
resplandor de las llamas. Y Aquiles no ayuda todavía a
los grie- gos: no atiende a 10 que le dicen los embajadores
de Agamenón: no embraza el escudo de oro, ‘no se cuelga
del hombro la espada, no
baja del cielo, con las garras tendidas, sobre un cadáver:
Aquiles le va encima. con la cabeza baja, y la lanza Pelea
brillándole en la mano como la estrella de la tarde. Por el
cuello le mete la lanza a Héctor, que cae muerto, pidiendo
a Aquiles que dé su cadáver a Troya. Desde los muros han
visto la pelea el padre y la madre. Los griegos vienen
sobre el muerto, y 10 lancean, y 10 vuelven con los pies de
un lado a otro, y se burlan. Aquiles manda que le
agujereen los tobillos y metan por los agujeros dos tiras
de cuero; y se io lleva en el carro, arrastrando. Y entonces
levantaron con leRos una gran pira para quemar el
cuerpo de Patroclo. A Patroclo lo llevaron a la pira en
procesión, y
cada guerrero se cortó un guedejo de sus cabellos, y lo
puso sobre el cadáver; y mataron en sacrificio cuatro
caballos de guerra y dos perros; y Aquiles mató con su
mano los doce prisiofleros y los echó a la pira: y el
cadáver de Héctor lo dejaron a un lado, como un perro
muerto: y quemaron a Patroclo, enfriaron con vino las
cenizas, y
las pusieron en una urna de oro. Sobre la urna echaron
tierra, hasta que fue como un monte. Y Aquiles amarraba
cada mañana por los pies a su carro a Héctor, y le daba
vuelta al monte tres veces. Pero a Héctor no se le
lastimaba el cuerpo, ni se le acababa la hermosura,
porque desde el Olimpo cuidaban de él Venus y Apolo. Y
entonces fue la fiesta de los funerales, que duró doce días:
primero una carrera con los carros de pelear, que ganó
Diomedes; luego una pelea a puñetazos entre dos, hasta
que quedó uno como muerto; después una lucha a cuerpo
desnudo, de Ulises con Ajax; y la corrida de a pie, que
pagó Ulises: y un combate con escudo y lan- za; y otro de
flechas, para ver quién era el mejor flechero; y otro
de lanceadores, para ver quién tiraba más lejos la lanza.
Y una noche, de repente, Aquiles oyó ruido en su tienda; y
vio que era Príamo, el padre de Héctor, que había venido
sin que lo vieran, como el dios Mercurio,- Príamo, el de la
cabeza blanca y la barba blanca- Príamo, que se le
arrodilló a los pies, y le besó las manos muchas veces, y le
pedía llorando el cadáver de Héctor Y Aquiles se levantó,
y con sus brazos alzó del suelo a Príamo; y mandó que
bañaran de ungüentos olorosos el cadáver de Héctor, y
que 10 vistiesen con una de las túnicas del gran tesoro que
le traía de regalo Príamo; y por la noche comió carne y
bebió vino con Príamo, que se fue a acostar por primera
vez, porque tenía los ojos pesados. Pe’ro Mercurio le dijo
que no debía dormir entre los ene- migos, y se lo llevó otra
vez a Troya sin que los vieran los griegos. Y hubo paz doce
días, para que los troyanos le hicieran el fu- neral a
Héctor. Iba el pueblo detrás, cuando llegó Príamo con él;
y Príamo los injuriaba por cobardes, que habían dejado
matar a su
hijo; y las mujeres lloraban, y los poetas iban cantando,
hasta que entraron en la casa, y 10 pusieron en su cama a
dormir. Y vino An- drómaca su mujer, y le habló al
cadáver. Luego vino su madre Hécuba, y lo llamó
hermoso y bueno. Después Helena le habló, y lo llamó
cortés y amable. Y todo el pueblo lloraba cuando Príamo
se OBRAS ESCOGIDAS, T. II 295
acercó a su hijo, con las manos al cielo, temblándole la
barba, y mandó que trajeran lerdos para la pira. Y nueve
días estuvieron tra- yendo !eños, hasta que la pira era
más alta que los muros de Trova. Y la quemaron, y
apagaron el fuego con vino, y guardaron laì; cenizas de
Héctor en una caja de oro, y cubrieron la caja con un
manto de púrpura, y lo pusieron todo en un ataúd, y
encima le echa- ron mucha tierra, hasta que pareció un
monte. Y luego hubo gran
fiesta eIl el palacio del rey Príamo. Así acaba la Ilíada, y
el cuento de la cólera de Aquiles.
0. c., t. 18, p 326- 336
OBRXS ESCOGIDAS. T. II 297 La úitima página
La Edad de Oro se despide hoy con pena de sus amigos. Se
puso a escribir !argo el hombre de La Edad de Oro, como
quien escribe una carta de cariño para persona a quien
quiere mucho, y sucedió que escribió más de lo que cabía
en las treinta y dos páginas. Trein- ta y dos phginas es de
veras poco para conveTsaí- con los niríos queridos, con
los que han de ser mañana hábiles como Meñique, y
valientes como Bolívar: poetas como Homero ya no
podrán ser, por- que estos tiempos no son como los de
antes, y los zedas de ahora
no han de cantar guerras bárbaras de pueblo con pueblo
para ver cuál puede más, ni peleas de hombre con hombre
para ver quien es más fuerte: lo que ha de hacer el poeta
de ahora es acons’ejar a los hombres que se quieran bien,
y pintar todo lo hermoso del mun- do de manera que se
vea en los versos como si estuviera pintado con colores, y
castigar con la poesía, como con un látigo, a los que
quieran quitar a los hombre s su libertad; o roben con
leyes pícaras el dinero de los pueblos, o quieran que los
hombres de su país les obedezcan como ovejas y les laman
la mano como perros. Los versos no se han de hacer para
decir que se está contento o se está triste, sino para ser
útil al mundo, ensenándole que Ia naturaleza es ‘hermosa, que la vida es un deber, que la muerte no es fea, que
nadie debe c- tar triste ni acobardarse mientras haya
libros en las librerías, y luz en el cielo, y amigos, y
madres. El que tenga penas, lea las Vidas paralelas de
Plutarco, que dan deseos de ser como aquellos hombres de
antes, y mejor, porque ahora !a tierra ha vivido más, y se
puede ser hombre de más amor y delicadeza. Antes todo
se
hacia con los puños: ahora, la fuerza está en el saber, más
que en los pufietazos; aunque es bueno aprender a
defenderse, porque siempre hay gente bestial en ei
mundo, y porque la fuerza da salud, y porque se ha dc
estar pronto a pelear, pala cuando un pueblo ladrón
quiera venir a robarnos nuestro pueblo. Para eso es
bueno ser fuerte de cuerpo; pero para lo demás de la vida,
la fuerza está en saber
mucho, corno dice Meñique. En los mismos tiempos de
Homero, el que ganó por fin el sitio, y entró en Troya, no
fue Ajax el del escudo, ni Aquiles el de la lanza, ni
Diomedes el del carro, sino I’lises, qi’e era el hombre de
ingenio, y ponía en paz a los envidio- <os, y pensaba
pronto, lo que no les ocurria a los demás. Con esta ültima
página está sucediendo lo que con el primer
JIÚJTWO de La Edad de Oro; que no va a caber lo que el
amigo de los ni603 les quería decir, y es que en el número
de agosto se publicará una Historia del hontbre contada
por sus casas, que no cupo esta vez, historia muy curiosa,
donde se cuenta cómo ha i- ivi- do el hombre, desde su
primera habitación en la tierra, que fue una cueva en la
montaña, hasta los palacios en que vlve ahora. Ni cupo
tampoco una e:< plicación muy entretenida del modo de
fabri- car Un clthierto ¿le rnTIp. s~ I. Porque es necesario
que los niños no vean no toquen, no piensen en nada que
no sepan explicar. Para eso se publica La Edad de Oro. Y
para todo iO que quieran preguntar, aquí está el amigo.
Estas últimas páginas serán como el cuarto de confianza
de La Edad de Oro, donde conversaremos como si
estuvikemos en fa- milia. Aqui publicaremos las cartas. de
nuestras amiguitas: aquí responderemos a las preguntas
de los niños: aquí tendremos la Bolsa de Sellos, donde el
que tenga sellos que mandar, o los quiera comprar, 0
quiera hacer colección, o preguntar sobre sellos algo que
le interese, no iiene más que escribir para lograr lo que
desea. Y de cuando en cuando nos hará aqui una visita El
abuelo Andrés, que liene una caja maravillosa con
muchas cosas raras, y nos va a enseñar todo lo que tiene
en La Caja de las Maravillas.
LA EDAD DE ORO 0. c., t. 18, p. 349- 350.
OBRAS ESCOGIDAS T II 299 Los dos príncipes
0. c., t. 18, p. 372- 373. Idea de la poetisa norteamericana
Helen Hunt Jackson
El palacio está de luto Y en el trono llora el rey, Y la reina
está llorando Donde no la puedan ver: En pañuelos de
olán fino Lloran la reina y el rey: Los señores del palacio
Esiàn llorando también. Los caballos llevan negro El
penacho y el arnés: Los caballos no han comido, Porque
no quieren comer: El laurel del patio grande Quedó sin
hoja esta vez: Todo el mundo fue al entierro Con coronas
de laurel: --- iEl hijo del rey se ha muerto!
iSe ie ha muerto el hijo al rey! En los álamos del monte
Tiene su casa el pastor: La pastora está diciendo “< Por
qué tiene luz el sol?” Las ovejas, cabizbajas, Vienen todas
al portón:
iUna caja larga y honda Está iorrando el pastor! Entra y
sale un perro triste: Canta allá adentro una voz“iPajarito, yo estoy loca, Llévame donde él voló!“:
El pastor coge llorando La pala y el azadón: Abre en la
tierra una fosa: Echa en la fosa una flor: -; Se quedó el
pastor sin hijo! ;Murió el hijo del pastor!
OBRAS ESCOGIDAS T II 301 Xené traviesa
;Quitn sabe si hay una niña que se parezca a Nené! Un
viejito qtie sabe mucho dice que todas las niñas son como
Nene. A Nené le gusta m5s jugar a “mamá”, o “a tiendas”,
o “a hacer dulces” con sus muñecas, que dar la lección de ‘
reses y de cuatros” con la maestra que le viene a enseñar.
Po1- que Nené no tiene mamá: su mamá se ha muerto: y
por eso tiene Nene maestra. A hacer dulces es a lo que le
gusta más a Nené jugar: <y por qué será: iquién sabe!
Será porque para jugar a hacer dulces le dan azúcar de
ve- ras: por cierto que los dulces nunca le salen bien de la
primera vez: ison unos dulces más difíciles!: siempre tiene
que pedir azúcar dos veces. Y se conoce que Nené no les
quiere dar trabajo a sus ami- gas; porque cuando juega a
paseo, o a comprar, o a visitar, siempre llama a FUS
amiguitas; pero cuando va a hacer dulces, nunca. Y una
vez le sucedió a Nené una cosa muy rara: le pidió a su
papá dos ceniaa\ ros para comprar un lápiz nuevo, y se le
o! vidó en el camino, se le olvidó como si no hubiera
pensado nunca en comprar el lápiz: lo que cornprb fue un
merengue de fresa. Eso se supo, por supuesto: y desde
entonces sus amiguitas no le dicen Nené, sino “Merengue
de Fresa”. El padre de Ncné la quería mucho. Dicen que no
trabajaba bien cuando no había visto por “Ncnk”, sino “la
hijita”. la macana a “la hijita”. El no le decía
Cuando su papá venía del trabajo, siempre salia ella a
recibirlo con los brazos abiertos, como un pajarito que
abre las alas para volar; y su papá la alzaba del suelo,
como quien coge de un rosal una rosa. E! la lo miraba con
mucho cariño, como si le preguntasc cosas: y él la miraba
con los ojos tristes, como si quisiese echarse a llorar. Pero
enseguida se ponía contento, se mon- taba a Nené en el
hombro, y entraban juntos en la casa, cantando el himno
nacional. Siempre traía el papá de Nené algún libro nuevo, y se lo dejab- mucho llnos a ver cuando tenía figuras;
y a ella le gustaban libros que él traia, donde estaban
pintadas las estreilas, que tiene cada una su nombre y su
color: y allí decía el nombre de la estrella colorada, y el de
la amarilla, y el de ia azul, y que la luz tiene siete colores,
y que las estrellas pasean por el cielo, lo mi:; mo que las
niñas por un jardín. Pero no: lo mismo no: por-
que ìas niñas andan en los jardines de aquí para allá,
como una hoja de flor que va empujando el viento,
mientras que las estrellas \- an siempre en el cielo por un
mismo camino, y no por donde quieren: <quién sabe?:
puede ser que haya por allá arriba quien cui- de a las
estrellas, como los papás cuidan acá en la tierra a las
niñas. Só! o que las estrellas no son niñas, por supuesto,
ni flores de luz, como parece de aquí abajo, sino grandes
como este mundo: y dicen que en las estrellas hay arboles,
y agua, y gente como acá: y su pap, 7 dice que VII un libro
hablan de que uno se va a vivir a una estrelia cuando se
muere. “Y dime, papá”, le preguntó Nené: “< por qué. pc!
nen las casas de los muertos tan tristes? Si yo me muero,
yo
no quiero ver a nadie llorar, sino que me toquen la
música, porque me voy a ir a vivir en la estrella azul.” “<
Pero, sola, tú sola, sin tU pobre papá?” Y Nené le dijo a su
papá:--“ iMalo, que crees eso!” Esa noche no se quiso ir a
dormir temprano, sino que se durmió en
los biazoc de su papá. iLos papás se quedan muy tristes,
cuando se muere en la casa ia madre! Las niriitas deben
querer mucho, mucho a los !Ja] 'ás cuando se les muere la
madre. Esa noche que hablaron de las estrellas trajo el
papá de Nené un libro muy grande: ioh, cómo pesaba el
libro!: Nené lo quiso cargar, y se cayó con el libro encima:
no se le veía más que la cabecita rubia de un lado, y los
zapaticos negros de otro. Su papá vino corriendo. y la
sacó de debajo del libro, y se rió mucho de Nené, que no
tenía seis años todavía y quería cargar un libro de cien
años iCien años tenía el libro, y no le habían salido
barbas!: Nené había visto un viejito de cien años, pero el
viejito tenia una barba muy larga, que le daba por la
cintura. Y lo que dice la mues- tra de escribir, que los
libros buenos son como los viejos: “Un libro bueno es lo
mismo que un amigo viejo”: eso dice la muestra de escribir. Nené se acostó muy callada, pensando en el libro.
¿Qué libro era aquel, que su papá no quiso que ella lo
tocase? Cuando se des-
pertó, en eso no más pensaba Nené. Ella quiere saber qué
libro es aquel. Ella quiere saber cómo está hecho por
dentro un libro de cien años que no tiene barbas. Su papá
está lejos, lejos de la casa, trabajando para elia,. para que
ia niña tenga casa linda y coma dulces finos los
domtngos, para comprarle a la niña vestiditos blancos y
cintas azules, para guardar un poco de dinero, no vaya a
ser que se muera el papá, y se quede sin nada en el mundo
“la hijíta”. Lejos de la casa está
el pOore papá, trabajando para “la hijita”, La criada está
allá aden- tro, preparando el baño. Nadie oye a Nené: no
la está viendo nadie. Su papá deja siempre abierto el
cuarto de los libros. Allí está la sillita de r\ iené, que se
sienta de noche en la mesa de escribir, a ver trabajar a su
papá. Cinco pasitos, seis, siete... ya está Nené en Ia
puerta: ya la empujó: ya entró. iLas cosas que suceden!
Como SI
la estuviera esperando estaba abierto en su silla el libro
viejo, abier- to de medio a medio. Pasito a pasito se le
acercó Nené, muy seria, y como cuando uno piensa
mucho, que camina con las manos a la
302 Jose' Morti OBRAS ESCOGIDAS T. II 303
espalda. Por nada en cl nrundo hubiera tocado Nené el
libro: verlo no más. no más que verlo. Su papá le dijo que
no lo tocase. El libro no tiene barbas: le salen muchas
cintas y marcas por entre las hojas, pero esas no aon
barbas: ;el que si es barbudo es el gi- gante que está
pintado en el libro!: y es de colores la pintura, unos
colores de esmalte que lucen, como el brazalete que le
regaló su papá. iAhora no pintan los libros asi! E! gigante
está sentado en el pico de un monte, con una cosa
revuelta, como las nubes del cie- lo, encima de la cabeza:
no tiene más que un ojo, encima de la nariz: está vestido
con un blusón, como los pastores, un blusón verde, lo
mismo que el campo, con estrellas pintadas, de plata y de
oro: y la barba es muy larga, muy larga, que llega al pie
del monte: y por cada mechón de la barba va subiendo un
hombre, como sube la cuerda para ir al trapecio el
hombre del circo. ]Oh, eso no se puede ver de lejos! Nené
tiene que bajar el libro de la silla. iCómo pesa este pícaro
libro! Ahora sí que se puede ver bien todo. Ya está el
libro en el suelo. Son cinco los hombres que suben: uno es
un blanco, con casaca r con botas, y de barba también: ile
gustan mucho a este pintor as barbas!: otro es como
indio, sí, como indio, con una corona de plumas, y la
flecha a la espalda: el otro es chino, lo mismo que el
cocinero, pero va con un traje como de señora, todo lleno
de flores: el otro se parece al chino, y lleva un sombrero
despico, así como una pera: el otro es negro, un negro
muy bonito. pero está sin vestir: ]eso no está bien, sin
vestir! ]por eso no quería su papá que ella tocase el libro!
No: esa hoja no se ve más, para que no se enoje su papá.
]Muy bonito que es este libro viejo. Y Nené está ya casi
acostada sobre el libro, y como si quisiera hablarle con
los
ojos. ]Por poco se rompe la hoja! Pero ,no, no se rompió.
Hasta la mitad no más se rompió. El papá de Nené no ve
bien. Eso no lo va a ver nadie. iAhora sí que está bueno el
libro este! Es mejor, mucho mejor que el arca de Noé. Aquí
están pintados todos los animales del mundo. iY con
colores, como el gigante! Sí, esta es, esta es la jirafa
comiéndose la luna: este es el elefante, el elefante, con ese
sillón lleno de niñitos. ]Oh, los perros, cómo corre, cómo
corre este perro! jven acá, perro! ]te voy a pegar, perro,
porque no quieres ve- nir! Y Nené, por supuesto, arranca
la hoja. ;Y qué ve mi señora Nené? Un mundo de monos es
la otra pintura. Las dos hojas del libro están llenas de
monos: un mono colorado juega con un monito verde: un
monazo de barba le muerde la cola a un mono tremendo,
que anda como un hombre, con un palo en la mano: un
mono negro está jugando en la yerba con otro amarillo:
jaquellos, aquellos de los árboles son los monos niños!
iqué graciosos! icómo juegan! ]se me- cen por la cola,
como e] columpio! ]qué bien, qué bien saltan! ]uno dos,
tres, cinco ocho, dieciséis, cuarenta y nueve monos
agarrados por ]a cola! jse v* an a tirar al río. 1 ;se van a
tirar al río! jvisst! jallá
van todos! Y nené entusiasmada, arranca el libro las dos
hojas. cQuien ]] ama a Ne’né, quién la llama? Su papá, su
papá, que está mirándola desde la puerta. Nene no ve.
Nene no oye. Le parece que su papá crece, que crece
mucho, que llega hasta el techo, que es más grande que el
gigante de] monte, que su papá es un monte que se le
viene encima.
Esta ca]] ada, callada, con la cabeza baja. con los ojos
cerrados, con las hojas rotas en las manos caídas. Y su
papá le está hablan- do:-“; Nene, no te dije que no tocaras
ese libro? ¿Nené, tú no sabes que ese libro no es mio, y que
vale mucho dinero, mucho? ¿Nené, tú no sabes que para
pagar ese libro voy a tener que trabalar un año?“-- Nene,
blanca como el papel, se alzó del suelo, con la cabe- cita
caida, y se abrazo a las rodillas de SU papá:-“ Mi papá”,
dije
Nené, “ ]mi papá de mi corazón. r ;Enojé a mi papá bueno!
]Soy mala niña! iYa no voy a poder ir cuando me muera a
la estrella azul!”
0. C. t. 18, p. 374- 379.
OBRAS ESCOGIDAS. T. II 305 reales de ~~ léxico. a
Tenochtitlán y a Texcoco; cuando en la “Retor- dacion
florida” del capitán Fuentes, o en las Crónicas de Juarros,
o en la historia del conquistador Bernal Diaz del Castillo,
o en 10s i’iajes del inglés Tomás Gage, andan como si los
tuviésemos de- lante, en sus vestidos blancos y con sus
hijos de la mano, recitando
versos y levantando edificios, aquellos gentíos de las
ciudades de entonces, aquellos sabios de Chitchén,
aquellos potentados de Uxmal, aquellos comerciantes de
Tulán, aquellos artifices de Tenoch- titlán, aquellos
sacerdotes de Cholula, aquellos maestros amorosos y
nirios mansos de Utatlán, aquella raza fina que vivía al
sol y no cerraba sus casas de piedra, no parece que se lee
un libro de hojas amarillas, donde las eses son como efes
y se usan con mucha ceremonia las palabras, sino que se
ve morir a un quetzal, que lanza el ú! timo grito al ver su
cola rota. Con la imaginación se ven cosas que no se
pueden ver con los ojos.
Se hace uno de amigos leyendo aquellos libros viejos. Allí
hay héroes, y santos, y enamorados, y poetas, y
apóstoles. Allí se des- criben pirámides más grandes que
las de Egipto; y hazañas de aquellos gigantes que
vencieron a las fieras; batallas de gigantes y hombres: y
dioses que pasan por el viento echando semillas de
pueblos sobre el mundo; y robos de princesas que
pusieron a los pueblos a pelear hasta morir; y peleas de
pecho a pecho, con bra- vura que no parece de hombres; y
la deiensa de las ciudades vicio- sas contra los hombres
fuertes que venían de las tierras del Norte;
y la vida variada, simpática y trabajadora de sus circos y
templos, de sus canales y talleres, de sus tribunales y
mercados. Hay reyes como el chichimeca Netzahualpili,
que matan a sus hijos porque faltaron a la ley, lo mismo
que dejó matar al suyo el romano Bruto; hay oradores
que se levantan llorando, como el tlascalteca Xicotencatl, a rogar a su pueblo que no dejen entrar al
español, como se levantó Demóstenes a rogar a los
griegos que no dejasen entrar a Filipo; hay monarcas
justos como Netzahualcoyotl, el gran poeta- rey de los
chichimecas, que sabe, como el hebreo Salomón, levantar
templos magnificos al Creador del mundo, y hacer con
alma de padre justicia entre los hombres. Hay sacrificios
de jóvenes hermo- sas a los dioses invisibles del cielo, lo
mismo que los hubo en Gre- cia, donde eran tantos a veces
los sacrificios que no fue necesario hacer altar para la
nueva ceremonia, porque el montón de cenizas de la
última quema era tan alto que podían tender allí a las
vícti- mas los sacrificadores; hubo sacrificios de hombres,
como el del hebreo Abraham, que ató sobre los leños a
Isaac su hijo, para matarlo con sus mismas manos,
porque creyó oír voces del cielo que le mandaban clavar el
cuchillo al hijo, cosa de tener satisfecho con esta sangre a
su Dios; hubo sacrificios en masa, como los ha- bía en la
Plaza Mayor, delante de los obispos y del rey, cuando la
Inquisición de España quemaba a los hombres vivos, con
mucho lujo de leña y de procesión, veían la quema las
señoras madrileñas Las ruinas indias
NO habría poema más triste y hermoso que el que se
puede sacar de la historia americana. No se puede leer sin
ternura, y sin ver como flores y plumas por el aire, uno de
esos buenos libros viejos forrados de pergamino, que
hablan de la América de los indios, de sus ciudades y de
sus fiestas, del mérito de sus artes y de la gracia
de sus costumbres. Unos vivian aislados y sencillos, sin
vestidos y sin necesidades, como pueblos acabados de
nacer; y empezaban a pintar sus figuras extrañas en las
rocas de la orilia de los ríos, donde es más solo el bosque,
y el hombre piensa más en ias mara- villas del mundo.
Otros eran pu. eblos de más edad, y vivían en tri- bus, en
aldeas de cañas o de adobes, comiendo lo que cazaban y
pescaban, y peleando con sus vecinos. Otros eran ya
pueblos hechos, con ciudades de ciento cuarenla mil
casas, y palacios adornados de pintura de oro, y gran
comercio en las calles y en las plazas, y templos de
mármol con estatuas gigantescas de sus dioses. Sus obras
no se parecen a las de los demás pueblos, sino como se pa-
rece un hombre a otro. Ellos fueron inocentes,
supersticiosos y terri. bles. Ellos irnaginaron su gobierno,
su religión, su arte, su guerra, su arquitectura, su
industria, su poesía. Todo lo suyo es interesante,
atrevido, nuevo. Fue una raza artística, inteligente y
limpia. Se leen como una novela las historias de los
nahuatles y mayas de México, de los chibchas de
Colombia, de los cumanagotos de Venezuela, de los
quechuas del Perú, de los aimares de Bolivia, de !os
charrúas
del Uruguay, de los araucanos de Chile. El quetzal es el
pájaro hermoso de Guatemala, el pájaro de verde
brillante con la larga pluma, que se muere de dolor
cuando cae cautivo, o cuando se le rompe o lastima la
pluma de la cola. Es un pájaro que brilla a la luz, como las
cabezas de los colibries, que parecen piedras preciosas, o
joyas de tornasol, que de un lado fueran topacio, y de otro
ópalo, y de otro amatista. Y cuando se lee en los viajes de
Le Plongeon los cuentos de los amore: de la princesa
maya Ara, que no quiso querer al príncipe Aak porque
por el amor de Ara mató a su hermano Chaak; cuando en
la historia del indio Ixtlilxochitl se ve vivir, elegantes, y
ricas, a las ciudades
306 José Martí OBRAS ESCOGIDAS. T. ll 307 desde los
balcones. La superstición y la ignorancia hacen bárbaros
a los hombres en todos los pueblos, Y de los indios han
dicho más de lo justo en estas cosas los españoles
vencedores, que exageraban o inventaban los defectos de
la raza vencida, para que la crueldad
con que la trataron pareciese justa y conveniente. al
mundo. Hay que leer a la vez lo que dice de los sacrificios
de los indios el soldado español Bernal Díaz, y lo que dice
el sacerdote Bartolomé de las Casas. Ese es un nombre
que se ha de llevar en el corazón, como el de un hermano.
Bartolomé de las Casas era feo y flaco, de hablar confuso
y precipitado, y de mucha nariz; pero se le veia en el fuego
limpio de los ojos el alma sublime. De México trataremos
hoy, porque las láminas son de México.
A México lo poblaron primero los toltecas bravos, que
seguían, con los escudos de cañas en alto, al capitán que
llevaba el escudo con rondelas de oro. Luego los toltecas
se dieron al lujo; y vinieron del Norte con fuerza terrible,
vestidos de pieles, los chichimecas bárbaros, que se
quedaron en el país, y tuvieron reyes de gran sabiduría.
Los pueblos libres de los alrededores se juntaron después, con los aztecas astutos a la cabeza, y les ganaron el
gobierno a los chichimecas, que vivían ya descuidados y
viciosos. Los aztecas gobernaron como comerciantes,
juntando riquezas y oprimiendo al país; y cuando llegó
Cortés con sus españoles, venció a los aztecas con la
ayuda de los cien mil guerreros indios que se les fueron
uniendo, a su paso por entre los pueblos oprimidos.
Las armas de fuego y las armaduras de hierro de los
españoles no amedrentaron a los héroes indios; pero ya
no quería obedecer a sus héroes el pueblo fanático, que
creyó que aquellos eran los sol- dados del dios
Quetzalcoatl que los sacerdotes les anunciaban que
volvería del cielo a libertarlos de la tiranía. Cortés
conoció las riva- lidades de los indios, puso en mal a los
que se tenían celos, fue separando de sus pueblos
acobardados a los jefes, se ganó con rega- los o aterró con
amenazas a los débiles, encarceló o asesinó a los juiciosos
y a los bravos; y los sacerdotes que vinieron de España
después de los soldados echaron abajo el templo del dios
indio, y pusieron encima el templo de su dios. Y fqué
hermosa era Tenochtitlán, la ciudad capital de los aztecas, cuando llegó a México Cortés! Era como una mañana
todo el día, y la ciudad parecía siempre como en feria. Las
calles eran de agua unas, y de tierra otras; y las plazas
espaciosas y muchas; y los alrededores sembrados de una
gran arboleda. Por los canales andaban las canoas, tan
veloces y diestras como si tuviesen enten- dimiento: y
había tantas a veces que se podía andar sobre ellas como
sobre la tierra firme. En unas venían frutas, y en otras
flo- res, y en otras jarros y tazas, y demás cosas de
alfarería. En los mercados hervía la gente, saludándose
con amor, yendo de puesto
en puesto, celebrando al rey o diciendo mal de él,
curioseando y vendiendo. Las casas eran de adobe, que es
el ladrillo sin cocer, o de calicanto, si el dueño era rico. Y
en su pirámide de cinco terra- zas se levantaba por sobre
toda la ciudad, con sus cuarenta templos menores a los
pies, el templo magno de Huitzilopochtli, de ébano y
jaspes, con mármol como nubes y con cedros de olor, sin
apagar jamás, a! fá en el tope, las llamas sagradas de sus
seiscientos bra- seros. En las calles, abajo, la gente iba y
venia, en sus túnicas cortas y sin mangas, blancas o de
colores, o blancas y bordadas, y unos zapatos flojos, que
eran como sandalias de botín. Por una esquina salía un
grupo de niños disparando con la cerbatana se-
millas de fruta, o tocando a compás en sus pitos de barro,
de cami- no para la escuela, donde aprendían oficios de
mano, baile y canto, con sus lecciones de lanza y flecha, y
sus horas para la siembra y el cultivo: porque todo
hombre ha de aprender a trabajar en el campo, a hacer
las cosas con sus propias manos, y a defenderse. Pasaba
un señorón con un manto largo adornado de plumas, y su
secretario al lado, que le iba desdoblando el libro acabado
de pin- tar, con todas las figuras y signos del lado de
adentro, para que al cerrarse no quedara lo escrito por la
parte de los dobleces. Detrás del señorón venían tres
guerreros con cascos de madera, uno con forma de cabeza
de serpiente, y otro de lobo, y otro de tigre, .y por afuera
la piel, pero con el casco de modo que se les viese encima
de la oreja las tres rayas que eran entonces la señal del
valor. Un criado llevaba en un jaulón de carrizos un
pájaro de amarillo de oro, para la pajarera del rey, que
tenía muchas aves, y muchos peces de plata y carmín en
peceras de mármol, escondidos en los laberintos de sus
jardines. Otro venía calle arriba dando voces, para que
abrieran paso a !os embajadores y salían con el escudo
atado al brazo izquierdo, y la flecha de la punta a la tierra
a pedir cautivos a los pueblos tributarios. En el quicio de
su casa cantaba un carpintero, remendando con mucha
habilidad una silla en figura
de águila, que tenía caída la guarnición de oro y seda de
la piel de venado del asiento. Iban otros cargados de
pieles pintadas, parán- dose a cada puerta, por si les
querían comprar la colorada o la azul, que ponían
entonces como los cuadros de ahora, de adorno en las
salas. Venía la viuda de vuelta del mercado con el
sirviente detrás, sin manos para sujetar la compra en
jarros de Cholula y de Guatemala; de un. cuchillo de
obsidiana verde, fino como una hoja de papel; de un
espejo de piedra bruñida, donde se veía la cara con más
suavidad que en el cristal; de una tela de grano muy
junto, que no perdía nunca el color; de un pez de escamas
de plata y de oro que estaban como sueltas; de una
cotorra de cobre esmal- tado, a la que se le iban moviendo
el pico y las alas. 0 se paraban en la calle las gentes, a ver
pasar a los dos recién casados, con la túnica del novio
cosida a la de la novia, como para pregonar que estaban
juntos en el mundo hasta la muerte: y detrás les corría
308 losé Mnrti OBRAS ESCOGIDAS. T. II 309 un chiquitín,
arrastrando su carro de juguete, Otros hacían grupos
para oír al viajero que contaba lo que venía de ver en la
tierra brava de los zapotecas, donde había otro rey que
mandaba en ios templos y en el mismo palacio real, y no
salía nunca a pie, sino en hombros de los sacerdotes,
oyendo las súplicas del pueblo, que
pedía por su medio los favores al que manda al mundo
desde el cielo, y a los reyes en el palacio, y a ios otros
reyes que andan en hombros de los sacerdotes. Otros, en
el grupo de al lado, decían que era bueno el discurso en
que contb el sacerdote la historia de] guerrero que se
enterró ayer, y que fue rico el funeral, con Ia ban- dera
que decía las batallas que ganó, y los criados que
llevaban en bandejas de ocho metales diferentes las cosas
de comer que eran del gusto del guerrero muerto. Se oía
entre las conversaciones de la calle el rumor de los
arboles de los patios y el ruido de las limas y el martillo.
iDe toda aquella grandeza quedan en el museo unos
cuatro vasos de oro, unas piedras como yugo, de
obsidiana pulida, y uno que otro anillo labrado!
Tenochtitlán no existe. No existe Tulán, la ciudad de la
gran feria. No existe Texcoco, el pueblo de
los palacios. Los indios de ahora, al pasar por delante de
las rui- nas, bajan la cabeza, mueven los labios como si
dijesen algo, y mientras las ruinas no les quedan atrás,
no se ponen el sombrero. De ese lado de México, donde
vivieron todos esos pueblos de una misma lengua y
familia que se fueron ganando el poder por todo el centro
de la costa del Pacífico en que estaban los nahuatles, no
quedó después de la conquista una ciudad entera, ni un
templo en- tero.
De Cholula, de aquella Cholula de los templos, que dejó
asom- brado a Cortés, no quedan más que los restos de la
pirámide de cuatro terrazas, dos veces más grande que la
famosa pirámide de Cheops. En Xochicalco sólo está en
pie, en la cumbre de su emi- nencia llena de túneles y
arcos, el templo de granito cincelado, con las piezas
enormes tan juntas que no se ve la unión, y la piedra tan
dura que no se sabe ni con qué instrumento la pudieron
cortar, ni con qué máquina la subieron tan arriba. En
Centla, revueltas por la tierra, se ven las antiguas
fortificaciones. El francés Char- nay acaba de desenterrar
en Tula una casa de veinticuatro cuartos, con quince
escaleras tan bellas y caprichosas, que dice que son “obra
de arrebatador interés”. En la Quemada cubren el Cerro
de
los Edificios las ruinas de los bastimentos y cortinas de la
fortale- za, los pedazos de las colosales columnas de
pórfido. Mitla era la ciudad de los zapotecas: en Mitla
están aún en toda su beldad las paredes del palacio donde
el príncipe que iba siempre en hombros venía a decir al
rey lo que mandaba hacer desde el cielo el dios que se creó
a sí mismo, el Pitao- Cozaana. Sostenían el techo las
columnas de vigas talladas, sin base ni capitel, que no se
han caído todavía, y que parecen en aquella soledad más
imponentes que las montañas que rodean el valle
frondoso en que se levanta Mitla.
De entre la maleza alta como los árboles, salen aquellas
paredes tan hermosas, todas cubiertas de las más finas
grecas y dibujos, sin curva ninguna, sino rectas y ángulos
compuestos con mucha gracia y majestad. Pero las ruinas
más bellas de México no están por allí, sino por
donde vivieron los mayas, que eran gente guerrera y de
mucho poder, y recibían de los pueblos del mar visitas y
embajadores. De los mayas de Oaxaca es la ciudad célebre
de Palenque, con su pa- lacio de muros fuertes cubiertos
de piedras talladas, que figuran
hombres de cabeza de pico con la boca muy hacia afuera,
vestidos de trajes de gran ornamento, y la cabeza con
penachos de plumas. LS grandiosa la entrada del palacio,
con las catorce puertas, y aquellos gigantes de piedra que
hay entre una puerta y otra. Por dentro y fuera está el
estuco que cubre la pared lleno de pinturas rojas, azules,
negras y blancas. En el interior está el patio, rodeado de
columnas. Y hay un templo de la Cruz, que se llama así,
porque en una de !as piedras están dos que parecen
sacerdotes a los lados
de una- como cruz, tan alta como ellos; sólo que no es cruz
cristia- na, sino como la de los que creen en la religión de
Buda, que tam- bién tiene su cruz. Pero ni el Palenque se
puede comparar a las ruinas de los mayas yucatecos, que
son más extrañas y hermosas. Por Yucatán estuvo el
imperio de aquellos príncipes mayas, que eran de
pómulos anchos, y frente como la del hombre blanco de
ahora. En Yucatán están las ruinas de Zayi, con su casa
grande, de tres pisos, y con su escalera de diez varas de
ancho. Está Labna, con aquel edificio curioso que tiene
por cerca del techo una hilera de cráneos de piedra, y
aquella otra ruina donde cargan dos hom- bres una gran
esfera, de pie uno, y el otro arrodillado. En Yucatán está
Izamal, donde se encontró aquella Cara Gigantesca, una
cara de piedra de dos varas y más. Y Kabah está allí
también, la Kabah que conserva un arco, roto por arriba,
que no puede ver sin sen- tirse como lleno de gracia y
nobleza. Pero las ciudades que celebran los libros del
americano Stephens, de Brasseur de Bourbourg y de
Charnay, de Le Plongeon y su atrevida mujer, del francés
Nadaillac, son Uxmal y Chitchén- Itzá, las ciudades de los
pa! acios pintados, de las casas trabajadas lo mismo que
el encaje, de los pozos pro- tundos y los magnificos
conventos. Uxmal está como a dos leguas de Mérida, que
es la ciudad de ahora, celebrada por su lindo campo de
henequén, y porque su gente es tan buena que recibe a los
ex- tranjeros como hermanos. En Uxmal son muchas las
ruinas nota- bles, y todas, como por todo México, están en
las cumbres de las pirámides, como si fueran los edificios
de más valor, que quedaron en Pie cuando cayeron por
tierra las habitaciones de fábrica más ligera. La casa más
notable es la que llaman en los libros “del Gobernador”,
que es toda de piedra ruda, con más de cien varas de
frente y trece de ancho, y con las puertas ceñidas de un
mar- co de madera trabajada con muv rica labor. A otra
casa le dicen de
310 José .Morti las Tortugas y es muy curiosa por cierto,
porque la piedra imita una como empalizada, con una
tortuga en relieve de trecho en tre- cho. La Casa de las
Monjas si es bella de veras: no es una casa sola, sino
cuatro, que están en lo alto de la pirámide. A una de las
casas le dicen de la Culebra, porque por fuera tiene
cortada en la piedra viva una serpiente enorme, que le da
vuelta sobre vuel-
ta a la casa entera: otra tiene cerca del tope de la pared
una corona hecha de cabezas de ídolos, pero todas
diferentes y de mucha expre- sión, y arregladas en grupos
que son de arte verdadero, por lo mismo que parecen
como puestas allí por la casualidad: y otro de losedificios tiene todavía cuatro de las diecisiete torres que
en otro tiempo tuvo, y de las que se ven los arranques
junto al techo, como la cáscara de una muela cariada. Y
todavía tiene Uxma! la Casa de! Adivino, pintada de
colores diferentes, y la Casa de! Enano, tan pequeña y
bien tallada que es como una caja de China, de esas que
tienen labradas en la madera centenares de figuras, y tan
graciosa
que un viajero le llama “obra maestra de arte y
elegancia”, y otro dice que “la Casa de! Enano es bonita
como una joya”. La ciudad de Chitchén- Itzá es toda como
la Casa del Enano. Es como un libro de piedra. Un libro
roto, con las hojas por el suelo,
hundidas en la maraña del monte, manchadas de fango,
despeda- zadas. Están por tierra las quinientas columnas;
las estatuas sin cabeza, al pie de las paredes a medio caer;
las calles, de la yerba que ha ido creciendo en tantos
siglos, están tapiadas. Pero de lo que queda en pie, de
cuanto se ve o se toca, nada hay que no tenga una pintura
finisima de curvas bellas, o una escultura noble, de nariz
recta y barba larga. En las pinturas de los muros está el
cuento famoso de la guerra de los dos hermanos locos,
que se pelearon por ver quién se quedaba con la princesa
Ara: hay procesiones de sacerdotes, de guerreros, de
animales que parece que miran y cono- cen, de barcos con
dos proas, de hombres de barba negra, de negros de pelo
rizado; y todo con el perfil firme, y el color tan fresco y
brillante como si aún corriera sangre por las venas de los
artistas que dejaron escritas en jeroglíficos y en pinturas
la historia del pueblo que echó sus barcos por las costas y
ríos de todo Centroamé- rica, y supo de Asía por el
Pacífico y de Africa por el Atlántico. Hay piedra en que un
hombre en pie envía un rayo desde sus labios en-
treabiertos a otro hombre sentado. Hay grupos y
símbolos que pa- recen contar, en una lengua que no se
puede leer con el alfabeto incompleto de! obispo Landa,
los secretos del pueblo que construyó el Circo, el Castillo,
el Palacio de las Monjas, el Caracol, el pozo de los
sacrificios, lleno en lo hondo de una como piedra blanca,
que acaso es la ceniza endurecida de los cuerpos de las
vírgenes hermosas, que morían en ofrenda a su dios,
sonriendo y cantando, como morían por el dios hebreo en
el circo de Roma las vírgenes cristianas, como moría por
el dios egipcio, coronada de flores y se- guida de! pueblo,
la virgen más bella, sacrificada al agua de! río OBRAS
ESCOGIDAS. T II 311
Nilo. CQuién trabajó como el encaje las estatuas de
Chitchén- Itzá? (Adónde ha ido, adónde, el pueblo fuerte y
gracioso que ideó la casa redonda del Caracol; la casita
tallada de! Enano, la culebra grandiosa de la Casa de la
linda la historia de América! s Monjas en Uxma!? iQué
novela tan
0. c’., I. 18. p. 380- 389
La última página La Exposición de Paris Hay un cuento
muy lindo de una r- tiria que estaba enamorada de la
luna, y no la podían sacar al jardín cuando había luna en
cl cielo, porque le tendía los bracitos como si la quisiera
coger, y se desmayaba de la desesperación porque la luna
no venía: hasta que un día, de tanto llorar, la niña se
murió, en una noche de luna
llena. La ndad de Oro no se quiere morir, porque nadie
debe morirse mientras pueda servir para algo, y la vida
es como todas las’cosas,
que no debe deshacerlas sino el que puede volverlas a
hacer. Es como robar, deshacer lo que no se puede volver
a hacer. El que se mata, es un ladrón. Pero La Edad de Oro
se parece a la niñita del cuento, porque siempre quiere
escribir para sus amigos los niños más dc lo que cabe en
el papel, que es como querer coger la luna. cNo les ofreció
la Historia de la cuchara, el tenedor y el cuchilío para este
número? Pues no cupo. Ni otras muchas cosas más que les
tenía escritas. Así es la vida, que no cabe en eila todo el
bien
que pudiera uno hacer. Los niños debían juntarse una vez
oor lo menos a la semana, para ver a quién podían
hacerle algún’ bien, todos juntos. Y ahora nos
juntaremos, el hombre de La Edad de Oro y sus amiguitos, y todos en coro, cogidos de la mano, les daremos
gracias con el corazón, gracias como de hermano, a las
hermosas señoras y nobles caballeros que han tenido el
cariño de decir que La Edad de Oro es buena. 0. c., t. 18, p.
401
Los pueblos todos del mundo se han juntado este verano
de 1889 en París. Hasta hace cien años, los hombres
vivían como es- clavos de los reyes, que no los dejaban
pensar, y les quitaban mu- cho de lo que ganaban en sus
oficios, para pagar tropas con que peiear con otros reyes,
y vivir en palacios de mármol y de oro, con criados
vestidos de seda, y señoras y caballeros de pluma blanca,
mientras los caballeros de veras, los que trabajaban en el
campo y en la ciudad, no podían vestirse más que de
pana, ni ponerle pluma al sombrero: y si decían que no
era justo que los holgazanes viviesen de lo que ganaban
los trabajadores, si decían que un país entero no debía
quedarse sin pan para que un hombre solo y SUS amigos
tuvieran coches, y ropas de tisú y encaje, y cenas con
quince vinos, el rey los mandaba apalear, o los encerraba
vivos en la pri- sión de la Bastilla, hasta que se morían,
locos y mudos: y a uno le puso una máscara de hierro, y
lo tuvo preso toda la vida, sm levantarle nunca la
máscara. En todos los pueblos vivían los hom- bres así,
con el rey y los nobles como los amos, y la gente de trabajo como animales de carga, sin poder hablar, ni pensar,
ni creer, ni tener nada suyo, porque a sus hijos se los
quitaba el rey para soldados, y su dinero se lo quitaba el
rey en contribuciones, y las tierras, se las daba todas a los
nobles el rey. Francia fue el pueblo bravo, el pueblo que se
levantó en defensa de los hombres, el pue- bio que le quitó
al rey el poder.
Eso era hace cien años, en 1789. Fue como si se acabase un
mundo, y empezara otro. Los reyes todos se juntaron
contra Francia. Los nobles de Francia ayudaban a los
reyes de afuera. L. a gente de trabajo, sola contra todos,
peleó contra todos, y contra los no- bles, y los mat9 en la
guerra y con la cuchilla de la guillotina. Sangró Francia
entonces. como cuando abren un animal vivo y le
arrancan las entrañas. Los hombres de trabajo se
enfurecieron, se acusaron unos a otros, y se gobernaron
mal, porque no estaban
acostumbradns a gobernar. Vino a París un hombre
atrevido y am bicioso, vio que los franceses vivían sin
union, y cuando llegó de
314 Jost; Mar/¡ OBRAS ESCOGIDAS T ll 315
ganarles todas las batallas a los enemigos, mandó que lo
llamasen emperador, y gobernó a Francia como un
tirano. Pero los nobles ya no volvieron a sus tierras.
Aquel rey del oro y la seda, ya no volvió nunca. La gente
de trabajo se repartió las tierras de los nobles, y las del
rey. Ni en Francia, ni en ningún otro país han vuelto los
hombres a ser tan esclavos como antes. Eso es lo que
Francia quiso celebrar después de cien anos con la
Exposición de
París. Para eso llamó Francia a París, en verano, cuando
brilla más el sol, a todos los pueblos del mundo. Y eso
vamos a ver ahora, como si lo tuviésemos delante de los
ojos. Vamos a la Exposición, a esta visita que se están
haciendo las razas humanas. Vamos a ver en un mismo
jardín los árboles de todos los pueblos de la tierra. A la
orilla del río Sena, vamos a ver la historia de las casas,
desde la cueva del hombre troglodita, en una grieta de la
roca, hasta el palacio de granito y ónix. Vamos a subir,
con los noruegos de barba colorada, con los negros senegaleses de cabello lanudo, con los anamitas de moño y
turbante, con los árabes de babuchas y albornoz, con el
inglés callado, con
el yanqui celoso, con el italiano fino, con el francés
elegante, con el español alegre, vamos a subir por encima
de las catedrales más altas, a la cúpula de la torre de
hierro. Vamos a ver en sus pala- cios extraños y
magníficos a nuestros pueblos queridos de América.
Veremos, entre lagos y jardines, en monumentos de
hierro y por- celana, la vida uel hombre entera, y cuanto
ha descubierto y hecho desde que andaba por los bosques
desnudo hasta que navega por lo alto del aire y lo hondo
de la mar. En un templo de hierro, tan
ancho y hermoso que se parece a un cielo dorado,
veremos traba- jando a la vez todas las máquinas y
ruedas del mundo. De debajo de la tierra, como de un
volcán de joyas, vamos a ver salir, en lluvias que parecen
de piedras finas, trescientas fuentes de colores, que caen
chispeando en un lago encendido. Vamos a ver vivir,
como viven en sus países de luz, al javanés en su casa de
cañas, al egipcio cantando detrás de su burro, al argelino
que borda la lana a la sombra del palmar, al siamés que
trabaja la madera con los pies y las manos, al negro del
Sudán, que sale ojeando, con la lanza de punta, de su
conuco de tierra; al árabe que corre a ca- ballo,
disparando la espingarda, por la calle de dátiles, con el
al- bornoz blanco al viento. Bailan en un café moro. Pasan
las bailari- nas de Java, con su casco de plumas. Salen de
su teatro, vestidos de tigres, los cómicos cochinchínos.
Hombres de todos los pueblos andan asombrados por las
calles morunas, por las aldeas negras, por el caserío de
bambú javanés, por los puentes de junco de los malayos
pescadores, por el jardín criollo de plátanos y naranjos,
por el rincón donde, de su techo labrado como un mueble
rico, le- vanta su torre ceñida de serpientes la pagoda. Y
para nosotros, los niños, hay un palacio de juguetes, y un
teatro donde están como vivos el pícaro Barba Azul y la
linda Caperucita Roja. Se le ve al
pícaro la barba como el fuego, y los ojos de león. Se le ve a
la Ca- perucita el gorro colorado, y el delantal de lana.
Cien mil visitantes entran cada día en la Exposición. En lo
alto de la torre flota al viento la bandera de tres colores
de la República Francesa. Por veintidós puertas se puede
entrar a la Exposición. La en- trada hermosa es por el
palacio del Trocadero, de forma de herra- dura, que
quedó de una Exposición de antes, y está ahora lleno de
aquellos trabajos exquisitos que hacían con plata para las
igle- sias y las mesas de los príncipes los joyeros del
tiempo de capa y espadón, cuando los platos de comer
eran de oro, y las copas de beber eran como los cálices. Y
del palacio se sale al jardín, que es la primera maravilla.
De rosas nada más, hay cuatro mil qui- nientas
diferentes: hay una rosa casi azul. En una tienda de listas
blancas y rojas venden unas mujeres jóvenes las
podaderas afila- das, los rastrillos de acero pulido, las
regaderas como de juguete con que se trabaja en los
jardines. La tierra está en canteros, ro-
deados de acequias, por donde corre el agua clara,
haciendo a los canteros como islotes. Uno está lleno de
pensamientos negros; y otro de fresas como corales,
escondidas entre las hojas verdes; y otro de chícharos, y
de espárragos, que dan la hoja muy linda. Hay un cantero
rojo y amarillo, que es de tulipanes. Un rincón es de enredaderas, y el de al lado de helechos gigantescos, con hojas
como plumas. En un laberinto flotan sobre el agua la
ninfea, y el ne- lumbio rosado del Indostán, y el loto del
río Nilo, que parece una
lira. Un bosque es de árboles de copa de pico: pino, abeto.
Otro es de árboles desfigurados, que dan la fruta pobre,
porque les qui- tan a las ramas su libertad natural.
Dentro de un cercado de cañas están los lirios y los
cerezos del Japón, en sus tibores de porcelana blanca y
azul. Al pie de un palmar, con las paredes de cuanto tronco hay, está en pabellón de Aguas y Bosques, donde se ve
cómo se ha de cuidar a los árboles, que dan hermosura y
felicidad a la tierra. A la sombra de un arce del Japón,
están, en tazas rústicas, la we- Ilingtonia del Norte, que es
el pino más alto, y la araucaria, el pino de Chile. Por
sobre un puente se pasa el río de París, el Sena famoso, y
ya se ven por todas partes los grupos de gente
asombrada, que vienen de los edificios de orillas del río,
donde está la Galería del Trabajo, en que cuecen los
bizcochos en un horno enorme, y destilan licor del
alambique de bronce rojo, y en la máquina de
cilindro están moliendo chocolate con el cacao y el
azúcar, y en las bandejas calientes están los dulceros de
gorro blanco haciendo caramelos y yemas: todo lo de
comer se ve en la Galería, una mon- taña de azúcar, un
árbol de ciruelas pasas, una columna de jamo- nes: y en la
sala de vinos, un tonel donde cabrían quince convidados a
la mesa, y un mapa de relieve, que todos quieren ver a un
tiem- po, donde está todo el arte del vino,- la cepa con los
racimos, los hombres cogiendo en cestos la uva en el mes
de la vendimia, la
316 1oS. i Marfi OBRAS ESCOGIDAS. T II 317 artes2 donde
fermata ía vid machwada, la cueva fría donde ponen el
mosto a reposar, y luego el vino puro, como topacio
deshecho, v 12 botella de donde salta con su espuma
olorosa el champaca. (, erca está la historia entera del
cultivo del campo, en modelos de
realce, y en cuadros y libros; y un pabellón de arados de
acero relucientes; y una colmen2 de abejas de miel, junto
21 moral de hoja veliuda en que se cría el gusano de seda;
y los semilieros de peces, que nacen de los huevos presos
en cajones de agua, y luego salen 2 crecer a miles por la
mar y los ríos.- Los más admirados son los que vienen de
ver las cuarenta y tres Habitaciones del Hombre. La vida
del hombre está allí desde que apareció por pri-
mera vez en la tierra, peleando con el oso y el rengifero,
para abri- garse de la helada terrible con 12 piel,
acurrucado en sti cueva. Así nacen los pueblos hoy
mismo. El salvaje imita las grutas de los bosques o los
agujeros de la roca: luego ve el mundo hermoso, y siente
con el cariño deseo de regalar, y se mira el cuerpo en el
agua del río, y va imitando en la madera y 12 piedra de
sus casas todo lo que le parece hermosura, su cuerpo de
hombre, los pájaros, una flor, el tronco y la copa de los
árboles. Y cada pueblo crece imitando lo que ve a su
alrededor, haciendo sus casas como las hacen sus vecinos,
enseñándose en sus casas como es, si de clima frío o de
tierra caliente, si pacífico o amigo de pelear, si artístico y
natural, o vano y ostentoso. Allí están las chozas de
piedra bru- ta, y luego pulida, de los primeros hombres:
la ciudad lacustre del tiempo en que levantaban !as casas
en el lago sobre pilares,
para que no las atacasen las fieras; las casas altas,
cuadradas y ligeras, de mirador corrido, de los pueblos de
sol que eran antes las grandes naciones, el Egipto sabio,
la Fenicia comerciante, la Asiria guerreadora. La casa del
Indostán es alta como ellas. La de Persia es ya un castillo,
de ric’a loza azul, porque allí saltan del suelo las piedras
preciosas, y las flores y las aves son de mucho color.
Parece una familia de casas la de los hebreos, los griegos
y los romanos, todas de piedra, y bajas, con tejado o
azotea; y se ve, por lo semejantes, que eran del país la
casa etrusca y la bizan- tina. Por el norte de Europa
vivían entonces los hunos bárbaros como allí se ve, en su
tienda de andar; y el germano y el galo en sus primeras
casas de madera, con el techo de paja. Y cuando con
las guerras se juntaron los pueblos. tuvo Rusia esa casa
de ador- nos y colorines, como la cas2 hindú, y los
bárbaros pusieron en sus caserones la piedra labrada y
graciosa de los italianos y los grie- gos. Luego, 21 fin de la
edad que medió entre aquella pelea y el descubrimiento
de América, volvieron los gustos de antes, de Grecia y de
Roma, en las casas graciosas y ricas del Renacimiento. En
América vivian los indios en palacios de piedra con
adornos de oro, como ese de los aztecas de México, y ese
de los incas del Perú. Al moro de Africa se le ve, por su
casa de piedra bordada, que conoció a los hebreos, y vivió
en bosques de palmeras, defen-
diéndose de sus enemigos desde la torre, viendo en el
jardín 2 la gacela entre las rosas y en la arena de 12 orilla
los caprichos de espuma de la mar. El negro del Sudán,
con su casa blanca de techo rodeado de campanillas,
parece moro. El chino ligero, que vive de pescado y arroz,
hace su casa de tabla y de bambú. El japonés vive
tallando el marfil, en sus casas de estera y tabloncillo. Allí
se ve donde habitan ahora los pueblos salvajes, el
esquimal en su casa redonda de hielo, en su tienda de
pieles pintadas el indio norteamericano: pintadas de
animales raros y hombres de cara re- donda, como los
que pintan los niños. Pero adonde va el gentío con un
silencio como de respeto es a 12 torre Eiffel, el más alto y
atrevido de los monumentos huma- nos. Es como el portal
de la Exposición. Arrancan de la tierra, ro- deados de
palacios, sus cuatro pies de hierro; se juntan en arco, y
van ya casi unidos hasta el segundo estrado de 12 torre,
alto como la pirámide de Cheops: de allí fina como Un
encaje, valien- te como un héroe, delgada como una
flecha, sube más arriba que el monumento de
Washington, que era la altura mayor entre las obras
humanas, y se hunde, donde no alcanzan los ojos, en lo
azul, con 12 campanilla, como la cabeza de los montes,
coronada de nubes.- Y todo, de la raíz al tope, es un tejido
de hierro. Sin apoyo apenas se levantó por el aire. Los
cuatro pies muerden, como raíces enor- mes, en el suelo
de arena. Hacia el río, por donde caen dos de los
pies, el suelo era movedizo, le hundieron dos cajones, les
sacaron de adentro la arena floja, y los llenaron de
cimiento seguro. De las cuatro esquinas arrancaron,
como para juntarse en lo alto, los cuatro pies recios: con
un andamio fueron sosteniendo las piezas más altas, que
se caían por la mucha inclinación: sobre cuatro pilares de
tablones habían levantado el primer estrado, que como
una corona lleva alrededor los nombres de los grandes
ingenieros franceses: allá en el aire, una mafíana
hermosa, encajaron los cua- tro pies en el estrado, como
un2 espada en una vaina, y se sostuvo sin parales la
torre: de allí, como lanzas que apuntaban al cielo,
salieron las vergas delicadas: de cada una colgaba una
grúa: allá arriba subían, danzando por el aire, los
pedazos nuevos: los obre- ros, agarrados a la verga con
las piernas como el marinero 21 cor- daje del barco,
clavaban el ribete, como quien pone el pabellón de la
patria en el asta enemiga: así, acostados de espalda,
puestos de cara al vacío, sujetos a la verga que el viento
sacudía como una rama, los obreros, con blusa y gorro de
pieles, ajustaban en in- vierno, en el remolino del
vendaba1 y de la nieve, las piezas de es-
quina, los cruceros, los sostenes, y se elevaba por sobre el
universo, como si fuera a colgarse del cielo, aquella
blonda calada: en SU navecilla de cuerdas se
balanceaban, con la brocha del rojo en las manos, los
pintores. iE mundo entero va ahora como moviéndose en
la mar, con todos los pueblos humanos a bordo, y del
barco del mundo, la torre es el mástil! Los vientos se
echan sobre la torre,
318 José Marti como para derribar a la que los desafía, y
huyen por el espacio azul, vencidos y despedazados.- Allá
abajo la gente entra, como las abejas en el colmenar: por
los pies de la torre suben y bajan, por la escalera de
caracol, por los ascensores inclinados, dos mil
visitantes a la vez; los hombres, como gusanos,
hormiguean entre las mallas de hierro; el cielo se ve por
entre el tejido como en grandes triángulos azules de
cabeza cortada, de picos agudos. Del primer estrado
abierto, con sus cuatro hoteles curiosos, se sube, por la
escalinata de hélice, al descanso segundo, donde se
escribe y se imprime un diario, a la altura de la cúpula de
San Pedro. El cilindro de la prensa da vueltas: los diarios
salen húmedos: al visi- tante le dan una medalla de plata.
Al estrado tercero suben los valientes, a trescientos
metros sobre la tierra y el mar, donde :lo se oye el ruido
de la vida, y el aire, allá en la altura, parece que limpia y
besa: abajo la ciudad se tiende, muda y desierta, como un
mapa de relieve: veinte leguas de ríos que chispean, de
valles iluminados, de montes de verde negruzco, se ven
con el anteojo; sobre el estrado se levanta la campanilla,
donde dos hombres, en
su casa de cristal, estudian los animales del aire, la
carrera de las estrellas, y el camino de los vientos. De una
de las raíces de ia torre sube culebreando por el alambre
vibrante la electricidad, que enciende en el cielo negro el
faro que derrama sobre París sus ríos de luz blanca, roja
y azul, como la bandera de la patria. En lo alto de la
cúpula, ha hecho su nido una golondrina. Por debajo de la
torre se va, sin poder hablar del asombro, a los jardines
llenos de fuentes, y rodeados de palacios, y el más grande
de todos al fondo, donde caben las muestras de cuanto se
trabaja en la humanidad, con la puerta de hierro bordado
y lleno de guirnaldas, como se labraba antes el oro de los
ricos; y sobre el portón, imitando la bóveda del cíelo, la
cúpula de porcelanas relucientes; y en la corona,
abriendo las alas como para volar, una mujer que lleva en
la mano una rama de oliva: a la entrada del
pórtico está, con una mano en la cabeza de un león, la
Libertad, en bronce. Y delante de la gran fuente, donde
van por el agua los hombres y mujeres que los poetas de
antes dicen que hubo en la mar, las nereidas y los
tritones, llevando en hombros, como sí fueran un triunfo,
la barca donde, en figuras de héroes y heroínas, el
progreso, la ciencia, y el arte dan vivas a la república,
sentada más alta que todos, que levanta la antorcha
encendida sobre sus alas. A cada lado del jardín desde el
palacio grande hasta la torre, hay otro palacio de oros y
esmaltes, uno para las estatuas y los cuadros, donde
están los paisajes ingleses de montes y animales, las
pinturas graciosas de los italianos, con campesinos y con
ni- nos, los cuadros españoles de muertes y de guerra, con
sus fi- guras que parecen vivas, y la historia elegante del
mundo en los cuadros de Francia. De las Bellas Artes le
llaman a ese, y al del otro lado, el palacio de las Artes
Liberales, que son las de los
OBRAS ESCOGIDAS. T II 319 trabajos de utilidad, y todas
las que no sirven para mero adorno. La historia de todo se
ve alli: del grabado, la pintura, la escultura, las escuelas,
la imprenta. Parece que se anda, por 10 perfecto y fino de
todo, entre agujas y ruedas de reloj. Alli se ve, en
miniatura de cera, a los chinos observando en su torre los
astros del cielo; alli está el químico Lavoissier, de medias
de seda y chupa azul,
soplando en su retorta, para ver cómo está hecho el
pedrusco que cavó a la tierra de una estrella rota y fría:
allí, entre las figuras de’ las diferentes razas del hombre,
están sentados por tierra, tra- bajando el pedernal, como
los que desenterraron en Dinamarca hace poco,
cabezudos y fuertes, los hombres de la edad de bronce.
Y va estamos al pie de la torre: un bosque tiene a un lado,
y otro bosque al otro. Uno tiene más verde, y es como una
selva de recreo, con su casa sueca de pino, llenas de flores
las ventanas,
a la orilla de un lago; y la isba de puerta bordada y techo
de picos en que vive el labrador ruso; y la casa linda de
madera, con ven- tanas de triángulo, en que pasa los
meses de nevada el fílandés, enseñando a sus hijos a
pintar y a pensar, a amar a los poetas de Finlandia, y a
componer el arpón de la pesca y el trineo de la ca- cería,
mientras talla el abuelo el granito como ópalo, o saca
botes y figuras de una rama seca, y las mujeres de gorro
alto y delantal
tejen su encaje fino, junto a la chimenea de madera
labrada. Hay teatro allí, y lecherías, y una casa de anchos
comedores, y criados de chaqueta negra, que pasan con
las botellas de vino en cestos a la hora de comer, cuando
los pájaros cantan en los árboles. Pero al otro lado es
donde se nos va el corazón, porque allí están, al pie de la
torre, como los retoños del plátano alrededor del tronco,
los pabellones famosos de nuestras tierras de América,
elegantes y ligeros como un guerrero indio: el de Bolivia
como el casco, el de México como el cinturón, el de la
Argentina como el penacho de colores: iparece que la
miran como los hijos al gigante! iEs bueno tener sangre
nueva, sangre de pueblos que trabajan! El de Brasil está
allí también, como una iglesia de domingo en un palmar,
con todo lo que se da en sus selvas tupidas, y vasos y
urnas raras
de los indios marajos del Amazonas, y en una fuente una
victoria- regia en que puede navegar un niño, y orquídeas
de extraña flor, y sacos de café, y montes de diamantes.
Brilla un sol de oro allí por sobre los árboles y sobre los
pabellones, y es el sol argentino, puesto en lo alto de la
cúpula, blanca y azul como la bandera del país, que entre
otras cuatro cúpulas corona, con grupos de estatuas en
las esquinas del techo, el palacio de hierro dorado y
cristales de color en que la patria del hombre nuevo de
América convida al mundo lleno de asombro, a ver 10 que
puede hacer en pocos anos un pueblo recién- nacido que
habla español, con la pasión por el trabajo y la libertad
icon la pasión por el trabajo!: lmejor es morir abrasado
por el sol que ir por el mundo, como una piedra vtva, con
los brazos cruzados! Una estatua señala a la puerta un
mapa
320 /ose Mor/ i donde se ve de realce la república, con el
río por donde entran al país los vapores repletos de gente
que va a trabajar; con las mon- tanas que crían sus
metales, y las pampas estensas, cubiertas de ganados. De
relieve está allí la ciudad modelo de La Plata, que
apareció de pronto en el llano silvestre, con ferrocarriles,
y puerto, y cuarenta mil habitantes, y escuelas como
palacios. Y cuanto dan
la oveja y el buey se ve allí, y todo lo que el hombre
atrevido puede hacer de la bestia: mil cueros, mil lanas,
mil tejidos, mil industrias: la carne fresca en la saia de
enfriar: crines, cuernos, ca- pullos, plumas, paños.
Cuanto el hombre ha hecho, el argentino lo intenta hacer.
De noche, cuando el gentío llama a la puerta, se
encienden a la vez, en sus globos de cristal blanco y azul,
y rojo y verde, las mil luces eléctricas del palacio.
Como con un cinto de dioses y de héroes está el templo de
acero de México, con la escalinata solemne que lleva al
portón, y en lo alto de él el sol Tonatiuh, viendo como
crece con su calor la diosa Cipactli, que es la tierra: y los
dioses todos de la poesía de los indios, los de la caza y el
campo, los de las artes y el comercio, están en los dos
muros que tiene la puerta a los lados, como dos alas; y los
últimos valientes. Cacama, Cuitláhuac y Cuauhtémoc, que
murieron en la pelea, o quemados en las parrillas,
defendiendo de los conquistadores la independencia de su
patria: dentro, en las pinturas ricas de las paredes, se ve
cómo eran los mexicanos de entonces, en sus trabajos y en
sus fiestas, la madre viuda dando su parecer entre los
regidores de la ciudad, los campesinos sacando el aguamiel del tronco del agave, los reyes haciéndose visitas en
el lago, en sus canoas adornadas de flores. iY ese templo
de acero lo levantaron, al pie de la torre, dos mexicanos,
como para que no les tocasen su historia, que es como
madre de un país, los que no la
tocaran como hijos!: con fiereza, iasí se debe querer a la
tierra en que uno nace: con ternura! Las cortinas
hermosas, las vidrieras de caoba en que están las
filigranas de plata, los tejidos de fibras, las esencias de
olor, los platos de esmalte y las jarras de barniz, los
ópalos, los vinos, los arneses, los azúcares; todo tiene por
adorno letras y figuras indias. Vivos parecen, con sus
trajes de cuero de flecos y galones, y sus sombreros
anchos con trenzado de plata y
oro, y su zarape al hombro, de seda de color, vivos como
si fueran a montar a caballo, los maniquíes del estanciero
rico, del joven ele- gante que cuida de su hacienda, y sabe
“voltear” un toro. A la puer- ta, a un lado, troncos
colosales de madera fina repulida; y al otro, de color de
rosa y verdemar, la pirámide del mármol transparen- te
de la tierra, del ónix que parece nube cuajada de la puesta
de sol. Del techo cuelga, verde y blanca y roja, la bandera
del águila.
Y juntos como hermanos, están otros pabellones más: el
de Bolivia, la hija de Bolívar, con sus cuatro torres
graciosas de cúpula dorada, lleno de cuarzos de mineral
riquisimo, de resto‘; del hom.
l> re salvaje y los animales como montes que hubo antes
en Ame- rica. y de hojas de coca, que dan fuerza al
cansado para seguir ;Irldarido: cl del Ecuador, que eS un
templo inca, con dibujos y adornos como los que los
indios de antes ponian en los templos
~cl Sol. y adentro los metales y cacaos famosos, y tejidos
y bordados tie mucha finura, en mostradores de cristal y
de oro: el pabellón de \‘ cnezucla, con su fachada como de
catedral, y en la sala espaciosa !alltil muestra de café, y
pilones de su panela dulce, y libros tic vc‘ r- ic~ y de
ingeniería, y zapatos ligeros y finos: el pabellón de
Nicaragua con su tejado rojo, como los de las casas del
país, y sus balones de los lados, con los cacaos y vainillas
de aroma y aves de plumas de uro y esmeralda, y piedras
de metal con luces de arco- iris, y maderos que dan sangre
de olor; y en la sala del centro, el mapa del canal que van
a abrir de un mar a otro de América, entre
los restos de las ruinas. Tiene ventanas anchas como las
casas sal- vadorctias, y un balcón de madera muy
hermoso, el pabellón del Salvador, que es país obrero, que
inventa y trabaja fino, y en el campo cultiva la caña y el
café, y hace muebles como los de París, y sedas como las
de Lyon, y bordados como los de Burano, y lanas de tinte
alegre, tan buenas como las inglesas, y tallados de mucha
gracia en la madera y en el oro. Por un pórtico grandioso
se entra, entre sacos de trigo y muestras de mineral, al
palacio de hierro de Chile: allí la madera fuerte de los
bosques del indio araucano, 10s vinos topacios y rojos, las
barras de plata y oro mate, las artes todas de un pueblo
que no se quiere quedar atrás, la sal y el ar- busto
colorado del desierto: al fondo hay como un jardín: las
pare- des están llenas de cuadros de números. Y allí, al
lado de Chile, entraríamos ahora al Palacio de los
Niilos. donde juegan los chiquitines al caballito y al
columpio, y ven hacer barcos de cristal dc Venecia, y las
mullecas que hace cl japones, envolviendo con el
palitroque alrededor de una varita las pastas blandas de
colores diferentes: y hace un daimio con su sable, y un
mikado de ahora, con su levita a la francesa: ioh. cl
teatro! ioh, el hombre que está haciendo los confites! ;oh,
el perro que sabe multiplicar! ioh, el gimnasta que anda a
caballo en una rueda! iy el palacio es de juguetes todo por
afuera, desde el quicio hasta los banderines del techo!
Pero, si no tenemos tiempo, ;cómo hemos de pararnos a
jugar, nosotros, niños de América, si todavía hay tanto
que ver, si no hemos visto todos los pabellones de
nuestras tierras americanas? ;Y esta casa de madera tan
franca y tan ami-
ga, que convida a la gente a entrar a ver todo lo que da la
tierra volcánica de su pais, uva y café, enredaderas y
tigres, cocos y pájaros, los ileva a su colgadizo con
cortinas, a tomar en jícaras labradas su chocolate de
espuma?: es el de Guatemala ese pabellón generoso. Y ese
otro elegante, con tantas maderas, es el de la tierra donde
se saben defender con ramas de árboles de los que
OBRAS ESCOGIDAS T. II 323 322 José Morti vienen de
afuera a quitarles el pais: de Santo Domingo. Ese otro es
del Paraguay, ese de la torre de mirador, con las ventanas
y puertas como de nación de mucho bosque, que imita en
sus casas las grutas y los arcos de los árboles. Y ese otro
suntuoso que tiene torres como lanzas y alegría como de
salón; ese que ha dado una parte dc sus salas a dos
pueblos de nuestra familia,- a Colombia, que tiene ahora
mucho que hacer, al Perú, que está triste después
de una guerra que tuvo,- ese es el pueblo bravo y cordial
de Uru- guay, que trabaja con arte y placer, como el de
Francia, y peleó nue- ve años contra un mal hombre que
lo quería gobernar, y tiene un poeta de América que se
llama Magariños: vive de sus ganados el Uruguay, y no
hay pueblo en el mundo que haya inventado tantos
modos de conservar la carne buena, en el tasajo seco, en
caldos que parecen vino, en la pasta negra de Liebig, y en
bizcochos sa- brosos: y en la torre, que se parece a una
lanza, flota, como lla- mando a los hombres buenos, la
bandera del sol, de listas blancas y azules. iY tener que
pasar tan de prisa por los palacios de una tierra enana
como Holanda, donde no hay holandés que no sea feliz, y
viva como en pueblo grande, por su trabajo de marino, de
inge- niero, de impresor, de tejedor de encaje, de tallador
de diamantes;
de un pueblo como Bélgica, que sabe tanto de cultivos, y
de hacer carruajes, y casas, y armas, y lozas, y tapices, y
ladrillos! No po- demos ver el pabellón de Suiza, con su
escuela modelo, sus quesos como ruedas y su taller de
relojes; ni el de Hawai, que es país donde saben leer, y
trabaja el hombre de la isla, al pie del volcán de fuego, la
lava y la pluma; ni el de la República de San Marinoiquién sabe dónde está San Marino?- con sus cristales
pintados famo- sos y sus familias de escultores. Esa de la
puerta tallada de colores es Servia, de cerca de Rusia,
donde hacen tapicería fina y mosaicos: y ese comedor,
con su techo de aleros, es de Rumania,
donde el más pobre viste de paños bordados, y comen la
carne casi cruda con mucha pimienta en platos de
madera, y beben leche de búfalo. Está llena de sedas con
recamos de flores y pájaros, llena de palanquines y
colmillos de elefante, esa casa de dos techos de Siam, el
pueblo de la ceremonia y del arroz. ¿Y a China quién no la
conoce, con su pabellón de tres torres, donde no caben las
cor- tinas con árboles y demonios de oro, ni las cajas de
marfil con dibujos de relieve, ni el tapiz donde están, con
los siete colores de la luz, los pájaros que van de corte por
el aire, cuando llega el mes de mayo, a saludar al rey y la
reina, que son dos ruiseñores que fueron al cielo a ver
quién se sienta en las nubes, y se trajeron un nido de
rayos de sol? iOh, cuánto hay que ver! ¿Y ,el palacio
hindú, de rojo oscuro con los ornamentos blancos, como
los bor- dados de trencilla en un vestido de mujer, y tan
tallado todo, las ventanas menudas y la torre, como la
fuente de mármol, las colum- nas de pórfido, los leones de
bronce que adornan la sala, colgada
de tapicerías? ¿Y el Japón, que es como la China, con más
gracia y delicadeza, y unos jardineros viejos que quieren
mucho a los niños? ¿Y Grecia, esa de la puerta baja con un
muro a cada lado, con la historia de antes en uno, antes
de que los romanos la vencieran cuando fue viciosa, y la
vida del trabajo de hoy, en antigüedades, en mármoles
rojos, en sedas finas, en vinos olorosos, desde que re-
sucitó con la vuelta a la libertad, y tiene ciudades como
Pireo, Sira- cusa, Corfú y Patras, que valen ya por lo
trabajadoras tanto como las cuatro famosas de la Grecia
vieja: Atenas, Esparta, Tebas y Corinto? <Y Persia, con su
entrada religiosa de mezquita, de techo de azul vivo, y
adentro, entre colgaduras verdes y amarillas, las
cazoletas cinceladas de quemar los olores, los chales de
seda que caben por una sortija, los alfanjes de puño
enjoyado que cortan el hierro, las violetas azucaradas y
las conservas de hojas de rosa? i,\ r ci bazar de los
marroquíes, con su arquería blanca que reluce al
sol, y sus moros de turbante y babucha, bruñendo
cuchillos, tiñendo el cuero blando, trenzando la paja,
labrando a martillazos el cobre, bordando de hilo de oro
el terciopelo? ¿Y la calle del Cairo, que es una calle egipcia
como en Egipto, unos comprando albornoces, otros
tejiendo la lana en el telar, unos pregonando sr? s
confites, y otros tra- bajando de joyeros, de torneros, de
alfareros, de jugueteros, y por todas partes, alquilando el
pollino, los burreros burlones, y allá arri- ba, envuelta en
velos, la mora I ermosa, que mira desde su balcón de
persianas caladas? iOh, no hay tiempo! Tenemos que ir a
ver la maravilla mayor,
y el atrevimiento que ablanda al verlo el corazón, y hace
sentir como deseo de abrazar a los hombres y de
llamarlos hermanos. Volvamos al jardín. Entremos por el
pórtico del Palacio de las Industrias. Pasemos, con los
ojos cerrados, por la galería de las ca- torce puertas,
donde cada país exhibe sus trabajos mejores, y cada
industria compuso la puerta de su departamento, la
platería con platas y oros y dos columnas de piedra azul,
la locería con porce- lana y azulejos, la de muebles con
madera esculpida como hojas de flor, y la de hierro con
picos y martillos, y la de armas con ruedas, cureñas,
balas y cañones, y asi todas. Por un corredor que hace
pensar en cosas grandes, se va a la escalera que lleva al
halcón del monumento: se alzan los ojos: y se ve, llena de
luz de sol, una sala de hierro en que p jirían moverse a la
vez dos mil caballos, en que podrían dormir treinta mil
hombres. iY toda está cubierta de máquinas, que dan
vueltas, que aplastan, que silban, que echan luz, que
atraviesan el aire calladas, que corren temblando
Por debajo de la tierra! En cuatro hileras están en el
centro las maquinas mayores. De un horno rojo les viene
la fuerza. Viene Por correas, que no se ven de lo ligeras
que andan. De cuatro filas de Postes cuelgan las ruedas de
las correas. Alrededor, unidas, están todas las máquinas
del mundo, las que hacen polvo de acero, las que afilan las
agujas. Unas mujeres de delantal colorado trabajan el .
papel holandés. Un cilindro, que parece un elefante que se
mueve, está cortando sobres. Un mortero separa el grano
de trigo de la cáscara. Un anillo de hierro está en el aire
por la electricidad, sin nada que lo sujete. Allí se funden
los metales con que se hacen las letras de imprimir, allí se
hace el papel de tela o de madera, allí la prensa imnrime
el diario, io echa del otro lado, lo devuelve, húmedo. Una
maquina echa aire en el pozo de una mina, para que no se
ahoguen los mineros. Otra aplasta la caña, y echa un
chorro de miel. iPues da ganas de llorar, el ver las
máquinas desde el balcón! Rugen, susurran, es como la
mar: el sol entra a torren- tes. De noche, un hombre toca
un botón, los dos alambres de la luz se juntan, y por sobre
las máquinas, que parecen arrodilladas en la tiniebla,
derrama la claridad, colgado de la bóveda, el cielo
eléctrico. Lejos, donde tiene Edison sus invenciones, se
encienden de un chispazo veinte mil luces, como una
corona.
Hay panoramas de Paris, y de Nápoles con su volcán, y
del Mont Blanc, que da frío verlo, y de la rada de Río
Janeiro. Hay otro que es un centro de un puente de un
buque, y parece por la pintura que está allí el buque
entero, y el cielo y el mar. Hay el palacio de las pinturas
finas de los acuarelistas, y otro, con adornos
como de espejo, de los que pintan al pastel. Hay los dos
pabellones de París, donde se aprende a cuidar una
ciudad grande. Hay talleres por los arrabales de la
Exposición, donde se ve, ipara que el egoísta aprenda a
ser bueno!, el trabajo del hombre en las minas de hulla, en
el fondo del agua, en los tanques donde hierve, como
fango, el oro. Hay, allá lejos, negras y feas, las hornallas
donde echan el car- bón para el vapor los hombres
tiznados. Pero adonde todos van es al campo que tiene
delante el palacio donde los soldados mancos
y cojos cuidan la sepultura de .piedra de Napoleón,
rodeada de ban- deras rotas: iy en lo alto del palacio, la
ctipula dorada! Todos van, a ver los pueblos extraños, a la
Explanada de los Inválidos. De paso no más veremos el
palacio donde está todo lo de pelear: el globo que va por el
aire a ver por donde viene el enemigo: las palomas que
saben volar con el recado tan arriba que no las alcan-
zan las balas: iy alguna les suele alcanzar, y la paloma
blanca cae llena de sangre en la tierra! De paso veremos,
en el pabellón de la República del Africa del Sur, el
diamante imperial, que sacaron allá de la tierra, y es el
más grande del mundo. Aquí están las tiendas de los
soldados, con los fusiles a la puerta. Allá están, graciosas, las casas que los hombres buenos quieren hacer a
los tra- bajadores, para que vean luz ios domingos, y
descansen en su casita limpia, cuando vienen cansados.
Allí, con su torre como la flor de la magnolia, está la
pagoda de Cambodia, la tierra donde ya no viven, porque
murieron por la libertad, aquellos Kmers que ha- cian
templos más altos que los montes. Allí está, con sus
columnas de madera, el palacio de Cochinchina, y en el
patio su estanque de peces dorados, y los marcos de las
puertas labrados a punta de cu-
chillo, y, en el fondo, en la escalinata, dos dragones, con
la boca abierta, de !oza reluciente. Parece chino el palacio
de Anam, con sus maderas pintadas de rojo y azul, y en el
patio un dios gigante del bronce de ellos, que es como cera
muy fina de color de avellana, y los techos y las columnas
y las puertas talladas a hilos, como los nidos, o a hojas
menudas, como la copa de los árboles. Y por sobre los
templos hindús, con sus torres de colores y su monte de
dioses de bronce a la puerta, dioses de vientre de oro y de
ojos de esmalte, está, lleno de sedas y marfiles, de paños
de plata bor- dados de zafiros, el Palacio Central de todas
las tierras que tiene Francia en Asia: en una sala, al
levantar una colgadura azul, ofrece una pipa de opio un
elefante. Allá, entre las palmeras, brilla, blanco y como de
encaje, el minarete del palacio de arquerías de Argel, por
donde andan, como reyes presos, los árabes hermosos y
callados. Con sus puerta. s de clavos y sus azoteas, lleno
de moros tunecinos y hebreos de barba negra, bebiendo
vino de oro en el café, com- prando punales con letrás de
Korán en la hoja, está, entre bosques de dátiles, el caserío
de Túnez, hecho con piedras viejas y lozas rotas de
Cartago. Un anamita solo, sentado en cuclillas, mira, con
los ojos a medio cerrar, la pagoda de Angkor, la de la
torre como la flor de magnolia, con el dios Buda arriba, el
Buda de cuatro
cabezas. Y entre los palacios hay pueblos enteros de barro
y de paja: el negro canaco en su choza redonda, el de
Futa- Jalón cociendo el hierro en su horno de tierra, el de
Kedugú, con su calzón de plumas, en la torre redonda en
que se defiende del blanco; y al lado, de piedra y con
ventanas de pelear, la torre cuadrada en que veinti- séis
franceses echaron atrás a veinte mil negros, que no
podían clavar su lanza de madera en la piedra dura! En la
aldea de Anam,
con las casas ligeras de techo de picos y corredores, se ve
al co- chinchino, sentado en la esfera leyendo en su libro,
que es una hoja larga, enrollada en un palo; y a otro, un
actor, que se pinta la cara de bermellón y de negro; y al
bonzo rezando, con la ca- pucha por la cabeza y las manos
en la falda. Los javaneses, de blusa y calzón ancho, viven
felices, con tanto aire y claridad, en SU kampong de casas
de bambú: de bambú la cerca del pueblo, las casas y las
sillas, el granero donde guardan el arroz, y el tendido en
que se juntan los viejos a mandar en las cosas de la aldea,
y las músicas con que van a buscar a las bailarinas
descalzas, de casco de plumas y brazaletes de oro. El
kabila, con su albornoz blanco,
se pasea a la puerta de su casa de barro, baja y oscura,
para que %> 1 extranjero atrevido no entre a ver las
mujeres de la casa, senta- das en el suelo, tejiendo en el
telar, con la frente pintada de colores. Detrás está la
tienda de kabila, que lleva a los viajes: el pollino se
revuelca en el polvo: el hermano echa en un rincón la silla
de cuero bordado de oro puro: el viejito a la puerta está
montando en ej camello a su nieto, que le hala la barba.
326 José Marti Y afuera, al aire libre, es como una locura.
Parecen joyas que andan, aquellas gentes de traje de
colores. Unos van al café moro, a ver a las moras bailar,
con sus velos de gasa y su traje violeta, moviendo
despacio los brazos, como si estuvieran dormidas. Otros
van al teatro del kampong donde están en hileras unos
muñecos de cucurucho, viendo con sus ojos de porcelana
a las bayaderas ja- vanesas, que bailan como si no
pisasen, y vienen con los brazos abiertos, como
mariposas. En un café de mesas coloradas, con le- tras
moras en las paredes, los aissauas, que son como unos
locos de religión, se sacan los ojos y se los dejan colgando,
y mascan cristal, y comen alacranes vivos, porque dicen
que su dios les habla de noche desde el cielo, y se los
manda comer. Y en el teatro de los anamitas, los cómicos
vestidos de panteras y de generales, cuentan,
saltando y aullando, tirándose las plumas de la cabeza y
dando vueltas, la historia del príncipe que fue de visita al
palacio de un ambicioso, y bebió una taza de té
envenenado. Pero ya es de no- che, y hora de irse a
pensar, y los clarines, con su corneta de bron- ce, tocan a
retirada. Los camellos se echan a correr. El argelino sube
al minarete, a llamar a la oración. El anamita saluda tres
veces, delante de la pagoda. El negro canaco alza su lanza
al cielo. Pasan, comiendo dulces, las bailarinas moras. Y
el cielo, de repente,
como en una llamarada, se enciende de rojo: ya es como
la sangre: ya es como cuando el sol se pone: ya es del
color del mar a la hora del amanecer: ya es de un azul
como si se entrara por el pensa- miento el cielo: ahora
blanco, como plata: ahora violeta, como un ramo de lilas:
ahora, con el amarillo de la luz, resplandecen las cúpulas
de los palacios, como coronas de oro: allá abajo, en lo de
adentro de las fuentes, están poniendo cristales de color
entre la
luz y el agua, que cae en raudales del color del cristal, y
echa al cielo encendido sus florones de chispas. La torre,
en la claridad, luce en el cielo negro como un encaje rojo,
mientras pasan debajo de sus arcos los pueblos del
mundo. 0. C., t. 18, p. 406- 431
El padre Las Casas Cuatro siglos es mucho, son
cuatrocientos años. Cuatrocientos años hace que vivió el
padre las Casas, y parece que está vivo to- davía, porque
fue bueno. No se puede ver un lirio sin pensar en el padre
las Casas, porque con la bondad se le fue poniendo de lirio
el color, y dicen que era hermoso verlo escribir, con su
túnica blanca,
sentado en su sillón de tachuelas, peleando con la pluma
de ave porque no escribía de prisa. Y otras veces se
levantaba del sillón, como si le quemase: se apretaba las
sienes con las dos manos, an- daba a pasos grandes por la
celda, y parecía como si tuviera un gran dolor. Era que
estaba escribiendo, en su libro famoso de la Destruc- ción
de las Indias, los horrores que vio en las Américas cuando
vino de España la gente a la conquista. Se le encendían los
ojos, y se volvía a sentar, de codos en la mesa, con la cara
llena de lágrimas. Así pasó la vida, defendiendo a los
indios. Aprendió en España a licenciado, que era algo en
aquellos tiem-
pos, y vino con Colón a la isla Española en un barco de
aquellos de velas infladas y como cáscara de nuez.
Hablaba mucho a bordo, y con muchos latinos. Decían los
marineros que era grande su sa- ber para un mozo de
veinticuatro años. El sol, lo veía él siempre salir sobre
cubierta. Iba alegre en ei barco, como aquel que va a ver
maravillas. Pero desde que llegó, empezó a hablar poco.
La tierra, sí, era muy hermosa, y se vivía como en una
flor: ipero aquellos conquistadores asesinos debían de
venir del infierno, no de España! Español era él también,
y su padre, y su madre; pero él no salía por las islas
Lucayas a robarse a los indios libres: iporque en diez
años ya no quedaba indio vivo de los tres millones, o más,
que hubo en la Española!: el no los iba cazando con perros
ham- brientos, para matarlos a trabajo en las minas: él
no les quemaba las manos y los pies cuando se sentaban
porque no podían andar, o se les caia el pico porque ya no
tenían fuerzas: él no 10s azotaba, hasta verlos desmayar,
porque no sabían decirle a su amo donde había más oro:
él no se gozaba con sus amigos, a la hora de comer,
Porque el indio de Ia mesa no pudo con la carga que traía
de la mina, y le mando cortar en castigo las orejas: él no
se ponía el ju-
328 Jose .blorri OBRAS ESCOGIDAS T II 329 bón de lujo, y
aquella capa que llamaban ferreruelo, para ir muy galán
a la plaza a las doce, a yer la quema que mandaba hacer
la justicia del gobernador, la quema de los cinco indios. Él
los vio quemar, los yio mirar con desprecio desde la
hoguera a sus verdu- gos; y ya nunca se puso más que el
jubón negro, ni cargó caEa de oro, como los otros
licenciados ricos y regordetes, sino que SC fue
a consolar a los indios por el monte, sin más ayuda que su
bastón de rama de árbcl. Al monte se habían ido, a
defenderse, cuantos indios de honor quedaban en la
Española. Como amigos habían recibido ellos a los
hombres blancos de las barbas: ellos les habian regalado
con su miel y su maiz, y el mismo rey Behechío le dio de
mujer a un español hermoso su hija Higuemota, que era
como la torcaza y como la pal- ma real: ellos les habían
enseñado sus montañas de oro y sus ríos de agua de oro, y
sus adornos, todos de oro fino, y les habían puesto sobre
la coraza y guanteletes de la armadura pulseras de las
suyas, y collares de oro: iy aquellos hombres crueles los
cargaban de cade-
nas; les quitaban sus indias, y sus hijos; los metían en lo
hondo de !a mina, a halar la carga de piedra con la frente;
se los repar- tían, y los marcaban con el hierro, como
esclavos!: en la carne viva los marcaban con el hierro. En
aquel pais de pájaros y de fru- tas !os hombres eran belios
y amables; pero no eran fuertes. Tenían el pensamiento
azul como el cielo, y claro como el arroyo; pero no sabían
matar, forrados de hierro, con el arcabuz cargado de pólvora. Con huesos de frutas y con gajos de mamey no se
puede atravesar una coraza. Caían, como las plumas y las
hojas. Morian de pena, de furia, de fatiga, de hambre, de
mordidas de perros. iLo mejor era irse al monte, con el
valiente Guaroa, y con el niño Guaracuya, a defenderse
con las piedras, a defenderse con el agua, a salvar al
reyecito bravo, a Guarocuya! El saltaba el arroyo, de
orilla a orilla; él clavaba la lanza lejos, como un guerrero;
a la hora de andar, a la cabeza iba él; se le oía la risa de
noche, como un canto; lo que él no quería era que lo
llevase nadie en hombros. Así iban por el monte, cuando
se les apareció entre los españoles armados el padre las
Casas, con sus ojos tristísimos, en su jubón
y en ferreruelo. Él no les disparaba el arcabuz: él les abría
los bra- zos. Y le dio un beso a Guarocuya. Ya en la isla lo
conocían todos, y en España hablaban de él. Era flaco, y
de nariz muy larga, y la ropa se le caía de! cuerpo, y no
tenía más poder que el de su corazón; pero de casa en casa
an-
daba echando en cara a los encomendaderos la muerte de
los indios de ias encomiendas; iba a palacio, a pedir al
gobernador que man- dase cumplir las ordenanzas reales;
esperaba en el portal de la audiencia a los oidores,
caminando de prisa, con las manos a la espalda, para
decirles que venía lleno de espanto, que había visto morir
a seis mil niños indios en tres meses. Y los oidores le
decían: “Cálmese, licenciado, que ya se hará justicia”; se
echaban el ferre-
ruelo al hombro, y se iban a merendar con los
encomenderos, que eran los ricos del país, y tenían buen
vino y buena miel de Alcarria. si merienda ni sueño había
para las Casas: sentía en sus carnes mismas los dientes de
los molosos que los encomenderos tenían sin comer, para
que con el apetito les buscasen mejor a los indios cimarrones: le parecía que era su mano la que chorreaba
sangre, cuando sabia que, porque no pudo con la plata, le
habían cortado a un indio la mano: creía que él era el
culpable de toda la crueldad, porque no la remediaba;
sintió como que se iluminaba y crecía, y como que eran
sus hijos todos los indios americanos. De abogado no
tenía autoridad, y lo dejaban solo: de sacerdote tendría la
fuerza de la Iglesia, y volvería a España, y daría los
recados del cielo, y si la corte no acababa con el
asesinato, con el tormento, con la es- clavitud, con las
minas, haría temblar a la corte. Y el día en que entró de
sacerdote, toda la isla fue a verlo, con el asombro de
que tomara aquella carrera un licenciado de fortuna: y
las indias lc echaron al pasar a sus hijitos, a que le
besasen los hábitos. Entonces empezó su medio siglo de
pelea, para que los indios 110 fuesen esclavos; de pelea en
las Américas; de pelea en Madrid; dc pelea con el rey
mismo: contra España toda, él solo, de pelea. Colón fue el
primero que mandó a España a los indios en esclavitud,
para pagar con ellos las ropas y comidas que traían a
América los barcos españoles. Y en América había habido
repartimiento de in- dios, y cada cual de los que vino de
conquista, tomó en servidumbre su parte de la indiada, y
le puso a trabajar para él, a morir para 61, a sacar el oro
de que estaban llenos los montes y los ríos. La reina, allá
en España, dicen que era buena, y mandó a un gobernador que sacase a los indios de la esclavitud; pero los
encomen-
deros le dieron al gobernador buen vino, y muchos
regalos, y su porción en las ganancias, y fueron más que
nunca los muertos, las manos cortadas, los siervos de las
encomiendas, los que se echa- ban de cabeza al fondo de
las minas. “Yo he visto traer a centenares maniatadas a
estas amables criaturas, y darles muerte a todas juntas,
como a las ovejas.” Fue a Cuba de cura con Diego
Velázquez p volvió de puro horror, porque antes que para
hacer casas, derri- baban los árboles para ponerlos de
leñas a las quemazones de los taínos. En una isla donde
habían quinientos mil, “vio con sus ojos”
los indios que quedaban: once. Eran aquellos
conquistadores solda- dos bárbaros, que no sabian los
mandamientos de la ley, iy tomaban a los indios de
esclavos, para enseñarles la doctrina cristiana, a
latigazos v a mordidas! De noche, desvelado de la
angustia, hablaba con su akigo Rentería, otro español de
oro. iA rey había que il a pedir justicia, al rey Fernando
de Aragón! Se embarcó en la galera de tres palos, y se fue
a ver al rey. Seis veces fue a España, con la fuerza de su
virtud, aquel padre q u c “no probaba carne”. Ni al rey le
tenía El miedo, ni a la tem- pestad. Sc iba a cubierta
cuando el tiempo era malo; y cn la bonanza
330 José .Mnrtí OBRAS ESCOGIDAS. T. II 331
se estaba el dia cn el puente, apuntando sus razones en
papel de hilo, y dando a que le llenaran de tinta el tintero
de cuerno, “por- que la maldad no se cura sino con
decirla, y hay mucha maldad que decir, y la estoy
poniendo donde no me la pueda negar nadie, en latin y en
castellano”. Si en Madrid estaba el rey, antes que a la
posada a descansar del viaje, iba al palacio. Si estaba en
Viena,
cuando el rey Carlos de los españoles era emperador de
Alemania, se ponía un hábito nuevo, y se iba a Viena. Si
era su enemigo Fon- seca el que mandaba en la junta de
abogados y clérigos que tenia el rey para las cosas de
América, a su enemigo se iba a ver, y po- nerle pleito al
Consejo de Indias. Si el cronista Oviedo, el de la Natural
historia de las Indias, había escrito de los americanos las
falsedades que los que tenían las encomiendas le
mandaban poner, le decía a Oviedo mentiroso, aunque le
estuviera el rey pagando por escribir las mentiras. Si
Sepúlveda, que era el maestro del rey Felipe, defendía en
sus “Conclusiones” el derecho de la corona a repartir
como siervos, y a dar muerte a los indios, porque no eran
cristianos, a Sepúlveda le decía que no tenían culpa de
estar sin la cristiandad los que no sabian que hubiera
Cristo, ni conocían las lenguas en que de Cristo se
hablaba, ni tenían más noticia de
Cristo que la que les habían Ilevado los arcabuces. Y si el
rey en persona le arrugaba las cejas, como para cortarle
el discurso, crecía unas cuantas pulgadas a la vista del
rey, se le ponía ronca y fuerte la voz, le temblaba eg el
puño el sombrero, y al rey le decía, cara a cara, que el que
manda a los hombres ha de cuidar de ellos, y sí no los
sabe cuidar, no los puede mandar, y que lo había de oir en
paz, porque él no venia con manchas de oro en el vestido
blanco, ni traía más deíensa que la cruz.
0 hablaba, o escribía, sin descanso. Los frailes
dominicanos lo ayudaban, y en el convento de los frailes
se estuvo ocho años, es- cribiendo. Sabia religión y leyes,
y autores latinos, que era cuanto en su tiempo se
aprendía; pero todo lo usaba hábilmente para defender el
derecho del hombre a la libertad, y el deber de los
gobernantes de respetárselo. Eso era mucho decir, porque
por eso quemaban en- tonces a los hombres. Llorente, que
ha escrito la Vida de Las Casas,
escribió también la Historia de fa Inquisición, que era
quien que- maba: el rey iba de gala a ver la quemazón,
con la reina y los caballeros de la corte: delante de los
condenados venían cantando los obispos, con un
estandarte verde: de la hoguera salía un humo negro. Y
Fonseca y Sepúlveda querían que “el clérigo” Las Casas
dijese en sus disputas algún pecado contra la autoridad
de Ia Igle- sia, para que los inquisidores lo condenaran
por hereje. pero “el clérigo” le decía a Fonseca: “iLo que
yo digo es lo que dijo en su testamento ia buena reina
Isabel; y tú me quieres mal y me calumnias, porque te
quito el pan de sangre que comes, y acuso la encomienda
de indios que tienes en América!” Y a Sepúlveda, que ya
era confesor de Felipe II, le decía: “Tú eres disputador fa-
moso, y te Ilaman el Livio de España por tus historias;
pero yo no tengo miedo al elocuente que habla contra su
corazón, y que de- fiende la maldad, y te desafío a que me
pruebes en práctica abierta que los indios son
malhechores y demonios, cuando son claros y buenos
como la luz del dia, e inofensivos y sencillos como las mariposas.” Y duró cinco días la plática con Sepúlveda.
Sepúlveda em-
pezó con desdén, y acabó turbado. El clérigo lo oia con la
cabeza baja y los labios temblorosos, y se le veía
hincharse la frente. En cuanto Sepúlveda se sentaba
satisfecho, como el que hincó el alfiler donde quiso, se
ponía el clérigo en pie, magnífico regañón, con- [uso.
apresurado. “iNo es verdad que los indios de México
mataran cincuenta mil en sacrificios al año, sino veinte
apenas, que es menos de lo que mata España en la horca!”
“iNo es verdad que sean gente bárbara y de pecados
horribles, porque no hay pecado suyo que no lo tengamos
más los europeos; ni somos nosotros quién, con todos
nuestros cañones y nuestra avaricia, para compararnos
con cllos en tiernos y amigables; ni es para tratado como
a fiera un pueblo que tiene virtudes, y poetas, y oficios, y
gobierno, y artes!” “iNo es verdad, sino iniquidad, que el
modo mejor que tenga el rey para hacerse de súbditos sea
exterminarlos, ni el modo mejor de enseñar la religión a
un indio sea echarlo en nombre de la reli-
gión a los trabajos de las bestias; y quitarle los hijos y lo
que tiene de comer; y ponerlo a halar de la carga con la
frente como los bueyes!” Y citaba versículos de la Biblia,
articulos de la ley, ejem- plos de la historia, párrafos de
los autores latinos, todo revuelto y de gran hermosura,
como caen las aguas de un torrente, arras- trando en ia
espuma las piedras y las alimañas del monte.
Solo estuvo en la pelea; solo cuando Fernando, que a nada
se su;) 0 atrever, ni quería descontentar a los de la
conquista, que Ie mandaban a la corte tan buen oro; solo
cuando Carlos V, que de niño lo oyó con veneración, pero
lo engañaba después, cuando entró en ambiciones que
requerian mucho gastar, y no estaba para ponerse por las
“cosas del clérigo” en contra de los de América, que le
enviaban de tributo los galeones de oro y joyas; solo
cuando Felipe II, que sc gastó un reino en procurarse
otro, y lo dejó todo :I su muerte envenenado y frío, como
el agujero en que ha dormido la víbora. Sc iba a ver al
rey, SC encontraba la antesala llena de amigos de 105
encomenderos, todos de seda y sombreros de plumas, con
collares dc oro de los indios americanos: al ministro no le
podía hablar, porque tenía encomiendas 4, y tenia minas,
o gozaba 105 frutos de las que pòseia en cabeza de otros.
De miedo de perder el favor de la corte, no le ayudaban
los mismos que no tenían en América interés. Los que más
lo respetaban, por bravo, por justo, Por astuto, por
clocuentc. no lo querían decir, o lo decian donde no lo
oyeran: porque los hombres suelen admirar al virtuoso
mien- tras no lo avergüenza con su virtud o les estorba ias
ganancias; Pero en cuanto se les pone en su camino,
bajan los ojos ai verlo
pasar, o dicen maldades de él, o dejan que otros las digan,
o lo \aludan a medio sombrero, y le van clavando la
puñalada en la yombra. Fl hombre virtuoso debe ser
fuerte de Animo, y no tenerle miedo a la L; oiedad. ni
esperar a que los demás le ayuden, porque cstara siempre
solo: ipero con la alegría de obrar bien. que sc parece al
cielo de la mañana en !a claridad! I’ como él era tan sagaz
que no decía cosa que pudiera ofende1 al r:: y ni a la
Inquisición, sino que pedía la bondad con los indios para
bien del rey, y para que se hiciesen más de veras
cristianos, no t; nian los de la corte modo de negársele a
las claras, sino que fingían estimarle mucho el celo, y una
vez le daban el titulo de “Pro- tector Universal de los
Indios”, con la firma de Fernando, pero sin modo de que le
acatasen la autoridad de proteger; y otra, al cabo .de
cuarenta años de razonar, le dijeron que pusiera en papel
las
razones por qué opinaba que no debían ser esclavos los
indios; y otra le dieron poder para que llevase
trabajadores de España a una colonia de Cumaná donde
se había de ver a los indios con amor, y no halló en toda
España sino cincuenta que quisieran ir a tra- bajar, los
cuales fueron, con un vestido que tenía una cruz al
pecho, pero no pudieron poner la colonia, porque el
“adelantado” había ido antes que ellos con las armas, y
los indios enfurecidos disparaban sus flechas de punta
envenenada contra todo el que Ile- vaba cruz. Y por fin le
encargaron, como por entretenerlo, que pidiese las leyes
que le parecían a él bien para los indios, “icuantas leyes
quisiera, pues que por ley más o menos no hemos de
pelear!“, y él las escribía, y las mandaba el rey cumplir,
pero en el barco iba la ley, y el modo de desobedecerla. El
rey le daba audiencia, y hacía como que le tomaba
consejo; pero luego entraba Sepúlveda, con sus pies
blandos y sus ojos de zorra, a traer los recadcs de los que
mandaban los galeones, y lo que se hacia de verdad era lo
que decía Sepúlveda. Las Casas lo sabía, lo sabía bien;
pero ni bajó el tono, ni se cansó de acusar, ni de llamar
crimen a lo que era, ni de contar en su “Descripción” las
“crueldades”, para que el rey mandara al menos que no
fuesen tantas, po~ la vergüenza de que las supiera el
mundo. El nombre de los malos no 10 decía, porque era
noble y les tuvo compasión. Y escribía como hablaba. con
la letra fuerte y desigual, llena de chispazos de tinta,
como caballo que lleva de jinete a quien quiere llegar
pronto, y va Ievan-
tando el polvc y sacando luces de la piedra. Fue obispo
por fin pero no de Cusco, que era obispado rico, sino de
Chiapas, donde por lo lejos que estaba el virrey, vivían los
indios en mayor esclavitud. Fue a Chiapas, a llorar con
los indios; pero no sólo a llorar, porque con lágrimas y
quejas no se vence a los pícaros, sino a acusarlos sin
miedo, a negarles la iglesia a los españoles que no
cumplían con la ley nueva que mandaba poner libres a los
indios, a hablar en los consejos del ayuntamiento, con
discursos que eran a la vez tiernos y terribles, y dejaban a
ic;!, encomenderos atrevidos como los árboles cuando ha
pasado el \. endabal. Pero los encomenderos podian más
que él, porque tenían ,I gobierno de su lado; y le
componian cantares en que le decían c rraidor y ebpañol
malo; y le daban de noche músicas de cencerro, \ lc
disparaban arcabuces a la puerta para ponerlo en temor,
y le rodeaban cl convento armados,- todos armados,
contra un viejo flaco y solo. Y !lasta le salieron al camino
de Ciudad Real para que no volviera a entrar en la
población. El venia a pie, con su bas- tcin, y con dos
españoles buenos, y un negro qlle lo queria como a padre
suyo: porque es verdad que Las Clsas por el amor de los
indios, aconwji) al principio de la conquista que se
siguiese trayendo wclavos negros, q uc resistían mejor el
calor; pero luego que los vio padecer. se golpeaba el
pecho, y decía: “jcon mi sangre quisiera pagar el pecado
de aquel consejo que di por mi amor a los indios!” Con su
negro cariñoso venía, y los dos españoles buenos. Venía
ta! vez de ver cómo salvaba a la pobre india que se le
abrazó a las rodillas a la puerta de su templo mexicano,
loca de dolor porque io’; espanoles le habian matado al
marido de su corazón, que fue dc noche a rezarle a los
dioses: iy vio de pronto Las Casas que eran indios los
centinelas que los españoles le habian echado para que no
entrasc! ;EI les daba a los indios su vida, y los indios venían a atacar a su salvador, porque se lo mandaban los
que los azotaban! Y no SC quejó, sino que dijo asi: “Pues
por eso, hijos míos, os tengo de defender más, porque os
tienen tan martirizados que no tenéis ya valor ni para
agradecer.” Y los indios, llorando, 9 echaron a sus pies, y
le pidieron perdón. Y entró en Ciudad Real. donde los
encomenderos lo esperaban, armados de arcabuz y
cañón, como para ir a la guerra. Casi a escondidas tuvo
que embarcarlo para España el virrey, porque los
encomenderos lo que- rían matar. El w fue a su convento,
a pelear, a defender, a llorar, 3 rwribir. Y murió, sin
cansarse, a los noventa y dos años. 0. L’.~ I 18. p 440- 448.
OBRAS ESCOGIDAS. lT ” 335 Los zapaticos de rosa A
mademoiselle Marie: los. 4 Martí
Hay sol bueno y mar de espuma, Y arena fina, y Pilar
Quiere salir a estrenar Su sombrerito de pluma. - “iVaya
la niña divina!” Dice el padre, y le da un beso: “Vaya mi
pájaro preso A buscarme arena fina.” -“ Yo voy con mi
niña hermosa”, Le dijo la madre buena: “iNo te manches
en la arena Los zapaticos de rosa!” Fueron las dos al
jardín Por la calle del laurel: La madre cogió un clavel Y
Pilar cogió un jazmín. Ella va de todo juego, Con aro, y
balde, y paleta: El balde es color violeta: El aro es color de
fuega Vienen a verlas pasar: Nadie quiere verlas ir: La
madre se echa a reír, Y un viejo se echa a llorar.
El aire fresco despeina A Pilar, que viene y va Muy
oronda:-“ iDi, mama! ¿Tú sabes qué cosa es reina?”
Y por si vuelven de noche De la orilla de la mar, Para la
madre y Pilar Manda luego el padre el coche. Está la
playa muy linda: Todo el mundo está en la playa: Lleva
espejuelos el aya De la francesa Florinda.
Está Alberto, el militar Que salió en la procesión Con
tricornio y con bastón, Echando un bote a la mar.
tY qué mala, Magdalena Con tantas cintas y lazos, A la
muñeca sin brazos Enterrándola en la arena! Conversan
allá en las sillas, Sentadas con los señores, Las señoras,
como flores, Debajo de las sombrillas.
Pero está con estos modos Tan serios, muy triste el mar:
iLo alegre es allá, al doblar, En la barranca de todos!
Dicen que suenan las olas Mejor allá en la barranca Y que
la arena es muy blanca Donde están las niñas solas. Pilar
corre a su mamá: - “iMamá, yo voy a ser buena: Déjame ir
sola a la arena: Allá, tú me ves, allá!” - “Esta niña
Laprichosa No hay tarde que no me enojes: Anda, pero no
te mojes Los zapaticos de rosa.” Le llega a los pies la
espuma: Gritan alegres las dos: Y se va, diciendo adiós,
La del sombrero de pluma.
iSe va allá, donde imuy lejos! Las aguas son más salobres,
Donde se sientan los pobres, Donde se sientan los viejos!
Sc iue la niña a jugar, La espuma blanca bajo, j. pasó el
tiempo, y pasó 1 ‘n águila por el mar
1’ cuando el sol be ponía Detrás de un monte dorado in
sombrerito callado Por las arenas venía. Trabaja mucho,
trabaja Para andar: iq ué cs lo que tiene Pilar que anda
así, que viene Con la cabecita baja?
Bien sabe la madre hermosa Por qué le cuesta el andar: -“ cY los zapatos, Pilar, Los zapaticos de rosa? “iAh, loca!
cen dónde estarán? iDi dónde, Pilar!“-“ Señora”. Dice una
mujer que llora: “iEstán conmigo: aquí están!
“Yo tengo una niña enferma Que llora en el cuarto oscuro
Y la traigo al aire puro A ver el sol, y a que duerma.
“Anoche sonó, soñó Con el cielo, y oyó un canto: Me dio
miedo, me dio espanto Y la traje, y se durmió.
“Con sus dos brazos menudos Estaba como abrazando; Y
yo mirando, mirando Sus píececítos desnudos. “Me llegó
al cuerpo la espuma, Alcé los ojos, y vi Esta niña frente a
mi Con su sombrero de pluma. ---“ iSe parece a los
retratos Tu niña!” dijo: “CES de cera? ;Quíere jugar? isí
quisiera!. . . ;Y por qué crt5 sin zapatos?”
“.! iira ;la ma11:) Ie abrasa, Y tivne los pie5 tan fríos! iOh,
roma. toma los míos: Yo tengo 1113’ en mi casa!”
“No s6 bien. wñora hermosa, Lo que sucedió después. iLe
vi a mí hijíta en Io> pie> Los zapaticos de rosa!”
Se vio sacar los pañuelos A una rusa y a una inglesa; El
aya de la francesa Se quitó los espejuelos.
Abrió Ia madre los brazos: Se echó Pilar en su pecho, Y
sacó el traje deshecho, Sin adornos y sin lazos.
Todo lo quiere saber De la enferma la señora: iNo quiere
saber que llora De pobreza una mujer!
- “iSí, Pilar, dáselo! iy eso También! itu manta! itu anillo!”
Y ella le dio SU bolsillo, Le dio el ciavel, le dio un beso. \‘
ueIven calladas de noche A su casa del jardin: Y Pilar va
en el cojín De la derecha del coche. Y dice una mariposa
Que vio desde su rosal Guardados en un cristal Los
zapaticos de rosa.
0. C., t. 18, p. 449- 454
Un paseo por la tierra de los anamitas La última página
Este es el numero de La Edad de Oro, donde se ve lo ‘viejo
y lo nuevo del mundo, y se aprende cómo las cosas de
guerra y de muerte no son tan bellas como las de
trabajar: ia saber si el tiempo del Padre las Casas era
mejor que el de la Exposición de París! ¿Y quién es mejor:
Masitas, o Pilar? Sólo que en todo
lo de esta vida hay siempre un desventurado. Y el
desventurado de La Edad de Oro es el artículo sobre la
“Historia de la cuchara, el tenedor y el cuchillo”, que en
cada número se anuncia muy orondo, como si fuera una
maravilla, y luego sucede que no queda lugar para él. Lo
que le está muy bien empleado, por pedante, y por
andarse anunciando así. Las cosas buenas se deben hacer
sin llamar al universo para que lo vea a uno pasar. Se es
bueno por- que sí; y porque allá dentro se siente como un
susto cuando se ha hecho un bien, o se ha dicho algo útil a
los demás. Eso es mejor que ser principe: ser útil. Los
niños debían echarse a llo- rar, cuando ha pasado el día
sin que aprendan algo nuevo, sin que sirvan de algo.
íQuién sabe si sirve, quién sabe, el artículo de la
Exposición de París! Pero va a suceder como con la
Exposición, que de grande que es no se le puede ver toda,
y la primera vez se sale de allí como con chispas y joyas
en la cabeza, pero luego se ve más des- pacio, y cada
hermosura va apareciendo entera y clara entre las otras.
Hay que leerlo dos veces: y leer luego cada párrafo suelto:
lo que hay que leer, sobre todo, con mucho cuidado, es lo
de los pabellones de nuestra América. Una pena tiene La
Edad de Oro; y es que no pudo encontrar lámina del
pabellón del Ecuador. iEstá triste la mesa cuando falta
uno de los hermanos! 0. c., t. 18. p. 455
Cuentan un cuento de cuatro hindús ciegos, de allá del
Indos- tán de Asia, que eran ciegos desde el nacer, y
querían saber como era un elefante. “Vamos, dijo uno,
adonde el elefante manso de la casa del rajah, que es
príncipe generoso, y nos dejará saber cómo es.” Y a casa
del príncipe se fueron, con su turbante blanco y su manto
blanco; y oyeron en el camino rugir a la pantera y
graznar al faisán de color de oro, que es como un pavo
con dos plumas muy largas en la cola; y durmieron de
noche en las ruinas de piedra de la famosa Jehanabad,
donde hubo antes mucho co- mercio y poder; y pasaron
por sobre un torrente colgándose mano
a mano de una cuerda, que estaba a los dos lados
levantada sobre una horquilla, como la cuerda floja en
que bailan los gimnastas en los circos; y un carretero de
buen corazón les dijo que se su- bieran en su carreta,
porque su buey giboso de astas cortas era un buey
bonazo, que debió ser algo así como abuelo en otra vida, y
no se enojaba porque se le subieran los hombres encima,
sino que miraba a los caminantes como convidándoles a
entrar en el carro. Y así llegaron los cuatro ciegos al
palacio del rajah, que era por fuera como un castillo, y
por dentro como una caja de píe- dras preciosas, lleno
todo de cojines y de colgaduras, y el techo bordado, y las
paredes con florones de esmeraldas y zafiros, y las sillas
de marfil, y el trono del rajah de marfil y oro. “Venimos,
señor rajah, a que nos deje ver con nuestras manos, que
son los ojos de los pobres ciegos, cómo es de figura un
elefante manso.” “Los ciegos son santos”, dijo el rajah,
“los hombres que desean saber son santos: los hombres
deben aprenderlo todo por sí mis-
mos, y no creer sin preguntar, ni hablar sin entender, ni
pensar como esclavos lo que les mandan pensar otros:
vayan los cuatro ciegos a ver con sus manos el elefante
manso.” Echaron a correr los cuatro, como si les hubiera
vuelto de repente la vista: uno cayó de nariz sobre las
gradas del trono del rajah: otro dio tan recio contra la
pared que se cayó sentado, viendo sí se le había ido en el
coscorrón algún retazo de cabeza; los otros dos, con los
brazos abiertos, se quedaron de repente abrazados. El
secretario del rajah los llevo adonde el elefante manso estaba, comiéndose su ración de treinta y nueve tortas de
arroz y quince de maíz, en una fuente de plata con el pie
de ébano; y
cada clego 5~ ’ echó. cuando eI secretario dijo “; ahora!“.
enclma del elefante. que era de los pequenos y regordetes:
uno se le abra- zo por una pata: cl o! ro se le prendió a la
trompa, y zubia en cl aire y bajaba, sin quererla soltar. el
otro le sujetaba la cola: otro tenía agarrada Ilna asa de la
fuente del arroz y el maiz. “Ya sd”. decía el de la pata: “el
elefante cs alto y redondo, como una
torre que ‘; e mueve.” “; No es verdad!“, decia el de la
trompa: “el elefante es largo, y acaba en pico, como IIG
embudo de carne.” “; Falso y muy falso”, decía el de la
cola: “el elefante es como un badajo de campana!” “Todos
se equivocan, todos; el elefante es de figura de anillo, y no
se mueve”, decía el del asa de la fuente.
Y así son los hombres, que cada uno cree que sólo lo que él
pien- sa y ve es la verdad, y dice en verso y en prosa que
no se debe creer sino Ic que él cree, lo mismo que los
cuatro ciegos del ele- fante, cuando lo que se ha de hacer
es estudiar con cariño lo que los hombres han pensado y
hecho, y eso da un gusto grande, que es ver que todos los
hombres tienen las mismas penas, y la his- toria igual, y
el mismo amor, y que el mundo es un templo her-
moso, donde caben en paz los hombres todos de la tierra,
porque todos han querido conocer la verdad, y han
escrito en sus libros que es útil ser bueno, y han padecido
y peleado por ser libres, libres en su tierra, libres en el
pensamiento. También, y tanto como los más bravos,
pelearon, y volver5n a pelear, los pobres anamitas, los
que viven de pescado y arroz y se visten de seda, allá
lejos, en Asia, por la orilla del mar, debajo de China. No
nos parecen de cuerpo hermoso, ni nosotros les parece,
mos hermosos a ellos; ellos dicen que es un pecado
cortarse el pelo, porque la naturaleza nos dio pelo largo,
y es un presumido el que se crea mas sabio que la
naturaleza, así que llevan el pelo
en moño, lo mismo que las mujeres: ellos dicen que el
sombrero es para que dé sombra, a no ser que se le lleve
como señal de mando en la casa del gobernador, que
entonces puede ser cas- quete sin alas: dc modo que el
sombrero anamita es como un cúcurucho, con el pico
arriba, y la boca muy ancha: ellos dicen que en su tierra
caliente se ha de vestir suelto y ligero, de modo que llegue
al cuerpo el aire, y no tener al cuerpo preso entre lanas y
casimires, que se beben los rayos del sol, y sofocan y
arden: ellos dicen que el hombre no necesita ser de
espaldas fuertes, porque los cambodios son más altos y
robustos que los anamitas, pero en la guerra los anamitas
han vencido siempre a sus veci- nos los cambodios; y que
la mirada no debe ser azul, porque el azul engaña y
abandona, como la nube del cielo y el agua del mar; y que
el color no debe ser blanco, porque la tierra, que da todas
las hermosuras, nc es blanca, sino de los colores de
bronce
de los anamitas; y que los hombres no deben llevar barba,
que es cosa de fieras: aunque los franceses, que son ahora
los Bmos de Anam, responden que esto de la barba no es
más que envidia, /) urqtIc’ bien que’ w deja cl anamita el
poco hlgotc que tiene. iy
L’n sus teatros, quién hace de rey, sino el que tiene la
barba más larga? ;J el mandarín, no sale a las tablas con
bigotes de tigre? r, y los generales. no llevan barba
colorada? “iY para qué necc- ,itamoi; tener los ojo3 máh
grandes”, dicen los anamitas, “ni rnáh juntos a la nariz?:
con estos ojos de almendra que tenemos, hemos fabricado
cl Gran Buda de Hanoi, el dios de bronce, con cara rlue
parece viva. y alto como una torre; hemos levantado la
pa- goda dc Angkor, en un bosque de palmas, con
corredores de a do> Icguaa, y lagos CII los patios, y una
casa de la pagoda para cada tlios, y mil quinientas
columnas, y calles de estatuas; hemos hc- cho, en el
camino de Saigtin a Cholen, la pagoda dondr duermen,
bajo una corona de torres caladas, los poetas que
cantaron el patriotismo y cl amor, los santos que vivieron
entre los hombres con bondad y pureza, los héroes que
pelearon por libertarnos de los cambodios, de los
siameses y de los chinos: y nada SC parece [anto a la luz
COIIIO los colores de nuestras túnicas dc seda. Usamos
moño, y sombrero de pico, y calzones anchos, y blusón de
color, y somos amarillos, chatos, canijos y feos; pero
trabajamos a la \cz el bronce y la seda: y cuando los
franceses nos han venido a qllitar nuestro Hanoi, nuestro
Hue, nuestras ciudades de pala- cios de madera, nuestros
puertos llenos de casas de bambú y de barcos de junco,
nuestros almacenes de pescado y arroz, todavía. l* on
estos ojos de almendra, hemos sabido morir, miles sobre
miles. para cerrarles el camino: Ahora son nuestros
amos; pero mañana ;qaikn sabe!”
1’ he pasean callados, a pabo igual y triste, sin
sorprenderse dc nada, aprendiendo lo que no saben, con
las manos cn los bolsillos de la blusa: de la blusa azul,
sujeta al cuello con un botcin de cristal amarillo: y por
zapato llevan una suela de cor- dón atada al tobillo con
cintas. Ese es el traje del pescador; del
que fabrica las casas de caña, con cl techo de paja de
arroz: del ma- rino ligero, CII su barca de dos puntas; del
ebanista. que maneja la herramienta con los pies y las
manos, y embute los adornos tlc nácar en las camas y
sillas de madera preciosa; del tejedor. que con los hilos dc
plata y de oro borda pájaros de tres cabezas, y iconos con
picos y alas. y cigüeñas con ojos de hombre, y dioses rlc
mil brazos: ese es el traje del pobre cargador, que se
muere jovw del cansancio de halar la djirincka, que es el
coche de dos ruedas, dc que va halando el anamita pobre:
trota, trota como un caballo: ~nás que cl caballo anda, y
más aprisa: iy dentro, sin pena y sin vergüenza, va un
hombre sentado!: como los caballos se mueren despues,
del mal de correr, los pobres cargadores. Y de beber
clarete y borgoña, y del mucho comer, se mueren,
colorados ! gordos. los que se dejan halar cn la djirincka,
echándose aire con cl abanico; los militares ingleses. los
empleados franceses. 105 ~x) nwrciantc~ chinos.
342 José Marti OBRAS ESCOGIDAS. T. II 343 das <Y ese
pueblo de hombres trotones es el que levantó las pago- de
tres pisos, con lagos en los patios, y casas para cada dios,
y calles de estatuas; el que fabricó leones de porcelana y
gigantes de bronce; el que tejió la seda con tanto color que
centellea al sol, como una capa de brillantes? A eso llegan
los pueblos que se cansan de defenderse: a halar como las
bestias del carro de
sus amos: y el amo va en el carro, colorado y gordo. Los
anamitas están ahora cansados. A los pueblos pequeños
les cuesta mucho trabajo vivir. El pueblo anamita se ha
estado siempre defendiendo. Los vecinos fuertes, el chino
y el siamés, los han querido con- quistar. Para defenderse
del siamés, entró en amistades con el chino, que le dijo
muchos amores, y lo recibió con procesiones y fuegos y
fiestas en los ríos, y le llamó “querido hermano”. Pero
luego que entró en la tierra de Anam, lo quiso mandar
como due- ño, hace como dos mil años: iy dos mil años
hace que los anamitas se están defendiendo de los chinos!
Y con los franceses les sucedió así también, porque con
esos modos de mando que tienen los reyes no llegan
nunca los pueblos a crecer, y más allá, que es como en
China, donde dicen que el rey es hijo del cielo, y creen
pecado mirarlo cara a cara, aunque los reyes saben que
són. hom- bres como los demás, y pelean unos contra
otros para tener más pueblos y riquezas: y los hombres
mueren sin saber por qué, de- fendiendo a un rey o a otro.
En una de esas peleas de reyes an- daba por Anam un
obispo francés, que hizo creer al rey vencido
que Luis XVI de Francia le daría con qué pelear contra el
que le quitó el mando al de Anam: y el obispo se fue a
Francia con el hijo del rey, y luego vino solo, porque con
la revolución que había en París no lo podia Luis XVI
ayudar; juntó a los franceses que habia por la India de
Asia: entró en Anam; quitó el poder al rey nuevo; puso al
rey de antes a mandar. Pero quien mandaba de
veras eran los franceses, que querían para ellos todo lo
del país, y quitaban lo de Anam para poner lo suyo, hasta
que Anam vio que aquel amigo de afuera era peligroso, y
valía más estar sin el amigo, y lo echó de una pelea de la
tierra. que todavía sabía pelear: sólo que los franceses
vinieron luego con mucha fuerza, y con cañones en sus
barcos de combate, y el anamita no se pudo defender en el
mar con sus barcos de junco, que no tenían caño- nes;
puede ni pudo mantener sus ciudades, porque con lanzas
no se pelear contra balas; y por Saigón, que fue por donde
entró el francés, hay poca piedra con que fabricar
murallas; ni esta- ba el anamita acostumbrado a ese otro
modo de pelear, sino a sus guerras de hombre a hombre,
con espada y lanza, pecho a pecho los hombres y los
caballos. Pueblo a pueblo se ha estado ’ defen- diendo un
siglo entero del francés, huyéndole unas veces, otras
cayéndole encima, con todo el empuje de los caballos, y
despe- dazándole el ejército: China le mandó sus jinetes de
pelea, porque tampoco quieren los chinos al extranjero en
su tierra. y echarlo
de Anam era como echarlo de China; pero el francés es de
otro mundo, que sabe más de guerras y de modos de
matar; y pueblo a pueblo, con la sangre a la cintura, le ha
ido quitando el país a los anamitas.
Los anamitas se pasean, callados, a paso igual y triste,
con las manos en los bolsillos de la blusa azul. Trabajan.
Parecen plateros finos en todo lo que hacen, en la madera,
en el nácar, en la armeria, en los tejidos, en las pinturas,
en los bordados, en los arados. No aran con caballo ni con
buey, sino con búfalo. La tela de los vestidos la pintan a
mano. Con los cuchillos de tallar labran en la madera
dura pueblos enteros, con !a casa al fondo, y los barcos
navegando en el río, y la gente a miles en los bar- cos, y
árboles, y faroles, y puentes, y botes de pescadores, todo
tan menudo como si lo hubieran hecho con la uña. La casa
es como para enanos, y tan bien hecha que parece casa de
juguete, toda hecha de piezas. Las paredes, las pintan: los
techos, que son de
madera, los tallan con mucha labor, como las paredes de
afuera: por todos los rincones hay vasos de porcelana, y
los grifos de bronce con las alas abiertas, y pantallas de
seda bordada, con marcos de bambú. No hay casa sin su
ataúd, que es allá un mue- ble de lujo, con los adornos de
nácar: los hijos buenos le dan
al padre como regalo un ataúd lujoso, y la muerte es allá
como una fiesta, con su música de ruido y sus cantares de
pagoda: no les parece que la vida es propiedad del
hombre, sino préstamo que le hizo la naturaleza, y morir
no es más que volver a la natu- raleza de donde se vino, y
en la que todo es como hermano del hombre; por lo que
suele el que muere decir en su testamento que pongan un
brazo o una pierna suya adonde lo puedan pecar ‘os
pájaros, y devorarlo las fieras, y deshacerlo los ammales
invtsl- bles que vuelan en el viento. Desde que vtven en la
esclavitud, van mucho los anamitas a sus pagodas,
porque allí les hablan
los sacerdotes de los santos del país, que no son los santos
de los franceses: van mucho a los teatros, donde no les
cuentan cosas de reír, sino la historia de sus generales y
de sus reyes: ellos oyen, encuclillados, callados, la
historia de las batallas. Por dentro es la pagoda como una
cinceladura, con encajes de madera pintada de colores
alrededor de los altares; y en las columnas sus
mandamientos y sus bendiciones en letras plateadas y
doradas; y los santos de oro, familias enteras de santos,
en el
altar tallado. Delante van y vienen los sacerdotes, con sus
manteos de tisú precioso, o de seda verde y azul, y el
bonete de tejido de oro, uno con la flor del loto, que es la
flor de su dios, por 10 hermosa y lo pura, y otro
cargándole el manteo al de la flor, y otros cantando:
detrtis van los encapuchados, que son sacerdotes menores
con músicas y banderines, coreando la oración: en el
altar con sus mitras brillantes, ven la fiesta los dioses
sentados. Buda es su gran dios que no fue dios cuando
vivió de veras, sino
un principe bueno, tan fuerte de cwrpo que mano a mano
cchdba por tierra a leones jóvenes. y tan hermoso que lo
quería como a SII corazón el que lo \. eia una \. t‘ z. v dc
tanto pen; amicnto que d no podían los doctores discutir
con CI, porque de nirio $abia m: is que los doctores más
sabios y viejoc; 1’ luego se cak. )I quería mucho a su mujer
y a su hijo; pero una tarde qlle salio en su
carro de perlas y plata a pasear. \. io a un \, iejo pobre. \.
tbs; tido de harapos, y volvió del paseo triste: 1 otra tarde
vio a un mori- bundo, y no quiso pasear más: v otra tarde
vio a un muerto v su tristeza fue ya mucha: y otra vio a un
monje que pedía limi< nas. 1’ el coraz0n le dijo que no
debía andar en carro de plata y de perlas, sino pensar en
la vida, que tenía tantas penas. solo, donde se pudiera
pensar. y vi\. ir como el monje. y pedir limosna para los
infelices, Tres veces le dio en su palacio la vuelta a la
cama de su mujer y de su hijo. como si fuera un altar, y
sol! ozó: y sintió como que el corazón w Ic moría en el
pecho. Pero se fuc,
cn lo oscuro de la noche, al nlon~ c, a pensar en la vida,
que tenía tanta fjena, a vivir sin deseos Y 3111 mancha, a
decir sus pensa- mientos a los que SC los qucriarl oir. a
pedir limosna para los pobres como el monje. Y no comía
m; i> que lo que un pájaro: y no bebia, 111ás que para no
morirw de >c, d. p no dormía, sino so- bre la tierra de su
cabana: y I!( I andaba. sino con los pies des- calzos. \r’
cuando el demonio JIara le \. enía a hablar de la hermosura de SII mujer. y de la‘; gracia\ (1~ 5; II niño. y de la
riqueza de su palacio, y de la arrogancia de mandar en su
pueblo como rey, 61 llamaba a sus discipttlos. para
consagrarse otra vez ante ellos a la virtud: y cl demonio
‘lara tluía espantado. Esas son cosas que los hombreì;
sueñan, K Ilanlan dcrnonios a los consejos
malos que vienen del lado feo dtbl corazón: ~010 que
como el hom- bre se ve con cuerpo y nombre. ponc no~
nbrc~ y cuerpo, como si fuesen personas, a todos lw
podc~ rc‘: \’ ilwrzri‘ ql~ c imagina: iv ese es poder de
veras, el qtir \. ierie tl(: . t( J ico dcl corazGn, dice a- l
hombre que viva para sus gu‘; lor; mcis rt11tt para sus
deberes cuando la verdad es que no hay ~LIY~ O rr~;
iyo~. IIO hay &tiCia rtlás
grande, que la vida de un hombre q~ rc CIIIII/ I~~~ con ì;
u deber, QII~ está lleno alrededor de espinas!: m5s
aromas que una rosa r. I) t’rcj (III<, ~5 más bello. ni da ?
Del IW~ II~~~ \o¡\¡ c’I Buda, porque pensO, después de
mucho pensar, que con vi\. ir Y¡ II <wnlcr v beber no sc
hacía bien a los hombres, ni con tlorlllir VII ct burlo, ’ ni
con andar
descalzo, sino que estaba la ~; al\~ acir~ n VII co~: occr
las crlatro ver- dades, que dicen que la vida es !oda de
dolor, y que cl dolor viene de desear, y que para vivir sin
dolor ct; nect< ario \. ivir sitl deseo, y que el dulce
nirvana, que es la herino5ura Como dc luz
que Ic da al alma el desinterks. no SC logra viviendo,
como loco o glotón. para los gustos de lo material, v para
amontonar a fuerza de odio y humillaciones el mando v la
-fortuna, sino eutendierldo qrlc no sc’ ha (Ie vivir para la
\. ancdad. ni SC ha de qlrcrer lo dc otros y guardar
rencor, ni se ha de dudar de la armonia del mundo
o ignorar nada de él o mortificarse con la ofensa y la
envidia. ni se ha de reposar hasta que el alma sea como
una luz de aurora, que llena de claridad y hermosura al
mundo, y llore y parezca por todo lo triste que hay en él, y
se vea como médico y padre de to- dos los que tienen
razón de dolor: es como \: ivir en un azul que no se acaba,
con un gusto tan puro que debe ser lo que se llama gloria,
y con los brazos siempre abiertos. Así vivió Buda con su
mujer y con su hijo, luego que volvió del monte. Después
sus
discípulos, que eran muchos, empezaron a vivir de lo que
la gente les daba, porque les hablasen de las verdades de
Buda y de sus hazañas cuando era príncipe, y de cómo
vivió en el monte; y el rey vio que en el nombre de Buda
había poder, porque la gente miraba todo lo de Buda
como cosa del cielo, tan hermoso que no podia ser hombre
el que vivió y habló así. Mandó el rey juntar a los
discípulos, para que pusiesen en libros la historia y los
sermones y los consejos de Buda; y puso a los discípulos a
suel- do, para que el pueblo viese juntos el poder del rey y
el del cíelo, de donde creía el pueblo que había venido al
mundo Buda. Hubo
unos discípulos que hicieron lo que el rey quería, y
salieron con el ejército del rey a quitarles a los países de
los alrededores la libertad, con el pretexto de que les iban
a enseñar las verdades de Buda, que habían venido del
cielo: y hubo otros que dijeron que eso era engaño de los
discípulos y robo del rey, y que la li-
bertad de un pueblo pequeño es más necesaria al mundo
que el poder de un rey ambicioso, y la mentira de los
sacerbqtes que sirven al rey por su dinero, y que si Buda
hubiera vlvldo! ha- bía dicho la verdad, que él no vino del
cielo sino como wenen los hombres todos, que traen el
cielo en si mismos, y lo ven, como se ve el sol, cuando, por
el cariño a los hombres y la honradez, llegan a ser como si
no fuesen de carne y de hueso, sino de claridad, y al malo
le tienen compasión, como a un en- fermo a quien se ha de
curar, y al bueno le dan fuefzas para que no se canse de
animar y de servir al mundo: jese SI que es cielo, y gusto
divino! Pero los discipulos que estaban con el rey pudieron más; y el rey les mandó hacer pagodas de muchas
torres, donde ponían a Buda de dios en el altar, y los
discípulos se man- daron hacer túnicas de seda y mantos
con mucho oro y bonetes
de picos, y a los discípulos más famosos los fueron
enterrando en las pagodas, con sus estatuas sobre la
sepultura, y les ericen dian luces de día y de noche, y la
gente iba a arrodillarse delante de ellos, para que les
consolaran las penas que da el mundo, y les dieran lo que
deseaban tener en la tierra, y los recomendaran a Buda
en la hora de morir. Miles de años han pasado, y hay
mi! es de pagodas. Alli van los anamitas tristes, que ya no
en- cuentran en la tierra ayuda, y la \ran a pedir a lo
desconocido del CiClO.
346 losé Marti Y al teatro van para que no se les acabe la
fuerza del corazón. iEn el teatro no hay franceses! En el
teatro les cuentan los cómi- cos las historias de cuando
Anam era país grande, y de tanta riqueza que los vecinos
lo querían conquistar; pero había muchos reyes, y cada
rey quería las tierras de los otros, así que en las peleas se
gastó el país, y los de afuera, los chinos, los de Siam, los
franceses, se junlaban con el caído para quitar el mando
al vencedor, y luego se quedaban de amos, y tenían en
odio a los partidos de la pelea, para que no se juntasen
contra el de afuera, como se debían juntar, y lo echaran
por entrometido y alevoso, que viene como amigo, vestido
de paloma, y en cuanto se ve en el país se quita las
plumas, y se le ve como es, tigre ladrón. En Anam el teatro
no es de lo que sucede ahora, sino la historia del pais; y la
guerra que el bravo An- Yang le ganó al chino Chau- Tu; y
los combates de fas dos mujeres, Cheng Tseh y Cheng Urh,
que se vistieron de guerreras, y montaron a caballo, y
fueron de ge- nerales de la gente de Anam, y echaron de
sus trincheras a los chinos; y las guerras de los reyes,
cuando el hermano del rey muerto queria mandar en
Anam, en lugar de su sobrino, o venía el rey de lejos a
quitarle la tierra al rey Hue. Los anamitas, encuclillados, oyen la historia, que no cuentan los cómicos
hablando o cantando, como en los dramas o en las óperas,
sino con una música de mucho ruido que no deja oír lo
que dicen los cómicos, que vienen vestidos con túnicas
muy ricas, bordadas de flores y pájaros que nunca se han
visto, con cascos de oro muy labrados en la cabeza, y alas
en la cintura, cuando son generales, y dos plumas muy
largas en el casco, si son príncipes: y si son gente así, de
mucho poder, no se sientan en las sillas de siempre, sino
en sillas muy altas. Y cuentan, *y pelean, y saludan, y
conversan, y hacen que toman té, y entran por la puerta
de la derecha, y salen por la puerta de la izquierda: y la
música toca sin parar, con sus platillos y su timbalón y su
clarín y su violinete; y es un tocar extraño, que parece de
aullidos y de gritos sin arreglo y sin orden, pero se ve que
tiene un tono triste cuando se habla de muerte, y otro
como de ataque cuando viene un rey de ganar una
batalla, y otro como de procesión de mucha alegría cuando se casa la princesa, y otro como de truenos y de ruido
cuando entra, con su barba blanca, el gran sacerdote: y
cada tono lo ador- nan los músicos como les parece bien,
inventando el acompaña- miento según lo van tocando, de
modo que parece que es música sin regla, aunque si se
pone bien el oído se ve que la regla de ellos es dejarle la
idea libre al que toca, para que se entusiasme de veras
con los pensamientos del drama, y ponga en la música ia
alegría, 0 la pena, 0 la poesía, 0 la furia que sienta en el
co- razón, sin olvidarse del tono de la música vieja, que
todos los de la orquesta tienen que saber, para que haya
una guia en medio del desorden de su invención, que es
mucho de veras, porque el
que no conoce sus tonos no oye más que los tamborazos y
la algarabía; y así sucede en los teatros de Anam que a un
europeo le da dolor de cabeza, y le parece odiosa, la
música que al anamita que está junto a él le hace reír de
gusto, o llorar de la pena, segun estén los músicos
contando la historia del letrado pobre que a fuerza de
ingenio se fue burlando de los consejeros del rey, hasta
que el consejero llegó a ser el pobre,- o la otra historia
triste del príncipe que se arrepintió de haber llamado al
extranjero a mandar en su pais, y se dejó morir de
hambre a los pies de Buda cuando no habia remedio ya, y
habían entrado a miles en la tierra cobarde los
extranjeros ambiciosos, y mandaban en el oro y las
fábricas de seda, y en el reparto de las tierras, y en el
tribunal de la justicia los extranjeros, y los hijos mismos
de la tierra ayudaban al extranjero a maltratar al que
defendia con el cora-
zón la libertad de la tierra: la música entonces toca bajo y
despa- * cio, y como si llorase, y como SI se escondiese
debajo de la tierra: y los actores, como si pasase un
entierro, se cubren con las man- gas del traje las caras. Y
así es la música de sus dramas de his- toria, y de los de
pelea, y de los de casamiento, mientras los ac- tores
gritan y andan delante de los musicos en el escenario, y
los generales se echan por la tierra, para figurar que
están muer- tos, o pasan la pierna derecha poi sobre la
espalda de una silla, para decir que van a montar a
caballo, o entran por entre unas cortinas el novio y la
princesa, para que se sepa que se acaban de casar. Porque
el teatro es un salón abierto, sin las bambalmas ni
bastidores, y sin aparatos ni pinturas: sino que cuando la
es- cena va a cambiar, sale un regidor de blusa y
turbante, y se 10 dice al público, o pone una mesa, *que
quiere decir banquete, o cuelga una lanza al fondo, que
quiere dectr batalla, o sopla el alcohol que trae en la boca
sobre una antorcha encendida, lo que quiere decir que
hay incendio. Y este de la blusa, que anda PO-
niendo y quitando, sale y entra entre los que hacen de
príncipes de seda y generales de oro, de mil años atrás,
cuando los parien- tes del príncipe Ly- Tieng- Voung
querían darle a beber una taza de té envenenado. Allí
adentro, en lo que no se ve del teatro, hay como un
mostrador, con cajas de pintarse y espejos en la pared, y
un rosario de barbas, de donde el que hace de loco toma la
amarilla, y la colorada el que hace de fiero, y la negra el
que hace de rey hermoso, y el que hace de viejo toma la
barba blanca. Y se pinta la cara el que hace de
gobernador, de colorado y de negro. Por encima de todo,
en lo más alto de la pared, hay una estatua de Buda. Al
salir del teatro, los anamitas van hablando mucho, como
enojados, como si quisieran echar a correr, y parece que
quieren convencer a sus amigos cobardes, y que los
amena- zan. De la pagoda salen callados, con la cabeza
baja, con las manos en los bolsillos de la blusa azul. Y si
un francés les pre-
348 /tiw .tfartl gunta algo en el camino, le dicen en su
lengua: “No sé.” Y si un anamita les habla de algo en
secreto, le dicen: “iQuién sabe!” 0. c., 1. 18, p. 459- 470
La muñeca negra De puntillas, de puntillas, para no
despertar a Piedad, entran en el cuarto de dormir el padre
y la madre. Vienen riéndose, como dos muchachones.
Vienen de fa mano, como dos muchachos. El
padre viene detrás, como si fuera a tropezar con todo. La
madre no tropieza; porque conoce ei camino. iTrabaja
mucho el padre, para comprar todo lo de la casa, y no
puede ver a su hija cuando quiere! iA veces, allá en el
trabajo, se ríe solo, o se pone de re- pente como triste, 0 se
le ve en la cara como una luz: y es que está pensando en su
hija: se le cae la pluma de la mano cuando piensa así,
pero enseguida empieza a escribir, y escribe tan de prisa,
tan de prisa, que es como si la pluma fuera volando. Y le
hace muchos rasgos a la letra, y las oes le salen grandes
como un sol, y las ges largas como un sabie, y las eles
están debajo de la línea, como si se fueran a clavar en el
papel, y las eses caen al fin de la palabra, como una hoja
de palma; itiene que ver lo que escribe el padre cuando ha
pensado mucho en fa niña! El dice que siempre que le
llega por la ventana el olor de las flores del jardín, piensa
en ella. 0 a veces, cuando está trabajando
cosas de números, o poniendo un libro sueco en español,
la ve venir, venir despacio, como en una nube, y se le
sienta al lado. le quita la pluma, para que repose un poco,
lc da un beso en la frente, le tira de la barba rubia, le
esconde el tintero: es sueño no más, no más que sueño,
como esos que se tienen sin dormir, en que ve uno vestidos
muy bonitos, o un caballo vivo de cola muy larga, o un
cochecito con cuatro chivos blancos, o una sor- tija con la
piedra azul: sueño es no más, pero dice el padre que es
como si lo hubiera visto, y que después tiene más fuerza y
es- cribe mejor. Y la niña se va, se va despacio por el aire,
que parece
de luz todo: se va como una nube. Hoy el padre no trabajó
mucho, porque tuvo que ir a una tienda: ia qué iría el
padre a una tienda?: y dicen que PO: la puer- ta de atrás
entró una caja grande: tqué vendrá en la caja?: ia saber lo
que vendrá!: mañana hace ocho arios que nació Piedad.
La criada fue al jardín. y SC pincho cl dedo por cierto. por
querer
350 José Marti OBRAS ESCOGIDAS. T. II 351
coger, para un ramo que hizo, una flor muy hermosa. La
madre a todo dice que si, y se puso el vestido nuevo, y le
abrió la jaula al canario. El cocinero está haciendo un
pastel, y recortando en figura de flores los nabos y las
zanahorias, y le devolvió a la lavandera el gorro, porque
tenía una mancha que no se veía ape- nas, pero, mancha!”
“hoy, hoy, señora lavandera, el gorro ha de estar sin
Piedad no sabía, no sabía. Ella sí vio que la casa es- taba
como el primer día de sol, cuando se va ya la nieve, y les
salen las hojas a los árboles. Todos sus juguetes se los
dieron aquella noche, todos. Y el padre llegó muy
temprano del trabajo, a tiempo de ver a su hija dormida.
La madre lo abrazó cuando 10 vio entrar: años. iy lo
abrazó de veras! Mañana cumple Piedad ocho
El cuarto está a media luz, una luz como la de las
estrellas, que viene de la lámpara de velar, con su
bombillo de color de ópalo. Pero se ve, hundida en la
almohada, la cabecita rubia. Por fa ventana entra la
brisa, y parece que juegan, las mariposas que no se ven,
con el cabello dorado. Le da en el cabello la luz. Y la
madre y el padre vienen andando, de puntillas. IA1 suelo,
el tocador de jugar! IEste padre ciego, que tropieza con
todo! Pero la niña no se ha despertado. La luz le da en la
mano ahora; parece una rosa la mano. A la cama no se
puede llegar; porque están alrededor todos los juguetes,
en mesas y sillas. En una silla está el baúl que le mandó
en pascuas la abuela, Ile& de almen- dras y de
mazapanes; boca abajo está el baúl, como si lo hubieran
sacudido, a ver si caía alguna almendra de un rincón, o si
andaban escondidas por la cerradura algunas migajas de
mazapán; leso
es, de seguro, que las muñecas tenían hambre! En otra
silla está la loza, mucha loza y muy fina, y en cada plato
una fruta pintada: un plato tiene una cereza, y otro un
higo, y otro una uva: da en el plato ahora la luz, en el
plato del higo, y se ven como chispas de estrella: azúcar!”
¿cómo habrá venido esta estrella a los platos?: “iEs dre,
dice el pícaro padre: “IEso es, de seguro!“: dice la ma“eso es que estuvieron las muñecas golosas comiéndose el
azúcar!” El costurero está en otra silla, y muy abierto,
como de quien ha trabajado de verdad; el dedal está
machucado ide tanto coser!: cortó la modista mucho,
porque del calicó que le dio la madre no queda más que un
redondel con el borde de picos, y el suelo está por ahí
lleno de recortes, que le salieron mal a la mo-
dista, y allí está la chambra empezada a coser, con la
aguja cla- vada, junto a una gota de sangre. Pero la sala,
y el gran juego, está en el velador, al lado de la cama. El
rincón, allá contra la pared, es el cuarto de dormir de las
muñequitas de loza, con su cama de la madre, de colcha
de flores, y al lado una muñeca de traje rosado, en una
silla roja: el tocador está entr- la cama
y la cuna, con su muñequita de trapo, tapada hasta la
nariz, y el mosquitero encima: la mesa del tocador es una
cajita de cartón castaño, y el espejo es de los buenos, de
los que vende la señora pobre de la dulcería, a dos por un
centavo. La sala está en lo de delante del velador, y tiene
en medio una mesa, con el pie hecho de un carretel de
hilo, y lo de arriba de una concha de nácar, con una jarra
mexicana en medio, de las que traen los muñecos
aguadores de México: y alrededor unos papelitos doblados, que son los libros. El piano es de madera, con las
teclas pm- tadas; y no tiene banqueta de tornillo, que eso
es poco IUJO, smo una de espaldar, hecha de la caja de
una sortija, con lo de abajo forrado en azul; y la tapa
cosida por un lado, para la espalda, y forrada de rosa; y
encima un encaje. Hay visitas, por supuesto, y son de pelo
de veras, con ropones de seda lila de cuartos blancos, y
zapatos dorados: y se sientan sin doblarse, con los pies en
el asiento: y la señora mayor, la que trae gorra color de
oro, y está en el sofá, tiene su levantapiés, porque del sofá
se resbala; y el levantapiés es una cajita de paja japonesa,
puesta boca abajo: en un sillón blanco están sentadas
juntas, con los brazos muy tiesos, dos her- manas de loza.
Hay un cuadro en la sala, que tiene detrás, para
que no se caiga, un pomo de olor: y es una niña de
sombrero colorado, que trae en los brazos un cordero. En
el pilar de la cama, del lado del velador, está una medalla
de bronce, de una fiesta que hubo, con las cintas
francesas: en su gran moña de
los tres colores está adornando la sala el medallón, con el
retrato de un francés muy hermoso, que vino de Francia a
pelear porque los hombres fueran libres, y otro retrato
del que inventó el pa- rarrayos, con la cara de abuelo que
tenía cuando pasó el mar para pedir a los reyes de Europa
que lo ayudaran a hacer libre su tierra: esa es la sala, y el
gran juego de Piedad. Y en la al- mohada, durmiendo en
su brazo, y con la boca desteñida de los besos, está su
muñeca negra.
Los pájaros del jardin la despertaron por la mañanita.
Parece que se saludan los pájaros, y la convidan a volar.
Un pãjaro llama, y otro pájaro responde. En la casa hay
algo, porque los
pájaros se ponen así cuando el cocinero anda por la
cocina sa- liendo y entrando, con el delantal volándole
por las piernas, y la olla de plata en las dos manos,
oliendo a leche quemada y a vino
dulce. En la casa hay algo: porque si no, ipara qué está
ahí, al pie de la cama, su vestídito nuevo, el vestidito color
de perla, y la cinta lila que compraron ayer, y las medias
de encaje? “Yo te digo, Leonor, que aquí pasa algo. Dímelo
tú, Leonor, tú que estuviste
ayer en el cuarto de mamá, cuando yo fui a paseo. iMamá
mala, que no te dejó ir conmigo, porque dice que te he
pues- to muy fea con tantos besos, y que no tienes pelo,
porque te
he peinado mucho: La verdad, Leonor: tú no tienes mucho
pelo; pero yo te quiero así, sin pelo, Leonor: tus ojos son
los que quiero yo, porque con los ojos me dices que me
quieres: te quiero mucho, porque no te quieren: ia ver:
Isentada aquí en mis rodillas, que te quiero peinar!: las
niñas buenas se peinan en cuanto se levan- tan: ia ver, los
zapatos. que esc lazo no está bien hecho!: y los dientes:
déjame ver los dientes: las uñas: ileonor, esas uñas no
están limpias! Vamos, Leonor, dime la verdad: oye, oye a
los pájaros que parece que tienen baile: dime, Leonor,
ique pasa en esta casa?” Y a Piedad se le cayó el peine de
la mano, cuando le tenía ya una trenza hecha a Leonor; y
la otra estaba toda alborotada. Lo que pasaba, allí lo veía
ella. Por la puerta venía la procesión. La primera era la
criada, con el delantal de rizos de los días de fiesta, y la
cofia de servir la mesa en los días de visita: traía el
chocolate, el chocolate con crema, lo mismo que el día de
año nuevo, y los panes dulces en una cesta de plata: luego
venía la madre, con un ramo de flores blancas y azules:
ini una flor colorada en el ramo, ni una flor amarilla!: y
luego venía la lavandera, con el gorro blanco que el
cocinero no se quiso poner, y un estandarte que el
cocinero le hizo, con un diario y un bastón: y decía en el
estandarte, debajo de una corona de pensamientos: “iHoy
cumple Piedad ocho aiíos!” Y la besaron y la vistieron con
el traje color de perla, y la llevaron, con ei estandarte
detrás, a la sala de los libros de su padre, que tenía muy
peinada su barba rubia, como sí se la hubieran peinado
muy despacio, y redondeándole las puntas, y poniendo
cada hebra en su lugar. A cada momento se asomaba a la
puerta, a ver sí Piedad
venía: escribía, y se ponia a silbar: abría un libro, y se
quedaba mirando a un retrato, a un retrato que tenía
siempre en su mesa, y era como Piedad, una Piedad de
vestido largo. Y cuando oyó ruido de pasos, y un vocerrón
que venía tocando música en un cucurucho de papel,
iquién sabe lo que sacó de una caja grande?: y se fue a la
puerta con una mano en la espalda: y con el otro brazo
cargó a su hija. Luego dijo que sintió como que en el pecho
se
le abría una flor, y como que se le encendía en la cabeza
un palacio, con colgaduras azules de flecos de oro, y
mucha gente con alas: luego dijo todo eso, pero entonces,
nada se le oyó decir. Hasta que Piedad dio un salto en sus
brazos, y se le quiso subir por el hombro, porque en un
espejo había visto lo que llevaba en la otra mano el padre.
“iEs como el sol el pelo, mamá, lo mismo que el sol! iya la
vi, ya la vi, tiene ei vestido rosado! idile que me la dé,
mamá: si es de peto verde, de peto de terciopelo! icomo las
mías son las medias, de encaje, como las mías!” Y el padre
se sentó con ella en el sillón, y le puso en los brazos la
muñeca de seda y porcelana. Echó a correr Piedad, como
si buscase a al- guien. padre, “¿ Y yo me quedo hoy en
casa por mi niña” “y mi niña me deja solo?” le dijo su Ella
escondí0 la cabccita en
OBRAS ESCOGIDAS. T. II 353 el pecho de su padre bueno.
Y en mucho, mucho tiempo, no la levantó. aunque ide
veras! le picaba la barba.
Hubo paseo por el jardin, y almuerzo con un vino de
espuma debajo de la parra, y el padre estaba muy
conversador, cogiéndole a cada momento la mano a su
mamá, y la madre estaba como más alta, y hablaba poco,
y era como música todo lo que hablaba. Piedad le llevó al
cocinero una dalia roja, y se la prendió en el pecho del
delantal: y a la lavandera le hizo una corona de cla- veles:
y a la criada le llenó los bolsillos de flores de naranjo, y le
puso en el pelo una flor, con sus dos hojas verdes. Y luego,
con mucho cuidado, hizo un ramo de nomeolvides. “( Para
quién
es ese ramo, Piedad?” si es para alguien!” “No sé, no sé
para quién es: iquién sabe Y lo puso a la orilla de la
acequia, donde corría como un cristal el agua. Un secreto
le dijo a su madre, y luego le dijo: “iDéjame ir!” Pero le
dijo “caprichosa” su ma- dre: “iy tu muñeca de seda, no te
gusta? mírale la cara, que es muy linda: y no le has visto
los ojos azules”. Piedad sí se los había visto; y la tuvo
sentada en la mesa después de comer, mi- rándola sin
reírse; y la estuvo enseñando a andar en el jardín. Los
ojos era lo que le miraba ella: y le tocaba en el lado del
corazón: “iPero, mufieca, háblame, háblame!” Y la
muñeca de seda no le hablaba. “eConque no te ha gustado
la muñeca que te com- pré, con sus medias de encaje y su
cara de porcelana y su pelo fino?” “Sí, mí papá, si me ha
gustado mucho. Vamos, señora mu-
i? eca, vamos a pasear. Usted querrá coches, y lacayos, y
querrá dulce de castafias, señora muReca. Vamos, vamos
a pasear.” Pero en cuanto estuvo Piedad donde no la
veían, dejó a la muñeca en un tronco, de cara contra el
árbol. Y se sentó sola, a pensar, sin levantar la cabeza,
con la cara entre las dos manecitas. De pronto echó a
correr, de miedo de que se hubiese llevado el agua el ramo
de nomeolvides.
-“ Pero, criada, llévame pronto!“-“ iPiedad, qué es eso de
cria- da? *iTú nunca le dices criada así, como para
ofenderla!“-“ No, mamá, no: cs que tengo mucho sueño:
estoy muerta de sueño. Mira: me parece que es un monte
la barba de papá y el pastel de la mesa me da vueltas,
vueltas alrededor, y se están riendo de mí las banderitas:
y me parece que están bailando en el aire las flores de
zanahoria: estoy muerta de sueno: iadiós, mi madre!:
mañana me levanto muy tempranito: tú, papá, me
despiertas antes de salir: yo te quiero ver siempre antes
de que te vayas a tra- bajar: ioh, las zanahorias! jestoy
muerta de sueño.! iAy, mamá, no me mates el ramo!
jmira, ya me mataste mi flor!“--“& onque se enoja mi hija
porque le doy un abrazo?“-“ iPégame, mi mamá!
‘, pégame tú! es que tengo mucho sueño.” Y Piedad salió
dryaa sala de los libros, con la criada que le llevaba la
muñeca de seda. “; Qué de prisa va la niña, que se va a
caer! CQuién espera
a la niña?“-“ iQuién sabe quién me espera!” Y no habló
con la criada: no le dijo que le contase el cuento de la niña
jorobadita que se volvió una flor: un juguete no más le
pidió, y lo PUSO
a los pies de la cama y le acarició a la criada la mano, y se
quedó dormida. Encendió la criada la lámpara de velar,
con su bombillo de ópalo: salió de puntillas: cerró la
puerta con mucho cuidado. Y en cuanto estuvo cerrada la
puerta, relucieron dos ojitos en el borde de la sábana: se
alzó de repente la cubierta rubia: de rodillas en la cama,
le dio toda la luz a la lámpara de velar: y se echó sobre el
juguete que puso a los pies, sobre la muñeca negra. La
besó, la abrazó, se la apretó contra el co- razón: “Ven,
pobrecita: ven, que esos malos te dejaron aquí sola: tú no
estás fea, no, aunque no tengas más que una trenza: la fea
es esa, la que han traído hoy, la de los ojos que no hablan:
dime, Leonor, dime, itú pensaste en mí?: mira el ramo que
te
traje, un ramo de nomeolvides, de los más lindos del
jardín: iasí, en el pecho! jesta es mi muñeca linda! ¿y no
has llorado? ite dejaron tan sola! jno me mires así, porque
voy a llorar yo! jno, tú no tienes frío! iaquí conmigo, en
mi almohada, verás como te calientas! iy me quitaron,
para que no me hiciera daño, el dulce que te traía! iasí,
así, bien arropadita! ia ver, mi beso, antes de dor- mirte!
iahora, la lámpara baja! fy a dormir, abrazadas las dos!
ite quiero, porque no te quieren!” 0. c., t. 18, p. 478- 484.
Cuentos de elefantes De Africa cuentan ahora muchas
cosas extrañas, porque anda por allí la gente europea
descubriendo el país, y los pueblbs de Europa quieren
mandar en aquella tierra rica, donde con el calor del sol
crecen plantas de esencia y alimento, y otras que dan
fibras de hacer telas, y hay oro y diamantes, y elefantes
que son una riqueza, porque en todo el mundo se vende
muy caro el mar- fil de sus colmillos. Cuentan muchas
cosas del valor con que se defienden los negros, y de las
guerras en que andan, como todos
los pueblos cuando empiezan a vivir, que pelean por ver
quién es más fuerte, 0 por quitar a su vecino lo que
quieren tener ellos. En estas guerras quedan de esclavos
los prisioneros que tomó en la pelea el vencedor, que los
vende a los moros infames que andan por allá buscando
prisioneros que comprar, y luego los venden en las tierras
moras. De Europa van a Africa hombres buenos, que no
quieren que haya en el mundo estas ventas de hombres; y
otros van por el ansia de saber, y viven años entre
las tribus bravas, hasta que encuentran una yerba rara, o
un pájaro que nunca se ha visto, o el lago de donde nace
un río: y otros van de tropa, a sueldo del khedive que
manda en Egipto, a ver cómo echan de la tierra a un
peleador famoso que llaman el Mahdí, y dice que él debe
gobernar, porque él es moro libre y amigo de los pobres,
no como el khedive, que manda como criado del Sultán
turco extranjero, y alquila peleadores cristianos para
pelear contra el moro del país, y quitar la tierra a los
negros sudaneses. En esas guerras dicen que murió un
inglés muy va- liente, aquel “Gordon el chino”, que no era
chino, sino muy blanco Y de ojos muy azules, pero tenía el
apodo de chino, porque en China hizo muchas
heroicidades, y aquietó a la gente revuelta con el cariño
más que con el poder; que fue lo que hizo en el Sudán,
donde vivía solo entre los negros del país, como su
gobernador, Y se les ponía delante a ragafiarlos como a
hijos, sin más armas que sus ojos azules, cuando lo
atacaban con las lanzas y las aza- gayas, o se echaba a
llorar de piedad por los negros cuando en
356 José Morti OBRAS ESCOGIDAS. T. II 357 la so! edad
de la noche los veía de lejos hacerse señas, para jun- tarse
en el monte, a ver cómo atacarían a los hombres blancos.
El Mahdí pudo más que él, y dicen que Gordon ha muerto,
o lo tiene preso el Madhí. Mucha gente anda por Africa.
Hay un Chaillu que escribió un libro sobre el mono gorila
que anda en dos pies,
y pelea a palos con los viajeros que lo quisieran cazar.
Livingstone viajó sin miedo por lo más salvaje de Africa,
con su mujer. Stanley está allá ahora, viendo cómo
comercia, y salva del Mahdi, al go- bernador Emín Pachá.
Muchos alemanes y franceses andan allá explorando,
descubriendo tierras, tratando y cambiando con los
negros, y viendo cómo les quitan el comercio a los moros.
Con los colmillos del elefante es con lo que comercian
más, porque el marfil es raro y fino, y se paga muy caro
por él. Ese de Africa
es colmillo vivo; pero por Siberia sacan de los hielos
colmillos de! mamut, que fue el elefante peludo, grande
como una loma, que ha estado en la nieve, en pie,
cincuenta mil años. Y un inglés Logan, dice que no son
cincuenta mi!, sino que esas capas de hielo se fueron
echando sobre la tierra como un millón de años hace, y
que desde entonces, desde hace un millón de años, están
enterrados en la nieve dura los elefantes peludos.
Allí se estuvieron en los hielos duros de Siberia, hasta.
que un día iba un pescador por la orilla de! río Lena,
donde de un lado es de arena la orilla, y de otro es de
capas de hielo, echadas una encima de otra como las
hojas de un paste!, y tan perfectas
que parecen cosa de hombre esas leguas de capas. Y e!
pescador iba cantando un cantar, en su vestido de pie!,
asombrado de la mucha luz, como si estuviese de fiesta en
el aire un so! joven. El aire chispeaba. Se oían estallidos,
como en el bosque nuevo cuando se abre una flor. De las
lomas corria, brillante y pura, un agua nunca vista. Era
que se estaban deshaciendo los hielos. Y allí, delante del
pobre Shumarkoff, salian de! monte helado los colmillos,
gruesos como troncos de árboles, de un animal velludo,
enorme, negro, Como vivo estaba, y en el hielo
transparente se le veía el cuerpo asombroso. Cinco años
tardó el hielo en derretirse alrededor de él, hasta que todo
se deshizo, y el elefante cayó rodando a la orilla, con
ruido de trueno. Con otros pescadores vino Shu- markoff
a llevarse los colmillos, de tres varas de largo. Y los
perros hambrientos le comieron la carne, que estaba
fresca todavía, y
blanda como carne nueva: de noche, en la oscuridad, de
cien perros a la vez se oía el roer de los dientes, el gruñido
de gusto, el ruido de las lenguas. Veinte hombres a la vez
no podían le- vantar la pie! crinuda, en la que era de a
vara cada crin. Y nadie ha de decir que no es verdad,
porque en el museo de San Peters- burgo están todos los
huesos, menos uno que se perdió; y un puñado de la lana
amarillosa que tenía sobre e! cuello. De enton- ces acá, los
pescadores de Siberia han sacado de los hielos como dos
mi! colmillos de mamut.
A miles parece que andaban Ios mamut, como en pueblos,
cuando los hielos se despeñaron sobre la tierra salvaje,
hace miles de años; y como en pueblos andan ahora,
defendiéndose de los tigres y de los cazadores por los
bosques de Asra y de Afrrca; pero ya no son velludos,
como los de Siberia, sino que apenas tienen pelos por los
rincones de su piel blanda y arrugada, que da miedo de
veras, por la mucha fealdad, cuando lo cierto es que con el
elefante sucede como con las gentes del mundo, que
porque ttenen
hermosura de cara y de cuerpo las cree uno de alma
hermosa, sin ver que eso es como los jarrones finos, que
no ttenen nada dentro, y una vez pueden tener olores
preciosos, y otras peste, y otras polvo. Con el elefante no
hay que jugar, porque en la hora en que se le enoja la
dignidad, o le ofenden la mu! er o el hijo, o el viejo, o el
compañero, sacude la trompa como un azote, y de un
latigazo echa por tierra al hombre más fuerte, o rompe un
poste en astillas, o deja un árbol temblando. Tremendo es
el elefante enfurecido, y por manso que sea en sus
prisiones, siempre le llega; cuando calienta el sol mucho
en abril, o cuando se cansa de su cadena, su hora de furor.
Pero los que conocen bien al am- mal dicen que sabe de
arrepentimiento y de ternura, como un
cuento que trae un libro viejo que publicaron, alla al.
prmcrprar este siglo, los sabios de Francia, donde está lo
que hizo un ele- fante que mató a su cuidador, que allá
llaman cornac, porque le había lastimado con el arpón la
trompa; y cuando la mujer de! cornac se le arrodilló
desesperada delante con su hijito, y le rogó que los
matase a ellos también, no los mató, sino que con la
trompa le quitó el niño a la madre, y se lo puso sobre el
cuello, que es donde los cornacs se sientan, y nunca
permitió que lo mon-
tase más cornac que aquel. La trompa es lo que más cuida
de todo . su cuerpo. recio el elefante, porque con ella come
y bebe, y acarrcta y re_ sptra, y se quita de encima los
animales que le estorban, y se bana. Cuando nada !y muy
bien que nadan los elefantes! no se le ve el cuerpo,
porque está en el agua todo, sino la punta de la trompa,.
con los dos agujeros en que acaban las dos canales que
atravlesan la trompa a lo largo, y llegan por arriba a la
misma n. arrz, que tiene como dos tapaderas, que abre y
cierra según qutera recibir el
aire, o cerrarle el camino a lo que en las canales pueda
estar. Nadie diga que nt~ e s verdad, porque hay quien se
ha puesto a contarlos: como cuarenta mil músculos tiene
la trompa del ele- fante, la “proboscis”, como dice la gente
de libros: toda es de músculos, entretejidos como una red:
unos están a la larga, de la nariz a la punta, y son para
mover la trompa adonde el ele- fante quiere, y encogerla,
enroscarla, subirla, bajarla, tenderla:
otros son a lo ancho, y van de las canales a la piel, como
los rayos de una rueda van del eje a la llanta: esos son
para apretar las canales o ensancharlas. iQué no hace el
elefante con SU Mm-
358 losé Martí OBRAS ESCOGIDAS. T. II 359 pa? La yerba
más fina la arranca del suelo. De la mano de un niño
recoge un cacahuete. Se llena la trompa de agua, y la echa
sobre la parte de su cuerpo en que siente calor. Los
elefantes enseñados se quitan y se ponen la carga con la
trompa. Un hilo
levantan del suelo, y como un hilo levantan a un hombre.
No hay más modo de acobardar a un elefante enfurecido
que herirle de veras en la trompa. Cuando pelea con el
tigre, que casi siempre lo vence, lo echa arriba y abajo
con los colmillos, y hace por atravesarlo; pero la trompa
la lleva en el aire. Del olor del tigre no más, brama con
espanto el elefante: las ratas le dan miedo: le tiene asco y
horror al cochino. iA cuanto cochino ve, trompazo! Lo que
le gusta es el vino bueno, y el arrak, que es el ron de la
India, tanto que los cornacs le conocen el apetito, y
cuando quie- ren que trabaje más de lo de costumbre, le
enseñan una botella de arrak, que él destapa con la
trompa luego, y bebe a sorbo ten- dido; sólo que el cornac
tiene que andar con cuidado, y no hacerle esperar ia
botella mucho, porque le puede suceder lo que al pintor
francés, que, para pintar a un elefante mejor, le dijo a su
criado que se lo entretuviese con la cabeza alta tirándole
frutas a la trompa, pero el criado se divertía haciendo
como que echaba al aire fruta sin tirarla de veras, hasta
que el elefante se enojó, y se le fue encima a trompazos al
pintor, que se levantó del suelo medio muerto, y todo
lleno de pinturas. Es bueno el elefante de natura- leza, y
se deja domar del hombre, que lo tiene de bestia de carga,
y va sobre él, sentado en un camarín de colgaduras, a
pelear en las guerras de Asia, o a cazar el tigre, como
desde una torre
segura, Los príncipes del Indostán van a sus viajes en
elefantes cubiertos de terciopelos de mucho bordado y
pedrería, y cuando viene de Inglaterra otro príncipe, lo
pasean por las calles en el camarín de paño de oro que va
meciéndose sobre el lomo de los.- elefantes dóciles, y el
pueblo pone en los balcones sus tapices ricos, y llena las
calles de hojas de rosa.
En Siam no es sólo cariño lo que le tienen al elefante, sino
adoración, cuando es de piel clara, que allá creen divina,
porque la religión siamesa les enseña que Buda vive en
todas partes, y en todos los seres, y unas veces en unos y
otras en otros, y como no hay vivo de más cuerpo que el
elefante, ni color que haga pensar más en la pureza que lo
blanco, al elefante blanco ado- ran, como si en él hubiera
más de Buda que en los demás seres vivos. Le tienen
palacio, y sale a la calle entre hileras de sacer-
dotes y le dan las yerbas más finas y el mejor arrak, y el
palacio se lo tienen pintado como un bosque, para que no
sufra tanto de su prisión, y cuando el rey lo va a ver es
fiesta en el país, por- que creen que el elefante es dios
mismo, que va a decir al rey el buen modo de gobernar. Y
cuando el rey quiere regalar a un extranjero algo de
mucho valor, manda hacer una caja de oro puro, sin liga
de otro metal, con brillantes alrededor, y dentro pone,
como una reliquia, recortes de pelo del elefante blanco. En
.\ frica no los miran 10s pueblos del país como dioses, sino
que
ies ponen trampas en el bosque, y se. les echan encima en
cuanto los ven caer, para alimentarse de la carne, que es
fina y jugosa: o los cazan por engaño, porque tienen
enseñadas a las hembras, que vuelven al corral por el
amor de los hijos, y donde saben que anda una manada de
elefantes libres les echan a las hembras a buscarlos, y la
manada viene sin desconfianza detrás de las ma- dres que
vuelven adonde sus hijuelos: y allí los cazadores los
enlazan, y los van domando con el cariño y la voz, hasta
que los tienen ya quietos, y los matan para llevarse los
colmillos.
Partidas enteras de gente europea están por Africa
cazando elefantes; y ahora cuentan los libros de una gran
cacería, donde eran muchos los cazadores. Cuentan que
iban sentados a la mu- jeriega en sus sillas de montar,
hablando de la guerra que hacen en cl bosque las
serpientes al león, y de una mosca venenosa que les chupa
la piel a los bueyes hasta que se la seca y los mata, v de lo
lejos que saben tirar la azagaya y la flecha los cazado- ;es
africanos; y en eso estaban, y en calcular cuándo
llegarían a las tierras de Tippu Tib, que siempre tiene
muchos Colmillos que vender, cuando salieron de pronto
a un claro de esos que hay en Africa en medio de los
bosques, y vieron una manada de ele- fantes allá al fondo
del claro, unos durmiendo de pie, contra los troncos de los
árboles, otros paseando juntos y meciendo el cuerpo de
un lado a otro, otros echados sobre la yerba, con las patas
de atrás estiradas. Les cayeron encima todas las balas de
los ca- zadores. Los echados se levantaron de un impulso.
Se juntaron las parejas. Los dormidos vinieron trotando
donde estaban los demás. Al pasar junto a la poza, se
llenaban de un sorbo la trompa. Gruñían y tanteaban el
aire con la trompa. Todos se pusieron alrededor de su
jefe. Y la caza fue larga; los negros les tiraban lanzas y
azagayas y flechas: íos europeos escondidos en los
yerbales, les disparaban de cerca los fusiles: las hembras
huían, despedazando los cañaverales como si fueran
yerbas de hilo: los elefantes huían de espaldas,
defendiéndose con los col- millos cuando les venía encima
un cazador. El más bravo le vino a un cazador encima, a
un cazador que era casi un niño, Y estaba solo atrás,
porque cada uno había ido siguiendo a su ele- fante. Muy
colmilludo era el bravo, y venía feroz. El cazador SS subió
a un árbol, sin que lo viese el elefante, per0 61 lo ollo
enseguida y vino mugiendo, alzó la trompa como para
sacar de la rama al hombre, con la trompa rodeó el
tronco, y lo sacudió como si fuera un rosal: no lo pudo
arrancar, y se echó de a? cas contra el tronco. El cazador,
que ya estaba al caerse, dispar? su fusil, y lo hirió en la
raíz de la trompa. Temblaba el aire, dIcen* de los mugidos
terribles, y deshacía el elefante el cañaveral con las
pisadas, y sacudía los árboles jóvenes, hasta que de un
im-
360 JosB .Uurti pulso vino contra el del cazador, y lo echó
abajo. iAbajo el ca- zador, sin tronco a que sujetarse!
Cayó sobre las patas de atrás del elefante, y se le agarró,
en el miedo de la muerte, de una pata de atrás.
Sacudirselo no podía el anima1 rabioso, porque la coyuntura de la rodilla la tiene el elefante tan cerca del pie
que apenas le sirve para doblarla. ,+ Y cómo se salva de
alli el cazador? Corre bramando el elefante. Se sacude la
pata contra el tronco
más fuerte, sin que el cazador se le ruede, porque se le
corre adentro y no hace más que magullarle las manos.
IPero se caera por fin, y de una colmillada va a morir el
cazador! Saca su cu- chillo, y se lo clava en la pata. La
sangre corre a chorros, y el animal enfurecido,
aplastando el matorral, va al río, al río de agua que cura.
Y se llena la trompa muchas veces, y la vacra
sobre la herida, la echa con fuerza que lo aturde, sobre el
cazador. Ya va a entrar más a lo hondo el elefante. El
cazador le dispara las cinco balas de su revólver en el
vientre, y corre, por si se puede salvar, a un árbol
cercano, mientras el elefante, con la trompa colgando,
sale a la orilla, y se derrumba.
0. C., t. 18, p. 485- 490. La galeria de las máquinas
Los niños han leído mucho el número pasado de La Edad
de Oro, y son graciosas las cartas que mandan,
preguntando si es verdad todo 10 que dice el artículo de la
“Exposición de París”. Por supuesto que es verdad. A los
niños no se les ha de decir más que la verdad, y nadie debe
decirles lo que no sepa que es como se lo está diciendo,
porque luego los ninos viven creyendo lo que les dijo el
libro o el profesor, y trabajan y piensan como si eso fuera
verdad, de modo que si sucede que era falso lo que les
decían, ya les sale la vida equivocada y no pueden ser
felices con ese modo de pensar, ni saben cómo son las
cosas de veras, ni pueden volver a ser niños, y empezar a
aprenderlo 4qdo de nuevo. iQue si es verdad todo lo de la
Exposición? Una señora buena le armó una trampa al
hombre de La Edad de Oro. Iban hablando del artículo y
ella le dijo: “Yo he estado en París.“-“ IAh, señora. que
vergüenza entonces! lqu 6 habrá dicho del artículo.“~“
No; yo he estado cn París, porque he leído su artículo.” Y
otro señor bueno, que está en París, dice “que a él no lo
engañan, que La Edad de Oro estuvo en París sín que él la
viera, porque él se pasaba la vida en la Exposición y todo
lo que había en la Exposición que ver está en La Edad de
Oro.” Pero el señor bueno dice que faltó un grabado, para
que los niños vieran bien toda la riqueza de aquellos
palacios; y es el
grabado de la “Galería de las Máquinas”, que era el
corredor adonde daban las puertas diferentes de las
industrias del mundo, y allá al fondo tenía el edificio más
hermoso, donde estaban en hilera, como elefantes
arrodillados, las máquinas de todo lo que el hombre sabe
hacer. Quien ha visto todo aquello, vuelve diciendo que SC
siente como más alto. Y como La Edad de Oro quiere que
los niños sean fuertes, y bravos, y de buena estatura, aqui
está, para que les ayude a crecer el corazón, el grabado de
La Galería dc las Máquinas. ’ 0. c., 1. 18. p. 500- 501 ’ Ef
grabado del que se habla apareció, efectivamente, en el
número de La Edad de Oro al que pertenece CI presente
artículo.
OBRAS ESCOGIDAS T II 363 La última página Los padres
se lo quieren dar todo a sus hijos, y si ven un caballo
hermoso, con la cola que le reluce y el pelo como seda, no
piensan en montarse ellos, como señorones, y salir
trotando
por la alameda, donde van de paseo por la tarde los
coches y los jinetes, sino que piensan en sus hijos los
padres, y se ponen a trabajar todavia más, para
comprarle al hijito el caballo her- moso. Si pasa un niño
en un velocípedo, con su vestido de tercio- pelo y su
cachucha, y tan de prisa que todo el mundo se para a
verlo, el padre no piensa en comprarse un velocípedo é!,
sino en que su hijito estará lindo de veras cuando vaya
como el niño del terciopelo y la cachucha, en sus dos
ruedas que dan como una luz cuando andan, y van casi
tan de prisa como la luz, que es 10 que anda más pronto
en el mundo. La luz no se ve, y es ver- dad, como que si se
acabase la luz, se rompería el mundo en pedazos, como se
rompen allá por el cielo las estrellas que se enfrían. Así
hay muchas cosas que son verdad aunque no se las vea.
Hay gente loca, por supuesto, y es la que dice que no es
ver- dad sino lo que se ve con los ojos. !Como si alguien
viera el pensamiento, ni el cariño, ni lo que, allá dentro de
su cabeza canosa, va hablándose el padre, para cuando
haya trabajado mu- cho, y tenga con qué comprarle
caballos como la seda o velocí- pedos como la luz a su
hijo! El hombre de La Edad de Oro es así, lo mismo que los
padres: un padrazo es el hombre de La Edad de Oro: como
una estatua que hay del río Nilo, donde hace de río un
viejo muy barbón, y encima de él saltan, y juegan, y dan
vueltas de cabeza los mu- chachos traviesos, lo que no
quiere decir, por supuesto, que el río Nilo sea un viejo de
verdad, ni que sus cien hijos jugaran así encima de él,
sino que el río Nilo es como un padre para toda aquella
gente de las tierras de Egipto, porque les humedece los
sembrados cada vez que baja de los montes con mucha
agua, y asi las siembras les dan mucho fruto: por eso
quieren al río los egipcios como si fuera persona, y lo
pintan tan viejo, porque desde hace miles de años ya
hablaban del Nilo los libros de en-
tonces, que es! aban escritos en unas tiras largas que
hacían de una yerba, y luego las enrollaban alrededor de
una varilla, y las metían en su nicho, como los que tienen
ahora los escritorios para guardar 103 papeles. 1. los
egipcios le rezaban al Nilo, como si fuera un dios, y le
componian versos y cantos; y como que nada lec; parecia
mejor que una joven hermosa, sacaban de su casa
una vez al año a la egipcia más !inda, y la echaban al
agua, como regalo al río viejo, para que se contentase
para el año, con aquella hija que le daban, y bajase del
monte con más agua que nunca. Así son los padres
buenos, que creen que todos los niños son sus hijos, y
andan como el río Nilo, cargados de hijos que no se ven, y
son los niños de! mundo, los niños que no tienen ;, adre,
los niños que no tienen quien les dé velocipedo, ni caballo,
ni cariño, ni un beso. Y así es el hombre de La Edad de
Oro, que en cada número quisiera poner el mundo para
los niños, a más de su corazón; pero en la imprenta dicen
que el corazón cabe siem- pre, y el mundo no, ni el
artículo de “La luz eléctrica”, que cuenta c8mo se hace la
luz, y qué cosa es la electricidad, y cómo se enciende y se
apaga, y muchas cosas que parecen sueño, o cosa de lo
más hondo y hermoso del cielo: porque la luz eléctrica es
como la de las estrellas, y hace pensar en que las cosas
tienen alma, como dijo en sus versos latinos un poeta,
Lucrecia, que hubo en Roma, y en que ha de parar el
mundo, cuando sean buenos todos los hombres, en una
vida de mucha dicha y claridad, donde no haya odio ni
ruido, ni noche ni día, sino un gusto de vivir, queriéndose
todos como hermanos, y en el alma una fuerza sere- na,
como la de la luz eléctrica. Con todo eso, no cupo el
artículo, y hubo que escribir otro más corto, que es ese
que habla de la caza de elefante, y el modo con que venció
el niño cazador al elefante fuerte. Nadie diga que el
cambio no fue bueno. Se ha Cl< conocer las fuerzas de!
mundo para ponerlas a trabajar, y hacer que la
electricidad que mata en un rayo, alumbre en la luz. Pero
el hombre ha de aprender a defenderse y a inventar,
viviendo al aire libre, y viendo la muerte de cerca, como el
cazador del eleiante. La vida de tocador no es para
hombres. Hay que ir de vez en cuando a vivir en lo
natural, y a conocer la selva.
0. C.. t. 18, p. 502- 503.
OBRAS ESCOGIDAS. T. II 365 DISCURSOEN
CONMEMORACION DELIODEOCTUBRE
Cubanos: Vence en mí el placer de lo que esta noche oigo y
veo, al desagrado propio de enseñar la persona inútil, que
más que del frío extranjero, y del miedo de morir antes de
haber cumplido con todo su deber, padece del desorden y
descomposición que, con ayuda de nuestros mismos
hermanos extraviados, fomenta el déspota hábil para
tener mejor sometida a la patria. Lo que veo y oigo no me
convida a la elegía, sino al himno. Pero este es en mí el
júbilo de la resurrección, y no el gusto infecundo de la
tribuna vocinglera. Con compunción, y no con
arrogancia, se debe venir a hablar aquí: que hay algo de
vergüenza en la oratoria, en estos tiempos de sobra de
palabras y de falta de hechos. Ci- mientos a la vez que
trincheras deben ser las palabras ahora, no torneo
literario, mientras nuestro país se desmigaja y se pudre,
y los caracteres se vician, y se pospone a la seguridad
personal la de la patria. Tribunal somos nosotros aquí,
más que tribuna: tribunal que no ha de olvidar que
cumple al juez dar el ejemplo de la virtud cuya falta
censura en los demás, y que los que fun- gen de jueces
habrán en su día de ser juzgados. El que tacha a los
demás de no fundar, ha de fundar. Entre nosotros, que
vivi- mos libres en el extranjero, el 10 de Octubre no puede
ser, como no es hoy, una fiesta amarga de
conmemoración, donde vengamos con el rubor en la
mejilla y la ceniza en la frente: sino un recuen- to, y una
promesa.
Los que vienen aquí, pelean. Los que hablan, como que
hablan la verdad, pelean. Ellos todos han sido elocuentes.
Yo solo no lo podré ser, porque mi palabra no basta a
expresar el trastorno, .no menos que divino, que en mi
alma enamorada de la patria dolo- rosa, no de la gloria
egoísta, han causado las voces de mis com- pañeros en fe
y determinación: la voz del adolescente, vibrante
como el c! arín, que renueva el juramento de los héroes; la
voz de los soldados cívicos que en la hora del combate
pusieron a la espada el genio de hoja. y de puño la ley; la
voz del desterrado inquebrantable, que prefiere la
penuria del deber oscuro a los aplausos vanos de la patria
incompleta y a los falsos honores; la saz sacerdotal del
hombre meritorio que en la hora de explosión
vio salir a los héroes de la tierra, y salió con ellos,
resplande- cientes como soles, señalándonos a sus hijos,
con el reguero de su sangre, el camino de la tierra
prometida. iEs morir, es morir, el dolor de no haber
compartido aquella existencia sublime! Por- que, aunque
la prudencia nos guíe y acompañe, y tengamos de- cidido,
porque así nos lo manda la virtud patriótica, que nos guie
y acompañe siempre, la verdad es que ya el brazo está
cansado de la pluma, y la virtud está cansada de la
lengua; que cuando salimos a buscar el aire puro, como
remedo de la libertad, nos sorprendemos ensayando
nuestros músculos para la arremetida de la batalla.
Sí: aquellos tiempos fueron maravillosos. Hay tiempos de
ma- ravilla, en que para restablecer el equilibrio
interrumpido por la violación de los derechos esenciales a
la paz de los pueblos, apa- rece la guerra, que es un
ahorro de tiempo y de desdicha, y con- sume los
obstáculos al bienestar del hombre en una conflagración
purificadora y necesaria. iDelante de nuestras mujeres se
puede
hablar de guerra!; no así delante de muchos hombres, que
de todo se sobrecogen y espantan, y quieren ir en coche a
la libertad, sin ver que los problemas de composición de
un pueblo que aprendió a leer, sentado sobre el lomo de
un siervo, a la sombra del ca- dalso, no se han de resolver
con el consejo del último diario inglés, ni con la tesis
recién llegada de los alemanes, ni con el agasajo
interesado de un mesnadero de la política de Madrid que
sale por las minorías novicias y vanidosas a caza de
lanzas, ni con las visiones apetecibles del humo gustoso
en que en la dicha de ia librería ve el joven próspero
desvanecerse su fragante tabaco. A la mujer, para que se
resigne, y al hombre, para que piense, se debe hablar de
guerra. La desigualdad tremenda con que es- taba
constituida la sociedad cubana, necesitó de una
convulsión para poner en condiciones de vida común los
elementos deformes y contradictorios que la componían.
Tanta era la desigualdad, que el primer sacudimiento no
bastó para echar a tierra el edificio abominable, y
levantar la casa nueva con las ruinas, El observador
juicioso estudia el conflicto; se reconoce deudor a la
patria de la existencia a que en ella nació; y cuando, por
la ineficacia patente y continua de los recursos cuyo
ensayo no quiso ni debió turbar,
ve comprobada la necesidad de pagar, en cambio de la
vida de- corosa y el trabajo libre, e, 1 tributo de sangre;
cuando con el tri- buto de sangre de una generación, se
salvará la patria del exter- minio lento; cuando con las
virtudes evocadas por la grandeza de ta rebelión pueden
apagarse, y acaso borrarse, los odios y dife- rencias que
amenazan, tal vez para siglos, al país; cuando el sacrificio es indispensable y útil, marcha sereno al
sacrificio, como
366 José Marti OBRAS ESCOGIDAS T. II 367 los héroes del
10 de Octubre, a la luz del incendio de la casa paterna, con
sus hijos de la mano.
iOh, si!, aquellos tiempos eran maravillosos. Ahora les
tiran piedras los pedantes, y los enanos vestidos de papel
se suben sobre los cadáveres de los héroes, para
excomulgar a los que están continuando su obra. iDe un
revés de las sombras irritadas se vendrán abajo, si se les
quieren oponer, los que tienen por única hueste las
huestes de las sombras: los que han intentado dispersarles, en la hora del descanso, las fuerzas de que
necesitaban para triunfar, cuando se levanten, como ya
se están levantando,
sobre la debilidad de los enemigos y el desconcierto de los
pro- pios! Aquellos tiempos eran de veras maravillosos.
Con ramas de árbol paraban, y echaban atrás, el fusil
enemigo; aplicaban a la naturaleza salvaje el ingenio
virgen; creaban en la poesía de la libertad la civilización;
se confundían en la muerte, porque nada menos que la
muerte era necesaria para que se confundie- sen, el amo y
el siervo; el hombre lanudo del Congo y el Benin defendía
con su pecho a los hombres del color de sus tiranos, a los
que habían sido sus tiranos, y moría a sus pies,
enviándoles una mirada de lealtad y de amor: entró la
patria, por la acumu-
lación de la guerra, en aquel estado de invención y
aislamiento en que los pueblos descubren en sí y ejercitan
la originalidad necesaria para juntar en condiciones
reales los elementos vivos que crean la nación; el orden de
la familia, los inventos de la industria, y las mismas
gracias del arte, crecían, espontáneos, con toda la fuerza
de la verdad natural, en la punta del machete; pero “¿
somos nosotros?” se decían aquellos hombres, como si se
desconocieran, y andaban como por un mundo superior,
felicitán- dose de hallarse tan grandes, con el poder de la
tempestad en la mano y la limpieza del cielo en la
conciencia. ¿Y consentiremos
en que tanta grandeza venga a ser inútil, y estériles la
unión milagrosa y precipitación de tiempos, cumplidas en
la guerra, y renovados, con caracteres más dañinos que
nunca, los recelos y desdenes que preparan suerte tan
sombría, si no se curan a tiem- po, a la patria que puede
levantarse, hábil y pura a la vez, con la potencia
unificadora del amor, que es la ley de la política como la
de la naturaleza, sobre las ruinas, porque no son más que
ruinas, que mantiene como con restos de energía la
política
temible en que la flojedad meticulosa y soberbia, compite
en vano con el empuje combinado de la codicia y el odio?
iEn pie está e! templo, con las palmas por columnas y el
cielo de estrellas por techumbre; y los sacerdotes gigantes
que vagan, creciendo al andar, nos mandan que no lo
consintamos! Lo que
nos ordenan aquellos brazos alzados, lo que nos suplican
aquellos ojos vigilantes, lo que se nos impone como
legado ineludible, de aquellos campos en donde a todas
horas, por la virtud de los que cayeron en ellos, esplende,
como aclarando el camino a los que han de venir, una luz
de astros, es que no perpetuemos los odios, ni pongamos
más de los que hay, ni convirtamos al neutral en enemigo,
ni dejemos ir de la mano .a un amigo posible, ni ofendamos más a quienes hemos ofendido ya bastante, ni
esperemos
para intentar la salvación a que no haya ya fuerzas con
que sal- varse; sino que nos empeñemos en juntar, para la
catástrofe ine- vitable, los elementos refrenados o
desunidos por los que no tienen manera de evitar la
catástrofe; que creemos cátedras de despreo- cupar, en
vez de olimpos de entresuelo y de sillas de odio; que
enseñemos al ignorante infeliz, en vez de llevarlo detrás
de nues- kas pasiones y envidias, a modo de rebaño; que
completemos la obra de la revolución con el espíritu
heroico y evangélico con que la iniciaron nuestros padres,
con todos, para el bien de to- dos; que desechemos, como
funesta e indigna de hombres, la libertad ficticia y
alevosa que pudiera venirnos, por arreglos o ventas, del
comerciante extranjero, que con sus manos se conquistó
la liber-
tad, y no podría tratar como a iguales, ni como dignos de
ella, a los que no supiesen conquistarla. iCuándo se ha
levantado una nación con limosneros de derechos? iAquí
estamos para cum- plir lo que nos mandan, de entre los
árboles que nos esperan con
nuevos frutos, los ojos que no se cierran, las voces que no
se oyen, los brazos alzados! No es esta noche propicia,
cuando la mano se nos está yendo sola a la cintura, para
disertar como en academia política sobre las razones,
dobladas y notorias, de no quitar ya de la cintura la
mano: ni hay que refutar, porque de sí misma anda
escondida, la idea pretenciosa que en la isla se propala, la
cual manda tener por crimen o necedad toda opinión de
cubano sobre asuntos de Cuba que no alcance la fortuna
de ajustarse, como el zapato del zapatero al pie del señor,
a la política que, con aplauso y satis- facción profunda de
sí misma, se ha puesto idelante de los que llevan la frente
coronada de heridas! la corona. Todo lo de la patria es
propiedad común, y objeto libre e inalienable de la acción y el pensamiento de todo el que haya nacido en Cuba.
La patria es dicha de todos, y dolor de todos, y cielo para
todos, y no feudo ni capellanía de nadie; y las cosas
públicas en que un grupo o partido de cubanos ponga las
manos con el mismo dere-
cho indiscutible con que nosotros las ponemos, no son
suyas solo, y de privilegiada propiedad, por virtud sutil y
contraria a la na- turaleza, sino tan nuestras como suyas;
por lo que, cuando las manos no están bien puestas, hay
derecho pleno para quitarles de sobre la patria las
manos. No hay que refutar ya, arrogancias semejantes.
Ya se están cayendo las estatuas de polvo: ya se van
apagando de sí propias las escorias brillantes que
quedaron, ves-
tidas como de oro por la luz del gran incendio, despu$ s de
la guerra: ya no hay espacio en las mejillas de los
pediguenos para las bofetadas: ya están cumplidas
nuestras profecías, y vencidos
368 José Marti OBRAS ESCOGIDAS. T. II 369 por su
impotencia y por sus yerros los que osaban tachar de
usur- pacion la tarea nuestra de preparar el país de
acuerdo con sus antecedentes y sus elementos, para la
accion desesperada que se- gún ellos mismos habria de
seguir inevitablemente a la catêstrofe
de su politica. De ningún modo es necesario responder
con ira desde aquí,- porque si son cubanos que yerran,
jamás hemos de olvidar que son cubanos- a los que nos
censuran el amor tenaz a nuestras glorias, que aun
cuando no pasara de amor de contem- plación no seria
censurable, sino vital y fecundo, por más que sea
preferible acompañarlo de una parte activa en la
reedificación de la hermosura cuyo desastre se lamenta:
de ningún modo es necesario disculparnos de aquella
lealtad del corazón que nos man-
da ostentar, por sobre nuestras cabezas, el culto de los
que mu- rieron por nosotros. iDesventurado el hijo de
Cuba que no lo os- tenta; porque en propagar después del
sacrificio el culto de los que supieron inmolarse, hay más
honra que en haber ostentado en el sombrero, durante la
inmolación, la cinta de hule de los sacri- ficadores!
No es esta ocasión de preguntarnos si estará bien
guardado el espíritu de la revolución por los que pelearon
contra e;! a, o vi- vieron ante ella indiferentes, o
disimularon con una calma cons- tante ante el español
sus simpatías infecundas, o la trastornaron, en vez de
servirla, con sus ambiciones. El arrepentimiento es un
modo de entrar en la virtud; aunque no se concibe que los
que llevaban ya barba en aquella hora difícil, pudieran
con honor dejar de ejercer el patriotismo que les abunda
luego en la hora fácil, ni es de uso que los arrepentidos
tengan en la casa de la virtud más derecho que los que
fueron siempre virtuosos. Ni cabe en el concepto alto del
deber patriótico venir a esta tribuna, tan alta que no
pueden llegar a ella celos aldeanos ni competencias infantiles, a hacer oficio de matador de moros muertos, y de
lan- ceadores de nuestra propia carne. Ni al convencido,
que cayó en su convicción, se le ha de desdeñar aunque
milite en campo opuesto, ni halar de la barba que le
encaneció en el servicio de sus ideas: porque hay un
campo en que los hombres se dan las manos, que es el de
la honradez, donde se respeta, y aun se ama por su virtud, a los adversarios constantes y veraces.
Honra y respeto merece el cubano que crea sinceramente
que de España nos puede venir un remedio durable y
esencial,- por- que hay uno, o dos, cubanos que 10 creen:
honra y respeto al que, en la certidumbre de que un
pueblo no ha de disponerse a los horrores de la guerra
por el convite romántico de un héroe frus- trado, dirija su
política lsi hay algún previsor ignorado que la dirija! de
modo que las fuerLas que garantizarían la paz, más
amable que la muerte, caso de que cupiera la paz sana y
libre, diesen de sí en la hora de la última necesidad la
guerra cordial y breve a que la mi. seria, y el recuerdo de
lo que pudo, y la ira
de haber confiado en vano, han de llevar forzosamente,
por el mismo exceso y extremo de la sumisión, a un pueblo
hambriento y desesperanzado que conoce la enredadera
silvestre que calma la sed, y el pedestal de los ríos con que
se enciende el fuego, y la miel generosa de la abeja, que
aplaca el hambre y dispone a pe- lear, y los farallones
inexpugnables de la serrania, donde puede hacer cejar al
sitiador numeroso un riflero bien arrodillado. Al que se
engañe de buena fe, y al que se prepare, sin traición a la
politica de paz insegura, para atender con el menor
desconcierto posible a las consecuencias naturales, en un
pueblo empobrecido
e infeliz, del fracaso de una tentativa de paz tan inútil
como sincera,- honra y respeto. Pero al que finja,
blanqueando el co- razón, aquella creencia en el remedio
imposible que afloja las fuerzas indispensables para el
remedio final; al que prefiere su bien inseguro, impuro, al
servicio franco de la patria, o contribuye con su silencio y
su favor o con la hábil atenuación de sus cen- suras
ostentosas, a prolongar, sin que el remordimiento le
muerda, este descanso, ya temible, que el gobernante
aprovecha, astuto, para quebrar los últimos huesos al
pueblo enviciado, y beberle, con anuencia de los letrados,
la última sangre; al que oculta a sabiendas la verdad, y
promete lo que no cree, con labios pros-
tituidos, y pretende demorar la obra sana de la
indignación, como si la cólera de un pueblo fuera un dócil
criado de mano, hasta que crezca su persona aspirante, o
duerman las armas a buen re- caudo, a estos enemigos de
la república, a esos aliados convictos del gobierno
opresor, lni honra ni respeto! Pero ia qué insistir sobre el
engaño, loable en algunos, y criminal en los más; sobre la
tibieza, que es culpa de carácter en unos, y en otros de
juicio; sobre el interés personal, que ha de ser siempre,
por fortuna entre los cubanos el pecado de los menos,- de
aquel! os que por sus propios errores, o por equivoca-
ción de fe, o por consejo extemporáneo de una pacífica
nobleza, están hoy ante el pais sin crédito ni valimiento,
ni más influjo que el que les ha de dar, por algún tiempo
aun, la certidumbre, patente entre sus parciales, de que la
confesión de derrota que implicaría su abandono de la
politica nominal, precipitaría las soluciones de la política
real,- el desconsuelo, temible en los pue- blos pobres,- la
guerra, a que no están personalmente preparados? Por
eso viven, y nada más que por eso. iHablen con honradez,
y digan si viven por más! Al mal que han hecho es a 10 que
hay que atender, para remediarlo, y no a los que por
error excusable o por dilatada cobardia 10 hicieron.
Los tiempos se han cumplido, y cuanto les predijimos,
acon- tece. El miedo no ha resuelto una situación que sólo
podía resol- ver el valor. El amo insolente ha empleado en
fortificarse los años que el siervo tímido empleaba en
desunir sus huestes y en destruir sus fortalezas. TJna
jefatura de policía es nuestra patria,
370 José .Marti OBRAS ESCOGIDAS. T. II 371 con un
sargento atrevido a la cabeza. Lo único que ha !ogrado cl
partido autonomista de veras, porque es lo único que con
tesón procuró, ha sido el trastorno de los elementos que a
haber estado unidos, como debieran, pudiesen
precipitarlos, como fin natural
de su política, a la guerra a que sólo tienen derecho a
resistirse mientras presenten prueba plena de su
capacidad para evitarla. Ya están frente a frente el amo
preparado, y el siervo sin pre- paración. Jamás podré
olvidar cierta conversación que tuve en mi último
destierro a España con uno de los prohombres en quienes
más esperanzas tuvieron puestas por largo tiempo los
caudillos autonomistas; jamás podré olvidar que luego de
haber analizado los factores de nuestra población, y los
hábitos y agentes políticos de España, y la urgencia de
nuestra necesidad de remedio, y lo que tarda el pueblo
español en mudar de hábitos, y de haber de- ducido, en
vista de todo, los sucesos y estado a que habíamos de
venir, y hemos venido, “iOh, si!” me dijo: “Usted tiene
razón. Es triste, pero es cierto. Podremos aplazar el
resultado; pero el resultado tiene que venir. Allí no
cabemos los dos juntos. 0 us- tedes o nosotros.” Y este es
el problema después de diez años: o ellos, o nosotros. Esto
me lo decía el prohombre español tendido en su cama,
como símbolo de su nación, en pleno mediodía.
Y no es que se nos ocurra negar que en una situación de
paz, aunque aparente, haya debido existir un partido de
paz, que debió ser aparente también, para ser real y
fecundo, y estar en corres- pondencia con la situación que
lo creaba. Ni es que caigamos en el extremo de pedir que
el partido autonomista, basado en la su- ficiencia de la
paz, tenga una mano puesta en el parlamento de Madrid,
y otra en el parlamento silencioso, por más que anden
a cada paso aceptando la posibilidad de que el país, en
fuerza de la desesperación, haya de parar en la guerra. Si
adelantasen con ánimo igual y determinado, y atención
vigilante a la variedad de elementos y delicadeza de los
problemas vivos del país, tra- tando al adversario como
auxiliar en lo que lo es naturalmente, y como hermano o
como amigo al menos al liberto que ha pade- cido tanto de
nosotros, y en nosotros está, y ni por su voluntad ni por la
nuestra puede arrancarse de nosotros; si no se valiesen
para la revolución de su error natural, de las fuerzas
mismas de
la revolución,- que no es más, en la ciencia política
verdadera, que una forma de la evolución, indispensable
a veces, por la desemejanza u oposición de los factores
que se desenvuelven en común, para que el
desenvolvimiento se consuma; si la guerra que como
recurso inevitable, y por razones confusas de patriotismo, interés y hábito de autoridad, podría suceder, con los
más
amenazados y los más impacientes del partido, a la
confesión, ya poco lejana, de su derrota, fuese aquella
guerra de raíz, entera y generosa, que Cuba, criada en
odios y desigualdades, necesi- ta; y si sintiéramos
Palpitar, bajo los actos necesarios y loables de prudencia,
aquel espíritu redentor que llevó’ a la contienda épica a
nuestros mártires, e hizo de ellos. a la vez héroes y apóstoles,- con paciencia, v hasta con júbilo, porque al hombre
hon- rado no le asusta mo& r esperando en la oscuridad
en el servicio de la patria, veríamos adelantar a los que
más ilusorios o menos decididos, tardasen en venir a
nuestras vías, sin echarles en cara el venir lentamente
porque venían fundando.
<Qué culpa no será la de los que, para cuando haya
llegado la hora de la guerra, en vez de haber conducido su
política en previsión de un resultado que son incapaces de
evitar y ellos mis- mos reconocen como posible, tengan al
pais revuelto y enconado, sin que los de allá, por aquel
alejamíento vecino al odio que se les predica para con los
de acá, se hayan puesto al habla; sin la simpatía,
precursora del acuerdo, con los peninsulares liberales,
que ya son muchos más de los que eran, y en esta como en
otras partes pudieran ver la independencia con buenos
ojos; sin el in- terés fraternal de nuestros libertos que, a
no ser tan nobles como son, y hombres de tanto fuego y
libertad como nosotros, pudieran seguir con más
agradecimiento, en su afán legítimo de mejora, al español
aleccionado que se la ofrece que a los coterráneos
incapaces que los desdeñan, por más que todavía palpiten
a miles bajo su pecho oscuro los corazones generosos que
sostuvieron en sus horas de agonía la guerra pasada, y
están hoy, como siempre, con el pie en el estribo, prontos
a partir de nuevo a la conquista de la liber- tad plena de la
patria! No es que no debió existir el partido de la paz, sino
que no existe como debe, ni para lo que debe. Es que jamás
ha cumplido con su misión, por el error de UU nacimiento
híbrido, por falta de grandeza en las miras. Es que no
abarca, en la lucha del país contra sus opresores, todos
los elementos del pais. Es que no ha podido allegarse las
fuerzas
indispensables para el triunfo, ni para el goce pacífico de
él, ni para la vida sana de la patria, aun dentro de la
libertad íncom- pleta, o desdeña el trato veraz con todos
aquellos que se hubie- ran puesto del lado de la libertad
contra España, si hubiese citado a guerra común por la
libertad, como debió citar, a los que por culp? de España
padecen como nosotros de falta de libertad, y la hubieran
defendido, y la defenderán tal vez en el suelo en que nacen
sus hijos y en que viven- al andaluz descontento, al isleño
oprimido, al gallego liberal, al catalán independienteisomos hom- bres, además de cubanos, y peleamos por el
decoro y la felicidad de los hombres! Es que el partido
autonomista, por su debilidad, su estrechez y su
imprevisión, ha hecho mayores los peligros de la patria.
Y está la patria así, buscando con los ojos el estandarte de
las sombras, piafando, sin fe en los que la han aconsejado
mal, sin divisar de lejos la luz que le puede ir de nosotros;
y a sus puertas el sable del sargento atrevido, que
necesita, a fin de salvar
372 losé .Murli su fama, que la guerra surja sin orden ni
preparación, para ven- cerla fácilmente, antes que estalle
la guerra definitiva e inven- cible de la dignidad y la
miseria. iY para eso estamos aquí; para evitar con
nuestra vigilancia, y con la confianza que a nuestra
patria inspiramos, el estallido de la guerra desordenada,
aunque siempre santa: para preparar, con todos, para el
bien de todos, la
guerra definitiva e invencible; para que si estalla la
guerra, por la vehemencia del dolor cubano o la habilidad
del espafíol que la provoca, no nos la ahoguen al nacer, ni
se adueñen de ella los aventureros de espada o de tribuna
que espian esas ocasiones de revuelta para salir, sin más
riesgo que el de la vida, a la con- quista del renombre y
del botín; ni se convierta por nuestra in- capácidad y
desidia en una revolución de clases, para la preponderancia de un cenáculo de amigos, o la liga, hendicha de
guerras futuras, de los políticos débiles y autoritarios con
los déspotas que le salen a la libertad, aquella revolución
de amor y de fue-
go que de su prirner abrazo con el hombre echó por
tierra, rotas para siempre, las barreras inicuas y las
prisiones de los esclavos! Lo que hacemos, el silencio 10
sabe. Pero eso es lo que debe- mos hacer todos juntos, los
de mañana y los de ayer, los conven- cidos de siempre y
los que se vayan convenciendo; los que preparan
y los que rematan, los trabajadores del libro y los
trabajadores del tabaco: ijuntos, pues, de una vez, para
hoy y para el porve- nir, todos los ’ trabajadores. El
tiempo falta. El deber es mucho. El peligro es grande. E- q
hábil el provocador. Son tenaces, y vigilan y dividen, los
ambiciosos. iPues vigilemos nosotros, y anunciemos a la
patria agonizante la buena nueva, que ya tarda mucho,
de que sus hijos que viven libres en el extranjero han
juntado las
manos en unión poderosa, y han decidido salvarla! Un
himno siento en mi alma, tan bello que sólo pudiera ser el
de la muerte, si no fuese el que me anuncia, con
hermosura inefa- ble y deleitosa, que ya vuelven los
tiempos de sacrificio grato y de dolor fecundo en que al
pie de las palmas que renacen, para
dar sombra a los héroes, batallen, luzcan, asombren,
expiren, los que creen, por la verdad del cielo descendida
sobre sus cabe- zas, que en el ser continuo que puebia en
formas varias el uni- verso, y en la serie de existencias y
de edades, asciende antes a la cúspide de la luz, donde el
alma plena se embriaga de dicha, el que da su vida en
beneficio de los hombres. Muramos los unos, y
prepárense, los que no tengan el derecho de morir, a
poner el
arma al brazo de los soldados nuevos de nuestra libertad.
De pie, como en el borde de una tumba, renovemos el
juramento de los héroes. Pronunciado en Hardman Hall,
Nueva York, el 10 de octubre de 1889. 0. C., t. 4, p, 235244.
A GONZALO DE QUESADA New York, octubre 29 / 89 .! 4i
muy querido Gonzalo:
Por lo pequeño de la letra verá Vd. que el alma anda hoy
muy triste, y acaso la causa mayor sea, más que el cielo
oscuro 0 la falta de salud, el pesar de ver cómo por el
interés acceden los hombres a falsear la verdad, y a
comprometer, so capa de defen- derlos, los problemas
más sagrados. De estas náuseas quisiera yo que no
sufriese V. nunca, porque son más crueles que las otras.
Por eso no le he escrito en estos días, porque cuando me
cae ese desaliento estoy como ido de mí, y no puede con la
pluma la mano.
Y porque quería hablarle largo, como a su buen padre le
hablé, sobre cl peligro en que está Vd. de que, con el
pretexto de amis- tad, se le acerquen personas
interesadas que quieran valerse de la posición de
confianza de que goza, cerca de una delegación 1
importante a la que con la astucia se quisiera
deslumbrar, o confun- dir, o convertir, o traer a la
estímación de personas que llevan cl veneno donde no se
les ve. Lo han de querer usar, descarada- mente unos, y
otros sin que Vd. lo sienta. Y yo quiero que todos le tengan
a Vd. y a la persona que confía en Vd., 2 el respeto que le
he tenido yo, que me guardé bien, ni de frente ni de soslayo, de inculcar en V. mis ideas propias sobre estas cosas
deli- cadas del Congreso, y sobre los hombres que de
dentro o de fuera intervienen en él, por más que ni V. ni
yo podamos tener duda de la pureza de mis intenciones,
ni del fervor de mi cariño, y el desinterés de mi vigilancia,
por mi tierra, y por toda nuestra América. Vd. es
discretísimo; pero no me ha de tener a mal que lo ponga
en guardia sobre estas asechanzas sutiles. Si entra en
’ Se refiere al nombramiento de Quesada y Aróstegui
como secretario del doctor Roque !% coz Peña, delegado
de Is República Argentina a la Conferencia Internacional Americana.
374 Jose’ Marti OBRAS ESCOGIDAS T. 11 373 las funciones
de Vd. poner delante al caballero3 a quien acompaña las
opiniones sobre este asunto, póngale por igual las del
Tribune y el Avisador, ’ y las del Post, el Herald y el
Times. ’ Refrene, en cuanto a las personas, el entusiasmo
natural a su gallardo cora- zón; y estudie los móviles
torcidos que a veces se esconden bajo
las más deslumbrantes prendas exteriores. No hable mal
ni bien de quien oiga hablar bien o- mal, hasta saber si
hay causa para el elogio 0 la censura, o si lo que se ha
querido es acreditar o desacreditar a una persona, por el
medio indirecto e involuntario de Vd. No hay encaje más
fino que el que labran los hombres decididos a intrigar, o
necesitados de servir. Es necesario ser hábil y honrado,
contra los que son hábiles, y no honrados.- Esto se
lo digo a Vd, como me lo diría a mí mismo,- porque preveo
que no se ha de dejar sin intentar el propósito de llegar
por medio de Vd. al ánimo de la deiegación, que es de
tanto peso y juicio, y de pueblo tan viril, que de nadie
busca ni necesita consejo, pero pudiera, sobre todo en
cuanto a los hombres, formarse opinión errada y
peligrosa de esta persona o aquella, por verlas- en buen
predicamento con los que tienen merecida su confianza.Vd. hará, para empezar, un buen oficial de caballería,
porque ve de lejos, lo que es igualmente necesario en los
tratos con los enemigos, y con los hombres. ¿Qué más
tengo que decirle, sino que me per-
done, en gracia de que son por su bien, estas vejeces?
Ahora le hablaré de lo que nos toca más de cerca que
nuestras mismas personas: de lo de nuestra tierra. Hay
marea alta en todas estas cosas de anexión, y se ha
llegado a enviar a La Discusión de La Habana, desde
Washington, una correspondencia sobre una visita a
Blaine, 6 en favor de la anexión, en que la dan por prometida por Blaine, y al calce están mis iniciales: iy en
Cuba creen los náufragos, que se asen de todo, que es mía
la carta, a pesar de que es una especie de AntiVindicación, ’ y que yo esto) en tratos con Blaine!, y lo
demás que en Cuba puede suponerse de que los
revolucionarios de los E. Unidos anden en arreglos con el
gobierno norteamericano!: hasta ofertas de agencias he
re- cibido de personas de respeto, como primer resultado
de esta su- perchería. En instantes en que el cansancio
extremo de la Isla 3 EI ya mencionado Sáenz Peria 4 The
Tribune y El Avisador Hispano- Americano, diarios de
Nueva York s The Evening Post, The New York Herald y
The New York Times, diarios de Nueva York.
6 James G. Blaine, secretario de Estado durante el
período presidencial, en los titulo de “Vindicación de
Cuba”. r Se refiere a su carta al director del Evening Post.
Ver en este tomo con el Estados Unidos de Norteamérica,
de Benjamfn Harrison.
empieza a producir el espíritu y unión indispensables
para intentar el único recurso, es coincidencia
infortunada esta del Congreso, de donde nada práctico
puede salir, a nc ser lo que convenga a los intereses
norteamericanos, que no son, por de contado, los
nuestros. Y lo que Vd. me dice, y ha hecho muy bien en
decirme, agrava esta situación, con !a única ventaja de
que el tiempo per- dido en estas esperanzas falsas, lo
emplearemos, los que estamos en lo real, en organizarnos
mejor.
Pero no es por nuestras simpatías por lo que hemos de
juzgar este caso. Es, y hay que verlo como es. Creo, en
redondo, peligroso para nuestra América, 0 por lo menos
inútil, el Congreso Inter- nacional. Y para Cuba, sólo una
ventaja le veo, dadas las rela- ciones amistosas de casi
todas las Repúblicas con España, en lo oficial, y la
reticencia y deseos ocultos o mal reprimidos de este país
sobre nuestra tierra:- la de compeler a los Estados
Unidos, si se dejan compeler, por una proposición
moderada y hábil, a re-
conocer que “Cuba debe ser independiente”. Por mi propia
incli- nación, y por el recelo- a mi juicio justificado- con
que veo el Congreso, y todo cuanto tienda a acercar o a
identificar en lo político a este país y los nuestros, nunca
hubiera pensado yo en sentar el precedente de poner a
debate nuestra fortuna, en un cuerpo donde, por su
influjo de pueblo mayor, y por el aire del país, han de
tener los Estados Unidos parte principal. Pero la
predilección personal, que puede venir de las pasiones,
debe ceder el paso, en lo que no sea cosa de honor, a la
predilección general: y pronto entendí que era inevitable
que el asunto de Cuba se presentase ante el Congreso, de
un modo o de otro, y en lo que había que pensar era en
presentarlo del modo más útil. Para mí no lo es ninguno
que no le garantice a Cuba su absoluta indepen- dencia.
Para que la Isla sea norteamericana no necesitamos
hacer ningún esfuerzo, porque, si no aprovechamos el
poco tiempo que nos queda para impedir que lo sea, por
su propia descomposición vendrá a serlo. Eso espera este
país, y a eso debemos oponernos nosotros. Lo que del
Congreso se habría de obtener era, pues, una
recomendación que llevase aparejado el reconocimiento
de nuestro derecho a la independencia y de nuestra
capacidad para ella, de parte del gobierno
norteamericano,- que, en toda probabilidad, ni esto
querrá hacer, ni decir cosa que en lo menor ponga en
duda para lo futuro, 0 comprometa por respetos expresos
anteriores, su título al dominio de la Isla.
De los pueblos de Hispano- América, ya lo sabemos todo:
allí están nuestras cajas y nuestra libertad. De quien
necesitamos sa- ber es de los Estados Unidos, que está a
nuestra puerta como un enigma, por lo menos, Y un
pueblo en la angustia del nuestro necesita despejar el
enigma;- arrancar de quien pudiera desco-
nocerlos, la promesa de respetar los derechos que
supiésemos ad- quirir con nuestro empuje,- saber cuál es
la posición de este veci-
376 losé Marti OBRAS ESCOGIDAS. T. 11 377 no codicioso,
que confesamente nos desea, antes de lanzarnos a una
guerra que parece inevitable, y oudiera ser inútil, por la
de- terminación callada del vecino de oponerse a ella otra
vez, como medio de dejar la Isla en estado de traerla más
tarde a sus ma- nos, ya que sin un crimen político, a que
sólo con la intriga se atrevería, no podría echarse sobre
ella cuando viviera ya orde- nada y libre. Eso tenía
pensado, contando con que en el Congreso
no nos han de faltar amigos que nos ayudasen a aclarar
nuestro problema, por simpatía o por piedad. Y como
pensaba componer la exposición de manera que en ella
cupiesen todas las opiniones, en José Ignacio* pensé,
como pensé en Ponce, ’ y en cuantos, con diferencia de
métodos, quieren de veras a su país, para que acu- diesen
al Congreso con sus firmas, en una solicitud que el Congreso no podía dejar de recibir, y a la que los Estados
Unidos, por la moderación y habilidad de la súplica, no
habría hallado acaso manera decorosa de negar una
respuesta definitiva:- y así, con este poder, batallar con
más autoridad y a campos claros. Del Congreso, pues, me
prometía yo sacar este resultado:- la imposibilidad de
que, en una nueva guerra de Cuba, volviesen a ser los
Estados Unidos, por su propio interés, los aliados de España. Nada, en realidad, espero, porque, en cuestión
abierta como esta, que tiene la anexión de la Isla como
uno de sus términos,
no es probable que los Estados Unidos den voto que en
algún modo contraríe el término que más les favorece.
Pero eso es lo posible, y el deber político de este instante,
en la situación re- vuelta, desesperada, y casi de guerra,
de la Isla.- Ya eso estaba yo decidido a hacer. Y aún no sé
si será mi deber hacerlo, acom- pañado, o solo. En esto me
llega su carta de Vd. De los móviles de José Igna- cio
Rodríguez no hay que hablar. Ama a su patria con tanto
fer- vor como el que más, y la sirve según su entender, que
en todo es singularmente claro, pero en estas cosas de
Cuba y el Norte va guiado de la fe, para mí imposible, en
que la nación que por gwgrafía, estrategia, hacienda y
política- necesita de nosotros, nos saque con sus manos de
las del gobierno español, y luego nos dé, para
conservarla, una libertad que no supimos adquirir, y que
podemos usar en daño de quien nos la ha dado. Esta fe es
gene- rosa; pero como racional, no la puedo combatir. Lo
que en todo el documento, tal como V. me lo pinta, se
demuestra, no es tanto la razón de que Cuba sea
independiente, sino la necesidad que la nación de más
intereses y aspiraciones en América tiene de poseer la
Isla, por el mal que le puede venir de que otro la posea.
Aparte de lo histórico,- en cuanto al espantapájaros que
mató de una 8 Jo& Ignacio Rodríguez, secretario de la
Comisión de Derecho Internacional y de ia Extradición en
la Conferencia Internacional Americana. 9
Probablemente Néstor Ponce de León.
vez Juárez, T3 a la invasión de un poder europeo en
América: ino está Europa en las Antillas! <Francia?
iInglaterra?: ipudieron, por tener la Isla, reconquistar la
América los españoles, ni cuando Barradas,” ni cuando
Méndez Núñez? n De esas alegaciones to- marán los
Estados Unidos refuerzo para sus propósitos, confesos o
tácitos. La indemnización cquién la había de garantizar,
sino la única nación americana que puede hacerla
efectiva? Y una vez en Cuba los Estados Unidos equién los
saca de ella? Ni (por qué ha de quedar Cuba en América,
como según este precedente que- daría, a manera,- no del
pueblo que es, propio y capaz,-- sino como una
nacionalidad artificial, creada por razones estratégicas?
Base más segura quiero para mi pueblo. Ese plan, en sus
resul- tados, sería un modo indirecto de anexión. Y su
simple presenta- ción lo es. Lo anima en Rodríguez,- el
deseo puro de obtener la libertad de su tierra por la paz.
Pero no se obtendrá; o se obtendrá para beneficio ajeno.
El sacrificio oportuno es preferible
a la aniquilación definitiva. Es posible la paz de Cuba
indepen- diente con los Estados Unidos, y la existencia de
Cuba independien- te, sin la pérdida, o una
transformación que es como la pérdida, de nuestra
nacionalidad. Sírvanos el Congreso, en lo poco que
puede, pero sea para el bien de Cuba, y para poner en
claro su problema, no para perturbarla, por lo pronto,
con esperanzas que han de salir una vez más fallidas, o si
no salen, no han de ser para su beneficio. Y ahora, los
hombres. Dos cosas pueden ser, y sólo la parte de
Rodríguez me impide creer que sea una de ellas. 0 ios
capi- talistas y políticos de la costa, con ayuda y simpatía
de quienes siempre ayudan estas cosas en Washington,
han ido penetrando sutilmente hasta hallar en Rodríguez
un auxiliar desinteresado y valioso, y este plan viene a ser
la aparición de un propósito fijo de hombres del Norte,
que es lo que me inclino a creer;--- 0 por comunidad de las
ideas limpias de Rodríguez, la pasión cons- tante del
revolucionario González;” y el interés confeso y probado
de Moreno, 14 se ha venido a producir un modo de pensar,
que como todo lo que lleva esperanza a los infelices, y
libertad cómoda a los débiles, tendrá muchos adeptos;
aquí y en Cuba, pero en el que no quisiera yo ver persona
como Rodríguez junto a un hombre del descrédito de
Moreno, y de la poca autoridad de Luna.” No lo Benito
Juárez. ‘1 Isidro Barradas. n Casto Méndez Núñez. l3
Ambrosio José González. l4 Manuel Moreno. ls Juan
Bellido de Luna.
378 Jose .Marri se hablar mal de los hombres. Pero
Moreno no es de buena com- pañía, aparte de lo ridículo
de su persona, que sólo por la idea simpática que le
llevaba, y por el respeto de su puesto de repre- sentante,
pudo parecer bien, como Vd. me dice, al entusiasta Gonzilez. De González, nada sé, sino lo que se puede saber de
la expedición de López,‘* que Vd. recordando o
preguntando, lo sa- brá. Y por unas líneas suyas que leí
en días pasados, sé que es de los que aman con pasión a
este país, y no verían con menos
que jubilo la anexión del nuestro. gY si no es anexionista
el plan de que me habla, qué hacen en él Moreno y Luna,
anexionistas confesos? Eso es lo que pienso, Gonzalo.‘ Va
al vuelo de la pluma, como quisiera yo ir, y escribir con
mi sangre, para que se me viera la verdad. cPero a qué he
de ír, caso de que pudiera yo, que por mi tierra todo lo
abandono, salir de este banco de la esclavitud? Sí fuera
titil, yo iría: pero iquién, por oírme, va a cejar en sus
pasiones de años, ni a creer que lo que habla en mí no es
una pa- sión opuesta a la suya? Otros me llaman de
Washington, y por respetos no voy. Mis ideas no las callo,
aunque Vd. sólo hará uso de ellas donde puedan
contribuir a la concordia. Si estas cosas se
transformasen, o llegasen a estado que requiriese acción,
o pu-
diera mi presencia allí servir de veras ;no daría este corto
viaje por su patria, el que se muere de ella? No eche al
cesto estos renglones, para volver a leerlos juntos. Me
pidió dos, y vea. Eso le dirá como le estima su amigo
J. MARTI 0. C., t. 1, p. 247- 252. Cotejada con el
manuscrito original
l6 General Narciso López. CONGRESO INTERNACIONAL
DE WASHINGTON
Su historia, sus elementos y sus tendencias 1 Nueva York,
2 de noviembre de 1889 Serior Director de La Nación:
“Los panamericanos”, dice un diario, “El Sueño de Clay”
dice otro. Otro: “La justa influencia.” Otro: “Todavía no.”
Otro: “Va- pores a Sudamérica.” Otro: “El destino
manifiesto.” Otro: “Ya es nuestro el golfo.” Y otros: “iEse
congreso!“, “Los cazadores de
subvenciones”, “Hechos contra candidaturas”, “El
Congreso de Blai- ne”, “El paseo de los panes”, “El mito de
Blaine”. Termina ya el paseo de los delegados, y están al
abrirse las sesiones del con-
greso internacional. Jamás hubo en América, de la
independencia acá, asunto que requiera más sensatez, ni
obligue a más vigilan- cia, ni pida examen más claro y
minucioso, que el convite que los Estados Unidos
potentes, repletos de productos invendibles, y
determinados a extender sus dominios en América, hacen
a las naciones americanas de menos poder, ligadas por el
comercio libre y útil con 40s pueblos europeos, para
ajustar una liga contra Euro- pa, y cerrar tratos con el
resto del mundo, De la tiranía de España supo salvarse la
América española; y ahora, después de ver con ojos
.judíciales los antecedentes, causas y factores del convite,
urge decir, porque es la verdad,, que ha llegado para la
América espa- ñola ,la hora de declarar su segunda
independencia.
En cosas de tanto interés, la alarma falsa fuera tan
culpable como el disimulo. Ni se ha de exagerar lo que se
ve, ni de tor- cerlo, ni de callarlo; Los peligros no se. han
de ver cuando se les tiene encima, sino. cuando se los
puede evitar. Lo primero en política, es aclarar y prever.
Sólo una respuesta unánime y viril, para la que todavía
hay tiempo sin riesgo, puede libertar de una vez a los pueblos españoles de América de la inquietud y perturbación,
fatales en su hora de desarrollo, en que les tendría sin
cesar, con la com-
plicidad posible de las repúblicas venales o débiles, la
política se- cular y confesa de predominio de un vecino
pujante y ambicioso, que no los ha querido fomentar
jamás, ni se ha dirigido a elfos sino para impedir su
edensión, como en Panamá, o apoderarse de su
380 José Marti OBRAS ESCOGIDAS. T. Il 381 territorio,
como en México, Nicaragua, Santo Domingo, Haití y
Cuba, o para cortar por la intimidación sus tratos con el
resto del univer- so, como en Colombia, o para obligarlos
como ahora, a comprar lo que no puede vender, y
confederarse para su dominio.
De raíz hay que ver a los pueblos, que llevan sus raíces
donde no se las ve, para no tener a maravil! a estas
mudanzas en apa- riencia súbitas, y esta cohabitación de
las virtudes eminentes y las dotes rapaces. No fue nunca
la de Norteamérica, ni aun en los descuidos generosos de
la juventud, aquella libertad humana y comunicativa que
echa a los pueblos, por sobre montes de nieve, a redimir
un pueblo hermano, o los induce a morir en haces, sonriendo bajo la cuchilla, hasta que la especie se puede
guiar por los caminos de la redención con la luz de la
hecatombe. Del ho-
landés mercader, del alemán egoísta, y del inglés
dominador se amasó con la levadura del ayuntamiento
señorial, el pueblo que no vio crimen en dejar a una masa
de hombres, so protexto de la ignorancia en que la
mantenían, bajo la esclavitud de los que se resistían a ser
esclavos. No se le había secado la espuma al caballo
francés de York- town cuando con excusas de neutralidad
continental se negaba a ayudar contra sus opresores a los
que acudieron a libertarlo de elfos, el pueblo que después,
en el siglo más equitativo de la historia, había de disputar
a sus auxiliares de ayer, con la razón de su predominio
geográfico, el derecho de amparar en el conti-
nente de la libertad, una obra neutral de beneficio
humano. Sin tenderles los brazos, sino cuando ya no
necesitaban de ellos, vio a sus puertas la guerra
conmovedora de una raza épica que com- batía, cuando
estaba aún viva la mano que los escribió, por los
principios de albedrío y decoro que el norte levantó de
pabellón contra el inglés: y cuando el sud, libre por sí, lo
convidó a la mesa de la amistad, no le puso los reparos
que le hubiera podido poner, sino que con los labios que
acaban de proclamar que en América no debía tener
siervos ningún monarca de Europa, exigió que los
ejércitos del Sur abandonasen su proyecto de ir a redimir
las islas americanas del golfo, de la servidumbre de una
monar- quía europea. Acababan de unirse, con no menor
dificultad que las colonias híbridas del Sur, los trece
Estados del Norte y ya prohibían
que se fortaleciese, como se hubiera fortalecido y puede
fortalecer- se aún, la unión necesaria de los pueblos
meridionales, la unión posible de objeto y espíritu, con la
independencia de las islas que la naturaleza les ha puesto
de pórtico y guarda. Y cuando de la verdad de la vida,
surgió, con el candor de las selvas y la sagacidad y fuerza
de las criaturas que por tener más territorio para
esclavos, se entraron de guerra por un pueblo vecino, y le
sajaron de la carne viva una comarca codiciada,
aprovechándose del trastorno en que tenía al país amigo
la lucha empeñada por una cohorte de evangelistas para
hacer imperar sobre los restos
envenenados de la colonia europea, los dogmas de
libertad de los vecinos que los atacaban. Y cuando de la
verdad de la pobreza, con el candor del bosque y la
sagacidad y poder de las criaturas que lo habitan, surgió,
en la hora del reajuste nacional, el guía bueno y triste, el
leñador Lincoln, pudo oir sin ira que un dema- gogo le
aconsejara comprar, para vertedero de los negros
armados
que le ayudaron a asegurar la unión, el pueblo de niños
fervientes y de entusiastas vírgenes que, en su pasión por
la !ibertad, había de ostentar poco después, sin miedo a
los tenientes madrileños, el luto de Lincoln; pudo oír, y
proveer de salvoconducto al mediador que iba a
proponerle al Sur torcer sus armas sobre México, donde
estaba el frances amenazante, y volver con crédito
insigne a la República, con el botín de toda la tierra,
desde el Bravo hasta el itsmo. Desde la cuna soñó en estos
dominios el pueblo del Norte, con el “nada sería más
conveniente” de Jefferson; con “los trece gobiernos
destinados” de Adams; con “la visión profética” de Clay;
con “la gran luz del Norte” de Webster; con “el fin es
cierto, y el comercio tributario” de Summer; con el verso
de Sewall, que va de boca en boca, “vuestro es el
continente entero y sin limites”; con “la unificación
continental” de Everett; con la “unión comercial” de
Douglas; con “el resultado inevitable” de Ingalls, “hasta
el istmo y el polo”; con la “necesidad de extirpar en Cuba”,
de Blaine, “el foco de la fiebre amarilla”; y cuando un
pueblo rapaz de raíz, criado en la esperanza y
certidumbre de la posesión
del continente, llega a serlo, con la espuela de los celos de
Europa y de su ambición de pueblo universal, como fa
garantía indispen- sable de su poder futuro, y el mercado
obligatorio y único de la producción falsa que cree
necesario mantener, y aumentar para que no decaigan su
influjo y su fausto, urge ponerle cuantos fre- nos se
puedan fraguar, con el pudor de las ideas, el aumento rápido y hábil de ios intereses opuestos, el ajuste franco y
pronto de cuantos tengan la misma razón de temer, y la
declaración de la verdad. La simpatía por los pueblos
libres dura hasta que ha- cen traición a la libertad; o
ponen en riesgo la de nuestra patria.
Pero si con esas conclusiones a que se llega, a pesar de
hechos individuales y episodios felices, luego de estudiar
la relación de las dos nacionalidades de América en su
historia y elementos pre- sentes, y en el carácter
constante y renovado de los Estados Uni- dos, no se ha de
afirmar por eso que no hay en ellos sobre estas cosas más
opinión que la agresiva y temible, ni el caso concreto del
congreso, en que entran agentes contradictorios, se ha de
ver como encarnación y prueba de ella, sino como
resultado de la acción conjunta de factores domésticos
afines, personales y públi- cos, en que han de influir
resistiendo o sometiéndose los elemen- tos
hispanoamericanos de nacionalidad e interés; los
privilegios locales y la opinión de la prensa, que según su
bando o necesidad es atrevida en el deseo, o felina y
cauta, o abyecta e incondicional,
382 losé Martí OBRAS ESCOGIDAS T II 383 o censoria y
burlona. No hubo cuando el discurso inaugurar de Blaine
quien dijese por el decoro con que conviene enseñarse al
extranjero, que fue el discurso como un pisto imperial,
hecho de retazos de arengas, del marqués de Landowne, y
de Henry Clay; pero, vencida esta tregua de cortesía,
mostró la prensa su variedad saludable, y en ella se
descubre que la resistencia que el pudor
y el interés imponen, frente a la tentativa extemporánea y
vio- lenta de fusión, tiene como aliados naturales los
privilegios de la industria local que la fusión lastimará, y
los diarios de más con- cepto, y pensamiento del país. Así
que yerra quien habla en re-
dondo, al tratar del congreso, de estas o aquellas ideas, de
los Estados Unidos, donde impera, sin duda, la idea
continental y particularmente entre los que disponen hoy
del mando, pero no sin la flagelación continua de los que
ven en el congreso, desde su asiento de los bastidores, el
empuje marcado de las compañías que solicitan
subvención para sus buques, o el instrumento de que se
vale un político hábil y conocedor de sus huestes, para
triunfar sobre sus rivales por el agasajo doble a las
industrias ricas, ofre- ciéndoles, sin el trabajo lento de la
preparación comercial, los mercados que apetecen, y a la
preocupación nacional, que ve en Inglaterra su enemigo
nato, y se regocija con lo mismo que com- place a la masa
irlandesa, potente en las urnas. Hay que ve, r, pues, cómo
nació el congreso, en qué manos ha caído, cuáles son sus
relaciones ocasionales de actualidad con las condiciones
del país, y qué puede venir a ser en virtud de ellas, y de los
que influyen en el congreso y lo administran.
Nació en días culpables, cuando la poiítica del secretario
Blaine en Chile y el Perú salía tachada del banco del reo
donde la sentó Belmont, por la prueba patente de haber
hecho de baratero para con Chile en las cosas del Perú,
cuya gestión libre impedía con ofrecimiento que el juicio y
el honor mandaban rechazar, como
que en forma eran la dependencia del extraño, más
temible siem- pre que la querella con los propios, y por
base tuvo el interés privado de los negocios de Landreau a
que servía de agente con- feso el ministro de los Estados
Unidos, que de raíz deslucieron, por manos del
republicano Frelinghuysen, lo que “sin derecho ni
prudencia” había mandado hacer, encontrándose de
voceador en la casa ajena, el republicano Blaine, quien
perturbaba y debilitaba a los vencidos; con promesas que
no les había de cumplir, o traían el veneno del interés, y a
los vencedores les daba derecho a desconocer una
intervención que no tenía las defensas de la suya, y a la
tacha de mercenaria unía la de invasora de los dere- chos
americanos. Los políticos puros viven de la fama continua
de su virtud y utilidad, que los excusa de escarceos
deslumbrantes 0 atrevimientos innecesarios, pero los que
no tienen ante el país esta autoridad y mérito recurren,
para su preponderancia y brillo, a complicidades ocultas,
con 10s pudientes, y a novedades osadas
y halagadoras. A esos cortejos del vulgo hay que vigrlar,
porque por lo que les ve hacer se adivina lo que desea el
vulgo. Las in- dustrias estaban ya protegidas en los
apuros de la plétora, y pe- dían politica que les ayudase a
vender y barcos donde llevar sus mercancías a costa de la
nación. Las compañias de vapores, que a condición de
reembolso anticipan a los partidos en las horas de
aprieto, sumas recias, exigian, seguras de su presa, las
sub- venciones en lo privado otorgadas. El canal de
Panamá, daba ocasión para que los que no habían sido
capaces de abrirlo qui- siesen impedir que “la caduca
Europa” lo abriese, o remedar la política de “la caduca
Europa” en Suez, y esperar a que otros 10 rematasen para
rodearlo. Los del guano de Landreau vieron que era
posible convertir en su agencia particular la Secretaría de
Es- tado de la nación. Se unieron el interés privado y
político de un candidato sagaz, la necesidad exigente de
los proveedores del partido, la tradición de dominio
continental perpetuada en la re-
pública, y el caso de ponerla a prueba en un país revuelto
y débil. Surgió de la secretaría de Blaine el proyecto del
congreso americano, con el crédito de la leyenda, el
estímulo oculto de los intereses y la magia que a los ojos
del vulgo tienen siempre la novedad y la osadía,
Y eran tan claras sus únicas razones que el país, que
hubiera debido agradecerlo, lo tachó de atentatorio e
innecesario. Por la herida de Guiteau salió Blaine de la
secretaría. Su mismo partido, luego de repudiarle la
intervención en el Perú, nombró, no sin que pasasen tres
años, una comisión de paz que fuera para la América, sin
muchos aires políticos, a estudiar las causas de que fuera
tan desigual el comercio, y tan poco animada la amistad
entre las dos nacionalidades del continente. Hablaron del
con- greso en el camino, y lo recomendaron a la casa y al
senado a su vuelta.
Las causas de la poca amistad eran, según la comisión, la
ignorancia y soberbia de los industriales del Norte, que
no estu- diaban ni complacían a los mercados del Sur; la
poca confianza que les mostraban en los créditos en que
es Europa pródiga; la falsificación europea de las marcas
de los Estados Unidos; la falta de bancos y de tipos
comunes de pesas y medidas; los “derechos enormes” de
importación que “podrian removerse con concesiones
recíprocas”; las muchas multas y trabas de aduana, y
“sobre todo, la falta de comunicación por vapores”. Estas
causas, y ninguna otra más. Estaba en el gobierno, a ia
vuelta de la comisión, el partido demócrata, que apenas
podía mantene. r contra la mayoria de sus parciales,
gracias a la bravura de su jefe, la tendencia a favorecer al
comercio por el medio na- tural de la rebaja del costo de
la producción; y es de creer, por cuanto los de esta fe
dijeron entonces y hoy escriben, que no hubiera
arrancado de los demócratas este plan del congreso, nun-
384 José Martí ca muy grato a sus ojos, por tener ellos en
la mente, con la re- ducción nacional del costo de la vida y
de la manufactura, el modo franco y legítimo de estrechar
la amistad con los pueblos libres
de América. Pero no puede oponerse impunemente un
partido po- lítico a los proyectos que tienden, en todo lo
que se ve, a robuste- cer el influjo y el tráfico del país; ni
hubiera valido a los demó- cratas poner en claro los
intereses censurables que originaron el proyecto, porque
en sus mismas filas, ya muy trabajadas por la división de
opiniones económicas, encontraban apoyo decisivo los
industriales necesitados de consumidores, y las
compañías de bu- ques, que pagan con largueza en uno u
otro partido, a quienes las ayudan. La autoridad
creciente de Cleveland, caudillo de las
reformas, apretaba la unión de los proteccionistas de
ambos par- tidos, y preparaba la liga formidable de
intereses que derrotó en un esfuerzo postrero su
candidatura. La angustia de los industria- les había
crecido tanto desde 1881, cuando se tachó la idea del
congreso de osadía censurable, que en 1888, cuando
aprobaron la convocatoria las dos casas, fue recibida por
la mucha necesidad de vender, más natural y provechosa
que antes. Y de este modo
vino a parecer unánime, y como acordado por los dos
bandos del país, el proyecto nacido de la conjunción de los
intereses protec- cionistas con la necesidad política de un
candidato astuto. Cabe preguntarse sí, despejados estos
dos elementos del interés político del candidato, y el
pecuniario de las empresas que lo mantienen, hubiera
surgido la idea de un nuevo interés, y por sucesos favorables a la ampliación del plan, a un extremo político en
que culminan, con la vehemencia de una candidatura
desesperada, las leyendas de expansión y predominio a
que han comenzado a dar cuerpo y fuerza de plan
polftíco, la guerra civil de un pueblo ru- dimentario, y los
celos de repúblicas que debieran saber rescatarlos de
quien muestra la intención y la capacidad de
aprovecharse de ellos.
Los caudales proteccionistas echaron a Cleveland de la
Presi- dencia. Los magnates republicanos tienen parte
confesa en las industrias amparadas por la protección.
Los de la lana contribu- yergn a las elecciones con sumas
cuantiosas, porque los republi- canos se obligaban a no
rebajar los derechos de la lana. Los del plomo
contribuyeron para que los republicanos cerrasen la frontera al plomo de México. Y los del azúcar. Y los del cobre.
Y los
de los cueros, que hicieron ofrecer la creación de un
derecho de entrada. El congreso estaba lejos. Se prometía
a los manufactu- reros el mercado de las Américas: se
hablaba, como con antifaz, de derechos misteriosos y de
“resultados inevitables”: a los cria- dores y extractores se
les prometió tener cerrado a los productos de afuera el
mercado doméstico: no se decía que la compra de las
manufacturas por los pueblos españoles habría de
recompen- sarse comprándoles sus productos primos, o se
decía que habría
OBRAS ESCOGIDAS T. II 385 oiro modo de hacérselos
comprar, “el resultado inevitable”, “el sueño de Clay”, “el
destino manifiesto”: el verso de Sewall, corria de diario
en diario, como lema del, canal de Nicaragua: ‘$ 0 por
Panamá, o por Nicaragua, o por los dos, porque los dos
serán
nuestros”: “ya es nuestra la península de San Nicolás, en
Haití, que es !a llave del golfo”, triunfó con la fuerza
oculta de la leyen- da, redoblada con la necesidad
inmediata del poder, el partido que venia uniendo en sus
promesas fa una a la otra. Y al realizarse el congreso, y
chocar los intereses de los ma- nufactureros con los de los
criadores y extractores, se ve de realce la imposíbilidad
de asegurar la venta al fabricante proteccionista sin
Cerrar en cambio el mercado de la nación, por la entrada
libre de los frutos primos a los extractores y criadores
proteccionistas; y la necesidad de salir del dilema de
perder el poder en las elec- ciones próximas por falta de
su apoyo, o conservar su apoyo por el prestigio de
convenios artificiales, obtenidos a fuerza de poder, viene
a juntarse, reuniendo el interés general del partido, al
cons- tante y creciente del candidato que busca programa
a la ocasión de influjo excepcional que ofrece al pueblo
que lo espera y pre- para desde sus albores, el período de
mudanza en que, por deses- peración de su esclavitud
unos, y por el empuje de la vida los otros, entran los
pueblos más débiles e infelices de América, que son, fuera
de México, tierra de fuerza original, los pueblos más
cercanos a los Estados Unidos. Así el que comenzó por ser
ardid prematuro de un aspirante diestro, viene a ser, por
la conjunción de los cambios, y aspiraciones a la vida de
los pueblos del gol- fo, de la necesidad urgente de los
proteccionistas, y del interés de un candidato ágil que
pone a su servicio la leyenda, el plantea-
miento desembozado de la era del predominio de los
Estados Uni- dos sobre los puebios de la América. Y es
lícito afirmar esto, a pesar de la aparente mansedumbre
de la convocatoria, porque a esta, que versa sobre las
relaciones de !os Estados Unidos con los demás pueblos
americanos, no se la puede ver como desligada de las
relaciones, y tentativas y aten- tados confesos, de los
Estados Unidos en la América, en los ins- tantes mismos
de la reunión de sus pueblos sino que por !o que
son estas relaciones presentes se ha de entender cómo
serán, y para qué, las venideras; y luego de inducir la
naturaleza y objeto de las amistades proyectadas, habrá
de estudiarse a cuál de las dos Américas convienen, y si
son absolutamente necesarias para SU paz y vida común,
o si estarán mejor como amigas naturales sobre bases
libres, que como coro sujeto a un pueble de intereses
distintos, composición híbrida y problemas pavorosos,
resuelto a entrar, antes de tener arreglada su casa, en
desafío arrogante, Y acaso pueril, con ei mundo. Y cuando
se determine si los pueblos
OBRAS ESCOGIDAS. T. II 387 que han sabido fundarse
por sí, y mejor mientras más lejos, deben abdicar SLI
soberania en favor del que con rn5s obligación de ayudarles no les ayudó jamás, o si conviene poner clara, y
donde el universo la vea, la determinación de vivir en la
salud de la verdad,
sin alianzas innecesarias con un pueblo agresivo de otra
compo- sición y iin, antes de que la demanda de alianza
forzosa se encone y haga caso de vanidad y punto de
honra nacional,- lo que habrá de estudiarse serin !os
elementos del congreso, en si y en 10 que de afuera iníluye
él, para augurar si son más las probabili- dades de que se
reconozcan, siquiera sea para recomendación, los títulos
de patrocinio y prominencia en el continente, de un
pueblo que comienza a mirar como privilegio suyo la
libertad, que es aspiración universal y perenne del
hombre, y a invocarla para privar a los pueblos de ella,--o, de que en esta primera tentativa de dominio, declarada
en el exceso impropio de sus pretensiones,
y en los trabajos coetáneos de expansión territorial e
influencia desmedida, sean más, si no todos, como
debieran ser los pueblos que, con la entereza de la razón y
la seguridad en que están aún, den noticia decisiva de su
renuncia a tomar señor, que los- que por un miedo a que
sólo habrá causa cuando hayan empezado a ceder y
reconocido la supremacía, se postren, en vez de
esquivarlo con habilidad, al paso del Juggernaut
desdeñoso, que adelanta en triunfo entre turiferarios
alquilones de la tierra invasora aplas- tando cabezas de
siervos. El Sun de Nueva York, lo dijo ayer: “El que no
quiera que lo aplaste el Juggernaut, súbase *en su carro.”
Mejor será cerrarle al carro el camino. Para eso es el
genio: para vencer la fuerza con la habilidad. Al carro se
subieron los tejanos, y con el incendio a la espalda, como
zorros rabiosos, o con !os muertos de la casa a la grupa,
tuvieron que salir, descalzos y hambrientos, de su tierra
de Texas.
II Y, a ver las cosas en la superficie, no habria causa para
estas precauciones, porque de las ocho proposiciones de
la convocato- ria, ia primera y Ultima manda tratar de
todo lo que en general sea para el bien de los pueblos de
América, que es cosa que cada pueblo nuestro ha buscado
por si, en cuanto se quitb el polvo de las ruinas en que
vino al mundo; y de las seis restantes, una es para criar
vapores, que no han necesitado en nuestra América de
empolladura de congresos, porque Venezuela dio sueldo a
los
cascos de los Estados Unidos en cuanto tuvo qué mandar,
y cómo pagar; y Centroamérica, con estar en pañales, lo
misrno; y México ha puesto sobre sus pies con sus pesos
mestizos a dos compañias rubias de vapores, cuando no
pensaba en SLI prole necesitada la superioridad rubia; y
es patente que no hay por qué hacer con guia de otros
aquello de que se le ha dado al guia lección ade-
lantada. Otra proposición es recomendable; porque entre
pueblos llanos y amigos no debe haber fórmulas nimias ni
diversas, y conviene a todos que sean una la de los
documentos mercan- tiles, 4’ las de despachos de aduana,
así como lo de la propuesta que sigue, sobre uniformidad
de pesas y medidas, y leyes sobre marcas y privilegios, y
sobre extradición de criminales.
Ni la idea de la moneda común es de temer, porque cuanto
ayude al trato de los pueblos es un favor para su paz, y
una causa menos de encono y recelo, y si se puede
acordar, con un sistema de descuentos fijos o con el
reconocimiento de un valor convencional, el valor
relativo y constante de la plata de diversos cuños, no hay
por qué estorbar el comercio sano y apetecible con la
fluctuación de la moneda, ni de negar en un tanto al peso
de menos plata, el crédito que entre pueblos amigos se
concede al
peso nominal de papel. Ni sería menos que excelente la
proposi- ción del arbitraje, caso de que no fuera con la
reserva mental del Herald de Nueva York, que no es
diario que habla sin saber, y dice que todavía no es hora
de pensar en el protectorado sobre la América; sino que
eso se ha de dejar para cuando estén las cosas bien
fortificadas; y sea tanta la marina que vuelva vence- dora
de una guerra europea, y entonces, con el crédito del
triunfo, será la ocasión de intentar “lo que ha de ser, pero
que por falta de fuerzas no se ha de intentar ahora”.
Excelente cosa seria el arbitraje, si en estos mismos meses
hubiesen dado pruebas de quererlo realmente los Estados
Unidos en su vecindad, proponién- dolo a los dos bandos
de Haití, en vez de proveer de armas al bando que le ha
ofrecido cederle la península de San Nicolás, para echar
del país al gobierno legítimo, que no se la quiso ceder. El
arbitraje sería cosa excelente, si no hubieran de estar
sometidas las cuestiones principales de América, que han
de ser dentro de poco, si a tiempo no se ordenan, las de las
relaciones con el pue- blo de Estados Unidos, de intereses
distintos en el universo, y con- trarios en el continente, a
los de los pueblos americanos, a un tribunal en que, por
aquellas maravillas que dieron en México el
triunfo a Cortés, y en Guatemala a Alvarado, no fuera de
temer, y aun de asegurar que, con el poder de la bolsa, o
el del deslum- bramiento, tuviera el león más votos que
los que pudieran oponer al coro de ovejas, el potro
valeroso o el gamo infeliz. Cosa exce- lente sería el
arbitraje, si fuera de esperar que en la plenitud de su
pujanza sometiera a él sus apetitos la república que, aún
ado- lescente, mandaba a los hermanos generosos que
dejasen al her- mano sin libertad, y que le respetasen su
presa. De una parte hay en América un pueblo que
proclama SU de- recho de propia coronación a regir, por
moralidad geográfica, en cl continente, y anuncia, por
.boca de sus estadistas, en la prensa
v en e! púipito. en el banquete y en ej congreso. mientras
pone la niano :, obre la isla v trata de comprar otra, que
todo el norte de Xmérica ha de ser suyo, y se le ha de
reconocer derecho jlnperial del istmo abajo, y de otra
están los pueblos de origen y r1ne. s dl- \. erso< cada dia
más ocupados y menos rece! osos, que no tlenen más
èkemigo real que su propia ambición, y la del vecino que
los convida a ahorrarle el trabajo de quitarles mañana
por la fuerza lo que le pueden dar de grado ahora. ¿Y han
-de poner sus nego- cios los pueblos de AmPrica en manos
de su unico enermgo, o de
ganarle tiempo, y poblarse, y unirse, y merecer
definitivamente ei crédito y respeto de naciones, antes de
que ose demandarles la sumisión al vecino a quien, por
las elecciones de adentro o las de afuera, se le puede
moderar la voluntad, o educar la moral polí- ?ica, antes
de que se determine a incurrir en el riesgo y oprobio de
echarse, por la razón de estar en un mismo continente,
.sobre pueb! os decorosos, capaces, justos, y como él,
prósperos y llbres?
Ni fuera para alarmar la propuesta de la unión aduanera,
que permitiria la entrada libre de lo de cada país en
todosr los de la unión; porque con enunciarla se viene
abajo, pues valdrla tanto como ponerse a modelar de
nuevo y aprisa quince pueblos para buscar acomodo a los
sobrantes de un amigo a quien le ha en- trado con
apremio la necesidad, y quiere que en beneficio de él
los vecinos se priven de todo, o de casi todo, lo que tienen
com- puesto en una fábrica de años para los gastos de la
casa: porque tomar sin derechos lo de los Estados Unidos,
que elaboran, en sus talleres cosmopolitas, cuanto conoce
y da el mundo, fuera como echar al mar de un puñado la
renta principal de las adua- nas, mientras que los Estados
Unidos seguirían cobrando poco menos que todas las
suyas, como de lo que les viene de América no pasan de
cinco los artículos valiosos y gravados al entrar: sobre
que sería inmortal e ingrato, caso de ser posible por ,las
obligaciones previas, despojar del derecho de vender en
los palses
de América sus productos baratos a los pueblos que sin
pedirles sumisión política les adelantan caudales y les
conceden credltos. para poner en condición de vender sus
productos caros e inieriores a un puebio que no abre
créditos ni adelanta caudales, sino donde hay minas
abiertas y provechos visibles, y exige además la su- * .,
mlslon.
(A qué ir de aliados, en lo mejor de la juventud, en la
batalla que los Estados Unidos se preparan a librar con el
resto del mun- do? <Por qué han de pelear sobre las
repúblicas de América sus batallas con Europa, y ensayar
en pueblos libres su sistema de colonización? iPor qué tan
deseosos de entrar en la casa ajena,
mientras los que quieren echar de ella se les están
entrando en la propia? <Por qué ajustar en la saia del
congreso proyectos de reciprocidad con todos los pueblos
americanos cuando un pro- yecto de reciprocidad, el dc
México, ajustado entre los dos gobier-
OBRAS ESCOGIDAS T II 389 nos con ventajas mutuas,
espera en vano de años atrás la sanción del congreso,
porque se oponen a él, con detrimento del interés generai
de la Nación, los intereses especiales heridos en el
tratado? En 1883, mientras iba la comisión convidando al
congreso in- ternacional yno se cerraron las puertas,
para contestar a los cría-
dores nativos, a las lanas sudamericanas? ;No quiere el
senado aumentar hcy mismo, cara a cara del congreso
internacional, el gravamen de la lana de alfombras de los
pueblos a quienes se Invita a recibir sin derechos, y a
consumir de preferencia los pro- ductos de un país que le
excluye los suyos? <No acaba la Secre- taría de Hacienda,
mientras andan de convivialidades los pana- mericanos
en Kentucky, de confirmar el derecho prohibitivo del
plomo de México, a quien llama a tratar sobre la entrada
libre de !os productos del norte en la república mexicana,
que ya les tiene acordada la entrada libre, y sólo espera a
que la permita por su parte el congreso de !os Estados
Unidos? ¿No están le- vantando protestas los estancieros
del oeste contra las compañías de vapores, que quieren
valerse del partido que los estancieros ayudaron a
vencer, para traer de venta de Sudamérica al este, con el
dinero nacional, reses vivas y carnes frescas más baratas,
que las que pueden mandar del oeste por los ferrocarriies
los estan- cieros de la nación? 8- Y a qué se convida a
Chile, que exporta cobre, si el cobre del pafs, que ayudó
tanto a los republicanos, les exige la condición, que fue
cerrar la entrada al cobre? 2Y los azu- careros, para qué
trajeron a los republicanos al poder, sino para que les
cerraran las puertas al azúcar?
0 se priva el gobierno republicano del apoyo de los
protec- cionistas que lo eligieron para que los mantuviese
en su gran- jerfa,- lo que fuera sacríiicio inútil, porque el
congreso federal, que es de las empresas, reprcbaría la
deserción del gobierno. 0 se convida a los pueblos
americanos a sabiendas, con la esperanza vaga de
recobrar concesiones que los entraban para el porvenir, a
formular tratados que de antemano desechan los poderes
a quie- nes cumpliría ejecutarlos, y los intereses que los
encumbraron al gobierno. 0 se espera reducir al congreso
internacional, por arti- ficios de política, y componendas
con los pueblos deslumbrados y temerosos, a
recomendaciones que funden el derecho eminente que se
arrogan sobre América los Estados Unidos. 0 se les usa
con suave discrecibn, en esperanzas de tiempos más
propicios, de manera que sus acuerdos generales y
admisiones corteses pasen ante los proteccionistas
ansiosos y ante el país engolosinado con
ia idea de crecer, como premio de la obra mayor del
protectorado decisivo sobre América, que no debe
realizar el estadista mágico desde su cárcel de la
secretaría > sino en el poder y autoridad de la
presidencia. Eso dice el Herald. “iComo que nos parece
que este congreso no viene a ser mas que una jugada
politica, una exhibici6n pirotecnica del estadista
magnético, un movimiento brillante de estrategia
anticipada para las próxilnas elecciones a la
presidencia!” “A las co. mpaiiíasw de vapores que
ayudaron a ponerlo donde está es a qulenes quiere
contentar Blaine,- dice el Euening Post,- si ese congreso
acuerda algunas recomendaciones vagas sobre la
conveniencia de subvencio- nar lineas de vapores, y junta
su tanto correspondiente de luz de luna sobre la
fraternidad de los pueblos y las bellezas del arbitraje,
a la horca se puede ir el congreso, que ya ha hecho !o que
las compañias querian que hiciese. ” “Por cuanto se ve, va
a parar este congreso cn una gran caza de subvenciones
para vapores”, dice cl Tintes. Toda esta fábrica pomposa
levantada por los Estados Unidos es una divertidísima
paradoja nacional: “< no pone en ries- go”, dice el Herafd
de Filadelfia, “nuestra fama de pueblo sensato
c inteligente?” Y el iferafd de Nueva York comenta así:
“iMagní- fico anuncio para Blaíne!” Pero el congreso
comprenderá la propiedad de desvanecerse en cuanto le
sea posible. En tanto, el gobierno de Washington se
prepara a declarar su posesión de la península de San
Nicolás, y acaso, si el ministro Douglas negocia con éxito,
su protectorado sobre Haití: Douglas lleva, según rumor
no desmentido,. el en- cargo de ver cómo inclina a Santo
Domingo al protectorado: el
ministro Palmer negocia a la callada en Madrid la
adquisición de Cuba: el ministro Migner, con escándalo
de México, azuza a Costa Rica contra México de un lado y
Colombia de otro: las em- presas norteamericanas se han
adueñado de Honduras: y fuera de saber si los
hondureños tienen en la riqueza del país más parte que la
necesaria para amparar a SUS consocios y si está bien a
la cabeza de un diario del gobierno un anexionista
reconocido: por los provechos del canal, las visiones del
progreso, están con las dos manos en Washington,
Nicaragua y Costa Rica; un pre- tendiente a la
presidencia hay en Costa Rica, que prefiere a la unión de
Centroamérica la anexión a los Estados Unidos: no hay
amistad más ostensible que la del presidente de Colombia
para el congreso y sus planes: Venezuela aguarda
entusiasta a que
Washington saque de la Guayana a Inglaterra, que
Washington no se puede sacar del Canadá: a que
confirme gratuitamente en la posesión de un territorio a
un pueblo de América, el país que en ese mismo instante
fomenta una guerra para quitarle la joya de su comarca y
la llave del golfo de México a otro pueblo ame- ricano; el
país que rompe en aplausos en la casa de representan- tes
cuando un Chípman declara que es ya tiempo de que
ondee la bandera de las estrellas en Nicaragua como un
estado más del Norte.
Y el Sun dice así: “Compramos a Alaska isépase de una
vez! para notificar al mundo que es nuestra
determinación formar una unión de todo el norte del
continente con la bandera de las es- trellas flotando desde
los hielos hasta el istmo, y de océano a
OBRAS ESCOGIDAS. T II 391 océano.” Y el Herald dice:
“La visión de un protectorado sobre las repúblicas del sur
IlegC, a ser idea principal constante de Henry Clay.” El
Mail an< f Express, amigo intimo de Harrison, por una
razón, y de Blaine por otra, llama a Blaine “el sucesor de
Henry Clay, del gran campeón de las ideas americanas”.
“No queremos
más que ayudar a la prosperidad de esos pueblos”, dice el
Tribune. Y en otra parte dice hablando de otro querer:
“Esos pueden ser resultados definitivos y remotos de la
política general que deli- beradamente adoptaron ambos
partidos en el congreso.” “No esta- mos listos todavía
para ese movimiento”, dice el Herafd: “Blaine
se adelanta a los sucesos como unos cincuenta años”. iA
crecer, pues, pueblos de América, antes de los cincuenta
años! Nótase, pues, en la opinión escrita, mirando a lo
hondo, una como idea táctica e imperante, visible en el
mismo cuidado que ponen los más justos en no herirla de
frente, como que nadie tacha de inmoral, ni de trabajo de
salteador, aunque lo seria, la in- tentona de llevar por
América en lós tiempos modernos la civili- zación
ferrocarrilera como Pizarro llevó la fe de la cruz; y la
censura está a lo más en no hablar de las acciones por
venir, ya porque, en lo real del caso de Haití, iniciaron los
demócratas, a pesar de su moderación, la misma poiítica
de conquista de los republicanos, y fueron los demócratas
en verdad los que con la compra de la Luisiana la
inauguraron bajo Jefferson, ya porque la prensa vive de
oír, y de obedecer la opinión más que de guiarla, por lo
cual no osa condenar las alegaciones con que pudiera
enri-
quecerse el país, aunque luego de hechas no haya de
faltar quien las tache de crimen, como a la de Texas, que
llaman crimen a secas Dana, y Janvier, y los biógrafos de
Lincoln, por más que fuera mejor impedirlas antes de ser,
que lamentarlas cuando han sido. Pero sí ha de notarse,
porque es, que en lo más estimable de la prensa se pone de
realce la imposibilidad de que el congreso ven- ga a fines
reales de comercio, por la oposición de soberanía de cada
país con el rendimiento de ella que el congreso exige, y la
de la política de las concesiones recíprocas que la
convocatoria apunta, con la de resistencia a la
reciprocidad, a que de raíz están obligados los que reúnen
a los pueblos de América para fingir, por
aparato eleccionario o fin oculto, que la violan. El Times,
el Post, el Luck, cl Harper, el Aduertiser, el Herald, tienen
a bomba de ja- bón y a estenografia ridícula, la junta de
naciones congregadas para que entren en liga contra el
universo, en favor de un partido que no puede entrar en la
liga a que convida, ni hace:, sin morir. lo que insta a sus
asociados que hagan. Blaine mismo, conoce que para el
triunfo del mito en las elec- ciones, basta con que una
semejanza de éxito, excusada de no ir a más por estarse al
principio de la obra, alimente la fc que
OBRAS ESCOGIDAS. T. II 393 viene de Adams a Cutting. y
estima que con el hecho del congreso, por el poder de la
luz sobre los ojos débiles, ha de quedar real- mente
favorecida; pero muestra el temor de que se espere e! congreso, por la mucha necesidad de las industrias, más de
10 que ha de dar, que nada puede ser en esto del comercio
sobre las bases proteccionis! as de ahora, por 10 que a
tiempo hace saber, por un hijo hoy, y por un diario
mañana, que no espera de la
junta, en lo que se vea. sino preiiminares de la fusión que
ha de venir, y mas resistencia que allegamiento, 0
allegamientos pre- paratorios. La política de la dignidad
tiene, pues, por aliados
voluntarios y valiosos, en el mismo país hostil, a los que
por ilevar la dignidad en sí, no conciben que pueda faltar
en aquellos en quienes se ataca. Ni el que sacaría
provecho de la falta de ella, osa esperar que falte.
Y es voz unhnime que el congreso no ha de ser más que
junta nula, o bandera de la campaña presidencial, o
pretexto de una cace- ría de subvenciones. Esto aguardan
de los pueblos independientes de América los que,
conocedores del bien de la independencia, no conciben
que se pueda, sin necesidad mortal, abdicar de él. ¿Se
entrarán, de rodillas, ante el amo nuevo, las islas del
golfo? iCon- sentirá Centroamérica en partirse en dos,
con la cuchillada del canal en el corazón, o en unirse por
el sur: como enemiga de Méxi- co, apoyada por el
extranjero que pesa sobre México en el norte, sobre un
pueblo de lo s mismos intereses de Centroamérica, del
mismo destino, de la misma raza? (Empeñará, venderá
Colombia su soberanía? ¿Le limpiarán el istmo de
obstáculos a Juggernaut, los pueblos libres, que moran en
él, y se subirán en su carro, como se subieron los
mexicanos de Texas? CPor la esperanza de apoyo contra
el extranjero de Europa, que por un espejismo de
progreso, excusable sólo en mente aldeana, favorecerá
Venezuela el predo-
minio del extranjero más temible, por más interesado y
cercano, que anuncia que se ha de clavar, y se clava a sus
ojos, por toda la casa de América? 10 debe llegar la
admiración por los Estados Unidos hasta prestar la mano
al novillo apurado, como la cam- pesina de “La Terre”?
Eso de la admiracibn ciega, por pasión de novicio o por
falta de estudio, es la fuerza mayor con que cuenta en
América la po- lítica que invoca, para domikar en ella, un
dogma que no necesita en los pueblos americanos de
ajena invocación, porque de siglos atrás, aun antes de
entrar en la niñez libre, supieron rechazar
cor1 sus pechos al pueblo más tenaz y poderoso de la
tierra: y luego le han obligado al respeto por su poder
natural, y la prue- ba de su capacidad, solos. ¿A qué
invocar, para extender el domi- nio en América, la
doctrina que nació tanto de Monroe como de Canning,
para impedir en América el dominio extranjero, para
asegurar a la libertad un continente. 3 <O se ha de
invocar el dogma contra un extranjero para traer a otro?
<O se quita la extranje-
ría, que está en el carácter distinto, en los distintos
intereses, en los propósitos distintos, por vestirse de
libertad, y privar de ella con los hechos,-- 0 porque viene
con el extranjero el veneno de los empréstitos, de los
canales, de los ferrocarriles? ~0 se ha de pujar la doctrina
cn toda su fuerza sobre los pueblos débiles de Amé- rica, el
que tiene al Canadá por el Norte, y a las Guayanas y a
Bélice por el Sur, y mandó mantener, y mantuvo a Espaiia
y le permitió volver, a sus propias puertas, al pueblo
americano de donde había salido?
¿A qué fingir miedos de España, que para todo lo que no
sea csterminar a sus hijos en las Antillas está fuera de
América, y no la puede recobrar por el espíritu, porque la
hija se le adelanta a par del mundo nuevo, ni por el
comercio, porque no vive la América de pasas y aceitunas,
ni tiene España en los pueblos ame- ricanos más influjo
que el que pudiera volver a darle, por causas de raza y de
sentimientos, el temor o la antipatía o la agresión
norteamericana? ~0 los pueblos mayores de América, que
tienen la capacidad y la voluntad de resistirla, se verían
abandonados y comprometidos por las repúblicas de su
propia familia que se les debían allegar, para detener, con
la fuerza del espíritu uni- ficado, al adversario comfin,
que pudo mostrar su pasión por la
!ibertad ayudando a Cuba a conquistarla de España, en
vez de ayudar contra la libertad a España, que le profanó
sus barcos, y Ic tasó a doscientos pesos las cabezas que
quitó a balazos a sus hijos? ~0 son los pueblos de América
estatuas de ceguedad, y pasm0. s de inmundicia? La
admiración justa por la prosperidad de los hombres
libera- les y enérgicos de todos los pueblos, reunidos a
gozar de la iiber- tad, obra común del mundo, en una
extensión segura, varia y virgen, no ha de ir hasta
excusar !os crímenes que atenten contra ia libertad ei
pueblo que se sirve de su poder y de su crédito para crear
en forma nueva el despotismo. Ni necesitan ir de pajes de
un pueblo los que en condiciones inferiores a las suyas
han sabido igualarlo y sobrepujarlo. Ni tienen los pueblos
libres de .4mkrica razón para esperar que les quite de
encima al extran- jero molesto cl pueblo que acudió con su
influjo a echar de Méxi- co al francks, traído acaso por el
deseo de levantarle valia al poder sajón en cl equilibrio
descompuesto del mundo, cuando el iranc& de México, le
amenazaba por el sur con la a! ianza de los c. 71ados
rebeldes, de alma aiin latina; el puebio que por su interés
echó al extranjero europeo de la república libre a que
arrancó en Irna guerra criminal una comarca que no le
ha restituido. Walker iac a Nicaragua por los Estados
Unidos; por los Estados Unidos, iuc López a Cuba, Y ahora
cuando ya no hay esclavitud con que escusarse, estñ cn
pie la liga de Anexión; habla Allen de ayudar a la de Cuba:
va Douglas a procurar la de Haití y Santo Do- mingo;
lantea Palmer la venta de Cuba en Madrid; fomenta en
las Antillas la anexion con raíces en Washington, los
diarios ven- didos de Centroamérica; y en las Antillas
menores, dan cuenta incesante los diarios del norte, del
progreso de la idea anexionista; insiste Washington en
compeler a Colombia a reconocerle en el istmo derecho
dominante, y privarle de la facultad de tratar con los
pueblos sobre su territorio; y adquieren los Estados
Unidos, en virtud de la guerra civil que fomentaron, la
península de San Nicolás en Haití. Unos dan “el sueño de
Ciay” por cumplido. Otros creen que se debe esperar
medio siglo más: otros, nacidos en fa América española,
creen que se debe ayudarlo. El congreso in’ernacional
será el recuento del honor, en que se vea quiénes
defienden con energía y mesura la independencia de la
America española, donde está el equilibrio del mundo; o si
hay naciones capaces, por el miedo o el deslumbramiento,
o el há- bito de servidumbre o el interés de consentir,
sobre el continente ocupado por dos pueblos de
naturaleza y objeto distintos, en mer- mar con su
deserción las fuerzas indispensables, y ya pocas, con que
podrá a la familia de una nacionalidad contener con el
res- peto que imponga y la cordura que demuestre, la
tentativa de predominio, confirmada por los hechos
coetáneos, de un pueblo criado en la esperanza de la
dominación continental, a la hora en que se pintan, en
apogeo común, e! ansia de mercados de sus industrias
pletóricas, la ocasión de imponer a naciones lejanas y a
vecinos débiles el protectorado ofrecido en las profecías,
la fuerza material necesaria para el acometimiento, y la
ambición de un político rapaz y atrevido. f. Q Nación,
Buenos Aires, 19 y 20 de diciembre de 1889. 0. C., t. 6, p.
46- 63.
A GONZALO DE QUESADA New York, 16 de noviembre /
89 Mi muy querido Gonzalo:
Tengo un hijo, y no hubiera querido que a sus años de Vd.
y en nuestra situación me escribiese sino lo que V. me
escribe. No quería violentar su opinión; pero me tenía
apenado que por res- petos, o por la culpa del aire,
pudiese ser otra de fa que es. Poco vale este amigo infeliz e
impotente, pero sabe donde está la virtu. d, y el modo de
conciliarla con las obligaciones de fa vida, sin faltar a
estas ni a ella. Las almas nacidas para fa honradez no
tienen conveniencia, ni viven tranquilas, fuera de la
honradez. Ancho campo hay en el mundo para vivir con
decoro:- aquí, o donde lo haya. Vd. me da con su nobleza
valor para decirle esto. Tan- ta fealdad de alma estoy
viendo a mi alrededor, que me siento tentado a darle
gracias por ser Vd. como es; porque las malas acciones
me entristecen, como si las cometiera yo, y las buenas me
dan bríos para pelear. A& n se puede, Gonzalo. Son
algunos los vendidos, y muchos los venales; pero de un
bufido del honor puede echarse atrás a los que, por
hábitos de rebaño, o- el ape- tito de las lentejas, se salen
de fas filas en cuanto oyen el látigo que los convoca, o ven
el plato puesto. El interés de lo que queda de honra en la
América Latina,- el respeto que impone un pueblo
decoroso- la obligación en que esta tierra está de no
declararse aún ante el mundo pueblo conquistador- lo
poco que queda aquí de republicanismo sano- y la
posibilidad de obtener nuestra in- dependencia antes de
que le sea permitido a este pueblo por los nuestros
extenderse sobre sus cercanías, y regirlos a todos:- he ahí
nuestros aliados, y con elfos emprendo fa lucha. Con
dinero, Gonzalo, a nada le temería. No son sueños. ¿De
qué sirven un poco de habilidad, y el desprecio de la vida
que no se puede emplear en el bien común? Con la energía
de la honradez, se pueden cruzar aceros contra los fuertes
arrogantes, aunque les vayan levantando las manos los
que, por su defensa y fa nuestra, sc debían poner frente a
ellos. Yo sé lo que yo haría, y 10 que
puedo hacer. >’ cuán prolito lo haría. Y lo que pueda, lo
haré. Ya estaría el peribdico publicado, ’ por Cuba ~7 por
nuestra Amkrica, que son unas en mi prel; isiól! ). mi
carifio, si pudiese decidirme )o a acepiar ayuda de los
que, en público o eri secreto, no com- parten por entero mi
modo de pensar. Y lo que me detiene es
que ideac de esta dignidad no deben aparecer con pobreza
ante el público, porque es daiiarias más que defenderlas,
y no veo claro el modo de sacar cl periódico a la luz con la
frecuencia y holgura que en estos meses de combate son
necesarias. Lo hark, como pueda, porque es preciso.
ePero qué he de poder hacer con $ 25, que es lo que puedo
quitarles de la boca a los que reciben el pan de mí, $ 15
más que tres amigos redondos me tienen ofreci- do? $ 5 le
impongo a J ‘. de contribución mensual, si el periódico se
publica, por seis meses a lo menos. Y las ideas sa! drán a
la luz, en una forma u otra. Y el periódico, aunque no
fuese mis que con los $ 40. <No lo ofendería a V. si no
aceptase su oferta? {Cómo dejar sin defensa a aquello a
quien no defiende nadie, y están tan- tos dispuestos a
vender? Tengo que celebrarle la inquietud en que me dice
que est& porque no ha de ser sólo la pena de no ver a su
amiga y a sus
padres, sino la desazón que los corazones limpios sienten
en la comparíía forzosa y abominab! e de los hombres que
en una u otra forma venden su honor al interk. No se me
cure nunca de esta noble enfermedad; aunque no le oculto
que lieva a 10 que yo siento ahora, que son náuseas de
muerte. Ni crea a los tentadores que por obrar mal ellos
andan buscando quien, obrando como ellos les sirva de
excusa a sus propios ojos; y le dirán que esos de Vd. son
escrúpulos de la juventud, que se le acabarán cuando
entre en años. Se le acabarán cuando se le acabe la
honradez. Se puede ser próspero y virtuoso. Piense como
piensa, observe mucho, calle más, elija buena compañera,
y será a la vez bueno y feliz. Me es muy valioso lo que me
dice, y le he de agradecer mucho que me tenga al tanto de
cuantas opiniones sobre Cuba lieguen a su noticia, salvo
las que por su carácter privado, y de la dele- gación de
Vd., no le pertenezcan. Pero si, de lo que ande de boca en
boca, cuanto nos ayude para ir guiándonos en esta
campana: -icuándo nos deparaba, para empezar al fin,
una ocasión tan propicia la fortuna! Hay que levantarse,
sacudirse el polvo y se- guir andando. He Ieído su carta
con júbilo de padre.
su JOSE MARTI 0. C., t. 6, p. 122- 123. Cotejada con el
manuscrito original. 1 Debe referirse ai periódico Patria,
que ya tenia proyectado, y que comenzó a publicar en
1892.
CORRESPOSDESC!! A PARTICULAR DE EL PARTIDO
LIBERAL
La cuestión sociai, y el remedio del voto PO’ ICIAS
LETRADOS -REFORM~ 4 SOCIAL EN LOS ESTADOS
UNIDoS.--- LAs DOCTRINAS DE GEORGE EN LOS
TRIBUNALES.- NACIONALIZACION I) E IA TIERRA.- LOS
CLUBS DE BELLAMY.-- LA REFORMA PACIFICAPELIkROS VISIBLES -- LAS CLTIMiZS ELECCIONES.- LOS
AMIGOS DE CLEVE’. 4ND.- LA REF0R. W DEL VOTO.FORAKER VENCIDO.- IMPORTAN-
CI;!‘ Y PRUEB. 4 TRIUNFANTE DEL MODO NUEVO DE
VOTAR.- EL VOTO AUSTRALIANO.- LOS TALONEROS
New York, noviembre 21 de 1889 Señor Director de El
Partido Liberal:
Una millonaria compra, con el contrato de matrimonio,
un ti- tulo roído de princesa, y otra se queda en las
puertas de la boda, porque su príncipe sesentón quiere
más de diez mil pesos al año
por su título napole6nico y su dolmán de húsar: otra
entra, co- ronada de perlas, en el monasterio católico, y
anuncia que va a levant. ar una orden americana de
monjas caritativas, a ver si salva de la suerte del búfalo a
lo que poco queda de los indios. Muere
un policía heroico, que al expirar halla aún fuerzas para
levantarse de entre las ropas que van a ser su mortaja:
“ilos tres golpes!” dijo, “ilos tres goipes! me ilama ei
inspector”, y los comentarios son numerosos, luego que se
averigua que el policía era hombre de pensamiento libre,
sin fe en la divinidad providencial, ni res- peto a más ley
que la que ha de venir de la distribución equita- tiva de las
fuerzas naturales, entre los hombres. Otro policía de ia
misma mente dijo el discurso funerario, y aseguró
después a la prensa curiosa que corno el muerto y él
pensaban muchos entre
los de levita azul de botón de oro: “de cada cinco policías,
uno es sectario de Henrv Cieorge, y quiere que la tierra
sea devuelta a la nación, que es* su única duefia, que la
alquilará a quien la
haga producir o le pague alquiler por el derecho de
fabricar SU casa en ella, y así no habrá hambres de un
lado y millones .de otro, sino la paz que viene a los
pueblos donde la masa famehca 110 se ve privada de la
ocasión de emplear sus fuerzas sobre los
398 José Marti OBRAS ESCOGIDAS. T. II 399 elementos
acaparados, al amparo de la ley, por una casta favorecida”: y cuando los periódicos alegan que la custodia de la
pro- piedad no debe estar en manos de quien niega el
derecho a ella, cl sargento Tims responde que la poca
propiedad que él se ha
ganado con la labor de sus sesos o de sus manos, la
defenderá como a su vida, y la de los demás ciudadanos,
porque el único señorío que cree él injusto y peligroso es
el que saca los elemen- tos naturales de su cualidad
esencial de bien común, y da los rendimientos de ellos, a
un grupo que goza con exceso, codo a codo con la masa
que padece con exceso por la falta de equidad eo la
administración de los dominios públicos. “Ni a mí se me
paga el salario”, dice el sargento Tims, “para que le caiga
encima con los dientes de punta a los que desnudan juntos
y de viva voz, corno la ley lo permite, una reforma que
con el mejor orden, eco- nómico, asegure el orden social;
sino para que ayude a limpiar la ciudad de pícaros, y a
tener a raya a los asesinos y ladrones.” Nunca hubiera
sernejante opinión visto la luz sin que se clamase
contra ella; pero el debate ha sido más prolongado y
abierto por la novedad pintoresca, y ya aquí frecuente, de
ver oficiar de sa- cerdote junto a un ataúd, que por
crucifijo tenía un lirio, a un lego de bigotes militares, con
su uniforme azul;- ayer se casó la hija de Ingersoll, el que
ha puesto a hervir juntos a Shakespeare y a Voltaire, y el
sacerdote fue un juez de respeto, que proclanió cónyuges
a Eva y al banquero Brown, en un discurso que hizo
llorar, y oyeron todos con la cabeza baja.
Y otros sucesos, que por lo principal que es cada uno no
pue- den llamarse incidentes, vinieron a mover las ideas
suscitadas por la oración fúnebre de Tims; porque en
vano se cierran los ojos a los que de todas partes, y por los
caminos más opuestos, vienen a la vez. <A qué le
reprochan al sargento sus ideas sobre la “tierra
nasional”, cuando el Tribunal de Apelación revoca la
sentencia que privó a G. Henry George, el príncipe de la
doctrina, del le- gado que le dejó un amigo entusiasta
para ayudarle a propagar sus obras? cuando el Tribunal,
al fundar la revolución, celebra, con el desinterés de quien
no las comparte, la franqueza y honra-
dez de estas doctrinas, y alaba a su autor? <Y el mismo
George, que de su primer esfuerzo en política llega por
poco a Corregidor de New York, no trabaja en amistad,
respetado y mimado, con los reformadores republicanos
y demócratas que quieren poner en boga, y han puesto ya
por ley, el nuevo modo de votar a la australiana, que
popularizó George en su libro, nunca más leído que
ahora, sobre El progreso y la pobreza? ¿Y va George a
recorrer, con su dogma al hombro, la Australia entera,
como huésped de honor, bajo los auspicios del Partido
Liberal de la isla? Un diario dice: “No es posible dejar de
notar que aumenta en las masas el culto por los
anarquistas ahorcados en Chicago: a la sombra de la horca, en Chicago mismo, han ido en procesión los obreros a
visitar
las sepulturas, y llevaba la bandera roja la mulata
elocuente, la viuda del americano Parsons: en el museo de
figuras de cera, en New York, <quién no observa el
silencio y la tristeza de los que rodean el grupo, y aun las
lágrimas? Rusos, alemanes, y america- nos han
conmemorado juntos, en salones henchidos, los méritos
que adornaban a sus ojos a ‘las cuatro víctimas del terror
de los privilegiados a los que osan exponer la injusticia de
sus privile- gios’. Jueces y banqueros han vuelto a decir
en Chicago, con mo- tivo de la conmemoración, que se
anduvo sin duda de prisa en quitar la vida
ignominiosamente a cuatro hombres que acaso sólo eran
culpables de la vehemencia con que afincan en las almas
infelices las esperanzas de justicia y regeneración.” Los
libros del conde Tolstoi, que son una plegaria para los
pobres, su Vida, su Confesión, su Escuela de Yasnaia
Poliana, no andan de mano en mano y los celebra la
revista de Harper, que es de lo más sesudo y granado del
país? <No se leen con favor creciente los estudios en que
aboga desde la otra revista, The Cosmopolitan, en pro de
la reforma social: un pastor venerado, Everett Heale? <Y
el libro del elegante Bellamy, Mirando atrás, no está ya
cerca de los dos- cientos mil ejemplares, y no se juntan en
clubs de Bellamy, pen- sadores, artistas y ricos, a leer y
comentar reunidos la hábil pin- tura de las desigualdades
peligrosas de la nación de hoy, y las propuestas de
reforma que deja inferir la pintura hábil, so pre- texto de
contar cómo es el mundo de ahora, en una familia de mil
años adelante? ?Y no da a todo eso carácter de urgencia y
testimonio intachable, la prueba plena con que un
millonario res- petado demuestra que, en medio siglo a lo
más, a seguir como van las leyes y las fortunas, estará la
propiedad total de los Es- tados Unidos en manos de
doscientas cincuenta familias? Nace cl partido de la
reforma social de aquel mismo Boston, llamado
Atenas del Norte, donde nació, con el sublime Phillips y
con Garri- son, el partido de la abolición de la esclavitud.
Nace de los altos del pensamiento, cuyo fervor apostólico
inspira menos desconfianza que el clamor que viene de
abajo, donde la justicia puede traer mano ignorante, y
espuelas de odios. Se ha puesto casaca la reforma social,
está a la moda, y ha comenzado a triunfar, en Boston
mismo, con el establecimiento del voto australiano. Los
comprados vienen de afuera. Ya no se compra a la cara de
las casillas con uno, con dos, con cinco pesos, con una
promesa, el voto.
Porque el afán y ruidos de esta existencia del Norte,
tienden unos, con brutalidad y desafuero, a llegar junto a
sí, por codicia y por vicio, los caudales del orbe; y otros
viven de celestinos y mercurios, so pretexto de política y
abogacía, sacando los caudales de donde están por la ley
o la naturaleza, llevándoselos, por la
400 OBRAS ESCOGIDAS. T. II 401 propina de habanos y
champaña, a sus señores; y otros creen que la corona del
universo les ha caído en la cabeza, y han tocado a salir
por el mundo, a traerse los pueblos bajo el brazo; y otros
se quitan de las sienes las adormideras, miran el fondo de
la copa
de oro, y se levantan en medio del festín a decir sin miedo
que ir a turbar 1a casa ajena no es remedio para que con
los haces encendidos no se queme la propia. “Ya pasaron”
dicen, “los tiem- pos de la libertad nominal y de la ilusión
política: sólo la felicidad contentará a los hombres”. La
política no está en buscar coloca- ción falsa a los
productos de una minoria privilegiada, que sólo puede
mantener sus privilegios a costa de la mayoría
desposeída, ociosa y descontenta; ni en buscar climas
tórridos donde vayan
de peones de los magnates concesionarios, de los
encomenderos de la República, los hombres de bota fuerte
que han leído dos veces el libro de George sobre la
propiedad de la tierra; y no quieren ir de patrulla por
tierras extraGas, sino ser felices junto a la cuna de sus
hijos, y la losa de sus abuelos en la tierra propia. La política está, y no hay otra política, en administrar los bienes
nacio- nales con la equidad que por sí sola, sin más
sistemas ni panaceas, hace a los pueblos libres y felices.
Por la posesión. so capa de creencias y de doctrinas, son
todas las batallas del hombre. Se conoce el hombre,
independiente y pensador, y todo lo ataca y derriba de un
codazo hoy y de otro mañana, hasta que tiene cam- po
libre donde mover los codos: y esa es la lucha por la
posesión de sí. Unos luchan, con la complicidad de todos
los fuertes, por retener en sus manos, en una forma u otra
los dominios públicos: y el hombre no ha de parar hasta
poner a los sistemas y a los credos en nombre verdadero
de disfraces, y equilibrar las pose- siones de naturaleza
nacional, de modo que no haya causa para vivir en
zozobra y acecho, como fieras, arremetiendo los unos con
la rabia del desheredado, y escudando los otros con
nombres com- placientes, y en la red de las clases, la
propiedad mal hallada.
La paz es condición normal del hombre. Es brutal e
inmoral el precepto de la lucha por la vida. Convienen
pues, los que aquí piensan sobre el porvenir, en que el
único modo de atajar los ma- les que vienen de la
administración parcial de los bienes públicos, es
administrarlos con equidad. Y el problema está, a sus
ojos, en venir a esta administración, no con la bandera
roja y el cuchillo en los dientes, como aconsejan los
apóstoles desesperados, sino
con el sombrero puesto y una cuartilla de papel, donde en
el si- gilo de la alcoba, sin el tentador al pie, marca una
cruz junto al nombre de su candidato preferido el votante
devuelto a la libertad por la ley nueva del voto
australiano. Entre bastidores es donde se ve la verdad,
más que en lo que saie al público, y el que cuida de andar
por ellos asiste a la pelea mortal empeñada de un lado
entre los politicones e intereses que sacan por ellos las
leyes benévolas, y de otro por todos los hom-
bres de juicio, que desde un bando u otro, ven la urgencia
de dar un arma pacífica a la reforma, para privarla del
derecho de blan- dir otras armas. Hay que sacar el voto
de las manos de los que han hecho comercio de él. Hay
que echar sobre el tesoro público los gastos de las
elecciones para que, so pretexto de estos gas- tos, no
levanten las sociedades politicas sobre los candidatos un
impuesto que el candidato ha de procurarse a su vez de
quienes se Io anticipan a cambio de los servicios que se
obliga él a ha-
cerles de los fondos, de ías leyes, de los derechos públicos.
Hay que impedir que, en la hora misma de la elección, de
nueva y justa causa de ira a los pacientes descontentos la
venta abierta al poderoso y al bribón del único recurso
que concede la ley para sacar de su imperio continuo a la
liga de los bribones y los po- derosos. Es, pues, una
cuestión social, y acaso una solución social, en este país
donde el voto es el poder el voto australiano.
Grande fue la importancia, y la lección, de las elecciones
de cstc otoño. La opinión, sofocada a fuerza de paga, en
las eleccio- nes presidenciales, se enseñó como es, sin el
enemigo del soborno, o con la fuerza magna de la
indignación, a tal punto que, un año
después de ser derrotado en la candidatura a la
presidencia, es Cleveland reconocido, por impulso
unánime, como el candidato vic- torioso: sus amigos han
vencido: han vencido los reformadores de !a tariía:
Campbell, el abogado de la lana libre, ha sido electo go-
bernador, contra el gobernador que estaba en el poder,
contra Foraker, tan comefuegos y azuzaguerras que ya se
dice “forakear” a hablar de fanfarrón, y hombre de
mucha amistad con las em- presas protegidas, que ven en
61 su campeón extremo, y el mejor abogado que pudieran
sentar en ia presidencia de la república. -- Porque este
fenómeno hay acá en la política: “pagamos al abo- gado
donde nos pueda servir mejor, en el corregimiento, en el
gobierno del Estado? en la Suprema Corte, en la
presidencia de la república: y las empresas que tienen los
mismos intereses, se juntan para poner en la presidencia
al candidato que le promete servirlos,- y al candidalo de
reserva, a Foraker, echó de la silla cl amigo de Cleveland,
el reformista Carnpbell. Iowa, republicana ardiente hace
un año, por los amigos de Cleveland vota por gran
mayoría. Virginia se revuelve contra su voto de hace un
año, a Cleveland van dirigidos ios telegramas todos de la
victoria. Cle- veland, que estaba en Washington de visita,
y se pasó sus horas con Harrison en la Casa Blanca, só! o
tiene una frase que decir, al periodista que se la arranca
en el estribo del coche: “iComo
que la levadura de la reforma de la tarifa se ha entrado
por toda la mesa!” Solemne y completa ha sido la victoria,
y bienvenida para los que no quisieran ver deslucida la
libertad en su casa mayor con ten! ativas indignas de ella,
y de la especie humana. Pero la lucha misma de los
partidos, quiere al fin combate común, levantó curiosidad
menor que la prueba del voto australiano, be-
402 losi .\ larti OBRAS ESCOGIDAS. T. II 403 fado por los
que le temen j resisten, deíendido por los que lo saludan
como la garantía de la paz, y la alborada de la purificación.
En Massachussetts y en Connecticut se voiaba asi por la
pri- mera vez. Con ligeras variantes, Ia ley era la misma.
Que el ES- lado imprima las papeletas, y las reparta
donde nadie las pueda cambiar ni falsificar, y las vea
llenar en secreto por el votante libre. Fueron a Boston,
sobre todo, emisarios de las sociedades que abogan por el
método, y de las que lo acusan de confuso, de lento, de
abusivo, de atentatorio a la libertad del votante. Y era de
ver Boston, en verdad, el día de las elecciones; porque no
fue la *casa de zaguán y esquina que la elección hasta
ahora es, con el votante perezoso que viene sobre las
casillas a paso de quien busca, y la jauría de “taloneras”
como les llaman acá por ir sobre el taldn, saliéndole al
camino con el mazo de papeletas del par- tido en una
mano, y los billetes de a dos pesos en la otra; ni fue el
cambio inicuo de papeletas que mandan hacer los
caciques de las sociedades, dando como propias a los
votantes las papeletas del candidato enemigo a la
judicatura, o al corregimiento, o al Gobierno del Estado, a
cambio de que el enemigo, que quiere estos puestos, vote,
a dos por uno o uno por dos, en pro del candidato
rival a la presidencia, en que tienen interés mayor los
sacrifica- dores, que fue como salió electo de gobernador
el demócrata Hill en el mismo Estado y elecciones en que
salió derrotado para la presidencia el demócrata
Cleveland. Ni las bebederías estaban con el costado
abierto, como suelen en estos dias en que las ordenan- zas
les mandan cerrar la puerta principal; porque el
mostrador les vale a los “taloneras” para mantener el
valor, o para aturdir a un votante desconfiado, o para
llevarlo donde no vean que le dan el billete de dos pesos, o
para echarse en alcoholes los cinco pesos que gana por
cazar votos, y con el sistema nuevo, como que el votante
entra sin papeletas en la casilla, y vota sin conse- jero, y
sin que nadie lo vea, no hay talones que pisar, ni mostradores donde comprar honras baratas, ni oficio en que
ganar los cinco pesos. Por el amor del tablado vagaban,
con el tabaco caído, y la nariz con menos color, los
“esquineros”, “taloneras” y “mu- chachos”, merodeando
sin ocupación por la acera, desnuda de ga- ritas.
Jubilosas iban y venían, de distrito en distrito con
permiso del ayuntamiento fas comisiones inspectoras de
las sociedades que propagaban la reforma. En un mismo
carruaje, detrás de Henry George, entraron un
demócrata y un republicano. En fa casilla, entra el
votante por una de las puertas de la baranda que separa
el recinto público del de sufragar, dos vigilantes, de
diversos par- tidos, tiene la mesa donde el volante toma la
lista en que están, debajo de cada candidatura, los
candidatos de los partidos, dife- rentes. Entra el votante
en una de las particiones de madera, sin puerta, que han
levantado al fondo: marca allí, solo, con una cruz
en cada candidatura el nombre que prefiera: va, por el
fado opues- lo al de la entrada, a la mesa de registro,
donde llevan los libros, como en la de las listas, vigilantes
de los partidos hostiles: tachan el nombre en el registro, y
el votante echa, antes de salir por otra puerta, su lista en
la urna. Si no sabe leer, lleva consigo,- a la particion,
autoridad de la ley, a uno de los vigilantes que le lea los
nombres y marque los que fe dicta:- Al contarse en Boston
los votos, libres de compra y de bebida, se vio que en
aquellas elecciones, más rápidas y serenas que fas de
antes, había acuerdo
real entre las fuerzas que los partidos se calculaban; y fas
que probaron en las urnas. Ni el “talonero” tendría cómo
saber que el votante comprado le cumplió la palabra; ni el
que debe a *otro su sustento votará, por miedo de perder
el pan de sus hijos, como SC lo manda aquel cuyo interés
está en negarle el suyo. Empieza a asegurar la paz
amenazada, el voto blanco. Ef Pufirlo LiDeral, México, 11
de diciembre de 1889, p. 1. Ofms crónicas de Nueva York,
investigación, introducción e “Indice de cartas” por
Ernesto Mejía Sánchez, La Habana, Centro de Estudios
Martianos y Editorial de Ciencias Sociales. 1983. p. 129135.
OBRAS ESCOGIDAS. T II 405 HEREDIA turbados en estos
tiempos de virtud escasa e interés tentador, los versos,
magníficos como bofetones, donde profetiza:
Señoras y señores: Con orgullo y reverencia empiezo a
hablar, desde este puesto que de buen grado hubiera
cedido, por su dificultad excesiva, a quien, con más
ambición que la mia y menos temor de su persona,
hubiera querido lomarlo de mí, si no fuera por el mandatd
de la patria, que en este puesto nos manda estar hoy, y
por el miedo de que el que acaso despertó en mi alma,
como en la de los cuba- nos todos, la pasión inextinguible
por la libertad, se levante en su siila de gloria, junto al sol
que él cantó frente a frente,- y me tache de ingrato.
Muchas pompas y honores tiene el mundo, soli- citados
con feo afán y humillaciones increibles por los hombres:
yo no quiero para mi mk honra, porque no la hay mayor,
que Iá de haber sido juzgado digno de recoger en mis
palabras mor- tales el himno de ternura y gratitud de
estos corazones de mujer y pechos de hombre al divino
cubano, y enviar con él el pensa-
miento, velado aún por la vergüenza pública, a la cumbre
donde espera, en vano quizás, su genio inmarcesible, con
el trueno en la diestra; el torrente a los pies, sucudida la
capa de tempestad por los vientos primitivos de la
creación, bañado aún de las lágrimas de Cuba el rostro.
Nadie esperará de mi, si me tiene por discreto, que por
ganar fama de critico sagaz y puntilloso, rebaje esta
ocasiór:, que es de agradecimiento y tributo, al examen,impropio de la fiesta y del estado de nuestro ánimo,- de
los origenes y factores de mera literatura, que de una
ojeada ve por sí quien conozca los lances
varios de !a existencia de Heredia, y los tiempos revueltos
y en- ciclopédicos, de jubileo y renovación del mundo, en
que le tocó vivir. Ni he de usurpar yo, por lucir las
pedagogías, el tiempo en que sus propias estrofas, como
lanzas orladas de flores, han de venir aqui a inclinarse,
corteses y apasionadas, ante la mujer cu- bana, fiel
siempre al genio y a la desdicha, y echando de súbito
iracundas las rosas por cl sucio, a repetir ante los
hombres, Que si un pueblo su dura cadena no se atreve a
romper con sus manos, puede el pueblo mudur de tiranos
pero nunca ser libre podrá. Yo no vengo aqui como juez, a
ver cómo se juntaron en él la educación clásica y
francesa, el fuego de su alma, y la época, ac- cidentes y
lugares de su vida; ni en qué le aceleraron el genio la
ensefianza de su padre y la odisea de su niñez; ni qué es lo
suyo, o lo de reflejo, en sus versos famosos; ni apuntar
con dedo in-
clemente la hora en que, privada su alma de los empleos
sumos, repitió en cantos menos felices sus ideas primeras,
por hábito de producir, o necesidad de expresarse, o
gratitud al pueblo que lo hospedaba, o por obligación po!
ítica. Yo vengo aquí como hijo desesperado y amoroso, a
recordar brevemente, sin más notas que las que le manda
poner la gloria, la vida del que cantó, con ma- jestad
desconocida, a la mujer, al peligro y a las palmas.
Donde son más altas las palmas en Cuba nació Heredia:
en la infatigable Santiago. Y dicen que desde la niñez,
como si el espíritu de ia raza extinta le susurrase sus
quejas y le prestara su furor, como si el Ultimo oro del
país saqueado le ardiese en las venas, como si a la luz del
sol del trópico se le revelasen por merced sobrenatural las
entrañas de la vida, brotaban de los labios del “niño
estupendo” el anatema viril, la palabra sentenciosa, la
oda resonante. El padre, con su mucho saber, y con la
inspiración dei cariño, ponía ante sus ojos ordenados y
comentados los ele- mentos del orbe, los móviles de la
humanidad, y los sucesos de los pueblos. Con la toga de
juez abrigaba de Ia fiebre del genio, a aquel hijo precoz. A
Cicerón le enseñaba a amar, y amaba él más, por su
natura! eza artística y armoniosa, que a Marat y a
Fouquier Tinville. El peso de las cosas enseñaba el padre,
y la ne- cesidad de impelerlas con el desinterés, y
fundarlas con la mode- ración. El latin que estudiaba con
el maestro Correa no era el de Séneca difuso, ni el de
Lucano verboso, ni el de Quintiliano, lleno de alamares y
de lentejuelas, sino el de Horacio, de clara hermo- sura,
más belio que los griegos, porque tiene su elegancia sin su
crudeza, y es vino fresco tomado de la uva, con el perfume
de las pocas rosas qtie crecen en la vida. De Lucrecia era
por la mañana la lección de don José Francisco, y por la
noche de Humboldt. El padre, y ELIS amigos de
sobremesa, dejaban, estupefactos, caer cl libro. CQuién
era aquel, que lo traía todo en sí? Niño, ihas sido rey, has
sido Ossian, has sido Bruto? Era como si viese el niño
batallas de estrellas, porque le lucían en el rostro los
respIa?- dores. Había centelleo de tormenta y capacidad
de cráter en aquel
406 Jos6 Marti genio voraz. La palabra, esencial y
rotunda, fluía, adivinando las leyes de la luz o
comentando las peleas de Troya, de aquellos la- bios de
nueve arios. Preveía, con sus ojos de fuego, el martirio a
que los hombres, denunciados por el esplendor de la
virtud,
someten al genio, que osa ver claro de noche. Sus versos
eran la religión v el orgullo de la casa. La madre, para
que no se 10s ir, terrumpieran acallaba los ruidos. El
padre le apuntalaba las rimas pobres. Le abrían todas las
puertas. Le ponían, para que viese bien al escribir, las
mejores luces del salón. iOtros han te- nido que componer
sus primeros versos entre azotes y burlas, a
la luz del cocuyo inquieto y de la luna cómplice!. . .: los de
He- redia acababan en los labios de su madre, y en los
brazos de su padre y de sus amigos. La inmortalidad
comenzó para él en aque- lla fuerza y seguridad de sí que,
como lección constante de los padfes duros, daba a
Heredia el cariño de la casa.
Era su padre oidor, y persona de consejo y benevolencia,
por lo que lo escogieron, a más de la razón de su
nacimiento ameri- cano, para ir a poner paz en
Venezuela, donde Monteverde, con el favor casual de la
naturaleza, triunfaba de Miranda, harto sabio para
guerra en que el acontecimiento hace más falta, y gana
más
batallas, que la sabiduría; en Venezuela, donde acababa
de ense- ñarse al mundo, desmelenado y en pie sobre las
ruinas del templo de San jacinto, el creador, Bolívar.
Reventaba la cólera de Amé- rica, y daba a luz, entre
escombros encendidos, al que había de
vengarla. De allá del sur venía, de cumbre en cumbre, el
eco de los cascos del caballo libertador de San Mar
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