GASTOS, CREDITOS Y DEUDAS EN ITALIA 1555

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GASTOS, CREDITOS Y DEUDAS EN
1555-1556*
Por R a m ö n
ITALIA
Carande
Ante la magnitud del gasto determinado por las guerras de Italia,
quisiera ampliar lo antedicho mostrando lo que en Italia hubo de
hacerse, a partir de la boda del flamente rey de Napoles, en las postrimerias del reinado de Carlos V., cuando D. Felipe traza las directrices
en la politica del Milanesado, Genova y Napoles y delega sus funciones en el personaje mejor calificado, para encargarle de la replica que
habria de darse a la ofensiva pertinaz de Enrique II. y, mas tarde, a
la actitud hostil del nuevo pontifice, poco despues de ser elegido,
Paulo IV. (16 mayo 1555).
El duque de Alba, lugarteniente en Italia del emperador y de su hijo,
nos guiard con sus cartas, desde que sale de Inglaterra Camino de su
destino. Le veremos recorrer de norte a sur el continente con plenos
poderes y poquisimo dinero, haciendo altos en el camino, en espera de
provisiön de fondos que tardaria mudio en recibir.
Dije, en paginas anteriores, que de Espafia parti<S, en 1554, acompafiando a D. Felipe en la flota que le lleva, desde la Coruna, a Inglaterra. Poco antes habia llegado, procedente de Flandes, con este encargo del emperador. En una carta de Alba (n° 54) a Francisco de
Eraso (Valladolid 17 febrero 1554), le habia declarado: «ya son diez y
ocho veces las que tengo hecho este camino de Espafia a los Paises Bajos
y de alia aca, siempre mal pagado; lo que he sacado de todas ellas ha
sido vender 20.000 ducados de renta de mi mayorazgo». En Inglaterra
permaneceria hasta abril de 1555; desde Hampton Court, el dia 7 de
aquel mes escribe lo siguiente (carta n° 57) a D. Bernardino de Men*) Este anticipo, dedicado a mi colega R. Konetzke, es una secci6n del capitulo
ultimo del libro III de Carlos V. y sus banqueros, que aparecerd con el subtitulo
«Deuda exterior y tesoros ultramarinos» editado por la Sociedad de estudios y
publicaciones, Madrid. Las cartas del gran duque, que invoco,. estdn publicadas en
el Epistolario del III duque de Alba, Don Fernando A l v a r e z d e T o l e d o ,
3 volumenes, Madrid 1952, obra emprendida y terminada por su descendiente,
nuestro coetdneo, el duque de Berwick y de Alba, Don Jacobo Fitz-James Stuard
y Falc0 (f 24 de setiembre de 1953). Los numeros de asientos, que indico entre
parintesis, corresponden a la serie que ha de aparecer en el tercer tomo de mi
obra citada, que esta a punto para entrar en prensa.
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doza, lugarteniente suyo en el virreinato de Napoles: «hay gran necesidad que hagais diligencia en ser en Napoles, con toda brevedad»,
y dando pruebas de lo que confiaba en su colaboraciön, anade: «yo
nunca me determinara a ir a Italia sino fuera con vuestras espaldas y
sabiendo que v. m. no me habria de dejar». La carta puntualiza el
sueldo acreditado a Mendoza (3.600 escudos), y el de su sequito (2.400
para quince gentiles hombres) y le da instrucciones para la tropa y el
armamento, le recomienda el cuidado de la hacienda y los expedientes
de dinero, «que debe ser lo primero»; le anuncia que las galeras transportarian a Italia, desde Espana, 6.000 infantes y espera que, con
estos, habrian de mandarle 600.000 escudos. Ya veremos algunas de
las dificultades interpuestas que retrasaran el envio de la tropa y, aun
mas, el del dinero.
Del viaje de Alba sabemos, por lo pronto, que en Inglaterra no le
dieron lo que necesitaba y, por eso, antes de llegar a Bruselas (Calais,
11 abril 1555, carta n° 63) descubre su penuria a Rodrigo de Orbea,
tesorero de D. Felipe (que a la sazon estaba cerca de Carlos V) rogdndole, con urgencia, que 200.000 escudos se le dieran «de lo primero
que hubiera, pues esto esta en vuestra mano, y es cosa que cumple al
servicio del rey; porque la gente de guerra mal pagada en Italia, si
ahora me viese ir sin recaudo seria la total perdida de todo lo de
alli..., y mucho mejor me estaria no ir». Con la intenci<5n de facilitar
al tesorero su tarea le anuncia que, hasta 150.000 escudos, con su
interes, podria consignarlos en el donativo que, a fin de agosto, aportaba Napoles.
Α Bruselas llega en la noche del 24, y a Carlos V. le encuentra (carta
n° 67) «con toda la consunci<5n que un cuerpo con alma puede tener».
Unas dos semanas mds tarde vuelve sobre el tema y repite, esta vez a
Ruy Gomez de Silva (carta n° 88) su confidente, cerca de D. Felipe,
que ni le dieron dinero, ni se molestan para obtenerlo quienes habrian
de procurarlo. Le duele observar la tibieza de un despacho de Hoyos
que no ponia empeno para reclamar 300.000 ducados (la mitad de
los 600.000 antedichos), y procura el duque convencer a su corresponsal de la desgana que la pluma de los secretarios delata. Seria conveniente, le dice, que en έβΐο «mudasen un poco el estilo».
De la correspondencia se desprende que estas palabras las dirije
contra Francisco de Eraso. En efecto, tres dxas antes (carta n° 86)
denunciaba la lentitud de Domingo de Orbea y Francisco de Eraso,
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agregando «ya seria raz6n que yo acabase de arrancar de aqui, y asi
doy todo el fuego que pongo en mi partida».
Otro tanto estaba ocurriendo, a juicio del duque, con los 6.000 infantes que habrian de llevar, de Espana a Italia, las galeras. D. Alonso
Pimentel, retenido en Bruselas, deberia ya estar en Espana. A Pimentel
le habia ordenado el emperador (lo sabemos por carta posterior de
Dona Juana, Valladolid 3 junio 1555) que acudiese con ellos al estado
de Milan. Este mismo documento confirma que a D. Alonso se le concedian 200 escudos mensuales, desde el dxa que saliese de la corte de
Inglaterra hasta que desembarcara en Genova didia gente. Tan
laboriosa fue la expedicion de Pimentel que, segun otro despacho de
Alba (22 julio 1555, carta n° 245) «cuando D. Alonso embarcare para
venir ac&, desde Malaga ο Cartagena, yendo galeras a traerle, sera
mediados de setiembre». La primera vez que aparecen, en las cartas de
Alba mencionados los servicios castrenses de Pimentel, en Italia
(Genova 12 enero 1556), le encontramos «alojado con su gente en
tierra de Monferrara».
Padece el duque detenido en Bruselas, por dos razones: no puede
cumplir su misiön en Italia, y lejos de D. Felipe se ve privado de aconsejarle. A Ruy Gomez de Silva le dice denunciando el trato paternal
que le dispensaba: «dueleme dejar a S. M. donde no le queda otro
hombre de quien yo confxe sino vos. A lo menos quisiera estar hasta
que tuvierades alguna experiencia de los negocios y que, como en libro
viejo, hojearades en mi lo que ha pasado de veinte afios a esta parte,
y depues enterrarme». Cuando Alba, exceptuando a fiboli, reprueba
a los consejeros del monarca enjuicia la capitulacion de Siena que le
tenia «desolado y desatinado» (carta n° 88).
Ademas de la provision de aquellos esquivos 200.000 escudos, le
preocupa el despacho de los 600.000 ducados prometidos para mas
adelante. Estos se pensaba haberlos obtenido reuniendo, en Sevilla, a
300.000, secuestrados en metales preciosos, otros tantos del asiento
«que ahora se hizo» (n° 456 de mi serie, carta fechada en mayo, sin
indicaciön de dia). Alba afanoso, para que se acelerara la remesa,
habia delegado en el capitan Luis de Barrientos, «para que en Espana
no se puedan descuidar». Alude el mensaje a tratos pendientes con
Rodrigo de Duefias, y ligados al secuestro de didios 300.000 ducados.
Duefias que, por entonces, no contratö ningiin asiento, entregaria
juros a los titulares de las partidas retenidas, por cuenta de la
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hacienda; y, por si el mercader estuviese reacio, el duque osa trazar
lineas de conducta a D. Felipe, con estas palabras: «V. M. debe escribirle animandole a que lo efectue»; si, con ello, el precio de la
operacion se encareciera, continua diciendo, «poco importa, porque
todo vendra a parar en que, si ha de costar cuatro la anticipacion,
costara seis, y la hacienda de V. Μ. esta ya tan avezada a padecer intereses, que venimos a decir que no es nada un poco mas» (carta n°
114).
La tardanza de las cέdulas, que le prometieron, determinaria que
Alba, como antes de Inglaterra, saliese ahora de Bruselas sin dinero.
Emprende el viaje el 20 de mayo, obedeciendo, y se excede sospechando que Orbea y Eraso, a quienes acababa de visitar en Amberes,
eran los culpables de todo. Esto le brinda tema para instruir, de nuevo,
a su rey y, sin morderse la lengua, declara «pues la hacienda de Italia
esta ya toda en mano de V. Μ. y habra de proveer a su padre», convendria que directamente lo resolviera el monarca; «de otra manera
sera la misma farsa de cortar Eraso por donde se le antoja y que V. M.
haya de vivir por su mano» (carta n° 99). Esta visto que era Eraso
el bianco predilecto de los tiros que dispara el duque.
En el viaje, de Bruselas a Augsburgo, invierte casi ocho dias, siempre
pendiente de las letras de cambio y sin noticia alguna de ellas. Lamenta, otra vez, haberse puesto en camino sin el dinero porque, le dice al
rey, «V. M. me mando que partiese» (carta n° 102). Se propone,
mientras no lo recibiera, detenerse en Innsbruck y, cuando aun no ha
llegado y esta harto de esperar, en Fussen, hace el resumen de su recorrido y de sus propösitos, en carta dirigida a D. Bernardino de Mendoza (n° 112) «estuve esperando en Bruselas hasta hacer un cambio de
200.000 escudos, e hizose; dijeron que me partiese y ganase este
tiempo, que un correo me alcanzaria luego con las cedulas; yo les
dije que si partiria, pero sin andar mas de una ο dos postas al dia,
y cuasi lo he hecho asi, y las cedulas no me han alcanzado; he tornado a escribir que estoy parado, y asi lo hare en Innsbruck, y de
Augusta a aqui he tardado tres dias, y asi me ire una y dos postas,
y ya escribi al emperador que, si dentro de cuatro dias no me alcanzaban, volveria a Bruselas por ellas, . . . que no pasare adelante; yo
digo que voy malo, asi lo diga v. m. alia».
Bien se comprende que, a aquellas alturas, no retrocederia Alba; sin
licencia y ante el estado de cosas de Italia, no podia volver la espalda.
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Sus palabras «yo digo que voy malo», las mismas que Mendoza deberia difundir, «asi lo diga v. m. alia», disfrazan su situacion, para no
caer en descredito. El virrey de Napoles, capitan general de las tropas
de Italia, seria irrisorio verle llegar desprovisto de fondos, cuando
estaban las tropas sin paga, y lo de Genova en malisimos terminos y
lo de Milan amenazado, desde la perdida de el Casal (causa ultima de
su viaje), y tan arriesgada la plaza de Vulpian que, segun noticias
recientes, aunque el dinero llegase inmediatamente, no podria el duque
socorrerla (carta n° 118). Α su rey le dice que no tendria inconveniente en apresurarse, para llegar a Milan, si supiera que las tropas
cobrarian sus atrasos haciendole «tajadas», pero detenido por fuerza
«me veo aqui donde ya comienzan a cargarme y a hallarme gentes de
Italia que me vienen a buscar. Decirles que estoy malo, ven la mentira;
decirles que no paso, porque estoy esperando dinero, pareceme una
grande desreputacion de V. M. y mostrar mi extrema necesidad; y
pasar adelante hay el inconveniente que V. Μ. ve, que no habre puesto
el pie en Italia cuando el ejercito este todo amotinado y deshecho, y
las tierras abandonadas; y el pensar en hacer este deservicio a V. Μ.,
tan sin culpa mxa, me deja sin juicio para decir lo que siento». Por eso,
tenia decidido detenerse en Innsbruck hasta que le contestaran correos
urgentes, expedidos por el dias antes, explicandole la causa de la
demora. Entre varios mensajes nada comedidos, uno (carta n° 119)
contiene estas palabras de amargura dirigidas al embajador en Venecia, Francisco de Vargas: «yo no se porque S. M. me quiere hacer
tan mala obra».
Lo ocurrido habia sido lo siguiente. El dinero de unos giros tornados
en Amberes (n°s 458 y 459, de mi serie), acaso en presencia de Alba,
fue includible dedicarlo a otras obligaciones. Considera el duque una
«gran crueldad» que le ordenaran salir sin dinero y le ocultarän la
razon de la tardanza. Preso en su malestar, olvida como pasaban la
vida los gestores de la hacienda real, en Flandes y en Castilla, por
entonces, solicitando creditos de los mercaderes y descorazonados ante
sus exigencias; no tiene presente cuanto esperaron el emperador y su
hijo, aquel ahora, hasta ver librada la dotacion de la real casa que
estaba haciendo falta, entre otras cosas, para celebrar en Bruselas los
funerales de la reina Dona Juana. La gravedad de los acontecimientos
de Italia habia determinado las ördenes que obligaron a Alba a salir
precipitadamente; se confiaba en que corriendo tras el las letras de
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cambio le alcanzarian en el camino. Eraso y Orbea juzgaban ocioso
explicarle la causa del retraso, pero se desvivian procurando satisfacer, simultaneamente, las demandas del emperador, del rey de
Napoles, de la regente de Espana y de tantisimos acreedores a quienes
tampoco faltaria motivo para sentirse impacientes, como el duque de
Alba lo estaba a las puertas de Italia. La agilidad de Mercurio y los
tesoros de Midas no darian abasto a aquella serie de pedigüefios dispersos.
Pero en fin, aunque fuera por poco tiempo, estaban terminando
las torturas del duque. £1 nos lo explica. Α La Chiusa, Simonsbruck,
llegan «las c£dulas, cinco horas despues de medio dia (del 4 de junio);
luego parti —termina diciendo— y vine aqui a medianodie de donde,
placiendo a Dios, seguire mi camino» (carta n° 121).
Tengo a la vista dos operaciones de credito (n°s 458 y 459, de mi
serie) suscritas en Amberes ocho dias antes de llegar a manos de Alba
aquellas anheladas letras, pero no estan relacionadas con ellas. En los
tratos conducentes (n°s citados) intervienen respectivamente Francisco de Eraso y Domingo de Orbea apoderados del emperador y de
D. Felipe; consta el destino del dinero prestado por Gaspar Schetz y
hermanos (50.000 ducados) y por Antonio Fugger y sobrinos (200.000),
en letras de cambio que, repito, no son las recibidas por Alba. Queda,
pues, sin aclarar la procedencia de este dinero y su liquidaci<Sn.
Ahora, en Milan, veria Alba confirmados, a su juicio con creces,
los presentimientos que le acosaron durante el viaje. Por lo pronto, los
corresponsales de Amberes, en Milan, no habian recibido el aviso de
40.000, de aquellos 200.000 escudos, y no pagaban, entre tanto, m£s
que 160.000, y estando giradas las letras a plazo distante, nadie queria
anticiparle: «no puedo dar socorro y voyme consumiendo» escribe.
Otras contrariedades invoca: «toda Italia esta en que yo traia montes
de oro». Le sorprende, sobre todo, averiguar que de otros 200.000 escudos, recibidos por Suarez de Figueroa en Genova, despues de la
perdida del Casal (asiento n° 456), no quedada rastro. El embajador,
que ahora estaba en el frente, habia dedicado 120.000 a pagos ordenados por Carlos V. y el ejercito estaba a punto de sublevarse, sin
cobrar diez y siete, quince, once y, cuando menos, diez soldadas. El
vehemente persona je se dispara y en carta dirigida (n° 217) a Ruy
Gomez de Silva, fustiga a Figueroa con vocablos mal olientes y sospedia de έΐ, preguntandose: £<xSmo pudo gastar el embajador, desde
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navidad, 600.000 ducados, dejando sin pagar a las tropas? y, a su
vez, <;c0mo iba el, Alba, a responder de 800.000 que se debian en
Θ έ η ο ^ y el Milanesado, sin otro dinero que los 160.000 escudos, cantidad cobrada por las letras? Ante aquella situacion angustiosa, exclama, dirigiendose a ßboli: «sino me viene dinero de alguna parte para
salir en campana, yo estoy que pluguiera a Dios no hubiera nacido.
Ya en toda Italia han visto mi pobreza y huyen de mi; de Genova
habian partido algunos de los mercaderes ...». Y nadie quiere socorrerle.
Las recriminaciones del duque, como las de cualquiera a quien aflije mas lo propio que lo ajeno (aun siendo para asistir a su rey)
certifican su falta de equidad. Le ofuscan los rigores de la penuria
(epidemia de la hacienda imperial); olvida, ya lo dije, que no sufrian
menos en las oficinas de la hacienda, y en los mercados del credito
publico, servidores de Carlos V. afanosos, como el duque en los campamentos. No dispongo de datos que permitan autorizar la imputacion
de despilfarros a Suarez de Figueroa. El emperador, gran conocedor
de los hombres dignos de su confianza, fue indulgente, sin duda, con
las flaquezas humanas, pero muy estricto en la exigencia del cumplimiento de sus instrucciones y, por creerlo asi, me resisto a aceptar las
malevolas insinuaciones. La importancia y la persistencia de las tareas
del embajador en Genova, desde la victoria de Pavia, a raiz de la
cual Carlos V. le nombra delegado suyo in custodiendo personam
regis captivi y, asi mismo, el numero y la cuantia de los asientos tornados por Figueroa y confirmados por Carlos V., desde entonces
hasta la terminacion del reinado, me predispone en su favor y prefiero
suspender el juicio. La demora del pago de las tropas se deberia, con
sus latentes riesgos, a los habituales procedimientos de selecci<5n
realizada bajo angustiosas circunstancias, y para salir de apuros anteponiendo los acreedores que cargaban en cuenta intereses acumulados,
y dejando en la cola a la tropa sin cobrar, irritada y propicia a cualquier genero de horrores. No faltan ejemplos de lo poco que escarmentamos aprovechando ensefianzas de la experiencia. Descubren las
palabras, y la firme resoluci<5n del duque, la causa de su tortura. Le
duele verse en la imposibilidad de salir, inmediatamente, hacia el
campamento al frente del ejercito, por carecer de recursos. No propende Alba a permanecer inactivo; severo juez de la conducta ajena,
le asaltan sus deberes marciales; habria de combatir cuanto antes al
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enemigo que retenia el Casal, Have del Milanesado, ocupado desde
abril, y acometia con brio y superioridad numerica de combatientes.
El dinero indispensable para cumplir la mision que el rey de Napoles le encomendara, tenia, a su juicio, que tomarlo donde lo encontrara, con urgencia. A este estado de animo debe atribuirse la
medida que dicta y voy a transcribir, con sus propias palabras; pero
antes he aqui una previa referencia dispensable, que considero oportuna.
Desde mediados del siglo XV brotaron en diversas ciudades italianas institutos de asistencia mutua llamados montes. Cuenta, entre los
mas precoces, el de los gentiluomini cortigiani de Napoles cuyas
aportaciones pecuniarias formaban cumulos (de aqui la nomenclatura
de aquellos establecimientos) destinados a prestamos dados a los asociados, cargandoles la tasa uniforme de 5 % al ano. Entre aquella
variedad de montes fundaron, los de piedad, frailes de San Francisco,
para que los pobres se vieran libres de las garras de prestamistas despiadados y, frente a los franciscanos, discrepan los dominicanos y los
agustinos opuestos, en absoluto, a reconocer la legitimidad del interes
del dinero. Valga recordar tambien que alguno de los primeros bancos, desde su fundacion, se denomina Monte dei Paschi de Siena, y
es hoy, despues del banco de Napoles, el mas antiguo de los institutos
de credito alii supervivientes.
Vamos a ver, ahora, de donde y como decide Alba sacar dinero para
acudir al campamento. Atosigado por el retraso, y convencido de que
propone (carta n° 145) a D. Bernardino de Mendoza «la cosa del
mundo que menos conviene», y sabiendo que no habra de aprobarlo
el reino de Napoles, si llega a saberlo, escribe estas palabras: «la
necesidad, que fuerza a la razon, no encuentra otro camino, ni ningun
remedio, que no sea tomar del monte de Napoles 200.000 escudos,
hasta tanto que, con las galeras, traigamos de Espafia los 300.000,
que yo alia tengo, y podamos reembolsar, sin dano, la cantidad que
tomamos; y en esto ganamos el interes y el tiempo». Mendoza habrfa
de hacerlo inmediatamente, con sigilo, sin consultar a los barones del
reino, titulares del dinero, para libraries de sospechar que «comenzamos a quitar sus fuerzas para lo de aca, aunque sea en defensa de lo
de alia».
La suma gravedad del caso la percibe Alba, pero no le contiene, y
para acelerar la ejecuci<5n remite a su lugarteniente que «tiene el area
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del dinero», dos misivas, una «para el tesorero y otra para el castellano (alcaide de la fortaleza) en creencia vuestra». La medida dictada,
en estos terminos, no podria considerarla original, ni inusitada, el
rey de Napoles, si Alba le consultara. En Castilla, ya lo sabemos,
tenia precedentes. Los quebrantamientos de depositos consumados por
orden del emperador —ο con su conocimiento— en la casa de Sevilla,
no son atropellos menores. <Lo recordaba el duque, cuando propuso a
D. Bernardino el asalto del monte? Cartas posteriores no explican
mejor el asunto, ni conozco otros detalles. ^Llegaron a salir del monte
los 200.000 escudos? Lo ignoro; pero si asi fue, y asi lo creo, no serian
los unicos en que pensara. Tres meses mas tarde (2 setiembre 1555,
carta n° 265) el virrey vuelve a contemplar este expediente expeditivo
en las consignaciones propuestas, por el, para uno de los asientos, que
luego citare, tomado en Genova, «pero los mercaderes querian para su
caucion, en lugar del dinero del monte, pagamentos fiscales» y, de
esta manera, quedo garantizado el negocio con rentas del reino. N o
deja de ser elocuente que los banqueros rechazaran la cobranza propuesta por el virrey.
Las palabras de Alba, que dejo copiadas, («las fuerzas de aca
defienden lo de alla») segun las cuales, gracias a Milan, se guardaba
Napoles, expresan un arraigado convencimiento del virrey, proclaman
la necesidad de mantener estrechamente trabados todos los puntos de
apoyo de la dominacion de Espana en Italia. El duque habia recomendado a D. Felipe poner todo aquello en una sola mano. Asi lo
corroboran varias declaraciones suyas: a) una, dirigida a Ruy Gomez
de Silva (25 octubre 1555, carta n° 283), cuando le advierte que
habia podido pagar mas de 400.000 escudos de viejas deudas, porque
ademas de ser virrey era gobernador de Milan; b) otra, hecha al mismo
destinatario, desde Portofino, (10 enero 1556, carta n° 301) segun la
cual de poco le habrian servido los 200.000 escudos (mal contados),
de las letras tan morosas, si a la vez no tuviera el estado de Milan y
el reino de Napoles a sus <5rdenes, en una mano, «aunque yo la he
tenido coja» anade, recurriendo a uno de los modismos de su fluyente
pluma, y c) una mas, que recuerda haber tomado a credito 350.000
escudos (suma de varios asientos) gracias a «la cauciön de pagamentos
fiscales de Napoles».
Α los negocios bancarios aludidos me referi^ en seguida; pero antes
transcribo, con sus propios terminos, el resumen de la tesis de Alba, en
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este 6rden de cosas: «quiero que S. M. entienda que mi consejo de que
esto se juntase no fue ambici<Sn mia, que lo di pensando en el mero
servicio de S. M. tanto que, si no se hubiera hecho, el dia de hoy S. M.
no tubiera estado de Milan», habiendolo proveido diferentemente.
Sin juzgar indefectible este presagio, parecen incuestionables las
ventajas de la unidad de mando; de otro modo la gestion del duque
quedaria a merced de graves circunstancias adversas: a) la tension
incrementada de las tropas francesas, muy dificil de contener en el
Milanesado; b) las disensiones y cdnciliabulos en Siena, encaminadas
a una tregua delatora de relativa paridad de fuerzas, y c) la actitud
del nuevo papa, astutamente opuesto al mantenimiento de las posiciones de Espana en Napoles.
La politica econ0mica de Alba acusa rasgos dignos de senalarse,
entre mayo de 1555 y mayo de 1556. En aquellos trece meses Espana
no mando dinero a Italia, y estaba en Genova casi paralizada la contratacion de asientos, a causa de la escasez de numerario en el mercado y de la desconfianza de los banqueros. Fue, tambien, muy apurada la carencia de trigo en Genova y en Ndpoles. El duque infundi<S agilidad en el curso de las tareas administrativas y financieras,
gracias al traspaso de ingresos de Napoles a Genova y a Milan, y a la
inversa, en la medida que los respectivos caudales lo permitieran. Ya
hemos visto con cuanto desenfado lleg<S a sustituir, con dineros de
Italia, lo que de Castilla no llegaba y, en un principio, le negaran los
banqueros. Esta mayor utilizaciön, para nuestros menesteres, de los
recursos de Milan y de Napoles luce, asi mismo, en las consignaciones
libradas cuando se decidieron los banqueros a socorrerle, en un corto
numero de operaciones.
De estas nos cuenta Alba muy poca cosa. No traigo a colacion los
asientos, ο las letras, de minima cuantia, que apenas aluden las cartas.
Tomo nota solamente de cuatro. Primero, uno de 80.000 escudos
tornado en Gέnova, antes del 3 de setiembre de 1555, con otro inmediato (el segundo) que importa 60.000 escudos. En pago de ambos
se consign<S a los banqueros, cuyo nombre no consta, alguna renta de
Napoles (carta n° 265) no especificada. El tercero, de 110.000 escudos, lo toma en Livorno entre el 26 y el 28 de enero de 1556, de
manos de Nicolas Grimaldo. Nada dice de las consignaciones, pero
refiere a S. M. que uno de los altos oficiales, alli presente, hubo de
garantizarlo «porque de otra manera no hacian el partido los Gri-
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maldo». El dinero aportado, en los tres casos, lo consumirian pagas de
las tropas. Acerca del cuarto asiento no aclara (mayo de 1556, carta
n° 333) si 250.000 escudos, tornados a prestamo corresponden a una ο
varias operaciones. Con este motivo lucen las dotes administrativas del
duque, el cual, ciertamente sin lograrlo, pretendia interrumpir practicas arraigadas, desde mudio antes, que traian consigo la desmembraci0n del dominio fiscal napolitano, prenda apetecida de los banqueros. En sus operaciones de credito granjeaban fincas senoriales,
ademas de alcanzar distinciones nobiliarias. Esta cuarta operacion, de
los 250.000 escudos, pensaba Alba haberla consignado en el donativo
del reino de Napoles, pero encontrandolo casi consumido, y muy
distante la recaudacion del inmediato, tanto que los intereses hubieran
ascendido «a mas de 35°/o», decidici consultar a D. Bernardino de
Mendoza y, de acuerdo con έΐ, se consigno a los banqueros el precio
del senorio de Salerno, vendido, «con algunas otras tierras» para que
el interes no rebasara el 9%, cuota estipulada con el comprador (marquesa del Vasto, ο Gasto) en un pacto anejo, con carta de retroventa
que permitiria rescatar el patrimonio enajenado. Este reintegro pasö
a soportarlo la cobranza del liltimo tercio de un donativo ulterior.
Reprobaba Alba, como es natural, las enajenaciones; mis le gustaria,
escribe a D. Felipe, «ir aumentando a V. Μ. sus rentas y estados», en
vez de venderlos.
El duque, siempre que pudo, mantuvo esta actitud en sus tratos con
los banqueros. Con los 110.000 escudos del tercer asiento habia pagado
a tropas de Toscana, Puerto Hercules y Orvietelo, hasta fines de 1555;
en cambio, dispuso directamente de rentas de Napoles para la paga
de febrero de lasquenetes que (carta n° 278), cansados de esperar y ya
amotinados, tenian cercado al virrey en el castillo de Pontestura, fortaleza que queria conservar a toda costa. £1 nos lo explica: si el dinero tardara en recibirlo «corria peligro que el ejercito de los enemigos
. . . nos pusiera en terminos que muriesemos de hambre»; pero una vez
calmadas las tropas alemanas entraron en concordia, prometiendolas
que cobrarian, a corto plazo, tres meses en dinero y otro en ropa.
El duque que, desde su llegada a Milan, conoce (carta n° 133) la
penuria de la tesoreria napolitana con unas rentas copadas en anteriores consignaciones (asi los aceites, y los azafranes y los cuatro granos
de la capitaci6n por hogares), y otras enajenadas, y que sabe, tambien,
que en los primeros meses poco podria sacar de la hacienda de Milan,
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y menos de los banqueros esquivos, se vio forzado, como hemos visto,
a dictar aquella providencia acerca del dinero del monte. Incensantemente recomienda diligencia para que su lugarteniente allanara todo
genero de obstaculos y, en especial, los concernientes a la peticion del
donativo del reino de Napoles (contribucion semejante al servicio de
nuestras cortes) que importaba 150.000 escudos. De Ndpoles sacaria,
a fines de julio de 1555, 115.000 escudos, procedentes de rentas, destinados, en el campamento de La Dora (carta n° 249), a pagar vituallas
para Siena y para Puerto Hercules, con municiones y soldadas. Sin
ellas, escribe, «era imposible poder salir, ni vivir». Dos meses mas
tarde tenia concertados, en Genova, los asientos referidos, y el 12 de
octubre Mendoza le enviaba de Napoles (carta n° 280) 118.000 escudos y en Milan, Alba, consigue con dificultades, pocos dias despues, 160.000, para soldadas (carta n° 282).
Unas lineas increibles de esta carta revelan la acritud del duque
y la falta de generosidad de su desbocada pluma. A raiz de un fracaso
(la perdida de Vulpian) pretende tranquilizar a D. Felipe diciendole
que el rey de Napoles conservaba Milan «en el termino que se lo di<S
su padre, cuando el (jCarlos!) no se atreviö a defenderlo». ^Podia esperarse acaso que el hombre desfallecido a quien Alba contempla en
Bruselas con toda la consumcion de un cuerpo con alma, defendiera
personalmente a Milan? Decididamente el duque, por mudio que
valiese, se sobreestima; guarda vivo el resquemor de la merma que
padeckS su fama en el descalabro de Metz, que atribuiria a Carlos V.
por haber acometido la empresa a destiempo. En Italia, tambiέn en
descargo propio, ve con mayor fidelidad las cosas que a los hombres,
y declara lo siguiente, «sin dinero es de muy poco fruto conservarla:
no hay plaza que se pueda defender si no es Pontestura, fortificaciön
nueva» sin ejercito adecuado, porque no lo podia pagar.
Los apuros pecuniarios persisten, en efecto. En Milan le retienen,
hasta final de diciembre, y desde octubre estä pensando pasar a
Napoles. N o nos dice quien le daria alii, despues de lo relatado mas
arriba, 50.000 ducados mencionados en varias cartas (la n° 297 es una
de ellas). En viaje, desde enero, llega en febrero a Napoles; alii promete cuatro meses de pagas consecutivas a una coronelia y espera hacer
con las demis un trato semejante.
Cuando marzo finaliza (el dia 26, carta n° 332) recibe aviso de
que en Rosas, el 18 de febrero, ocho galeras esperaban buen tiempo
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Gastos, criditos y deudas en Italia
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para hacerse a la mar. De estas embarcaciones, labradas y armadas
en Rosas, se conservan cuentas en Simancas (Guerra antigua, legajo
52, folios 142 a 146) que no he de utilizar ahora; me limito a decir que
ingresaron unidas a otras, procedentes de Malaga y Cartagena, en una
flota que llegarxa a Italia; pero antes de que esto aconteciera el duque
nos informa de alguna rectificacion de sus planes: el dinero de Salerno,
al fin, no lo cobran los acreedores de los 250.000 escudos tornados a
prestamo; Alba, de mala gana, tiene que seguir disponiendo de bienes
del dominio fiscal (carta n° 377) y, por ultimo, despues de tocar en
Genova entran en el puerto de Napoles (carta n° 347), no ya ocho
sino «veinte y seis galeras, y en ellas 318.000 ducados». Llegan con
tanto retraso que no cubririan las necesidades mas apremiantes:
350.000 escudos. Asi se lo escribe el 13 de mayo a D. Felipe y, al cabo
de un mes, a la princesa regente Dona Juana excusando su retraso
(carta n° 363), anadiendo que despues de la tregua concertada,
«habria de proveer el ejercito de Piamonte y a la gente que se entretiene en Toscana», y no tiene otros fondos a mano, y lo de Napoles
esta «exhausto y destruido». Ya sabemos desde cuando esperaba Alba
600.000 ducados que crey<5 le llevaria D. Alonso Pimentel, cumpliendo
instrucciones del Cesar o, en su defecto, Luis de Barrientos. Con los
318.000 ducados en plata, conducidos por D. Juan de Mendoza, hijo
de D. Bernardino, llegaron a Italia tambien 83.000, en letras, emitidas
en Castilla en virtud de tres asientos (pero no el total de ellos, n° 470).
Las letras, libradas sobre firmas de Genova, a largo plazo, fue preciso
descontarlas porque urgia despedir a los lasquenetes, ociosos despues
de la tregua y que, en Lombardia, «hacian una costa excesiva». Refiere Alba, a Dona Juana, la princesa regente, que de Napoles habia
sacado, desde su entrada en el reino, durante unos seis meses, 400.000
escudos remitidos a Milan en fechas sucesivas, y termina diciendo «la
costa era insufrible, y la que queda no es pequena», y necesita por lo
menos, tener completos, los 600.000 ducados prometidos por el emperador. Un concepto mas de gasto tenia a la vista desde que le anunciaron avisos repetidos de que, sobre las costas napolitanas, atacarian
treinta galeras del turco, despues de haber copado Doria, «en el mar
de Tarento», cinco fustas de corsarios.
Una extensa carta (n° 369), dirigida ocho dias despues (18 junio)
a D. Felipe narra, la situackSn de la tesoreria napolitana: a) el ingreso
reservado para desempenar Salerno se habia gastado en Lombardia;
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b) Alba tuvo que sacar del monte otra vez dinero, ahora 25.000 ducados, viendo que nadie querxa comprar tierras del patrimonio fiscal;
c) proyectaba establecer un derecho de aduana sobre algunas mercaderias, pero tardaria el ingreso en llegar a las cajas. De varios recursos
circunstanciales no esperaba nada. Formula a continuacion una aspera
queja: «si a V. M. le acordaran lo que se debe en sus ejercitos y el
peligro que corren sus estados, por no ser pagados, y los gritos y clamores de sus vasallos de ser robados, no se hubiera V. M. olvidado de
proveer a tan principal urgencia». En lugar de hacerlo (viene a decir
Alba) escucha el monarca denuncias que llegan al palacio de Bruselas,
quien sabe si replicando a las suyas antecedentes, formuladas sin
mayor fundamento.
En el parrafo siguiente, de la misma carta, establece la cuenta de las
deudas que importaban: en Lombardia y Piamonte 580.000 escudos;
en Siena, su estado, y Orvitelo, con las tropas amotinadas 47.000 en
Napoles, a la infanteria espanola, caballeria pesada y ginetes, 102.000
y, en Genova, a Nicolas Grimaldo 50.000 escudos que habia dado para
lo de Siena.
N o encuentro datos que permitan insertar este negocio en la serie
de mis asientos; no se si recaeria su precio sobre la hacienda de Castilla; asi pudo ser puesto que Alba sobre Castilla pretende cargarlo, a
diferencia de lo ocurrido con las cuatro operaciones suyas, antes
citadas, que soportaron los ingresos de Italia. La suma de deudas que
traslada el duque a D. Felipe asciende a 779.000 escudos (727.066 ducados), con un apendice de 180.000 remitidos a Milan, por los cuales
estaba obligado Alba «en persona propia», segun sus palabras. Como
ya hemos visto a grandes capitanes de Carlos V. responder personalmente del pago de atrasos de la hacienda real, y estos casos se repitieron, no seria esta una excepcion, pero no puedo buscar otras obligaciones que alcanzaran al duque, despues de haberme detenido tanto.
El ultimo retazo de esta copiosa correspondencia, sera meramente
alusivo y concierne al presentimiento de complicaciones derivadas de
la actitud del papa, y de su inmediata inteligencia con Francisco de
Lorena, duque de Guisa, el mismo que en Metz di<5 tanto quehacer a
Carlos V y a Alba y que, luego, descontento de la tregua de Vaucelles
pretenderia, en vano, abatir la dominacion espanola en Näpoles, con
satisfacciön de Paulo IV. N o estaba Alba desprevenido; en guardia
concentra su atencion sobre Roma y Napoles y, en espera de «Srdenes
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Gastos, creditos y deudas en Italia
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del rey, cumpliria, «sin rumor ni demostraci<5n», lo que se le mandase,
y, entretanto, prepara la contratacion de un prestamo garantizado con
ingresos de Napoles: los cuatro granos de capitacion sobre hogares del
reino, precisamente.
Estos datos de las cartas del gran duque, escritas, cuando D. Felipe,
como rey de Napoles, desde su segunda boda, dirigia la politica italiana, certifican el alcance de su actividad y sus desvelos, para obtener
en Italia los fondos que no llegaban de Espana. Alba supo sacar partido de las circunstancias haciendo de la necesidad virtud; exprimiendo a Italia, trazo un viraje decisivo en la trayectoria mantenida,
hasta entonces, desde los comienzos del reinado de Carlos V.
Castilla, asi lo atestiguan las cuatro etapas de mi serie de asientos,
venia pagando con ingresos de su hacienda, excepto en casos raros,
y minimos por su cuantia, los desmedidos gastos de la politica imperial; las remesas ultramarinas, en ultima instancia, garantizaron los
creditos abiertos por sus banqueros a medida que la deuda, casi toda
ella exterior, crecia sin cesar. Ante aquella regia general tuvo lugar en
Italia, bajo el mando de Alba, con plenos poderes, una excepcion
notable, de duracion breve.
La cuantia de la deuda, 779 000 escudos al finalizar junio de 1556,
revela cuanto le faltaba entonces, pero ya sabemos (el nos lo cuenta)
como, desde su llegada a Milan, al comenzar el mismo mes del ano
anterior, ademas de lo que tomara del monte de Napoles (si llego a
consumarse el atentado) le habia suministrado la hacienda napolitana,
con entregas sucesivas hasta fin de 1555, 233.000 escudos y 400.000
mas en los seis primeros meses de 1556; por otra parte, el estado de
Milan 160.000 escudos. Daba menos Milan que Napoles aunque alli,
y en los territorios cercanos, se gastaba la mayor parte.
Con no ser pocos los 793 000 ecsudos de esta otra suma, no olvidemos que, al cabo de dos meses, los banqueros reacios, hasta fines de
agosto, abren la bolsa, estimulados, sin duda, por la tentaciön de la
proximidad de las consignaciones de ingresos italianos, y se atienen,
al proceder asi, a la linea de conducta que llevo a Espafia a los banqueros de Genova, en 1554, para estar al pie de la contaduria o, como
antes he dicho, a la cabecera del enfermo.
Es, por lo tanto, digno de senalarse que, estando la contratacion de
asientos enrarecida en los mercados de Castilla y en la corte de la
princesa Dona Juana, y en Flandes Carlos V sin obtener lo que pedian
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a los mercaderes, lograra el duque en cuatro operaciones, durante unos
nueve meses, 500.000 escudos, todos ellos, ya lo he repetido, consignados sobre ingresos de Italia, principal ο casi exclusivamente, de Napoles. Y no lo incluyo todo: ni 180.000 escudos que Alba dice haber
garantizado, con su credito personal; ni 50.000 cargados por el, en
la deuda que traspasa a D. Felipe; ni un corto numero de operaciones
menudas aludidas en cartas no anotadas por mi.
He procurado puntualizar lo que precede, sobre las cartas del duque,
cotizando su autoridad y preseverando en mi vocacion por los textos
epistolares. Habre insistido, excediendome, en la copia de incisos
curiosos, y de aciertos verbales, y de algun parrafo llamativo; tal vez
no haya sabido contener mi deseo de observar, desde cerca, la intimidad de este personaje, y su manera de acometer tareas propias del tema
de mi libro y, en cambio, he prescindido de examinar las campafias
en que intervino, como gran figura, que son casi todas las del Cesar,
desde que Alba era un mozalbete. Leyendo sus escritos se ve que la
diplomacia no era su fuerte; es, eso si, tan directo su estilo agresivo
que, en cuanto retrata lo que ve y confiesa lo que siente, le viene a la
medida un juicio de Saint-Beuve dedicado a un coetaneo y contendiente de Alba, servidor de Francia en Italia con las armas, como el
duque lo era de Espana, el gascon Montluc, factotum frances, en Siena:
il trouve moyen de convaincre ä la fois de sa veracite et de sa jactance;
les fiertes de son style nous rendent bien Celles de son courage et de sa
personne.
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