Pregón de la Semana Santa de Puente-Genil 2009

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Pregón de: Francisco Manuel Pérez Márquez – Año 2014
Pregón de la Semana Santa de Puente-Genil 2014
Hermanos,
hermanas, muy
buenas tardes.
Movido por un ataque de responsabilidad mal entendida, o más bien por una osadía
extrema, turbada eso sí, por una enorme ilusión casi infantil, y un orgullo sin
comparación; ocupo hoy el atril de este Domingo de Ramos, en este Sacrosanto templo,
guardián durante siglos de los rezos y de las cuitas de miles de pontanos. Religiosos,
campesinos, artesanos, comerciantes… hombres y mujeres de bien, que algún día se
postraron aquí devotos, ante la magnifica estampa del señor de la Humildad.
Digo que ocupo este atril, en nombre de unos hombres espléndidos, que han
decidido, pobre de mí, que debo de representar a la Agrupación de Cofradías,
Hermandades y Corporaciones Bíblicas de Puente Genil, como loador de sus muchos e
inigualables valores. Y no solamente en nombre de ellos, lo cual multiplica el reto, sino
en el de todos los que en estos últimos 50 años ha dado lo mejor de ellos mismos, para
beneficiar a los demás, dejando a un lado intereses personales, para dedicarse a los de
toda nuestra Semana Santa.
Dicho de esta manera, comprenderéis mi destemplanza. Después de devanarme
inútilmente los sesos durante semanas, decidí que no podía recurrir a grandes proezas, a
grandes hitos del tipo “El Pregón del 50 Aniversario”; tarea hercúlea, inabarcable.
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Y lo que os voy a contar aquí y ahora, es lo que yo siento, lo que pasa por mi
sangre como un elemento vivo, como un cúmulo de sensaciones, cada vez que pienso en
la Semana Santa de mi pueblo.
Y no lo hago por una cuestión de egoísmo o falsa molestia, ni siquiera de
simplificación o comodidad (ambos casos serían imperdonables), sino por el sencillo
hecho, queridos hermanos, que el acervo de nuestros sentimientos es tan diverso y
complejo, que cada uno tiene un universo de ellos. Sin embargo, aquello que nos
conmueve es tan parecido, que cualquiera de vosotros podría descifrarlo perfectamente.
Pero siempre con su visión. Visión que parte de las experiencias de cada Manantero,
cada hombre o mujer de Puente Genil ha ido atesorando a lo largo de su existencia.
Describir ese universo es lo que hoy me toca. Aquí y ahora pondré mis
credenciales; mi carta de navegación manantera, pero sabed perfectamente, que podrían
ser las vuestras.
Decía
que estoy aquí porque unos hombres
buenos lo han querido. Así ocurren las cosas en
la Semana Santa de nuestro pueblo. Porque ¿no
es cierto que en eso consiste verdaderamente la
hermandad? Entregarse al otro sin ningún tipo de
consideración, en velar por su beneficio, en
saciarlo, sin pretender ninguna alabanza, ninguna
contraprestación; para rematar con un sincero
abrazo, los encuentros, las juntas, y todos y cada
uno de los días en que pongamos como bandera
nuestra entrega, siempre bajo el amparo de Jesús
y su Santísima Madre.
Pues
en eso, en hermandad, aquí somos
expertos. En Puente Genil llevamos tanto tiempo
sintiéndonos tan uno, tan juntos, tan de la misma
piel, que por eso somos hermanos. Y además, lo
somos por elección propia. Por una decisión que
un día tomamos y que nos marcó
definitivamente. Aunque, si somos estrictos y
escrupulosos quizás nosotros no intervinimos, a menos de primera mano en esta
cuestión. Veréis:
Un Manantero, un hombre que ame profundamente aquello que rodea la
Semana Santa de Puente Genil, ¿nace o se hace? ¿Dónde están los mimbres de esa
persona? ¿Cuál es el intrincado mecanismo que lo convierte en un ser tan apegado al
mundo de las Cofradías y Corporaciones? Quién lo empujo a acercarse a nuestros
pasos? ¿Qué le seduce de esos enigmáticos lugares, llamados cuarteles?
Hay dos caminos que conducen al mismo lugar. Hay dos senderos. La estela de
la sangre, marcada por un abuelo, un tío, o un padre que nos acercan, desde muy
chicuelos, al paraíso en la tierra que es nuestra Semana Santa. O una madre, esa red viva
de herencias, que derrama con el mismo cariño de siempre, el cariño que pone en hacer
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las pequeñas cosas, y que se convierten en un mundo en esos infantiles tiempos, dónde
todo ocurre sin apenas importancia, como en un juego; pero que se tatúan en nuestro ser
de por vida.
Por otro lado, quizás pasados unos años y de una forma muy distinta, pero que
surte el mismo efecto, está el amigo de la primera juventud. Compañero inseparable e
infatigable de aventuras primerizas, con quien se descubre un mundo hasta entonces
inexplorado y arrebatador. El mundo de la Semana Santa de los mayores, pero visto con
ojos expectantes y desinquietos de la adolescencia.
Así pues, ya sabéis porqué el presentador de este pregonero, ha sido Federico
Abaurre. Incondicional desde esos inicios hasta hoy en día. Solo espero que el Terrible
nos deje mucho tiempo por este mundo para poder seguir compartiendo partes de
nuestra vida. ¡Gracias de corazón, amigo, hermano!
Os contaba que ambos caminos confluyen irremediablemente en el mismo sitio.
En la forja de un Manantero. Ese es el taller, donde se crea al que ama sin más remedio
nuestra Semana Santa. El tiempo, con las vivencias; propias unas, compartidas otras, se
encargará de cristalizar, de solidificar ese primer sentimiento infantil, en un caso,
juvenil en otro, en lo que sois todos vosotros. Hombres y mujeres que amáis esta
Semana Santa.
Pues bien, hay una señora que vive en todos los cuarteles y que tiene mucho que
ver con todo esto.
Cuando esta Vieja enlutada, la enjuta dama
que nunca cumple años, la que durante estas últimas
40 noches nos ha quitado el sueño, soñando quizás
con tocarla, pierda en unas horas su último pie, y
quede definitivamente descalza hasta el año que
viene, todo habrá comenzado. Uno de vosotros lo
habrá hecho. Cumpliendo con el ritual consabido, al
subir la pata de la Cuaresmera, abrirá el telón de un
mundo mágico y cautivador; el comienzo de una
nueva Semana Santa en Puente Genil.
Un
mundo escondido en una semana. Una
semana para demostrarle a Jesús y a María que
Puente Genil los siente de una manera diferente. Una
semana para certificar que nuestra amistad se muda
en hermandad.
Una semana para, con los mismos ojos, mirar de forma distinta, para encontrar
nuevos matices, otros detalles que vuelvan a sorprendernos, para seguir enamorándonos
de ella. De nuestra Semana Santa.
Sabemos lo que nos espera: muchos abrazos y brindis, poco sosiego y descanso.
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Querremos estrujar los momentos, o mejor, estirarlos para disfrutarlos más, para
sentirlos más. Pero como siempre, volverá a escapársenos por entre los dedos, el tiempo
de la semana más corta del año.
Quizás por todo esto, porque Puente Genil es así, diferente, no nos
conformamos con una semana y aumentamos las horas. Hace tan sólo unas pocas, El
Cristo de las Penas y la Virgen de los Ángeles dieron buena muestra de ello, recorriendo
con su sentido penitencial y franciscano, las esquinas de nuestros barrios más castizos.
Poco antes, la Virgen de la Guía, extendió plácido tapiz de bienvenida, y con él, nos
dibujó el mapa del camino a recorrer estos santos días.
Y dentro de poco, una Borriquita juguetona se tornará en magnífico corcel, que
pasee al Divino Jesús triunfal por un pueblo cordobés, pero que perfectamente podría
ser Jerusalén. Una Estrella vespertina caída del cielo, iluminará más si cabe al Domingo
de Ramos.
Un
lugar. Un sitio. Una estampa que a
fuerza de repetirse, se convierte en emblema.
Lugares que son enseñas. Sitios que se
hacen bandera de nuestros sentimientos.
Es imposible pensar en la Semana Santa
de Puente Genil, si en ellos, sin los cuales, todo
sería inexplicable. Un camino, por tanto, que
posee unos hitos claves. Un puñado de puntos,
donde el Manantero siente su Semana Santa,
donde fabrica latido a latido la forma de hacerla
suya. Donde tiene el corazón en carne viva,
porque está impregnado de todo lo que ha
vivido.
BALUARTE DE LA FAMILIA
De estos lugares, el primero es el hogar, baluarte de la familia. La casa de cada
uno de nosotros. Porque es allí donde pasamos más tiempo viviendo la Semana Santa.
No la real, pero sí la imaginaria, y también, ¿Cómo no?, la del recuerdo.
Dedicamos más tiempo a esa Semana Santa, que a la verdadera. Estamos horas,
días enteros, pensando, soñando en ella. Preparando juntas y almuerzos, ensayos y
ceremonias. Reformas y encuentros. También evocamos lo ya vivido, y tras pasar por el
tamiz del pensamiento, se instala dentro de nosotros en un hueco, que las genes de
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Puente Genil tenemos reservado expresamente para ello. Nuestro corazón. Allí dejamos
instalados, para siempre los recuerdos.
Con
la distracción de lo cotidiano, nos ayudan a rescatarlos algunos objetos
unas veces, algunos sonidos otras. Puede que sea el cuadro, que de la imagen de nuestro
tutelar cuelgue de alguna estancia. O la estampita que distraídamente sacamos del
interior de la chaqueta. La citación que impacientes recibimos para el próximo cabildo.
Puede que sea, escuchando el nuevo disco del Coro, y con su música, volver a sentir, lo
ya sentido.
Existen montones de útiles, objeto o sonidos, digo, que cumplen ese cometido.
Rescatar el recuerdo, y alimentar más si cabe, nuestro amor por la Semana Santa
Pero todos tenemos unos tan especiales, tan nuestros, que cuando pensamos en
Semana Santa, en nuestra Semana Santa; su imagen como un estigma, se nos clava en la
mente.
Ahí tenéis la mía. Esa túnica.
Una
vez más volverá a hacerlo. Sabrá perfectamente donde está. Dormida
durante un año,, para ser protagonista un año más, la noche del Viernes Santo. La túnica
volverá a ser descolgada del armario, y esas
manos que en mi niñez me acariciaron,
volverán a prepararla con el esmero que una
madre, pone en las cosas que hace para sus
hijos. ¡Gracias madre!
Esa
túnica. La misma que desde que
siendo un joven imberbe, me dieron para
procesionar a Mª Santísima de las Angustias a
hombros, de nuevo, tras un largo y triste
deambular mecánico. Era la primavera de
1985. Me entregaron aquél trozo de tergal y
terciopelo.
No era la primera postura, alguien
tiempo atrás la estrenó por mí. Le faltaba un
botón y le sobraba espacio para alguno, no ya
de 15 años que era mi caso, sino para uno de
45. Hoy, con todos los botones, puños y fajín renovados en varias ocasiones, y con un
espacio mucho más apretado que el de aquél primer Viernes Santo, suelo pensar en
quién la vistió por primera vez, y que larga cadena de acontecimientos, quién sabe si de
casualidades, la llevaron hasta mí. Desde el origen de la Hermandad, hasta llegar por un
reguero de siglos a esta túnica… y con ella, a las manos ufanas de su costurera, y a los
abnegados hombros de quien la lució por primera vez.
Porque no hay mayor orgullo para un hermano de una hermandad o cofradía,
que salir vestido con su túnica, para acompañar a quién nos tiene presos. A quién nos
cuida todo el año. A quién queremos sin medida.
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Siempre la vestí, la más embaucadora de todas las noches, la del Viernes Santo
como bastonero, hasta que ya no pude hacerlo. Y desde entonces, me quedé como
huérfano.
Nadie sabe lo que lleva dentro
un bastonero orgulloso de serlo,
nadie sabe lo que siente
cuando tiene que dejar de serlo.
Siente orgullo por su túnica
emblema y distintivo altanero
el grana, enseña la sangre
y el azul, el eterno cielo.
Siente orgullo por sus hermanos,
compañeros fieles, mananteros
que como él, portando un trono,
se creen dueños de un imperio.
Siente orgullo por su familia,
sabiéndose eslabón certero
de una cadena que sin metal
une lazos como el acero.
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Y siente orgullo por su imagen
¡bendita Virgen!, nardo perfecto,
trono bendito de amor y sosiego
hecho de madera y bronce,
de pasión y terciopelo,
de olores a jazmines
y de corona, el cielo.
¿Qué será de mí, mis Angustias querida
qué sería de mí, tu pobre bastonero
si Viernes Santo de noche
no pudiera acompañarte
cuando sales de paseo,
por las calles de tu barrio
por las calles de tu pueblo
cosido a tu varal,
trono bendito de amor y sosiego
rodeando una febril rosa
de perfumes tan frescos…?
¿Qué sería de mí, tu pobre bastonero
cuando me dejen las fuerzas
fuera de tu varal de fuego?
Me convertiré en llama
de un cirio sempiterno,
para alumbrar tu belleza
de nácar, cristal y cedro.
De hilo seré pañuelo
para enjugar tus angustias,
tu tristeza y desconsuelo.
Seré humilde centinela
que cuide con desvelo
tu breve manto azulado,
sus brocados, sus enredos.
Permíteme ser un verso
para alabar tu bondad
plena de cariño sincero,
para poder piropear
tu rostro, tu calma, tu gesto.
Para poder gritar
a los cuatro vientos
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Pregón de: Francisco Manuel Pérez Márquez – Año 2014
que eres la más buena Madre
que tienen los mananteros,
patrona de una Hermandad
que sigue con apego,
las más puras tradiciones
con sentido verdadero.
Más, cuando la noche acabe
en el día sus destellos,
despiértame en tu regazo
aluvión de Amor eterno,
para así cerrar las puertas
Viernes Santo en tu templo,
siendo el vigilante más fiel
en la noche de los tiempos.
Y el día que tu Hijo
me llame para su encuentro,
me convertiré en varal,
varal de amor y sosiego
hecho de madera y bronce,
de pasión y terciopelo…
para portar eternamente
a la Virgen de mis sueños;
porque sino, ¿Qué sería de mí,
mis Angustias querida?
¿Qué sería de mí,
tu pobre bastonero?
TEMPLO DE LA FE
Nuestras
iglesias, relicarios perfectos hechos por los cristianos para cuidar
nuestro mayor tesoro; la fe en Dios, que se hace palpable en forma de sangre y cuerpo
de Cristo. Y ¡como no! Para guarda y custodia de nuestras amantísimas imágenes.
Allí,
en un de ellas, viví un sencillo
momento que hoy quiero revelaros, porque cambió
mi vida para siempre.
Era una jornada como otra cualquiera. La
rutina se había hecho dueña de todo, las fechas
transcurrían tan iguales, que de lunes a viernes
casi se confundían, si no fuese porque éste último,
se convertía en el protagonista de la semana: la
portada de un nuevo encuentro entregado a la
amistad. Pero uno de esos monótonos días, de
manera inesperada, se convirtió en principal.
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La Ermita de la Concepción iba a ser restaurada y la evacuación de todos los
enseres e imágenes del pequeño, pero majestuoso templo, era inminente. Con exactitud
no recuerdo el proceso que me llevó hasta allí, pero con total seguridad, mi padre,
Rafael Pérez, y Perico Rivas, estaban implicados. Era finales del verano de 1998.
Al
ajetreo normal de las circunstancias que rodeaban a la mudanza, se unían
unas inquietudes propias, muy mías, que me tenían en jaque, y que hacían de los días y
de las horas, una incertidumbre constante.
Cuando
llegamos al lugar convenido, la
Iglesia de la Concepción, lejos de parecer un caos
ingobernable, cada cosa parecía en su sitio.
Candelabros, lámparas, floreros, tulipas, bancos,
cuadros, remates de capillas… Era curioso, pero
una sincronía desajustada lo colocaba todo en
orden. Y aunque los objetos habían cambiado, los
olores a flores recién cortadas y a cera apagada,
permanecían en el ambiente.
Y llegó el momento que me llevó hasta allí.
Había que portar la sagrada imagen del Señor del
Lavatorio desde su capilla hasta la casa del santero,
aledaña al templo. Su cuerpo lo transportábamos varios hermanos, pero de tal manera
que su rostro, quedaba a pocos centímetros del mío. No sé cuantos pasos, ni metros, ni
distancia las separan, pero si sé que el azul de su mirada, me ha acompañado desde
entonces. Una mirada limpia y pura. Una mirada que me atravesó el alma y me dejó
inútil. Desprovisto de nada mío. Aproveché para hablar con Él y plantearle un pacto,
una promesa.
Se de hermanos que han sentido cosas parecidas a las mías. Que hablan de unos
ojos que te devuelven la mirada como un espejo. Que te quieren, que te persiguen y que
te dicen lo que estás dejando de hacer bien. ¿o no es verdad que buscamos
constantemente la mirada consoladora de nuestra imagen una y otra vez, para como
siempre entregarnos a ella y corroborar que nos acercan más a nuestra fe? ¡Que sin ella,
sin nuestra imagen bendita no podríamos vivir!
Pues bien, desde el punto y hora en que Él cumplió con su parte del trato, tiene
mi palabra, que mientras me dé aliento y vida, la tarde del Miércoles Santo estaré junto
a Él y su cohorte de gentes sencillas que buscan en su ejemplo y mirada, el consuelo a
sus desvelos.
Inculcaré a los míos, mi esposa y mis hijos, el amor por tu cofradía.
Que mientras Tú, dueño de todo, consientas darme fuerzas, mi vida será tuya, y
mi destino será el que Tú decidas. Y cuando por fin autorices liberarme de las cadenas
terrenales, llévame junto a los mis ancestros, sangre de mi sangre, para descansar la
eternidad, en Tus brazos.
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JOYAS DE NUESTRAS
PROCESIONES
Las calles, las joyas de nuestras procesiones. Son solo adoquines y alquitrán.
Argamasa, piedra y polvo por donde cincuenta y una semanas pasamos, inadvirtiendo el
protagonismo que durante una, tendrán.
Nuestras calles, nuestros barrios y plazas
mutarán su frío pavimento en cálida alfombra;
tupida, hilvanada con los pasos de nuestras
gentes, que adoran este suelo, para que paseen
nuestras sagradas imágenes y desfilen nuestras
solemnes figuras.
Porque
se puede ser de Puente Genil y
que nos pase desapercibida la Semana Santa,
pero no se puede ser hombre o mujer de Semana
Santa, sin amar profundamente a Puente Genil.
De esto saben mucho los ausentes, que aunque la
vida les haya llevado a otras tierras, sueñan a
diario con esta.
Por una matallana remozada, oliendo a naranjos en flor, discurrirá El Amor de
una Madre pura. Nos tocará el pecho que se abrirá de par en par, para admirar su
empaque y dulzura. Tras discurrir junto a su Hijo por El Romeral y Santos, será en la
Cuesta Baena, donde sus costaleros emulen a los héroes del pasado, orgullosos de portar
a un hombre hecho Cuerpo y Sangre de Cristo.
La procesión del Martes, se abrirá y cerrará con el mismo broche. El que posee
la calle Lemoniez. Y en otras como Godínez. Plaza de Lara, Contralmirante, un Jesús
asolado por la inquina humana, sanará nuestra Aflicción con un Rosario de pétalos
perfumados. Y en un Calvario sembrado de lirios y pensamientos, hay un Crucificado,
que todos los días nos desclava. Quizás, porque el mayor de los Consuelos, María llena
de pureza, se encargue personalmente de ello.
El Silencio lo envolverá todo, cuando un Jesús labrado por las manos de un
ángel, mitigue con sus sobrios pasos, las penas de quienes vayan a su encuentro.
En breve, llegará el Miércoles Santo, el día de los abrazos. Los pocos ausentes
que queden por llegar, se incorporan de pleno y los recibimos como se merecen.
En
los cuarteles, finiquitados ya los preparativos, estalla definitivamente la
vorágine que no tendrá fin, hasta la Resurrección del Redentor.
Pero envidiosas de tanto saludo íntimo, la tarde y la noche hacen lo propio, y
pasadas las horas de trasiego de la procesión, ambas damas, se dan la mano acordando
un empate, entre la alegre belleza de su salida, y el hechizo encantador de sus Vivas.
Porque hoy, es Miércoles Santo.
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Pregón de: Francisco Manuel Pérez Márquez – Año 2014
En las caras, la mayoría amigas, se pintan sonrisas plenas imposibles de borrar.
Marcan en la piel ajadas unas, tersas otras, por qué sentimos lo que sentimos.
En los balcones, bellas mujeres se asoman para no perder detalle, compitiendo
con un jardín de las más frescas flores.
En las calles, mocitas pizpiretas, chiquillos corre que te pillo, y hombres
jóvenes vestidos con el atuendo del día: túnica negra y capirucho florido.
Y
en el aire, ¡ay en el aire! Primaverales olores se mezclan con un caótico
ajetreo, y una expectación que nos tiene el corazón a flor de piel, y los sentidos,
cautivos.
Porque hoy, hoy es Miércoles Santo.
Hemos acordado, que durante la procesión, la tarde y la noche han librado una
batalla que termina antes de empezar, porque celosas de los abrazos que los hermanos
nos damos, deciden sellar una tregua indefinida.
Y
para completar el cupo, nuestras calles, Cuesta Baena, Madre de Dios y
Aguilar nos copian. Se abrazarán tan fuerte, que llegarán a confundirse, no sabiendo el
hermano, quién es quién.
Ya
lo vimos en la salida y lo corroboramos en los Vivas. El epicentro del
Miércoles Santo no está en esas calles, sino en los protagonistas del día. Nuestras Santas
Imágenes cuando pasen por allí, donde las almas de cientos de pontanos esperan su
llegada.
En
la Cuesta Baena, una multitud entusiasmada escuchará Enriquetilla sin
contar cuantas veces; y a cada golpe de sus notas, subirá Él.
Las rodillas en el suelo
semblante en calma, sereno;
túnica blanca, sencilla.
El agua vertida limpia
falsos, desmedidos sueños.
Sirviendo nos da el ejemplo
que los hombres necesitan
para dar rumbo a sus vidas.
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Pregón de: Francisco Manuel Pérez Márquez – Año 2014
Arremolinados en el tumultuoso barullo, el gentío recibe al Señor del Huerto y a
su Madre Santa, la Virgen de la Victoria. Dos fieles huestes de valientes costaleros las
portan, aunque más que andar, parecen que flotan.
Los
cuarteles permanecen unidos. Sus miembros forman parte de este
vertiginoso encierro. En cada capirucho, un color, una señal. Una muestra de existencia
verificando lo que ya sabemos. Que en su majestuoso trono de madera y oro, no se
puede ser más Humilde. Que viéndolo caminar sentado sobre la piedra que unos
hombres rotos portan, nos duelen sus llagas, y nos mata su clemencia.
Tras Él, la Amargura hecha Virgen. Sólo su lánguida belleza podrá competir
con la pena de tener delante suya, las heridas espaldas del Amor de su vientre: el Señor
de la Humildad. Una persecución que ha durado todo un desfile. Sin descanso, las
distancias apenas se acortan por mucho que sus esforzados bastoneros, quieran
acercarse.
Pero
al destino también se le parte el alma, y decide darle una tregua a su
martirio. Por fin, en el Compás del Coro, al final del camino, los hombres displicentes
dan la vuelta a los pasos para que así, la Madre pueda verle el rostro a su Hijo, y
despedirse de Él hasta el año que viene.
Estremecidos por la estampa, dos hermanos, rasgan sus voces:
Saeta Cuartelera
Cuando el Humilde te mira
no ve a una Virgen preciosa,
ve a su Madre dolorida.
ve a una tierna paloma
que de Amargura suspira.
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Pregón de: Francisco Manuel Pérez Márquez – Año 2014
Y en esos dos momentos, tarde y noche, en esos dos instantes, salida y encierro,
las mismas protagonistas: La Iglesia de la Concepción y la Iglesia del Hospital.
Ambas se miran de soslayo, guiñándose cómplices, porque de nuevo han visto a
sus hijos, abrazarse un Miércoles Santo.
Y justamente tras perderse en la noche su último Viva, la campana de Nuestro
Padre Jesús Amarrado a la Columna, despertará con su voz de siglos del letargo, a la
vecina de un poco más arriba, la ermita de la Veracruz.
Ella, señora austera en las formas pero de empaque y señorío, aprovechará las
horas siguientes, las que usamos para descansar, asistir a los oficios y almorzar en el
cuartel, para acicalarse con sus mejores alhajas.
Se
colocará primero, un encendido rubí; nuestro Padre Jesús Preso.
Seguidamente, se adornará con un zafiro envolvente: la Virgen de la Veracruz. Después,
se abrochará con sumo cuidado, un topacio: el Señor Amarrado a la Columna. Para
rematarse con la Esmeralda más bella, que es la Virgen de la Esperanza.
Y todas estas joyas, todas estas piedras preciosas, lucirán perfectamente en la
tarde, envueltas por una brisa única.
Porque la brisa que se respira en la tarde del Jueves Santo es distinta. Más
alegre y cálida, como procedente de un lugar donde todo es posible. Atraída por el vuelo
de unos pájaros desconocidos hasta entonces. Porque, queridos hermanos, ninguna
felicidad es comparable, a la de la tarde del Jueves Santo.
Ella es la misma brisa que inunda todo el pueblo, y que comparten, por tanto, la
calle de la Plaza y la ermita de la Veracruz, donde cada pontano tendrá el corazón
dividido, ya que estando en uno de esos lugares, pensará en el otro; porque ambos,
justamente cuando la tarde está más plena y lozana, serán testigos de dos
acontecimientos únicos pero coincidentes. La salida del Imperio Romano, una; y el
comienzo del la procesión, otra.
La
calle de la Plaza bulle de expectación. Es un clamor humano que espera
ilusionante el nuevo desfile.
Los rumores de las charlas amistosas y cordiales de delicados rostros
femeninos, y de hombres jubilosos tras el fraternal almuerzo, empezarán a confundirse
con un eco metálico de campana, y una música, que el aire nos asegura que es
pasodoble.
No muy lejos, un mar de espumas blancas, cada vez aparece más cercano, hasta
que al fin, se hace presente el marcial, el gallardo, el espléndido Imperio Romano de
Puente Genil.
Y esa brisa que le envuelve, es la misma que respiran quienes por Veracruz,
Amargura, Fernán Pérez, van caminando para llenar hasta no caber, la pequeña
plazoleta, como se viene haciendo, desde hace cientos de años. Como se viene haciendo
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Pregón de: Francisco Manuel Pérez Márquez – Año 2014
desde que nuestros antepasados procesionaran al Cristo de la Sangre, titular por aquellos
remotos tiempos de la cofradía más antigua de nuestro pueblo.
Mientras el orgullo hecho hombre, que es el cabo del Imperio, desliza sus botas
por los adoquines mandando su tropa colorida, el estandarte de un Cristo amoratado,
Jesús Preso, abre el cortejo que pronto se hará procesión.
Los
hilos de la soga que atan sus manos, son cada uno de nuestros hirientes
pecados. Su rostro es un manantial de eterno perdón, que nos hace imposible aguantar la
mirada.
La Virgen de la Veracruz va derramando su llanto sobre el Madero, que servirá
de última morada a su Hijo. Pero Éste parece querer consolarla, siguiendo tras Ella,
atado y azotado a la Columna.
Al final de la comitiva
la primavera está esculpida
en el rostro de una Virgen,
que es la tierra de nuestros campos,
la Esperanza que a los pontanos
nos provoca mirar tu efigie.
Eres un mar lleno de flores
eres la vida hecha colores,
del Jueves Santo, eres su Virgen
Al
poco
tiempo, la calle Aguilar
es un estallido para los
sentidos.
Así lo percibe
un hombre que vestido
de coracero escolta al
Cristo arrasado bajo un
templete,cuyos destellos
son la envidia de la
misma luna.
Tras la celada escucha el runrún de la calle, hasta que los sones musicales del
Imperio Romano explotan cuando la escuadra Tabaco se detiene a su lado. Adivina
paseantes en la acera y capiruchos cerca de él. Y aunque no consigue verla, le llegan
aromas a vela encendida. En el paladar el regusto de la penúltima copa de vino, que no
ha mucho, escanció un diligente alpatana. En su mano, menos firme que antaño, el
martirio; y en su pensamiento, tras girar la cabeza levemente y percibir la brumosa
calidez de su estampa, unos versos que recita para sí inspirados en su imagen soñada:
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Del fulgor de tu mirada
flechas de amor me persiguen,
dando paz a mis temores
dando luz a mis sentires.
De tu cuerpo requebrado
maltratado y escarnecido,
llagas de perdón derraman
la sangre de nuestro alivio.
¡Qué luz desprenden tus ojos!
¡qué feroz es su destino!
si deciden fijarse en mí,
el más ruin de tus pupilos.
No me mires Padre Mío,
piedad, no busques donde no hay,
no claves tus flechas de amor
en un cuerpo tan sombrío.
¡Deja que sea yo quien te mire!
¡Deja que sea yo quien te ame!
¡Deja que sea yo, quien te mime!
Y teniendo como testigo a una luna que es el sol en la noche, antes de entrar en
el cuartel para desvestirse y despedirse de ella por unas breves horas, toma todo el aire
que le cabe en el pecho, y lo expulsa muy lentamente, como queriendo retenerlo. Quiere
respirar una vez más, la brisa que envolvió al Imperio; la misma que estuvo en la
Veracruz y en la calle Aguilar. La brisa única del Jueves Santo en Puente Genil.
Poco más tarde, en una plaza empedrada que para los pontanos cada noche de
Cuaresma es el centro del Universo, ahora, una multitud apiñada y vigilante, aguarda.
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Pregón de: Francisco Manuel Pérez Márquez – Año 2014
El objetivo de todas sus miradas, las puertas del templo de Jesús:
En la plaza del Calvario
todavía es madrugada
cuando suenan las pisadas
sobre las piedras silentes,
que un millar de nuestras gentes
van dejando muy despacio,
por ir a escuchar la Diana
que unos músicos imperiales
nos regalan como joya,
como remate en corona
del Terrible Nazareno
del Amo de toas las cargas
del Dueño del mundo entero,
para que su reino reine
sin sufrir nunca derrota.
Convencido que la victoria del Nazareno es eterna, el pueblo lo sigue en masa.
Llama la atención, o mejor dicho, no nos extraña, que la mayoría de sus acompañantes
sean hombres campechanos y mujeres sencillas. Seguramente hayan entablado con Él
un acuerdo, una promesa, que sólo su corazón fervoroso, encierra.
Del séquito de la procesión, sobresalen las túnicas claras de los hermanos del
Cristo de la Misericordia, y de la Virgen del Mayor Dolor, por un lado; y de San Juan y
la Virgen de la Cruz, por otro.
Ellos los hermanos de ambas cofradías demuestran, no ya cada Viernes Santo,
sino cada uno de los días, lo que es sentir una túnica, lo que es querer una imagen, lo
que es vivir la Semana Santa de Puente Genil.
Y en conjunto, todos se arremolinan en torno a Él hasta que la procesión,
después de pasar por la calle Horno y discurrir por Linares, se planta en las faldas de
Santa Catalina.
Es aquí, en estos escasos cien metros, en menos de cien minutos, dónde se vive
uno de los momentos más decisivos de nuestra mejor semana:
Cofradías, figuras, romanos
rebates, penitentes y hermanos
conforman una bella acuarela
que de Puente Genil revela,
no ya los momentos más sutiles
sino el porqué de todos sus fines.
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Pregón de: Francisco Manuel Pérez Márquez – Año 2014
Durmiendo impaciente el tiempo
la noche se muda en día
para ver al Nazareno,
y acompañarle hecho lirio
suave en caricia de cielo,
junto a la Virgen María.
El ambiente está repleto
en la calle Madre de Dios,
de un amanecer etéreo
de una mañana amansada,
que sucumbe por completo
al Amor de los Amores,
al Terrible Nazareno
y que es remanso entre aquellos
que pronto harán la procesión.
Unos charlan más inquietos,
otros meditan cabales
mientras saborean al tiempo,
la tertulia y el desvelo.
De repente como un trueno,
una arenga conocida
nos anuncia sin recelo
el inicio del desfile,
para hacerle a un Dios bueno
las reverencias anuales.
Calle Santa Catalina:
Muy poco a poco los hombres
avanzan ceremoniosos
conducidos, cada uno
por idéntico deseo,
saldar las cuentas anuales
con el que los tiene presos.
De vistoso colorido
sedas, ricos terciopelos,
capas, túnicas, rostrillos…
forman singular cortejo,
como salidos de un lienzo,
o de retratos que cuelgan
en los cuarteles añejos.
Justo quedan tres ante mí,
es ahora cuando te rezo,
la plegaria que de niño;
me enseñó mi amado abuelo:
¡Padre mío aquí me tienes
para pedirte por ellos
para pedir por los míos!
Con monótono lamento
tañe el bronce la campana,
barniza aire por momentos
el olor a cera quemada,
con sus ecos de otros tiempos
se acerca el Imperio en masa.
Y de pronto, me detengo,
al levantar la mirada
y mirarte, no te veo,
más que mirar, adivino
tu rostro dulce, sereno,
tu lastimado semblante.
Es mi corazón ¡Oh Señor!
brioso se inflama cual vela
de un antiguo galeón
empujado por los vientos,
de unos mares interiores,
de los profundos adentros.
Entorno los ojos, busco
como aquellos que te vieron,
algo olvidado en mi mente,
una palabra un recuerdo,
quizás una letanía,
una frase un sentimiento
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Pregón de: Francisco Manuel Pérez Márquez – Año 2014
Algo que alivie tu carga;
que pueda con el Madero…
y en silencio, sólo encuentro
escuchando dentro de mí,
un eco apagado y seco
que inunda mi pensamiento:
¡VIVA JESÚS NAZARENO!
Jesús sigue su camino. La senda señalada cada Viernes Santo. A cada paso, va
perdiendo un pedazo de vida, va sembrando un océano de calma, va derramando un
torrente de amor y de paz. El mismo que atesora en su Iglesia durante 364 días, y que
hoy, Viernes Santo nos inunda a todos. Principalmente a aquellos que no pueden subir a
la calle Amargura, para buscar el sosiego que trasmite su figura. Boquiabiertos se
quedarán los paseantes que la admiren por la calle de la plaza.
Sigue
caminando, hasta hacerlo por encima del río Genil. Aquél que nuestro
pueblo lleva incrustado hasta en su nombre. ¡Nuestro querido y a menudo olvidado río
Genil!
Este emperador acuoso
este río majestuoso
mimado del Guadalquivir,
donde huertas y riveras
se inflaman hasta las venas
queriendo seguir junto a Ti…
Cuando llega a Miragenil, a mitad de travesía prevista, bastoneros y penitentes
descansan. Una mujer curtida en mil batallas, se le acerca y lo mira. Sin palabras, le
habla. Le cuenta las cosas que le preocupan; aquello que no le deja en calma. Le pide
que siempre pueda acompañarlo. Le dice cosas que sólo ella sabe, que a nadie le
declara. Y aunque no le responde, siente que Él la escucha, porque sabe que Él la ama.
SAETA
Presente, presente ahí lo tenéis
que hacia el Calvario camina
con el rostro demacrado
y una cruz de penitencia
sobre sus hombros han echado.
Porque eres Padre de almas
el mismo Dios Cristo
tronco de nuestra Madre Iglesia Santa
y árbol del Paraíso.
Después del breve asueto, retoma de nuevo su andadura. En el Compás del Coro
le espera llorando su Madre, la Virgen de los Dolores. La pálida paloma turbada, que
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Pregón de: Francisco Manuel Pérez Márquez – Año 2014
aún rota por la congoja de seguir a su Hijo cargado con la cruz del mundo, desprende
férvidos olores de sus jazmines y rosas; y una templanza noble de su rostro angelical.
Ella, nuestra Madre, recorrerá en su trono de plata Meneses el sendero que las
benditas plantas descalzas del Nazareno, previamente han ido marcando. Y lo hará con
sus inseparables hermanos del Primero. Mascarón de proa de su señorial y centenaria
cofradía.
De nuevo la calle Aguilar, y otra vez su tarde luminosa y resplandeciente, se
sonríe por sentirse tan llena de vida y colores. Del Imperio recibirá los aclamados sones
que la vestirán de miserere, y de las figuras, de la primavera a la última, su desfile
majestuoso. Pero ésta, la tarde, empieza poco a poco a entristecerse, porque temerosa,
presiente lo que el fatal destino, tiene reservado al Terrible. La muerte de Cruz.
Jesús
va muerto sobre un árbol hecho cruz donde la sangre del mejor de los
nacidos, limpia los pecados de los hombres, para convertirse en el árbol de la vida de
nuestra salvación. La Buena muerte salvadora. Solo un discípulo, Juan, y dos Madres lo
acompañan. Las Angustias y la Soledad. Una lo abraza, y otra lo sueña. Una lo siente en
su regazo, y otra en su pensamiento. Y ambas, las dos, lo tienen dentro suya. En la
sangre de su cuerpo, en la pena de su alma, en el roto cristal de sus ojos… Y en el amor
perenne que cada madre le tiene a cada hijo.
Los bastoneros las sostienen encima. La Soledad con su palio negro de noche;
las Angustias, con la inmensidad de un cielo estrellado. De todas las noches hermosas,
ésta es sin lugar a dudas, la primera. El Imperio luce su luto en forma de oscuras
plumas, y el Gloria al Muerto, y las oraciones del Miserere y el Stábat Mater, ayudan
compasadamente a mitigar sus dolores pero…
…Las piedras del frío suelo
no soportan los puntazos
de las lágrimas vertidas
por los ojos destrozados,
no pueden sufrir la pena,
no pueden con el quebranto,
y se agrietan por dentro
y se hacen cien mil pedazos,
para tragarse de golpe
un océano de llantos.
El cielo, enlutado de negrura, deja caer un pañuelo para que una Virgen, a la
que no podemos dejar Sola, lo use de manto. Rodeada de sus familias y de sus cuarteles,
camina por la Isla con las sombras en el alma y la Soledad en la cara.
¡No
hay belleza comparable a la tuya! Tu mínimo rostro, abatido y delicado
como porcelana China, como caricia de madre, como nube difusa en el cielo plomizo de
tu patria. Como orquídea de nácar, que refulge en la inmensidad de las tinieblas. ¡Eres
de Puente Genil la Virgen, eres de Puente Genil la Madre, eres de Puente Genil la Vida!
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Pregón de: Francisco Manuel Pérez Márquez – Año 2014
Por
la majestuosa y eterna calle de la Plaza, cuyo Rubicón para nosotros,
basílica de sentimientos, es la Parroquia de la Purificación, la Muerte corre divertida,
del brazo de un Demonio, que canta como los ángeles. Pero que son menos temidos
porque sabemos que vistiendo estas ropas, están rostros conocidos. Y aunque hoy
campen a sus anchas, cadenas y guadaña en ristre, jubilosos y altaneros, sabemos que su
reinado es efímero, que sólo unas horas después, la Vida volverá a triunfar sobre la
muerte. Que aunque debemos seguir alerta y no descuidarnos. Él triunfará, nos salvará,
y cuando resucite el Domingo, lo habrá hecho para toda la Eternidad…
Pero
antes de eso, otra Madre, derramará sus últimas lágrimas. Paseará su
cadáver Santo, de San José al Dulce Nombre…
…Persiguiendo sin descanso
una urna acristalada
proveniente del cadalso,
donde el Nazareno limpia
con su sueño los pecados
de los hombres insolentes
de corazones malvados.
Aunque este año, tendrá un majestuoso séquito, haciendo de su Santo Entierro,
un Magno acontecimiento para mayor grandeza de Dios salvador, y su Santa Madre.
Para terminar de sacarle lustre al L Aniversario de aquello que nos rige a todos, la
Agrupación de Cofradías, Hermandades y Corporaciones Bíblicas de Puente Genil.
Pero Él obtendrá la victoria, porque cuando el Domingo ilumine a todo Puente
Genil, a toda la humanidad, volverá a demostrarnos lo que ya sabemos: Que ahí tenéis
el por qué estamos aquí: Ahí tenéis el camino que nunca debemos de perder. Ahí tenéis
el ejemplo que todos tenemos que seguir. Ahí están las respuestas a todas nuestras
dudas. Ahí tenéis el porqué de toda nuestra existencia. La Cruz, el origen y principio de
todo. Este es el final, la meta a la que todos debemos aspirar.
TEMPLO DE AMISTAD
El
hogar del Manantero, el Cuartel. Los hay que son cocheras o casas semi
abandonadas, construcciones añejas. Unas más sencillas y otras, renovadas con grandes
estancias; pero en todas, el hermano tiene prendida su alma. Es allí en el cuartel, donde
rendimos culto de forma honesta y sincera a las relaciones entre los hermanos. Allí es
donde nos descubrimos completamente, donde nos miramos por dentro y damos al otro,
todo lo que tenemos.
Es
allí donde las penas se mitigan y las alegrías se engrandecen porque son
compartidas. En él vivimos, somos nosotros mismos, y fuera de él, deambulamos por el
tobogán precario de los acontecimientos minúsculos, cotidianos. Porque para ser
nosotros mismos, necesitamos a los demás; al hermano.
En ese lugar, en el cuartel, el manantero se hace manantero dando culto a la
amistad, y allí es, definitivamente feliz.
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Pregón de: Francisco Manuel Pérez Márquez – Año 2014
Hemos hablado, de dos de los sitios principales de un manantero. Su hogar y su
cuartel. Pero, ¿no es verdad que pueden parecer la misma cosa? ¿Qué uno es la
prolongación del otro?, ¿Qué en el primero está la familia que te toca, y en el segundo,
la que tú eliges? ¿Qué un manantero no puede quitarse el traje de lo que es, de lo que le
identifica cuando entra o sale de alguno de estos dos sitios, según corresponda? ¡Ay
nuestro cuartel, el templo de la amistad!
Hay un lugar en el mundo
Hay un lugar en el mundo
en el que tú y yo sabemos
que se provoca la magia
sin trucos, sin aspavientos.
De entre todos los colores
blanco como predilecto.
Retratos de todo tipo,
añejos y los más nuevos
visten de vida los muros
que guardan con mucho celo
los quehaceres de unos hombres
teñidos de los recuerdos
que los hermanos sentimos
junta a junta, verso a verso.
Hay un lugar en el mundo
donde se detiene el tiempo
porque quiere recrearse
para parecer eterno.
un paraíso imperfecto.
Existen cuatro paredes
que encierran diez mil secretos.
Tapias llenas de ti y de mí
unidos al mismo tiempo
por momentos ya habitados
que nos dicen lo que es nuestro.
Viandas, risas y tertulia
y con el vino asintiendo,
son compañeros muy fiables
de amistad sin recovecos
Donde vive la verdad
que de puro sentimiento
mira a la cara al hermano
sin ambages, sin reflejos.
Donde brindamos por ellos,
los que mostraron camino
y fueron nuestros maestros.
Donde hayamos el descanso
del corazón sempiterno
herido por las batallas,
cargado con el Madero
de los días cotidianos,
sirviendo de burladero.
Página 21ªAsí es caro hermano el cuartel,
dónde se da culto al Señor
el dueño del universo,
y a su Santísima Madre
Pregón de: Francisco Manuel Pérez Márquez – Año 2014
Así es hermano el cuartel,
dónde se da culto al Señor
el dueño del universo,
y a su Santísima Madre
Virgen pura, yo te quiero.
Donde cantamos las coplas
que del Coro nos hirieron.
donde las lágrimas brotan
por cuarteleras de fuego.
Así es pues este lugar
estimado compañero,
es cubículo furtivo
reservado a caballeros,
que destilan por sus poros,
amor a los cuatro vientos.
Es el templo de la amistad
el llamado amor fraterno
bálsamo de nuestras penas
baluarte de misterio
consuelo de los problemas,
el descanso del guerrero
de las angustias alivio
y del dolor, parapeto.
Hay un lugar en el mundo
donde soñamos despiertos;
¡Derrámate cada junta
entrégate sin pretextos
bébete de un solo trago
la esencia que lleva dentro,
este relicario pleno
que encierra en cuatro paredes
la vida de un Manantero!
EL OTRO HOGAR, EL OTRO CUARTEL
Hemos dejado para el final, el último sitio al que iremos.
Todos los que estamos aquí sabemos lo que es perder hombres y mujeres, que
nos enseñaron las nociones básicas de la Semana Santa. Hombres y mujeres que se
quedaron en el camino, pero que antes de ello, nos mostraron como seguirlo.
Todos tenemos en nuestra médula, la
esencia de alguno de ellos. El recuerdo imborrable
en el mapa de la memoria de quien nunca morirá
para nosotros, de quien marcó nuestro devenir.
¡Somos como somos, porque fueron como fueron!
Un
día me dijo un hermano, que las
grandes personas, no mueren, siembran. Siembran
porque, como el buen campesino, con paciencia y
afán pusieron, puede que sin pretenderlo, los
cimientos que hoy nos sostienen. La semilla que
germinó en tierra que pacientemente abonaron y
regaron, hasta florecer y hacerse espiga en nuestros
campos, en forma de cofradía o cuartel. Hemos
sido por tanto, testigos de su siembra y producto de
ella.
Hoy quiero leerle una carta de despedida, a
uno de ellos. Quiero que penséis en esa persona
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Pregón de: Francisco Manuel Pérez Márquez – Año 2014
especial, que esparció en vosotros las inquietudes mananteras, compartiendo ya con las
demás, ese nutrido y excelso cuartel del cielo.
Esta silla es para ellos. Para quien queriendo estar hoy aquí, sentado en ella,
está, pero asomado a la baranda celestial que para la ocasión, los Ángeles habrán
preparado.
Queremos
que sepas que todo sigue igual. Que aquello que hace nuestra
Semana Santa distinta, no ha cambiado. Porque tú nos demostraste, con tu forma de
hacerlo, que lo mejor de ella está encerrado en las cosas pequeñas, y que hay que
mirarlas con los ojos del corazón, como hacen los niños, para hacer que construyan,
todo nuestro mundo:
Nos dejaste claro que no es la uvita, es aquello por lo que brindamos;
no es la vela encendida, es cumplir con tu promesa; no es la campanita, es el
anuncio de una nueva alegría compartida; no es el río, es el rumor de sus
aguas de siglos; no es la mañana del Viernes Santo, es el caminar del
Terrible; no es la coreá, es rezar todos juntos cantando; no son Sus ojos,
son Su piedad, Su perdón; no es el abrazo, es sellar el cariño con quien lo
merece; no es la noche del Viernes Santo, es la más embaucadora de todas
las noches; no es el costal, es el orgullo de pasearte; no es la celada, son los
pensamientos que hay detrás; no es el cuartel, es el templo de la amistad; no
es el pasodoble, es un estallido en tu pecho; no es el Jueves Santo, es la
brisa que acaricia su tarde; no es el desfile de los romanos, es su compromiso
con la tradición; no es el puente, es la unión entre el cielo y la tierra; no son
las reverencias, es llevarle a su amo, toas las cargas; no es el rostrillo, son
los suspiros; no es la trabajadera, ni el varal; son los esfuerzos compartidos;
no es la marcha, son las notas que acompañan su camino; no es la túnica es
nuestra enseña, nuestra carta de presentación; no es el Miércoles Santo, es
el abrazo entre la salida y el encierro, es el guiño entre la Concepción y el
Hospital; no es el Coro, son los héroes que nos enseñan a cantar rezando;
no es la luna, es el sol en la noche; no es el hogar, es el baluarte de la
familia; no es el manto, son las primorosas manos que lo bordan; no es la
cuartelera, es decirle a Jesús y a María que los quieres que los sientes; no
es el recuerdo, es la impronta que deja lo vivido, en el corazón; no es la
familia, es el lazo que nos ata a la memoria, siguiendo eslabón tras eslabón;
no es el hermano, es saber que te tengo y me tienes.
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Pregón de: Francisco Manuel Pérez Márquez – Año 2014
Así es. Todas estas cosas nos enseñaste. Fuiste Maestro de mananteros, sencillo,
sensible; humilde y honesto. Un buen hombre de la cabeza a los pies. Jamás nadie pudo
en tu vida, reprocharte una mala acción, un despropósito.
Aquella fría noche de Cuaresma de Pan y Peces en el calendario Manantero,
ocurrió. El impasible acero de la guadaña segó tu piel, y nos dejó a todos helados.
¡Vivías tan cerca! ¡Querías tanto a tu corporación que tan sólo un tabique te separaba de
ella, pero no contento, mira que fuiste pillo, el cabecero de tu cama daba con el salón
del cuartel, pared con pared. Quizás porque estando dormido, soñabas con traspasar las
tapias como si fueran unas cortinas y sentarte allí, para disfrutar permanentemente del
calor de la hermandad. Creo que lo
has conseguido, porque aunque
dormías en tu casa, en el nº 12,
vivías y vivirás para siempre en tu
cuartel, en el nº 10.
Cuando ocurrió, y tus
hermanos entramos en tu hogar, de
todos los recuerdos que vimos,
pequeños tesoros que guardabas,
curiosamente, no había ninguno
que no estuviese relacionado con la
Semana Santa de tu pueblo. De
todos esos recuerdos digo, destacaba uno por encima de los demás. Una fotografía de
mediano tamaño en un modestísimo marco; tenías en esa instantánea casi treinta años, y
eras el único adulto que aparecía en ella. Todos los demás, túnicas moradas, lamparones
y planchetazos en ristre, sonrisas espontáneas; eran rostros juveniles, hoy la inmensa
mayoría hermanos de tu corporación.
Tu siempre serás para nosotros el tío Felipe, el consejero perfecto, el maestro
fiel siempre dispuesto. Y ahora, sabemos que estás junto a los que amaste. Compañeros
inseparables, que antes se fueron.
Con Domingo, volverás a compartir su eterna sonrisa, su excelente talante; con
Lorenzo, discutirás sobre cualquier cosa, antes de abrazarlo por que sí; con Paco,
revivirás travesuras juveniles, y andanzas en las noches del Jueves Santo; con Juan,
subirás a la ermita en Cuaresma, antes de dormitar un poco en la mesa, a Enrique, le
aguantarás sus guasas, y disfrutarás de su contagiosa alegría de vivir. Y a Javi, a nuestro
querido Javi, lo estás rodeando con tu brazo por encima del hombro, como siempre lo
has hecho, como siempre lo harás.
¡Y
a todos les recitarás tu mejor poema, el más templado y talentoso, una
declaración de Amor a ellos, porque a ellos quisiste y ellos te confortaron, con la calidez
de una amistad compartida, que ahora ya es eterna, porque todos la disfrutáis sin prisas,
sin exigencias, junto al Terrible!
En la noche que te fuiste
durmieron todas las flores
guardando para sí olores
que brotaban al despedirte.
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Pregón de: Francisco Manuel Pérez Márquez – Año 2014
Ahora nos toca a nosotros, a todos nosotros mostrar el camino. Enseñar a quien
nos sigue, los pasos que deben de dar. Tenemos la obligación de recoger el testigo de
tan grandes maestros, para entregar esta joya, nuestra Semana Santa, no ya como la
recibimos, si no renovada, ennoblecida. ¡Superior!.
Porque queridos hermanos, de todas las cosas que nos hacen felices, la
Semana Santa es la mejor, porque nos hace felices a todos a la vez.
La Semana Santa de Puente Genil necesita de todos nosotros. De hermanos
comprometidos, valientes, que se involucren en los quehaceres del día a día. Necesita de
todos vosotros. De aquellos que quieren su Semana Santa, pero respetan y defienden la
de los demás.
A
la Semana Santa de Puente Genil, le hacen falta Quijotes, que sueñen
despiertos con deshacer entuertos. Le hacen falta Sanchos, que pongan los pies en el
suelo, descubriendo que los gigantes, son molinos de viento.
Hagámoslo porque este pueblo, Puente Genil se merece, que cada uno de
nosotros, se desviva por su Semana Santa.
Porque aquí…
Tenemos una verdad encerrada en cada esquina. Una pasión en cada mirada, un
“te quiero” en cada boca, un “aquí me tienes como siempre” en cada corazón; en cada
una de las personas que, una vez más, como lo llevan haciendo desde que eran niños, se
estremecerán al paso de Aquél que todo lo puede, el dueño de nuestro destino.
¡Bendito pueblo que ama sin concesiones al Cristo de la mirada serena. Al
Terrible Nazareno!
¡Bendito pueblo que ama desesperadamente a la Madre de Dios. A la Virgen
Dolorosa!
¡Benditos vosotros que haréis que esta Semana Santa sea de nuevo distinta,
porque os entregaréis de nuevo, al hermano, al amigo!
¡Hacedlo en nombre de Dios!
HE DICHO
A 13 de abril del año del Señor de 2014. Domingo de Ramos
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