LA BOMBA ATÓMICA DE HIROSHIMA Testimonio de Keiko

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LA BOMBA ATÓMICA DE HIROSHIMA
Testimonio de Keiko Murakami
Little Boy (en español: Niñito o Niño Pequeño) fue
el nombre con que se bautizó a la bomba atómica lanzada
sobre la ciudad japonesa de Hiroshima el 6 de agosto de
1945. Little Boy fue lanzada desde el bombardero
estadounidense B-29 llamado Enola Gay pilotado por el
teniente coronel Paul Tibbets, desde unos 9,450m de
altura. El aparato explotó a las 8:15:45 AM (JST),
aproximadamente, cuando alcanzó una altitud de 600 m.,
matando aproximadamente a 140,000 personas.
Little Boy
era una bomba
de diseño sin
probar el día del
lanzamiento, ya
que la única
prueba anterior
de
un
arma
nuclear (prueba
Trinity, realizada cerca de Alamogordo, Nuevo México)
correspondía al diseño de plutonio, mientras la bomba que
estalló sobre Hiroshima era de uranio, que no albergaba
tantas dudas sobre su fiabilidad.
Presentaba un aspecto de bomba alargada de
color verde oliva y chata, con alerones cuadrados de los
cuales sobresalían sensores de radar y barométricos.
Pesaba unas cuatro toneladas, se fijó al avión con unos
ganchos especiales y tenía una potencia explosiva de 13
kilotones, equivalente a 13,000 toneladas de TNT.
Llegada en partes a Tinian el 26 de julio de 1945,
una parte fue transportada por el infortunado USS
Indianapolis (CA-35) y la otra parte por transporte aéreo.
Una vez ensamblada
y armada bajo las más
estrictas
medidas
de
seguridad quedo a la espera,
se requirió hacer al costado
de la pista, una pista con foso
para depositar en él la bomba.
El Enola Gay tuvo que
colocarse encima de este foso
para que la bomba, mediante
gatos hidraúlicos pudiese ser
levantada y colocada en el
compartimiento de la bomba.
El B-29 Enola Gay necesitó de toda la pista para
despegar con la bomba. Esta bomba fue armada en vuelo
por el técnico William Sterling Parsons. Esto consistía en
colocar los pequeños sacos de pólvora convencional para
el cañón, armarla eléctricamente, comprobarla y quitar los
obturadores de seguridad colocar unos obturadores rojos
y sustituir los verdes.
Fue la primera de las dos únicas bombas atómicas
(junto con Fat Man arrojada en Nagasaki por el
bombardero Bockscar) que han sido utilizadas en combate
contra ciudades.
La bomba Little Boy fue arrojada
a las 08:15 horas de Hiroshima y
alcanzó en 55 segundos la altura
determinada
para
su
explosión,
aproximadamente 600 metros sobre la
ciudad. Debido a vientos laterales falló
el blanco principal, el puente Aioi, por
casi 244 metros, detonando justo
encima de la Clínica quirúrgica de Shima. La detonación
creó una explosión equivalente a 13 kilotones de TNT, a
pesar de que el arma con U-235 se consideraba muy
ineficiente pues sólo se fisionaba el 1.38% de su material.
Se estima que instantáneamente la temperatura se elevó
a más de un millón de grados centígrados, lo que incendió
el aire circundante, creando una bola de fuego de 256
metros de diámetro aproximadamente. El calor
desprendido de la bomba alcanzó los 10,000ºC, la
temperatura de la superficie fue de 3,000 a 5,000ºC.
Imaginen el poder de la bomba atómica, considerando que
el punto de ebullición del agua es de 100ºC y el hierro se
derrite a 1,500ºC. En menos de un segundo la bola se
expandió a 274 metros.
Mientras el Enola Gay se alejaba a toda velocidad
de la ciudad, el Capitán Robert Lewis, copiloto del
bombardero (Robert Lewis), comentó: «Dios mío ¿Qué
hemos hecho?». Bob Caron, artillero de cola del Enola
Gay describió así la
escena:
«Una
columna de humo
asciende
rápidamente.
Su
centro muestra un
terrible color rojo.
Todo
es
pura
turbulencia. Es una
masa
burbujeante
gris violácea, con un
núcleo rojo. Todo es
pura turbulencia. Los
incendios
se
extienden por todas
partes como llamas
que surgiesen de un enorme lecho de brasas. Comienzo a
contar los incendios. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis...
catorce, quince... es imposible. Son demasiados para
poder contarlos. Aquí llega la forma de hongo de la que
nos habló el capitán Parsons. Viene hacia aquí. Es como
una masa de melaza burbujeante. El hongo se extiende.
Puede que tenga mil quinientos o quizá tres mil metros de
anchura y unos ochocientos de altura. Crece más y más.
Está casi a nuestro nivel y sigue ascendiendo. Es muy
negro, pero muestra cierto tinte violáceo muy extraño. La
base del hongo se parece a una densa niebla atravesada
con un lanzallamas. La ciudad debe estar abajo de todo
eso. Las llamas y el humo se están hinchando y se
arremolinan alrededor de las estribaciones. Las colinas
están desapareciendo bajo el humo. Todo cuanto veo
ahora de la ciudad es el muelle principal y lo que parece
ser un campo de aviación».
Bob Caron, artillero de cola/fotógrafo del Enola Gay.
Entre 70,000 y 80,000 personas, cerca del 30% de
la población de Hiroshima murió instantáneamente,
mientras que otras 70,000 resultaron heridas. Cerca del
90% de los doctores y el 93% de las enfermeras que se
encontraban en Hiroshima murieron o resultaron heridos,
ya que la mayoría se encontraba en el centro de la ciudad,
área que recibió el mayor daño.
Yo tenía 8 años de edad. Estábamos en mi casa a
1.6 km del punto cero. Mi padre era secretario general de
Defensa Civil. La noche anterior los aviones estuvieron
bombardeando y por ello estuvimos en los refugios hasta
la madrugada. Esa noche nadie durmió bien. Por la
mañana, mi padre se quedó en casa hasta más tarde de lo
usual y mi madre estaba preparando el desayuno. Yo
casualmente dije que no quería ir a la escuela. Mi padre,
que era muy estricto, extrañamente nos dejó faltar. Así
que con mi hermano lo pasamos leyendo revistas.
La mayoría de la gente estaba tan quemada que
no podía reconocerse. Mi padre pensó que mi hermanita
estaba muerta. Comenzó a limpiar su cuerpito, que
parecía no respirar. El quería limpiarle la sangre que la
cubría, que era de mi madre, y luego cremarla pero en ese
momento, cuando la lavaba en el río, la bebita lloriqueó y
todos nos alegramos. Pero no duró mucho nuestra alegría,
pues ella necesitaba leche y mi madre, por el susto, ya no
tenía más. Entonces mi padre encontró a una mujer que
tenía su blusa húmeda de leche. Le rogó que alimentara a
nuestro bebé, pero ella respondió: "Esta es la leche de mi
hijo que ha muerto y no se la quiero dar a extraños".
De pronto mi padre gritó: "Estos no son los ruidos
de los aviones japoneses, ¡Corran al refugio!". Mi hermano
y yo corrimos al refugio debajo de la casa. En ese
momento sentí un gran shock. Todo se derrumbó y mi
padre apareció también allí. Nosotros estábamos debajo
de la casa derrumbada y quemada. De pronto, todo quedó
en penumbras.
Al cabo de un rato comenzamos a ver algo de luz;
nos aferramos a mi padre y logramos salir afuera.
Buscamos a nuestra madre gritando con todas nuestras
fuerzas y, de pronto, algo se movió entre los restos de la
casa que estaba bajo nuestros pies. Apareció mamá con
nuestra hermanita, que era una bebé de 57 días de vida,
entre sus brazos. Mi madre estaba cubierta de sangre.
Todo su cuerpo se hallaba lleno de esquirlas de vidrios y
su ojo derecho colgaba sobre su pecho. Mi padre tomó el
ojo con la palma de la mano y, al ver que ya nada podía
hacer, lo arrancó y lo tiró. El también tenía serias heridas
en su hombro izquierdo. Se quitó su camisa y con ella
trató de parar la sangre que brotaba.
Caminamos 300 metros hasta la orilla del río. En
el camino, no encontramos a ninguna persona. Un silencio
de muerte nos rodeaba, parecía como si nosotros
fuéramos los únicos sobrevivientes del mundo. Al poco
tiempo comenzó a aparecer gente terriblemente quemada,
con horribles heridas jamás vistas, gente con la piel
derretida y colgando, gente revolcándose en el piso por el
dolor, gente gritando como animales heridos y otros, en
terrible estado de shock y sin poder hablar, se
acurrucaban.
Mi padre, bajando la cabeza, le imploró muchas
veces, así como también la gente que estaba cerca.
Comenzaron a decirle que su bebé no volvería nunca más
pero que, si quería, podría salvar la vida de ese bebé que
seguía con vida. Le pedían que por favor la salvara
dándole su leche. Finalmente la mujer accedió. Cerca de
donde estábamos había un pozo de agua. Un viejo aljibe,
pero no había nada para sacar agua. Entonces la gente
comenzó a tirarse dentro, uno tras otro, hasta formar una
montaña humana. Muchos de ellos murieron por
sofocación; sólo algunos sintieron alivio a pesar de no
poder moverse por la gran cantidad de personas muertas
que había encima. Ese mismo día, los gusanos
aparecieron sobre los cuerpos de los muertos y sobre las
heridas de la gente. Por todos lados olía muy mal. El río
se fue llenando de gente muerta, de animales, de restos
de escombros, de muebles, etc. Era imposible cruzarlo. Mi
padre tenía la responsabilidad de ayudar a los ciudadanos
pero, viendo la situación, desistió de ir a su trabajo para
ayudar a la gente que estaba alrededor. Reunió a otros
soldados y con ellos contenía a la gente diciéndole que
pronto vendrían a rescatarlos. De ese modo prevenían los
saqueos y los motines.
Nosotros, desde la mañana, no habíamos comido
nada. Intenté comer los pepinos y las berenjenas que
estaban sembrados cerca del río, pero cuando los puse en
mi boca los escupí. Luego de muchos años, me enteré de
que la gente que los comió o bebió el agua, murió a causa
de la radiación o sufrió diferentes enfermedades.
Mi ciudad se incendió toda. Las llamas parecían
tocar el cielo. Al lugar donde estábamos no llegaba nadie
a ayudarnos o a rescatarnos. A la mañana siguiente, el
fuego se apagó y mi padre fue hasta lo que era nuestra
casa y desenterró unos pepinillos. También dejó una
madera con la siguiente inscripción: "La familia Murakami
está bien. Vamos a la casa de los señores Ono" como
señal, por si alguien nos buscaba. Mi hermanita fue
alimentada otra vez por la señora y, en agradecimiento, mi
padre le entregó los pepinillos. Hasta hoy la recordamos y
quisiéramos saber qué fue de ella, si no se habrá
enfermado por haberlos comido, ya que todos los
alimentos estaban contaminados por la radiación. Qué
angustia si por ello hubiera enfermado o, peor aún,
hubiera muerto...
Luego de dormir a la intemperie decidieron que mi
hermano y yo fuéramos a la casa de mi abuelo en las
montañas, al suroeste de Honshu. Tuve que caminar
desnuda calmando a mi hermanito que lloraba todo el
tiempo. Caminábamos con los pies descalzos sobre los
escombros calientes de la ciudad derrumbada e
incendiada y, aunque íbamos con cuidado, a veces
pisábamos
cadáveres
que
yacían entre los escombros. Aun
ahora, a pesar de haber
transcurrido 61 años desde la
bomba atómica, jamás pude
olvidar lo horrible que fue ese
momento. En casa de mis
abuelos
comenzamos
una
nueva vida. El era carpintero,
por eso sólo tenía un pequeño
terreno. Allí la mayoría de los
vecinos
habían
recibido
refugiados y por ello no había
suficiente comida.
Después de dos meses de la bomba atómica,
comenzamos a sufrir altas fiebres, a orinar y a defecar
sangre. El médico rural no sabía sobre los síntomas
causados por la radiación. La medicina era escasa y lo
único que pude hacer fue estar en cama.
Aproximadamente más de un mes después me recobré de
la fiebre, pero el oído seguía despidiendo pus. No sabían
cómo curarlo y sólo la retiraban.
Al llegar el invierno volvimos a Hiroshima y vivimos
otra vez en familia. Pude ir al hospital de la Cruz Roja. Allí
me enteré de que la fiebre y el problema del oído eran
efectos de la radiación. Ahora quisiera hablar sobre mi
madre. A 500 metros de donde cayó la bomba atómica
estaba la escuela primaria, un edificio de concreto que se
convirtió en hospital temporario para la gente con heridas
graves.
Allí estuvo mi madre con mi hermanita y allí recibió
tratamiento. Perdió el ojo derecho y el doctor, con la
mano, le quitó las astillas de vidrio. Al tiempo logró
recuperar la vista del otro ojo. Tuvo suerte.
Mis padres decidieron que fuera a la escuela media
cristiana. En la escuela superior me especialicé en
Sociología y decidí trabajar por la paz, ayudar a las
víctimas de la guerra y prevenir otra guerra.
En 1957 me gradué y comencé a trabajar en el
hospital de la bomba atómica de Hiroshima. Mi trabajo
consistía en entrevistar a las víctimas de la radiación y
reportar su condición. Todos los días conocía a gente que
estaba en peor condición que mi familia, lo cual me daba
mucha tristeza y pesar.
En el hospital me realizaron chequeos rigurosos y
los resultados dieron que mis glóbulos rojos y blancos
estaban por debajo del nivel normal. A menudo sufría de
mareos pero pensaba que era una condición normal de mi
constitución física. Cuando me enteré de que era por la
exposición a la radiación me dio un gran shock. Me hacía
análisis regularmente pero nunca tuve un nivel del todo
normal. Trabajé más de un año en el hospital, pero
realmente era un trabajo muy estresante y con una gran
carga psicológica. Por eso lo dejé y me dediqué a la
búsqueda de la belleza como estilista. A mi madre le
quedaron grandes cicatrices, por lo cual odiaba tomarse
fotografías y, ciertamente, no tengo ninguna foto con ella,
aunque cuando me recibí de experta en belleza la
peinaba, le hacía la permanente, la teñía y la ponía bella.
Mi madre siempre estaba enferma pero, a pesar
de ello, mientras crecíamos fue el soporte espiritual de la
familia. Al ser una familia de minusválidos aprendimos a
proteger a los débiles. Ella repetía: "He perdido un ojo,
siempre estoy enferma, pero he sido afortunada pues sólo
yo en esta familia ha recibido heridas graves". Después de
la guerra, sobrevivió 36 años.
Mi hermanita era muy débil, pero milagrosamente
se salvó y Dios le dio un don: fue cantante infantil, incluso
soprano. Trabajó para la estación de radio de Hiroshima y
muchas veces escuchábamos su bella voz por la mañana.
Cuando estaba en su primer año de la preparatoria ganó
un premio como solista del coro de su escuela en una
competición coral. Luego de eso tuvo problemas de salud,
su corazón y glándulas tiroides funcionaban mal, por lo
que no pudo tener una vida normal. En noviembre del
2003 mi hermana murió, a los 58 años.
Mi hermano fue bendecido con buena salud, pero
tuvo que soportar el duro hecho de hacerse cargo y ser
miembro de una familia formada por víctimas de la
radiación. Se casó con una mujer que perdió a su padre
en la guerra y tuvo dos hijos.
Mi padre murió en 1994, en la primavera, su
estación favorita, pues es la época en que florecen los
sakuras (las flores de cerezo) y en la que todo se vuelve
rosa por sus pétalos.
En mayo del 2003, en mi ciudad, hubo una
exposición fotográfica sobre la guerra de Irak, del Golfo
Pérsico. Las imágenes que vi de niños heridos, el horror
en sus ojos por haber perdido a sus padres, es lo mismo
que yo viví en 1945. Sé que ese terrible momento jamás
será borrado de su memoria, al igual que nunca lograré
olvidar lo que yo he vivido tampoco. Y tendremos que
aprender a vivir con eso tanto ellos como yo, con este
terrible recuerdo el resto de nuestras vidas. Cuando la
bomba atómica explotó, yo tenía 8 años. Ahora tengo 70.
Creo que ya soy muy vieja. Viendo la situación mundial de
hoy no pararé de gritar: "Basta de guerras. Terminemos
con las bombas nucleares".
Página web: http://h-s-o.net/
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