enrique gonzalez martinez. - Revista de la Universidad de México

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Max Aub
ENRIQUE GONZALEZ
MARTINEZ.
VIDA y POESIA
Nació en Guadalajara, Estado de Jalisco, a las ocho de la mañana
del jueves 13 de abril de 1871, "en una casa situada en la misma
acera de la Parroquia del Pilar y muy cercana al templo". Su padre
fue un hombre un tanto apagadO', tímido, "excesivamente pulcro
en el vestir y aseado hasta la manía"-. Huérfano y arruinado, amigo
del orden y de la compostura, dependiente de comercio, estudió
hasta conseguir, a los veintidós años, el título de "jJreceptor de
primer orden". Fue maestro, y no dejó de serlo, escrupulosísimo,
durante muchos afias. Su natural preferencia por lo exacto le llevó
de la mano al goce de las matemáticas y a lo más preciso de las
letras: la gramática. Sus gustos literarios fueron siempre por lo
acreditado, por lo que no ofrecía dudas: supo el Quijote casi de
memoria, gustaba de la lengua de Guzmán de Alfarache, de triarte
y de Moratín; de Pedro Antonio de Alarcón, de Galdós y sobre
todo de Pereda, el novelista montañés que será lectura de niñez de
Enrique González Martínez.
Es fácil imaginar su vida en aquellos años. El papá da clases a
domicilio, que le ocupan casi todo el día; es un hombre bueno,
probo, honrado -en su fondo y por los demás-, dueño de sus
mínimos arrebatos.
Epoca dorada de la burguesía, nadie tiene dudas acerca del
futuro; lo establecido por los hombres parece tan inconmovible
como las montafias. La religión católica ha impuesto su moral
-para creyentes y ateos, para practicantes y los que no lo son- y
la honradez, sobre todo en la clase media, en los artesanos, en el
pueblo, es carta tan cabal, que nada se puede concebir fuera de
ella, como no sea el infierno: las cárceles y el barrio prohibido,
que quedan completamente separados del mundo en que se vive.
Igual sucede con la política; son mundo aparte que poco o nada
tienen que ver con la gente decente. Así la hombría de bien lleve,
a veces, al Ayuntamiento.
El señor González escribe un Tratado de gramática general y
unos Principios de álgebra "que corrieron largos año:> como textos
por los bancos de las escuelas".
En estas condiciones la vida depende del reloj: a las seis y
media todos se levantan -lo mismo en verano que en invierno- se
desayuna a las siete, se almuerza a la una y media, se cena
-matemáticamente- a las ocho. Mañana y tarde se pasa el
profesor dando clases, de aquí para allá. Por la noche se lee y se
preparan las lecciones del día siguiente.
La madre era otra cosa, harina de muy otro costal, muy
hermosa en su juventud, gran frente, ojos "enormes y rasgados",
desmañada para los trabajos domésticos (en contraposición con el
jefe de la familia que "sabía arreglar un mueble desvencijado,
componer una cerradura, colgar cuadros y cortinas, fabricar jugue.
tes"), muy inteligente, lectora incansable y desordenada, sabe.
dora del francés, conversadora amable, amiga del "trato de
personas inteligentes", enemiga de pedantes, había sido discípula
de su marido. Gran escritora de cartas y aun de versos que, según
su hijo, compuso hasta que descubrió los suyos. Su poeta favorito
fue - ¡cómo no! - Gustavo Bécquer. "Leía con desorden a
cualquier hora, y cuando un libro le interesaba, no era raro que lo
terminara en una noche, sin pegar los ojos, tomando café negro y
fumando cigarrillos, hábito que adquirió desde los primeros años
de su matrimonio."
Había estudiado entre hermanas paulinas; huérfana joven, salió
de entre ellas, tras recibirse de maestra, para casarse. ¿Qué genio la
habitaba que tras una educación tan pacífica no pudo en manera
alguna dejarle "un instante de reposo en la vida"? "Un demonio
interior la poseyó sin tregua", escribe su hijo. No son heroínas de
novela -de las que tantas leyó- las que faltan en esa época con
"sus contrastes, que a veces parecían inexplicables: ratos de
tristeza inmotivada; horas de encierro y soledad; ansias de viajar
que jamás satisfizo; placidez seguida de acritud, sin causa aparente;
rebeldía de inadaptada, que era el reverso de la suave resignación
de mi padre ... Inquietud, siempre inquietud y más inquietud".
Parece que estamos leyendo la descripción de un personaje
ibseniano. No en balde son contemporáneos. Las contradicciones
de la vida burguesa -de la vida sin más- destiñe ya las fuerzas que
la han de destruir: hay quien no puede obedecer a las cosas tal
como se las obligan a aceptar, sobre todo en la juventud. Luego la
rebeldía se desmocha sola, con los años; ella, que "fue, hasta los
treinta años, poco dada a prácticas pia?~sas", "hab~ía. de transformarse en un movimiento de fervor ascetIco ... movnruento en que
mi padre hubo de ser arrastrado". Un inte~to de suicidio y d~
fuga, presenciado por el hijo a los cinco anos y ~ue lo marcara
indeleblemente, señalan, tal vez, el momento mas duro de su
rebeldía.
De su madre, Enrique González Martínez parece tener la chi~~a
del genio, pero de la familia de su padre, "gente de campo. fa~llha
. Itares acomodados almas sencillas consagradas a la herra
de agncu
'" hab .
'o criollos de sangre espanola, sanos y fuertes,
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de sacar la serenidad que sabrá atemperar la re e la materna.
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ciudad de Panamá", se graduó de médico en Ima.:. ~ I~. o ~n
México, "allá por el año de 1820'''. c~.só con l~nadsenlOOt.ta Idaz e
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Etzatlán de Jalisco. "DecldlO no sa lf e a lerra e su
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evo a su nieta a desear que su JO SigUIera
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de tan ilustre varón. Lo consiguió: lo .demás es poesla, que tam len
los versos influyen en el curso de la Vida humana.
o
11
La vida de Enrique González Martínez fue una vida ejemplar. No
hablo de su vida en sí -de sus peripecias de hombre- sino de la
parábola de su obra. Ni escribo parábola simbólicamente "de
extraña tierra": que sus versos no conocen curva, como no sea en
los altibajos insalvables de poemas desiguales, sino que se alinean
ascendentes, por lo menos en cuanto a amplitud de criterio, a
comprensión del mundo, generosidad, o grandeza. No envejeció,
ganó con los años, no perdió vista, sino que, día a día, fue
alcanzando mayores horizontes. Tal vez su obra más importante
fue la última, escrita a los ochenta años: Babel.
Hermano en eso de los mayores, aprovechó lo que la vida le
daba; goces y dolores, bienes y males, acendrándose sin hacerse
ilusiones, sin perder lo fundamental que poseyó -y le poseyósiempre; la fe en el hombre desnudo. Nunca hizo nada a humo de
pajas, cuando de su obra poética se trató. Hay continuidad en toda
su obra; a veces, poemas de un libro anterior abren el que le sigue.
Frente a sus memorias se lee uno de La palabra en el viento
(192 1) que las resume:
Este libro es mi vida... No teme la mirada
aviesa de los hombres;
(Hay en el adjetivo, un sentido pesimista de la condición humana.
que, con el dolor, se irá desvaneciendo).
no hay nada entre sus hojas nada
que no sea la frágil urdimbre de otras vidas:
ímpetus y fervores, flaquezas y caídas.
(Fue siempre buen crítico de sí mismo, con la vista clara; jamás le
cegó el orgullo, ni se tuvo en más. Hombre llanísimo, de sentido
común. Su condición de médico, de auscultador de dolores ajenos,
le hizo ver, desde el principio, la igualdad de los seres.)
Este libro no enseña, rti conforta ni guía,
y la inquietud que esconde es solamente mía'
más en mis versos flota, diafanidad o arcano '
la vida, que es de todos.
'
(No diré más en el discurso de estas páginas. Aquí queda reseñada
su poética, su posición de hombre; la ecuación de su grandeza,
poniendo relación entre "su inquietud" y la vida de todos sin
intentar jamás alzarse como ejemplo. Se abre en canal y enserla su
mundo: soy así -viene a decir- y no hay más; pero tengan en
cuenta que algo de lo que en mí corre es vuestro también. Y así
remata el poema):
Quien lea, no se asombre
de hallar en mis poemas la integridad de un hombre,
sin nada que no sea profundamente humano.
La poesía de Enrique González Martínez es consustancial con la
circunstancia de su vida. Ya veremos cómo en eso y en algo más es
hermano de Antonio Machado, y qué lejos está de otros poetas
contemporáneos suyos como, por ejemplo, Juan Ramón Jiménez o
Paul Valéry. " .. En mis poemas casi no hay verso, ni el más
objetivo y exterior, que no esté ligado con dramas intimas, con
sucesos que han dejado huellas imbo"ables en 10 mds hondo de mi
ser. .."
Es curioso cómo dos poetas de los mayores que da el modernismo tras Rubén Darío, su implantador (Enrique González Martínez,
en México; Antortio Machado, en España), parecen echar conscien·
temente al olvido algo de lo más peculiar y espectacular de la
escuela. Ahora bien, no hacen sino seguir la propia pauta de
Rubén, de Prosas profanas a Cantos de vida y esperanza. La
embriaguez de las formas de la rrtitología de diccionario deja paso
a una fIlosofía estoica de la existencia. El paso del cisne al búho lo
dan Rubén Darío y Antonio ~achado, lo rrtismo que González
Martínez, aunque menos explícitamente.
En Juan Ramón Jiménez la trasmutación será más lenta pero
idéntica' sin embargo, la embriaguez de los colores (su gusto por
los mo;ados, los malvas, los amarillos, los verdes) hará más
persistentes en el poeta de Moguer ciertos resplandore modernistas.
Sólo en los poetas medioéres persistirá el "glauco" o el
"opalescente" de los primeros fuegos del modernismo. La paleta
de Enrique González Martínez (como la de Antonio Machado) es
pobre y corresponde a la tradición moral cristiana (blanco-pureza,
rojo-lascivia, etcétera), como es de esperar de un poeta sin tacha.
y puros son todos los grandes poetas de la época, 10 mi mo
Unamuno, que Antonio Machado, Juan Ramón que González
Martínez, fenómeno curioso, si tenemos en cuenta que su admirados, Baudelaire, Rimbaud, Verlaine, distaban bastante de serlo.
Débese -a mi juicio- a su formación católica (o a la "ja obina"
de Antonio Machado).
Son, además, y tal vez por ello, hombres de un solo gran amor,
del amor a una sola mujer (si son dos, como en Antoni Machado,
débese a la muerte p~ematura de la primera) encarnado, ademá ,
en los cuatro, en sus mujeres legítimas.
III
Dejemos sentado, en primer término, que Enrique González Martínez es el poeta más importante de su generación mexicana.
"Yo sé que, cuando busco a Enrique GonzáJez Martínez y no
me encuentro inmediatamente con su rostro sereno, su risa franca
y mano amiga, tomo un libro suyo, al instante estoy delante del
hombre: porque esto es su poesía, ni más ni menos; el hombre
actual y eterno, el Hombre en toda la extensión de la palabra." Así
le defmía Enrique Díez-Canedo. Y nada es más exacto, pero
no era privativo, sino galardón de varios de los mayores de su
tiempo: del propio Canedo, de Alfonso Reyes.
Una vida llena, que no hay por dónde cogerla. ¡Qué don
Enrique tan sonriente y colorado! Con su sombrero gris, sus
abrazos, sus dichos maliciosos, su perpetuo asombro de·leitoso ante
la vida y sus manjares. Tan recio, tan seguro que nunca dudó ante
la duda, tras haber visto desfilar todos los bienes y todos los
pesares. Sabía lo que valía, más que pesaba, que no era alto más
que por dentro, y no le importaba ni lo dio a entender, tan llano.
Estaba con todos.
Ahora oirá el viento que quería escuchar, aquel viento furioso y
sordo que rodea los mundos, augusta soledad de laureles:
i Vida tres veces santa
la que en su propia luz labora y canta!
No había empezado a expresarse así, en la paz porfiriana, sino
alabando a Dios.
y con El todo es ciencia y todo es vida,
escribió en 1893. Mas parte de la grandeza de GonzáJez Martínez
es que su vida, y su obra, reflejan su tiempo, en cierto modo y en
el modo cierto que una sola vida puede hacerlo.
Gran tarea la de ser hombre; consiste en procurar comprender
la ligazón que nos une a los demás y en ser comprendido. Tarea
difícil, hoy, cuando la política parece satisfacerse en aislar, basada
en la apología de su facción; y la ciencia ha caído en la
especialización incomunicable, aun beneficiando a miles, que encuentran más fácil el camino del odio, que es la incomprensión. El
poco saber de muchos ha venido, desgraciadamente, a redundar en
el desprecio de los que saben más, como si bastara la iniciación
para insuflar el desdén; que la manera más cómoda de creerse
llegado a un sitio, sin moverse apenas, es suponerse al cabo de la
calle. Y no hablo de los jóvenes, en quienes la temeridad es seña
de buena salud.
Todos han callado, y comprendo perfectamente por qué, debido
a la hipocresía, que don Enrique colaboró con el régimen traidor
del general Huerta. ¿Por qué lo hizo? Una de las explicaciones la
hallaremos en la literatura. La época era de respeto al arte por el
arte, y e a estética acepta el poder constituido. (Es curioso cómo
la transposición de la teoría a la práctica hiere los sentidos y
suspende. Si en vez de referirme directamente a Enrique González
Martínez, hubiese dicho: "las teorías literarias determinan en los
hombres que las sienten y practican cierta conducta pública, y
viceversa", nadie hubiese chistado. Pero al asegurar que éstas
influyeron, consciente o inconscientemente, en cierta posición
"colaboracionista", álzanse las voces dudando. No iba tan lejos mi
aseveración como para dar a entender que la conformidad de
González Martínez con el huertismo dependiera exclusivamente de
la literatura. El que nuestro hombre hubiera sido antimaderista y
funcionario del régimen del general Díaz, no hace sino confirmar
lo que digo. No se le ocurrió, por entonces, que la política tuviera
gran cosa que ver con la poesía. Con los años, varió de manera de
pensar, porque las circunstancias y su consustancial liberalismo le
ayudaron a ello. No está de más dejar en claro, otra vez, cómo la
reacción simbolista-modernista separó lo público y lo privado, tras
el fulgor de los grandes poetas cívicos del siglo XIX. Ayer no
hubiese servido González Martínez en un cargo de aquella índole.
No es que él hubiese rectificado, sino el tiempo, que es otro).
Va para dos siglos que es nuestra la parte que los hombres
reservaban ostensiblemente a Dios. Inútilmente procuraron recubrir
esta verdad con sus gritos o gemidos los románticos, la fenomenología o el surrealismo. Goya fue el primer pintor de lengua
española que no creyó en Dios, lo que se refleja sin ambages en los
retratos que hizo de sus repesentantes en la tierra, y pese a los
López que le siguieron, marcó con su impronta toda la pintura de
nuestro tiempo. El hombre se encontró de pronto con el mundo
entero, de horizonte a horizonte, de abajo arriba y de arriba abajo,
con sus demonios y ángeles, tan suyos como nuestras manos o
nuestros pensamientos.
Sólo el hombre es grande,
Nada es mayor que el hombre,
como dijo uno de los más escondidos poetas de nuestro tiempo, por
boca de Galileo. Sólo el hombre, pero no el hombre solo.
Frente a este mundo sin doble fondo caben dos posiciones: la
desafiante y la resignada. La primera es heroica y no voy ahora a
tratar de ella; la otra es la de Enrique González Martínez, la de
Antonio Machado, pongamos por ejemplo. Caracterízase por la
presencia de un vago sentir de la existencia de algo incognosciblemente superior, con la que se enfrentará tantas veces Unamuno. El
panteísmo, tan presente en cierta parte de la obra de González
Martínez, no es más que un mal menor, un agua de borrajas que
no engaña a nadie: fundirse con la belleza, cuando se sabe que no
es más que un sentimiento humano. De ahí el nihilismo en que
naufragarán tantos. Pero de esa soledad del mundo nacerá otro
sentimiento o, por lo menos, una nueva expresión más amplia del
mismo: la solidaridad. Juan Ramón no ofrecerá su corazón al cielo
sino
Al ancho surco del terruño tierno.
Ya no hay Dios a quien hurtar el fuego. Los hombres solos. La
vida es de todos, exclama González Martínez, y más: Hay que
divinizar la vida. "Vida", palabra clave de nuestro poeta, que le
lleva a preguntar, bien hincados los pies en la tierra, de la que no
nos podemos separar, cuando se le muere el hijo:
¿Contra quién me rebelo... o a quién pido?
Grandeza del hombre sin mañana, pero con el prodigio tremen·
do del hoy, que hay que vivir cumplidamente, sin desechar nada,
porque es todo lo que tenemos. No se atreve a entregar todavía
íntegramente al hombre cuanto era de Dios; su primer Ilbro se
titulará, más tarde, con sentido: La hora inútil y en él se habla de
un "dios campestre". Habrá de transcurrir toda su vida poética
para que exclame:
Y miré al hombre,
en comunión de fraternal sosiego,
sobre una patria con el mismo nombre.
Tras haberse preguntado, con la angustia y la congoja perenne,
¿Quién nubla el cielo y ensombrece el día?
para rematar:
y me asomé a la vida, y vi que en ella
estaba la razón de mi tortura,
y anulé mi amargura y mi querella.
Mas para llegar a ello, Enrique González Martínez se había
planteado, había visto alzarse ante sí, los problemas que el fm de
siglo e~a. Pocas veces se han expresado tan claramente como lo
hizo nuestro poeta en un soneto: Piedad, de su primer libro. Las
dos cuartetas exponen la posición que habrán de mantener los
impregnados de cierta parte de la mosofía de Nietzsche, y que
llevará al fascismo:
y bien, es necesario ser orgulloso y fuerte
pasar sobre las víctimas, y con la faz erguida,
ir peligrosamente a través de la vida
y llegar con pie fume al umbral de la muerte.
Dejar a los esclavos la ergástula; ser cumbre
dorada por los rayos del sol de la belleza;
no arrepentirse nunca... y abajo, en la vileza
del fango, que fermente la humana podredumbre...
Pero en los dos tercetos aparece la posición sentimental tolstoia·
na, que movió a tantos intelectuales hacia los desamparados y el
socialismo:
Más tú, piedad, no puedes abandonar tu asiento,
y con tu sombra ofuscas la luz del pensamiento
y la razón conturbas, y la pupila empeñas:
y ante el leproso mustio que se titula hermano,
ante la horrible mueca del sufrimiento humano,
nos muerdes con un cáncer que roe las entrañas.
En este alzarse de la bondad contra las desigualdades humanas,
demasiado humanas, irá González Martínez a la par de los mayores
poetas, con su tiempo. Básteme señalar cierta correspondencia con
Antonio Machado, que no cité antes a humo de pajas.
Yo gusto de ir a solas y mi velero es mío,
dice don Enrique al cabo de uno de sus sonetos más conocidos, y
don Antonio:
Converso con el hombre que siempre va conmigo.
. Soledad de su edad media, que luego se esfumará... tal vez
solo a medias. (Pudiera parecer contradictorio con lo antes apuntado esta relación entre Machado y González Martínez, teniendo en
cuenta la posición crítica del primero frente a la política española
de aquel entonces. Pero no hay que olvidar que el español se
enfr~ntaba a una carcomida monarqufa, oligárquica, mientras el
meXJcano servía una república de aura liberal, consecuencia directa
de la Reforma. Todo depende del medio que nos refleja.)
Todo el famoso Retrato del gran poeta sevillano podría,
salvadas las distancias, ser el de don Enrique:
Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
y no sólo el sentimiento, sino la estética. ¿Qué es aquello de
Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética
ni soy un ave de esas del nuevo gay·trinar
sino otra manera de decir: Tuércele el cuello al cisne. .. , en versos
que llevan la impronta de la libertad que le dio Rubén? Poesía
desnuda la de ambos, nacidos en el modernismo, mas ya hartos de
su engañoso plumaje. Todo no es símbolo, sino como es:
que yo no sé si me difundo en todo
o todo me penetra y va conmigo.
y la tierra, con sus paisajes, con sus propias entrañas
y su dolor particular.
¿A qué se debe ese afán de desnudez, esa nueva estética enemiga
de perifollos? Por de pronto, es notorio que no se trata de un
hecho aislado, sino antes al contrario, de un hondo anhelo de la
generación. (Pongamos lado por lado un cuadro de Renoir y uno
de Juan Gris, un mueble de Lalique y otro de Rulhman, un plano
de Gaudi y otro de Le Corbusier, ¿cuántos siglos ~o parecen haber
transcurrido para transmutar uno en otro? Y Sin embargo, son
,
contemporáneos; como Nicolás 11 y Lenin.~,
Trátase de algo más profundo que el estilo en SI, de su razon de
ser; estamos frente al fracaso del mundo liberal mientras cae la
última costra de la creencia en el "dios campestre", ese compromiso ... Como reflujo, revive una corriente espiritualista que se
bifurca de un lado en los varios "ismos" que se amontonan, de los
afias lO a 30, y por otro, hacia la ortodoxia católica. Se señala así
la agonía de la época dorada de la burguesía, a la que la guerra del
14 pone punto final al igual que, aquí, la Revolución Mexicana; la
literatura va a su rémora. Una vez más el máximo esplendor, el
gigantismo -¿y qué mayor gigante que Rubén? - señala el término de la evolución de una especie. De esa crisis no hemos salido
todavía, y González Martínez queda como buen testigo. Su
producción "europea", es decir la que corresponde a su estancia en
el Viejo Mundo, es prueba de ello, y lo más endeble de su obra,
aun siendo, a veces, de lo más gracioso. (Cuando a distancia de
medio siglo se mira la evolución literaria europea y mexicana y se
la relaciona con la realidad política, es' evidente cierta similitud
en tre la forzada tranquilidad porfiriana, la era victoriana, la
Tercera República Francesa o la Restauración española. El desastre
español del 98 no afecta, desde este ángulo, a la evolución literaria
española, sacudida mucho más a fondo por la obra de Nietzsche.
La pérdida de las últimas colonias coincide con el mayor auge de
la influencia española en América; pongamos como ejemplos a
Galdós y a Castelar y las cifras de venta de las editoriales españolas
de la época.)
Pese a la dirección espiritualista a la que me he referido, es muy
otra la que auténticamente va marcando de manera indeleble los
espíritus; el hombre va reemplazando la eternidad por el futuro,
Dios por lo que es capaz de hacer el hombre, no por lo que hace.
Quien sólo conoce la fe o la desesperanza no es un gran poeta de
nuestro tiempo, cómo pudo serIo del pasado. El estoicismo cobra
nuevas galas, teniendo en cuen.ta que el tiempo nunca es reversible
y no será por azar que se columbre en las últimas obras de
González Martínez un tono más grave que recuerda las sonoridades
mayores de la poesía castellana. Nadie se engaña al oír el martilleo
de los endecasl1abos primeros de Babel:
Miré la dura tierra en que he nutrido
cardos de angustia y mie ses de esperanza,
hermanos de aquellos inmortales:
Miré los muros de la patria mía...
El poeta jalisciense ha columbrado ya la aurora de la solidaridad
puramente humana:
¡Feliz de ti que tienes una estrella en la altura,
y una voz que te lanza por mares de aventura,
de los que nadie sabe si se puede volver... !
le dice en 1943 a Pablo Neruda. Nuestro poeta se da cabal cuenta
de hall~rse en lo~ umbrales de un mundo nuevo, pero también sabe
que ya no alcanzará a conocerlo, y se resigna:
Yo también por el mundo tendí mi vuelo errante;
yo como tú, quisiera proseguir adelante...
¡Mas todo lo he perdido en mi viaje de ayer!
¡Tragedia enorme ésta de la generación que hunde sus raíces en
las postrimerías científicas del siglo XIX, y abre la copa de su
espiritualismo ávido, en el misticismo naciente del siglo XX! ; dij?
Luisa Luisi hablando de González Martínez. Misticismo que cobro
su forma más influyente para nuestros escritores en la "evolución
creadora" de Bergson, antes de que Ortega trajese al castellano sus
enseñanzas de Marburgo, que habrían de resquebrajarse violentamente al empuje de los gobiernos ateos que ponen en juego la
"razón práctica", tras el reinado de la "razón pura", que fue la
voluntad de la pasión jacobina de la Revolución Francesa.
Enrique González Martínez -su vida, su obra- expresa cumplidamente los tormentos y las tormentas de su tiempo, aunque sólo
al final de su vida emeljan a la flor de su verso los problema,s
públicos. Mas con ello también 10 marcan los años que vive; nadie
está ya, a mediados del siglo XX, fuera del área candente de la
política, resultado normal del prog~eso de la ciencia. El avanzar de
la literatura: en nuestro tiempo, y en lo que tiene de más valedero,
podría señalarse grosso modo como un paso de la estética, lo cual
tal vez redunda, así parezca mentira, a una primera luz de la razón,
en una mayor pureza lírica. Quise oponer la meditación profunda
a la gracia superficial y decorativa, escribió nuestro hombre al final
de su vida, explicando su soneto más famoso, en el que recomienda el asesinato, no del símbolo, sino de la metáfora emperifollada.
(Aquello del simbolismo no fue tal, sí metaforismo a ultranza con
que se adornaban los muebles y una vida burguesa, como la de
Mallarmé, así éste se quedara chico al lado de Góngora, hoy en
boga -pero ya fmiquitará la manía de colocar las Soledades, por
excelentes que sean, por encima de su otra manera.)
Tan imagen es el búho como el cisne, tan símbolo un animal
corno otro, pero menos "hermoso", y la preferencia de nuestro
autor, dejando aparte el simbolismo, declara la aceptación de lo
feo, o de una mínima hermosura, entendiendo por tal la clásica,
dentro del área de la belleza. El descubrimiento de la hermosura
de lo feo es el resultado natural de un mundo ateo o, por lo
menos, de un concepto panteísta de la naturaleza al que nada le es
ni le puede ser extraño. Como propio acoge este sentimiento al
romanticismo. En siglo y medio conocerá variaciones, desde lo
lúgubre como elemento funcional, a lo horrible y hediondo, como
elemento social, en Zola. La reacción parnasiana y simbolista,
aunada al culto del irracionalismo o al renuevo católico, vuelve,
por un momento, a un concepto más clásico de la belleza, sin
contrapunto expreso de lo feo, hasta que la admiración hacia las
formas de ciertas culturas primitivas fundamenta algunos aspectos
del cubismo y sus derivados para llegar al color "negro" de una
parte importante de la literatura de nuestros días. No conocerá
González Martínez el siguiente paso normal del interés por la
materia en sí, en la pintura abstracta y el nouveau romano
El propio escoger del búho como señuelo o dechado de la
poesía encontró así su razón de ser; el problema que planteaba
González Martínez era que es tan hermoso o más que el cisne, de
la misma manera, aunque la razón fuera contraria, que para los
escultores de la baja Edad Media, sus obras eran evidentemente tan
hermosas o más que las esculturas romanas, que no desconocían.
El solo hecho de que el búho pueda ser objeto y objetivo
poético marca la aceptación de lo feo como hermoso, integración
del mundo, en su totalidad, como materia poética, y no mero
escoger de lo más agradable; prueba inequívoca de la llegada al
poder de ciertas clases sociales que antes no figuraban en el
"carnet de baile" de la poesía.
Podría decirse que la grandeza de los poetas de hoy se mide por
la claridad con que aceptan la inanidad de la vida futura. González
Martínez sobrepasará la congoja que hace exclamar a Stefan
George: mit mir allein! "¡conrrúgo solo! ", que procede del
concepto ateo del mundo y que Víctor Hugo había expresado en
una forma que luego tantos habían de recoger:
Et je ne sais d'ou je viens, si j'ignore al! je vais,
Bogando va sin brújula y sin saber a dónde,
dirá González Martínez, dando otra forma a lo que Rubén llamó el
"horror de sentirse pasajero", y que, en nuestro poeta, se convertirá en tarea fundamental:
y hay un sollozo de pavor fecundo
que se resuelve en cántico de vida.
Subrayo el pavor, ya fecundo. Era natural que la forma misma
de la poesía de González Martínez diera cuenta de estas transformaciones. Hay, sin duda, una gran influencia francesa a lo largo de
su obra, como en casi todos los poetas que comparten su tiempo:
su alejandrino es parejo del de Hugo; luego, su verso libre es
hermano del de Régnier; después, desde Bajo el signo inmortal. ..,
PEGJ\SO
REVISTA ILUSTRADA
... "
PIIfCIlt.SOCl.
..,.24 1M 1117
al acendrarse su poesía, se expresará generalmente en endecast1a·
bos.
(Ya vimos cómo tampoco su vida transcurre en un solo plano,
como quisieran algunos de sus apologistas. Al contrario, conoció
muchas posiciones, según los tiempos que atravesaba y los dolores
que la muerte le ofreció, no parca en ello. Ahí radica otra
semejanza con Hugo -ambos perdieron un hijo en edad lozanaque alcanza en A Villequier una de sus cimas; al igual que nuestro
poeta en su Aleluya a la muerte y otras obras de la misma época.)
Lo único que pueden romper o restituir los poetas es el verso y
esto hasta cierto punto, como lo hicieron Garcilaso y Rubén; que
el fondo en que se asientan es el tiempo, el tiempo mismo del
poeta, su contemporaneidad. Por mucho que se quisiera o se sienta
distinto de los demás, un auténtico escritor lo es siempre de sus
años. La roca de Prometeo se ha transfigurado en multitud. Lo
demás es pastiche o ganas de perder o de perderse en el tiempo, lo
que también -¿por qué no? - es valedero.
Se van muriendo los maestros que uno más quería y nos vamos
quedando al filo de la muerte. Allí está Machado, aquí Canedo y
este otro don Enrique. Ya sé, también murieron Federico García
Lorca y Miguel Hernández. Ya sé: se borró de la faz del mundo
aquel gran don Pedro, aquel Salinas que yo recuerdo gordo, de
portero de futbol y automovilista precoz, tan contento. Pero ésos
eran de mi edad, y fue la mala suerte y la traición de los más
obligados. Pero don Antonio y los dos Enriques iban delante.
Ahora ya estamos casi solos, sin nadie en la proa.
Ahora ya no seguimos, ya nada tenemos delante. Me quedo
triste, frente al despeftadero del que ha desaparecido la baranda,
tan segura, a la que nos gustaba asomamos para ver caer la tarde.
¡Cómo se acuerda uno de sí al ver los muertos! Se acuerda uno de
sí mismo y de uno con los muertos. Pero el mundo no se hizo
para nosotros, sí para los que vienen. Quisi~ramos que sintieran a
Enrique González Martínez a tram de uno mismo. Dan ganas de
gritarles: "¿Sabéis lo que se ha perdido para siempre? ..
Seamos lo que quisimos ser, como ~l fue el que quiso ser.
Atiesemos el pecho, mantengámonos fumes en el recuerdo, frente
a lo que ha de venir, con el orgullo de ser hombre, como él lo fue.
Demos la postrer despedida
a las inercias de la vida.
Ahora abrirá su cofre a solas y allí encontrará incólumes e
imperecederas las formas y las esencias como las tuvo y las retuvo.
Tal como quiso hurtó los aftos hasta el fmal de su existencia y
murió tan joven como nació.
Siendo el que fue, ¿cómo no hubo de ser nuestro, espaftol de la
honra y del maftana? Lo fue, como el que más. (Estuvo siempre
contra la ignominia que hoy priva en Espafta. No se le borró la
traición, ni el crimen, ni la cursilería que tantos espaftoles olvidan
o, lo que es peor, aparentan olvidar bajo el manto del tiempo o las
conveniencias del día.) Sigue aquí, y cuando hayamos desaparecido
aquí seguirá para gloria de M~xico y de la lengua que hablamos.
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