La sonrisa del segador - Juegos Bancarios 2015

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La sonrisa del segador
Provoca ornitorrinco misteriosa explosión en importante edificio corporativo. Hablando de
periódicos sensacionalistas ese encabezado es la gallina de los huevos de oro. Estoy seguro
que tuviste más interés en el ornitorrinco que en las pérdidas humanas. No te culpo. Es el
objetivo de esos encabezados.
Podría narrarte cómo se relacionan un importante edificio corporativo, una explosión y un
ornitorrinco en un misterioso accidente, pero para eso están los periódicos. Sin embargo, es
un hecho intrascendente sumamente importante para este relato.
Disculparás mi falta de educación. No me he presentado. Soy el narrador omnisciente. Tu
guía espiritual en esta historia de la cual sé todo: hechos, emociones, pensamientos y
gastronomía turca tradicional; por lo que interrumpiré en un par de ocasiones para
brindarte información que necesites saber o simplemente porque puedo hacerlo.
Ahora que nos conocemos sería descortés de mi parte hacerte esperar más.
Todo comienza en el sótano de un importante edificio corporativo que ha sido víctima de
un misterioso accidente provocado por un ornitorrinco. Berengeno de la Huerta estaba
echado en el suelo y no necesariamente descansando. Logró incorporarse de entre unos
pequeños escombros: unos pequeños ladrillos, unas pequeñas varillas de acero corrugado
de 2 cm de diámetro y una pequeña columna de concreto. Nada que no le rompiera más de
tres costillas, dos dientes, le esguince el tobillo, le genere un par de contusiones en la
espalda, unos cuantos raspones al azar, quemaduras de segundo grado y una mordida de
rata posiblemente rabiosa. No hay de que alarmarse, es sólo una posibilidad.
Se levanta como un títere enredado. Cada paso, una punzada en el tórax, similar a cuando
un elefante te camina sobre las costillas. Uno ligero de apenas cuatro toneladas. El calor del
fuego amenazaba con evaporar cada molécula de agua en su cuerpo o rostizarlo, lo que
suceda primero.
Berengeno no era el único consciente en ese lugar. Sentado en un rincón había una persona
con una expresión que dejaba mucho que desear. El rostro pálido como el de un niño
mareado después de bajarse de una atracción en un parque de diversiones y con unas ojeras
tan pronunciadas que parecía llevar tres días de fiesta y sin dormir. No se percató de la
presencia de Berengeno o quizá no le interesaba así como tampoco parecía tener interés en
levantarse.
Berengeno al notarlo se acercó a él. Le quitó un par de piedras y trató de levantarlo. Dada
su excelente condición no lo logró en el primer intento. Tampoco en el segundo.
Afortunadamente para el extraño un par de intentos fallidos no le iban a dejar más
malherido. Finalmente Berengeno tomó al extraño por las axilas y lo apoyó sobre su
hombro para servirle de muleta. El extraño no se opuso, pero tampoco ofreció mucha
ayuda. Una vez incorporados como un par de zombis en una situación apocalíptica
emprendieron la aventura de buscar un lugar seguro.
Lo encontraron.
Se refugiaron.
Los rescataron.
Fin.
La verdad no. Si fuera así de simple yo no tendría trabajo. La realidad es que las escaleras
estaban bloqueadas, los pasillos derrumbados, cada rincón en llamas. No había manera de
salir. Necesitaban abrirse paso de alguna manera.
Entre el humo y las llamaradas Berengeno logró ver en el suelo la puerta de una cisterna.
Un lugar lleno de agua parecía el lugar perfecto para refugiarse de un incendio: es grande,
reforzada, diseñada para almacenar agua, para protegerla del polvo, insectos o una horda de
espartanos sedientos de sangre. Un excelente refugio antibombas.
El extraño con un poco más de energía se suelta del hombro de Berengeno y se acercan
juntos a la puerta de la cisterna. Estaba algo dañada por la explosión, pero perfectamente
funcional si se acercaba la temible horda. Removieron un par de ladrillos y a la cuenta de
tres los dos jalaron la puerta. Dos costillas menos después, abrieron la puerta.
Era una cisterna profunda y tenía una escalera similar a la de una alberca. Una alberca
antibombas. El agua apenas les llegaba a la mitad de la cintura. El escenario ideal para un
refugio. Ni tan poca agua como para no sumergirse completamente ni tanta como para
hacer nado sincronizado.
El extraño se acomodó en un rincón. Observando. Imitando a un costal de papas que
respira. Berengeno trató de romper el hielo y aminorar el estrés de la situación, en realidad,
su estrés.
-Aquí estaremos seguros.
El extraño no dijo palabra alguna. Miró a Berengeno a los ojos y luego desvió como
mirando la lejanía, que en realidad la lejanía se extendía un par de metros hasta un gran
muro. Berengeno ignoró que lo ignoraban y continuó con la conversación, o mejor dicho el
monólogo.
-Ya sólo es cuestión de tiempo para que llegue el cuerpo de rescate. Hoy no será el día
para el segador -dice para sus adentros -. ¿Tú crees en eso? -mira al extraño quien no
parece reaccionar –. Ya sabes, eso que dicen de que te hace una visita al lugar donde
morirás y, si eres afortunado, verás su sonrisa. Al menos eso siempre decía mi abuela y
algunos supersticiosos del pueblo.
Berengeno siempre habla de su abuela como si estuviera loca y quizá algo había de eso,
pero cuando de la muerte se trataba, lo cierto era que él le creía cada palabra. Su abuela en
el lecho de muerte juró haber visto al segador. Lo describió como un ser pequeño y
cabezón, arrastrando una guadaña mucho más grande de lo que podía cargar, pero no de lo
que podía arrastrar, vestía una túnica desgarrada y negra, sus ojos eran dos cuencas vacías
pero si mirabas con atención podías ver flamas azules dentro.
El día que la abuela esperaba la inevitable llegada del macabro visitante dejó la puerta
abierta lo cual fue un poco desconcertante para el pequeño segador. Por lo general se la
azotan en la cara, lo evaden y, de ser posible, hacen como que no lo ven. Ese día él no
estaba muy animado y se sentía cansado, sí, también la muerte puede tener un mal día. Se
acercó lentamente por el pasillo de la casa en dirección a la cocina donde la única luz era la
hornilla de la estufa. Caminó sigilosamente pero cada paso rechinaba delatando su
llegada. Se detuvo en el marco de la puerta. Contempló por un momento el...
Perdón, me estoy desviando.
Berengeno y el extraño estaban dentro de una cisterna en medio del fuego y el caos cuando
ocurrió una segunda explosión. Unas cuantas llamas entraron como quinceañeras en un
concierto del galán de moda. Berengeno se lanzó al extraño cayendo los dos en el agua.
Con esta heroica acción se salvaron de otra quemadura para la colección. Al incorporarse,
sin prestar importancia a lo sucedido, el extraño seguía mirando al infinito con la cara
tan estoica como una estatua de parque, pero sin heces de palomas.
Después de ver la cisterna llena de trozos de cosas en llamas que entraron sin ningún
problema Berengeno comenzó a pensar que quizá el lugar ya no era del todo seguro.
-Necesitamos cerrar esta cosa -dijo Berengeno mirando la puerta de la cisterna.
Berengeno se dispuso a subir para cerrar la puerta de la cisterna pero al tomar la escalera se
percató de que se encontraba floja. La explosión debilitó la estructura. Le dio una sacudida
suave tratando de medir la firmeza, asumiendo ingenuamente que sacudir es una medida
fiable de resistencia. Según los resultados de sus mediciones que desafían cualquier ley de la
física tradicional, la escalera soportaría así que sin más bemoles y un sostenido subió.
El asa de la puerta estaba lejos. Se estiró lo más que pudo evitando asomar el cuerpo y
exponerse al fuego. No sabré mucho de física pero tirar el peso de todo un cuerpo hacia un
lado en una estructura débil no parece tener un final feliz. Mi teoría se sustenta cuando
estando por terminar de cerrar la puerta el peso vence la escalera. La escalera cae y
Berengeno queda colgado de la puerta, que visto de otro modo, colgado del techo. Al
menos la puerta estaba cerrada y, al igual que en un programa de concursos japonés,
Berengeno se soltó para caer nuevamente en el agua.
-Está hecho. Esperemos llegue pronto la ayuda -dijo mientras recogía un peldaño de la
escalera-. No pienso morir. Al menos, no hoy. No entiendo por que mi abuela lo esperaba
con ansia. Supongo la vejez ya no te deja otra cosa que pensar en la muerte. Solo hablaba
de hacerla sonreír. ¿Que ganas con hacerla sonreír? de cualquier manera estarás muerto.
Quienes esperan la visita de la muerte suelen buscar su sonrisa pues es bien sabido que de
ella depende si tu muerte será tranquila así que nadie quiere quedar mal con el segador.
Aunque ver su sonrisa depende de algo más que sólo quedar bien. Como fue el caso del
señor Ruperto. Él en su afán de morir tranquilo le dejó las llaves de un auto deportivo, ni
siquiera estoy seguro de que haya estacionamiento en el inframundo. El día de su muerte
escuchó que alguien encendió el auto. El señor Ruperto salió corriendo al jardín para su
encuentro con la muerte y ver su gran sonrisa por el flamante auto deportivo. Pero no era
el segador sino un ladrón que se metió en su cochera que estaba abierta y aprovechó que
las llaves estaban puestas. Para su mala fortuna el ladrón arrancó apresuradamente sin
prestar atención al señor Ruperto que interceptó al automóvil como un excelente mariscal
de campo. El resto de la historia es obvio.
Las reflexiones de Berengeno sobre su abuela fueron interrumpidas por el sonido de las
sirenas del camión de bomberos y ambulancias que llegaban a la zona de desastre. Sin
embargo, ¿Cómo iban a saber que están adentro si todo esta cerrado? Había que abrir esa
puerta pero la escalera era inservible y el techo demasiado alto como para alcanzar la
puerta.
La imagen de un niño brincando por su sandwich que tiene en sus manos el brabucón del
último grado es la imagen que me viene a la mente al ver a Berengeno brincando en un
esfuerzo ridículo por alcanzar la puerta. Tras el inminente fracaso comenzó a gritar
esperando lo escuchen. Como dato cultural, el arquitecto que diseñó la cisterna nunca
pensó que alguien la usaría como cuarto de pánico y evitó prestar atención en los detalles
como, por ejemplo, ponerle un interfon.
Enojado toma el peldaño y lo arroja a la puerta con tal fuerza que el daño que le provocó el
peldaño a la puerta siguió siendo nulo. Estaba desesperado pero no había perdido el
sentido común. Berengeno tuvo una gran idea. Arrojar objetos a la puerta para hacerla
sonar y de este modo llamar la atención del cuerpo de rescate. Comenzó a arrojar tanto
peldaño, piedra, flotador de electro nivel y demás objetos que encontró.
¿Mencione un flotador de electro nivel? En su desesperación tomó esa pequeña esfera que
flotaba pacíficamente en el agua manteniendo el nivel de la cisterna a raya. Después de que
el flotador golpeó la puerta como el resto de los objetos sonó un pequeño bip. No era un
bip cualquiera. Era un bip que parecía mas un ¡ups! que un ¡bip! Acto seguido un pequeño
motor inició marcha y de un agujero comenzó a caer agua. Berengeno trató de apagar el
flotador. Como dato cultural, el ingeniero que lo diseñó no pensó que alguien podría
quedarse atrapado con el flotador y necesitaría un botón de autodestrucción. Fue entonces
cuando perdió el sentido común. Golpeó el flotador cual orangután hasta derrumbarse sin
fuerza sobre la pared.
Se levantó ansioso y comenzó a dar vueltas en círculos.
-Hoy no, hoy no, hoy no veré a tu amigo el segador abuela -decía para sí mismo -. No me
interesa recibirlo -se dirige nuevamente al extraño -, ¿puedes creer que lo recibió con una
taza de té?
El extraño lo miró a los ojos y al fin exclamó.
-El mejor que he probado en mi vida -dijo mientras una gran sonrisa se dibujaba en su
rostro.
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