La Pasión a la luz de la Sábana Santa, los Evangelios

Anuncio
La Pasión a la luz de la Sábana Santa, los Evangelios y el profeta Isaías.
Comunicadores católicos / Cine, radio y televisión católicos
Por: Gustavo Aguilera | Fuente: .
La Pasión de Cristo
Hablan los Testigos
¿De verdad son exageradas las escenas de La Pasión de Cristo de Mel Gibson? ¿Fueron así de terribles los últimos momentos de
Jesús en este mundo? Preguntemos a los testigos más cercanos.
En las páginas que siguen, teólogos, científicos, médicos, especialistas en sagrada escritura, criminólogos, cirujanos, botánicos,
cardiólogos y muchos otros nos abren una ventana directa hacia el Calvario, nos descubren los sufrimientos del Hombre de la Sábana,
un hombre robusto de 1 metro y 82 centímetros de alto, flagelado, coronado de espinas, abofeteado y salvajemente crucificado. Todos
ellos afirman que el Hombre de la Sábana y el Jesús de los Evangelios coinciden.
Su Santidad Juan Pablo II visitó en 1980 la ciudad de Turín donde se encuentra la Sábana Santa. En aquella ocasión el Papa dijo en la
Catedral que «el misterio Pascual ha encontrado aquí alguno de sus más espléndidos testigos... No podría ser de otra manera
tratándose de la ciudad que atesora una reliquia tan insólita y misteriosa como la Sábana Santa: ese extraordinario testigo "si hemos de
aceptar los argumentos de tantos hombres de ciencia" de la Pasión, de la Muerte y de la Resurrección. Testigo mudo, pero al mismo
tiempo, asombrosamente elocuente».
En este trabajo hablará este «espléndido testigo mudo». Y vendrá a iluminar el misterio de la crucifixión junto con los evangelistas y el
profeta Isaías.
San Juan nos habla del origen de nuestro testigo: «Salió, pues, Pedro y con él el otro discípulo, y se dirigían al sepulcro. Y corrían los
dos a una; mas el otro discípulo, como corría más aprisa que Pedro, le pasó delante, y llegó primero al sepulcro; y habiéndose
agachado, ve los lienzos por el suelo; con todo, no entró. Llega, pues, también Simón Pedro en pos de él y entró en el sepulcro, y
contempla los lienzos por el suelo, y además el sudario, que había estado sobre su cabeza, no por el suelo con los lienzos, sino plegado
en lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, que había llegado primero al sepulcro, y vio y creyó; pues todavía no conocían
la Escritura, que había de resucitar de entre los muertos» (Jn 20, 3-9).
«SU SUDOR SE HIZO COMO GOTAS ESPESAS DE SANGRE» (Lc 22, 33...)
La oración de Jesús en Getsemaní es el primer momento doloroso de la Pasión. La lucha interior fue aterradora y en la agonía señalada
por san Lucas leemos: «Entonces se le apareció un ángel que venido del cielo le confortaba. Pero Él, entrando en agonía, oraba más
intensamente, y sudó gotas de sangre, que corrían hasta el suelo» (Lc 22, 33-44). Esta precisación nos la relata solamente san Lucas,
médico de profesión. Pero, ¿es posible tal situación?
La hematridosis (sudor de sangre) es un fenómeno muy raro pero posible y perfectamente documentado (como en el caso de un soldado
que, durante la segunda Guerra Mundial, sudó sangre en el frente, a la espera de una ofensiva). La hematridosis ocurre, dicen los
médico, en condiciones excepcionales, como consecuencia de un agotamiento físico acompañado de un trastorno moral, producido por
una emoción profunda, por un miedo atroz. Es lo que Lucas llama agonía, que en su original griego quiere decir lucha, ansiedad.
La hematridosis se produce por una dilatación de los vasos capilares subcutáneos, la cual puede provocar la ruptura de los mismos, con
lo que la sangre unida al sudor se coagula, sale al exterior y forma por la piel de todo el cuerpo reguerillos y coágulos que llegan a caer
al suelo. Toda la piel queda lesionada, dolorida y muy sensible a los golpes.
Con un minicomputador el prof. Tamburelli ha detectado en la cara del Hombre del Lienzo innumerables reguerillos y grumos de sangre
que la surcan. El ordenador ha concluido que la sangre se encontraba en la misma proporción por toda la cara pues los reguerillos son
muy regulares. Las heridas del resto del cuerpo imposibilitan tal observación, pero traduciendo lo que vemos en la cara, deducen los
médicos que el hombre de la Sábana sudó sangre, como nos dice el Evangelio, dando a toda la piel una dolorosísima sensibilidad ante
los golpes, que tan profusamente cayeron sobre el reo.
«¿ASÍ CONTESTAS AL SUMO SACERDOTE?» (Jn 18,22)
El Hombre del Sudario presenta un bastonazo que rompió el cartílago de la nariz e inflamó la mejilla derecha.
San Juan narra en su Evangelio que durante el interrogatorio en casa de Anás, un servidor le dio una bofetada diciendo: «¿Así
respondes al pontífice?».
La palabra griega rápisma que usa san Juan (testigo ocular probablemente) no significaba en principio bofetada sino bastonazo.
Rapís=bastón; rapítzo=apalear. Sólo tiempo después significó bofetada, traduciéndolo así san Jerónimo en la Vulgata.
La Sábana precisa la traducción pues Jesús presenta un porrazo, infligido con un palo probablemente corto, cilíndrico, de 4 ó 5
centímetros de diámetro.
Calculando la posición y forma del golpe del Hombre de la Sábana, el doctor Cordiglia, junto con otros, sospecha que el golpeador era
un hombre zurdo, situado a la derecha del reo. Posiblemente se trató de un escriba hebreo, habituado a escribir de derecha a izquierda.
Este golpe, con la desviación del tabique nasal, conlleva una enorme pérdida de sangre (la barba y el bigote están completamente
empapados) y nos da una escalofriante idea del trato que recibió Jesús y de la paciencia y benignidad de su respuesta.
Siglos antes, el profeta Isaías visualizó la Pasión del Siervo de Yavé en un hermoso y trágico canto: «Fue arrebatado por un juicio inicuo,
sin que nadie defendiera su causa; pues fue arrancado de la tierra de los vivientes y fue herido de muerte por el crimen de su pueblo.
Pero Él no había cometido maldad ni hubo en su boca mentira». (Is 53,8).
Y en otro versículo: «Yo no me resisto ni me echo atrás. He dado mis espaldas a los que me herían y mis mejillas a los que arrancaban
la barba. Y no escondí mi rostro ante las injurias y los salivazos, pero el Señor Dios me socorre y por eso no seré confundido». (Is 50, 5).
«¡ADIVINA QUIÉN TE HA PEGADO?» (Mt 26, 67...)
En el Sanedrín, una vez condenado a muerte, los sanedritas se abalanzaron sobre Él, le escupieron y acribillaron a puñetazos. Lo
cuenta el evangelio de San Mateo: «Entonces se pusieron a escupirle y a abofetearle; y otros a golpearle, diciendo: adivina, Cristo,
¿quién te ha pegado?» (Mt 26, 67-68). Más tarde los soldados, después de coronarle de espinas le darán más bofetadas y también le
escupirán (Mt 27, 29-30).
Observando el Rostro de la Síndone con atención, encontramos huellas palpables de estos hechos: hinchazones en diferentes partes de
la cara y un escupitajo que le baja desde la punta inferior del ojo derecho hasta la parte inferior de la nariz a lo largo de la unión de ésta
con la mejilla. Muy posiblemente alguien limpió aquel Rostro; a pesar de ello este escupitajo no fue eliminado, probablemente por las
prisas y por estar más resguardado en el hundimiento de esa línea de la cara.
Presenta más maltratada la parte derecha de la cara que la izquierda, esto ha hecho suponer a Mons. Ricci que eran en su mayor parte
zurdos, o sea levitas y escribas. Tiene además mechones de la barba arrancados de cuajo, incluyendo pedazos de la epidermis, lo cual
tuvo que acarrear un dolor intensísimo al lesionar la delicada capa nerviosa que recubre esa zona del rostro, y tan sensible por el sudor
de sangre de Getsemaní.
«Y MANDÓ AZOTARLE» (Jn 19, 1)
La Sábana es mucho más precisa aquí que los evangelistas. Estamos ante un castigo anterior a la condena de muerte, pues bajo las
heridas a flor de piel de la zona escapular izquierda y sobrescapular derecha, producidas por cargar el madero, aparecen claras las
huellas de las heridas de los azotes. Esto no es lo usual ya que los romanos flagelaban a los condenados a morir en cruz sólo durante el
trayecto al lugar de la crucifixión.
La flagelación constituía una pena en sí misma y nadie podía ser condenado dos veces a ella por el mismo delito o serle impuestas dos
penas diversas. Dentro del derecho romano, el caso de Jesús es excepcional. Un administrador de la justicia romana no podía permitirse
tales errores pues con ello se jugaba el puesto.
Recordemos por ejemplo la condena de san Pablo y cómo el procurador se atemorizó cuando oyó que Pablo era ciudadano romano y
que no había cumplido con él lo prescrito por el derecho. Es cierto que Cristo, al no ser ciudadano romano era poco más que una
«cosa», una res; pero existía también un jus gentium que protegía a todos los no romanos, a los súbditos del Imperio.
Jesús presenta 121 golpes triples, infligidos por dos sayones forzudos, situados a ambos lados del reo, uno más alto que el otro. Eran
expertos en su oficio, pues le cubrieron metódicamente de golpes en todo el cuerpo (pecho, vientre, piernas, espalda, incluso detrás de
las orejas y en las partes íntimas).
Fue un castigo del que debía salir con vida, y por eso no golpearon la parte izquierda del pecho. Los verdugos sabían que si golpeaban
la zona del pericardio, el reo moriría en pocos minutos. Se le hubiese producido una pericardiatis serosa traumática. Volvemos a
encontrar en este punto una coincidencia plena con el Evangelio: Pilato se dijo: «...así que le castigaré y le soltaré» (Lc 23, 16).
Por la dirección de los golpes, se puede deducir que Cristo estaba encorvado sobre una columna baja, pues la espalda presenta mayor
número de marcas al ofrecer más superficie de contacto.
No eran pocos los que morían en la flagelación, aunque sólo se trataba de un castigo. El Hombre de la Sábana fue flagelado
completamente desnudo, pues no presenta en ninguna parte del cuerpo señales de atenuación por la ropa y san Mateo así lo subraya.
La distribución de los golpes es perfecta, lo que descarta la flagelación desordenada a la que eran sometidos los reos durante el camino
al lugar de la ejecución.
Las fotos ultravioletas nos revelan el sadismo escalofriante de los verdugos, pues se ensañaron en la parte delantera superior de la
pierna, junto a las ingles.
Había entre los romanos, varias clases de golpes o flagelaciones:
-Para los ciudadanos romanos: con varas verdes y flexibles, menos degradante.
-Para los no romanos había tres tipos:
El iorum (correa ancha) que amorataba las carnes.
El flagrum (2 ó 3 correas estrechas) que las destruía.
El flagellum, empleado con Cristo. Constaba de 2 ó 3 tiras o nervios de 35 a 40 cm. que en su punta tenían pedazos de hueso o de
metal que cortaban y desgarraban.
«SALVE, REY DE LOS JUDÍOS» (Jn 19, 3)
El tipo de suplicio que vamos a describir a continuación, no se recoge en ningún tipo de código penal que haya existido jamás, por eso
hace suponer el afán de burla e insulto que se buscaba con ello, como nos explican los evangelistas. El Hombre de Lienzo presenta
multitud de calcos de sangre sobre todo el cuero cabelludo. Estas lesiones fueron producidas por objetos puntiagudos, clavados y
frotados sobre el cutis de la cabeza en forma de corona o cofia de espinas. Se trata pues de un casquete de espinas, a modo de las
coronas reales de oriente lo que produjo tan abundante salida de sangre. Las heridas no se cerraban, pues los objetos punzantes se
movían continuamente.
En la frente podemos contar señales de 13 aguijones. Catorce centímetros de la parte superior de la cabeza carecen de impronta en la
Sábana y por ello no vemos las marcas de la corona. Esto se debe a la mentonera o paño que se utilizaba para mantener cerrada la
boca del difunto, que muchos especialistas identifican con el pañolón de Oviedo, el cual primero reposó sobre el Rostro del Señor
camino del sepulcro, y luego se utilizó como mentonera, envuelto en torno al perímetro de la cara.
Es necesario considerar que la frente, las sienes y todo el cuero cabelludo, presentan una capa nerviosa muy sensible a cualquier golpe
o aguijonazo. Si calculamos las decenas de espinas (más de 50) que atraviesan el cráneo, nos haremos una terrible idea del dolor que
en su cabeza soportó el Señor.
Jesús fue crucificado con la corona de espinas, y todo el camino hacia el Calvario lo efectuó con ella sobre la cabeza. La razón que nos
permite afirmar esto está en la nuca, que en la Sábana aparece horriblemente herida: se pueden contar los coágulos perfectamente, es
decir, se distinguen nítidamente las perforaciones en la piel y si no hubiese estado la corona presente, el rozamiento del patíbulo y las
caídas hubiesen dejado una huella de sangre informe y oscura. La corona actuó pues como dolorosísimo aislante, evitando los golpes
del madero e hincándose cada vez más profundamente en la nuca.
¿Por qué se coronó de espinas a Cristo?
Los romanos tenían un juego, tanto niños como adultos, que encerraba cierto matiz de crueldad. En él se elegía un rey que debía
mandar sobre sus súbditos, ejecutando estos todo lo que se les ordenaba. En las excavaciones y obras hechas en Jerusalén para la
construcción del convento de las Damas de Sión, en el lugar donde se sabe que estaba la torre Antonia, se descubrió el enlosado del
patio de dicha torre, el lithóstrotos evangélico. En una de las losas se distingue un «tablero» para dicho juego que los legionarios
romanos utilizaban en sus largas horas de acuartelamiento.
Resulta espontáneo que los soldados oyendo hablar de la realeza de Jesús y movidos por el odio a los judíos, quisiesen divertirse
coronándolo rey y llenándolo de burlas: «Salve, Rey de los Judíos», dándole bofetadas (Jn. 19, 3), escupiéndole y golpeándole la
cabeza coronada de espinas. No está claro qué clase de espino emplearon pues crecen diversas especies en Jerusalén.
Isaías canta al Cristo desfigurado: «He aquí a mi siervo. Muchos al verlo quedaron consternados, tan desfigurado estaba que no parecía
hombre, ni su apariencia era humana. Ante él cerrarán los reyes la boca, pues lo que nunca se les contó, verán...» (Is 52, 13).
«CARGANDO CON SU CRUZ, SALIÓ HACIA EL LUGAR LLAMADO CALVARIO» (Jn 19, 16)
Este momento previo a la crucifixión, el vía crucis, que ha llegado a ser una oración importante en la tradición de la Iglesia, es
perfectamente visible en el Hombre de la Sábana. Fue un penoso camino recorrido con los pies desnudos por el Señor, que martirizó
hasta el paroxismo su debilitado cuerpo.
Después de la condena a muerte, y una vez quitado el capuchón ignominioso con que se cubría a todo condenado, se colocaba sobre
sus hombros el patibulum, el travesaño horizontal, o toda la cruz. Jesús recorrió este camino vestido y descalzo, pues sus pies estás
muy llagados y sobre los hombros se distinguen claramente las huellas de la cruz y las de la flagelación. Si Cristo cargó sólo el
patibulum, palo transversal, tuvo que soportar un peso de 35 ó 40 kilos.
Si arrastró con la cruz entera, el peso soportado fue superior a los 70 kilos.
El Nazareno, profundamente debilitado por la flagelación profesional, debió caer más de alguna vez por el empedrado irregular de
Jerusalén. Los golpes más fuertes los recibió sin duda en las rodillas y en el rostro. En la Sábana se distinguen las huellas de estas
contusiones, pues las rodillas están destrozadas, y tanto en ellas como en la punta de la nariz se ha encontrado tierra adherida.
El camino al Gólgota, lo hizo descalzo pues la planta de los pies aparece despellejada y en el talón derecho se encontró un elemento
que al principio costó identificar: se trata de lodo.
Es lógico pensar que los soldados del cortejo, al ver el lamentable estado de Cristo, pensasen que no iba a llegar vivo al Gólgota, y más
movidos por el cumplimiento de las órdenes que por una falsa piedad, pidieron a un transeúnte que cargase con la cruz del Nazareno.
Ciertamente si no hubiesen hecho esto, muy probablemente Jesús habría fallecido por conmoción cerebral antes de ser crucificado.
Jesús llega al calvario destrozado, extenuado y sumamente débil, deshidratado, atacado por una fiebre intensa y desfallecido de
cansancio y pena.
«Y ALLÍ LE CRUCIFICARON» (Lc 23, 23)
Multitud de médicos forenses han constatado que estar ante la Sábana es como si estuviesen delante del cadáver de un crucificado de
la época romana. Todas las heridas están donde deben estar. Gracias a los avances de la ciencia médica se puede observar que este
cadáver se ha comportado como cualquier cuerpo ante el suplicio horroroso de la cruz. Antes se conocía en la teoría, con la Sábana se
baja a la experiencia real.
El gran escritor latino Séneca dice refiriéndose a la crucifixión: in cruce membra distendere, (en la cruz los brazos y los pies se estiran,
se dislocan) y el Lienzo nos presenta una estructura horrorosamente deformada. Los hombros y los codos están alargados y dislocados
al máximo.
Sus manos fueron clavadas al travesaño. Todavía no se sabe con certeza si fue en la palma o en la muñeca. Ambas tesis se apoyan en
válidos argumentos. En lo que sí se está de acuerdo es que los nervios que pasan por la mano son especialmente sensibles.
Sobre todo el nervio medio. Cristo, pues, quedó tenso como la cuerda de una guitarra, y cada movimiento debió producir un dolor
insoportable. Los médicos no se explican cómo no se volvió loco por el dolor. Parece que tuvieron que desclavar la mano derecha, pues
en la Sábana la herida está muy agrandada.
Posiblemente encontraron una veta frágil en la madera.
Luego vinieron más tirones para clavar los pies juntos, el izquierdo sobre el derecho, y todo el peso soportado por los clavos. Pero los
dolores sufridos al subir el patibulum al stipes, o los jalones en sus manos provocados por el peso del cuerpo al levantar la cruz tuvieron
que ser alucinantes.
Cristo perdió mucha sangre por todas las heridas de su cuerpo, pero especialmente por las aberturas de los clavos. Padeció una sed de
locura antes y después de la crucifixión. Una sed que aturde. La densidad de la sangre que los médicos encontraron en las heridas de
los clavos y de los azotes, es típica de una persona deshidratada.
Jesús fue crucificado completamente desnudo, como lo verifican los reguerillos de sangre de la espalda. El volumen sanguíneo de su
cuerpo descendió vertiginosamente y el corazón tuvo que trabajar de forma extraordinaria para evitar la muerte de los órganos vitales. El
cerebro disminuyó el riego de los órganos menos importantes (riñones y extremidades), y mandó todo su flujo a los principales (cerebro,
pulmones,...) en previsión de una eventual salida de la crisis; por eso no es de extrañar la lucidez hasta el último instante en la cruz.
Desde el primer momento que está clavado en posición vertical, comienza el verdadero suplicio del crucificado: la asfixia. Ésta, aparte de
los demás dolores, constituye una lucha titánica de los músculos respiratorios por inhalar un poco de oxígeno. El reo debe levantarse
unos 17 centímetros, apoyándose en las heridas de los clavos, para poder aspirar un poco de aire, pues la posición normal del
crucificado en «v» le dificulta enormemente la respiración.
Este levantamiento sobre sus heridas, agotó rápidamente las escasas fuerzas de los músculos de los brazos y de las piernas,
produciendo calambres espasmódicos y terribles. Cada palabra dicha desde el patíbulo constituía un esfuerzo sobrehumano pues el aire
no daba para tanto. Y pensar que Cristo nos regaló más de 7 frases de amor y perdón desde lo alto de la cruz. Toda esta lucha por
respirar y hablar se descubre por las distintas direcciones de los regueros de sangre en los brazos, según los movimientos de Cristo en
la cruz, hacia arriba o hacia abajo.
El pecho del Hombre del lienzo está muy deformado y dilatado, lo cual es señal clara de la lucha respiratoria a la que nos referimos.
Al mismo tiempo que la asfixia, aparece un nuevo suplicio en cada centímetro del cuerpo del crucificado. Se trata de la tetanización de
TODOS los músculos del cuerpo por la falta de oxígeno. Es como el dolor de las agujetas (cristales en los músculos) multiplicado por
mil.
Además, la fiebre que apareció después de la flagelación aumenta hasta los 40 ó 41 grados, produciendo intensos escalofríos. La mala
situación general de Jesús empeora. La muerte se está acercando.
Isaías describe la Pasión con increíble fidelidad y profundidad teológica: «¿Quién es aquél que avanza con los vestidos manchados de
rojo? ¿Por qué está rojo tu vestido y tus ropas como las del que pisa las uvas? La sangre ha salpicado mis vestiduras y se han
manchado todas mis ropas, porque el año de redención de los míos ha llegado. Miré en torno mío y no había quién me ayudara, y me
maravillé de que no hubiera quién me ayudase» (Is 63..).
«Él soportó nuestros sufrimientos y cargó con nuestros dolores, mientras que nosotros le teníamos por un castigado, herido por Dios y
abatido. Fue traspasado por nuestras iniquidades y quebrantado por nuestros pecados» (Is 53, 4 y 5).
«E INCLINANDO LA CABEZA, ENTREGÓ EL ESPÍRITU» (Jn 19, 30)
Conscientes de la titánica lucha por inhalar un poco de aire, podemos concluir que las posturas de los reos en la cruz son dos. Éstas se
verifican "como dijimos" por la dirección y el ángulo de los regueros de la sangre en los brazos: una de caída y otra de elevación. En su
Evangelio, san Juan nos ofrece un elemento precioso que nos permite conocer en qué postura murió Cristo. Dice que «inclinando la
cabeza, entregó el espíritu» (Jn 19, 30).
En la posición de caída es físicamente imposible inclinar la cabeza pues está inmovilizado el esternocleidomastoideo. Además en esta
postura no se puede respirar y por lo tanto tampoco se puede hablar y menos gritar, como sucedió con Cristo en el momento de la
muerte, según los evangelistas. La muerte en conclusión, le vino al Señor en la posición de elevación, en la cual sí podía hablar, gritar e
inclinar la cabeza. La Sábana también desvela este punto pues la rigidez cadavérica ha dejado la cabeza en esta postura, inclinada. La
distancia de la barbilla al esternón en posición normal es de unos 28 centímetros. En el Lienzo esa distancia es de 8 centímetros: la
cabeza está inclinada sobre el pecho.
Los médicos discuten las posibles causas de la muerte, que en resumen pudieron ser:
1. El conjunto o cúmulo de circunstancias: pérdida de sangre, asfixia, mal estado general.
2. O un Infarto de miocardio, que según los cardiólogos, explicaría el líquido seroso expulsado en el momento del lanzazo.
3. O la asfixia: tetanización total de los músculos respiratorios.
Debemos tener en cuenta que Jesús tuvo conciencia plena hasta el último instante de su vida. Si hubiese muerto por asfixia y shock
traumático habría perdido el conocimiento y entrado en un estado comatoso, como en la generalidad de los casos. Parece por ello más
probable la muerte por rotura de corazón, aunque todavía no tenemos datos para asegurar cómo sucedió el infarto y de qué tipo fue.
Una vez muerto Jesús recibió una lanzada en el costado, que le atravesó el corazón. Sabemos que sucedió en este momento, pues los
bordes de la herida en la Sábana no son elásticos y se trata de sangre postmortal. La abertura del costado mide 4.5 centímetros y
coincide perfectamente con las puntas de lanza romanas encontradas por los arqueólogos. El hombre que lanceó al Señor era un
profesional en el manejo de este arma que se deduce por la exactitud y trayectoria de herida (en el hemitórax derecho, entre la 5ª y 6ª
costilla).
La rigidez cadavérica comenzó a manifestarse rápidamente. El cuerpo de la Sábana está sumamente rígido y tenso. Con toda seguridad
debieron manifestarse los primeros síntomas del rigor mortis (endurecimiento del cuerpo) antes del fallecimiento.
«LE ENVOLVIÓ EN UNA SÁBANA LIMPIA» (Mt 27, 59)
El sol se ocultó el 14 del Nisán de aquel año, 785 de la fundación de Roma, a las 6.08 de la tarde. La aparición de la tercera estrella y el
consiguiente descanso sabático fue sobre las 7.08 de la tarde. Los pocos fieles que se encontraban en torno a Jesús tenían sólo media
hora para pedir el cuerpo a Pilato, comprar la Sábana, bajar el cuerpo, quitar los clavos y transportarlo al sepulcro. Faltó tiempo para
darle una sepultura completa: la Ley preveía que en casos como este se completara el enterramiento el domingo. San Juan narra los
hechos como testigo ocular: «Según es costumbre sepultar entre los judíos, allí pues, a causa de la paresceve de los judíos, puesto que
el monumento estaba cerca, pusieron a Jesús» (Jn 19, 42).
La costumbre judía era lavar el cadáver siete veces con agua tibia, cortarle el pelo, rasurarle, perfumarle y ungirlo con diversas esencias.
Este Hombre del Lienzo, tratado desde este momento con un cuidado exquisito, fue enterrado con prisas, lo cual concuerda con los
evangelios: «A causa de la paresceve de los judíos» el sepelio fue forzosamente precipitado. «José tomó el cuerpo, lo envolvió en una
sábana limpia y lo puso en su sepulcro nuevo» (Mt 27, 59-60).
Jesús no fue rasurado, ni vestido, ni lavado: simplemente desnudo, con sus heridas llenas de sangre coagulada, fue envuelto en una
Sábana y colocado en el sepulcro.
La cabeza de Jesús fue atada para mantener la boca cerrada. Esta mentonera ha impedido que la parte superior de la cabeza se
marcase en la Sábana. Le peinaron cuidadosamente el cabello con una trenza propiamente judía y colocaron 2 moneditas de cobre
sobre sus ojos. El Hombre de la Sábana, hasta entonces brutalmente flagelado y asesinado, fue tratado desde el momento del descenso
de la cruz con cariño, con mimo maternal. La Sábana fue cuidadosamente acomodada a todas las partes del cuerpo, especialmente en
las más heridas, lo cual nos ha dejado una impronta mucho más clara. Conocemos la presencia de María, la Madre, en el Gólgota. ¿Por
qué no atribuir ese respetuoso cariño con el cadáver a sus manos maternales?
POR SUS LLAGAS HEMOS SIDO CURADOS (Is 53, 5)
Cedamos la palabra al profeta: «El castigo de nuestra paz cayó sobre Él y por sus llagas hemos sido curados. Todos nosotros
andábamos errantes como ovejas, siguiendo cada uno su camino; y el Señor cargó sobre Él la iniquidad de todos nosotros» (Is 53, 5...).
¿Realmente serán exageradas las escenas de La Pasión de Mel Gibson? ¿O, como dijo un santo sacerdote al final de la película, «esta
es una pequeña muestra de lo que sufrió Nuestro Señor»?
Si te interesa conocer más sobre el tema, no dejes de leer nuestros demás artículos y participar en los foros de discusión -exclusivos de
la cinta- con más personas, que como tú, han disfrutado enormemente la película
Descargar