Solemne Acto de Investidura como Doctor Honoris Causa del Excmo. Sr. Gérard Dufour U n i v e r s i d a d 15 de abril de 2014 del Excmo.Sr. Gérard Chastagnaret d e A l i c a n t e Solemne Acto de Investidura como Doctor Honoris Causa del Excmo. Sr. Gérard Dufour U n i v e r s i d a d del Excmo.Sr. Gérard Chastagnaret d e 15 de abril de 2014 A l i c a n t e LAUDATIO Laudatio pronunciada por el Sr. Emilio La Parra López con motivo de la investidura como Doctor Honoris Causa por la Universidad de Alicante del Excmo. Sr. Gérard Dufour LAUDATIO Me corresponde el honor de pronunciar la “laudatio”, o elogio, del profesor Gérard Dufour, con el objeto de solicitar para él el máximo grado universitario: el Doctorado Honoris Causa por la Universidad de Alicante. Quienes reciben un encargo de esta naturaleza aluden con frecuencia a la complejidad de la tarea por la amplitud y variedad de los méritos del candidato, pero debido a la evidencia de los mismos, reconocen a la vez lo llevadero de tal cometido. Tal es el caso, tratándose de una persona como el profesor Dufour. Durante casi cuatro décadas ha desempeñado la docencia como profesor en activo. Ha desarrollado una intensa actividad investigadora que le ha convertido en un historiador muy influyente y reconocido. Ha dirigido distintos grupos de trabajo y ha sido capaz de crear una nutrida nómina de discípulos, hoy profesores en universidades e institutos de Francia y de España. Ha desempeñado diversos cargos de gestión universitaria, entre ellos el más alto: de Président (Rector) de la Universidad de Aix-Marseille. De esta Universidad es en la actualidad profesor emérito y Rector honorario, signos estos elocuentes de la opinión que su trayectoria ha merecido a la comunidad universitaria. Un hombre que desde la lejana fecha de 1983 inició una estrecha relación con la Universidad de Alicante, la cual, si cabe, se verá reforzada a partir de ahora gracias al grado que se solicita para él. No me detendré aquí y ahora en la descripción de los mencionados trazos biográficos del profesor Dufour, pues debería emplear un tiempo del que no dispongo. Me limitaré a resaltar con brevedad dos de ellos, porque estimo que son los más a propósito al objeto perseguido en este acto. Me refiero a su aportación a la ciencia y a su relación con la Universidad de Alicante. Pero antes de entrar en ello, no desearía pasar por alto algunas cualidades que han impregnado, y determinado, su trayectoria profesional. Además de una extraordinaria inteligencia y de su proverbial capacidad de trabajo, que le ha permitido atender sus obligaciones profesionales con plena intensidad, sin descuidar ninguna de ellas, debe resaltarse su disposición a apoyar al alumnado. Varios de los asistentes a este acto y yo mismo estamos en condiciones de corroborar este extremo. Nunca han quedado defraudados cuantos doctorandos y doctorandas de esta Universidad han acudido a él en busca de orientación científica, bien en Aix-en-Provence, bien aprovechando alguna de sus estancias en Alicante. Y todos hemos sido testigos del elevado grado de honradez personal y profesional del profesor Dufour. Como acabo de anunciar, paso a exponer con suma brevedad algunas consideraciones acerca de su obra historiográfica. Sus trabajos se han centrado en las relaciones Iglesia-Sociedad-Estado y en los medios de formación de la opinión pública, en especial, el sermón y la prensa, durante los reinados de Carlos III, Carlos IV y Fernando VII. En este ámbito ha ocupado un lugar destacado el estudio de la Guerra de la Independencia. El marco cronológico de referencia de la investigación del profesor Dufour es, pues, el tránsito del s. XVIII al XIX. En 1982, cuando publicó su tesis de Estado, Juan Antonio Llorente en France, libro al que habían precedido varios estudios en torno al Evangelio en triunfo del ilustrado Pablo de Olavide, este tiempo histórico casi era terra incognita para los historiadores españoles. Maestros reconocidos, como Miguel Artola y Carlos Seco, le habían dedicado alguna atención, pero no habían entrado de lleno en el periodo, al que por regla general no se le atribuía entidad propia como campo específico de estudio. Otra cosa hizo una brillante generación de hispanistas franceses, la del profesor Dufour, en la que junto a él mismo, destacan Lucienne Domergue, François López, René Andioc, Jacques Soubeyroux, Albert Dérozier, Jean-René Aymes, Georges y Paula Demerson, Claude Morange… La obra de estos y otros estudiosos incrementó el conocimiento sobre este tiempo histórico y abrió nuevas perspectivas interpretativas. A Dufour, en concreto, le debemos una propuesta que se ha demostrado imprescindible para explicar la revolución liberal española. Se trata del concepto de “liberalismo cristiano”, empleado por él con resultados excelentes en su obra antes citada sobre Juan Antonio Llorente y en otras posteriores. A partir del ideario racionalista propio de la Ilustración, los cristianos liberales, o liberales cristianos, buena parte de ellos eclesiásticos, asumieron principios políticos liberales y actuaron muy activamente en pos de tres objetivos: cambiar unas estructuras eclesiales caducas, encomendando el gobierno de la Iglesia española a los obispos y no a Roma (su antirromanismo era proverbial); renovar el cuerpo eclesiástico, apegado en exceso a cuestiones materiales e inclinado a intervenir en asuntos político-jurídicos que le eran –y le son- ajenos; y crear una nueva conciencia cívica y religiosa, basada en los valores “propios del Siglo”, como entonces se dijo: patriotismo, virtudes ciudadanas, racionalismo, rigorismo moral, recurso a las Sagradas Escrituras como fundamento doctrinal, combate contra la superstición, etc. El profesor Dufour se ha ocupado con intensidad de clérigos liberales y afrancesados que de forma más o menos diáfana integraron la tendencia aludida. En unos casos ha estudiado la trayectoria vital de individuos destacados (el mencionado Llorente, el inquisidor general Ramón José de Arce, el canónigo Santiago Sedeño). Ha prestado especial atención, asimismo, al significado como vehículo político-cultural de la prensa y de los sermones (su estudio y edición de sermones de curas liberales, entre ellos varios alicantinos, es un libro de referencia). Se ha ocupado de la compleja relación entre el Estado y la Iglesia. Y, como es lógico, no podía dejar de lado la Inquisición, el contrapunto más patente a la renovación de la Iglesia y del pensamiento. A la Inquisición ha dedicado varias monografías, pero también obras de síntesis, publicadas en Francia y en España. He aquí un rasgo muy destacable de su producción historiográfica: la capacidad y habilidad en combinar la aproximación monográfica a un tema, haciendo gala de la máxima erudición y rigor científico, con las visiones generales actualizadas. Sus monografías, aparecidas en forma de artículos en revistas científicas, participación en obras colectivas y en libros unitarios (en este punto habría que destacar su innovador estudio sobre Goya durante la Guerra de la Independencia), superan de largo el centenar. Por otra parte ha dedicado sendas síntesis a la Ilustración española, a la Inquisición y a la Guerra de la Independencia. En los tres casos no se ha limitado a ofrecer una visión global de lo que se sabe sobre la materia. Realiza asimismo sugerencias sobre su estudio y plantea propuestas interpretativas novedosas. A esta riquísima gama de la producción historiográfica del profesor Dufour hay que añadir la edición de textos, actividad esta en la que ha demostrado especial perspicacia, tanto en la elección y descubrimiento de materiales, como en su análisis. A Dufour se deben las dos mejores ediciones de la novela anti inquisitorial titulada Cornelia Bororquia (una de ellas, publicada en Alicante); la del divertido e inaudito manual de confesores del carmelita Fr. Valentín de la Madre de Dios, de mediados del siglo XVIII; varios textos de Pablo de Olavide y de Juan Antonio Llorente; el importante Semanario de Agricultura y Artes dirigido a los párrocos, de finales del siglo XVIII, y la novela antibelicista Moina o La Aldeana de Mont Cenis, escrita sorprendentemente por José, el hermano de Napoleón y rey de España, personaje, por cierto, sobre el que Dufour ha publicado los mejores estudios en los últimos años. Estas publicaciones han aparecido indistintamente en castellano y en francés, en España y en Francia, en revistas científicas prestigiosas y, cuando se trata de libros, en conocidas editoriales. No puedo pasar por alto que algunos de los textos del profesor Dufour han sido editados en Alicante, bien por el servicio de Publicaciones de nuestra Universidad, bien por el Instituto de Cultura Juan Gil-Albert (en este último caso, entre los años 1987 y 1994). Pero del mérito científico del profesor Dufour no solo da fe su obra publicada. Lo hace asimismo su extraordinaria actividad para impulsar la investigación y propiciar el debate entre historiadores a través de la organización de reuniones científicas. Los congresos y otros encuentros organizados por él en Aix-en-Provence han tenido notable influencia en historiadores franceses y españoles y han suscitado varias tesis doctorales. Memorable ha sido –y así es reconocido por los especialistas- el importante congreso “Les espagnols et Napoléon”. Y no menos relevantes las mesas redondas sobre el clero afrancesado y el catolicismo liberal, además de otros congresos recientes dedicados a la Guerra de la Independencia. Esta obra, que solo he podido presentar mediante trazos muy gruesos, le ha convertido en un reconocido especialista en la Ilustración española, en la Inquisición y en el primer liberalismo español. Y conviene señalar que buena parte de esta actividad –a la que no ha sido ajena su esposa Colette, inteligente y siempre atenta para estar allí donde convenía que estuviese- la ha realizado en continua comunicación con investigadores españoles, propiciando, asimismo, el contacto de estos con los franceses. Ello ha dado lugar a que en los últimos decenios más que de historiografías diferenciadas, debamos hablar de grupos de trabajo formados por historiadores españoles e hispanistas franceses. La actuación en este sentido del profesor Dufour, así como la del profesor Chastagnaret - como estoy seguro pondrá de relieve en la laudatio de este último mi colega el doctor Alberola- es paradigmática. Constituye una inapreciable aportación a la creación de un espacio científico europeo real, fructífero. No desearía finalizar esta “laudatio” sin mencionar los estrechos vínculos del profesor Dufour con la Universidad de Alicante. Ya se han insinuado al aludir a su obra científica. Añadiré algún dato más. Ha participado activamente desde tiempo ha, y lo sigue haciendo, en los cursos de doctorado y Masteres impartidos por los Departamentos de Historia Moderna y de Humanidades Contemporáneas. Ha formado parte de tribunales de tesis de doctorado y algunos los ha presidido. Ha sido ponente en distintos congresos organizados por esta Universidad. Y, sobre todo, fue el impulsor, en perfecta sintonía con el rector Andrés Pedreño, del establecimiento en nuestra Facultad de Filosofía y Letras de una Licenciatura Conjunta hispano francesa en Historia. Esta titulación, que supuso un paso muy significativo de nuestra Facultad en su integración en el ámbito universitario europeo, paradójicamente ha sido interrumpida tras la adaptación de los planes de estudio a las directrices del Espacio Europeo de Educación Superior. De contradicciones como esta, y de contratiempos de distintas naturaleza, no está exenta la Universidad española; tampoco la francesa. Pero el ejemplo de personas como Gérard Dufour y su homónimo Chastagnaret constituye sin duda alguna un acicate para no abandonar el empeño en mejorar la institución universitaria. Por las circunstancias del lugar en que transcurre este acto –la sede de la histórica Universidad de Orihuela- y de las personas concurrentes, permítanme, para finalizar, que haga uso de la fórmula latina, la cual estimo no será ingrata al académico de quien se ha hecho esta laudatio: His de causis, peto gradum Doctoris Honoris Causa Domino Gérard Dufour. Muchas gracias DISCURSO Discurso pronunciado por el Sr. Gérard Dufour con motivo de su investidura como Doctor Honoris Causa por la Universidad de Alicante DISCURSO Quiero expresar al Excelentísimo y Magnífico Sr Rector y a los miembros del Claustro de la Universidad de Alicante mi profundo agradecimiento por el gran honor que me hacen nombrándome doctor honoris causa a propuesta del departamento de Humanidades Contemporáneas y de su director, Prof. Dtr. D. Emilio La Parra Lopez, que acaba de pronunciar esta “laudatio” tan conmovedora para mi. Para un hispanista, ser “Doctor Honoris Causa” por una prestigiosa Universidad española es el mayor reconocimiento que pueda esperar de su labor de investigación; iba a decir: de su vocación. Porque, en mi caso, creo que fue una auténtica vocación suscitada por algunas personas a las que también quisiera manifestar públicamente mi gratitud. Mi familia no es de origen hispánico: soy francés, y muy francés, por los cuatro costados. No fui a buscar en la historia de España unas raíces más o menos lejanas. Y sin embargo, en algunas circunstancias, al referirme a los españoles de los siglos XVIII y XIX, se me escapó la fórmula: “nuestros antepasados”. Esta relación que calificaría de amorosa con España empezó por el sueño de un niño. Mi padrino, André Durocher (q.e.p.d.), fue uno de los primeros franceses en pasar la frontera en 1948. Se fue a Valencia a visitar a un amigo íntimo suyo, un compañero de escuela en París, del que había sido separado por las terribles circunstancias históricas que les tocaron vivir. Al año siguiente, volvió a Valencia, pero prosiguió el viaje dando la vuelva a España, pese a las dificultades que se ponían entonces a los que no se calificaban todavía de turistas, sino de extranjeros, como la obligación de avisar a la policía del desplazamiento que se pretendía hacer, el lugar donde uno pensaba alojarse, etc. Mi padrino era un excelente fotógrafo y, al volver a París, nos enseñó a mis padres y a mí las fotografías que había sacado durante el viaje: el Miguelete, el alcázar y la catedral de Sevilla, Toledo, Segovia… Para el niño que yo era, fue como descubrir el país de las mil maravillas. Y pensé: “Eso sí que quiero verlo”. Pero se me ocurrió una idea que iba a ser decisiva de cara al futuro: “Pero si quiero aprovecharlo, tengo que hablar el español, como el padrino”. La oportunidad de estudiar el español se presentó en 1954, cuando, en el instituto tuve que elegir un segundo idioma. Entonces, los alumnos excelentes estudiaban griego; los buenos, alemán y el español (considerado como fácil) se reservaba a los mediocres o francamente malos. La cosa se complicó con la introducción en el instituto de un nuevo idioma: el ruso. Era el idioma de moda, el que había que aprender… por si acaso: ¡estábamos en plena guerra fría! Además, el que iba a enseñar el ruso era nuestro profesor de latín, que sometió a sus alumnos a una propaganda soviética. Pero yo era testarudo, y ni la perspectiva de verme catalogado como mal alumno, ni la de poder despacharme en caso de invasión soviética me hizo desistir de mi proyecto. No tuve que arrepentirme de esta elección. Nuestro profesor de español, M. Jean Testas, fue para mí un maestro en el sentido más pleno de la palabra. Supo interesarnos –¿qué digo?: no interesarnos, sino apasionarnos- por este idioma nuevo; entusiasmarnos por una cultura desconocida. Para mí fue mucho más que un profesor: fue todo un modelo, al que quise imitar. ¡y ojalá lo haya conseguido! El peso de los años le impide estar hoy con nosotros, pero echo de menos la “presencia de su ausencia” (como decía Pedro Salinas) y quiero dejar constancia de mi profunda gratitud. La atracción que ya ejercía sobre mí España se confirmó con la invitación para las fallas de 1959 que me dirigió la familia de mi correspondiente, Simón Ramírez Aledón, hermano del que es hoy el conocido historiador Germán Ramírez Aledón. El trato magnífico y cariñoso que me reservó toda la familia, sus atenciones, el ambiente mágico de las fallas, todo ello, para decirlo en lenguaje cervantino, “henchizó en mi la voluntad de volver” a Valencia y descubrir otras tierras de España lo más pronto posible. Más aún: había descubierto que si los franceses son mis compatriotas, los españoles son mi gente: el título de “fallero” de honor que me consiguió el Sr. Ramírez, y cuyo pergamino está todavía en buen sitio en el salón de mi casa, me pareció una especie de certificado de integración en este mundo tan soñado. Creía hablar magníficamente el español. En realidad, apenas lo chapurreaba. No obstante, en el momento de elegir una carrera universitaria, elegí Filología Hispánica. Era una locura que ni se le hubiera ocurrido al propio don Quijote: la única perspectiva laboral era la enseñanza segundaria, con muy pocas posibilidades de sacar una plaza (hubo que esperar hasta 1981 y la presidencia de François Mittérand para ver desarrollarse de manera espectacular la enseñanza del español en Francia). Además, la competencia era terrible: todos los compañeros (sobre todo compañeras) eran hijos de republicanos españoles exiliados, y, por ser su lengua materna, la que hablaban en casa, no tenían todos los problemas (sintácticos, de vocabulario, de acento) que yo tenía. De nuevo, el profesor Testas (que del instituto se había pasado a la Sorbona) me ayudó muchísimo, animándome, prodigándome sus consejos, corrigiéndome ejercicios… Sin su apoyo, en aquellos años que tan difíciles fueron para mí en lo moral, ya que murió mi padre después de una larguísima enfermedad cuando empezaba yo la licenciatura, hubiera abandonado los estudios. Reitero la expresión de mi gratitud. Para mí (nunca mejor dicho), sí: “ille, ille fuit deus”. Pese a los pesares, todo acabó bien y, a los 23 años, obtuve el doctorado de estudios hispánicos por la Sorbona con una tesis sobre El Evangelio en triunfo de Olavide. Sentí un inmenso orgullo, como lo sentí cuando mi elección como presidente de mi universidad, como lo siento ahora mismo, no a nivel personal, sino familiar, pensando en mis padres, que no habían tenido la oportunidad de pasar de la escuela primaria y sobre todo en mi abuelo paterno, que había aprendido a leer y escribir en las trincheras de la Primera Guerra Mundial para poder comunicarse con su mujer y tener noticias de ella y de su hijo de 4 años sin pasar por la intermediación del sargento, del cura o del maestro de escuela del pueblo. Por fin, podía darme por hispanista. Y eso, usque ad mortem. En esta segunda parte de mi vida, dos acontecimientos tuvieron especial importancia en mi trayectoria científica. El primero fue cuando saqué la cátedra de Civilización Española de la Universidad de Provenza, en Aix, en 1980. En aquel entonces, en Francia, historiadores especialistas de España e hispanistas no solían hacer buenas migas y se acusaban mutuamente de ignorancia (no siempre sin razón). Lejos de esta desconfianza, me encontré con compañeros como los profesores Emile Temime (q.e.p.d.) y Gérard Chastagnaret con los que pude compartir interrogaciones, información y sobre todo formar parte de proyectos de investigación en equipos como Telemme. El segundo momento capital fue mi encuentro, en 1983, con el profesor de la Universidad de Alicante, don Emilio La Parra López. Para no alargarme, no voy a repetir lo que este ha dicho en su intervención. Mi colaboración con los departamentos de Historia Moderna y Contemporánea de esta Universidad de Alicante ha sido tan intensa que llegué a considerarla como mi segunda universidad. El título de Doctor Honoris Causa que se me otorga hoy viene a confirmarme en esta impresión tan halagüeña para mí. Desgraciadamente, ya no estaré en condiciones de facilitar las relaciones institucionales entre la Universidad de Alicante y la de Aix-Marsella, esencialmente en lo que se refiere a la elaboración de un nuevo diploma que podría sustituir el que habíamos creado y que desapareció por motivos que no quiero investigar. Pero sí, estoy y estaré dispuesto a seguir colaborando (y siempre con el mismo placer y entusiasmo) en la labor de enseñaza y de investigación que tan dignamente se lleva a cabo aquí, justificando este título de doctor por la Universidad de Alicante que tanta satisfacción me produce. Así que, Excelentísimo y Magnífico Sr. Rector, permítame exclamar, como uno de los suyos “¡Vivat alma mater!” LAUDATIO Laudatio pronunciada por el Sr. Armando Alberola Romà con motivo de la investidura como Doctor Honoris Causa por la Universidad de Alicante del Excmo. Sr. Gérard Chastagnaret LAUDATIO La UA se honra en acoger hoy en su claustro, en este marco incomparable de la Universidad Histórica de Orihuela, a dos significados hispanistas. Dos maestros de quienes, algunos profesores de esta universidad de los departamentos de Historia Económica, Moderna y Contemporánea, hemos tenido –y seguimos teniendo- la suerte de recibir lecciones de historia y de vida. El profesor Emilio La Parra ya ha puesto de manifiesto en su laudatio los méritos que concurren en el Dr. Gérard Dufour. Me corresponde a mí el honor de hacer lo propio con los del prof. Gérard Chastagnaret a quien, como a su homónimo, estimo, admiro y respeto profundamente tanto en lo personal, como en lo académico. Gérard Chastagnaret nació en 1945 en la propia escuela de Saint Jean Chambre, un pueblecito de la región francesa de l’Ardèche donde sus padres ejercían de maestros rurales. La Ardèche es una región interior mediterránea, de esas que Braudel, en su famoso Mediterráneo, califica de adustas y montaraces; recias y quebradas, de fríos inviernos y calurosos veranos. Tierra que dio cobijo a siglos de disidencia religiosa que, en Francia, equivale a decir política. No hay que olvidar que hugonotes y católicos contendieron fieramente durante las guerras de religión del último tercio del siglo XVI, y aunque pudieron convivir unas décadas gracias al Edicto de Nantes dictado por el bon roy Enrique IV (13-4-1598) su revocación por Luis XIV (1685) trajo de nuevo la intolerancia y la represión hacia los hugonotes que hubieron de resistir bien arraigados al territorio. Tengo para mí que esta tierra de l’Ardèche, espléndidamente descrita desde todos sus ángulos por Albin Mazon –bajo el pseudónimo de Dr. Frankus-, marca indeleblemente a sus hijos. El niño Gérard probablemente no pensó en su infancia que llegaría a ser profesor de universidad; quizá no le disgustara soñar con ser maestro como sus padres pero, es posible, que en esos años inmediatos al fin de la II Guerra Mundial le apeteciera mucho más ser, de mayor, futbolista. Como a tantos otros. Pero, ya saben, la vida da muchas vueltas. El hoy catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Aix-Marsella, tras recibir la educación primaria en su propia casa –allí estaba la escuela-, cumplió sus Estudios secundarios en los liceos de Tournon (Ardèche) y en el de Parc (Lyon) donde sobresalió en griego y latín, antes de ingresar por oposición en la prestigiosa École Normale Superieur sita en la parisina rue Ulm, en la que entre 1964-1969, estudiaría, se licenciaría y obtendría su Diploma de Estudios Superiores. Fueron, sin duda, años intensos donde se forjaría el futuro historiador –pese a que algunos profesores pretendieran sin éxito desviarlo hacia el terreno de la Geografía- y en los que vio cumplido ese hipotético sueño de niño: durante dos años fue el orgulloso capitán del equipo de fútbol de l’École Normale. Agregado de Historia desde 1968, ayudante entre 1969 y 1971 en la Facultad de Letras de Rabat, miembro de la Casa de Velázquez (1971-1974): el primer normalien de Historia Contemporánea que recalaba en la institución a la que retornaría 27 años después, pero en calidad de Director. Desde 1974 ha sido profesor de la Universidad de Provenza, en la que se jubiló como Catedrático en 2011 tras desarrollar una fecunda tarea docente e investigadora estrechamente vinculada con la Historia Contemporánea (sobre todo la Económica) de España. Pero no sólo con ella. Sin embargo los inicios de esta relación con nuestra historia no fueron fáciles. Más bien lo contrario; pues el prof. Chastagnaret no es un hispanista al uso. No estudió castellano. Tampoco opositó a plazas de Historia y Civilización española. Ha sido, pues, un hispanista «heterodoxo» o, como él mismo ha dejado escrito, un hispaniste de raccroc (es decir, por casualidad). Pero, al fin y al cabo, y por suerte para quienes hemos gozado –y seguimos haciéndolo- de su magisterio, un investigador infatigable y generoso de la España del siglo XIX; y algo más. Su primer contacto, ciertamente brusco, con España se produjo allá por 1966 cuando, pese a que él estaba interesado en estudiar las élites provinciales francesas durante el siglo XVIII, su director de tesina, Pierre Vilar, lo envió a Barcelona (a Terrassa) a la búsqueda de fuentes documentales que completaran la visión de la Cataluña moderna. Una misión –dominio del idioma aparte- sin recorrido que, no obstante, le permitió entrar en contacto con quien considera su auténtico maestro: el prof. Jordi Nadal. Sin solución de continuidad Nadal le hizo deslizarse desde el siglo XVIII al XIX y pasar del estudio de las élites al de una de sus creaciones: la Caja de Ahorros de Sabadell (1859-1914); trabajo con el que en 1969 obtuvo su Diploma de Estudios Superiores. Sería Jordi Nadal quien, en la primavera de ese año, le propuso que se embarcara en la aventura de elaborar una Tesis de Estado sobre el sector minero español en el siglo XIX. El reto lo asumió nuestro doctorando H. C. con el apoyo y complicidad de los profesores Bouvier y Temime –éste último sería su director- que completó con la ayuda y consejos constantes de Nadal. Gérard Chastagnaret cubriría con ella uno de los tremendos vacíos existentes en el XIX español. Un siglo de rincones apenas alumbrados por entonces gracias a algunos trabajos de síntesis de Miguel Artola o Manuel Tuñón de Lara elaborados, fundamentalmente, desde la óptica de la revolución liberal. En la vertiente de la Historia Económica, pocos «islotes» emergían dentro de una «oceánica nada» (Nadal, Sardá o Vicens Vives), pues el siglo XIX había sido postergado por los del período moderno, donde el hispanismo francés –también el anglosajón- tenía en marcha estudios que, al cabo, darían obras magistrales. Durante la elaboración de su Tesis de Estado (que defendió en 1985) Gérard Chastagnaret fue testigo de excepción y partícipe cualificado de los avances experimentados por la historiografía española en general así como de la consolidación de la Historia Económica como disciplina; logros que, contemplados desde la perspectiva actual, se antojan extraordinarios dadas las circunstancias del país. Durante sus años de estancia en España, de estrecho contacto con lo hispano –y no sólo en lo tocante a archivos, bibliotecas, museos y similares- Chastagnaret no sólo aprendió castellano sino que, con su proverbial bonhomía, se identificó con los españoles. Y esto también es cosa de hispanistas Generalmente, los currícula reflejan con excesiva frialdad los méritos acumulados tras largas y fértiles trayectorias. Y conviene hurgar en otras fuentes para descubrir otras facetas del protagonista. Pero como el historiador tiene la costumbre –buena o mala- de guardar -por escrito- memoria y, en ocasiones, practica el sano ejercicio de dejar correr la pluma pues facilita datos que, en el caso del prof. Chastagnaret, resultan reveladores. Así, sus profundos conocimientos sobre la minería española están construidos –como es obvio- sobre el sistemático vaciado de fuentes documentales y estadísticas, manuscritas e impresas de gran valor cualitativo y cuantitativo. Pero también proceden del archivo «humano». Porque nuestro doctorando H C siempre ha practicado eso que denominamos «vivir la Historia» o, más exactamente, «militar por la Historia». Así, la insufrible dureza de la mina, la complejidad y peligros que entraña trabajar en las profundidades de la tierra las conoció de primera mano. Llevando en autostop a un minero leonés a comienzos de los ’70 comprendió el significado exacto de lo que era tener el “pulmón de piedra”, silicosado; en Almadén comprobó empíricamente los estragos ocasionados por el mercurio paseando y conversando con un minero “azogado”; visitando, en fin, el club de ancianos del llano del Beal (La Unión) y departiendo con sus parroquianos –mineros retirados- escuchó historias terribles sobre la mina, preñadas de ironía y humor negro. Como investigador y gestor de grupos de investigación, Gérard Chastagnaret ha mantenido una ingente actividad. La UMR (Unidad Mixta de Investigación) TELEMME (Temps, Espaces, Langages, Europe Meridionelle, Mediterranée), que fundó en 1992 y dirigió hasta 2002, y la Maison Mediterranéenne de Sciences de l’Homme (MMSH), inaugurada en 1997, han dejado su identidad en la Universidad de Aix-Marseille y constituyen referencia en investigación y enseñanzas especializadas en Ciencias Humanas y Sociales para el ámbito mediterráneo. Su producción científica es muy notable, pasando con largueza del centenar de títulos. De entre la quincena de libros del prof. Chastagnaret (bien como autor principal o en colaboración) destaca sobremanera su gran obra: España, potencia minera en la Europa del siglo XIX, fruto de su tesis doctoral defendida en 1985. Publicada en 2000, sus casi 1200 páginas de letra menuda y apretada constituyen una excepcional contribución a la historia de este sector huérfano de estudios hasta ese momento. Su consulta resulta imprescindible. Especialmente querida para él es la Histoire de l’Espagne Contemporaine, escrita en colaboración con Émile Temime y Albert Broder que, aparecida por vez primera en 1979 en francés y, en 1982, en castellano ha sido objeto de numerosas reediciones. Sin olvidar el libro que sobre el reinado de Carlos III y el despotismo ilustrado en España dio a la imprenta, en 1994, fruto de la colaboración con su amigo y colega, y hoy compañero de investidura, el prof. Dufour. De su talante personal proporcionan noticia sus propios discípulos, la gran mayoría profesores de Instituto o universidad. Valgan como muestra las palabras que Xavier Huetz de Lemps y Jean Philippe Luis (autores de sendas Tesis de Estado bajo su dirección) le dedican en el preliminar del libro-homenaje que en 2012 publicó la Casa de Velázquez. Trabajador infatigable y tenaz, comprometido con la ciencia y con la sociedad, de profundas y sólidas convicciones morales (nunca ha cedido un ápice de dignidad ante presiones espurias); dialogante pero, a la vez, enérgico y beligerante frente a las actitudes intolerantes tanto en lo científico como en lo social; el ciudadano Gérard Chastagnaret ha hecho gala, además, de una enorme capacidad para formar historiadores, alentando y encaminando a generaciones de jóvenes investigadores al estudio de esta disciplina tan importante socialmente y, en estos tiempos que corren, tan cuestionada –cuando no abierta e irresponsablemente despreciada, junto con otras- por ciertas voces desde ciertas instancias con formas y lenguaje impropios. Muy exigente en la forma y en el fondo pero, a la vez, enormemente respetuoso con la libertad intelectual de sus discípulos -de quienes confiesa haber aprendido siempre-, el prof. Chastagnaret ha dirigido 27 Tesis doctorales (11 sobre España y el mundo hispánico, 2 sobre el Mediterráneo y 9 sobre Francia). A éstas se añaden otras 7 Tesis de Estado o HDR (Habilitations à Diriger des Recherches); 4 de ellas sobre España y el mundo hispánico, cuyos autores (Jean-Philippe Luis, Xavier Huetz de Lemps, Alexandre Fernández e Isabelle Renaudet) son en estos momentos catedráticos y prestigiosos hispanistas. En España, ya lo he dicho, ha contribuido de manera destacada al desarrollo y consolidación de la Historia Económica como ciencia pero, con su proverbial modestia y gratitud, siempre ha reconocido el magisterio indiscutible que sobre él ejerció el profesor Jordi Nadal y no se cansa de señalar, cada vez que tiene ocasión, la influencia benéfica de sus colegas españoles con los que, confiesa, nunca mira el reloj cuando se trata de contrastar ideas, debatir proyectos, discutir conclusiones de estudios o, simplemente, conversar. Sirvan como prueba de su vinculación con este país, y de su reconocimiento como científico, entre otras, su activa participación en proyectos de investigación conjuntos, su presencia en tribunales de Tesis, su labor como Miembro del Comité Internacional de Evaluación del CSIC para centros de investigación en Historia, sus años como Director de la Casa de Velázquez (2001-2006) o su pertenencia desde 2004 al Consejo Científico de la Fundación Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes (UA). Voy concluyendo. Pero no quiero dejar de aludir a una circunstancia capital en la trayectoria vital de Gérard Chastagnaret en estos momentos en los que la universidad de Alicante lo convierte en miembro eminente de su claustro y, a la par, le rinde justo homenaje y reconocimiento. Junto a él siempre ha estado –y cuando digo siempre, no estoy empleando este adverbio de manera retórica- Claude, su mujer. Compañera en todo y espejo en el que mirarse. Eficaz, discreta, imprescindible. Sabia. Me van a permitir ustedes, me va a permitir el doctorando que, para intentar resumir lo que creo que ella ha sido para él, tome prestados unos versos del poeta Louis Aragon que el cantautor Jean Ferrat –que me consta no les es ajeno a los Chastagnaret pues he visto obra ferratiana en la casa familiar de Font Bonne, allá en su patria ardèchoise- hizo suyos en la canción que, en 1975, escribió y tituló Le poète a toujours raison. Estoy convencido de que G. Chastagnaret, como cantaba Ferrat, peut déclarer, avec Aragon, que la femme –sa femme Claude- est l’avenir de l’homme. Toujours. Et moi-même, je le déclare aussi. Es más, todos deberíamos hacerlo en estos tiempos en los que no hay día en que no se abata la violencia sobre ellas, sobre quienes son –como declara el poeta- nuestro futuro. Y tiene razón. Los méritos que acumula Gérard Chastagnaret, y que –torpemente- he intentado resumir, no acaban aquí porque, al margen de la definitiva consolidación de las relaciones institucionales entre la Casa de Velázquez y la UA durante su mandato como director de esta institución, desde mucho tiempo atrás los profesores Chastagnaret y Dufour han contribuido al desarrollo y potenciación de acciones consorciadas entre su universidad y la nuestra: titulaciones conjuntas, líneas de investigación interuniversitarias, intercambio de profesorado, fomento de estancias de estudiantes en ambas universidades, organización de seminarios y congresos internacionales, participación en tribunales de Tesis, dirección y coordinación de publicaciones conjuntas (con los profs. Gil Olcina, Barciela López y Escudero Gutiérrez). Pero, además, en la Biblioteca de Facultad de Ciencias Económicas tiene Gérard Chastagnaret un rincón especial en el que reposa la generosa donación que años atrás hizo de su colección completa de la Estadística Minera de España que, con paciencia y no poca inversión, logró reunir. Auténtico joya de la estadística decimonónica constituye una prueba más de su estrecha vinculación con esta universidad. A todo lo dicho hasta aquí debo añadir que Gérard Chastagnaret es Académico Correspondiente de la Academia de Ciencias Morales y Políticas, Oficial de la Orden de las Palmas Académicas y Caballero de la Orden de la Legión de Honor, la más alta distinción que otorga la República Francesa. Y para solicitar el máximo honor académico que esta institución universitaria puede otorgar emplearé, no el latín como ha hecho mi colega, compañero en tantas cosas y amigo entrañable, el Dr. La Parra, con anterioridad, sino la lengua que mientras Orihuela fue capital de la Governació d’enllá Sexona o Gobernación meridional del viejo reino de Valencia se utilizaba en las instituciones y en la vida cotidiana: el valenciano. I aixó per que, a hores d’ara, es just i molt necessari. “Així, doncs, després d’haver considerat i exposat tots aquests fets, digníssimes autoritats i claustrals, sol·licitem amb tota consideració i encaridament demanem que s’atorgue i es conferisca al senyor Gérard Chastagnaret el suprem grau de Doctor Honoris Causa per la universitat d’Alacant”. Moltes gràcies. DISCURSO Discurso pronunciado por el Excmo. Sr. Gérard Chastagnaret con motivo de su investidura como Doctor Honoris Causa por la Universidad de Alicante DISCURSO Me permitirán empezar agradeciendo las palabras, tan exageradas como cariñosas, del profesor y amigo Armando Alberola. Recibo este homenaje excepcional que me otorga la Universidad de Alicante con sentimientos muy diversos. Unos los comparto con casi todos los recipiendarios: la confusión por lo inmerecido del acto, la emoción, la gratitud y el orgullo legítimo por ser recibido de la forma más oficial por una de las más dinámicas y prestigiosas Universidades españolas.En mi caso, habría que añadir algo más personal, mucho más íntimo: este doctorado no va a ser sólo una línea prestigiosa en un currículum que ya no me sirve para nada. Es como si fuera reconocido, adoptado, incluido en una familia que cuenta mucho en mi trayectoria personal y familiar. No se trata de mi primera integración en el marco académico hispánico. Hace años que la historiografía española, a través especialmente de la Asociación Española de Historia Económica, aceptó en su seno a un investigador que sin haber cursado nunca ni una sola clase de español, llegó a Barcelona en septiembre de 1966, orientado hacia la historia tardo-moderna y contemporánea de España, por el único mérito de que ningún otro joven estudiante de historia del Paris de los sesenta quería dedicarse a este campo de estudio. A pesar de estos inicios tan poco prometedores, pude comenzar una trayectoria hispanista gracias a la indulgencia y ayuda del único maestro que reconozco: el profesor Jordi Nadal, de Barcelona. Descubrí la universidad de Alicante hace algunasdécadas, en el marco de dos estancias de varias semanas, hospedado en el Colegio Mayor, instalado la primera en el ala de los chicos, la segunda en la de las chicas, lo cual a ellas no les pareció peligroso, ni tampoco a mí. Aprendí a conocer un espacio excepcional, a conocer también a casi todos los rectores sucesivos, incluso al primero de ellos, Antonio Gil Olcina, hoy rector honorario. Les encontré aquí o en Aix-en-Provence, gracias a las relaciones excepcionales iniciadas y fortalecidas por Andrés Pedreño y Gérard Dufour; también en Madrid, donde mi esposa y yo tuvimos el honor de recibir en la Casa de Velázquez a dos de ellos: Salvador Ordoñez e Ignacio Jiménez Raneda.Hoy, afortunadamente, tengo la oportunidad de conocer al actual Rector: Manuel Palomar.Esta proximidad con la universidad de Alicante me ha permitido coincidir con muchos colegas de varios departamentos y me ha propiciado el acceso al consejo científico de ese proyecto utópico convertido en una empresa magnifica: la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, organismo al que todavía me siento honrado de pertenecer. Hace ya mucho tiempo, desde los años 80, estoy colaborando con colegas de Alicante, quienes muy pronto se convirtieron en amigos. Y luego hemos seguido trabajando juntos, organizando coloquios o proyectos de investigación, publicando libros. La amistad se extendió a las esposas, a las familias, por no decir a las casas. Los intercambios iniciales, con Antonio Escudero y Emilio La Parra, me ayudaron a tomar confianza en mi mismo. Recuerdo también mi primer encuentro con Carlos Barciela, a quien había invitado en 1990 en Montauban a hacer de malo de la película en un coloquio dedicado a Manuel Azaña. Mi estancia en Madrid como director de la Casa de Velázquez me permitió dar unos pasos más en la colaboración científicacon Departamentos de dos Facultades: la de Filosofía y Letras y la de Ciencias Económicas y Empresariales; en otras palabras, con historiadores “generalistas” y con historiadores de la economía, en suma, con historiadores. Por ejemplo, recibí incitaciones a aperturas temáticas y metodológicas hacia la historia política, gracias a Emilio La Parra, y hacia la historia del clima y del medio ambiente, gracias a Armando Alberola y también gracias al geógrafo Jorge Olcina. A todos debo más, mucho más, de lo que ellos creen. Las propuestas, explicitas o no, de estos colegas y amigos, cuajaban perfectamente con una de mis convicciones de investigador: encerrarse en su propia especialidad puede ser fructífero en un primer tiempo, porque proporciona resultados rápidos, pero en tal caso, se agotan rápidamente no solo las respuestas, sino también los planteamientos realmente novedosos. Mi formación inicial, a pesar de las insuficiencias del marco francés, me había dejado por lo menos algo positivo: la ambición, la ilusión por una historia total. Alicante me ayudó a perseverar discretamente en este camino. Mi investigación actual se beneficia mucho de esta impregnación alicantina, tanto en cuanto a los temas, como en lo relativo al desarrollo de la reflexión. He intentado trasladar esta postura a la formación de los doctorandos, considerando que mi propia investigación importaba mucho menos que la ayuda que podía proporcionar a las nuevas generaciones, siempre mejores que nosotros, dicho sea esto sin demagogia, sino sencillamente porque se benefician del adelanto de los saberes. Intenté hacerlo de dos maneras: individual y colectiva. La ayuda individual ha sido la de todo director de tesis: compartir cuestiones y dudas, ayudar desde la construcción de los planteamientos hasta la redacción de la obra. He tratado de cumplir este cometido con una gran exigencia hacia mí mismoy con mucho rigor hacia ellos, quizás porque soy hijo de maestros rurales laicos para quienes el deber excluía toda complacencia. Pero también he actuado así con la convicción de que contribuía a la calidad de la producción científica y a mejorar el futuro profesional de los jóvenes. Lo hice también con gran placer, un placer inmenso. Puedo confesar que unos de mis momentos más gratos en mi despacho de la Casa de Velázquez durante el tiempo en que ejercí como su director fueron los de recepción de los doctorandos que venían a expresarme sus dudas, a buscar unos consejos o, por lo menos, una chispa que les desbloqueara el desarrollo de su investigación. Todos sabían que mi puerta estaba siempre abierta. Vinieron algunos. No sé si les fui muy útil, aunque unos me lo hayan afirmado por cortesía hacia un anciano, pero lo más cierto es que me ofrecieron una iniciación intensa, según los casos, a los intercambios en el Alto Aragón en la época protohistórica, a la islamización de las comunidades cristianas de Extremadura en el siglo IX y a muchos más temas, incluso el desciframiento del íbero, que seguramente voy a ser el primero en conseguir ¡lo cual me permitirá realmente merecer este homenaje! Quisiera insistir algo más sobre la ayuda colectiva. No para hacer resaltar mi acción personal: con algunos colegas y amigos, entre ellos Gérard Dufour, tuve en Francia la oportunidad, generacional y política, de construir edificios, de crear estructuras de investigación, de promover becas y programas para ofrecer a los jóvenes condiciones de investigación más dignas y más eficaces que las que nosotros habíamos conocido. Nuestro único mérito fue haber entendido y aprovechado esta oportunidad. Esto era antes de la crisis, pero era también antes de la invasión ideológica del neoliberalismoque está amenazando la investigación de unos países que sacrifican su propia juventud, su propio futuro colectivo en aras de un equilibrio financiero las más de las veces derrumbado por su propia torpeza y ceguera. Me permito detenerme un momento en este tema vinculado con mi propio recorrido científico. Hace décadas que estoy trabajando sobre el liberalismo económico del XIX a través del estudio de la minería, y un poco también sobre el liberalismo actual, pero sería un despropósito referirme al presente. Por eso voy a refugiarme, muy brevemente, en “mi” lejano siglo XIX para resaltar –me refiero al ámbito de la minería – los efectos de la liberalización de las fuerzas productivas tan añorada en los años 1850 y 60 por los discípulos del francés FrédéricBastiat. En ese momento se produjo en España un aumento productivo, debido en realidad no a la legislación, sino al mercado. Intervinotambién un hundimiento de la presión fiscal y sobre todo el desmantelamiento de la capacidad de intervención del Estado. En resumen, un Estado impotente, bastante satisfecho de serlo, y una gestión centrada de forma obsesiva en el presente más inmediato, sin ninguna capacidad de proyección hacia un futuro entonces ya muy próximo: el agotamiento de los recursos y las catástrofes ecológicas. Pensar a corto plazo: hace décadas, por lo menos desde Kondratiev, que se conoce la dificultad del liberalismo y también del marxismo en pensar más allá de este horizonte. El problema es que nuestros países necesitan, hoy más que nunca, una mirada más amplia, una proyección hacia el futuro. En este marco, la competitividad no es resultado tanto de la compresión de los costes salariales, como de la capacidad de innovación. Un país que no innova pierde productividad y por tanto competitividad global y presencia en este mercado cada vez más importante, el de las patentes, el de la inteligencia. Esta cadena positiva supone una atención prioritaria a los jóvenes, porque los adelantos de la investigación recaen casi exclusivamente sobre ellos. Estoy totalmente en contra de la postura de estos “mandarines”, como se suele decir en Francia (creo que también en España), que intentan mantener su poder más allá de la decencia. Si se quiere seguir trabajando se puede hacerlo sin poder académico, especialmente en historia. Hablar de esto en un acto dedicado a veteranos, al elogio de un pasado de investigación, con poca presencia de jóvenes, puede parecer un despropósito. Al contrario, lo considero necesario: estamos aquí porque fuimos jóvenes, porque nuestras aportaciones mas novedosas fueron, en la mayoría de los casos, las de nuestras primeras décadas de archivos y escritura. Antes de todo, este acto es un homenaje a lo que fuimos, a nuestra juventud ya bastante lejana, y se debe percibir, y recibir, como un homenaje implícito a la renovación perpetua de la investigación, y por consiguiente, a las nuevas generaciones sacrificadas en el panorama académico actual de su propio país. En Francia, al igual que en España, nuestra generación, la de Gérard Dufour y la mía, y la de muchos colegas y amigos aquí presentes, tuvo mucha suerte: pudimos desarrollar simultáneamente investigación y carrera académica. Ahora ya no es posible: existen los talentos, la voluntad de buscar, la capacidad de innovar, pero faltan los recursos financieros; los equipos envejecen y se cierran las perspectivas de futuro personal. Presentada como una apertura al mundo global, la marcha al extranjero ahora tan frecuente entre los doctorandos o jóvenes doctores, provisionalmente provisional antes de convertirse en definitiva, es en realidad una renuncia personal y un empobrecimiento colectivo gravísimo. No se trata sólo del sacrificio de una generación, sino también del sacrificio del futuro de un país. Esta situación nos impone un deber de solidaridad con nuestros sucesores, un deber que sólo podemos cumplir con lo que sabemos hacer: escribir, hablar, gritar desde cada tribuna que se nos ofrece. Discúlpenme por haberlo hecho aquí. Esto no impide la gratitud ni tampoco la emoción personal, que son sinceras, inmensas. Un acto como este, tan prestigioso, debe ser un homenaje a la cadena entera de construcción de los saberes. Para acabar, quisiera proponerles un ejemplo de enlace entre generaciones, un ejemplo local, un enlace virtual y frustrado pero, que de haber prosperado, hubiera podido evitar a la economía alicantina algunos problemas: en el invierno de 1843, la casa Rothschild de Paris manifestó serias inquietudes por la ejecución de un contrato, para el cual había adelantado bastante dinero. Su corresponsal local, de buena familia alicantina, contestó inmediatamente: “respecto al cumplimiento del contrato, no hablemos mas, ni tenga V. que pensar mas, que es lo mismo que si tuviese V. las talegas en caja”. Al recibir tal respuesta, además subrayada, los Rothschild no vacilaron ni un momento y mandaron enseguida a un joven banquero francés para comprobar la situación, en realidad muy comprometida, y acabar con el negocio. Imagínense a las autoridades de control actuando con tal acierto y prontitud siglo y medio después, pero quizás los Rothschild no debían de ser suficientemente liberales. ¿Saben de donde vino este joven banquero, observador acérrimo de la realidad local y futuro marqués de Escombreras? De Marsella, de esta ciudad en la cual Gérard Dufour presidió nuestra universidad común. Pero no se puede seguir con la comparación: la Universidad de Alicante ha sabido mantener su rumbo a pesar de los vientos contrarios y nosotrosno aportamos nada. Al contrario, hemos recibido mucho a lo largo de las décadas pasadas en términos intelectuales, en términos de amistad. Y hoy recibimos todavía mas con este acto que constituye la culminación, en mi caso inesperada, de una trayectoria científica, personal y familiar. Gracias, señor Rector, por la distinción de que me ha hecho objeto la Universidad que usted preside y con la que tanto me une, como creo ha quedado suficientemente patente en mis palabras. DISCURSO Discurso de bienvenida a los Profesores Gérard Dufour y Gérard Chastagnaret al Claustro de Doctores de la Universidad de Alicante, por parte del rector de la UA Manuel Palomar Sanz en la ceremonia de investidura del 15 de abril de 2014 DISCURSO Deixeu-me, primer de tot, que us done les gràcies per haver-nos volgut acompanyar hui ací, al Paranimf de la Universitat Històrica d’Oriola. La Universidad de Alicante acaba de acoger en su claustro a dos ilustres profesores de la Universidad de Aix-Marseille, de dilatada trayectoria vinculada al hispanismo y que, desde décadas atrás, han venido tejiendo estrechas relaciones científicas y académicas con la Universidad de Alicante. En las respectivas “laudatio” se ha puesto de manifiesto que los profesores Gérard Dufour y Gérard Chastagnaret son prestigiosos hispanistas. Permítanme que me detenga en la complejidad del término “hispanismo” y lo que ha representado para la Universidad y la ciencia española. Hispanismo es un término polisémico, de difícil definición. En sus orígenes dominó la acepción puramente lingüística. Así, en su primera edición de 1726, el Diccionario de Autoridades definía “hispanismo” como “el modo de hablar privativo y particular de la lengua española”. Con el tiempo comenzó a entenderse como “afición a lo español, a las cosas de España, hispanofilia”. Pero sería a lo largo del siglo XIX, merced a los viajeros románticos que cruzaron la Península en todas direcciones, cuando creció el interés por “las cosas de España”, como dijera el británico Richard Ford. Existen muchos hispanismos (filológico, histórico, artístico) y de muy diversas procedencias (germánico, británico, francés, estadounidense, japonés…). Pero no es mi intención extenderme en estas disquisiciones, aunque sí recordar la vigencia de alguna definición decimonónica. Como aquella que, formulada desde nuestro propio país, consideraba hispanista a todo aquél que desde fuera de España dedica su saber al estudio, negativo o positivo, de España y su cultura, de modo que por esta razón no podía aplicarse el adjetivo a un español, a un filipino o a un hispanoamericano. Conviene aquí centrarnos en el hispanismo francés. Ha gozado de enorme pujanza, posee raíces profundas y está sólidamente asentado. Fue Alfred Morel Fatió quien, allá por 1879, utilizó el término hispanista (“aquel que estudia científicamente la cultura española”, decía) para diferenciarlo de hispanisant (“simpatizante de lo español”) y estableció las líneas esenciales del hispanismo francés científico. El Diccionario de la RAE, en su edición de 1914, ya recogía que hispanismo era sinónimo de hispanología; esto es: el estudio científico de los temas de España. No entraré en mayores detalles, pero para Morel Fatió estaba bien clara la diferencia entre el hispanista romántico y el científico. De 1886 data la creación en Toulouse de la primera cátedra de Lengua y Literatura Española. En los años postreros del siglo XIX se creó la primera Agrégation de Español y se fundaron importantes revistas (Révue Hispanique, Bulletin Hispanique). En 1909 nacieron la Escuela de Altos Estudios Hispánicos y el Instituto Francés de Madrid y, en fin, en 1928 fue fundada la Casa de Velázquez. Si hasta los años 30 del siglo XX la mayor parte de los hispanistas franceses procedía de la cátedra de Filología, a partir de esa década serán más numerosos los procedentes de la de Historia y Civilización Española. Como ven, un proceso revelador este del hispanismo francés y su influencia en la ciencia española. Quisiera ahora, dedicar mis palabras a los nuevos Doctores Honoris Causa: los profesores (e hispanistas) Dufour y Chastagnaret. Ambos pertenecen a una generación de hispanistas franceses a la que debe mucho la Universidad española y, en general, la investigación en Historia y Literatura. La influencia ejercida sobre los investigadores españoles por esta generación de hispanistas resultó decisiva en los años setenta y ochenta del siglo pasado para renovar el campo de estudio y, sobre todo, para dar a la investigación un enfoque interdisciplinar e ideológicamente abierto. Quedaban en nuestro país muchos ámbitos por estudiar, porque durante el franquismo no era bien visto por los poderes públicos el tratamiento de determinados temas. Además, y sobre todo, faltaba valentía a los nuestros para lanzarse a ciertas interpretaciones o para acometer determinadas formas de hacer Historia y Literatura, como la biografía. Los hispanistas emprendieron ambas tareas con extraordinaria solvencia, de tal manera que muchas de sus obras se han convertido en textos de referencia para los universitarios españoles y para los investigadores en general. De Gérard Dufour cabe resaltar su capacidad para compaginar la docencia y la investigación con la gestión universitaria. A propósito de esto último, permítanme que añada algunos datos a los señalados por su padrino. Catedrático de civilización española en la Universidad de Aix-Marseille I de 1980 a 2005, ha desempeñado en esta Universidad diversos cargos administrativos: - Director de la Unidad de Enseñanza e Investigación de Estudios Románicos (de 1981 a 1986) - Director del Servicio de Información y Orientación al Estudiante (1986-1989) - Vicepresidente (cargo equivalente aproximadamente a Decano en nuestra Universidad) encargado del Sector Letras y Ciencias Humanas (1989-1997) - Presidente (Rector) de 1997 a 2002. Durante su Rectorado de la Universidad de Aix-Marseille I, asumió la presidencia de la Asociación Francesa para el Fomento de las Nuevas Tecnologías en la Enseñanza Universitaria y, a nivel internacional, la vicepresidencia de la Unión de Universidades del Mediterráneo. Por la gestión realizada, Dufour es, pues, una personalidad relevante en el ámbito universitario francés y europeo. Y como él mismo ha dicho en su discurso en este acto, viene manteniendo desde 1983 una intensa relación con la Universidad de Alicante. Evidentemente, esto nos honra. Gérard Chastagnaret es, como a su vez ha expuesto en su discurso, un hispanista peculiar. Pero, un hispanista de los pies a la cabeza por su dedicación al estudio de la Historia de España y por amar a este país tanto como a su pequeña patria natal. Sus méritos investigadores, académicos y personales han sido desgranados de manera sintética por su padrino. Pero déjenme que les recuerde algo que considero esencial: su gran capacidad de trabajo, su honestidad científica y su compromiso social como historiador, como intelectual. Chastagnaret es referente imprescindible en la Historia de la Minería en nuestro país –y, por extensión, de la Historia Económica- pero también, es de justicia decirlo, como “constructor” de síntesis generales en las que pone de relieve su excepcional dominio y visión de la Historia como instrumento de análisis social y económico. Del pasado, del presente y, mal que les duela y pese a muchos, del futuro. Su nombramiento como Director de la Casa de Velázquez –el sueño de todo hispanista francés- supuso el reconocimiento público a una trayectoria intachable y, para la Universidad de Alicante donde tantos compañeros y discípulos tiene, la satisfacción de ver “a uno de los nuestros” –pues así es considerado aquí- rigiendo los destinos de una institución que ha cumplido ya los 86 años pero que, desde luego, no piensa en la jubilación. Al contrario; bajo el mandato de Chastagnaret se acometió la profunda remodelación estructural que ha convertido el centro modélico de investigación y creación artística que ya era, en excelente residencia de investigadores y lugar de encuentro científico. Quisiera, en nombre de la universidad de Alicante agradecer a los profesores (e hispanistas) Dufour y Chastagnaret su compromiso con la universidad de Alicante y darles la más calurosa bienvenida al claustro de profesores. Quisiera, también, felicitar y agradecer a los profesores Alberola y La Parra por las magnificas laudatios sobre los nuevos doctores Honoris Causa, por proponerlos y por mantener brillantes vínculos con la ciencia y la académia que hacen que nuestra Universidad se enorgullezcan de vosotros. Gracias Armando y Emilio por vuestro compromiso institucional y lealtad y por honrarme con vuestro consejo y ayuda permanente. Este año conmemoramos el 35 aniversario de la creación de la Universidad de Alicante mediante la Ley 29/1979 de 30 de octubre. Somos, pues, contemporáneos de la recuperada democracia, vástagos de la efervescente historia que se inicia con la fundación del Centro de Estudios Universitarios en 1968, coetáneos de los primeros ayuntamientos de la libertad, aun cuando nuestros antecedentes históricos, como habré de recordar más tarde, se remontan a la Universidad de Orihuela en el siglo XVII. Somos hijos y herederos de la transición a la democracia y de la construcción y consolidación de la misma en Alicante desde sus mismos orígenes. Somos, en fin, una consecuencia, un resultado de la democratización, de la alianza entre los derechos civiles y políticos entonces recién reconquistados y de los derechos sociales que empezaban a esbozarse en nuestro país. Considerando, no obstante, los 35 años transcurridos desde la creación de la Universidad de Alicante, permítanme que sienta un legítimo orgullo por lo conseguido, así como que dé muestras del más intenso y cálido agradecimiento a los que la hicieron viable y posible y a los que siguen haciendo de ella un proyecto de indudable futuro. Hoy, es un día, para el reconocimiento, la gratitud y la reciprocidad. Y para la recuperación de vínculos históricamente recientes que nos hicieron herederos de la memoria y de las huellas de un antiguo, pero no cancelado, pasado. En 1998, en efecto, y gracias a la decisiva intervención del Excelentísimo y Reverendo Señor D. Victorio Oliver Domingo, entonces Obispo de Orihuela-Alicante, la Universidad de Alicante, cumplidos los trámites necesarios ante la Sede Apostólica, obtuvo la condición de antecedente más inmediato y Heredera de la Universidad de Orihuela, que durante dos siglos, entre 1610 y 1808, y en este mismo recinto, impartió estudios en las Facultades reconocidas de la época (Artes, Cánones, Leyes, Medicina y Teología), permitiendo a los estudiantes de la zona, religiosos y seglares, la obtención de los grados de bachiller, licenciado y doctor. Antes, por cierto, en 1993, se había firmado un Convenio entre el Obispado de Orihuela-Alicante y la Universidad de Alicante por el que se creaba una Cátedra de Teología en esta última, quedando subsumido e integrado dicho convenio en uno posterior, con fecha 14 de enero de 1998, por el que se creaba la CÁTEDRA “ARZOBISPO LOAZES” en nuestra universidad, al tiempo que el Obispado de Orihuela-Alicante se comprometía a llevar a cabo los trámites necesarios ante la Santa Sede Apostólica para otorgar a la Universidad de Alicante la citada condición de Heredera de la Universidad de Orihuela. Finalmente, el 12 de junio de 1998, durante la celebración de la sesión correspondiente del Patronato de la Cátedra Arzobispo Loazes, Monseñor Oliver pudo anunciar, realizadas las pertinentes consultas ante la Congregación para la Educación Católica, y conociendo por carta la respuesta de dicha Congregación, la esperada noticia sobre la ausencia de obstáculos para la asunción, por parte de la Universidad de Alicante, del legado universitario de Orihuela en las condiciones previamente aprobadas por el Patronato de la Cátedra Arzobispo Loazes. En correspondencia, la Universidad de Alicante dio a conocer los estudios universitarios que, desde el curso académico 1998-99, se impartirían en las aulas del Colegio Diocesano de Santo Domingo, sede de la Antigua Universidad de Orihuela, dando ocasión al cumplimiento de los, por casi también dos siglos, interrumpidos deseos de Fernando de Loazes respecto a su ciudad natal y del anhelo de los oriolanos por recuperar las actividades universitarias que animaron su ciudad y la engrandecieron. Baste, a tal efecto, recordar que de sus aulas salieron profesionales (médicos, juristas, letrados) de prestigio, altos cargos de la gobernación, virreyes y ministros del Rey, como el Conde de Floridablanca, así como que, más tarde, perdida ya la condición universitaria, en sus aulas estudiaron y se formaron escritores de la talla de Miguel Hernández y Gabriel Miró. Los servicios que Monseñor Oliver, en la actualidad Obispo Emérito de Orihuela-Alicante, ha prestado a la Universidad de Alicante no acaban, sin embargo, aquí, como han puesto de relieve los ex rectores, D. Antonio Gil Olcina y D. Andrés Pedreño Muñoz, al elevar al Consejo de Gobierno de la Universidad de Alicante, de fecha 27 de febrero de 2014, su propuesta para la concesión de la Medalla de Oro de la Universidad de Alicante al Excelentísimo y Reverendo Sr. D. Victorio Oliver Domingo. Más allá de la colaboración institucional, que dotó de mimbres y continuidades históricas a una joven universidad, y que permitió extender la presencia de la misma en territorios, como el Bajo Segura y el Bajo y Medio Vinalopó, que no se hubieran beneficiado de sus actividades sin la eficaz mediación de la Cátedra Arzobispo Loazes, Monseñor Oliver, en circunstancias preocupantemente adversas para la Universidad de Alicante, quiso y supo, frente a presiones y amenazas provenientes del poder político, mantener una libertad de criterio que, en mi opinión, es la marca de una cultura verdaderamente independiente, como la que la universidad debería representar en una sociedad deseable. Asumo como propia, en consecuencia, con el explícito apoyo del Consejo de Gobierno, y con el sincero agradecimiento a la propuesta de mis predecesores en el cargo, D. Antonio Gil Olcina y D. Andrés Pedreño Muñoz, la concesión de la Medalla de Oro de la Universidad de Alicante, la más alta distinción que otorga, a D. Victorio Oliver Domingo, en reconocimiento a su decidido apoyo a la institución y a su lealtad, firmeza e independencia en la defensa de la autonomía universitaria. Para finalizar este acto histórico en esta sede histórica de la Universidad de Orihuela, donde hoy hemos recuperado la tradición universitaria como herederos de la misma, quisiera reiterar nuestra más sincera felicitación y agradecimiento a los profesores Dufour y Chastagnaret, y a D. Victorio Oliver, por su apoyo a la Universidad de Alicante y por su compromiso con la educación superior, con la ciencia, con la academia, con la cultura y con el saber universal. Muchas gracias y buenos días. ÁLBUM FOTOGRÁFICO DE LA CEREMONIA DOCTORES HONORIS CAUSA POR LA UNIVERSIDAD DE ALICANTE Eusebio Sempere José Pérez Llorca Francisco Orts Llorca Alberto Sols García Russell P. Sebold Juan Gil-Albert José María Soler Severo Ochoa Antonio Hernández Gil Abel Agambeguian Joaquín Rodrigo Germà Colón Domènech José María Azcárate y Rístori Andreu Mas-Colell Juan Antonio Samaranch Torelló Manuel Alvar López Erwin Neher Bert Sakmann Jean Maurice Clavilier Antonio López Gómez Jesús García Fernández Jacques Santer Enrique Llobregat Conesa William Cooper Eduardo Chillida Mario Benedetti Gonzalo Anes y Álvarez de Castrillón Enrique Fuentes Quintana 1984 1984 1984 1984 1984 1985 1985 1986 1986 1989 1989 1990 1991 1991 1992 1993 1993 1993 1994 1995 1995 1995 1995 1995 1996 1997 1998 1998 Luis Ángel Rojo Duque 1998 Juan Velarde Fuertes 1998 Elías J. Corey 1999 Ramon Margalef i López 1999 Enric Valor i Vives 1999 Bernard Vincent 2000 Ignacio Bosque Muñoz 2000 Humberto López Morales 2000 Tyrrell Rockafellar 2000 Manuel Valdivia Ureña 2000 Gonzalo Halffter Sala 2000 Eduardo S. Schwartz 2001 Johan Galtung 2002 Immanuel Wallerstein 2002 Alonso Zamora Vicente 2002 Miquel Batllori i Munné 2002 Antoni M. Badia i Margarit 2002 Robert Marrast 2002 Ryoji Noyori 2003 Manuel Albaladejo 2003 William F. Sharpe 2003 José María Bengoa Lecanda 2004 M.ª Carmen Andrade Perdrix 2006 Antonio García Berrio 2006 Pedro Martínez Montávez 2006 Muhammad Yunus 2006 Alan Heeger 2007 Robert Alexy 2008 Eugenio Bulygin Elías Díaz García Ernesto Garzón Valdés Mario Vargas Llosa Boris Mordukhovich Jane Goodall André Clas Manuel Seco Reymundo Avelino Corma Canós Ramon Pelegero Sanchis Deborah Duen Ling Chung Alan Loddon Yuille José Luis García Delgado 2008 2008 2008 2008 2009 2009 2010 2010 2011 2011 2011 2011 2011 Eusebio Leal Spengler 2011 Marilyn Cochran-Smith 2012 Linda Darling-Hammond 2012 Gloria Ladson-Billings 2012 Filippo Coarelli 2012 Carlos de Cabo Martín 2012 Daniel Pauly 2013 Tomàs Llorens Serra 2013 Consuelo López Nomdedeu 2014 Afaf I. Meleis 2014 Gérard Dufour 2014 Gérard Chastagnaret 2014