REPENSAR LA ESCLAVITUD. José Antonio Navarro Fernández. Abril, 2016. Desde hace unos años se habla de “nuevas” formas de esclavitud: la servidumbre doméstica; la trata de mujeres con fines de explotación sexual; la compra de niños y niñas, para reducirlos a esclavitud, o para entregarlas en “matrimonio”; el trabajo forzoso; la servidumbre doméstica, o por deudas, la sobreexplotación de los inmigrantes con o sin papeles, etc. Esto es, toda una serie de supuestos que desbordan la definición de la Convención de 1926. ¿Por qué se habla tanto de “nueva esclavitud”, hasta el punto de incluir en ella el trabajo forzoso y otras formas de trabajo informal? Si tratamos de comprender, seguramente es más importante dirigir la mirada a las formas de sobreexplotación que han reaparecido en los últimos decenios, en tiempo de gobierno neoliberal, cuando se constata, desde todas las instancias de análisis, un incremento de las desigualdades, y reaparece la extrema pobreza incluso en los países llamados desarrollados. En suma, una “nueva forma” de apartheid a nivel mundial. No es ninguna casualidad que prácticamente todos los estudios sobre la “nueva esclavitud” se remonten no más allá de finales del siglo pasado, una vez que las prácticas de gobierno de signo neoliberal ya estaban dando sus “frutos”, como respuesta a la crisis de primeros de los años setenta. No es casualidad que la “nueva” esclavitud avance al hilo de la actual crisis, cuestión que habrá que analizar cuidadosamente. Entre los trabajos más recientes que se han ocupado de la cuestión pueden señalarse algunos. Kevin Bales titula su libro:” La nueva esclavitud en la economía global”, publicado en Siglo XXI en el año 2000. La revista Viento Sur publicaba en 2012 un artículo de Walden Bello de título: “El comercio moderno de esclavos”. Ignacio Ramonet titulaba en Le Monde Diplomatique otro artículo: “Esclavos en Europa”. Por su parte la Organización Mujerfrontera afirma con rotundidad que la trata de mujeres es esclavitud. En fin, puede añadirse el trabajo de Thomas Casadei: “La “nueva” esclavitud”, publicado en la revista Anales de la Cátedra Francisco Suarez, en el año 2009. ¿Es pura casualidad que en los últimos años se hayan realizado y proyectado películas sobre la esclavitud realizadas por directores mundialmente conocidos? ¿Por qué se habla tanto de esclavitud? ¿En qué sentido? ¿Qué añade el término “nueva”? Marx decía que la esclavitud de nuestro tiempo es el trabajo asalariado. ¿A qué se refería entonces? ¿Hay que centrarse siempre en el trabajo dependiente? ¿En las formas de apropiación-explotación de la naturaleza humana? Habría que recordar aquí y ahora el texto de Leon Tolstoi: “La esclavitud de nuestro tiempo”, incluso el de Etienne de la Boitie “La nueva servidumbre”, o el ensayo del medievalista Guy Bois, “Una nueva servidumbre”, publicado en España en 2004. ¿Constituye la esclavitud una forma de dominación y explotación de unos hombres sobre otros un fenómeno universal, presente en todo tipo de sociedades? Tal afirmación es difícilmente sostenible: hay sociedades que no han conocido la esclavitud. Es más: se puede y debe distinguir un siervo de un esclavo, y estos de un trabajador asalariado libre, aunque se vea forzado a trabajar de “hecho” para no pasar hambre. El uso del término esclavitud provoca hoy un estado de confusión, tanto entre historiadores y sociólogos, como entre filósofos y juristas. Por ejemplo, Bales describe casos de esclavitud que se remontan a muchos siglos (Mauritania, India o Pakistán), a pesar del título de su trabajo. No tienen nada de “nuevas formas”. Hace más de cien años que se declaró formalmente abolida la esclavitud en Brasil, y allí se habla hoy de nueva esclavitud. Hoy, en tiempos de declaraciones universales de derechos, y textos constitucionales que parten del reconocimiento de igual dignidad de todos los humanos, no puede abordarse la cuestión de la dominación y la explotación de seres humanos si no se intenta captar y comprender, la discontinuidad, y las diferencias con las formas jurídicas y sociales de esclavitud antigua, o colonial en el Nuevo Mundo. Por ello es necesario y conveniente dirigir la mirada al mundo romano antiguo, y a la transición del esclavismo a la servidumbre. Y, más tarde a la espectacular reaparición de la esclavitud en el Nuevo Mundo desde el siglo XVI hasta finales del siglo XIX, consolidado ya el modo de producción capitalista. Ahora bien, la esclavitud no desapareció durante la Edad Media, pero ya, en el seno de otro régimen ecosocial. Que la esclavitud perdure en el capitalismo tampoco debe sorprender. Desde 1818 hasta 1957 hubo más de 300 acuerdos internacionales con el fin de abolirla, pero es evidente que tal cosa no se consiguió del todo a la altura de 1957, fecha de la Convención Complementaria, y sin que el trabajo forzoso quedará prohibido en la mismísima Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948. ¿Qué aporta, entonces, a la comprensión de las nuevas forma de esclavitud un enfoque o tesis que subraya que el trabajo esclavo no es funcional para el desarrollo y reproducción del modo de producción capitalista? ¿Cómo dar cuenta entonces de la esclavitud hasta finales del siglo XIX en Cuba o en Brasil? Desde un punto de vista legal-formal la esclavitud (legalizada) en el sentido tradicional romano o moderno del término hoy no existe. Hoy no existe prácticamente ningún ordenamiento jurídico que contemple y regule la condición de esclavo. El trato inhumano y degradante que comporta lesión o privación de derechos fundamentales se califica como delito en casi todos los países del mundo. Ahora bien, ningún jurista ignora hoy que la libertad y la igualdad formales conviven y son perfectamente compatibles con la mayor de las desigualdades sociales de hecho. Y la desigualdad de hecho constituye un importante factor que propicia condiciones para la dominación y la explotación de unos individuos y grupos sobre otros. Pero no es sólo la desigualdad de hecho: es que el corazón de los ordenamientos modernos se sitúa el derecho a apropiarse de todo cuanto es susceptible de valorizar el capital a través de la explotación de la naturaleza humana y extrahumana. Hay que centrarse en las formas de apropiación- explotación del capitalismo en relación con tendencia a dominar toda la vida de relación y en persecución constante de la acumulación y valorización del capital. La forma de trabajo dependiente esclavo ha formado y forma parte de la formación y desarrollo del modo de producción capitalista desde el siglo XVI hasta nuestros días. Y lo ha hecho en modo desigual, y en coexistencia con otras formas de trabajo dependiente que van desde el trabajo asalariado libre sobreexplotado durante el siglo XIX, hasta el actual precariado, pasando por el trabajo forzado, y otras formas de trabajo embridado. Han cambiado las formas de dominación, apropiación y explotación, son incomprensibles sin el papel que han desempeñado los Estados modernos en el marco de la economía-mundo capitalista. La trata con fines de explotación sexual siempre ha existido en el capitalismo, actualmente como uno de los más provechosos negocios que existen. Como “nueva forma” de esclavitud puede calificarse la condición de los trabajadores migrantes mexicanos en los campos de California a comienzos del siglo XX y a comienzos del actual. En Mauritania se ha abolido la esclavitud formalmente en pleno siglo XXI. Los trabajos forzados realizados por presos políticos en la Dictadura franquista pueden calificarse de “nueva forma” de esclavitud. La “nueva” esclavitud es una manifestación de violencia extrema que E. Balibar califica de crueldad, difícilmente comprensible desde una perspectiva de la racionalidad económica abstracta en el modo de producción capitalista, pero que guarda estrecha relación con el racismo, con el nacionalismo reaccionario, con la privación de libertades públicas y civiles, y con el machismo. No es ninguna casualidad que los “fenómenos” que suelen encuadrarse en las nuevas formas de esclavitud sean la “trata de mujeres” en particular, el comercio (trata) y sobreexplotación de mano de obra extranjera, en general. El prototipo de esclavo moderno es el migrante extranjero, ya que, como se ha dicho antes, la servidumbre por deudas en la India o los trabajadores pakistaníes en el sector del ladrillo no presentan novedad alguna. Sí la presenta en cambio la servidumbre generalizada que genera actualmente la extracción del excedente para el pago de la deuda, a través de los recortes de todo tipo y el pago de impuestos indirectos. Estos fenómenos no son comprensibles sin tener en cuenta el papel fundamental que desempeña el dinero-crédito en el capitalismo global. No es casualidad tampoco que la servidumbre por deudas pueda transformarse en esclavitud. El dinero-crédito y las finanzas forman parte fundamental de los dispositivos de gobierno y control de las poblaciones, de forma análoga a lo que se hacía antiguamente y hoy con el control de acceso a la tierra. Cosa que también se hace actualmente con el acaparamiento de tierras y la desposesión de los campesinos en Africa, Asia y América, y con la privatización a precio de saldo de bienes y servicios públicos. Es seguro que todos esos fenómenos no pueden reconducirse a unidad, pero de lo que no cabe duda es que la miseria y la extrema pobreza que ha provocado la privatización y la explotación-apropiación privada de la revolución neoconservadora y neoliberal de los últimos treinta años favorecen de modo claro las condiciones para la extensión de la nueva esclavitud y la nueva servidumbre. La primera se ceba en particular con los migrantes, sean mujeres objeto de trata y explotación sexual, o sean trabajadores en los trabajos más peligrosos, penosos y sucios, como el trabajo en el campo, en la mina o en el mar. Pero puede extenderse a otras actividades como el sector textil, puesto que lo importante es detectar las condiciones en las que es posible la máxima disponibilidad del tiempo del trabajo al menor coste posible de individuos incapaces en la práctica para hacer valer sus derechos. Esto último es lo decisivo: la transformación en esclavo o esclava requiere como condición previa la reducción de una persona a una “no persona”. Es por ello que puede decirse que las políticas de control de los flujos migratorios están en el centro de nuevas formas de sobreexplotación del trabajo dependiente. El migrante de nuestros días recuerda la figura del extranjero-esclavo de la antigüedad. Poner el acento en el factor económico no permite comprender el hecho de la esclavitud, ni ayer ni hoy, ya que la obediencia y el sometimiento, o la crueldad no son comprensibles desde un mero análisis económico de costes y beneficios. Tampoco basta la invocación a la ética para condenar la esclavitud y hacerla desaparecer. No basta con invocar el comercio justo, o con acciones de boicot a los productos en cuya elaboración ha intervenido mano de obra esclava. O las llamadas a la emotividad propia de los medios de comunicación. suma, la hipótesis es que la esclavitud comporta una situación de muerte civil en el sentido de privación y anulación de la autonomía en el ejercicio concreto y efectivo de los derechos civiles, políticos y sociales. El supuesto típico es el extranjero “sin papeles”, sin vínculos con la tierra, con la comunidad o con la familia. El que no se considera ciudadano de ninguna parte. Un desarraigado que es objeto de trata y sobreexplotación, aunque sea puntual o temporal. El esclavo, dice Jean Andreau, no goza de ninguna de las cuatro libertades que según la tradición délfica caracterizan a los hombres libres: la posesión de un lugar en la comunidad legalmente reconocido, la protección ante una detención ilegal, la libertad de movimiento, la libertad de escoger su trabajo. A lo que se puede añadir: la libertad de salir del trabajo y de rechazar el trabajo. Y ahora podemos preguntarnos ya ¿Cuáles de esas libertades tiene actualmente garantizada de modo concreto y efectivo un inmigrante sin papeles, o una mujer sometida a la prostitución, o incluso una inmigrante sin papeles que desempeña su actividad en el servicio doméstico? Más aún ¿Puede hablarse de muerte civil en el caso de quienes lo han perdido todo como los parados y desahuciados? ¿No es la figura del humano- basura, de los desechables, de los cientos de millones de individuos que viven en situación de miseria, una condición objetiva que propicia formas crueles de explotación? ¿Constituyen los hombres basura la viva imagen de una crisis de civilidad, de civilización?