Comunicar la ciencia

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UNIÓN FENOSA
ZELTIA
En “Comunicar la ciencia” se analiza el papel que
deben jugar los gabinetes de comunicación de los centros de investigación y desarrollo de tecnología y de los
propios investigadores, se orienta sobre el lenguaje más
adecuado para transmitir el conocimiento científico a
los medios de comunicación y a la sociedad en general
optimizando su impacto y la comprensión del mensaje,
y se describen las acciones necesarias para conseguir
maximizar la difusión del nuevo conocimiento. Como
la sociedad española tiene, hoy, la necesidad urgente de
incorporar en la cultura de sus ciudadanos los avances
científicos y tecnológicos alcanzados por la investigación, si quiere orientarse hacia una sociedad del conocimiento, hecho esencial para asegurar la futura competitividad de su tejido empresarial, el objetivo de este libro
es ayudar a mejorar el rendimiento de la divulgación y
la difusión del conocimiento científico y tecnológico en
nuestro país, aumentando la dimensión tecnológica de
su cultura.
Comunicar la ciencia
Cotec es una
fundación de origen
empresarial que
tiene como misión
contribuir al
desarrollo del país
mediante el
fomento de la
innovación
tecnológica en la
empresa y en la
sociedad españolas.
Colección
Innovación
Práctica
I
Comunicar
la ciencia
mpulsar el conocimiento científico y tecnológico en los
ciudadanos es, actualmente, una necesidad generalizada de
las sociedades desarrolladas. Los ciudadanos necesitan
suficiente conocimiento e información para comprender los
avances científicos y tecnológicos que se producen, y estar
capacitados para valorar el peso cada día mayor que éstos
tienen en la economía de sus países y en su vida diaria.
En “Comunicar la ciencia” se intentan revisar los aspectos más
importantes de la comunicación del conocimiento científico y
tecnológico, como son la divulgación y la difusión, sobre los
que hay que trabajar para conseguir optimizarlos. Se aborda el
papel de los protagonistas y el de los emisores y receptores, los
vehículos utilizados y su cometido, la forma y el lenguaje
empleados en los mensajes, etc. La divulgación del conocimiento científico y tecnológico en la sociedad, también se
traduce en una mejora de la opinión de los ciudadanos sobre la
labor de los investigadores, al comprender mejor su trabajo y,
sobre todo, el significado de sus resultados.
Este libro viene a completar el trabajo que Cotec inició dentro
de su Colección Innovación Práctica con el manual “Informar
sobre Innovación”, centrado en analizar el tratamiento de la
información sobre innovación en los medios de comunicación,
posteriormente continuado con el documento “Comunicar la
Innovación: De la empresa a los medios”, en la misma colección, y en el que se ofrece un análisis de cómo las empresas
comunican a los medios sus noticias sobre innovación.
Este documento ha sido elaborado por Luis A. Martínez Sáez,
Jefe del Gabinete de Dirección del Instituto de Astrofísica de
Canarias (IAC), donde ha desarrollado la mayor parte de su
carrera profesional desde su incorporación en 1984.
Cotec
Plaza del Marqués de Salamanca 11, 2.º izda.
28006 Madrid
Telf. (34) 91 436 47 74
Fax. (34) 91 431 12 39
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Comunicar la
ciencia
Colección
Innovación
Práctica
Comunicar la
ciencia
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© Copyright:
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Supervisión de la publicación:
Jesús Esteban Barranco
Diseño de Cubierta:
La Fábrica del Diseño
Espíritu Santo, 12 - 1.º int. dcha.
28004 Madrid
Preimpresión e impresión:
Gráficas Arias Montano, S.A.
Polígono Industrial 6 de Móstoles
C/ Puerto Neveros, 9
28935 Móstoles (Madrid)
ISBN: 84-95336-67-7
Depósito legal: M. 49.944-2006
6
Índice
Presentación • 13
Introducción • 17
PRIMERA PARTE: LA CIENCIA Y LA TECNOLOGÍA
EN EL PROCESO DE LA COMUNICACIÓN • 21
1. La comunicación de mensajes • 23
2. Cuando la ciencia es el mensaje • 25
3. Protagonistas de la comunicación científico-técnica • 27
3.1. Quién debe comunicar o «La fuente de los mensajes científicos» • 27
3.1.1. El sistema español de innovación • 28
3.1.2. La comunicación desde el sistema I+D+i • 31
3.2. A quién comunicar o «La sociedad como receptora» • 34
3.2.1. El receptor moviliza y determina la comunicación • 34
3.2.2. Pero ¿existe un público interesado en nuestra información científica? • 36
3.2.3. Análisis de nuestros potenciales clientes • 36
3.2.4. El problema de un público nada homogéneo • 50
3.2.5. El ejemplo de dos colectivos tan singulares como extremos:
los niños y las pymes • 52
3.3. ¿Qué comunicar? o «El contenido de los mensajes científicos» • 57
3.3.1. Informar sobre la actividad investigadora del centro • 57
3.3.2. Dificultades para divulgar • 58
3.3.3. ¿Es explicable toda la ciencia? • 61
3.4. El papel de los medios de comunicación o «Los cauces para comunicar» • 62
3.4.1. ¿Son lo medios de comunicación los malos de la película? • 62
3.4.2. Ciencia y empresas de comunicación • 63
3.4.3. La ciencia y los directores de los medios • 65
7
3.4.4. La ciencia, los periodistas científicos y los responsables
de las secciones científico-técnicas de los medios • 65
3.4.5. El ruedo visto desde el tendido de los científicos y tecnólogos • 66
3.4.6. Réplicas y dúplicas • 67
3.4.7. Algo no va bien • 70
3.4.8. ¿Pueden mejorar las cosas? • 71
3.5. La importancia del lenguaje o «El código» • 72
SEGUNDA PARTE: EL ENTORNO: LA COMUNICACIÓN DE LA CIENCIA
EN EL ZOCO DE LA COMUNICACIÓN COMERCIAL • 77
4. Navegar en una tormenta de mensajes • 79
5. Conocimientos versus productos • 81
6. Comunicar es competir • 83
7. Aprender de la comunicación comercial • 85
8. El posicionamiento como método • 87
9. El arco iris de la comunicación comercial • 89
9.1. Las relaciones públicas • 89
9.2. El marketing • 89
9.3. La publicidad • 90
9.4. La propaganda • 91
9.5. Propaganda igual a contraimagen • 92
9.6. Informar, comunicar, divulgar • 93
TERCERA PARTE: RAZONES PARA COMUNICAR • 97
10. Razones interesadas para comunicar • 99
10.1. Sobrevivir en un mundo competitivo • 101
10.2. Sentido y necesidad de la comunicación corporativa • 103
10.2.1. Política para la comunicación institucional • 104
10.2.2. La identidad corporativa • 104
10.2.3. La imagen corporativa • 104
10.2.4. La comunicación institucional • 105
8
10.2.5. La comunicación interna, un requisito previo • 105
10.3. Valor interno de la comunicación corportiva externa • 107
11. Razones sociales • 109
11.1. La ciencia, una necesidad para la sociedad • 109
11.1.1. El arte de hacerse preguntas • 109
11.1.2. El trasvase cultural de las respuestas científicas • 110
11.2. Dimensión social de la ciencia • 112
11.3. Retornos sociales de la ciencia • 112
11.3.1. Primer retorno: el derecho a una ciencia de calidad • 112
11.3.2. Segundo retorno: señalar áreas de investigación
prioritarias y evaluar los resultados • 113
11.3.3. Tercer retorno: el aumento de la cultura científico-técnica • 113
11.3.4. Cuarto retorno: el enriquecimiento del tejido empresarial • 114
11.3.5. Quinto retorno: el aumento general del bienestar social • 114
11.4. Retornos intangibles • 114
11.5. La ciencia básica..., ¿ofrece retornos o es un lujo en la sociedad actual? • 116
11.5.1. Investigación básica versus investigación pública • 117
11.5.2. ¿Ante un golpe de péndulo? • 117
11.5.3. La ciencia básica, un valor rentable a largo plazo • 119
11.5.4. Una mala inversión empobrece el futuro • 120
11.5.5. La I+D, un reciente noviazgo • 120
11.5.6. ¿A quién corresponde explotar la ciencia? • 121
CUARTA PARTE: CÓMO ORGANIZAR Y GESTIONAR LA COMUNICACIÓN
DESDE LOS CENTROS DE CIENCIA Y TECNOLOGÍA • 123
12. Una escalera de objetivos: de la información corporativa
a la extensión cultural de la ciencia • 125
13. Carácter, estructura y dependencia del departamento • 127
13.1. Finalidad del departamento • 127
13.2. Un abanico de estructuras • 128
13.2.1. El encargado de prensa • 129
13.2.2. Gabinetes externos • 130
13.2.3. Gabinetes de prensa (o de comunicación) • 130
13.2.4. Departamentos de relaciones públicas (o relaciones externas) • 131
13.2.5. El departamento de comunicación, ediciones y divulgación (DCED) • 131
9
13.3. Dependencia del DCED • 131
13.4. Competencias del DCED • 132
13.5. Perfil del responsable del DCED • 133
14. Los recursos humamos del DCED • 135
15. Las herramientas de gestión • 139
15.1. El plan de actuación • 139
15.2. El presupuesto anual • 139
15.3. Buscando fondos externos • 140
16. Productos para la comunicación corporativa • 143
16.1. Ediciones impresas • 144
16.1.1. Boletín de noticias • 144
16.1.2. Memoria anual • 145
16.1.3. Catálogos institucionales • 145
16.2. Documentales, audiovisuales y grabaciones sobre el centro • 146
16.3. La información digital: oportunidades de la Red • 146
16.3.1. Página web • 148
16.3.2. Boletines digitales • 149
QUINTA PARTE: LOS GRANDES RETOS DEL DEPARTAMENTO DE
COMUNICACIÓN, EDICIONES Y DIVULGACIÓN (DCED) • 151
17. Desafíos internos • 153
17.1. La conversión de los investigadores a la divulgación • 154
17.2. Cómo ganarse a los investigadores • 156
17.3. El investigador principal (IP) como objetivo • 157
17.4. «Tengo un resultado, ¿qué hacer con él?» • 157
17.5. Personalidad del DCED • 159
17.6. Descubrir y lanzar a científicos estrella • 161
17.7. Airear también a los autistas • 161
18. Desafíos externos • 163
18.1. Llegar al público a través de los medios de comunicación • 163
18.1.1. Tras el telón de los medios • 164
10
18.1.2. Relaciones entre los gabinetes de comunicación
y los medios de comunicación • 165
18.1.3. El departamento de comunicación, ediciones y divulgación (DCED):
objetivos claros y buenas relaciones • 167
18.2. Cómo colaborar con los medios • 168
18.2.1. El agente doble • 168
18.2.2. Dificultades para interesar a los medios en la actividad del centro • 169
18.2.3. Un servicio especializado, rápido y profesional • 170
18.2.4. El rigor, una inversión a largo plazo • 170
18.2.5. De titulares y contenidos • 171
18.2.6. El arte de la repetición • 172
18.2.7. Aceptar los accidentes informativos • 173
18.2.8. El apoyo gráfico • 173
18.2.9. Simulaciones en 3D para la televisión • 174
18.2.10. Sobre las ruedas de prensa • 174
18.2.11. Acceso directo de los informadores a científicos y tecnólogos • 175
18.2.12. El anuncio humano • 175
18.2.13. El centro como asesor • 177
SEXTA PARTE: ESTRATEGIA SIN INTERMEDIARIOS • 179
19. Acciones face to face • 181
19.1. Al intelecto por los sentidos • 182
19.2. Facilitar el cuerpo a cuerpo con los científicos • 182
19.3. Centros visitables y entendibles • 183
19.4. El valor de las vivencias personales • 184
19.5. Los centros de visitantes • 185
19.6. Si la montaña no va a Mahoma... • 186
19.7. El capital de las web particulares • 186
SÉPTIMA PARTE: LOS OTROS DESAFÍOS • 187
20. Formar comunicadores en ciencia y tecnología • 189
20.1. Formar periodistas • 190
20.2. Preparar científicos para que divulguen • 190
21. Libros y literatura de divulgación • 193
11
22. Aprovechar el potencial divulgador de los científicos que abandonan
la investigación en activo • 195
23. Apoyo al profesorado de enseñanza media • 197
24. Colaborar con los museos de ciencia, planetarios
y otras instituciones que divulgan • 201
25. Fondos económicos y rentabilidad • 203
EPÍLOGO: MITOS QUE HAY QUE DERRIBAR EN LA COMUNICACIÓN
DE LA CIENCIA • 205
1. Para comunicar la ciencia se necesitan planteamientos muy exclusivos • 205
2. Los medios de comunicación son la esencia de la comunicación • 205
3. Los desafíos del departamento de comunicación están en el exterior • 206
4. ¡Bastante tienen los científicos con hacer ciencia! • 206
5. Nada tienen que decir los sentidos a la hora de entender la ciencia • 207
6. La ciencia divulgada... ya no es ciencia • 207
7. La comunicación no necesita medios, humanos y materiales • 208
BIBLIOGRAFÍA • 209
12
Presentación
N
uestras sociedades de principio de siglo viven una revolución científica y tecnológica en
la que productos, procesos y servicios incorporan a diario innovaciones que hunden sus
raíces en los logros de la investigación básica y en su posterior aplicación.A pesar de ello,
es un hecho tan conocido como debatido que la ciencia y la tecnología no consiguen formar parte
del bagaje cultural de nuestros ciudadanos en la medida que sería deseable. La expresión «las dos
culturas», acuñada en 1959 por Charles P. Snow para expresar el divorcio entre la cultura literaria y la científica, aunque roce ya el tópico, no deja de reflejar una patente realidad actual.
Ciencia, tecnología e innovación son los eslabones de una cadena fundamental para la
sociedad de un país desarrollado y necesitan tener su reflejo en la cultura de los ciudadanos. Lo
contrario supondría condenarlos a un nuevo tipo de analfabetismo funcional, incapaces de
interpretar las profundas implicaciones económicas y sociales de la ciencia y la tecnología, sin
criterio para decidir sobre aquellas materias que, surgidas de algunas investigaciones, plantean
novedosos interrogantes sobre los que se hace necesario tomar partido y, como consumidores,
están poco preparados para valorar las innovaciones que incorporan los productos y servicios
que ofrece el mercado.
Por otra parte, no se puede esperar que una sociedad alejada culturalmente de la ciencia y la tecnología apueste decididamente por la investigación. Tampoco será fácil que sus
empresarios estén preparados para incorporar con rapidez aquellas capacidades tecnológicas
que podrían favorecer la innovación y hacerlos más competitivos.
Con el objetivo de analizar esta situación y realizar propuestas para su mejora, Cotec inició la publicación de una serie de documentos dirigidos a lograr que la ciencia y la tecnología
tuvieran una presencia creciente en los medios de comunicación social y en el acervo cultural
de los ciudadanos. El primero de ellos, titulado «Informar sobre innovación», se publicó gracias
a la colaboración de la Asociación de Periodistas de Información Económica (APIE), con el fin
de que los periodistas y los medios de comunicación comprendieran mejor la importancia creciente de la tecnología y la innovación como factores para el desarrollo económico y social, y
considerasen la necesidad de incorporarlos en sus informaciones.
Posteriormente se vio la necesidad de potenciar la comunicación sobre tecnología e
innovación mejorando la información emanada de las propias fuentes, principalmente empresas, y haciendo más fluidas y frecuentes sus relaciones con los medios. Para ello se editó el
13
manual «Comunicar la innovación. De la empresa a los medios», en cuya elaboración participó
una treintena de responsables de comunicación de empresas e instituciones que aplican la tecnología y generan innovaciones de forma habitual en el desarrollo de su negocio, y de periodistas en activo que tratan informaciones sobre ciencia, tecnología e innovación.
Pero todavía faltaba abordar la responsabilidad que tiene el propio sistema público de
I+D, principalmente las universidades y los centros tecnológicos y de investigación, en la
mejora del proceso de comunicación de la ciencia, la tecnología y la innovación y, sobre todo,
en aumentar el interés de la sociedad por estas materias y por la cultura tecnológica de los
ciudadanos.
A estas cuestiones pretende dar respuesta este nuevo manual de Cotec titulado
«Comunicar la ciencia», en el que se demuestra que las universidades y los centros de ciencia y
tecnología son actores principales para que ese cambio cultural tenga efecto en la sociedad. De
hecho es en esos lugares donde se generan y acumulan los nuevos conocimientos y, precisamente por eso, es de donde debe arrancar gran parte de las acciones encaminadas a comunicar y
divulgar los avances científicos y tecnológicos; en especial, sus efectos en el crecimiento económico y en la mejora del bienestar de los ciudadanos.
El documento ha sido elaborado por Luis A. Martínez Sáez, miembro de diversas comisiones de trabajo de Cotec relacionadas con los efectos sociales y económicos de la innovación
y Jefe del Gabinete de Dirección del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC), donde ha desarrollado la mayor parte de su carrera profesional desde su incorporación en 1984, desempeñando, además de las tareas del Gabinete de la Dirección, el diseño, desarrollo y dirección de la
política de información y la estructura de la comunicación y divulgación científica.
Licenciado en Ciencias Físicas, Martínez Sáez es también miembro de la Comisión
Asesora del Museo de la Ciencia y el Cosmos del Cabildo de Tenerife y del Consejo de
Administración de la Sociedad Parque Científico y Tecnológico de Tenerife, responsable de
información y divulgación del proyecto Gran Telescopio de Canarias (GTC) y profesor del
Máster de Comunicación Científica del Institut d’Educació Continua de la Universitat
Pompeu Fabra.
Partiendo de la idea de que la ciencia es un bien que, como tal, debe ser compartido con
todos los ciudadanos, y tras reflexionar sobre la responsabilidad social que encierra toda labor
investigadora, de manera especial la financiada con fondos públicos, el autor expone a partir de
su propia experiencia formas prácticas de organizar y gestionar la comunicación, pero también
la divulgación científica desde los centros de investigación, tras analizar las dificultades objetivas que entraña dicha tarea, con el convencimiento de que extender la ciencia y la tecnología
de manera comprensible para los ciudadanos para aumentar su nivel cultural sobre estas materias, lejos de ser un lujo, es una imperiosa necesidad que beneficia a todos.
En definitiva, el documento describe, desde las singularidades que presentan la ciencia
y la tecnología para su divulgación, las herramientas que deben manejarse para informar de los
14
hallazgos de una manera profesional o los problemas que supone el entorno para que la comunicación sea eficaz, hasta la necesidad de convencer a los investigadores para que colaboren en
este trabajo, favoreciendo así su relación con los medios de comunicación y con los ciudadanos. Se hace especial hincapié en las actividades dirigidas a los profesores y escolares, y en la
importancia que tiene organizar la apertura de las instalaciones científicas a las visitas para que
los ciudadanos puedan experimentar, de manera directa, los avances de la ciencia y la tecnología, y reconocer y valorar sus consecuencias económicas y sociales.
15
Introducción
E
l título presupone, lo cual no es poco, que los organismos públicos de investigación,
departamentos universitarios, centros tecnológicos y, en general, empresas, entidades y
grupos que hacen investigación o tecnología deben comunicar, es decir, dirigirse a ámbitos externos a su mundo especializado y contar qué son, lo que hacen y la importancia y utilidad que tiene su trabajo para la sociedad. Nos referimos, por tanto, no solo a la mera comunicación institucional, sino también a comunicar en el sentido de divulgar, de transmitir conocimientos científicos al gran público, salvando los problemas y obstáculos que conlleva acercar
nociones y resultados científicos a la sociedad.
El punto de mira de este documento está puesto en nuestro país y se refiere, de manera
preferente, a la comunicación de aquellos aspectos singulares que posee un centro de ciencia o
de tecnología, y a la tarea investigadora que desarrollan. Y ello porque son estos los aspectos
que presentan una mayor dificultad. No es posible explicar al gran público las líneas de investigación de un centro y los resultados que alcanza sin explicar los conocimientos científicos que
los fundamentan. Es decir, desde un principio se pone el énfasis en el trabajo de los científicos
y tecnólogos y en sus resultados, pues la importancia de los centros, por encima de su organización y medios instrumentales, radica en sus cuadros investigadores.
La comunicación al gran público, sea corporativa o sobre los resultados de su actividad,
debería formar parte de los objetivos de los centros de investigación, pero salvo excepciones no
ha sido considerada por los responsables de su gestión una tarea fundamental. La tarea cultural de extender la ciencia al gran público se percibe habitualmente como una labor ajena al
investigador y, desde luego, no consustancial con el trabajo científico. Incluso hoy día no es difícil mantener discusiones vivas con personas del mundo de la investigación, que mantienen a
capa y espada que los centros, los grupos de investigación y los científicos o tecnólogos deben
dedicarse exclusivamente a su trabajo (hacer ciencia y tecnología) y dejar para los medios de
comunicación o para las revistas de curiosidad científica la responsabilidad exclusiva de dar a
conocer su trabajo al gran público.
Por ello, plantear que los centros de investigación científica y los de desarrollo tecnológico deban disponer de un sistema de comunicación cualificado, que vaya más allá de la comunicación corporativa, significa un cambio importante en el enfoque de sus relaciones con la sociedad.
En resumen, la experiencia nos dice que comunicar la ciencia supone, por lo general,
remar al mismo tiempo contra tres corrientes: la resistencia natural de los centros y de los pro17
pios científicos, la actitud y dificultades que aportan los medios de comunicación y, por último,
pero no por ello menos importante, el problema de los ciudadanos para entender la ciencia y la
tecnología que se pretende comunicar. Tres culturas sólidamente arraigadas y poco favorecedoras que, en términos de comunicación, afectan al emisor, al cauce y al receptor. Una situación
que hace, sin embargo, que el desafío sea mucho más apasionante.
Por último, no viene mal «poner la venda antes de que sangre la herida». En una materia como la comunicación, de la que se ha escrito y se escribe tanto, ¿cabe decir algo nuevo? Por
lo que respecta a la comunicación corporativa, es cierto que poco hay que añadir. Desde sus primeros pasos hasta la llamada sociedad de la información, la comunicación ha sido uno de los
fenómenos estelares del siglo XX y, sin duda, lo será mucho más aún en el XXI. Lo hará, además, impulsada por el desarrollo de las tecnologías más avanzadas. Precisamente por ello es una
de las actividades más estudiadas. Expertos en semiología, sociólogos, politólogos, profesores de
las facultades de Comunicación, comunicadores especializados, periodistas expertos en gabinetes de prensa y un largo etcétera han analizado esta actividad desde sus múltiples facetas y han
escrito libros llenos de reflexiones y experiencias a los que parece difícil aportar algo de interés. Si a ellos sumamos además todos los teóricos del marketing, de las relaciones públicas y, en
general, cuantos se han interesado por analizar las relaciones producto-mercado, y las técnicas
para difundir los mensajes, no parece existir hueco alguno que llenar.
Con este panorama por delante, el presente documento parecería una osadía si su objetivo primordial no fuese la comunicación de la investigación científica y no sólo la institucional,
relativa a los centros donde se genera, dado que la ciencia y la tecnología son materias peculiares para la comunicación, como también lo son los investigadores y sus relaciones con los profesionales de los medios de comunicación y con la propia sociedad.
Así las cosas, vaya por delante que nadie pretende vender arena en el desierto. Este análisis se dirige, en primer lugar, a quienes teniendo la responsabilidad de gestionar centros o entidades de ciencia o de tecnología quizás sepan menos de la necesidad de comunicar lo que
hacen, o de cómo hacerlo, para que su actividad sea entendida. Tal vez pueda servir también a
aquellos investigadores que sienten una inclinación positiva por dar a conocer su trabajo al gran
público y comprenden los beneficios que de ello se deriva para la sociedad y para su investigación. Por otra parte, también puede ser útil para aquellos profesionales de la comunicación que
o bien están relacionados con centros de investigación o sencillamente se interesan por estas
materias, porque, sin duda alguna, la divulgación científica es un campo con enormes posibilidades en todo el mundo, cuyo futuro tan sólo acaba de empezar.
En todo caso, y puesto que hay un largo camino por recorrer, será menos difícil abordarlo desde el convencimiento de que comunicar la ciencia, dificultades aparte, es una de las tareas
más gratificantes para quienes la desarrollan.
Antes de pasar al núcleo de este trabajo, consistente en cómo organizar y gestionar la
comunicación en los centros científicos y tecnológicos, vamos a plantearnos algunas preguntas
18
tan previas como necesarias: ¿Qué entendemos por comunicar? ¿Por qué comunicar la ciencia
y la tecnología? ¿Qué tipo de materias son éstas para la comunicación? ¿Qué singularidades tienen los emisores (centros, grupos de investigación científica o tecnológica) a la hora de comunicar? ¿Qué preparación tiene la sociedad para recibir y entender los mensajes que provienen
del campo de la ciencia? ¿Qué papel deben jugar los medios de comunicación como intermediarios del proceso? La comunicación desde los centros, ¿tiene algo que aprender de los enfoques y las técnicas utilizadas en el marketing y la publicidad?
En la primera parte se describe el proceso general de la comunicación y su aplicación a
la ciencia. En la segunda se analiza el entorno en el que debe moverse la comunicación científica y tecnológica. La tercera describe las razones por las que se debe comunicar la ciencia desde
las universidades y los centros de investigación y tecnología. En la cuarta se habla de cómo
organizar y gestionar la comunicación. En la quinta se describen los grandes retos internos y
externos de un departamento de comunicación. La sexta contempla las posibilidades de una
comunicación sin intermediarios. La séptima habla de lo que se ha descrito como los otros desafíos del departamento de comunicación. El epílogo quiere ser un resumen del documento en
forma de mitos que hay que destruir en la comunicación de la ciencia.
19
PRIMERA PARTE
La ciencia y la tecnología
en el proceso de la comunicación
1. La comunicación de mensajes
L
a esencia del proceso de la comunicación no parece complicada: «un emisor, a través de
un canal transmisor, hace llegar un mensaje codificado a un receptor», al que se le supone capaz de decodificarlo y entenderlo. Dicho de otro modo, «alguien dice algo a
alguien» y lo hace utilizando un código y un vehículo para hacerle llegar su mensaje. Al emisor se le supone la voluntad de que esta transmisión sea eficaz y logre en el receptor el efecto
deseado.
En esta cadena, aparentemente sencilla, pueden fallar todos y cada uno de sus eslabones: desde la no transformación adecuada de la idea inicial en un mensaje codificado hasta la
mala elección del medio para transmitirlo, pasando por la imposibilidad del receptor de acceder a ese medio o decodificarlo correctamente.
Cuando el canal de transmisión son los medios de comunicación, la comunicación se ve
sometida a los modos y limitaciones propios de dicho canal dependiendo de su criterio y sus
intereses para expandir la información que contiene. De esta forma, la comunicación puede
quedar interrumpida por su base, puesto que los medios son plataformas limitadas que deben
seleccionar la información que difunden.Además, lejos de comportarse como eslabones inertes,
son agentes activos, con personalidad propia en la manera de entender los hechos, las ideas y la
sociedad. No hablamos únicamente de que el medio llegue a convertirse en el mensaje
(McLuhan) al conformar la mente de los ciudadanos para recibir los contenidos; señalamos más
bien que los medios de comunicación tienen una línea ideológica definida además de depender
de los intereses económicos de los grupos que los soportan.
Para el politólogo norteamericano Harold Dwight Lasswell (1902-1978), el proceso de
comunicación es siempre interesado (Lasswell, 1936) y ofrece las siguientes etapas: quién dice,
qué dice, por qué dice, a quién dice, con qué efectos lo dice.Aunque Lasswell analice fundamentalmente el impacto social en la comunicación política, el proceso descrito es válido en general
y, si lo tomamos como estructura modelo, es porque, además de su sencillez, aporta la idea de
que toda comunicación como tal tiene la intención de ser eficaz y de lograr efectos mensurables.
23
2. Cuando la ciencia es el mensaje
E
n la transmisión de mensajes científicos y tecnológicos (logros de los investigadores,
noticias, conocimientos, etc.) encontramos un proceso con los mismos eslabones que la
de otros mensajes. La ciencia no es un mundo aparte tan diferente a los demás que nada
tenga que ver con ellos. Esta idea, reincidente en este texto, nos parece esencial: parte del éxito
de comunicar la ciencia y la tecnología tiene mucho que ver con la capacidad para adoptar técnicas, tan probadas como eficaces, que se aplican a la comunicación de otros mensajes, como las
que se utilizan, por ejemplo, en la comunicación comercial.
No obstante, para nuestro empeño, la ciencia supone un desafío muy especial. La naturaleza de sus mensajes presenta una dificultad singular a los cauces de transmisión, que lógicamente necesitan o desean entender previamente lo que van a transmitir; dificultad que igualmente afecta a los destinatarios, quienes deben tener las claves para descodificar y asimilar esas
materias. Todo ello hace que sea conveniente examinar el proceso de la comunicación, eslabón
por eslabón, cuando se trata de aplicarlo a los mensajes científicos y tecnológicos.
25
3. Protagonistas de la comunicación
científico-técnica
3.1. Quién debe comunicar o «La fuente de los mensajes científicos»
El emisor es el primer eslabón de la cadena de la comunicación: posee las ideas y conocimientos que originan los mensajes, y elige, además, los códigos con los que transmitirlos de
acuerdo con la estrategia que haya definido para llegar a los destinatarios.
Partiendo del hecho de que nadie da lo que no tiene, el primer paso para la comunicación de la ciencia lo tiene que dar evidentemente el mundo científico y el tecnológico. Unos
verán en esto una responsabilidad y otros no, pero el hecho es que sólo puede comunicar aquel
que tiene algo que decir. La ciencia, la tecnología y la innovación no se producen en los periódicos o revistas, ni en las cadenas de televisión, ni tampoco en la radio. Se genera en los centros,
empresas y entidades donde se investiga o se innova. Trasladar sin más, como tantas veces se
hace, esa responsabilidad a los periodistas o a los medios de comunicación es una opción o vía
equivocada de eludir los propios deberes. Eso sí: estamos ante una responsabilidad global con
prioridad sobre una obligación individual de tal o cual científico.
Quizás haya llegado la hora de corregir este desenfoque histórico. De manera especial, el mundo de la ciencia ha considerado que la comunicación era cuestión exclusiva de los
periodistas. Por aquello de «zapatero a tus zapatos», el científico piensa que su tarea debe
limitarse a hacer ciencia de calidad y a darla a conocer al resto de sus colegas: en parte, no
le falta razón porque el fruto de su trabajo enriquece a todos. Enfrascado muchas veces en
su tarea, al científico le gusta pensar que son los comunicadores, cuya función es enterarse
de las cosas y darlas a conocer, los que estarían obligados a interesarse por los asuntos de la
ciencia, documentarse bien y elaborar informaciones válidas para ser publicadas en los
medios de comunicación; y, además, de manera comprensible y atractiva. En esta idea ha
existido una auténtica dejación por parte de centros, científicos y también tecnólogos sobre
su papel en la cadena de información y la divulgación científica. A ello ha contribuido, sin
duda, la proliferación de malas experiencias en las que, tras hacer un considerable esfuerzo
por explicar un hallazgo, el investigador ha visto horrorizado cómo sus declaraciones se
recogían con una total ausencia de rigor comparándolas con sus palabras originales, cuando
no resbalaban sin más de forma extravagante o exagerada —y en todo caso errática— sobre
lo que había expuesto simple y llanamente.
27
En la actualidad, con la proliferación de los gabinetes y departamentos de comunicación, creados por lo general para difundir una buena imagen institucional, los medios se ven
bombardeados diariamente por una nube de comunicados de prensa, a veces tan diversos, si no
contradictorias, unos de otros. Esto les permite permanecer pasivos, a la espera de la multitud
de informaciones que les llegan sin necesidad de salir a buscarlas, de modo que su tarea se hace
más fácil al tener que decidir sobre aquellas materias que merecen atención y profundizar en
ellas si resulta conveniente. Lamentablemente, y a diferencia de otras materias —política, economía o deportes, por ejemplo—, y salvo excepciones, el periodismo de investigación no se
orienta hacia temas relacionados con la ciencia.
En definitiva, la comunicación de la ciencia y la tecnología debe nacer en los centros
de investigación, en las universidades y en algunas entidades sin fines lucrativos dedicadas a
tareas de investigación. Como después veremos, el caso de la investigación e innovación de
las empresas exige un tratamiento algo diferente. El primer eslabón del acto de comunicar
debe originarse en el lugar del trabajo de los científicos y tecnólogos, allí donde quiera que
estén trabajando.
Aun así, nada de esto se producirá sin un interés efectivo por poner en marcha el proceso comunicador y sin unos medios adecuados para llevar a cabo dicho proceso. Disociar la
investigación del deseo de comunicarla al gran público es permanecer en la torre de marfil,
sentarse en el Olimpo del conocimiento y esperar, con una suficiencia trasnochada, a que los
medios vengan a nosotros para suplicarnos que les demos parte de nuestros maravillosos
tesoros. Rara vez esto funciona así. La noticia científica o tecnológica que, por su importancia y dosis de actualidad, es capaz de poner en marcha el proceso de la comunicación surge
de las novedades y logros que consigan los investigadores. Y ello es así con independencia
de que los investigadores tengan o no conciencia, o interés personal, para divulgar lo que
hacen, o de que los centros, como tales, dispongan de medios institucionales para que puedan hacerlo.
Que el punto focal del origen de las noticias científicas y técnicas esté en el lado de los
científicos y tecnólogos en nada contradice la necesidad de que aumente llamativamente el
número de periodistas y comunicadores que se especialicen en ciencia. De su buena formación
dependerá que estén preparados para informar de las investigaciones que se llevan a cabo en
las nuevas fronteras de la investigación.
Parece interesante, por consiguiente, revisar esquemáticamente el sistema donde se producen estos conocimientos, y algunos datos que dan idea de su importancia.
3.1.1. El sistema español de innovación
El sistema español de innovación abarca desde los agentes que intervienen en la producción de conocimientos científicos y técnicos hasta la producción de innovaciones productivas en
28
las empresas. Para amplios sectores, es precisamente el eslabón de la innovación el que permite una mayor competitividad de las empresas y da razón de ser al resto de la cadena.
Ciertamente existe un necesario reparto de funciones entre todos los integrantes del sistema. «Así, si bien es evidente que la generación del conocimiento científico y tecnológico es la
principal preocupación de las organizaciones públicas o privadas de investigación y desarrollo
(I+D), es muy frecuente que este conocimiento se ofrezca en forma de aplicación. También el
tejido productivo, naturalmente orientado a la aplicación, descubre en su trabajo habitual nuevos conocimientos, que pueden plantear cuestiones que serán objeto de nuevas investigaciones.
Estas dos componentes comparten y contribuyen a ampliar la base de conocimiento que alimenta el continuo cambio tecnológico.» (Cotec, 1998).
Este sistema está integrado, a su vez, por los siguientes subsistemas o agentes:
•
•
•
•
•
Administraciones públicas.
Sistema público de I+D.
Infraestructuras de soporte a la innovación.
Empresas.
Entorno.
Cada subsistema juega su particular papel y cuenta con unos medios que nos interesa
conocer, al menos globalmente, para analizar después sus peculiaridades a la hora de comunicar aquello que hacen y su función en este entramado.
Las administraciones públicas son responsables de desarrollar las políticas de apoyo a la
investigación científica y al desarrollo tecnológico, y de propiciar las condiciones para aumentar la innovación competitiva en las empresas.
El sistema público de I+D integra las universidades de carácter público (la gran
mayoría) y los organismos públicos de investigación (OPI) y es en dicho sistema donde se
genera la casi totalidad del conocimiento mediante la investigación científica y el desarrollo
tecnológico.
Las infraestructuras de soporte a la innovación, entre las que cabe destacar a los centros
y parques tecnológicos, facilitan la transformación de resultados científicos en innovaciones
productivas por parte de las empresas.
Las empresas, además de la investigación que puedan realizar, son las generadoras natas
de las innovaciones productivas.
El entorno aparece también como factor determinante en esta estructura, puesto que en
él se integra la demanda, los recursos financieros y humanos, y es un eslabón que contribuye de
manera decisiva a los resultados finales.
No es objeto de este documento hacer un análisis de nuestro sistema de I+D+i.
Afortunadamente es una materia en el punto de mira de instituciones, científicos, tecnólo29
gos, profesores universitarios, gestores de centros de investigación, periodistas especializados e, incluso, de políticos y parlamentarios. Por ello, podemos consultar estudios tan completos y rigurosos como el elaborado por la Fundación Cotec («El sistema español de innovación. Diagnóstico y recomendaciones, 1998») y sus sucesivos informes anuales, que incluyen desde la evolución de los principales indicadores hasta numerosos diagnósticos y recomendaciones, pasando por una multitud de artículos, como la trilogía de José Luis Barbería,
escrita bajo el título «El inaplazable reto del Made in Spain» (Barbería, 2005), o las continuas declaraciones y manifiestos de científicos y tecnólogos que reclaman una mayor atención a la I+D+i por parte de nuestros gestores públicos en lugar de tantas promesas y palabras grandilocuentes.
No obstante, no por obvio deja de ser conveniente resaltar lo imposible que es separar,
como si se tratase de un conjunto de islotes aislados, los muy diversos parámetros que dibujan nuestra realidad científico-técnica y su reflejo en la innovación del tejido productivo. Así, por ejemplo,
por citar sólo algunos de ellos, los planes de estudio de las enseñanzas previas a las superiores, la
orientación de nuestras universidades a la hora de formar futuros profesionales, los factores que
cooperan (o deberían cooperar) a la creación de una cultura suficiente de nuestros ciudadanos en
estas materias, la formación de la mayoría de nuestros empresarios, la mentalidad de nuestros gestores públicos para con estos temas y su capacidad para diseñar las políticas científicas adecuadas
y su posterior reflejo en los Planes Nacionales de I+D+i, el número y la calidad de nuestros comunicadores, etc., etc., constituyen un entramado de factores que, aunque aparentemente independientes, se encuentran íntimamente relacionados entre sí y son los que, en definitiva, dibujan el cuadro de nuestra realidad. Es decir, si el esfuerzo de España en I+D+i es realmente insuficiente y no
se corresponde con el de los países de nuestro entorno, pues estamos ante un hecho que tal vez
tenga mucho que ver con la cultura de nuestros ciudadanos, de nuestros políticos y también de
nuestros empresarios, pero también con la poca exigencia de unos medios de comunicación que
reacciona tan pobremente ante estas materias y esta situación o que simplemente sale a flote la
falta de peso objetivo de nuestro científicos y tecnólogos en nuestra sociedad. Si nuestras empresas invierten poco en investigación o son escasamente innovadoras, además de achacarlo a otras
complejidades y razones incluso históricas, quizás pueda deberse a la escasa capacidad de nuestras
universidades para producir licenciados con la adecuada preparación y el espíritu de riesgo necesario para convertirse en emprendedores y crear empresas innovadoras.
No es de extrañar que las empresas detecten considerables insuficiencias en los titulados superiores cuando éstos se incorporan a la vida laboral activa. En efecto, «las compañías se
quejan de la falta de formación práctica, aptitud para el trabajo en equipo y dominio de los idiomas de los titulados.» (Pérez de Pablos, 2005). Este es el resultado, entre otros, de un estudio
realizado por la Fundación Conocimiento y Desarrollo (CYD), tras consultar a 404 empresas y
examinar 12 aspectos básicos de los licenciados.
30
3.1.2. La comunicación desde el sistema de I+D+i
La comunicación desde los diferentes subsistemas ofrece puntos de coincidencia y también peculiaridades específicas de cada uno de ellos. No es lo mismo comunicar conocimientos
de ciencia fundamental que informar sobre nuevas tecnologías o determinadas innovaciones
obtenidas por una compañía que consigue incorporar su marca a un producto de consumo.
Veamos los matices que ofrecen diferentes tipos de investigación y también los estados de opinión reinantes hoy en día sobre ellos.
Comunicar desde el sistema público de I+D
El núcleo duro de la investigación, tanto de la básica como de la aplicada, se lleva a cabo
con fondos públicos y se realiza preferentemente en el ámbito del denominado sistema público
de investigación (SPI); es decir, en los organismos públicos de investigación (OPI) y centros
equiparados, y en las universidades, que en su gran mayoría son públicas.
El sistema público es, por consiguiente, la mayor fuente de nuevo conocimiento, por lo
que puede considerarse que sus centros e investigadores tienen contraída una doble responsabilidad: por una parte, con el tejido productivo, en el sentido de procurar que las empresas se
lleguen a beneficiar de nutrientes para sus innovaciones; por otra, también se puede hablar de
la gran responsabilidad cultural que organismos, centros y universidades tienen para con la
sociedad en vistas a elevar el nivel de conocimientos de los ciudadanos.
Uno de los objetivos de este documento es el de convencer de la rentabilidad que supone comunicar los resultados de las investigaciones científicas y tecnológicas, y de los medios que
es necesario instrumentar para llevar a cabo esta comunicación.
Lamentablemente nuestro sistema público de investigación no ha favorecido, por lo
general, ni la transferencia de tecnología ni la divulgación científica. Para la gran mayoría de los
investigadores, divulgar su trabajo entre el gran público supone una tarea añadida sin compensación económica ni reconocimiento académico alguno. A ello hay que sumar la mirada recelosa de gran parte de sus colegas, para quienes en muchos casos resulta poco riguroso, aparte de
nada gratificante, dar explicaciones a un público no experto que se muestra poco cualificado
para entender ese tipo de conocimientos.
En una comunicación del redactor de Mundo Científico, Ignacio Bravo, titulada
«Divulgación científica: una actividad penalizada», al referirse el autor a la actitud de los propios científicos sobre la conveniencia o no de practicar la divulgación científica, afirma haberse
encontrado con un amplio espectro de respuestas, dentro del cual se encuentra «la crítica más
agria que estigmatiza a los compañeros científicos que hacen divulgación, acusándoles de buscar protagonismo social.» (Bravo, 1999).
31
El mismo autor se refiere también al hecho ya citado de que «en su currículum vitae
como profesional de la ciencia la labor de divulgación científica no le reporta nada, es un cero
a sumar a los méritos, muchos o pocos que ya posea.»
No obstante, esta situación, como veremos más adelante, está mejorando considerablemente, viendo cómo cada día existen más científicos que consideran la divulgación uno de los
capítulos donde tiene que mejorar considerablemente el sistema. (*)
Comunicar desde las empresas
Las diferencias entre la investigación pública y la privada tienen también su reflejo
en la comunicación de los resultados. «El debate sobre investigación básica o investigación
aplicada acostumbra a encubrir una disyuntiva de más trascendencia social entre conocimiento libre y conocimiento propietario. El primero se produce fundamentalmente a través
de las instituciones que configuran la ciencia abierta, basada en la difusión rápida y generalizada de los descubrimientos, para que los poco fiables puedan ser descartados y el resto
confirmarse y combinarse de manera fructífera con los conocimientos fiables ya existentes.
El conocimiento propietario se sostiene en los derechos sobre la propiedad intelectual que
confieren poder de monopolio a sus titulares en el uso y disfrute de los descubrimientos.»
(Vicente Salas, ANECA, 2004).
Así como una gran parte de la investigación básica (hasta el 85%) se lleva a cabo en
los OPI y en las universidades, la investigación hecha en las empresas se produce, por lo
general, bajo contrato o busca desarrollar tecnologías útiles para innovaciones productivas
concretas. Por tanto, mientras que la investigación surgida de las universidades y centros
públicos de investigación suele ser no finalista y sus resultados compiten por salir a la luz
cuanto antes en las revistas científicas de la especialidad, la investigación en empresas privadas acostumbra a mantenerse bajo el más riguroso secreto, ya que de ello dependerá ser los
primeros en el registro de las correspondientes patentes y batir a los competidores. «Pero,
sobre todo, el mayor problema para reflejar adecuadamente la innovación es la falta de
transparencia de las empresas, que muchas veces no tienen ningún interés en contar lo que
están haciendo por dos razones básicamente: no dar pistas a los competidores y el hecho de
que innovan para sí mismas (a partir de la investigación y desarrollo internos) y no existe
estímulo para hacer públicos los resultados.» (Ruiz de Elvira, 2004). «En el mundo de la
innovación tecnológica, las leyes y los modos son bien distintos. (...) La vara de medir la innovación son las patentes, no los estudios publicados de libre acceso. La información es opaca
y no fluye regularmente en ninguna dirección. Tampoco hacia los medios de comunicación.
(*) En 1998 el Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC) rompió moldes puntuando hasta con 5 puntos sobre 100 los esfuerzos divulgadores
de los aspirantes a una plaza de Astrofísico del Gobierno de Canarias en el IAC.
32
Los protagonistas de la innovación tecnológica raramente difunden con continuidad sus
resultados. (...) La difusión suele ser ocasional. (...) En gran parte de las ocasiones subyace
una campaña de lanzamiento comercial. (...) Y, en consecuencia, el periodista especializado
en ciencia y tecnología reacciona con recelo.» (Aguirre de Cárcer, 2004).
En el mundo empresarial ser competitivos es la única arma para sobrevivir, porque
investigar es caro, muy caro, aunque colectivamente sea mucho más caro no hacerlo. «Hace cuatro años un estudio decía que desarrollar una molécula costaba 414 millones de euros; el año
pasado, otro estudio hablaba de 660 millones. Lo cierto es que con el conocimiento actual podemos producir un montón de moléculas, pero cuesta un montón de dinero. Y hay muy pocos
sitios en el mundo que pueden permitírselo, sólo los países ricos. Eso es un problema. Lo que
está pasando es que nuestra capacidad de innovación va por delante de nuestra capacidad para
pagar por ella. Pero, bueno, al fin y al cabo estas cuestiones son importantes, son cosa de vida o
muerte; se paga mucho dinero por tener una molécula que prolonga la vida. Así que es un problema ético, la sociedad debe decidir si quiere invertir más dinero en salud, en mejorar la vida
de la gente, o en defensa, por ejemplo.» (Salomone, 2004).
La información sobre las innovaciones se produce, por lo general, cuando el producto,
proceso o servicio que las incorpora sale al mercado, por lo que se presenta envuelto en forma
de campañas de marketing y de publicidad. Sin este tipo de comunicación, los posibles compradores nunca sabrían de su existencia. En definitiva, lo habitual es que las novedades permanezcan en la sombra hasta que sean aptas para el consumo. Lógicamente esto no es un dogma, ya
que en algunas ramas de la investigación la difusión de informaciones parciales protegidas se
usa mucho para obtener inversores, sobre todo si la empresa cotiza en bolsa.
La comunicación sobre innovaciones tecnológicas rara vez relaciona éstas con la investigación básica que las ha hecho posibles, situación que contribuye al estado de opinión ya descrito, que ve en la investigación fundamental un lujo poco productivo. Así, aunque los ciudadanos utilicen multitud de productos basados en tecnologías muy avanzadas, desconocen por completo el trasfondo científico que subyace en ellas, contribuyendo a la escasa cultura social sobre
estas materias.
La investigación de las empresas aparece también en la prensa en el ámbito de las páginas salmón. Existe poca literatura sobre este particular salvo aquella que relaciona directamente las novedades de una marca con sus resultados económicos. Se echa en falta información
sobre líneas de investigación, equipos humanos ocupados en los desarrollos u otro tipo de noticias que indiquen el esfuerzo que las empresas dedican a este campo.
Por otro lado, el panorama se completa con nuestra realidad en algunos campos.
«Apenas una de cada cuatro empresas españolas es innovadora, lo que, unido a que el 80% de
la facturación de las compañías centradas en biotecnología depende de las grandes firmas
extranjeras, supone que una gran parte de las noticias que llegan a las redacciones sobre I+D+i
proviene de multinacionales ubicadas fuera de España.» (Gutiérrez, 2004).
33
Comunicar desde las infraestructuras de soporte a la innovación
Las infraestructuras de soporte a la innovación constituyen un capítulo que adquiere
cada día más peso en nuestro sistema.
«Las infraestructuras de soporte a la innovación son elementos destacados de cualquier
sistema nacional de innovación... En este subsistema se incluyen todas aquellas entidades cuya
misión es proporcionar medios materiales y humanos, y que se responsabilizan de llevar a cabo
trabajos tecnológicos de muy diversa índole, que van desde la realización de proyectos de I+D
a ensayos y medidas.» (Cotec, 2004).
Dentro de este capítulo podemos identificar un conjunto de organizaciones, entidades y, en
definitiva, fórmulas, nacidas para lograr el difícil empeño de buscar un entendimiento provechoso
entre el mundo de la investigación y el de la productividad empresarial. A veces son de carácter
público y otras privado. En ocasiones surgen de abajo a arriba y en otras, por el contrario, han nacido por el impulso de las administraciones autonómicas u otras voluntades.Algunos se inscriben en
un sector concreto, mientras otros pretenden objetivos generales. Es un concepto variopinto que
cubre un amplio espectro de fórmulas, nombres y personalidades jurídicas: centros tecnológicos,
parques tecnológicos, centros europeos de empresa e innovación (CEEI), fundaciones universidadempresa (FUE), organismos y agencias de fomento de la innovación, centros de innovación y tecnología (CIT), oficinas de transferencia de resultados de la investigación (OTRI), etc.A todas ellas
se vienen a sumar también los parques científicos. (Para más información, ver Villanueva, 1999).
Datos recientes hablan del éxito de los parques tecnológicos en nuestro país. Según un
estudio elaborado por la consultora DBK, el 72% de los parques operativos opta por la fórmula
de sociedad anónima como forma de gestión, mientras que el 21% está dirigido directamente por
organismos públicos y sólo un parque ha adoptado la forma de fundación. El mismo estudio expone que el número de parques científicos y tecnológicos en España se triplicará en 2006 hasta
alcanzar un total de 46 con una superficie de 31 millones de metros cuadrados. (Gómez Sal, 2004).
Todos estos centros de interfaz manejan resultados y desarrollan una actividad, por lo
general, tecnológica o de ciencia aplicada, muy ligada en ocasiones a sectores empresariales o a
ámbitos territoriales concretos, que deberían ser mejor divulgados al gran público. Ofrecen la
ventaja de que, al estar muy orientados al tejido productivo del entorno, mantienen con facilidad puntos de contacto con la sociedad inmediata a la que sirven.
3.2. A quién cominicarlo o «La sociedad como receptora»
3.2.1. El receptor moviliza y determina la comunicación
El receptor es el otro gran protagonista en la comunicación. Como destinatario del proceso, es su gran instigador. El receptor es el término que provoca y pone en marcha al emisor para
34
que desencadene el proceso. Nadie, salvo que desee autojustificarse o cumplir con un requisito
legal, se esfuerza por lanzar mensajes al vacío. El emisor, cuando comunica, quiere algo del receptor, aunque sólo sea que lo escuche, lo comprenda y se convierta de alguna forma en su aliado.
El caso de la comunicación comercial es paradigmático: se comunica para vender algo
que el receptor necesita o parece necesitar. La comunicación comercial juega con las cartas al
descubierto: el gran motor del acto de comunicar, de la elección y codificación de los mensajes,
de la cuidadosa selección de los medios y de su estética de transmisión hay que buscarlo en el
destinatario. De la condición, capacidad y cultura de éste depende el enfoque y la estructura de
la comunicación. Sólo así será eficaz. No se gana un cliente si no se gana su mente. Por ello, todo
proceso de comunicación organizada arranca con el estudio detenido del destinatario en relación con nuestras ideas, mensajes o productos.
¿Es esto aplicable a la comunicación de la ciencia? No del todo y de ahí nuestro problema.Aparentemente nuestros receptores (los ciudadanos) ni reclaman ni parecen necesitar nada
cultural de los científicos. No movilizan nada. Su afán de saber más, de integrar la ciencia en su
cultura, si existe, no aflora abiertamente a la superficie. Tal vez por ello, lamentablemente, nuestros emisores no sienten a su vez necesidad alguna de dar respuestas, ya que en principio no se
socorre a quien nada pide. Nuestros científicos no tienen conciencia de tener que vender nada
a alguien y, mucho menos aún, que de ello pueda depender su supervivencia. Aunque parezca
increíble, el gran colectivo de investigadores, que tanto se queja a veces de falta de medios o de
no obtener el reconocimiento social que merece su trabajo y la propia ciencia, no percibe con
claridad la conveniencia de buscar en la sociedad su mejor aliado, e incluso son escasos los que
consideran necesario un cambio en su actitud. Dedicados plenamente a su tarea, tantas veces
relacionada directa o indirectamente con la solución de problemas sociales, parecen esperar a
que sea la propia sociedad la que descubra el valor de su esfuerzo y lo premie sin necesidad de
dar explicaciones. Colocan su frontera en hacer ciencia de calidad dejando a otros la tarea de
divulgarla. La mezcla de un mal entendido pudor con una buena dosis de suficiencia completan
su postura. «El saber universitario, tiende a no divulgar conocimientos», decía el profesor
Alejandro Nieto, con motivo de recibir el Premio Nacional de Ensayo (Villena, 1997). Más adelante veremos, no obstante, que ya son muchas las voces que surgen desde la orilla de la investigación que piden cambiar esta cultura ante la necesidad de acercarse a la sociedad y que ésta
sepa valorar la labor de los científicos.
La propia sociedad, sea o no consciente de ello, está metida de lleno en un cambio esencial. El profesor Francisco Sánchez, fundador y director del Instituto de Astrofísica de Canarias,
decía: «Estamos viviendo una época histórica de rápida transformación.Tanto nuestra visión del
mundo, como los valores básicos, la estructura social y la estructura política están cambiando
muy deprisa. Es prematuro poder saber cuál va a ser el resultado final de este cambio, pero hay
tendencias claras que apuntan hacia la instauración de una sociedad del saber. En las sociedades más avanzadas se ve ya cómo es el conocimiento, el nuevo recurso fundamental que va ocu35
pando el núcleo social y económico. “El factor de producción absolutamente decisivo ha dejado de ser el capital, o el suelo o la mano de obra; ahora es el conocimiento. (P. F. Drucker, La
sociedad capitalista, 1993)”. Unas sociedades más deprisa y otras a menor velocidad, pero la tendencia general es ir hacia pueblos más cultos, entendiendo por cultura el patrimonio completo
del sentir y del saber humano. En esta cultura moderna cada vez es mayor el contenido científico y técnico.» (Citado por Carmen del Puerto en su tesis doctoral, pág. 53, 1999).
3.2.2. Pero ¿existe un público interesado en nuestra información científica?
Para muchos, «no hay mercado para la ciencia». Parece ser la disculpa de que las informaciones de carácter científico o tecnológico reciban un trato tan raquítico en los medios de comunicación. Es lícito hablar de disculpa porque tampoco existe tanta demanda para otras materias en
las que, sin embargo, los medios se vuelcan e insisten hasta la saciedad. Una gran parte del público, por ejemplo, manifiesta sentirse saturado de tanta información política.Aun así, la política y los
políticos llenan páginas y páginas en los periódicos y son el tema insustituible de interminables tertulias radiofónicas como si fuesen realmente la esencia de la vida cotidiana y de la sociedad.
Sería relativamente fácil para los medios descubrir que también existen en sus consumidores demandas escondidas y no afloradas, que no sería difícil despertarlas y hacerlas emerger.
Es cierto que para ello habría que realizar una cierta inversión (informar, interesar, repetir...),
de manera similar a lo que se hace todos los días en el campo del marketing. Porque, por lo general, el receptor no es consciente de que necesita algo (producto, servicio, político o idea) hasta
que se topa con ello envuelto en una atractiva campaña publicitaria. Por eso, la publicidad es
capaz de hacer aflorar deficiencias y necesidades materiales, espirituales o culturales de los consumidores. Nuestro gran desafío, el de todos, es saber despertar en el receptor su necesidad
innata de saber más sobre materias científicas y técnicas.
3.2.3. Análisis de nuestros potenciales clientes
No hay comunicación sin receptor como no hay empresa sin clientes. Ya hemos dicho
que el cliente no siempre está ahí, esperando sin más. La mayoría de las veces es sólo un cliente en potencia al que hay que convencer de que necesita algo que existe y que puede adquirir.
El éxito consiste en descubrir lo que necesita y dárselo a un precio asequible. Para ello hay que
investigar el mercado a fondo, identificar los colectivos que comparten necesidades y capacidad
adquisitiva, desarrollar productos y servicios que satisfagan sus necesidades y, mediante la
publicidad, informarlos y persuadirlos de que, al adquirir esos productos, resolverán sus carencias y lo harán mejor que si adquiriesen los productos de la competencia.
¿Qué debemos hacer con los conocimientos científicos? Sigamos las reglas del juego y
no queramos ser tan diferentes y únicos, por exclusivos que nos consideremos. Si deseamos
36
comunicar hallazgos científicos o tecnológicos deberemos estudiar y conocer muy bien al público al que pretendemos llegar: su de cultura científico-técnica, su interés por estos temas, la percepción que tiene de los nuevos avances o su actitud respecto de las tecnologías que se desarrollan. No estamos ante un público único. No tenemos una fácil tarea porque destinatarios con
niveles culturales distintos requieren lenguajes diferentes, ya que en la sociedad subyacen actitudes reticentes que tendrían más que ver con lo que decía Martín Lutero —«la medicina enferma a las personas, la matemática las entristece y la teología las hace sentirse pecadoras»— que
con una postura abierta y propia de nuestra época.
Vamos a hacer una reflexión global sobre tres parámetros fundamentales que describen
las relaciones de la sociedad con la ciencia para así orientar mejor nuestra comunicación:
• Cultura científico-técnica de nuestra sociedad.
• Percepción y actitudes sociales frente a la ciencia y la tecnología.
• La ciencia en el interés de los ciudadanos.
Cultura científico-técnica de nuestra sociedad
El Diccionario de la Lengua Española, define la cultura en su cuarta acepción como
«conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época o grupo social, etc.»
La incultura, mal de males
Si en toda comunicación la cultura del receptor resulta fundamental, en el caso de la
comunicación científica este parámetro resulta crítico.
La importancia de un mayor o menor nivel cultural es siempre difícil de definir. Desde
luego, la falta de cultura resulta determinante a la hora de entender los mensajes de contenido
científico, dado el lógico distanciamiento producido por el lenguaje que maneja la ciencia. Pero,
además, las carencias culturales deben ser evaluadas a la luz de las actitudes y carencias de los
ciudadanos frente a los avances científicos, como son su incapacidad para manejar con familiaridad instrumentos y servicios basados en innovaciones tecnológicas, su renuncia a ser ciudadanos informados y capacitados para opinar, intervenir e influir en aquellas decisiones que les
afectan. Incluso los consumidores reflejan también sus deficiencias culturales en el marco del
consumo al no estar al día de las innovaciones de los productos que adquieren.
Ciencia y sociedad: un histórico desencuentro
Ciencia y sociedad mantienen un tradicional desencuentro. Educadores, políticos,
empresarios, comunicadores y público en general viven de espaldas al mundo científico. De
poco sirve que la ciencia, la tecnología y la innovación formen parte de la vida de un ciudada37
no del siglo XXI o que sea casi imposible identificar una actividad económica que no incorpore o se relacione con las tecnologías más avanzadas. Por contradictoria que parezca esta situación, el gran público parece ignorar el papel decisivo que la ciencia y la tecnología desempeñan
en la solución de sus problemas. Utilizamos multitud de medios plagados de los más sofisticados desarrollos sin preguntarnos por los principios físicos en los que se fundan. Tampoco se
reconoce a la ciencia su dimensión cultural. Para la mayoría de los ciudadanos, ciencia y cultura son términos contradictorios que se excluyen mutuamente. Determinados sectores reaccionan ante la ciencia como si sólo aportase deshumanización, cuando sin ella jamás podríamos
conocer la verdadera historia del hombre sobre la tierra.
No obstante, en los últimos años aumenta el clamor de muchos colectivos que piden un
enfoque diferente de la educación y la necesidad de poner en marcha acciones para romper con
el paradigma de esta separación ancestral. En efecto, son continuos los foros (congresos,
encuentros, cursos, documentos, artículos, etc.) en los que se reflexiona sobre la necesidad y la
forma de cambiar las cosas. En el llamado «Manifiesto de El Escorial sobre la ciencia española» (1996), ya se advertía que el problema de la ciencia en España debía ser considerado también «un grave problema cultural, ya que ni la opinión pública ni muchos dirigentes políticos o
económicos son conscientes de esta raíz de muchos de nuestros males». En él ya se hablaba de
que estamos ante una cuestión de estado si queremos cambiar el rumbo de esta situación; y no
hace mucho (diciembre de 2003) que un grupo de prestigiosos investigadores del campo de la
bioquímica y la biología molecular exponía la necesidad de lograr un «gran pacto de Estado por
la ciencia» que dé estabilidad al sistema.
El Rey Don Juan Carlos, en la clausura del acto de presentación del Informe de la
Fundación Cotec (12 de junio de 2001) apuntó directamente al problema de que «la tecnología,
la ciencia y la industria todavía no ocupan el lugar que les corresponde en nuestro acervo cultural». (...) «Desgraciadamente en España la ciencia padece una serie de males crónicos que son
el resultado de una tradición histórica que ha generado hábitos culturales que es preciso modificar, así como de la insuficiencia de unos recursos financieros que es preciso aumentar.»
Necesitamos visión de futuro para reclamar de la ciencia su dimensión cultural y no sólo
sus repercusiones en la productividad, porque es imposible lograr esto último sin conseguir antes
lo primero.
De vez en cuando, aparecen en los medios noticias que indican la gravedad de esta incultura científico-técnica de nuestra sociedad. Hemos escogido sólo tres ejemplos: el primero afecta a ciudadanos corrientes, el segundo a estudiantes universitarios y el tercero a catedráticos de
universidad.
• «Para miles de españoles, el Sol gira alrededor de la Tierra, que sigue siendo plana como
lo era para los ciudadanos del medievo; y es que en España la cultura científica “es muy
baja” según un estudio del Ministerio de Educación y Ciencia publicado esta semana.»
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(La Vanguardia, 1999). Este resultado es coincidente con otro sondeo. «¿Pueden creer
que en una reciente encuesta-examen exclusiva que encargamos para la revista, casi un
tercio de los entrevistados —el equivalente a 8 millones de españoles— todavía pensaba que el Sol gira alrededor de la Tierra?» (Pardina, 1999). En resumen, millones de ciudadanos viven culturalmente en épocas anteriores a Copérnico y Galileo.
• El siguiente ejemplo está basado en un cuestionario a un grupo de estudiantes de
Filología Románica en el que se preguntaba sobre la causa de las estaciones. «Más del
70% respondió que las variaciones estacionales no se debían a la inclinación del eje
terrestre, sino a la distancia del Sol: era verano cuando la Tierra estaba cerca del Sol,
y viceversa.» (Arsuaga y Anguita, 2002).
• El tercero fue la prueba que hizo un grupo de matemáticos que escogió a cuatro catedráticos universitarios (de Derecho, Historia, Anatomía y Bioquímica) y les propuso
como problema sumar 1/3 + 1/6. Sólo uno dio la solución correcta (1/2). (Pérez de
Pablos, 1999).
No obstante, la cultura científico-técnica no es fácil de medir porque no se puede determinar sólo por el conocimiento de una terminología o por la posesión de ciertos conocimientos,
sino también por el nivel de comprensión del método y los procedimientos científicos. «La medición de la comprensión que el público tiene de la naturaleza de la investigación científica, es una
actividad paralela a la medición de la comprensión de conceptos científicos.» (Miller et. al., 1998).
Abundando en esta idea, el estudio comparativo citado, llevado a cabo en la Unión
Europea, EEUU, Japón y Canadá, relata que «para la mayoría de los encuestados un estudio científico implicaba la realización de un experimento». Codificada esta respuesta como correcta, se dio
un paso más, que básicamente consistía en lo siguiente: dos científicos desean saber si un fármaco
es eficaz para bajar la tensión arterial alta. Uno propone suministrar dicho fármaco a 1.000 pacientes con tensión arterial alta y ver cuántos reducen sus niveles de tensión. El otro elige administrar
el fármaco a 500 pacientes y a los otros 500 darles un placebo. Se preguntaba a los encuestados
cuál era el método científico correcto. Pues bien, de los encuestados que eligieron la segunda
opción como método correcto (un 69%), la mayor parte (que, según el estudio representa el 40%
de la población total), indicó que la había seleccionado como más correcta porque, si el fármaco
«mataba a un montón de personas», se cobraría menos víctimas. Lógicamente esto no indica precisamente una comprensión del método experimental seguido en la investigación científica.
En todo caso, sería interesante establecer mecanismos para evaluar los avances en el proceso de sensibilización de la sociedad en relación con los conocimientos científico-tecnológicos.
Esto dicho en abstracto no tiene mucho sentido, pero en la línea que sigue H. D. Lasswell para la
comunicación política, muchas de las actividades que desarrollamos para divulgar la ciencia deberían disponer de un sistema para medir el aumento de la cultura científica que consiguen. Sólo por
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poner un ejemplo, la multitud de proyectos y actividades que se han desarrollado durante la
Semana de la Ciencia de 2005, coincidiendo con el Año Internacional de la Física y el centenario
del admirable año de las teorías de Einstein, podría haber sido un buen momento para medir el
antes y el después de la información y comprensión de los ciudadanos sobre estas teorías.
Aunque la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT), como se cita
en este documento, ha llevado a cabo estudios para conocer más a fondo la percepción y actitudes de los españoles frente a la ciencia y la tecnología, se echan en falta sondeos programados, estudios longitudinales, que faciliten el conocimiento de nuestra evolución. Quizás debería ser una de las materias a sondear sistemáticamente el Centro de Investigaciones
Sociológicas (CIS), tras estudiar muy a fondo los parámetros que reflejan esa cultura tan difícil de evaluar.
Y, de alguna manera, tampoco vendría nada mal relacionar la medida de este nivel cultural con los diferentes planes de estudio que se suceden en la enseñanza media.
«Las dos culturas»... o la incultura de los «cultos»
Aunque la nuestra podría ser el paradigma de una sociedad fragmentada en dos culturas,
la artístico-literaria y la científica, nuestro grave problema cultural no es exclusivo. En 1959, el
científico por formación y escritor por vocación Charles Percy Snow (1977) publicó el texto de
la Conferencia Rede pronunciada en Cambridge bajo el título «The Two Cultures» (Las dos culturas), convertido en referente obligado al tratar este problema. En un pasaje, Snow describe con
ironía a sus contertulios, los «intelectuales literarios», que «cuando oyen hablar de científicos que
no han leído nunca una obra importante de la literatura inglesa sueltan una risita entre burlona
y compasiva». Y añade: «...Una o dos veces... he preguntado a la concurrencia cuántos de ellos
eran capaces de enunciar el Segundo Principio de la Termodinámica. La respuesta fue glacial; fue
también negativa. Y sin embargo lo que les preguntaba es más o menos el equivalente científico
de ¿ha leído usted alguna obra de Shakespeare?». Más tarde, Snow, en una nueva versión ampliada del mismo texto, añadiría: «Ahora creo que si hubiera hecho una pregunta todavía más simple —como: qué entienden ustedes por masa, o por aceleración, que es el equivalente científico
del ¿sabe usted leer?—, no más del uno por ciento de los supercultos habría percibido que estaba hablando en el mismo idioma de todos». Snow da el mismo valor a la incultura de la otra
parte. Hablando de una selección de ingenieros («entre treinta y cuarenta mil») que llevó a cabo
con sus colegas durante años, comenta: «...Dimos con unos cuantos que habían leído la generalidad de las obras de que suelen hablar los intelectuales literatos. Pero eso es algo rarísimo». Y al
hablar de las razones de la existencia de las dos culturas, añade: «Si dejamos a un lado la cultura
científica, el resto de los intelectuales de Occidente no ha intentado, deseado ni podido nunca
comprender la revolución industrial, y mucho menos aceptarla. Los intelectuales, especialmente
los literarios, son luditas por antonomasia». (Snow, 1977).
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Es indudable que en el caso de España este divorcio cultural es muy pronunciado. Sus
raíces son objeto de discusión entre los historiadores. Lo que sí parece claro es que el gran siglo
de la primera revolución científica marcado por Tycho Brahe (1546-1601), Galileo (1564- 1642),
Kepler (1571-1630), Newton (1642-1727 ), etc., sólo fue posible gracias a la preparación cultural
generada por la publicación del De revolutionibus orbium coelestium de Copérnico (1473-1543).
En España, a pesar de la posición privilegiada de Felipe II (1527-1598), al tener en su mano el
imperio más potente y universal que ha existido sobre la Tierra, bien fuese por la obsesión de
frenar la Reforma religiosa y cerrar las puertas a los aires renovadores, bien por el deseo de centrar los conocimientos en avances útiles para mantener la economía del imperio, el hecho es que
no se supo aprovechar ese poderío y su reinado dejó pasar la cresta de la ola del saber de su
época. Martín Municio recoge algunas frases de Echegaray en su discurso de ingreso en la Real
Academia de Ciencias (1866), en el que se lamenta de cómo nuestro país dejó pasar el gran siglo
de la ciencia sin pena ni gloria («¿Qué descubrimiento (...) qué verdad, quiénes los rivales de
Fermat, de Pascal, de Newton, de Leibniz?»).
Carlos J. Elías (2000) señala: «De hecho, se ha demostrado que en las universidades españolas de la época existían aproximadamente los mismos libros que en las de Copenhague, donde
estudió el gran astrónomo Tycho Brahe. Así, de la Universidad de Salamanca, la más importante
de esos años, se sabe con seguridad que existían, junto a los libros de disciplinas clásicas como la
aritmética, la geometría o la música, una Geografía, de Ptolomeo; el tratado sobre las esferas, de
Sacrobosto y, en especial, la Cosmografía, de Apiano. Un texto, este último, que Felipe II compró
en su juventud, que se enseñaba en Salamanca y que fue el precursor de las ideas de Tycho Brahe».
Parece claro que los libros no son nada sin el ambiente, el intercambio de ideas, el impulso y la docencia adecuados.
«En el siglo XVI, cuando se acuñó el término “humanidades”, la ciencia y la técnica estaban incluidos en él, no podía ser de otra manera en la mentalidad renacentista; la ilustración y el
academicismo necesitaron parcelar el conocimiento; el romanticismo supuso el divorcio definitivo; pero no podemos seguir viviendo con esta fractura; hace demasiados años que C. P. Snow nos
habló de las dos culturas, que M. Kransberg nos alertó sobre los peligros de unas ciencias y unas
humanidades divorciadas, que M. Serres denunció a los humanistas ignorantes y los sabios incultos, o que el término tercera cultura ha sido definido (D. Dennet, R. Dawkins) como para que a
las puertas del siglo XXI caigamos en una discusión estéril.» (Font-Agustí, 2000). «Como si la
estructuración científica del universo físico, en su complejidad, articulación y profundidad intelectual, no fuera la obra colectiva más bella y portentosa de la mente del hombre.» (Snow, 1977).
«El problema de no aceptar la dimensión cultural de la ciencia y de limitar la noción de
cultura para identificarla exclusivamente con los conocimientos de carácter humanístico, literario o artístico estriba en que, además de llevar a una grave ignorancia a la población sobre lo
que los científicos se traen entre manos y de consolidar una sociedad colonizada a través de la
tecnología y la innovación, genera una incapacidad para interpretar desde la ideología las pro41
fundas transformaciones sociales que produce la tecnociencia. Los humanistas piensan que la
ciencia y la tecnología no ayudan a que el hombre se explique mejor a sí mismo. Pero sin la ciencia ese mismo hombre seguiría pensando que vive en el centro del Universo y carecería de las
herramientas para entender su evolución. No entender la ciencia incapacita además para entender el mundo en el que nos ha tocado vivir.» (Martínez Sáez, 2000).
Stephen W. Hawking, al recibir el Premio Príncipe de Asturias, se expresaba así: «En una
sociedad democrática, los ciudadanos necesitan tener unos conocimientos básicos de las cuestiones científicas, de modo que puedan tomar decisiones informadas y no depender únicamente de los expertos».
Por otra parte, en relación a cómo la sociedad del conocimiento sustituye a la sociedad
de la información, Vladimir de Semir dice: «Esta construcción de la sociedad del conocimiento
supone un salto cualitativo respecto a la sociedad de la información, concepto con el que estamos un poco más familiarizados. La diferencia radica en que la sociedad de la información considera a los ciudadanos y ciudadanas como sujetos receptores, y por eso en buena parte agentes
pasivos del sistema comunicativo imperante. La ciudadanía de la sociedad del conocimiento
tiene que ser muy diferente: tiene que ser capaz de diferenciar entre información y comunicación, impulsar su espíritu crítico y sobre todo desarrollar capacidad de discernimiento para
poder estar en condiciones de escoger. Saber elegir es la clave que define a la sociedad del conocimiento». (de Semir, 2001).
¿Es solución la «tercera cultura»?
También ha estado de moda citar la obra de John Brockman (1995), que tuvo la muy
buena idea de reunir en un libro a científicos y pensadores para debatir sobre el universo, la vida
y la mente. Son intelectuales de la tercera cultura, capaces de entenderse entre sí, sean científicos o literatos, y de introducir nuevas formas de discurso intelectual.
Los participantes en esta obra abundan en el absurdo de la situación actual. Así se recoge en una cita de Stephen Jay Gold: «El Premio Nobel británico Peter Medawar, un científico
de formación humanista y clásica, decía que no era justo que un científico que conocía poco el
arte y la música fuese considerado entre la gente de letras como un imbécil y un filisteo, mientras que ellos no se sentían en absoluto obligados a conocer la ciencia para considerarse cultos;
toda persona tenía que poseer una cultura artística, musical y literaria, pero no necesariamente
científica.» (Brockman, 1996).
Para finalizar este punto, lo que parece más importante es que los humanistas no se sientan amenazados por la tecnología. «Se dice con monótona demagogia que los avances de las tecnologías de la imagen y de la información van a aniquilar la vieja cultura humanística: pero
nunca ha sido más accesible esa cultura que gracias a los avances tecnológicos, que nos permiten a todos, cualquier día, con sólo acercarnos al quiosco, tener a nuestra disposición, y a pre42
cios irrisorios, los mejores libros, las películas más memorables, los discos que hace sólo unos
años habrían sido inencontrables.» (Muñoz Molina, 1999).
Necesidad de crear y extender una cultura integradora
Un reciente documento titulado la «Carta de Olimpia y de Barcelona» declaraba como
esencial «dotar la cultura del siglo XXI de los medios necesarios, en todos los ámbitos de la actividad intelectual y artística, y también dotar de medios suplementarios a la investigación científica sin ningún objetivo comercial o económico y favorecer el desarrollo de una cultura científica y técnica integrando la interrogación crítica y ética». (Atenas-Olimpia, 21-23 de septiembre 2001/Barcelona-Fórum Universal de las Culturas, 4-6 de junio de 2004).
El gran desafío no es lograr que exista una elite de pensadores científicos, filósofos y literatos muy cultos y completos, que se entiendan entre sí. Esto no es nuevo y ha existido siempre,
en mayor o menor grado. No olvidemos que en la antigüedad, por ciencia se entendía la filosofía y que, hasta hace sólo cuatro siglos, el saber era un saber global y el estudio abarcaba todo
ese saber. Así, Descartes ingresa en 1606 en La Flèche, colegio fundado por los jesuitas, y en el
curso de filosofía que sigue durante tres años estudia lógica, física, matemáticas y metafísica.
Newton, como apunta J. Doyne Farmer, publicó en las Philosophical Transactions of de Royal
Society, ya que, en esa época, los físicos eran filósofos naturales. Y no es de extrañar que la lengua habitual de los físicos fuese durante siglos el latín, como en el resto del mundo culto y universitario. Sin embargo, Galileo escribe su Diálogo en italiano con el fin de obtener un mayor
apoyo popular y defenderse mejor de los previsibles envites de los círculos universitarios y de
la curia romana. Por otra parte, la historia más cercana está plagada de hombres dotados de un
interés general que han cultivado ambos saberes. Reclamar la consideración de intelectuales
para los científicos, aunque sea una asignatura pendiente, no parece tarea imposible.
«España no será intelectualmente lo que puede y debe ser mientras no produzca en cantidad y calidad la ciencia correspondiente a un país europeo, occidental, de 40 millones de habitantes», decía Pedro Laín Entralgo en una entrevista (Pérez de Pablos, 1998). El problema de
fondo no se soluciona con crear una elite de intelectuales de la tercera cultura. El gran desafío
consiste en lograr que los conocimientos científicos, al menos los más sencillos, formen parte de
nuestra cultura ciudadana integrados en una nueva cultura no excluyente para con la ciencia.
«Si los conocimientos científicos se limitan a un pequeño grupo de hombres, se debilita la mentalidad filosófica del pueblo», decía Albert Einstein a principios del siglo XX (Salomone, 2000a).
Sin embargo, el desarrollo científico y tecnológico es tan vertiginoso (exponencial), y su
asimilación cultural tan lenta (recta de suave pendiente), que el diferencial entre uno y otra se
hace cada día mayor. Nadie puede exigir al hombre de la calle que posea conocimientos científicos o tecnológicos de cierta entidad, pero sí que sienta vergüenza por ignorar quién fue
Hubble o Heissenberg, la misma que se puede sentir por no conocer quiénes eran Lorca o Miró.
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Estamos en nuestro derecho a reclamar que ese barniz cultural que nos ayuda a manejarnos
cómodamente en la vida incluya también una dosis de conocimientos científicos que sirven para
explicar las tecnologías que manejamos habitualmente.
«Alfabetizar» en ciencia y tecnología
En la obra ya citada sobre la tercera cultura (Brockman, 1996), W. Daniel Hillis dice:
«Hubo un tiempo en que la gente se contentaba con dejar la ciencia para los científicos y que
ellos se encargaran de comprender cosas tan abstractas.Ahora hay gente que se da cuenta de que
su vida ha cambiado por completo como resultado de un cúmulo de cosas que no entiende».
Alfabetizar para entender, para capacitar mejor a los ciudadanos. Alfabetizar científicamente a la sociedad es poner las bases para provocar un mayor interés del público por la investigación y sus logros; y así, de paso, reducir las reacciones negativas y poco justificadas que a veces
provocan estos avances. Significa también capacitar a los ciudadanos para que puedan opinar, con
conocimiento de causa, si ello fuese necesario, en decisiones de política científica que a todos nos
afectan (investigación con células madre, clonación, alimentos transgénicos, energía nuclear, etc.).
Esta alfabetización, lejos de ser un lujo, es una urgente necesidad. El ya fallecido presidente de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, Martín Municio, hablaba
frecuentemente del analfabetismo de nuestra sociedad en materia de ciencia, puntualizando
que el nivel científico de los españoles está bajo cero.
Hemos destacado que para medir el nivel de la cultura científico-técnica de un colectivo
o de una sociedad no basta con analizar el nivel de conocimientos y la comprensión que tiene de
términos científicos, sino que es necesario también entender la esencia del método científico.
El propio concepto de alfabetización científica ha evolucionado, de la misma forma que
lo ha hecho el concepto general de alfabetización. Que un ciudadano actual pueda leer y escribir su propio nombre ya no le libera de ser analfabeto. Hoy utilizamos el término alfabetización
funcional para significar que los conocimientos de un ciudadano deben permitirle desenvolverse sin problemas en la sociedad en la que vive.
En el estudio ya citado que recoge estudios comparativos hechos en la Unión Europea,
EEUU, Canadá y Japón, se expone la dificultad para una conceptualización de la alfabetización
científica y su vinculación con el concepto básico de alfabetización. «Acorde con ello podríamos
dividir el conocimiento científico y tecnológico del público en tres categorías —alfabetización
científica práctica, alfabetización científica cultural y alfabetización científica cívica— en base a
la diversidad de las aplicaciones científicas y técnicas que invaden nuestra vida cotidiana.»
(Miller, et. al., 1998).
«La American Association for the Advancement of Science, en su Proyecto 2061, Ciencia
para todos los Americanos, recomienda que una de las premisas fundamentales en dicho proyecto
es no enseñar más contenido, sino definir qué es esencial para conseguir una alfabetización cientí44
fica. El Proyecto 2061 se sustenta sobre la idea de que un ciudadano está adecuadamente formado
científicamente cuando es consciente de que la ciencia, las matemáticas y la tecnología, con sus pros
y sus contras, van de la mano de la iniciativa humana; cuando comprende los principios y los conceptos fundamentales de la ciencia; cuando está familiarizado con el mundo natural y en el que
reconoce, a la vez, su biodiversidad y su unidad, y cuando utiliza el conocimiento científico y el
método científico de razonamiento con fines personales y sociales.» (García Barreno, 1999).
Además de saber manejar útiles que incorporan innovaciones tecnológicas, el ciudadano necesita estar preparado culturalmente para entender las bases de esas innovaciones. Sólo
así podrá ser parte activa de su futuro y tener criterio para adoptar posturas y decisiones que
no se pueden tomar desde la ignorancia.
«El conocimiento de la ciencia nunca ha sido tan bajo, mientras que nunca han sido tan
grandes las necesidades nacionales de un nivel público adecuado en cuestiones científicas. Estoy
convencido de que no habrá decisiones políticas correctas a menos que nuestros líderes y votantes se familiaricen con los conceptos y el lenguaje científico y tecnológico.» (Cita del Premio
Nobel de Física, 1986, León M. Lederman, en García Barreno, 1999).
Consecuencias de este divorcio cultural
«Consecuencia de este prolongado divorcio entre estas dos culturas, y de nuestra incapacidad para promover entre las jóvenes generaciones una forma de entender y de vivir las
cosas mucho más integradora, es que no sólo incapacita al hombre de la calle para opinar con
criterio sobre estas materias, sino que, además, de una sociedad poco culta en materias científicas no podemos esperar que surjan legisladores que entiendan demasiado las necesidades de
quienes investigan, ni gestores públicos que vean, como prioridad, el diseño y gestión de una
acertada política científica, ni tampoco muchos comunicadores que se preocupen demasiado de
difundir correctamente los resultados científicos. Desde luego, pocos serán los empresarios con
capacidad para descubrir y absorber aquellas capacidades tecnológicas con las que generar
innovaciones competitivas en sus empresas. E incluso los propios consumidores estarán poco
preparados para distinguir entre las prestaciones tecnológicas de unos y otros productos.»
(Palabras de agradecimiento de Luis Martínez Sáez en nombre de los receptores de los
«Premios Prismas», Casa de las Ciencias 2003, La Coruña).
Para el profesor y académico Sánchez Ron, «sólo con la divulgación no se logra introducir la ciencia en la cultura. Los ciudadanos deben entender que la ciencia influye en su mundo
práctico e intelectual». (León-Sotelo, 2003).
En la entrevista sobre la importancia de la investigación básica ya citada J. Friedman
decía: «Parte del problema es que la sociedad no comprende del todo la importancia de la ciencia y no presiona lo suficiente a los gobiernos para que la apoyen como se apoya el deporte u
otras cosas». ( Rivera, 2000).
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En definitiva, si hasta el momento hemos tenido en España un sistema de I+D débil, si
no hemos dedicado a la investigación el porcentaje del PIB que nos corresponde, si seguimos
pagando facturas exorbitadas por la compra de tecnología, si progresivamente somos pasto de
una colonización tecnológica que nos empobrece, deberíamos buscar la causa de todo ello en
este divorcio entre ciencia y sociedad.
Pero hay algo más: la ciencia y la tecnología suelen ser calificadas de frías y deshumanizadas. En una obra artística o literaria el autor plasma externamente sus sentimientos, su manera original de ver o percibir su mundo interior y exterior. El autor exterioriza sus vivencias y
cristaliza sus emociones. Así el arte se muestra como algo muy humano que surge de nuestro
ser. La ciencia, por el contrario, pone en ejercicio un proceder analítico que permite observar,
casi disecándola, la realidad y extraer consecuencias conceptuales a las que necesitamos dar una
formulación matemática. Es algo del exterior que es percibido y a lo que aplicamos nuestra
capacidad de abstracción. No parece haber humanización en este proceso por ninguna parte.
Sin embargo, ¿a qué se debe la progresiva liberación de los trabajos onerosos, los avances médicos liberadores de tanto sufrimiento, o los progresos para la erradicación de las lacras
que aún nos azotan? ¿Qué es lo que permite que dispongamos de medios para comunicarnos
más que nunca, desde y con cualquier parte del mundo? La ciencia y los avances tecnológicos
que surgen de ella nos prestan una base y nos ofrecen una oportunidad para que podamos ser
cada día más humanos.
Situación poco favorable para la comunicación
La situación cultural descrita dificulta extraordinariamente nuestra pretensión de comunicar. Sólo una sociedad preparada puede absorber fácilmente la cultura que se le ofrece.
Porque cultura también llama a cultura.
Por otra parte, podríamos describir globalmente como extraña la situación de la tecnociencia en la sociedad. El hecho de que la investigación científica y tecnológica no tenga el reconocimiento social y el peso político y económico que cabría esperar de su aporte a la sociedad,
supone un desequilibrio nada saludable. Pero que nadie se preocupe. Aunque la historia muestre lo peligroso que puede llegar a ser un colectivo cuyo valor real es muy superior a su reconocimiento y peso social, y, salvo algunos gestos simbólicos que puedan surgir de vez en cuando
(manifiestos, movimientos como «becarios precarios», etc.), no cabe esperar de científicos y tecnólogos una revolución cruenta, ni tan siquiera la presión que, dadas las materias que manejan,
podrían ejercer.
No obstante, tampoco se debería tirar demasiado de la cuerda. El peso de este colectivo
ya sabemos que va mucho más allá de su número. ¿Cuántos científicos desarrollaron la primera bomba atómica? ¿Hacia dónde volvemos nuestra mirada cuando descubrimos el mal de las
vacas locas, el peligro de propagación de la gripe aviar, la extinción de las fuentes de energía o
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si tememos que un meteorito destruya la Tierra? ¿Con qué derecho pedimos resultados a los
investigadores cuando hablamos de erradicar males como el cáncer, el sida o el hambre, si después les negamos los medios para que puedan desarrollar su talento en pro de la humanidad?
Científicos y tecnólogos, además del aumento del conocimiento en sí, manejan materias
de una enorme importancia para la economía, el medio ambiente, el bienestar y, en definitiva,
el futuro del ser humano. Pero siguen sin contar a la hora de la toma de decisiones y los criterios políticos suelen prevalecer sobre los técnicos. «El Premio Nobel de Economía T. Schultz
señalaba, a principios de los ochenta, que el bienestar de un país a largo plazo dependería fundamentalmente de la “calidad” de su población y de los adelantos logrados en el terreno del
conocimiento.» (Aparicio Acosta, 2000). «Al presentar los motivos del fuerte desarrollo de
Suecia, Heckscher nos hace reflexionar sobre dos cuestiones: una excelente y muy exigente
enseñanza primaria y media, y una muy buena universidad ligada a la investigación...» (Velarde
Fuertes, 2003b).
Percepción social de la ciencia y la tecnología en España
Al hablar aquí de percepción nos referimos no tanto al grado de conocimientos o entendimiento de los métodos, sino más bien a la manera de mirar y percibir los ciudadanos la ciencia y la tecnología, y de valorar sus efectos. Sirve para entender mejor la actitud (positiva o
negativa) con que los ciudadanos van a recibir los mensajes científicos.
«Las personas de mentalidad literaria, ya digo, suelen mirar con recelo el avance científico, al que suelen atribuir los extremos de deshumanización y de destrucción a que se ha entregado una parte de la humanidad en el último siglo, y también los destrozos padecidos por la
Naturaleza, el envenenamiento del aire, de la tierra y del agua. Nada es más fácil que desdeñar
el dinero, a condición de tenerlo en abundancia y de ganarlo sin dificultad.» (Muñoz Molina,
1999).
En un estudio del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) (n.º 2242, marzo 1997)
a las preguntas «¿Hasta qué punto cree que, en general, los avances científicos en campos como
la biotecnología o la ingeniería genética son peligrosos para las personas? ¿Y para el medio
ambiente?», un 17% de los encuestados contestaba que «muy peligrosos» y un 40% que «bastante peligrosos»; un 16% no sabía o no contestaba. Y a la pregunta «¿Hasta qué punto cree
usted que en los próximos veinte años el desarrollo de la ciencia y la tecnología traerá consigo
riesgos para nuestro mundo?», un 21% de los encuestados respondía que «muchos riesgos» y
un 49% que «bastantes riesgos». A la pregunta «¿Hasta qué punto cree usted que en los próximos veinte años el desarrollo de la ciencia y la tecnología será beneficioso para nuestro
mundo?», sólo un 9% contestaba que «muy beneficioso» y un 43% «bastante beneficioso». Y
para finalizar esta referencia, a la pregunta «Comparando ahora los riesgos con los beneficios
del desarrollo científico y tecnológico, ¿qué cree Vd. que ocurrirá en los próximos veinte
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años?», el 29% contestaba que «los beneficios superarán los riesgos» y un 38% que «los riesgos
superarán los beneficios».
En resumen, y según esta encuesta, podríamos hablar de una actitud de recelo frente al desarrollo científico y tecnológico en nuestra sociedad. El terror de la bomba atómica ha dejado una
huella en la memoria social mucho más profunda de lo que parece y no ha sido aún del todo superada. La sociedad expresa el miedo que despierta un uso abusivo de las puertas que puede abrir la
investigación científica: llegado el caso, la angustia de la gente no es diferente a la de los propios
científicos. «Esas dudas, que fueron su enfermedad y su martirio (se refiere a Oppenheimer),
siguen dibujando una tragedia griega interminable, en la que un hombre advierte que ha creado
una fuerza parecida a la de Dios, y pasa la vida huyendo de ella, aterrado.» (Eloy Martínez, 2004).
Una investigación más reciente, elaborada por Demoscopia por encargo de la
Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT, 2002) y cuyo documento definitivo lleva fecha de marzo 2003, aporta datos más completos y actuales. El informe, tal vez orientado a una favorable percepción de la ciencia, permite esbozar un perfil más optimista de nuestros destinatarios. Del estudio parece deducirse que la sociedad española posee una imagen claramente positiva de la ciencia y la tecnología. «Esa imagen se construye desde una base de
curiosidad hacia lo científico y lo tecnológico, que no se corresponde, sin embargo, con la información que los españoles creen poseer y recibir al respecto.»
Sobre una escala de 0 a 10, los temas de medicina y salud (7,02) y los relacionados con
el medio ambiente y la ecología (6,64) son los que despiertan mayor interés entre los entrevistados. Por tener una referencia, deportes alcanza un 5,71.
La información que manejan los entrevistados sólo es suficiente en tres de las áreas testadas: deportes (5,7), temas de medicina y salud (5,5) y temas de medio ambiente y ecología
(5,3). El tema de ciencia y descubrimientos logra un (4,4) y los temas políticos (4,2).
Pero cuando se analiza el consumo de contenidos científicos y tecnológicos en los medios
de comunicación de mayor penetración (televisión y radio), un 24% de los entrevistados acostumbran a ver documentales de contenido científico y tecnológico mientras que un 6% afirma escuchar emisiones de radio de ese tipo. El 81% sigue los espacios informativos y el 71% las películas.
El perfil del consumidor de contenidos científicos y tecnológicos se corresponde con el
de varones situados en el tramo medio de edad y nivel socioeconómico y con estudios altos.
Si nos referimos a los hábitos de lectura, un 58% declara leer revistas (de las que el
17,7% versan sobre la vida de famosos) y un 3,6% revistas de divulgación científica (sin especificar). Mientras un 41,1% afirma leer literatura y un 14,3% biografías, sólo un 7,9% dice leer
libros sobre ciencia. Un 41,7% no suele leer libros.
Los entrevistados consideran insuficiente la atención que los distintos medios de comunicación prestan a la información científica. Por capítulos, los entrevistados valoran peor a la
televisión (50,4), seguida de la radio (46,6) y la prensa escrita (46,2). Internet es el medio que
sale mejor parado (22,6).
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Dentro del capítulo del «patrón de actividades culturales», el estudio refleja que «tan
sólo un 11% de los entrevistados reconoce haber visitado alguna vez en los últimos doce meses
un museo de ciencias o técnico. En este caso, el público es muy joven, aunque posee un perfil
socioeconómico y sociocultural alto».
En lo relativo a la «valoración de profesiones», y en una escala de 1 a 5, los médicos (4,56)
son los mejor valorados, seguidos de los científicos (4,44) y los ingenieros (4,20). Los profesores
obtienen un 4,09, los periodistas un 3,43 y el último peldaño lo obtienen los políticos con un 2,26.
En el capítulo de «actitudes generales hacia la ciencia y la tecnología», el estudio ha querido «sondear el grado de opinión» pidiendo a los encuestados que se decantasen por pares de
atributos opuestos a la hora de asociarlos con las palabras ciencia y tecnología.
El resultado es que a la ciencia se la considera interesante (73%), algo solidario (57%),
ético (55%) e integrador (48%). También la ciencia es considerada como algo próximo (50%)
y más bien humano (49%). Sin embargo, también es percibida como algo frío (48%).
De la «asociación de valores a la ciencia» se desprende sobre todo que la ciencia se
identifica con progreso (4,35), sabiduría (4,12), poder (3,80) y bienestar (3,74). También con
riqueza (3,53).
La ciencia en el interés de los ciudadanos
Se acaba de aportar algunos datos que parecen indicar el índice de interés de los ciudadanos por la ciencia y la tecnología. No obstante, José Luis Luján en su análisis sobre esta
encuesta habla de la deseabilidad social, es decir, que «los encuestados contestan lo que consideran socialmente más deseable». «La fuente más fiable, afirma, para determinar lo que podríamos denominar el interés activo por la ciencia y la tecnología es el consumo de información
sobre estos temas». Y habremos de reconocer que los datos aportados por la encuesta son muy
bajos: sólo un 3,6% declara leer con frecuencia revistas de información científica.
Cultura y percepción suelen ser factores determinantes en el interés de los ciudadanos.
El estudio comparativo ya citado (Miller et. al., 1998) muestra que, en general, existen grandes
similitudes entre los ciudadanos de EEUU, Canadá, la UE y Japón, que manifiestan un considerable interés por los temas medioambientales, los nuevos descubrimientos médicos, los descubrimientos científicos y los nuevos inventos y tecnologías, interés que es mucho más alto que
el que despierta, por ejemplo, la política (FECYT, 2002).
Para la gran mayoría de los medios de comunicación, el motivo de dar una información
tan escasa sobre los temas científicos y tecnológicos es precisamente el poco interés que muestran sus lectores y audiencias sobre estas materias. Pero hay algo que falla en el razonamiento.
El estudio realizado por el CIS (n.º 2213, mayo 1996), sobre el grado de interés con el que el ciudadano recibe los diversos temas que le llegan a diario, arrojaba que, mientras los temas políticos
sólo suscitan un índice de un 30% de interés, los problemas sociales (falta de alimentos, epidemias,
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etcétera) subían a un 83%, los avances médicos a un 80%, la ecología junto con el medio ambiente a un 78%, los avances tecnológicos a un 64% y los descubrimientos científicos a un 63%.
Según ese mismo estudio, el 23% de los encuestados lee la sección de ciencia y tecnología
de los periódicos con mucha o bastante frecuencia o ve en televisión documentales relacionados
con estas materias (48%). Es decir, a los medios de comunicación no les desanima la baja valoración que los ciudadanos tienen de los asuntos políticos o que los lectores expresen su saturación por
la información política a la hora de seguir dedicando gran parte de los espacios a estas materias.
Por otra parte, el número de revistas de contenidos relacionados con la ciencia, la tecnología o la naturaleza que ofrecen los quioscos va en aumento y algunas pueden presumir de tiradas muy significativas. Y no digamos nada de las revistas sobre ordenadores, software, cámaras
y manipulación digital de las imágenes, novedades en audio, vídeo y televisión, etc.
La doctora Carmen del Puerto (1999) aporta datos sobre el impacto obtenido por series
como «Cosmos», de Carl Sagan, o de libros como «Genoma», del doctor en biología por la
Universidad de Oxford y divulgador científico Matt Ridley. Títulos como la «La historia del
tiempo» o el «Universo en cáscara de nuez», de Stephen W. Hawking, se han convertido en best
sellers nada más ponerse a la venta. Desde luego comprar un libro no significa leerlo y menos
aún entenderlo. Sin embargo, son datos reveladores que denotan un interés de los ciudadanos
por saber más sobre algunas ramas de la ciencia, interés que sería aún mayor si pudiesen entender mejor muchas de las cosas que llegan a sus manos.
En resumen, ciertas encuestas parecen recoger preferentemente aquello que podríamos
llamar respuestas políticamente correctas y reflejarían más un deseo que una realidad social.
Aun así, todas las encuestas vendrían a expresar un interés innato, mejor o peor aflorado, que por
sí mismo justificaría una mayor atención si realmente hubiese una voluntad efectiva en los
medios por generar un mercado. El problema es que un público escasamente culto en estas
materias no supone todavía un negocio suficiente para los grupos mediáticos. En la medida en
que un día haya una demanda significativa, veremos convertidas la ciencia y la tecnología en productos de consumo (series, suplementos, documentales, centros de visita turística, museos, etc.),
porque no debemos olvidar que la finalidad de las empresas propietarias de los medios de comunicación no es otra que hacer dinero con esos medios e influir, política y socialmente, a través de
ellos.
3.2.4. El problema de un público heterogéneo
Para finalizar el análisis del hipotético receptor de nuestros mensajes científicos, debemos hablar de una última nota: su falta de homogeneidad.
Ya se trate de transmitir mensajes o de vender coches, la sociedad es una abstracción
que, como tal, no existe. El mundo real está integrado por colectivos de personas, más o menos
homogéneos entre sí, en relación con el producto que queremos hacerles llegar. Esos colectivos
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difieren significativamente unos de otros al estar compuestos por individuos cuya edad, cultura, capacidad adquisitiva, formación e intereses dibujan un puzzle extraordinariamente heterogéneo en capacidades y actitudes. Para vender es necesario identificar previamente a nuestros
potenciales compradores y ajustar nuestros mensajes a su peculiar condición.
Dicho esto, nuestro objetivo con la ciencia debe ser ambicioso: queremos llegar al
mayor número de colectivos que componen eso que llamamos el gran público. Todo sería más
fácil si nos limitásemos a un sector culto y realmente interesado en lo que hacemos. Pero no es
suficiente. Necesitamos incidir también en esos ciudadanos alejados por completo del mundo
científico y que, incluso, sienten por él un respeto reverencial. Nuestra misión es despertar
interrogantes sobre las cosas más cotidianas: ¿por qué el cielo es azul?, ¿cómo influye la actividad solar en nuestro clima?, ¿cómo se generan las corrientes eléctricas que recorren nuestro
cuerpo?, qué hace que dos masas se atraigan y no se repelan? o ¿a qué se debe que en los últimos quince millones de años haya cambiado cuatro veces la polaridad del magnetismo terrestre?, ¿cómo funcionan los virus?, ¿cuál es el mecanismo por el que una planta decide florecer?,
¿cómo se origina, crece y se traslada un huracán? o ¿qué hay y cómo es exactamente el centro
del la Tierra al que ahora pretendemos llegar? Cualquier rama de la ciencia intenta contestar
miles de preguntas apasionantes cuyas respuestas afectan al ser humano, individual y colectivamente, y a su entorno.
Desde luego, nuestros primeros aliados son los colectivos inquietos que llevan ya el gusanillo dentro, aquellos que sienten curiosidad por conocer el porqué de las cosas y que conservan
un mínimo de capacidad para el asombro. A ellos se refiere esta cita: «Nuestros públicos, los que
queremos reivindicar para la ciencia desde el Setecientos, están formados por quienes se entusiasmaron con la apertura de avenidas arboladas o la ascensión de globos aerostáticos, y por
todos aquellos que parecían en trance viendo la llegada a las ciudades del primer tren o del agua
potable, y también por quienes quedaron boquiabiertos ante la iluminación de las calles, la pasteurización de la leche, el transporte en metro, el vuelo del zeppelín, el Nobel a Cajal, la travesía
transatlántica en avión, la visita de Einstein o el exilio de Negrín.» (Lafuente y Saraiva, 2002).
Por tanto, a la hora de difundir las ideas y los logros científicos sabemos que, salvo colectivos singulares, partimos de una realidad y es que es un mercado por hacer. Ante este hecho, el
objetivo propuesto no es nutrir únicamente a aquellos a quienes ya les gusta o interesa la ciencia, y la siguen habitualmente a través de los medios de comunicación o publicaciones de divulgación, sino que deseamos ir mucho más allá y ganar adeptos, introducir interrogantes y curiosidad por los enigmas que nos envuelven y aficionar a las jóvenes generaciones para que, sea
cual sea la profesión que elijan, la ciencia forme parte de su vida cultural, como igualmente la
literatura o el arte.
En la consecución de este fin, resulta más difícil la tarea de informar a un público desconocido, muy variado social y culturalmente y con diferentes actitudes y percepciones en relación a la
ciencia, que cuando desarrollamos actividades de divulgación científica. En el primer caso, tanto los
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contenidos de nuestros comunicados como el lenguaje empleado debe ser tal que facilite al medio
de comunicación su elaboración posterior pensando en sus lectores o audiencias. En el caso de las
actividades de divulgación, todo resulta más sencillo porque la propia actividad llevada a cabo
desde un centro de investigación, un museo de la ciencia, un planetario, etc., puede ser diseñada
pensando en colectivos concretos y teniendo en cuenta sus edades, culturas, condiciones, etc.
En los distintos capítulos de este documento subyace la necesidad de elaborar productos de divulgación específicos dirigidos a colectivos singulares que ofrecen un especial interés,
desde los niños hasta los empresarios. No debemos olvidar que científicos de una determinada
rama de la ciencia necesitan también de la divulgación cuando desean conocer los avances en
otras materias científicas.
3.2.5. El ejemplo de dos colectivos tan singulares como extremos: los niños y las pymes
Cuando hablamos de comunicar, todos los públicos son singulares. A ello se refiere el
punto anterior. El desafío para la comunicación desde un centro de investigación es total porque el mapa de nuestros destinatarios tiene, cuando menos, tres dimensiones: la cultura y nivel
de sus conocimientos, sus intereses y aficiones, y sus entornos. Un medio de comunicación lo
tiene más fácil: se dirige a un público que es el suyo. En cierta forma se especializa en sus lectores o audiencias. Nosotros, desde nuestra institución dedicada a la investigación, tenemos un
compromiso con la sociedad entera.
No queremos ni podemos abarcar todo en este documento, pero sí nos parece conveniente esbozar algunas cuestiones, dado que la comunicación, especialmente la divulgación científica
y tecnológica, debe ser un traje a la medida que se ajuste a los diferentes colectivos. Por ello,
hemos elegido dos por su evidente singularidad y dispersión entre sí: los niños y las pymes.
Ciencia para los niños
Muchos profesores interesados en la ciencia reclaman herramientas especialmente
adaptadas para divulgar la ciencia entre los niños: las necesita la escuela e insisten en que es precisamente en las edades más tempranas cuando puede y debe surgir el interés por la ciencia.
Efectivamente, podríamos decir que existe una edad en la que todos los humanos somos
científicos o, por matizar, tenemos una actitud científica al preguntarnos el porqué de todo lo
que nos rodea. Aprovechar esa edad en la que el interrogante forma parte esencial de nuestra
vida puede determinar una posterior actitud favorable hacia la investigación y generar futuras
vocaciones científicas. Así, por ejemplo, podemos encontrarnos de repente con titulares como
este: «Se buscan 60.000 científicos. Ésa es la cifra que calculan los expertos para permitir que
España se suba al tren tecnológico. Mientras tanto, el crecimiento de la economía puede ser sólo
un espejismo a medio plazo». (Barbería, 2005). ¿Cómo lograr algo así cuando la política de los
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planes de estudio contradice esta necesidad? Son cosas que no se pueden improvisar. Si no se
comienza a trabajar desde las edades más tempranas tendremos que resignarnos a la realidad
expresada por el Informe Pisa, en el que se afirma que el 26% de los quinceañeros no sabe
resolver problemas básicos. Podríamos preguntarnos, si las cosas están así, ¿cómo contaremos
algún día con investigadores de calidad? Y, lo que es peor, podríamos añadir que, incluso disponiendo de bastantes investigadores suficientemente preparados, el propio sistema impide
muchas veces proporcionarles un puesto fijo.
No es fácil enseñar ni acercar los conocimientos científicos a los niños, pues para ello primero hay que saber cómo captan y entienden éstos hoy en día, porque la mente de un niño nacido en el año 2000 se enfrenta a las cosas de una manera distinta a la de otro nacido hace un siglo
o simplemente de la generación anterior. De aquí que los especialistas reclamen una mayor formación del profesorado de enseñanza infantil y primaria. A estas edades tanto la enseñanza
como su divulgación exige unos conocimientos, métodos, habilidades, técnicas, materiales y
recursos que sólo conocen bien los expertos habituados a enseñar y trabajar con niños y niñas
de esas edades. Así poco podrá hacer un centro de investigación si no actúa en plena colaboración con los educadores especializados.
Por aportar algún medio clásico, el éxito que entre los niños puede tener una historia
bien contada y teatralizada por un grupo de títeres o de guiñol, ediciones adaptadas a ellos, etc.,
nos expresa las posibilidades de estos vehículos para introducir ideas sencillas sobre, por ejemplo, el sol y el sistema solar, las estrellas, el medio ambiente, el cuerpo humano, etc. Organizar
tertulias, como se han llevado a cabo con determinados personajes —Pedro Duque, por citar un
caso, que, por su condición de astronauta, dispara la imaginación infantil— resulta de gran interés. Los juegos o los concursos (de pintura, etc.) adaptados a su edad pueden ser también de
gran ayuda. Lo importante es que todo esto conforma y representa una buena oportunidad para
que los centros de investigación o de tecnología y los educadores trabajen juntos. La interacción
de los organismos de ciencia con los educadores y niños (que es muy enriquecedora para ambas
partes) puede surgir de visitas organizadas a los centros educativos, que serán muy fructíferas si
se preparan bien para que resulten entretenidas para los alumnos.
Las editoriales tienen ante sí un gran desafío en este campo. Pero pocas recomendaciones se pueden hacer a aquellas entidades que conocen tan bien el mercado y los públicos a los
que dirigen sus colecciones. La misión de los centros es estar disponibles y abiertos a la colaboración si estas entidades la reclaman.
Comunicar a las pymes
Por activa y por pasiva se habla de la necesidad de que la investigación básica o aplicada sirva para generar desarrollos tecnológicos que las empresas puedan convertir en innovaciones competitivas. Podemos hacer llegar una información genérica a las empresas sobre nuestro
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centro, lo que es y lo que hace. Nunca viene mal. Pero no es éste el objetivo que deberíamos perseguir ni el desafío que tenemos entre manos. Las empresas y sus dirigentes no están para perder el tiempo. La comunicación desde un centro de investigación debe estar orientada a hacer
llegar a las empresas aquellas capacidades tecnológicas (si las tenemos) que pudieran serles de
utilidad. Tarea nada fácil.
En esta misión surgen demasiados problemas y únicamente vamos a enumerar algunos:
a) En la actualidad existe una enorme distancia entre la mentalidad de los investigadores y la de los empresarios. Algunas veces este distanciamiento tiene profundas raíces, como puede ser, por ejemplo, el escaso número de empresarios de pequeñas
empresas provenientes de la universidad. Por citar un dato, en nuestro país, «sólo el
7% de los empresarios con asalariados son universitarios, frente a un abrumador
73% que cuenta con estudios máximos de bachillerato elemental, resultado que singulariza al empresariado español en comparación con el europeo». (Palafox, 1995).
Este hecho no representa un demérito para las empresas y sus empresarios, sino más
bien, a nuestro modo de ver, una tremenda deficiencia en la orientación de nuestras
universidades, que forman a los futuros profesionales en una mentalidad que les lleva
a huir del riesgo de crear empresas. Es decir, nos encontramos en un ambiente caracterizado por la falta de cultura emprendedora. «En lugar de una cultura de riesgo, lo
que tenemos es un enorme miedo al fracaso que frena las iniciativas», comentaba
Cristina Garmendia, presidenta de la Asociación Española de Bioempresas (Asebio)
y de Genetrix. (Barbería, 2005).
b) En documentos como el Libro Blanco titulado «El sistema español de innovación.
Situación en 2004», y en otros muchos documentos e informes de Cotec, se pueden
encontrar análisis sobre diferentes integrantes de nuestro sistema de I+D+i. Uno de
los rasgos destacables en relación con la materia que nos ocupa es la relativamente
escasa actividad investigadora e innovadora de nuestras empresas, incluidas las
pymes, hecho que sin duda constituye otro punto de desencuentro entre el mundo de
la generación de conocimiento y el mundo empresarial.
c) Si bien parecería lógico que el drenaje de conocimientos desde un centro de ciencia
o de tecnología se dirigiese preferentemente (o en primer lugar) a las pymes de su
entorno territorial, ocurre que los intereses de éstas no tienen por qué coincidir con
las especialidades de aquellos. Este hecho poco a poco se está solventando especialmente en las universidades cuyas nuevas disciplinas procuran acercarse cada día más
a los problemas y demandas reales de la sociedad. Aun así, queda un gran trecho por
recorrer. En definitiva, los centros con determinadas capacidades tecnológicas deben
buscar sus clientes allí donde estén, dentro o fuera de su círculo más inmediato, dentro o fuera de nuestro ámbito o panorama nacional.
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d) Los centros de investigación y las universidades (con exclusión tal vez de las politécnicas) producen como mucho capacidades tecnológicas por lo general no inmediatamente transmisibles a las empresas. Se necesita, pues, que el binomio centro/empresa actúe de mutuo acuerdo y colabore intensamente antes de saber si tal capacidad
podrá ser aplicada y dar lugar a una innovación.Todo ese trabajo previo, que es necesario abordar, exige medios humanos, organizativos y económicos que muchas veces
rebasan las potencialidades de ambas partes. A pesar de algunos programas puestos
en marcha con este objetivo (PETRI, PROFIT), el caso es que no existen demasiadas facilidades económicas específicas para acometer dicha fase.
Así las cosas, ¿cómo plantear la comunicación desde un centro de investigación a las
pymes? En primer lugar, disponiendo de herramientas singulares y, en segundo término, procurando centrarse en aquellos conocimientos o capacidades tecnológicas producidas en el centro
que puedan serles útiles a las empresas de un gremio concreto, que en principio se supone
podrían beneficiarse de dichas capacidades. Lógicamente el sentido común nos llevará a dirigirnos en primer lugar al tejido empresarial de nuestro entorno para ver si detectamos que algunas de ellas pueden ser beneficiarias de nuestras especialidades.
En relación a las herramientas, el sistema de I+D+i creó y desarrolló hace años las denominadas OTRI (oficinas de transferencia de resultados de investigación) como medio práctico e
institucional de encuentro entre universidades y centros con las empresas. La reciente historia
muestra que esta interfase ha tenido éxitos muy dispares. En muchas universidades las OTRI han
logrado altos niveles de productividad, convirtiéndose en unidades que han alcanzado no sólo un
considerable volumen de venta de capacidades, investigaciones y estudios bajo contrato, sino que
también han conseguido especializarse en la gestión de acuerdos y contratos entre empresas y
otras instituciones poco habituadas a comercializar su conocimiento. Con el tiempo, las pequeñas
y medianas empresas se han acostumbrado a hacer encargos a departamentos universitarios y
éstos han perdido el miedo a trabajar bajo contrato (plazos, calidades, costos cerrados, etc.).
Las OTRI que han funcionado bien han sido instrumentos útiles para descubrir potenciales desarrollos aptos para ser patentados y han facilitado la gestión y seguimiento de esas
patentes. Pero lo cierto es que, aún hoy en día, no es fácil ni barato para un centro producir y
mantener una patente.
Otra actividad en la que han destacado algunas OTRI ha sido la de facilitar la elaboración de proyectos conjuntos con centros y entidades de distintos países para acudir a ofertas de
programas comunitarios europeos. En este sentido, a pesar de ser instrumentos de los centros y
las universidades, pueden y deben prestar un servicio a las empresas del entorno que no disponen de sistemas para conocer las oportunidades que brinda Europa.
Nos encontramos, pues, con dos mundos demasiado distanciados mentalmente el uno
del otro. Por una parte, el de los centros de investigación en los que, la mayoría de las veces, es
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difícil detectar una posible transferencia al tejido productivo y, por otra, el mundo de las pequeñas y medianas empresas, con una mentalidad innovadora muy escasa y una falta de capacidad
para descubrir en los resultados de un centro, del que muchas veces ignoran su trabajo y potencial, aquellos conocimientos que podrían serles de utilidad. De hecho, la mayoría de las empresas no tiene tiempo para rastrear las capacidades tecnológicas que, tras emerger de los centros
de investigación o de departamentos de las universidades, podrían suponerles una ventaja. Tal
vez, de esta afirmación un tanto rotunda podríamos excluir a algunas universidades politécnicas cuya orientación va dirigida de manera más directa al mundo productivo.
Por todo ello, salvo aquellos centros que producen tecnología porque, por ejemplo, necesitan crear instrumentación científica ad hoc (centros de astrofísica, astronáutica, investigación
médica, etc.), lo normal es que el producto de su investigación sea lo que hemos venido en denominar el aumento general del conocimiento. Sin duda este conocimiento acabará llegando algún
día al tejido empresarial en forma de aplicaciones más o menos sofisticadas, pero no podemos
esperar que exista un trasvase inmediato. No obstante, a través precisamente de esa instrumentación científica, los centros provocan un avance tecnológico en determinadas empresas
mediante la contratación de componentes que, por no existir en el mercado, deben ser desarrollados bajo las determinaciones y condiciones técnicas que necesitan cumplir.
Así las cosas, la comunicación de un centro a las empresas es, en principio, una responsabilidad de la OTRI (u otra unidad específica), más que de un departamento de comunicación.
Es la OTRI la que puede y debe trazar un plan de actuación para dar a conocer las capacidades del centro en materia tecnológica y hacerlo de una manera práctica. Para ello, sería muy
conveniente que buscase apoyo en el departamento de comunicación para llevar a cabo aquellas actuaciones, ediciones, promociones, etc., que supongan una actividad de marketing encaminada a acercar de manera más efectiva el centro a los empresarios.
Conviene insistir en que éstos son gente práctica, sin tiempo que perder y cuyo trabajo
para sacar adelante su empresa los sitúa en un plano muy diferente al de los investigadores. Por
ello, esa planificación de las acciones debe ser muy bien diseñada para que no exista una sensación de pérdida de tiempo por ambas partes. Es decir, no deben ser actuaciones de puras relaciones públicas, sino que, además de dar a conocer el centro en su totalidad, debe existir un listado concreto de cuál es la oferta que podemos poner encima de la mesa y discutir, conjuntamente, las posibilidades reales existentes para cada gremio de empresas.
Es de vital importancia, cuando sea posible, disponer de un catálogo que muestre no sólo
las capacidades tecnológicas del centro, sino también los medios de producción que puede
poner al servicio de las empresas: talleres, instrumentos de homologación si se dispone de los
certificados precisos, grupos de diseño instrumental, maquinaria de precisión que no sea habitual en el entorno, laboratorios, etc. En todo caso, el mejor conocimiento mutuo puede producir significativos beneficios: posibilidad de diseñar algún trabajo o proyecto conjunto, conocer
mejor sus demandas, etc.
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No esperemos a que sean los empresarios los que tomen la iniciativa de conocernos
mejor. Si bien la organización de visitas a las secciones tecnológicas de una universidad o centro pueden ser de gran utilidad, será misión de la OTRI o de la unidad que tenga encomendada esta tarea, tomar la iniciativa e ir a vender nuestras capacidades a aquellas empresas que
a priori podrían estar interesadas en nuestra ayuda.
Para finalizar, y hablando tal vez de manera demasiado directa, debemos tener en cuenta que, si bien el clima de un centro de investigación o de una universidad viene marcado por la
seguridad que proporciona el hecho de que la institución tiene asegurada su existencia, los
empresarios deben luchar de continuo en un mundo donde la supervivencia se labra día a día.
Por consiguiente, el problema de un gestor de una pyme (máxime si tenemos en cuenta la
dimensión de gran parte de las pymes de nuestro país) consiste en la solución de un conjunto
de problemas, con los que amanece cada día, que abarcan el espectro completo del mundo productivo, desde la gestión del personal y los aspectos financieros hasta los posibles problemas de
producción, pasando por la gestión comercial. Con ello se quiere decir que o bien tenemos una
solución concreta para alguno de sus problemas, por pequeño que éste sea, o sólo verán en nosotros un pequeño lujo derivado de tratar con gente que se mueve en su peculiar nube onírica,
desligados y desconocedores de lo que supone la dureza del mundo real.
3.3. ¿Qué comunicar? o «El contenido de los mensajes científicos»
3.3.1. Informar sobre la actividad investigadora del centro
Tras hablar de quién debe comunicar (emisor) y también del receptor al que queremos
llegar, y de sus limitaciones, vamos a analizar la naturaleza de los mensajes científicos desde el
punto de vista de su comunicación al gran público.
Ya en la introducción se advirtió que lo que entendemos por comunicación corporativa
es únicamente un aspecto de la comunicación que, además, tiene muchos puntos coincidentes
en general con la de otro tipo de instituciones, empresas o entidades. Esta comunicación corporativa, que tiene también peculiaridades cuando se hace desde un centro de investigación, no
ofrece una especial dificultad porque no juega con conceptos complejos, siendo básicamente
descriptiva. Ésta es la razón de que no se incluya en este punto y se reserve a la tercera y cuarta parte de este documento.
En este punto nos centramos en la comunicación de los mensajes de carácter científico
que surgen de la actividad investigadora. ¿En qué consisten estos mensajes? ¿Cómo plantear su
contenido para ser comunicados a un público no experto?
La ciencia no es sólo conocimiento, sino también un bagaje cultural de primera magnitud. Y, si es así, ¿cómo transformar el saber científico y tecnológico en explicaciones compren57
sibles sin traicionar su esencia? ¿Qué hacer para atraer a los ciudadanos e ir creando en ellos
ese poso cultural que pretendemos?
De difundir la ciencia original ya se encargan los investigadores cuando dan a conocer
los resultados a sus colegas en las publicaciones especializadas, en los congresos y en otro tipo
de encuentros científicos. No hacerlo sería firmar su sentencia de muerte como profesionales.
Pero difundir no es divulgar: de hecho, el gran público ni es invitado ni asiste a tales congresos
o simposios, ni lee normalmente esas revistas especializadas, por lo que la ciencia, tal cual, no es
comunicable a ese gran público. Hay que crear un producto diferente, inteligible, que no pierda
de vista el rigor inicial. Algo parecido a lo que hacemos con el trigo: lo molemos para convertirlo en harina con la que hacer un pan comestible. La harina es y no es, al mismo tiempo, el trigo
original.
3.3.2. Dificultades para divulgar
Aunque lo dicho sobre la comunicación puede ser aplicable a todo tipo de centro y
grupo que haga investigación, en este documento, al hablar de ciencia, nos referimos a aquellas
disciplinas que la mayoría de los ciudadanos identifican como tal, es decir, según el estudio ya
citado de la FECYT, la medicina (88,4%), la física (82,5%), la biología (78,4%), las matemáticas (72,0%) y la astronomía (68,9%) (FECYT, 2002).
Desde luego se trata de una percepción a la que se podrían añadir algunas matizaciones.
Por ejemplo, en el caso de la medicina convendría diferenciar la actividad clínica de la investigación médica. Curiosamente, por poner un ejemplo, al menos en el resumen del estudio no
figura la química, ciencia tan fundamental como indiscutible.
En todo caso, no es momento de hablar de las dificultades que ofrece la clasificación de
las ciencias o de entrar en discusiones sobre si las llamadas ciencias sociales, económicas o del
hombre son, o no, verdaderas ciencias; tampoco si nos inclinamos por la existencia, o no, de la
unidad o la diversidad del método científico. Simplemente estamos marcando el terreno de
juego, a sabiendas de que los antiguos científicos eran los filósofos naturales y de que tampoco
se puede negar el carácter de científico a quien, por ejemplo, trabaja en el campo de la filosofía
de la ciencia, rama de la investigación filosófica que indaga en los problemas que plantea el
acceso al saber científico o la metafísica entendida en la acepción kantiana como conocimiento
racional puro por conceptos.
Hechas estas aclaraciones, convertir la ciencia en mensajes comprensibles para los ciudadanos supone numerosas dificultades nada comunes en relación a la comunicación de otro
tipo de contenidos. Vamos a detenernos un poco en cuatro de estas dificultades.
1. La primera proviene de su misma esencia. La ciencia nace de la abstracción.Abstraer
es eliminar lo que hay de singular en objetos, fenómenos o procesos para quedarnos
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con lo que está detrás de ellos, con su noción o con el enunciado o formulación de las
leyes que permiten describir sus comportamientos. Penetrar en estas profundidades,
cuando vivimos sumidos (al menos en los países de nuestro entorno) en la cultura de
la apariencia y en la superficialidad de los signos externos, exige de nuestra mente un
esfuerzo especial sin el cual no podremos llegar a la sustancia y naturaleza de las propuestas científicas. Sin esta profundización intelectual es difícil traspasar la cáscara de
las cosas y llegar al meollo de la nuez, saltando por encima de los hechos concretos o
las realidades del mundo de los sentidos para calar hasta aquello que los trasciende.
El grado de abstracción se corresponde con el nivel de inteligibilidad o profundidad
en que debe moverse nuestra mente si quiere entender lo que busca. Por ello, primero Aristóteles y más tarde los escolásticos situaban la metafísica (o filosofía primera
que estudia el ser en cuanto ser) como la ciencia suprema entre las ciencias teoréticas, subordinando a ella la física (filosofía segunda) y las matemáticas. Aunque el
nombre de metafísica surja de manera casual y provenga de haber ordenado los libros
del maestro tras los de la física, el pensamiento árabe y medieval lo ha convertido en
un término doctrinal. No es extraño tampoco que Kant comenzase estudiando problemas de la física, después mostrase un interés preferente por la filosofía y, al fin, terminase metido de lleno en cuestiones de metafísica.
En la física actual todo es aún más complicado. Efectivamente: «En este respecto, la
revolución contemporánea de la física es mucho más trascendente que la denominada revolución copernicana del siglo XVI; el universo heliocéntrico era en principio
tan imaginable como el universo de Ptolomeo. Pero hoy es evidente que el sustrato
objetivo de los fenómenos físicos no puede ser descrito en términos imaginativos;
todas las cualidades sensoriales están básicamente al mismo nivel fenoménico, lo cual
es resultado de la interacción de nuestro organismo consciente y de los procesos físicos transfenoménicos.» (Capek, 1965).
El hecho es que, según la mente se mueva en esos distintos niveles de abstracción,
podrá bucear en unos problemas u otros. Por ejemplo, tal vez algún astrofísico que se
dedique a la cosmología y estudie el origen y la evolución del Universo conocido, se
pueda dar por satisfecho al dar una explicación de las condiciones previas al big bang
y de cómo ha sido posible la evolución hasta nuestro Universo actual; sin embargo, a
la cosmología filosófica lo que probablemente le interese es cómo es posible que en
ése algo previo al Universo más primordial pudiese ya existir en potencia lo que hoy
en día es nuestro Universo en acto.Algo así se planteaba el profesor Steven Weinberg,
Premio Nobel y autor de «Los tres primeros minutos del Universo» (Weinberg, 1978),
en la conferencia titulada «Origins...» y pronunciada en la Universidad de La Laguna
con motivo de la inauguración solemne de los observatorios astrofísicos de Canarias
(27 de junio de 1985). Decía Weinberg: «Me niego a pensar que la física fundamental
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se pare en este punto». Y continuaba: «Hay mucho más en juego que el ampliar sólo
nuestro conocimiento del Universo hacia atrás en el tiempo. Existe un problema científico incluso más fundamental que el origen del Universo. Queremos saber el origen
de las leyes que han gobernado el Universo y todo lo que hay en él. Los físicos o, al
menos, algunos de nosotros, creemos que hay una colección sencilla de leyes de la
naturaleza, de las que todas nuestras complicadas leyes físicas y químicas presentes son
sólo una consecuencia matemática. No conocemos estas leyes, pero, si quieren como
acto de fe, esperamos conocerlas con el tiempo».
De igual manera podríamos referirnos a los conceptos de libertad y determinismo,
que son conceptos completamente diferentes según hablemos con un científico o con
un filósofo.
2. Además de esta primera dificultad de la abstracción que conlleva la ciencia y que exige
sumergirse bajo el plano de lo concreto, nos encontramos con una segunda consistente
en que uno de sus objetivos radica en encontrar leyes que permitan describir fenómenos y prever acontecimientos. Será muy difícil enunciar las leyes físicas y los comportamientos que encierran sin envolverlos en formulismos matemáticos. La formulación de
estas leyes, por consiguiente, suele hacerse utilizando las matemáticas, que no son precisamente sencillas. Un público desconocedor de estas herramientas matemáticas no
sabrá leer fácilmente los comportamientos físicos que describen esas fórmulas.
3. La tercera dificultad proviene de la manera natural de entender las cosas o lo que
podríamos denominar el efecto escalera. No se puede llegar a los escalones más altos
sin antes haber recorrido los de primer nivel. Explicar un logro supone desencadenar en el receptor una serie de preguntas, tan lógicas como previas, sin las cuales la
primera proposición será imposible de entender. Esta es la dificultad propia del
razonamiento deductivo. El nivel cultural determina la profundidad que es necesario adoptar para encontrar suelo firme donde asentar las primeras premisas.
Además, comunicar la ciencia no se reduce a transmitir conceptos, ya de por sí complicados, sino que conlleva explicar los planteamientos, experimentos, procesos y
metodología que acreditan haber llegado a ciertas conclusiones. Aquí viene muy
bien recordar la noción de ciencia como el conocimiento cierto de las cosas por sus
principios y causas y, también, el de considerarla, al mismo tiempo, como cuerpo de
doctrina metódicamente formado y ordenado, que constituye una rama particular
del saber humano. La ciencia es, por tanto y también, el resultado del diseño y aplicación de un método.
4. Sin afán de alarmar, y por si fuese poco lo dicho, siempre es posible añadir una cuarta dificultad. Hemos dicho que la ciencia se desarrolla mucho más deprisa que su asimilación por los ciudadanos, y que el desfase existente entre los descubrimientos y su
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vertido a la cultura popular, lejos de disminuir, se hace cada día más profundo. Sólo
dos ejemplos. La teoría de la relatividad formulada por Albert Einstein en el primer
cuarto del siglo XX no se ha abierto paso aún de manera decidida entre los planes de
estudio de la enseñanza secundaria y, consecuentemente, tampoco en nuestra manera de entender las nociones de espacio, tiempo, masa y energía. Algo similar cabe
decir de la física cuántica, otro de los pilares sin los cuales resulta imposible explicar
hoy el comportamiento de la materia y la energía.Así, mientras los científicos desgranan las complejidades conceptuales del modelo de un Universo en expansión, el gran
público vive aún en una concepción estática del Cosmos que en poco se diferencia de
la existente en los siglos XVII y XVIII. Con esto queda dicho que, cuanto mayores
sean las carencias de la educación secundaria en estas materias, mayores dificultades
encontraremos para divulgar la ciencia.
Nos tenemos que acostumbrar a que en ciencia nada se improvisa. En la enseñanza tampoco. Algo similar ocurre en la divulgación. Pongamos un ejemplo. Coincidiendo con el centenario de los cuatro artículos más revolucionarios escritos por Einstein en 1905, la Unesco proclamó 2005 el «Año Internacional de la Física». En el diario El País se podía leer en el mes de enero
un reportaje alertador titulado: «Un año entero para la física» (Ruiz de Elvira, 2005). Pues bien,
a pesar del loable despliegue llevado a cabo a lo largo y ancho de nuestra geografía, hay que decir
que a muchas instituciones este año las pilló completamente desprevenidas, de tal forma que en
junio aún estaban pensando qué hacer en la edición de la Semana de la Ciencia. Y lo que es más
importante —aunque bien podemos decir que, en definitiva, 2005 fue un año sin duda fructífero
en la extensión cultural de las ideas de Einstein—, la cultura científica es una cuestión del día a
día y hay que fundamentarla desde los cimientos sólidos de unos planes de estudio adecuados.
3.3.3. ¿Es explicable toda la ciencia?
Se discute si cualquier conocimiento científico puede ser divulgado o solamente aquellos que son menos abstractos y por ello más asequibles. Por ejemplo, para Peter Atkins, catedrático de Química de la Universidad de Oxford y autor del libro «El Dedo de Galileo, las Diez
Grandes Ideas de la Ciencia», hasta los conceptos científicos más abstractos se pueden hacer
asequibles al público en general. «La ciencia —dice— se está haciendo cada vez más abstracta,
y por lo tanto cada vez más difícil de explicar. Los científicos tenemos que encontrar la forma
de transformar lo abstracto en lo concreto.» (Salomone, 2003).
Afortunadamente, no toda la ciencia presenta el mismo grado de abstracción y por tanto
el mismo nivel de dificultad para su divulgación. Veamos esto en dos ejemplos.
«En cualquier sistema matemático, suficientemente potente para que en él se pueda desarrollar la aritmética de los números naturales, existen proposiciones P con perfecto sentido
61
dentro del sistema que son «indecidibles»; es decir, P no se puede demostrar, pero tampoco
no-P se puede demostrar.» Este teorema, enunciado por Kurt Gödel en 1931, y que supuso una
verdadera revolución en el mundo de las matemáticas, presenta una considerable dificultad
para explicarlo al público y apenas ofrece resquicio alguno donde apoyar una visualización que
haga más fácil su comprensión. Tan sólo cabría decir que ofrece una incertidumbre similar a la
que encierra una sentencia como «esta afirmación es falsa», porque si dicha sentencia es verdadera es que es falsa, y si es falsa es verdadera.
Sin embargo, si tuviésemos que explicar la fórmula de Leonardo Euler para los poliedros convexos, todo sería mucho más sencillo, puesto que contamos con un famoso poliedro
convexo: el modelo Tango de balón de fútbol, que «consta de doce pentágonos y veinte hexágonos, cuyos lados tienen idéntica longitud». Según Euler los poliedros convexos (en este caso, el
balón) deben cumplir necesariamente la siguiente ley: «El número de Caras, más el de Vértices
menos el de Aristas es igual a 2» (C+V-A = 2). Según dicha fórmula, se puede demostrar fácilmente que es posible construir un balón únicamente con pentágonos pero nunca con sólo hexágonos (Córdoba Barba, 2000).
3.4. El papel de los medios de comunicación de masas o
«Los cauces para comunicar»
3.4.1. ¿Son los medios de comunicación los malos de la película?
Esta podría ser la pregunta a la que pretende responder este capítulo. Analizada la relación de la sociedad con la ciencia y la tecnología, y situada sin ambigüedades la primera responsabilidad de comunicar en el mundo de los científicos y tecnólogos, veamos el papel de los
medios como vehículos de la comunicación.
El papel de los medios de comunicación es materia favorita, por controvertida, en los
foros en los que se reflexiona sobre la comunicación de la ciencia. Los mensajes necesitan un
canal de transmisión y, en principio, los medios de comunicación son los vehículos habituales
para hacer llegar a la sociedad, de manera asequible, las noticias científicas y los conocimientos
que en ellas se encierran. Hasta la llegada de Internet, los periódicos, las radios y las televisiones han sido casi el único cauce para llegar al gran público.
Incluso hoy en día, según confirma un estudio del Centro de Investigaciones
Sociológicas (CIS) sobre lectura digital de diarios, dos de cada tres internautas (el 68%) que
consultan las ediciones digitales de los periódicos prefieren, a pesar de todo, la prensa en papel.
Sólo un 12% se decanta por el soporte digital para informarse, mientras que un 16% lee ambas
indistintamente. El estudio del CIS refleja que todavía el 86% de los españoles que leen la prensa nunca consulta las ediciones digitales de los periódicos, mientras que un 11% lo hace de
forma semanal o mensual (Elías, 2000).
62
Los medios son, o deberían ser, los intermediarios naturales entre los centros de ciencia y la sociedad. Constituyen también un puente de dos direcciones capaces de transmitir al
mundo científico las inquietudes, opiniones y maneras de reaccionar de la sociedad con respecto a la ciencia. Ello les confiere un papel privilegiado y, tal vez, preponderante, difícil de
obviar. Pensar que de esta situación se derive o no una responsabilidad de los medios de
comunicación para con la ciencia y su acercamiento a la sociedad es cuestión de opiniones.
Los científicos sí piensan que existe esta responsabilidad. «Los medios de comunicación de
masas tienen una responsabilidad en la formación científica de los individuos y pueden realizar una gran labor en materia de divulgación científica. Para lograr este fin pueden apoyarse
en los profesionales de la educación y la investigación.» (Declaración surgida del I Congreso
«Comunicando Astronomía en Hispanoamérica», Arecibo, 27 de septiembre, 2003).
Además de opinar, el papel de los medios es, en principio, contar de manera objetiva lo
que ocurre y aquello que hacen, piensan y dicen los demás. Pero no es tan sencillo. Sería pueril
creer que los medios son agentes objetivos y asépticos, simples carteros portadores de mensajes,
con abstracción, desconocimiento o ignorancia de su origen y contenido. Sin necesidad de rasgarse las vestiduras, la realidad es que los medios de comunicación pertenecen a grupos cuyas
empresas, basadas en la comunicación, buscan una rentabilidad económica y también ideológica.
Ambas cosas generan poder social y político. Y aunque el gran público pueda sentirse saturado
de información (política, por ejemplo), los medios buscarán influir en esa sociedad y satisfacer la
demanda de una clase dirigente a la que sí le interesa la política, porque vive de ella. Salvo por
el gran éxito de las revistas de curiosidad científica, la información científica y tecnológica aún
no resulta lo suficientemente rentable ni para su economía (no genera publicidad) ni, desde
luego, para su influencia ideológica. Este es un hecho en el que tal vez los propios científicos
hayan tenido parte de culpa, por resistirse a vender su producto de una manera llamativa y mostrar el poder que realmente tienen. Por ello, sólo aquellos avances de innegable interés o que suscitan graves polémicas y dudas éticas en la sociedad (clonación de humanos, por ejemplo), logran
de manera automática una gran atención de medios.
¿Qué interés pueden tener por la ciencia los empresarios de prensa, los directores de los
medios y los responsables de las secciones científicas?
3.4.2. Ciencia y empresas de comunicación
En el seminario «Periodismo Científico en un Mundo Diverso» (Barcelona, 7-8 de junio,
2004), el dos veces Premio Pulitzer y creador del suplemento Science Times del The New York
Times, John Noble Wilford, contaba que este suplemento no empezó como un reconocimiento
a la grandeza de los científicos y a lo que hacen, sino como consecuencia de la crisis que sacudía a EEUU en el año 1976, que exigió del periódico buscar caminos para vender y tener más
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publicidad a través de la creación de diversos suplementos que se incluirían durante los distintos días de la semana (negocios, deportes, muebles y hogar, ocio, etc.). Al final quedaba libre el
martes, que se lo disputaban los temas de moda y ciencia. El editor eligió ciencia, por ser más
digno, pensando atraer la publicidad del emergente negocio de la informática.
Pero no estamos en EEUU y es dudoso que la información científica produzca por sí
misma más ventas. Tampoco parece ser significativa en el campo del poder político que busca
influir en la opinión pública. Así las cosas, para los propietarios de las empresas de prensa no es
una materia que les resulte suficientemente atractiva. El hecho es que más de un medio que lanzó
un suplemento de ciencia terminó cerrándolo. Hablar de ciencia parece más una cuestión de prestigio que un negocio rentable. Un buen periódico no tiene más remedio que tener en cuenta al
colectivo de investigadores que, al fin y al cabo, no deja de ser un grupo de intelectuales, además
del número de lectores que pueden mostrar su interés por la ciencia. De esta forma el planteamiento empresarial parece reducirse a cómo satisfacer a ese público con un mínimo gasto.
«A lo largo de la historia, la ciencia ha estado frecuentemente enfrentada con el poder, unas
veces por el afán de éste de controlarla para sus propios fines y otras en un intento de anularla por
cualquier procedimiento, incluida la persecución y la quema de los herejes. Paradójicamente, en
España a comienzos del siglo XXI el poder fáctico más ostensible, el poder mediático de la televisión, arropado de un protagonismo que de ninguna manera tendría que asumir en una sociedad
culta y democrática, parece querer anular el papel de la ciencia. Una cultura oficial que se parapeta tras los medios de comunicación de masas relega cada vez más a la ciencia y la tecnología y para
ello se escuda tras un viejo pretexto, la tutela sobre una sociedad a la que presupone siempre menor
de edad para entender las cuestiones técnicas.» (…) «En el cada vez más omnipotente mundo de
las imágenes, la televisión digital es la que marca la pauta hasta que las auténticas autopistas de la
información ocupen su lugar dentro de veinte o veinticinco años, y sus comienzos no han podido
ser menos prometedores. La primera oportunidad tecnológica ha sido la del negocio fácil y rápido,
así que en todo el mundo la telebasura y los espacios dirigidos especialmente a públicos de baja
extracción cultural se han hecho dueñas de las parrillas de programación, con el pretexto del ocio
para todos, pero, en realidad, atendiendo estrictamente a criterios comerciales. Este fenómeno se
extiende a escala mundial y no parece que esta filosofía vaya a cambiar en mucho tiempo. Más bien
al contrario, en Estados Unidos, que señala el camino a seguir por las televisiones de todo el planeta, la tendencia es a rebajar aún más los contenido de la programación y acentuar el espectáculo
por encima de cualquier otro concepto. Las noticias con morbo, los reality show, las teleseries de
mensaje blando y los concursos han arrinconado a los programas serios en altas horas de la madrugada o en la programación matinal de mínima audiencia, condenando a la información científica y
tecnológica a un nicho que, de ninguna manera, se corresponde con el importante papel que juegan en el desarrollo de la sociedad. Relegada a estos horarios denigrantes, la información técnica
de ninguna forma puede competir con el share, el nivel de audiencia de los programas privilegiados.» (Centurión, 1995).
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3.4.3. La ciencia y los directores de los medios
Parece que la ciencia, como materia informativa, es algo muy interesante, pero su escasa repercusión en ingresos y su pobre significado ideológico la convierte en la cenicienta de los
directores. Ciertas materias relacionadas con la investigación, como las que lo están con la tecnología y la innovación, se destinan a las páginas económicas del diario. Los directores procuran alcanzar el mejor periódico, desde el punto de vista técnico, y rentabilizar el poder que tienen en sus manos para lograr la máxima rentabilidad económica, ideológica y política. No reciben una presión positiva de sus consejos de administración, por lo que aplican preferentemente los recursos humanos a otras secciones; el espacio destinado a la ciencia deben conquistarlo
con el sudor de su frente.
3.4.4. La ciencia, los periodistas científicos y los responsables de las secciones
científico-técnicas de los medios
Veamos una cuestión previa: como es sabido, la gran mayoría de los diarios no acostumbra a tener una sección específica de ciencia, sino que las noticias sobre esta materia se publican en la sección Sociedad, formando parte de un cajón de sastre poco congruente para con la
ciencia. Hay excepciones como el periódico El Mundo, que mantiene una sección de ciencia diaria, así como su edición digital Ciencia/ecología. Otros periódicos prefieren incluir las noticias
de ciencia cuando suceden y optan por editar además un suplemento específico, como hace el
diario El País con el suplemento Futuro.
Los periodistas científicos son el eslabón más cercano a los centros e investigadores y
constituyen un grupo de profesionales muy activo en pro de la divulgación. Bien podemos decir
que, en nuestro país, contamos con un buen grupo de periodistas científicos, sobresalientes en
conocimientos, rigor y profesionalidad. Nuestro problema no ha sido una cuestión de calidad,
sino de cantidad. Muchos de ellos son dados, además, a reflexionar sobre las relaciones cienciamedios de comunicación-sociedad y se les puede encontrar en actos, ruedas de prensa, congresos y otras reuniones sobre estas materias. Es de justicia señalar la labor llevada a cabo por
Manuel Calvo Hernando, cuyo trabajo en pro del periodismo científico se ha convertido en un
referente para quien reflexiona sobre el papel de la información científica.
Son muchos los foros nacionales e internacionales que tienen lugar sobre diversos aspectos del periodismo científico y sobre la cultura integradora, al término de los cuales se suceden
declaraciones hasta el punto de constituir un cuerpo de doctrina y de peticiones de sumo interés (declaraciones de Salzburgo, Madrid, São Paulo, Valencia...).
Existen, pues, oportunidades para discutir directamente con los periodistas científicos
sobre estos asuntos, quienes por ello deben soportar las críticas globales, a veces acerbas, sobre
65
el papel y el comportamiento de los medios para con la ciencia, ya que sus buenas intenciones
parecen chocar, la mayor parte de las veces, con el realismo de las redacciones de su respectivos medios. Este hecho es algo ya apuntado en la Declaración de Salzburgo (1974): «Como condición indispensable para la vitalización de la información científica se señala la necesidad de
un cambio de actitud en los jefes de redacción de los periódicos y en los responsables de las emisoras de radio y televisión. Es necesario ampliar y potenciar el papel de la información científica en los medios de comunicación de masas». Es decir, las críticas del mundo de la ciencia a los
medios están dirigidas no tanto a los periodistas científicos como a los responsables de los
medios y de las propias redacciones. Merece la pena resumir esas críticas y los argumentos (y
contraargumentos) que se escuchan de una y otra parte, porque ayudan a entender el entorno
en el que se ha de mover la comunicación científica y tecnológica.
3.4.5. El ruedo visto desde el tendido de los científicos y tecnólogos
Desde el ámbito científico, se acusa frecuentemente a los medios de ser una de las causas principales de la falta de cultura científico-técnica de nuestra sociedad, razón por la que se
les atribuye misiones y responsabilidades propias en esta tarea: «la cultura moderna está en los
periódicos», se dice. No es una opinión interesada. En palabras del académico y catedrático de
Historia, José Álvarez Junco, en la ceremonia de los premios Ortega, «... además de influir sobre
los acontecimientos por el mero hecho de informar, orienta la percepción de la realidad en
determinados sentidos y, por lo tanto, también moldea la realidad al crear opinión. El ser humano no puede interpretar el mundo en que vive sino a través de prismas culturales, y la prensa es
hoy la gran creadora de prismas culturales que orientan nuestra percepción». (Álvarez Junco,
2004).
También han de asumir la responsabilidad de que muchos investigadores, al ver que sus
aportaciones son ignoradas o tratadas de manera escasamente rigurosa (cuando no incorrecta),
se nieguen a informar de sus resultados al gran público. Se les echa en cara no tener verdadero
interés, capacidad y tradición para tratar correctamente los temas científicos, lo que hace de los
medios de comunicación (excluyendo honrosas excepciones) unos malos instrumentos para la
transmisión de sus mensajes. Para terminar, se les culpa de no incidir suficientemente y con criterio independiente sobre asuntos de política científica (salvo que lo hagan como pretexto para
desgastar al gobierno de turno), y de no invertir esfuerzos suficientes (programas, secciones,
medios humanos) para crear interés en sus lectores y audiencias hacia estos temas. «Resulta
paradójico que escasee el periodismo científico estando en la era de la ciencia», decía Nácere
Hayck Calil, catedrático de Análisis Matemático, profesor emérito de la Universidad de La
Laguna y presidente de la Academia Canaria de Ciencias; y éstas son palabras que expresan el
sentir de un gran sector de la sociedad científica.
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El mundo científico se lamenta, al mismo tiempo, de que la publicidad comercial abuse
continuadamente de la ciencia utilizando mensajes del tipo «científicamente probado». Un trabajo sobre el particular llegaba a la misma conclusión tras estudiar cómo se invoca en vano el
nombre de la ciencia con «afirmaciones aparentemente complejas, pero vacías de contenido».
Para Juan Manuel Campanario, primer firmante del trabajo publicado en la revista Enseñanza
de las Ciencias, «la ciencia se usa en publicidad por dos razones: primero igual que se usa a un
famoso como respaldo de calidad. Algo probado científicamente es algo verdadero; se cree que
el conocimiento científico está probado más allá de toda duda, lo que es erróneo». Además de
esta fe ciega, los publicistas se aprovechan de que la sociedad «no tiene conocimientos científicos mínimos para entender lo que se dice, para saber si es cierto o no», añade. (Calvo Roy, 2001).
3.4.6. Réplicas y dúplicas
Escuchemos también la otra campana, la de los profesionales de la información y sus
razonamientos.
1. Los periodistas (científicos y no científicos) se declaran notarios de los hechos y se
autonombran representantes de los intereses informativos de sus lectores y audiencias.
Consecuencia de ello, dicen, es que los medios de comunicación no tengan más remedio que atender, en sus contenidos, a las demandas de sus clientes. Si no se reclama
ciencia, los medios no darán ciencia. Aparentemente, se trata de aquello del editor de
The New York Times, Arthur Ochs Sulzberger: «No tiene sentido publicar diarios que
no interesen al público. Hay que pensar qué quieren saber los lectores y no publicar
las noticias que interesan a los editores y directores». (Semir y Revuelta, 2004).
Según este principio, el argumento se volvería en contra ya que según el citado estudio de la FECYT (2002) y otros similares, la atención prestada a la información científica es insuficiente. Así opina un 50% (frente a un 37%) en relación con la información en televisión; un 47% (frente a un 33%) para el medio radio y un 46 % (frente
a un 35%) en relación con la prensa escrita. Los entrevistados únicamente encuentran en Internet el instrumento donde encontrar la suficiente información científicotécnica para su interés.
Como ya hemos destacado, no es la única encuesta. En otro estudio realizado por la
Fundación BBVA, presentado en Madrid por su director general Rafael Pardo, el 3 de
febrero de 2004 y recogido por La Razón Digital, se afirma: «Los españoles están
mucho más interesados en los temas científicos de lo que parece en principio. Tanto,
que su consideración hacia la figura del científico es más alta que la media europea,
por detrás de la medicina y el medio ambiente. Pero eso no se corresponde con la per-
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cepción de sentirse deficientemente informados por los medios de comunicación, algo
que no ocurre en países como Italia, Francia, Dinamarca o Alemania».
La información continúa: «El trabajo se realizó en base a 1.500 encuestas en nueve
países europeos, y pone de manifiesto algo de lo que deberían tomar buena nota los
mandatarios de los medios de comunicación: una desconexión evidente entre las necesidades y el interés de la sociedad española ante la ciencia y el escaso interés que la
radio, prensa y televisión muestran a la hora de informar sobre los avances científicos,
ya que los españoles se perciben “insuficientemente informados”». Y Pardo concluye
afirmando: «Hay un vacío entre el interés por la ciencia y el conocimiento».
Por el contrario, no hay encuesta en la que el público no exprese su saturación por la
información política. Si el argumento expuesto fuese cierto, la atención a la información política debería descender de manera radical.
2. Los medios no hacen otra cosa que reflejar, sin más, la debilidad de nuestro tejido investigador. «Los periodistas sufrimos las consecuencias de tener una comunidad científica
que en realidad no forma una comunidad. Es pequeña, fragmentada, lógicamente, y no
tiene apenas peso político o social. No hay científicos famosos o simplemente conocidos. Apenas participan en las decisiones de política científica. No hay casi grandes proyectos científicos, no existen grupos de presión, foros donde se discutan temas que
importan a la sociedad, polémicas políticas o sociales relacionadas con la ciencia. O sea
no existen apenas elementos para la actualidad periodística.» (Ruiz de Elvira, 1999).
Hay poco que objetar a esta cruda y realista visión por parte de una figura del periodismo científico. Pone el dedo en la llaga: somos un país con muy escasa tradición
científica y carecemos, por tanto, también de un importante periodismo científico.
Cabría decir que, siendo ésta la realidad, habrá que luchar por cambiarla.
¿Corresponden globalmente los medios de comunicación al esfuerzo que, aunque de
manera insuficiente, se está llevando a cabo en nuestro país en materia de I+D+i?
¿No deberían ser algo más generosos los medios sabiendo que, aun en estas condiciones, la producción científica de nuestros investigadores en algunas ramas de la ciencia es ciertamente notable?
Volviendo al mundo de la política, una persona desconocida que sea nombrada ministro pasará en poco tiempo a ser conocido por una gran mayoría de lectores. El secreto
no es otro que la insistencia con que aparece en los medios de comunicación. Aunque,
sin duda, pasará a manejar asuntos de interés para la ciudadanía, resulta más que opinable que muchas de las cosas que dicen o hacen los ministros sean tan importantes
como para justificar los despliegues informativos a los que nos tienen acostumbrados
los periódicos y, de manera especial, las cadenas públicas de radio y televisión. De
hecho, el carisma y la credibilidad que les atribuyen los medios no se corresponden
habitualmente con la valoración que les otorga el público en las encuestas. ¿No resulta
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sospechoso que esos medios no encuentren científicos jóvenes, suficientemente relevantes, como para invertir en ellos periodísticamente y darlos a conocer?
Parece una exageración pero no lo es. La obsesión por lo político llega, en casos, a lo
irrisorio. Un ejemplo: una cadena de radio entrevista al entonces Ministro de Ciencia
y Tecnología en una célebre tertulia mañanera. Le formulan quince preguntas.
Ninguna de ellas tiene nada que ver, ni guarda relación alguna, con la ciencia ni con
la tecnología; todas versan sobre política. ¿No es ésto una absoluta falta de respeto al
público, a los investigadores y tecnólogos de este país, y para con la ciencia en general?
No queramos engañarnos. Cuando a un grupo mediático, por unas u otras razones, le
interesa mantener vivo en la opinión pública un tema, no escatima medios y hace
alardes informativos que llegan hasta la desmesura con tal de producir en los ciudadanos el efecto deseado.
3. El tercer argumento se basa sencillamente en que nuestras ideas acerca del papel que
deben jugar periodistas y medios son, por lo menos, discutibles. Así, afirmaciones
como «los periodistas tienen una responsabilidad en la educación científica» , «los
periodistas somos mensajeros de los científicos ante la sociedad», «el periodismo
científico es sobre todo divulgación» o «es mejor periodista científico el que más sabe
sobre la materia que trata», son verdades a medias que conviene someter a discusión.
(Fernández Bayo, 2000).
Es cierto que, tal vez, exigimos demasiado a los medios de comunicación, pero también lo es que nos gustaría aprovechar mejor su poder para que se comprometiesen
más en esta responsabilidad cultural frente a los ciudadanos. Cuando se informa
sobre un descubrimiento, ¿cómo hacerlo sin educar de alguna manera al lector acerca de algo (descubrimiento, innovación) que no existía aún cuando era estudiante y
que, por tanto, resulta completamente novedoso?
En el discurso pronunciado por el escritor Ernesto Sábato, con motivo de la entrega
del Premio Ortega y Gasset, decía: «La prensa en estos últimos años ha adquirido una
notable expansión social y política, jerarquizada por su labor en las áreas de investigación y cultura. Quienes tienen en su poder el funcionamiento de los grandes
medios, han de permanentemente tomar conciencia de la gran transformación a la
que pueden contribuir, capacitados como están para intervenir en las graves necesidades a las que estos tiempos nos está enfrentando». (Sábato, 2002).
Estamos pidiendo lo mismo a los científicos: una mayor autoconciencia de su responsabilidad con la sociedad. Tampoco ellos tienen por qué suplir las carencias derivadas
de una mala política y planificación educativa. Por tanto, lo importante es sumar
esfuerzos, sabiendo que cada parte, ante las deficiencias que cada cual tiene delante,
debería ir más allá de lo que sería exigible en una situación normal.
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El historiador de la ciencia y académico José Manuel Sánchez Ron decía que «la televisión, desde el punto de vista de educar a nuestro país en la ciencia, es lamentable,
es una vergüenza nacional. Han proliferado los llamados programas basura. El argumento es que la gente los ve más, sí; pero ¿qué otras alternativas tienen? (...) Y, en
segundo lugar, al menos las televisiones públicas tienen que ocuparse de mejorar la
cultura de sus ciudadanos, porque sólo es libre aquel que sabe, que puede elegir».
4. Un último argumento: «Tenemos un mundo donde el flujo de información está en
expansión constantemente desde el punto de vista de los emisores; y los receptores
tenemos, sin embargo, el mismo espacio de hace 150 años para darle cabida a todo».
(Fernández Hermana, 1999).
Efectivamente, la aldea global hace que cualquier medio reciba toneladas de información de todo tipo. La ciencia no tiene fronteras y las noticias de ciencia deben competir entre sí.
«Uno de los grandes problemas que tiene el periódico (se refiere al ABC), como todos los
demás, y que es fundamental en el periodismo, es el de la selección de las noticias. Nosotros
somos una sección más, que no tenemos ningún privilegio a la hora de conseguir el espacio que
consideramos suficiente para dar la información del día anterior.» «...y todos los días gran parte
de nuestros esfuerzos se dedican a conseguir el espacio que consideramos suficiente para dar la
información del día anterior». (Aguirre, 1999).
No es de extrañar que durante la etapa estival, en la que disminuye drásticamente la
información política y no existen apenas competiciones futbolísticas, aumenten considerablemente las noticias sobre materias relacionadas con la ciencia. «La ciencia es para el verano»,
comentaba festivamente el subdirector de un centro de investigación viendo el despliegue de
algún periódico local que daba tres noticias científicas en el mismo ejemplar.
Es un argumento realista y sólido que no hace más que reforzar nuestra tesis de que este
es un problema que concierne a las empresas de comunicación, de la política del medio sobre
el reparto del espacio informativo, y no tanto a los periodistas científicos y a los responsables
de las secciones de ciencia de los medios, que suelen estar en una situación de debilidad frente
a otras secciones.
No obstante, si tanto hablamos de la necesidad de apoyar informativamente, de ensalzar
y de proteger nuestro cine nacional para que no desaparezca aplastado por la todopoderosa
industria de Hollywood, ¿no resulta paradójico que con nuestra ciencia se considere necesario
ser exquisitamente no intervencionistas y adoptar la más aséptica competitividad informativa?
3.4.7. Algo no va bien
Desde luego algo no va bien. Y, puestos a buscar culpables, parece lógico señalar a los
propietarios de los medios, que son víctimas a su vez de las carencias culturales de nuestra socie-
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dad respecto a estas materias, por lo que se limitan a perseguir sus legítimos intereses (ideológicos, políticos, sociales y económicos) desde una cultura divorciada de la tecnociencia.
Ciertamente la cuestión económica es primordial, «Vuestro sueldo y estabilidad laboral
depende únicamente de un aspecto: que vuestra empresa periodística tenga beneficios. Y esto
sólo se logra escribiendo bien, para enganchar al lector-espectador-comprador y evitando
incluir información por la que una empresa pagaría al medio si la publica». Y añade el autor de
esta experiencia: «Esta idea se repite en unas diez asignaturas de la carrera de Periodismo. Es
decir, está muy asumida». (Elías, 2004).
Pero más allá de la tiranía de los índices de audiencia y de las ventas de los diarios, tal
vez subyace ahí la incapacidad ontológica de apostar por la ciencia y la tecnología como materia de consumo, si no inmediato, al menos sí de futuro. Para el astrofísico Martín Rees, «el control de los medios editoriales está en manos de gente cuya formación es antes que nada literaria, y tanto por su educación como por sus intereses representan cada vez menos al público lector inteligente». (Martín Rees, en Brockman, 1996).Aunque se refiera a las editoriales de libros,
la cita es válida también para las empresas de prensa.
Cabría encontrar una responsabilidad específica en las cadenas públicas de radio y televisión, tanto nacionales como autonómicas, pero éstas no hacen otra cosa que competir en su
programación con las privadas y prestar su apoyo a los gobiernos de turno en el poder.
El resultado de todo lo dicho es que los medios de comunicación, hoy por hoy, son un
mal transmisor del mundo científico hacia la sociedad. No saben hablar ni de sus problemas, ni
de sus avances, ni de sus protagonistas, sean éstos gestores de la política científica, científicos o
tecnólogos. En definitiva, no están preparados, no tienen interés y no ven más allá de su particular e inmediata visión de la actualidad.
3.4.8. ¿Pueden mejorar las cosas?
De poco sirve discutir de continuo y apasionadamente sobre las posturas expuestas.
Tampoco soluciona nada lamentarse de los largos programas dedicados a los rumores y chismorreos; o de cómo algunos medios ponen en marcha toda su maquinaria, con un derroche de costosos medios para convertir absolutos desconocidos, sin otra entidad o mérito que estar dispuestos a publicitar toda su privacidad, en personas famosas, para después explotar su vida privada
hasta la saciedad sin la menor ética ni pudor informativo.
Lo cierto es que, hoy en día, una gran parte de la cultura moderna está en los medios de
comunicación. «Lo que no está en los medios, no existe», se dice. Por tanto, si la ciencia no tiene
el poder social que se merece, algo tendrá que ver en ello ese cuarto poder que ignora o ensalza, hunde o encumbra, prestigia o desacredita.
«El periodista no sólo es responsable ante la historia, es sobre todo, responsable de la
historia». Siguiendo con la cita, «la Asociación Latinoamericana de Prensa distribuía la respon71
sabilidad en dos partes. La primera de ellas: «ser responsable es tener conciencia del poder que
uno maneja». Y más adelante, hablando de los medios: «La que hacemos no es educación formal, en consecuencia, ni el periodista es maestro de escuela, ni los periódicos o noticieros son
aulas de clase. La nuestra es una educación informal, la que se imparte cuando el escolar deja a
un lado la mochila de libros, se acomoda frente al televisor, o ante la radio, o abre la revista o
el periódico y se dispone a recibir todos sus contenidos de acuerdo con su capricho o sus preferencias. Cuando esto ocurre, que es cuando la escuela formal cierra sus puertas, comienza la
tarea educativa de los medios que cuentan, si duda, con mejores elementos de eficacia —en
cuanto a penetración en la conciencia— que la escuela formal». Y terminando con la cita: «En
una primera página apareció una espléndida foto a colores de un jovencito, campeón mundial
de patinaje, acompañada de titulares e información a cuatro columnas, mientras a una columna
y con un titular perdido al pie de la página, se daba cuenta de dos premios de ciencia. Ese día
el periódico enseñó que son más importantes las hazañas del músculo que las del cerebro. Se
educa, en efecto, al priorizar». (Restrepo, 2003).
Así las cosas, los medios de comunicación, que son nuestra mejor oportunidad y coartada, pueden convertirse en un primer obstáculo. Constituyen una primera frontera que atravesar, instrumentos que deben ser ganados previamente para la causa de la comunicación científica. En el apartado 18 de la quinta parte se exponen algunos puntos esenciales para que los
medios de comunicación se impliquen en nuestros mensajes.
Es preciso no olvidar, sin embargo, que son muchos los ciudadanos que no leen los periódicos y que nunca comprarán una revista de curiosidad científica. Otros, cuando encienden la
televisión, lo hacen para sentirse acompañados mientras realizan tareas domésticas, sin hacer
mucho caso realmente de lo que se está emitiendo. Por ello, se hace más necesario establecer
puentes de contacto directo (Internet, por ejemplo), alternativos o complementarios a los
medios de comunicación, para llegar a ciertos rincones de la sociedad.
3.5. La impotancia del lenguaje o «El código»
En la transformación de ideas en mensajes interviene de manera decisiva el lenguaje:
«sistema de signos con que el hombre comunica a sus semejantes lo que piensa o siente»
(Casares, 1982). En el mismo diccionario, se habla del lenguaje vulgar (el usual) para diferenciarlo del técnico y del literario.
El lenguaje es un integrante decisivo en la comunicación científica y tecnológica. Hablar
de lenguaje es hablar también de la terminología o «conjunto de términos o vocablos propios
de una determinada profesión, ciencia o materia».
Tanto el lenguaje como la terminología se utilizan frecuentemente como fuente de poder.
Economistas, informáticos, juristas, matemáticos, médicos, etc., disponen de un léxico propio que
no suele ser de dominio popular. Ello sitúa al no especialista en un plano de inferioridad. La
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comunicación de la ciencia necesita o bien la explicación sistemática del significado de los términos elegidos, o la selección de un lenguaje comprensible por los ciudadanos a los que va dirigida.
En una entrevista, el biólogo Luigi Luca Cavalli-Sforza decía que «es posible enseñar
ciencia a todo el mundo». «No creo que la ciencia sea diferente a otras disciplinas. Exige tan sólo
una serie de prerrequisitos». Y citaba entre ellos: «...hay que aprender las trampas del idioma.
El lenguaje está lleno de ambigüedades». (Martí Font, 1998).
Dice Carlos Elías (2000) en su tesis doctoral: «A menudo se compara el trabajo de los
divulgadores científicos con el de traductor, por cuanto los primeros han de encargarse del
cometido de reescribir la ciencia con palabras del lenguaje común, a partir de una jerga para
muchos incomprensible. Esta actividad de convertir el discurso científico en periodístico, según
Bertha Gutiérrez, puede llevar asociada varias disfunciones:“Dado que las palabras del lenguaje común no son del todo capaces de aprehender y expresar los contenidos del discurso científico —razón por la cual la ciencia elabora sus propios términos—, cuando el vulgarizador reemplaza los tecnicismos por sinónimos aproximativos tomados del lenguaje de todos los días, de
alguna manera deforma, reduce y caricaturiza el contenido de esos tecnicismos; en otras palabras, podría estar desnaturalizando la ciencia.”».
No es de extrañar que para muchos científicos el uso de una terminología asequible
equivalga a traicionar la esencia misma del concepto de ciencia, aunque éste sea el único camino para hacer comprensibles las nociones que se quieren divulgar.
No parece ser ésta una postura justa. El científico exigente, si carece de un suficiente conocimiento jurídico-crediticio, agradecerá que el notario le explique en términos asequibles el significado de la prolija lista de cláusulas comprometedoras del préstamo hipotecario que se dispone
a firmar para comprar una casa, o las procelosas fórmulas que se aplican para calcular el interés
(si es variable) que le será aplicado por el banco según las vicisitudes de la economía. Igual le ocurrirá cuando el médico charle con él para informarle de la enfermedad que le aqueja.
El acierto en la elección de determinados vocablos es, en ocasiones y precisamente, el
motivo de su gran implantación popular. Es el caso de los llamados agujeros negros, o del big
bang, expresión despectiva acuñada por el astrónomo Sir Fred Hoyle (1915-2001), para combatir con sorna la teoría de un Universo surgido de la gran explosión y defender su Universo del
estado estacionario.
El lenguaje tiene un poder tal que es seguramente una de las claves de la separación de
las culturas científica y literaria. Lo hacía notar George G. Steiner en una rueda de prensa con
motivo de una conferencia pronunciada en Madrid sobre el «gran diálogo de sordos que se está
produciendo entre las ciencias y las humanidades». Decía Steiner: «La crisis empezó con
Galileo. Él dijo que la Naturaleza habla matemáticas. Así que los que no entiendan matemáticas no pueden entender el futuro de la Humanidad. Pero debemos tender un puente que una
esos dos lenguajes.Y hay dos resquicios, dos esquinas, con los que quizás podamos entendernos:
la música y la arquitectura». (Mora, 2001).
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Es interesante observar cómo cada cultura se queja de la prepotencia terminológica de
la otra. Continúa hablando el humanista Steiner: «¿Cómo nos comunicamos con un niño que
formula lógicas formales en su ordenador y que apenas sabe leer? Si el viejo profesor Steiner
va y le dice “eres un analfabeto”, él me responderá: “Tú eres el analfabeto”. Lo importante es:
¿cuál es la siguiente frase en ese diálogo de sordos?» (Mora, 2001).
Por su parte, las siguientes palabras del físico teórico Lee Smolin expresan muy bien
cómo se ven las cosas desde la otra parte: «Tengo una teoría de la gravitación cuántica, y también tengo la necesidad de darla a conocer fuera de la comunidad física. Cuando escucho a
gente de humanidades, me doy cuenta de que tienen problemas similares a la hora de comunicar ideas complicadas. No puedo leer con fluidez lo que escriben porque el lenguaje está basado en Hegel, Heidegger o cualquier otro por el estilo, y para mí no tiene ningún sentido. Para
ellos ser enrevesado tiene un cierto tinte romántico, y esto es un error. El porqué de esta actitud tan extendida es algo que se me escapa. No quiero insistir demasiado en ello, porque ya
tengo bastante con lo que pasa en el mundo de la ciencia». (Lee Smolin en Brockman, 1996).
Lo importante sería lograr un mayor entendimiento entre ambos mundos. Huir de intereses excluyentes. Para el matemático Banchoff, por ejemplo, Dalí tuvo un papel importantísimo en la difusión de determinados aspectos de la ciencia. «La contribución de Dalí a las matemáticas es parecida a la de muchos científicos al arte. Utilizaba conceptos y formas que podían
ser muy atractivos para gente que en muchas ocasiones sale corriendo cuando oye hablar de
matemáticas. Por otra parte, Dalí también es un buen vehículo para que algunos científicos quieran adentrarse en el mundo artístico». (Fernández, 2004)
Pero ¿por qué ponernos tan serios? En un tan divertido como cáustico artículo, Juan
Cueto decía: «Las Humanidades quedan muy bien y dan mucha conversación en las cenas
matrimoniales de los viernes, en las reuniones de los fines de semana, en las veladas de amigos
y en cualquier sarao que se precie. Son la materia prima del viejo arte de recibir en casa.
»Tú invitas a gentes de Humanidades y tienes garantizado el éxito de la fiesta, aunque
el catering sea una mierda y no haya suficiente güisqui de malta. Pongamos el ejemplo contrario. La mejor manera de estropear un festolín, como dice la divertida Fran Lewowitz, es invitar
a su contrafigura, a un tipo de Ciencias, a un bata blanca. El humanista, en tu fiesta, es capaz de
hablar mucho y de todo, en plan transversal, multicultural, multimedia, disperso, ameno, comprensible y tal, pero si el invitado es de ciencias punteras y matemáticas, te arruina la reunión
en un cuarto de hora. Mientras el invitado de Humanidades, novelistas famosos incluidos, salta
en la conversación de un lado a otro, sin preocuparse lo más mínimo por el principio de no-contradicción, el invitado de Ciencias es esquivo por naturaleza, permanece fiel a sus ecuaciones
básicas, es silenciosamente arrogante, practica la conversación monotemática, corta en seco
cualquier digresión no lógica, permanece riguroso todo el tiempo y al final casi nunca se emborracha ni suele fumar porros. Sólo por eso habría que declarar de utilidad pública a las
Humanidades y dejarlas como están.» (Cueto, 2005).
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La moraleja es que ambos mundos (filosófico y científico) necesitan hacer un esfuerzo
por utilizar un lenguaje asequible cuando se dirigen a personas no expertas, aunque se trate de
intelectuales de prestigio en su campo. La clave del éxito: seleccionar el vocabulario para lograr
el consiguiente enriquecimiento de los demás. Y solicitar también de los cultos, sean literatos o
científicos, que se muestren menos sensibles ante lo que suelen percibir como una invasión terminológica en su cortijo cultural.
De todas formas no deja de existir una realidad preocupante. En efecto, si reflexionamos, no nos encontramos ante una cultura (la literaria, por ejemplo) que amenace a la científica, o de que exista una prevalencia educativa y de unos códigos frente a otros. Asistimos a un
empobrecimiento paulatino de la enseñanza que afecta a todo tipo de conocimiento.
En este sentido es revelador el informe hecho público por la OCDE a finales de 2004,
titulado «Learning for tomorrow´s world: first results from PISA 2004». «La principal finalidad
de la evaluación PISA (Programme for International Student Assessment) consiste en establecer indicadores que muestren el modo en que los sistemas educativos de los países preparan a
los estudiantes de 15 años para desempeñar un papel activo como ciudadanos, dato relevante
para expresar el desarrollo de una sociedad». (Recio&Rico, 2005).
Basta con transcribir algún comentario de El País digital (7.12.04) sobre el informe para
hacernos una idea de cuál es nuestro problema: «Los alumnos españoles a la cola de la OCDE
en matemáticas, ciencia y lectura». Y añadía: «más del 20% de los estudiantes de 15 años suspende en las grandes materias analizadas». Y siguiendo con la transcripción de algunos párrafos: «Ni en matemáticas ni en ciencia ni en lectura. Los alumnos españoles de 15 años (secundaria obligatoria) no logran alcanzar la media de conocimientos de los países desarrollados. Su
nivel se sitúa entre los peores, hasta el punto de que más de un 20% ni siquiera es capaz de superar ejercicios básicos en dichas materias.Tampoco corre mejor suerte el nivel de excelencia, uno
de los más bajos de Europa. Así lo demuestra el citado Informe, que, mediante 275.000 pruebas
directas a estudiantes realizadas en los propios centros, compara los resultados educativos de
los países de la OCDE. A la cabeza de la clasificación se sitúan, con diferencia, Corea del Sur,
Japón y Finlandia».
En la tabla adjunta al artículo se podía contemplar cómo de los 30 países examinados,
en comprensión de la escritura, España se sitúa en el puesto 23, en cultura matemática en el
puesto 24 y en cultura científica en el 22. Es decir, la nuestra es una situación que indica una
patente mediocridad. Porque, por poner un ejemplo, Japón que ocupa el puesto número 12 en
comprensión de la escritura se sitúa en el primer puesto en cultura científica.
El problema es que de poco sirven las quejas de los profesores de ciencias. En un reportaje sobre «La Enseñanza de la Física» (Morán, 2005), leemos: «En el Año Internacional de la
Física los profesores lamentan el escaso peso que la asignatura tiene en el programa escolar. Los
expertos en formación docente creen, además, que debe mejorarse la didáctica para que esta
materia sea cercana al alumno y no quede ahogada entre fórmulas matemáticas».
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Y tampoco estamos a la altura de lo cabría denominar un país de letras. El mismo informe nos desacredita como tal y nos encontramos con titulares como el que citamos a continuación: «Un demoledor estudio revela el escaso interés de los profesores por la lectura. El 40% de
los maestros de primaria y secundaria no visita nunca la biblioteca escolar.» (Mora, 2005).
La moraleja parece evidente: la crisis no es únicamente de la enseñanza de las ciencias,
en donde en sólo unos años, por aportar un dato, el número de estudiantes de Física en las universidades españolas ha caído de 18.000 a 13.000 alumnos (Morán, 2005).Aunque siempre puede
argumentarse que esto es explicable si pensamos que el futuro de la ciencia parece orientado más
bien a otras ramas como la biociencia, siendo los físicos una raza en peligro de extinción, el hecho
es que parece evidente que tampoco se están haciendo bien las cosas en las enseñanzas de carácter humanístico donde la calidad no está al nivel que se merece nuestra sociedad.
Las consecuencias, por lo que a las ciencias se refiere, no se harán esperar. «España va a
sufrir mucho si no empieza a innovar», decía Nathan Rosenberg, profesor de la Universidad de
Stanford (F. De Lis, 2005). Pero, ¿cómo innovar si no se hace investigación básica y aplicada, si
no se dispone de científicos, si no se realiza desarrollo tecnológico? De seguir así sólo podremos
aspirar a innovar en servicios, y ello tras comprar a un alto costo la tecnología en otras latitudes.
Así, no nos extraña leer cosas como: «España es un 20% menos rica por falta de inversión en I+D». Lógico: ¿quién puede pensar que se puede invertir más en conocimiento científico y desarrollo tecnológico sin personas preparadas para llevarlos a cabo? A lo que estamos
pues asistiendo es a un empobrecimiento del capital humano desde la enseñanza media y no
sólo en los estudiantes de ciencias, sino en todos en general.
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SEGUNDA PARTE
El entorno: La comunicación de la ciencia en el
zoco de la comunicación comercial
4. Navegar en una tormenta de mensajes
H
ablemos del contexto. No somos los únicos que queremos transmitir algo a alguien.
Dirigirnos al gran público es meternos de lleno en un mundo plagado de mensajes. El
nuestro, el que sea, no es tampoco el único centro o departamento de investigación que
pugna por comunicar lo que es y lo que logra. Debemos competir con los mensajes científicos que
surgen de todas las ramas de la ciencia en todo el mundo y, además, con la comunicación comercial que lo llena todo. Poco importa que tengamos mucho que decir o que poseamos un producto
singular e interesante que vender. Para lograr nuestro objetivo, habremos de aprender a navegar
en una tormenta de mensajes, con un sinfín de contenidos, que tenderán a ahogar el nuestro.
«Cada día que abro mi buzón electrónico me encuentro con más de un centenar de mensajes de
un estilo muy similar (el proceso se repite con los fax, aunque en una escala muy inferior. No, no
es vulgar basura sobre crecepelos ni tampoco recuerdos de la familia, sino información pura y
dura sobre empresas, centros de investigación y gabinetes de comunicación deseosos de comunicarme —a veces lo llaman compartir— sus novedades tecnológicas, sus descubrimientos científicos y hasta sus nombramientos empresariales. Son lo que se conocen como notas o comunicados
de prensa y, salvo excepciones, no han sido confeccionadas por los autores de la investigación, sino
por compañeros periodistas, publicitarios o expertos en comunicación que conocen, o al menos
intuyen, el funcionamiento de los medios a los que van dirigidas». (Madridejos, 2004).
El problema no radica sólo en las muchas informaciones que compiten entre sí por aparecer en los medios de comunicación. También en la invasión de la comunicación comercial,
especialmente la publicidad, que nos busca y penetra a diario. El mismo entorno satura al receptor. La comunicación comercial cuenta con el cansancio de los ciudadanos por lo que es maestra en envolver los contenidos y transmitirlos de una manera atractiva. Ello genera, a su vez, una
cultura en los receptores. «El comunicólogo José Javier Muñoz (1990) reivindica la creación del
ecologista informativo, porque urge defenderse y defendernos no sólo del monóxido de carbono, de los vertidos industriales a los ríos y del ruido de las ciudades, sino también del cúmulo
creciente de mensajes amorfos y polimorfos —cuando no rotundamente deformados— que
invade nuestra atmósfera social». (Ramírez, 1995). La frivolización en aumento de los programas de televisión, por ejemplo, crea un tipo de receptor al que, sin duda, será mucho más difícil
hacerle llegar nuestra comunicación científica.
«Si los museos, decía recientemente el arquitecto Richard Gluckman, no compiten con
el ocio, tienen sus días contados». (Zabalbeascoa, 2005).
79
5. Conocimientos versus productos
Q
ué hacer en este contexto, en el que medios y contenidos compiten ferozmente por
llamar la atención y abaratar la calidad y comprensibilidad de los mensajes? Un mal
comienzo sería pensar que nuestro mundo, el científico-tecnológico, es un campo de
excelencia superior que, como tal, se impondrá por sí mismo. Desde la orilla de la investigación
se acostumbra a pensar que la comunicación de conocimientos debe ser específica y por completo diferente a la de los productos. Se entiende que hacer llegar al gran público un hallazgo
científico no tiene (ni debe tener) puntos de coincidencia con, por ejemplo, la campaña de publicidad de un nuevo modelo de coche o la de un servicio de telefonía móvil.
Este a priori surge de una latente tendencia a percibir la realidad bajo un esquema dualista que aflora en los momentos más insospechados: «idea versus materia». En nuestra cultura
subyace un cierto maniqueísmo: lo bueno y lo malo, lo excelso y lo vulgar. El universo de la ciencia (singularmente la teórica) vive rodeado, de manera inconsciente, de un halo de excelencia
purista mientras que mira con un cierto recelo y desprecio al planeta de las finanzas y sus entresijos. Siguiendo con la caricatura, quienes se dedican al pensamiento, a la gnosis, suelen mirar
por encima del hombro a los mercaderes, aunque tantas veces envidien los beneficios que éstos
obtienen. Este fenómeno, que no es privativo de los científicos (también suele darse en literatos y artistas), tiene de propio sin embargo que, así como una pintura puede ser admirada e
incluso comprendida por un público no especilizado, la ciencia más abstracta resulta inasequible al no especialista. El motor del científico, que como individuo suele sentirse más aislado, es
su vocación; y su objetivo último, incrementar el conocimiento. Ese afán por saber, cada día
más, acerca del Universo, de todo lo que en él se contiene y de las leyes que lo rigen y lo han
llevado a ser lo que es, constituye su verdadero impulso e ilusión. No nos debe extrañar que al
menos ellos sepan valorar como un tesoro sus conocimientos, y que se vuelvan celosos para exigir que sean difundidos con respeto y rigor. Y tampoco es mucho pedir que se sepa apreciar su
vida que sigue una vocación nada fácil, cuyos frutos redundan, además, en bien de todos.
¿
81
6. Comunicar es competir
N
os guste o no, comunicar es competir: en contenidos, formas e intereses. En este gran
zoco del mundo en que vivimos, los mensajes —ya interesados de por sí— se exponen
también de manera interesada. No olvidemos que la comunicación es, en sí misma, un
tipo de negocio. Por ello, la información no intencionada y objetiva es rara avis. Emisores y
expositores persiguen fines propios, ya sean comerciales, ideológicos, políticos o sociales. El
bombardeo de la publicidad exterior, lejos de cesar, continuará de manera más intensa cuando
volvamos a casa: el periódico, la revista, la radio, la televisión o Internet seguirán intentando
colocar en nuestras mentes ideas, productos o servicios. Unos querrán comprar nuestra opinión,
otros convertirnos en clientes. Cada medio sembrará además, con su particular sello, la semilla
que nos haga dependientes de sus espacios o de su estilo. Todo milimétricamente pensado.
83
7. Aprender de la comunicación comercial
A
un estando convencidos de que el nuestro (la ciencia, la tecnología, la innovación...) es
un mensaje único, valioso y diferente —que lo es—, el camino correcto para la comunicación de la gnosis científica y tecnológica pasa por no despreciar las herramientas y
técnicas de la comunicación comercial, y en ser lo suficientemente humildes y realistas como
para aprender de quienes las manejan con tanta habilidad y precisión.
El mundo de la política fue ágil y entendió esto rápidamente. El célebre libro Cómo se
vende un presidente de Joe McGinniss (1970) y cualquier campaña para la elecciones presidenciales u otras más domésticas, son un ejemplo de hasta qué punto es necesario saber utilizar
ciertas herramientas para llegar a los ciudadanos. Claro que todo tiene sus matices. En el libro
se cita una frase significativa de Jim Howard. «No debe permitirse jamás, que el candidato lleve
un sombrero que no le caiga bien. No se puede vender un candidato como un producto. En el
caso del producto todo lo que hace falta es que atraiga la atención. Bastará un dos por ciento
de compradores adicionales para que la campaña valga la pena. En política hará falta un categórico cincuenta y uno por ciento del mercado y esto no se puede conseguir con trucos».
Es decir, producto singular, sin duda, pero producto: estudio minucioso de los potenciales electores, sondeos sobre la intención directa y recuerdo de voto, estudios cualitativos, análisis de inquietudes y valoración de necesidades, etc. Sólo así se puede diseñar una estrategia electoral, perfilar una campaña hasta en sus más últimos detalles, desde decidir y perfilar con exactitud la imagen externa del candidato hasta las acciones que debe poner en marcha para llegar
al ánimo del elector. Y, sobre todo, desde la llegada de la televisión, utilizar con total maestría
la conjunción de los mensajes verbales con los visuales. De hecho, para describir un mix de técnicas, importadas del marketing, que permiten promocionar a un político (o su partido) como si
se tratase de un producto, se ha usado el término politing. (Massó y Nebot, 1976).
Nuestro desafío, que no es menor, será mucho más fácil si sabemos utilizar sabiamente
y con rigor los medios que emplean esos magos de la otra comunicación. Y todo ello sin perder
la propia identidad. Los conceptos físico-matemáticos son ideas que pueden resultar apasionantes si se saben explicar; muchos hallazgos se pueden convertir en noticias y reportajes llenos de
interés; un centro de investigación puede y debe abrirse para que su entorno lo conozca de
manera directa; los investigadores son personas que pueden llegar a tener acogida popular no
sólo por lo que hacen, sino por lo que son.
85
La comunicación desde un centro de investigación debe encararse con un planteamiento global y abierto, en el que se contemplen todas las actividades, métodos y maneras de hacer
que puede proporcionar el campo de la comunicación.
Esta es la razón para hacer un rapidísimo recorrido panorámico sobre algunas de estas
actividades de la comunicación y promoción comercial que nos pueden permitir abordar mejor
nuestra tarea de comunicar desde un centro de ciencia o de tecnología. Porque debemos reconocer que, por lo general, quienes conocen bien las herramientas de gestión de centros y actividades de investigación suelen tener mucha menos afinidad con el mundo de la comunicación.
Conviene advertir que, en esta breve exposición de las actividades de la comunicación comercial, se han elegido unas definiciones sobre otras únicamente por razón de su sencillez, lo que
no supone tomar partido en las controversias que suelen existir sobre los límites y esencia de
cada una de estas actividades.
86
8. El posicionamiento con método
A
l Ries y Jack Trout (1989), en su libro Posicionamiento, desarrollan este concepto al
que calificaban de revolucionario en el mundo de la comunicación publicitaria y del
marketing.
El posicionamiento, que comienza con un producto (artículo, servicio, institución, concepto...), a lo que verdaderamente se refiere es a cómo situarlo en la mente de los destinatarios.
En un mundo sobrecargado de productos, ideas y medios de comunicación la gran batalla consiste en abrirse camino hacia la mente. Es un concepto, o así lo consideran sus autores, de primordial importancia para resolver los problemas de comunicación en una sociedad saturada.
¿Cómo conseguir ganar la mente de los sujetos para que den prioridad a nuestro producto ante
otras ofertas similares? El posicionamiento es la toma de posición concreta y definitiva ante una
oferta u opción. Con palabras de los autores, «el posicionamiento es un sistema organizado para
encontrar ventanas en la mente». En una sociedad sobrecomunicada, nada más importante que
la comunicación. Porque no somos los primeros en llegar. Otros ya están dentro y nosotros tenemos que organizar un auténtico asalto a mentes ya ocupadas. «En una batalla mental, las ventajas están a favor de la primera persona, del primer producto, del primer político que entra en
la mente del cliente».
Las diferentes actividades que se describen a continuación son caminos complementarios entre sí de cómo llegar a nuestros clientes y, sobre todo, de cómo situar nuestros mensajes
en sus mentes.
87
9. El arco iris de la comunicación comercial
9.1. Las relaciones públicas
Para muchos profesionales del gremio, las relaciones públicas son la actividad más amplia
de la comunicación, la esencial, la que engloba a todas las demás. Según el Institute of Public
Relations (1987), «la función de las Relaciones Públicas es el esfuerzo planificado y sostenido para
establecer y mantener la buena voluntad y la comprensión mutuas entre una organización y su
entorno». Para el profesor Sam Black, uno de los fundadores de la International Public Relations
Association: «el ejercicio de las relaciones públicas es el arte y la ciencia de alcanzar la armonía
con el entorno, gracias a la comprensión mutua basada en la verdad y en una información total».
En general, cabría decir que por relaciones públicas entendemos el conjunto de actividades que, de manera programada, tienen por objetivo acercar la institución a su entorno y
hacerla más conocida y aceptada. Las relaciones públicas suelen implicar, no obstante, una
dimensión de contacto directo, de actividades que buscan dar a conocer el centro o la empresa
con implicación de los encuentros personales. Por otra parte, las actividades de relaciones públicas suelen dirigirse a crear una buena imagen global de la institución más que vender los productos que dicha institución pueda producir. En este sentido, estas acciones están por lo general desprovistas de un tinte comercial.
A esta actividad, tan seria como el resto de las ramas de la comunicación, le ha hecho daño
el intrusismo que ha sufrido por parte de personas, tan dinámicas como voluntariosas y escasamente formadas, que la han ejercido trastocando los límites y confundiendo lo accidental con lo
esencial. Con demasiada frecuencia esos intrusos se han excedido confundiendo la comunicación
con el armar mucho ruido en torno a la institución a la que representaban y olvidándose de que
lo realmente importante son las nueces. No se puede comunicar o intentar transmitir una buena
imagen si no hay nada sólido detrás. Lo contrario es perjudicar gravemente a la institución.
Salvando lo dicho, cabe perfectamente entender que las actividades de comunicación se
puedan considerar formas diferentes de relaciones externas o de relaciones públicas.
9.2. El marketing
Algunos autores ven en Adam Smith, autor de Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones (1776), al padre de la teoría del marketing. Sin duda el marketing ha sido una de las actividades definitorias del siglo que acabamos de abandonar.
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Los citados Al Ries y Jack Trout, en su entretenido libro Marketing de guerra (1990),
citan algunas definiciones del marketing. Así para la American Marketing Association, el marketing es «el desarrollo de las actividades empresariales cuyo fin es orientar el flujo de bienes y
servicios del productor al consumidor». Para E. Jerome McCarthy, de la Univsersidad Estatal
de Michigan, el marketing es la «realización de aquellas actividades que buscan cumplir las
metas de una organización, al anticiparse a las necesidades del consumidor o cliente».
Marketing es un término inglés que agrupa el conjunto de actividades que se generan en
las relaciones de los productos con sus mercados. Se pueden integrar aquí las acciones más
diversas, desde aquellas que tienen por objeto la investigación de los mercados para adecuar las
ventas a los clientes, hasta las que se centran en el mundo de la producción o la distribución de
los productos, pasando por las que se ponen en marcha para generar nuevos mercados. El
marketing es otra forma de diálogo, de comunicación, entre fabricantes-productos-servicios y
mercados-demanda-consumidores.
De las tareas y planteamientos del marketing podemos aprender mucho si somos capaces de entender la ciencia y la tecnología como productos singulares que deseamos hacer llegar
a sectores determinados de la sociedad. El marketing nos enseña a descubrir aquella demanda
que todavía no se ha manifestado como tal, o una necesidad específica que aún desconoce el
propio demandante. El marketing nos muestra la manera de modelar previamente los mercados
haciéndolos receptivos a nuestra posterior oferta.
Si a un profesional del marketing le dijésemos que no existe público para la ciencia, nos
respondería: «el mercado no existe, se crea. El público desconoce lo que realmente quiere.
Hacérselo saber es nuestro trabajo».
9.3. La publicidad
Estrella de la comunicación comercial, bien podríamos decir, con palabras de Gilles
Lipovetsky que «la publicidad es la apoteosis de la seducción» (Lipovetsky, 1990). Pero quizás
sea la definición de Fielding, en 1710, la más expresiva y acertada al denominar la publicidad
como el arte de la persuasión. En efecto, la estética, la creatividad y un cuidadoso dominio del
plano subliminal hacen de la publicidad la reina de las armas para llegar al ciudadano y transformarle de potencial cliente en fiel consumidor. La publicidad encierra un arte por su manera
de comunicar y crea una cultura narrativa, estética y visual. Los spots establecen nuevos ritmos
con los que contar y entender las historias.
El éxito de la publicidad radica en abrirse paso hacia las mentes y hacerlo de forma eficaz y persuasiva, generando la necesidad de disfrutar de aquello que se ofrece. Como ciudadanos nos vemos continuamente impactados por las particulares técnicas de persuasión que
envuelven los mensajes y que se fundamentan en maneras tan rigurosamente estudiadas como
precisas a la hora de cautivar a los destinatarios. La fuerza de la publicidad es tal que influye y
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conforma nuestra manera de entender los mensajes. Nadie es ajeno a este fenómeno social que
nos sale al paso, día a día, y se mete en nuestras vidas.
Dejemos a un lado los aspectos negativos atribuibles a la publicidad (para algunos es la
oveja negra del marketing) y veámosla en su condición de rama fascinante de la comunicación,
tanto por la creatividad que desarrolla como por los medios que utiliza para conseguir su propósito. Desemboque o no en un consumismo inútil, lo que aquí importa es que, como comunicadores de ciencia y tecnología, nos dirigimos a un ciudadano cuya cultura viene modelada por
el entorno publicitario en el que nos movemos. La importancia de la imagen, la estructura y el
ritmo de los mensajes, la utilización de las formas, el sutil manejo de la seducción son cuestiones que deberían tenerse en cuenta si queremos movernos con facilidad en la mente de nuestros receptores. Así, antes de demonizarla, deberíamos reconocer que si sabemos de la existencia de muchos productos, de la innovación que contienen y de su utilidad para nuestras vidas, lo
es gracias y a través de la publicidad.
Gay Talese, autor de una vieja historia del diario The New York Times, titulada «El
Reino y el Poder» (1973), recoge la visión de Monroe Green, entonces responsable del departamento de publicidad del periódico, sobre este particular. Para Green, si los grandes editorialistas de un periódico pueden ofrecer sus profundos comentarios, y los redactores y corresponsales llegar a los lectores con su información es porque la publicidad permite la existencia
misma del periódico. La publicidad es también información. M. Green hace notar también que
la publicidad proporciona al lector un tipo de información directa, práctica y pragmáticamente ligada a sus vidas: desde dónde comprarse un electrodoméstico rebajado hasta la oferta de
un empleo, pasando por cómo y en dónde disfrutar de unas buenas vacaciones. Quizás parte
del problema del mundo de la investigación sea que aún existan tan pocas actividades científicas financiadas por la publicidad.
9.4. La propaganda
Algunos autores sitúan el nacimiento de la propaganda en la I Guerra Mundial. La propaganda nace por el deseo de manipular a la opinión pública en el ámbito de las tropas y poblaciones. Para ello necesita controlar la información sobre la realidad y conseguir una justificación
de las actuaciones. Los grandes conflictos bélicos, y muchos de los movimientos revolucionarios,
han ido siempre acompañados de un importante aparato propagandístico.
Con frecuencia, personas alejadas de la terminología de la comunicación confunden la publicidad o las tareas de información y comunicación con la propaganda. Incluso este dichoso término
no ha desaparecido aún de los Presupuestos Generales del Estado (ministerios, organismos autónomos, etc.). En efecto, en el capítulo 2 («Gastos Corrientes en Bienes y Servicios»), dentro del artículo 2 («Material, suministros y otros»), el concepto 6 («Gastos diversos») contempla precisamente
los gastos dedicados a las tareas de comunicación en la expresión «Publicidad y Propaganda».
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Aunque el Diccionario de la Real Academia defina la propaganda como la «acción o
efecto de dar a conocer una cosa con el fin de atraer adeptos o compradores», lo cual haría de
ella una actividad similar a la publicidad, lo cierto es que hoy en día ese término está lleno de
matices y connotaciones históricas ligadas a los sistemas políticos totalitarios y las dictaduras de
peor recuerdo. También es un vocablo que puede tener incluso connotaciones de carácter religioso encaminadas a ganar adeptos mediante acciones proselitistas.
La propaganda pretende extender ideas mediante sistemas de persuasión que pueden
llegar a anular el contraste crítico y a ocultar al individuo al menos parte de la verdad de lo que
realmente ocurre. Frente a la propaganda no suele existir auténtica libertad para acceder a la
verdad completa.
9.5. Propaganda igual a contraimagen
La información debe ser veraz, objetiva y abierta para que pueda ser contrastada y completada por el destinatario. También debemos conocer bien la frontera entre la divulgación y la
propaganda con el fin de no traspasarla nunca.
¿Existe un peligro real de caer en la propaganda? Desde luego que sí. ¿Cuándo? La
información se convierte en propaganda cuando no es completa, objetiva o imparcial. Por
ello, se debe extremar el cuidado, especialmente en lo que respecta a la comunicación institucional o corporativa, para no presentar la actividad del centro de manera propagandística.
Aunque sea perfectamente explicable el deseo de cantar las excelencias de sus actividades,
existe una tendencia institucional a ver en los gabinetes de prensa instrumentos útiles para
emitir únicamente informaciones positivas, controladas siempre por la dirección, y minimizar o silenciar sistemáticamente otras que no lo sean tanto aunque formen parte también de
la vida del centro. El gabinete o departamento puede convertirse así en un instrumento
manipulado y manipulador de la realidad y terminar obsesionado por evitar que se filtre al
exterior cualquier información que pudiera producir un impacto negativo en la imagen de la
entidad.
Esta actitud, aparentemente lógica (no tirar piedras al propio tejado), genera, y no necesariamente a la larga, efectos mucho más dañinos que aceptar los errores como parte normal de
la vida de un centro. Un departamento de comunicación, secuestrado de forma poco inteligente por la dirección y convertido en instrumento de propaganda, pierde el mejor de sus activos:
la credibilidad.
Sin embargo, podemos fijarnos en alguna de las notas de la propaganda para ver si se
puede adoptar de manera positiva en nuestra tarea de divulgación.
Tomemos una cita de uno de los mejores expertos en la propaganda manipuladora del
siglo XX: «Toda acción de propaganda tiene que ser necesariamente popular y adaptar su nivel
intelectual a la capacidad receptiva del más limitado de aquellos a los cuales está destinada. De
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ahí que su complejidad intelectual deberá regularse tanto más hacia abajo, cuanto más grande
sea el conjunto de la masa humana que ha de abarcarse (...). La capacidad receptiva de la gran
masa es sumamente limitada y no menos pequeña su facultad de comprensión; en cambio, es
enorme su falta de memoria. Teniendo en cuenta estos antecedentes, toda propaganda eficaz
debe concretarse sólo a muy pocos puntos y saberlos explotar como apotegmas hasta que el último hijo del pueblo se forme una idea de aquello que se persigue». Estas palabras, escritas por
Adolfo Hitler en Mein Kampf («Mi lucha»), en su deseo de manipular en beneficio de su causa
lo que para él sólo era masa humana, aportan sin embargo la necesidad de poner las ideas al
nivel de la capacidad receptiva más limitada.
En nuestro caso, la finalidad de la comunicación y de la divulgación científica es justamente la contraria: extender los conocimientos para aumentar la cultura científica y tecnológica del gran público, capacitando a los ciudadanos para que puedan opinar y decidir con criterio
sobre aquellos problemas de importancia en los que puede desembocar la investigación científica y tecnológica. Lejos por tanto de masificar y de someter, la divulgación bien hecha procura
generar un público informado y atento, que se pueda liberar de los tópicos.
9.6. Informar, comunicar, divulgar
En este contexto, ¿qué es la información? El Diccionario de la Lengua Española define
el término informar como dar noticia de una cosa. La información sería, de esta forma, el contenido del acto de informar. Desde las relaciones públicas hasta la publicidad, las actividades
descritas son diferentes modalidades de transmitir información. No obstante, conviene hacer
algunas matizaciones relativas a los términos informar, comunicar y divulgar.
En el capítulo de su tesis doctoral, titulado «De la comunicación científica pública a
la información periodística especializada», Carmen del Puerto (1999) ofrece dos citas esclarecedoras. Para Javier Fernández del Moral la información es, en un sentido amplio, «el conjunto de datos o de ideas que en forma de mensaje sirve para comunicar», lo que constituye
su fin último. Para Ralph W.L. Hartley, la información es «la medida de la reducción de la
incertidumbre que se tiene del emisor, por medio de un mensaje». La información puede ser
entonces, añade Carmen del Puerto, tanto «medida de la comunicación» como «contenido de
la comunicación».
Por otra parte y como con frecuencia manejamos de manera indistinta los términos
informar y comunicar, conviene explicar por qué, en este documento, hablamos preferentemente de comunicar la ciencia. La razón es porque, en la práctica, podemos informar (dar noticia de
algo) sin comunicar. Para ello bastaría con informar, por ejemplo, utilizando un lenguaje especializado, o a través de canales a los que nuestro público no tenga fácil acceso (publicaciones
profesionales, por ejemplo). La información no necesariamente busca respuesta, como la comunicación. Las administraciones públicas son muy dadas, a veces, a informar sin buscar realmen93
te al destinatario común. Utilizar canales como el BOE o el Boletín Oficial de la región o provincia, por poner ejemplos conocidos, de difícil acceso para los ciudadanos corrientes, acarrea a
veces que un particular se haya enterado de la subasta o expropiación de su vivienda cuando
ésta ya se había hecho efectiva.
Los científicos informan sistemáticamente a sus colegas de sus avances. Lo hacen utilizando las revistas científicas, congresos, etc., en unos términos del todo inasequibles a los no
profesionales. Además, el mundo científico se comunica en inglés. Así, bien podemos decir que
con estas herramientas informan y comunican a sus colegas, pero no divulgan esa información
a los colectivos no expertos.
En este campo de la comunicación a colegas existe una diferencia significativa entre
científicos y tecnólogos. D.V.Arnold, citando a Paisley, que compara el comportamiento de científicos y tecnólogos, dice: «Esto se manifiesta también en la comunicación pues, por lo común,
los científicos se muestran mucho más ansiosos de publicar, y de este modo se procuran los
comentarios y las críticas de los que trabajan en su misma área de experiencias, y así, según los
comentarios que recogen, tienen ocasión de modificar su manera de llevar el trabajo. En cambio el tecnólogo, con frecuencia por motivos de seguridad, no siente el afán de revelar a un
público numeroso la naturaleza de su trabajo; prefiere seleccionar cuidadosamente a las personas a las cuales desee informar o consultar». (Arnold, 1984).
Ambos, científicos y tecnólogos, para compartir sus conocimientos con el público no
especializado necesitan de esa interfase, que es la divulgación, que ponga su mensaje a un nivel
de asimilación adecuado. Sólo la divulgación permite extender los conocimientos a un público
no especialista.
Divulgación resulta un término más grato que el tomado del francés vulgarisation.
Aunque ambos términos tengan la misma raíz latina (divulgatio-onis, vulgaris-e), y el término
castellano vulgarización signifique también exponer una ciencia o una materia técnica cualquiera en forma fácilmente asequible al vulgo, parece mejor evitar un vocablo que pueda ser interpretado como hacer vulgar algo, cuando lo que se pretende es precisamente ilustrar, hacer comprensibles los cocimientos, elevar el nivel cultural del público en algunas materias.
Lejos de pisotear la ciencia, cuando se comunica se proporcionan claves para su comprensión. La palabra comunicar, pues, la usamos en el sentido de compartir, hacer a otro
partícipe de lo que uno tiene, poner en común, hacer saber a alguien alguna cosa, comulgar,
etcétera. La divulgación (que abarca diferentes acciones y modos de comunicar la ciencia y
la tecnología) garantiza que los mensajes llegarán al receptor ya adecuados a su manera de
entender.
En definitiva, podemos superar los equívocos si por información entendemos el contenido de la comunicación y si concluimos que, dada la profunda grieta cultural que existe entre
los científicos y tecnólogos y el público general, para comunicar informaciones de carácter científico es preciso que la comunicación se lleve a cabo divulgando sus contenidos. De esta mane94
ra el término divulgación podemos manejarlo como sinónimo de comunicación de la ciencia y
la tecnología al gran público.
De todas formas, encontraremos otras opiniones según las cuales la palabra información
sería más adecuada para expresar la comunicación de las novedades científicas mientras que la
divulgación se correspondería mejor con la comunicación de la ciencia que ya existe.
95
TERCERA PARTE
Razones para comunicar
10. Razones interesadas para comunicar
L
as razones que hacen más necesaria que conveniente la comunicación de la ciencia y la
tecnología no son tan obvias como cabría pensar. Aunque la gran mayoría de las universidades y centros de investigación científica y/o tecnológica cuenta con gabinetes de
prensa, cabría afirmar que ni los directores de esas instituciones ni la gran mayoría de los equipos de investigación se han sentido urgidos, animados o motivados a comunicar. Tampoco los
responsables de la política científica han entendido suficientemente su valor. En esto llevamos
también un retraso indudable respecto a la mayoría de los países anglosajones.
A pesar de esta realidad, las relaciones ciencia-sociedad constituyen una materia de
reflexión permanente, porque se percibe la incongruencia que supone tener una economía basada en la competitividad tecnológica y ser incapaces de acrecentar la cultura de los ciudadanos
en los conocimientos científicos que soportan estas innovaciones.
Por otra parte, y pese a que esta cultura generalizada de los científicos es tan poco dada
a la comunicación, cada día se oyen más voces de investigadores que postulan la necesidad de
un cambio estratégico y reclaman un mayor protagonismo para la divulgación.
Así, en un reciente reportaje titulado «El gran reto de la ciencia española» (Rafael Ruiz
y Mónica Salomone, 2004), varios científicos de elite señalaban la sensibilización social entre los
requerimientos para salir del retraso en la próxima década. Por su importancia, merece la pena
citar alguna de estas opiniones.
«Hay que cuidar la comunicación, la divulgación de la importancia de la investigación
entre el público en general y los poderes legislativos, para que así gane en prioridad y para que las
empresas públicas y privadas se vean incentivadas para colaborar». (Valentín Fuster, cardiólogo).
«Tenemos una débil comunicación científica y una mínima cultura de rendición de cuentas,
de explicación inteligible de los beneficios que produce la investigación en una sociedad en la que
el reconocimiento de la ciencia es casi nulo.Basta con comparar la popularidad de deportistas,artistas e incluso de los políticos con la escasa presencia de científicos en la vida pública. Francia admira a sus escritores,Alemania e Inglaterra están orgullosos de sus científicos, y aquí sacamos a hombros a los toreros.» (Luis Ferrer, rector de la Universidad Autónoma de Barcelona).
«Hay que concienciar a la sociedad de que la investigación es necesaria.» (Fátima Bosch
Tubert, catedrática de bioquímica y biología molecular en la Universidad Autónoma de
Barcelona).
99
A la pregunta «¿qué debemos hacer?», Juan Carlos Izpisúa Belmonte responde, entre
otras cosas: «Informar y concienciar a la sociedad de la importancia de la ciencia para el progreso de la humanidad.»
«...y aumentar significativamente los esfuerzos en divulgación y educación científica»,
responde Eduardo Martín Guerrero (astrofísico del Instituto de Astrofísica de Canarias).
«Debemos cambiar la imagen de la ciencia en la sociedad, y para eso se debe apostar por
la divulgación.» (Juan Luis Arsuaga, paleontólogo).
«No creo que la responsabilidad sea sólo del Gobierno. Toda la sociedad (ayuntamientos, diputaciones, comunidades autónomas, fundaciones, banca, industria...) debe comprometerse en la promoción de la ciencia». (Bernat Soria, Director del Instituto de Bioingeniería de la
Universidad Miguel Hernández de Elche).
«El Estado se desentiende de su responsabilidad de crear cultura científica y favorecer
en particular la ciencia básica.» (Antonio García Bellido, biólogo molecular).
Y a estos testimonios podríamos sumar otros muchos, como el del catedrático de economía de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona, Andreu Mas-Colell: «Multiplíquense las iniciativas de promoción de la cultura científica. Sólo así llegaremos a la situación donde invertir
en ciencia no sea un ejercicio ilustrado, sino una exigencia de la ciudadanía.» (Mas-Colell, 2004).
O la del astrofísico y miembro de la Real Academia de Ciencias, Rafael Rebolo, refiriéndose a
la mayor repercusión que obtienen las informaciones sobre los satélites de la NASA sobre las
de los europeos. «Yo creo que la Agencia Espacial Europea no tiene unos canales tan sólidos
de conexión con los medios de comunicación. Si la Agencia Espacial Europea ya está en una
situación de inferioridad en materia de divulgación de la ciencia, imagínese la situación de las
universidades y de los laboratorios de un estado.» (Finestro, 2003).
El hecho de que investigadores punteros muestren esta coincidencia resulta suficientemente significativo como para vislumbrar un cambio en la valoración de nuestros científicos
para con la divulgación y un acercamiento a posturas más cercanas a la mentalidad del investigador anglosajón acostumbrado a buscar fondos en la esfera privada para sacar adelante sus
proyectos. Conozcamos la opinión del Premio Nóbel de Física, Jerome Friedman: «Es esencial.
Debemos persuadir a la sociedad de que la ciencia es relevante, tenemos que escuchar las preocupaciones sobre algunos problemas que pueden asociarse a la tecnología y hacerles frente.
Pero sin la participación de la sociedad en el debate careceremos de interlocutores y de apoyo.»
(Rivera, 2000).
Situados ya en el ámbito las universidades, centros e institutos de investigación, etc.,
podemos decir que existen dos grupos de razones para comunicar: razones interesadas (egoístas), que tendrían su raíz en la conveniencia o necesidad (sea ésta declarada o no) de los centros, científicos y tecnólogos de explicar su actividad para buscar el apoyo de los ciudadanos; y
razones sociales que, surgidas de la propia sociedad, corresponderían a una demanda de los ciudadanos, aunque se trate de una demanda no aflorada como tal.
100
Para un centro y sus investigadores no es lo mismo informar que no hacerlo, ser conocido o trabajar en la sombra. También los centros tienen su circunstancia. Aunque la esencia del
prestigio de un centro radique en la calidad y cantidad de la ciencia o tecnología que desarrolle, la opinión que de él tenga su entorno social no es, o no debería ser, algo que se deba despreciar. La imagen pública generada en círculos no especializados puede abrir o cerrar puertas,
potenciar o entorpecer su tarea, prestar un aliento positivo o significar la indiferencia de quienes toman decisiones en materia de política científica. Uno de los factores por los que evaluar
la calidad de una universidad en EEUU es, precisamente, su capacidad para captar fondos entre
sus ex-alumnos y otros colectivos de la sociedad.
10.1. Sobrevivir en un mundo competitivo
La comunicación comercial arranca de la premisa de que para sobrevivir hay que competir. Por ello, la empresa sabe valorar, como un importante activo inmaterial, su imagen de
marca. Investigar, aunque la investigación se haga con fondos públicos, es también competir.
¿Puede (o debe) permanecer el universo de la ciencia al margen de esta dinámica de la competitividad si quiere sobrevivir? Mejor que no lo intente porque quedar al margen sería, además
de temerario, un desprecio a los ciudadanos y una pérdida de oportunidad para el centro y sus
investigadores. La sociedad merece saber quién es un científico serio y quién un bluff, qué centro investiga y gestiona bien los fondos y cuál no. Hablamos, claro está, de información objetiva, es decir, la que resiste a la tentación de crear una imagen inflada que poco o nada se corresponda con el valor real del centro y sus investigaciones.
Una buena imagen corporativa no se improvisa y, en el campo comercial, se basa en la
tradición de una calidad de sus productos y servicios. Pero el campo de la ciencia es, a veces,
diferente. A pesar del dicho «humildad es verdad», en el mundo científico el pudor muchas
veces se impone, de tal forma que no parece elegante vender al gran público la actividad científica desarrollada, aunque esté muy bien hecha.
Aunque afortunadamente los tiempos estén cambiando, ahorraríamos camino si nos llegásemos a convencer de que los centros de investigación científica y/o tecnológica también
necesitan crear una honesta y positiva imagen corporativa en la población, porque tal vez sus
competidores ya la estén creando.
El trabajo para conseguir una buena imagen corporativa de una universidad o de un
centro de investigación guarda muchos puntos de coincidencia con el de otras entidades, empresas u organizaciones aunque se mida con parámetros propios. Un centro de investigación es
también una entidad cuyos medios materiales, instrumentales y humanos se orquestan para
fabricar un producto: el nuevo conocimiento, la ciencia o la tecnología que es capaz de generar.
Pero no seamos hipócritas: el mundo de la investigación no es precisamente un campo
de lirios; a su manera, sabe muy bien lo que es competir. Unas ramas de la ciencia compiten con
101
otras por ser prioritarias; los centros de una misma rama compiten entre sí y comparan el número y la calidad de sus publicaciones; grupos y proyectos licitan y son evaluados a la hora de obtener fondos del Plan Nacional. Los investigadores deben competir ferozmente por conseguir una
plaza fija o para lograr un premio de prestigio, hasta el extremo de que el sistema de evaluación
(¿número de artículos?, ¿número de citas?) ha sido uno de los caballos de batalla, hasta que
recientemente parece imponerse la iniciativa del prestigioso profesor de física de la
Universidad de California, Jorge E. Hirsch, que ha propuesto el factor h («número que se asigna a cada científico y establece el número de artículos que tiene ese autor con tantas o más citas
que su factor h») como el índice más completo y objetivo. (García, 2005).
Afortunadamente los grupos de investigación valoran cada día más la importancia de
que sus hallazgos logren también un eco en el gran público, hasta tal punto que, en ocasiones,
esta competitividad ha dejado de ser de guante blanco para romper las reglas del juego limpio
haciendo llegar a la prensa descubrimientos científicos antes de estar lo suficientemente contrastados o incluso antes de ser publicados en una revista científica.
Vivimos un clima de gran rivalidad en el que «...un ambiente tan extraordinariamente
competitivo puede conducir a la superficialidad y la falta de rigor. Cuando la ya desafortunada
máxima del científico de nuestros días —publicar o morir— se sustituye por la aún más lamentable —publicar en Science (o Nature)», comentaba el catedrático de la Universidad del Estado
de Nueva York en Stony Brook, Emilio Méndez (2002).
Poco a poco van surgiendo informaciones sobre el aumento de investigaciones manipuladas, hasta el punto de llegar a leerse en algún artículo informaciones como ésta: «El 15% de
los investigadores modifica el diseño, los métodos o los resultados de un estudio para complacer al patrocinador». (Dean, 2005).Y cosas peores. El fraude en investigación no es algo nuevo.
Un ejemplo lo constituye el descubrimiento en 1912 del «Hombre de Piltdown», hallado por
Charles Dawson en Piltdown (Sussex), y declarado por los científicos una burda falsificación
en 1935.
El problema, afortunadamente nada frecuente, ha llegado sin embargo a alcanzar niveles
de escándalo en algunos casos, como el de Jan Hendrik Schön, líder de un grupo de Bell
Laboratories, de la compañía Lucent Technologies, cuyos numerosos y espectaculares logros resultaron ser un fraude; o el más reciente de Hwang Woo-Suk, que tuvo que abandonar su cargo de
profesor de la Universidad de Seúl, tras ser acusado de fraude en los resultados de sus experimentos relacionados con la producción de células madre humanas a partir de embriones clonados.
El fraude en ciencia, o las conclusiones precipitadas, pueden resultar especialmente delicadas cuando se trata de materias relacionadas con la salud. Es un campo en el que fácilmente
se crea alarma social acarreando consecuencias muy importantes. Baste recordar la relación que
ha resultado falsa entre vacunas y autismo. En todo caso, son actuaciones que hacen daño a la
ciencia y que son ya lo suficientemente numerosas para que se puedan escribir reportajes como
el titulado «Impostores de la ciencia». (Salomone, 2006).
102
La exacerbada competitividad que desemboca en hechos como los descritos se remonta a épocas pretéritas y ha dado lugar a encarnizados enfrentamientos que han desbordado las
posturas científicas para llegar al plano personal. La historia nos ha dejado algunas notables
trifulcas habidas entre científicos no menos ilustres. Isaac Newton (1642-1727), sin ir más lejos,
y al que no cabe negar su enorme genialidad, mantuvo un comportamiento escandaloso frente a Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716), a raíz de que éste publicase su cálculo matemático. Newton, que probablemente lo obtuvo antes y por su cuenta, pero que seguramente por
perfeccionismo no lo había publicado, hizo la vida imposible a Leibniz acusándolo de plagiar
sus ideas. El irascible carácter de Newton, fruto tal vez del nulo éxito social de su familia y del
trauma de haber sido abandonado por su madre, se puso de manifiesto en la manera de exigir
a Leibniz que publicase otros de sus trabajos. Cuenta Stephen W. Hawking (heredero de la
cátedra de Newton en la Universidad de Cambridge), al final de su «Historia del Tiempo»,
cómo el propio Newton escribía cartas de adhesión a su persona que salían de su propia pluma
y, también, cómo utilizó todo su poder, como presidente de la Royal Society, para destrozar a
Leibniz cuando éste acudió a esta institución para defenderse de sus ataques. Detalles sobre
éste y otros famosos enfrentamientos (Antoine Lavoisier y Joseph Priestley, Charles Darwin y
Richard Owen, etc.), que probablemente sirvieron de acicate para hacer avanzar la ciencia, se
pueden encontrar en el libro de Michael White (2002) titulado «Lenguas viperinas y soñadores tranquilos».
En resumen, si el mundo de la investigación ya es tan competitivo de por sí, su explicación
al gran público también lo es, no sólo por el volumen de información científica que llega a diario
a las redacciones de los medios de comunicación, sino además por el entorno de la enormidad de
mensajes publicitarios que saturan nuestras mentes y llenan el panorama de la comunicación.
10.2. Sentido y necesidad de la comunicación corporativa
Si hoy en día nadie debe (ni en realidad puede) permanecer aislado, al margen de la
sociedad a la que sirve, menos aún debe hacerlo un centro público de investigación que vive de
los contribuyentes. Por ello, antes de hablar de la comunicación de los resultados de la investigación, vamos a dar unas pinceladas sobre la comunicación que tiene a la institución como objetivo y materia.
Hemos visto que, como otra entidad cualquiera, no sólo es legítimo sino necesario que
un centro de investigación persiga el logro de una buena imagen en la sociedad. A toda institución científica, en especial si es pública, debería importarle su acogida popular. La buena
imagen abre puertas, aunque en ocasiones también genere envidias, adquiriendo valor sólo si
se fundamenta en un sólido prestigio científico. Hacer las cosas bien debe preceder siempre a
darlas a conocer. Mantener una buena imagen y el prestigio en el que se asienta es tan difícil
como lograrla.
103
10.2.1. Política para la comunicación institucional
En general, no se debe comunicar sin antes tener diseñada una política de comunicación
tanto institucional como de la actividad del centro. Esta política debe definir las líneas generales
y las estrategias de nuestra comunicación. Lo contrario puede acarrear consecuencias negativas.
No es posible lograr una coherencia informativa si no existen líneas maestras a las que atenerse.
Basada en la identidad corporativa, la política de comunicación debe impregnar todas
las manifestaciones de la información institucional y estar presente en los instrumentos que se
manejen para la información.
10.2.2. La identidad corporativa
La identidad corporativa es una complicada síntesis entre el espíritu y los objetivos con los
que nació el centro y su posterior evolución y desarrollo, por lo que es difícil definir la personalidad y el talante singular de cada centro, con independencia de la forma jurídica que éste tenga.
Por lo general, la identidad corporativa, como la personalidad, se va explicitando en
el tiempo, de una manera natural, como consecuencia de la manera singular de abordar la
propia actividad. A veces resulta muy difícil concretar esa identidad, objetivarla y ponerla
por escrito. Es algo intangible, una manera de ser, de afrontar los desafíos, de enfocar los
éxitos y los fracasos, o de adelantarse a las dificultades. Es un estilo, una cultura, una manera de recordar el pasado y de encarar el futuro, sin dejar de ser, en cada momento, lo que
se es.
Con alguna frecuencia, empresas y organizaciones deberían hacer una reflexión interna hasta descubrir o tomar conciencia de su verdadera identidad corporativa (la actual y la
que, tal vez, se hayan dejado en el camino). No habrá una correcta comunicación institucional
sin explicitar y tomar conciencia de esa identidad. Sin esta premisa, las incongruencias informativas están aseguradas. Y el logotipo de la institución llegará a ser un icono vacío de contenido.
10.2.3. La imagen corporativa
José Luis Carrascosa define la «imagen corporativa como el resultado neto de la interacción de todas las experiencias, creencias, sentimientos, conocimientos e impresiones que los
diferentes públicos internos y externos perciben respecto a una organización». (Carrascosa,
1992). Es, en gran medida, la imagen que los demás tienen de nuestra entidad o, si se prefiere,
cómo nos perciben desde fuera. El problema es que esta imagen no es muchas veces la que en
justicia debería corresponderse con nuestra verdadera identidad, la que se merece el centro y
sus logros.
104
10.2.4. La comunicación institucional
Habitualmente nos referimos a la comunicación institucional como a aquella que tiene
como materia el centro en sí y pretende lograr una imagen externa positiva. Es decir, con esta
comunicación pretendemos dar a conocer nuestra realidad y que la imagen que tienen los demás
de nosotros se corresponda con nuestra identidad y con nuestra realidad objetiva. Cabría añadir
«ni mejor» (sería crear un globo sin contenido) «ni peor» (sería una injusticia para con el centro y
quienes en él trabajan), porque, y nunca se insistirá bastante, querer aparentar lo que no se es resulta tan falso como nocivo. La excelencia ni se improvisa ni se puede simular. El prestigio del centro
y de sus investigaciones sólo puede basarse en un trabajo serio y constante, y en la calidad (más que
en el número) de los resultados que se obtienen. La comunicación no puede ser propaganda vacía.
Pero si la excelencia radica en los resultados científicos y éstos se dan a conocer en las
revistas de la especialidad de más prestigio, ¿por qué plantearnos una comunicación institucional que vaya dirigida a prestigiar el centro en el ámbito de un público no profesional?
La pregunta ya ha sido contestada en parte. Pero hay algo más. El centro, como tal, tiene
un deber para con sus investigadores. En efecto, los centros de investigación son instituciones
preparadas para proporcionar medios para que sus científicos y tecnólogos puedan desarrollar
su trabajo. El público tiene derecho a saber si estos centros están suficientemente dotados para
lograr sus fines y las dificultades institucionales que pueden malograr el buen trabajo de un
investigador. Hablar del escaso presupuesto del centro o de los problemas derivados de una gestión administrativa impuesta por las administraciones públicas, debería ser objeto también de
una buena comunicación institucional, porque es una manera de transmitir a la opinión pública
el porqué de que parte de los fondos que la sociedad emplea en investigación tal vez no consigan todos los resultados que deberían lograr.
10.2.5. La comunicación interna, un requisito previo
La comunicación interna del centro no es objeto de este libro. No obstante, conviene hacer
una referencia al respecto por las implicaciones que puede tener en la comunicación exterior.
Las instituciones, especialmente si no tienen una larga tradición, necesitan incorporar
las nuevas generaciones a su cultura de empresa y transmitirles su identidad corporativa, si no
quieren perder en poco tiempo el impulso vital que las vio nacer. Es frecuente que los centros
padezcan también sus crisis de identidad. No tienen por qué ser negativas si sirven para volver
a las fuentes y buscar salidas propias y adecuadas a las nuevas circunstancias. Por ello, una
correcta imagen institucional comienza por que el personal del centro asuma y se identifique
con la identidad corporativa. En caso contrario, la comunicación externa sufrirá, antes o después, el choque de otra comunicación de signo contrario, surgida de voces internas disconformes con la imagen oficial.
105
No sólo es inevitable sino señal también de buena salud que existan disidentes y, por
consiguiente, creadores sistemáticos de una cierta antimagen externa. En tal caso conviene
escuchar y analizar muy bien sus argumentos, sin achacar por sistema su postura a insatisfacciones o frustraciones personales que son proyectadas sobre la realidad y vida del centro. La imagen global es una resultante integradora y los puntos discrepantes deben servir como evaluación que permite mejorar las cosas. Siendo ésta una materia muy compleja, se puede agudizar
en un centro de investigación donde pueden convivir científicos, tecnólogos y personal de apoyo
de lo más variado. De ahí que las críticas al centro puedan tener un origen diferente, significando, por ejemplo, lo que se consideran agravios comparativos de unos colectivos frente a otros.
Sin entrar, pues, en detalles, nos referimos más bien a aquellas posturas que pueden provenir de un desconocimiento de la propia vida del centro y que, por ello, tiene su origen en una
falta de comunicación interna. La falta de este tipo de comunicación impide que el personal del
centro pueda formar equipo en torno a los fines, la cultura, los problemas y las realizaciones de
la institución, y ello lleva a una falta de visión del porqué se hayan podido tomar ciertas decisiones por parte de la dirección ante determinadas circunstancias. La falta de comunicación
interna separa al personal, sea del tipo que sea, del núcleo de la toma de decisiones y crea el
caldo de cultivo para una contraimagen externa.
Conviene recordar que en el modelo europeo de excelencia de la European Foundation
for Quality Management (EFQM, 1991), entre los resultados a lograr por toda institución figura, en primer lugar, la satisfacción del personal; en segundo lugar, la del cliente; y, en tercero, se
contempla el impacto en la sociedad.
La política de comunicación del centro, sea cual fuere, no debería olvidar esta escala de
prioridades. Es mal asunto montar una buena estructura de comunicación hacia el exterior y
olvidar la comunicación interna, que además tiene la ventaja de poder establecer una fluida
interacción con el destinatario.
Lo dicho es perfectamente válido para la divulgación científica, que debería dirigirse en
primer lugar a los colectivos no científicos del centro: administrativos, técnicos de soporte, etc.
10.3. Valor interno de la comunicación corporativa externa
Diseñar y realizar materiales informativos de carácter institucional requiere plasmar los
planteamientos o ideario del centro en todas y cada una de sus ediciones. El departamento responsable de la comunicación, ediciones y divulgación (DCED) se convierte de esta forma en un
importante instrumento para la cohesión interna y la difusión intra muros de tales planteamientos. Ello es más importante aún en aquellas instituciones que poseen diferentes centros y cuanto mayor sea la dispersión territorial entre ellos. Por tanto, antes de contemplar la cara externa
de la actividad del departamento de comunicación y de los materiales que maneje hacia el exte106
rior (sean éstos escritos, audiovisuales o para ser lanzados por la red), hay que tener en cuenta
que todo contenido informativo emitido al exterior debe, por el bien de su propio personal, ser
coherente con la identidad del centro para así contribuir a difundir dicha identidad entre investigadores, tecnólogos o el personal administrativo y de soporte.
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11. Razones sociales
11.1. La ciencia, una necesidad para la sociedad
Vamos a llamar razones sociales a las que provienen de la sociedad y ante las cuales el
mundo de la ciencia y la tecnología no puede permanecer impasible.
Aparentemente la ciencia no es una demanda prioritaria de nuestros ciudadanos. Es
lógico porque toda demanda nace del conocimiento. Una sociedad poco cultivada no suele
pedir más cultura.
Cuando una empresa desarrolla un nuevo producto o incorpora innovaciones a uno ya
existente, cuenta con que sus potenciales compradores lo necesitarán aunque de hecho ignoren
que les interesa. Su demanda existe de manera latente. El marketing y la publicidad permiten
que aflore el deseo inconsciente para convertirlo en necesidad consciente .
Aunque no lo parezca, la ciencia es también una demanda social inconsciente, no sólo porque permite desarrollar aplicaciones y capacidades tecnológicas, y de éstas generar innovaciones
útiles para los consumidores, sino también porque la ciencia puede y debe satisfacer un deseo
innato por saber más y ser capaces así de disfrutar de una cultura más amplia. Ocurre en todos
los campos de la vida. Cuanto más sepamos sobre un pintor, más disfrutaremos de sus cuadros.
11.1.1. El arte de hacerse preguntas
El interrogante, la curiosidad, el deseo y la necesidad de obtener respuestas son el gran
motor de la ciencia que arranca de la hipótesis de que todo lo que existe es pensable. A pesar
de la enorme progresión científica, ignoramos mucho más de lo que sabemos. El conocimiento,
como las cebollas, va por capas: cuanto más profundizamos se abren más ventanas. La angustia
del hombre proviene de su capacidad para formularse preguntas para las que aún no tiene respuesta alguna. Ignorarlas o mirar a otro lado no es solución para su inquietud. Queremos y
necesitamos tener certezas; es decir, descubrir verdades ontológicas sobre las que basar esas certezas. «El todo es mayor que la parte», por ejemplo, es una afirmación que produce una necesaria adhesión de nuestra mente. Descartes cimentó su discurso en el «pienso luego soy». Las
verdades científicas, aunque producen un tipo de adhesión mucho menos sólida, son, al menos,
constatables. En el estudio del Universo subyace el deseo innato de resolver esos interrogantes
escritos con mayúsculas sobre el origen, esencia y destino no sólo de la especie humana, sino
109
también del individuo. Algo parecido ocurre con la hipótesis de que el Universo sea inteligible.
Sin necesidad de optar por el principio antrópico (que reconoce que nuestro Universo tiene
propiedades que están condicionadas por el hecho de que estamos aquí para entenderlas y
medirlas), el ser humano se mueve con la esperanza de que el Universo sea observable, comprensible e interpretable.
«Imagine un Universo en el cual los científicos hubieran respondido a todas las preguntas. Entonces no habría ciencia, porque la ciencia necesita preguntas sin responder. (…) La
cuestión es que siempre surgen nuevas preguntas. La ciencia es como una gran fábrica de preguntas.» (Gómez, 2003).
Para el físico teórico Murray Gell-Mann, «este empeño por entender el Universo, cómo
funciona y de dónde surgió, es la mayor y más persistente aventura de la Historia Humana».
A esta inquietud vital e intelectual se une otra: «Los seres humanos tenemos como elemento absolutamente constitutivo un ansia de superar nuestros propios límites, y una de las
maneras de hacerlo es mediante la ciencia». (Fernández-Rañada, 1999).
Nos encontramos en un momento de la historia de la ciencia en la que es posible que un
escritor, editor y animador cultural, como describe Javier Sampedro a John Brockman, haya formulado a un centenar de investigadores la pregunta «¿En qué cree usted aunque no pueda probarlo?». Las respuestas están colgadas en su revista electrónica Edge (www.edge.org) y, como
afirma el autor del artículo, «tienen un morbo indudable: son justo las ideas que los científicos
no pueden confesar en sus publicaciones técnicas». (Sampedro, 2005).
11.1.2. El trasvase cultural de las respuestas científicas
El mapa social nos muestra un mundo científico, situado en su peculiar isla, que se
plantea de manera metodológica problemas y, poco a poco, va logrando respuestas, mientras
que, a su alrededor, una sociedad floja en cultura científica ignora muchas cosas elementales que le afectan de manera directa. Es como si en nuestro panorama existiesen enormes
pantanos, con ingentes cantidades de agua y, al mismo tiempo, se careciese del más elemental sistema de riego (conocimiento, cultura e innovación) para enriquecer los campos que los
rodean.
El analfabetismo no suele hacer reclamaciones. Sólo en sus graves consecuencias sociales podremos escuchar su clamor. El hecho de que la sociedad no solicite más conocimientos no
quiere decir que no exista tal demanda, aunque sea una llamada oculta. Que los ciudadanos
ignoren su derecho a reclamar el enriquecimiento cultural que proviene de la divulgación de la
ciencia y la tecnología, no significa que ese derecho no esté ahí presente.Afortunadamente, aunque no existiesen acciones positivas en tal sentido, siempre habrá un flujo natural y espontáneo
de conocimientos científicos al gran público, a pesar de que éstos lleguen con demasiado retraso en relación a los conocimientos en vigor.
110
Por lo dicho, en estos tiempos los impactos producidos por la ciencia en la sociedad no
provocan cataclismo cultural alguno. En los tiempos actuales son los utensilios e instrumentos
que manejamos y que incorporan las tecnologías más avanzadas, los que cambian nuestras vidas
y costumbres. Pero la ciencia que está en el trasfondo de todos esos instrumentos y que los ha
hecho posibles, la seguimos ignorando y, por ello, no nos ayuda a cambiar nuestra manera de
entender el mundo.
En efecto, hace muchos siglos, el mundo científico, el filosófico, el religioso y el cultural
(ciertamente muy limitado a sectores privilegiados de la sociedad) guardaban tan estrecha relación que parecían facetas de una misma realidad. Ello explica, por ejemplo, que las ideas y el
prestigio de Aristóteles, tan arraigadas posteriormente en la Escolástica de la Edad Media, llegasen a paralizar la implantación de un modelo heliocéntrico del Universo, necesitando de una
verdadera revolución como la copernicana para situar a la Tierra y al Sol en su sitio. La idea de
Copérnico (Nikolaj Kopernik: Torun, 1473, Frombork, 1543) no se enfrentaba únicamente al
modelo ptolemaico, sino también a las ideas religiosas de la época, comenzando por Lutero y
Melanchton y siguiendo por la tradición de la Iglesia romana. Sabemos que, en un mundo tan
coherente, las conclusiones científicas no instaladas en las creencias y en la cultura de la época
podían acarrear serios disgustos y dar con el defensor de las mismas en la hoguera —es el caso
de Giordano Bruno— o padecer el proceso al que fue sometido Galileo Galilei antes de abjurar, puesto de rodillas, de que era la Tierra la que se mueve alrededor del Sol y no lo contrario.
Merece ser cierta la leyenda de que, al incorporarse de nuevo, Galileo pegó una patada en el
suelo mientras mascullaba: «Eppur si muove!» (¡Y, sin embargo, se mueve!).
Lo que, en definitiva, queremos decir es que esa íntima relación de saberes que existía
en épocas lejanas no existe hoy en día. Así, hemos visto cómo al determinismo más optimista
de Newton y Laplace seguía el indeterminismo desazonador de Heissenberg o la relatividad
de Einstein; y cómo la predecibilidad de la mecánica clásica se venía abajo de la mano de la
mecánica cuántica. Los cambios han sido tan profundos que viene a cuento citar la frase del
presidente de la Asociación Internacional de Mecánica Pura y Aplicada: «debemos pedir excusas al mundo de la cultura por haber transmitido la idea de que el mundo es predecible».
(Fernández-Rañada, 1999). Nuevos planteamientos, pues, de un enorme calado científico han
sobrevenido sin apenas provocar un mínimo cambio cultural; y ello en una época en la que, en
los países avanzados, al menos teóricamente, todo el mundo es escolarizado. Tal vez nuestro
mundo cultural necesite que descubramos vida inteligente fuera de la Tierra para conmocionarse. Porque, ¿no debería ser suficiente saber que desconocemos en qué consiste el 95% de
nuestro Universo o el porqué de la aceleración en la velocidad de expansión del Universo que
parece indicar la existencia de una energía obscura? Éstos y centenares de enigmas más en
cada una de las diferentes ramas de la ciencia, ¿no nos deberían llevar a hacernos preguntas
íntimamente ligadas a la manera de entender nuestra existencia o a nuestra capacidad real
para entender el Universo?
111
11.2. Dimensión social de la ciencia
No importa repetirlo. Si estamos convencidos de que la sociedad necesita ser, de alguna
manera, convulsionada culturalmente por los avances científicos, pensar que los centros de
investigación y de tecnología son islotes exclusivos y que sus científicos y tecnólogos pueden
vivir desligados de la sociedad y permanecer ajenos a las carencias de los ciudadanos es no sólo
un error histórico, sino también una concepción injusta y trasnochada de la realidad.
La primera responsabilidad social radica en los centros de investigación, que son los que
deben proporcionar medios para que los investigadores puedan hacer ciencia de la máxima calidad y también ponerla a disposición no sólo de sus colegas y expertos, sino de quienes pueden
convertirla en cultura. Es decir, son los centros los que tienen más posibilidades de crear los
mecanismos y estructuras que faciliten la tarea divulgadora, y aprovechar al menos la energía
de aquellos científicos y tecnólogos más propensos a divulgar. Aunque, como ya queda dicho, se
puede argumentar (porque es cierto) que un investigador cumple con su principal responsabilidad haciendo una buena ciencia, no obstante, a la vista del déficit cultural existente sobre estas
materias, bien se puede solicitar de los científicos un esfuerzo extra para ofrecer a su entorno
social parte de lo que ellos poseen.
En definitiva, esta urgente y necesaria revolución cultural de la que ya hemos hablado
suficientemente, comienza por un cambio de actitud del mundo científico (centros y científicos);
y lo tenemos que hacer necesariamente desde el convencimiento de que existe una dimensión
social de la ciencia. Haciendo un paralelismo con las ideas del filósofo y economista británico
John Stuart Mill (1806-1873) acerca de la dimensión social de la iniciativa privada, la ciencia no
es, o no debería ser, propiedad exclusiva de los científicos, sino algo a compartir, sabiendo que
ello servirá para beneficiar, y mucho, a los propios científicos.
11.3. Retornos sociales de la ciencia
Para visualizar mejor nuestra postura, se podría decir que la tarea investigadora debe
entenderse como una actividad al servicio de un cliente, la sociedad, que es la que paga sus facturas. Esto es aún más evidente en el caso de la investigación pública. Por ello, los contribuyentes tienen derecho a reclamar, cuando menos, los siguientes retornos, a los que hemos denominado «retornos sociales de la ciencia».
11.3.1. Primer retorno: el derecho a una ciencia de calidad
El primer y más importante retorno es el aumento general del conocimiento que logra
la investigación científica excelente y que termina produciendo efectos beneficiosos para todos
los ciudadanos.
112
11.3.2. Segundo retorno: señalar áreas de investigación prioritarias
y evaluar los resultados
La sociedad tiene derecho a intervenir, de alguna manera, no sólo en la priorización de
las áreas que hay que financiar, sino también en solicitar que existan mecanismos para evaluar
las políticas científicas y los programas implantados por los distintos gobiernos. Con independencia de que el público esté cada día mejor informado, el Parlamento debería desempeñar un
papel mucho más activo, promoviendo una legislación adecuada para facilitar la mejor investigación (calidad y cantidad), al tiempo que participa más a fondo en el enfoque de los planes
nacionales de I+D+i, puestos en marcha a raíz de la llamada Ley de la Ciencia de 1986.
Dado que los miembros del Parlamento participan también de las carencias culturales
en estas materias, debería instrumentarse un sistema de asesoramiento científico y técnico, desligado del signo político de los miembros de las cámaras.
11.3.3. Tercer retorno: el aumento de la cultura científico-técnica
Un leit motiv de este documento es la dimensión cultural que guardan los conocimientos científicos. En la Declaración sobre la Ciencia y el uso del saber científico, surgida en la
Conferencia Mundial sobre la Ciencia para el siglo XXI, «Un nuevo compromiso» (Budapest,
1999), se hablaba de impulsar que las ciencias puedan ser consideradas patrimonio por nuestras
sociedades como un factor de sus culturas.
Divulgar los conocimientos por parte de universidades y centros de ciencia y tecnología
es un deber y no una concesión o un lujo. La sociedad tiene derecho a participar en los conocimientos científico-técnicos y a aumentar su cultura en estas materias para así, entre otras cosas,
poder participar, en condición de público atento y bien informado, en los grandes debates que
surgen de la mano de nuevos avances científicos. Los logros de algunas ramas de la ciencia generan problemas éticos sobre los que la sociedad debería tener opción a opinar con suficiente criterio. De esta manera, los ciudadanos podrían implicarse, con conocimiento de causa, en la aceptación o rechazo de los riesgos que conllevan determinadas investigaciones. Es, como diría el
profesor Miguel Ángel Quintanilla, el punto de vista cívico de la comunicación de la ciencia.
Como dice el profesor Sánchez Ron, «conocer los avances de la ciencia es básico para no estar
alienado». (Fernández, 2005).
Este reto es global y no de un país singular. En la Conferencia «Concienciación pública
respecto a la ciencia y la tecnología en Europa y sus Regiones: construyendo puentes con la
sociedad» (Bruselas, 17-18 de diciembre de 2001), el comisario europeo responsable de investigación, Phillipe Busquin, citaba como razones para mejorar el conocimiento de la ciencia por el
público, los resultados del Eurobarómetro, según los cuales casi uno de cada dos europeos
(48%) afirma interesarse por la ciencia, y el 60% de los mismos desearía estar mejor informa113
do.Así que los ciudadanos lo quieren y lo esperan, razones suficientes para satisfacer su demanda. El progreso, a su vez, guarda estrecha relación con la investigación científica y tecnológica.
Cuando la confianza ciudadana en el progreso se deteriora, hay que crear las condiciones para
mejorar esa relación.
11.3.4. Cuarto retorno: el enriquecimiento del tejido empresarial
La sociedad tiene derecho a que su inversión en investigación científica y tecnológica
encuentre caminos eficaces para enriquecer el tejido empresarial. Si bien es evidente que el desarrollo de innovaciones competitivas es tarea privativa de las empresas, también lo es que la
transferencia de capacidades tecnológicas en las que basarlas debería ser una preocupación creciente de los centros de investigación. Sin competitividad empresarial, algo muy importante
falla en el sistema de innovación.
«La rentabilidad social de la I+D es muy superior a los beneficios privados que produce, muy particularmente en España», subraya Joan Esteban. «La investigación tiene la naturaleza de bien público porque la mayor parte del beneficio que genera trasciende ampliamente
al ámbito de la empresa para situarse en el resto de la industria y en el conjunto de la sociedad.
Según nuestro estudio, si desde 1970 España hubiera invertido anualmente en I+D el mismo
porcentaje del PIB que la media de los países de la OCDE, hoy tendríamos un 20% más de
renta per cápita». (Barbería, 2005).
11.3.5. Quinto retorno: el aumento general del bienestar social
Este retorno es un resumen de los otros cuatro: los ciudadanos, tienen derecho a que la
investigación científica y tecnológica repercuta no sólo en su enriquecimiento cultural, sino también en un aumento de su bienestar y en la solución a los muchos problemas de todo tipo que
tiene la Humanidad.
11.4. Retornos intangibles
Son consecuencia de lo dicho en páginas anteriores: ciencia y cultura son términos
que no deben excluirse. Por ello, necesitamos encontrar el modo de que los avances científicos provoquen cambios en la manera de pensar de los ciudadanos. Hablamos pues de retornos inmateriales, de los que no cabría hablar si no estuviésemos sumergidos en la sociedad
dual de las «dos culturas». Los ciudadanos necesitan también de la ciencia y de la tecnología
para labrar su propia historia. Algo queda apuntado sobre las aportaciones y, especialmente, las rupturas culturales, que han significado no sólo las grandes revoluciones científicas,
sino también la sucesión de una multitud de descubrimientos. Aunque, como ya se ha dicho,
114
hoy en día echemos en falta la respuesta filosófica a los profundos cambios propuestos por
la ciencia, es de justicia hacer notar que, a lo largo de la Historia, muchos de los cambios ideológicos y sociales más profundos no han tenido su raíz en nuevas ideas de los intelectuales
humanistas, sino en los profundos avances científicos y tecnológicos. Antes, desde luego, todo
era más coherente dado que los científicos y los filósofos caminaban juntos. Pero es fácil
apreciar, en la extensión cultural del conocimiento, el poder y las consecuencias que conlleva un descubrimiento, como por ejemplo el de la imprenta de Gutenberg (1455), cuando un
mismo manual escrito podía ser leído simultáneamente por multitud de personas, o la realización y edición de una empresa como la Enciclopedia, que significó la primera democratización del saber de su época. ¿Qué no decir de las consecuencias de descubrimientos como
la máquina de vapor, el teléfono, la radio, la fotografía, el cinematógrafo, el avión, la televisión o Internet para la extensión cultural de las ideas?
La ciencia es esencialmente formulación y ruptura. El avance científico se produce tanto
por una nueva interpretación de aquello que conocemos como por los descubrimientos de lo
que ignorábamos, que lleva a replantearnos nuestro modelo anterior.
El propio método científico es una riqueza para el pensamiento; y además la ciencia
arrastra también una reflexión permanente sobre su propia naturaleza. Es un conocimiento que
surge del pensamiento puro, de aquél discurso que tiene por objeto la razón, la propia ciencia,
su método y evolución. Aún está reciente la desaparición de dos grandes pensadores sobre la
esencia histórica de la ciencia: Popper y Kuhn. El «falsacionismo» de Karl Popper (1902-1994)
nos lleva a la dinámica permanente de una ciencia que avanza mediante la necesidad de someter todo sistema científico a su constatación empírica y, por ello, a su hipotética falsedad. Para
Thomas S. Kuhn (1922-1996), la ciencia avanza a base de dos procesos que son las caras de una
misma moneda: la revolución que rompe con el anterior «paradigma» (término del que terminó renegando al perder control sobre el mismo) para crear uno nuevo y la masa de investigadores que, como consecuencia de sus investigaciones, van ajustando el nuevo modelo hasta que
consigue funcionar lo suficientemente bien. Así hasta que nuevas observaciones y estudios
hacen imposible mantener el modelo. El nuevo cambio de paradigma producirá profundos giros
en el pensamiento y no sólo en el científico.
En definitiva, existe un retorno intelectual, social y cultural que proviene del marco epistemológico en el que la ciencia, la historia y su sociología se convierten en materia de estudio.
Esta concepción intelectual del método científico enriquece la cultura integradora que tanto
echamos en falta, porque sirve de alimento a la evolución del pensamiento sin el cual poco
podríamos avanzar.
Valoramos demasiado las herramientas y despreciamos con frecuencia el avance intelectual que ha permitido desarrollarlas y el cambio que provocan para poder usarlas. Hoy en día
nos resulta sencillo pensar en el método que sigue la ciencia como algo establecido, pero el propio método es sujeto de disputa, de evolución y, por tanto, de enriquecimiento intelectual.
115
Cuenta con ironía el físico de la Universidad del Estado de Nueva York, Luis A. Orozco,
que fue Alhazen, nombre en Occidente de Abú Alí al Hasan Ibn al Haytam (Basra 965-Egipto
1030), quien inventó el método científico. Su tratado de Óptica estuvo vigente hasta que apareció
el de Newton, y fue él quien, en efecto, rebatió las teorías de Euclides, Tolomeo y otros matemáticos, según los cuales la luz viajaba desde el ojo a los objetos observados.Tanto Aristóteles como los
atomistas sostenían lo contrario, convirtiéndose en una disputa que ya duraba ochocientos años y
que parecía no tener solución. Pues bien, siguiendo el relato, Alhazen «invitó a un grupo de gente
a que mirara al sol, lo cual probó de una vez por todas quién tenía razón. Cuando se mira un objeto brillante, el ojo se quema. No utilizó ningún argumento geométrico o teórico. La luz parte de un
lugar fuera del ojo y entra en él; ninguna otra explicación es consistente con la evidencia». (Orozco,
1999).
En resumen, el mundo de la investigación no tiene otra salida que asumir los frentes de
esta demanda social de los ciudadanos modernos, sea o no explicitada. En caso contrario no tendrá razones para quejarse de la falta del apoyo y reconocimiento que dice merecer. Por otra
parte, se echa mucho de menos que el resto del mundo intelectual (filósofos, literatos, artistas,
etcétera) tome la ciencia como una fuente de conocimiento que, de manera continua, descubre
más y más sobre lo que es el ser humano, su existencia y circunstancia.
11.5. Y la ciencia básica..., ¿ofrece retornos o es un lujo
en la sociedad actual?
Hemos hablado de los beneficios intangibles de la investigación científica cuando se la
contempla desde la perspectiva de la metodología del discurso intelectual.
Para terminar este capítulo conviene despejar la duda planteada en el título de este
apartado, porque es un interrogante que flota en el sentir no sólo de muchos ciudadanos, sino,
lo que es más grave, de quienes tienen la misión de orientar los planes de I+D+i.
Dado el objetivo de este documento, dicho interrogante podría completarse con otro complementario: ¿tiene sentido perder el tiempo para comunicar los resultados obtenidos en la investigación más fundamental? Los conocimientos, por lo general muy teóricos, fruto de la investigación básica, ¿crean cultura cuando se trasladan (cuando esto es posible) al ciudadano de a pie?
En definitiva, en el mundo práctico en el que vivimos, con poco tiempo para leer, pensar y aprender, ¿tiene sentido difundir la parte más abstracta de la ciencia o sería preferible limitarnos a enseñar o hacer llegar a los ciudadanos los aspectos más prácticos o la tecnología que
encierran las innovaciones de los instrumentos que utilizan en su vida cotidiana?
El folleto de instrucciones de cualquier cámara digital, de un teléfono móvil o de un televisor de plasma viene a ser un quijote de páginas llenas de las funciones más sofisticadas. Pero
poco dicen, sin embargo, de los desarrollos tecnológicos que encierran y menos aún de la física
básica que ha permitido hacerlos posible.
116
No hablamos únicamente de saber algo más de lo que está tras el telón de lo inmediato.
Seguramente es lícito afirmar que la cultura (no sólo la científica) de una sociedad tiene que ver
mucho más con la ciencia básica o fundamental que con los conocimientos concretos de aquello que utiliza, por muy innovador que resulte.
En definitiva, la visión cultural de los ciudadanos de principios de este siglo debería
haber cambiado radicalmente de la mano de la teoría de la relatividad y de la mecánica cuántica surgidas a principio del siglo pasado. Pero no ha sido así. Si durante el siglo XX hemos seguido inmersos en un concepto newtoniano del espacio, el tiempo, la masa y la energía, es porque
algo grave ha fallado en la enseñanza y en la transmisión cultural de nociones fundamentales.
Esto, se mire por donde se mire, no deja de ser un grave fallo cultural.
Por todo ello, y aun a sabiendas de que esto pueda parecer una disquisición inútil y alejada de nuestro propósito fundamental, consideramos necesario dedicar una reflexión a la necesidad de valorar y comunicar la ciencia fundamental que se genera principalmente en el sistema público de I+D porque, entre otras cosas, de ello puede depender en gran parte la cultura,
valoración y actitud de la sociedad hacia este tipo de investigación.
11.5.1. Investigación básica versus investigación aplicada
De hecho, en nuestros días existe una estéril discusión que pretende enfrentar ambas
investigaciones. Es un asunto importante de cara a la educación y cultura de la sociedad y a la
actitud de los ciudadanos para con la investigación que llamamos fundamental o básica; pero
también es un asunto importante dado que gran parte de la investigación que se realiza desde
el sistema público de investigación podría ser calificada de investigación básica.
11.5.2. ¿Ante un golpe de péndulo?
España converge poco a poco con los países más avanzados en el esfuerzo en I+D, y el
Plan Nacional de I+D, siguiendo las premisas y planteamientos del Programa Marco europeo,
ha incorporado la letra «i» de innovación, que denota la voluntad de que toda investigación, por
básica que sea, tenga en su horizonte la intención de inyectar conocimientos útiles al tejido productivo y de que la investigación científica sirva para hacer más competitivas nuestras empresas, estableciendo una cadena continua desde la investigación fundamental hasta la innovación,
pasando por la ciencia aplicada y el desarrollo tecnológico.
Esta tendencia, derivada de la europea, fue explicitada en el Libro Blanco titulado
Crecimiento, competitividad y empleo. Retos y pistas para entrar en el siglo XXI (capítulo 4,
Comisión Europea, 1994). En este documento la Comisión mostraba los puntos débiles del sistema de investigación europeo, identificando como el más grave «su comparativamente escasa
capacidad de transformar los avances científicos y logros tecnológicos en éxitos industriales y
117
comerciales». El hecho de que Europa publique más (el 41,3% frente al 31,4% de los Estados
Unidos), pero que no exista el mismo nivel de transferencia al tejido industrial constituye lo que
se vino en llamar la «paradoja europea».
Durante la III Cumbre Europea de Empresa (European Business Summit) celebrada en
Bruselas los días 11 y 12 de marzo de 2004, y a la que asistieron representantes de más de cuarenta países, se hizo notar que la principal paradoja a la que se enfrentaba la Unión Europea
era que producía conocimiento de alta calidad que luego no se utilizaba. También se destacó
que otro de los problemas a los que se enfrenta la UE era el éxodo intelectual.
«La conclusión a la que llegaron los ejecutivos que asistieron a la cumbre es que, para
que Europa sea competitiva, debe promocionar la inversión en I+D, y para lograr esto hay que
ligar el esfuerzo innovador de las empresas a la creación de beneficios económicos. Además, es
necesario que se constituyan consorcios entre los centros de investigación y la industria, y que
ambas partes compartan la misma visión a largo plazo en materia de riesgo y beneficios.»
(Madri+d, 2004, recogiendo información suministrada por la Oficina de la Comunidad de
Madrid en Bruselas).
Este deseo de corregir debilidades puede provocar un golpe de péndulo y ver una debilidad en lo que es, de hecho, una fortaleza: el notable nivel conseguido, también en nuestro país
y especialmente en algunos campos, en investigación básica. No es de extrañar que haya saltado la alarma. Asistimos a lo que parece ser una devaluación de la investigación fundamental,
salvo que ésta se oriente a una finalidad de aplicación inmediata.
Sería una muy grave equivocación extrapolar el sentido de las cosas y suponer que el
incremento general del conocimiento sólo puede tener un puro valor intelectual, a no ser que
contenga elementos visibles de utilidad práctica. «Hoy la ciencia se valora simplemente como
un componente de la tecnología», decía no hace mucho el historiador de la ciencia Paul Forman.
(Calvo, 2003).
Vienen a cuento unas declaraciones de Phillipe Busquin (25 de noviembre de 2003)
recogidas por José Carlos Gómez Sal, catedrático de física de la materia condensada de la
Universidad de Cantabria. Decía Busquin: «La posición de líder mundial que tenía Europa en
producción científica se está erosionando; en el año 2002 el número de publicaciones europeas
y su porcentaje mundial ha disminuido notablemente. Es una señal inquietante que nos muestra que no podemos complacernos con nuestro sistema actual, donde la investigación fundamental es cada vez más víctima de las dificultades de presupuesto de los Estados miembros y
tiene poco acceso a financiación europea basada principalmente en la investigación aplicada.
Para mí, la renovación de la investigación fundamental europea es el gran desafío al cual la política de investigación comunitaria debe aportar una respuesta contundente el año que viene».
«La innovación es la clave del futuro, pero la investigación básica es la clave de la futura
innovación», dijo el Premio Nobel de Física 1990 Jerome Friedman, en un curso de la Universidad
Menéndez Pelayo sobre innovación.Y en una entrevista de Alicia Rivera, publicada en el diario El
118
País, añadía: «...hay que prestar especial atención a la ciencia fundamental porque mucha gente y
muchos líderes políticos no entienden su valor. Sin el apoyo debido a la investigación básica no se
produce la innovación más importante, la que cambia la forma en que vivimos, porque esa innovación procede de nuevos conocimientos que se aplican en nuevas tecnologías». (Rivera, 2000).
11.5.3. La ciencia básica, un valor rentable a largo plazo
La rentabilidad de la ciencia fundamental no es inmediata porque necesita desarrollos
posteriores y éstos únicamente son posibles si existe un caldo de cultivo empresarial y social
previo ya que necesita de mentes preparadas y formadas en el discurso lógico. Arthur J. Carty,
Presidente del Consejo Nacional de Investigación de Canadá, declaraba: «Se puede decir que el
dinero convierte la investigación en conocimiento y la innovación convierte el conocimiento en
riqueza». (Ruiz de Elvira, 2001).
Por otra parte, el hecho de que por invertir más en ciencia básica no se sigan necesariamente aumentos proporcionales en aplicaciones productivas e innovaciones rentables no quiere
decir que la investigación fundamental no sea productiva, pues como dijo Federico Mayor
Zaragoza, «no hay investigación aplicada si no hay ciencia que aplicar». (Mayor Zaragoza, 2004).
Por tanto, de manera más o menos inmediata, los nuevos conocimientos teóricos terminan produciendo una cascada de aplicaciones prácticas que hubiesen sido imposibles sin ellos.
El hecho de que otras investigaciones, más ligadas a problemas concretos, produzcan aplicaciones próximas en el tiempo no contradice la necesidad imperiosa de la ciencia básica como primer eslabón de la cadena.
El filósofo británico Thomas Hobbes (1588-1679) lo tenía muy claro cuando decía
que la prosperidad de la manufactura textil británica se debía a que en el Reino Unido había
buenos matemáticos y astrónomos. En efecto, gracias a las matemáticas y la astronomía, la
navegación se hacía más segura. Como consecuencia, los productos textiles ingleses podían
llegar con más facilidad a los mercados; al ampliarse éstos, impulsaban hacia arriba la
demanda, las factorías podían ampliarse, con lo que el Reino Unido resultaba así beneficiado (Velarde, 2003a).
Olvidar el valor de la ciencia fundamental conlleva un problema añadido, consistente en
que «el sistema está primando un tipo de actividad científica que produce muchas y muy efímeras aportaciones (fungibles) en detrimento de otras de más larga duración (inventariables).
(«Ciencia fungible frente a ciencia inventariable», Castroviejo y García, 2000).
El planteamiento está en el alero. «¿Cómo elaborar políticas de investigación que respondan a necesidades auténticas de la sociedad e implicar plenamente a ésta en la ejecución del
programa de investigación?» Es la pregunta a la que intenta responder el documento de trabajo de los servicios de la Comisión, titulado «Ciencia, sociedad y ciudadanos en Europa»
(Comisión Europea, 2000). En dicho documento se dice: «Por consiguiente, sin dejar de velar
119
por conservar en grado suficiente la investigación desinteresada, por pura curiosidad, sin la cual
la vanguardia del conocimiento pierde impulso, es necesario fomentar y reforzar la implicación
de los representantes de la sociedad civil en las distintas etapas de la empresa investigadora, en
particular en la definición de las prioridades de la investigación financiada con fondos públicos». (Comisión Europea, 2000).
Resumiendo, ¿queremos únicamente valores de rentabilidad inmediata o debemos buscar inversiones sólidas pero cuyos beneficios sólo se podrán recoger a largo plazo? Ambas cosas
son necesarias.
11.5.4. Una mala inversión empobrece el futuro
Reducir, pues, la investigación a campos de aplicación inmediata sería un error que
sólo podría llevar a un rápido empobrecimiento. Cualquier problema práctico —por ejemplo, la dependencia de los combustibles fósiles— sólo podrá ser resuelto mediante una profundización científica en las posibles alternativas (economía basada en el hidrógeno, fusión
nuclear, biocombustibles, etc.). No sólo sería un retroceso sino también un negocio ruinoso
perder nuestra capacidad para generar algo tan difícil como el conocimiento básico. No
deberíamos perder de vista, pues, la rentabilidad del conocimiento que se produce en la
investigación de frontera.
Instalados en la cultura de que el conocimiento libre está ahí, en las publicaciones, y de
que lo podemos tomar cuando queramos, es lógico que tendamos a fomentar el conocimiento
propietario. ¿Hemos pensado que tal vez un día haya que importar el conocimiento básico
como hacemos hoy con la tecnología? Tal vez sea ciencia-ficción, pero la investigación básica
cuesta dinero y el hecho de que hoy se difundan los conocimientos libremente a través de las
publicaciones científicas no quiere decir que en el futuro seguirá siendo necesariamente así.
11.5.5. La I+D, un reciente noviazgo
«Santiago Ramón y Cajal (1852-1934) no sabía lo que era la I+D y Albert Einstein (18791934) a duras penas, y ello porque hasta la Segunda Guerra Mundial no se habían asociado estos
dos conceptos que hoy parecen una especie de unión hipostática. (...) Probablemente la primera
aparición pública e institucional del compuesto «I+D» tuvo lugar en 1941 con la creación de la
Office of Scientific Research and Development (OSRD) en Estados Unidos, para cuya dirección se
nombró a un célebre ingeniero (cómo no) del Massachusetts Institute of Technology (MIT), llamado Vannevar Bush. Era éste un apasionado defensor de the application of science to the needs and
desires of man (Bush, 1945), y su bien conocido informe “Science, the Endless Frontier”, presentado al presidente Truman (1945) puede ser considerado como el texto fundamental de esta nueva
concepción de la ciencia como herramienta para el desarrollo de la sociedad». (López Facal, 2002).
120
«La verdad es que hasta el siglo XIX los saberes prácticos en la agricultura, la industria
o la medicina tenían muy poco que ver con la ciencia. La gran influencia práctica de la ciencia
es un fenómeno muy reciente. En ese sentido, la ciencia era considerada una especulación sin
demasiado valor y sin prestigio académico alguno.» (López, 1999).
A pesar de esto, tenemos antiguos ejemplos de cómo el conocimiento se fomentaba en
vistas a sus aplicaciones prácticas. Es el caso de la creación de la Academia de Matemáticas de
Madrid, fundada por Felipe II, según cuenta Martín Municio haciéndose eco de las palabras de
Navarrete: «Conociendo que muchos de los errores de las cartas náuticas nacían de la falta de
conocimientos científicos, mandó entonces, a instancia y suplicación de Herrera, fundar una academia de matemáticas». Y añade Municio: «Era indudable que el ambiente de la corte favorecía el fomento de las aplicaciones pragmáticas de las matemáticas: la cosmografía, la cartografía, las mediciones geodésicas, la astrología, el arte de navegar, las técnicas de la construcción, la
arquitectura, la artillería, la ingeniería militar y el cálculo mercantil». (Municio, 1998).
La investigación básica ha demostrado sobradamente que su utilidad aflora en los
momentos más insospechados, pero para ello necesita de otros avances científicos y de un suficiente desarrollo del entorno tecnológico, empresarial y de la propia sociedad que es la que
demanda calidad de vida, bienes y servicios ¿Cuánta investigación básica ha sido necesaria para
contar hoy en día con la telefonía móvil más moderna o con los avanzados sistemas de navegación? Pero lo que también queda demostrado es que las soluciones no se improvisan. Las carencias en los conocimientos teóricos impiden encontrar rápidas soluciones a los problemas cuando éstos aparecen con toda su virulencia.
El británico Berners-Lee (Reino Unido, 1955), licenciado en la Universidad de Oxford,
comenzó a desarrollar la World Wide Web en 1989, como un proyecto global de hipertexto que
permitiría a científicos de todo el mundo trabajar conjuntamente por Internet. Hoy sus aplicaciones comerciales rebasan todas las expectativas y es un mercado que no ha hecho más que
empezar.
Por todo lo dicho, el que una revista como Science publique, tras identificarlos, los grandes enigmas, los interrogantes científicos más destacados que habrá de afrontar la investigación
en el siglo XXI, y podamos observar que la gran mayoría puedan ser calificados de desafíos
básicos, lejos de inquietarnos debería parecernos algo normal y concluir que la investigación
básica nada tiene que ver con la investigación despreocupada de los problemas de la sociedad.
11.5.6. ¿A quién corresponde explotar la ciencia?
Los frutos empresariales y culturales que deben surgir del sistema público de investigación no son responsabilidad única de dicho sistema. No parece que sea responsabilidad de la
vaca ordeñarse a sí misma y, además, producir quesos y comercializarlos. Ella cumple con su
misión dando leche.
121
La alta factura que pagamos por la compra de tecnología no es culpa únicamente del
tipo de investigación que hacemos, sino de no haber desarrollado sistemas válidos para rentabilizar mejor sus posibilidades. Y ello es problema de todos y no sólo de los centros de investigación y de las universidades. Porque, ¿cómo ha sido más rentable Albert Einstein: investigando
hasta descubrir el efecto fotoeléctrico y la fórmula E=mc2 o diseñando células fotovoltaicas o
centrales nucleares?
Lo dicho no se contradice con la necesidad de orientar la investigación básica hacia
áreas de un mayor interés social y económico, o con la necesidad de que aprendamos a drenar
mejor las posibilidades que surgen de una investigación básica implementando los sistemas de
transferencia (OTRI, etc.) para conseguir que las empresas conozcan mejor lo que se hace y
encuentren facilidades para el trasvase de conocimientos útiles.
Salvador Moncada, promotor en su día del Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (CINC), preguntado sobre si pensaba contar con un equipo de abogados paseando
con manojos de formularios en la Oficina de Patentes declaraba: «Vamos a tener más que eso:
toda una área de desarrollo de empresas, de transformación del conocimiento en propiedad
intelectual. Mantendremos una interacción constante con las sociedades capital-riesgo y con la
industria farmacéutica para transferir lo que produzcamos al sector de desarrollo lo más rápido
posible». Es una buena respuesta a la preocupación que mostraba en la misma entrevista: «Hay
una cosa más que me preocupa: no se pone el suficiente énfasis en los descubrimientos que pueden transformarse en propiedad intelectual y explotarse económicamente. España está muy por
detrás de otros países en el número de patentes por investigador; y debería interesarse en mejorar esto drásticamente». (Moncada, 2004).
En definitiva, cuando se habla de cómo aprovechar mejor nuestras inversiones en investigación no deberíamos plantearnos tanto el problema de investigación básica frente a investigación aplicada sino, y sobre todo, cuál debería ser también el talante de los gestores de los centros de investigación, la manera de aprovechar mejor el capital de las universidades politécnicas, el planteamiento correcto de los parques científicos y tecnológicos, la forma de estimular a
muchos universitarios para que se animen a crear empresas innovadoras, el cómo mejorar el
entorno legislativo-financiero para favorecer la innovación y el abaratamiento de las patentes,
por no decir el necesario cambio cultural que se precisa en tantos y tantos empresarios. Y todo
ello bajo el impulso de otras medidas que deberían propiciarse desde las administraciones
públicas para poner en marcha fórmulas eficaces y estructuras que faciliten la transferencia de
resultados.
122
CUARTA PARTE
Cómo organizar y gestionar la comunicación
desde los centros de ciencia y tecnología
12. Una escalera de objetivos: de la información
corporativa a la extensión cultural de la ciencia
L
a comunicación científica arranca allí donde se produce: en los centros de ciencia y de
tecnología, en los departamentos de las universidades y en aquellas entidades non profit
y empresas que investigan. Pero la ciencia recién producida es de alto voltaje y no se
puede aplicar directamente al uso doméstico si antes no se transforma para poder ser utilizada
y entendida por los ciudadanos. Esa transformación ya rara vez la hacen los medios de comunicación. Es imprescindible que las universidades, centros y entidades de investigación dispongan
de unidades especializadas que sepan extraer los conocimientos y hallazgos de sus grupos de
investigación y elaboren materiales informativos para hacerlos llegar a los medios en la forma
y lenguaje que estos medios necesitan para difundirlos.
También hemos descrito la necesidad que tienen los centros de investigación de posicionarse, es decir, de situarse en su entorno y en la opinión pública de tal forma que los ciudadanos puedan reconocer y distinguir los centros que hacen ciencia de calidad de aquellos que son menos competitivos. Por su parte, poco a poco, los propios investigadores y tecnólogos de los centros también
buscan cada día ser conocidos en ámbitos más amplios de los especializados, lo que podría permitir que en cada disciplina existiesen científicos y tecnólogos de prestigio dispuestos a explicar al
gran público, lisa y llanamente, los avances que se van obteniendo en la ciencia que dominan.
Dada la dificultad de los objetivos propuestos, será difícil conseguir todo esto si el centro no cuenta con una unidad, gabinete o departamento muy profesional y especializado.
Supongamos que nace un nuevo centro de investigación y que estamos decididos a que
se relacione correctamente con la sociedad y a comunicar al exterior, de manera eficaz, qué tipo
de centro es y qué actividad realiza.
¿Qué objetivos exactamente debemos y queremos perseguir?
¿Cuál es la estructura más adecuada para hacerse cargo de esa actividad: un encargado
de prensa, un departamento de relaciones públicas, un gabinete de prensa, un departamento de
comunicación? ¿Hay diferencia entre ellos?
¿Cuál debe ser su encaje en el organigrama del centro?
La función de ese órgano, ¿debe limitarse a dar información a los medios de comunicación?
¿Qué perfil debe tener el responsable de este departamento? ¿Basta con poner al frente a un periodista que sea buen conocedor de los medios o se debe buscar un gestor con base
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científica y que domine las técnicas del marketing y de la comunicación comercial para saber
aplicarlas a la comunicación científico-técnica?
¿Con qué medios instrumentales, humanos y económicos deberíamos dotar a este
departamento?
A éstas y otras preguntas pretendemos contestar en los capítulos siguientes.
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13. Carácter, estructura y dependendencia del
departamento
E
xiste una cierta ambigüedad y dispersión terminológica para denominar los órganos responsables de las tareas de comunicación, por lo que no debemos aceptar o descartar ninguna opción por el nombre sino por las funciones que se propone acometer.
Por otra parte, cada organización es lo que es, tiene una personalidad definida y entiende las cosas a su manera, por lo que es lógico que sitúe y estructure las actividades de comunicación de acuerdo con su ideario, naturaleza y objetivos. Así, mientras unas desligan orgánicamente la comunicación interna de la externa o consideran ésta una parte de su acción global del
marketing, otras las integran en un departamento de relaciones públicas (o externas) o reducen
la actividad de comunicar a proporcionar información corporativa a los medios de comunicación desde un gabinete de prensa. Por ello, podemos encontrar enfoques teóricos y una casuística suficiente para todos los gustos.
En este documento vamos a expresar sin ambigüedades los cometidos y servicios que
debería asumir el instrumento que se cree en un centro de investigación o de tecnología para
llevar a cabo la tarea de la comunicación científica.
13.1. Finalidad del departamento
Lo ideal es optar por el planteamiento más exigente y proponerse, al menos, las siguientes tareas:
a) Crear y difundir información corporativa.
b) Gestionar las relaciones con los medios de comunicación.
c) Crear las herramientas adecuadas para comunicar y divulgar la ciencia y la tecnología que surge de la tarea investigadora de la entidad.
d) Diseñar y responsabilizarse de las ediciones no científicas del centro.
e) Diseñar y desarrollar actividades de divulgación encaminadas a una mejor comprensión de la ciencia por el público, especialmente de aquellas disciplinas que se
relacionan con el campo de investigación del centro.
f) Dar a conocer a los científicos y tecnólogos propios.
g) Facilitar el encuentro directo de los ciudadanos con las instalaciones de la institución y con sus investigadores.
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h) Colaborar y participar en actividades de instituciones ajenas, dedicadas a la divulgación científica (museos de la ciencia, ferias científicas, etc.).
i) Mantener un estrecho contacto con los centros de profesores y con los cuadros
docentes de enseñanza media para prestarles ayuda e idear y desarrollar materiales
didácticos que les faciliten la enseñanza de materias que se relacionan con las especialidades de nuestro centro.
j) Implicarse en la formación de comunicadores.
k) Participar en congresos y reuniones que tienen la comunicación de la ciencia como
materia de discusión.
Estas actividades conllevan, además, una gran dosis de relaciones públicas y también,
cuando hablamos de un centro público, la necesidad de buscar fondos externos (labor de fund
rising) para financiar o cofinanciar algunas de ellas.
La comunicación interna establece vías de comunicación entre los diferentes niveles
dentro del centro, tanto en sentido vertical como horizontal. Los materiales informativos que
suele utilizar sólo tienen sentido dentro de la organización; por ello, siempre dependiendo de la
estructura y cultura de la entidad, la comunicación interna, aunque extraordinariamente importante, debería quedar fuera de este departamento para ser responsabilidad del de recursos
humanos o de otro equivalente. Sin embargo, es necesario establecer un sistema muy fluido para
que se dé a conocer (previa o simultáneamente) a todo el personal del centro aquella información que se vierte al exterior.
Esta coordinación entre comunicaciones externa e interna es muy importante. Por
lamentable que parezca, sucede a veces que el personal del centro se ve sorprendido en la calle
por informaciones sobre el centro hechas públicas antes de ser conocidas por su propio personal. En todo instituto de investigación existe un personal de soporte (administrativo, mantenimiento de obra civil e instrumental, etc.), sin el cual sus científicos y tecnólogos no podrían
hacer nada, ni siquiera cobrar la nómina. Este personal no tiene, ni mucho menos, la motivación
de los investigadores. Son como las amas de casa, que sostienen el hogar y hacen funcionar la
estructura familiar, pero cuyo trabajo pasa tantas veces inadvertido. A nadie debería extrañar
que este personal se pueda sentir marginado. La única manera de aliviar esta situación es
haciéndoles partícipes de los logros del centro, de tal forma que puedan sentir el orgullo de que
cualquier avance científico ha sido posible gracias también a su trabajo.
Dejando sentada su enorme importancia, la comunicación interna no es objeto de
este documento.
13.2. Un abanico de estructuras
El carácter, la organización y los recursos de cada estructura será consecuencia directa
de los fines que se propone y los bloques de funciones que desea abordar. Vamos a enunciar
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alguna de estas formas de organizar la comunicación y mostrar las limitaciones de algunas de
ellas en caso de perseguir fines ambiciosos.
13.2.1. El encargado de prensa
No hace tantos años —y aún sigue sucediendo—, algunas entidades creían resolver sus
problemas de comunicación fichando a un periodista, a poder ser, muy dinámico y en activo,
para así aprovechar el saber hacer y sus buenos contactos con las redacciones de los medios de
comunicación más relevantes. Se le instalaba en un buen despacho de la entidad y el periodista, que aparecía de vez en cuando para justificar su estatus, era llamado siempre que había algún
evento especial. Su misión fundamental era redactar comunicados (siempre muy matizados)
dirigidos a las secciones correspondientes de los periódicos. También aportaba su buen consejo,
basado en un mejor conocimiento de medios y colegas.
Su máxima justificación la conseguía en los momentos de crisis, cuando surgían problemas o existía el peligro de que se pudiesen publicar informaciones negativas sobre la entidad. En
esos momentos los altos cargos parecían valorar realmente el valor de la comunicación. El encargado de prensa, imbuido de un carisma especial, se ponía en marcha con una rapidez envidiable
y entraba en una febril actividad, preparando comunicados, llamando a sus colegas, frenando por
amistad algunas informaciones poco positivas a punto de salir... Sus contactos y buenos oficios,
en definitiva, permitían una buena repercusión de los mensajes oficiales; y, así, todos contentos.
Con este mecanismo, las estrategias eran tan improvisadas como coyunturales, pero, en
definitiva, el encargado de prensa hacía muy rentable su existencia.
Esto, por supuesto, es sólo una caricatura que destaca los aspectos más negativos de esta
figura, lo que no quiere decir que contar con un encargado de prensa deje de ser un paso adelante muy positivo e importante cuando se parte de cero. Lo que la caricatura quiere resaltar es
que la fórmula del encargado de prensa debe ser mucho más estructurada que la descrita. Será
necesario seleccionar a un profesional muy bueno, un periodista científico bien formado, por
ejemplo, y procurar que sea contratado a tiempo completo para formar parte del centro. Sólo
así, además de llegar a conocer a fondo la institución, logrará, con el tiempo, interaccionar bien
con los investigadores, cosa necesaria para extraer información válida para su trabajo.
En todo caso, no es saludable pensar en esta figura como en un simple instrumento de
relación con los medios de comunicación o para implantar de manera sistemática una información loable para la dirección y gestión del centro. Este planteamiento a la defensiva y propagandístico podría acarrear consecuencias negativas. La inmediata y principal sería una profunda
desconfianza de los investigadores hacia esa figura y, en consecuencia, encontrar las puertas
cerradas para recabar información viva y actual de los resultados de investigación. Al encargado de prensa hay que facilitarle su tarea ayudándole a integrarse en el centro, y propiciar su
trato con los investigadores y tecnólogos.
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13.2.2. Gabinetes externos
En ocasiones se recurre también a gabinetes externos de comunicación. Tienen la ventaja de no recargar al centro con estructuras propias permanentes. Las asesorías de comunicación, como las denomina Txema Ramírez, «ofertan sus servicios especializados en la creación y
ejecución de campañas de imagen, comunicación, promoción y relaciones públicas a toda organización, institución pública o privada, empresa o asociación que así lo demande». (Ramírez,
1995).
El problema es que la comunicación, tal como la entendemos en este documento, es difícil hacerla con garantías desde el exterior de la institución, salvo que esta actividad fuese llevada por una entidad creada ex professo por el centro para subcontratar este servicio.
13.2.3. Gabinetes de prensa (o de comunicación)
El departamento de comunicación es el gran paso adelante, pero su actividad dependerá en gran medida de su enfoque y del talante y la visión de la persona que lo dirija. Algunos
departamentos decaen en una comunicación preferentemente corporativa mientras otros
ponen el acento realmente en la actividad investigadora de los científicos y tecnólogos.
Manteniendo lo dicho sobre la ambigüedad de los nombres, estos gabinetes son estructuras propias y permanentes que tienen por finalidad crear y difundir información entre los
medios de comunicación. Crear un gabinete de prensa (o comunicación) es hablar de una voluntad permanente y, por tanto loable, de organizar y sistematizar la información que se emite
desde el centro.
Por lo general, los gabinetes de prensa se centran en suministrar a los medios de comunicación una información elaborada, y en establecer, fomentar y mantener unas buenas relaciones con los profesionales de esos medios. Lógicamente debería ser una actividad de ida y vuelta, ya que es igualmente importante hacer llegar al centro las demandas de los medios. «Su trabajo suele rotar alrededor de una tarea muy compleja: conciliar los intereses del periodista y del
científico». (Rojas y Calvo, 1999).
En el caso de que la actividad del gabinete de prensa de un centro de ciencia converja fundamentalmente en la comunicación corporativa, puede igualmente tener numerosos puntos de
coincidencia con los gabinetes de otras entidades e instituciones. Son válidas las reflexiones y recomendaciones contenidas en la extensa literatura que existe sobre el particular, y adaptar, mutatis
mutandis, la manera de proceder de otros gabinetes.A los libros ya citados de José Luis Carrascosa
y Txema Ramírez, se pueden añadir otros de enfoque más concreto, como por ejemplo,
«Comunicación y organizaciones empresariales», patrocinado por la CEOE y la OIT y elaborado
por un equipo de trabajo del departamento de comunicación de la CEOE dirigido por Jesús
Monroy y José A. Llorente, en el que se oferta un modelo de comunicación para la libre empresa.
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No nos resistimos a repetir que un enfoque preferentemente corporativo no es el que
deseamos en este documento para un gabinete de comunicación de un centro de investigación,
porque es reducir su actividad al horizonte más limitado renunciando a la parte más interesante de la demanda social a la que pretendemos satisfacer.
13.2.4. Departamentos de relaciones públicas (o relaciones externas)
En muchas instituciones la comunicación se gestiona desde un departamento de este
tipo porque se entiende que todos son parte integrante de las relaciones públicas. Es un reflejo
de la manera de entender y de organizar la comunicación que tal vez encaje mejor en empresas
que necesitan mantener una considerable actividad institucional en el campo de las relaciones
externas y para las que estos actos, en sí mismos, son tan importantes como la información que
puedan generar.
Este tipo de departamentos, que suelen estar dirigidos por profesionales de la rama de
las relaciones públicas, no excluyen que, para todo lo relativo a los contactos con los medios de
comunicación, cuenten con un periodista entre sus filas.
13.2.5. El departamento de comunicación, ediciones y divulgación (DCED)
Es un nombre descriptivo para el instrumento que nos parece más idóneo, ya que integra las funciones que, de manera parcial, se han descrito en las fórmulas anteriores. Expone el
deseo de poner en marcha las líneas de actuación necesarias para lograr los fines descritos en
el punto 13.1. En definitiva, debe hacerse cargo de la comunicación (institucional y sobre las
actividades investigadoras del centro), de las ediciones no científicas, de las acciones especiales
dirigidas a difundir y divulgar la ciencia a todos los públicos, de la organización de las relaciones con medios de prensa y visitantes no científicos y, en ocasiones también, de organizar las
actividades de relaciones externas y de poner en marcha aspectos relacionados con la búsqueda de fondos. Estos bloques de actividad se encuentran íntimamente relacionados entre sí por
lo que deben concentrarse en un único órgano institucional.
13.3. Dependencia del DCED
La tarea encomendada al DCED es de una considerable responsabilidad y depende
directamente de la dirección. Esto quiere decir que la aprobación de la política informativa, su
plan de actuación, su presupuesto y la toma de decisiones de peso deben ser realizadas en contacto inmediato con la dirección del centro.
Un departamento perdido en el organigrama de la institución, sin fácil acceso a la información de la dirección del centro y, por tanto, seguramente con un presupuesto marginal, puede
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incluso llegar a tener efectos negativos. A nadie debería extrañar esta afirmación si se tiene en
cuenta que el DCED maneja instrumentos y materiales informativos que pueden favorecer o
dañar seriamente la imagen institucional.
«Cuando una empresa habla, comunica, compromete su palabra y, con ella, su honor (…)
La comunicación no es un juego, y se arriesgan mucho las empresas que se aventuran en ella
sólo en un plano cosmético, lúdico. La comunicación, por lo tanto, no es un juego, sino una relación entre seres humanos que implica respeto, mirar al otro, escuchar. No es sólo un acto, sino
fundamentalmente, un pacto.» (Carrascosa, 1992).
«Hay quien en términos cínicos dice que la comunicación consiste en que la gente se
haga las preguntas adecuadas a la respuesta que se le desea dar, es decir, que la gente pregunte
lo que nosotros queremos decirle. Ello supone un menosprecio absoluto de la audiencia, del
coeficiente intelectual de los receptores del mensaje. En nuestro caso, hay que subrayar que la
ética en comunicación obliga a decir lo que se hace y a hacer lo que se dice.» (Ramírez, 1995,
citando a J. L. Carrascosa).
Esta idea de la seriedad, de la gravedad si se prefiere, de la comunicación y de la ética
que exige, necesita que la dirección se implique en la manera de hacer del departamento
como instrumento que debe velar para que, entre otras cosas, la información emitida no se
convierta en propaganda al servicio de la propia dirección o de determinados grupos internos, que pueden pretender usarla en su beneficio, perdiendo la visión y el interés global de
la institución.
13.4. Competencias del DCED
Sea cual sea el organismo o institución, dada la delicada materia que maneja en su trabajo, el departamento debe tener muy bien definidas sus competencias.
Es el responsable de diseñar, junto con la dirección, la estrategia informativa, y de definir y difundir los rasgos que identifican su imagen corporativa. Es el instrumento que cohesiona aspectos de las actividades externas que puedan afectar a la imagen institucional. El DCED
debe crear y desarrollar el sistema de adquisición de información sobre la producción científica y tecnológica del centro, para hacerla llegar, una vez elaborada, a los medios de comunicación; ha de diseñar, realizar y también difundir las ediciones no científicas, y crear y dirigir las
actividades de carácter divulgativo. También debe ser, cuando así sea necesario, un agente localizador de medios económicos externos que permitan financiar determinadas actividades de
extensión cultural.
El Departamento es, en definitiva, el instrumento que debe poner al centro en contacto
con la sociedad, bien a través de los medios de comunicación o creando instrumentos de difusión directa como puede ser facilitar el libre acceso a sus instalaciones.
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13.5. Perfil del responsable del DCED
El departamento que proponemos (DCED) rebasa los cometidos de un simple gabinete de prensa o los de un tradicional gabinete de comunicación. Deberá gestionar la comunicación en su conjunto: información a la prensa, diseño y creación de ediciones escritas y digitales,
concepción y alimentación de la web del centro, inspiración y supervisión de los soportes gráficos y de simulaciones 3D que acompañen a las noticias y ediciones, diseño y realización de
documentales, puesta en marcha de actividades de divulgación y extensión cultural para el
entorno, creación de actividades de ayuda al profesorado de enseñanza media relacionado con
las ciencias, colaboración con instituciones de divulgación científica (museos, planetarios, etc.) y
editoriales con un programa para la formación de comunicadores, etc. Y todo esto hay que llevarlo a cabo compitiendo en un mercado nada fácil, plagado de mensajes y de productos informativos, de actividades culturales, de ferias y promociones ideadas, diseñadas y realizadas por
equipos de expertos que conocen extraordinariamente bien las maneras de llegar al público.
Con este panorama se amplía el perfil del responsable. Ya no será el exclusivo de periodistas, salvo que tengan una buena preparación complementaria en el campo de la comunicación científica, entendida ésta como una acción global de marketing. En todo caso, reducir la
actividad del departamento a la de un gabinete de prensa tradicional sería empobrecer las posibilidades que tenemos entre manos.
En la actualidad, se vislumbra un creciente número de licenciados en ciencias (e, incluso científicos) que se interesan por la divulgación como una buena salida profesional. No puede
extrañarnos que, en un centro concreto, alguno de ellos aspire a dirigir su departamento de
comunicación.
Antes de seguir adelante con esta posibilidad recojamos una opinión sobre los gabinetes de comunicación que expresa la controversia que existe sobre el tipo de profesional que
debe dirigirlos. «Aunque en su orígenes estuvieron inevitablemente ligados a la llamada imagen
de un organismo o entidad, con el tiempo se ha ido consolidando en lo que es su verdadero
papel como agentes transmisores de información. Los gabinetes de comunicación son los responsables de mirar a la institución desde el punto de vista periodístico y a sacarle jugo en claves informativas. Por tanto, en nuestra opinión, y éste es un clásico tema de debate, deben estar
integrados por periodistas o especialistas de la comunicación, no por científicos o técnicos».
(Rojas y Calvo, 1999).
Por nuestra parte poco hay que objetar a esta lícita aspiración de los científicos (y pronto, seguramente, de tecnólogos), salvo que el know-how para una comunicación bien hecha no
es algo que se pueda improvisar. Exige conocimiento, preparación y técnica. El científico o tecnólogo que aspire a dirigir un departamento como el que nos ocupa haría muy bien en formarse previamente en las técnicas de la comunicación sin permitir que su orgullo le lleve a pensar
que la investigación capacita directamente para saberla comunicar. Es necesario insistir en este
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punto porque en los ámbitos científicos existe una cultura bastante extendida de que únicamente es la figura del investigador la realmente capacitada para informar con precisión y divulgar
con calidad. Nada que objetar a esto si científicos y tecnólogos se desnudan de su proverbial e
innata sabiduría y hacen una licenciatura en marketing o en ciencias de la comunicación, o asisten a un buen máster en comunicación de la ciencia que les enseñe a manejar realmente las
herramientas y claves de la comunicación y aprender el valor que para los medios tiene el factor actualidad.
En definitiva, provenga del campo que provenga, la persona elegida para gestionar el
DCED deberá querer y entender la ciencia, conocer las técnicas del marketing y de la comunicación comercial y mostrar capacidad para tener ideas creativas sobre cómo posicionar el centro y sus logros. También necesita tener una buena capacidad de gestión para elaborar los planes de actuación y saber diseñar y llevar a cabo las estrategias para desarrollar acciones de
comunicación y divulgación sin ver en los mass media el único camino para llegar a la sociedad.
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14. Los recursos humanos del DCED
E
s imposible establecer cánones sobre los medios humanos (número, especialización...) que necesita un DCED concreto. No obstante, pueden ser útiles algunas recomendaciones.
En primer lugar, las tareas de redacción son fundamentales y constituyen el núcleo de la
actividad del departamento. Es necesario disponer de personas que entiendan la ciencia que se
hace en el centro y la sepan divulgar a través de los textos (noticias de prensa, boletines informativos, catálogos, contenidos de la web, guiones para producciones audiovisuales, etc.).
Para este bloque de tareas, la formación periodística aporta el saber hacer de los medios
de comunicación y de los profesionales que llevan las secciones de ciencia, la viveza en la manera de decir, la noción de actualidad de los comunicados, etc. Por su parte, los licenciados en ciencias que hayan estudiado ramas afines a la del centro, también pueden hacer aportaciones muy
valiosas en el campo de la redacción y, de manera especial, si han completado su formación para
mejorar su capacidad narrativa. Aunque haya personas que redacten muy bien y de manera
natural, existen reglas sobre cómo condensar y estructurar una noticia que son difíciles de
adquirir si no se ha asistido a cursos o masters para aprender esas técnicas. Por otra parte, los
licenciados de la especialidad científica en cuestión son muy útiles para elaborar documentaciones y materiales para cursos y proyectos de carácter didáctico, para desarrollar charlas de divulgación, etc.
Un segundo capítulo lo constituye el campo del diseño: diseño tradicional, diseño para
páginas web, diseño digital para ediciones digitales (simulaciones 2D y 3D, utilización de herramientas de animación digital, etc.). Es muy recomendable disponer de profesionales que dominen estas herramientas para ilustrar informaciones y así aprovechar todas las posibilidades que
nos brinda Internet. Los diseñadores deben conocer también el centro a fondo, sus proyectos y
sus gentes, para que puedan intercomunicar fácilmente con los científicos y tecnólogos y, a su
vez, con los redactores o editores que necesitan esas simulaciones.
Desde luego la página web del centro precisa un profesional para coordinar la extraordinaria complejidad de este medio digital que puede llegar a tener más de dos mil pantallas con
informaciones de lo más variado. La figura del webmaster debe estar, además, al tanto de toda
la legislación existente sobre Internet y las limitaciones de la Red Iris cuando el centro sea
público y utilice este medio para sus comunicaciones electrónicas.
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Si el centro investiga en un campo de la ciencia más popular, caso de la medicina, de la biología, de la astrofísica, etc., se debe estar preparado a que, con frecuencia, salten noticias en los
medios de comunicación que causan una inquietud inmediata y, por tanto, una respuesta popular.
Es fácil que estas noticias provoquen numerosas llamadas al centro para que los expertos valoren
su importancia y repercusión. Lo ideal es poner en contacto a los periodistas con los científicos
especialistas del centro que pueden evaluar y explicar la novedad. Pero, para la mayoría de las
consultas sencillas, es una buena solución tener en el departamento, de manera estable, a un científico que asesore en estas y otras cuestiones, respondiendo así a las consultas no sólo de los
medios de comunicación sino también de aficionados, particulares, etc. Su presencia resulta muy
útil para revistar todos los textos que se emiten al exterior y ayudar en la elaboración de los contenidos de exposiciones y otras actividades de divulgación. Esta figura del asesor científico del
departamento, que está descrita de manera más extensa en el punto 18.2.13 del documento, evita
numerosas molestias a los investigadores reservándoles para los casos más excepcionales.
Coyunturalmente, como se verá más adelante, el departamento puede tener periodistas
o comunicadores en prácticas que, al tiempo que se forman y enriquecen su currículum, pueden
ser de gran ayuda para el desarrollo de los trabajos. En estos casos, debe prevalecer el interés
de su formación sobre su actividad como colaboradores.
Otra necesidad de toda institución y, por ello, un trabajo fundamental del tipo de departamento de comunicación que proponemos, debería ser crear e implementar un banco de imágenes que incluya la historia gráfica del centro. «Las fotografías ejercen un poder incomparable
para determinar lo que recordamos de los acontecimientos. El museo de la memoria es ya, sobre
todo, visual.» (Sontag, 2004).
El banco de imágenes debe conservar toda la producción gráfica que surja de la investigación del centro y gestionar esta base documental, de tal forma que se puedan suministrar con agilidad imágenes no sólo a los productos informativos propios (notas de prensa, catálogos, ediciones audiovisuales, etc.), sino también a los medios externos que las soliciten. Crear este banco no
es sencillo porque, una vez más, nos podemos tropezar con las reticencias de algunos investigadores a proporcionarlas, ya que tienden a considerarlas parte inseparable de un proyecto exclusivamente de su uso, fruto de su investigación. Por ello, el centro debe explicitar y dar a conocer internamente una política clara acerca de la propiedad y uso de estos materiales gráficos. También es
conveniente establecer la manera de citar a los autores de las imágenes, la forma en que se han
obtenido, cómo debe figurar el centro, etc. Estos créditos deben estar reglados y es misión del
departamento exigir a los medios de comunicación que los respeten. Para las imágenes que acompañan a las noticias sirve todo lo dicho sobre la necesidad de guardar escrupulosamente los
embargos que puedan existir hasta que el trabajo salga publicado en la revista científica.
El banco de imágenes necesita ser continuamente actualizado. Si el centro va ampliando sus instalaciones, será necesario realizar reportajes periódicos que sigan gráficamente la evolución de sus ampliaciones, los nuevos laboratorios, el desarrollo de la instrumentación científi136
ca de vanguardia, etc. Además, conviene programar y desarrollar la toma sistemática de imágenes de los acontecimientos y actos más notables, de las personas relevantes que lo visitan, de los
congresos y reuniones científicas, de los actos protocolarios, etc., con vistas a disponer de una
buena documentación gráfica de la vida del centro. La catalogación y descripción de estas imágenes es de vital importancia no sólo para la ilustración de noticias, sino para su uso futuro. Para
ello es fundamental disponer de un paquete de software específico en el almacenamiento y gestión de estos bancos de imágenes.
Es recomendable además que algún fotógrafo de calidad haga algún reportaje con alma
de la vida corriente del centro y sus gentes. Recordemos aquello del recientemente desaparecido Henri Cartir-Bresson: «Sacar fotografías es poner tu cabeza, tu ojo y tu corazón en un mismo
eje. Es una forma de vida». Sólo quien posee esta pasión fotográfica podrá captar la vida del
centro.
El DCED debe disponer también de grabaciones de vídeo de aquellos actos y acontecimientos que más adelante tendrán un valor inestimable. Si no se dispone de una cámara digital
propia siempre podrá encargar estas grabaciones al exterior.
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15. Las herramientas de gestión
15.1. El plan de actuación
La gestión del DCED debe basarse en un plan de actuación anual en el que se describan
las metas y actuaciones, y los fondos y responsables asignados a cada una de ellas.Todo ello dentro de la política general de comunicación y divulgación que se haya establecido previamente.
El plan de actuación debe nacer de una reflexión sobre las líneas generales y objetivos
que se pretenden conseguir. Es la herramienta que determina el horizonte que somos capaces
de marcarnos. «No hagáis planes pequeños, no tienen magia para agitar la sangre de los hombres y probablemente no se realizarán. Haced grandes planes, apuntad alto en esperanza y trabajo...», decía el arquitecto Daniel H. Burnham, explicando a sus colegas el plan urbanístico
para Chicago de 1909.
Un buen plan de actuación es el que apunta alto en sus objetivos y es, al mismo tiempo,
muy realista en las metas y actuaciones concretas. Establecer plazos, costos y responsables para
cada acción ayuda a que todo el equipo se sienta implicado en las metas a conseguir.
En lo que respecta a la comunicación institucional, no viene mal hacer un análisis para
averiguar la imagen externa que, de una manera global, presentan nuestros comunicados sobre
nuestra institución y así detectar los fallos o incongruencias, cuando existan, que sean atribuibles a un enfoque equivocado de nuestra comunicación.
Una de las ventajas del plan de actuación, como instrumento de planificación y control,
es que, una vez aprobado por la dirección, permite su ejecución sin necesidad del visto bueno
de las acciones singulares, facilitando el seguimiento y evaluación de las acciones.
15.2. El presupuesto anual
El presupuesto es un símbolo (tal vez el más significativo) del interés efectivo del organismo en el plan de comunicación y divulgación del centro. El presupuesto encierra el «ser o no
ser», la voluntad inequívoca. Desde luego, tenemos garantizada la reticencia de, al menos, un
pequeño sector del centro, en lo que se refiere a gastar fondos en estas materias. Cuando los
proyectos de investigación o de instrumentación científica van muy justos, es muy duro defender partidas para aquello que algunos perciben como propaganda innecesaria y costosa. No es
extraño que, especialmente al principio, los científicos consideren estas partidas como un gasto
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inútil dedicado a algo tan poco pudoroso como es el airear su trabajo. «¿Qué retorno puede
tener tal actividad?», se preguntan. Ejercicio tras ejercicio la dirección y el responsable del
DCED pueden verse sometidos a una presión por parte del resto de las áreas durante el proceso del reparto presupuestario. Es correcto hablar de reparto porque, en el caso de centros públicos, los garbanzos están contados: aquellos que el ministerio del que dependen haya podido
conseguir, una vez que el verdadero guardián de la despensa (el Ministerio de Economía y
Hacienda) dé por establecidas las partidas para el correspondiente ejercicio.
Fijado el presupuesto, el responsable del DCED y su equipo deben aceptarlo como una
deuda que contraen con el resto del centro. La mejor forma de amortizarla será explicando bien
a la sociedad lo que el centro hace con los fondos que recibe. También es necesario explicar
internamente la trascendencia que tiene para el centro ser reconocido por la sociedad. Una
empresa que fabrica y vende sabe valorar la calidad de un buen equipo comercial. Los diseñadores y las áreas de producción pueden ser excelentes; pero de nada servirían si no se vendiese
el producto. Esta cultura empresarial, de reconocer el buen trabajo de un departamento de marketing, no existe en los centros de investigación respecto al departamento de comunicación. Es
más, en nuestro caso los beneficios para el centro son percibidos como “intangibles, por lo que
resulta muy difícil establecer una relación causa/efecto.
No es fácil, por otra parte, convencer a los investigadores de que este campo lo deben
dejar en manos de los profesionales y que una buena imagen corporativa puede ser determinante a la hora de abrir puertas que faciliten el trabajo y la entrada de fondos.
15.3. Buscando fondos externos
Lo habitual es que el propio centro no pueda financiar muchas actividades que, sin
embargo, se consideran convenientes. ¿Qué hacer? Aunque lo fácil sería olvidarse de ellas, después de priorizar aquellas acciones que sean imprescindibles, será preciso buscar fondos externos. El Plan Nacional de I+D+i destina fondos públicos para la divulgación de resultados. No
obstante, son pocos recursos para demasiados solicitantes.
Así las cosas, no existe más remedio que buscar posibles patrocinadores en el campo
de las empresas o de las instituciones financieras. La carencia de tradición en este tipo de
implicaciones hace que sea fácil caer en el desánimo, especialmente cuando se comprueba lo
sencillo que es para otros lograr financiación para acciones de escasa entidad. Otra vez estamos ante la falta de cultura en los dirigentes de esas empresas e instituciones financieras más
acostumbrados a apoyar actividades de carácter artístico, competiciones deportivas, etc., que
las que se relacionan con la ciencia. Pero, como todo, aunque se nos antoje una misión imposible, se debe intentar. Merece la pena no sólo por la posibilidad de que se produzca el milagro y se consigan los fondos solicitados, sino también por crear un clima favorable para que
algún día todo sea más fácil.
140
Si decidimos pedir fondos, nuestro planteamiento debe ser profesional. No se puede
pedir financiación a cambio de nada. Los patrocinadores necesitan:
a) que el centro tenga prestigio y cierto arraigo popular;
b) que ofertemos actividades o productos capaces de producir un retorno favorable
para la imagen del patrocinador;
c) que exista un cierto nexo entre la actividad propuesta y los fines de la empresa
patrocinadora.
El patrocinador espera una significativa repercusión en medios de comunicación (especialmente televisiones) o que al menos un público numeroso pueda ver quién ha financiado la
actividad.
Al patrocinador en potencia hay que presentarle la actividad para la que se solicita la
ayuda en clave publicitaria, señalando sin ambigüedades la repercusión pública que tendrá su
implicación y, a ser posible, se le deben ofrecer bocetos gráficos de la actividad con el anagrama de su entidad incorporado. Tampoco viene mal hacer una estimación del número de participantes o de la valoración de los espacios informativos en los que su firma estará presente.
Si un centro de prestigio puede demostrar, además, que tiene una fuerte presencia en los
medios de comunicación, una imagen muy positiva y que es capaz de poner en marcha actividades de incidencia popular, no será imposible encontrar patrocinadores para sus actividades
divulgativas.
En definitiva, esta labor de fund rising para acciones de divulgación científica es siempre positiva porque entrena al equipo del Departamento a no renunciar sin más a acciones que
se deben intentar; además, también le introduce en la dinámica de aprender a vender el trabajo científico.
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16. Productos para la comunicación corporativa
E
l centro —y esto no es algo específico de una institución científica o tecnológica— necesita instrumentos informativos para explicar lo que es como corporación, a qué se dedica, cómo ha nacido, qué fines persigue, cuáles son sus medios, etc. Son instrumentos de
información institucional difíciles de evitar.
Bien se trate de medios escritos, audiovisuales, electrónicos o expositivos, el criterio
para su realización y distribución debe estar presidido por la eficacia y la rentabilidad, procurando el mejor resultado dentro de una economía de medios. Su planteamiento, lenguaje,
diseño y calidad de realización, debe ser acorde con el public target al que nos dirijamos.
Lamentablemente, por lo general, se trata de un público variado y heterogéneo. La calidad
de una edición poco tiene que ver con una realización de más o menos lujo, sino más bien
con la idea que la preside, los contenidos, el lenguaje utilizado, la elección de las imágenes
(si es gráfico), etc., es decir, la mejor adecuación de un medio al fin que se haya propuesto,
tras estudiar muy bien dicho fin.
Una edición corporativa, en principio, está hecha para ser vista e, incluso, leída; por eso
debe ser atractiva y clara. El diseño tiene una gran importancia. Lo ideal es buscar un estilo propio, de tal forma que exista un aire de familia en las ediciones de la entidad, que sirva para identificarla a través de sus publicaciones. Esta personalidad plástica, que debería impregnar las
publicaciones corporativas, la integran elementos identificativos de la iconografía del centro,
como pueden ser los colores o la tipografía de su logotipo, por poner un ejemplo. Son detalles
que nos hacen estar presentes en nuestra actual cultura visual.
Cuando se compra un periódico no sólo buscamos sus contenidos, sino también su
manera de presentarlos: la distribución de las secciones a lo largo de sus páginas, la forma de
distribuir los textos y las imágenes en las distintas secciones, el tratamiento que da a la publicidad, etc., y, desde luego, su formato. Tal vez la mayor revolución que pueda hacer un diario
sea el cambio de formato o de su mancheta, decisiones que se piensan mucho antes de adoptarse. Rupert Murdoch decidió no hace mucho hacer una prueba y dar a los lectores del diario The Times, de la zona de Londres la opción de elegir entre el tradicional formato sábana
y la nueva edición tabloide. Pero no quiso ser el primero en adoptar este revolucionario y
arriesgado paso, por lo que esperó a ver los resultados de una medida similar en los lectores
del The Independent, periódico que hizo también una prueba antes de renunciar definitiva143
mente a su clásico formato sábana. Todo ello nos habla del gran peligro que supone cambiar
la forma, el diseño o la apariencia de un producto consagrado cuando ya forma parte del
hábito de los consumidores.
«Admitamos que el diseño ayuda a valorar noticias y a que éstas sean interpretadas en
función del tipo de letra, de la ubicación dentro de la página y de la ilustración. El diseño, en
efecto, opera en la prensa moderna como un recurso más en la construcción del mensaje. En la
conjunción intencionada de contenido y presentación descansa la fuerza de los diarios modernos. El diseño facilita hoy al lector la selección de los contenidos y le aporta claves interpretativas. El diseño ha convertido la compaginación en un instrumento con formidables capacidades comunicativas». (Casasús, 2002).
Extrapolando lo anterior a nuestro reducido mundo, también debemos respetar nuestro
estilo en las ediciones y mantener la personalidad de nuestras publicaciones y cuidarlas hasta
en los más mínimos detalles, sabiendo que, lejos de ser un capricho, es la mejor manera de rentabilizar su costo para llegar a sus destinatarios.
16.1. Ediciones impresas
Veamos algunas de esas ediciones que son tan clásicas como convenientes.
16.1.1. Boletín de noticias
La fórmula primigenia de hacer llegar la vida científico-técnica de un centro a un listado de receptores de interés es editar un boletín que recoja las noticias sobre el centro.
Sobre periodicidad, estilo, carácter del boletín, etc., cada uno es diferente y evoluciona
también de manera distinta. Algunos boletines de carácter exclusivamente informativos han
pasado a ser verdaderas revistas de divulgación con un muy amplio número de artículos firmados por los investigadores y tecnólogos del centro. Este es un síntoma muy positivo, porque significa que al menos un grupo de los investigadores, valoran la publicación, les interesa llegar a
sus destinatarios y, en definitiva, reconocen lo que esa publicación es y consigue.
Pero como cada cara tiene su cruz, los boletines, si tienen éxito interno (o lo que es igual,
si tienen éxito externo), llegan a ser apetecidos por los investigadores que, de una manera
inconsciente, intentan convertirlos en algo parecido a una publicación científica, sin percatarse
de que, de lograrlo, firmarían la sentencia de muerte del boletín como instrumento de divulgación al cambiar por completo el fin para el que nació. Conviene mantener por ello la esencia de
este tipo de publicación que se destina a colectivos externos que, por lo general, no suelen ser
aficionados a lecturas científicas.
El DCED debe luchar contra este permanente virus rigorista como si de un fundamentalismo científico se tratara, y convencer de que el boletín, tanto por su intención como por el
144
enfoque y lenguaje que utiliza, no se puede convertir en una publicación profesional de los
investigadores y tecnólogos del centro.
16.1.2. Memoria anual
Por lo general, tanto los organismos públicos como las empresas deben editar un informe anual que, además de dar cuenta de las actividades realizadas, presente un balance de cierre
del ejercicio y exponga la ejecución del presupuesto. Generalmente se trata de cumplir con un
requisito formal y, en ocasiones, hay cierta dejadez y escasos ánimos para elaborar estos documentos ante el convencimiento de que serán pocas las personas que los lean.
Ya que debe hacerse, lo ideal es confeccionar la memoria pensando en su valor histórico al recoger, de forma ordenada y sistemática, todo lo que ha ocurrido en el centro año tras
año. ¿Dónde buscar si tal o cual profesor, que acaba de recibir el Premio Nóbel, pasó por el centro hace ocho o nueve años y cuál fue el título de su charla? ¿Cómo saber la evolución de los
proyectos de investigación y de los presupuestos de las diferentes áreas? La memoria anual y el
plan de actuación global del centro son interesantes instrumentos de documentación interna,
pero sólo tienen ese valor si están bien hechos y se perpetúan con una misma estructura.
Si las memorias anuales de las entidades que investigan fuesen más homogéneas en su
estructuración y tratamiento de los datos, serían un elemento muy interesante para los estudiosos, porque dispondrían de datos comparativos de los centros de los que muchas veces se carece.
Las memorias o informes anuales deben editarse y difundirse con un sentido de la economía de medios, haciéndolos llegar sólo a aquellas personas, cargos y bibliotecas, por ejemplo,
que realmente deban tenerlos. Por lo general, se trata de documentos voluminosos que, debido
a su peso, resultan caros de distribuir a destinatarios alejados, por lo que es aconsejable imprimir los ejemplares justos y realizar una edición digital (CD-Rom, DVD), que es mucho más
manejable y fácil de distribuir, además de colgarla de la página web del centro.
16.1.3. Catálogos institucionales
Los catálogos y folletos de carácter institucional también deben editarse pensando
siempre en el público objetivo al que queremos llegar. La idea general y su diseño, los contenidos informativos y su lenguaje, la estructura, el formato y la maquetación, el tipo de papel,
el tratamiento gráfico, etc., dependerán de las características del centro y de los destinatarios
a los que se orienta el catálogo. Descartando el lujo, en ocasiones, se pueden hacer catálogos
más cuidados para ser entregados de manera restrictiva. Con los mismos contenidos esenciales conviene disponer de ediciones más baratas para repartir con mayor profusión o pensar
en un display sencillo, de fácil comprensión, para aquel público que sólo leerá los titulares y
textos muy cortos.
145
Cuando se trate de un centro complejo, con varios institutos o áreas de actividad con
entidad suficiente, tal vez sea conveniente publicar diversos materiales que, sin dejar de
reflejar la unidad del centro, permitan describir más a fondo los fines y actividad de esos institutos o áreas.
En el caso de centros de investigación es necesario disponer de ediciones bilingües (castellano-inglés) o en ambos idiomas por separado, de la misma forma que si el centro se encuentra en áreas donde se habla además otro idioma, también deben existir ediciones en ese idioma.
16.2. Documentales, audiovisuales y grabaciones sobre el centro
No es un medio barato pero sí muy rentable. Este formato, si está bien hecho, puede dar
mucho juego porque, en multitud de ocasiones, las cadenas de televisión nos pedirán imágenes
generales del centro para apoyar alguna noticia. Aunque pueda parecer chocante que precisamente las televisiones que tienen en su mano todos los medios para grabar imágenes en la más
alta calidad profesional y acordes con el estilo de sus programas nos soliciten imágenes, el hecho
es que las prisas les juegan malas pasadas. Por ello, un buen documental, filmado o grabado de
manera completamente profesional (guión, realización, edición, posproducción, etc.) permite
disponer de unos materiales muy útiles para un gran abanico de acontecimientos. Lo más rentable hoy en día es grabar en formato digital porque abre las puertas a una fácil actualización
de las imágenes.
En producciones por encargo, los centros deben asegurarse la propiedad de las imágenes para poderlas utilizar cuando y como les interese, así como en todo momento se debe disponer de copias en formato betacam para el uso ya comentado de las cadenas de televisión, a
las que sí se les puede pedir que citen el origen de esas imágenes.
El consejo es que hoy en día se disponga de grabadoras de vídeo y cámaras digitales que,
sin ser tan profesionales como los utilizados en una cadena de televisión, consiguen imágenes
de calidad suficiente para ilustrar noticias y registrar eventos, a los que por diversas razones no
acudirán los medios, pero a los que haremos un gran favor cediéndoselas.
16.3. La información digital: oportunidades de la Red
Con su humor característico, Manuel Vicent describía así la Red en una de sus columnas dominicales de El País: «Internet es hoy el cerebro de la Humanidad. Se trata de un organismo vivo, aunque ya no carbónico, que condensa electrónicamente todo cuanto el cerebro
de las personas vierte en él, hasta formar la gran amalgama de la nueva inteligencia humana». (Vicent, 2000). Y el profesor Castells, en un seminario sobre educación organizado por
la Fundación Santillana (2000), afirmaba que educarse en la era de Internet es aprender a
aprender. (Benito, 2000).
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La comunicación electrónica es una herramienta nueva y poderosa que está cambiando la
esencia misma de la comunicación. Además de facilitar considerablemente las relaciones emisorreceptor, provoca un cambio cultural en la forma de interrelacionarse. Logra que nuestros mensajes lleguen de manera directa e inmediata a miles de receptores distribuidos por todo el mundo,
y todo ello de manera neutra, sin pérdida o variación de información debida a los intermediarios.
Cuando hablamos a través de los medios de comunicación, nos dirigimos al público de estos
medios. Internet nos permite elegir directamente aquellos colectivos que nos interesan. Con
Internet podemos, además, obtener en línea respuestas a nuestros mensajes y evaluar su impacto.
«Al mismo tiempo la traslación de cualquier nuevo conocimiento a la sociedad se ha
realizado tradicionalmente por la publicación de libros divulgativos y, de forma creciente a lo
largo del último siglo, por los medios de comunicación: primero la prensa escrita, luego además
la radio y la televisión, y más recientemente la red electrónica de Internet». («¿Periodismo científico o trivialización de la ciencia?», de Semir, 1999).
Hoy en día, «el kiosco que más revistas vende es Internet», que además supera a la prensa, los libros, la radio y la televisión como fuente masiva y fiable de información. Es la conclusión de un estudio titulado «Examinando el futuro digital», llevado a cabo por Jeffrey Cole,
director del Centro de Políticas de Comunicación de la Universidad de California Los Ángeles
(UCLA). El estudio refleja que, cuanto más experimentado es el usuario y más tiempo pasa en
Internet, menos ve la televisión. Internet está creciendo de tal forma que un 61% de los usuarios estadounidenses considera que es una fuente de información «muy» o «extremadamente
importante», un porcentaje similar al que obtuvieron libros y periódicos en el estudio y por
encima de la televisión, la radio y las revistas. La investigación revela también que ya una cuarta parte de los usuarios de la Red tiene más de un ordenador en casa, y el 32% los ha conectado entre sí.
En Europa se puede decir también que el futuro ha comenzado, y muy especialmente
para el campo de la comunicación. Según un estudio de la Asociación Europea de Publicidad
Interactiva (EIAA), recogido por el diario La Razón (Madri+d, 09/12/03), Internet representa
el 10% del consumo de medios de comunicación en Europa, lo que sitúa a la Red por delante
de las revistas (8%) y justo por detrás de los periódicos (13%). El estudio ha detectado que, si
bien la televisión es el medio de comunicación al que los ciudadanos europeos dedican más
atención (41%), casi la mitad de los consumidores del Viejo Continente reconocen que ven
menos televisión como consecuencia del uso que hacen de la Red. Sin embargo, en España el
uso de Internet aún no llega a un 25% de la población.
Por lo que respecta a los centros de ciencia y tecnología, Internet es un medio profesional imprescindible sin el cual no se podría concebir hoy en día el desarrollo del trabajo científico y la realización de proyectos de investigación intergrupos. «Frente al antiguo modelo individual y personalista y el más reciente modelo grupal e intervencionista, un nuevo modelo de
acceso al conocimiento ha comenzado a surgir en estos últimos años. Se trata de un modelo que
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propugna la investigación en red, esto es, un modelo que intenta dotar a la investigación científica de una dimensión cooperativa y global, mucho más acorde con las nuevas tecnologías de la
información y la comunicación del mundo en que vivimos. Se trata, en consecuencia, de un
modelo que busca el acceso al conocimiento y a la resolución de problemas a partir de la investigación cooperativa y complementaria entre grupos. Cada uno aporta a la Red su propia aproximación conceptual y metodológica al problema y contribuye, junto al resto de los grupos, a
lograr para el mismo un conocimiento más completo y una solución mas factible e inmediata.»
(Campos, 2004).
Por otra parte, según los datos de la OJD (Oficina para la Justificación de la Difusión)
para el 2003, todo parece indicar que la tendencia a la baja en la circulación de periódicos no se
detiene. En el año 2002, los periódicos ya perdieron más de 50.000 ejemplares con respecto al
ejercicio anterior y las ventas cayeron por debajo de los cuatro millones diarios.
Sin embargo, hoy por hoy no se puede afirmar que la culpa de este descenso la tenga
Internet. En efecto, en un informe del BBVA recogido por Ramón Salaverría (2005), el 75%
de los cibernautas españoles prefiere la prensa impresa a la digital. Según este resumen del estudio Internet en España, así consumen los españoles prensa en Internet:
La lectura de noticias o periódicos es una actividad importante entre los usuarios
y contribuye a reforzar a Internet como espacio de información. La lectura habitual de
periódicos en Internet es realizada por el 30% de los usuarios, aunque solo el 2% declara
estar suscrito a un periódico de pago. Ello no significa el final de la prensa escrita, sino
que la mayoría de los internautas prefiere leer el periódico en papel (75%), principalmente por la facilidad de lectura y la movilidad que brinda este soporte. Entre el 15% que prefiere la lectura por Internet, el primer motivo mencionado es que este medio facilita el
encontrar la información que se desea (61%).
En definitiva, y aunque como podemos ver nos encontramos tal vez en una época de
transición en la que resulta complicado hacer predicciones, para todo lo que significa búsqueda
de documentación o estar al día y bien informados en materias puntuales a las que la prensa no
puede dedicar la atención que requerimos, Internet se convierte en una herramienta imprescindible. Con este panorama, cuanto antes sepamos aprovechar todas las posibilidades que nos
ofrece la Red, tanto mejor.
16.3.1. Página web
La web es el escaparate más completo de comunicación con el que puede contar un centro y, además, un expositor electrónico que puede ser actualizado de continuo. La web de un
centro de investigación o de tecnología es un medio multiuso que puede satisfacer demandas
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muy diferentes: desde la curiosidad de internautas poco interesados hasta las exigencias de los
científicos y tecnólogos de otros centros de investigación nacionales y extranjeros que se relacionan con el nuestro (es decir, todos), pasando por los periodistas especializados y terminando
por aficionados a la ciencia. Desde el punto de vista institucional, el contenido de la web debe
ser completo y contener toda aquella información que permita al visitante hacerse una idea de
cómo es y de cómo funciona la institución, con páginas que describan globalmente las áreas y
las instalaciones del centro, el programa de investigación en su conjunto, los proyectos, los investigadores, las páginas personales, etc., y, desde luego, una sección de noticias y high ligths que
deben permanecer siempre actualizadas.
La web debe distinguir, de entrada, el área divulgativa de la profesional, es decir, la navegación ha de permitir entrar directamente en las páginas que interesan al visitante (proyectos,
congresos, publicaciones, instrumentación científica, ofertas de plazas, páginas personales de
carácter científico, etc.), sin pasar por pantallas intermedias que hagan perder tiempo.
La accesibilidad es fundamental, de tal forma que la página pueda ser contemplada
desde cualquier ordenador, desde un móvil, etc. Tanto un buen diseño, que no cargue innecesariamente el acceso, como conseguir una navegación rápida resultan fundamentales. También
suele ser conveniente acceder desde el principio al idioma inglés con independencia de que la
página se encuentre en castellano o en otros idiomas del panorama nacional.
En la web se pueden cargar todas la ediciones del centro y así facilitar la toma de datos
por quienes utilizan las páginas digitales para su información o trabajo.
No es preciso decir que las web interesan cada día más no sólo a los curiosos sino también a los educadores, por lo que las secciones de divulgación pueden contener materiales didácticos y secciones muy atractivas y llenas de imágenes, vídeos y simulaciones cuando la ciencia que
se hace en el centro así lo permita. Por otra parte, la web del centro puede ser un nudo de referencia que proporcione los enlaces más interesantes a las páginas de otros centros del gremio.
16.3.2. Boletines digitales
La web sólo tiene un defecto: no viaja. No es un instrumento que penetre en los despachos o en los domicilios de los destinatarios para mantenerlos sistemáticamente informados. Un
boletín de noticias es un elemento activo que se lanza para llegar a su destino transportando los
mensajes. No así la web, que es un medio pasivo, a la espera de ser visitada. De ahí la importancia de estar bien ubicada en los índices de los buscadores. Si nuestro cliente no sabe de su existencia o no conoce su dirección, tendrá que recurrir a las herramientas de búsqueda. Pero ello,
ya implica una acción positiva del visitador. Si la persona que nos interesa está muy ocupada,
tampoco será fácil que, de manera sistemática, saque tiempo para ver las novedades. La mayoría de nuestros visitantes entrarán cuando necesiten información o quieran bajarse materiales
gráficos que sirvan para su trabajo.
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En resumen, en contraposición con una documentación escrita que llega a su destino, la
web requiere un acto de voluntad para ser visitada. ¿Cómo salvar este escollo?
La fórmula más apropiada aunque nada sencilla es editar también boletines digitales para
hacerlos llegar por correo electrónico a aquellos receptores que, por unas razones u otras, nos (y
les) interese mantener(se) bien informados. Aunque tendremos destinatarios interesantes que
aún no manejen el correo electrónico, en un futuro ya inmediato esto será la gran excepción.
El boletín electrónico ofrece ventajas indudables:
• Noticias frescas, inmediatas, sin esperar a la edición de un boletín impreso.
• Elaboración de listas de destinatarios homogéneos a los que enviar lo que realmente les interesa.
• No depender de los medios de comunicación como intermediarios.
• Los medios y periodistas científicos pueden ser nuestros primeros destinatarios.
• Capacidad para enviar imágenes, vídeos, simulaciones explicativas, etc., que son un
apoyo privilegiado para entender mucho mejor determinados descubrimientos, conceptos o la manera de funcionar de instrumentos complejos, etc.
• En todo caso, no se trata de un medio excluyente, sino complementario a los impresos.
Las listas de destinatarios deben ser prácticas y en ellas figurar tan sólo quienes hayan
mostrado un interés efectivo tras formalizar, por ejemplo, una suscripción. En caso contrario, y
dada la invasión de mensajes que nos asalta a diario, se puede producir el rechazo inmediato y
ver nuestro esfuerzo convertido en una información no deseada (spam). En este sentido, cuando se lance un nuevo producto electrónico a un listado de receptores, será preciso tener en
cuenta las limitaciones legales existentes sobre el particular.
150
QUINTA PARTE
Los grandes retos del departamento de
comunicación, ediciones y divulgación (DCED)
17. Desafíos internos
P
ara dar agua, antes hay que sacarla del pozo. No se puede dar información si antes no la
hemos recabado de los investigadores. En ellos nace la noticia en bruto. Descubrir el interés informativo que pueda tener esa información, darle el tratamiento más adecuado
(noticias, entrevistas, reportajes...) y transformarla para hacerla suficientemente atractiva sin
perder su rigor es el trabajo del departamento. No es suficiente conseguir información sobre
nuevos conocimientos sino que también es necesario hacernos con aquellas imágenes de esos
descubrimientos o, si no existiesen, manejar las ideas que permitan generar las simulaciones que
ayuden a explicar mejor lo que vamos a difundir.
Se ha señalado que la cultura imperante en demasiados investigadores y tecnólogos es
poco propicia a divulgar sus resultados, actitud comprensible porque la escasa cultura científica
de los destinatarios obliga a dar unas explicaciones previas tan elementales que les resultan
pueriles. Por lamentable que parezca, la divulgación desde el centro debe suplir muchas veces
lo que no se ha hecho en la escuela. Infundado o no, sigue existiendo además un recelo global
frente a la prensa.
Contando ya con todas esas dificultades, el departamento debe ser un instrumento de
revulsión interna, de cambio de actitud de una parte de los investigadores para con la sociedad.
Decididamente, la labor interna debe ser nuestro primer y más importante desafío; más
aún, si algún día queremos disponer de canales fluidos de comunicación. La labor personal, la
profesionalidad y los resultados contarán mucho a la hora de que los investigadores acepten al
Departamento y sus propósitos.
Una vez más podemos traer el ya citado modelo para la gestión de calidad de la
European Foundation for Quality Management (EFQM), para remarcar que la implicación y
satisfacción previa del personal investigador es la clave para la satisfacción de los clientes
externos. Todo será más fácil si el DCED ve en los grupos de investigación unos clientes a los
que ofrecer un servicio especializado para dar una salida cultural a sus conocimientos. En
todo caso, nada serio podremos hacer en el exterior si llevamos mal las cosas con nuestros
clientes internos.
Por ello, la primera misión del departamento será presentar argumentos de peso y
estructurar acciones para que los investigadores y tecnólogos se impliquen y colaboren con
gusto en las acciones de información externa y de divulgación.
153
El DECD habrá tenido éxito si, tras unos años de trabajo, se llegase al siguiente régimen
de crucero:
• Un 30% de los investigadores y tecnólogos apoyan decididamente la causa y se
implican de manera personal y directa en las actividades del departamento o en otras
que ellos mismos generan.
• Otro 40% permanece pasivo aunque egoístamente interesado; o lo que es igual, buscarán la ayuda del departamento en aquellas cuestiones que les afecten de manera
directa (noticias sobre sus logros, difusión de sus trabajos a los medios, repercusión
de los congresos que organizan, publicación de algún artículo puntual, etc.).
• Alrededor de un 25% permanecerá en una postura de crítica respetuosa aunque en
la íntima convicción de que la divulgación que hace el departamento es de muy baja
calidad y que sólo los científicos podrían hacerlo bien.
• Tal vez el 5% restante será callada o abiertamente hostil en el convencimiento de
que divulgar la ciencia es prostituirla.
Conviene advertir que estos porcentajes no corresponden a ningún estudio o sondeo
riguroso y que, desde luego, pueden cambiar dependiendo del trabajo del departamento y el
talante del colectivo de los científicos y tecnólogos de un centro concreto.
17.1. La conversión de los investigadores a la divulgación
Si la dirección está convencida y apoya nuestra causa, el mayor desafío del departamento será lograr que, al menos, un 30% de científicos y tecnólogos se impliquen en esta cruzada
cultural y social, y la vean también como suya. Conviene insistir en lo dicho de que, para el
investigador, la divulgación científica no sólo es una actividad no premiada, sino que está de
hecho penalizada, al no reportarle por el momento méritos académicos ni significativos ingresos complementarios mientras que sí le roba un tiempo considerable a su tiempo de ocio.
Desde un punto de vista estratégico, hay que procurar ganarse a los investigadores desde
el primer momento de su incorporación al centro haciéndoles partícipes de la cultura divulgadora que queremos implantar.
¿Qué podemos ofrecer a cambio por participar en la divulgación? Sólo beneficios genéricos y poco inmediatos. El responsable del DCED y su equipo no lo tienen fácil para convencer de las ventajas y excelencias que la divulgación tiene para sus protagonistas (los investigadores) y no sólo para el centro. Desde luego, el apoyo de la sociedad fortalece al centro como
tal, y ello es beneficioso para todos, incluidos los reticentes.
Por otra parte, la demanda social de la ciencia no es una entelequia sino algo real que
está ahí. Convencer a los científicos de que abandonen, si la tienen, una actitud pitagórica para
devolver a la sociedad, en forma de cultura, parte de lo que esa sociedad les entrega al financiar
154
su investigación, no es un mal camino. Convencerles también de que la rama de la ciencia que
mejor imagen tenga y que logre un mayor arraigo en las gentes, conseguirá también más fácilmente los fondos necesarios, es también un buen argumento.
Vienen muy a cuento unas palabras del catedrático de paleontología de la Universidad
Complutense de Madrid (UCM), profesor visitante de la University College (Londres) y director
del Yacimiento de Atapuerca (Burgos), Juan Luis Arsuaga en una entrevista de Carmen del
Puerto para la publicación IAC Noticias del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC). Dice
Arsuaga: «Sobre la divulgación científica, tengo muy claro que hay un señor que en este momento está faenando en el Gran Sol y que me está pagando mi sueldo. Y otro señor que está subido a
un andamio que también me está pagando mi sueldo y mis investigaciones. El que yo piense que
estoy investigando para disfrutar yo, me parece directamente inmoral. Nadie debería tener la desfachatez de decir, y eso lo he oído, “la investigación tiene que estar guiada por la curiosidad del
investigador”.“¿Y usted pretende que un señor que está faenando en el Gran Sol le pague a usted
su sueldo para que usted se dedique a investigar lo que le apetezca y que no dé cuentas a nadie?”
Eso me parece directamente una desfachatez, una inmoralidad social, impresentable». (...) «Por
otro lado, es práctico dirigirse a la sociedad porque eso genera apoyos. Eso es elemental. Pero, por
encima de todo eso, yo no puedo concebir que alguien haga un descubrimiento y que no lo cuente. No me cabe en la cabeza. Compartirlo... ¡es una cosa tan humana!» (...). «Aquí estamos descubriendo la pólvora con cosas que en el mundo anglosajón son triviales. Se dan por descontado. Es
evidente. ¿Qué presupuesto de su investigación dedica a la divulgación? Está en el presupuesto.
Parte de la base de que hay un porcentaje que se va a dedicar a eso. Nadie se plantea ese tipo de
cosas. A fin de cuentas, esperamos hacer que la divulgación española sea normal.»
Pero, además de las ventajas colectivas, existen otras individuales directas. Que los investigadores sean conocidos y obtengan el reconocimiento social que tanto reclaman sólo será
posible con su decidida implicación personal en estas tareas. Existen suficientes ejemplos de
investigadores cuyo carisma para la comunicación y el interés de su trabajo les ha permitido una
presencia en los medios y, como consecuencia, obtener fondos para su investigación.
Algo que sí entiende cualquier científico es todo lo que se relaciona con su prestigio personal; incluso, aunque sea colateral, con el prestigio popular. Por ejemplo, si preguntamos quién
fue el descubridor de la penicilina, todo el mundo contestará que Alexander Fleming, cuando
en realidad las propiedades descubiertas por Fleming en el Penicillium quedaron paralizadas en
1929 hasta que en 1939, Florey y Chain prosiguieron las investigaciones y lograron el aislamiento y la deshidratación de la penicilina. Los tres obtuvieron el Premio Nobel en 1945, pero en la
cultura de los ciudadanos sólo existe Fleming. Y siguiendo con otro ejemplo, si volvemos a preguntar quién fue la primera persona que aclaró la caída de los graves, los encuestados nos dirán
que Galileo, pero parece ser que en realidad fue el desconocido español Domingo de Soto,
durante el curso escolar 1522-1523. (Artículo titulado «El enigma de Domingo de Soto», en
Fernández-Rañada, 1999).
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Sólo por citar un tercer caso. Alexander Graham Bell ha pasado a la historia como el
descubridor del teléfono. La verdad es muy distinta. Como se reconoció en una resolución del
congreso de los Estados Unidos, un desconocido inmigrante italiano, Antonio Meucci, mostró
su teléfono (teletrófono, como él lo denominó) públicamente en Nueva York en 1860, es decir,
dieciséis años antes de que Bell lo patentase. El hecho es que Meucci se limitó a presentar los
papeles de su invento a la compañía Western Union, pero entre sus dificultades para manejar el
idioma y la imposibilidad de pagar los pocos dólares que costaba la patente, además del nulo
apoyo que encontró en las autoridades competentes, le fue del todo imposible defenderse del
robo de su invento por parte de Bell. Meucci murió en la miseria y en el anonimato mientras
Bell se llevaba toda la gloria.
17.2. Cómo ganarse a los investigadores
En primer lugar, situando los límites de la divulgación en sus justos términos. «La divulgación de la ciencia, no es ciencia, suelen decir los científicos más reacios. Strictu sensu, esto es
tan cierto como lo es el que la harina ya no es el trigo. La divulgación de la ciencia genera un
producto, la ciencia divulgada, que es una nueva realidad a la que no cabe aplicar el rigor conceptual de la ciencia original. Esa nueva realidad, ese producto ya elaborado, si está bien hecho,
permite al hombre de la calle entender (digerir) las cosas según su nivel cultural e intelectual.
Por consiguiente, el científico no debe pretender del comunicador el mismo grado de exigencia
terminológica que él utiliza. Su connatural percepción de lo abstracto debe reservarla para la
difusión profesional de los conocimientos originales.» (Martínez Sáez, 2002).
En segundo lugar, hay que hacer las cosas bien. El trabajo del departamento, sin olvidarse de la comunicación institucional, debe volcarse a su vez en el trabajo y en los resultados de
los investigadores. Un centro es lo que son sus investigadores y tecnólogos. Su trabajo es lo más
importante. El centro como tal (infraestructuras, nuevas instalaciones y equipamientos, apertura de líneas de investigación, nuevos proyectos instrumentales, etc.) puede ser motivo también
de continuas noticias. Pero sólo son instrumentos para que los científicos puedan trabajar. El
centro es una organización para posibilitar, facilitar e impulsar la actividad investigadora de sus
científicos y tecnólogos agrupados en torno a los proyectos de investigación.
La del DCED es una tarea lenta y no libre de contrariedades, por lo que debe mantener
y acrecentar su prestigio a base de su actividad del día a día y en acciones concretas bien planificadas y ejecutadas. El departamento, frente a los científicos, debe tener las siguientes actitudes:
• Garantizarles la necesaria dosis de rigor en las informaciones que se emitan.
• Pedirles disculpas por los fallos de los medios de comunicación aunque el departamento nada tenga que ver con ellos.
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• Hacerles ver que, en un mundo de mensajes, el lenguaje (terminología, metáforas,
imágenes, etc.) tiene una gran importancia, para lo cual una buena solución sería pactar con ellos esa manera de expresar conceptos y novedades.
• Respetar escrupulosamente los embargos impuestos por las publicaciones científicas
y técnicas a los autores.
• Respetar también los pactos que hayan establecido los investigadores con sus colegas de otros centros, cuando los resultados obtenidos sean fruto de una colaboración
entre diversas instituciones científicas.
• Interesarse no sólo por los proyectos más comunicativos y vistosos, sino también por
los más reservados, poniendo especial interés y esfuerzo en airear investigaciones
que, por ser singularmente teóricas, resultan más complicadas de difundir.
• Procurar medios económicos para pagar algunas de las tareas de divulgación en las
que se implican los científicos por su cuenta.
17.3. El investigador principal (IP) como objetivo
Ganarse al investigador principal (IP) o al ingeniero jefe de cada proyecto es un buen
camino para estar bien informado. Su liderazgo y responsabilidad en la gestión del trabajo le
lleva a conocer en detalle la progresión del mismo y el papel de cada uno de los integrantes del
grupo. También puede informar sobre las reuniones científicas, publicaciones, etc., relacionadas
con su materia; y, desde luego, puede ser un buen aliado para hacerse con las imágenes, diseños,
gráficos, etc., que puedan servir de soporte a la información difundida.
En ocasiones, el Plan Nacional de I+D+i contempla fondos ligados a los proyectos que
financia para divulgar los resultados. Estos fondos asignados son, en principio, manejados por el
investigador principal del proyecto. Para un centro, esto, que objetivamente es muy ventajoso,
podría traer consigo un cierto descontrol si cada IP comenzase a organizar por su cuenta las
actividades de divulgación. Conociendo el espíritu ácrata de muchos investigadores, conviene
que el departamento, como instrumento profesionalizado, establezca con los IP las estrategias
más adecuadas y trace un programa concreto para la divulgación del proyecto en cuestión, dentro siempre del plan de actuación del centro en materia de comunicación. El trato debe incluir
las reglas del juego para su coordinación y control.
17.4. «Tengo un resultado, ¿qué hacer con él?»
Si conseguimos que un investigador acuda al departamento y nos diga eso, habremos
logrado lo más importante. Al principio, ese comportamiento será la excepción. A los investigadores implicados en un resultado puntero sólo les urge publicarlo en la revista de mayor pres-
157
tigio de la especialidad y que nadie se les adelante. Los pisotones en ciencia no son algo tan
excepcional y ya se han comentado algunos casos en los que se ha informado a la prensa sobre
un resultado de investigación antes de que apareciese en la publicación científica. Es una forma
de garantizar la autoría del descubrimiento frente a sus competidores; es decir, ganar la batalla
de la opinión pública antes incluso que la profesional.
El departamento de comunicación debe tener todo suficientemente cocinado para que,
al levantarse el embargo impuesto por la publicación científica, el resultado llegue cuanto antes
al gran público. Sería muy grave romper la confidencialidad que habitualmente imponen las
publicaciones científicas puesto que podrían llegar a anular la publicación del trabajo si saliese
antes a la luz pública. Algunas revistas, como Nature, han instituido el sistema de emitir a los
medios de comunicación, bajo embargo, resúmenes de prensa de los trabajos más llamativos
que aparecerán en su próximo número. La visibilidad que permite este sistema, unida al prestigio de la publicación, justifican el que muchos investigadores hoy en día valoren tanto publicar
en Nature.
No obstante, se han levantado muchas voces para denunciar, por un lado, la manera de
hacerse publicidad y, por otro, las cantidades significativas que cobran las revistas más prestigiosas a los científicos que quieren publicar en ellas. Aunque estas cantidades suelan ser asumidas
por el centro, no dejan de ser un impuesto extracientífico, por otra parte muy discutible, en la
medida en que quien impone esta condición aparenta interesarle tanto la calidad de los trabajos como que lleguen con el pan bajo el brazo. Otras voces denuncian sencillamente la excesiva
tiranía y control que ejercen estas publicaciones al erigirse en árbitros de lo que es científicamente válido y lo que no.
«La rebelión de los científicos va más allá. Promueven a nivel mundial una campaña de
boicoteo a aquellas revistas que no liberen en la Red todos los artículos a los seis meses de su
publicación en exclusiva. La polémica lleva meses encendida y alimentando foros abiertos en
prestigiosas publicaciones como la británica Nature. Por ejemplo, suscribirse a esta revista cuesta unos 190 euros anuales a un particular y 590 euros a una institución. Un departamento investigador requiere varias como ésta. En diez años, el precio de algunas suscripciones, necesarias
para laboratorios o universidades, ha subido hasta un 150%. Quienes, por su calidad, consiguen
incluir uno de sus trabajos en las revistas especializadas no cobran por ello. Pagan, eso sí, algunos costes de edición, que pueden superar los 2.500 euros en algún caso. Tampoco cobran los
científicos por revisar los manuscritos pendientes de publicación de otros colegas, el sistema
establecido para el control de calidad.» (Argos, 2001).
Este clima está propiciando el desarrollo de publicaciones por la Red, mucho más abiertas a la comunidad científica y sin apenas costos. En este sentido, habrá que estar al tanto de la
evolución de las fuentes para nuestras acciones de comunicación científica.
Si queremos estar preparados para lanzar la noticia en el momento adecuado, los pasos
a dar antes de que el resultado aparezca en la revista científica son básicamente los siguientes:
158
• Recabar toda la información (del investigador principal y de los otros científicos y
tecnólogos implicados).
• Analizar su importancia (novedad, consecuencias científicas y técnicas, aplicaciones
para las empresas si las hubiese, etc.).
• Estudiar el tratamiento informativo más adecuado (nota de prensa, entrevista, reportaje, etc., y el tipo de medios a los que seguro puede interesar, así como su tratamiento en la web, boletines digitales, etc.
• Valorar las imágenes ligadas a los resultados.
• Ver el tratamiento específico que cabe dar para las cadenas de televisión:
— seleccionar imágenes, de manera singular si son en movimiento o pueden permitir un
montaje sobre imagen fija;
— generar las simulaciones 2D y 3D necesarias que pueden ayudar a convertir esos
resultados en productos informativos interesantes y digeribles.
• Redactar el comunicado de prensa (contrastar con el científico implicado).
• Distribuir el comunicado y las imágenes a agencias, periódicos, radios, televisiones
(acompañando copias en formato betacam o enviando las imágenes por la Red) y al
listado de periodistas científicos.
Es el investigador quien debe calibrar y decidir el momento más oportuno para dar a luz
su resultado y más si es espectacular. El departamento debe aconsejar pero nunca actuar por su
cuenta y al margen de los científicos, por oportuno y conveniente que ello le parezca.
17.5. Personalidad del DCED
Para cumplir sus objetivos, el departamento tiene que mantenerse al margen de las presiones internas y externas que, sin duda, habrá de sufrir.
De una parte, el DCED no es, ni debe convertirse nunca, en un instrumento manipulado por los investigadores, y menos aún por la dirección. Aunque sea una estructura al servicio
de todos, necesita proteger la objetividad y mantener una distancia para, con personalidad, aplicar sus propios criterios, tanto en las materias que hay que dar a conocer como en la elección
del momento y en los términos en que debe hacerse.
El responsable del departamento tiene unas funciones que cumplir, les guste o no a los
científicos. Es, junto con su equipo, quien conoce las técnicas y los medios para comunicar. Por
ello cuando, por ejemplo, hablamos de pactar el lenguaje contenido en una información (por
ejemplo, un titular), no nos referimos necesariamente a plegarse a lo que piensen los científicos
sobre el particular. La comunicación es una materia sobre la que todos nos creemos con derecho a opinar. El departamento necesita lograr el punto de equilibrio necesario. Los investigado-
159
res se sienten, y con razón, propietarios del producto que vamos a ofrecer, pero con frecuencia
extrapolan esa realidad para fiscalizar, si se les deja, todos los pasos encaminados a transformar
su conocimiento en un producto inteligible. Hay que hacerles ver que ellos no son los expertos
para hacer el mejor trabajo en tal sentido. El departamento tiene que ser capaz de establecer el
punto de encuentro entre el respeto que merece el científico, cuando desea conservar un suficiente nivel de rigor para su trabajo, y el derecho del público a que se le explique adecuadamente un avance científico inasequible en origen para sus conocimientos.
En todo caso, el departamento debe defender también a los científicos de los atropellos de
un tipo de periodista que confunde la divulgación con una frívola trivialización. Vladimir de
Semir, periodista y director del Observatorio de la Comunicación Científica de la Universidad
Pompeu Fabra, exponía: «Quizás al mundo del periodismo científico y médico le convenga reflexionar sobre la anécdota que se cuenta del famoso físico Richard Feynman. Un periodista le instó
en una ocasión a que le resumiera en pocas palabras las investigaciones que le habían llevado a
obtener el Premio Nobel, y Feynman no dudó en contestar:“Si yo pudiera explicarle mis trabajos
en dos minutos, seguro que no me hubiera merecido el Premio Nobel.”». (de Semir, 2003).
Ganarse a los investigadores significa inculcarles también el respeto al trabajo y la
manera de hacer de los profesionales del departamento, haciéndoles ver que la ciencia divulgada ya no es la ciencia original, sino un producto diferente que pretende explicar la idea inicial
con conceptos asequibles y niveles más bajos de abstracción. Por ello, es tan frecuente tener que
recurrir a explicaciones y metáforas que ayuden a entender el mensaje inicial.
Claro está que todo tiene ciertos límites y éstos no son fáciles de situar. Algunos científicos hacen llamadas de atención sobre el uso de estas herramientas explicativas, especialmente cuando tienen fácil arraigo por su fuerza expresiva. «Ejemplos del uso de metáforas poco
afortunadas cuyo origen está en las interacciones sociales humanas son muy comunes en todos
los campos de la ciencia y son creadas tanto por los científicos como por los medios de divulgación científica. Así se habla de especies invasoras, células como fábricas, colesterol bueno, explosión demográfica, el espacio es tiempo, o el libro de la vida.Todas ellas, y desde un punto de vista
científico, son cuestionables.» Y añade: «Es más que probable que la necesidad de obtener fondos esté detrás del uso de este lenguaje, asistiéndose a un perfil cada vez más agresivo del científico como relaciones públicas.» (Pozo, 2004).
Estamos, pues, entre la espada y la pared. Con la divulgación se ofrece un conocimiento
diferente, sujeto a otras reglas, eso no es, necesariamente, faltar al rigor. La divulgación tiene también el suyo. De poco nos sirve ser rigurosos al máximo si el mensaje original no es entendido en
absoluto. Sólo cabe, pues, traducir de la mejor manera los conocimientos al lenguaje de la calle
y formar poco a poco a los destinatarios para que sean capaces de asimilar un mayor grado de
rigor. Cuando se utilicen metáforas, además de elegirlas bien, siempre se puede advertir de que
sólo son metáforas. Si no utilizamos esas u otras muletillas, lo que el receptor entenderá, en caso
de que entienda algo, será algo mucho más alejado de la idea original que lo que le estemos ofre160
ciendo con nuestras metáforas. Como decía el Nobel de Química Roald Hoffmann, «a veces las
metáforas explican la naturaleza mejor que las ecuaciones». (Carbajo, 1999).
Así las cosas, conviene desarrollar una gran paciencia y profesionalidad para convertir
los largos y pesados ladrillos científicos, del todo infumables para el ciudadano corriente, en textos digeribles.
Poco a poco se debe animar a los investigadores a no sentirse cómplices de una banalización por el hecho de divulgar, aprendiendo a confiar en el departamento de la misma manera que un empresario comprende que el marketing y la publicidad de sus productos deben
encargarse a los buenos profesionales del gremio.
17.6. Descubrir y lanzar científicos estrella
«España necesita un Premio Nobel. Pero no uno de Literatura, que de ésos ya tenemos
algunos estupendos y recientes que nos recuerdan, aunque sea de vez en cuando, lo bien que se
nos da la creación artística. Necesitamos con urgencia un Nobel de Física, de Química o, como
mucho, de Medicina. Del de Cajal hace mucho tiempo y el de Ochoa se lo ganó en Estados
Unidos.» (Gómez-Romero, 2000).
La ciencia española, necesita también científicos estrella. Eso, al menos, es lo que reclaman
algunos profesionales de los medios de comunicación que escriben de ciencia. Investigadores que
no sólo hagan ciencia de muy alta calidad, sino que la sepan comunicar. Científicos que tengan
atractivo personal para el público, que sepan cautivar en sus intervenciones, que queden bien ante
las cámaras.
Lo cierto es que quizás tengamos más científicos estrella de lo que pensamos. Pero hay
que identificarlos, sacudir nuestros complejos de que todo lo de fuera es mejor, e invertir en
ellos. A veces los tenemos junto a nosotros y es tarea del Departamento descubrirlos para la
comunicación y hacer un marketing interesando a los medios para que los descubran, conozcan
y aprecien. La experiencia y el contacto con la prensa hará que adquieran tablas y, con el tiempo, ya no será necesario insistir en esta promoción porque serán los propios medios los que se
dirijan a ellos cuando surja la ocasión.
Más adelante (séptima parte) se vuelve sobre esta necesidad de preparar a los científicos y tecnólogos para que comuniquen mejor.
17.7. Airear también a los autistas
Además de los proyectos e investigadores con potencial para el estrellato, suele haber
una investigación callada, menos llamativa, que resulta difícil de vender. Ya hemos hablado de
ella y de la necesidad de sacarla a la luz. Lo habitual es que surja del trabajo de algunos de los
161
científicos más teóricos que suelen mostrar un marcado desinterés por el mundo exterior. Ello
no quiere decir que no estén implicados en una investigación de enorme interés tanto para el
centro como para la ciencia universal. A veces son las convicciones personales las que los aíslan
de toda actividad comunicadora. Otras, la fusión entre su peculiar manera de ser y el carácter
teórico de sus investigaciones la que desemboca en un hermetismo difícil de romper, porque, en
ocasiones, parece existir una correlación entre el carácter personal del científico y la materia
abstracta a la que se dedica. En nuestro caso lo que importa es el hecho de que los grandes
impulsos de la ciencia provienen de esas ideas teóricas que han cambiado la manera de entender el Universo y todo lo que en él habita, por lo que estas investigaciones, y los científicos que
las llevan a cabo, suponen para el departamento un desafío de singular interés.
Insistiendo en algo ya apuntado, si se analizan las informaciones emitidas por el departamento a lo largo de un año, podremos observar que, muy probablemente, sólo un reducido
número de hechos y proyectos han acaparado la mayoría de los comunicados. de manera natural, el propio departamento tiende a dar a conocer lo más llamativo, aquellos progresos o actividades científicas que encuentran mejor acogida en la prensa. De manera inconsciente, el
departamento se hace más permeable a los trabajos de los investigadores que dan más facilidades y que se prestan más fácilmente a ser fuente de información. También ocurre que los propios medios dan una mayor repercusión a las noticias llamativas, que tienen gran sabor popular, aunque científicamente tengan muy poco interés.
Por todo ello, una de las misiones del departamento es sentarse a estudiar cómo se puede
hablar también de esos científicos callados y de las investigaciones fundamentales en las que
trabajan, sabiendo de antemano que será mucho más complicado «noticiar» este producto y
extraer informaciones de actualidad.
162
18. Desafíos externos
18.1. Llegar al público a través de los medios de comunicación
El primer gran desafío externo para el departamento lo constituyen los medios de
comunicación de masas. Son puentes de conexión imprescindibles entre el centro y los grandes
sectores de la sociedad. No conectar bien informativamente con los medios equivale a dañar
un canal de comunicación insustituible para llegar a los núcleos del público que más nos interesan.
En la descripción del proceso de la comunicación (apartado 3.4) hemos hablado, en
general, de los medios de comunicación de masas y de su papel y capacidad como vehículos para
la transmisión de los mensajes científicos. Aquí se analiza con más detalle la situación y el trabajo del departamento en relación con la prensa.
Aunque pensemos que, en líneas generales, los medios podrían hacer más en pro de la
difusión científica y tecnológica, la actitud más rentable es reconocer su poder y sus posibilidades, y analizar objetivamente los motivos por los que las relaciones gabinetes-medios de comunicación de masas no resultan tantas veces del todo satisfactorias.
Si hablar de la sociedad es referirse a una abstracción, algo similar ocurre cuando tratamos de los medios. Cada colectivo mediático (agencias, periódicos, semanarios, cadenas de radio
y de televisión, revistas de divulgación o de curiosidad científica, revistas de información general, diarios electrónicos, etc.) tiene sus peculiaridades; y dentro de cada grupo las diferencias
entre unos y otros son abismales cuando se trata de hacer llegar nuestros mensajes a sus lectores o audiencias. Interesa, por tanto, tener una idea bastante precisa de cómo funcionan los
medios en relación con las noticias científico-técnicas que les llegan, y saber el crédito que pueden merecer. También debemos ser conscientes de los problemas (objetivos y subjetivos) que
dificultan su papel de receptores en primer término, y de generadores y transmisores de información posterior.
Algunos datos establecen la importancia de los diferentes medios en relación con el consumo de información científica.
En el ya citado artículo de Vladimir de Semir (2003), se recogen los datos del Eurobarómetro
de 2001, «Europeos, ciencia y tecnología». Según este estudio, las fuentes (no excluyentes entre sí)
sobre temas científicos para los ciudadanos de la UE eran:
163
Televisión
60,3%
Prensa
37,0 %
Radio
27,3 %
Escuela y universidad
22,3 %
Revistas científicas
20,1 %
Internet
16,7 %
Y refiriéndose a la situación de España, de Semir comenta: «El Estudio General de
Medios, además de confirmar la abrumadora influencia de la televisión, afirma que en España
del total de lectores de revistas existen, aproximadamente, 5,5 millones de personas que compran específicamente revistas de divulgación, y el número puede aumentar hasta 7,5 millones
de personas si se incluyen las revistas especializadas en ordenadores e Internet».
Otro dato esclarecedor que ofrece el autor es que, «según un análisis de la revista Consumer
los telediarios españoles dedican en promedio el 45% de su tiempo a deportes y política —casi en
partes iguales—, y sólo un 3,1% a la sanidad, un 2,3% al medio ambiente, y un 2,1 % a la ciencia».
18.1.1. Tras el telón de los medios
Los medios de comunicación de masas son sólo la parte visible de unas empresas de comunicación, de las que no vamos a hablar, y de un público al que sí queremos llegar.Tras cada medio,
cabecera y programa hay un colectivo que lo consume y que, por ello, le da sentido y lo mantiene.
Podemos entender, por tanto, que cada medio tiene, de hecho, un contrato con su público, al que
intenta satisfacer, proporcionándole lo que se supone que espera de él cuando lo compra o lo sintoniza. De alguna forma, los medios se convierten en representantes de sus audiencias.
«Cada medio de comunicación, si sus condiciones se aprovechan adecuadamente, revela y comunica un aspecto único de la realidad, de la verdad. Cada uno de ellos ofrece una perspectiva diferente, una forma de ver, una dimensión de la realidad que de otro modo se oculta.»
(Carpenter y McLuhan, 1968).
Por su parte, el medio influye poderosamente en sus representados, a los que procura
modelar no sólo en sus criterios, sino también en la manera de enfrentarse a los mensajes, entenderlos y asimilarlos.
164
«Cuando leemos, otra persona piensa por nosotros: nosotros no hacemos más que repetir su proceso mental. La mayor parte del trabajo del pensamiento lo hace otro para nosotros.
...Cuando leemos, nuestra mente no es más que el terreno de juego de las ideas de otro.» Y en
otro pasaje: «Cada canal de comunicación codifica la realidad de modo diferente e influye en
grado sorprendente en el contenido del mensaje comunicado.» (Carpenter y McLuhan, 1968).
Estas citas revelan hasta qué punto, desde nuestro departamento, dependemos de los
medios de comunicación: primero, para llegar a su público (que es también el nuestro) y, después, para que nuestros mensajes vayan envueltos en el embalaje adecuado.
Cada medio no sólo conforma a sus consumidores, sino que, después de un tiempo, los
convierte en adictos, de forma que parece que les falta algo si un día no consiguen su periódico
habitual o, si no, pueden ver o escuchar el programa de televisión o la tertulia política de la radio
que los tiene enganchados.
En resumen, sólo sabiendo utilizar cada medio podremos llegar a su audiencia. Ello implica conocer bien su estilo y el tratamiento informativo con que cada medio se dirige a su público.
Para concluir, habremos de reconocer la difícil situación de los medios de comunicación
frente a su responsabilidad: por un lado, deben dar a sus consumidores lo que les piden, porque
de ellos viven; por otro, deben orientar esa demanda de manera correcta. Por nuestra parte,
somos libres de reclamar de los medios un mayor esfuerzo global para crear ese interés por la
ciencia que, según sus responsables, parece no existir.
18.1.2. Relaciones entre los gabinetes de comunicación y los medios de comunicación
Puesto que nos movemos en este entorno, conviene decir que, en general, las relaciones
de los gabinetes de prensa con los medios de comunicación no son todo lo buenas y fluidas que
podrían ser. Analizar el ambiente que rodea estas relaciones y hacerlo desde ambos puntos de
vista y de manera realista puede ser de interés, puesto que afecta a cómo los medios recibirán
nuestros mensajes.
Desconfianza de los medios hacia los gabinetes de comunicación
«Que sean necesarios no quiere decir, sin embargo, que su grado de aceptación sea total.
La mayoría de los periodistas estima que los gabinetes de comunicación son fuente necesaria
pero interesada de información. Un tercio de los encuestados es además especialmente crítico
hacia el poder que están adquiriendo estos Gabinetes, cuyo trabajo llegan a considerarlo como
perjudicial. No se fían de sus informaciones y consideran excesiva su presencia en los medios.»
(Ramírez, 1995).
En nuestro campo, a esta desconfianza global se suma el recelo que suscita el gran número de comunicados emitidos desde empresas que hacen investigación finalista, dada su lógica
165
tendencia a acudir a los medios para publicitar sus resultados. El volumen de ingresos que
puede suponer una eficaz comunicación sobre estos logros favorece unas prácticas informativas
excesivamente agresivas y comerciales. Con tanto ruido no es fácil, en opinión de los propios
medios, separar el mineral de la ganga.
No nos debe extrañar, por tanto, que los responsables de ciencia de los medios comulguen con sus colegas de otras secciones en esta postura de desconfianza general hacia los gabinetes de prensa. Aun así, y aunque sea cierto que toda comunicación pretende lograr un efecto
interesado y favorable para el comunicante (H. D. Lasswell), ello no tendría por qué desembocar necesariamente en una falta de objetividad en la información emitida.
Bazas a favor de la comunicación científica
Por nuestra parte, tenemos cartas suficientes para jugar sin complejos: la ciencia es un
producto constatable y nada subjetivo. Sin juzgar en absoluto la intencionalidad y actitud de
otro tipo de gabinetes, como los ligados a ministerios, ciertas empresas, grandes grupos financieros, organizaciones sindicales, partidos políticos, etc., es más presumible la objetividad en los
comunicados científicos puesto que, por lo general, surgen de trabajos publicados previamente
en revistas profesionales con árbitros. Además, los resultados y los experimentos u observaciones en los que se fundamentan pueden ser constatados por otros grupos de investigación.
Mientras, por ejemplo, presenciamos discrepancias tan llamativas como pueriles entre los datos
que ofrecen un Gobierno y los sindicatos acerca del seguimiento de una huelga general, son aún
verdaderamente raros los casos de resultados engañosos registrados en el campo de la ciencia
y, más bien pronto que tarde, son denunciados desde el propio mundo científico.
Existe, además, otra diferencia significativa entre los logros de un centro de investigación o de una universidad y los de un laboratorio farmacéutico, por poner un ejemplo. Son los
científicos, más que el centro, quienes se sienten autores y propietarios de sus avances. Sus
hallazgos son el fruto de su trabajo en equipo. Los artículos son firmados no sólo por el investigador principal, sino por todos y cada uno de los integrantes del grupo de investigación; y
nacen y salen a la luz, por tanto, encarnados en sus autores que tienen nombres, apellidos y un
historial científico. Poco margen queda, pues, para la propaganda institucional en los comunicados, salvo el orgullo del centro.
Por el contrario, las nuevas tecnologías e innovaciones que consiguen las empresas se
muestran como logros de esas entidades. Sus resultados no tienen rostro. Los frutos de la
investigación, la tecnología aplicada o la innovación de una empresa son considerados propiedad exclusiva de la misma que es la que ha invertido en su búsqueda. Lo que interesa a la
empresa no es tanto dar a conocer a los autores, sino el lanzamiento del producto final y sus
bondades. No es de extrañar que sus comunicados publiciten especialmente la marca que lo
ha hecho posible.
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Mejorar las relaciones gabinetes-medios, un bien para todos
Merece la pena invertir en puentes para un mutuo entendimiento, por lo que primero
hay que reconocer cómo está la situación. Los medios de comunicación están saturados de
información, la investigación científica y tecnológica crece de manera exponencial y resulta
imposible a los periodistas, incluso a los especializados, tener conocimientos y criterio para proceder a una rigurosa selección de las noticias que reciben. «En ocasiones no sabemos si estamos
ante el hallazgo de un genio o ante un loco», comentaba un periodista científico refiriéndose a
algunos comunicados que llegan a las redacciones. Además, la obsesión por ser los primeros en
dar la noticia reduce el tiempo disponible para contrastar la información que les llega o averiguar lo que hacen nuestros investigadores sobre esas mismas materias.
El primer paso sería comprender, por ambas partes, que gabinetes y periodistas científicos estamos en el mismo barco y debemos remar en la misma dirección. El departamento
de comunicación de un centro de investigación es, de hecho, una longa manus, una delegación
funcional de los medios en el centro que les permite llegar donde ellos nunca podrían hacerlo. Con los departamentos de comunicación los medios disponen de una herramienta excelente para buscar y extraer materiales informativos de investigadores y resultados científicos y
tecnológicos que les serían del todo inaccesibles de forma directa. En definitiva, gracias a esos
departamentos, los profesionales de los medios multiplican su tiempo disponible y pueden
permanecer a la espera de noticias para seleccionar aquellas que les parezcan de mayor interés.
18.1.3. El departamento de comunicación, ediciones y divulgación (DCED):
objetivos claros y buenas relaciones
Los medios de comunicación no son instrumentos a nuestro servicio ni están obligados
a informar sobre aquello que a nosotros nos parezca interesante para sus lectores o audiencias.
Pensar lo contrario es comenzar con mal pie.
Si queremos que todo funcione, nuestra postura debe ser crear y desarrollar un departamento altamente especializado al servicio del centro, de sus investigadores y tecnólogos (función interna), pero orientado también a las necesidades de los medios de comunicación (función
externa).
Dicho esto, habremos de convenir en que, si ya es difícil despertar el interés del público
por los avances científicos, mucho más lo es cuando hemos de utilizar agentes interpuestos cuyo
interés por estas materias es sólo relativo. Si no logramos interesar previamente a los medios,
difícilmente estaremos presentes en ellos y, consecuentemente, no existiremos para sus consumidores, que no tendrán la oportunidad de ser nuestros aliados. El mensaje muere con la información no publicada.
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El gran mercado de la información está plagado de auténticas máquinas profesionales
de la comunicación que inundan agencias y redacciones con materiales de gran interés, al menos
aparentemente. Ocurre además, y no es de extrañar, que ante noticias importantes y de rabiosa
actualidad, el espacio reservado a la ciencia se vea reducido en pro de otras secciones.
Ante este panorama, analicemos algunos puntos que pueden ayudarnos a desarrollar
correctamente nuestra tarea.
18.2. Cómo colaborar con los medios
No es objeto de este documento insistir en cuestiones suficientemente tratadas por los
teóricos y profesionales de la comunicación que hablan en general de los gabinetes de las
empresas u otro tipo de organizaciones. Por consiguiente, si nos referimos aquí, por ejemplo, a
aspectos de la comunicación institucional, lo hacemos asumiendo las recomendaciones de esos
manuales y con la intención de acentuar sólo aquellos aspectos que son privativos de centros de
ciencia (y de tecnología) dadas sus particularidades para la comunicación.
18.2.1. El agente doble
El departamento necesita ser, simultáneamente, valedor de los intereses de los medios
frente al centro y los investigadores, y los representantes del centro frente a los medios. En
este necesario doble papel a jugar, resulta de gran valor que sepa recoger y trasladar al centro el interés y la visión de las redacciones que se erigen, con o sin razón, en representantes
de sus audiencias.
Este doble juego sólo funciona si el departamento acepta su verdadero papel y no pretende, por ejemplo, convertirse en el protagonista e intermediario obligatorio de este flujo y
reflujo de información e intereses.
Nuestro trabajo es convencer a científicos y tecnólogos de cómo informar de sus trabajos para que tengan interés y cabida en los medios. Hacerles ver el carácter decisivo del factor
actualidad, por ejemplo, y buscar en el resultado científico aquellos rasgos que puedan interesar a un público no experto, como son los posibles beneficios para el bienestar de los ciudadanos o las repercusiones que pueda tener en el tejido productivo. Estas llamadas al plano práctico no son tarea fácil, por lo que ya hemos hablado del largo plazo que necesita la investigación
básica para su aplicación práctica. Esa rabiosa actualidad, que exige de los medios cambiar los
titulares en pocas horas, se contradice con el tempus de la labor investigadora fundamental. Por
otro lado, la idea de que sólo lo extraordinario, lo novedoso o la catástrofe sean noticia tampoco facilita las cosas. Como es algo que no podremos cambiar, será mejor que contemos con ello.
La misión Apolo XIII sólo fue noticia cuando en la sala de control se escuchó el célebre mensaje: «Houston, tenemos un problema».
168
18.2.2. Dificultades para interesar a los medios en la actividad del centro
De la mano de la comunicación, retomamos aquí las dificultades para que los medios
se interesen por un centro investigador en ciencia fundamental. «¿Qué hacen ustedes?»
«¿Para qué sirve investigar en tal o cual materia?» Interesar a los medios de comunicación en
lo que hace el centro es llamar su atención sobre la importancia de la rama de la ciencia a la
que se dedica. En líneas generales, nos resulta más fácil explicar aquello que nos es más próximo. Las innovaciones tecnológicas resuelven problemas concretos o aumentan nuestra calidad de vida. Además, utilizamos los productos que las incorporan. Ello hace que nos interesen más y estemos dispuestos no sólo a pagar por su disfrute, sino a aumentar nuestro conocimiento sobre ellas.
Sin embargo, la ciencia básica, aunque sea el fundamento de la tecnología que permite esas innovaciones, es ingrata e incomprensible, razón por la cual resulta más difícil interesar a los medios en el trabajo de muchos centros públicos de investigación y en el de grupos
universitarios que centran su trabajo en materias de carácter fundamental, lejanas a una aplicación práctica.
Esta realidad hace complicado para el DCED explicar la utilidad global del centro y
describir su necesidad en la cadena ciencia básica-ciencia aplicada-desarrollo tecnológicoinnovación. El departamento debe diseñar estrategias para vender sin complejos el valor de la
investigación que lleva a cabo y mostrarlo como uno de los mejores servicios que puede prestar a la sociedad.
«La investigación científica tiene el gravísimo problema, el gravísimo handicap, de que
los resultados sólo se ven a largo plazo, no son rentables de forma inmediata. (...) Pero lo que sí
es cierto es que si no investigamos no mejoraremos. En España nos hemos acostumbrado a
tener un nivel de vida bastante elevado, sin investigación... Es como el que se hace rico de la
noche a la mañana especulando con el suelo y no ve la necesidad de ir a la universidad, de trabajar. Estamos haciendo un país rico, un país de alto nivel, sin base. Y eso nos va a pasar factura más pronto de lo que pensamos.» (Antonio Iglesias, 2001).
Queda sobradamente dicho que la ciencia fundamental es una inversión y una apuesta
necesaria y no un lujo inútil. Los centros de investigación científica y muchos grupos universitarios constituyen esa apuesta. Es eso lo que hay que saber explicar. La revista Science, al hablar
de cuestiones candentes para el año 2003, señalaba dos asuntos relacionados con el cambio climático y sus efectos: los glaciares de Groenlandia y la Antártida, y las relaciones entre la actividad solar y el clima de la Tierra; en sexto lugar situaba el seguimiento de la investigación de la
antimateria y, más en concreto, del antihidrógeno.
En el plano de la comunicación, los centros públicos de investigación, universidades y,
en general, los grupos de investigación tienen además otra desventaja: en nuestro mundo sólo
el éxito es noticia. Los fracasos, los caminos sin salida, aunque sean tan necesarios para el avan169
ce como los exitosos, no interesan a nadie. Son, sin embargo, el pan nuestro de la investigación,
la componente silenciosa, tan poco brillante como necesaria. Es la vertiente que nunca será
noticia porque nadie quiere conocer el esfuerzo que no recibe recompensa.
18.2.3. Un servicio especializado, rápido y profesional
Los medios tienen que encontrar en el DCED un servicio altamente especializado,
capaz de dar respuesta rápida a sus peticiones. Los medios informativos trabajan con prisa, al
ritmo que marca el cierre de cada número o programa, algo difícil de ser asumido en un ambiente investigador. El DCED debe estar preparado para dar respuestas asumiendo esta mentalidad: proporcionar información en clave de actualidad, complementar la información que haya
llegado al medio y necesite ser contrastada, facilitar el contacto urgente con un científico especializado en el campo que sea necesario o hacer llegar imágenes que puedan ilustrar un evento
concreto. Cualquier petición, aunque no sea producto de una comunicación propia, debe ser
atendida con rapidez y rigor. «Si a las ocho de la tarde te llega una información, de la que nadie
sabe de qué va, y no puede encontrarse un científico que la explique, la situación es similar a un
cataclismo, ya que no sabes qué hacer. Lo lógico sería no publicarla, ya que no estás seguro, pero
la publicas y más vale que no aparezcas por la redacción si te equivocas.» (Echevarría de la
Gándara, 1999).
En ocasiones se ha de alertar a los medios sobre eventos que pueden tener un interés
para el gran público ofreciendo nuestra ayuda y asesoramiento previos: eclipses, tránsitos de
planetas por el Sol, leónidas, máximo acercamiento de Marte, etc., por poner sólo algunos ejemplos de carácter astronómico.
18.2.4. El rigor, una inversión a largo plazo
El prestigio de un DCED, interno primero y externo después, se basa en el rigor. El
departamento es responsable de la veracidad y del rigor de la información que se emite. Si algún
investigador quisiera utilizarlo para lanzar informaciones no del todo contrastadas o rigurosas,
se le debería pedir que lo hiciese a título personal y bajo su responsabilidad, dejando claro a los
medios que se trata de una postura no institucional. No es necesario repetir aquí la actitud que
se debe tomar en el caso de que fuese la propia dirección del centro la que quiere utilizar el
DCED como instrumento de propaganda.
Los investigadores disponen frecuentemente de páginas particulares que cuelgan de la
web institucional. Deben incluir la advertencia de que sus contenidos, así como las posturas
científicas o de otra índole que contengan, son responsabilidad exclusiva de su editor.Algo similar puede ocurrir con las opiniones y teorías volcadas en entrevistas o artículos que los investigadores publiquen en los periódicos y que no representan una toma de postura oficial del cen170
tro. De todas formas, cuando hablamos de científicos serios y rigurosos, resulta inimaginable
que se pueda llegar a alguna situación comprometida para la institución.
No obstante, y puesto que hablamos muy en general, debemos tener en cuenta que el
afán por conseguir medios económicos para garantizar una investigación determinada en un
futuro inmediato puede llevar a algunos investigadores a lanzar noticias especialmente llamativas. Ya se ha hablado de ello y conviene estar alerta porque ya se atisban los brotes de un incipiente amarillismo en la comunicación científica que siempre estará reñido con la labor seria y
constante que se exige al mundo científico y al carácter de su información. Ello no es incompatible —también queda dicho— con la correcta utilización de muletillas lingüísticas y metáforas
que permitan captar la atención o resumir el fondo de la noticia a quienes no conocen el significado de los conceptos o términos especializados.
18.2.5. De titulares y contenidos
La nota o comunicado de prensa es el instrumento informativo por excelencia. El comunicado de prensa contiene exactamente lo que el departamento quiere emitir y lo hace además
con el lenguaje exacto que desea utilizar. Su destinatario, la agencia, el medio de comunicación
o el periodista especializado, cuando lo reciba podrá hacer lo que quiera con él: ignorarlo, reelaborarlo o completarlo. Pero el comunicado es la expresión insustituible de una entidad que
comunica. La información emitida debe ser un material masticado, pero será el medio el que
deberá rumiarlo para hacerlo suyo y darle el estilo final que requiere su público.
Numerosos estudios muestran la manera en que nos fijamos en las cosas, en cómo percibimos los colores o si nos fijamos más en el ángulo superior derecho de las páginas impares
del periódico o en el inferior izquierdo de las pares. Si nuestro comunicado no logra interesar
al responsable de la sección del medio, no se publicará o la veremos muy reducida y en un lugar
secundario. Estamos, pues, a expensas de que, una vez aceptada, nuestra información aparezca
de manera adecuada.
Al hacer zapping, con el mando a distancia en la mano, irrumpimos muchas veces en
programas de televisión sin haber asistido a su inicio. El impacto de las primeras imágenes
puede captar nuestra atención al instante y engancharnos al programa; en caso contrario, pasaremos a otro canal. Igual ocurre recorriendo las emisoras de radio. Por el contrario, nadie que
esté leyendo el periódico entrará en el contenido de un artículo o noticia sin haber leído previamente su cabecera.
Titular bien una información científica es resolver una ecuación de difícil solución. Algo
así como I = k (Et/Rt), porque se podría afirmar que el interés (I) que despierta la noticia en el
lector, además de depender de una constante (k), que indica el interés general de éste por la
rama de la ciencia sobre la que verse la noticia, es directamente proporcional a la espectacularidad del título (Et) e inversamente proporcional al rigor terminológico (Rt) con que dicho titu171
lar describe su contenido. En definitiva, el poder de captación del titular disminuye en la medida en que aumenta el rigor del lenguaje empleado.
El titular, que es la primera toma de contacto con la noticia, puede asustar al lector y animarle a pasar página. La solución puede estar en redactar notas con dos profundidades. Entre
el titular y la entradilla se puede construir un resumen muy divulgativo que llame suficientemente la atención sobre el contenido, invitando al lector a adentrarse en el núcleo duro de la
noticia.
18.2.6. El arte de la repetición
Por si ya tuviésemos pocas dificultades, sabemos que un receptor debe recibir muchos
impactos informativos sobre una misma materia antes de que comience a tomar conciencia de
su existencia. La publicidad sabe convertir en arte la reiteración. Marcas complicadas se repiten
identificándolas con imágenes para su mejor asimilación. ¿Cuántas veces habremos tenido que
visualizar y leer el nombre de Arnold Schwarzenegger, antes de identificar al personaje y saber
escribir y pronunciar su apellido correctamente?
No podemos pretender que ocurra algo diferente con nuestro vocabulario científico y su
significado. Salvo términos privilegiados por su acogida popular, como agujero negro, big bang,
quark, genoma, clonación, etc., habremos de llamar muchas veces la atención y desencadenar
una cierta persistencia terminológica y conceptual antes de lograr resultados positivos, teniendo en cuenta que, además, contamos con la desventaja del idioma. «El español está en crisis en
el mundo de la ciencia. El hecho de que la investigación científica no se encuentre entre las prioridades del país es una de las causas principales de este problema, así como la escasa presencia
de la lengua como asignatura en las carreras de Ciencia y el poco interés de los investigadores
para buscar términos castellanos equivalentes a los anglosajones.» Con estas palabras,
Rosa M. Tristán (2003) resumía una reunión de expertos sobre la crisis del castellano en relación con la ciencia. Según la opinión de José Manuel Sánchez Ron, recogida en el mismo texto,
para que el español adquiera presencia, además de convertirnos en productores de conocimientos que se bautizarían en nuestro idioma, es imprescindible que la ciencia y la tecnología penetren en la cultura de nuestra sociedad. Y como ejemplo baste la palabra SIDA, que en inglés se
conoce por sus siglas AIDS; o las siglas del ácido desoxirribonucleico: ADN para nosotros y
DNA para los anglosajones.
Así las cosas, producir y hacer llegar noticias científicas y técnicas haciéndolas asequibles no es suficiente. Hay que saber insistir tomando siempre motivo de la actualidad. Sólo una
inteligente explicación y reiteración puede permitir que se vaya instalando en los ciudadanos
esa base terminológica y conceptual que necesitamos introducir.
En resumen, el comunicado de prensa debe interesar por su actualidad, por su contenido y
por su lenguaje. De la misma forma, siempre que sea posible, debe buscar apoyos de interés en la
172
vida práctica y ligar los logros científicos a la solución de problemas de nuestra sociedad,
a la economía y la innovación. El conocimiento por sí mismo es ciencia descarnada de difícil venta.
Por otra parte, no esperemos que sean las agencias de noticias o los medios de comunicación los que hagan el trabajo de traducir los mensajes a un lenguaje coloquial, porque ése es
el trabajo del DCED y nadie mejor preparado que este departamento para hacerlo.
18.2.7. Aceptar los accidentes informativos
La información, una vez emitida por el departamento, cobra vida propia en manos de los
periodistas, de las agencias y de los medios. La experiencia dice que, en ocasiones, ocurren verdaderos accidentes cuyo resultado es difícil de corregir, porque, una vez impresa o emitida, la
noticia no da marcha atrás. En algunos casos, comunicados cuidados en todos sus extremos se
transforman inexplicablemente en noticias distorsionadas o erróneas. Es un misterio que nadie
sabe explicar. Así, por ejemplo, en un comunicado se explicaba que se iba a instalar en el
Observatorio Astrofísico del Roque de los Muchachos (La Palma, Canarias) el mayor telescopio solar del mundo. En la nota se explicaban las características técnicas del telescopio y la actividad científica que se desarrollaría con él. Pues bien, en la noticia impresa publicada por un
conocido diario nacional se informaba de que las excelencias de dicho telescopio eran tales que
«hasta podría observar el Sol durante la noche». Son accidentes que ocurren y que sirven para
constatar que la noticia, una vez emitida, puede emprender un camino propio sin que el emisor
(y en ocasiones el medio) pueda hacer nada por controlarla.
La misión del departamento es facilitar el trabajo, pero no debe intentar decirle al medio
cómo hacer el suyo. El divulgador Matt Ridely achacaba su éxito a un truco: «No hay que ser
paternalista con el lector, sino llevarle de la mano hasta las fronteras del conocimiento para que
eche un vistazo a lo que hay fuera. La ciencia de vanguardia no trata sobre el conocimiento, sino
sobre la ignorancia». Algo así es aplicable al hablar de los medios.
18.2.8. El apoyo gráfico
Siempre que sea posible se deben proporcionar imágenes para ilustrar los contenidos.
En ocasiones, son las propias imágenes la causa de la noticia, pero, por lo general, se hace
necesario generar estas imágenes en el ordenador o recurrir al dibujo para ilustrar un descubrimiento. Es innecesario insistir en este punto porque sabemos la ayuda que significa una
buena representación gráfica tanto si hablamos del ADN, de la «Cruz de Einstein» o de un
fractal.
Una de las funciones del departamento es determinar si las noticias necesitan ese soporte gráfico (fotografías, ilustraciones, etc.) para que se comprenda mejor su esencia. Aunque los
medios suelen contar con unos ilustradores excelentes, del centro emisor deben salir las noticias
173
ya ilustradas tras mantener un estrecho contacto con los autores de los descubrimientos. El
DCED, junto con los científicos y tecnólogos, son los más adecuados para lograr una buena simbiosis divulgativa entre la noticia y su explicación gráfica.
18.2.9. Simulaciones en 3D para la televisión
Las televisiones necesitan imágenes (reales o simuladas) en movimiento. En este caso
son estas imágenes las que mandan y los textos sirven de apoyo explicativo.
La gran mayoría de las veces no existirán imágenes reales y espectaculares. Por otra
parte, dado el ritmo con que se trabaja en la redacción de un medio televisivo y su desconocimiento sobre estas materias, resulta muy complicado que sea la propia cadena la que realice
esas simulaciones. Por ello, cada día se hace más necesario que el departamento sea capaz de
generar, con calidad profesional, sus animaciones 2D y 3D, sabiendo que en muchos casos van
a constituir el núcleo de la información para ser emitida en las televisiones.
En la práctica, dadas las herramientas informáticas que existen en el mercado y que permiten crear animaciones de suficiente calidad, es cuestión de disponer de la persona que se
especialice dentro del departamento para prestar este servicio. En otros casos se podrán contratar externamente los trabajos, ya que previsiblemente su costo se hará más asequible cada día
dada la proliferación de empresas y freelance que se dedican a estas tareas. Pero lo fundamental es que quien lleve a cabo las simulaciones trabaje codo con codo con el investigador principal implicado en el descubrimiento para que el resultado sea riguroso.
En ocasiones, también se pueden servir a las televisiones minientrevistas hechas a los
científicos responsables sobre el logro que estamos difundiendo, para así completar la explicación de las imágenes que describen el descubrimiento. Esta es otra razón para disponer de una
grabadora digital de suficiente calidad.
Lo importante es que el centro, siempre que sea posible, cuente con medios humanos e
instrumentales para generar las imágenes y simulaciones, con el fin de poderlas proporcionar
con la calidad necesaria y en formato profesional. Un centro con suficiente volumen puede
crear incluso un servicio multimedia para atender las necesidades de los científicos y suministrar este servicio también al DCED, concentrando así las inversiones en medios audiovisuales y
herramientas de animación digital.
18.2.10. Sobre las ruedas de prensa
Las ruedas de prensa deben ser convocadas únicamente con un motivo excepcional.
Imaginemos que el mismo periodista debe enfrentarse, un día cualquiera, a un político, al director de un hospital con el personal en huelga, a un futbolista recién traspasado y a un eminente
científico que sólo habla inglés y que se encuentra de paso en nuestro centro, con motivo de un
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congreso. Aunque nuestro ilustre huésped sea candidato al Premio Nobel, ¿no es pedir demasiado al periodista? Sin embargo, éste no es un caso exagerado cuando hablamos de lugares
donde los medios de comunicación cuentan con una escasa plantilla y carecen de personas especializadas en ciencia.
Dar la oportunidad a la prensa para que pueda charlar abiertamente con nuestro invitado es muy atractivo, pero para ello no es necesario convocar una rueda de prensa. Bastará con
alertar con antelación de la llegada de este científico, informar suficientemente de la importancia de su trabajo y ofrecer la posibilidad de organizar alguna entrevista con quien se interese por
hacerla. En todo caso, no debemos exponer a nuestro huésped a una rueda de prensa forzada, y
menos aún si no hemos proporcionado a los participantes una documentación previa que les
oriente sobre la relevancia de su trabajo científico y las preguntas que pueden tener sentido.
Igualmente, si la rueda de prensa tiene lugar con motivo de algún acto, ayudaremos
mucho a los representantes de los medios proporcionandoles previamente un comunicado que
resuma la razón que ha dado lugar a la convocatoria y una documentación que contenga los
datos más relevantes sobre la materia y los asistentes al acto.
18.2.11. Acceso directo de los informadores a científicos y tecnólogos
Un departamento bien gestionado debe saber desaparecer cuando llega el caso. Nada
más negativo que pretender ser el artista invitado y convertirse en un filtro obligatorio para protagonizar todo contacto entre los medios y los científicos. Es un grave error.
Hay encargados de prensa que entienden su papel como un enlace exclusivo y necesario entre los medios y el centro y sus investigadores, y convierten su misión en un feudo particular pensando que esta actitud les proporciona un importante poder. Si, además, este planteamiento fuese aceptado y utilizado por la dirección del centro, puede resultar doblemente pernicioso y crear recelos internos de cierta entidad. A la larga, esa utilización perversa del mecanismo de información terminaría saltando por los aires y haciendo un flaco servicio al centro, a la
dirección y a los investigadores. La política de comunicación nada tiene que ver con su utilización partidista por parte de la dirección.
El departamento debe favorecer al máximo que los medios establezcan sus enlaces
directos con aquellos científicos que les interesan, de tal forma que acudan directamente a ellos
con espontaneidad cuando quieran contrastar noticias, ampliar informaciones o conocer su opinión acerca de cuestiones de política científica u otros asuntos de interés.
18.2.12. El anuncio humano
Antiguamente el hombre anuncio transitaba lentamente por las calles embutido entre
dos tablones publicitarios. Hoy lo hacen con pantallas de plasma en la cabeza, en el pecho o la
175
espalda. Acontecimientos como una olimpiada se convierten en un mostrador de la última
moda de las cuatro marcas de ropa deportiva. El auténtico anuncio humano actual es el atleta,
el tenista de elite, el jugador de golf que gana uno de los grandes, el futbolista galáctico o el piloto de Fórmula 1. La notoriedad les convierte en un escaparate ideal. Ser el mejor, muy bueno o
sencillamente carismático proporciona un gran valor comercial que confiere un importante activo publicitario. Ser un valioso escaparate humano permite firmar contratos millonarios con las
firmas de moda, porque ponerse una gorra, utilizar una marca de botas de fútbol, jugar con unos
palos de golf o utilizar una raqueta de tenis determinada supone para el patrocinador miles de
millones en ventas. Su popularidad, además, hace que la audiencia esté pendiente de todo lo que
dicen o hacen. Nada de ellos pasa inadvertido. Interesan y venden.
Este fenómeno, no es exclusivo de deportistas, cantantes o estrellas de la pantalla: sirve
también para escritores de moda y científicos de prestigio que tienen un cierto calado popular.
En ocasiones, el milagro se produce de la noche a la mañana y el personaje da el salto a la notoriedad tras conseguir un premio que seguramente merecía desde hacía mucho tiempo, tras años
de permanecer en el anonimato. A partir de ese momento, su circunstancia cambia y todo interesa de él.
Lograda la popularidad, la audiencia se sitúa en una actitud mucho más receptiva y abre
sus mentes para escucharlos con entusiasmo. La celebridad de quien habla ilumina el entendimiento de quien escucha. Hay además científicos que poseen un auténtico don de lenguas. Son,
al menos aparentemente, comprendidos con independencia de la dificultad de sus mensajes. Sea
cual sea el origen de su carisma, lo cierto es que esos pocos, que parecen haber sido tocados por
esta gracia especial, son los predilectos de los medios de comunicación y del gran público.
Lejos de llamarnos la atención, o incluso escandalizarnos al constatar que el prodigio
logra efectos desproporcionados, nuestro deber es aprovechar al máximo las condiciones y oportunidades que, para la comunicación, ofrecen esas personas, y rentabilizar todo su potencial
divulgador. Ellos tendrán multitud de ocasiones de hacer llegar sus ideas (y tal vez las nuestras)
al gran público, porque de poco sirve que otros menos conocidos tengan también muchas cosas
que decir, si al fin y al cabo no disponen de la oportunidad y del necesario altavoz que presta la
notoriedad. Seguramente ni los medios ni el público les otorgará nunca la suficiente atención.
Al centro le interesa explotar las posibilidades divulgativas de sus científicos estrella y
comunicar así ideas que nunca serían escuchadas en boca de investigadores menos conocidos, y
todo ello en la certeza de que haber llegado a ser populares y tener carisma para la comunicación en absoluto supone (como algunos de sus colegas tienden a pensar) merma alguna en su
calidad investigadora. Desde Einstein, que decía que las teorías científicas deberían poderse
describir de forma tan simple que las pudiera entender un niño, hasta Hawking, se pueden citar
primeras figuras a las que les ha interesado, y mucho, la divulgación científica.
Pero estos talentos no son frecuentes. Sin llegar a su nivel, cada centro puede contar con
científicos de prestigio y con gancho popular suficiente para que, promocionados de forma ade176
cuada y una vez perdido el miedo escénico a las cámaras, puedan lograr un buen impacto en las
audiencias; y quién sabe si, tal vez algún día, alguno de ellos consiga el Nobel. «No hay nada
como tener el apoyo de un Premio Nobel para dar peso a nuestras argumentaciones sobre lo
que sea. La gente tiende a creer que cualquiera que haya recibido un Premio Nobel en cualquier
disciplina está facultado para decir cosas que valgan la pena sobre cualquier tema; este no suele
ser el caso, pero hay una gloriosa excepción: Murray». Son palabras del informático Cristopher
G. Langton hablando del físico teórico Murray Gell-Mann, que expresan la exagerada valoración y admiración popular que algunas veces puede producir estar en posesión del Nobel.
(Brockman, 1996).
18.2.13. El centro como asesor
Ocurre todos los días que, a través de los teletipos, procedentes de Internet o de las
agencias llegan a los medios noticias fechadas en los lugares más recónditos del planeta sobre
llamativos hallazgos científicos. Estas noticias, en ocasiones de apariencia espectacular, irrumpen en las redacciones y plantean dudas sobre su importancia real y exacto significado. Muchos
medios han pasado ya por la amarga experiencia de hacerse eco de informaciones descabelladas por no haberlas contrastado previamente de manera suficiente. Existe un estado de alerta
en los responsables de las secciones de ciencia que desean protegerse de ese incipiente amarillismo del que hemos hablado.
Por el contrario, en otras ocasiones, dado el prestigio de la fuente (nombre del centro en
el que se ha llevado a cabo la investigación, publicación en revista prestigiosa profesional, etc.),
no existe ninguna duda sobre la veracidad del hallazgo. En estos casos puede ocurrir que simplemente se desee ampliar el contenido del comunicado para saber si a la redacción se le escapan aspectos sobre su trascendencia, o conocer si hay científicos nacionales trabajando en las
mismas materias para valorar con exactitud su significado y consecuencias.
Por otra parte, somos exigentes con los medios, tanto con los de información general
como con los especializados en divulgación de la ciencia. «Los medios de divulgación científica
deben en lo posible contextualizar la información que proporcionan y no meramente comunicar unos resultados.» (del Pozo, 2004).
Nadie puede ayudar mejor en esta labor de contextualización y de asesoramiento que
los propios científicos. De esta manera, los centros de investigación son los referentes idóneos
para ayudar en las cuestiones que se relacionan con su rama de investigación.
Habitualmente este asesoramiento lo deben proporcionar los científicos de manera
directa. No obstante, en ocasiones, las consultas pueden ser contestadas de manera inmediata y
satisfactoria por el asesor científico del departamento o, por lo menos, hay que proporcionar
una primera valoración y dirigir los medios a los especialistas en la materia. La figura del asesor científico para cuestiones de divulgación (ver el apartado 18.2.13) ofrece también esta face177
ta externa de sumo interés. Está demostrado que cuanto mayor es la comunicación y la actividad divulgativa que despliega un centro también aumenta el efecto retorno que genera en los
medios y en la sociedad misma.
La figura del asesor científico para la divulgación ofrece a los clientes externos la ventaja de la inmediatez. Su función, además de garantizar el rigor de los productos informativos del
centro, se extiende a desarrollar un auténtico servicio externo de asesoramiento directo poniéndose a disposición de los medios para aclarar sus dudas más elementales y derivando al especialista más adecuado aquellas consultas que requieran una mayor atención. Es parte de su
misión, además, contestar a las innumerables cartas y llamadas de aficionados y curiosos en las
que plantean sus dudas, teorías y demás. Es una labor trabajosa, pero es también un servicio útil
que el centro puede proporcionar a los medios y a la sociedad.
La figura y el papel del asesor científico ha sido recogida por Carlos Elías (2000) en su
tesis doctoral bajo la denominación de emisor secundario.
«El problema se agrava porque normalmente el periodista acude a entrevistar a un científico que ha logrado un resultado relevante en un área muy concreta de la ciencia. Su dedicación de doce horas diarias al mismo asunto durante muchos años le hace perder el contexto de
la realidad, no ya respecto a la sociedad en general sino respecto a la generalidad científica. Este
conflicto debe resolverse si se quiere lograr una comunicación científica adecuada. Para ello,
creemos conveniente proponer un nuevo modelo de comunicación, en el cual exista la posibilidad de que el divulgador tenga dos emisores: el que realiza la investigación y el que traduce lo
que eso significa, con lo cual el modelo clásico de Jakobson podría ampliarse. Esta situación de
incluir dos emisores de la información —uno que da la información y otro que la traduce al
periodista, quien a su vez continúa con el proceso de traducción al público— se produce, en la
práctica, cada día con más asiduidad de la que en principio parece. Así, el Instituto de
Astrofísica de Canarias (IAC) pionero, entre otros muchos aspectos, de aquellos relacionados
con la comunicación de su trabajo, ha creado la figura del “asesor científico” (...), que no es otra
cosa que un científico con especial habilidad para explicar los términos astrofísicos. Cuando el
periodista ha finalizado su entrevista con el científico autor de la investigación concreta por las
que su medio de comunicación se ha interesado, es recibido por el “asesor científico” a quien el
periodista le cuenta, a modo de resumen, lo que ha “entendido” de su entrevista con el científico, emisor primario.»
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SEXTA PARTE
Estrategia sin intermediarios
19. Acciones face to face
E
l periodismo científico no tiene la exclusiva de la información y menos de la divulgación científica. Fácilmente pensamos que los medios de comunicación son el único
camino para hacer llegar nuestros mensajes. No obstante, nuestra actividad desde el
departamento no puede terminar en la información a través de la prensa. Es más, incluso
cuando nos reducimos al campo de lo estrictamente informativo, resulta muy importante
tener una visión realista del papel que juegan los medios de comunicación en todo esto, porque, en el momento en el que nuestros mensajes salen de nuestras manos, dejamos de controlarlos. En la comunicación —y la ciencia no se salva de esto— las agencias y los medios
juegan su propio papel. No son agentes inertes: toman postura respecto a los centros, a los
científicos y tecnólogos, y también se posicionan frente a la política de los gestores públicos
sobre estas materias. Por encima de su usual buen trabajo, los medios no dejan de ser cintas
transmisoras que pueden enriquecer, empobrecer o ignorar la información que les llega. En
este sentido, los medios de comunicación unen, pero también establecen distancias entre los
centros y sus públicos. Con una visión un tanto radical y pensando en la política, el filósofo
Gianni Vattimo (Turín 1936) fustigaba a los medios en un entrevista: «Hay una anécdota de
un relato de ciencia-ficción, creo que de La guerra de los mundos, que es muy pertinente en
este sentido. El que finalmente ganaba era el que todavía sabía calcular con los dedos. El que
no necesitaba de ningún artilugio mecánico. En estos momentos es imprescindible en política recuperar la comunicación directa porque los medios están corrompidos. Es necesario ir
de casa en casa y, a ser posible, con la imaginación, el entusiasmo y la libertad de los viejos
anarquistas.» (Rojo, 2004). Nos vendría bien algo de este entusiasmo idealista para aplicarlo a la comunicación directa de la ciencia.
A través de los medios nos dirigimos al público consumidor ligado a periódicos, revistas,
televisiones y radios. A través de Internet elegimos colectivos de destinatarios que nos interesan, a los que seleccionamos previamente y que, al suscribirse a nuestros servicios, muestran un
interés efectivo en aquello que les hacemos llegar. En este capítulo se proponen estrategias
complementarias, basadas en acciones que buscan el contacto directo del público con el centro.
Veamos los objetivos y ventajas de estas acciones que denominamos cara a cara y no olvidemos
que precisamente pueden ser los periodistas científicos los primeros destinatarios de estas
acciones. En este tipo de acciones es el público el que nos elige y selecciona.
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19.1. Al intelecto por los sentidos
El contacto directo proporciona elementos fundamentales para entender los mensajes.
Simplemente el tono de voz o el gesto de nuestro interlocutor ayudan a interpretar el verdadero sentido o la intención de sus frases. Estos ingredientes transmiten, además, emociones y sentimientos que se ocultan bajo las palabras. Algo parecido nos ocurre cuando podemos ver y
tocar las cosas. Necesitamos humanizar la ciencia, hacerla asequible y, si es posible, divertida.
El conocido principio nihil est in intellectu, quod prius fuerit in sensu (nada hay en el intelecto que no haya pasado antes por los sentidos), con el que el filósofo empirista británico John
Locke (1632-1704) recoge la tradición escolástica, tiene mucho que ver con este capítulo. No es
momento de entrar en disquisiciones filosóficas sobre si la experiencia sensorial puede presumir de una prioridad lógica además de una prioridad temporal; ni tampoco discutir acerca de
los posibles errores en el conocimiento científico a los que puede inducir la simple observación
sensorial. Nos interesa la capacidad de los sentidos para animar y preparar al intelecto a prestar atención y entender mejor los conceptos, debido a esa maravillosa unidad del ser humano;
es decir, nos interesa cómo la vivencia que proporciona el contacto directo con el centro, con
sus medios instrumentales —especialmente si se trata de grandes instalaciones— y, sobre todo,
con los científicos, puede facilitar de manera decisiva una mejor comprensión de las ideas que
se quieren transmitir.
El DCED debe responsabilizarse de diseñar y poner en marcha acciones en las que precisamente se busque el contacto directo del público con las actividades del centro y con sus
equipos de investigación.Tenemos en la manga, además, una carta que puede facilitar mucho las
cosas: la actitud casi reverencial de la mayoría de las gentes hacia el mundo de la ciencia, sus
instrumentos y los científicos a los que no dejan de considerar seres tan exóticos como superiores. Esta cierta mitificación del ámbito científico-técnico se convierte así en una baza favorable,
si se juega bien la mano.
19.2. Facilitar el cuerpo a cuerpo con los científicos
Una buena estrategia pasa por facilitar el contacto directo con los científicos y tecnólogos. La investigación también es pasión. Las acciones cara a cara, además de provocar emociones propias, buscan que los científicos tengan que explicar las cosas directamente al gran público. Aunque no todos sirvan para ello, muchos de los científicos, incluso los más abstractos, son
capaces de transmitir su pasión por la ciencia y de comunicar las emociones que rodean sus
logros.
Paul Davis describe «cómo algunos científicos y matemáticos declaran haber tenido intuiciones reveladoras repentinas afines a las experiencias místicas». Y cita la experiencia que narra
Fred Hoyle: «Así como la revelación de Pablo sucedió en el camino de Damasco, la mía tuvo lugar
182
en la carretera de Bowes Moor. Normalmente, necesito escribir las cosas en un papel ... Mas, en
algún lugar de Bowes Moor, mi consciencia matemática se iluminó, pero no un poco, ni siquiera
mucho, sino como si se encendiese de repente una luz brillando en lo alto. El problema en el que
llevaba tiempo trabajando, que exigía manejar matemáticas desalentadoras, había quedado
resuelto mientras conducía, sin necesidad de papel ni de juguetear con ecuaciones». (Davis, 1996).
Davis recoge experiencias similares de Roger Penrose, Kurt Gödel y Dick Feynman. En
el contacto directo con algunos científicos, el público suele percibir la emoción que proyecta un
investigador que se apasiona con su tarea y que tantas veces ha llegado incluso a experimentar
sensaciones únicas con sus descubrimientos.
Por otra parte, la investigación produce, a veces, interesantes y curiosos personajes. Tal
vez sean precisamente ese exotismo y su peculiar manera de ver la vida los que les lleve a dedicarse a la ciencia. Aunque nadie pretende que el público acuda a un centro de investigación con
el mismo espíritu con el que visita un zoo; hemos de reconocer que resulta inevitable aprovechar la curiosidad que despierta todo lo que rodea al mundo de la investigación y a quienes en
él trabajan. En todo caso, y si bien es cierto que sólo algunos científicos son verdaderamente
extravagantes, para el gran público suele resultar novedoso estar en contacto con personas que
dedican su vida a la investigación y conocer de cerca sus herramientas de trabajo.
«En lo que respecta a mi persona, voy tirando, intento mantenerme sano, criar a mis
hijos y ganarme la vida». Son palabras de J. Doyne Farmer, físico y pionero en el estudio de la
teoría del caos, profesor en el Instituto de Santa Fe y cofundador de la firma inversora
Prediction Company. Pues bien, este personaje no oculta, por ejemplo, que hubo un tiempo en
el que, con otros colegas de la especialidad, trazó un plan cuyo objetivo era servirse de las leyes
de Newton para ganar dinero con la ruleta. Precisamente fue este juego el que le proporcionó
«...una percepción profunda del problema de la predicción y la forma curiosa en que un sistema físico aparentemente simple puede llegar a ser sumamente difícil de predecir».
Afortunadamente para los casinos, «...la dificultad de ganar dinero con la suficiente regularidad
y la necesidad de apuestas lo suficientemente altas» le impidió ganar demasiado dinero.
Más allá de la anécdota, la peripecia vital de algunos científicos y su capacidad para ver,
en este caso, más allá de la ruleta para estudiar el azar en el que se basa, resulta una de las fórmulas más directas de interesar a los ciudadanos en su actividad.
19.3. Centros visitables y entendibles
Partamos de un axioma: la mayoría de nuestros centros de investigación, dentro de sus
posibilidades objetivas, han hecho lo que tenían que hacer: investigación de calidad. Prueba de
ello es la considerable aportación de algunas de las ramas de la investigación nacional al conjunto de la producción científica mundial. Después de haber hecho lo más difícil, se merecerían
que, de una vez por todas, nuestro país destinase a la I+D (y se omite premeditadamente en este
183
caso la «i» final de innovación para no distraer) el porcentaje del PIB que reiteradamente se
viene prometiendo desde hace años.
Dedicados exclusivamente a su objetivo investigador, los centros y las universidades han
sido almacenes de ciencia a los que el público tiene difícil acceso. Incluso visitando estos centros, sería difícil hacerse una idea de los tesoros científicos que pueden existir en su interior.
La sociedad se merece algo más. Ha llegado la hora de que los centros, además de ser
lugares de trabajo, tengan también algo de escaparates, y que expongan de manera atractiva y
entendible lo que son, los medios que utilizan, cómo funcionan, lo que hacen y para qué sirve
lo que hacen.
En nuestros días, los organismos de investigación necesitan ser transparentes, acercarse
al público y buscar su apoyo, cara a cara sin intermediarios. Los institutos no pueden ser submarinos que de vez en cuando lancen al exterior misiles informativos mientras permanecen
sumergidos el resto del tiempo; deben salir a la superficie y abrir sus compuertas para ser visitados.
Cada cual debe buscar la mejor manera y las actividades más adecuadas para conseguirlo. En ocasiones, se debe comenzar por aprovechar los pasillos y las paredes desnudas del edificio que los alberga para instalar paneles gráficos, explicativos, que expongan el programa de
investigación, los medios, los cuadros dirigentes, su organigrama funcional, sus logros más destacados. Quienes visiten el centro, o deban acudir a él, podrían salir con una visión más definida de sus fines y de su actividad.
También, en alguna sala de espera u otra estancia adecuada, será posible instalar una
pantalla donde proyectar los audiovisuales corporativos o colocar pupitres electrónicos que
permitan navegar al visitante por la web del centro. Pero no es cuestión de describir formas concretas de llevar esto a cabo cuando debe ser el propio centro el que las diseñe y realice de acuerdo con su entidad.
19.4. El valor de las vivencias personales
Dar prioridad a la gente joven es una buena política. Además de las jornadas de puertas
abiertas que se organicen para el gran público, disponer de un sistema de visitas programadas
para los centros escolares es una inversión de futuro y una ayuda inestimable para los profesores, ya que es una manera de estimularlos en su difícil tarea de enseñar ciencias.
Un ejemplo: de las personas que visitan un observatorio astronómico, la gran mayoría
sigue pensando que el astrónomo aún continúa mirando por «el canuto». Permanece la cultura
de que el ojo del observador forma parte todavía del instrumento, cuando es bien conocida la
enorme limitación del ojo humano y la necesidad de utilizar todo tipo de detectores para registrar longitudes de onda que escapan a nuestra vista. Acercarse a un moderno telescopio permite al visitante cambiar su cultura y entender mejor cómo se observa hoy en día el Universo y
184
entender después mucho mejor las informaciones que sobre estas materias pueda leer en los
periódicos, escuchar en la radio o ver en televisión. Por ello, no es lo mismo contemplar la foto
de un telescopio que visitarlo y palpar así su enorme sofisticación técnica, como tampoco es igual
ver una foto de un virus a que el científico nos cuente en directo la complejidad de mundo viral,
y ver el lanzamiento de un cohete en la pequeña pantalla que asistir al mismo en directo. Las
emociones forman parte del sistema de aprendizaje y ayudan a entender y dimensionar las cosas.
En resumen, palpar la realidad, recibir in situ las explicaciones de científicos o tecnólogos,
y percibir su pasión por la investigación constituyen una de las mejores herramientas para entender ideas que antes parecían abstractas y demasiado lejanas.Aunque también podría ocurrir que el
visitante se desencantase al entrar en contacto con la realidad, siempre será positivo que conozca
más de cerca el entorno real del investigador y, en todo caso, perciba por sí mismo sus problemas.
19.5. Los centros de visitantes
Ni los investigadores deben encerrarse en su torre de marfil, ni las grandes infraestructuras científicas deben ser fortalezas inasequibles a la sana curiosidad de los ciudadanos.
Las grandes instalaciones científicas (y las no tan grandes) suponen una inversión sustanciosa y despiertan un interés especial. Esas instalaciones deberían contar con infraestructuras o sistemas para abrirse a la sociedad y, de manera especial, a su entorno social inmediato o
incluso a colectivos de turistas cuando la instalación se encuentra en lugares que son destino
turístico de importancia.
En efecto, existen sobradas razones para ver con esperanza la creciente demanda de un
tipo de turista que está interesado en conocer esas grandes instalaciones científicas: observatorios astronómicos, aceleradores de partículas, grandes excavaciones arqueológicas, centros de
investigación ligados a la construcción de obras públicas, parques eólicos, supercomputadoras,
etcétera, que se convierten así en agentes vivos de la cultura cientifico-técnica. Conocer de
manera directa su actividad es una muy buena manera de divulgar la ciencia, al tiempo que se
satisface la demanda de unos visitantes a los que debemos cuidar.
Si, como es lo usual, las instalaciones científicas no reúnen los requisitos para acoger sin
más este tipo de visitas, es aconsejable que cuenten con centros de visitantes, bien dimensionados y dotados, que expliquen la instalación y permitan organizar desde ellos las visitas sin entorpecer su normal funcionamiento. Cuando existan zonas que resulten inaccesibles a los visitantes, se pueden instalar redes de webcams de calidad para transmitir las imágenes al centro,
gobernándolas desde éste, lo que permitirá dar explicaciones sobre imágenes reales y completar el recorrido a las zonas visitables.
En cualquier caso, toda moderna instalación científica debería ser proyectada para que
pueda ser visitada y explicada. Este aspecto tendría que ser parte del proyecto y constituir uno
de los desafíos propios de la instalación.
185
19.6. Si la montaña no va a Mahoma...
No podemos pretender que sea tanta la gente que se desplace a lugares lejanos para visitar nuestro centro o pasear por una gran instalación. Sin embargo, cada día se celebran más
ferias, exposiciones y muestras, jornadas de puertas abiertas, de ámbito nacional o regional, en
las que la ciencia y la tecnología son su tema central. Es una buena ocasión para que los centros, institutos, fundaciones y empresas relacionadas con la investigación se hagan presentes
dándose a conocer mejor. Aunque a veces se trate de ferias muy localistas, es una buena oportunidad para colaborar con los organizadores y acercarse a núcleos de la población que, de otra
manera, no tendrían la posibilidad de conocernos.
No resulta demasiado costoso disponer de una exposición desmontable, fácil de trasladar, para atender estas demandas. Elementos como el vídeo institucional, folletos de gran difusión, ordenadores conectados por Internet a la web, etc., pueden complementar el impacto en
los visitantes, máxime si nuestra página muestra una visita virtual al centro y sus instalaciones e
imágenes sobre su actividad. Un buen ejemplo de este tipo de eventos es la muestra «Madrid
por la Ciencia» que todos los años organiza la Comunidad de Madrid.
En la medida de lo posible, en ferias como la citada y pensando en los visitantes más
jóvenes, será muy conveniente asistir con cosas vivas, montar talleres, etc., mostrando la parte
divertida y curiosa de la ciencia y la tecnología.
19.7. El capital de las web paticulares
No es bueno que el departamento lo haga todo. Necesitamos crear también una cultura
de implicación directa de los investigadores en la divulgación. En este sentido, las web particulares de algunos científicos contienen una sección divulgativa de lo que hacen en su proyecto de
investigación y constituyen un capital muy interesante. Cada uno puede expresar su particular
manera de difundir su trabajo y buscar caminos originales, muchas veces poco convencionales,
para relacionarse con el público que sintonice con su página.
El futuro de más de una de estas páginas será el de llegar a convertirse en un blog con
todas las posibilidades que ello entraña. En todo caso, esta vitalidad que entrañan las páginas
personales, es algo a fomentar y no a limitar. Es una buena oportunidad, además, para dar cauce
a aquellos investigadores y tecnólogos que constituyen el colectivo contestatario sobre la manera de hacer las cosas por parte del DCED porque, con toda seguridad y, por muy bien que lo
haga el departamento, nunca lloverá a gusto de todos.
186
SÉPTIMA PARTE
Los otros desafíos
20. Formar comunicadores en ciencia y tecnología
L
a divulgación científica se puede abordar desde las dos orillas: especializando en ciencia
a los profesionales de la comunicación o enseñando a comunicar a aquellos científicos y
tecnólogos que tengan interés y aptitudes. Este asunto ya fue tratado, en parte, al hablar
del perfil del responsable del departamento (apartado 13.5). Pero ahora lo que nos planteamos
es el origen y la formación de los comunicadores.
Hay opiniones para todos los gustos. Sin excluir la existencia y necesidad de buenos periodistas científicos, entre los investigadores existe una idea generalizada de que los mejores divulgadores sólo pueden salir de sus filas.Y ello porque la ciencia es cada día más amplia, de manera que
difícilmente una misma persona puede abarcar el inmenso panorama de la ciencia actual y menos
sin haber estudiado previamente, al menos, una carrera científica o haber cursado una ingeniería.
La otra dimensión, la técnica para comunicar, se percibe como algo más fácil de adquirir.
Divulgar exige primero comprender algo bien, para después darlo a conocer a los demás
en un lenguaje asequible. No resulta nada fácil para un mismo periodista escribir sobre física
cuántica, inteligencia artificial, medicina, nanotecnología, astrofísica o biología molecular. Sólo
lo harán bien unos pocos privilegiados. Si, como ocurre en otras materias o secciones (economía, política, cultura, internacional, deportes, etc.), los periodistas necesitan una especialización,
mucho más necesario se hace en nuestro caso. Los informadores generalistas, es decir, aquellos
que no se especialicen, tendrán un difícil futuro en el campo del ciencia y la tecnología. Sólo la
capacidad para entender suficientemente la ciencia, y una buena especialización para saberla
explicar, pueden lograr buenos comunicadores desde el lado del periodismo.
Por otra parte, de las filas de los científicos han salido grandes divulgadores que aportan
además la fuerza de quien habla de lo que sabe y está haciendo. Para ello no hace falta llegar a
ser un científico famoso, sino contar con un título universitario en alguna rama de las ciencias y
demostrar suficientemente su capacidad para dedicarse a un amplio abanico de actividades de
divulgación. Con aptitudes, estudio y una buena formación pueden ser también unos magníficos comunicadores.
En definitiva, es una cuestión de compensar la deficiencias de partida con una verdadera
vocación, aptitudes y preparación. Hoy en día, en el siglo de la ciencia y la tecnología, es llamativo y preocupante que sean tan escasos los periodistas que se especializan en el campo de la ciencia y sigan viendo en la política, la economía, el cotilleo o los deportes su campo ideal de trabajo.
189
20.1. Formar periodistas
Las vocaciones para el periodismo científico serán escasas si no se fomentan en las facultades de Ciencias de la Información. Para que surjan estas vocaciones se hace necesario que en
sus planes de estudio se contemple esta especialidad, algo que hoy por hoy no se hace. La ciencia y la tecnología, además de ser materias de especialización más difíciles, no se ven como salidas para la mayoría de los periodistas.
No obstante, la existencia de másters en Comunicación de la Ciencia en Barcelona,
Madrid, Salamanca, etc., con numerosos alumnos, revela que es un campo emergente, aunque
tiene un mayor éxito entre licenciados de otras carreras que entre los procedentes de las facultades de Ciencias de la Información.
Tal vez sea ir demasiado lejos, pero no es mala idea tender cables de contacto para
acercarse a las facultades de Ciencias de la Información y hacer ver la conveniencia de
impulsar estas vocaciones en los planes de estudio. Conectar con los decanos o con algún
profesor de la facultad interesado en estas materias pude ser un buen camino. Dar charlas,
ofrecer becas de formación a los alumnos de los últimos cursos durante el período estival
para realizar las prácticas en el DCED de un centro de investigación, impulsar que algunas de las prácticas de redacción se hagan sobre las noticias o actividades del centro, proponer que los alumnos puedan hacer reportajes en base a la página web del centro, etc.,
pueden ser otras formas de acercar la institución a una facultad. Pero, claro está, sólo se
podrán impulsar estas acciones si el DCED tiene entidad suficiente para poder cumplir
con las propuestas.
La divulgación científica y tecnológica es un mercado con un gran futuro profesional
que aún no ha explotado. Es interesante que los alumnos de los últimos años de carrera en la
facultad conozcan las opciones de trabajo futuro que les puede abrir el periodismo científico,
porque cada día serán más numerosos los puestos de trabajo relacionados con la divulgación de
la ciencia, la tecnología y la innovación. Y no sólo en el campo del puro periodismo. La producción de documentales científicos, programas de televisión y otras modalidades abre una buena
expectativa a los alumnos que hayan elegido la rama audiovisual.
20.2. Preparar científicos para que divulguen
Es la otra cara de la moneda. Hay que dar la opción a los científicos, con afición y aptitudes, para que mejoren su formación y técnica con el fin de poder divulgar mejor las materias
de su especialidad. No es descartable que el departamento organice cursos especializados para
enseñar a escribir de forma atractiva y asequible, y dar charlas, o para enseñar estrategias
didácticas o técnicas de expresión para enfrentarse a las cámaras de una televisión o al micrófono de una radio.
190
Una vez más, es cuestión de hacer una labor previa interna para que los investigadores
con aptitudes que estén interesados en la divulgación reconozcan la necesidad de formarse para
mejorar sus capacidades.
Llegando a estos extremos, no nos debe extrañar si un colectivo de investigadores nos
recuerda que un centro de investigación está para hacer ciencia y no para otra cosa. Esto es verdad. Pero también lo es que, en torno al centro (y más si éste forma a investigadores a través de
cursos de doctorado y dirigiendo sus tesis) suele existir un colectivo humano con un potencial
excelente para ser utilizado en la divulgación. En definitiva, inculcar a los jóvenes investigadores, desde un principio, la afición por divulgar los resultados, sin dañar para nada la calidad de
su investigación es una de las inversiones más rentables. Tal vez no será uno de los objetivos del
centro como tal, pero si queremos conseguir que el panorama de la divulgación pueda cambiar
en pocos años, habremos de poner en marcha acciones de emergencia, y ésta es una de ellas.
191
21. Libros y literatura de divulgación
L
os libros de carácter divulgador escritos por científicos son el mejor arranque para extender sus ideas y dar a conocer su trabajo. Constituyen un almacén de materiales que sirven para elaborar otro tipo de literatura divulgativa, artículos en publicaciones, capítulos
de libros de texto, etc. En ocasiones, dependiendo de diversos factores, constituyen éxitos editoriales que prestigian aún más a su autor. Una de las grandes ventajas de los libros es que el científico elige el estilo y grado de rigor que desea aplicar, sin depender de intermediarios ni presiones externas, salvo las recomendaciones que le pueda hacer su editor.
La encomiable voluntad de Stephen W. Hawking para hacer llegar sus ideas a grandes
sectores del público queda reflejada en la página de agradecimientos con que da comienzo su
famosa Historia del Tiempo. Dice Hawking: «Pero la ciencia moderna se ha hecho tan técnica
que sólo un pequeño número de especialistas son capaces de dominar las matemáticas, de tal
manera que las personas sin una educación científica las puedan entender. Esto es lo que he
intentado hacer en este libro. El lector debe juzgar si lo he conseguido». Y continúa: «Alguien
me dijo que cada ecuación que incluyera en el libro reduciría las ventas a la mitad. Por consiguiente, decidí no poner ninguna en absoluto. Al final, sin embargo, sí que incluí una ecuación,
la famosa ecuación de Einstein, E = mc2. Espero que esto no asuste a la mitad de mis potenciales lectores». (Hawking, 1988).
Albert Enstein (1879-1955) ha sido otro de los grandes científicos que se preocupó de
divulgar sus ideas. Y como destaca Xavier Roqué (2002) en su artículo «Einstein como divulgador científico», una de sus notas más llamativas «...es la inmediatez. Einstein escribió su obra
de divulgación más elaborada y ambiciosa a los pocos meses de completar la teoría general de
la relatividad, antes de que la teoría contara con una sólida base experimental y el favor mayoritario de los físicos». Esto exige valor y osadía.
En el citado número de Quark (Roqué, 2002), dedicado a los «Divulgadores de la ciencia»,
podemos encontrar referencias históricas suficientes para comprender que ciencia y divulgación
no son términos excluyentes para un número de científicos que va en aumento y que se sienten
animados a escribir libros, que son cada día mejor vistos por las editoriales especializadas.
También sería interesante que los investigadores escribiesen más artículos en periódicos
y en revistas de divulgación científica. Éstas, aunque escasas en nuestro país, son otro vehículo
importante para acercarse a un público que muestra cada día un mayor interés.
193
La literatura de ciencia ficción no es objeto de este documento. Nadie puede negar, no
obstante, su importancia e incluso la influencia que ha tenido, en ocasiones, en la propia investigación. «La ciencia ficción es a la sociedad lo que la imaginación a la persona», afirmaba el
escritor del género Vernor Vinge (Antón, 2002). Y en una reciente entrevista grabada y aún
inédita, Arthur C. Clarke decía que «la principal función de la ciencia ficción era prevenirnos
del futuro». En todo caso, es otra forma, a veces muy inteligente, de transportar al lector a un
mundo de nociones científicas llamativas.
A este tipo de literatura habría que sumar el género que se ha denominado divulgación
novelada («El mundo de Sofía», «El viaje de Teo», «Genoma», «El diablo de los números», etc.),
cuyos títulos son citados frecuentemente por suponer un auténtico fenómeno editorial.
194
22. Aprovechar el potencial divulgado
de los científicos que abandonan
la investigación en activo
O
tro desafío que deberíamos plantearnos es el de cómo aprovechar el enorme potencial
de quienes, por edad u otras razones, se retiran de la investigación en activo, pero conservan su enorme capital de conocimientos y la ilusión por transmitirlos a los demás.
Forma parte de la naturaleza humana sentir en la madurez un deseo más intenso de prolongarse en el tiempo, de transmitir los conocimientos y las experiencias propias a los demás, de
trascender así los límites del propio yo. Hay quien escribe sus memorias contando su recorrido
profesional y humano, o vuelcan en libros la ciencia que han hecho, convencidos de que las buenas publicaciones, además de llamar la atención sobre esas materias, producen una cascada de
materiales divulgativos que bajan progresivamente de dificultad mientras se acercan al público
menos culto.
Las sociedades más evolucionadas son aquellas que saben aprovechar mejor sus recursos. El capital humano es el mejor de ellos y, sin embargo, no es difícil comprobar cómo los países más avanzados no saben rentabilizar a veces las enormes posibilidades de los científicos y
profesionales que se retiran o llegan a la edad de jubilación. Escribir libros o colaborar en revistas de divulgación científica no es el único camino para aprovechar su potencial.
En esta línea y a pesar de la dificultad conceptual que entraña la ciencia que puede superar incluso la complejidad de su formulación matemática, algunos científicos retirados no se
sienten desanimados y ponen su imaginación en marcha para transmitir sus conocimientos
directamente a otros ciudadanos. Es el caso de Leon Lederman, Premio Nobel de Física (1988).
En una entrevista contaba su dedicación al Programa Tams (Teachers Accademy for
Mathematics and Science), que desarrolla su actividad en barrios deprimidos de Chicago. «Nos
concentramos —dice— en el mayor problema: la escuela primaria, donde la preparación de los
profesores en ciencias y matemáticas es muy pobre. Sin embargo, los niños son excelentes científicos: hacen preguntas, que es lo que hace un científico. Lo maravilloso es que ésta es una de
las mejores vías para interesar a los niños en el aprendizaje, porque la forma en que enseñamos
ciencia a los muy pequeños es jugando, y eso es divertido. Llevamos 10 años con este programa
y los resultados son espectaculares.Tams tiene ahora 65 profesores y estudiantes de universidad
dedicados a enseñar a los maestros.» (Rivera, 1999).
195
23. Apoyo al profesorado de enseñanza media
C
uando hablamos de la escasa cultura que tiene nuestra sociedad en relación con la ciencia, volvemos con frecuencia nuestra mirada a las deficiencias de los planes de la enseñanza media o a la falta de apoyo, formación, ilusión y medios de muchos profesores
para impartir las materias de ciencias durante esta etapa.
A ello se refiere una cita expresiva de Simon White, director entonces del Instituto de
Astronomía de Cambridge: «La ciencia forma parte de nuestra cultura general. Debe estar contenida en la educación que recibimos desde la infancia, y esta educación ha de centrarse en el
método científico de análisis y resolución de problemas así como en los hechos científicos. La
ciencia debería enseñarse como un medio para conocer mejor el mundo, para entender su funcionamiento, para acercarnos a la belleza que yace en su combinación de complejidad y simplicidad y para apreciar hasta qué punto el ser humano puede abarcar y manipular su entorno. Es
importante aprender el escepticismo científico y entender la naturaleza de la verdad y el argumento científico, pues, de lo contrario, es imposible emitir juicios razonados ante la avalancha
de argumentos técnicos parciales que los intereses gubernamentales y comerciales presentan en
los medios de comunicación. Los medios de comunicación no deben formar una opinión científica, pero sí pueden estimular el debate científico sobre temas de trascendencia social o el debate sobre cuestiones sociales entre el círculo científico.» (del Puerto, 1999, pág. 80).
Aunque señalamos a la enseñanza como una de las causas evidentes de nuestra mala
situación, poco solemos hacer en la práctica para poner remedio y renunciamos con facilidad a
aportar nuestro grano de arena para mejorar las cosas.
A estas deficiencias estructurales debemos añadir la actitud de los propios estudiantes,
lo que algunos profesores llaman una decandencia del valor verdad frente al valor utilidad por
lo que «los estudiantes muestran últimamente preferencia por las titulaciones más aplicadas y
en las que aparentemente hay más trabajo». (Salomone, 2000).
«Los profesores de secundaria han estudiado una carrera con unos contenidos científicos
casi excesivos, pero con una formación pedagógica para transmitirlos muy escasa.» (Morán, 2002).
No pensemos que es una situación privativa de las materias de ciencias. Juan Goytisolo
afirmaba: «Existe una necesidad absoluta de plantearse el problema de las humanidades, porque se está convirtiendo en una nueva forma de calamidad pública». Y añadía: «Ya no se puede
plantear la enseñanza del latín y del griego, y mucho menos del árabe, como yo propuse de
197
manera utópica en alguna ocasión. Ahora, el objetivo es frenar el deterioro constante del castellano». (Gómez, Juan J., 2000).
En este plan de choque que sería bueno emprender, no bastará la gran labor que llevan
a cabo los museos de la ciencia, planetarios, acuarios, iniciativas como «Ciencia en Acción» (versión española de la iniciativa europea «Física en Acción», etc. Dando por supuesto que los centros y los científicos deberían hacer gala de una responsabilidad expresa para ser más divulgadores, es posible estudiar la forma de hacer un esfuerzo complementario, que bien merece la
pena, para desarrollar algunas actividades encaminadas a mejorar la formación de los profesores de ciencias y a proporcionarles herramientas y materiales didácticos que les serán de suma
utilidad en su labor docente. No es difícil de constatar el enorme poder multiplicador que tiene
el tiempo y la ayuda dedicados a aquellos profesores que manifiestan un verdadero interés en
aumentar sus conocimientos sobre una rama concreta de la investigación y mejorar su capacidad didáctica para transmitirlos.
¿Necesitamos encontrar algún justificante para llevar a cabo este esfuerzo con la sociedad escolar? Debería ser suficiente decir que los profesores, preferentemente los de nuestro
entorno geográfico, bien merecen que se les ayude. El hecho de que un centro de ciencia o de
tecnología esté ubicado en un lugar geográfico tal vez se deba a que ese entorno le aporta parte
de su razón de ser: la calidad de su cielo para albergar observatorios astronómicos, su mar, ciertas riquezas arqueológicas, los vientos, etc. Por ello, es lógico que el centro corresponda no sólo
a los ciudadanos, sino también a sus profesores, ofertándoles la posibilidad de mejorar su formación en determinados conocimientos para poder extenderlos así a la población escolar.
Formar y entusiasmar a los profesores de enseñanza media es la mejor manera de apostar por
las futuras generaciones que tienen entre sus manos.
La forma de colaborar con ellos puede ser de lo más variada: cursos de formación organizados conjuntamente con los CEP (centros del profesorado) o, de manera directa, programas
conjuntos para la elaboración de unidades didácticas, desarrollo de materiales divulgativos para
sus aulas (pósters, etc.), concursos en los que puedan participar profesores y alumnos, movilizaciones con motivo de algún evento astronómico (paso de un cometa, lluvias de estrellas, tránsitos de planetas por el Sol, etc.), actividades ligadas a la Semana de la Ciencia que tiene lugar
cada año, etc.
Especialmente interesante es escuchar a los profesores (ya bastante ocupados) para
saber qué requieren de nuestro organismo de investigación: charlas de los investigadores,
visitas guiadas al centro, organización de concursos o grupos de trabajo sobre alguna materia concreta, etc.
Cuando definitivamente todos los centros de enseñanza cuenten con Internet, las posibilidades serán innumerables y cada instituto de investigación o centro tecnológico deberá plantearse cómo utilizar esta poderosa herramienta en la divulgación. Desde luego, hay ramas de la ciencia, como la astrofísica, que ofrecen un especial atractivo para muchos profesores, por lo que son
198
numerosos los centros de enseñanza que eligen esta asignatura como disciplina optativa. La posibilidad ya actual, por ejemplo, de que los profesores realicen prácticas con sus alumnos manejando telescopios robóticos a través de la red, abre enormes posibilidades para la enseñanza que sería
bueno saber aprovechar. De manera especial hoy en día, debemos, sobre todo, estimular a los profesores y lograr que sientan la cercanía de centros e investigadores entusiastas. En esta línea,
merece una especial mención la ya citada iniciativa europea «Física en Acción», patrocinada por
el Laboratorio Europeo de Física de Partículas Elementales (CERN), el Observatorio Europeo
Austral (ESO) y la Agencia Europea del Espacio (ESA), que promueven las actividades en los
deferentes países para una mejor docencia de las materias científicas en la escuela.
199
24. Colaborar con los museos de la ciencia,
planetarios y otras instituciones que divulgan
L
os museos de la ciencia, planetarios, casas de las ciencias y otro tipo de instituciones destinadas a mostrar materias científicas de una forma entendible y, por lo general, de manera interactiva, se han convertido en una pieza muy importante para la divulgación científica y el apoyo a los profesores de enseñanza media, no sólo por el enriquecimiento que produce su visita, sino también por las muchas actividades que organizan estas instituciones.
Parece lógico que los centros de investigación colaboren de una manera fluida con estas
instituciones, proporcionándoles el apoyo que soliciten en la organización de actividades o en
la inspiración de elementos expositivos. De manera natural, los museos de una determinada
área geográfica deberían tener una especial relación con algunos de los centros de investigación
o departamentos universitarios de esa área. Incluso una de estas instituciones, el museo de la
Ciencia y el Cosmos (Tenerife), ha nacido de la colaboración del Instituto de Astrofísica de
Canarias (IAC) con el Cabildo Insular, y ambas instituciones siguen manteniendo ese estrecho
contacto en su gestión, lo que resulta muy provechoso para el museo y sus actividades. Tal vez
en un futuro los museos necesiten también especializar su oferta para resultar más atractivos a
los visitantes. La personalidad de cada uno puede venir inspirada precisamente por su dedicación a una rama de la ciencia y su conexión a los centros de investigación especializados en
dicha área.
En resumen, de una u otra forma, la actitud del DCED debe ser la de apoyar aquellas
iniciativas de terceros que sean de interés y requieran de nuestra colaboración. En ocasiones
significan un considerable esfuerzo añadido que puede llegar a distraernos momentáneamente
de la ejecución de nuestro plan de actuación. Sin embargo, es muy positivo que encuentren
siempre en el centro un actitud abierta, de decidida colaboración con toda iniciativa que favorezca la divulgación.
201
25. Fondos económicos y rentabilidad
Q
ue exista un Departamento de Comunicación, Ediciones y Divulgación, con un equipo
humano adecuado, unos medios materiales suficientes, y que cuente con un presupuesto dedicado a desarrollar las actividades y los proyectos propuestos, es siempre un problema porque los centros de investigación se ven sometidos a graves restricciones presupuestarias para realizar su principal objetivo, que es la investigación.
Ya tratamos sobre este asunto en los capítulos relativos al plan de actuación (apartado
15.1) y el presupuesto anual (apartado 15.2). También se dijo que para muchos las tareas de
comunicación son un lujo innecesario. Con independencia de que los gestores del centro entiendan o no que invertir en comunicación puede facilitar la aprobación de sus presupuestos generales, la realidad es que la comunicación de la ciencia y la divulgación son tareas muy rentables,
si tenemos en cuenta que elevar la cultura científico-técnica de la ciudadanía de un país no es
sólo un valor inmaterial ya que terminará repercutiendo antes o después en un apoyo decidido
a la tarea investigadora. Desde luego son las administraciones públicas las que deberían impulsar mucho más esta apuesta, aumentando los fondos dedicados a estas acciones. Nos obstante,
los centros y las universidades no deben excusarse y, si es necesario, tendrán que ir por delante de los gestores públicos en materia de aplicar fondos a estas actividades.
En realidad, en todo lo relativo al presupuesto del centro para las actividades de información, ediciones, comunicación y divulgación, podemos distinguir tres apartados. El primero sería el
gasto que el organismo invierte en mantener la estructura, incluyendo el equipo humano y sus gastos corrientes. El segundo capítulo lo constituyen los proyectos y actividades generados por el propio departamento.Y el tercero proviene de proyectos de las diferentes áreas del centro, algunos de
los cuales vienen dotados de un capítulo para difundir lo que hacen.
Así las cosas, ¿cuál sería un buen índice para dedicar a las acciones de comunicación y
de carácter divulgativo? Por aportar una estimación, podríamos decir que una posible cifra sería
dedicar a estas tareas en torno al 3% del presupuesto del centro y de sus proyectos. En general, todo programa de investigación que cuente con financiación externa (financiado por fondos europeos, por el Plan Nacional, etc.) debería incluir necesariamente un presupuesto para su
divulgación, ya que en la práctica sólo algunos lo tienen.
De existir estas dotaciones, sería conveniente consolidarlas en el plan general de actuación del centro en materia de divulgación (dependiente del DCED), para así aprovechar sinergias y seguir los planes establecidos por la política general del centro.
203
EPÍLOGO
Mitos que hay que derribar en la comunicación
de la ciencia
A
modo de resumen se pueden citar los mitos que es necesario derribar para llevar a
cabo la comunicación de la ciencia.
1. Para comunicar la ciencia se necesitan planteamientos
muy exclusivos
Es cierto que la ciencia es, por su abstracción y complejidad, una rara avis para la comunicación. Esto no quiere decir, sin embargo, que no podamos aprender —y mucho— de las técnicas utilizadas en la comunicación de otras materias. Para ello, no debemos ver en la ciencia
sólo un conjunto de conocimientos, leyes y métodos, llenos de complejidad y abstracción, sino
también un producto singular que ofrece posibilidades insospechadas si sabemos adoptar las
técnicas que se emplean en la comunicación del ámbito comercial.
Nuestro problema no radica tanto en la singularidad y dificultad de la ciencia —que son
también reales—, sino más bien en la batalla que es preciso librar para posicionarnos en la
mente de los ciudadanos. Necesitamos crear un interés, generar una demanda en el gran público. Hay que crear un mercado para la ciencia y hacer que se escuche nuestro grito en medio de
una tormenta llena de ruidos. El mercado está saturado de mensajes y hemos de competir si
queremos llegar con el nuestro.
Para ello, hay que estar dispuestos a valorar cuestiones como la estética, el diseño, la
fuerza de la imagen, o la importancia de contar con científicos estrella y hallazgos atractivos; y,
además, saber transformar en interesante el esfuerzo de esa investigación callada, más abstracta y menos llamativa. Competir es saber utilizar el lenguaje adecuado, aquel que entienden y al
que prestan atención nuestros consumidores. Al gran público no le podremos vender conceptos
fríos y descarnados, sino logros interesantes y, a través de ellos, los interrogantes y respuestas
que encierran.
2. Los medios de comunicación son la esencia de la comunicación
Sin negar el papel primordial que juegan los medios de comunicación en el proceso de
transmitir nuestros mensajes, no son afortunadamente la esencia de la comunicación. Internet
205
nos abre, además, una puerta cada día más extensa que nos permite llegar a colectivos tan diversos como realmente interesados en nuestro quehacer.
Si bien el instrumento responsable de la comunicación de un centro habrá de crear y
mantener muy buenas relaciones con los medios, su carácter y cometido ha de ser concebido
con una proyección más amplia a la de un mero gabinete de prensa.
El departamento de comunicación, ediciones y divulgación (DCED) debe estar capacitado no sólo para informar a los medios, sino también para diseñar y desarrollar ediciones no
científicas, escritas y audiovisuales, sobre la ciencia que hace el centro, actividades divulgativas
(exposiciones, etc.), programas dirigidos al apoyo de los profesores de enseñanza, publicaciones
digitales, organización de visitas sistemáticas a las instalaciones del centro, respuesta a las consultas directas que hace el público, asesoría científica a periodistas que la soliciten, organización
de actividades especiales con motivo de eventos científicos singulares (eclipses, cometas, catástrofes naturales, epidemias y un largo etcétera).
3. Los desafíos del departamento de comunicación están en el exterior
Falso. El primer y gran desafío de un departamento de comunicación es interno y
comienza por la muy dura tarea de ganarse a los científicos y tecnólogos para la divulgación,
haciéndoles ver la responsabilidad que han contraído con la sociedad.
El primer paso de esta batalla es ganarse la confianza y el respeto de los investigadores.
Para ello es necesario:
•
•
•
•
garantizarles el rigor de las informaciones emitidas y actividades que se organicen;
pactar con ellos el lenguaje y la terminología a utilizar en los comunicados;
respetar los embargos a los que están sometidos por las publicaciones científicas;
convencerlos para que se impliquen, de la forma que más les apetezca, en algunas
de las actividades de divulgación que se desarrollan.
Es fundamental no dedicarse únicamente a los científicos y proyectos estrella, sino
también a los autistas. La investigación más teórica no debe ser descartada a priori, aunque
su comunicación ofrezca una mayor dificultad.
4. ¡Bastante tienen los científicos con hacer ciencia!
Desde luego, pero hay que convencerles de que deben hacer un esfuerzo adicional
para ayudar a divulgarla y hacerla llegar a la sociedad.
Conviene recordar a muchos investigadores que, si bien es cierto que el mejor servicio
que pueden prestar a la comunidad es hacer ciencia de la mejor calidad, también lo es que
206
urge mejorar las relaciones con los ciudadanos, que son, al fin y al cabo, quienes pagan sus facturas. En este sentido, cabe mencionar el contenido de un documento de trabajo de la UE
titulado «Ciencia, sociedad y ciudadanos» en el que se dice que, si bien es cierto que los ciudadanos esperan cada vez más de la ciencia y la tecnología, también lo es que «el progreso del
conocimiento y la tecnología tropieza con un escepticismo creciente que puede incluso transformarse en hostilidad».
El mundo científico no puede ser un embalse, lleno de conocimientos, pero estéril para
la cultura ciudadana. Científicos y tecnólogos han de entender que los ciudadanos tienen
derecho a obtener determinados retornos sociales de la ciencia. Si el mundo de la investigación asume el reto social de su tarea, serán mucho más fáciles las relaciones de la ciencia con
su entorno.
5. Nada tienen que decir los sentidos a la hora de entender la ciencia
Este mito priva a la ciencia de sus emociones. Ciencia igual a conceptos y leyes sería
igual a fría abstracción. Esto es verdad, pero no toda la verdad: la vivencia conceptual genera fuertes emociones que deben ser también transmitidas. Comunicar la ciencia es compartir
también esos sentimientos. Es más, interesar vitalmente a alguien por algo es la mejor forma
de movilizar su inteligencia. Romper el muro físico de la distancia sensorial es poner las bases
para transmitir mejor las ideas.
El contacto directo con los científicos y sus medios de trabajo (las grandes instalaciones, los laboratorios, talleres, etc.) tiene, por ello, un gran valor. La gente necesita vivenciar las
cosas, dimensionarlas, tener sus propias percepciones. En la práctica, esto se traduce en propiciar las actividades cara a cara para que nuestros clientes puedan vivir emociones propias
visitando el centro y sus instalaciones de la mano de los científicos y tecnólogos.
6. La ciencia divulgada... ya no es ciencia
La divulgación de la ciencia genera un producto, la ciencia divulgada, que es una nueva
realidad a la que no cabe aplicar el rigor conceptual de la ciencia original. Este producto, ya
elaborado, permite al hombre de la calle entender las cosas según su nivel cultural e intelectual. El científico no debe pretender del comunicador el mismo rigor terminológico en el que
él se mueve. Su connatural percepción de lo abstracto debe reservarla para la difusión profesional de los conocimientos originales.
La divulgación, por su parte, debe cumplir sus propias reglas para que sea seria y rigurosa. De cara a los medios de comunicación, se ha de mantener este ideario:
• Huir siempre de un sensacionalismo impropio del mundo científico.
207
• Emitir comunicados de prensa serios, bien trabajados y rigurosos, con entradillas
que expliquen, en un buen lenguaje divulgador, el sentido y la importancia de lo
que se da a conocer en su contenido.
• Los medios diarios nacen y mueren cada día. Para interesar, debemos emitir informaciones de actualidad.
• Nunca debemos manipular a los medios de comunicación. Por el contrario, hay que
ofrecerles un servicio muy profesional de noticias, reportajes, imágenes, asesoramiento científico, etc.
• Crear imágenes, gráficos, simulaciones 3D, etc., para aquellas informaciones que así
lo aconsejen, especialmente las destinadas a las televisiones.
• Conectar los descubrimientos científicos con posibles innovaciones útiles para las
empresas o con la solución de los graves problemas que afectan a la humanidad.
• En la política informativa, apostar siempre a largo plazo.
7. La comunicación no necesita medios, humanos y materiales
Más que un mito es una tontería. Comunicar y divulgar en el mundo actual, desde un
centro, exige medios de todo tipo: gestores, profesionales de la comunicación, medios informáticos, diseñadores, etc., así como fondos para llevar a cabo los proyectos que se pongan en
marcha. Crear un sistema de comunicación y no dotarle de medios humanos y materiales
acordes con sus metas es una gran pérdida de tiempo y una falacia.
Lo ideal sería destinar al menos un 3 % del presupuesto del centro y del costo de los
proyectos a divulgar su contenido. No obstante, el departamento de comunicación, ediciones
y divulgación (DCED) debe procurar obtener financiación externa con la que desarrollar
aquellos programas inviables por falta de fondos, a cambio de ofertar retornos de imagen
para las marcas patrocinadoras.
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