ESTADO Y POBLACIÓN EXCEDENTE A LOS FINES DEL CAPITAL

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Título:
“ESTADO Y POBLACIÓN EXCEDENTE A LOS FINES DEL CAPITAL.
LA ECONOMÍA SOCIAL COMO POLÍTICA SOCIAL Y COMO ESTRATEGIA DE
SUPERVIVENCIA”
Eje temático: “Economía social y solidaria”
Palabras claves:
Economía social. Población excedente a los fines del capital. Política social.
Estrategias de supervivencia. Organizaciones de la sociedad civil.
Autora: Analé Barrera*
(*) Tesista de Lic. en Trabajo Social. Universidad Nacional de la Provincia de Buenos Aires,
Tandil.
Dirección: Vicente López 654, dpto: 11.
Cel.: 249 4497287
E-mail: [email protected]
1
Estado y población excedente a los fines del capital. La economía social
como política social y como estrategia de supervivencia
El presente trabajo se propone esbozar una reflexión sobre la economía social en
tanto estrategia de supervivencia de los sectores más empobrecidos de la sociedad y
como componente de la política social a partir del 2003.
A partir de este objetivo, se empezará por hacer referencia a las discusiones que
surgen en relación a la conceptualización del sujeto que participa de experiencias de
economía social ante la situación de pobreza y desempleo o subempleo y al que, por
presentar tales condiciones, se dirige de determinadas maneras la política social.
Luego, se profundizará en las discusiones acerca de la economía social,
planteando los principales ejes de debate. En este punto, se ahondará en las visiones
vinculadas a distintos proyectos de sociedad y sus tensiones.
Finalmente, se analizarán las políticas sociales que promueven el desarrollo de
experiencias de economía social y se abordará el rol que asumen las organizaciones de
la sociedad civil con anclaje territorial como mediación entre Estado y población pobre,
procurando plantear interrogantes y disparadores para la reflexión.
Discusiones en torno a la conceptualización del sector más empobrecido y
explotado de la clase trabajadora
La instalación del neoliberalismo como régimen y proyecto de sociedad en
nuestro país planteó un escenario de concentración de la riqueza y radicalización de la
desigualdad, generando condiciones para cada vez mayores grados de mercantilización
de la vida social. En este contexto, tiene lugar un proceso de repulsión de la población,
que adquiere sus rasgos más evidentes en la década del ’90. Rosati (2008) afirma que a
partir de este momento,
“… la estructura social argentina presenta como uno de sus
rasgos específicos la persistente presencia de fracciones de población
que, expropiadas de sus condiciones materiales de existencia, no logran
obtener sus medios de vida, dado que no logran vender su fuerza de
trabajo en el mercado (o lo logran pero de manera deficiente). La
existencia de elevados niveles de desocupación, subocupación y pobreza
consolidados que ya no parecen deberse exclusivamente a la coyuntura
del ciclo económico, ha puesto de manifiesto la necesidad de lograr una
adecuada conceptualización de estas masas de población y de los
procesos que se encuentran en su génesis.” (Rosati, 2008: 23).
2
La necesidad de conceptualizar estas masas de población signadas por la
precariedad, vulnerabilidad y marginalidad se expresa en los debates que surgen al
respecto en el marco de las Ciencias Sociales, vinculados a la posición de este sujeto en
la sociedad, sus formas de trabajo y organización colectiva.
Salvia (2007) analiza la literatura sobre el tema, identificando dos grandes
posturas a partir de interrogantes:
“¿Cuánto de las expresiones económicas y sociales que se
generan en situaciones de pobreza tienen como origen un déficit en las
facultades de integración social que presentan algunos sectores de la
población, en términos de poder hacer frente a las demandas
productivas y culturales que genera la globalización? O, en su defecto,
¿en qué medida tales expresiones devienen de las propias debilidades
que presenta el capitalismo argentino, y no son más que la
consecuencia del tipo de comportamiento puesto en juego por una
‘población excedente’ a dicho régimen, pero que al mismo tiempo no
reviste para el mismo ningún riesgo? (Salvia, 2007: 2).
Aparecen entonces aquí dos tesis que podrían simplificarse de la siguiente
manera:

Las manifestaciones de marginalidad y exclusión son producto
de las dificultades e incapacidades de individuos y sectores de la población para
su integración en la sociedad.

Las manifestaciones de marginalidad y exclusión son producto
de la de la propia forma de organización de la estructura económico-social.
En el primer caso, podría incluirse la noción de marginalidad enmarcada en la
teoría de la modernización: son los atributos “tradicionales” de los propios sujetos los
que explican su marginalidad y representan obstáculos para su “progreso” en la
sociedad. En este punto, podrían considerarse también las teorizaciones vinculadas a la
idea de “capital social”, con presencia en las políticas sociales actuales. Según las
mismas, la solución a las problemáticas de la pobreza y exclusión debería buscarse en
las capacidades de los individuos y la auto-organización comunitaria. De esta manera,
se la explicación a los problemas mencionados se encontraría en las propias
capacidades y atributos de los sujetos.
En el segundo tipo de explicación, se encuentran con claridad las posturas
ligadas al “Proyecto de Marginalidad” que tiene como principal exponente a José Nun,
quien explica a partir de las formas que asume el capitalismo (dependiente) en América
Latina, el surgimiento de una “masa marginal” en la superpoblación relativa que, a
3
diferencia del ejército industrial de reserva, sería “a-funcional” o “dis-funcional” (Nun,
1969: 1 a 28).
Los calificativos de “integrada/marginal” y de “funcional/dis-funcional” de
determinada capa de la población son definidos en relación a los vínculos que la misma
establezca con el mercado de trabajo. Nun (1969) entiende que, si bien el componente
monopólico es hegemónico, éste se combina y superpone con otros que influyen en las
características que asume el mercado de trabajo, señalando que “…los desocupados
pueden ser, a la vez, un ejército industrial de reserva para el sector competitivo y una
masa marginal para el sector monopolístico.” (Nun, 1969: 6)
De esta manera, el autor explica el surgimiento de una “masa marginal” a partir
del estudio de la estructura socio-económica de América Latina.
Por otro lado, el enfoque de Robert Castel también podría incluirse en el grupo
de elaboraciones teóricas que explican la marginalidad y exclusión a partir de la
estructura económico-social, manteniendo importantes diferencias con el planteo
anterior. Dicho autor ubica a la “exclusión social” como uno de los efectos del
“derrumbe de la condición salarial”, ocasionado por la crisis de los años ’70.
Según Castel (2004), los “excluidos”:
“poblarán la zona más periférica caracterizada por un vínculo
perdido con el trabajo y por el aislamiento social. Pero el punto esencial
para destacar es que hoy es imposible trazar fronteras claras entre estas
‘zonas’. Los sujetos integrados devienen vulnerables particularmente por la
precarización de las relaciones de trabajo y los vulnerables caen todos los
días en lo que llamamos ‘la exclusión’. Pero hay que ver en eso un efecto de
los procesos que atraviesan el conjunto de la sociedad y se originan en el
centro y no en la periferia de la vida social. (Castel, 2004: 24)
Identificando así distintas “zonas” entre la integración plena y la exclusión
social, reconoce –en el extremo-, la existencia en la sociedad de los “inútiles para el
mundo”, quienes “ocupan una posición de ‘supernumerarios’, flotan en una especie
de tierra de nadie social, no integrados y sin duda inintegrables, por lo menos en el
sentido en que Durkheim habla de la integración como pertenencia a una sociedad
formada por un todo de elementos interdependientes.” (Castel, 1997: 415).
En este marco, la noción de “desafiliación” –como contracara de la integraciónadquiere centralidad en la explicación. Ésta, “no necesariamente equivale a una
ausencia completa de vínculos, sino también a la ausencia de inscripción del sujeto en
estructuras dadoras de sentido. Se postulan nuevas sociabilidades flotantes que ya no
se inscriben en apuestas colectivas, vagabundeos inmóviles” (Castel, 1997: 421)
4
De esta manera, el autor esboza una adscripción al enfoque de cohesión social
de matriz durkheimiana. Si bien explica el proceso de exclusión desde una mirada de la
estructura social, pareciera estar concibiendo la integración no en relación a una
posición determinada en la estructura social y económica, -tal como en los planteos de
Nun- sino en referencia a cuestiones que aparecen más bien difusas: identidad,
pertenencia, vínculos, valores.
Junto a los debates que hacen a la conceptualización de un sector de la
población creciente, se presentan los interrogantes acerca de sus estrategias de
supervivencia y formas de organización.1 Salvia se refiere a estas cuestiones,
colocando la mirada en los sujetos sociales y el sentido de sus acciones en la estructura
social y económica propia de la Argentina contemporánea.
“…lo que cabe preguntarse es si los sujetos afectados –en
particular, de esa masa todavía casi indiferenciada de trabajadores
informales, desocupados, subocupados, indigentes, pobres y excluidosintervienen en alguna medida en la configuración de una trayectoria de
transformación social macro. Esto es preguntarse si las estrategias de
supervivencia individuales se cristalizan, conducen, potencian o
expresan ‘nuevas’ formas sociales, que son “resistencia” a la ausencia
de lo ‘viejo’; pero que son también de hecho transformaciones en las
dinámicas políticas de nuestra sociedad.” (Salvia, 2007:5).
Los interrogantes planteados por el autor son tomados tanto por la academia
como por las organizaciones sociales, especialmente a partir de la crisis social, política
y económica que encuentra como punto álgido los hechos de diciembre de 2001. Éstos
se enmarcan en el debate general acerca de la vigencia de la categoría de “clase
trabajadora” y de la centralidad de la matriz sindical de organización.
En este contexto, autores como Svampa (2010) plantean la pérdida de
centralidad de la condición salarial en las “clases populares” como resultado de las
transformaciones señaladas en la Argentina, de la mano del surgimiento de nuevos
actores sociales con nuevas formas de organización. Identifican así una modificación
de las relaciones de clase y ruptura de lazos de solidaridad que estarían configurando
un nuevo tejido social. El mismo tendría como característica principal su
territorialidad y el surgimiento “formas de acción colectiva no convencional”. En este
1
Esto es señalado por Hintze (2004), quien señala que en el contexto de América Latina en los años ’60,
al calor de las movilizaciones sociales y en el marco del debate teórico entre las corrientes de la teoría de
la modernización y de la dependencia, subyacía la pregunta acerca del cambio social. Con la crisis, en
las décadas siguientes, de la preocupación por la transformación social se pasaría a la pregunta sobre la
capacidad de reproducción del capitalismo en sociedades con grandes masas de población marginal.
(Hintze, 2004) De esta manera, se instala el interrogante acerca de la supervivencia: ¿cómo sobreviven
estos sectores de la población?
5
marco, se observa “la emergencia de las clases populares plebeyas, asociadas, a
partir de los noventa, con la territorialización de la política y el mundo comunitario de
los pobres urbanos, de los ‘excluidos’”. (Svampa y otros, 2010: 11). En esta línea,
Merklen (2010) asocia el proceso de “desafiliación”, en un escenario de altos niveles
de pobreza y desocupación o subocupación, a una “inscripción territorial” en la que se
refugiarían los llamados “sectores populares” (Merklen, 2010: 63).
La cuestión de la “territorialidad” es así presentada por estos autores como un
dato determinante para analizar las formas de organización de las “clases populares” en
la actualidad, al mismo tiempo que se vuelve un elemento importante en la
planificación e implementación de las políticas sociales.
Ante estos análisis que, en el contexto de fines del siglo XX y principios del
siglo XXI, ponderan a la “novedad” como un dato de la realidad, es necesario
preguntarse qué cambió y qué permaneció a partir de la crisis del 2001, especialmente
en lo que respecta a la “clase trabajadora”. En base a autores como Borón (2008)2, se
entiende que esta categoría continúa teniendo vigencia, al tiempo que se da cuenta de
las profundas transformaciones sufridas y la heterogeneidad resultante en el “mundo del
trabajo”. En este sentido, el autor mencionado afirma: “La proliferación de actores
sociales no decreta la abolición de las leyes de movimiento de la sociedad de clases:
sólo significa que la escena social y política se ha complejizado” (Borón, 2008:126).
En esta línea, se considera que los sectores de la población a los que ciertos
autores se refieren como “excluidos”, “clases plebeyas” o el ambiguo “sectores
populares” ante el notable crecimiento de población pobre, desocupada o empleada en
condiciones precarizadas; deben considerarse como la fracción de la clase trabajadora
que Marx identificara como “superpoblación relativa” o “población excedente a los
fines del capital”. 3 En este contexto, se presenta el problema de si dicho sector de la
población continúa manteniendo un efecto funcional en el proceso de acumulación
capitalista -en tanto “trasfondo sobre el cual se mueve la ley de la oferta y la demanda
de trabajo” (Marx, 2004: 795)- o si, como plantea Nun, es posible identificar una
“masa marginal” dis-funcional o a-funcional. En cualquier caso,
“es preciso tener en cuenta que cuando hoy hablamos de
proletariado nos enfrentamos a dos situaciones distintas. Por un lado,
al encogimiento de las filas del proletariado industrial clásico; por el
otro, a la extraordinaria ampliación y creciente heterogeneidad que
2
Ver también: y Antunes (2005) e Iñigo Carrera (2009).
Ver: Capítulo XXIII “La ley general de la acumulación capitalista” en Marx, Karl (2004), El capital,
Buenos Aires, Siglo XXI.
3
6
caracterizan a esta clase como producto de las transformaciones
experimentadas por el modo de producción capitalista. En el primer
sentido, hay menos proletarios ‘clásicos’ que antes (…); pero en otro
sentido podría decirse que jamás ha habido en la historia del
capitalismo tantos proletarios como hoy, si bien de un nuevo tipo.”
(Borón, 2008: 126).4
En este marco general, en el que se presentan distintas conceptualizaciones
visiones sobre el sector de la clase trabajadora ligado a la población excedente a los
fines del capital y sus formas de organización, especialmente a partir de la crisis del
2001 en el caso de Argentina; se presenta un debate amplio acerca de la economía
social en tanto componente de estrategias de supervivencia y prácticas políticas de este
sector. En este debate participan diversos actores: organismos financieros
internacionales, gobiernos nacionales, intelectuales de las Ciencias Sociales, fuerzas
políticas populares, organizaciones de la sociedad civil, etc. Ante la heterogeneidad
tanto de visiones como de experiencias reales que contendría el término de “economía
social”, se presentan ciertos interrogantes:
¿Qué perspectivas generales de “economía social” se presentan?, ¿cómo se
integran a proyectos de sociedad?, ¿qué tensiones se vislumbran?
¿De qué maneras se incorpora la economía social en la política social en
nuestro país?, ¿con qué objetivos?
¿Cómo las organizaciones sociales implementan los programas de economía
social diseñados por el Estado?
¿Cómo se incorpora a la economía social en el repertorio de prácticas políticas
de los sectores más empobrecidos de la sociedad?, ¿de qué formas se vincula con las
estrategias de supervivencia que emprenden?
“Economía social” como término en disputa. Las perspectivas de integración
y transformación social.
4
Entendiendo que la clase trabajadora no ha desaparecido sino que, muy por el contrario, se ha extendido
y fragmentado, se presenta la noción de “pobretariado” que hace alusión al sector más empobrecido de la
clase trabajadora, ese sector al que Nun (1969) se refiriera como “masa marginal”. Frente a los impactos
de la referida ofensiva contra la clase trabajadora que significaron la implementación de políticas
neoliberales y, junto con esto, ante las características particulares de los países de América Latina; es
interesante el debate que se presenta sobre cuál es el sujeto revolucionario. Para profundizar en el tema,
ver: Collusi, M. (2010), Neoliberalismo y “pobretariado”: ¿hacia un nuevo sujeto revolucionario? En
Política y Sociedad n° 47. Escuela de Ciencia Política, Universidad de San Carlos de Guatemala.
7
La economía social ha cobrado inusitada relevancia en América Latina desde
los comienzos del nuevo siglo. Esto se explica en parte a partir de la resistencia de
aquellos sectores sociales que, ante la embestida del neoliberalismo, quedaron
despojados de sus derechos sociales. La creatividad popular posibilitó el surgimiento
de variados emprendimientos asociativos orientados a satisfacer múltiples necesidades
económicas, sociales y culturales. En estas experiencias confluyen las tradicionales
expresiones de la economía social, como el cooperativismo y el mutualismo, con las
tradiciones comunitarias desarrolladas desde épocas pre-colombinas por los pueblos
originarios de América.
En un contexto marcado por una espiral ascendente de lucha social,
“(…) se originó un proceso de apropiación y de resignificación
de las prácticas cooperativas y autogestionarias por parte de diversas
organizaciones sociales (…) [que] encontraron en las prácticas
cooperativas un camino para resolver diversos problemas vinculados a
la situación de desempleo que atravesaban sus miembros.” (Ciolli y
Roffinelli, 2009: 122).
Al mismo tiempo, en el caso de Argentina, se implementan políticas orientadas
al desarrollo de experiencias de economía social desde una perspectiva de integración al
sistema capitalista, de promoción del “capital social” y contención del conflicto social;
dirigiéndose especialmente al sector de la población más empobrecido, subocupado o
desocupado. Otros países de la región, en cambio, han asumido una visión que
incorpora a la economía social como pilar de la economía nacional. Los gobiernos de
Venezuela, Ecuador y Bolivia han reconocido el campo de la economía social,
institucionalizando espacios de poder ganados por organizaciones populares en sus
constituciones nacionales5.
Se evidencia así que el contenido y significado de la economía social es tan
contradictorio como disputado.
No será el objetivo del presente trabajo discutir el término “economía social”,
entendiendo que la utilidad del mismo tiene un carácter más descriptivo que analítico o
5
Ver:
Art. 118 de la Constitución Venezolana en
http://www.gobiernoenlinea.ve/docMgr/sharedfiles/ConstitucionRBV1999.pdf.
Art. 281 de la Constitución Ecuatoriana en
http://asambleaconstituyente.gov.ec/documentos/constitucion_de_bolsillo.pdf y Decreto presidencial del
Pte. Rafael Correa Delgado N°1061. Febrero, 2012.
Art.306 de la Constitución Boliviana en
http://www.vicepresidencia.gob.bo/Portals/0/documentos/DOC.FINAL_CONSTITUCION_POLITICA
DEL_ESTADO.pdf
8
explicativo en tanto es utilizado genéricamente desde distintas perspectivas (Salvia,
2007: 16).
Hintze (2010), se pregunta cuáles son los elementos comunes que caracterizan a
la economía social y, basándose en Coraggio, distingue dos niveles de acuerdo a los
que se habría llegado hasta el momento:
“a. Respecto de las formas microeconómicas, las organizaciones de
trabajadores que se asocian se caracterizan por: la producción para el
mercado no orientada por la ganancia, sino por la generación de
autoempleo e ingresos monetarios; compras conjuntas que mejoran el poder
de negociación en el mercado; socialización de riesgos; autoprovisión de
crédito; producción conjunta de medios de vida para su propia reproducción
(materiales, como alimentos o vivienda, pero también culturales, como
celebraciones) o para su comunidad, del tipo de infraestructura productiva,
hábitat, servicios públicos. A ello puede agregarse la generación de sus
propios mercados y monedas.
b. A nivel sistémico: no separación del trabajo y la propiedad y
gestión de los medios de producción y el producto; libre asociación,
autogestión y trabajo cooperativo; organización de los factores de la
producción con predominio del factor trabajo, siendo los lazos
interpersonales parte de las relaciones sociales de producción; el valor de
cambio, si bien no desaparece en tanto parte de una economía de mercado,
tiende a estar subordinado al valor de uso; concepto de eficiencia no
reductible al de productividad.” (Coraggio, 2007d:18; citado por Hintze,
2012:38)
Partiendo de estos acuerdos y sin quitarle importancia a la discusión más
conceptual6, en esta oportunidad se intentarán plantear diferentes voces y actores que
aparecen promoviendo el desarrollo de la “economía social”, procurando vislumbrar
las tensiones existentes y los proyectos de sociedad en los que ésta adquiere sentido.
De esta manera, se tomarán a continuación las reflexiones de distintos autores
que analizando desde las políticas de Estado, las teorizaciones sobre el tema hasta la
multiplicidad
de
experiencias
concretas;
identifican
distintas
visiones
y
posicionamientos.
6
Coraggio plantea en distintos trabajos una rica discusión y reflexión sobre la noción de “economía
social”; proponiendo un enfoque teórico “sistémico” (Salvia, Consideraciones) que incluye la distinción y
utilización de determinados conceptos:
“…hemos propuesto que el concepto de Economía del Trabajo tiene el mayor
potencial para organizar el pensamiento teórico para organizar las investigaciones
y el diseño de estrategias ante las teorías de la Economía del Capital y de la
Economía Pública. También hemos adoptado el término de Economía Solidaria
para definir lo que consideramos es la corriente ideológica más significativa para
impulsar la economía social en América Latina. Y finalmente, para tener un
concepto-paraguas referido a las organizaciones usualmente entendidas como
organizaciones “económicas” voluntarias que buscan a la vez un resultado
económico en sentido amplio (no sólo pecuniario) y un producto en relaciones
sociales, hemos adoptado el concepto de Economía Social.” (Coraggio, 2002: 6)
9
Hintze (2010) se refiere a las diferentes visiones en las que se basan las políticas
públicas que promueven el desarrollo de experiencias de economía social en América
Latina.
“De manera simplificada –y reconociendo los riesgos de las
clasificaciones polares– estas intervenciones en algunos casos no van más
allá de acciones de promoción del autoempleo como medio para la
autosustentación, básicamente a través de microemprendimientos.
Constituyen una forma más de apoyo a sectores vulnerables excluidos del
mercado de trabajo (formal o informal), en el marco de las políticas sociales
asistenciales, generalmente con escasos recursos presupuestarios y de
gestión. Son criticadas en tanto expresión de lo que suele llamarse políticas
pobres para pobres. En el otro extremo se encuentran enfoques que además
de entender a la economía social y solidaria como un conjunto de políticas
socioeconómicas (y en ese sentido se las incluye dentro de las políticas
públicas en general, y no específicamente dentro de las sociales) plantean la
posibilidad de conformarla en una estrategia que dispute espacios con el
capitalismo, o que se convierta, a largo plazo, en un alternativa superadora
de éste” (Hintze, 2010: 18)
Por su lado, Salvia (2007), identificará distintas posiciones a partir del efecto
que se espera tengan las experiencias de economía social: defensivo/solidario o
popular/alternativo.
“Algunos especialistas tienden a calificar tales prácticas de
reproducción como una respuesta social de tipo defensivo, a la vez que
‘solidaria’, frente al aumento experimentado por el desempleo y la pobreza,
o, incluso, como una expresión activa del ‘capital social de los pobres’. Con
base en este diagnóstico, han surgido no pocos programas de gobierno de
tipo asistencial o de promoción del desarrollo orientado a apoyar estas
iniciativas. Por otra parte, en otros ámbitos, sobre todo de tipo académico o
político, se tiende a designar a estos emergentes bajo el título de
‘organizaciones populares’, ‘organizaciones de la sociedad civil’ o
‘economías populares’, asignándoles un papel destacado en la construcción
de una nueva matriz de organización política, o, incluso, como un ‘modelo
alternativo’ de desarrollo económico y social” (Salvia, 2007: 12)
En sintonía con las distinciones planteadas por los autores mencionados, Ciolli
y Rodríguez (2011), distinguen dos posiciones: autogestión y emprendedorismo.
“Por un lado, organizaciones sociales y populares asumen la lucha
por la transformación de las condiciones socio-económicas que reproducen
la exclusión, planteando la autogestión como una perspectiva superadora de
las relaciones sociales capitalistas. Por otro, aquellas instituciones
orientadas estructuralmente a garantizar la continuidad de la acumulación
capitalista – como el Estado y los organismos financieros internacionales –,
promueven la capacidad emprendedora de los sectores considerados
vulnerables, financiando microemprendimientos. El emprendedorismo,
incentiva a los sujetos a asumir la responsabilidad individual por salir de la
situación de vulnerabilidad, sin cuestionar el statu quo.” (Ciolli y
Rodríguez, 2011: 28)
10
A grandes rasgos, pueden distinguirse entonces dos posiciones. En primer
lugar, una perspectiva de integración a la sociedad capitalista que considera que es
posible “integrar” en la sociedad a los sectores “vulnerables” y “excluidos” a partir de
promoción de ciertos valores y comportamientos. Se plantea a los emprendimientos de
economía social como espacios de contención y alternativa de reproducción.
En segundo lugar, se identifica a una perspectiva crítica del capitalismo,
presentándose el problema de la potencialidad de la economía social para la
transformación o superación del capitalismo. En este caso, afinando el análisis de la
bibliografía sobre el tema, se reconocen una visión “optimista”, que resalta las
potencialidades transformadoras en las experiencias de economía social y una posición
más bien “pesimista”, que destaca el sentido adaptativo/defensivo que éstas tienen,
limitándose al plano de la supervivencia.
Hintze (2010) plantea explícitamente una posición que se incluiría en el primer
grupo, diferenciándose de posiciones más “pesimistas”:
“La discusión sobre el sentido de la economía social y solidaria
abarca un amplio espectro, que va desde considerar que las organizaciones
socieconómicas que generan trabajo (incluyendo las asociativas
autogestionadas) no tienen posibilidad de evitar la subsunción al capital –al
cual terminan siendo funcionales por disminuir la presión social sobre el
mercado de trabajo y/o el estado-, hasta otras perspectivas (dentro de las
cuales se inscribe este trabajo) que ponen el acento en su potencialidad
emancipatoria y contrahegemónica.” (Hintze, 2010: 31)
A este grupo pertenecería también Coraggio, quien plantea a la economía social
como respuesta necesaria en el marco de un sistema que se muestra cada vez más
incapaz para integrar a grandes sectores de la población.
“La economía social y solidaria es una respuesta programática a la
afirmación del Foro Social Mundial de que otro mundo y otra economía son
posibles. Ha venido desarrollándose a partir del reconocimiento de las
prácticas de trabajo mercantil autogestionado y del trabajo de reproducción
de las unidades domésticas y comunidades mediante la producción de
valores de uso (en el límite: prácticas de sobrevivencia) y de admitir que la
inclusión por vía del empleo en el sector capitalista ya no es una opción
factible para las mayorías. Plantea que toda economía es una construcción
social y política (no hay economías ‘naturales’) y que la que vamos a tener
no puede dejarse librada al juego de fuerzas asimétricas imperante.”
(Coraggio, 2009: 8)
Salvia discute con estas visiones, refiriéndose a las experiencias de economía
social como “economías de la pobreza” que lejos estarían de constituirse como agentes
11
de transformación –más allá de las intenciones en juego-, sin lograr la conformación de
un proyecto político alternativo.
“…los nuevos actores y sectores ubicados en llamada economía
social y los movimientos de autogestión asociados a estas variadas formas
de organización económica, deben ser leídos como ‘economías de la
pobreza’, es decir, como economías de la subsistencia, siendo su principal
matriz de identidad no la autonomía ni la libertad sino la necesidad de
sobrevivir, quedando para ellos obligados a demandar y negociar ante el
Estado y ante el mercado capitalista estructurado un espacio marginal de
sobrevivencia –cada vez menos conflictivo- para la reproducción del sistema
económico y del sistema político. Muy lejos todo esto de un proceso que abra
la puerta a un nuevo actor político o económico que transforme el modelo
político o económico dominante.” (Salvia, 2005: 3).
A partir del esbozo de las distintas posiciones, es posible entender a la
economía social como concepto y práctica en disputa. En este marco, se entiende que
es necesario reconocer las contradicciones en el seno de las experiencias que hacen
que puedan ser al mismo tiempo experiencias de reproducción y adaptación o de
transformación social.
“sostenemos que la lucha capital-trabajo se actualiza y adquiere
nuevas formas que hay que visualizar para, a su vez, actualizar y radicalizar
esa lucha. (…) El capital, a pesar de dominar las formas de producción
social en toda su complejidad, deja una brecha abierta que surge de la
capacidad de los hombres de crear alternativas a la explotación. La
aceptación de la forma cooperativa en el marco de la economía capitalista
no implica que el contenido de la misma esté predeterminado, sino que
depende de la voluntad de los hombres y mujeres que construyen la
cooperativa.” (Ciolli y otros, 2005: 38).
Resulta fundamental reconocer las experiencias en su contexto; dando
cuenta de los múltiples condicionamientos y también de las potencialidades. En
este sentido, evitando caer en sentencias absolutas, debe procurarse aprehender las
tensiones que subyacen en el desarrollo cotidiano de las experiencias de economía
social entre visiones, proyectos de sociedad y prácticas de actores involucrados.
La relación entre las organizaciones de la sociedad civil con anclaje
territorial y el Estado en experiencias de economía social.
La economía social se presenta como núcleo de la política social de la mano de
una determinada perspectiva de la sociedad, vinculándose con la ideas de “trabajo” y
“capital humano y social” como principales mecanismos de “integración social”. En
12
este sentido, las experiencias de economía social -en general implementadas por
organizaciones de la sociedad civil-, tienen como objetivos generar alternativas de
“autoempleo” y desarrollar de determinadas capacidades. Esta perspectiva se integra a
un discurso que se postula como crítico del neoliberalismo, lo cual se explica en la
necesidad del gobierno asumido en el 2003 de Néstor Kirchner de dar respuestas
político-institucionales a la crisis de 2001. En este marco, el Ministerio de Desarrollo
Social despliega dos planes centrales: el Plan Familias por la Inclusión Social y el Plan
de Desarrollo Local y Economía Social “Manos a la Obra” 7: “…la aplicación de las
políticas sociales en esta última etapa, [que] fueron transformándose desde el modelo
de exclusión y ajuste característico del período neoliberal hasta nuestro presente,
donde estamos, todos juntos, reconstruyendo el tejido social a través de la generación
de empleo y del fortalecimiento de la familia” (MDS, 2010:12)
De esta manera, se entiende que la apelación a la economía social desde el
gobierno argentino se enmarca en una reformulación de las políticas sociales en el
marco de una estrategia de recomposición de hegemonía del bloque dominante post –
crisis del 2001. La economía social se incorpora así como componente de políticas
sociales que tendrían por objetivo la “inclusión” de sectores “vulnerables” y
“excluidos”.
En el discurso oficial aparece fuertemente la noción de “inclusión”,
estableciendo como objetivo la “reconstrucción del lazo social” que se habría roto
como consecuencia de la implementación de las políticas neoliberales. La economía
social, en este sentido, aparecería reforzando valores ligados a la “solidaridad”, la
“cultura del trabajo”, etc. Estas cuestiones se expresan en la formulación del Plan
Manos a la Obra:
“(…) Artículo 2º- (…) se plantean tres objetivos generales:
1. Contribuir a la mejora del ingreso de la población en situación de
vulnerabilidad social en todo el país.
2. Promover la economía social mediante el apoyo técnico y
financiero a emprendimientos productivos de inclusión social generados en
el marco de procesos de desarrollo local.
7
El Plan Familias por la Inclusión Social viene a remplazar gradualmente, junto con el Seguro de
Capacitación y Empleo, al Plan Jefes y Jefas de Hogar, implementado durante el gobierno provisional de
Duhalde. El primero, será implementado por el Ministerio de Desarrollo Social y dirigido al sector de la
población más “vulnerable” que tendría la condición de ser “inempleable”. El segundo, será gestionado
por el Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social, dirigiéndose a los “empleables”. En este
sentido, Fernández y Tripiana (2009), observan la existencia de dos núcleos principales en las respuestas
político-institucionales; vinculadas a la cuestión alimentaria por un lado, y a la generación de niveles
mínimos de ingresos que intentan abordar la cuestión de la desocupación, por el otro; dirigidas a la
población “inempleable” y “empleable” respectivamente.
13
3. Fortalecer a organizaciones públicas y privadas, así como
espacios asociativos y redes, a fin de mejorar los procesos de desarrollo
local e incrementar el capital social, mejorar su efectividad y generar
mayores capacidades y opciones a las personas, promoviendo la
descentralización de los diversos actores sociales de cada localidad.” (Res.
Nº 1.375/04. MDS)
La noción de “inclusión social” postulada parece ligarse al paradigma
sustentado por Castel, en tanto el hincapié estaría puesto en la “reconstrucción del lazo
social” o, en otras palabras, la “re-afiliación”. Es en este sentido que, a partir de
pequeños emprendimientos productivos en el marco de la economía social, se propone
fomentar valores y comportamientos que se sintetizan en la idea de “capital social”,
convocando a la participación de las organizaciones de la sociedad civil. En este
marco, adquiere sentido la fuerte vinculación establecida entre el llamado a la
economía social de la política social kirchnerista con el discurso de la “cultura del
trabajo”: “La cultura del trabajo sólo se adquiere con el trabajo (…). La Economía
social entonces genera sociedad - como expresa la OIT – en la medida que establece
relaciones entre identidades, historias colectivas, diversas competencias y ámbitos que
enlazan las actividades productivas con la reproducción social”8
De esta manera, se tiende a concebir la “recuperación de la cultura del
trabajo” como solución al desempleo y puerta hacia la “inclusión social”, lo que
implica una explicación que resalta una dimensión psico-social de los problemas
sociales.
Ciolli y Rodríguez (2011), caracterizan la constitución de la economía social
como eje de la política social a partir del 2003, en línea con el sentido propio del
“emprendedorismo” en oposición a la “autogestión”:
“Ya como respuesta a la crisis y camino de retorno al statu quo bajo
el horizonte neodesarrollista, las políticas emprendedoristas se
reconfiguraron como una de las herramientas que tensionan el desarrollo
autogestionario y su potencial disruptivo (…).
Este hilo es parte de una trama general, la de las políticas sociales
post-convertibilidad, que contribuyen a institucionalizar y legalizar las
desigualdades y la precariedad.” (Ciolli y Rodríguez, 2011: 37).
Las autoras identifican así como uno de los efectos de las políticas sociales
actuales la institucionalización de la precariedad. Esto se debe a que, a través de la
promoción de la economía social, se fomenta la generación de empleo en negro y
8
Ministerio de Desarrollo Social de la Nación (2007), Plan de Desarrollo Local y Economía Social
Manos a la Obra. En: www.desarrollosocial.gov.ar.
14
condiciones precarizadas de trabajo; tendiendo a responsabilizar a los sujetos por su
situación de pobreza y “vulnerabilidad”.
En esta línea, Salvia reconoce como “efectos sistémicos” de las experiencias de
economía social:
“…una creciente aceptación, legitimación e institucionalización del
derecho a contar con un trabajo precario y no registrado, de mantenerse en
la pobreza y a ser pobre de otros derechos, a vivir en la marginalidad
económica y política, a competir por beneficios o compensaciones
especiales, a obtener tales beneficios en tanto se sigan las reglas de la
negociación legal y el confinamiento inofensivo.” (Salvia, 2007: 17)
De esta manera, se vislumbra la existencia de importantes condicionamientos en
la potencia transformadora y en la constitución de emprendimientos de economía social
en el marco de la política social a partir del 2003 como alternativas para garantizar las
condiciones de existencia de la población excedente a los fines del capital y, más aún,
como alternativa política. Ahora bien, se considera necesario comprender la realidad y
movimiento de las experiencias de economía social, aprehendiendo la complejidad de
las situaciones en las que éstas se desarrollan.
En este sentido, se reflexionará en esta oportunidad sobre un actor que aparece
en escena: las organizaciones de la sociedad civil. Éstas son convocadas a intervenir en
el tratamiento de las manifestaciones de la cuestión social en el marco del proceso
general de reconfiguración de las relaciones entre Estado y Sociedad Civil a partir de la
crisis de acumulación capitalista que se expresa con fuerza como des-responsabilización
del Estado en su “función social” en la década del ’90.
Las políticas sociales actuales, presentando ciertas rupturas a partir de la
reivindicación de la intervención social del Estado, se encuentran igualmente
convocando a organizaciones de la sociedad civil como entes ejecutores de programas
sociales a partir de la idea de “gestión asociada”. De esta manera, se identifica la
incorporación de
“un principio de subsidiariedad territorializada (traspaso de
responsabilidades del Estado hacia las comunidades) que apela al desarrollo del
‘capital social’ de los pobres a partir de procesos de responsabilización individual”.
(Fernández Soto, 2009: 16).
Las organizaciones de la sociedad civil con anclaje territorial se constituyen así,
como agentes necesarios en la implementación de las políticas sociales. Puede hablarse
entonces de una relación triangular entre el Estado –como distribuidor de recursos de
asistencia- los pobres y las organizaciones de la sociedad civil territoriales. Barattini
15
(2010) se refiere a este tema, destacando el rol de mediación entre el Estado y la
población “vulnerable” ejercido por las organizaciones territoriales, debido a su
participación en la distribución de recursos públicos.
“…hay que dar cuenta que las mismas [las organizaciones
territoriales] desarrollan un rol activo en el establecimiento de ese
vínculo; el mediador no es neutral y muchas veces es un actor más
objeto de asistencia y a la vez asistente. Se podría pensar que esa
mediación es la clave para ver la relación entre ellas y el Estado en el
nivel que corresponda, y en ese sentido, la conexión entre lo local y lo
nacional, entre las dimensiones micro y macro sociales”. (Barattini,
2010: 32)
La intervención de las organizaciones no es lineal: las prerrogativas de la
formulación de la política social no pueden aplicarse de forma absoluta en las
realidades concretas. En este sentido, es necesario preguntarse: ¿de qué maneras se
implementan las políticas sociales?, ¿cómo intervienen las organizaciones?, ¿qué
sentidos asumen sus mediaciones?
Desde una perspectiva de totalidad, es posible visualizar el crecimiento –en
tanto “ley de población del capitalismo” -, con rasgos evidentes en la década del ’90,
de la población excedente a los fines del capital. Ahora, por más que este sujeto se
vuelva “sobrante” o, en términos de Nun, “disfuncional”, el mismo (sobre) vive,
piensa, actúa, se organiza.
En este sentido Ciolli y Rodríguez (2011) plantean a los emprendimientos de
economía social como campo de disputa en el contexto de principios del siglo XXI en
Argentina.
“La expansión de los movimientos de trabajadores desocupados y en
particular las experiencias productivas autogestionarias en diversos sectores
(bienes y servicios, hábitat, cultura, medios de comunicación, educación,
etc.) fueron – y son – el campo de batalla de esta disputa, donde las
organizaciones son afectadas por las políticas públicas, pero también las
transforman al calor de la dinámica de la lucha de clases. Desde esa
comprensión de la acción estatal, la reorientación de la política social
referida al campo de la economía social se constituyó como una respuesta
particular, históricamente situada, de la lucha de clases, emparentando los
vectores emprendedorismo y autogestión para interpelar e intervenir sobre
el desarrollo de las organizaciones populares y el escenario de
rearticulación del mundo del trabajo planteado durante la crisis.” (Ciolli y
Rodríguez, 2011: 37).
Esta perspectiva contribuye a aprehender la complejidad del escenario y
contradicciones en el seno de la economía social. Si bien la población en cuestión se
acerca a las organizaciones y trabaja en forma precarizada en proyectos de economía
16
social en el marco del despliegue de estrategias de supervivencia, no sólo se pone en
juego la primordial necesidad material; también se plantean necesidades subjetivas
ligadas a la participación de un espacio que permita salir del hogar, sentirse “útil”,
encontrarse con otros, ser parte de un grupo, etc.
En este sentido, aun sin resolver el problema de la pobreza, estas experiencias
son componentes de las estrategias de supervivencia de la población excedente a los
fines del capital y en su desenvolvimiento cotidiano pueden promover la consolidación
de determinadas relaciones entre trabajo y subjetivad: puede entenderse la obtención de
recursos del Estado como ayuda/favor o como un derecho conquistado, puede
consolidarse un sentido de adaptación o de disputa y lucha, etc.
Aquí es necesario reconocer a las organizaciones sociales que intervienen en
los barrios como un actor de peso que se encuentran en una posición que permite
tender
a
fortalecer,
en
definitiva,
un
sentido
adaptativo/individualista
o
reivindicativo/colectivo. Son convocadas por la política social como entes ejecutores,
pero la acción de ejecución puede darse de distintas maneras, es decir: la mediación
que ejercen no es neutral. Partiendo de entender a la sociedad civil como campo de
disputa en la que se expresa la tensión entre distintas concepciones y proyectos de
sociedad, vale preguntarse: ¿de qué maneras inciden en el diseño e implementación de
las políticas sociales?, ¿qué sentidos se generan?, ¿qué riesgos y oportunidades se
presentan?
Abordar el análisis de las experiencias concretas de economía social en su
complejidad implica reconocer los sentidos en tensión esquemáticamente planteados
como adaptativo/individualista o reivindicativo/colectivo y, al mismo tiempo, dar
cuenta de condicionamientos y potencialidades, de orden objetivo y subjetivo. De esta
manera, considerando que –como dijera Marx (1998) “Los hombres moldean su propia
historia, pero no lo hacen libremente, influidos por condiciones que ellos han elegido,
sino bajo las circunstancias con que se tropiezan inexorablemente, que están ahí,
transmitidas por el pasado”, será posible entender las experiencias en movimiento sin
caer en posiciones fatalistas o voluntaristas y, a partir de su reconocimiento, forzar e
intervenir sobre las contradicciones que plantean la realidad y el devenir de la historia.
17
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20
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