Documento PDF - Cuadernos de Arte Rupestre

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Cuadernos de Arte Rupestre • Número 3 • Año 2006 • Páginas 125-160
Aproximación al estudio de la
figura humana en el arte rupestre
levantino del Alto Segura
Miguel Ángel Mateo Saura
*
RESUMEN
Avanzamos en este trabajo algunos de los datos que estamos
obteniendo en el estudio aún en curso sobre la figura humana en el
núcleo de arte rupestre levantino del Alto Segura (Albacete, Almería,
Jaén y Murcia).
Planteamos el estudio de la figura humana en su dualidad como
elemento iconográfico y como sujeto compositivo.
PALABRAS CLAVE
Arte rupestre, arte levantino, figura humana, Alto Segura.
ABSTRACT
We put forward in this paper some information which is being
obtained in the on-going study about the human figure in the
Levantine art of High Segura.
The study of the human figure in its duality as an iconographic
element and compositive subject in put forward.
KEY WORDS
Rock art, levantine art, human figure, High Segura.
* C/Amistad, 21 - 2ºB. 30120 - El Palmar (Murcia). [email protected]
CUADERNOS DE ARTE RUPESTRE
1. Introducción
En estos últimos años venimos postulando la existencia de un grupo
artístico con entidad dentro del arte rupestre levantino, articulado
en torno a la cuenca alta del río Segura y sus diferentes afluentes, en
el que constituye, por el momento, el límite meridional para esta
manifestación cultural.
Afectando a ocho municipios y a cuatro provincias distintas, este
núcleo queda formado, hasta el momento, por un total de 79 abrigos con pintura levantina que muestran unas características particulares que le confieren una personalidad propia dentro del horizonte
rupestre levantino (Mateo, 2004).
Hacemos en este trabajo una aproximación al estudio de la figura humana de este núcleo, en sus acepciones como elemento gráfico
dentro del espacio de representación que constituye el panel y, también, como parte integrante de unas composiciones escénicas de
temática variada.
No obstante, debemos hacer constar que en este artículo avanzamos de forma muy provisional unos primeros datos de un estudio
más amplio aún en curso.
2. Antecedentes
La figura humana dentro del horizonte levantino ha sido objeto de
análisis, prácticamente, desde los inicios de la investigación del
mismo, pudiendo recordar la clasificación pionera de H. Obermaier
y P. Wernert (1919) en la que incluían, dentro de uno de los cuatro
tipos establecidos, los conocidos subtipos de cestosomáticos, nematomorfos y paquípodos, cuya validez quedó prontamente en entredicho una vez que se intentó aplicar fuera del territorio que le sirvió
de base a la formulación, si bien estas limitaciones ya eran conocidas por sus propios creadores.
También por entonces, H. Breuil establece sus 13 fases pictóricas
en el Abrigo Grande de Minateda lo que, entre otras cuestiones, le
permitirá apuntar una presunta evolución estilística desde figuras
incorrectas y muchas veces esquemáticas de una primera fase, a la
que le sigue una etapa con representaciones naturalistas, para llegar
a un último periodo de marcada estilización.
El estudio de la Cueva de la Araña servirá a E. Hernández
Pacheco (1924) para sistematizar la figura humana atendiendo a las
superposiciones cromáticas, con implicaciones cronológicas, en
donde la primera etapa estaría caracterizada por las imágenes de
tamaño grande, hechas a tinta plana, para corregir un tanto las proporciones en las siguientes fases 3ª y 4ª. En la etapa 5ª se pierde esa
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proporcionalidad, culminando el proceso en la última fase, en la
que se impone un estilo en extremo degenerado y casi convencional.
Años más tarde, los trabajos desarrollados por F. Jordá y J. Alcácer
(1951) en Dos Aguas incluyeron también una sistematización de la
figura humana, reducida a cuatro tipos básicos en función de su
morfología. En una 1ª fase las figuras representadas muestran una
concepción idealizada y estilizada, con captación del movimiento.
Luego le sucede un periodo en el que predominan las figuras naturalistas, de dibujos correctos, para evolucionar en la etapa siguiente
hacia la estilización en el que se establecen convencionalismos tales
como la expresión del movimiento mediante la dislocación de
miembros. La cuarta etapa está caracterizada por las figuras esquemáticas.
No obstante, estos pioneros intentos de sistematización tipológica, a los que no debemos negar su indudable valor como tales intentos primeros, plantean diversos problemas, algunos derivados de lo
reducido del material a partir del cual se establecieron. Los modelos
fijados en un conjunto no tienen por qué corresponderse con los de
los yacimientos de otras zonas, aunque no estén excesivamente alejadas entre sí. Asimismo, la carga subjetiva que soportan no deja de ser
otro elemento negativo por cuanto, ¿qué debemos entender por
“incorrectas” en la clasificación de H. Breuil?; o ¿dónde están los
límites entre las fases 4ª, 5ª y 6ª de E. Hernández Pacheco?; o, por
último, ¿es el mismo naturalismo el que refiere H. Breuil para las
fases centrales y el de E. Hernández Pacheco en sus etapas 3ª y 4ª?
Creemos que para la validez de toda clasificación, sobre la figura
humana o sobre cualquier otro elemento gráfico, la subjetividad
debe estar minimizada lo máximo posible.
En 1966, el profesor A. Beltrán aborda, por primera vez, el análisis de la figura humana femenina. Establece tres tipos de figuras,
tomando como criterio de selección la forma de la falda, al ser ésta
el único rasgo que permite hablar con cierta propiedad de la identidad sexual de la imagen. Nombra cada tipo con el topónimo del
yacimiento guía en que lo documenta, de tal forma que las figuras
“tipo Alpera” se caracterizan por el uso de faldas rectas, el “tipo
Cogull” queda definido por las faldas acampanadas, y, por último,
el “tipo Dos Aguas” viene definido por las faldas amplias y por los
que él llama vestidos de ceremonia. Ciertamente, esta primera ordenación de la figura femenina queda impregnada de las limitaciones
que impone lo reducido de la muestra analizada, pero no podemos
negar la intuición del profesor Beltrán al establecer estos modelos
básicos, puesto que, en gran medida, han servido de base a las clasificaciones que han venido después y que también han tomado la
indumentaria como criterio de agrupación.
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Es en 1981 cuando C. Blasco publica una clasificación general,
de las más válidas en nuestra opinión, sobre la figura humana en el
arte levantino. Es la primera clasificación que contempla el análisis
de todas las representaciones humanas hasta entonces documentadas y no sólo las de un conjunto, lo que supone una gran ventaja por
cuanto, obviamente, la abundancia de material posibilita una
obtención de datos más exhaustiva que la que puede proporcionar
el restringido ámbito de un solo yacimiento.
A grandes rasgos, empleando un sistema de clasificación centesimal, la autora establece, en el apartado de las centenas, cuatro
grandes grupos. El primero, protagonizado por las figuras naturalistas con correcta proporción entre tronco y extremidades. La segunda, en la que se engloban las figuras de tendencia estilizada, con
piernas como parte más detallada y con el tronco reducido a un
trazo filiforme. El tercer grupo viene definido por aquellas representaciones estilizadas cuyos troncos y extremidades han quedado reducidos a un trazo filiforme, con ausencia de detalles o formas anatómicas. El cuarto grupo lo determinan las figuras totalmente esquemáticas.
A partir de estos cuatro grupos principales, las decenas recogen
el grado de movilidad y fijan otros subtipos que van desde las figuras estáticas en el 1º a las figuras que, participando de escenas colectivas, muestran determinado grado de movimiento en el 2º, para
volver a una figuras poco movidas con síntomas de esquematización
en el 3º. Por su parte, la unidades marcan pequeñas diferencias
debidas a detalles en la actitud del individuo, que como la autora
reconoce, “llegan a multiplicarse hasta el infinito” (Blasco, 1981:
365), lo que, a nuestro entender y en este punto concreto, limita su
validez.
También ahora publica R. Viñas (1982) una primera taxonomía
que, apoyada en las proporciones anatómicas y en el grado de naturalismo, queda definida por dos grupos, el de los proporcionados y
el de los estilizados. Años más tarde, tomando como base esta primera clasificación y, además, la relación métrica entre las partes anatómicas, define hasta cuatro tipos constitucionales, el leptosomático, el asténico, el atlético y el pícnico (Viñas, 1988).
Por su parte, en 1993, A. Alonso y A. Grimal abordan el análisis
de la representación femenina levantina, recurriendo, como hicieran
más tarde también con la figura masculina, a una división del análisis en tres planos distintos, que podríamos etiquetar como “formal”, que tiene al modelo de falda como criterio de ordenación,
“estructural”, apoyado en la estructura que determina la disposición
de los ejes corporales cuerpo-piernas, y “anatómico”, en el que se
contempla la proporcionalidad y tratamiento de los volúmenes de la
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figura. Mientras que el primero da lugar a tres tipos distintos, según
sea la falda recta, triangular o de amplio vuelo, el criterio segundo
permite fijar cuatro tipos o “conceptos”, como los autores prefieren
denominarlos, en donde el A se caracteriza por un tronco vertical y
piernas en ángulo agudo inferior a 30º, el B es similar al A pero con
un ángulo mayor de 30º, el C en el que el tronco se inserta oblicuamente al eje de las piernas que se presentan en ángulo agudo, y por
último, el D, similar al C pero en el que las piernas están flexionadas. Por su parte, el criterio “anatómico” determina varios grupos en
función de la proporcionalidad entre el tronco y las piernas, y el tratamiento anatómico de los grupos musculares.
Años más tarde, amplían su estudio a todas las representaciones
humanas, manteniendo, a grandes rasgos, la misma división tripartita de los grupos (Alonso y Grimal, 1996). Por el análisis de los ejes
corporales que configuran el cuerpo y las piernas definen 17 tipos o
conceptos (fig. 1a); el examen de la proporcionalidad anatómica les
lleva a establecer un primer grupo con las figuras cuyo tronco es más
largo que las piernas, un segundo integrado por los motivos en los
que el tronco mide menos que las piernas, y un tercero formado por
aquellas representaciones humanas en las que tronco y piernas tienen la misma longitud; y, por último, el tercer nivel de análisis, el
más interesante en nuestra opinión, que viene marcado por el tratamiento anatómico, y que en cierto modo viene a recoger la mayor
parte de los postulados ya tratados por C. Blasco (1981), les permite establecer un primer grupo formado por las figuras con cuerpo de
tendencia triangular y piernas con masas musculares marcadas, un
segundo en el que se incluyen las figuras humanas de torso triangular y piernas rectas, un tercer grupo en donde los humanos presentan el cuerpo recto y las piernas con masas musculares señaladas, y,
por último, un cuarto conjunto de figuras humanas masculinas en
las que tanto el cuerpo como las piernas han sido diseñadas mediante trazos rectos, sin indicación de detalle anatómico alguno.
Es en la línea de esta última ordenación, en la que como hemos
dicho ya insistió C. Blasco en su día, y que en cierto modo avanzaron otros precursores como los citados E. Hernández Pacheco, F.
Jordá o los mismos H. Obermaier y P. Wernert, si bien con limitaciones, en la que debemos orientar nuestros esfuerzos, por cuanto
otras clasificaciones, como la de los llamados “conceptos”, poco
aportan a lo verdaderamente importante de la cuestión.
Resulta complejo entender cómo se pueden establecer tipos distintos en función de la disposición de los ejes corporales que determinan tronco y piernas cuando la disposición de éstos vendrá determinada, no por un modelo a representar en sí mismo, sino por la
acción narrada. Así, por ejemplo, los conceptos A y B podrían ser
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Figura 1. A. “Conceptos” de la figura humana establecidos por A. Alonso y A. Grimal.
B. Prototipos de figura femenina según C. Olaria.
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uno sólo por cuanto la variación no viene determinada por la forma
de los ejes en sí, sino por la posición vertical u horizontal de la figura; la diferencia entre los conceptos K y L queda marcada por la
orientación de la figura bien hacia la derecha, bien hacia la izquierda; o, por último, los conceptos C y D que difieren únicamente en
una ligera variación en el grado de abertura de las piernas. Son éstas
sólo una pocas de las inexactitudes que advertimos en la clasificación formal propuesta que, si quisiéramos mantener como tal, realmente no tendría más allá de cuatro o cinco modelos básicos.
Quizás una de las últimas taxonomías publicadas sea la de C. Olaria
(2000), en la que la autora aborda el estudio de la figura femenina
planteando dos tipos básicos en función de una amplia serie de
parámetros entre los que destacan la perspectiva de la representación, el tratamiento anatómico de determinadas partes corporales, la
forma de la cabeza y las actitudes mostradas (fig. 1b). Así, se establece un prototipo A, en el que la figura se presenta en una perspectiva lateral, con actitudes estáticas, brazos doblados o extendidos
junto al cuerpo, torso triangular con cintura estrecha, glúteos o nalgas marcadas, pantorrillas moldeadas, pies ligeramente marcados,
sin los dedos, faldas rectas levemente acampanadas en la rodilla y
peinado triangular. Frente a éste, el prototipo B se diferencia por
mostrar una figura desde una perspectiva frontal, los brazos hacia
arriba, piernas lineales sin moldeado, peinado mayoritariamente
globular y faldas cortas.
Otras clasificaciones más, al margen de las comentadas, entre
ellas las de J. Cabré (1915), M. Almagro (1952) o M.ª F.ª Galiana
(1992), cuya reseña supondría extendernos demasiado, dan buena
muestra del interés que la figura humana ha despertado desde fecha
muy temprana en la investigación del arte rupestre levantino, ya sea
con elemento estrictamente tipológico, ya sea como eventual indicador cronológico.
3. La figura humana como sujeto compositivo
La figura humana como elemento compositivo queda documentada
dentro de los paneles del Alto Segura formando parte de las mismas
escenas y temas que vemos en conjuntos de otras regiones.
Actividades económicas como la caza o la recolección, acciones
sociales como la guerra, o escenas de rituales, son relativamente frecuentes en este grupo de yacimientos sureños, si bien, como veremos, alguna de éstas adquiere cierto carácter especial, bien por su
originalidad, bien por su propio contenido temático.
La caza es ciertamente la actividad más representada, lo que está
en consonancia con las directrices generales del estilo levantino,
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aunque a decir verdad, el número de escenas cinegéticas no es tan
abundante como pudiera hacernos pensar la elevada cifra de yacimientos conocidos. De hecho, si consideramos únicamente como
tales escenas de caza aquéllas en las que vemos explícitamente a un
personaje disparando contra uno o varios animales, su número apenas llega a la veintena.
En las labores cinegéticas participa únicamente el hombre, tal y
como podemos comprobar en las escenas de caza individual de
Fuente del Sabuco I, Cañaica del Calar II, el Abrigo de las Cabritas,
Solana de las Covachas III, Bojadillas IV y VII, Abrigo de Jutia I o
Cuevas del Engarbo I y II, o en las cacerías colectivas del Abrigo de
la Risca III, Fuente del Sabuco I, Molino de las Fuentes I, Bojadillas
I, IV y VII, en Solana de las Covachas III y en el Abrigo de Sorbas II
(fig. 2). La mujer, que como veremos está bien representada en la
zona en comparación con el número total de féminas documentadas en el estilo levantino, parece orientar su papel económico en
otra dirección. En las cacerías colectivas participa un número variable de cazadores, oscilando desde los 20 arqueros que atacan a un
ciervo en una escena acumulativa de Bojadillas VII hasta los dos únicos individuos que disparan sus flechas contra un animal en los
abrigos de Bojadillas V y VII y Molino de las Fuentes en Nerpio, o
Barranco Segovia y Cortijo de Sorbas I, en Letur.
Las actitudes mostradas por los cazadores responden a unos
patrones que vemos generalizados dentro del arte levantino.
Figura 2. Escena de caza individual de Solana de las Covachas III (Nerpio).
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Arqueros lanzados a la carrera (v.gr. Bojadillas IV y V, Abrigo del
Mojao, Cueva del Engarbo I), en posición completamente estática
(v.gr. Risca II, Sabuco I, Cueva del Engarbo I) o caminando (v.gr.
Solana de las Covachas III, Bojadillas IV y V, Cañaica del Calar II,
Cueva del Engarbo II, Sorbas I y III, Fuente del Sabuco I). Cuando la
actividad desarrollada es la caza, el arco se sujeta indistintamente
con las dos manos, mientras que si junto al arco el individuo porta
alguna flecha, éste se agarra preferentemente con la mano izquierda
y las flechas, o bien en la misma mano izquierda junto al arco (v.gr.
Rincón de las Cuevas II, Barranco Segovia) o solas en la mano derecha (v.gr. Abrigo del Mojao, Sorbas I).
En alguna ocasión, el personaje que porta el arco no desempeña
una acción definida o sólo está caminando, y entonces el arco se nos
muestra asido perpendicularmente al cuerpo, bien a la altura de la
cintura (v.gr. Fuente del Sabuco I y II, Abrigo de la Risca II, Solana
de las Covachas III) o, excepcionalmente, a la altura del pecho (v.gr.
Fuente del Sabuco I) (fig. 3).
Si bien los arcos y las flechas son las armas mayoritariamente
empleadas en la actividad cinegética, en los paneles levantinos del
Alto Segura documentamos otros objetos que también pudieron servir para esta actividad. Son los bumeranes, ya que como tales proponemos a los elementos ligeramente curvados que portan en sus
manos un hombre y una mujer en la Fuente del Sabuco I, otro individuo en el Abrigo de Fuensanta II (Mateo, 2005), y un tercero, en
este caso, en el Cortijo de Sorbas III (Mateo y Carreño, 2003). Estos
objetos muestran una notable similitud con los objetos así propuestos en varios personajes del Abrigo de la Cueva del Chopo de Obón
en Teruel (Picazo et alii, 2001-2002), acepción que compartimos plenamente. De hecho, un reciente e interesante trabajo ha puesto de
relieve que es un objeto más frecuente de lo que podríamos pensar
dentro de los paneles levantinos (Picazo y Martínez, 2005).
Por último, aunque suponga salirnos un tanto del hilo conductor de nuestra exposición, debemos reseñar que, sin lugar a dudas, el
hallazgo más interesante que sobre esta temática en particular se ha
producido en estos últimos años ha sido la documentación de la
caza mediante el apedreamiento. El descubrimiento en 1999 del
Abrigo del Arroyo de los Covachos II, en Nerpio, supuso el conocimiento de una composición venatoria en la que las piedras se nos
muestran como un complemento perfecto de arcos y flechas para la
caza (Mateo y Carreño, 2003). La escena se localiza en la parte central de la cueva y está integrada por una figura humana, de morfología filiforme en tronco y extremidades, que sujeta en cada una de
sus manos un objeto circular, otros nueve motivos circulares similares a los que sostiene el humano y, junto a ellos, los restos de la
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Figura 3. Arquero de la Fuente del Sabuco I (Moratalla).
representación de un cuadrúpedo, de especie no identificable, aunque a tenor de lo conservado, creemos que hay que incluir en el
grupo de los pequeños rumiantes, tal vez un cervino (fig. 4).
Estas tres figuras configuran el que es, hasta el momento, el único testimonio de caza por apedreamiento de todo el arte levantino, puesto que
como tales piedras interpretamos los elementos circulares que porta el
hombre y los que hay entre él y el animal. Dado que este último presenta dos flechas clavadas en el lomo, pudiera tratarse de la labor no de caza
propiamente dicha, sino de una forma de rematar al animal una vez que
éste ya ha sido herido. Asimismo, la posición invertida del hombre, sujetando en cada mano una de estas piedras, nos sugiere que se encuentra
en una localización topográfica elevada en relación con el cuadrúpedo,
pudiendo tratarse de una transposición del propio barranco en el que se
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Figura 4. Escena de apedreamiento en Arroyo de los Covachas II (Nerpio).
encuentra la cueva, por cuya parte inferior, próxima al curso de agua,
deambularían los animales que en un momento dado se pretendía cazar.
La otra actividad económica desempeñada por el hombre en los
yacimientos de la zona es la recolección. Hasta el hallazgo de la
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Cueva del Engarbo I por parte de M. Soria y M. G. López (1999), la
representación de esta labor parecía estar restringida a sectores más
norteños, de tal forma que si bien teníamos la certeza de que ésta fue
una tarea desarrollada plenamente por todos los grupos levantinos,
como demuestran de otra parte los diversos ejemplos pintados de
esos otros lugares, también era cierta la ausencia de testimonios gráficos en los conjuntos más sureños. Así las cosas, la discutible escena
de vareo del Abrigo de la Sarga I en Alcoy y la de recolección de miel,
o quizá de huevos, de la Cueva de la Vieja de Alpera, constituían el
límite meridional para este grupo temático (Mateo, e.p.).
Sin embargo, como decimos, el descubrimiento de la Cueva del
Engarbo I en Santiago de la Espada y, sobre todo, la nueva lectura
efectuada del panel pintado (Mateo, 2003a), nos ha permitido identificar una inequívoca escena de recolección de tubérculos o raíces
en este núcleo del Alto Segura. La composición está integrada por
dos personajes, ambos infrapuestos parcialmente a una figura de
bóvido pintada en una tonalidad más oscura. Los dos individuos
aparecen en una postura muy semejante, con el tronco inclinado
hacia el suelo, pero mientras que la superior sujeta en sus manos un
objeto alargado, en modo alguno equiparable a un arco, el situado
más abajo no porta objeto alguno y sí muestra, en cambio, los brazos flexionados hacia arriba a ambos lados del cuerpo (fig. 5).
Aunque para los primeros investigadores que estudiaron el yacimiento la figura que sujeta el objeto, interpretado como un arco, es un cazador
que dispara contra el bovino introducido en el panel en un segundo
momento (Soria y López, 1999), para nosotros, sin que podamos descartar que la intención última de ese segundo momento de uso del panel
fuera reconvertir la escena en una cacería, la composición originaria, la
que forman las dos representaciones humanas, es un claro ejemplo de
recolección. Además, se mantiene en la misma línea de otras composiciones similares, como las que conocemos en el Abrigo de los
Recolectores de Alacón y el Barranco del Pajarejo de Albarracín. El paralelismo con esta última es muy acusado en las actitudes de los personajes ya que en el ejemplo turolense vemos también como uno de ellos,
que permanece inclinado hacia el suelo, sujeta en sus manos un objeto
alargado a modo de horquilla mientras que su compañero, sin portar
objeto alguno, eleva un brazo y la mirada hacia el cielo.
Otra de las actividades documentada en la sociedad levantina,
ésta con una caracterización social muy acusada, es la guerra (Mateo,
1997; 2000). En este núcleo del Alto Segura la conocemos a través
de diversas escenas, presentes en los conjuntos de Fuente del Sabuco
I, Abrigo de las Bojadillas VI y Abrigo del Molino de las Fuentes II.
En el Sabuco I la escena la integran dos bandos de seis y tres individuos, respectivamente, mientras que en Bojadillas VI cada bando
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Figura 5. Escena de recolección en la Cueva del Engarbo I (Santiago de la Espada)
esta formado por diez combatientes. Por su parte, la escena del
Molino de las Fuentes II es la más populosa ya que está compuesta
por 48 individuos, divididos en dos grupos de 23 y 25 integrantes
(fig. 6). En todas ellas verificamos las características propias de este
tipo de escenas, como es la delimitación del espacio gráfico ocupado por cada bando, la disposición estratégica de los combatientes en
grupos pequeños o la definición de los personajes sólo en sus rasgos
básicos, quizá con el fin de dar cierto dinamismo a la escena.
Íntimamente relacionada con estas escenas bélicas se encuentra
la representación de dos falanges de arqueros pintadas en los abrigos de Fuente del Sabuco II y en las Bojadillas I. Formadas por varios
individuos perfectamente alineados que caminan todos al paso, no
menos de 13 en Sabuco I y seis en Bojadillas VI, no dudamos en
interpretarlas como sendas marchas de carácter militar, realizadas
previamente al combate (Mateo, 2000). Además, el hecho de que las
dos composiciones así propuestas se localicen en dos de los conjuntos en los que documentamos escenas de enfrentamiento bélico
entre grupos podría reforzar esta lectura.
Quizás en este mismo grupo compositivo deberíamos incluir a
las diferentes aglomeraciones de arqueros que documentamos en
varios de los abrigos que conforman el conjunto de las Bojadillas, en
Nerpio, en los que se representan decenas de hombres armados de
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Figura 6. Escena de guerra del Molino de las Fuentes I (Nerpio).
arcos de una forma abigarrada, sin un orden o estructura interna. No
podemos descartar que se trate realmente de escenas de lucha, dado
que en alguna de ellas los arqueros aparecen confrontados unos a
otros, como sucede en Bojadillas I, pero también es cierto que en
otros casos, los individuos se orientan todos en la misma dirección,
no evidenciando enfrentamiento alguno. Quizá sean una alegoría del
guerrero, del cazador, y de su valioso papel social, lo que las llevaría
directamente al complejo grupo de las escenas de contenido mítico
o, en su caso, ritual, de las que tenemos otros muchos ejemplos dentro del ciclo levantino (Jordán, 1995-1996; 1998; Mateo, 2003b).
Por su parte, el papel compositivo desempeñado por la figura
femenina en este núcleo es muy limitado. No obstante, sí hemos de
destacar el hecho de que, en comparación con otros sectores levantinos, en esta zona del Alto Segura la figura femenina cuenta con un
número de representaciones importante, con una veintena de ejemplos, destacable si tenemos en cuenta que en el conjunto del arte
levantino, las figuras femeninas apenas llegan a un centenar.
Parece claro que, como en el resto de yacimientos levantinos de
otros sectores, la mujer no desempeña un papel activo en las actividades cinegéticas. Tampoco la vemos en tareas recolectoras en la
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zona, aunque sí sabemos de su participación en dicha actividad por
las escenas documentadas en otras regiones (Mateo, 2001-2002). En
este marco, la figura femenina del Alto Segura se nos presenta mayoritariamente de manera aislada, sin relación aparente con otros
motivos del conjunto (v.gr. Cañada de la Cruz, Risca II, Solana de las
Covachas VI o Cañaica del Calar II), pudiendo determinar como
escenas más comunes las que nos presentan a las féminas emparejadas entre sí (Abrigo del Molino, Abrigo de la Risca I y II, Fuente del
Sabuco I) o también con un arquero (Abrigo de El Milano y
Barranco Segovia) (fig. 7).
Junto a estas escenas, en ocasiones, nos encontramos con otras
cargadas de una gran originalidad por tratarse de ejemplos únicos.
Una de las más destacadas es, sin duda, la presente en la Cueva del
Engarbo II, formada por dos personajes masculinos (fig. 8). Uno de
ellos, de pie, sostiene en sus manos una especie de recipiente, que
entrega al segundo individuo que permanece arrodillado delante de
él. No documentada en ningún otro conjunto levantino, sin duda se
trata de una de esas composiciones que, cargadas de un acusado simbolismo, hemos de relacionar con un mitologuema muy concreto
propio de pueblos cazadores (Mateo, 2003b). Completada con las
figuras de cazador y cáprido flechado que se disponen apenas a 20 cm
a la derecha de la pareja de hombres, en esta composición podríamos
encontrar reflejados los elementos esenciales del universo místico de
los grupos levantinos, plasmados quizás en el viejo mito de la entrega a un cazador por parte de un héroe primordial de los conocimientos necesarios de la técnica de caza y la concesión de la abundancia en la misma, simbolizada por el órgano sexual representado
en todos los individuos involucrados en la escena (Eliade, 1978;
Jensen, 1966).
En el Barranco Segovia de Letur encontramos otra composición
destacada. Formada por una fémina, un arquero y una tercera figura
humana, más modesta en sus dimensiones que las dos primeras, el
detalle diferenciador viene determinado por la presencia de una bolsa
que pende del brazo de la mujer y de la que parece salir el personaje
más pequeño (fig. 9). Analizada con detenimiento por J. Jordán
(1999), han sido propuestas diversas posibilidades interpretativas,
entre ellas la de la representación de una hierogamia que, integrada por
una pareja primordial, aludiera a un mito cosmogónico de creación.
Y en la Hornacina de la Pareja y Abrigo de El Milano nos encontramos con sendas parejas fémina-arquero, en las que hay un contacto directo de uno de los brazos de la mujer sobre el hombre, y que
no podemos explicar como el reflejo de una simple actividad cotidiana, sino que, antes bien, debemos englobar en el grupo de las
escenas de marcado contenido mitológico, en una temática que
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Figura 7. Pareja de mujeres de La Risca I.
también vemos representada en el cercano Abrigo del Arroyo de
Hellín, dentro ya de la cuenca alta del Guadalquivir (Soria y López,
2001).
4. Análisis tipológico
Un rápido análisis de las más de 700 representaciones humanas que
documentamos en el núcleo del Alto Segura pronto nos permite
advertir cómo el modelo mayoritario de la zona es aquél que se corres140
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Figura 8. Escena ritual en la Cueva del Engarbo II (Santiago de la Espada)
ponde con figuras humanas de formas y trazos muy lineales, con cuerpos carentes de volumen, en los que apenas se insinúan rasgos anatómicos o detalles de tipo etnográfico. Esta linealidad se completa, en
muchos casos, con una palpable desproporcionalidad anatómica, de
tal manera que a unos cuerpos exageradamente alargados les acompañan unas piernas excesivamente cortas. Claros ejemplos son los
individuos que vemos en conjuntos como la Fuente del Sabuco I y II,
Abrigos de la Risca II y III, Solana de las Covachas III, Abrigo del
Concejal III, los varios abrigos de las Bojadillas, Barranco Segovia o la
Cueva del Engarbo III, entre otros.
No obstante, también documentamos personajes que rompen
un tanto con esta norma. En varios arqueros de la misma Fuente del
Sabuco, los tres individuos masculinos de la Cañaica del Calar II, los
dos recolectores de la Cueva del Engarbo I, algún arquero de Solana
de las Covachas III, el personaje mayor de la cavidad VI de este
mismo conjunto o los personajes mayores del Cortijo de Sorbas III
y Barranco Segovia, de entre alguno más, vemos cuerpos en los que
se ha plasmado un mejor tratamiento de las formas anatómicas, con
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CUADERNOS DE ARTE RUPESTRE
Figura 9. Escena ritual en el Abrigo del Barranco Segovia (Letur).
el busto triangular, en los que se señalan incluso grupos musculares
como los gemelos o los glúteos, y en los que la concepción general
de la figura presta más atención a los volúmenes. En ocasiones, todo
esto va acompañado de una mayor riqueza de elementos etnográficos, por ejemplo, el penacho de plumas de uno de los arqueros de
Fuente del Sabuco I.
Algo distinta es la situación si nos referimos a la representación
humana femenina que se nos presenta, por lo común, dotada de
mayor volumen, lo que la aleja de la linealidad que define a los tipos
masculinos. Ello está motivado fundamentalmente por el hecho de
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Aproximación al estudio de la figura humana...
ir ataviadas con prendas de vestir del tipo de las faldas, de formas
más o menos acampanadas. Sin embargo, en ellas se manifiesta por
igual la desproporción entre un cuerpo alargado y unas piernas muy
cortas. Paradigmáticos son los casos de las féminas de los Abrigos de
la Risca I y II, del Abrigo del Molino, de la Cañaica del Calar II o de
Solana de las Covachas VI.
A partir de estas consideraciones generales, se hace preciso analizar todo este material con vistas a poder establecer una eventual sucesión estilística de la que, en última instancia, podamos extraer valoraciones de cronología relativa entre las representaciones. Tenemos
que reconocer que no será la nuestra una clasificación original en el
sentido estricto del término por cuanto la estableceremos, con las
puntualizaciones pertinentes, a partir de los precedentes con que
contamos y que anteriormente hemos comentado de forma crítica.
En un intento de simplificación de las cosas, y a la vista de los
resultados obtenidos por esos intentos precedentes de tipificación,
tenemos que advertir que en los modelos propuestos primará como
criterio de clasificación el tratamiento morfológico de la figura,
puesto que pensamos que es el que nos permite diferenciar, no sin
reservas, diversos modelos, desechando otros factores como la movilidad, que creemos que siempre vendrá determinada por la acción
narrada, y, por supuesto, la disposición de los ejes corporales, que a
tenor de objeciones como las reseñadas parece que debe tener un
papel taxonómico muy secundario. Asimismo, implícito en el análisis morfológico va también la consideración de los volúmenes anatómicos puesto que, en última instancia, es el tratamiento de esas
formas musculares el que determina la forma de la figura.
Debemos destacar también que en la zona del Alto Segura escasean aquellas figuras que muestran un tratamiento formal muy cuidado, figuras que se podrían encuadrar en los tipos más naturalistas
establecidos en otras áreas. Considerando, pues, todo lo expuesto y
los antecedentes con que contamos, debemos incidir en que lo aquí
expuesto es sólo una hipótesis de trabajo, a modo de avance preliminar de un estudio más profundo actualmente en curso.
4.1. La figura masculina
Analizadas las representaciones masculinas, establecemos los cuatro
modelos siguientes:
1. Figuras humanas con un correcto tratamiento volumétrico y
de las proporciones (fig. 10). Muy escasas en los conjuntos de la
zona, se trata de figuras de torso triangular o de tendencia triangular, con una indicación expresa del modelado de brazos y piernas, en
donde se indican, aunque a veces levemente, los principales grupos
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Figura 10. Figura humana. Tipo1: 1 y 2, Barranco Segovia (según Alonso y Grimal); 3,
Fuente del Sapo (según Alonso y Grimal); 4, Solana de las Covachas VI (según Alonso y
Grimal); 5, Cañaica del Calar II (según Mateo Saura). (Diversos tamaños).
Aproximación al estudio de la figura humana...
musculares. En ocasiones, se aprecia una cierta desproporción entre
un cuerpo ligeramente alargado respecto a unas piernas cortas.
Suelen ser figuras muy estáticas, en las que apenas se insinúa
algo de movimiento por medio de una leve separación de piernas,
como si estuvieran en una acción suave de caminar y que, salvo alguna excepción, no aparecen inmersas en actividad explícita alguna.
Presentan indistintamente cabelleras circulares y triangulares, a
veces de tamaño excesivamente grande en relación con el cuerpo.
Cuando van armados, es común que el arco esté situado perpendicularmente al cuerpo a la altura del pecho o la cintura, en una actitud que no es en modo alguno de disparo, si bien también hay ejemplos en los que el arma se muestra verticalmente al lado del cuerpo,
sujetada por el personaje, pero nunca cargada y en acción de disparar. Hay un único ejemplo de arquero inmerso en labores de caza, en
concreto en Cañaica del Calar II, en donde el cazador dispara hacia
dos cervinos que hay delante de él.
Aunque hay tamaños pequeños, en torno a los 12 cm en el caso
del cazador de la Cañaica del Calar II, las figuras de este grupo son
las que alcanzan las dimensiones mayores, en ocasiones muy notables, como sucede con una de las representaciones de Solana de las
Covachas VI que supera los 39 cm de longitud o con la figura de
arquero mayor del Barranco Segovia que, conservado sólo en un tercio, llega a los 40 cm de altura. Incluso, esta longitud se superaría
con creces en el caso del arquero mayor del Rincón de las Cuevas I
de Moratalla, lamentablemente muy fragmentado.
Este modelo lo documentamos en los conjuntos del Barranco
Segovia, Cañaica del Calar II, Rincón de las Cuevas I, Fuente del
Sapo y Solana de las Covachas VI.
2. Figuras de cuerpo recto pero de tendencia triangular, con extremidades que, aunque también lineales, buscan un correcto modelado anatómico (fig. 11). Son figuras de cuerpo triangular o de tendencia triangular, sobre todo en el tórax, en las que parece que se haya
prestado mayor atención a las extremidades, sobre todo las inferiores,
en las que se insinúa e incluso se marca un modelado anatómico de
las masas musculares.
La mayoría de las representaciones de este grupo se corresponden con figuras de arqueros que, salvo excepciones, no participan en
actividades cinegéticas. De hecho, varios de ellos mantienen el arco
perpendicularmente al cuerpo, al modo en que también lo hemos
reseñado para algunos miembros del grupo 1. En algún caso, sujetan alguna flecha en las manos.
Las cabezas muestran formas circulares y triangulares, en ocasiones, de tamaño grande. Mientras, en el grupo de las armas, al margen de los arcos y las flechas, dominadoras casi absolutas, debemos
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Figura 11. Figura humana. Tipo 2: 1, Bojadillas I (según Alonso y Grimal); 2, Solana de
las Covachas III (según Alonso y Grimal); 3, Rincón de las Cuevas I (según Alonso y
Grimal); 4, Abrigo de El Milano (según Mateo Saura); 5, Cueva del Engarbo I (según
Soria y López); 6, Fuente del Sabuco I (según Mateo Saura). (Diversos tamaños).
Aproximación al estudio de la figura humana...
resaltar la presencia de un posible bumerán en manos del individuo
del Cortijo de Sorbas III (Mateo y Carreño, 2003).
Las dimensiones, medianas, se encuentran en unos márgenes
que oscilan entre los 8 cm de un arquero del Collado de la Cruz y
los 24,2 cm de un individuo desarmado de la Cueva del Engarbo I.
Este modelo lo constatamos en el Barranco Segovia, Cortijo de
Sorbas III, Fuente del Sabuco I, Cueva del Engarbo I, Bojadillas I y IV,
Solana de las Covachas III y V, Collado de la Cruz y Abrigo de El
Milano.
3. Figuras con cuerpo y extremidades filiformes (fig. 12). Éste es el
modelo más representado, con diferencia, dentro del grupo de yacimientos del Alto Segura. Se corresponde con figuras en las que tanto
el cuerpo como las extremidades se han indicado por medio de un
trazo rectilíneo, por lo común de unos pocos milímetros de grosor, en
el que no hay lugar para señalar modelado anatómico alguno.
Son las figuras más dinámicas, las que participan en la mayoría
de las escenas documentadas, ya sean de caza, guerra o escenas de
rituales de significado desconocido como la probada en la Cueva del
Engarbo I, en la que un individuo arrodillado recibe en sus manos
un objeto o recipiente circular de otro personaje que hay situado, de
pie, frente a él (Mateo, 2003a). Ello hace que los ademanes mostrados sean a la vez muy variados, con piernas abiertas por completo o
semiflexionadas, brazos caídos a cada lado del cuerpo o elevados al
cielo, cuerpos erguidos o inclinados al frente, entre otros.
Las cabelleras son diversas, predominando no obstante las de
formas triangulares y las circulares, aunque no faltan, con carácter
más excepcional, aquellas otras de formas troncocónicas, a veces
invertidas, elipsoidales e, incluso, lo que parece una melena suelta
en el arquero del Abrigo del Mojao.
En ocasiones, sobre la cabeza se advierten cortos trazos de formas variadas que interpretamos como elementos de adorno que
bien podrían simular plumas de ave o varillas de hueso, como constatamos en algunos de los arqueros de Solana de las Covachas VI,
Molino de las Fuentes I o Fuente del Sabuco I. Otros componentes
de adorno vienen definidos por elementos lineales a modo de lazos,
de longitud variable, que cuelgan desde la cintura, como vemos en
el Barranco Segovia o en la Cueva del Engarbo II. En la Solana de las
Covachas III, un arquero en actitud de disparo muestra un engrosamiento en la parte alta de la espalda que podemos interpretar indistintamente como un recipiente del tipo de un carcaj o una bolsa o,
menos probable en nuestra opinión, también como un eventual elemento de adorno.
Las armas representadas en este grupo son los arcos y las flechas,
que se sujetan de forma variada en función de la actividad represenM. Á. Mateo
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Figura 12. Figura humana. Tipo 3: 1, Fuente del Sabuco I (según Mateo Saura); 2, Fuente
del Sabuco II (según Alonso y Grimal); 3, Cañadas II (según Alonso y Grimal); 4, Barranco
Segovia (según Alonso y Grimal); 5, Cueva del Engarbo II (según Soria y López); 6, Cueva
del Engarbo III (según Soria y López). (Diversos tamaños).
Aproximación al estudio de la figura humana...
tada. Cuando se trata de enfrentamientos bélicos, documentados en
el Molino de las Fuentes II y la Fuente del Sabuco I, o también en las
varias escenas de caza registradas, los individuos blanden el arco cargado al frente, sujetándolo con una sola mano, mientras que si el
individuo no está inmerso en una acción concreta como las señaladas, es común que el arco se sujete con una mano, bien arriba, bien
a la altura de la cintura con una disposición perpendicular al cuerpo, mientras que en la otra mano es frecuente que el arquero porte
alguna flecha. Las dimensiones de estos arcos son variables, encontrando arcos muy grandes, a veces incluso tanto como el propio
arquero, o arcos pequeños, en algún caso nos parece que en exceso.
El tamaño de estas figuras humanas de trazado filiforme oscila
entre los escasos 1,5-2 cm de muchos de los arqueros de Bojadillas IV
a los excepcionales 29 cm de un cazador de Solana de las Covachas
III, si bien la mayor parte de ellos se engloban en la franja de los 1020 cm.
Este tipo lo documentamos en los conjuntos de Cueva del
Engarbo I, II y III, Fuente del Sabuco I y II, Abrigos de la Risca II y III,
Abrigos de Fuensanta I, II y III, Bojadillas I, III, IV, V, VI y VII, Molino
de las Fuentes I y II, Abrigo de las Cañadas II, Barranco de Montañoz
II, Abrigo de Jutia II, Abrigo del Concejal III, Solana de las Covachas
II, III, V y VI, Hornacina de la Pareja, Abrigo del Mojao, Abrigo de
Benizar 0, Cortijo de Sorbas I y II, Barranco Segovia y Arroyo de los
Covachos II.
4. Figuras de cuerpo rectilíneo y grueso, con piernas lineales, de
aspecto filiforme (fig. 13). Aunque en este trabajo preliminar hemos
optado por otorgar una identidad propia como modelo a una serie
de figuras que se caracterizan por mostrar un cuerpo recto, no modelado en sus formas anatómicas, pero de trazo grueso, y unas piernas
muy lineales, sin marcaje de formas anatómicas, lo hacemos simplemente como hipótesis de trabajo, no descartando que cuando finalice nuestro estudio debamos englobar estas representaciones dentro
del tipo 3, quizá como una variante dentro del mismo.
Como aquéllas, las figuras de este tipo se nos muestran en actitudes variadas, bien formando parte de escenas de caza o de guerra, bien
en posiciones pausadas, sin acción explícita alguna. En las primeras,
los arcos aparecen al frente, por lo general cargados con una flecha,
mientras que en las segundas los individuos suelen sujetar el arma a
la altura de la cintura. En algún caso, como sucede en el Cortijo de
Sorbas I, los personajes sostienen una flecha en la mano con el brazo
extendido arriba. Mientras, un individuo de la Fuente del Sabuco I
sostiene en una de sus manos un objeto que interpretamos como un
bumerán, similar en la forma al que anteriormente hemos reseñado
en el Cortijo de Sorbas III.
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CUADERNOS DE ARTE RUPESTRE
Figura 13. Figura humana. Tipo 4: 1 y 2, Cueva del Engarbo II (según Soria y López); 3,
Molino de las Fuentes II (según Alonso y Grimal); 4, Cortijo de Sorbas I (según Soria y
López). (Diversos tamaños).
Las cabezas son mayoritariamente de formas circulares, aunque
tampoco faltan unos pocos casos en los que adoptan formas triangulares, pero siempre con unas dimensiones proporcionadas al resto
del cuerpo.
El tamaño de las figuras de este grupo oscila entre los 3 y los 20
cm, documentándolos en el Abrigo de las Cabritas, Molino de las
Fuentes II, Barranco de Montañoz II, Solana de las Covachas III,
Bojadillas VII, Cueva del Engarbo I, Fuente del Sabuco I, Cortijo de
Sorbas I y Barranco Segovia.
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4.2. La figura femenina
Por lo que respecta a la figura femenina, hemos reseñado estudios
precedentes en los que los tipos establecidos lo eran en virtud de criterios muy variados, algunos formales, como el modelo de la falda
o de las cabelleras, otros “anatómicos”, apoyados en el tratamiento
de las proporciones corporales, e, incluso, hay clasificaciones en las
que se tiene en cuenta la propia perspectiva de representación, entre
otros.
Por nuestra parte, seguiremos el mismo criterio de clasificación
que hemos empleado para la figura masculina, basado en la morfología de la representación, si bien es cierto que el hecho de que concurran en la figura femenina detalles particulares, entre los que destaca
un mayor protagonismo de la indumentaria, hace que al analizar la
forma general de la representación se deban tener en cuenta el conjunto de aquéllos, como la proporcionalidad y el tratamiento de los
volúmenes anatómicos, pero también la forma de esa indumentaria,
que en la mayoría de los casos impide apreciar detalles como el modelado anatómico de las piernas. En virtud de esto y a modo de síntesis
de aquellos rasgos que nos parecen más determinantes, establecemos
dos tipos básicos (fig. 14).
1. Figuras de cuerpo muy alargado, desproporcionado en relación con la longitud de las piernas, mucho más cortas. Es común en
este grupo que las figuras muestren el cuerpo inclinado al frente, de
tal forma que las nalgas se muestran significativamente salientes. Los
cuerpos presentan el tórax triangular y se van estrechando progresivamente hasta la cintura, muy estrecha. Los brazos aparecen doblados por el codo, uno de ellos adelantado y el otro retrasado, como
si de la acción de caminar se tratase, acción que, en cambio, no trasmiten los pies, que suelen estar alineados. No obstante, hay algunas
excepciones a estos rasgos, como la figura de la Cañada de la Cruz,
que presenta los dos brazos dispuestos hacia abajo de forma paralela al cuerpo, o la de la Cueva del Engarbo I, en la que los pies sí parecen indicar una acción clara de caminar al estar uno bastante más
adelantado que el otro. Los peinados triangulares, a veces de tamaño grande, son mayoritarios, aunque no faltan ejemplos de cabelleras de tendencia circular. Se pintan los pies, en los que casi siempre
se señalan los dedos. Las faldas suelen ser rectas, adoptando una
forma ligeramente acampanada al llegar a las rodillas, con la excepción de una figura de la Fuente del Sabuco I.
En ocasiones pueden llevar elementos de adorno, como los lazos
que penden de los codos en las dos mujeres del Abrigo de la Risca I,
los dos cortos trazos que sobresalen en la parte alta de la cabeza en
una de las mujeres del Abrigo del Molino, que interpretamos como
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Figura 14. Figura humana femenina. Tipo 1: 1 y 2, Abrigo de la Risca I (según Mateo
Saura); 3, Abrigo de la Risca II (según Mateo Saura); 4 y 5, Solana de las Covachas VI
(según Alonso y Grimal); 6, Cueva del Engarbo I (según Soria y López); 7, Cañada de la
Cruz (según Soria y López); 8, Cañaica del Calar II (según Mateo Saura). Tipo 2: 9 y 12,
Abrigo de la Risca II (según Mateo Saura); 10 y 11, Fuente del Sabuco I (según Mateo
Saura); 13, Hornacina de la Pareja (según Alonso y Grimal). (Diversos tamaños).
Aproximación al estudio de la figura humana...
los extremos de un lazo que actuase a modo de diadema, o sendos
trazos rectos en la cabeza de otra figura del Abrigo de la Risca II, que
consideramos como posibles varillas de madera o hueso, para sujetar
también el cabello.
Este tipo de representaciones lo documentamos en los Abrigos de la
Risca I y II, Abrigo del Molino, Fuente del Sabuco I y Cañaica del Calar
II, en Moratalla, Solana de las Covachas VI, en Nerpio, en la Cueva del
Engarbo I, en Santiago de la Espada, y en el Abrigo de la Cañada de la
Cruz, en Pontones.
2. Figuras que mantienen una mayor proporcionalidad entre el
cuerpo y las piernas. El cuerpo aparece alineado con las piernas, en
una postura erguida. Las faldas son triangulares, llegando hasta las
rodillas pero no por debajo de ellas. Los peinados son triangulares o
circulares. Hay un menor interés por marcar detalles anatómicos
como los pies, que no suelen estar pintados o en los que, cuando lo
están, no se han indicado los dedos.
Una de las figuras de la Fuente del Sabuco I muestra dos elementos colgantes desde las orejas que bien podemos interpretar
como adornos a modo de pendientes. Esta misma mujer sujeta en la
mano derecha un objeto que emparentamos con los bumeranes que
hemos señalado en algunas figuras masculinas.
Este tipo lo vemos en el Abrigo de la Risca II y Fuente del Sabuco
I, en Moratalla, y Solana de las Covachas VI, en Nerpio.
Tratamos de forma independiente unas pocas figuras, en las que
el tratamiento de las formas anatómicas de los cuerpos permitiría
incluirlas dentro de alguno de los grupos fijados, pero que vienen
caracterizadas, en cambio, por la forma especial que adopta su cabeza, siendo éste el rasgo que les otorga un matiz privativo dentro de
las representaciones humanas de la zona.
Son figuras en las que el cuerpo puede mostrar un trazo engrosado, con una anchura que va aumentando desde el pecho hacia la
cintura, aunque tampoco faltan ejemplos en los que éste se marca
únicamente por medio de un delgado trazo recto; las piernas, dispuestas en ángulo agudo a modo de “V” invertida, suelen ser cortas
y robustas; las nalgas en muchos casos se marcan muy salientes y en
alguna de las representaciones se indican algunos dedos de los pies.
Los brazos, salvo casos excepcionales, no suelen estar representados.
En cuanto al sexo de estas representaciones, la mayor parte de ellas
parece que debemos considerarlas como figuras femeninas, si bien dos de
los representados en Bojadillas VII podríamos proponerlos como hombres, dado que van armados. Por su parte, también dudoso se presenta el
humano del Abrigo del Concejal III aunque, si interpretamos los restos de
pintura que hay a su derecha como pertenecientes a un posible arco,
habría que incluirlo también dentro de las representaciones masculinas.
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CUADERNOS DE ARTE RUPESTRE
En cualquier caso, el elemento más característico que define a
estas representaciones es el gran tocado o peinado que muestran, que
podemos clasificar en tres tipos fundamentales; los de forma triangular, que vemos en individuos de Bojadillas II, Abrigo del Concejal
III y Cañaica del Calar II, de tendencia circular, como documentamos
en personajes de Bojadillas II y VIII; y los de forma rectangular, con
los extremos redondeados, al modo en que los muestran las figuras
de la Hornacina de la Pareja y el Molino de Capel (fig. 15).
Junto a su tamaño grande, sobresale el que su interior está recorrido por una serie de líneas paralelas, de escaso grosor, apenas 1-2
mm, cuyo número oscila entre las 9 de un personaje de Bojadillas
VII y las 12 de la pintada en la Hornacina de la Pareja. Todas estas
líneas forman una estructura cerrada, de tal manera que ninguna de
ellas sobrepasa los límites establecidos por los trazos exteriores.
Aunque en algún caso estas figuras se han introducido en paneles
ya pintados, en un claro ejemplo de intromisión acumulativa, la
mayor parte de ellas no están inmersas en actividades conocidas, de
caza, guerra u otras, hasta el punto de que en la mayoría de los casos
ocupan zonas laterales respecto de las aglomeraciones centrales de
motivos. Ello les otorga, quizás, un carácter especial que evidencia una
fuerte carga simbólica por sí mismas, sin necesidad de que formen
parte de una escena concreta. No obstante, tampoco debemos pasar
por alto que su presencia en unos determinados conjuntos y su ausencia en otros no debe ser algo caprichoso, por lo que el contenido iconográfico de cada uno de los conjuntos en los que aparecen sí pudo
estar vinculado de alguna manera a las mismas, en unos extremos que
deberemos intentar determinar. Tan sólo en Bojadillas VII la figura,
que no sin ciertas reservas podríamos aceptar como arquero, se
encuentra próxima y orientada hacia una representación de cáprido.
Aunque no está en actitud de disparo, podría tratarse de una referencia a la actividad cinegética. Del resto, los contextos temáticos en los
que aparecen son variados pero no explícitos sobre una acción concreta. Así, en el Molino de Capel se asocia a una figura de ciervo y a un
posible elemento vegetal; en la Cañaica del Calar II hay por encima de
ella un anterior grupo compositivo en el que se superponen varias
figuras de cuadrúpedos y un arquero que dispara sus flechas contra
dos cervatillos en una clara escena de caza; en la Hornacina de la
Pareja ocupa la esquina superior derecha de un panel en el que hay
varios restos de pintura, una figura fragmentada de cuadrúpedo y en
la parte inferior, una escena ritual en la que intervienen una mujer y
sendos hombres; en el Abrigo del Concejal III la figura de arquero
forma panel con seis personajes más que no participan de ninguna
eventual actividad determinable; por último, en las Bojadillas II las
tres figuras humanas de este tipo, una parcialmente conservada, son
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Figura 15. Figuras humanas de tocados especiales: 1, Molino de Capel (según Mateo
Saura); 2 y 3, Bojadillas VII (según Alonso y Grimal); 4, Abrigo del Concejal III (según
Alonso y Grimal); 5, Hornacina de la Pareja (según Alonso y Grimal); 6 y 7, Bojadillas II
(según Alonso y Grimal). (Diversos tamaños).
las únicas representaciones del abrigo y tampoco evidencian acción
alguna.
El tamaño de estas representaciones oscila entre los escasos 10
cm de la figura de la Hornacina de la Pareja y los 23 cm de una de
las pintadas en las Bojadillas II.
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CUADERNOS DE ARTE RUPESTRE
5. Consideraciones finales
Los estudios realizados en la Cova dells Cavalls de Tirig, tras las labores de limpieza a que fue sometido el conjunto, permitieron establecer una tipología básica de los modelos representados en el conjunto y una cronología relativa entre ellos. Se concretan estas variantes a
la hora de ejecutar la figura masculina en representaciones de componente naturalista, con piernas abultadas y cuerpo corto, representaciones de cuerpo estilizado y alargado, y piernas modeladas, figuras
de componente naturalista bastante proporcionado y trazo de tendencia lineal, y, por último, en representaciones humanas de trazo
lineal y cuerpo estilizado y desproporcionado (Villaverde, López et
alii, 2002). Vemos como, aunque con pequeños matices diferenciales,
existe una cierta correspondencia con los modelos propuestos por
nosotros para el Alto Segura.
Asimismo, en el yacimiento castellonense el examen detenido del
panel pintado posibilitó establecer, a grandes rasgos, una secuencia
estilística en la que las figuras masculinas más antiguas vendrían a ser
aquéllas definidas por un canon claro de piernas abultadas y cuerpo
corto o alargado, frente a aquellas otras de tendencia más lineal, de
cuerpos más estilizados y alargados (Villaverde y Martínez, 2002).
En el Alto Segura, los datos obtenidos a partir del análisis de las
superposiciones cromáticas y de una hipotética evolución interna de
los paneles, determinada por la distribución topográfica de los motivos en el soporte y las propias superposiciones cuando existen, aunque es pronto para confirmarlo, sí parecen sugerir una secuencia
muy próxima a aquélla en el caso también de la figura humana masculina. No obstante, son muchas las limitaciones con que nos
encontramos y que no nos permiten otorgar a estas líneas, por el
momento, un carácter que vaya más allá de una hipótesis preliminar. Además, cuando se trata de la figura femenina, quedan cuestiones pendientes como la eventual coetaneidad de los dos modelos
definidos entre sí, o la de ambos o cada uno de ellos con alguno o
con varios de los tipos masculinos, entre otras.
Las superposiciones directas con que contamos en el Alto
Segura, es decir, aquellas en las que la sobreposición se produce
entre motivos humanos, son escasas, afectando, de otra parte, sólo a
las figuras masculinas. Podemos reseñar únicamente las siguientes:
En la Fuente del Sabuco II un individuo armado con arco (tipo
4) se sobrepone con la pierna derecha a varios personajes alineados
del modelo 3. A su derecha hay, no obstante, otro individuo de ese
mismo tipo 3 que, por la propia distribución de los elementos compositivos debe de ser coetáneo o quizá posterior a la hilera de personajes del desfile.
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En Cañaica del Calar II, un personaje acéfalo, conservado sólo
en su tercio superior (tipo 1), ocupa parte del lugar en el que debería estar parte de otra figura actualmente fragmentada de la que sólo
se conserva la cabeza, circular y grande, el arranque del cuerpo y
parte de un brazo (¿tipo 1 o 2?).
En la misma Cañaica del Calar II, la figura de arquero cazador
(tipo 1) se infrapone por el pie a la cabeza de tocado especial de una
figura femenina de cuerpo filiforme (tipo 3).
En el Barranco Segovia un arquero del tipo 1 está en contacto,
por la parte del arco, con un individuo del tipo 2, aunque no es posible determinar prioridad en la ejecución. Asimismo, su distribución
en el panel tampoco contribuye a aclarar la secuencia.
En el Abrigo de las Bojadillas IV encontramos varias superposiciones de arqueros filiformes (tipo 3) sobre otros de la misma morfología, cuya única diferencia es la de su menor tamaño. Estos individuos más pequeños forman parte de las llamadas agrupaciones de
arqueros (ver supra) que no podemos terminar de definir como escenas de guerra.
En Bojadillas IV, una línea de suelo por la que asciende un individuo armado (tipo 3), coetáneo con ésta, se sobrepone a varios de
los arqueros pequeños que pertenecen a esas colectividades, con los
que, como hemos reseñado, comparte tipología.
En Bojadillas VII, un personaje del tipo 3, de cuerpo y extremidades rectas, pero provisto con un tocado especial de forma rectangular relleno por medio de un rayado vertical, se sobrepone parcialmente al arco de un individuo también del tipo 3, pero con cabeza
circular de pequeño tamaño.
En Bojadillas V hay sobreposición entre dos arqueros de un
mismo modelo (tipo 3).
En algún caso, la superposición es indirecta. Sucede, por ejemplo, en la Cueva del Engarbo I, en donde dos humanos del tipo 4 se
infraponen a una misma figura de bóvido, que, a su vez, es coetánea
a una figura de arquero-cazador del tipo 3.
En definitiva, la única superposición clara es la de un humano
tipo 3 sobre un individuo del tipo 1 en la Cañaica del Calar II, aunque también es probable un caso similar en el Barranco Segovia si
consideramos la distribución de los motivos en el panel. Mientras,
las otras superposiciones se producen entre figuras de un mismo
modelo, en concreto todas del tipo 3, por lo que no contribuyen
demasiado a aclarar la eventual secuencia evolutiva entre tipos, o la
indicada de un cazador del tipo 3, en principio más moderno sobre
dos individuos recolectores del tipo 4. También parece, a tenor de
los datos actuales, que las figuras del grupo 1 son las que adquieren
un tamaño mayor, documentando personajes de este grupo que, en
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caso de conservarse completos, fácilmente podrían haber llegado a
casi un metro de longitud, como es el caso del arquero mayor del
Rincón de las Cuevas I de Moratalla.
Por tanto, en el estado actual de la investigación en curso, podríamos apuntar la posibilidad de que las figuras masculinas del tipo 3, las
más lineales, sean las más modernas, sobre todo en relación con las que
presentan un mejor tratamiento anatómico y de las formas, aunque éste
es uno de los varios aspectos que deberemos confirmar en un futuro.
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