Donde se valora el papel de la mujer

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Donde se valora
el papel de la mujer
Donde se valora el papel de la mujer
Teodora Aguilar.
la mujer en la lucha por la tierra
Ahora quiero referirme al protagonismo de la mujer, que es bien
grande. Se esfuerzan las compañeras por estar en la lucha. Cumplen
tareas en la casa y tareas en la lucha. Y cada vez se ve más nuestra
participación en las movilizaciones callejeras.
Llevamos años capacitándonos, hombres y mujeres, para luchar
por nuestra tierra. Ocupamos y tenemos problemas con los latifundistas porque vienen y nos desalojan. Y ese desalojo es casi siempre
violento. Entonces nos preparamos para resistir. Si vienen los policías, no aceptamos salir por la buena. Defendemos nuestro lugar. Y
cuando nos reprimen, salimos un rato nomás. Se van ellos, volvemos
a entrar. Hasta 20 veces así, hemos hecho para ganar la tierra. Y en
esa lucha larga es cuando vienen las acciones de las compañeras. Sin
ellas, la lucha no podría darse así, tan prolongada. Son las mujeres,
principalmente, quienes se enfrentan una y otra vez con la policía; a
los hombres es costumbre que les lleven a todos presos. Quedan las
mujeres y los niños en las ocupaciones. Y nomás ellas emprenden la
resistencia. Hay mucho coraje en nuestras compañeras.
Alberto Areco se autocritica y reconoce que,
en otros tiempos, pensó algo distinto
Y en mi caso, por lo menos, me debo bastante autocrítica. Bastante tengo que aprender de mis camaradas. Antes, por ejemplo,
sólo actuaban los hombres en las organizaciones. Y las compañeras
que hoy militan, mujeres de compañeros, quedaban en sus casas y
mucho menos los hijos participaban de esta lucha nuestra. “Ellas
no entienden de estas cuestiones”, considerábamos. Luego aprendimos que sí, que éramos los hombres quienes no entendíamos
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bastantes cosas; y hubo que aprender con los golpes. Eso también
fue muy importante para plantear a los compañeros de otros asentamientos. La necesidad de la transformación de la sociedad tiene
que pasar por todos.
Esto partió de nosotros luego de un tiempo, porque lo que antes decíamos era: la organización y la lucha es cosa de hombres, la
mujer debe cuidar de su hombre y sus niños en la casa.
Aquí Teodora evoca cómo sus cuñadas Nicolasa
y Joaquina Alvarenga, amas de casa,
se hicieron grandes luchadoras
En nuestra familia somos cinco: Juana, Joaquina, Nicolasa, yo y
ahora también mi hija, todas andamos haciendo esta vida. Yo, como
dirigente gremial, participo bastante en actos, en cortes de rutas, pronunciando mis discursos, discutiendo con la masa en reuniones…
Pero Faustina y Nicolasa, que son mis cuñadas, con otras compañeras de base, van también a las movilizacines a decir lo suyo, a tirar
bolonqui junto con los compañeros, a defender las cuestiones nuestras. Discuten la política y participan con su palabra. Yo estoy desde
niña pero ellas no tanto. Entonces una vez voy llegando a casa y les
digo: “ustedes no se van a quedar a cocinar y todo eso…, como esas
amas de casa que andan detrás de los maridos. No, ustedes también
se ganaron su derecho a estar en esta lucha, que no es un privilegio
de hombres”, les digo. Sí, así mismo les hablé a las mujeres de mis
hermanos. Y ellas estuvieron bien de acuerdo y se sumaron, tan rápido, sin solicitar permiso a sus maridos. Lo decidieron por su cuenta
y mis hermanos respetaron la voluntad de ellas; y ya marcharon a
un corte de ruta. De repente, el compañero que dirigía aquello les
dio orden: “que las mujeres se mantengan al frente de la barricada”.
Entonces Faustina y Nicolasa empezaron su primera experiencia....
Y se quedaron en primera fila para discutir con los policías, con
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los camioneros que querían arremeter, para combatir primeramente,
cuerpo a cuerpo, si era necesario y defender la barricada campesina. Ellas se desenvolvieron bien. Muy bien lo hicieron. Así fue su
bautismo. Ahora son grandes luchadoras en nuestro departamento
de San Pedro y dirigentes. Van a hacer difusión por la radio, van a
mitines…, a hacer su trabajo militante ahí donde la Federación las
requiere, sin faltarle a los maridos ni a sus hijos, ni a la casa. Ejemplo
de luchadoras son mis cuñadas. Y mis hermanos que desde más
antes están en la causa han tenido que aceptarlo así.
Relato de María Cristina*, ocupante de
Republicano. entredicho con un terrateniente
Republicano es un asentamiento enclavado en el departamento de San Pedro, desde el 24 de abril de 1996 cuando 44 familias
sin tierras ocuparon 413 hectáreas pertenecientes a un latifundio
de la familia Castagnino. Precedió la conquista definitiva una ardua
y prolongada lucha, con desalojos, provocaciones y apresamientos
policiales. Participaron hombres y mujeres. El testimonio que sigue
refiere a uno de esos primeros enfrentamientos:
– Resulta que el terrateniente tiene su hijo. Y éste viniendo hasta
aquí, un día de lluvia. Y nosotros le apresamos para que liberaran a
un compañero puesto preso por culpa de su padre. Esa vez el hijo
del terrateniente llegó con su camioneta, lo acompañaban otro señor
y tres suboficiales. Su camioneta bien brillosa era. Las mujeres le
vimos llegar y rodeamos su camioneta. Desde las cinco de la tarde le
tuvimos cercado hasta las 11 de la noche. Teníamos algo de alcohol
*María Cristina, oriunda de San Pedro, al narrar este episodio tenía poco más
de 20 años. Alguna vez llegó hasta Buenos Aires a trabajar en el servicio
doméstico. “Hasta me traje un recuerdo de allá, que habla y come todo el tiempo”, nos dijo revelando un camino común para miles de sus compatriotas. Ella
eligió estar de vuelta en su tierra. Luchando para ganarla definitivamente.
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de quemar, viste, y le amenazamos con quemar su vehículo tan brillante. El hijo del patrón era bien buenito, un santo era. Quería fumar
y no tenía cigarrillos, quería comer caramelos y no tenía caramelos…
No traía un peso encima. Ni pensaba él que le iba a ocurrir semejante
cosa. Su papá y los policías, esa vez, se quedaron en la casa principal
tan tranquilos mientras él vino aquí a querer llevarnos por delante. El
llegó para gritarnos su rabia de terrateniente invadido. Pero le hemos
agarrado por sorpresa y ya no pudo movilizarse ni descender de su
camioneta. Comenzó a llover. La lluvia arruinaba un poco el brillo de
su camioneta. “Qué me van a hacer”, preguntó muy miedoso, después
de un tiempo. “Por ahora no sabemos”, le replicó una compañera y
nos reímos con bastante ganas. De a ratos, lo hacíamos descender de
su vehículo para que se mojara un poquito, para que sufriera algo y lo
volvíamos a meter. El hacía todo lo que decíamos.
Y ya mandaron a muchos policías para rescatarlo de nosotras.
Pero llegando nomás vio que eso era imposible. Demasiadas mujeres le rodeábamos. Si intentaban algo, íbamos a quemar la camioneta. Eso decidimos. Hermosa era su Toyota.
A las 9 de la noche vino un hermano de él. Más bravo que nuestro prisionero, era. Y viene con su prepotencia y nos dice que no
entiende guaraní, que así no puede hablar con nosotras; deseaba
humillarnos, verdad; burlarse de nuestro uso del guaraní, que bien
bonito es. El llegó armado y en compañía de más uniformados. Miró
a su hermano y le dijo con enojo “qué haces acá sin arma. Con esta
gente no te podés confiar”. Y ahí le dijo su hermano “andate de
acá, no vengas a crear problemas, yo estoy bien”. Es que nosotras
le detuvimos nomás. No le insultamos porque era bastante buenito.
Su hermano se retiró entonces, hasta que fueron llegando más y
más policías, como sesenta, setenta policías antimotines. Recién a
las once de la noche se animaron a avanzar hasta el auto y lograron
esparcirnos a empujones y golpes. También hubo muchos tiros al
aire y nosotras meta dar vueltas a los gritos sobre su camioneta.
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Por fin rescataron al hijo del terrateniente, pero la camioneta quedó
inutilizada, bien fea. El hijo del patrón, luego ya liberado, olvidó su
buenura y buscó mandarnos a la cárcel. Su padre puso la denuncia
en Oviedo, quería orden de detención para todas. Respondimos que
iríamos a la cárcel con nuestros hijos, porque acá habemos demasiadas madres solteras. Seis mujeres somos cabeza de familia y en ese
momento había más, porque había compañeros presos y sus mujeres
también estaban solas. Luego el patrón nos ha insultado, nos ha tratado de desvergonzadas. Un día vino y nos dijo que nos apartáramos
ya mismo de su tierra. Le hemos dicho, ¿a dónde?, si no tenemos
casa. Y el muy listo nos dice, “¿cómo sin tener casa se largan a tener
hijos?”. “Es que para hacer hijos no se necesita tener casa”, replicamos sin contener la risa. Y él entonces ha dicho que su mujer, que
es toda una señora, no habla de tal forma. “Pero a los hijos los habrá
hecho igual que nosotras”, contestamos y nos dio más risa todavía,
pero el patrón ya no quiso seguir conversando.
Florencia Flecha. Sobre la problemática de la
mujer en el seno de la FNC
La FNC dispuso que una de sus secretarías fuera para abordar
asuntos específicos de la mujer. Ya que las compañeras campesinas
ponemos el pecho en las movilizaciones tanto como los hombres.
Por lo que nuestro lugar, en los demás asuntos organizativos, también debe equipararse. Ahora damos batalla a algunas ideas malas
que tienen los compañeros sobre nuestro género. Ideas que nos colocan atrás de sus derechos. Son ideas que traemos en nuestras cabezas, un poco todos. Hombres y mujeres tenemos pensamientos así
de atrasados y necesitamos cambiarlos. Nos hace falta capacitación
política e ideológica, pero lo vamos logrando. Esto es libre (se refiere
a la participación en las movilizaciones y al trabajo militante). La que
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quiere viene y la que no se queda en su casa. Pero creo que todas
debemos pensar si deseamos cambiar o seguir como antes, cuando
nuestro lugar era lavar ropa, cuidar niños, trabajar sin opinar sobre
otro asunto que no fuera el familiar… Ahora, desde la organización
campesina vamos procurando un sitio diferente. Y no partimos de
mirar al compañero como si fuera un enemigo. Eso no. El compañero es compañero y si tiene ideas o actitudes que manifiestan
desprecio por la mujer, le invitamos a que piense seriamente de una
manera distinta, que trate de comprender este parecer nuestro. Hay
quienes se resisten a modificar sus ideas. Hay quienes en reunión
dicen: “bueno sí, ellas tienen razón”; pero de regreso a su hogar
vuelven a ser los de antes. “En mi familia decido yo”, concluyen.
Otros, en las asambleas piensan un poco y luego dicen “Estoy de
acuerdo con el planteo, las compañeras mujeres tienen derecho, ellas
son luchadoras y está bueno que luchen, ellas pueden ser dirigentes, todo… pero en casa mi mujer es mi mujer y mis hijas son mis
hijas. Y es costumbre nuestra ser como somos. ¿A quién molesto
con ser así? No estorbo a los demás y respeto la organización…” Y
hay compañeras que aceptan de sus compañeros ese pensamiento
individualista y tratan de justificarlo. Se tarda bastante en cambiar
algunos pensamientos. Pero ya vamos avanzando.
Belén Imas, responsable del frente nacional de
mujeres del MPRPP
opina sobre las mujeres campesinas organizadas
No podemos hablar de la mujer paraguaya generalizando. Es
engañoso contemplar el tema desprovisto de una perspectiva de
clase. Las cuestiones de género son trastocadas por las condiciones
objetivas que se desarrollan en cada clase social. Por ejemplo, en el
ámbito campesino, donde despliega su mayor influencia la FNC,
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las contradicciones hombre-mujer quedan expuestas con suma evidencia a partir de que las compañeras tienen amplia participación
en todo cuanto se refiere a las luchas concretas por la tierra: ocupaciones de latifundios, resistencias, movilizaciones… siempre participa la mujer. Entonces las contradicciones no se pueden eludir u
ocultar por mucho tiempo si no es en detrimento de la práctica en
su conjunto. El tema se hace ineludible y requiere que sea abordado
comunitariamente, en el seno familiar y aún en el de la producción
propiamente dicha.
La experiencia indica que es un camino muy largo a recorrer. De
hecho, las contradicciones no son prontamente superadas, algunas
de ellas se resisten a morir y perdurarán por mucho tiempo, pero podrían ir resolviéndose en la medida en que profundicemos el debate
colectivo y que la misma organización de las mujeres posibilite que
las compañeras sean sujetos del proceso.
Desde el MPRPP ponemos gran empeño en impulsar la participación política de las mujeres campesinas. En primer lugar, porque
es parte de la fuerza principal, el campesinado. Y por otro, porque
como pobres pesan sobre ellas todos los elementos de opresión y
discriminación de género.
Belén. Relato de dos experiencias
concretas de violencia
Esto sucedió en un asentamiento ubicado en el departamento
de Caaguazú cuya lucha, para conquistar la tierra, duró seis años.
En ese proceso de combate la presencia y determinación de las
mujeres adquirió un papel relevante. Algunas eran casadas, otras
solteras. Las había muy jóvenes y de edad avanzada. Todas pusieron
su fuerza junto, a veces detrás y otras delante de los hombres, por
un objetivo que unía a ambos: la tierra.
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Ellas estaban para resistir los desalojos, en la provisión de alimentos, apostadas en los retenes de seguridad, dispuestas a enfrentar la intimidación policial. También en las protestas callejeras, cada
vez que sus compañeros fueron a la cárcel.
Luego de conquistar la tierra, continuaron siendo partícipes.
Ganaron su espacio en los combates previos. Y hasta el presente
son partícipes activas en la organización y funcionamiento de la
comunidad.
Durante el proceso de formación del asentamiento, una compañera era permanentemente maltratada física y verbalmente por su
marido. Ella calló esta situación. Según explicaba, su vida era así desde hacía mucho tiempo, casi después de que decidieran formar pareja.
Pero esa intención de ocultar y negar los golpes era inútil cuando en su rostro aparecían las huellas de una histórica tragedia que
ella no se animaba a denunciar; según dijo “para no sacar las cosas
de la familia hacia afuera”.
Sin embargo, como todas las acciones equivocadas, ésta también un día se desnudó. Ella hizo la primera denuncia al comité, la
instancia más pequeña de organización dentro del asentamiento.
En aquella ocasión el comité conversó con el marido e hizo una
primera advertencia, observando que él debía poner empeño en
transformar dicha situación. El colectivo obró con aparente justeza.
Sin embargo, en la instancia privada, de lo individual, la presión y
la culpabilidad aún recaían con mayor fuerza sobre ella por haber
“desparramado hacia fuera las cosas de la familia”.
Y así, un día nuevamente fue golpeada; esta vez poniéndola al
límite de la muerte. Pero ya no recurrió a guardar su dolor en el
encierro del hogar, sino que salió a denunciar el hecho ante sus
vecinas. Estas solicitaron una asamblea. Participaron todos los comités y miembros del asentamiento. La compañera denunció los
repetitivos hechos de violencia que padecía. Y la asamblea respaldó
la denuncia y expresó su solidaridad con la víctima. Entonces hubo
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una nueva advertencia al golpeador, comunicándosele que era la
última antes de tomar una determinación final. El prometió superarse y abandonar esa mala conducta. Su promesa fue pública, en el
transcurso de aquella instancia de discusión colectiva.
Durante los quince o veinte días siguientes todo el asentamiento
vigiló el compromiso realizado. Cuando ya todos creían que existía
una transformación, la compañera una vez más fue golpeada. A pesar
del dolor y el miedo que sintió, esta vez optó por confiar en el respaldo de sus compañeros y compañeras y volvió a revelar lo sucedido.
Por segunda vez, entonces, se reunió la asamblea y pidió la opinión de la compañera, ya que la advertencia realizada al golpeador, a
partir de ahora, sería puesta en práctica. Ella expresó que acataría la
decisión mayoritaria. Y la decisión democrática de la asamblea fue
que él no estaba en condiciones de quedarse porque su conducta
era contraria a las reglas de convivencia y a la práctica democrática
del asentamiento.
El decidió marcharse y la compañera quedó con la casa, el lote,
los hijos, la producción y el respaldo de su comunidad.
El sancionado había sido hasta entonces delegado del asentamiento en la coordinación de dirigentes del distrito, pero también
abandonó esta responsabilidad, acaso por temor a que la sanción
asamblearia se extendiera a esa instancia, o quizá por la vergüenza
de haber sido expulsado de un asentamiento por uno de los peores
delitos sociales que puede cometerse en el seno de un pueblo que
busca su liberación.
Transcurrieron tres meses de aquello hasta que, el día menos
pensado, el campesino regresó al asentamiento. Luego de solicitar el
permiso correspondiente, habló con su esposa y ante una asamblea
expresó su arrepentimiento por el daño que había cometido contra
su compañera y sus hijos, solicitando el reingreso a la comunidad.
Los compañeros y compañeras debatieron la solicitud. Algunos
desconfiaban, otros arriesgaron un voto de confianza. Finalmente
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decidieron, previa opinión de la compañera, aceptar su petición,
haciéndole saber que la comunidad entera estaría vigilando su conducta y ante el menor indicio de volver a sus prácticas anteriores
sería sancionado, esta vez sin posibilidades de reingreso, por más
autocrítica que expresara.
Aún hoy el ejemplo sigue vivo y la comunidad prosigue con su
función vigilante.
Otro caso de violencia
Esto ocurrió en otro asentamiento. Aunque sus protagonistas
buscaron una solución parecida a la del caso anterior, su desenlace
fue otro. Confluyeron varios elementos: concepciones muy arraigadas en el seno del campesinado sobre la mujer, el alcohol, y la
familia como un ente privado que rechaza influencias “extrañas”…
Temas que resurgieron como preocupación y pasaron a debatirse
una y otra vez, en el seno de aquella comunidad, cuando hubo acabado la pequeña historia.
Ella era una mujer campesina, cuyas manos empuñaron muchas
veces el machete para abrir picadas. Y hasta armas para defenderse
de la violencia policial. Como tantas otras sembró la tierra y cosechó los frutos que sirven de autosostenimiento. Un día gritó ante
toda la comunidad que estaba siendo maltratada por su compañero.
Que cuando él bebía, dejaba de ser su compinche para convertirse
en una fiera alcoholizada que no mediaba palabra para lanzarse sobre lo que él consideraba una presa fácil. La asamblea comunitaria
procedió de manera correcta sancionándolo.
Aunque él también hizo caso omiso a las primeras advertencias.
Como justificación expresó que la comunidad no tenía por qué meterse en los problemas familiares. Esto motivó a que las mujeres
del Comité más cercano, conversaran con la compañera y resolvieran no esperar una siguiente asamblea para protegerla de aquella
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situación que había derivado en una mezcla de dolor, impotencia y
humillación constante.
Otro día transcurría cuando se escucharon gritos de auxilio. Entonces la medida no se hizo esperar: las mujeres irrumpieron en el
humilde rancho y tomaron al hombre, algunas de los pelos, otras
propinándole puñetazos y patadas… Y no faltaron las que llegaron
armadas con palos. El golpeador, sorprendido, no logró reaccionar.
Esta vez, las mujeres usaron parte de los métodos que la comunidad misma había empleado, tiempo atrás, para defenderse de las
fuerzas represivas y proteger las tierras ganadas mediante la lucha
popular colectiva. Con todo, el escarmiento no resultó enteramente
eficaz y el hombre reincidió varias veces más, por lo que la comunidad decidió expulsarlo del asentamiento. Fue cuando tomó sus
escasas pertenencias personales y partió con su soledad a cuestas.
Sin embargo, luego de un tiempo, regresó y solicitó hablar con su esposa. Y ¡vaya sorpresa!, ambos tomaron a sus hijos y se alejaron para
siempre de aquel asentamiento en donde habían dejado una parte
de su historia, esa que seguramente continuará como otras tantas
denunciadas, u ocultas, adheridas a los procesos de todo un pueblo.
Donde Belén dice que el tema de la
violencia contra la mujer es más amplio
y trasciende la vida familiar
Podríamos decir que cuanto más avanza la participación de las
mujeres en la lucha de clases, recrudecen los métodos de represión
y violencia contra nosotras. Asimismo es muy claro que de esta
manera, este Estado a través de su fuerza represiva, reproduce el
machismo como supremacía ideológica contra las mujeres pobres.
Por esta razón nos hemos dedicado a analizar, investigar, denunciar y clarificar a la sociedad y en nuestras propias organizaciones la
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violencia del Estado ejercida e implementada por la policía contra
las mujeres organizadas.
Recuerdos de la visita de una primera dama a un
asentamiento y las accidentadas diligencias
para entronizar una virgen
Esto sucedió en la zona de Agüerito cuando la esposa del entonces presidente Wasmosi, visitó una ocupación campesina e intentó
entregar obsequios. Los hombres, advertidos por el bullicio, dejaron de labrar la tierra y se encaminaron hacia el campamento. Allí
sus compañeras discutían animadas si aceptar o no los regalos de
la visitante. La entonces primera dama del Paraguay, algo turbada,
sin comprender la actitud asamblearia del manojo de campesinas,
procuró explicar a viva voz sus intenciones amistosas. Tan pronto
hilvanó una frase se le ordenó cerrar la boca: “Esto va por orden,
señora”. Y la señora guardó silencio hasta que le fue concedida la
palabra en cuarto lugar. Entonces confesó sorpresa por los desplantes, dijo que sólo deseaba entregar regalitos de carey a los chicos,
que nada malo había en ello y mucho de solidario… Y balbuceó
sin aliento otras palabras que nadie pudo escuchar por la gritería de
las campesinas negadas a su presencia en aquel lote. Contemporizadora, la señora respiró hondo, simuló restar importancia a tanta
insolencia y arremetió obsequiosa con la entrega de una imagen
de la Virgen de Caacupé, “para que les acompañe y dé suerte”,
dijo. No hubo entre las presentes entusiasmo, ni quien tendiera los
brazos. Ella semblanteó la austeridad del entorno y no queriendo
abandonar la imagen entre los pastos, preguntó por un sitio “más
adecuado, un cobertizo, algo…” Una campesina tomó la palabra:
“La imagen es bien bonita, pero quizás esté mejor en la casa de usted, señora. Si quiere dejarle, ponga nomás su virgen en el suelo que
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no tenemos para altar ni mucho menos”. La señora del Presidente,
casi en un lloriqueo, recostó la imagen sobre una enramada y puso
fin a la visita.
Han pasado largos años y en la zona, este episodio, se recuerda y
se narra con cierta picardía. Con estas palabras que siguen lo relató
Ramona, entre risas, durante una tertulia vecinal en ocasión de una
asamblea campesina:
—Kuñakarai guazu, señora principal, gran señora, llega de la ciudad a estos campos donde hay tan poquito que ver. Esa señora de
presidente desciende de su auto y nos mira. Entonces se conduele
demasiado. ¿Qué pensabas encontrar aquí?, pensamos. Campesinos, mujeres campesinas y niños campesinos, nomás hay aquí. De
este país somos, pero ni modo que vos nos tengás visto, señora. Y
eso que su ména [esposo] era quien mandaba entonces. Y aquella
ocasión le rodeamos con las compañeras y los mita’ikuéra [niños]
también le rodean. Ella puso ojos de miedo. “Estos mitâ’i son nacidos en el monte, disculpe che señora”, dijimos. Pero ella se asusta
demasiado al vernos. Qué pucha que habíamos resultado tan feos
para la señora, que ya ofrece sus jopói [regalos] a punto de llorisquear
y también la imagen de nuestra virgen, trae. Entonces, le hemos
dicho que no necesitábamos imágenes aquí. “¿Para qué?, si Tupâ
[dios] es dios grande y buen protector de nuestro pueblo. Con eso
basta”, dijimos nosotras. Que no, “que una imagen siempre ayuda”,
ha dicho ella, tan segurita de sus cosas. “¡Ah!, puede ser por eso,
entonces, por falta de virgen que aquí otra vez el Aña [diablo de malas artes, patrón de la desgracia] convertido en mal gusano caló las
chalas y mordió nuestro maíz. El se llevó la cosecha para dejarnos,
otra vez, con nuestra pobreza. Y ahora, che señora principal, venís
vos con Virgen, pero si tu marido es más socio de Aña que de Tupâ.
Eso sentimos acá, que ni maíz, ni porotos, ni algodón ni mandioca
apagan la necesidad nuestra”. Y la señora se ha puesto llorosa con
ganas de marcharse rápido sin saber si dejar o no la virgen y sus
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regalos. Pues la señora aquel día tuvo su merecido. Ni de Aña ni de
Tupâ, nuestro nomás fue su castigo.
Etelvina, campesina de Hachita.
Algunas opiniones y pareceres
sobre procreación y maternidad
Etelvina siempre fue muy comunista. De contextura física menuda, es una mujer emprendedora, quien desde un comienzo supo
ganarse un lugar destacado en la comunidad de Hachita. Y una de
las más entusiastas entre el núcleo de compañeras, todas ellas bien
dispuestas para el trabajo comunitario.
Con visible orgullo Etelvina llevaba la delantera a la hora de
reseñar los logros del plan administrativo, por entonces, toda una
experiencia piloto de la FNC.
A veces es el conocimiento o la mayor disposición para emprender acciones lo que convierte a una persona en un dirigente, pero
ella –así la describieron sus compañeros– ha sido siempre una señora calladita. Ingresó al MPRPP antes que su marido. Pero nunca
habló en las reuniones, escuchó y sólo hizo breves anotaciones en
un cuaderno. Aunque por su grado de compromiso con las tareas
desarrolladas en la comunidad de Hachita ya la distinguían. Un día
caminó 12 km para hacer un cursillo en el que se profundizarían
los conocimientos sobre algunas cuestiones teóricas. Allí se habló
sobre la mujer y ella permaneció muy atenta, sin decir palabra. Otro
compañero llegado de Asunción leyó párrafos de El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado de Federico Engels. Al culminar,
se explayó sobre el comunismo primitivo, el tema de los matrimonios en tiempos del matriarcado; dijo que esto no era una actitud
de liberalidad sexual burguesa sino que era una cultura que se daba
sujeto a las relaciones de producción existentes… Después se re– 260 –
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cordó que en tal sociedad los chicos pertenecían a la comunidad y
contaban con la protección conjunta de sus habitantes… Ahí es
cuando Etelvina, abre los ojos y dice, “Bueno, eso mismo hemos
estado haciendo en Hachita con nuestros niños, lo que no sabía es
que eso ya estaba escrito en un libro”.
Etelvina creció como militante y estuvo a la cabeza de las iniciativas más avanzadas de la comunidad que por entonces experimentaba un cúmulo de prácticas colectivizadoras. Sin embargo, pronto
debió menguar su participación en la militancia partidaria por la
crianza de sus hijos, pasando a la categoría de “periférica”. Tiempo
después, tomó coraje y planteó a los dirigentes nacionales algo que
no se había atrevido a mencionar en la comunidad. “Yo, hijos no
tengo más. Tuve que aguantar dos años de periferia por ellos y ahora que por fin he vuelto a ser militante, no quiero regresar a aquella
otra vida”. Su planteo más tarde fue escuchado y discutido, como
correspondía, en el seno de la comunidad de Hachita. Su visión,
en un comienzo, no sólo encontró abundante resistencia entre los
hombres. También resultó poco comprendida por algunas de sus
pares que aún arrastraban concepciones atrasadas acerca de su propio rol en la sociedad. Pero su confesión individual fue oportuna
y sirvió para avanzar en el debate sobre procreación, maternidad,
el lugar de la mujer en las comunidades rurales. Y si era correcto
y justo mantener las mismas pautas culturales, heredadas de la sociedad burguesa, mientras allí se estaban propiciando cambios tan
radicales, por ejemplo, en lo productivo.
Aunque Etelvina finalmente fue comprendida y respetada por su
elección, y muchas otras mujeres se atrevieron a revelar opiniones y
sentimientos semejantes, “sería improcedente dar por saldado aquel
debate”, reflexionó un dirigente del MPRPP de la comunidad, al reconocer que “a partir de ese planteo particular se instaló el tema y
muchos compañeros han comenzado a vislumbrar y reflexionar acerca de la existencia de una realidad que todavía se presenta desigual
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para el hombre y la mujer por más que nos proclamemos defensores de la igualdad entre ambos sexos”.
A Etelvina, en su organismo político y en su propia comunidad,
se la siguió valorando por esto y por sus muchos otros esfuerzos de
luchadora revolucionaria.
MUJERES MILITANTES DE LA CORRIENTE SINDICAL CLASISTA Y DEL MPRPP SE MOVILIZAN PARA LOGRAR LA LEY DE SALUD MATERNO INFANTIL.
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Crónica de un exceso campesino.
Episodio con un juez
“Las bárbaras, terribles, amorosas crueldades”
Gabriel Celaya
Están los hombres ocupados volteando monte, haciendo
rollo. Sólo mujeres y niños se encuentran en el asentamiento
cuando se presenta el juez en compañía de cuatro policías.
Con desprecio en la mirada y bastante filo en la lengua,
el letrado, lanza estas palabras:
–¡Lo que hacen no está bien. El Estado no les reconoce
derechos!
–¿Qué derechos? –inquieren pronto las mujeres–. Si de
acuerdo con tu ley, eso, sólo tienen los terratenientes.
–Están usurpando… –insiste levantisco el señor del traje,
sin ganas de enredarse con desatinos de polleras.
–…
–¡Que para la ley son intrusos, mujer! –suelta sin poder
sujetar la indignación. Ellas, que poco saben de leyes, lo rodean y toman prisionero. Y como son por principio muy democráticas, corren igual suerte los policías, entendiendo que
no existía razón para excepciones.
Y así las cosas: tan poderosos que llegaron aquéllos y tan
con miedo ahora, amarrados a un palo. Ellas, hasta hace
un rato dobladas en la faena, ahora con altivez desconocida,
improvisando un jurado.
Nunca se vio antes tanta investidura desvestida.
–¡Estas cosas pasan cuando la justicia se da vuelta –aleccionan las campesinas a sus detenidos.
Sin embargo, carecen de soberbia y hasta intentan comprender la lógica de los letrados:
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–Oínos, señor juez, vos que sabés tanto, por qué no explicás lo que nosotras no entendemos: en Asunción los abogados
como vos, han dicho que en Paraguay ser pobre es igual a ser
delincuente.
–Por favor, suéltenme una mano que me comen los mosquitos… –apenas suplica el juez, olvidando su sabihondez
de magistrado.
Las horas pasan y como los campesinos siempre guardan
hospitalidad ofrecen, de a cucharadas y en las bocas, comida
a los prisioneros. Pero el poroto negro resulta no agradarle al
juez. Los labios prietos y el gesto de desprecio, casi ofenden
a quienes con tanto esmero pusieron lo mejor en la olla, si
hasta han cocinado con grasa de cerdo.
Y así transcurren 42 horas de sibilino escarmiento, hasta
que por fin los liberan. Y también devuelven a los agentes sus
uniformes y las armas arrebatadas, que los campesinos no
son gente de guardar rencores ni cosas ajenas.
El juez y sus acompañantes lucen bastante mal entrazados cuando hacen declaraciones ante la prensa. Y la noticia
cobra rápido difusión pública.
–¡Un exceso inaceptable! –aleccionan al unísono en los estrados de la sobria Justicia, que nunca se escandaliza cuando
los que padecen “lo inaceptable” resultan ser campesinos.
–Actos que nos avergüenzan a todos como paraguayos –fingen compungidos los “ecuánimes” funcionarios del gobierno.
–Estas mujeres quebrantaron el límite admisible, burlándose de las instituciones legítimamente constituidas –exagera soplón y ampuloso un periodista…
Ni el juez humillado ni los policías disimulan el desconsuelo. No fueron los malos tratos sino el bochorno lo que
los dejó de mal talante. Declaran con pesar que fueron sorprendidos y no pudieron repeler tanto grito ni tanta rebel-
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día femenina. ¡Cómo iban a suponerlo! Que una turba de
faldas y trenzas, les iban a amarrar las manos con sogas
y juncos, para dejarlos día y medio sentados sobre un rollo
recién talado.
Ellas, por su lado, sólo replican que en su asentamiento
no hay más comodidad que un rollo para hacer sentar a la
visita. En cuanto a lo otro, apenas un sorbo de la misma
“medicina” que el campesinado traga todos los días. Pero el
juez no está para recreos dialécticos: denuncia a la Justicia
que sufrió castigos corporales. Brama con odio que fue azotado. Las acusadas niegan. El letrado muestra el trasero a la
Justicia para probar los dichos. Bonita prueba del delito.*
UN JUEZ QUE INTENTA MOSTRAR LAS PRUEBAS DEL “DOLO”. ELADIO OBSERVA IMPASIBLE. IMAGEN PUBLICADA EN EL DIARIO ABC.
* Episodio ocurrido en el distrito de Villa Ygatimi, departamento de
Canindeyu. Junio de 1998. Con posterioridad, el dirigente de la FNC
Eladio Flecha reconoció ante la Justicia la presencia de marcas en
las nalgas del juez; sin embargo negó que de eso tuvieran culpa las
campesinas. Las atribuyó a la falta de costumbre del juez, acaso frecuentador de otros modelos de asientos más confortables y mullidos
que un vulgar rollizo tumbado.
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BELÉN IMAS, RESPONSABLE DEL DEPARTAMENTO MUJER DEL MPRPP.
DORALINA FLECHA, TAMBIÉN DIRIGENTE
DEL MPRPP.
MUJERES DEL MPRPP JUNTO A OTRAS ORGANIZACIONES POPULARES Y DEMOCRÁTICAS RECLAMAN SUS DERECHOS EN LAS CALLES DE ASUNCIÓN.
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