JOHN W. O'MALLEY HACIA UNA EVALUACIÓN HISTÓRICA DEL VATICANO II Developments, reforms, and two great reformations: towards a historical assessment of Vatican II, Theological Studies, 44 (1983) 373-406. Acabando de celebrar el vigésimo aniversario del comienzo del concilio Vaticano II, las cuestiones sobre su significado, hechas a menudo a los historiadores, nos preocupan tanto actualmente como durante su celebración. Un juicio demasiado rápido tiene el riesgo de hacer irrelevante el aspecto histórico de la vida contemporánea de la Iglesia. En un artículo de hace unos años decía yo que el aggiornamento fue una revolución en la historia de la idea de reforma. Pero hoy se trata de ver si las aplicaciones e implicaciones de esta "idea" se han realizado. ¿Se ha realizado una "revolución" o un simple flirteo? ¿Qué tipo de "reforma" inició el concilio? ¿Cuánto y cuán profundamente han cambiado las cosas? Porque no hay duda que el concilio hizo cambios. Pero ríos preguntamos cómo han sido "recibidos" y si han de ser interpretados como mínimos o como máximos, ya que el rasgo de toda "reforma" o "reformación" es evidentemente la reivindicación de haber efectuado cambios. Nadie duda hoy en día que la iglesia cristiana ha sufrido cantidad de importantes cambios. Postulado teológicamente el cambio en la Iglesia por su naturaleza histórica, éste ha de ser, con todo, la condición necesaria para mantener la autenticidad de su propia identidad, no para perderla o comprometerla. Si miramos a la historia de la cristiandad, vemos tres tipos de cambio, que llamaremos "desarrollos", "reformas", y "reformaciones". Por "desarrollos" entiendo todos los cambios que se han dado sin haber sido iniciados deliberada y conscientemente por el liderazgo de la Iglesia. Son cambios de mentalidad o de estructuras que responden a realidades situadas "fuera" de la Iglesia; son tan graduales y poco drásticos a veces que sólo una considerable penetración los adivina. Sólo si no son considerados como abusos sino como avances que son ratificados comienzan a asumir el carácter de reforma o reformación. Uno de los primeros y más importantes fue que el Evangelio empezó a ser conceptuado en un ambiente cultural diferente del de Jesús el Judío. Podemos asimismo citar el edicto de Constantino; la conversión de los bárbaros; en nuestros días, los grandes inventos de la radio y la televisión, el creciente papel de la mujer en la sociedad, el surgimiento de la democracia. Pero hay otro tipo de cambios, conscientemente iniciados por miembros dentro de la Iglesia, "in melius": son los que llamo "reforma" y "reformación" y así los entienden la mayoría de los historiadores. Se puede argüir que ninguno de estos fenómenos conscientes trajo cambios tan profundos como algunos de los desarrollos mencionados. Sea de ello lo que fuere, las "reformas" y "reformaciones" han sido un rasgo significativo de la Iglesia, especialmente desde el siglo XI, y el presupuesto que subyace, que la Iglesia tiene el derecho y, a veces el deber, de iniciar cambios al interior de sí misma, es muy importante. Vaticano II emprendió su aggionamento con plena conciencia; luego ha de ser colocado dentro de estas dos categorías. ¿Cómo distinguir "reforma" de "reformación"? Seguiré a Th. Kuhn. "Reforma" es todo cambio que tiene lugar dentro de un marco de referencia dado, cambio dentro de un sistema. No requiere ni crea un nuevo "mito", "modelo", "universo de discurso" o JOHN W. O'MALLEY "paradigma". Un ejemplo puede ser el decreto "Omnis utriusque sexus" del IV concilio de Letrán sobre la confesión anual y la comunión por Pascua; por importante que fuera, encajaba en un modelo o sistema de piedad ya normativa. Igualmente lo mandado por el concilio de Trento sobre la obligación de residencia de los obispos. Más discutible sería la aprobación de las órdenes mendicantes en el s. XIII: de hecho alteraba la concepción de la vida religiosa como había sido concebida hasta entonces y nacía un nuevo sistema paralelo de ministerio; podría argüirse que se trataba solamente de un reajuste en un sistema en el que los monjes ya habían ejercido el ministerio de la palabra y del sacramento, aunque a veces se les había denegado. No está claro; y esto demuestra que a veces es difícil distinguir entre "reforma" y "reformación". ¿Qué entiendo, entonces, por "reformación"? Un cambio inducido conscientemente en la vida eclesiástica o en su conciencia, que implica (Kuhn) una mutación de paradigma. En el campo científico, por ejemplo, la sustitución de la astronomía de Ptolomeo por la de Copérnico. Pero es mucho mayor la dificultad de aplicar esto a la vida de la cristiandad que a la historia de la ciencia. Para los creyentes un cambio total de paradigma es imposible por definición; la aparición de una nueva teoría científica es un fenómeno que no tiene la complicación del estudio de los cambios teóricos o prácticos de una realidad tan compleja como lo es la historia del cristianismo. En todo caso, es indudable que ha habido cambios en la historia cristiana que han desafiado y contradicho ideas e instituciones hasta entonces aceptadas. En mi opinión hay en la historia de la Iglesia dos fenómenos que no sólo se pueden llamar "reformaciones", sino "grandes reformaciones", y son la llamada reforma gregoriana y la reforma luterana. Las tomaré como punto de referencia para juzgar si el Vaticano II encaja en la categoría de "reforma" o de "reformación". Por "reformación satisfactoria" entiendo aquella cuyo cambio se institucionalizó produciendo una transformación en los modos de pensar y de actuar de efectos de gran envergadura. Al hablar de "satisfactoria" no valoro los méritos o deméritos sino solamente quiero decir que el cambio fue claramente identificable con respecto al impulso que lo inició, que modificó notablemente las anteriores instituciones, y que creó tales mecanismos para perpetuarse que fuera imposible por un largo período un retroceso. I. -LAS REFORMACIONES GREGORIANA Y LUTERANA Así como doy por supuesto que el lector está suficientemente familiarizado con la reforma luterana, me permitiré recordar algunos datos básicos acerca de la reforma gregoriana, o guerra de las investiduras. Duró desde el comienzo del pontificado de León IX (1049) hasta el Concordato de Worms (1122). Su período más intenso fue el pontificado de Gregorio VII (1Ó73-86): el conflicto de Gregorio con el emperador Enrique IV desencadenó la guerra civil, el saqueo de Roma y la muerte del papa en el exilio. Los papas y sus partidarios lucharon por la eliminación de la simonía, del concubinato de los clérigos y de la intervención de los laicos en la designación de los obispos, incluido el papa. Los historiadores ven en la controversia el primer ataque masivo al sistema feudal. La reforma gregoriana insistió en distinguir más claramente dentro de la Iglesia misma las funciones del clero y de los laicos. La insistencia en los viejos cánones y la argumentación legal desarrolló un papado más vigilante, visible y centralizado, que comenzó a ejercer el derecho a obrar con suprema autoridad en lo civil JOHN W. O'MALLEY y en lo eclesiástico. El papel del papado en la actualidad así como la exclusividad del clero en el régimen eclesial son atribuibles a esta reforma. Antes de centrarnos en el componente luterano de la reforma protestante, digamos que, a pesar de las diversidades de este movimiento, siempre coincidió en un claro rechazo del componente papal en el régimen de la Iglesia. Para el siguiente estudio de las dos "grandes reformaciones" propongo cuatro aspectos. El primero es cómo verifican en su contenido su paradigmática radicalidad. El segundo, el lenguaje o "retórica" usados. El tercero, la cualidad del liderazgo. El cuarto, los modos como se fundamentaron en instituciones sociales o político-eclesiásticas. El contenido del paradigma 1) Un tema central. Ambas reformaciones centraron su atención en un problema particular, convencidas que su solución lo arreglaría todo. A pesar de la inicial dispersión de objetivos de los gregorianos, Gregorio VII en 1075 se centró en la batalla contra el emperador sobre las investiduras, "abuso" que se convirtió en el foco y símbolo de todos los otros temas de la reformación. Lutero llegó al tema central más aprisa: la fundamentación de las 95 tesis ya era su doctrina de "justificación por la fe sola", expuesta a León X en 1520 en su "Libertad del cristiano" y que permaneció como su fundamental declaración de principios convertida en programa. 2) Tests de autenticidad Muchas son las ventajas psicológicas de un tema central claramente enfocado. Para sus defensores su posición se hace incontestable y fácilmente defendible. Los gregorianos fundamentaron su justificación en los cánones, que representaban la "verdad", contra la práctica de investidura que era una "costumbre", un "desarrollo" injustificado. Los cánones no necesitaban autentificación sino que ellos eran la autentificación de todas las otras normas. El test de Lutero era muc ho más fundamental. Restauró la doctrina, caída en desuso y aun suprimida por el papado, de S. Pablo, que articuló en Romanos y Gálatas. Estas epístolas fueron para él el corazón del "canon dentro del canon", respecto del cual se juzgaba el resto de la Biblia. Esta doctrina contradecía al sentido común y a la filosofía (Aristóteles); por ello era la "Escritura sola" la que la convalidaba. 3) Programas. Las declaraciones enfocadas en ambos casos implicaban la base para amplios programas de cambio. Los gregorianos, con sus medidas, comenzaron efectivamente a crear un nuevo orden en la Iglesia, eliminando de su régimen el papel de los magnates laicos. El derecho canónico, en un sentido muy papal, emerge como la disciplina eclesiástica central. Nació la "monarquía papal". El teólogo de la curia Giles de Roma dijo: "El papa, que puede ser llamado la Iglesia". Lutero pasó muy rápidamente a un programa drástico. El mismo año en que escribió "Libertad del cristiano" publicó "Apelación a la nobleza germana". Leído en el contexto de sus otros escritos, tiene una cohesión interna que establece la plataforma para un cambio radical en el régimen de la Iglesia. Subyace continuamente una nueva definición de la piedad y de la actitud religiosa, concreta en el rechazo de la "justificación por las obras" en favor de la justificación por la fe, lo cual le lleva a una nueva teología sacramental y de la Palabra. JOHN W. O'MALLEY 4) Cambio de paradigma. Si en ambos casos los programas se hacían inaceptables o ininteligibles para los extraños, era porque formaban un sistema nuevo: había habido un cambio de paradigma. Por lo menos desde el s. VI al XI la Iglesia occidental obraba sobre la base del feudalismo. No había una función diferenciada de la jerarquía eclesiástica y la secular. De este régimen feudal se producían ventajas e inconvenientes. Hombres indignos eran nombrados obispos y abades; aunque tampoco faltaron prelados dignos. En todo caso, no se consideraban "abusos" estas prácticas. Los gregorianos tenían, pues, que argumentar sobre un nuevo modelo de la Iglesia ideal. "La Escritura sola" es un principio tomista (Sum. theol. 1,1,8,ad 2). Lutero no se oponía a la "tradición", sino a la "filosofía": para Aristóteles la virtud se adquiere haciendo buenas obras. Lutero se opuso al papado y a la Iglesia simbolizada por el papa, no porque no hallara base escriturística para fundamentarlos, sino porque el papado, oponiéndose a su enseñanza de la justificación, suprimía el evangelio. El rechazo de Lutero del derecho canónico (meras "invenciones humanas") como base para este orden eclesial era tan combativo como lo era su defensa por los gregorianos. Los problemas que los "luteranos" y los "papistas" tenían en la mente no era la gama de particularidades en que diferían, sino los modelos, valores, tests de la autenticidad y presupuestos subyacentes que estaban en juego. Se había dado un cambio de paradigma respecto de lo que la Iglesia y el "verdadero cristiano" habían de ser. La retórica de la Reforma El cambio, en cuanto supone mutaciones del paradigma, contradice al sentido común y a las opiniones en boga. Amenaza la misma base de las instituciones. Las sociedades a las que se dirigía habían de estar en cierto modo preparadas psicológica y sociológicamente por un cierto malestar dentro del viejo paradigma, el cual malestar preparaba su descomposición. Pero la operación radical que la ruptura supone, obliga a apoyar los nuevos paradigmas con una campaña masiva de propaganda, cosa que hicieron ambas reformaciones, revistiendo con su retórica los paradigmas de acordes emocionales y valorativos. 1) Slogans. En cada caso surgió pronto un slogan. Para los gregorianos fue "la libertad de la Iglesia". Para Lutero fue la "justificación por la fe sola" o simplemente "el evangelio". Eran a la vez aliento, prueba de lealtad, grito de batalla. Respecto a la relación de los slogans con los temas centrales de ambas reformaciones, las ventajas de estas concentraciones son muchas: centran el movimiento, hacen distinguir amigos de enemigos, dan la medida para distinguir el progreso del retroceso; y críticamente importante, pueden ser sintetizados en un slogan. 2) Redefinición. Había bastante poco en la historia de la edad media hasta el 1050 que sugiriera que la "libertad de la Iglesia" de las intervenciones seculares fueran una "reforma" posible. La dramática redefinición de los gregorianos oponiendo la "verdad" a la "costumbre" revela lo revolucionario de esta reformación. Por otra parte, ni Erasmo cuestionó las "buenas obras" como "buenas" y meritorias. Fue Lutero quien por la "justificación por la fe sola", enmarcada en su "teología de la cruz", que le llevó a la tesis de que las buenas obras, del punto de vista natural, son pecados; produjo así una auténtica inversión. La verdadera audacia de estas redefiniciones fue lo que les dio fuerza retórica: no podían perderse en el haz de otras más convencionales, ya que las desafiaban demasiado directamente en sus mismísimos fundamentos. JOHN W. O'MALLEY 3) Postura profética. Otro rasgo de la retórica de la reforma fue la postura profética y el lenguaje asumido, el cual fue "profético" por lo menos en cuatro sentidos: a) el estilo se parecía al tajante de los profetas de Israel. Gregorio los citaba y sabía que le incumbía "gritar con fuerza". Lutero, "doctor hyperbolicus", decía que la naturaleza del mensaje cristiano. exige la "aserción", estilo categórico y de proclama; b) ambos estaban convencidos de que estaban en un mundo gobernado por el diablo y los enemigos de la verdad, que habían de ser desenmascarados: por ello usan la "retórica del reproche"; c) sin embargo, asumen la complementaria función profética de prometer la venida de tiempos mejores. La "retórica del reproche" va acompañada de la "retórica de las grandes expectativas", creando así una visión que está más allá de un "programa". d) finalmente ambos adoptaron el papel de un profeta, identificando su causa con la de Dios y preocupados de la iustitia, es decir, la rectitud y la soberanía de Dios. Explicitados estos cuatro rasgos, añadamos que la postura profética provoca una situación de crisis. Ambas reformaciones convulsionaron la sociedad, guerras incluidas. El papa fue destronado por el Emperador y murió en el exilio; Lutero vivió excomulgado a partir de 1521. Los gregorianos provocaron una crisis que acabó en una cierta reconciliación, aunque contenía un potencial del cisma futuro. De Lutero se siguió un inmediato cisma que aún perdura. Liderazgo La reforma gregoriana, aunque de hecho comenzó sin la directa dirección de Gregorio, éste hizo pronto de ella su reforma, y la historia le ha dado su propio nombre. Lutero fue la figura central desde el comienzo mismo, arriesgando vida y fama. Es que la reformación exige heroicas energías y necesita, por ello, supremos compromisos personales. Si los concilios de Constanza y el Lateranense IV fueron de escaso impacto, se debió a que acabaron por ser de la responsabilidad de nadie. El influjo del de Trento fue debido a que finalmente se confió su cumplimiento al papado y a que hubo figuras, Carlos Borromeo y otros, que, además de crear nuevas formas institucionales, demostraron su convicción de dar cumplimiento al concilio arriesgándose en graves conflictos con las autoridades. Fundamentación institucional Ambas reformaciones comenzaron a insertarse en la estructura de la sociedad, de tal modo que algunas de las antiguas instituciones empezaron a funcionar de distinto modo y se fundaron nuevas. Los gregorianos fundaron el colegio de cardenales, y los luteranos, el clero casado. Estas nuevas "clases" de ministros fueron importantes agentes para la realización de las reformaciones. La función de los cardenales fue redefinida, transformando un grupo esencialmente litúrgico y políticamente inerte en una de las más poderosas fuerzas de Europa. Lutero era un mal organizador y la "iglesia reformada" que fundó estuvo largos años sin las líneas maestras de los derechos y deberes de obispos y príncipes. Pero Lutero había fundado un nuevo clero, cuyas convicciones doctrinales y prácticas litúrgicas lo distinguían claramente del católico. Lo que irrevocableme nte ligaba a este clero a la reformación de Lutero era el permiso de casarse: así Lutero había creado, casi sin saber, un instrumento que iba a perpetuar su visión y programa. JOHN W. O'MALLEY II.-EL CONCILIO VATICANO II A la luz del estudio anterior de las dos "grandes reformaciones satisfactorias", estamos preparados para abordar el Vaticano II bajo esta amplia perspectiva. ¿Se trata de una "reforma", o de una "gran reformación"? ¿Cómo se relaciona con los "desarrollos"? Hay que respetar a quien afirma que es demasiado pronto para emitir un juicio: al fin y al cabo, la reformación gregoriana necesitó siglos para manifestarse ampliamente operativa. A pesar de todo, y a pesar de las notables diferencias entre el concilio y los otros dos modelos, lo cual hace imposible un juicio definitivo, la afirmación central de mi tesis es que en el Vaticano II podemos testificar que estamos ante una "gran reformación". El contenido y el paradigma En un artículo anterior propuse que el Vaticano II creó un nuevo paradigma eclesiológico, aunque, por no haberlo nunca articulado sin ambigüedad, a las declaraciones conciliares mismas les faltó claridad. Sin embargo, la idea de aggionamiento marcó una notable diferencia respecto al paradigma fundamental del régimen de la Iglesia anterior al conc ilio. Hasta el concilio, la mentalidad católica era que la Iglesia no era afectada por la historia. En los últimos cien años había surgido en la sociedad occidental una conciencia histórica que había influido aun en los estudios eclesiásticos, de modo que los teólogos progresistas que eventualmente tuvieron gran influencia en el Vaticano II eran de esta mentalidad y se impuso una conciencia de que "las cosas no han sido siempre así". El concilio, sin negar el sentido divino de la Iglesia, insistió en un sentido de libertad y flexibilidad en su interpretación de la tradición que no tenía precedentes. Así llegó al fundamento del aggionamento, que la religión tenía que cambiar para ir al encuentro de las "necesidades de los tiempos". Así el concilio comenzó a realizar una ruptura en la conciencia, más cercana a una "gran reformación" que a una "reforma". El concilio fue llamado "el final de la era constantiniana", el "fin de la contrarreforma", un "nuevo Pentecostés": señal de que participantes y observadores ve ían que se trataba de algo más serio que reajustes y correcciones al interior de un sistema dado. Había, pues, una nueva dirección; pero, ¿cuál era? Entramos aquí en los aspectos materiales del paradigma. En los términos más genéricos, los objetivos del concilio, entre otros, eran: acabar con la actitud de aislamiento cultural de la Iglesia; una nueva libertad de expresión y de acción dentro de ella; reformar el papel del episcopado y de las iglesias locales; afirmar la dignidad del laicado; actitud más conciliadora con los otros cuerpos religiosos, acabar con las divisiones de la cristiandad, "dialogar" con las religiones no cristianas; introducir el concepto nuevo de "libertad religiosa" y de "libertad de conciencia", etc.; una mayor apreciación del "mundo" y de su relación con la Iglesia. Esta lista sugiere que se trataba de algo más que una "reforma". Estos objetivos tienen una relación lógica o afectiva entre sí, se originan de un nuevo paradigma eclesiológico o teológico. Así llegamos al test que autent ificaba el paradigma, el cual era lograr una Iglesia que respondiera a las "necesidades de los tiempos"; el test era coextensivo con el paradigma. El concepto de las "necesidades de los tiempos" es mucho más subjetivo y ambiguo que los sagrados cánones o la epístola a los Romanos. Pues, ¿de qué necesidades se trata? ¿De quién? ¿Es un test compatible con una Iglesia que cree en su origen divino?" "La estructura del contenido", pues, del Vaticano II es completamente diferente del problema análogo de las dos reformaciones. JOHN W. O'MALLEY La retórica del Vaticano II A pesar de estas ambigüedades, el concilio provocó una crisis en el catolicismo romano, no tan dramática ni profunda como las provocadas por las dos reformaciones; pero crisis, en todo caso. Influyó en que la crisis fuera menor el estilo de retórica adoptado por el concilio. "Aggiornamento", "modernizar", "dinamizar", pueden funcionar como tests de aliento, aun de lealtad, pero no como gritos de guerra. Esto en retórica recibe el nombre de litote o atenuación: no expresar directamente el juicio sino negar lo contrario de lo que se quiere afirmar. Los documentos conciliares tienen deliberadamente, al. contrario del estilo apodíctico de Gregorio y Lutero, un estilo incluso homilético: la "retórica del reproche" está casi del todo ausente y es sustituida por la "retórica de la congratulación". En otros documentos adoptó el concilio una "retórica de grandes expectativas": especialmente en Gaudium et spes se afirma la esperanza de un mundo de justicia y paz, y de cooperación entre tecnología y religión. Al tomar el concilio la nueva dirección no explicita la redefinición de lo que era bueno y malo; más confusión se produce todavía cuando lo "nuevo" es colocado simplemente junto a lo "antiguo", como suponiendo que son compatibles. Esta retórica, a diferencia de las de Gregorio y Lutero, sin incisividad y claridad, hace a sus documentos más susceptibles de manipulación, sobre todo a medida que el acontecimiento se va quedando lejos. Pero el concilio, con la legislación, única en la historia del catolicismo, de tantos cambios que afectaban a las vidas del pueblo común, y el slogan del aggiornamento, produjo una real crisis. Su "retórica de acción" no era tranquilizadora, como lo era un tanto su retórica verbal. Estos cambio caía n sobre una comunidad psicológica ni teológicamente preparada para recibirlos. Había elementos del nuevo paradigma que poco antes del concilio no habían sido permitidos ni en círculos académicos teológicos; y ahora se los urgía autocráticamente, teniendo así poca correlación en lenguaje con las clases de cambios que comenzaban a hacerse. Crisis, o al menos confusión, fue el resultado inevitable. Liderazgo Uno de los contrastes mayores entre los cambios realizados por el Vaticano II y los de las dos reformaciones es que aquellos fueron fruto de una asamblea, en cambio éstos lo fueron de dos personas individuales. El papa Juan convocó el concilio, pero no hay la más mínima evidencia de que previera o intentara la dirección que tomó; muerto él, sus sucesores fueron fieles cumplidores de las decisiones tomadas por la asamblea. "El concilio del papa Juan", pues, como se lo ha llamado, sólo remotamente podía ser reivindicado por él. ¿Entendieron muchos de los padres conciliares lo que habían elaborado? No es para minusvalorar su tarea, que quizás no tiene igual en toda la historia de la Iglesia. Los problemas que plantean los "documentos de asamblea" son serios. La desaparición de líderes tales como los cardenales Bea, Lercaro y Suhard recrudece el problema. Los dos pontífices siguientes adoptan los nombres de los dos papas conciliares, para indicar su misión. Así se da el hecho paradójico, tratando del liderazgo del concilio, de que el principal realizador de un concilio que había optado por una Iglesia más descentralizada vuelve a ser, en la mente de la mayoría de la gente, la autoridad central de la iglesia, la figura cumbre de la pirámide jerárquica. JOHN W. O'MALLEY Fundamentación Institucional Opino que la clave del éxito de las dos reformaciones está especialmente en su fundamentación en nuevas o progresivas instituciones. El Vaticano II fue cauto respecto de las estructuras eclesiales.¡Ni el Sto. Oficio fue suprimido! Muchos depositaron grandes esperanzas en las conferencias episcopales y en el sínodo de obispos. Pero carecen ambas de una claridad de competencia y sus tomas de posición son más sub Petro que cum Petro. En cambio las dos reformaciones crearon una nueva clase, decisiva en el éxito de ambas. Lutero no calculó que al abogar por el matrimonio del clero estaba creando una nueva clase, pero así fue. Uno de los fenómenos más alarmantes del catolicismo postconciliar ha sido el descenso de vocaciones; los ministerios tradicionales son ejercidos cada vez más por laicos voluntarios y profesionales. "Clase", término vago, lo es aún más si se aplica a este fenómeno; tampoco es seguro que esta nueva clase se comprometa a vida y muerte en el aggiornamento. CONCLUSIÓN El Vaticano II se parece en ciertas cosas a las dos reformaciones, aunque en otras difiere considerablemente. Se parece sobre todo en la construcción de un nuevo paradigma de conciencia religiosa en el régimen de la Iglesia. ¿A qué conclusiones nos lleva todo esto? Hemos de recordar que las reformaciones gregoriana y luterana no son normativas de los cambios que puedan darse en la Iglesia. Ningún suceso histórico se repite. Las dos reformaciones mismas tienen entre sí enormes diferencias. La segunda consideración absolutamente fundamental es no la correlación entre las dos reformaciones, sino entre cada una de ellas y la cultura en la cual consiguieron su éxito. No podemos hablar de paradigmas religiosos sin colocarlos en el más amplio contexto cultural. Así como dije que los cambios que ocurren "fuera" de la Iglesia llevan consigo "desarrollos" en el interior de la misma, ninguna "reformación" en el interior de la Iglesia puede tener éxito si no se correlaciona con las realidades "de fuera". Inicialmente el concilio quiso hablar sólo a la iglesia católica romana, pero a medida que avanzó el tiempo extendió su mensaje a la "humanidad entera". Y quiso mostrar a los católicos que su propia tradición podía responder más efectivamente a las condiciones "de fuera". Su empresa era no la oposición profética a algo, sino un acto de profunda reconciliación. Su retórica responde a esta empresa. Para evaluar el concilio hemos de fijarnos en que el aspecto formal del aggionamento es la admisión del principio de una reconciliación entre la Iglesia y ciertos cambios fuera de ella. El punto central de contacto era la nueva conciencia histórica que impregna la cultura moderna y que tuvo fuerte impacto en el concilio mismo. Esta conciencia significa la admisión de lo contingente en una escala mucho mayor que antes fue admitido. En las reformaciones gregoriana y luterana el punto crítico para el éxito fue probablemente la fundamentación institucional; en el Vaticano II, el paradigma. Los gregorianos y luteranos pronto sintieron la frustración de la futilidad de sus esfuerzos y la disipación de sus visiones; pero sus movimientos estaban tan adaptados a su época, que acudieron fuerzas externas a apoyarlos. ¿Fue el Vaticano II una "gran reformación"? Aunque me inclino por la afirmativa, creo será mejor cambiar la pregunta: ¿fue por lo menos sintomático de un profundo cambio en la percepción y en JOHN W. O'MALLEY los medios de pensar, juzgar y obrar según la moderna cultura, siguiendo así marcando inevitablemente el curso de la teología y del orden eclesial? Mi respuesta es todavía más fuertemente positiva. Creo indudable que la iglesia católica, gracias sobre todo al concilio, ha entrado en los veinte años pasados en una nueva era de su historia. El impulso católico persistente de reconciliar "naturaleza y gracia" elevado al nivel de las instituciones sociales, se convierte en un impulso de reconciliar la Iglesia con la cultura humana, exceptuado el pecado y afirmando el evangelio. Esto lo vio el concilio y es lo que significa pertenecer a una Iglesia peregrina. Es el permanente desafío que el concilio nos hace. Tradujo y extractó: TEODORO DE BALLE