REPERCUSION DEL IMPUESTO Dr. Eusebio Gonzalez G.

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Instituto Guatemalteco de Derecho Tributario
I Conferencia Internacional de Derecho Tributario
Dr. Eusebio González García
REPERCUSION DEL IMPUESTO
1. Introducción
Ante un tema como el de la "repercusión impositiva", en el que
prácticamente se incluyen gran parte de las conductas legalmente posibles, o al
menos deseables, tendentes a liberarse de la carga impositiva propia, creemos
que es forzoso hacer una delimitación previa entre las materias que van a ser
objeto de tratamiento y aquellas otras que, aún lamentándolo, han de quedar fuera
de esta exposición. Entre las primeras incluimos tres de mención inexcusable, que
se abordan en otros tantos epígrafes; el primero tiene por objeto procurar la
imprescindible unidad terminológica; el segundo aborda los presupuestos que han
hecho posible la aparición de la repercusión en el Derecho Tributario; y el tercero
examina el particular desenvolvimiento de la repercusión dentro del IVA.
Dentro de esta perspectiva general, y sin poner todavía etiquetas a los conceptos,
ante el precepto fiscal que impone una determinada obligación tributaria cabe
destacar tres modos de proceder o conductas:
a) La de aquél que para no pagar el impuesto en cuestión cesa en la actividad
gravada o deja de consumir,
b) La de quien oculta en todo o en parte los hechos o actos que originan la
obligación de contribuir, bien de forma directa o abierta, o de forma indirecta o
encubierta.
c) La de quien con apoyo de las leyes del mercado o fiscales consigue liberarse de
la carga tributaria que, propia o impropiamente, recae sobre él.
De los tres modos de proceder indicados, parece innecesario destacar que
dentro del cometido de esta intervención los dos primeros apenas si presentan
problemas de encaje, toda vez que expresamente aparecen excluidos del ámbito
de la misma: uno por defecto, ya que cuando se deja de producir, intercambiar o
consumir los bienes gravados no cabe hablar de “repercusión”; otro por exceso, ya
que el hecho de ocultar en todo o en parte los fenómenos gravados en ningún
caso puede calificarse como una operación legal, y mucho menos legítima.
A la vista de estos resultados, y antes de afrontar el espinoso problema de
la clarificación terminológica que nos hemos propuesto realizar, conviene advertir
que lo que importa no son las etiquetas, sino el contenido que se dé a las mismas.
Pero, en cualquier caso, no parece que sea tarea despreciable el intento de
ponerse de acuerdo en los nombres con que van a designarse tales contenidos.
Una vez aceptado este planteamiento, parece conveniente partir de un
término amplio que agrupe todos los conceptos a que nos hemos referido con
anterioridad. Este término bien pudiera ser el de “ahorro de impuesto", elaborado
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por BLUMENSTEIN, o simplemente el de "resistencia ante el impuesto" de que
nos habla G. SCHMOLDERS, ya que los dos vienen a expresar la misma idea: la
reacción del contribuyente tendente a hacer mínima la cuantía de sus pagos
tributarios, sirviéndose de cauces legales o, en todo caso, legítimos. Es decir, nos
enfrentamos a reacciones del contribuyente ante el impuesto tendentes a hacer
mínimo el volumen de sus prestaciones tributarias siguiendo unos cauces lícitos.
Nos encontramos así con toda una serie de figuras, muchas de ellas de cuño
pantaleoniano, que han recibido su tratamiento adecuado dentro de la Ciencia de
la Hacienda y que el Derecho Tributario se ha limitado a recoger en cuanto servían
para expresar la libertad de elección de que debe gozar todo ciudadano dentro de
un Estado moderno en orden a la organización de sus relaciones económicas.
Entre estas figuras cabe citar la remoción, la remisión, la emigración impositiva, la
economía de opción (LARRAZ), la búsqueda de la vía menos gravada (CARDYN)
y la repercusión.
En el momento presente solo nos interesa la última de las figuras
mencionadas, que puede desenvolverse según las leyes del mercado, en cuyo
caso debe recibir más propiamente el nombre de traslación, o según la legislación
tributaria, en cuyo caso recibe el nombre de repercusión legal, que puede ser
voluntaria, caso del anterior Impuesto General sobre el Tráfico de las Empresas
español (1964-1985), u obligatoria, caso de los impuestos especiales sobre la
fabricación y del IVA.
A partir de los datos expuestos pocas dudas ofrece que, por su naturaleza,
el fenómeno de la repercusión, ya sea ésta económica o legal, aparece
íntimamente ligado a las diversas relaciones que pueden existir entre capacidad
contributiva gravada, hecho imponible y sujeto pasivo, relaciones que, como
veremos en el siguiente epígrafe, tienen su modo más conocido de manifestarse a
través de la tradicional clasificación de los impuestos en directos e indirectos.
Nadie duda que el sujeto pasivo de la obligación tributaria material, o
simplemente el deudor o contribuyente, es el sujeto pasivo por excelencia. Es
más, hay quien piensa, y no le falta razón, que él debería ser el único sujeto
pasivo tributario.
El proceso lógico para llegar a la anterior conclusión no es difícil de seguir,
y debe formarse a través de un razonamiento progresivo muy próximo al siguiente:
1º) el Estado para atender a la cobertura de los crecientes gastos públicos debe
dirigirse a sus ciudadanos en demanda de auxilios económicos;
2º) desde hace varios siglos, la forma más extendida y efectiva de procurarse esos
auxilios es a través de prestaciones pecuniarias coactivas, denominadas tributos,
contribuciones o impuestos;
3º) una vez instauradas formas de convivencia pública estables, razonables y más
o menos democráticas, lo normal ha sido que esas prestaciones pecuniarias
coactivas fueran fijadas por el órgano representativo con capacidad para hacerlo
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(leyes), y que en aplicación de las mismas intentaran realizarse ideales de justicia
en el reparto de las cargas, a través de principios tales como "el que más tenga
que de más " o " el que más se beneficie que más pague";
4º) el instrumento técnico ideado por los juristas para formalizar el discurso mental
anterior, ha sido la elaboración de un supuesto normativo en el que se recogieran,
en términos de generalidad y abstracción, el proceso descrito: ese instrumento
técnico es el hecho imponible;
5º) bastará aplicar ahora elementales principios sobre la producción de efectos
derivada de la realización de supuestos normativos, siguiendo las reglas de la
lógica jurídica, para encontrarnos con el conocido silogismo: " Todo el que .....Es
así que yo .......Luego....".
Pues bien, llegados a este punto, los hechos se desvanecen y la doctrina
tributaria ha tenido que plantearse en algún momento el punto crucial de nuestra
historia, esto es, las relaciones entre la capacidad contributiva gravada (elemento
objetivo que facilita la justicia distributiva), el hecho imponible en que
presuntamente esa capacidad contributiva se encuentra recogida (elemento
jurídico formal), el realizador del hecho imponible o titular de la capacidad
contributiva gravada (elemento subjetivo) y el pagador del tributo o persona que
jurídicamente debe soportar la carga derivada del hecho imponible (fin último de la
imposición).
Es claro que cuando todos estos elementos coinciden, el aspecto subjetivo
de la imposición apenas si plantea problemas. Justo sucede lo contrario cuando
esos elementos aparecen de forma disociada y protagonizados por personas
diferentes; tal es el caso, paradigmático, de los supuestos de repercusión legal
obligatoria, o de los diversos supuestos de responsabilidad ligados a acciones de
regreso o de reembolso.
La Ley General Tributaria española (en adelante LGT), en su art. 36, sólo
conoce dos formas de sujetos pasivos: el contribuyente y el sustituto. Al
contribuyente se refiere el párrafo segundo, diciendo que es «el sujeto pasivo que
realiza el hecho imponible», definición que permite identificar al contribuyente
como el titular del hecho imponible y de la capacidad contributiva que el mismo
revela, siendo por ello lógico que el legislador vincule el concepto de contribuyente
a quien ha de soportar la obligación tributaria y las accesorias de ésta (art. 25
LGT).
Sin embargo, con base en el art. 35 LGT y en la Ley del IVA, es posible
estructurar la sujeción pasiva en torno a un concepto bastante más difuso, el de
obligados tributarios, que considera, fundamentalmente, tres figuras: sujetos
pasivos (contribuyentes y sustitutos), repercutidos y retenedores. Todos estos
obligados tributarios, inicialmente llamados al pago de la deuda tributaria, han de
tener relación con el hecho imponible. Sin embargo nos parece más coherente
dentro de la teoría general de los sujetos pasivos considerar solo al contribuyente
y, en su caso, al sustituto como sujetos pasivos tributarios; debiendo reconducirse
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la figura del repercutido al ámbito de los sujetos pasivos de prestaciones entre
administrados y, con algunos matices, considerar al retenedor como un sujeto
pasivo de prestaciones cautelares.
El art. 22 del Modelo de Código Tributario para América Latina (en adelanta
MCTAL) sólo reconoce dos formas de sujeto pasivo de la obligación tributaria: el
contribuyente y el responsable, a quien define por su condición de obligado por
deuda ajena. La figura del contribuyente ofrecida, al ligar su concepto a la
titularidad del hecho imponible, recipiente de la capacidad contributiva, y sus
efectos jurídicos a la realización del propio supuesto normativo, deja poco margen
para la discrepancia o la improvisación.
No sucede lo mismo respecto a la noción de los responsables, o mejor
dicho, respecto a su ausencia de definición, pues excepto la exigencia de
disposición legal expresa para su configuración, las únicas notas que definen al
responsable son, en primer lugar, no tener el carácter de contribuyente y, en
segundo término, cumplir las obligaciones atribuidas a éste. El MCTAL opta por
ejemplificar los supuestos de responsabilidad por representación (art. 28), por
sucesión (art. 29) y por retención o percepción (arts. 30 y 31), incurriendo en este
último supuesto en manifiestas contradicciones e insuficiencias.
En resumen, en la doctrina iberoamericana el contribuyente, que viene
definido como responsable por deuda propia, es el titular de la capacidad
contributiva gravada, y por ello mismo, del hecho imponible donde dicha
capacidad contributiva queda reflejada. Esta coherencia de formulación inicial
facilita plantearse el problema del sujeto pasivo contribuyente en los impuestos
que gravan el gasto, llegándose a la conclusión, no necesariamente compartida
(1), de que "los obligados al pago del tributo son los sujetos que verifican el hecho
imponible, pero no son los sujetos a quienes trata de alcanzar el legislador con la
carga económica del tributo. El fenómeno se origina por la traslación de la carga
económica en que el impuesto consiste".
Tratando de armonizar las doctrinas española e iberoamericana, podemos
llegar fácilmente a la conclusión de que el contribuyente es el sujeto pasivo que
está en relación personal y directa con la situación que constituye el hecho
imponible. Como tal ostenta la titularidad de la capacidad contributiva gravada y,
en consecuencia, resulta obligado al pago de la deuda tributaria. Pero a partir de
aquí, conviene distinguir entre obligados al pago que soportan la carga tributaria
derivada del hecho imponible y los que no se encuentran en tal situación, por
liberarse vía repercusión o reembolso. Situaciones que en el ámbito de los
impuestos indirectos permiten a algunos admitir la distinción, por muchos criticada,
entre contribuyentes de hecho y de derecho.
Desde este punto de vista, se comprende muy bien que la doctrina tributaria
dedique buena parte de su esfuerzo a analizar los casos en que hecho imponible y
obligados al pago coinciden, frente a aquellos otros supuestos, particularmente
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dentro del IVA, en que dicha coincidencia no se produce. Pues si bien es cierto
que el contribuyente es la persona a quien resulta atribuible el hecho imponible
(Hensel, Giannini, Jarach), esto no es una regla absoluta, ya que puede faltar tal
coincidencia entre el sujeto pasivo principal y el titular de la capacidad contributiva
gravada.
En conclusión, a la vista de las consideraciones expuestas, es fácil deducir
que los problemas ante los que nos encontramos son fundamentalmente tres:
1º. Tomar posición respecto a la necesidad de coincidencia, o no, entre el sujeto
pasivo de la obligación tributaria y el titular de la capacidad contributiva gravada.
2º. Determinar si el sujeto pasivo de la obligación tributaria lo es sólo el
contribuyente, o también debe incluirse en ese círculo a otras personas
(retenedores y repercutidos, fundamentalmente).
3º. Precisar la naturaleza jurídica de la situación en la que se encuentran dichas
personas, particularmente relevante en el caso de los impuestos indirectos que
gravan el gasto.
2. La imposición indirecta campo de aplicación propio de la repercusión
Sin duda, de todas las clasificaciones tributarias hasta el presente ideadas,
la más extendida, y quizá también la más criticada, es la que divide los impuestos
en directos e indirectos (2).
Lo más sorprendente de la clasificaci6n de los impuestos en directos e
indirectos es que pese a las innumerables -y fundadas- críticas de que la misma
ha sido objeto, dicha clasificación persiste en la práctica totalidad de las
legislaciones contemporáneas. Cierto que el sentido de la distinción ha variado
con el tiempo, pues si primero se atendió a la forma del reparto y a los sistemas de
recaudación (los directos solían cobrarse mediante el sistema de listas o
padrones), más tarde se puso el centro de gravedad en las distintas posibilidades
que determinados impuestos ofrecen para su traslación (pensándose que sólo los
indirectos son trasladables), pero el carácter predominantemente extrajurídico de
esta nota y la propia dificultad de su delimitación dentro del campo económico
(jurídicamente sólo cabe estimarla cuando viene expresamente establecida por el
legislador), han llevado a considerar como elemento central de la distinción la
frecuencia y el modo de ser contemplada la capacidad contributiva de las
personas obligadas por el presupuesto de hecho del impuesto (NEUMARK, SAINZ
DE BUJANDA).
Dentro de la última corriente doctrinal citada existen diferentes posiciones,
según nos fijemos: a) en el carácter más o menos duradero de la capacidad
contributiva; b) en la forma mediata o inmediata de manifestarse la capacidad
contributiva; c) en la relación existente entre el elemento objetivo o material del
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hecho imponible y la riqueza gravable. Teniendo todas ellas en común haber
puesto el centro de atención en el estudio de las relaciones entre el presupuesto
de hecho del impuesto y la capacidad contributiva, con lo que estas doctrinas han
contribuido de forma notable a destacar algunas diferencias importantes en la
manifestación de la capacidad contributiva y en el modo de influir los impuestos
directos e indirectos sobre dicha capacidad (NEUMARK), haciéndolo de forma
directa e inmediata los primeros y de un modo mediato e indirecto los segundos, lo
que permite distribuir fácilmente las funciones impositivas entre quien fabrica,
elabora o vende, cuya capacidad contributiva puede o no querer ser gravada, y
quien compra, cuya capacidad económica, en los impuestos que gravan el gasto,
generalmente es la que quiere ser gravada, sirviendo a ese propósito
admirablemente la figura de la repercusión (3).
De este modo, mientras se considere el tributo esencialmente como un
instituto jurídico que tiene por objeto distribuir la financiación del gasto público
entre los ciudadanos, en función de la capacidad contributiva de las personas
llamadas a satisfacerlos plasmada en el hecho imponible, será difícil negar que el
contribuyente es la primera y fundamental figura de sujeto pasivo tributario, por
cuanto sólo él, al realizar el hecho imponible previsto en abstracto por la norma, se
constituye, mediata o inmediatamente, en centro de atención exclusiva del
principal efecto querido por la norma: el pago del tributo.
Después pueden traerse a colación discutibles criterios de operatividad y
eficacia en la aplicación de los tributos, para configurar otras formas de
subjetividad pasiva. Puede pensarse, con más acierto, que las diversas formas de
subjetividad tributaria ideadas por el legislador obedecen a razones de garantía o
de comodidad (4). En todo caso, hay en esta discusión dos o tres puntos
fundamentales en los que casi todos estamos de acuerdo: 1º, que el repercutido,
en ningún caso, es el titular del hecho imponible sino de la capacidad contributiva
gravada; 2º, que el repercutido, en sus diversas formas, entra en juego después
de haber realizado el hecho imponible el contribuyente, nunca puede anular o
borrar al contribuyente, por la sencilla razón de que su obligación no deriva del
hecho imponible, sino de otro presupuesto distinto; 3º, por tanto, la obligación del
repercutido, aun teniendo el mismo objeto y cuantía que la tributaria, es de
naturaleza distinta o, dicho de otro modo, su obligación no puede derivar de la
realización de un hecho imponible que él no ha realizado. Lo primero porque es
mecanismo consustancial a la repercusión soportar el impuesto pagado por quien
ha realizado el hecho imponible (contribuyente), y lo segundo porque su capacidad
económica es la que se desea gravar.
Naturalmente, parece innecesario advertir que en nada acrecienta o
mengua el valor y coherencia de la anterior argumentación el hecho de que un
ordenamiento concreto, por ejemplo el español, atribuya a quien repercute y al
repercutido la condición de obligados tributarios (art. 35 LGT).
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3. El caso particular del IVA
Hemos dejado para el final el punto más controvertido y difícil: la
calificación de la situación del sujeto pasivo en los impuestos indirectos sobre el
consumo y más específicamente en el IVA, es decir, cuando el problema no es el
del deseo abstracto del legislador de gravar el consumo, deseo que se
instrumenta a través del fenómeno de la traslación. En estos casos es claro que
no hay problema jurídico. El verdadero problema surge cuando la Ley configura un
sujeto pasivo, realizador del hecho imponible, al que otorga facultades de
repercusión legal obligatoria hasta llegar a otro sujeto, no realizador del hecho
imponible, cuya capacidad económica es la que se pretende gravar.
Y decimos que el tema es controvertido y difícil, porque tanto si se adopta
una impecable posición jurídica formal (SÁINZ DE BUJANDA), como si se adopta una
posición jurídica realista (TIPKE), como si se habla de sujeto pasivo jurídico y sujeto
pasivo económico (doctrina iberoamericana), ninguna solución satisface
plenamente (5). Las soluciones son insatisfactorias o discutibles. La insatisfacción
obedece a que se ha dividido el único elemento que hasta el presente brindaba
unidad a la sujeción pasiva tributaria: la coincidencia entre hecho imponible y
capacidad contributiva gravada. La ruptura de esa coincidencia tiene por fuerza
que conducir a soluciones insatisfactorias o, cuando menos, discutibles, porque si
se parte de la idea de que el tributo es, simultáneamente, un instrumento jurídico
para recaudar y para repartir con justicia el monto de lo recaudado, no es fácil
conciliar la existencia de un sujeto pasivo contribuyente, realizador del hecho
imponible, con otro sujeto, ajeno a la relación jurídica tributaria, el repercutido o
consumidor final, que es quien realmente soporta la carga tributaria, pues en un
impuesto sobre el consumo como es el IVA, a quien realmente se quiere gravar no
es al empresario, que es el sujeto pasivo, sino al repercutido o consumidor final.
El art. 36.1 L.G.T., tras definir al sujeto pasivo, dispone que «no perderá la
condición de sujeto pasivo quien deba repercutir la cuota tributaria a otros
obligados, salvo que la ley de cada tributo disponga otra cosa». Parece evidente
que con este precepto no se puede estar refiriendo el legislador al fenómeno de la
traslación puramente económica, que, como tal, es un fenómeno que permanece
por completo al margen del Derecho y cuya producción o no, y su cuantía total o
parcial, dependerá exclusivamente del propósito del afectado para trasladar hacia
adelante sus propios tributos y de la capacidad y disposición del mercado para
absorberlos.
Por ello, si tal precepto ha de tener algún sentido, necesariamente hay que
ponerlo en contacto con aquellos supuestos en que el legislador, aun definiendo el
hecho imponible respecto de una persona concreta, al no ser ésta titular de la
capacidad económica que se quiere gravar, ordena que a través del mecanismo
de la repercusión obligatoria, el definido en tales casos como contribuyente
traslade el importe de la cuota al titular de la capacidad económica cuyo efectivo
gravamen es el que verdaderamente busca el legislador. El tributo por
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antonomasia en que tal fenómeno tiene lugar es, indudablemente, el IVA. A partir
de este razonamiento procede realizar las siguientes consideraciones:
- Lo normal será que se definan como hechos imponibles supuestos de hecho que
revelan capacidad económica, por lo que el titular o realizador de éste aparecerá
definido como contribuyente y deberá soportar definitivamente la obligación
tributaria principal, como dice el artículo 36.1 L.G.T, en relación con lo dispuesto
por los arts. 19 y 20 del mismo cuerpo legal.
– En ocasiones, sin embargo, y con la finalidad de facilitar la gestión y la
recaudación tributaria, reduciendo el número de sujetos con los que la Hacienda
Pública ha de entrar en contacto, puede el legislador disponer una estructura
tributaria distinta, de modo que la conexión entre la capacidad económica y la de
soportar la carga derivada del cumplimiento de la obligación tributaria se lleve a
cabo a través de un doble y sucesivo proceso:
En primer lugar define como hecho imponible un hecho que no evidencia en
su titular o realizador la capacidad económica que se quiere gravar, pero configura
a dicho titular como un verdadero contribuyente revistiéndole del estatuto de tal y
exigiéndole, por tanto, el impuesto. Es, consiguientemente, un contribuyente
exactamente igual a cualquier otro en quien se produce esa coincidencia entre
titular del hecho imponible y titular de la capacidad económica. Es evidente, sin
embargo, que si el legislador no estableciera ninguna otra previsión estaría
alterando el principio constitucional de participación en las cargas públicas en
función de la capacidad económica.
Pero precisamente por ello, porque no puede alterarse ese principio
constitucional, esa anomalía que consiste en definir el hecho imponible respecto
de un sujeto que no es titular de la capacidad económica que se quiere gravar y al
que, pese a ello se le exige el pago del impuesto, es inmediatamente corregida
obligando (no facultando) al contribuyente a repercutir el tributo, en factura, a
quien tiene y es titular de la capacidad económica que se quiere gravar y sobre el
cual hace pesar la obligación legal de soportar dicha repercusión. Como es lógico
este mecanismo sólo puede utilizarse en aquellos casos en que existe una
especial relación económico-jurídica entre el configurado como contribuyente y el
titular de la capacidad económica, en virtud de la cual resulta posible el fenómeno
de la repercusión.
– El mecanismo explicado permite confirmar lo expuesto al comienzo: es una
cuestión de principio la inevitable relación entre titular de la capacidad económica,
titular del hecho imponible, sujeto a quien se configura como contribuyente y
sujeto que debe soportar la carga derivada del cumplimiento de la obligación
tributaria. Y cuando, por vía de excepción esto no ocurre, y uno es el titular del
hecho imponible y, por tanto, contribuyente, y otro es el titular de la capacidad
económica, que inevitablemente debe soportar la carga derivada del cumplimiento
de la obligación tributaria, esta disfunción debe ser corregida a través de algún
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mecanismo jurídico (salvo riesgo de incurrir en inconstitucionalidad), y ese
mecanismo es el instituto de la repercusión (art. 24 LGT).
– A la vista de ello resulta que lo que sustancialmente y en todo caso caracteriza
al contribuyente es ser titular del hecho imponible, aparezca éste referido o no al
titular de la capacidad económica, pero debiéndose unir el hecho imponible al
mecanismo de la repercusión en aquellos casos en que el legislador opte por
articular el hecho imponible al margen de la capacidad económica de la persona a
la que tal hecho se refiere.
– Ante esta situación, y frente a la Hacienda Pública, el único sujeto jurídicamente
relevante es el contribuyente. El titular de la capacidad económica no tiene más
referencia legal que la obligación que se le impone de soportar la repercusión. En
buena técnica jurídica, ante el incumplimiento de ésta, sólo podría actuar el
contribuyente, para exigir el pago de la cuota tributaria repercutida, por la vía de la
jurisdicción ordinaria, lo que evidenciaría que el repercutido queda totalmente
fuera de la relación tributaria, por mucho que sea el verdadero destinatario del
tributo, aunque ya sabemos que ha sido otra la solución adoptada por el art. 227.4
LGT.
– Precisamente por ello tienen razón, en principio y a reserva del matiz que luego
se hará, quienes se oponen a la distinción entre contribuyentes legales y
contribuyentes de hecho: en un sentido jurídico-tributario no hay más
contribuyente que el contribuyente legal, y éste no es otro que el titular del hecho
imponible. El otro, el llamado de facto, es tributariamente irrelevante, no existe
para la Hacienda, aunque insistimos en que esta afirmación ha de ser luego
matizada.
– Pero dado que en los supuestos en que esta anomalía se produce es imposible
explicar constitucionalmente el hecho imponible así formulado sin vincularlo a la
repercusión obligatoria a un sujeto perfectamente determinado por la ley tributaria,
nada impide que este sujeto repercutido sea, y hasta deba ser, denominado
contribuyente legal de hecho, procediendo aquí el matiz antes anunciado. En
efecto, dicho contribuyente legal de hecho es irrelevante para la Hacienda sólo en
el sentido de que a efectos de la recaudación no entre ni pueda entrar en contacto
con él, pues no es un deudor de ésta. Pero no es irrelevante en el sentido de que
el sujeto repercutido no puede ser un sujeto cualquiera, sino precisamente,
necesariamente, el concreto sujeto al que la ley tributaria obliga a dirigir la
repercusión y a soportar los efectos de ésta, y aun cuando la efectividad jurídica
de la repercusión, en caso de incumplimiento, y como antes se ha dicho, debiera
haberse encomendado a la jurisdicción civil. Y tampoco es irrelevante en el
sentido de que el repercutido se encuentra legitimado para acudir a la vía
económico-administrativa a fin de discutir la procedencia o la cuantía de la
repercusión (art. 38.2 RD 391/96 de 1 de Marzo). Pues bien, ante ello no puede
negarse que el repercutido tiene un status tributario perfectamente definido por la
ley tributaria en cuanto a su identificación y a su legitimación para acudir al
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Tribunal Económico Administrativo. Y si bien en dicho status no existe ninguna
situación jurídica de carácter pasivo desde el punto de vista de la recaudación,
existe una situación pasiva en el sentido de que ha de estar y pasar por la
resolución que se adopte por un órgano de la Administración tributaria, como es el
Tribunal Económico Administrativo, o por el Tribunal contencioso administrativo
sobre el objeto de su reclamación. Y este status merece, sin duda, una calificación
jurídica, que no puede ser, sin más, la de contribuyente de hecho, sino, por
ejemplo, la de contribuyente legal de hecho propuesta por PÉREZ DE AYALA (6)
o, si se prefiere, cualquier otra, que identifique y delimite suficientemente ese
status que, indudablemente, en cuanto objeto de previsiones legales, es un status
legal.
En resumen, el problema que de modo más decisivo incide sobre la
estructura jurídica del IVA, consiste en determinar cuál es la capacidad
contributiva gravada por este impuesto. Porque, como es sabido, ordinariamente
las Constituciones suelen establecer que sólo pueden ser sujetos pasivos las
personas que posean determinada capacidad contributiva. De suerte que el
elemento escondido detrás de la riqueza contemplada por el presupuesto de
hecho del gravamen, 1o que hace que una persona pueda ser titular del hecho
imponible y le lleve, en consecuencia, al pago de la cuota tributaria, ese elemento,
omnipresente a 1o largo de todo el proceso de creación y aplicación de la norma
tributaria, es precisamente la capacidad contributiva, eje y columna vertebral, junto
al principio de legalidad, de todo el Derecho Tributario. Pues bien, el dato
sorprendente en el IVA es que se produce una especie de esquizofrenia jurídicotributaria, porque por un lado va el sujeto pasivo del tributo (fabricante, elaborador,
importador o comerciante) y por otro el titular de la riqueza gravada que es el
consumidor final. De modo que allí donde el hecho imponible del IVA este
constituido por la realización de cada operación sujeta a gravamen, que es el
supuesto más normal, y dado que esa operación, a efectos tributarios, suele
resolverse -excepto en el caso del consumidor final- en la entrega por parte del
sujeto pasivo al Tesoro de la diferencia entre el IVA que él ha soportado de sus
proveedores frente al IVA que el repercute a sus clientes, hasta llegar al
consumidor final; siendo esto así, resulta que en toda la cadena de sujetos pasivos
efectivamente gravados (porque obsérvese bien, estamos ante auténticos sujetos
pasivos tributarios que, en su caso, responderán de la deuda tributaria con todos
sus bienes presentes y futuros) no aparece la capacidad contributiva, que por
imperativo constitucional debe ir ligada a la condición de sujeto pasivo tributario.
Esa condición só1o se produce frente al consumidor final que, curiosamente, no
es sujeto pasivo del IVA. Circunstancia que, desde un punto de vista estrictamente
jurídico, obliga a establecer en la ley los pertinentes mecanismos de repercusión
legal obligatoria o, en otro caso, a idear figuras más o menos forzadas, como la
sustitución tributaria, que presenta la característica de ser sujeto pasivo junto a la
circunstancia de no soportar la carga tributaria derivada de la realización del hecho
imponible (7).
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Lo mismo podría decirse respecto a los denominados por la doctrina
iberoamericana "agentes de percepción", donde en unos casos (impuestos sobre
la fabricación), al nacimiento de la obligación tributaria a cargo del fabricante sigue
la oportuna repercusión impositiva; y en otros, más difíciles de explicar con rigor
jurídico en pocas palabras (impuestos sobre el valor añadido o agregado), se
produce la sucesión de una especie de obligaciones parciales concatenadas, que
en el caso del IVA comunitario se resuelven en el conocido esquema: "IVA
repercutido menos IVA soportado igual a IVA ingresado". Pues bien, tanto en uno
como en otro caso, los controles legalmente previstos sobre los procesos de
fabricación, elaboración o distribución guardan estrecha relación con los actos de
comprobación tributaria desarrollados dentro del procedimiento liquidatorio, pero
no son propiamente actos administrativos de comprobación.
La explicación de esta variedad procedimental ni es fácil, ni tiene porqué ser
única. Visto el fenómeno desde la perspectiva que da su contemplación a lo largo
de los últimos cuarenta años, si algo cabe agradecer a MICHELI y MAFFEZZONI es
precisamente la falta de una configuración monolítica del fenómeno tributario. El
fin común de los distintos esquemas procedimentales, sólo en los últimos tiempos
favorecidos por la Administración, ha sido la ansiada suficiencia recaudatoria. Pero
esto tampoco es una novedad. La novedad ha estado más en los medios que en
los fines, e incluso en los medios, si hacemos abstracción de la todopoderosa
autoliquidación y la proliferación de deberes y potestades de carácter
administrativo, los restantes medios tendentes a facilitar la correspondencia entre
hecho imponible y capacidad contributiva (repercusión legal obligatoria), o a
adecuar la recaudación al principio "paga en la medida que ganas" (retención), o a
asegurar el cobro de las deudas tributarias mediante el establecimiento de una
legión de responsables (sorprendentemente todos solidarios), todos esos medios repito- son instrumentos de Derecho tributario material y no de Derecho tributario
administrativo.
Dr. Eusebio González
Catedrático de Derecho Tributario
Universidad de Salamanca
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(1) Sobre este punto, vid. la excelente comunicación del Prof. Valdés Costa a las
XVII Jornadas del ILADT (1995) que, sin embargo, como bien argumentó la
Ponencia nacional uruguaya, tampoco tiene que ser necesariamente compartida.
(2) Vid. F. Neumark “El problema de la clasificación de los impuestos”, en
“Problemas económicos y financieros del Estado intervencionista”, Madrid, Edersa,
1963; F. Sáinz de Bujanda “Impuestos directos e impuestos indirectos”, en
“Hacienda y Derecho”, Madrid, IEP, 1962, vol. II; y E. González “La moderna
rehabilitación de la imposición indirecta vista desde una perspectiva histórica”, en
Rev. Der. Fin, 1972.
(3) Vid. E. González “Impuestos especiales”, Rev. Der. Fin, 1967, p. 2039 y ss.
(4) Vid. J. M. Lago “La sujeción a los diversos deberes y obligaciones tributarios”,
Madrid, Marcial Pons, 1998, pág. 112 y ss.
(5) Vid. K. Tipke “Die Steuerrechtordnung”, Köln, O. Schmidt, 1993, II, p.899. La
doctrina española ha acuñado términos suficientemente expresivos de los
problemas a que nos referimos, tales como "obligaciones tributarias no
contributivas" (F. Vicente-Arche " Apuntes sobre el Instituto del tributo ", Rev. Esp.
Der. Fin., 1975, p. 478 ) o " contribuyente legal de hecho " (J. L. Pérez de Ayala
"Trattato" de Amatucci, vol. II, p.380 ).
(6) Vid. J. L. PÉREZ DE AYALA y E. GONZÁLEZ, Derecho tributario cit. pp. 215 a
217. Es interesante el análisis de FANTOZZI, Diritto tributario, Torino, UTET, 1991,
pp. 227 y 228.
(7) Una excelente exposición del problema puede encontrarse en G. C.
CROXATTO: "La configuración jurídica del IVA". Rev. Der. Fin, 1982; y desde una
perspectiva más general M. C. BOLLO: "La repercusión en el Derecho Tributario
español'', Madrid, IEF, 1983.
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