Las ciudades y el mundo rural. •

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• Las ciudades y el mundo rural.
Uno de los dramas fue la falta de hombres. Esta escasez de efectivos humanos fue considerada motivo
importante de la crisis española. Los viajeros se sentÃ−an impresionados por la desolación de los grandes
paramos.
Las ciudades.
La vida urbana experimentó un cambio entre los siglos XVI Y XVII. El primero produjo un importante
desarrollo urbano, en el segundo la crisis afecto a muchas poblaciones.
Solo Madrid siguió creciendo.
El marco urbano constituÃ−a un mundo de contrastes. En las ciudades coincidÃ−an las grandes catedrales de
la Edad Media y los edificios del Renacimiento con casuchas.
La falte de higiene era total.
Cuando las campanas daban el toque de oración, las ciudades cerraban las puertas, y las mujeres tenÃ−an
prohibido circular por las calles.
Se hicieron notables esfuerzos para mejorar las ciudades.
En torno al centro urbano reinaba la más completa anarquÃ−a. Apenas se podÃ−a hablar de calles en
muchos lugares. Faltaba señalización elemental. Muchas ciudades eran en realidad aglomeraciones rurales
pobladas.
Hidalgos, artesanos y delincuentes.
La mayor parte de las capitales se encontraban entre los 10000 y los 25000 habitantes; Córdoba, Zaragoza,
no alcanzaban los 50000. Toledo, Granada no llegaban a los 100000. Sevilla y Madrid eran centros populosos.
Las ciudades menores eran aglomeraciones de campesinos. También se asentaban en ellas diferentes
órdenes religiosas. Una parte de la población estaba constituida por hidalgos. Formaban un conjunto de
ociosos porque su honor y prestigio sociales les impedÃ−a cualquier tipo de trabajo.
Los artesanos eran más numerosos; no faltaban los talleres dedicados a la fabricación de objetos de lujo.
Las diferencias entre la minorÃ−a acomodada y las masas del pueblo eran abismales.
En las ciudades tenÃ−an un lugar muy importante las gentes dedicadas a la delincuencia; en Sevilla su
número alcanzaba proporciones alarmantes.
El mundo rural: los campesinos.
Las delicias de la aldea son una idealización tópica bajo la que habÃ−a una realidad de dureza y miseria.
El aspecto de las aldeas era acorde con la miserable vida campesina. Se usaba adobe y en muchos lugares las
viviendas eran chozas.
2. La vida domestica.
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La vivienda
Era habitual que las familias fueran propietarias de sus viviendas.
La casa mantuvo en AndalucÃ−a y Levante el esquema romano. De planta cuadrada o rectangular, en torno a
un patio.
En verano la vida se hacia en planta baja y en invierno en la planta superior. En las familias más pobres cada
piso era ocupado por una familia. Habitaban en casas de vecindad, en el centro habÃ−a un patio y en torno a
el se abrÃ−an las viviendas.
En las casas acomodadas se entraba a través de un vestÃ−bulo. En la planta baja habÃ−a un patio y una
serie de dependencias. De un vestÃ−bulo partÃ−a la escalera. Y en la planta superior estaban las habitaciones.
Hay es donde se veÃ−an los lujos.
Se usaban para la iluminación bujÃ−as de cera.
El mobiliario y el ajuar.
El mobiliario y el ajuar domestico estaban en consonancia con el nivel domestico y social.
Las paredes de las viviendas humildes solÃ−an estar desnudas.
Cuando el nivel económico lo permitÃ−a solÃ−an estar decoradas con guadamecÃ−es. El uso de cristales se
empezó a extender en esta época. Los objetos de cristal eran mucho menos comunes y su uso era muy
restringido. En las casas más ricas se usaban vajillas de plata, cristal o porcelana.
3. La alimentación y los usos culinarios.
La alimentación también era el fiel reflejo de las profundas diferencias sociales.
El pan y la carne.
Las extensiones de tierra dedicadas a la producción de cereales eran mayoritarias. La explicación de esto es
el pan. Era el alimento básico de las clases populares.
El trigo constituÃ−a la mayor partida para tres de cada cuatro familias.
La carne también desempeño un papel fundamental en la alimentación.
La carne se solÃ−a preparar guisada. El pescado tuvo una importancia mucho menor, salvo en la Cuaresma.
Los hábitos alimentarios.
Tanto en las casas humildes como en las distinguidas lo normal era que se hiciese una comida al dÃ−a. Los
mas acomodados comÃ−an uno o dos platos de carne, los mas modestos un poco de carne, y los mas pobres
consumÃ−an legumbres y hortalizas.
Los criados comÃ−an en sus propios hogares.
El vino y otras bebidas
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El consumo de vino era habitual pero se bebÃ−a con moderación.
El llamar borracho a un español en el Siglo de Oro era uno de los peores insultos que podÃ−an lanzarse.
Las bebidas refrescantes estuvieron muy extendidas. Algunas como la aloja o el hipocrás se servÃ−an frias
Pero la bebida española por excelencia era el chocolate.
4. El vestido y el arreglo personal.
En este terreno vivió sustanciales variaciones, al margen de las diferencias sociales. Los extranjeros se
sorprendieron por el lujo de vestir. El vestido femenino alcanzo gran complejidad.
Algunos arbitristas achacaron una parte de la ruina del paÃ−s al lujo y el gobierno dicto leyes contra el lujo
excesivo.
La miseria que alcanzo a sectores muy amplios de la población tuvo su repercusión en el vestir.
La indumentaria masculina.
Los españoles del siglo XVI y XVII prefirieron el color negro.
Durante el reinado de Carlos V se impusieron modas.
En estos años, la indumentaria masculina constaba de jubón, calzas y sayo.
Entre las prendas de abrigo con mangas destacaba la ropa.
Se usaban también las capas de diversos tipos.
Los hombres humildes llevaban calzones largos, o cortados por la rodilla.
Los zapatos eran de piel. Entre las clases populares estuvo muy difundido el uso de alpargatas.
Una de las prendas que acuso notables cambios de moda fueron los cuellos. Bajo Felipe II y Felipe III
alcanzaron una complejidad extraordinaria.
Complementos indispensables eran las capas, espadas y sombreros.
El vestido femenino.
Hay un notable contraste entre el vestido de la mujer de clase humilde y el de las damas acomodadas o de la
nobleza, o las prostitutas.
Una prenda muy popular fue la pañoleta. Como prenda de abrigo usaban mantos.
El elemento mas llamativo de los vestidos femeninos los constituyo el guardainfante. Llego a adquirir tales
dimensiones que las mujeres para pasar las puertas debÃ−an ponerse de lado. Su campana abultada marcaba
un gran contraste con los corsés.
Los escotes lanzaron tal generosidad que llegaron a prohibirse, excepto a las prostitutas.
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Los vestidos eran muy largos
Entre la aristocracia fue común utilizar adornos de perlas y piedras preciosas.
Cosméticos y adornos.
Una de las cosas que mas llamo la atención fue la profusión con que las españolas se maquillaban.
Aparte de colorete, se blanqueaban la piel con solimán y los labios se abrillantaban con cera.
Los perfumes también se usaban en abundancia.
Estuvo muy extendido el uso de chapines, con los que además de ganar altura, se ocultaba el pie.
Los guantes se llevaban cortos y abrochados a las muñecas.
El peinado.
En el de los hombres se produjo un cambio sustancial; durante el siglo XVI el pelo se llevo corto y la barba
poblada. En el siglo XVII se sustituyeron por cabellos largo y perillas con bigotes atusados.
En el siglo XVI las mujeres llevaban el pelo largo. Con la llegada del siglo XVII el pelo se acortó. Los
sombreros fueron corrientes en las clases adineradas.
5. Viajes, viajeros y noticias.
Los protagonistas de las novelas picarescas aparecen como trotamundos. Los españoles que marcharon a
América como viajeros incansables. Los soldados son la clave de un hombre de mundo.
Fueron los aventureros los que dejaron esa imagen de bullicio y movilidad, pero la inmensa mayorÃ−a de los
españoles fueron sedentarios. Fueron muy frecuentes los campesinos inmóviles, aferrados a su terruño.
Las dificultades para viajar: impuestos y bandolerismo.
La gran extensión de los señorÃ−os dificulto los desplazamientos. El comercio se veÃ−a muy entorpecido.
El bandolerismo también constituyo un problema de graves consecuencias para los viajeros.
Eran objeto de asalto los correos reales, los comerciantes se agrupaban para hacer sus viajes.
Las vÃ−as de comunicación.
A la inseguridad se unÃ−a el mal estado de los caminos. En verano eran pistas polvorientas, y en invierno
barrizales impracticables.
Los puentes eran escasos. Los puentes de madera resistÃ−an mal el paso del tiempo. El cruce de los rÃ−os se
hacia en barcas.
Posadas y medios de transporte.
Las posadas eran poco numerosas e incomodas.
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Cuando un viajero llegaba a una posada habÃ−a de cocinar por su propia cuenta.
Las posadas eran lugares sucios, poco ventilados y mal acomodados.
Junto al mal servicio y las pésimas instalaciones, posaderos tuvieron fama de ladrones y de cobrar precios
abusivos.
A lo largo del siglo XVI los mulos fueron sustituyendo a los bueyes.
Las literas fueron el medio de transporte tÃ−pico del siglo XVI y fueron sustituidas por diligencias.
Las carrozas se convirtieron en el signo más importante de distinción social.
Las noticias y el correo.
La difusión de noticias planteo graves dificultades.
El correo español del siglo XVI era mejor que el del resto de Europa. Se instituyó como correo real y a
partir de 1580 como un servicio publico.
Cuando el gobierno querÃ−a divulgar una orden salÃ−an de la corte numerosos correos con rutas asignadas.
Entre el pueblo funciono la transmisión oral.
En la difusión impresa alcanzaron importancia las hojas volanderas y las gacetas.
6. Las relaciones familiares.
La muerte prematura fue un acontecimiento frecuente durante los siglos XVI y XVII. Esta realidad hizo que la
institución matrimonial no adquiriese solidez y que los lazos de sangre se viesen reforzados.
Las reiteradas epidemias generaban numerosos viudos y viudas.
La familia.
La familia del Siglo de Oro no era muy extensa.
Los lazos que unÃ−an a los miembros fueron débiles. En caso de necesidad los padres podÃ−an vender a
sus hijos como esclavos.
En el seno familiar se preferÃ−a el nacimiento de varones sobre el de hembras.
La mujer.
La mujer tuvo tres funciones básicas: ordenar el trabajo domestico, perpetuar la especie humana y satisfacer
al hombre. Estas funciones se realizaban en el matrimonio.
El matrimonio se consideraba un fin y la mujer un objeto que el hombre sometÃ−a a su voluntad.
El matrimonio.
El matrimonio fue asumido por la mujer como un fin, en el que influÃ−an factores sociales, conveniencias
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familiares o razones familiares. Fueron muchas las mujeres depositadas en conventos hasta que contrajeron
matrimonio según su voluntad.
La costumbre de acceder a las relaciones sexuales, tras una promesa verbal o escrita de matrimonio por parte
del varón, dio lugar a nacimientos extramatrimoniales.
Los bastardos llegaron a ser una realidad muy extendida.
En España la mujer accedÃ−a al matrimonio a temprana edad.
Se fundaron obras pÃ−as o se dejaron legados testamentarios, cuyo objetivo era dotar jóvenes para que
pudiesen contraer un honesto matrimonio.
7. El mundo del trabajo y el del ocio.
El honor y la honra, constituyeron los pilares básicos de la mentalidad de los españoles. Los oficios
mecánicos eran rechazados, la agricultura nunca mancho la honra de los que la practicaron.
Trabajar no constituÃ−a para los españoles un fin, sino un medio. El trabajo para los españoles era
prácticamente una maldición bÃ−blica.
La expresión pobre per honrado constituyo todo un lema de aquella sociedad.
El trabajo de cada dÃ−a.
El ritmo laboral habÃ−a de dejar tempo suficiente para las diversiones. El descanso dominical era
escrupulosamente observado; también se descansaba en las fiestas que surgÃ−an circunstancialmente.
Algunos cálculos señalan como no laborables la mitad de los dÃ−as del año.
La aversión a ciertos trabajos hizo que los mimos fuesen ejecutados por esclavos. Parte de los trabajos más
aborrecidos fueron cubiertos con inmigrantes extranjeros. Los trabajos a los que se dedicaron fueron, los de
aguadores, mozos de cuerda, etc.
En las tareas agrÃ−colas la estacionalidad del trabajo imperaba sobre otras consideraciones. La fecha de
mayor laboriosidad era la siega de cereales. El momento de menor trabajo era la primavera.
Criados y estudiantes.
Fue grande el numero de españoles que trabajaban en el servicio domestico.
Los estudiantes constituyeron un grupo singular y abigarrado. Su presencia, ambiento la vida de las ciudades
universitarias. A pesar de que estaban sometidos a una disciplina rigurosa, tuvieron un papel importante en
nuestros desordenes callejeros.
Los exámenes tenÃ−an notable proyección social, convirtiéndose en autenticas fiestas.
El ocio.
La aversión al trabajo convirtió el ocio en objetivo de la mayorÃ−a. Se trabajaba lo imprescindible para
subsistir y el tiempo libre se dedicaba a la charla, al baile, al juego o al galanteo.
La charla podÃ−a acabar en trifulca, llegaron a instituirse hasta academias de conversación.
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La afición al baile estuvo generalizado ente todas las clases sociales.
El galanteo y las relaciones amorosas ocuparon la atención de muchos. La visita a las mancebÃ−as y la
relación con prostitutas fue frecuente.
A las mujeres públicas que allÃ− ejercÃ−an su oficio habrÃ−a que sumar las que trabajaban por cuenta
propia.
La pasión por el juego alcanzo a todos; se jugaba en todas partes, hasta en las cárceles de la inquisición.
ExistÃ−an bandas de jugadores profesionales.
8. Fiestas religiosas y diversiones profanas.
Las fiestas y diversiones mantuvieron una intensa relación con la religión que si unas veces vinculó de
forma la festividad con la práctica religiosa. Si en el Corpus Christi lo festivo y lo religioso iban de la mano,
el carnaval, el teatro o los toros encontraron una constante oposición de la Iglesia.
Las romerÃ−as.
Las romerÃ−as fueron una de las celebraciones religiosas de mayor arraigo popular.
Estas romerÃ−as eran ocasión de bulla y jolgorio comilonas y galanteos. La bebida era causa de pendencias
y con frecuencia salÃ−an a relucir las espadas.
El Corpus Christi.
La celebración de Corpus era en muchos lugares la festividad más importante del calendario cristiano.
Los tablados fueron sustituidos por carros triunfales que arrastraban un escenario móvil que acompañaba la
procesión.
La tarasca sostenÃ−a en un lugar del recorrido un fiero combate con un personaje que simbolizaba el bien y
siempre resultaba vencedor.
La Semana Santa.
Otro momento de solemne festividad en el calendario cristiano era la Semana Santa. La conmemoración de
la Pasión de Cristo suponÃ−a que todo un pueblo se echase a la calle para manifestar en las procesiones sus
sentimientos religiosos.
A las puertas de los templos y en sus alrededores se instalaban multitud de tenderetes donde se vendÃ−an pan,
y toda clase de comestibles.
Las diversiones profanas, el carnaval.
En estos siglos se intento convertir la vida cotidiana en un motivo permanente de diversión.
El ciclo de fiestas profanas comenzaba con el carnaval o carnestolendas. Grupos de gente disfrazada de forma
grotesca que recorrÃ−an las calles al son de cencerros y campanillas.
El carnaval era una época de bromas y chanzas y resultaba muy común poner cuerdas disimuladas
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atravesando las calles.
El baile.
Ya nos hemos referido a la importancia del baile como diversión y a su introducción en las más
significativas celebraciones religiosas.
La aristocracia y aun la baja nobleza recibÃ−an lecciones de danza. Entre las danzas se distinguÃ−an dos
tipos: las de cuenta, muy ceremoniosas, y las de cascabel, más desenfadadas.
Entre las danzas cortesanas destacaron la pavana y la gallarda. Entre las danzas populares la zarabanda y la
chacona.
El teatro.
El teatro constituyó la afición suprema de aquella sociedad y case ninguna fiesta profana o religiosa,
popular o cortesana, se entendÃ−a si él.
En Granada se habilitó para teatro la Casa del Carbón, por lo que su nombre popular acabó siendo corral
del Carbón.
Era frecuente que la explotación de los corrales estuviese a cargo de instituciones benéficas o cofradÃ−as
religiosas.
Las mujeres mostraron una gran afición y la cazuela se convertÃ−a en un hervidero. Entre el publico
masculino merecen mención especial los espectadores del patio, los llamados mosqueteros. Ellos decidÃ−an
con sus silbidos o aplausos la suerte de la representación.
Los toros.
Los toros compartieron con el teatro la pasión de los españoles. Los espectáculos taurinos estaban menos
reglamentados.
Las corridas de toros eran entonces una actividad propia de caballeros. En esta época empezaron a
organizarse en las grandes ciudades ciclos taurinos fijos.
Las corridas se efectuaban en las plazas públicas, acondicionadas al efecto. Los lidiadores eran gente de
alcurnia y la suerte mas habitual era el rejoneo a caballo; si el jinete no acababa con el toro, eran los miembros
de a pie que integraban su cuadrilla lo que lo hacÃ−an.
Las corridas solÃ−an durar bastantes horas. Su celebración se convertÃ−a también en ocasión propicia
para el galanteo por la concurrencia de hombres y mujeres a un mismo lugar.
9. Las vivencias espirituales y las creencias.
Pocas épocas han vivido una tensión emocional y espiritual tan intensa como el Siglo de Oro. La
espiritualidad y el sentimiento religioso alcanzaron durante estos siglos una extraordinaria complejidad y
riqueza.
En la relación con el diablo están los numerosos casos de brujerÃ−as y posesiones diabólicas, que daban a
persecuciones implacables que terminaban en Autos de Fe. El rey Carlos II fue objeto de un exorcismo.
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El arte como expresión de la espiritualidad.
Hoy seria posible valorar lo que fue la espiritualidad española en el Siglo de Oro a través de las obras de
sus pintores y escultores
Ribera pinto una larga serie de imágenes de santos. Los pinceles de Zurbarán reflejaron de forma
insuperable otra de las más importantes realidades religiosas: el misticismo.
Otro de los grandes temas pictóricos fue la Inmaculada Concepción.
Las procesiones y los imagineros.
Las procesiones como manifestación de sentimientos religiosos y de fervor popular estaban apoyadas por la
jerarquÃ−a eclesiástica. ConstituÃ−an un espectáculo a cielo abierto en el que participaba la casi totalidad
de la población y cuyo centro era una imagen.
Hermandades y cofradÃ−as, parroquias y conventos, órdenes religiosas y cabildos catedralicios fueron los
grandes clientes de los imagineros.
La devoción popular se centraba en imágenes concretas.
Las gentes de entonces consideraban que Dios controlaba hasta las cosas más triviales y permitÃ−a las
calamidades como respuesta a la maldad y al pecado.
Las tres grandes epidemias que azotaron la PenÃ−nsula provocaron explosiones de religiosidad popular.
Actitudes ante la muerte.
La muerte resultó extremadamente familiar a los españoles del Siglo de Oro. La Iglesia defendió que la
vida era un valle de lagrimas y en todo caso una preparación para el más allá, al que todos debÃ−an llegar
con las mejores condiciones.
También la muerte tuvo su pintor, Valdés Leal, quien vivió la terrible mortalidad que causo la peste en
su ciudad.
Lo cotidiano de la muerte a lo largo del Siglo de Oro permite hablar de una <cultura necrófila>, la vida se
mostro también en todo su esplendor como una fiesta.
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