"Crecimiento en el largo plazo", columna de

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www.pulso.cl • Miércoles 17 de septiembre de 2014
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OPINION 7
Tribuna Libre
Rusia: nuestro vecino más peligroso
La nación que ha emergido con Putin fue siempre un probable resultado. Un Estado que se ve a sí mismo rodeado de enemigos.
MARTIN
WOLF
R
USIA ES tanto una tragedia
como una amenaza. En
Financial Times esta semana
Sergey Karaganov ofreció una visión
detenida de la mezcla de autocompasión y fanfarronería con la que se
trabaja en Moscú. Es tan deprimente como inquietante. Los responsables políticos occidentales parecen
creer que el Estado Islámico de Irak
y el Levante (EI o ISIS) es el mayor
peligro. Pero Rusia, con armas
nucleares de una antigua superpotencia y gobernada por un autócrata
amoral, me asusta aun más.
Occidente “se proclamó vencedor
en la Guerra Fría”, según
Karaganov. Tal vez el origen de la
tragedia se puede encontrar en esta
observación. Occidente no solo se
proclamó vencedor, era el vencedor.
Una alianza defensiva derrotó a la
Unión Soviética, ya que ofrecía una
mejor forma de vida. Sin embargo,
el Presidente Vladimir Putin, el último de una larga línea de autócratas
rusos, ha declarado: “El colapso de
la Unión Soviética fue el mayor
desastre geopolítico del siglo”. Fue,
de hecho, una oportunidad, una de
la cual muchos en Europa Central y
Oriental se apoderaron con las dos
manos. La transición a una nueva
forma de vida resultó inevitablemente difícil. El mundo en el que
habitan ahora es muy imperfecto.
Pero la mayoría de ellos se ha unido
a la modernidad civilizada global.
¿Qué quiere decir esto? La libertad
intelectual y económica.
Occidente ha fracasado con demasiada frecuencia para vivir a la altura de estos ideales. Pero sigue siendo
ejemplo. Como gran admirador de
la cultura y el coraje de Rusia, esperaba, con cariño tal vez, que el país
iba a encontrar un camino a través
de los escombros de su ideología,
Estado y imperio colapsados. Sabía
que iba a ser difícil. Quería que
Rusia eligiera los valores occidentales, no solo por nuestro bien, sino
también por el de ellos. La alternativa de continuar el ciclo de despotismo era demasiado deprimente.
Con la selección de Putin, un ex
coronel de la KGB, como su sucesor,
Boris Yeltsin entregó ese resultado.
El Presidente puede, por ahora, ser
un déspota popular, que lo es. El es
también heredero del proyecto de
Yuri Andropov, el jefe de la KGB y
líder soviético para una autocracia
modernizada. Como fiel servidor del
Estado, Putin cree que los resultados
por sí solos importan.
Occidente es en parte responsable
de este trágico desenlace. No pudo
ofrecer el apoyo que Rusia necesitaba lo suficientemente rápido a principios de los ‘90. En su lugar se cen-
tró en quién pagaría la deuda soviética. Se consintió en el robo de la
riqueza de Rusia en beneficio de
unos pocos. Pero más importante
fue la negativa de la elite de Rusia
para abordar las razones del colapso
y, a continuación, volver a empezar.
L
A NACION que ha emergido
fue siempre el resultado probable. Se ve a sí misma rodeada
de enemigos. Las relaciones exteriores son de suma cero; el éxito de los
demás es un fracaso para Rusia.
Desde este punto de vista, de lograrse una próspera y democrática
Ucrania (una posibilidad remota,
estoy de acuerdo) es una pesadilla.
Para las elites de Moscú impedir esto
es, como Karaganov dice, “una
lucha para detener a otros la ampliación de su esfera de control en los
territorios que son vitales para la
supervivencia de Rusia”. ¿Y quién
supuestamente amenaza la supervivencia de Rusia? Es un Occidente
“más débil de lo que muchos se imaginan”. Vista desde Moscú, la política
occidental es la política de Versalles.
De hecho, la posición occidental se
basa en dos principios simples: en
primer lugar, un país tiene derecho a
tomar sus propias decisiones; segundo, las fronteras no se pueden cambiar por la fuerza. Rusia rechaza los
dos principios. Es porque sus antiguos satélites estaban justamente
seguros de que Rusia no aceptaría
estos principios que han mostrado
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El crecimiento económico de largo plazo depende de la reducción de los costos de transacción
y de las desconfianzas, lo que tiene que ver con la estructura y con la cultura al mismo tiempo.
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Crecimiento en el largo plazo
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El autor es editorialista
económico principal
de Financial Times.
Mirada Global
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tantas ganas de unirse a la OTAN.
A veces, las perspectivas de las elites de Rusia rozan la parodia. Una
razón por la que muchos en Moscú
creen que una unión política con
Europa es imposible es que Europa
está abandonando el cristianismo y
las normas “tradicionales” -para los
que leen, la aceptación de la homosexualidad. Pero yo, por lo menos,
recuerdo que la Unión Soviética cuya
desaparición Putin lamenta persiguió al cristianismo sin piedad.
“Yo intimido, luego existo”. Ese
parece ser el lema detrás de algunos
de los arrebatos del Presidente. Pero
ellos no son menos graves por ser
absurdos. Occidente no es una amenaza para Rusia. Por el contrario,
Occidente sabe muy bien que tiene
un interés vital en mantener buenas
relaciones con ese país. Pero no es
tan fácil hacer caso omiso de una
invasión (sí, eso es lo que es), por
mucho que a uno no le guste la palabra. Al mismo tiempo, una relación
confrontacional con un poder tan
importante y potencialmente útil
como Rusia es desalentadora. ¿Hay
solución a este dilema? Todas las
posibilidades (sanciones, asistencia
económica y posiblemente militar
masiva a Ucrania o no hacer nada en
absoluto) conllevan riesgos. Pero
Occidente tiene que partir de un
ajuste de cuentas honesto con Rusia.
La Rusia de hoy siente que es víctima
de una injusticia histórica y rechaza
los valores occidentales fundamentales. También se siente fuerte como
para actuar. El líder ruso también ve
estas emociones potentes como una
forma de asegurar el poder. No es el
primer gobernante así. Su Rusia es
un vecino peligroso. Occidente debe
deshacerse de sus últimas ilusiones
de la postguerra fría. P
Q
UÉ determina el crecimiento
económico de largo plazo de los
países? ¿Por qué unos pueden
crecer a 10% y otros deben contentarse
con mantener su estándar de vida?
Adam Smith, un agudo observador de
los procesos que comenzaban a trastocar la economía británica en el siglo
XVIII, sugirió dos causas: el mercado,
que permitía la coordinación de la actividad económica de millones de unidades interdependientes, el cual, a su vez,
hacía posible la especialización, que
permitía una mayor productividad.
A través de los años, la economía ha
ido añadiendo elementos a esa ecuación. La acumulación de “capital”, el
progreso tecnológico, las economías de
aglomeración, la educación y el capital
humano, las reglas del juego que premian la innovación y el aprendizaje, la
cultura, la distribución social del poder
y, más recientemente, el capital social y
la confianza. A través del tiempo, el
énfasis se ha ido moviendo de los más
duros y tangibles costos de los procesos
productivos a los menos visibles y crecientes, a medida que aumentan la
complejidad, interdependencia e incertidumbre, costos de transacción.
El impacto más notable de los costos
de transacción es que hay intercambios
potencialmente beneficiosos que no se
pueden realizar. Si en algún momento
del desarrollo bastaba que una empresa
se especializara y aprovechara economías de escala latentes para vender un
PABLO GONZÁLEZ
bien o servicio a un precio determinado
por un mercado (como parece ser aún
la fórmula válida para algunas ciudades
chinas), el salto a la premier league
requiere resolver las coordinaciones
entre empresas, entre gobierno y
empresas y entre gobiernos. Aquí no
hay precios claros, los contratos completos no son posibles y hay incentivos
de corto plazo a no cumplir.
¿Cómo estamos en Chile para dar este
salto en los próximos diez años? Hasta
el momento se ha confiado en un
esquema de mercado poco regulado y
en las capacidades de las personas con
acceso a capital para descubrir oportunidades de ganar dinero. Esto incluso
traspasando a la esfera mercantil ámbitos de la vida social que no estaban
regulados por relaciones de intercambio. El costo de esto ha sido la primacía
de una cierta lógica en las relaciones
sociales y, como consecuencia, el debi-
litamiento del capital social y de las
confianzas. Esto tiene el efecto de elevar los costos de transacción y limita los
beneficios que pueden obtenerse del
funcionamiento del propio mercado.
Cuando los costos de transacción son
altos, el acuerdo imposible será reemplazado por la compra hostil o el desarrollo puertas adentro, desaprovechando toda la experiencia acumulada y los
proyectos complementarios que surgen
de las asociaciones de empresas (que
proliferan hoy -fuera de Chile- entre las
grandes empresas de alta tecnología) o,
peor aún, las transacciones no se producirán nunca. ¿Por qué en Chile las
empresas requieren un control tan
férreo? ¿Por qué estamos llenos de iniciativas de control externo en el ámbito
público que no crean valor?
El crecimiento económico de largo
plazo de Chile depende de la reducción
de los costos de transacción y de las
desconfianzas, lo que tiene que ver con
estructura y con cultura al mismo tiempo. Requiere hacer posible las coordinaciones “gana-gana” en que cada uno
puede confiar en un futuro compartido,
donde cada quien cumplirá su parte.
Los países que han logrado desarrollarse en todos los planos primero han conseguido este acuerdo básico: puedo
confiar en ti. P
El autor es director Centro Sistemas
Públicos (CSP), Ingeniería Industrial,
Universidad de Chile.
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