Guillermo, el Hilo y El río O sobre la paciencia

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Guillermo, el Hilo y El río
O sobre la paciencia
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Guillermo, el río y el hilo.
Ó sobre la paciencia.
Tesis presentada para cumplir con los requisitos finales para la
obtención del título de Antropóloga
Autora: Juliana Sánchez Castellanos
Director: Carlos Páramo Bonilla
Mayo 2011
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Agradecimientos
A mi abuela, por nuestras conversaciones: por sus ojos, por su oído y por su voz. A
mi mamá, a mi papá, a mi hermana, por la paciencia y gracias, todos los días a los
tres, por esta vida nuestra. A mi hermana, de nuevo, por la diagramación final de
este escrito. A la familia Trespalacios Peñas por su generosidad. A todos los joyeros
de Mompox por su amabilidad y disposición. Por su apoyo a Carlos Páramo.
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Abstract.
Este escrito observa, a la luz de la antropología simbólica, la figura del joyero momposino
Guillermo Trespalacios como arquetipo. Versa su argumentación en el análisis de tres
elementos fundamentales: la vida del joyero modélico, la filigrana como arte y oficio y
relación de los momposinos con el río Magdalena. Escudriña en la idea de la paciencia y la
observa en tanto valor inherente a la filigrana momposina. Propone la posibilidad de
entender este trabajo con los metales desde la alquimia en tanto oficios ambos basados en la
trasmisión de secretos y regidos por una lógica particular en lo que respecta al manejo del
tiempo. El trabajo se construye a la manera en que la filigrana se realiza, es un tejido y
como tal parte del entrecruzamiento y anudado de hilos.
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“(…) «Ya esto me lo sé de memoria, gritaba Úrsula. «Es como si el tiempo diera
vueltas en redondo y hubiéramos vuelto al principio»
Primer atardecer en el callejón de la Sierpe. El blanco de las casas momposinas se torna
amarillo con la luz de los faroles encendidos: enormes paredes ambarinas surcadas por las
sombras de los cables de luz y las rejas que encumbran descomunales ventanas. Todos los
días son el mismo, “el río nos dio las espaldas y eso hizo que nos envenenáramos,
quedamos perdidos en el tiempo”1. En este pueblo el tiempo sobra, zozobra. Me sorprendo
a mi misma perdida en una mancha café en la pared de la casa de la Nena Ocho, justo en
frente a la mía. La mancha mueve su cuerpo en un segundo exiguo y vuelve a su posición
inicial. Alcanzo a dudar si lo vi o lo imaginé. Se contorsiona, de repente tiene cuatro patas y
una prolija cola. Corre en dirección opuesta a la del farol, se confunde con las sinuosas
sombras de las rejas forjadas. Amplío mi mirada y caigo en cuenta que la pared entera es
una enorme conmoción de manchitas epilépticas, manchitas con patas y cola: la pared baila.
El río está bajo, es necesario descender varios escalones para llegar a él y mojarse los pies.
Yo no río, el tiempo se prolonga y no tengo risa, mi abuela habla lento y vuelve a los
dolores como si con nombrarlos, numerarlos, inventariarlos, los exorcizara: el glaucoma, la
catarata, la presión que sube, la que baja… los nervios, y de vuelta al glaucoma. Concluye
que la vejez es una enfermedad y se suspende en silencios perdidos quizás localizando
mentalmente los lugares que advierten otros días, la piel acariciada, las yemas de los dedos
pasándose por los rizos tupidos de sus hijos sobre el regazo. En cierto momento los días
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empezaron a repetirse, idénticos: tan vividos como por vivir, en un solo cauce circular,
irrefrenable; con los años los niños se fueron y ella volvió a Mompox para no poder salir
nunca más y quedarse a recordar, incluso, días no vividos y contagiarse de esta especie de
nube sin fiebre ni furor que añora siempre ver el mercado funcionando y al progreso
cruzando entre nubes de vapor enfrente de La Villa. La piel de mi Abuela: piel ahora
surcada por líneas cansadas, indicios, sentencias, manchas luminosas.
“Por Mompox se pasaba, ahora a Mompox sólo se llega”, reza el dicho. Hubo un tiempo,
un largo tiempo, en el que las cosas eran muy distintas: primero fue el tiempo de los
Malibúes, indígenas bravos y fuertes. El río servía entonces de alimento y según las lluvias
se cazaba, se pescaba o se sembraba: en ese entonces, como ahora, siempre que llovía el río
se crecía, pero el agua corría contenta por entre los canales, regando hasta la yuca más
lejana. Ahora el río se ha vuelto “orín del diablo”, como dicen los ancianos en los parques
de la ciudad. Ya no nadan muchos peces por sus aguas y los planchones se encallan si se
arriesgan a pasar por este sedimentoso brazo del Magdalena. Cuando llueve, las aguas
pierden su cauce, pues el río siempre es el mismo y las aguas que caen nunca remplazan a
las que corren (que ya no corren) sino que las suman, ocasionando el más grave estropicio y
pudriendo todo lo vivo. Cuando eso sucede, los vaqueros llevan cantando a los animales
lejos de tanta humedad y los encaraman donde la podredumbre no alcance.
“¡Arrepújenlo y que lo cante el guía! Fue así como comenzó la tonada el vaquero
guía:
Cuando yo tenía ganao,
Cantaba mi vaquería,
Ahora que no tengo ná,
Yo canto a la vida mía.
El patrón se había quedado recostado en el corral oyendo como se iba alejando el
canto del vaquero:
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Si la guacharaca supiera,
La fuerza que manda un tiro
Ni comiera ni bebiera
ni saliera de su nido.
Juan el capataz, le advirtió al cantador: El guía no debe dejar de cantar porque se
detiene el ganado y rinde menos la jornada.” (Di Filippo, 2000: 19)i
En la Albarrada de la Sierpe, los atemporales orines del Diablo corren tropezándose frente a
mis ojos. Aquí donde ahora duerme todas sus noches la niña Nora, mi abuela, estaba una
vez Suasúa y junto a éste Mompox, los dos barrios malibúes donde el 3 de mayo de 1537
hubo de fundar Alonso de Heredia La Villa de Mompox. Hoy barrio arriba y barrio abajo
respectivamente. Cada barrio de la antigua población indígena era gobernado por un
cacique al cual le debía su nombre, y justo en el centro, en el actual Parque del Tamarindo o
Parque de Bolívar (con su estatua-centro de todas las ciudades), se erigía otrora una gran
choza2. Las huestes españolas dilucidaron la importancia estratégica de la isla,
conquistándola se establecía un puerto importante que comunicaba con las minas de
Antioquia, con el interior del país y con la costa Caribe. La zona fue rápidamente
conquistada, aunque no sin dificultad, y sus pobladores sometidos y esclavizados.
Mompox, por encima de las fundaciones de Tamalameque y Tenerife, se constituyó en
epicentro de la zona y puerto obligatorio de descanso en el viaje por el Magdalena hacia el
interior, así como lugar de acopio y contrabando. Era esta ciudad de casas solariegas el
lugar de residencia de los encomenderos de toda esta zona. Poco a poco algunas familias
españolas se fueron viniendo con sus hijos; construyeron casas a imagen y semejanza de las
que tenían junto al Mediterráneo y tras su pista no tardaron en venir todas las compañías
religiosas con sus cristos crucificados al hombro y varios indios fuertes a hacer iglesias y
i
Di Filippo Peñas Virgilio, 2000. Cuentos de mi Tierra. Giovanni di Filippo (ed). Bogotá. No habiendo
mejor forma de introducir el texto que refiero cito su contraportada, “Pocas veces, las letras momposinas
ofrecen un compendio de escritos con sabor regional. Esta es una de esas. El “Tío Mono”, ha sabido de una
manera sencilla, autodidacta y con la sensibilidad posible de la “Mamá Esperanza”, mostrarnos a través de sus
escritos, aspectos que se confunden con la historia, el costumbrismo, la poesía y la simple narrativa”. Lo
dicho. Este libro lo encontré en la biblioteca de una casa de familia en Mompox. En él he hallado un
verdadero objeto de estudio etnográfico, no sólo porque quien habla de Mompox es un momposino, sino
también porque es un documento producto de ciertas relaciones sociales que lo producen a él y a su autor.
Relaciones sociales particularmente interesantes siendo que éste fue joyero durante su vida.
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colegios. Había tanto oro que hasta hubo quienes compraron títulos nobiliarios y se hicieron
marqueses: gordos marqueses, me imagino yo, sudando y abanicándose en medio de la
canícula del Caribe.
Después, mucho después que los mismos contrabandistas gritaran independencia
-“gracias a Dios que ya es Semana Santa, a ver si con los aguaceros del Jueves y
Viernes Santo se sale ese sapo podrido del desagüe, me tiene cansada, que olor tan
maluco” me dice mi abuela con seria preocupación-
Después de que Bolívar exclamara que a Mompox le debía la gloria, después de que los
bogas nacieran, crecieran, amaran y murieran debajo de la cubierta de los barcos, después
de Candelario Obeso incluso, Mompox seguía siendo ciudad ejemplar, La Valerosa, la
ciudad culta, Ciudad de Dios: la de ir a estudiar y a rezar. Pasaban los barcos de vapor de
las compañías transportadoras de pasajeros elegantemente vestidos bailando sobre las ondas
del Magdalena, seguidos de colas de remolcadores petroleros y champanes que escalaban
en cada puerto del caudaloso brazo de Mompox.
Pero el río se fue para el otro lado de la Isla, atravesó las cosechas, mojó a los campesinos y
se mudó para las Tierras de Loba, conectándose con el Cauca por Magangué y haciéndose
esta última ciudad prospera y floreciente. Mompox quedó aislado, con las puertas de sus
casas abiertas por si llegaba algún viajero cansado y con los puestos vacíos en el colosal
mercado frente al río. Ahí están ahora, con sus trajes envejecidos y sus silencios pesados,
momposinos y momposinas ricos y pobres: mirando al río, añorándolo en medio de la bilis
negra que flota en el aire, hombres caimanes encallados en riberas secas, enlodados hasta la
tristeza, antiguos contrabandistas con las manos llenas de oro, antiguos pescadores de
atarrayas siempre tensas, todos mirando el río, hablándole, dándole a él su carácter: río
paciente, río que espera, río sabio. Momposinos pacientes, momposinos que esperan,
momposinos sabios.
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“Sentado en la raíz de una frondosa ceiba a la orilla de mi río, me sentí navegando con
tristeza en el recuerdo de mi pasada infancia y en un sueño de gaseosas neblinas me puse a
charlar con la vieja arteria de mi dormido pueblo. Embarcado ya en mi nave de ensoñación,
le pregunté a mi amigo río: - ¿Cómo estás, viejo amigo? – Con mucha calma me respondió;
Aquí compañero, como un anciano andrajoso y escurrido (cursivas del autor)- Ten
paciencia amigo mío, que no hay mal que dure cien años, - ni río que lo resista,- remató él
y siguió hablando con un dejo de enfermo desnutrido: Ya cumplí un siglo de paciencia,
esperando a que no sigan enlodando más mis venas.- espera un poco más, viejo río – le
dije- para ver si nuestro pueblo toma conciencia de lo que vales para nuestras vidas, él me
contestó: - Me estás pidiendo más, si yo de paciencia vivo lleno y de tanto esperar se me
está agotando el poquito de agüita que tengo- No pierdas la esperanza, viejo río, que así
como yo te quiero, puede llegar al poder un hombre bueno a limpiar tu lecho que fue cuna y
es la historia de la patria. El río con suave brisa me refrescó la mente y con una voz de
murmullo me respondió: - ¿Te acuerdas cuando te zambullías en mí y golpeándome con tu
cabeza, ya alegre te bañabas con mi agua dulce y fresca?- Como no he de recordarlo, si
por eso estoy aquí, para conversar contigo de esas cosas viejas. Cuando volví a mirar la
cara de su empañado espejo, ya la tenue brisa lo había sumergido en un profundo sueño de
gigante vencido. Fue aquí cuando mi pensamiento desenredó el torbellino de mis recuerdos
y mirando el agua mansa, me puse a dilucidar los remolinos de mi romántica añoranza. El
río era la alegría y la vida de la ciudad; cuándo dos barcos se saludaban frente a ella con sus
alegres pitos en un sonar de fiesta, la gente que llenaba La Albarrada bailaba de contenta y
no faltaba quién gritara con alegría ¡viva el río! Cuando ya se amarraban en el puerto, todo
se confundía en alegre gritería, pues no se sabía que se ofrecía más, si las garcitas de balso,
si los aretes de oro, o si las alcarrazas de barro; sin contar tantas cosas más de la artesanía
momposina”3.
Vuelvo a las salamandras en la pared de al frente. Hace tanto calor que ya no recuerdo si
alguna vez viví una noche fresca. Llego a preguntarme cómo hacen nuestras mecedoras
para balancearse en tan denso sopor. Mi abuela equilibra el peso de su cuerpo e intercambia
el cruce de sus piernas, me mira y empieza a abanicarse con fuerza; ahora las dos miramos
hacia el final del callejón, donde hubiera de verse el Magdalena si no estuviéramos en
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verano y en su lugar, justo donde la vista empieza a hacerse borrosa, las vacas duermen
entre pastos altos.
“Mompox es de los parajes más calientes que yo he visto. Hace seis veces más calor sin
inmutación todo el año que en España en medio de la canícula. Cae en la mitad del río de
la Magdalena de Cartagena hasta Honda. Todo monte cerrado, donde no se ha visto jamás
un soplo de viento, y en clima a menos de 10 grados de altura del Polo. Propiamente es un
infierno chico. Por las noches no se podía parar en la cama; quitaba el colchón, menos;
me quitaba la túnica, tampoco; me ponía desnudo sobre los ladrillos, y no podía parar. De
estos calores nos salió a todos un salpullido como sarna en todo el cuerpo, con una
comezón que nos traía locos.” 4
***
Las puertas siempre han estado abiertas; basta sólo con dar un paso adelante y se está
adentro… adentro, con el frescor de los jazmines en el patio y el olor de mampostería
húmeda. La joven saludó desde el otro lado de la puerta abierta y del interior de la casa
salió a recibirla una elegante mujer. Se sentaron en el zaguán, una salita pequeña de
mecedoras junto al florido patio interior. Con cuidado, la señora posó en su regazo un
cofrecito forrado en cuero, sin cerradura, lo abrió y una a una fue sacando las prendas que
allí, en la joyería El Kilate, se vendían. La joven no hablaba, se mecía en su sitio como en
un champán que cruza el Magdalena y de cuando en vez bebía enormes tragos de jugo de
tamarindo. Era una mujer mayor, hermosamente ataviada, de sus orejas colgaban delicados
hilos que se tocaban y enroscaban a cada cierta distancia, formando bellísimas hojas como
enredaderas bajo el rocío; los aretes se plegaban y se torcían con la cadencia de sus
movimientos. Cuando inclinaba la cabeza y fruncía el seño para buscar las prendas que
ameritara mostrar, un plateado acuático le mojaba los hombros. Del patio por donde entraba
la mañana brillante – palmas, alegrías, jazmín frondoso, jaula para el loro, árbol de mango,
pozo profundo cubierto de helechos, línea de cal que alejaba hormigas- entró muy despacio
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una morrocoya. La mujer hablaba y explotaba en carcajadas descomunales. La joven dibujó
un círculo en la baldosa con el pie derecho y la mujer le ofreció un mango que la joven
comenzó a pelar con calma.
-
Todos estos son diseños únicos, todos creados acá en el taller por mi marido y los
demás muchachos -
-
¿Su marido es quien hace todo esto? –
En una muy sencilla mesa de centro, de madera algo cuarteada y con un arreglo de flores de
plástico en la mitad, reposaban decenas de joyas de plata: aretes en forma de gotas de
lluvia, flores, círculos engranados en largos pendientes, prendedores de arabescos
entorchados, anillos que repetían una secuencia fija entre espirales densas e hilos menos
apretados. La mesa entera llena de objetos de minucia extrema y calculado detallismo,
objetos llenos, completos, todos ellos tejidos sin vacíos, en los que la ausencia también
decía, con hilos que repetían en un orden particular la misma forma agregando variantes
ordenadas también.
-
Si mi niña, todo esto lo ha diseñado mi marido. Bueno, hay algunas prendas que sí
las hace todo el mundo, como esta roseta - levantó un anillo con una flor de cinco
pétalos que desde el centro alcanzaba los lados de un marco cuadrado- o estos
aretes que están tan de moda últimamente- y señaló unos pendientes que estaban
conformados por tres círculos engranados, cada circulo constituido a su vez por
muchos más a él concéntricos.
-
Todo esto está muy bonito seño, que impresión-
-
Si es verdá-
-
¿Y en oro? ¿no tiene en oro nada que me pueda mostrar?-
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-
No, en oro no se trabaja ya, sólo una o dos joyerías lo trabajan, se ha puesto muy
caro el material y se hace muy difícil-
-
Y esos aretes que tiene usted-
-
Ay, mija, fíjate que estos aretes si no tienen ninguno otro parecido, me los hizo mi
esposo a mí y sólo a mi me los dio, nadie más en Mompox hace este diseño, porque
él los hizo para mí- …-pero bueno, ¿qué quieres llevar?-
-
No seño, yo no tengo plata, yo quería sólo venir a visitarla y ver el trabajo de su
marido, conocer las joyas-
La señora soltó una sonora carcajada, liberó su cuerpo y se volvió a acomodar en la
mecedora
-¡Niña pero si tú debes ser la nieta de Norita!-
-
Sí, yo soy su nieta-
-
Ay…hubieras dicho antes, tanto cachaco tieso que viene por acá a comprar, una
muestra todo con tanta cosa, ¿si has visto? Sobre todo ahora en Semana Santa,
vienen todos con esa cara que tienen a mirar los pasos y a comprar filigrana y se
van – cómete otro mango, no hay mangos como estos en ninguna otra parte de
Colombia, ¿quieres carimañola? ¿ya las probaste las carimañolas?-
-
Ay gracias seño-
-
Pues mira yo me encargo de mostrarle a la gente las prendas, es él quien las hace, y
yo no sé cómo se hacen bien; mejor dicho sí he visto, pero hacerlas, nunca las he
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hecho- Es mejor que te pases mañana y yo ya le voy diciendo que viene la nieta de
Norita a mirar el taller y eso-
-
¿acá? –
-
Si, si, acá mismo está el taller, allá en el patio de atrás.-
La siguiente fue una mañana brillante, como todas las mañanas de la Tierra de Dios. Ella
salió de la casa de su abuela y caminó por toda la Albarrada hasta llegar a Barrio Arriba,
donde residen ciertos gremios de artesanos: armadores, ebanistas, carpinteros, joyeros y
antiguamente también los calafateros. Vio San Agustín con su callejón lleno de flores
violeta, pasó por los Portales de la Marquesa y se escondió en la sombra de sus enormes
aleros; anduvo entre las ceibas del parque y finalmente, a la altura de la iglesia de Santa
Bárbara, volteó por un callejón en dirección a la calle del medio mientras agitaba con
fuerza el abanico de palma. Se detuvo frente a una casa de ventanas verdes abiertas de par
en par y gritó -¿Buenos días?-. La imagen de la mañana anterior se repitió con exactitud:
del interior de la casa salió la elegante mujer a recibirla. Poco después apareció un loro
volando a medias y tras él una adolescente que allí trabajaba. La señora y la muchacha se
pusieron a luchar con el loro que quería escapar pero no podía, y ella terminó entrando sola
a la casa. Recordando lo que había escuchado caminó hacia donde debía estar el taller si en
el patio de atrás se encontraba, abrió una reja de metal y dio un paso adelante. Este taller es
todos los talleres: todos los talleres son éste.
Era el lugar más fresco que un paraje como Mompox podía tener, la brisa agitaba algunas
plantas con flores en el fondo y el sol parecía brillar incluso menos que en las calles. Más
cerca, un árbol de limones daba sombra al centro del patio; a la derecha un pozo no muy
hondo reflejaba mejor que cualquier espejo el cielo azul de marzo. Ella advirtió que este
patio no era un patio, por la balanza que estaba dispuesta frente a sus ojos; era lo primero
que cualquiera podía ver si cruzaba la reja que dividía este lugar del resto de la casa:
balanza de hierro con dos brazos iguales: libra cuidadosamente guardada dentro de una caja
de vidrio colgada de la pared. Y entonces el silencio se hizo palpable y cayó sobre su
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cuerpo como una niebla espesa, como si de repente alguien hubiera puesto en ese patio un
cristal que todo lo aislara con hermetismo. Dejó de ver la balanza y notó que al menos diez
pares de ojos la miraban con seriedad. Nadie dijo nada. Ahora, desde donde estaba parada
se veían también pequeñas mesas de madera por todos lados: contó rápidamente: seis bajo
un techo de palma, antes no visto, a la izquierda del árbol central; dos justo a su lado
derecho y dos más a su lado izquierdo, junto al especular poso. Los seis personajes debajo
del techo la miraban inquisitivamente desde sus asientos; otros tres, los de los lados,
miraban a su vez a aquellos que la miraban y uno más, viejo y de pie con los brazos
plegados sobre su pecho y entre sus manos una pequeñísima joya, esperaba que ella algo
hiciera… que dijera su nombre, tal vez que explicara por qué estaba allí, quién le había
permitido la entrada. Nadie decía nada. La joven prolongó lo más que pudo el silencio y se
permitió una última vista panorámica del lugar; quería hacerse a los objetos que sus ojos
veían, a ciertos olores sutiles que allí se respiraban. Cada hombre trabajaba sólo en su mesa,
sostenían todos algo entre sus dedos: una pinza, una concha marina llena con un poco de
polvo brillante, un soplete, una prenda hueca, un hilo de plata…En la esquina que
encontraba el muro del que pendía la libra y el muro al que se aferraba el techo de palma, se
hallaba, resguardado del viento, un bloque de piedra que habría de llegarle al ombligo de
quien junto a él se parara. No debía decir nada, pensó la joven, no diría nada, obligaría a sus
ojos a ver mejor sobre esa piedra: un gran cúmulo de cenizas nunca retiradas, quemadas mil
veces; dos ladrillos tiznados hasta la blancura; un objeto de hierro semejante a un molde y
en la mitad una cuchara de barro rojo con un mango grueso e interminable y una cabeza
profunda y brillante. Junto al pilar un tanque de gas, un fuelle y un soplete cuidadosamente
colocados, y al otro lado una estantería desbarajustada llena de frascos de vidrio de todos
los colores: de cuellos largos y cortos, sin avisos ni etiquetas, todos sellados con corcho o
con tapones improvisados con cartón enrollado. No diría nada. Otro cimiento de piedra del
mismo tamaño pero mucho más angosto, golpeado, de un color marrón sucio como
moretones si de carne fuera y sobre él un martillo, de hierro también. El hombre viejo, que
se mantenía de pie, miró seriamente a los demás y el taller completo volvió a su trabajo.
Ella tuvo la sensación de que todo pulsaba con el martilleo de uno que había ocupado el
lugar que ella estaba mirando. Crecía el murmullo de los señores con sus sopletes. El
hombre dejó caer los brazos e interrogó a la muchacha.
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-
¿Buenos días?-
-
Buenos días señor. Mucho gusto, yo me llamo Juliana Sánchez y ayer estuve
visitando a su esposa y mirando las prendas.
-
Bueno entiéndete con ella para esas cosas.- se volteó mientras decía estas palabras.
Como si con moverse empezaran a ser visibles, aparecieron al otro costado del techo de
palma unos pesados artefactos grises y negros, herramientas enormes, todos sobre gruesas
bases de madera; había tornos, palancas y unos algo más pequeños, que ella no conocía.
Hechos casi por completo de madera, con una base de la que salían varios cilindros de
hierro delgados y cortos perpendiculares a esta y algo como un rodillo delante del cual se
desprendía un espacio en descenso por el que, pensó ella, debía caer algo.
– bueno, es que yo venía para ver cómo es el trabajo de la filigrana, ¿aquí se trabaja no
es así?-
-
Sí, aquí trabajamos la joyería. Nosotros somos joyeros pero si quiere mi esposa le
puede contar cómo se hace la filigrana allá en la sala … siga-
-
Si, es que estuve hablando con ella y me recomendó hablar con usted-
-
Ah…si si, mija, tu eres la nieta de la niña Nora Santos- bueno, ya te cuento más o
menos como es el proceso-
El hombre se detuvo, no sabía cómo comenzar su relato, al parecer tampoco quería hacerlo.
– Tu vienes a tomar unas fotos y ya ¿cierto?- hay varias personas que vienen en
estas fechas a tomar fotos de uno trabajando… sigue tranquila, los muchachos
hacen como si no estuvieras-
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La joven dudó pero insistió una última vez
– ¿Me podría explicar usted?, para no molestar a los muchachos…-
***
Él despertó de la ensoñación del juego al escuchar el grito de su madre dos callejones más
allá
-
¡Guiiillooo!, ¡no joda!, ¿dónde se habrá metido este pelaíto?-
Cuando el sol estaba en su punto más alto y por las calles de Mompox no andaban ni los
fantasmas. Guillo, embarcado en una juerga solitaria más, empujaba un aro de madera con
una ramita: desde el Colegio Pinillosii hasta su casa en el callejón de San Miguel, el aro
rodaba veinte centímetros y se caía hacia un lado, entonces Guillo se agachaba y con las
manos enderezaba la astilla de la rama para volver a engarzar la pequeña rueda; andaba así,
y dos pasos más allá volvía a suceder lo mismo, hasta que el niño concluía que era hora de
pelar la rama y sacarle una nueva astilla. Buscaba entonces un cuchillito en el bolsillo de
sus pantalones y sentado en el pretil de la Calle del Medio emprendía su tarea. Siempre
sudaba así, de esa manera fresca; se olvidaba del medio día, del viudo de pescado
esperándolo en la casa, de su mamá, del día de mañana, de todo aquello que fuera más allá
de sus juegos minuciosos y repetitivos. Se oyó de nuevo el alarido, esta vez más
impaciente. Guillo levantó el aro con la mano izquierda y salió corriendo en dirección a su
casa. La madre lo oyó entrar y enseguida encendió el brasero para calentar el viudo que ya
el resto de la familia había comido; sus hermanos jugaban en el zaguán en medio de una
ii
Orgullo de la ciudad y en esa época y hasta 1936 llamado Colegio Universidad de San Pedro Apóstol.
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algarabía acogedora, todos perseguían a un loro sin plumas en las alas que caminaba de un
lado para otro; su papá, hombre serio, se mecía con la camisa desabrochada bajo la sombra
del alero interior, mirando en silencio las flores del patio, entre dormido y despierto.
-Los muchachitos como tú – dijo su madre mientras se movía rápidamente de un
lado a otro de la cocina- deben estudiar y ayudar en la casa, haciendo mandados,
yendo por las cocaditas, cuidando a sus hermanos…-
El niño se acercó a la mesa y se quitó la camisa almidonada que en la madrugada se había
puesto para ir a estudiar, con el pecho lavado en sudor se sentó a comer, dividió el pescado
en dos y se detuvo, luego lo volvió a dividir, cuatro pedazos, una vez más, ocho; organizó
cada pedazo formando un circulo en el plato, dejó la yuca en el medio y fue comiéndose en
estricto orden cada trocito.
-
Y siempre con esas cosas tuyas, ¡ay Señor!-
Guillo terminó de comer y deslizándose en la silla ubicó ambos brazos detrás de su cabeza
para reposar. Escuchaba atentamente a su madre
-
¡Son dos Señores!- respondió el señor Trespalacios desde su mecedora. Madre e
hijo voltearon a verlo y los tres sonrieron – no regañes al pelao que ya llegó del
colegio y el es estudioso, déjalo tranquilo, al menos hoy que cumple años-.
De las axilas de Guillo se asomaban los primeros indicios de la pubertad
-
Bueno, levántate ya y ponte de una vez a trabajar, ve al mercado y me buscas fríjol
bastante que voy a hacer dulce- Al muchacho se le iluminaron los ojos y sin vestirse
el pecho salió camino al mercado, frente a la iglesia de la Inmaculada Concepción.
-
Mija, el muchacho nació para joyero, y hoy cumple ya trece años, debe empezar a ir
al taller -
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El niño caminaba por la Albarrada hacia barrio Abajo; esta calle era la única que a las dos
de la tarde tenía vida, los pescadores almorzaban en los restaurantes construidos sobre los
playones, bandadas de garzas blancas se levantaban cada que un barco grande pasaba y las
iguanas sobre las ceibas movían su cabeza con el sonido del vapor. Mientras más cerca
estaba del mercado, más ruidoso se ponía el ambiente; la orilla del río estaba llena de
arboledas de mimbre y debajo canoas cargadas de madera, maíz, manteca, sal, arroz y café;
algunas señoras se acercaban allí directamente a comprar y las más osadas se metían al
edificio del mercado, con sus mil olores y sus 40ºc a escoger de entre la mayor variedad de
colores y tamaños. Los pescadores que recién llegaban de pescar y venían aun todos juntos,
empezaban a tocar con palos o baldes vacíos el fondo de la canoa para que todo el que
quisiera llevar pescado fresco viniera. Guillo llegó al puerto- las lavanderas restregaban la
ropa y sus hijos pequeños se lanzaban desde las proas de los barcos- se paró dándole la cara
al río, de espaldas a los enormes arcos del mercado, y empezó a jugar con las monedas en
su bolsillo –“Fríjol para el dulce- dulce para el fríjol -para el dulce fríjol dulce”- repetía en
su cabeza jugando en medio de la barahúnda del mercado, mientras pensaba en todas las
cosas y en ninguna. “Ahí vienen los flecheros, seguro traen buena pesca” gritó un viejo con
sombrero junto a él y señaló una canoa grande que venía en dirección de la Ciénaga de
Pijiño. La algarabía se agolpó frente a las numerosas escaleras que constituían el puerto y
una felicidad cotidiana rodeó al muchacho. La embarcación fue acercándose lentamente,
los hombres que allí venían no parecían traer tan buenas nuevas, ninguno miraba al pueblo,
todos estaban concentrados en uno que yacía en el suelo de la canoa. “Otro que casi se lo
zampa un caimán”, comentó una voz hermosa al lado suyo, Guillo giró para ver quién
había hablado y frente a sus ojos estaba la niña más linda que jamás hubiera visto; sonreía y
rumoraba con su hermana , ambas de la mano de una madre con cara preocupada y no
pocas ganas de ver al herido. Guillo olvidó el suceso y el tumulto y se suspendió en la
imagen que expulsaba sin freno palabras como campanitas diminutas.
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***
“Antes por Mompox se pasaba, ahora a Mompox sólo se llega”. Han de ser poco menos de
las ocho de la noche pero yo estoy agotada, me duele cada músculo del cuerpo, llegar acá
es necesariamente difícil. Ahora soy esta espalda encalambrada y estos brazos ardidos, soy
esta sed cactus, sed sedante. Recuerdo haber estado sentada en la mañana en un avión que
de Bogotá me llevó a Montería. Sí… suspiro y mi abuela saluda a una señora delgadísima
que corre descalza por el pretil
– ¡Adiós niña Nora!-
-¡Adiós Pachita!-
Sonrío y levanto mi mano para saludar a la vecina, me paso los dedos por la cara aún muy
sucia- todavía no me he quitado el viaje de encima de la piel- y vuelvo en mi cabeza a los
pasos de mi travesía. Recuerdo en Montería haber encendido un cigarrillo y concluido
simultáneamente que fumar en tierra caliente ahoga; luego recuerdo haber pagado un cupo
en un taxi y haberme acomodado entre dos enormes señoras cada una con un niño de dos o
tres años y adelante otra más con un bebé de brazos. Recuerdo que hablamos de los males
de ojo y de la buena salva que resultan las pulseras de oro en las muñecas de los niños, que
van haciéndose negras en la medida que chupan la envidia y luego basta con retirarlas para
curar al niño. Recuerdo haberme dormido mientras cargaba al hijo de la doña junto a mí
para que ella pudiera recibir en sus piernas la brisa que por la ventana entraba, sentí que
nuestros sudores derretidos nos adherían a la cojinería. Recuerdo haber despertado dos
horas después, para bajarnos las cuatro, los tres niños y mi mochila en Sincelejo. Recuerdo
haberme despedido de cada una y haber caminado hasta el terminal donde junto a un joven
que parecía hacer todo dormido ocupé el puesto en un bus que nos llevaba a Magangué,
recuerdo el sonsonete triste de un vallenato reciente. Tres horas después recuerdo haber
hecho equilibrio sobre unas tablas que flotaban en el puerto, sólo por jugar mientras se
llenaba la chalupa. Recuerdo haber elegido, como siempre, el puesto que está donde la
19
embarcación rompe la corriente, allí donde uno queda lavado y despelucado, recuerdo
haberme soltado el pelo y la sensación anual de saberme en el río, a poco de la casa de la
abuela Nora. Recuerdo la tantas veces constatada imposibilidad de continuar sobre las
ondas y después el muchacho que de Bodega se ofreció a llevarme a Mompox en su moto:
cuando viaje en moto, más aún si está en tierra caliente, no olvide cubrirse los brazos.
Ahora arden. Bostezo, me pongo de pié y voy hasta la cocina por algo de tomar. Tengo sed
saliva, sed garganta, sed interminable
“Fue así como emprendieron la travesía de la sierra. Varios amigos de José Arcadio
Buendía, jóvenes como él, embullados con la aventura, desmantelaron sus casas y cargaron
con sus mujeres y sus hijos hacia la tierra que nadie les había prometido. (…) Fue un viaje
absurdo. A los catorce meses, con el estómago estragado por la carne de mico y el caldo de
culebras, Úrsula dio a luz a un hijo con todas sus partes humanas. (…). Una mañana,
después de casi dos años de travesía, fueron los primeros mortales que vieron la vertiente
occidental de la sierra. Desde la cumbre nublada contemplaron la inmensa llanura acuática
de la ciénaga grande, explayada hasta el otro lado del mundo. Pero nunca encontraron el
mar. Una noche, después de andar perdidos por entre pantanos, lejos ya de los últimos
indígenas que encontraron en el camino, acamparon a la orilla de un río pedregoso cuyas
aguas parecían un torrente de vidrio helado. (…) José Arcadio soñó esa noche que en aquel
lugar se levantaba una ciudad ruidosa con casas de paredes de espejo. Preguntó qué ciudad
era aquella y le contestaron con un nombre que no tenía significado alguno, pero que tuvo
en el sueño una resonancia sobrenatural: Macondo”5
Muy largo. Fue un viaje muy largo. Venir acá es una proeza, una penitencia, una
peregrinación a la lejanía, al nicho intacto de la cultura regional del Caribe. La Depresión
Momposina: hogar de Alejandro Durán y el Hombre Caimán, de Totó y de la Llorona, del
bollo limpio y el primer latifundismo, de la brujería y la poliginia y el diablo y la vaquería
y la bonachería y el honor y, y, y… Y pensar que ahora están atrapados en una vida
ribereña sin agua potable y kilómetros sin fin de haciendas ganaderas propiedad de
personajes de dudosa legalidad. “El río se ha vuelto orín del diablo”; la afirmación es tan
concreta como su enunciación. El brazo de Mompox ha sido orinado por el diablo, quizás
20
estos orines hayan caído sobre las aguas del antes hermoso río, como maldición sobre las
cabezas de todos los momposinos, quizás estos líquidos mefistofélicos hayan espesado
hasta tal punto las aguas del brazo de Mompox que de facto antes por aquí se pasara y
ahora sólo se llegue…y llegar acá es necesariamente difícil. Me parece estar viendo dos
pescadores sentados en la muralla, junto a ellos dos prestantes hombres vestidos de lino, los
cuatro suspiran y se lamentan con morriña viendo cómo este pueblo se asemeja tan poco a
lo que fue antes.
“[…] Un ambiente plomizo parece abatirse sobre esta ciudad, toca de orín los resortes de la
antigua acción, opaca la luz de los viejos heroísmos, desdora los empeños actuales, abaja
los ánimos, quebranta las voluntades. […]”6
Yo huelo el fresco que se levanta del vaso de metal, introduzco mi nariz por la boca de
éste y siento efervescer mil burbujitas contra mi cara, pongo ahora mi mejilla, los labios, la
oreja, pzzzzz, un siseo prolongado, propicio, como el silencio amarillo de noche. Sonrío y
bebo de un solo sorbo lo que queda de gaseosa. -Esto sí es importante-. Yo escucho y en un
aspaviento de sutil impaciencia mi abuela…-Esto sí es importante, así debería ser la vida: el
tiempo que ella impone, que Mompox exige: calmo y redentor-. Yo escucho, yo huelo el
fresco que se levanta del vaso de metal y en un aspaviento de impaciencia mi abuela
exclama:
-
Ya vas a ver Julianita, en Semana Santaiii es como si este pueblo estuviera vivo-
-
¿vivo?-
-
El año pasado vinieron tres mil nazarenos de todas partes a cargar los pasos, es
hermosísimo: yo abro las ventanas para que entre la gracia de Dios y me pongo a
mirar a todo ese poconón de pelaitos que salen a comprar dulce de fríjol, de leche,
de tamarindo, de mango, de limón... Acá la gente estrena en Semana Santa, no a
iii
La Semana Santa en Mompox se celebra de manera completamente Popular, por fuera de cualquier
dictamen clerical o gubernamental.
21
final de año como en todas partes, entonces es bellísimo ver toda la semana el
pueblo tan estrenoso y limpio y la gente tan contenta. Todo el mundo va muy
elegante, menos los turistas, que se atraviesan en todas las procesiones, y esas
gringas jovencitas con sus falditas… qué irrespeto.- como te digo, es una bulla
permanente de día pero por la noche, cuando vienen las procesiones, la gente es
solemne y camina en silencio. Hay pasos que son marchados y otros que no-
-
Yo quiero verlos abuelita-
-
Bueno, pues el jueves es el paso robado y mira que el Martes Santo, es la procesión
de la Dolorosa, que pasa por acá, por este callejón, como a las ocho de la noche.-
Miro el callejón y pasa frente a mis ojos una multitud silenciosa e interminable de dolientes
que se duelen en medio de mil candiles bajo la imagen de la Virgen Dolorosa. Recojo en un
solo manchón de luz la imagen difusa de lo que entiendo por procesión de Semana Santa.
Allí está la masa de túnicas sin rostro que cargan la imagen. Aquí, o sentada en la terraza de
las primas de mi papá, yo, mirando la puesta del sol y repitiendo con los sentidos, los más
juiciosos, el ir y venir de los rostros penitentes, oleaje amarillo de pieles húmedas. Yo
escucho, y de nuevo me pierdo en este silencio y este callejón vacío.
-Es algo que nunca te podrías imaginar Julianita, tú que te quejas por cipote viaje
que te pegas para venir a visitarme. Los nazarenos sí viajan de verdá. No, no es lo
que te imaginas, no se parece a nada que hayas visto en otras semanas santas. Yo
estuve con Dora una vez en la Semana Santa de Popayán, es serísima, ordenadísima,
eso le hace falta a la de acá, todo el mundo va circunspecto con la procesión, es más
organizado, acá es una cosa… que no te imaginas el boroló que se arma. Tienes que
verlo. Y ve al cuarto, junto al altarcito están las gotas para el glaucoma, pónmelas
por favor que ya son las ocho, una sola, y nos vamos a dormir.
-Dónde…-murmuro desde el cuarto en que siempre han estado las dos camas y el
altar- Dónde… déjame buscarlas…creo que me acuerdo .Ya, acá están, te las
llevo…
22
Así que Mompox no está vivo, Mompox está maldito, maldecido, envenenado por el
mismísimo Diablo. Yo hablo con mi abuela, yo hablo con la Nena Ocho y con el tío Lacho,
yo hablo con los viejitos en el parque San Francisco: “En Mompox ya no pasa nada”. “En
Mompox el tiempo no pasa” “El río nos dio las espaldas y eso hizo que nos
envenenáramos, quedamos perdidos en el tiempo” he aquí una parte fundamental de la
teoría que de su mundo tienen los momposinos.
***
Ella permaneció inmóvil. No quería hostigarlo y sin embargo…una secuencia de
pensamientos atropellados…una sentencia perentoria…una premura… la obligó a insistir.
Endurecía su puño –signo infalible en ella de vergüenza o nervios-…
-Está bien, no te preocupes.-
El viejo señor caminó hasta el marco de la puerta y allí se detuvo, con un ademán de la
cabeza le indicó que la siguiera y ella así lo hizo. Atravesaron la reja forjada que los
separaba del resto de la casa y él le ordenó a ella que esperara un momento. Ella lo
observaba mientras él, con tres movimientos calmos trasladó una de las pequeñas mesas
que antes había en el fondo hasta el patio central, que hacía las veces de corredor principal
y desde dónde bien podían verse varias de las habitaciones de la familia; acercó también un
ventilador de pie y dispuso una silla adicional frente al menudo escritorio de madera. Ella
lo observaba -su tronco envejecido se curvaba hacia delante y bajo el pecho le sobresalía
una importante panza; la cabeza, cubierta de pelo blanco, le sudaba copiosamente y de las
sienes le resbalaba de vez en cuando una que otra gota de sudor. Se asomó una última vez
al taller y desde la reja, con voz pausada pero severa, indicó a los demás hombres que
siguieran su trabajo en silencio.
23
-Hablemos entonces de la filigrana- le dijo a ella y ella contestó:- bueno sí, yo más
que nada quería preguntarle cómo se hace la filigrana.
-
Después… primero déjame y yo te explico- Yo tengo tres joyerías, dos en la calle
del medio y esta, todos ellas las atienden mis hijas y acá lo atiende mi mujer.
Talleres sólo está el que acabas de ver, acá trabajan ocho hombres: seis oficiales y
un aprendiz, y por supuesto yo, que soy el maestro. Si quieres entender cómo se
hace la joyería lo primero que debes entender es eso, la joyería la hacemos los
hombres para embellecer a las mujeres. Además la joyería no la podrían hacer
ustedes porque es El Oficio de la Paciencia y para eso se necesita silencio,
concentración y mucho tiempo.
A ella le cosquilleaba en las manos y le ardía en el estómago la idea, que todavía no lo era,
de que las actividades que se realizaban en el espacio del que había acabado de salir, el
taller de joyería, eran algo más que un oficio manual; el silencio de los joyeros, la reticencia
del joyero más viejo, la manera en que había sido sutilmente expulsada del taller, le
ocupaban toda la cabeza y le impedían pensar en otra cosa. Y ahora el hombre viejo se
presentaba como Maestro y a los demás hombres como aprendices. A ella la jalaba la idea,
que todavía no lo era, de que para este oficio la Paciencia era algo más que un simple
calificativo.
“El rudimentario laboratorio -sin contar una profusión de cazuelas, embudos, retortas,
filtros, y coladores- estaba compuesto por un atanor primitivo, una probeta de cristal de
cuello largo y angosto, imitación del huevo filosófico, y un destilador construido por los
propios gitanos según las descripciones modernas del alambique de tres brazos de María la
Judía. Además de estas cosas, Melquíades dejó muestras de los siete metales
correspondientes a los siete planetas, las fórmulas de Moisés y Zósimo para el doblado del
oro, y una serie de apuntes y dibujos sobre los procesos del Gran Magisterio, que permitían
a quien supiera interpretarlos intentar la fabricación de la piedra filosofal.”7
24
Esa tarde se sentaría en el comedor de la casa de su abuela. No era así, pero ella sentiría,
como siempre, que sus pies no tocaban el suelo y colgaban de unas piernas cortas de niña
pequeña. Abriría el cuaderno y así escribiría:
“Hoy visité el primer taller de orfebrería, joyería el Kilate se llama […] los siguientes
son los objetos que hacen que apunte hacia la alquimia:
-
balanza, le llaman peso, estaba ubicada frente a la entrada, es lo primero que se ve
cuando se cruza el umbral; para pesar se ponen unos pequeños objetos de metal a
un lado y se compara con lo que desee pesarse al otro. Le pregunté a uno de los
orfebres para qué servía, me explicó su funcionamiento y me dijo que aunque todos
los joyeros saben de la existencia de balanzas electrónicas, no pueden calcular
cantidades si no es con estas máquinas.
-
El horno de fundición es una cuchara de barro rojo (¿vientre?) que se calienta
exponiéndolo al fuego de un soplete que se ubica encima. Se le llama CRISOL,
como también se le llamaba al alaudel entre los alquimistas. Este taller sólo trabaja
plata, el oro es muy caro… para fundir el metal se lo dispone en el crisol con un
polvillo blanco que se llama Atinca o Bora
-
Cuando el metal está caliente en el crisol adquiere una forma esférica y brillante, se
lo llama “huevo”, como el huevo hermético.”8
La muchacha revolvió dentro de su mochila y rápidamente sacó una grabadora, con cierta
torpeza preguntó al señor si podía grabar la conversación e inmediatamente fue
encendiendo el aparato. El hombre abrió el cajón de la mesita y sacó un hilo de plata y una
delgadísima vara de metal.
Días después, semanas después o segundos después -no existe ni existió nunca certeza del
momento en que estos después se suceden- recordó la situación en relación a todo lo
ocurrido desde el día anterior y que la había llevado a esa mesita frente a ese pausado
interlocutor –Después o antes habría de sentarse en otras diminutas mesas con otros
joyeros, después, eso sí con toda certeza después, habría de pensar que todos los joyeros
25
momposinos son parecidos, incluso llegaría a pensar que son iguales y con los días
empezaría a marearse y a dudar si lo veía o lo imaginaba y a preguntarse si no sería mejor
irse y dejar de repetir día tras día las mismas conversaciones, ver los mismos ademanes,
aguzar su oído para entender un acento costeño en extremo pausado y sucinto. Este instante
entonces se fundiría con otros. El viejo, después o antes -no existe ni existió nunca certeza
del momento en que estos después se suceden- fue haciéndose, en el recuerdo de la
muchacha, más joven, moreno y pobre joyero; o viejo aún y ya no maestro sino profesor
experto en los tecnicismos que hoy por hoy quieren hacer de la filigrana una industria, o de
ascendencia inmigrante, italiana, con una joyería junto al hotel más elegante de Mompox; y
moreno, pobre y moreno habitante de barrio arriba con un taller sin más integrantes que sí
mismo.
El hombre frente a ella, moreno y de poco más que cincuenta años abrió el cajón de la
mesita y sacó un hilo de plata y una delgadísima vara de metal. Pocas veces, en lo que duró
la charla, el hombre levantó la mirada de estos objetos. Hablaba como sumido en un
extraño sopor, como llevado por mansas aguas que empujaran sus palabras de la boca,
-¿Para ser un buen joyero qué se necesita?-
-Para ser un buen joyero se necesita un buen maestro. Y que ponga atención porque
nadie es buen joyero si no presta atención. Uno en esto no debe ser terco porque la
joyería, sobre todo cuando uno trabaja con dimensiones, simetría y que uno se cuida
de eso. Por ejemplo que dicen “¿ese trabajo es hecho de quién?” “de fulano”, “no,
que yo voy a hacer para ver si me sale”, no, uno debe tener sus medidas, ya saber
que esto va aquí, las proporciones. En joyería hay un proceso que se llama
proporción y equilibrio.-9
-Porque el joyero tenía que tener mucho aguante, tenía que tener…mucha…como se
llama eso…mucha...este, si, no ser rabioso-10
- no ser rabioso….
26
- sí, porque como a uno le suceden muchas cosas aquí increíbles que uno no a veces
se pregunta: “¿aja y por qué sucedió esto?” cosas que no tienen explicación,
entonces una persona que no tiene así…paciencia… posiblemente si no que sea
rabioso- 11
***
El niño Guillo miraba con los ojos enormes el rojo vivo de los carbones en el horno de
barro, y su padre le preguntó si entendía bien y él pestañeó y miró, con los ojos enormes,
las manos de uno de los oficiales introducirse en las brazas y armar allí una suerte de nido y
sacarlas de nuevo sin producir ni el menor de los quejidos, sin chistar, incluso sin cambiar
un ápice el rostro mudo. El río rumoraba al otro lado de la Albarrada.
-
Ahora te toca a ti, mete en esa camita - le dijo al muchacho- un rollo con las
prendas listas para recuecer, como si fuera un rollo grande, pon acá la red y ahí eso
se va calentando, no vayas a dejar que se funda ni una, cuando medio enrojezca
tienes que sacar el rollo, en ese momento la fibra está recuecida dentro del carbón-
El otro maestro, el que no era su padre, miraba al muchacho con una gravedad y silencio
que éste sentía como una fuerza invisible que le oprimía el estómago y le empujaba los
hombros hacia el centro del pecho. Pero no distinguía las instrucciones, sólo las figuras que
formaban los carbones crepitantes, las espirales volátiles del humo casi imperceptible. No
quería dolerse, se detuvo varios segundos pensando cómo introducir el pequeño envuelto
dentro de las brazas; el nido que había hecho el oficial estaba apagado pero todo alrededor
ardía, imaginó posibles movimientos, estudió de nuevo las formas que los carbones hacían
y terminó perdiéndose en la geometría del círculo escarlata. Los dos maestros, hombres
mayores y callados se retiraron y lo dejaron a su suerte. El niño se alejó del horno y buscó
27
ayuda en las miradas de los demás operarios. De repente ríos de joyeros llenaban los
corredores de la casa, ríos de joyeros trabajando en silencio, cada uno en su mesa. Volvió
entonces al horno junto la enorme columna manchada de tizne. Tomó un puñado de hilos y
prendas doradas y preparó el envuelto. Sopló el carbón para atizar las brazas e introdujo el
rollo con esmero, sin prisa, cuidando que su mano no tocara el círculo y fijándose bien en
que el oro quedara prudentemente distante del carbón vivo. Nada sucedió, no se quemó, así
que esperó a que enrojeciera el rollo y lo sacó con la misma pulcritud con la que lo había
introducido. Cada vez que se escarchaba era necesario recuecer el hilo, a cada soldadura,
recuecer la prenda y eran tantos los aprendices a los que ya les daban a hacer prendas y
bastantes los oficiales tejiendo bajo los aleros… Estuvo toda la tarde junto al carbón,
repitiendo cientos de veces la misma secuencia, pero sin errar un ápice sus movimientos.
“-Luego él regresaba, cuando iba al colegio, regresaba y mi abuelo lo ponía a
trabajar, ya en la joyería, ya le iba inculcando.- Ellos tenían platería…
- Sí, eran tres hombres.-
- El abuelo de él (el profesor David Ernesto) y el abuelo de nosotras trabajaron la
joyería
- ¿Y ellos dos le enseñaron a Guillo? -
- Sí, así es.-(…) Cuando estaban los abuelos, los abuelos trabajaban en esa casa…la de la
esquina era el taller, ¿ya? Y todos los corredores, así como acá, tenían operarios. A
eso le llaman operarios y mi papá aprendió en ese taller, ese taller fue en el que él
estuvo-”12
28
Podía irse así, con la camisa y el pantalón de siempre. Todas las tardes salía corriendo del
Colegio Pinillos, dejaba atrás en Callejón de los Muertos y trotaba bajo el sol de la Calle
del Medio hasta su casa. Allí comía los alimentos que su mamá le preparaba y alcanzaba,
sin falta, a su papá en el taller que estaba en la casa de al frente. Fue cambiando los juegos
solitarios por las tardes en el taller, al principio estuvo varias semanas junto al horno, a
veces el calor era insoportable y Guillo alcanzaba, al oír el rumor de sus compañeros
zambulléndose en el río, a imaginarse nadando contra la corriente, dando volteretas en el
agua y agarrando pececitos con las manos. Pero entonces regresaba al trabajo con las
prendas. La sensación que tenía cuando veía tejer el hilo era la misma que lo embargaba
cuando antes invertía horas ordenando con simetría piedras sobre la muralla o dibujando
caminitos entrecruzados en la tierra de la calle. Nada lo hacía más feliz que tener el tiempo
para concentrarse hasta lograr desaparecerlo todo. Lo único que casi se parecía a este efecto
eran las horas leyendo los libros que su papá le regalaba o que del colegio le mandaban a
leer.
Cierta tarde, después de meses de realizar tareas variadas para todos los demás aprendices y
oficiales del taller, el enorme y serio hombre en que se convertía su papá cuando trabajaba
la joyería, le revolvió con cariño el pelo y sin efectuar gesto alguno le indicó que tendría su
propia mesa de trabajo.
– Trae soldadura de oro del estante y ponte a trabajar- le dijo al muchacho. Guillo
nunca más volvió a ir a clases.
***
Y es el calor oscuro y este tac, tac, tac, del ventilador del techo y el teque, teque, teque, del
ventilador de la mesa de noche. En círculos, una y otra vez, torbellino jalado por todos los
íncubos. Es tanta la oscuridad que con dificultad veo, existe sólo este tac teque tac teque tac
29
de los dos abanicos encendidos…Ya. Se acabó. Eso fue todo. Hace tiempo que ya no
escucho las aspas girar. Hace tiempo que empecé a acostumbrarme y en realidad estoy
pensando en las cosas que dice mi abuela: la Semana Santa irrumpiendo el compás de todos
los ventiladores momposinos, como una piedrita que altera y detiene lo uniforme de este
infinito movimiento circular: “pic”, la piedrita se traba entre una de las paletas y la rejilla
de metal brillante. Justo cuando la repetición dejaba de ser perceptible a mis sentidos,
cuando una paleta se empezaba a confundir con la otra y yo sólo advertía, en medio de un
mareo borroso, un círculo blanco y un ruido pastoso y por repetitivo uniforme, macizo,
indiscernible en sus partes. Todos los días son el mismo y entonces en el instante en que
ellos recién terminan de olvidar que el río les dio las espaldas y eso los hizo a todos y todas
orín del diablo; “pic”, una piedrita se traba entre una de las paletas y la rejilla. -La Semana
Santa es h e r m o s í s i m a, es como si el pueblo estuviera vivo-. “Pic”, se llena el
mercado de gente, “pic”, las calles se hacen intransitables: bajo el pleno cenit en verano,
cuando el río mas no puede enlodarse, más no puede descender, más no puede llenarse de
paciencia. La Semana Santa es delirante, quimérica.
“A los que están entrando en los mismos ríos otras y otras aguas sobrefluyen”13 Nos
susurra Heráclito el Oscuro de Éfeso, desde su palacio presocrático y su voz se posa en
cada fuego que crece y decrece y ese susurro crepita en cada fogón y se eleva de nuevo,
suspendiéndose sobre las cabezas de todos los hijos de occidente, sobre los hijos delfines
paseando por el Louvre, sobre los hijos e hijas delfines en la llanura del Po; pero también
sobre los hijos bastardos hijos de madres indias, pero hijos a fin de cuentas, hijos e hijas
estudiantes de universidad, hijos profesores, hijos banqueros, hijos criminales, hijos
conductores de bus, hijos e hijas en ciudades apretujados, hijos e hijas cantando en lenguas
romances, y también hijos e hijas momposinos. Y es un susurro que por sutil no es más
quedo ni menos pesado, -que todas las cosas fluyen a manera de ríos y que el universo es
finito y que existe un cosmos único que se produce según una necesidad fatal, que nada
existe si no deviene y que todo el cosmos es una totalidad que fluye y se mueve- “En los
mismos ríos ingresamos y no ingresamos, estamos y no estamos”14. Y si callamos hayamos
que este susurro se ha hecho un hálito exhalado por cada ladrillo y cada tractor, por cada
oleoducto y cada computador y cada sala de quirófano y cada bypass en cada corazón
30
enfermo. Tanto de la naturaleza como de la historia, el acontecer puro está regido por una
ley; nada hay de durable en la naturaleza ni en la vida humana con excepción de flujo, el
devenir eterno. “La unidad está en el cambio” susurra Heráclito. “Y en el cambio está el
progreso” responde exhalando el computador en stand-by.
Un sólo instante de quietud acabaría con el cosmos generando el más enorme caos. Sería el
fin de los tiempos: un buen día el brazo de Mompox dejó de existir, el río mudó su cauce y
fue a dar a Magangué y donde una vez hubo río solo quedo un lodazal en el que las aguas
siempre son las mismas, y nada traen y nada se pueden llevar. Ya no hay champanes ni
mercado en la Albarrada, pero tampoco peces ni caimanes. Del ruido de una ciudad
portuaria, de los arcoíris derramados en manchas de añil gasolina y el olor dulce de la
abundancia descomponiéndose bajo el sol, no quedó nada. El río se estancó: las
madrugadas, antes pululantes de gentes laboriosas, alargaron las horas de absoluto silencio
momposino, los pescadores, comerciantes y señoras del servicio empujaron su sueño hasta
que la luz les encandelillara los ojos cerrados y no tardó mucho en confundirse la mañana
con la tarde y el almuerzo con el desayuno y la siesta con el trabajo. Las casas vieron
descascarar sus fachadas y llenarse de telarañas todos sus recodos. El tiempo dejó de correr.
El devenir se detuvo.
“Mompox es una villa con las casas de estantillos, y las paredes de guaduas y las cobijas
de palma. La gente culta tiene embarradas las paredes con greda. No tiene sino una
parroquia, nuestro convento y otro de San Juan de Dios. Delante de la otra parte del río
desemboca a la Magdalena el río del Hacha, el cual tiene pesquería de perlas en sus
conchas. (…) De Mompox hay comercio por dicho río al pueblo, que son indios ya
católicos. Allí lo que llevan son vino, aguardiente, tabaco, azúcar y ropa de España, y lo
más se cambalacha con perlas. Yo he visto bastante y son muy finas y bastante gruesas”15
“Pic” Una piedrita detiene esta bruma atemporal, año tras año. En la Semana Santa es
como si el pueblo estuviera vivo.
31
***
Ella fijó su mirada en la mano que entorchaba un hilo de plata aplanado.
-Todo consiste- prosiguió- en la minucia con que se hace. No hay necesidad de
llenar poncheras de mariposas, ni pasarse la tarde haciendo cantidades de caracoles
para rellenar luego cantidades de cartones y tener después cantidades de prendas
iguales. Cuando se empieza un trabajo no se termina sino hasta que se termina. Hay
que saber terminar las cosas, completarlas. Cada joyero, sin importar si es aprendiz,
oficial o maestro hace las prendas enteras y luego me las entrega a mí
- Pero a veces me parece que este es un oficio sin fin. Es como si nosotros los
joyeros sólo nos sintiéramos vivos repitiendo toda la vida el mismo ciclo
Continuó lentamente el viejo, sin esperar respuestas de la muchacha, sin recibir preguntas,
ensimismado en la larga aguja de hierro y el grácil hilo serpenteando sobre la madera de la
mesa de joyería.
-Vienen de otras partes, de Antioquia por ejemplo, cada tanto y traen piedritas de
oro o de plata. Uno las compra y se está su buen tiempo haciendo prendas en el
taller, las prendas van quedando y se las pasa uno a la mujer para que ella las venda
en la joyería. Unas se venden, otras no.- sonrió y frotó sus ojos cansados.- Con ese
dinero uno vuelve y compra oro y así puede durar otro tiempo haciendo joyas para
luego venderlas y comprar plata, ya no oro, y así…a duras penas tiene uno para
vivir.
-Este año se me han ido acumulando las joyas, de pronto va y se me ocurre fundirlas
y empezar otra vez, con eso de que el año pasado llegó la Escuela Taller y empezó a
poner a los pelaos a hacer joyas como robots, los pelaos aprenden mucho, pero se
32
les va la técnica y la paciencia. Ahora los talleres son una sola gritería. Lástima, con
lo bueno que se está acá trabajando en silencio. ¿No es así?-
El viejo se imaginaba como rezago feliz de la última generación de los que en Mompox
llamaban joyeros de verdá. Cerraba la boca y se recordaba a sí mismo, recordándose cómo
si de repente ya no existiera. Sin moverse contaba los dedos de su mano y pensaba en
Simón Villanueva, en Rodolfo Ruiz, en el “Barba Roja” José Daira, en Armando Acuña, en
Oscar “La Muerte” Arévalo, en Luís Bernardo Herrera… La muchacha lo miraba en
silencio. El agua dentro del pozo crujía ecos húmedos.
-Pero nosotros tenemos calma-
-¿Ustedes los joyeros de siempre?-Si, si… no sólo la técnica la tenemos, tenemos también la paciencia, la paciencia
siempre nos acompaña, entre más prendas uno hace más paciente se va
volviendo…y la técnica nadie nos la quita, la guardamos en el silencio y el secreto
del taller. Trabajando solos mejoramos la técnica y cultivamos la paciencia.
Se acomodó lentamente en la silla y miró de reojo la grabadora que sostenía ella entre sus
manos; se incorporó, suspiró profundo y cambiando la cadencia de su charla, siguió con la
conversación.
- Es que la filigrana es como una cosa tejida. La filigrana es un solo relleno. Por
ejemplo, esto de aquí es una sola hebra, es una cadena-
-Afortunadamente aún yo entiendo. También a uno le nace y se desarrolla ciertas
técnicas que son como innatas-
-¿Técnicas innatas?- preguntó Juliana
33
-Sí. O sea, los joyeros más o menos nacen con la vena y luego la cultivan. No
solamente con la vena sino, claro, de familia también. También, pues la necesidad
de hacer algo. Entonces eso es como una veta que se riega y algunos pues toman las
cosas en serio y salen unos buenos joyeros-
-Antes. Esas personas se murieron y no dejaron como una escuela ¿ya?, no pusieron
nunca una escuela como la Escuela Taller. Nada, sino que, la joyería era muy
mística, la gente no enseñaba a nadie, tenía mucho secreto y creían que esto nunca
iba a coger esa relevancia que ha tenido ahora. Ni le permitían a uno verlos
trabajar.-
Ella no habló. Soltó la grabadora y la dejó encendida sobre la estrecha mesa. El viejo cada
tanto le mostraba la ejecución de su trabajo, de la punta de la aguja aparecían espirales que
rellenaban los pétalos de una flor de plata.
-Así era Guillermo Trespalacios: él no dejaba entrar allá ni se dejaba ver trabajar,
inclusive yo que le trabajé ya a lo último… Él grababa muy bien, era muy buen
grabador, sabía técnicas, ajá y por la edad él a lo último ya no podía grabar. Y
entonces era yo el que le hacia esas cosas. Y nunca me dijo, “mira esto se hace así,
esto se hace asá”. O sea se murió y se llevó eso. Era muy celoso con su trabajo,
estaba trabajando aquí y uno venía y cerraba en seguida. Para que no le cogieran la
técnica.
No se miraron ni hablaron durante un rato. La ausencia de palabras llamaba en ambos a la
ideas, los dos cavilaban. La grabadora reposaba debajo de kilos de arena de reloj, esas
bocas cerradas se inscribían en la cinta magnética, con ellas quedaba retenido para siempre
el sonido interminable del soplete como ventisca incandescente, rodeando y ocupando el
discurrir de sus ideas:
“La soledad y el silencio le son propios al joyero paciente. La soledad y el silencio son un
lugar, un ambiente y una manera. Al que paciente es, le es necesario estar en silencio;
34
lograr que la paciencia y el silencio sean la misma cosa: alcanzar el cumplimiento del fin
sin fin. Es importante saber completar las cosas; a veces estas parecen fundirse y al que es
paciente le corresponde re-hacerlas para deshacerlas, para hacerlas de nuevo. Alcanzar el
cumplimiento del fin sin fin. Es la identificación sin separaciones de una característica, un
oficio y su oficiante. La paciencia sólo con paciencia se incrementa.
Reconocerse a sí mismo y dejar que los demás lo reconozcan; al revés: obedecer el
mandato de los demás y sólo allí reconocerse a sí mismo. La técnica es innata pero no
eterna… es
e s p í r i t u, es un aire que se desvanece cuando la soledad silenciosa se
transgrede, es un don que otro puede usurpar, llevarse, robar. Por ello la técnica ha de
conservarse en secreto.”
Él se incorporó.
-Estos son dos hilos entorchados y de ahí ya sale lo que llamamos la filigrana, o sea
una técnica. Un hilo sumamente fino y delicado, como su nombre lo dice, fili, hilo
fino, y debidamente entorchado y escarchado.
-Aparte pues que tiene su etimología-, se dirigía a ella, a ella y a la grabadora que
sumaba segundos como granos en un reloj de arena.
-Digamos mucho antes de la historia de la filigrana. Por lo menos, los griegos, los
egipcios que trabajaron la parte técnica de la filigrana y dejaron un legado bastante
amplio, que en parte no se… eso como interiormente había muchas migraciones de
personas y bueno eso llegaron hasta aquí unos emigrantes y dejaron esa técnica.
Mompox era un puerto fluvial marítimo importante, uno de los grandes puertos en
Colombia. Y bueno, aquí se conservó.
El hilo se envolvía a otro a medida que él, ahora rodando una tablilla sobre otra, los veía
abrazarse
35
-Se conservó la técnica. Es una técnica árabe muy antigua, esta técnica es de
ascendencia árabe, muy antigua, que tuvo su asentamiento en Italia y España y ahí
pasó a otros países. Esta es la filigrana, estas piecitas finas.
-Ahh, esto es lo mismo que esto, solo que esto ya escarchado.
-Sí, escarchado. La filigrana tiene bastante trabajo, es un proceso muy minucioso,
¿Usted sabe lo que son estos dos siglos aquí invictos ya? Dos siglos. 16
“Filigrana: la técnica: don: estas piecitas finas: un proceso: antiguo legado de otras tierras:
de ascendencia árabe: que viaja sobre las aguas: que encalla sobre ríos de mar, sobre mares
de río: un hilo sumamente fino y delicado: fili: hilo fino debidamente entorchado y
escarchado”
-Cuando yo era joven me gustaba hacer mucho pulseras salomónicas, que son una
prenda que proviene del sabio Salomón. Como yo quería aprender a hacerlas de la
mejor manera le pregunté a un amigo joyero mío, él me dijo “el secreto está en la
comba”, justo cuando se tiene que girar el hilo para entorcharlos. Entonces yo me
puse durante años y nunca pude hacer del todo bien las pulseras del sabio Salomón.
Un día, siendo ya viejo y tras experimentar y experimentar, descubrí por fin el
secreto
-¿Y cuál era el secreto?- le dijo la muchacha sonriendo
-ahora sé que hay cosas que no se dicen porque cuesta aprenderlas- le respondió.
Él levantó el rostro y encaminó sus palabras a lugares más prácticos. Ella descansó su
cabeza y se concentró en ver.
-¿Cómo se hace para…?- le empezó a preguntar.
36
-Por ejemplo, pá hacer cualquier joya, cualquier prenda. El comienzo es, fundir el
material. Se funde el material. El material viene ley, plata ley mil. Eso se liga al dos
por ciento. La plata se liga no con el fin de rendirla, si no para que adquiera dureza,
porque la plata es muy flexible, muy blanda…sí, blanda… muy… ¿ya?...flexible,
muy…maleable. Entonces se le agrega el cobre, a cien gramos se le agregan dos
gramos para que le de un poquito de dureza.
- ¿El oro no hay que ligarlo?
-No, el oro también, el oro puro también se prepara al 33 por ciento de liga para que
quede difícil de hilar. Bueno entonces uno coge el material y lo vacía en una rilera,
un aparato que es una zanja y se funde en un crisol. De ahí se forja con el martillo
con el fin de saber si está en buenas condiciones, porque a veces el material sale
malo ¿si?-
-Y después se recose y se lleva al laminador. El laminador tiene diez o doce
palacios, uno le llama palacios que son unos huecos que tiene que uno va metiendo
de mayor a menor. Y a medida que uno va el va adelgazando va adelgazando y va
creciendo- 17
Dispuso el hilo sobre una piedra y sosteniendo con una mano el soplete se dio a la tarea de
calentarlo. El fuego del viejo joyero recorrió todo el largo del trabajo hilado. A la altura de
su mirada el nuevo hilo se hacía rojo y entonces él se detuvo, esperó un poco y
levantándose se orientó al aparato de hierro pesado que reposaba cerca.
-¿Cómo?- a la muchacha le sorprendía la rapidez con la que explicaba la factura de
una prenda, era otro, movía las manos. Ella pensó que quizás no quería detenerse
demasiado en eso y así lo aceptó.
-Se pasa por aquí, después de pasar allá, se pasa por aquí. Esto se llama laminador.
Popularmente se le dice cilindro, se mete por aquí la barra y eso se va adelgazando
37
y va estirando. Entonces, a medida que uno va la pasando por aquí va apretando,
cuando ya culmine que apriete aquí y ya no de más pá allá abre otra vez y pasa al
siguiente y le sigue dando y va dando y le sigue dando y va dando hasta que apriete
y así sucesivamente hasta el último.- 18
-Después, entonces se lleva a la hilera. Las hileras también son parecidas al…son
unos aparatos rectangulares…Sí unos aparatos larguitos-
-¿Con unos huequitos?
-Exacto. Y le da uno… uno le llama palacios a los huecos esos. Entonces también
de mayor a menor…entonces uno va adelgazando el hilo hasta que llegue al grosor
que uno necesita… ¿no?-19
- Pero cada tres palacios se recuece, porque como se va templando el hilo, se va
escarchando, entonces uno vuelve y lo recuece pá ponerlo blandito después ya
sacado aquí del último, lo pasa uno por aquí, le saca uno punto con un alicate y lo
pasa uno por aquí por estos orificios. 20
-Entonces se hace un proceso que le llaman entorche. Comenzamos con un hilo
grueso, y lo escarchamos para la armadura, o sea, para la conformación de la pieza y
también que dejamos redondo para seguir estirándolo; ahí se va ese proceso ahí se
va adelgazando y llegamos a este hilo-
-Supremamente delgado- opinó ella
-Todavía se deja más delgado; comenzamos a hacer cuadrado estirando la fili, por
proceso. Eso es lo que le llamo redondo, lo que le llamo calcar. Entonces una vez
está este grueso, para asegurarnos que está muy buena, una vez tenido el hilo en su
grueso requerido, unimos las dos puntas de una cantidad equis de hilo ¿verdad? En
este caso vamos a hacer este, entonces lo cogemos y le damos la vuelta a la punta
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para hacer la filigrana. Igualmente, pues utilizamos el hilo así, si no lo queremos
escarchar, dependiendo de lo que vamos a hacer. Entonces le damos la vuelta a la
punta. Por eso se dice “la filigrana son dos hilos finos debidamente entorchados”.
Yo lo que estoy haciendo aquí es entorchar, o sea, torcer la filigrana, envolverla, la
llamamos aquí y procedemos a entorchar. Este entorche lo hacemos nosotros con
dos tablas de madera, una grande y otra pequeña.
-¿Y cómo así una tabla pequeña y una grande?-
-Sí, entonces cogemos las dos puntas. La parte donde vamos a comenzar a hacer el
entorche y lo colocamos y lo sujetamos, y vamos a suponer de que este va ser un
primer entorche y así le damos vuelta la tabla y comenzamos a entorchar. Hay unos
lugares como en barbacoa Nariño, en Chocó que entorchaban lo contrario entonces
se va entorchando. ¿Qué nos indica a nosotros que ya no se le puede dar más
entorche? que nos aprieta aquí el dedo. Si nos nosotros nos pasamos aquí del primer
entorche se nos parte, porque ya lo estamos forzando a su entorche básico, el primer
entorche, y aquí también nos indica que ya. Y es preferible dar un entorche inicial
de pocas vueltas para que la filigrana se valla entorchando. No podemos entorchar
de una, porque es mas…corremos el riesgo de que se nos parta, se nos haga
pedacitos-
Con una mano sostenía la tabla grande y sobre ésta, con la otra, desplazaba la pequeña
tablilla ejerciendo presión. Rápidamente, de entre las dos aparecía un nuevo hilo,
conformado por la envoltura de dos que se abrazaban entre si adhiriéndose por tramos
secuenciales.
-Suponiendo de que esta es una cantidad equis, ya que este entorche es, yo tengo
que acompañarlo de un paso, que se llama recuecer, o sea volver a cocer o volver a
cocinar, como le llamamos por aquí así, o volver a calentar que quiere decir eso
técnicamente. Es poner al metal dulce, o sea fácil de manejar. Los metales, la plata
el oro, tienen tres propiedades que son: debe unir un metal para que se deje trabajar
39
bien, que son la ductibilidad, la maleabilidad y la tenacidad, son tres propiedades
físicas para desarrollar, para elaborar cualquier prenda. Entonces envolvemos y la
calentamos suponiendo de que esta sea la cantidad que vamos a utilizar. Entonces lo
envolvemos, lo amarramos con el mismo hilo y pasamos a recuecer.-
Volvió a empuñar el soplete. Las serpientes abrazadas se enrojecían ligeramente bajo la
llama.
-Aquí debemos tener en cuenta muy claro, debemos saber recuecer la filigrana
porque a medida que se va dando el hilo, pues es factible que se nos vaya a fundir.
Hoy en día recuecemos con el soplete; anteriormente recuecíamos con carbón, que
es mucho mejor porque recuece por parejo. Aunque uno con la técnica y la
experiencia ya sabe cuando está recuecido.-
-¿Y cómo se recuecía con carbón?-
-Claro, se prendían los carbones al rojo vivo y se abría una camita. Se metía el rollo
como si fuera rollo grande y se ponía acá una red y se calentaba. Medio enrojecía y
ya listo: tenía que sacarlo y bajarlo. Eso lo daba la experiencia de saber cuando ya la
fibra esta recuecida dentro del carbón. Ahora los pasos se hacen más rápido, porque
se recuece con el soplete, rapidito ahí. Entonces mejor armar allá carbón, hay que
prender, que es lo que típico.
- ¿Y vuelve y se recuece y se entorcha y vuelve y se recuece…?
-Sí, ya en último, para escarchar, para llegar aquí, la filigrana ya no hay que
recuecer sino que se entorcha y se lleva al trefilador a escarchar, para que quede
plano. Y ahí obtenemos la filigrana. Ese es todo el cuento de la filigrana21
40
-¿Y después uno hace el marco, no? , Después que uno hace el marco entonces
viene el relleno, el relleno este, y después que se mete el relleno entonces se realiza
soldadura en la parte de atrás.
- ¿Y este es el...?-
-Sí este es para soldar. Este es el soplete.-
- Soplete.-
-Bueno, entonces es la soldadura. La soldadura es una liga. Uno por ejemplo coge el
zinc a cinco gramos de material y entonces le agrega 1.2 de cobre y lo liga, y lo
lima. La soldadura se hace así. Esa es la soldadura, con una liga. Se le agrega boro,
bora y se suelda.-
Alargando el brazo acercó del otro extremo de la mesita una concha marina llena de un
polvillo dorado.
-Yo he visto en casi todos los joyeros que usan una concha para poner la soldadura.
- Pues claro, esta es una concha, uno pone en una la soldadura de oro y acá en esta
otra tengo soldadura de plata.
-¿La soldadura de plata se usa para soldar la plata y la de oro para soldar oro?
-Algunos le colocan lo mismo, no le paran bolas, pero yo sí.
-
¿Y es que la concha marina tiene alguna buena propiedad para meter ahí la
soldadura?
41
- Es cuestión de seguridad. La forma que tienen las conchas es la más segura para el
oro y para la plata, que son metales tan preciosos. Los joyeros vamos al mar y
buscamos, conseguirnos la concha que más nos guste su forma y su tamaño.
- ¿Y qué es bora?
- Bora es el atinca. Es un fundiente. Es un polvo blanco.-
-¿Sirve para fundir?
- Para fundir y para soldar. Y pá enloquecer también a las personas.
- ¿Sí? ¿Enloquece?
- Sí, eso se lo hecha a una persona…a una mujer y la vuelve loca, se vuelve loca.
-¿Por qué?
-Eee…bueno, le voy a decir ya: se vuelve ardiente la mujer. Se vuelve… ¿cómo
es?... que desea y desea y desea y eso se… es una locura.
-Y se enloquece…
- Se enloquece…ya se vuelve loca y bueno, ya llama y pide más y más. Eso hicieron
muchas maldades con eso. Pero eso ya se acabó, eso era antes que hacían esas
maldades. Ya la gente ya se ha como…cristianizado será…algo así…O se ha…no
sé. Antes si… si.- ¿Pero los orfebres hacían eso? Cogían el bora para…-
42
- La verdá es que yo no sé si eran orfebre o no...O a ellos se lo pedían…lo cogían un
poquito y en una gaseosa le daban un poquito-
- Y se enloquecía.-
-Sí. Bueno... dejemos eso en otro lado- agregó el joyero algo incómodo.-
- Bueno entonces, esta soldadura se le agrega el cobre con el fin de que sea más
fusible que el material porque si se suelda con el mismo material no suelda sino que
se funde... Porque para que suelde se necesita que funda a menor calor. Porque
para…si no, no se podría hacer nada. Bueno entonces después que se suelda
entonces se le agrega esto, por ejemplo esto ya es. Bueno, después que esto está
listo esto ya le da la horma ahí.-
-¿Y esta parte es la que es como un tejido?- Eso es un tejido, si. Eso son dos círculos y después uno lo embute… uno, por aquí
le llama embutir, pero en otras partes le decían a uno no me acuerdo qué
nombre…embutir se le dice porque uno está embutido y como eso queda así…
Después que ya está embutido entonces queda así y se tapan. Son dos tapitas y se
tuercen y se pegan.- 22
***
El dedo del joven orfebre recorrió las prendas que yacían sobre la mesa, listas para ser
llevadas a la joyería: los aretes en forma de gota que en el borde estaban tejidos en pandero,
del centro les sobresalía una flor de cinco pétalos, también en pandero y en el resto de la
pieza el tejido se conformaba en varios caracoles; a su lado, otros aretes perfectamente
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circulares tejidos el zig zag; y luego un collar de esferas minuciosas, tejidas en rejilla.
Guillo repasaba con las yemas la textura de cada tejido. Era tarde, sus dedos y sus ojos
estaban cansados. Los demás oficiales afinaban detalles de las piezas que estaban
terminando, las limpiaban, las veían brillar debajo de la luz amarillenta de algunas velas
que empezaban a ser necesarias. Él le dio la espalda a los ruiditos que aún susurraban por el
taller y volvió a recorrer las joyas. Era preferible. Aunque no viera nada. Aunque el mundo
pasara como sombras borrosas entorno suyo. Aunque todos los rumores de la tarde golpeteo de mecedoras en los andenes, risas de mujeres conversando, musengues
espantando mosquitos- se convirtieran en este ruido de taller, callado y sordo, que
englobaba todos los ruidos y los reducía a una luz naranja que desaparecía entre los
arbustos del patio.
-Guillermo, hombe…
Una voz se detuvo en la espalda del oficial de joyería.
-
Ya te puedes ir. Ayúdame a recoger las prendas de todos y las llevas a donde mi
mujer, a la joyería en el zaguán.
Él se prendió a la orden de su maestro. Vamos. Pasó de mesa en mesa y fue poniendo las
prendas en una caja provisional. El patio quedó atrás. Entró a la cocina, pasó por la sala y
se detuvo por que la oscuridad ya no lo dejaba avanzar. Buscó la ventana, abrió la
compuerta de madera y dejó entrar la luz del farol de la esquina. A esas horas apenas
habían pasado a encenderlo. Siguió caminando y alcanzó por fin a entrever el umbral del
portón abierto. Levantó la mirada y entonces creyó distinguir, junto a la vitrina, no ya a la
señora de la casa si no a una hermosa joven sentada en su lugar. De la punta de los dedos le
empezó a subir un cosquilleo fulminante, lo sintió venir y cuando intentó dar un paso más
ya no pudo. Las manos le sudaban y la caja llena de piezas de oro se hacía un río entre sus
dedos, desparramándose por entre ellos y asentándose en cada línea de las palmas. La
muchacha le pidió que se esperara mientras ella le avisaba a su mamá para que se acercara
a recibir las joyas. Caminó en silencio sobre las baldosas rojas, cóncavas por el uso, hasta el
44
umbral de la puerta dónde en medio de un corrillo de señoras su madre comentaba algún
matrimonio, algún velorio “Ah, sí mija, sí” Le agradeció que le avisara y le pidió a ella que
se encargara, que después de todo le tocaba ir acostumbrándose. Aurita volvió a entrar a la
casa y se acercó a Guillo: los ojos grandes de Guillermo brillaban. Respiró hondo. Las
manos de Aura se abrieron como pétalos y el puso allí la caja -litros de agua- que al caer, le
pareció al joven, sonó como un chubasco sobre una roca.
-
“Dime mujer. ¿Por qué supe, en cuanto te vi, que si no me casaba contigo nada iba
a tener fin? En ese momento tuve la seguridad de que eras la inspiración que me
hacía falta. Aquello que completaba todo aprendizaje y perfeccionada cualquier
diseño, cualquier figura. Por ti mujer. Porque cada joya que terminara te haría más
hermosa y tu hermosura embellecería mi trabajo.
-
¿Te acuerdas de aquel anillo que me hiciste cuando prometimos amarnos hasta que
alguno de los dos muriera? Lo llamaste “tú y yo”.
La observó de nuevo, quiso besarla. Le tomó con cuidado la mano derecha y abriéndola
despacio dejó allí el anillo que había empezado hacer la tarde en que la vio por primera vez
y que ahora, meses después, por fin se atrevía a entregarle. Al mirarla se miraba a sí mismo.
Aura bajó la mirada y se quedó absorta en la perfección de la pieza. “Quisiera tener las
palabras para explicarte cuanto te amo”. Pensó él y miró también el anillo. Era todo de oro,
a simple vista una pequeñísima mano recibía a otra. Eran dos manos de un mismo brazo
que al juntarse entre sí conformaban el círculo a la medida del anular de la muchacha.
Semejante a un uróboro.
-Si lo intentas, las dos manos se pueden separar.
Aura corrió hacia un lado la mano que reposaba sobre la otra. El anillo se abrió revelando
entre el espacio cóncavo que quedaba dentro de ellas un diminuto corazón dorado. Siguió
separándolos y entonces entendió el mecanismo, se dio cuenta que en realidad eran tres
45
círculos que se intersecaban en un punto, pudiéndose así cerrar. Uno tenía soldado una
mano, el otro el corazón y el tercero la mano que lo cubría.
Entonces se hizo maestro de joyería. Su maestro, el padre de Aura, les dio como regalo la
casa donde la joven pasó su infancia “Guillermo, desde ahora ya eres un maestro de
joyería” sentenció el viejo golpeándole fuertemente la espalda mientras lo abrazaba. Allí,
en ese caserón pintado de amarillo y rodeada su fachada de buganvilias magenta, se
organizó el Taller de Joyería Trespalacios.
“-¿se querían mucho tu papá y tu mamá?
- sí, mucho, tanto así que nosotros decíamos que era como si tuvieran una
comunicación telepática porque mi mamá en su vida todo era mi papá y se dedicó
fue a eso, la vida fue. Ella decía que ella no había tenido hijos, que Guillo había
tenido hijos, porque todas tres funcionábamos en función a él.
- ¿ella trabajaba en el taller?
-Sí, mi mamá fue la cara de la joyería y él la tuvo como una muñequita de
porcelana, la consentía hartísimo, todo era para ella, tanto así que ella
enamoradísima y él enamorado enamorado”23.
Él miro con los ojos cafés cómo sus oficiales trabajaban, se fijó también en los aprendices y
volvió taciturno al cuaderno de dibujo. Desde que se había hecho joyero maestro trabajaba
en el perfeccionamiento de sus diseños, cada día pasaba más horas repasando las piezas
precolombinas que aparecían en los libros que atesoraba en su biblioteca. Estaba seguro que
la joyería perfecta debía desprenderse de técnicas ancestrales secretas y sólo a partir de la
observación minuciosa de las piezas terminadas podría algún día develar con total claridad
el procedimiento. La duda se le presentaba todas las mañanas como una punzada en la sien
y una felicidad turbia y permanente en los ojos. Como lo había pensado, Aura era cada día
más hermosa, su primera hija, Elisa, era una niña delicada y silenciosa como su padre. Aura
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mejoraba las habilidades heredadas de su madre, resultando dicharachera y alegre a la hora
de vender las prendas, “mientras más callado se hace Guillo, más habladora se pone la niña
Aura”, decía la gente por las calles de Mompox. Los aprendices y oficiales esperaron hasta
que los ojos cafés dejaran de circular por el taller y regresaran al cuaderno y al lápiz. Buscó
a tientas, con la mano libre, el libro abierto colocado sobre la pequeña mesa de joyería, leyó
“Orfebrería Prehispánica” y empezó a pensar en el grabado. Por esos días se había
empezado a hacer famoso su trabajo en el resto de la depresión y se acercaban las fiestas de
San Martín de Loba, y de allí habían llegado a su taller romerías enormes de devotos del
santo a encargarle exvotos para la fecha. Decían de sus manos que eran milagrosas y que
sólo un joyero como él podía realizar los piecitos, manitas, corazoncitos y estomaguitos que
fueran del agrado de San Martíniv. Guillo sabía que todos los moldes estaban listos, él
mismo los había diseñado y fabricado durante semanas, pero le preocupaba la perfección de
las piezas, la minucia en el detalle. Pensaba entonces en la cera perdida y así seguían
pasando las horas.
iv
Existen dos versiones sobre la fundación de San Martín, la primera indica que Doña María Ortiz Nieto
heredó las tierras de Loba del primero en apropiarse de las tierras de esta zona, Diego Ortiz, y que habiendo
arribado a la zona con un grupo de esclavos negros, durante la segunda mitad del s XVII, fundó la ciudad de
San Martín. La segunda sostiene que la ciudad fue fundada por los campesinos mestizos criollos libres que
trabajaban y habitaban la zona y que al llegar en efecto Doña María Ortiz Nieto, estos se negaron a pagar
terraje, enfrentándose abiertamente a la hidalga y sus capitulaciones. Fals Borda defiende la segunda de estas
versiones apoyándose en su trabajo de archivo y narra como Doña María, desesperada y tras haber agotado
todos los recursos legales que la aparaban en el sistema colonial, acudió a una segunda pero más radical
solución, cito, “doña María ensayó otra forma de acercarse al nuevo pueblo de colonos libres y a la mina de
oro de Loba: por la religión y la magia. Un buen día se presento personalmente llevando en sus baúles una
pequeña imagen de San Martín, el santo obispo de Tours, que lo muestra a caballo cortando la capa para
cubrir a un mendigo anciano. Y llegó también con unas cabras españolas.” (2002 [1979]: 64A) y más abajo
cita una de las personas con las que habló en San Martín “Mire, el viejito mendigo era el mismo Dios que
estaba tentando a San Martín. Al verle cortar la capa le dijo: “Tente, Martín, no cortes la capa porque sólo
vengo a tentar tu corazón”. Pero esa doña María era mala: cuando se fue dejó encerrados a sus esclavos en el
socavón; por eso se ahogó ella cuando en bajel en el que iba se hundió” (2002 [1979]: 64A). Pues bien, la
bruja hizo construir a sus esclavos una capilla sobre la veta de oro y allí dispuso la imagen, hizo una misa
negra y se retiró a Mompox a esperar que dieran fruto sus trabajos. Finalmente la Santa Inquisición, dice Fals
Borda, juzgo a la hereje en el año de 1702 y lo cierto, al menos lo que dicen los archivos, es que la doña
terminó muerta yaciendo sobre un petate rodeado de velas encendidas en su casa de Mompox.
Desde entonces la imagen es sacada el 11 de noviembre a caminar por las calles de San Martín, se niega a
veces a dejarse andar cuando no quiere salir, y se pone pesada como plomo. Sobre sus capas la gente cuelga
mandas de oro y plata y luego las acaricia con algodones para llevar a casa como alivio de dolencias.
Tradicionalmente estas ofrendas son mandadas a hacer en Mompox y dicen que cuando Guillermo
Trespalacios estuvo vivo, acaparó todas estas ventas siendo prácticamente el único que hacía exvotos.
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La integridad del relato de su vida, la fuerza de este, hacía del espacio que separaba la
máscara social de Guillermo Trespalacios de su rostro una pregunta inquietante. La
majestuosidad de la historia lograba que, cada vez que se narrara, las cosas acaecieran
como debían haber sucedido. Guillermo, sin saberlo, crecía y se enamoraba cada vez que
un momposino lo narraba, y esto sucedía siempre, incluso después de su muerte, que
sucedía también día tras día, en cada oportunidad que algún joyero lo recordaba.
Guillo entonces supo que el amor de su vida era además su complemento, lo supo también
cuando, al darle el hermoso anillo, la idea se le presentó como un vaticinio, y lo supo
también cada vez que la felicidad del amor que los unía se traducía en hermosas piezas y
una joyería siempre visitada.
“-Es una relación muy curiosa y muy bonita, porque tú no puedes encontrar dos
temperamentos más distintos. Mi tío Guillo serio, recatado. Lo semejante se va con lo
opuesto. Tú coge mi tío Guillo y voltéalo, y esa es mi tía Aura; ahora a los 93 años todavía
es de las que se monta en un moto taxi y se va recorrer Mompox.”24
Él miró las uñas bien cortadas de unas manos largas y laboriosas; miró sus manos, cómo
sus dedos índice y pulgar atrapaban con exactitud un trozo milimétrico de oro. Parpadeó,
fue consciente de la agudeza de su vista y la calma de su mirada. Sin saberlo su vida dejaba
de pertenecerle. Sus rasgos, sus maneras, se mezclaban con los rasgos y las maneras de otro
más general, más simple y asequible, narrable, modélico, sin duda mejor que él mismo,
majestuoso. Esto sucedía en un tiempo que se desbordaba de sí mismo, que superaba su
presente y su pasado, que existía siempre y se repetía siguiendo las mismas líneas hasta la
eternidad. Pero no tenía miedo, al fin y al cabo no sabía, no sabrá, no sabe que todo esto
ocurría. A su vida, que en realidad era lo que de ella se contaba, se le fueron superponiendo
ideas que no tartamudeaban. Guillo reconoció a los demás y dejó que ellos lo reconocieran,
que eligieran entre los aspectos infinitos de su persona uno solo, que lo reflejara
irrevocablemente, que oscureciera los demás espejos, y lo pulimentara a él hasta el punto en
que él sólo fuera un enorme espejo al que acudiera toda vista aguda, toda mano larga y
laboriosa, todo dedo índice y pulgar de fino tacto, toda mente paciente.
48
“Era un orfebre experto, estimado en toda la ciénaga por el preciosismo de su trabajo. En el
taller que compartía con el disparatado laboratorio de Melquiades, a penas si se le oía
respirar. Parecía refugiado en otro tiempo […]”25
Cerró los ojos. Entonces volvió a concentrarse. Tanto podía evocar esta unión a una unión
legendaria. El joyero y su esposa se embarcaban en la búsqueda de la conjunción perfecta
de los opuestos, femenino masculino, público privado, taller joyería. Todo preconizaba la
unión real con la pareja predestinada. “El alquimista y su compañera se comprometían
conjuntamente – igualdad en los trabajos y la investigación- en la búsqueda de las
operaciones de la Piedra Filosofal; formaban así una verdadera pareja hermética.” 26
Y Guillermo seguía estudiando. Con cada avance que lograba en su investigación, su
concentración se aguzaba, su paciencia se engrosaba y su sabiduría aumentaba. “Pero ya
falleció. Era muy bueno. Era el maestro de maestros. Son personas que con sus manos
hacían el arte. Con el oro y la plata lo hacían todo”27. “Guillo era un orfebre completo
completo, sabía estampar, grabar, calar, hacer filigrana y ser buena persona, ser paciente y
ecuánime”28.
“-Guillermo era una persona de una calidad humana, sobre todo, de una rectitud
inigualable: palabra de Guillermo Trespalacios era la palabra. Él no era persona de
respuesta rápida, era una persona que reflexionaba mucho antes de hablar, no era de decir
¡ajá chan! Él tenía una voz así grave y decía, -ajá, yo me he puesto a pensar tal y tal cosa- y
en verdad eso era así. Es que era El maestro en todo sentido, en comportamiento, en actitud,
en relación con los demás, en respeto…era una persona absolutamente fiable, y tú sabes lo
difícil que es decir eso de alguien ahora”.29
49
***
Todos los que en Occidente nacimos, usted y yo, somos ambos hijos de Cronos: anciano
padre que nos devora: nos consume: nos acaba: padre siempre presente en la alternancia de
luz y tinieblas, de lluvia y sequía: surcando signos, rayas y anuncios en nuestra piel: Cronos
que jamás nació y jamás morirá. Todos hijos del Tiempo, Tiempo, Tiempo. Dígase
entonces que un río que no fluye es un río putrefacto en el más y el menos literal de los
sentidos, un río mefítico y mefistofélico. Así también, un tiempo que no corre tiene las
cualidades más malignas y luciferinas, pues el orden de las cosmos es su fluir; y su
desorden, o mejor su no-orden, es el estancamiento, la parálisis ponzoñosa, la condena de la
mayor de las maldiciones.
Sabremos, imaginaremos, reprocharemos, prevendremos, nos miraremos, gritaremos fuerte
mirando el agua, volveremos a mirarnos, con odio, frotándonos los ojos, convenciéndonos
de que una vez existíamos. Acabaremos por tocarnos unos a otros para comprobar que no
somos de aire y que esta ciudad no es una ciudad de espejos, que no se irá, que no se ha ido
en medio de un remolino. Tendremos que pasear por el parque del Tamarindo, darle mil
vueltas a la estatua de Bolívar, detenernos mil veces ante el monumento de los
cuatrocientos valientes, sentarnos con nuestros abuelos a escucharlos, mil veces, contar que
acá el prócer tenía una novia, dos novias, tres novias, cuatro novias: una casa que daba al
río: una casa que se llamaba el Palomar y estaba sobre la Albarrada y que el prócer se
bajaba de un barco y besaba a su novia, dos novias, tres novias, cuatro novias. “Este es el
Palomar. Justo en esta casa se quedaba Bolívar cuando venía porque aquí tenía una novia”.
“Bueno, entonces aquí llegaba Bolívar y aquí se quedaban un rato y luego se iba para allá.
Bolívar tenía un poconón de novias momposinas” 30.
“No quiero repetir aquí nuestras gloriosas tradiciones, ni recordar la homérica hazaña de los
cuatrocientos momposinos que acompañaron al libertador en memorables jornadas, ni
evocar a nuestros próceres de consular osatura, para que no se cumpla la frase amarga del
atormentado gibelino: ¡Qué triste es recordar la opulencia en los años de miseria!” Que
fuimos opulentos es cosa que no puede deferirse a duda, y que la ciudad de Mompox fue
50
una de las más ricas del Nuevo Reino de Granada es hecho cierto, como lo asevera la
historia. También lo es que con los huesos de nuestros mártires erigimos un monumento
desde cuyo vértice se columbran todos los horizontes de la Patria. Las raíces del árbol de la
libertad ahí plantado y regado con sangre, coadyuvaron a mantener unidos y compactos los
grandes bloques de la unidad nacional”31
El silencio retumba en las paredes de todas las casas de este callejón de la Sierpe. Estar aquí
y no estar. Cuando uno exclama en Mompox las paredes lo devuelven. Con el río no sólo se
fue la pesca y el comercio, con la huida del río, fue apartado violentamente de la Historia
Patria; la depresión momposina no sólo se tragó los champanes y los cúmulos de vapor
sobre ellos suspendidos, devoró, sobretodo, todo lo que ellos simbolizaban: la relación de
esta ciudad portuaria con idea de progreso histórico.
“Perdonad, momposinos que en nombre de un férvido amor a la ciudad de mi cuna, os
hable con entera franqueza y os ponga de presente el peligro que nos amenaza y asedia.
Este peligro estriba nada menos que en la República (y me estremezco de sagrado temor al
enunciarlo) que nos ama y admira, puede declarar definitivamente cancelada nuestra
función histórica. Se acatará nuestro pretérito, es obvio, y se guarnecerá nuestra ciudad,
como un sarcófago venerable, con lauros broncíneos y bellas alegorías, más empezará a
negársenos todo derecho activo en el concierto de la nación, toda injerencia en su
desarrollo, toda participación en sus gestas históricas. ¡Glorioso pero melancólico papel el
que entonces representaríamos!” 32
Usurpado e inaugurado el canal y profanados los terruños, entraron los gringos a la costa.
Unos se hicieron amigos de los patrones de siempre y con el permiso del gobierno,
sembraron bananos por toda la ciénaga, otros, mientras, se fueron a Barranca y se pusieron
a sacar petróleo. La concentración de tierras fue apoteósica pero todo el mundo prometía
tanto desarrollo que la gente de por acá no alcanzó a darse cuenta, cuando ya tenían un
ferrocarril que iba de Barranquilla a La Guajira pasando por Santa Marta; y menos pudieron
opinar cuando, en 1903 se empezó a construir la línea férrea que uniría la ardiente costa con
el convencionalismo del interior. Poco después se inauguró el aeropuerto de Barranquilla y
51
llegaron noticias a Mompox de que en las escuelas ya no se enseñaría más latín y en
cambio todos los muchachitos debían dominar el inglés y el francés. Mejor dicho, a la costa
llegó por fin la modernización. El río corría muy bien por esos tiempos, pero entraba poco a
poco en desuso pues lo que convenía, al parecer, era pavimentar todo el plan y mandar unas
carreteras que llegaran hasta las montañas; con estas, además del ferrocarril, todo el carbón,
la sal, los bananos, el algodón y el arroz llegarían al centro, o saldrían por la Arenosa para
cruzar el charco o viajar en conteiners e ir a parar a Estados Unidos. Aunque todavía el río
estaba limpiecito y se podía llegar a Barranquilla, a Honda, o a Barrancabermeja si se
tomaba uno de esos barcos a vapor y no se tenía tanto afán (…porque el viaje si se
demoraba su buen tiempo, y teniendo en cuenta el afán que se necesita para que los
negociosos salgan bien…) a fin de cuentas, Mompox dejó de ser un puerto importante para
Colombia: tanto para la legal como para la ilegal. Además muchos, aunque la minoría, de
los compadres que sembraban acá su yuca o tenían su canoa y vivían del río, se cansaron de
las crecientes y de estar de acá para allá llevando los animales y decidieron irse a trabajar
con los americanos33.
“¿Qué razón existe para que la Villa del Licenciado Santa Cruz se sienta y se crea relevada
de su misión creadora? (…). Esta ciudad ha hecho cosas portentosas en el orden del
espíritu, pero no las ha podido realizar con igual prodigalidad en el campo de los resultados
económicos. Por eso se les paga con moneda falsa de ingratitud, para que se cumplan en
ellas las palabras del Evangelio: “En verdad que vosotros me recordareis no por los
milagros que habéis visto, sino por el pan que he repartido” Y la historia de Mompox ha
sido un milagro, “y el recuerdo del prodigio se extingue en tanto que perdura la satisfacción
del hambre saciada””34.
El tío Lacho dice que el problema de estas tierras es que acá no se llega sino después de una
peripecia terrible, bueno y que con la inundadera de todos los años no hay inversión que de
frutos por acá. Y mi abuela se queja porque acá no hay oftalmólogos y tiene que ir con
suerte a Magangué o si la cosa se pone grave hasta Barranquilla a hacerse ver. Ella y yo nos
acordamos de que cuando yo estaba muy niña había una avioneta que volaba hasta acá
desde Cartagena, “Eso si fue la tapa mijita”. Ya no hay de otra. Lo primero fue cuando el
52
gobierno decidió canalizar las aguas de la depresión para regar los cultivos de bananos,
mientras tanto los gamonales de la zona, muchos momposinos, compraron vacas y donde
estaba seco sembraron pasto para que las vacas comieran y luego cagaran, y como ese seco
no debía estar allí y el mojado no debía haberse ido, el río se fue ensuciando. Para
completar, los cachacos construyeron fábricas que tiraban desperdicios que bajaban desde
las montañas. En cosa de décadas el río, a las alturas de Mompox es un barrizal, por encima
no se ve tan mal, pero cualquier barco se encalla ahí… De seguro por eso se cansó y se fue
a Magangué.
“A mi juicio, el remedio idóneo para rescatar a Mompox está principalmente en la cátedra.
Comiencen los profesores y maestros a estimular al niño y al joven respecto de su propio
valer y respecto, particularmente, de su condición de momposinos, repitiéndoles con
Plutarco que el principio de la fortuna es haber nacido en una ciudad ilustre, y a la vuelta de
algunos años tendremos generaciones fervorosas y creyentes en sí mismas, “creyentes del
futuro y sacerdotisas del pasado” no roídas de escepticismo como las actuales, ni enfermas
de ignavia como las presentes, sino capaces de emprender la restauración histórica de la
ciudad, enlazando armoniosamente su pretérito con un porvenir más próspero todavía.” 35
Cuando mi abuela estaba niña y todavía se podía venir por el río, la gente rica de toda la
costa mandaba a sus hijos a estudiar acá, las niñas a La Escuela Normal Rural para
Señoritas de Mompox y los niños al Colegio Nacional Pinillos, ambos fundados a
principios de los treinta. Entonces la ciudad se volvió la capital educativa de la zona y el
orgullo de los momposinos, que se organizaron y formaron la Academia de Historia de
Mompox. En estos colegios, sabe todo momposino, estudió gente muy importante, muchos
de estos y estas luego se volvieron escritores famosos o políticos muy influyentes. En la
Normal, dice la gente, estudiaba la que era novia de García Márquez, y que ahora es su
esposa, y dicen que Gabo la venía a buscar estando ella de interna y que por ahí empezó a
ocurrírsele ser escritor… yo no se.
Lo que yo no sé en realidad es cuándo fue que estos tiempos se volvieron otros. “Aquí
confina la vida con la eternidad” leo al mirar un aviso que separa el cementerio de la calle
53
de los muertos, que separa el lugar donde reposan los muertos de lugar dónde caminan los
muertos; también dónde caminaban los que ahora están muertos, pues en esos tiempos que
ahora son otros, por esa calle se daba cita lo más distinguido de la intelectualidad
momposina, que iba discutir, al son de la flauta de Marcelino Peredo y las coplas de Sixto
Vídes36, los ires y venires de una costa que estaba cambiando.
“El río nos dio las espaladas y eso hizo que nos envenenáramos, quedamos perdidos en el
tiempo”…. Rumio esta frase casi permanentemente… ¿En que estaba? Si, estaba por decir
que yo no sé cómo ha de ser perderse en el tiempo… quizás tenga que ver con repetirse sin
cambiar hasta el infinito, o pueda parecerse a elaborar con minucia extrema prendas de
filigrana durante toda la vida, o estar relacionado con el no ser recordado pero no ser
olvidado del todo. Todas las anteriores, creo, son parecidas -y digo creo, porque en verdad
lo que creo que estoy empezando a creer es que las tres ideas anteriores son similares,
versiones de una idea transversal a todas ellas, componentes de un sistema de símbolos-.
Me inquieta el cuándo, el momento en el que Mompox empieza a ser, por algo que
pareciera ser acuerdo nacional, perdido en el tiempo. Me inquieta el cuándo porque al
sistema de símbolos del que hablo pareciera serle solidario un sistema de ideas particular,
cierta forma de entender a la costa colombiana que deviene del modo de narrar de Gabriel
García Marques y se desborda en todo un mito sobre la costa y sus habitantes, el realismo
mágico.
“Soñó que entraba en una casa vacía, de paredes blancas, y que lo inquietaba la pesadumbre
de ser el primer ser humano que entraba en ella. En el sueño recordó que había soñado lo
mismo la noche anterior y en muchas noches de los últimos años, y supo que la imagen se
habría borrado de su memoria al despertar, porque aquel sueño recurrente tenía la virtud de
no ser recordado sino dentro del mismo sueño”37
Y para Mompox en cuestión:
“Dicen que la ciudad la transportaron de ultramar bandadas de gaviotas y alcatraces. En la
Costa colombiana la recibieron bandadas de patos y garzas que, en vuelo, cargaron
54
conventos, iglesias, una muralla, casa de techos elevados, baúles con historias antiguas,
títulos de marquesados, látigos, un tribunal inquisitorio, partituras europeas, treinta y tres
clavicémbalos, una guitarra sevillana, dos cofres con sotanas y un Cristo sin cabeza. La
depositaron a orillas del Magdalena, sobre un islote. Allí permanece, telarañosa y blanca,
alucinadora, con historias murmurando en sus calles de tantas huellas, Día y noche es l
mismo allí, porque nadie duerme. Tantos fantasmas espantaron el sueño de sus habitantes.
Los relojes de pared, envejecidos, se detuvieron en la época de la Colonia. Nadie se
preocupa hoy por ellos. El tiempo es lo de menos… Tiemp, tiem… tie…”38
Siendo sincera –debo serlo si quiero entrar al cementerio, más allá de las rejas está la
eternidad… y allá es al menos poco conveniente mentir- me pregunto si el tiempo acá en
Mompox fue así antes de Macondo: si las cualidades míticas del tiempo circular se le
superponen a la percepción del tiempo en esta ciudad… o si más bien la cosa es a la inversa
y el realismo mágico es real y mágico. Yo no sé que viene primero, si el huevo o la gallina.
Estoy por pensar que no importa, pero se me empiezan a mezclar las cosas. Más bien, a
todos se nos mezclan las cosas.
Alguien enciende el televisor. El televisor no anda, la pantalla está llena de puntitos negros
y blancos. Alguien decide ponerse de pié y darle un golpecito. El televisor ahora anda.
Shhhhhhhh.
-“Hola cómo les va, mi nombre es Santiago Rivas. Años después, frente al pelotón
de fusilamiento ni ustedes ni yo hemos de recordar haber visto este programa
llamado Los puros criollos. Hoy no importa dónde me encuentro ni a qué altura por
qué vamos a hablar de un lugar que no queda en ninguna parte pero también queda
en todas, es un lugar que en realidad representa a otro lugar. Es un lugar que
simboliza nuestro país. Hoy vamos a hablar de Macondo”39.
Alguien ve, sentado en el sofá de su casa la quinta emisión de Los puros Criollos, “una
serie documental que hace un recorrido por nuestros "símbolos patrios", no sobre aquellos
símbolos oficiales, sino sobre los que nos hemos apropiado y hacen parte del sentimiento
55
que llamamos colombianidad”40. Alguien ve en la pantalla cómo un reportero entrevista a
otro hombre, la escena es corta pero concisa, el sujeto, que aparece respaldado por la
imagen de un río caudaloso y una lancha colorida, responde sin titubeos a la pregunta por la
ubicación de Macondo, Macondo es Mompox, asevera mientras sonríe.
Al mismo tiempo, otro, un armenio, sentado en el comedor mientras desayuna, lee la
primera frase de un artículo en el periódico La crónica del Quindío, dicho artículo lleva por
nombre Mompox perdido en el tiempo y así reza, “Dicen que Mompox está detenido en el
tiempo, que es lo más parecido a Macondo, el pueblo que inventó el Nobel Gabriel García
Márquez.”
“Si nosotros renegamos de nuestra divina locura de soñadores, de nuestro empeño de
caballeros andantes del ideal y de la libertad, de centinelas insomnes del honor nacional, de
ciudadanos de espíritu y de confesores de Cristo, de adalides de la santa igualdad y de
perennes enamorados de Dulcinea; si renegamos de todo eso, digo, bien está que se decrete
la liquidación total de nuestra gesta histórica y que la mano descarnada de la muerte,
sellando urnas y cerrando a piedra y lodo la dorada fortaleza del ensueño y sembrando de
sal el campo en que fulguraron los aceros y resonaron los clásicos cañones de guadua y se
escuchó la vocinglería heroica de todo un pueblo, escriba en la última losa arrancada del
último monumento: “Aquí fue Mompox”41.
“Ya vendí todos mis muebles
pues me mudo pa' Macondo
me preguntan dónde queda
yo les digo que en el Congo.
Recorrí todos lugares
por lo llano y por lo hondo
pero nadie da razón
donde es que queda Macondo.
Macondo, Macondo, Macondo
ya me voy para Macondo
56
Macondo, Macondo, Macondo,
ya me voy para Macondo.” 42
***
Ella estaba sentada en las tejas del antiguo mercado, no era la única; ese día era Domingo
de Ramos y la gente había llevado en procesión una imagen de Cristo sobre un burrito,
desde la Iglesia de Santa Bárbara hasta la Iglesia de la Inmaculada Concepción. Desde ese
techo se veía la fachada de dicha iglesia. Del mercado sólo quedaba el frente, como una
cáscara sin paredes internas ni pisos definidos, como una cáscara tapizada de excrementos
humanos. Ahora el mercado era un baño público enorme. Ella había remontado toda esta
podredumbre aguantando la respiración y desde el techo, ella y otros muchos, guiñando los
ojos para no encandelillarse, observaban la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén.
-
Se ve muy bonito todo ese verde cubriendo la plaza. ¿no te parece?
Le comentó ella a otra joven que a su lado comía paleta mientras miraba, y la joven agitó la
mano que tenía y libre y exclamó:
-
Si, ver esto desde acá arriba te impresiona, deberías ver adentro de esa Iglesia,
desde arriba, como se ven los pasos que marchan los nazarenos cuando han dejado
el Santo Sepulcro y mientras se da la Solemne Serenata al Señor. Ellos dibujan
caracoles con su marcha.
“Caracol se llama también uno de los tejidos de filigrana”. Pensó ella.
-
Ellos se enrollan y se desenrollan, se enrollan y se desenrollan…- comentó la joven
de la paleta sin dejar de mirar el mar verde que ocupaba abajo toda la plaza.
57
Ella vio entonces las arrugas blancas y hondas que apretaban las manos del joyero mientras
este enrollaba un hilo de oro sobre sí mismo; él lo enrollaba una y otra vez para poder
rellenar un sólo cartón, pero siempre era el mismo hilo sin fin, pues la filigrana se debe
tejer con un sólo y largo hilo continuo. Pandero, así había dicho el señor joyero que se
llamaba cada una de las espirales más pequeñas. Pandero es el tejido básico de la filigrana y
es una espiral. “Ellos se enrollan y se desenrollan… toda la noche… repetía la otra”. Y con
estos panderos se embute cada prenda, había explicado, mientras decía que era mejor no
dejar vacíos para que el diseño resultara más atractivo. Ella vio enfrente las mil espaldas
sudorosas, los miles de brazos alzados sosteniendo palmas verdes mientras el cura, junto al
Cristo montado en burro, repartía agua bendita en todas las direcciones. Sobre esos cuerpos
se alternaban las sombras de los arcos del mercado con los rayos implacables reflejándose
en el río. Los cimientos de la antigua construcción crujían debajo de todos los que se habían
encaramado sobre su techo. El edificio pronto habría de venirse abajo o rendirse ante las
plantas que rompieran la costra de pintura y se asomaran decididas y encorvadas. Todos
esperaban ese momento en que se abrieran de par en par las puertas de la Iglesia y fuera
posible entrar a escuchar la misa y a refugiarse del sol. La gente, vestida con sus mejores
ropas, posaba junto a Jesús sobre el burrito. Ella adelantó la quijada para alcanzar a ver
hasta dónde llegaba la muchedumbre, y al mover el pie desacomodó un par de tejas que
liberaron varios pedruscos. Los vio caer y vio caer el agua bendita. Tenía razón su abuela:
el Semana Santa el pueblo parece vivo.
Volvió a recostarse, cerró los ojos y dejó por un momento que descansaran de la resolana
que empezaba a pesarle en la cabeza. Se puso a pensar: ese edificio envejecido, ese olor a
desperdicios, ese rumor del río a sus espaldas, ese viento que salía de sus ondas, ese calor
apabullante y esa enorme cantidad de personas inaugurando el rito anual. La emoción del
acontecimiento, de la fecha crítica disipaba los humores rancios de su nariz. ¿Será que el
mercado no se derrumba para que cada año podamos subirnos a mirar el inicio de la
Semana Santa? Edificio de otro tiempo y para ser usado con otro ritmo, construcción con
un fin civil que ahora vive en función del tiempo religioso. Sí… en realidad el mercado no
se desmorona porque existe la Semana Santa; en realidad el tiempo civil discurre gracias al
espasmo que produce esta celebración, gracias a que el mito se revive conforme a un ritmo,
58
gobernando la dispersión del discurrir. Acá el tiempo, más visiblemente que muchos otros
lugares, es una es unidad de un ritmo cuya alternancia conduce periódicamente a lo
semejante, acá la condición del tiempo es un intervalo eterno, sagrado, litúrgico43. Abrió los
ojos.
-¿Y hay prendas que sirvan para la suerte?
-Bueno, eso sí ya es otro camino, ya es otro camino… Si usted quiere una pieza de
oro que lleve esmeralda, lleve diamantes, eso da a mucha suerte, y todo eso se
elabora, pero eso sale caro.
-¿Y uno puede bendecir una pieza?
-No cualquier prenda, pero claro, a usted le pueden hacer un anillo para usted con
los Siete Viernes…
-¿Cómo así?
-Claro, con los siete viernes de Semana Santa. Comienzan el primer viernes, hacen
un panderito. Cuando ya se terminó el primer viernes lo paran. Hasta que llega el
otro viernes y vuelven y comienzan. Total que ese anillo se lo van a hacer durante
los siete viernes y lo van a terminar el Viernes Santo. Entonces ese viernes, que ya
es el último, cuando se lo entregan usted lo lleva a donde el cura y el cura se lo
bendice.
-¿Y cualquiera puede hacerlo?
-Cualquiera de los joyeros de aquí.44
59
Había sido la semana pasada mientras esperaba a su abuela que hacía fila para ver al
médico que había venido desde Magangué. Ella se había sentado una cuadra más allá, sobre
La Albarrada para tomar el fresco y había pasado el rato conversando con un grupo de
señores que según todo el mundo no hacían cosa distinta que charlar y sentarse bajo los
árboles del parque San Francisco. Uno se llamaba Julio y el más viejo José. José era muy
alto, tendría ochenta años, llevaba un sombrero de vaquero y unas gafas para el sol como
las que usan los ciclistas, alargadas hacia las puntas. Ahora la gente entraba a empujones a
la Iglesia. Ella siguió pensando en la historia del Anillo de los Siete Viernes, se preguntó
porqué siete y pensó en la duración concreta de la Semana Santa; no pensó más. Si la
factura del anillo ocurría en Semana Santa y por ella, debía existir una simpatía entre
ambas, más bien, debían ser la misma cosa, o mejor, esta prenda de filigrana implicaba
también una manipulación del tiempo -“Ellos se enrollan y se desenrollan… toda la
noche…” había dicho la muchacha de la paleta- pues hacer el anillo en cierto momento del
rito y no en otro hacía que fuera efectivo, que los efectos de sus bendición se desplazaran a
la eternidad, al para siempre dónde existía la muerte y la resurrección de Jesús.
Desde lo alto del mercado fue posible observar cuando entre la muchedumbre empuñando
palmas apareció una columna cabizbaja de nazarenos sofocadosv. Algunos trataban de
v
Nazareno es quien, tras haber pedido un favor a Pae Jesú de Nazareno y haberlo recibido, está obligado a
devolver a cambio una penitencia. Dicha penitencia consiste en cargar y o acompañar las imágenes durante
las procesiones de Semana Santa. Los nazarenos visten largas túnicas moradas que les cubren por completo el
cuerpo y el rostro, al cinto llevan amarradas unas cuerdas que terminan en cinco bolas de lino. Es tabú que
dos nazarenos se vean a los ojos, entonces, cuando llegan a cruzarse por la calle durante el día deben
murmurar “Pae Jesú” de tal forma que nadie más que ellos dos puedan escucharlo. Así mismo, es obligatorio
que practiquen cierto ascetismo temporal, deben dormir en la calle, comer apenas lo necesario, rezar cinco
padres nuestros cada vez que entran a una iglesia y no bañarse. Es legítimo y muy común que estas personas
beban copiosamente durante la celebración, “pá tener resistencia”. No existe ningún tipo de organización
comunal o entidad eclesiástica que organice explícitamente y a cabalidad la presencia de los penitentes;
recientemente se ha empezado a conformar una Asociación de Nazarenos, esta, sin embargo, no asocia en
realidad a todos. Es tan elevado su número, llegan incluso a los tres mil, y vienen de tan diversos lugares, que
se arman peligrosas riñas debajo de las imágenes para definir quién cargará el paso, sobretodo debajo de la
imagen del Santo Sepulcro.
60
levantar la cabeza para que por el boquete que formaba la capucha de su túnica morada
entrara algo de aire; la mayoría sostenía entre alguna de sus manos la primera de las cinco
bolas que representaban los cinco padres nuestros que debían rezar cada vez que ingresaran
a una iglesia. El día que le seguía a ese empezarían las procesiones y deberían cargar, como
lo habían hecho ya varios años seguidos, los catorce pasos o imágenes de la Semana Santa,
debían hacerlo marchando, dos pasos adelante , uno atrás, dos pasos, adelante, uno atrás,
desandando un paso por cada dos que avanzaran.
No cualquiera puede ser nazareno. ¿Cómo? ¿Con qué brazos? ¿Con qué fuerza? ¿Con qué
perseverancia? Apenas ella hizo el esfuerzo de imaginarse dentro de esa túnica, gobernado
su cuerpo por el ritmo pesado de la repetición, el sudor emplastado, baboso, le corrió por
las sienes. La misma sensación flotaba espesa sobre el aire del patio dónde había conocido
días atrás el taller de joyería. Escuchó, en su estómago, cómo el sopor se trasformaba en
borbotones que ascendían terminando en otra frase. No cualquiera puede ser joyero
¿Cómo? ¿Con qué manos? ¿Con qué ojos? ¿Con qué tiempo? ¿Con que paciencia?
-Hay aprendices y hay oficiales, están aprendiendo, y cuando uno se muere le
pueden quedar cincuenta y punta de años para aprender, porque siempre se está
aprendiendo, porque uno no puede quedarse ahí…tiene que experimentar más allá.
Y eso es un problema porque que uno no puede por estar ocupado ganándose el
dinero para sobrevivir.
-Claro...
-Si no tuviéramos esta angustia y esta necesidad de ir más allá…
-¿Cómo más allá?
-Mas allá en la técnica y en el conocimiento de todo. Porque la técnica es muy
amplia. Por ejemplo…yo no fui engastador de piedra, aprendí sólo dos o tres
61
técnicas de engaste y hay veinte, me faltan 17, que no las experimenté. Me
quedaron faltando muchas cosas del engaste de piedra. Y luego el todo, la parte del
armado de joyas, ya es otra cosa. La filigrana está dentro de las cosas que se
arman, es un armazón con una técnica muy fina
-¿Y qué hace de especial a la filigrana?
-Lo especial de la filigrana es que es una técnica que es con hilos, hilos finos que
van de acuerdo con lo que se va a hacer, entonces van disminuyendo de grosor y los
llevamos a un grueso que sea necesario entorchar, después aplanar, después
incrustar en los huecos que haya que rellenar. Esa es la parte técnica que te quiero
mostrar después cuando vayamos al taller.
-¿Y usted sabe de dónde viene la filigrana?
Eso tiene mucho, muchas anécdotas o historias o mitos. Que es árabe, que es
asiática, de todos modos es una manualidad asiática, y árabe claro también. Le llegó
a los árabes que estaban en ese tiempo en África y que te digo…ellos como que la
llevaron, la llevaron. En la historia muchas joyas tienen una historia, como la
historia del brazalete, del arete… entonces yo te estoy diciendo la de los arabescos vi,
hay muchas cosas de la filigrana que tienen arabescos, muchos detalles y el adorno
en si, por ejemplo los hindúes le gustan mucho las simulaciones, y de ahí también
viene, porque es filigrana, filigrana es de seguido; segmento, viene de “cosa
seguida”
-¿Es un solo hilo cierto?
vi
Por arabesco se entiende la forma espiralada en general: el pandero por supuesto, pero también el tipo de
adorno en que se forjan las rejas de las ventanas y el decorado de muchas de las tumbas, epitafios y lápidas en
el cementerio. Siempre que se habla de arabesco se quiere hacer alusión a que el origen es árabe.
62
-Es un hilo, pero entonces luego viene los granos, en las piezas va una cosita
envuelta así y eso es una cantidad de granitos que salen del hilo que se envuelve y
después se aplana, filigrana entonces como te decía: “granitos, fili”
-¿Y esas anécdotas y mitos usted los sabe?
-No pues, esos mitos… como que el español vino aquí trayendo sus trabajadores,
que podían ser armenios, porque Armenia queda entrando pal Asia…y entonces los
armenios son unos artistas de la filigrana, hacen una filigrana sin grano, lisa, pero es
filigrana por las formas: tienen unas florecitas chiquiticas metidas en un hueco,
hechas con un sólo alambrito delgaditico, no con varios sino con uno, que va dando
la vuelta y va dando la vuelta.
-Una vez en Medellín, una armenia de esas se me presentó al taller con una joya de
esas, se le perdió una y le pregunté si la había comprando en Mompox y me dijo que
no, que ella la había comprando en Armenia… -Y ella me dijo ¿cómo se le ocurre,
aquí dónde? Pues aquí en Mompox, le dije, en mi tierra.
-Y le hice yo el par, porque yo no podía hacer el arete igualitico, cada prenda es
única y a mí el otro me quedaba más grandecito o más chiquito...o diferente45.
Del otro lado del techo se podía ver correr el Magdalena, ella estaba mareada, así que
escaló hasta donde fue necesario y se escurrió para caer en el balcón que daba al río. El
calor era cortado por las ráfagas de brisa que vuela en las alturas: ese viento que nunca
pasea abajo, por los callejones de Mompox. Con calma se propuso ordenar ideas.
¿Qué hacía que al pensar en los nazarenos pensara en los joyeros? ¿Qué la llevaba a: “Los
nazarenos son a la Semana Santa como los joyeros a un tiempo perdido en el tiempo”? Se
acercaba el medio día y el sol era cada vez más pesado. Su abuela decía que en Semana
Santa era cómo si el pueblo estuviera vivo y a ella tenía la sensación de que por fuera de
ese rito, después y antes del cumplimiento de esas fechas sagradas, mucho de lo que
63
mantenía a Mompox vivo era el oficio de La Paciencia. ¿Acaso ambas, penitencia y
paciencia eran ocupaciones rituales? Ambas, en su realización, parecían formas reiterativas
de hacer; así mismo, ambas exigían una atención minuciosa y un respeto solemne a las
reglas…Incluso le parecía que aunque las dos compartían cierta rítmica reiterativa cada una
iba en armonía únicamente con el tiempo en que se realizaba, y esto era justamente porque
se trataba de reiteraciones distintas que perseguían distintos fines. Mientras los penitentes
reiteraban como forma de devolver ciertos dones milagrosos recibidos por parte de Pae
Jesú, los pacientes reiteraban, al parecer, porque reiterar con paciencia era el fin mismo. La
filigrana está dentro de las cosas que se arman, es un armazón con una técnica muy fina.
Filigrana es de seguido, segmento; viene de “cosa seguida”.
Quiso empezar a bajar las escaleras que llevaban al primer piso del mercado, quiso salir del
mercado y caminar dos cuadras para volver al callejón de La Sierpe y comentar con su
abuela lo bonito que había sido ver el verde de los ramos. Quiso, pero no pudo;L era tal la
muchedumbre que había invadido todo el edificio, que se había hecho perfectamente
imposible intentar un mínimo descenso. Era inconmensurable la cantidad de gente que
participaba de este rito y la soledad con que se debía realizar el Oficio de la Paciencia. Ella
quería irse, sobre todo para dejar de pensar una cosa en relación a la otra y terminar jalando
ideas como malas hierbas en la huerta…Siempre conjeturando, de nuevo de mano de la
duda… Con cada Semana Santa los nazarenos repiten con esmero una serie de acciones que
se suman a las que hicieron el año pasado y esto se acumula para el pago de la manda. Con
cada prenda los joyeros, repiten, mejor, recomienzan algo que necesariamente debe
terminarse; si cada prenda debe tener un fin, el oficio es infinito porque siempre se está
aprendiendo, porque uno no puede quedarse ahí…tiene que experimentar más allá. Y en el
momento en que ambos ritos se cumplen -la penitencia se paga y la joya se terminadurante ese tiempo, todo se hace posible. Luego es necesario repetir. Volver el año
siguiente a marchar los pasos. Agarrar un lingote nuevo y empezar a fundir, entorchar,
después escarchar, después embutir. Pero la manda se está pagando y la filigrana se ha
recomenzado, instrumento de una esperanza -de esperar- que se parece tanto al mañana y
garantiza, para los pacientes, que mañana vuelva a ser otro día.
64
Levantó la mirada y vio, por fin, cómo la misa en la iglesia estaba comenzando y cómo
todos los que se habían quedado por fuera se iban dispersando por el pueblo, permitiendo
que los que estaban junto con ella en el mercado empezaran a descender. Lo interesante en
realidad, aquello que en verdad le motivaba las más largas reflexiones y los más
desesperantes sueños –en los que no hallaba las palabras adecuadas para preguntarle a los
joyeros lo que no sabía, pues ni siquiera podía formularse a sí misma aquello que deseaba
conocer- era el lenguaje hierático que los maestros en joyería empleaban. Todo lo que
decían, desde lo más práctico hasta lo más teórico se le presentaba a ella como un
indescifrable acertijo… ¿Cuál era el proceso de la filigrana que se llamaba proporción y
equilibrio? ¿Qué había detrás del imperativo “Hay que saber terminar las cosas,
completarlas”? ¿Cómo así que la filigrana era un sólo relleno? ¿O que estaba clasificada
dentro de las cosas que se arman? Y más extraño, ¿Qué debía entender por la afirmación
“la filigrana es de seguido; segmento, “cosa seguida”?, ¿Qué era ir más allá? Y eso de que
debía perseguirse “el conocimiento de todo”... y ni hablar de las Pulseras Salomónicas y el
Anillo de los Siete Viernes, y las cosas que nunca deben decirse por que cuesta trabajo
aprenderlas…o la organización de un taller en aprendices, oficiales y maestros… Al pensar
en maestros sólo se le aparecían en la cabeza manos cuarteadas por arrugas, ojos cansados,
cabezas nevadas.
Volvió a pensar en los alquimistas. Entonces recapituló de su memoria lo que había
observado sobre el taller de joyería y le sobrevino la conclusión de que este oficio de La
Paciencia tenía un carácter casi numinoso y que se le asemejaba a la alquimia porque en
varios aspectos en realidad sí se parecían, y lo que es más, si se veía a contrapelo era
posible entender una cosa con respecto a la otra y ambas con respecto a otra más general, la
idea del anciano sabio, tema recurrente, explicativo y estructural del que tanto los joyeros
momposinos, como los alquimistas eran variantes.
***
65
La sucesión de luz y penumbra, la secuencia de sequías e inundaciones, el ritmo de la
creciente , el ritmo vital de la cosecha, el augurio de la subienda de los bocachicos, el fin de
la semana, el día de mercado, la hora de la misa, la Semana Santa. Signos del tiempo:
castigo mayor al pecado original y al mismo tiempo condición de la existencia. La historia
de ellos, de todos los joyeros, viajaba en otra forma por el mundo occidental, tenía otro
nombre. Los alquimistas entonces buscaban el retorno a la Edad de Oro, esencia primigenia
del hombre desnudo e inmortal. Los joyeros momposinos ejercían el Oficio de la Paciencia.
Ambas lógicas tienen una estructura cíclica y se basaban en la trasmisión de secretos sobre
el repetir y el esperar, una y otra vez, durante toda la vida, la sucesión de una serie de pasos
con estricto cuidado: modificar, purificar y rubificar: entorchar, escarchar y embutir o
rellenar.
Hechos homogéneos se acumulaban sobre Guillermo Trespalacios, notas de un sólo acorde
se repetían cada vez que de él se hablaba, le daban a su personalidad un aire hermético, que
como idea vaga terminaba concretándose en anécdotas definidas. De a poco era posible
agrupar acciones como partes que ilustraban, punto a punto, una doctrina.
Un joyero paciente es un joyero sabio: Guillo será para siempre paciente: “una masa de
lugares comunes que incluso pueden ser contradictorios, pero que cumplen con unos fines
circunstanciales interesados”46
“-¿Y hay agüeros con la filigrana?
- que yo sepa no.
- pero a mí me contaron que los aprendices…
- a… pero ese como no es agüero… sí cosas de verdá.”47
66
Él doblaba su espalda sobre la mesa de joyería, su mesa daba al sol. Todas las demás, a su
izquierda, estaban puestas para que cualquiera pudiera mirarlo y hablarle sin que él tuviese
que apartar sus ojos del trabajo. Se incorporó al escuchar el aviso de uno de los oficiales
“ya llegó el quiere hacerse aprendiz”. El jovencito estaba de pie, esperando en el corredor.
Cortante y preciso en las palabras recordó con los demás joyeros de quién era hijo el
muchacho. Entonces inquirió, como siempre lo hacía, en la vocación del aspirante.
- ¿Tú crees que tienes las aptitudes para ser un joyero?
- Si don Guillo, yo creo que las tengo.
El maestro Guillo se sentó de nuevo en su mesa y desde allí dispuso el ambiente para que se
llevara a cabo la prueba. Con vehemencia le ordenó al muchacho que caminara hasta el
pozo del patio, junto a él estaban dos palanganas de cobre, debía llenar una de ellas con
agua hasta el tope y llevarla hasta el lugar más soleado de la casa, tras esto debería volver a
presentarse ante él y él le indicaría cuál sería su primer trabajo como joyero. Cuando
después de un rato el jovencito volvió acalorado y sudoroso Guillo le instruyó
-
Bueno, yo voy a ponerle un polvillo a esa agua del pozo, toma este meneador, con
él vas a batir el agua hasta que se solidifique.
El muchacho se fue al lugar indicado, desde ahí Guillo lo miró con gravedad y sin más
volvió a doblarse sobre su labor. Las sombras, antes largas, fueron haciéndose cortas, hasta
que en cierto punto desaparecieron. El muchacho se detuvo, adoloridos sus brazos y
enrojecido su rostro. Acudió al maestro.
-
No cuaja, el agua no cuaja.
-
Sigue muchacho que tiene que cuajar y no tenemos todo el día, todos los demás
operarios están esperando que termines. ¿O es que no quieres ser joyero?
67
Guillermo despidió a todos los operarios, avisándoles que después de almuerzo, a las dos de
la tarde, debían presentarse; él mismo se puso de pié y se sentó en el comedor, el muchacho
seguía afuera, batiendo el agua en la palangana. Guillermo comió en silencio, junto con sus
hijas y su esposa. Entonces la sombra del alero, al otro lado, empezó a cubrir con modestia
el verde de los jazmines y el limón. El muchacho seguía batiendo el agua. El maestro alzó
los ojos, serenos pero acuciosos, “lo estás haciendo bien, cuando empiece a atardecer voy
hacia dónde tú estás y reviso que haya cuajado, si no es así, mañana no vuelves”. El joven
estaba bañado en sudor, sediento hasta la desesperación y con un hambre que lo enloquecía,
aún así arreció la velocidad con la que movía el palo de madera. “Es hora”, exclamó un rato
después Guillo, con calma fue acercándose al joven que temblaba. Todos los oficiales y
aprendices se detuvieron a observar.
-
Niño, ¿crees que ya sabes de joyería? …
-
No, aún no.
-
¡El agua no ha cuajado!- vociferó
-
No don Guillo, el agua no cuajó, perdóneme.
- No seas pendejo, ¿cuándo has visto tu que el agua cuaje”. No cuajó, porque el agua
no cuaja. Pero te he visto todo el día como has batido con ganas y persistencia. Tú
sabes intentar de nuevo cuando suceden cosas inexplicables, sabes no ponerte de mal
humor si eso sucede, haces las cosas con tiempo y sin quejarte. Tú tienes paciencia.
Mañana puedes volver a trabajar.- una sonrisa blanca dibujó la cara exhausta del
iniciado antes asustado por la represalia y triste por su fallido intento de hacerse
joyero.48
68
“El oro tiene el color de la mierda de perro”, dijo don Guillo el alquimista, cuando se dio
cuenta del tiempo extraviado en experimentos para convertir todo lo que él tocara en el
metal que Shakespeare llamó la “vil ramera de los hombres”. A los 81 años, el viejo de
hermosas manos, mirada disminuida, desvelos perpetuos y pasos erguidos, entró en razón,
un poco tarde, si se tiene en cuenta que en este pueblo el máximo de edad está en 112 años.
(…) Predestinado al oficio de la paciencia, la orfebrería, don Guillo se aprovisionó, desde
pequeño, de un catálogo de serenidades. Entonces se entrenó a diario en la ciénaga, a donde
iba con la aurora a sentarse en sus orillas, en posición de loto, impávido ante fríos y
zancudos, a mirar la quietud de las aguas y a escuchar el canto de sirenas varadas que
clamaban auxilios. Él hacía caso omiso a las voces húmedas de las damas pez, cerraba sus
ojos color miel y veía en la imaginación la manera más rápida para trasmutar en oro el
playón del río”49
Ella lo recordó, él se recordó a sí mismo, nosotros recordamos, ellos recordaron. Y no es
una, son variantes semejantes de una idea con un único nombre, muchas anécdotas
sintetizadas en una sola idea. Eso lo supieron. El Joyero paciente. La paciencia, una versión
de un tema más general, los joyeros momposinos y los alquimistas tendrán que ser hombres
pacientes, bien es sabido que con la vejez viene la paciencia y la espera hace al sabio.
Recordamos como se recuerda la realidad vivida.
Ella y yo revisamos nuestras notas. La voz de Luís Bernardo Herrera, que hablaba de estas
cosas sin hablar de ellas, sentado en su mesa de joyero, con la sien sudada, con la barriga
prominente, con el pequeño objeto de plata sostenido entre las manos… Decimos, en
nuestras notas, que no puede nadie en Mompox contarle a ella ninguna historia con
principio y fin; que, mejor, no puede ella escuchar nunca una historia que empiece cuando
Guillermo nace y acabe cuando Guillermo muere. Sólo le han contado de a pedazos,
urdiendo entre todos una concordancia tiránica a la que han puesto nombre propio y a partir
de ella han hecho, sin hacerla de todo, una aglomeración homogénea… Decimos que
preguntamos por Guillermo. Esta historia se escribió tipificando y no sólo la tesis ilustra,
también su antítesis resulta explicativa. Decimos,
69
“Guillo era un orfebre completo completo” afirmó cuando le pregunté, “sabía
estampar, grabar, calar, hacer filigrana y ser buena persona”. Rápidamente esto lo
remitió a otro joyero y empezó a contarme que mientras Guillo estaba vivo, vivió
también otro joyero, su nombre era Magdaleno Ospino; mientras Guillo vivía en
barrio arriba y era liberal, Magdaleno vivía en barrio abajo y era conservador. Como
lo planteó Lucho, estos dos personajes eran una suerte de enemigos, o al menos
radicalmente opuestos, el uno correcto, paciente y generoso, el otro rabioso egoísta
e impaciente. Finalmente Magdaleno Ospino quebró, Lucho afirma que su rabia y
su egoísmo lo llevaron a tan desdichado fin.50
Veremos en él también el que no es, el que no quiebra, aquel cuya forma resulta sólida.
***
Ella le pidió a su abuela que le mostrara las prendas que tenía. Su abuela le respondió, con
orgullo, que se las había heredado todas a la tía Amelia. “¿y por qué no las vendiste más
bien, si no las querías usar?” Le contó que las prendas por nada en el mundo se venden, se
guardan en las casas y se usan cada tanto, y cuando así se quiere se regalan de madre a hija.
Ella le dijo que se había dado cuenta que durante la Semana Santa, todo el mundo, hombres
y mujeres llevaban una cruz de filigrana colgando de una cadena y que el día anterior, al
atardecer, en la Procesión del Santo Sepulcro había visto a las mujeres de negro, cubriendo
sus caras con velos de encaje, y a los hombres elegantemente vestidos con trajes de paño
también negros. Dijo que todos llevaban entre las manos velones largos blancos y en su
pecho, del lado del corazón, un prendedor de filigrana con la forma de una corona. A la
abuela le dio risa y le explicó que no era cualquier cruz, ni esa era cualquier corona. Era la
Cruz de Mompox y la corona de la Virgen Dolorosa. Y que las mujeres que en la procesión
estaban así vestidas, no eran todas, sólo algunas que eran también Dolorosas.
Preguntaría a Oscar Arévalo,
70
-¿Y hay piezas que sean religiosas, como cruces, o que la gente las mande a hacer
para bendecirlas?
-Sí, yo he hecho piezas pá milagros, cruces, inclusive aquí hay una cruz, no sé si
usted la ha visto, la cruz de Mompox. Esa la hacemos aquí. Yo un día de estos voy a
hacer una porque se vende mucho pá Semana Santa.
-¿Sí? ¿Y la gente que hace con esa cruz?
-Se la pone de día. Es cuestión de fe y que les trae suerte. Entonces yo en estos días
voy a hacer una porque siempre vienen buscando la cruz de Mompox porque es
muy bonita ¿ya?,
-¿Y ese diseño de quién es?
-Ese diseño fueron unos momposinos. La historia no la tengo muy clara. Sé que
ahora son 25 cruces, antes eran de 13, antes eran de 23…de 16, cuando eran de 13
se suponían que eran los doce apóstoles y Jesú. Que se idearon así. El poco de
cruces esas de ahora, era por las cruces que hay aquí en Mompox, que hay esa
esquina de cuatro cruces, de 5 cruces, de calles, se cruza por aquí, se cruza por
allá. Es cuestión de que se crean unos mitos. Hasta ahí se conoce esa cruz.51
Portar la cruz en Semana Santa era entonces portar, de algún modo a Mompox del cuello,
colgado de una cadena. Luego empezó a ver la Cruz de Mompox en todas partes: en las
banderas de la procesión, en las telas que decoraban el Santo Sepulcro, en la sotana de los
padres y enorme, convertida en imagen marchando cargada por muchos nazarenos.
También después se dio cuenta que era la única que no sabía que esa corona era la de la
Virgen Dolorosa. Que esa corona pequeña que se prendaba en el pecho de algunos durante
la Semana Santa aseguraba el paso de un símbolo, la muerte de Jesús y el dolor que esta
causa a la Virgen, a su significación. La corona verdadera, la que usaba la imagen durante
71
la procesión, era un trabajo impresionante en filigrana y estaba exhibida durante todo el año
en el Museo de Arte Religioso y sólo se sacaba durante las procesiones del Martes y
Viernes Santo.
72
Dijo la abuela que el gran dolor de las dolorosas, el que hacía que lloraran durante la
procesión, era ver a Jesú de Nazareno muerto dentro de su sepulcro, que a ella también le
daba mucha tristeza, porque cada vez que lo sacaban era como si hubiera estado vivo hasta
ese momento. Y cuando una era Dolorosa daban ganas de llorar. Que ella alguna vez, con
su hermana Dora, habían sido dolorosas de jóvenes y que ésta era también una forma
distinta de pagar favores. Ella escuchó y pensó después que la corona tenía entonces un fin
ritual y no sólo decorativo. Que conducía a que algunas mujeres encarnaran el mito y
adoptaran el papel social de Dolorosasvii, y usando la joya participaban del todo en el rito.
Ella estaba sentada en la hamaca del cuarto que en vida usara Guillermo Trespalacios
chupaba un mango y se asombraba con los cuadernos de dibujo que atesoraban sus hijas
como recuerdo del esmero que su padre ponía en el trabajo.
-¿Y se hacían muchos trabajos para Semana Santa? Le preguntó a Flor Trespalacios
que buscaba otras cosas para mostrarle.
-Sí, la producción era altísima, aquí se trabajaba hasta libra de oro, la libra, cuando
era más fácil el acceso al oro y él compraba era de a libra. Y ellos a veces les daba
doscientos gramos, repartía porque tenía bastantes trabajadores. Él se encargaba de
los Santos también, toda la parte de coronas, todo lo que está en el Museo Religioso
son hechas de nuestros abuelos y mi papá. Ahora ellos, los joyeros oficiales de él,
son los que las restauran, para darles el baño y esas cosas... Las coronas que tienen
la virgen del Rosario y la Dolorosa son hechas por los Tres Palacios. Ahí está mi
abuelo, mi tío Tiberio y mi papá. Eran los que trabajaban en esa época52.
vii
Podría resultar muy interesante explorar la relación entre la institución de los nazarenos y la institución de
las dolorosas, parecieran ser las versiones masculinas y femeninas de la penitencia. Seguramente haciendo
esto podrían develarse varias ideas sobre la manera en que se retribuye siendo mujer u hombre.
73
Era tal el esmero que empleaba Guillermo Trespalacios en la elaboración de cada prenda
que fundía todo aquello que a su juicio no alcanzase la perfección, deshacía una y otra vez
el fruto de su trabajo… de igual manera obligaba a proceder a todos los joyeros del taller.
“Guillo como maestro era un tipo bueno, le gustaba que le hicieran los trabajos a la
perfección y cuando no era así mandaba a fundir el trabajo hasta que no quedara perfecto”53
En una oportunidad le fueron robadas todas las prendas culminadas. Cuando llegó la gente,
el suelo estaba completamente tapizado en prendas de oro, no sabemos bien como fueron a
dar ahí; el caso es que todos los cofres que el joyero atesoraba, llenos de sus diseños
favoritos, se rompieron o volcaron. Él llamó a la policía, pero fue tarde. Antes de eso, había
trabajado siempre de a libras de oro, y era tanto oro que se medía en gruesas, una gruesa
equivalía a doce docenas, y cada cofre debía guardar una gruesa. Todos en la casa se
74
escondieron debajo de las mesas, entre las paredes. Todos menos Guillo que salió detrás del
ladrón. Éste le dijo que si se movía lo mataba, se tiró al río y dejó un poconón de joyas
sobre La Albarrada.
Ahí le sobrevino la más terrible de las crisis. Él había confiado demasiado, el confiaba, él
era un hombre bueno, pero le tenían envidia. Guilló dejó la noche anterior el taller al mejor
de sus oficiales, olvidando llevarse las llaves de los cofres. Siempre hacía cosas por el
estilo, era un hombre ejemplar y la amistad que tenía con sus trabajadores era tal que los
trataba a todos como compadres. Todos los pillos boca abajo, la policía llegó. Agarraron a
los cómplices y ellos contaron que había sido el oficial: se quedó trabajando de noche, le
hacía falta completar algunas prendas que urgían. Entonces, en el silencio del horno de
fundición y usando la técnica de la cera perdida, fabricó un molde de cada una de las llaves.
Días después, a plena luz del sol, acabó con el trabajo de toda la vida de la joyería
Trespalacios.
“-Esos manes eran tres, en lo que llegó la policía los manes arrancaron y ahí se
formó el ta ta ta.
-Quedaron todas las prendas regadas por la albarrada
-¿Y qué pasó con las prendas que se regaron? ¿La gente se las robó?
-No, todo lo contrario, las recuperaron. Pero la mayoría se las pudo llevar el ladrón.
-Cuando los manes salieron de acá para allá ya la policía estaba allá. Eso seguro le
costó la vida a alguien. Casi que le cuesta la vida a él, porque le querían quitar esos
cofres de oro.
-¿Es que él guardaba siempre las cosas en cofres?
-Sí él las guardaba ahí
75
-Y todas las cosas que él hizo, las que no se perdieron ¿se quedaron allá?
-No, es que él no las ha dejado de hacer.
-¿No? ¿Sigue trabajando?
-A él le enseño su papá y así él le enseñó a sus oficiales, pero ya se murió el viejo,
sólo queda la vieja. Los nietos…”54
“Se enfrentó a ellos; ellos le dijeron que lo iban a matar y el tipo hasta le apuntó. Él no se
asustó. Entonces el tipo se tiró al río a agarrarse de la canoa… Eso fue un espectáculo” 55 El
ladrón levantó la pistola y ajustó el gatillo. Guillo se quedó firme, como esperando el
disparo seguido de la nada. No sucedió, el ladrón se perdió entre el río…viii
La joyería Trespalacios quedó mal, muy mal, en una terrible bancarrota. Justo coincidió con
una grave crisis para el oficio en general. Los tiempos de la Cambumba, así, después, se le
llamaría a esos años para recordarlos con más claridad. Guillermo veía día tras día cómo los
joyeros se lucraban a punta de mentiras. El fraude era imperceptible, el secreto más
guardado entre los trabajadores de la Paciencia pasó de ser la técnica a la bribonada
compinche Eso lo entristecía, sabía que de algo debía comer su familia, pero jamás
engañaría a nadie con sus prendas. “En este taller somos honestos”, decía bien alto, antes de
empezar la jornada. Pasaba noches en vela buscando la forma para no detener el trabajo
constante, todos sus oficiales y aprendices estaban hambreados y preocupados, y él
consideraba que era su obligación darles un pago así no hubiese dinero para comprar más
material. Recurrió a los ahorros y los sábados, sagradamente, entregó a cada joyero un
dinero semanal56. Pero el fin de la crisis tardó demasiado en llegar, y aunque nunca quiso,
viii
Cuentan en Mompox una anécdota que corresponde a la misma idea, la envidia. Dicen que durante su
época de más fama fue tanta la envidia que le llegaron a tener que llegó al taller una misiva, Guillo sería
secuestrado si no pagaba una cantidad considerable de dinero a una guerrilla. Cuentan que el joyero, obrando
tranquilamente, con paciencia y sabiduría, escribió en respuesta una carta que así intitulaba: “Comandante
Luis José. Montañas del Sur de Bolívar” en ella explicaba que el oficio de la filigrana no lo hacía millonario y
que apenas tenía para vivir.
76
decidió dedicar la mitad de su jornada a trabajar por fuera del taller. Él era un hombre
humilde y prefirió trabajar como secretario del consejo que vender piezas ligadas hasta lo
falsas como si fuesen oro puro. Todos los joyeros de entonces se enteraron del buen obrar
de Guillermo Trespalacios; con el dinero que hacía compró un poco de oro y siguió
elaborando las piezas que tenía ya diseñadas en el cuaderno. Así mismo entregó a cada
trabajador una cantidad equitativa del metal, con todo y merma, y logró que el taller
continuaraix. Fue el único de todos los joyeros que se mantuvo honrado57.
Luis Guillermo Tres Palacios Meza:
-El señor Secretario de Educación.
-El señor Gerente del acueducto.
-El señor Registrador de Mompox.
-El señor Alcalde.
De episodio en episodio, la idea que de él se había ordenado, y que a la vez evocaba cierto
hermetismo alquímico, se acomodaba de forma mucho más afable a la vida de la gente que
lo recordaba. Plena de lugares comunes, la voz popular jugaba con la idea, y jugaba con el
personaje, amoldándolos al calor de la Depresión mediante todo tipo de detalles precisos,
nombres, fechas y lugares.
Guillo trabajaba hasta el medio día afuera, luego volvía al taller, a proseguir su oficio. Así
durante años. Dijo que lo hacía para luchar contra la corrupción, para salvar a Mompox.
Porque él era liberal gaitanista: Gaitán fue a visitarlo a su casa cuando vino a conocer el
Colegio Pinillos58. Ambos están sentados en la sala de la casa, discuten, Guillo habla
pausado, usando con exactitud cada expresión, comenta su asistencia constante a las
reuniones, ¿A cuáles reuniones?, pregunta ella… A todas las reuniones; él comenta con
propiedad. Todas las reuniones, intercambian miradas serias. Después, cuando la época del
ix
Merma se le al llama al porcentaje de metal que el Maestro calcula puede perderse (como parte del proceso)
durante la factura de una joya.
77
MRLx, Alfonso López Michelsen le pidió a Guillo que le hiciera a doña Ceci, su esposa, un
corazón colgante de una cadena de media naranjaxi.
Para encarnarse la idea modélica de la Paciencia en el cuerpo de Guillo, debía mezclarse
con otras ideas canónicas sobre la masculinidad en la costa. Así lo hacía, adecuándose
incluso allí dónde resultaba discordante. Porque él era enamoradizo y de joven era
guapísimo, un moreno enorme, impresionaba a cuanta mujer llegaba a conocerlo. Porque a
él le gustaba la parranda, y era buen bebedor, jamás se emborrachaba demasiado y le
gustaba juntarse a contar chistes con sus trabajadores: tres, cuatro, hasta cinco botellas de
ñeque o ron. Porque él cuidaba el honor de su familia, y era celoso con sus hijas. Porque era
franco pero nunca pelionero. Porque era el maestro y el patrón compinche. Porque pensaba
que las mujeres nunca podrían ser joyeras.
Y ella, la niña Aura, amor de sus amores. La paciencia más paciente, como todas las
compañeras de los joyeros. Sin ella el taller era un imposible, la filigrana era imposible,
también porque ella era su complemento, era quien amistaba, quien vendía las joyas, quién
recibía las visitas, era el mundo público de un oficio privado. Como todas las esposas de
joyerosxii, era quien manejaba las finanzas del taller, era quien, con paciencia, organizaba
los cuadernos de dibujo de su esposo y acumulaba diseños y apuntes que él dejaba
desparramados entre los tantos frascos y las tantas prendas.
x
Movimiento Revolucionario Liberal. Movimiento liberal que durante los 60s se opuso al Frente Nacional.
Era dirigido por el después presidente Alfonso López Michelsen y en gran medida estuvo inspirado en las
ideas de la Revolución Cubana.
xi
Media Naranja es un tipo de tejido en filigrana.
xii
Es importantísimo decir que actualmente existen muchas mujeres joyeras, cada vez es menos significativa
la opinión de que la joyería es un oficio eminentemente masculino. Es importante porque, aunque no lo trato
en este escrito, observo en la filigrana una definición de los roles de género particular, pues se trata de un
tejido, - generalmente oficio femenino-, que se realiza en el ámbito domestico y privado – ámbitos asociados
a lo femenino-, realizado mayoritariamente por hombres. El cambio en estas relaciones de género y la
posibilidad de la participación de la mujer al taller resulta un orgullo para las que lo hacen. Joyeros de verdá,
como los llaman, hoy ya mayores, han incluso llegado a enseñar a sus hijas el oficio y por ejemplo don Luis
Bernardo Herrera no sólo encargó de uno de sus talleres a una de sus hijas, también permite entre sus
operarios una que otra mujer. Otra cosa que no se puede dejar de lado: el año en que yo hice mi trabajo de
campo será recordado probablemente como el primer año en el que la Semana Santa fue cargada también por
una nazarena, la primera nazarena en Mompox. Resulta interesante ver la inclusión de la mujer en estos dos
espacios y aún más hacerlo a la luz de que se esté dando a la par.
78
Sintió su propio rostro, todo su cuerpo, ocupado por un hálito que no le era propio, que
había venido de cerca, quizás de él mismo y había paseado para volver tan cambiado que
aunque tenía la misma figura parecía superponérsele. La narración terminó por explicarse a
sí misma. Que en esa época realizó un trabajo que a todos los joyeros les fue imposible
imitar, y que por tanto éste se convirtió en un misterio durante muchos años, su prenda más
importante. El diseño que había alcanzado entre todos una notable perfección había sido un
pequeño pez de oro puro, compuesto por seis fragmentos laminados y articulados posta por
posta, grabados en cada uno diminutas escamas, y en la cabeza, como ojo, una esmeralda
engastada. La prenda podía moverse, era tal su perfección, que parecía un pez nadando. La
preciosidad del trabajo se regó por la ciénaga, entonces, como nunca antes había sucedido,
empezaron a venir personas por cantidades buscando adquirir para sí alguno de los
ejemplares. Las señoras momposinas hacían de todo por tener alguno, y muchas, muchas en
verdad, llegaron a poseerlo.
“Se probó su paciencia elaborando pescaditos de oro, que luego volvía a fundir, en un
proceso repetido durante días y noches y meses y años”59
“-¿Guillermo Trespalacios? Él hacía unos pececitos de oro que son los que aparecen en
Cien Años de Soledad. Yo tengo uno de esos pececitos. Si quieres ahora te los muestro.
-¿Y porque son importantes esos pececitos?
-No, por el asunto de la tradición acá de los peces. Esos peces que hacía Guillo ahora están
hechos de plata y de oro. Es la única parte del país donde se hacen esas cosas, aunque lo
intentan hacer en otras partes pero no, porque todo lo que se hacía acá es sólo de acá”60.
Un hálito que no le era del todo propio entabló de a poco una afinidad con el carácter
paciente del joyero. Entonces la idea de que Guillermo Trespalacios era el verdadero
Aureliano Buendía fue asumida a concierto. Al misoo tiempo, la sumatoria de caracteres
que componían a forma de hacer joyería en Mompox fue colgándose sobre el personaje de
Aureliano Buendía.
79
“(…) ella [Úrsula] no podía entender el negocio del coronel, que cambiaba los pescaditos
de oro, y luego convertía las monedas de oro en pescaditos, y así sucesivamente, de modo
que tenía que trabajar cada vez más a medida que más vendía, para satisfacer un círculo
vicioso exasperante. En verdad, lo que le interesaba a él no era el negocio sino el trabajo, le
hacía falta tanta concentración para engarzar escamas, incrustar minúsculos rubíes en los
ojos, laminar agallas y montar timones que le exigía el preciosismo de su artesanía, que en
poco tiempo envejeció más que en todos los años de guerra, y la posición le torció la espina
dorsal y la milimetría le desgastó la vista, pero la concentración implacable lo premió con
la paz del espíritu61”.
- Y los pescaditos de oro ¿ya no se hacen?
- Sí, sí se hacen, lo que sí es que eso era un misterio también, porque los pescaditos de oro
los comenzó a hacer fue Guillo Trespalacios. Eso fue una historia, él entonces era un
misterio. Lo que pasa es que eso se hace son unos cortadores de hierro, pieza por pieza,
posta por posta”62.
“El hacía pescaditos de oro pero otros también, eran creación de todos los joyeros de acá,
en una época todos hacían pescaditos de oro. Él hacía pescaditos de oro y lo que tenía era
una técnica muy especial, era adornador, era grabador y engastador de piedras y entonces le
adornaba la cabecita y tenía una cosa diferente a nosotros. Esa era la diferencia. Pero eso
que dicen de que sean imposibles de hacer pescaditos si es puro cuento, hoy en día los
pescaditos los hace cualquiera.Yo mismo los he hecho muchas veces. Lo que pasaba era
que dicen que él se los inventó porque Guillo en algo si era muy celoso y esto era sus
pescaditos, porque él sabía el secreto: en ese entonces sólo habían dos laminadores muy
especiales, uno lo tenía un joyero de nombre Teófilo Gutiérrez y el otro estaba en el taller
de Guillo. Sólo estos dos laminadores especiales logran hacer las escamas que tienen los
pescaditos de oro, escamas tan finas que pueden ser varias y así dar más y mejor
movimiento al pescadito articulado”.63
80
“No volvió a pensar en ella, ni en ninguna otra, después de que entró al taller con la taza
humeante, y encendió la luz para contar los pescaditos de oro que guardaba en un tarro de
lata. Había diecisiete. Desde que decidió no venderlos, seguía fabricando dos pescaditos al
día, y cuando completaba veinticinco volvía a fundirlos en el crisol para empezar a hacerlos
de nuevo.” 64
Sintió su rostro, todo su semblante, amalgamado a otro mucho más literario. Cuando se dio
cuenta que podían ser el mismo le sorprendió lo cómodo de su nueva figura y decidió salir
a dar un paseo por el callejón de San Miguel, en cuya esquina de paredes amarillas y
buganvilias sobre el andén se emplazaba su casa y su taller. Pisaba el asfalto caliente, la
gente pasaba andando en bicicletas y en una que otra esquina habían grupos aislados de
personas chismoseando que la muerte había decidido dejar de salir en las procesiones de
semana santa pues había sido atacada por miles de hormigasxiii. Se encontró con la hija del
barbero y la saludó, luego se encontró con el Doctor Gutiérrez de Piñeres y su esposa, que
le comentaron los últimos arreglos de su casona en la calle del medio y le hablaron de que
la casa del Te Deum iba a ser adecuada para abrir el primer hostal de Mompox. Tomó la
calle del medio, en dirección a la Plaza del Tamarindo y al pasar por la Iglesia de San
Agustín se le atravesó la niña Lucy con sus cinco hijos, el sobrino que vivía con ella, las
dos criadas y la anciana tía, todos afanados por llegar a misa, levantó su enorme y alargada
mano y saludó sonriendo. Luego, a la altura de la Sierpe, se topó con sus compadres,
sentados en corrillo junto a la casa de los Sinín, tocando la guitarra y el acordeón y
tomando ñeque, allí se quedó un rato largo; los que tocaban dejaron las notas bien claras y
se pusieron todos a bailar, efusivos con lo dulzón del fermento de caña. En realidad la idea
que sobre él se tenía era análoga a la que suscitaba Aureliano Buendía, por una razón muy
sencilla: ambos eran personajes que hacían parte de un contexto cuyos valores compartían.
En Guillermo Trespalacios, Aureliano Buendía se encarnaba. En Aureliano Buendía,
Guillermo Trespalacios se hacía literario.
xiii
Esto sucedió no hace mucho en una de las Semanas Santas. La muerte salía con su guadaña en todas las
procesiones pero en una oportunidad, según me contaron, decidió sentarse a descansar junto a algún árbol,
con tan mala suerte que las hormigas se le metieron al traje y la picotearon entera. Desde entonces ya no sale
más.
81
Sólo es posible ver la mitad superior de su cuerpo, la otra se esconde debajo de la mesa de
joyería. La luz le ilumina la mitad izquierda de su cara y torso, es muy moreno, es muy
delgado. Los ojos le descansan sobre dos importantes bolsas, arrugas hondas le marcan el
ceño a fuerza de haberlo fruncido a cada hora de trabajo, para aguzar la vista, para
apantallar el sol. Dos cejas tupidas y blancas. No sonríe, no parece tampoco triste, sólo
observa directo a los ojos, con cierta melancolía, con cierto peso que fuerza a las comisuras
a quedarse abajo. La luz brilla en su cabeza despoblada. Guillermo Trespalacios mira un
punto fijamente, en silencio y con los ojos pesados.
Viste una guayabera blanca de mangas cortas y botones superiores desabrochados, de ésta
salen dos sólidos y largos brazos curtidos por el sol y recorridos por venas brotadas que
después de pasar en la muñeca derecha por un reloj holgado, van a ramificarse a las manos
de nudillos puntudos y dedos eternos. Sostiene un pescadito de oro y en la izquierda unas
finas pinzas.
“Era el Maestro de maestros”, comenta Miguel Ángel Palomino. El Maestro que enseña a
todos los joyeros maestros en Mompox.
Pero Guillo se nos murió. Fue una muerte terrible. Un día mientras estaba trabajando, hubo
de fundir el material y por cosas del destino, el soplete, que en ese entonces era muy grande
escupió toda la gasolina. La gasolina le cubrió el cuerpo entero y con el fuego encendido en
menos de un segundo pereció devorado por las llamas.
Pero el viejo Guillo murió. Tenía casi noventa años, los ojos se le habían quemado de tanto
ver al rojo vivo el crisol y la llama del soplete, ya no le daban para trabajar. Aurita le
preparaba compresas de agua de salvia para lavárselos. Él no podía con la tristeza, pasaba
días y noches en la hamaca, decía que así no podía vivir, que prefería morir, que la vida no
era eso, que cómo así que se sentía un peso si sus huesos parecían plumas y ya no podía
siquiera erguir su espalda en la mesa de joyería ni sostener con firmeza un hilo. Un día
descolgó un pie de la hamaca, como para ponerse de pié, y gritó “Cuidado Elisa que te
quemas con el soplete”. Luego no supo más quién era él, que quería decir Mompox ni qué
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era la filigrana, sus ojos se llenaron de lágrimas gruesas que fueron a perderse entre
arrugas. Y decidió dejar de comer. Entonces murió.
La historia dejó paulatinamente de ser una fibra enmarañada para convertirse en un hilo
continuo, cohesionado y manejable. En un hilo listo para escarchar. Guillo fue al laminador
y se puso en la tarea, “la historia no se ha escrito matizando sino tipificando”65
Una gota descomunal cayó sobre mi cabeza, “será el sudor de algún difunto” pensé
mientras me sobaba con calma. No fue tal cosa. En cuestión de dos minutos el cielo
momposino se vino abajo, las mujeres hubieron de interrumpir sus rosarios de ave marías y
una a una las velas se fueron apagando. Fue el diluvio universal, doña Flor me decía
cerquita al oído, “No hay viernes Santo que pase seco, y como la gente está tan apeñuscada
y sudorosa, el sábado en Mompox siempre se pasa enfermo y en cama”, “¡pero si es
miércoles seño!”, le repliqué cuando las gotas aún nos dejaban conversar. “Es Miércoles
Santo, día de los difuntos”. Gritó mientras se alejaba lo más rápido que pudo en dirección a
un alero ya tumultuoso. El cementerio estaba hasta los tuétanos, entre almas, dolientes y
trompetistas sumábamos más de mil. Las señoras hablaban con los difuntos y los niños se
agolpaban ante las velas para sumarlas, incluso era difícil caminar, más de uno había
cargado consigo una silla y con ella había cruzado bajo el aviso de cautela “aquí confina la
vida con la eternidad”. Primero pensé que la lluvia trastornaría todo, que la gente saldría
cantando la frescura por las calles y tomando jugo de borojó sin pitillo. Pero siguió
lloviendo, entonces pensé que la lluvia acabaría con todo, que el río se llevaría el malecón
entero y se metería por los callejones hasta la Calle de Atrás. Que Mompox también
desaparecería.
Pero no fue así, sólo paró de llover cuando volví a la casa de mi abuela Nora. Al llegar
ambas exprimimos mis ropas reducidas a trapos deformes y esponjosos. Y luego nos dio
por reír.
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1
Conversación con el joyero Luís Bernardo Herrera, marzo 2010.
2
Molano y Ramírez 2000, Historia ambiental del Bajo Magdalena: Mompox, Solpaviento, Calamar, Mahates
y Morales. Gobernación de Bolívar.
3
Di Filippo Peñas Virgilio,2000. Cuentos de mi tierra. Bogotá: Giovanni de Filippo E : 29
4
De Santa Gertrudis, Fray Juan, 1994 [1775]. Maravillas de la Naturaleza Bogotá : Comisión Preparatoria
para el V Centenario del Descubrimiento de América, Instituto Colombiano de Cultura: 109
5
García Márquez, 2007[1967] Cien años de Soledad:34
6
Faciolince y Lemaitre, Erasmo Mompoxinense sin publicar: 5
7
García Márquez, 2007[1967]Cien años de Soledad :15
8
Diario de campo, 24 marzo de 2010
9
Conversación con el joyero Oscar, La Muerte, Arévalo, abril 2010
10
Conversación con el joyero Luís Bernardo Herrera, Berna abril 2010
11
Ídem
12
Conversación con Flor y Elisa Trespalacios, y David Ernesto Peña hijas y sobrino de Guillermo
Trespalacios, marzo 2010
13
Heráclito, 544- 484 a.C citado por Marcovich, 1968. Heráclito ; texto griego y versión castellana por
M. Marcovich. Mérida : Talls. Grafs. Universitarios. : 58
14
Heráclito citado por Mondolfo, en Mondolfo 2001 [1966] Heráclito : textos y problemas de su
interpretación / Rodolfo Mondolfo ; prólogo de Risieri Erondizi ; traducción de Oberdan Caletti. México:
Siglo XXI eds: 36
15
De Santa Gertrudis, Fray Juan, 1994 [1775]. Maravillas de la Naturaleza . Bogotá : Comisión Preparatoria
para el V Centenario del Descubrimientode América, Instituto Colombiano de Cultura: 110
16
Conversación con el joyero Oscar, La Muerte, Arévalo, abril 2010
17
Conversación con el joyero Luís Bernardo Herrera, Berna. abril 2010
18
Conversación con los joyeros aprendices de la Joyería El Kilate, marzo 2010
84
19
Conversación con el joyero Luís Bernardo Herrera, Berna. abril 2010
20
Conversación con los joyeros aprendices de la Joyería El Kilate, marzo 2010
21
Conversación con el Oscar, La Muerte, Arévalo, abril 2010
22
Conversación con el joyero Luís Bernardo Herrera, Berna. abril 2010
23
Conversación con Flor y Elisa Trespalacios, hijas de Guillermo Trespalacios, marzo 2010
24
Conversación con el profesor David Ernesto Peñas.
25
García Márquez, 2007[1967] Cien años de soledad:63
26
Hutin, Serge 1990 [1977]. La vida cotidiana de los alquimistas en la Edad Media. Madrid: Temas de Hoy
27
Conversación con Miguel Ángel Palomino, Capulina, él es el organizador de la Semana Santica, una
celebración para los niños previa a la gran Semana Santa. Yo lo conocí por otros motivos, un día me ofreció
llevarme a dar una vuelta en moto por Mompóx para mostrarme las cosas que para él eran las más
emblemáticas del pueblo.
28
Conversación con el joyero Luís Bernardo Herrera, Berna. abril 2010
29
Ídem.
30
Conversación con Miguel Ángel Palomino, Capulina, marzo 2010.
31
Faciolince y Lemaitre, Erasmo Mompoxinense sin publicar: 6
32
33
. Ídem.
Fajardo, Darío, 1983. Haciendas, campesinos y políticas agrarias en Colombia, 1920-1980. Editorial
Oveja Negra.
34
Faciolince y Lemaitre, Erasmo Mompoxinense sin publicar: 10.
35
Faciolince y Lemaitre, Erasmo Mompoxinense sin publicar: 11.
36
Di Filippo, 2000: 44.
37
García Márquez, 2007[1967] Cien años de soledad: 303.
38
Anjel L, Jose Guillermo, 1990. Con otro son : una historia fantástica de Mompox. Medellín : Angel de la
Guarda Editores: 13.
39
40
41
42
43
Quinta emisión de Los puros Criollos. Programa trasmitido por Señal Colombia
Página oficial de Señal Colombia, consultada el 18 de octubre de 2010.
Faciolince y Lemaitre, Erasmo Mompoxinense sin publicar: 13.
Ya me voy pá Macondo, Los Hispanos
Hubert, Henri, 1905, Breve estudio de la representación del tiempo en la religión y la magia, ed Archivos
del Índice.
44
Conversación con unos señores en el Parque San Francisco: señor Julio, el más joven y señor José, mayor,
25 marzo de 2010.
45
Conversación con el joyero Armando Acuña, director de la Escuela Taller y el mayor de sus profesores.
Interesante resulta el eslabón que este joyero representa entre las antiguas tradiciones y formas de hacer
joyería y el naciente proyecto estatal de formar a los jóvenes momposinos como técnicos en filigrana en pos
85
de la formación de pequeñas y medianas empresas productoras de joyas. El señor es un artesano oficiante de
la paciencia que sin embargo enseña con veras a dar el paso a la capitalización de la tradición.
46
Caro Baroja, Caro Baroja, Julio 1991 De los Arquetipos y Leyendas. Madrid : Istmo
47
Conversación con Luis Bernardo Herrera, marzo2010.
48
49
A partir de una conversación con el Profesor David Ernesto Peñas y otra con Luis Bernardo Herrera.
Anjel R. , José Guillermo, 1990, Con otro son, una historia fantástica de Mompox. Medellín : Ángel de la
Guarda Editores.
50
Diario de campo, abril de 2010
51
Conversación con el joyero Oscar, La Muerte, Arévalo, abril 2010
52
Conversación con Flor Trespalacios, abril de 2010
53
A partir de una conversación con Jaime Marimonda, uno de los dos oficiales que trabajó y aprendió desde
pequeño en el taller de joyería Tres Palacios.
54
Conversación con unos señores en el Parque San Francisco: señor Julio, el más joven y señor José, mayor,
25 marzo de 2010
55
Conversación con Flor y Elisa Trespalacios, hijas de Guillermo Trespalacios, abril 2010
56
A partir de una conversación con Jaime, Marimonda, uno de los dos oficiales que trabajó y aprendió desde
pequeño en el taller de joyería Tres Palacios.
57
Parafraseo esta frase de una que le oí al joyero Luís Bernardo Herrera, Berna, durante las tardes que fui a
visitarlo.
58
Me lo contaron dos veces, una el yerno de Tres Palacios y la otra una de sus hijas.
59
Anjel R. , José Guillermo, 1990, Con otro son, una historia fantástica de Mompox. Medellín : Ángel de la
Guarda Editores,
60
Conversación con Miguel Ángel Palomino, Capulina, marzo 2010.
61
García Márquez, 2007[1967] Cien años de soledad: 230
62
Conversación con Oscar Arévalo, La Muerte, marzo 2010.
63
Conversación con Luis Bernardo Herrera, Berna, abril 2010.
64
García Márquez, 2007[1967] Cien años de soledad: 230
65
Caro Baroja, Julio 1991 De los Arquetipos y Leyendas. Madrid : Istmo: 43
86
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