In memory of Jean Carrière, 1939-2002

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Revista Europea de Estudios Latinoamericanos y del Caribe 73, octubre de 2002 |
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Las bellezas naturales y la nación: Los parques
nacionales en Argentina en la primera mitad del siglo XX∗
Eugenia Scarzanella
Las naciones que surgieron en América Latina tras la ruptura del dominio colonial,
al principio se caracterizaron como comunidades políticas.1 Se fundaban en un pacto político entre los ciudadanos: la pequeña élite criolla (Guerra 1994; Quijada
1994). Las instituciones liberales y republicanas que éstos últimos habían creado
debían arraigarse en un territorio específico. Escribe Mónica Quijada: ‘… el territorio es utilizado por los políticos nacionalistas como elemento ideológico y cultural, como factor de cohesión social, como marco físico y económico sobre el que
desarrollar el mercado nacional, y como factor político a partir del cual desplegar
las estrategias geopolíticas’ (Quijada 2000, 376). La exploración y colonización del
territorio, la realización de mapas y el estudio de la geografía son aspectos destacados de la ‘invención de la nación’ en el siglo XIX.
En el siglo XX a la nación cívica se le superpone la nación cultural y étnica. El
territorio conserva su fundamental función simbólica. Del binomio ‘sangre y suelo’, importado de Europa, sólo el segundo término podía efectivamente garantizar
las raíces en países mestizos o de inmigración. ¿De qué suelo se trataba? No era el
que albergaba la sepultura de antepasados y héroes, a menudo ausentes o comunes
a naciones nacidas de la misma guerra de independencia (Centeno 1999). Se podía
recurrir al suelo natural, sin historia, expresión de un substrato primordial. Con su
belleza, por sí solo era capaz de alimentar el amor por la patria. El paisaje ha ocupado, por lo tanto, un lugar importante en la construcción de una identidad común.
Sin embargo, no se han dedicado muchas investigaciones históricas al tema (Radcliffe y Westwood 1996).
En el caso de Argentina, la dimensión simbólica del espacio se analizó como
fundamento del modelo de nación cívica del siglo XIX (Quijada 2000). El problema
del territorio y de las fronteras también constituye el centro de una reflexión sobre
la ideología nacionalista que se desarrolla en el siglo XX y crea un mito duradero
(que llega hasta la guerra de Malvinas), según el cual el país ha sufrido ‘pérdidas
territoriales’ (Escudé 1988). En un plano más general, del papel del territorio en la
historia argentina se han ocupado los estudios acerca de la frontera, en cuanto dimensión político-militar y socio-económica. Ninguno de estos trabajos se refiere
explícitamente a los parques nacionales.
Este artículo se propone contribuir al estudio de la relación entre territorio y
nación analizando precisamente algunos momentos de la historia de los parques
nacionales en Argentina. Se basa principalmente en una investigación sobre publicaciones oficiales de la Dirección Nacional de Parques (creada en 1934) y sobre
∗
Traducción del italiano por Irene Theiner.
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documentos del archivo de su primer director, Ezequiel Bustillo.2 Se distinguen
tres períodos: 1) gestación de los parques en la Argentina liberal de principios de
siglo y la efectiva constitución de los mismos en los años de las presidencias radicales; 2) creación de una agencia especializada durante los años del gobierno conservador de Justo; y 3) ampliación y redefinición de las finalidades de los parques
durante el peronismo.
Hipotizo que: a) el nacionalismo de principios del siglo XX busque en la naturaleza una encarnación simbólica de la patria para ofrecerla al culto cívico; b) el de
entreguerras dirija su atención al uso de la naturaleza como fuente de riqueza económica y no sólo espiritual del país; y por último, c) el de posguerra intente hacer
de la naturaleza un lugar de entretenimiento y disfrute popular, volviéndola accesible a todos los ciudadanos. En los tres períodos examinados es posible hallar una
influencia significativa de los Estados Unidos en las decisiones argentinas en materia de parques. Se pasa de contactos individuales entre estudiosos y políticos de
ambos países, al comienzo del siglo XX, a una fase de relaciones institucionales
entre agencias especializadas en los años treinta. Por último vemos constituirse una
organización panamericana en el sector, a partir de los años cuarenta.
Entre naturaleza e historia: el nacimiento de los parques (1903-1933)
¿Cuándo nacen los parques en Argentina y en qué modelo se inspiran? Cabe recordar que es en Estados Unidos donde se crean los primeros parques nacionales en el
continente americano. En 1872 nace Yellowstone. La finalidad del parque era destinar áreas de particular belleza para el disfrute de todos los ciudadanos, sin distinción de clase y preservar intacto ese patrimonio para las generaciones futuras. Países semejantes a los Estados Unidos por historia y forma de asentamiento de población (Canadá, Australia, Nueva Zelanda) inmediatamente siguieron sus pasos.
La frontera era además un espacio que se debía tutelar, con su peculiar geografía y
su cultura, para evitar que industrialización y urbanización desnaturalizaran definitivamente la primigenia connotación pionera de las nuevas naciones. El parque,
como frontera perpetua, debía regenerar constantemente la virilidad y grandeza de
la nación (Nash 1979, 151).
No es casualidad que en América Latina el primer parque nacional fuese proyectado y realizado justamente por la Argentina, país de frontera e inmigración al
igual que los Estados Unidos. En Argentina, como en el gran país del norte, el
tiempo histórico era breve, no había grandes civilizaciones precolombinas con ruinas monumentales capaces de consagrar la nobleza de los nuevos países. Había que
buscar en las bellezas naturales las razones de la propia identidad.
La sintonía entre ideas y realizaciones estadounidenses y argentinas queda
ejemplificada por el encuentro de dos hombres: uno es Theodore Roosevelt, presidente de los EE.UU. entre 1901 y 1909, gran promotor de la creación de parques,
viajero, cazador. El otro es Francisco Pascasio Moreno, explorador, antropólogo,
político. Exaltando la naturaleza de sus respectivos países, Theodore Roosevelt y
Francisco P. Moreno, renovaron el desafío al viejo mundo que a menudo se había
permitido juzgar inferior y mediocre la flora y la fauna del nuevo mundo (Gerbi
1983). Escribía Roosevelt, contando de su viaje por Argentina y Chile en 1913: ‘A
grove of giant redwood or sequoias should be kept just as we keep a great and
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beautiful cathedral’. Para él la desaparición de pájaros elegantes y raros equivalía a
la pérdida de ‘a galery of the masterpiece of the artists of old times’ (Roosevelt
1916, 316-17). En compañía de Moreno, Roosevelt atravesó la Patagonia, navegó
por el lago Nahuel Huapí, visitó Bariloche – lugares que le recordaban sus Yellowstone y Yosemite.
Moreno no había esperado la llegada del ex-presidente estadounidense para
proponer la creación de un parque nacional en esos mismos sitios. Ya lo había
hecho en 1903, al devolver las tierras que el Estado le había donado para recompensarlo por los servicios prestados a la nación como perito en la definición de la
frontera con Chile. Gracias al acuerdo con el país vecino, Argentina había obtenido
algunos de sus lagos más hermosos. Recién en 1916 se puso en marcha la creación
del Parque Nacional del Sur sobre una superficie ampliada con respecto a la donación de Moreno, que llegaba a cubrir 785.000 hectáreas. El parque se inauguró en
1922 (a partir de 1934 tomó el nombre de Nahuel Huapí).
En los mismos años en que se preocupaba por salvaguardar el paisaje patagónico (‘los maravillosos escenarios de lagos y torrentes, de las selvas gigantes, de la
montaña abrupta y del hielo eterno’3), Moreno proyectó además la creación de un
museo de historia natural, también éste según un modelo estadounidense: el Smithsonian Institute. El científico argentino había comenzado sus viajes por esas tierras,
a las que había dado el nombre de ‘Suiza argentina’, en 1875 (por encargo de la
Sociedad Científica Argentina), recolectando restos fósiles. En 1911 había presentado un proyecto de ley para crear un museo nacional partiendo de su propia colección y de la de Florentino Ameghino (con Moreno y Holmberg, el otro gran experto de paleontología y antropología patagónica) (Babini 1980; Quijada 1998). Para
Moreno no sólo el paisaje contemporáneo, sino también la fauna, la flora y el hombre ‘primitivo’ constituían las bases sobre las cuales fundar el patriotismo de la
joven nación. Este proyecto pedagógico, finalizado a formar ciudadanos, preveía
excursiones del alumnado (y de grupos de boy-scouts creados por Moreno tras un
encuentro con Baden Powell) a parques, museos y escenarios de acontecimientos
históricos, porque según Moreno: ‘La devoción por la naturaleza se asocia en todos
esos casos a la devoción por la patria’ (Moreno Terrero de Benites 1988, 173). Por
esos mismos años la geografía entraba a formar parte de los curricula escolares
como materia destinada, al igual que la historia, a formar las mentes y los corazones de las jóvenes generaciones (Escolar, Quintero y Reboratti 1992; Dodds 1993).
Para Moreno la paleontología constituía un complemento necesario para la conservación de la naturaleza. Roosevelt recordaba que durante su excursión desde el
lago Nahuel Huapí hasta el Río Negro no había encontrado más que algún ñandú y
algún guanaco. La fauna de esta tierra era escasa y no muy vistosa. Sin embargo,
Moreno había descubierto que el hombre americano (que el colega Florentino
Ameghino incluso llegaba a considerar fundador de toda la humanidad) había convivido con la rica fauna del pleistoceno. De la nobleza del extremo sur del nuevo
mundo daba fe no sólo un paisaje imponente, sino también la presencia de animales raros y gigantescos, cuyas pieles y huesos el científico argentino había descubierto y coleccionado. Un fragmento de milodonte, hallado en la ensenada de la
Última Esperanza, había sido enviado como regalo a T. Roosevelt. Si, como sostenía el ex-presidente estadounidense, la caza de grandes animales era prueba de
virilidad, los antepasados americanos eran dignos padres de las nuevas naciones.
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Argentina había tenido una prehistoria, podía preciarse de una antigüedad cristalizada en rocas, fósiles, huesos.
Moreno había esperado que también el vecino Chile salvaguardase sus bosques
y que la creación de parques a uno y otro lado de la cordillera pudiese contribuir a
‘resolver problemas que no llegarán a solucionar nunca los documentos diplomáticos’ (carta al ministro de Agricultura, del 6 de noviembre de 1903). En la frontera
era posible imaginar una zona neutral, dedicada al pacífico culto de la naturaleza.
Aquí los únicos uniformes debían ser los de los guardaparques. En 1914 en Puente
del Inca (Mendoza), a 1200 metros de altura, se inauguró la estatua del Cristo Redentor que debía sellar la armonía entre ambas naciones.
La pasión de Moreno por la naturaleza había sido compartida en Chile por el
naturalista alemán Federico Albert Faupp, contratado por el gobierno chileno a
finales de los años ochenta del siglo XIX para el Museo de Historia Natural y luego
nombrado en 1911 Inspector de Bosques, Pesca y Caza. También Chile, con sus
bosques de araucarias en la cordillera andina, conservaba vivo en el presente un
pasado prehistórico. Los que los españoles habían protegido como ‘montes del rey’
pasaron a ser reserva forestal en 1907. En 1925 se crearon los parques B. Vicuña
Mackenna y V. Pérez Rosales. Pero la decisión chilena de crear reservas forestales
y parques deriva de motivaciones parcialmente diferentes de las que habían impulsado al país vecino. En Chile ya desde la época colonial se habían contrapuesto
intereses mineros y agrícolas, los primeros favorables a la explotación de la madera, los segundos preocupados por los fenómenos de erosión y desertificación. Dicho contraste entorpeció la promulgación de una legislación forestal hasta los años
veinte del siglo XX. Por añadidura las primeras reservas forestales, creadas en 1907
y 1912 (Malleco y Villarrica), fueron concebidas más para garantizar una reserva
de madera al Estado que para proteger un ambiente natural de particular belleza y
valor. Con posterioridad el área de estas reservas se redujo para responder a las
exigencias de la colonización (incluyendo el asentamiento de colonos expulsados
de la vecina Argentina) (República de Chile, Corporación Nacional Forestal 1988).
El segundo parque que se creó en Argentina fue el de Iguazú. En 1902 el arquitecto paisajista Carlos Thays recibió el encargo de estudiar el área. También este
parque se encontraba en una zona limítrofe: la creación de una colonia militar brasileña impulsó al gobierno argentino a hacer lo mismo. Durante el gobierno de Alvear (1922-1928), se expropiaron 75.000 hectáreas, base para un futuro parque,
puesto bajo la égida del Ministerio de Guerra. Para los edificios que se construirían
en su interior se eligió una ‘arquitectura colonial argentina’, un ‘estilo colonial
misionero’, que empleaba tejas, armazones de madera, ladrillos, escaleras de piedra
y balcones de madera (Berjmann y Gutiérrez 1988, 87). A diferencia del Parque
del Sur, a la asombrosa belleza de la naturaleza (las cataratas) se sumaba una
herencia histórica, un pasado colonial, que debía ser reconstruido para que los visitantes pudieran verlo y disfrutarlo.
El vecino Uruguay adoptó un procedimiento análogo. Este país no poseía un
patrimonio de extraordinaria belleza como los picos andinos o las grandes cataratas. El padre de los primeros parques uruguayos, Horacio Arredondo, en 1917 propuso crear un parque histórico, eligiendo la fortaleza colonial de Santa Teresa como centro en torno al cual estructurar un ‘paisaje cultural’ (el parque, como el análogo San Miguel, nació diez años después) (Arredondo 1962, 7). Para Arredondo
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no se trataba solamente de preservar ‘un medio de cuchillas y llanos típicos de la
cuenca rioplatense, verdaderamente maravillosos’ (aun cuando un naturalista francés había definido a la zona de Santa Teresa uno de los lugares más tristes que jamás había visitado). Quería crear un ‘parque paisajista’, artificial, introduciendo
plantas y animales procedentes de todo el país, de manera que, como escribía en un
folleto de 1932: ‘la centenaria masa arquitectónica de la fortaleza cargada de líquenes, emergerá con todos sus aspectos virreinales en un ambiente absolutamente
nativo y colonial’ (Arredondo 1962, 13). No fue fácil realizar un huerto botánico
que fuera al mismo tiempo un zoológico sin rejas, no sólo porque las plantas arraigaban difícilmente, sino porque los cazadores furtivos y las aves rapaces locales
causaron estragos entre mulitas y perdices.
Arredondo incluso trató de insertar en este entorno, que combinaba ambiente y
tradición, una parte museal siguiendo las huellas que había dejado la acción de
Moreno en Argentina. Su proyecto, que no llegó a concretarse, preveía una singular exposición al aire libre de modelos de grandeza natural de grandes animales
prehistóricos, colocados para que aparecieran ‘a los ojos del turista en forma aislada, como de improviso’ (Arredondo 1962, 15). Se trataba de una especie de ‘Jurassic Park’ de hoy en día, a medio camino entre parque temático y parque de diversiones.
Como parece confirmar la comparación con Chile y Uruguay, en Argentina los
parques surgieron con la finalidad de delimitar espacios simbólicos entre naturaleza e historia. La creación de lugares que fueran expresión del carácter nacional a
veces coincide y otras choca con aspiraciones más prosaicas como la defensa militar y la explotación de recursos forestales.
La Dirección Nacional de Parques (1934-1944): nuevos parques en Patagonia
En 1934 en Argentina se promulgó una ley sobre los parques y se creó la Dirección
Nacional de Parques (DNP) en el ámbito del Ministerio de Agricultura. Ezequiel
Bustillo, miembro de una familia de la oligarquía, opositor al radicalismo, enamorado de las bellezas del sur, donde había comprado una estancia poco antes, preparó la Ley 12.103 siguiendo el modelo de las leyes estadounidense y canadiense. Su
hermano presentó el proyecto de ley al Congreso. El mismo Bustillo se hizo cargo
de la dirección del nuevo organismo y lo guió hasta 1944 con energía y sin delegar.
Durante los años de la así llamada Concordancia (los gobiernos conservadores de
1932 a 1943), hizo de la nueva Dirección una especie de estado dentro del estado,
un feudo desde el cual dispensar favores y prebendas.
Bustillo se ocupó de la administración de los parques existentes (Nahuel Huapí
e Iguazú) y propulsó la creación de otros (Lanín, Los Alerces, Perito Moreno, Los
Glaciares, Laguna Blanca) a partir de 1936. Por su clima poco favorable al turismo,
el parque de Iguazú fue dejado al margen de los proyectos de la Dirección que centraba su mayor interés en la Patagonia. Para Bustillo la naturaleza debía ser salvaguardada, pero también había que volverla accesible al disfrute de los visitantes.
Había que alejar a las compañías que talaban y vendían árboles y a los colonos que
pastaban sus ovejas. Los desalojos de los pastores de los terrenos de los parques
adquirieron un cariz nacionalista: los abusivos eran generalmente chilenos, supuestas vanguardias de un expansionismo territorial del país vecino.4 Seguía pendiente,
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sin embargo, el problema de los indios ‘argentinos’, sobre todo del parque Lanín
(Dirección Nacional de Parques, 1937). Se toleró su presencia y se trató de nacionalizarlos y educarlos creando escuelas y capillas (Administración General de Parques nacionales y Turismo 1949).
La fundación de centros poblados era importante: se concebían como localidades turísticas, pero también como vanguardias de una ocupación permanente de la
frontera y como focos de irradiación de su futuro desarrollo económico. Se levantó
la prohibición de vender tierras fiscales, impuesta por el precedente gobierno radical de Irigoyen, abriendo el camino al poblamiento y la explotación del sur patagónico. Bustillo definía este conjunto contradictorio de objetivos una ‘visión ecléctica’ de los parques.5 Para los turistas se crearon villas (La Angostura, Traful, LlaoLlao), calles, puentes, empalmes ferroviarios, hoteles, instalaciones para el esquí.
La Dirección ofrecía préstamos hipotecarios a bajo interés para construir hoteles, el
ejército colaboraba en el trazado de rutas, el Estado financiaba el completamiento
de la red de ferrocarriles.
Otras intervenciones respondieron a la exigencia de brindar a los viajeros formas de disfrute aristocrático de la naturaleza: en este caso el modelo eran las reservas de caza que los particulares tradicionalmente habían creado en sus propiedades.
Por eso se fomentó la migración de especies exóticas hacia los bosques y ríos de la
Patagonia andina. Salmones, truchas salmonadas, alces oriundos de los EE.UU. y
Canadá se aclimataron en el extremo sur del continente. A veces los resultados de
esta inmigración de especies exóticas le fue fatal a las especies autóctonas, como
en el caso de los pequeños ciervos huemul y pudu suplantados por el ciervo rojo
europeo. La reforestación también comprendía especies exóticas. Aquellos conservacionistas, que el director de la Dirección definía ‘ortodoxos’ e incluso juzgaba
un poco locos, por su hostilidad a calles y coches entre los bosques (como Hugo
Salomón, el principal estudioso de la flora y la fauna autóctonas), criticaron todas
estas intervenciones.
La autobiografía de Bustillo (El despertar de Bariloche) permite reconstruir
una década de intenso trabajo. Sus cartas personales, conservadas en el Archivo
Nacional en Buenos Aires, muestran la trama de la administración cotidiana, los
obstáculos burocráticos, las discrepancias políticas que se entrelazaban en torno al
pequeño mundo de los parques. Bustillo, al igual que Moreno, se inspiraba en el
modelo estadounidense, aunque a veces tomaba en consideración lo que se había
hecho en Alemania, gracias a la sugestión de los paisajes, si no del modelo político.6 De todas formas, cuando se trató de adquisiciones importantes, como la motonave que debía navegar por el lago Nahuel Huapí, prefirió confiar en la tecnología
yanqui. Italia fue la fuente de inspiración para la creación de estaciones de esquí:
de Sestriere vinieron el maestro Hans Nöbl y los equipos de socorro, de Milán, el
cablecarril que llevaba a los turistas al Cerro Catedral.7
Los contactos con los EE.UU. no se limitaron a una correspondencia con los
representantes del National Park Service o a viajes de estudio. Sin duda la idea de
fomentar obras públicas en los parques estadounidenses como instrumento para
defenderse de la gran depresión influyó en Bustillo. Pero él trató de vincular su
política a un pasado más lejano, resucitando un modelo elaborado en 1912 por un
técnico estadounidense, el geólogo Bailey Willis. Este modelo, que preveía hacer
convivir el parque con el desarrollo agrícola e industrial de las zonas de su entorno,
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había sido elaborado por cuenta del gobierno argentino y luego abandonado al olvido (Sepiurka 1997).
Bustillo, que era amigo de Pinedo, ministro de Hacienda desde 1933 hasta 1935
y luego de 1940 a 1941 (una amistad que, como veremos, le costará la presidencia
de la DNP), probablemente compartía el proyecto (explicitado en el así llamado
Plan Pinedo de 1940) de transformar y modernizar la economía argentina después
de la gran crisis, diversificando su estructura productiva y valorizando sus recursos. Por esto Bustillo en 1935 había contactado al anciano geólogo y había adquirido la rica documentación de estudios, que se había quedado en los cajones de Willis, después de que el gobierno argentino hubiera preferido no realizar nada de los
ambiciosos planes para los territorios nacionales (concebidos por el entonces ministro de Obras Públicas, Ezequiel Ramos Mejía).
Willis había comparado el Nahuel Huapí con el lago Michigan e imaginado en
sus orillas la creación de una central hidroeléctrica y una ciudad industrial. Los
estudios del geólogo yanqui volvieron a terminar en un cajón, Bustillo no consiguió crear una Chicago argentina, expió el escepticismo del entonces presidente de
la República Justo, quien a su propuesta de crear centros urbanos de frontera había
respondido observando que ‘las ciudades eran organismos vivos que no se hacían
por decreto’ (Bustillo 1968, 197).
Sin embargo, logró impulsar el desarrollo de Bariloche, convirtiéndola en la
puerta de entrada a los parques. La pequeña ciudad se benefició de la llegada del
ferrocarril, justo en 1934: su vocación turística ya se había desarrollado en los años
anteriores, gracias al esfuerzo de pioneros inmigrantes como el italiano Primo Capraro (Centeno 1993; Biedma 1997). Bustillo hizo proyectar nuevas edificaciones:
su hermano arquitecto (que ya había diseñado una ciudad para las vacaciones: Mar
del Plata) hizo un gran hotel de piedra y troncos y el arquitecto Estrada el centro
cívico, donde hallaron su sede los edificios públicos y las oficinas de la DNP. Las
fotos de la inauguración (1939) muestran un escenario un poco frío y severo, que
se inspira en Austria y Suiza: el piquete de soldados con casco y botas nos transporta lejos.8 En el centro de la plaza se colocó luego una estatua ecuestre del general Roca, el conquistador de la Patagonia. Bustillo no se identificaba tanto con él,
sino más bien con un héroe extranjero. Se trata del mariscal francés Lyautey, que
había colonizado Marruecos, abriendo calles, fundando ciudades. Bustillo se sentía
procónsul de una Patagonia olvidada por los burócratas de Buenos Aires (Bustillo
1968, 279).
La importancia de fusionar el culto de la naturaleza con el de los héroes lo empujó a celebrar mediante monumentos y ceremonias a los padres de la patria. Tras
la inauguración en enero de 1941 del monumento a Roca en Bariloche, el hermano
arquitecto proyectó construir en honor a San Martín un monumento gigantesco,
una estatua de 10 m de altura, parecida a la que se erigió para Hindemburg o a los
colosos de Mennon del valle del Nilo.9 A Francisco Pascasio Moreno Bustillo le
reservó una sepultura en la isla Centinela, en el corazón del lago. Los restos fueron
transportados al mausoleo en enero de 1943 con un rito solemne.
La difusión de una simbología patriótica en una región, cuya soberanía parecía
incierta y ‘lánguida’ a Bustillo, proseguía al mismo ritmo que la progresiva ‘privatización’ de las tierras fiscales. La venta de lotes servía para promover la actividad
turística y hotelera: a través de la DNP se ofrecieron financiaciones a intereses con-
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venientes para la construcción o la remodelación de hoteles. Llegando a prever un
‘turismo proletario’ (campings y colonias de vacaciones), Bustillo parecía inaugurar una época de democratización de un turismo que hasta ese momento había sido
privilegio exclusivo de la élite. En realidad se le reprochará favorecer a sus ricos
amigos en la adquisición de propiedades en lugares pintorescos (en particular causará alboroto el caso Pinedo).10 Bustillo se defenderá deprecando un país en el que
‘la demagogia y el resentimiento social son desgraciadamente vicios endémicos’
(Bustillo 1968, 178).
La Dirección Nacional de Parques (1934-1944): el fomento del turismo
La costosa construcción del lujoso hotel Llao-Llao, por parte de la DNP, constituyó
una fuente de ataque a Bustillo y su modelo de turismo ‘para pocos’. En 1939,
apenas dos años después de su inauguración, un incendio destruyó el hotel. Reconstruido en 1940, constituía la principal atracción para el turismo internacional.
Era su imagen la que daba la vuelta al mundo.
La propaganda constituye uno de los aspectos más interesantes de la actividad
de la DNP y permite identificar la modalidad con la cual, en el curso de los años a
caballo de la guerra, también mediante el turismo se crea un espacio panamericano.
Para los ciudadanos estadounidenses, América Latina va dejando de ser un mundo
indefinido y arcaico para convertirse en un universo conocido, hecho de paisajes y
culturas diferentes, pero accesibles. Son sobre todo la fotografía y el cine los que
crean una cercanía entre norte y sur que preceden la solidaridad de todo el continente contra el nazifascismo. Opúsculos y libros fotográficos acercan los EE.UU. (y
también Europa) a paisajes de belleza encantadora: fotógrafos famosos como el
italiano Alberto De Agostini (quien se encargó también del estudio para la creación
del nuevo parque Los Glaciares) y la alemana Giselè Freund entran en contacto
con Bustillo para dar una imagen más cautivante o verídica de los parques.11
Freund debía hacer con Victoria Ocampo un libro sobre los parques. El primer
número de la revista de Ocampo, Sur, había salido en 1931 incluyendo un suplemento con numerosas fotos de paisajes americanos. Entonces fue muy criticado por
la prensa, que lo consideraba una prueba evidente de que la revista estaba concebida más para los europeos que para los argentinos. Victoria Ocampo replicó que las
fotos estaban destinadas a los argentinos que no conocían a su propio país y preferían ir a Europa antes que visitar las cataratas del Iguazú (King 1986, 47). Su actitud era muy parecida a la que inspiraba a Bustillo, que había descubierto tarde las
bellezas de su país, hablando con sus amigos en París.
La industria cinematográfica argentina y la extranjera realizaban documentales
que transportaban a los espectadores a lugares lejanos y exóticos. Aún antes de la
creación del Instituto Cinematográfico del Estado en 1941, los diversos departamentos estatales habían promocionado en Argentina películas publicitarias propias.
Acerca del tema de los parques nacionales, YPF (Yacimientos Petrolíferos Fiscales)
había producido en 1937 la película ‘El paraíso ignorado’ (realizado por la Cinematografía Valle, en el ámbito de una serie titulada ‘Por tierras argentinas’). El
paraíso ignorado ‘para un noventa por ciento de sus habitantes’ estaba en el sur de
la Argentina. En realidad, protagonista de este documental es más el coche que el
paisaje: las tierras del sur, ricas de petróleo, se alcanzan y se visitan en automóvil.
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Se muestra que los viejos catangos de la región se reemplazan por vehículos modernos capaces de vadear ríos y atravesar desérticas ‘tierras malditas’. De esta manera se puede llegar al lago Nahuel Huapí, cuyas verdes islas parecen ‘ninfas curiosas que se asoman para contemplar el mundo’.12
En 1941 le toca a la DNP presentar ‘Nahuel Huapí’. Aquí la bonita turista rubia
llega en avión a Bariloche y rápidamente abandona su coqueto sombrerito de ciudad por un cálido gorro de lana, adecuado para las prolongadas excursiones en esquí. Las escenas en las pistas nevadas donde circulan los esquiadores probablemente hayan sido rodadas en otra parte, en Sestriere,13 pero el toque local queda asegurado gracias a una escena en la que los deportistas recuperan fuerzas tomando mate. La cuestión es mostrar un paisaje suficientemente familiar al potencial turista
extranjero: casitas bonitas con alegres familias a orillas del lago, chalets confortables, árboles cargados de nieve: un ‘mundo de vacaciones’ en el cual Sestriere o
Davos o Aspen se podían confundir con Bariloche.14
Por lo demás, a la DNP llegan ofertas de películas francesas o estadounidenses
para fomentar las vacaciones entre las nieves argentinas. En 1937 la Paramount
Film propone a Bustillo, para la promoción de los deportes invernales en Bariloche, una película con Claudette Colbert, ambientada en pistas de esquí y en 1938 el
cineasta francés Robert Mariaud sugiere que podría ser útil incluir los parques argentinos en un reportaje que está realizando sobre el viaje de Madame Cecile Sorel
a Sudamérica.15
Los Estados Unidos incluyeron los parques en una ofensiva cultural que se proponía afirmar la amistad y la solidaridad entre los países del continente. En 1940
Nelson Rockefeller, jefe del Departamento de Asuntos Interamericanos, encargó al
Walt Disney una serie de películas sobre América Latina ‘to carry a message of
democracy and friendship below the Rio Grande’ (Burton 1992, 25). Entre 1941 y
1945 Walt Disney y sus colaboradores filmaron, dibujaron, reunieron materiales en
Sudamérica y realizaron tres películas (‘South of the Border with Disney’, ‘Saludos Amigos’ y ‘The Three Caballeros’) en las cuales las imágenes están acompañadas por dibujos animados y donde los héroes yanquis Pato Donald y Goofy están
en compañía de sus homólogos latinos: el papagallo José Carioca y el gallo Panchito.
En 1941 Charles Perry Weimer rodó en varios países un documental con el
título ‘Cabalgada de Sudamérica’. Después de haber filmado los bosques y lagos
chilenos se propuso incluir en sus tomas también los parques argentinos. El autor
acompañaría la proyección de su película, en los EE.UU. y en los otros países occidentales, con conferencias en las cuales aparecería vestido con los trajes típicos de
los países visitados: en Chile se había conseguido un traje de huaso.16 Al igual que
el Goofy gaucho de Walt Disney, llevaba un tranquilizador mensaje de amistad y
solidaridad entre pueblos distintos pero aliados.
No siempre la diplomacia del buen vecino consiguió abrirse paso en el escepticismo argentino. En 1936, en ocasión de la Conferencia Interamericana sobre la
Paz, que se celebró en Buenos Aires, F. D. Roosevelt visitó el parque Nahuel Huapí. Las discrepancias entre Cordell Hull y Saavedra Llamas, que obstaculizaba los
proyectos estadounidenses de defensa hemisférica (Schoultz 1998, 318), no consintieron que la diplomacia cultural, de la que el ambientalismo era un componente
importante, desempeñara un papel significativo. En ese momento el clima argentino era hostil a las lisonjas estadounidenses. El intendente del parque, Emilio Frey,
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se lamentó que la visita ofreciese ocasión para hacerle propaganda al sistema político estadounidense en un país como Argentina, inadecuado según él para la democracia, porque la masa de la población le parecía ‘venal, torpe e irreflexiva’.17
Los Estados Unidos se preocuparon por favorecer la circulación por el continente solicitando que se redujeran las trabas burocráticas en materia de visas, certificados sanitarios y se permitiera la introducción de equipaje turístico (máquinas
fotográficas, etc.) sin aranceles. En 1933 se había creado una división de turismo
en el ámbito de la Unión Panamericana y en abril de 1939 se convocó el Primer
Congreso Interamericano de Turismo en San Francisco (el siguiente se celebraría
en México en 1941 y el tercero en 1949 en Nahuel Huapí, en Argentina). Se impulsó la creación de un sistema panamericano de carreteras.
En Argentina en 1939 se discutió una ley nacional sobre el turismo: había distintos proyectos. Se trataba de decidir qué modelo seguir, si el estatalista de Italia y
Alemania, el privatista de Inglaterra y Suiza o el mixto de Francia, donde el Estado
coordinaba las iniciativas privadas y públicas.18 Se creó una Dirección Nacional de
Turismo en 1941 anexa a la DNP que, según Bustillo, pesaba inútilmente sobre el
ya escaso presupuesto de la sección (Schlüter 1987, 20).
Si, por un lado, con el estallido de la guerra en Europa el turismo interamericano adquirió mayor importancia, por otro, se hicieron sentir los problemas provocados por la escasez de petróleo, que obstaculizaron el desarrollo de las comunicaciones automovilísticas. A Bustillo el nuevo gobierno militar (1943) le encomendó
la gestión de la distribución de bonos de nafta para el turismo, en el marco del racionamiento.19
Los Estados Unidos en 1940 redactaron la primera convención panamericana
sobre la conservación (Convención para la Protección de la Fauna, de la Flora y de
las Bellezas Escénicas Naturales de los Países de América). Los estados firmantes
de la Convención de Washington (todos los países sudamericanos salvo las Guayanas) se comprometieron a crear áreas protegidas y los parques nacionales fueron
definidos como ‘regiones establecidas para la protección y conservación de las
bellezas escénicas naturales y de la flora y fauna de importancia nacional, de las
que el público pueda disfrutar al ser puestos bajo vigilancia oficial’ (Amend S. y T.
1992, 7). De esta manera los Estados Unidos sustrajeron a Gran Bretaña el papel de
país guía en el plano internacional, incluso en el campo del ambientalismo. De
hecho, esta nación europea había sido la primera en dar impulso a encuentros internacionales y convenciones sobre la protección de la flora y la fauna, proponiendo a las otras potencias coloniales una común definición de parque nacional en
África y Asia (Arredondo 1962, 24-5).
Además no hay que olvidar que los EE.UU. temían una expansión política y
económica de Alemania en América Latina: en la lucha por mercados y materias
primas, incluso el manejo de los parques nacionales acabó desempeñando un papel.
Un ejemplo lo da justamente la Argentina. Las voces que se fueron sucediendo
desde 1937 en adelante sobre un peligro nazi en Patagonia (conquista de un enclave en áreas aisladas, verdaderas ‘tierras de nadie’) adquirieron la dimensión de un
caso nacional en 1939, cuando en la prensa ocupó los titulares un complot nazi
urdido por agentes alemanes en complicidad con separatistas patagónicos (que querían el autogobierno). El presidente Ortiz liquidó la noticia bomba como un ‘cuento
de hadas’. Quizás el complot existió realmente, pero su finalidad no era tanto cons-
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truir un Reich en el extremo sur del continente sino más bien suscitar un clima de
miedo que obstaculizara la firma de un tratado de trueque entre Argentina y Alemania (Newton 1995, 242-55).
Sin embargo, el episodio sugirió que era necesario vigilar más de cerca a los
alemanes que visitaban esta área y sus actividades (pagaron los platos rotos no sólo
empresas y asociaciones alemanas, sino también dos documentalistas que terminaron arrestados y 26 boy scouts, cuya presencia en Comodoro Rivadavia había sido
denunciada por el representante argentino del Comité de Lucha contra el Racismo
y el Antisemitismo). La presencia militar en el sur patagónico se intensificó. Resurgieron las desconfianzas recíprocas entre Chile y Argentina y se difundieron
voces de un Anschluss de la Patagonia, propiciado por nazis chilenos. Incluso el
incendio accidental del hotel Llao-Llao dio lugar a siniestras sospechas de sabotaje.20 La presencia de los militares, que en 1941 asignaron un destacamento a Puerto
Frías, fue el comienzo de roces con la DNP.21 Esto fue el preludio para que, tras el
abandono de Bustillo en el 44, la Dirección pasara a ser manejada directamente por
los militares, que en ese momento estaban en el poder. Napoleón Irusta, que había
guiado el destacamento, sería nombrado director de la DNP en 1945.
El pueblo de vacaciones: los parques en los años de Perón (1945-1955)
En 1943, año del golpe militar en Argentina, el gobierno estadounidense asignó
$45.000 a la Unión Panamericana para llevar a la práctica lo que establecía la Convención de Washington. Se creó una Sección de Conservación, en el ámbito de la
Oficina de Cooperación Agrícola de la Unión Panamericana, dirigida por William
Vogt, autor del famoso libro, Road to Survival y que había dirigido programas de
investigación en México, Guatemala, Chile, Costa Rica, El Salvador y Venezuela.22
En Argentina la DNP (bajo el nuevo nombre de Administración General de Parques Nacionales y Turismo – AGP) en 1945 había pasado a depender del dinámico
ministro de Obras Públicas Pistarini, quien había declarado: ‘Encaramos el turismo
como fin social. Queremos que la masa o gran conglomerado disfrute las bellezas
de los parques nacionales para que así admire y quiera más a su patria: El Ministerio de Obras Públicas puede coordinar el transporte y pronto comenzará la construcción de hoteles económicos’.23
Con Perón, elegido presidente de la República en 1946, se desarrolló el turismo
de masa, manejado por los sindicatos y por la Fundación Eva Perón. Gracias a las
vacaciones retribuidas, una de las conquistas más importantes de la Confederación
General del Trabajo, gracias a las unidades turísticas construidas por Pistarini en
varias localidades de vacaciones en la playa y en la montaña, nació un ‘paraíso de
los humildes’, un espacio para las vacaciones, en el que cupieron también los parques. A los siete parques creados por Bustillo se añadieron otros cuatro (El Rey,
Río Pilcomayo, Chaco, Los Bosques Petrificados).
El control militar de las áreas lindantes con Chile no se abandonó. En el mismo
centro del parque principal, el Nahuel Huapí, se instaló un laboratorio atómico. La
colonización, en cambio, perdió importancia y los ocupantes precarios, que se
habían establecido en los parques en el período de Bustillo, tuvieron que irse o
regularizar sus títulos de propiedad (Aagesen 2000, 553). También se fueron los
ricos propietarios de estancias caídos bajo la demagogia de las confiscaciones for-
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zadas, llevadas a cabo en nombre del pueblo. Llegaron obreros y empleados. La
AGP administraba sus propios hoteles (fruto de nuevas construcciones y confiscaciones) y establecía un control sobre los privados, en cuanto a precios y condiciones higiénicas.
Gracias al Préstamo Nacional Hotelero, desde 1947 particulares y asociaciones
(sindicatos) presentan solicitudes de financiación de millones de pesos para la
construcción de hoteles e instalaciones turísticas. Bajo la supervisión de AGP el
Banco Hipotecario presta a un interés que va del 3 al 5 por ciento el dinero hasta
cubrir el 90 por ciento de cada inversión. Son 17.000 en 1946 y 45.266 en 1949,
los turistas en Nahuel Huapí. La Sección Turismo de la AGP administra en 1948 15
hoteles (comprendidos los de las compañías de ferrocarriles nacionalizadas en
1947) y 5 albergues con un total de 1618 camas en los parques y en las provincias
del norte (Córdoba, Mendoza, San Juan, Tucumán, Salta, Jujuy). Los parques entran en el circuito de las maravillas del justicialismo, que tiene sus fuertes en la
Ciudad Infantil y en los barrios obreros. Banqueros, industriales, periodistas, agregados militares y congresistas extranjeros son huéspedes bienvenidos en sus lujosos hoteles: con los gastos corre la Presidencia de la República. Reinas del trabajo,
sindicalistas, senadores y ministros locales transcurren allí sus vacaciones-premios.
Por turnos los descamisados disfrutan de una semana de vacaciones a precios
bajos. Los grupos organizados son de unas treinta personas. Tienen un programa de
excursiones previamente establecido, siempre acompañados por un jefe de grupo.
En las publicaciones oficiales y en los diarios de la época siempre aparecen obreros
sonrientes en los pasos de alta montaña, en amplios comedores, junto al fuego de
rústicos hogares. Para inscribirse en estos veraneos hay que presentar un documento de identidad y un certificado de trabajo que compruebe el sueldo. En 1948 en
estos viajes participan 1020 obreros, 768 de los cuales van a los parques Nahuel
Huapí e Iguazú. Los más jóvenes se alojan en campings o en los centros sociales.
En 1948, con estadías subsidiadas hasta el 40 por ciento llegaron a orillas del lago
Nahuel Huapí 1553 estudiantes y 53 profesores de las escuelas secundarias. Cien
alumnos de Buenos Aires son llevados a ver las cataratas, mientras 140 colegas
llegan desde los lejanos territorios de los parques a la capital, justo a tiempo para
celebrar ordenadamente, en fila y de guardapolvo blanco, el Día de la Raza o el de
la Lealtad (Scarzanella 1998). El populismo de Perón integró los sectores populares de la nación. Probablemente los ritos cívicos contribuían menos a suscitar el
orgullo patriótico que los recuerdos de las vacaciones entre los picos nevados en
hoteles ricamente decorados.
Los Estados Unidos donde, tras la guerra, la política en favor de los parques se
conjugó cada vez más con la promoción del ocio popular seguían funcionando como modelo (Kraus 1978, 191). Los trabajadores que llegaban a los lagos y bosques
del sur pasaban sus vacaciones en hoteles que imitaban al Old Faithful de Yellowstone. Pero desde las paredes sonreían los retratos de Evita, las mesas de los comedores estaban puestas con platos y cubiertos con el logotipo peronista. No hay de
qué asombrarse: también en otros campos la búsqueda de la modernidad seguía
inspirándose en el estilo norteamericano. En las aulas escolares se enseñaba el verbo peronista, pero al mismo tiempo el secretario de Educación Pública, Ivanissevich, introducía desde los EE.UU. la costumbre de los equipos deportivos de los
institutos con uniformes y banderas; en los barrios obreros la arquitectura de las
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casitas con jardín se inspiraba en los suburbios de la clase media norteamericana.
Si el turismo llegó a ser la actividad más importante de los parques no por eso
se olvidó su papel pedagógico y de defensa de la frontera. En el parque Iguazú se
abrió un Museo Histórico Regional (ya Bustillo había creado uno en Bariloche),
que reunía recuerdos militares, material etnográfico y animales embalsamados procedentes de Nahuel Huapí. La AGP compró cuadros que representaban paisajes
naturales de los parques del norte y del sur para repartirlos entre sus oficinas y
hoteles ‘para producir esa emoción estética de la Patria una, mezclando las esencias de una y otra zona’ (Administración General de Parques Nacionales y Turismo
1949, 33).
Se instituyó en 1948 el Día de los Parques Nacionales (se celebraba el 6 de noviembre, fecha en la que Moreno había donado sus tierras). Junto con el Día del
Hogar (10 de enero) llegó a ser para AGP la ocasión para ejercer una función ‘civilizadora’ en los parques más aislados y habitados por indios: efectivamente, se
celebraban matrimonios y bautismos, regularizando los vínculos ilegítimos. A partir de 1945 se celebraron además, en el mes de febrero, la Fiesta de la Flora Argentina y la Fiesta de la Fauna Argentina. La radicación de la población en las zonas
más inhóspitas fue favorecida gracias a la creación de escuelas, consultorios médicos y, no parece menos importante, salas para las proyecciones cinematográficas
(Administración General de Parques Nacionales y Turismo 1947, 1948, 1949).
Tampoco el turismo internacional fue abandonado. Con la construcción del
gran aeropuerto de Ezeiza, Argentina llegó a ser una meta más accesible. En 1949,
en la Quinta Avenida de New York, se inauguró una Oficina de Turismo Argentino: en consonancia con los tiempos se esperaba atraer a los Parques Nacionales
‘grupos organizados’ de estadounidenses. Argentina lanzó en ese mismo año una
Campaña Latinoamericana para la Protección de la Naturaleza y la Conservación
de los Recursos Nacionales, con finalidades didácticas.24 Tal campaña seguía explícitas indicaciones de la Unión Panamericana y de la conferencia internacional (Lake Success, 1949) organizada por la Unión Internacional para la Protección de la
Naturaleza (creada en 1948) y de la UNESCO. De esta manera el peronismo supo
utilizar los parques nacionales y la protección de la naturaleza no sólo para sus
fines internos, sino también para alcanzar prestigio internacional.
A principios de los años cincuenta, probablemente como consecuencia de la
desfavorable coyuntura económica, el desarrollo del turismo pasó a segundo plano
y la AGP se orientó hacia la neta separación de zonas permitidas (Áreas de Recreo)
y áreas prohibidas a los turistas (Reservas Naturales) en el ámbito de los parques.
La clasificación y salvaguardia de la flora y fauna autóctonas (como el cisne de
cuello negro o la palma yatay) llegó a ser uno de sus objetivos centrales (Tortorelli
1955). Ante los ojos de los Estados Unidos y de otros países latinoamericanos, la
Argentina justicialista podía presentarse como un país de vanguardia.
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Conclusiones
Las páginas anteriores son el fruto de una investigación todavía en curso. Sin embargo, es posible sacar algunas conclusiones que son, al mismo tiempo, hipótesis
de trabajo para ahondar ulteriormente. Dos son las cuestiones centrales.
1) La creación de los parques en Argentina se da en el contexto de un movimiento de alcance continental, que apunta a la conservación de las bellezas naturales, cuyo principal inspirador son los Estados Unidos. Cabe distinguir algunas fases de desarrollo en la difusión del modelo estadounidense: la primera
queda ejemplificada en el encuentro de Roosevelt y Moreno; la segunda en las
relaciones de Bustillo con la National Park Administration y el geólogo Willis
y, por fin, la tercera en la Convención de 1940 y en las campañas de reforestación y antiincendio de los años siguientes, impulsadas por conferencias internacionales convocadas a tal fin.
Sería interesante ahondar en las razones que empujan a los Estados Unidos a fomentar los parques: cabe pensar ya en un expansionismo cultural (difusión de ciencia y técnica), como corolario del expansionismo político y económico, ya en la
preocupación por la defensa de los recursos continentales(desde la madera hasta las
reservas hídricas para la agricultura), juzgados estratégicos en caso de guerra, real
y verdadera o ‘fría’.
2) La creación de los parques es un elemento destacado de las políticas
nacionalistas. Sirve para definir en el tiempo tres imágenes de nación: la de una
nación pionera, que extrae su fuerza de la naturaleza, la de una nación que
consolida su economía y explota racionalmente sus recursos y, finalmente, la de
una nación ‘socialmente justa’ (usando la terminología peronista), que permite
a todos los ciudadanos gozar de su patrimonio de riqueza y belleza.
A partir de estas observaciones surge una pregunta: ¿los objetivos de la pedagogía
conservacionista impulsada por los Estados Unidos y los que perseguían los gobiernos argentinos siempre se armonizaron o a veces entraron en conflicto? ¿Cómo
pudieron convivir un latente expansionismo cultural estadounidense y el nacionalismo argentino?
Concluyendo, me parece que se puede decir que en la primera mitad del siglo
XX no emergen contrastes ni roces y que, por el contrario, son frecuentes las contaminaciones estilísticas entre lo yanqui y lo criollo. A principios de siglo el modelo estadounidense encajaba perfectamente en el proyecto argentino de tutelar los
bosques del sur. A continuación los proyectos de desarrollo económico, tanto de
los años treinta como durante el peronismo, se localizaron en áreas (esencialmente
la provincia de Buenos Aires) ajenas a los parques y no se planteó el problema de
sacrificar recursos hídricos o forestales en función del crecimiento. La defensa del
ambiente y el desarrollo del turismo pudieron convivir: tampoco en el período del
así llamado ‘turismo popular’, el número de visitantes de los parques amenazó con
destruir o modificar el patrimonio natural.
Sin embargo, el caso argentino no se puede generalizar. En México, por ejemplo, seguramente el paisaje desempeñó un papel menor que la historia en la creación de una identidad nacional y el modelo estadounidense de los parques como
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lugar de culto de la patria probablemente ejerció una influencia menor. En los años
treinta (sobre todo durante la presidencia de Cárdenas) los objetivos de la reforma
agraria (muchos parques comprendían áreas pertenecientes a ejidos) se revelaron a
menudo inconciliables con una rigurosa defensa de la naturaleza (Simonian 1995).
Por último, después de la guerra, en algunos casos los parques fueron sacrificados
en nombre del desarrollo industrial. En Argentina, país sin un pasado de grandes
civilizaciones, la naturaleza mereció, en cuanto recurso simbólico, una tutela más
firme y los proyectos de desarrollo económico o de integración social demostraron
ser capaces no sólo de armonizarse, sino también de valerse de la existencia y el
desarrollo de los parques.
***
Eugenia Scarzanella es Catedrática de Historia e Instituciones de América Latina
en la Universidad de Bolonia, Italia. Es miembro de AHILA y de LASA. Sus intereses principales de investigación son la historia social y de género en América
Latina, además es especialista en la historia de la inmigración italiana en la Argentina. Publicaciones recientes: Barbara Potthast y Eugenia Scarzanella (comp.), Las
mujeres y las naciones. Problemas de inclusión y exclusión, Frankfurt.a.M./Madrid
2001; ‘La tratta delle donne. Inchieste, esperti, dibattiti alla Società delle Nazioni
(Ginevra 1922-1939)’ en Nuova Storia Contemporanea, a.VI, n.1, enero-febrero
2002, pp.31-44; Ni gringos ni indios. Inmigración, criminalidad y racismo en Argentina (1890-1940), Universidad Nacional de Quilmes, Buenos Aires, 2002.
<[email protected]>
Notas
1.
2.
Remito a König 2000, para el amplio debate sobre nación y nacionalismo en América Latina.
De ahora en adelante se indica como AGN-AB (Archivo General de la Nación-Archivo Bustillo,
Buenos Aires).
3. Según las palabras de Moreno, citadas en Moreno Terrero de Benites 1988, p. 170.
4. El cónsul chileno se quejó ante el Intendente del parque Nahuel Huapí por los desalojos. Bustillo
anotó en la carta que le refería este episodio que en algunos casos se habían cometido injusticias:
carta de E. Frey a Bustillo del 12 de noviembre de 1936 en AGN-AB, legajo 3344.
5. En vísperas de su renuncia en abril de 1944, Bustillo protestará ante el Ministerio de Agricultura
por el proyecto de la recientemente creada Dirección Forestal que se disponía a explotar los bosques del sur, lo que iba a significar ‘la muerte de Parques Nacionales’. AGN-AB, legajo 3348.
6. Era lo que sugerían las postales enviadas a Bustillo en 1935 por un tal Carlos desde la Selva Negra
y el Bodensee, que subrayaban las analogías entre estos lugares y el Nahuel Huapí y la oportunidad
de imitar lo que se había hecho en Alemania; al lado de la firma se lee un Heil Hitler. AGN-AB, legajo 3354.
7. La correspondencia con Nöbl en AGN-AB, legajo 3345 y la referida a los contactos con la empresa
italiana Ceretti e Tanfani, ivi, legajo 3346.
8. El album de fotos en AGN-AB, legajo 3353.
9. Así se describe el proyectado monumento en una carta que envía a Bustillo el intendente de Nahuel
Huapí el 24 de noviembre de 1941, en AGN-AB, legajo 3347.
10. Pinedo fué detenido y su estancia expropriada en 1944, Bustillo se dimitió. AGN-AB, legajo 3348.
11. El contrato para un libro sobre los parques con texto de Victoria Ocampo y fotos de Giselè Freund
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12.
13.
14.
15.
16.
17.
18.
19.
20.
21.
22.
23.
24.
fue objeto de un intercambio epistolar de 1941 a 1943 entre Bustillo y ambas artistas, sin que se
llegara a un acuerdo satisfactorio. Victoria pidió entre otras cosas a Bustillo que la favoreciera en la
adquisición de terrenos en el parque Nahuel Huapí, que conservaba desde el punto de vista edilicio
un equilibrio que su Mar del Plata ya había perdido. AGN-AB, legajo 3347 y 3348.
El comentario de la película en AGN-AB, legajo 3345.
Nöbl escribe de filmes realizados en Sestriere y montados en Berlín sobre técnicas de esquí en
AGN-AB, legajo 3345.
La película en AGN-Sección audiovisuales: Instituto Cinematográfico del Estado, Carlos Alberto
Pessaro, Nahuel Huapí (1941).
AGN-AB, legajo 3344 para la Paramount (1937) y legajo 3345 para la propuesta de Mariaud (1938).
Artículo de El Mercurio, Santiago, 6 de marzo de 1941, en AGN-AB, legajo 3347.
Carta a Bustillo, 29 de noviembre de 1936, AGN-AB, legajo 3344.
Los projectos en AGN-AB, legajo 3346.
Noticia en Turismo, órgano del Touring Club Argentino 1944, n. 414.
Carta de V. Thurmann de la Deutsche Botschaft a Bustillo, del 31 de octubre de 1939, en la que se
recuerdan esas voces publicadas en un periódico de la Capital Federal y se lamenta la pérdida del
hotel. AGN-AB, legajo 3346.
Sobre las discrepancias con el intendente Christensen, que se referían también a la negativa de
abastecer de madera al ejército, véanse algunas cartas de N. A. Irusta a Bustillo entre abril y noviembre de 1941, en AGN-AB, legajo 3350.
Como relata Americas, revista de la Unión Panamericana en diciembre de 1951.
Discurso citado en Turismo , Organo del Touring Club Argentino, 1945, n. 426.
Noticias en La Conservación en las Américas (Publicación de la Unión Panamericana) 1951, no.
8-9.
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