Reinsercion post conflicto

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Reinserción y pos-conflicto
Reinserción y Post-conflicto
Reinserción y post-conflicto
LECCIONES
DESDE LA EXPERIENCIA COLOMBIANA
Por: Antonio Sanguino Páez
PRESENTACIÓN
Reconocer como inevitable la negociación
política del conflicto armado, y preguntarse por
sus modelos, actores y agendas, debería tener
como correlato una reflexión sobre el postconflicto, sobre el país que nos espera luego
del pacto de paz, sobre las condiciones para su
sostenibilidad y durabilidad. Aproximarse al
escenario del post-conflicto colombiano puede
ser útil para dimensionar los alcances de una
eventual negociación e incluso para superar sus
obstáculos o “puntos muertos”. Esa es la primera
propuesta que quisiéramos hacer : pensar el
conflicto armado y la negociación política desde
el post-conflicto.
Un segundo asunto que queremos proponer y
desarrollar – así sea de manera inicial – es asumir esta perspectiva desde la experiencia colombiana, desde los acuerdos de paz realizados en Colombia en la década de los noventa y
los posteriores procesos de reinserción de organizaciones y excombatientes a la vida civil.
Así estos procesos se hayan adelantado en
medio de la continuidad y generalización del
conflicto armado, existe en ellos un legado de
limitaciones y aprendizajes que pueden servir
de referentes para identificar desafíos y problemas futuros o para proponer caminos y dispositivos que contribuyan a la pacificación del país.
Un tercer asunto tiene que ver con la identificación de los nuevos polos de conflicto y tensión
que emergen en el proceso mismo de la reincorporación de excombatientes y organizaciones armadas o para no apegarnos al modelo
hasta ahora ensayado “los que hipotéticamente
emergerán en una situación post-conflicto”.
LOS ACUERDOS DE PAZ DE LOS NOVENTA: APUESTA
POLÍTICA E INSINUACIÓN DEL POST-CONFLICTO
Fue el Movimiento 19 de Abril quien inauguró
la perspectiva de la solución política negociada del conflicto armado en Colombia y América Latina, cuando aún circulaba en el discurso
revolucionario dominante el paradigma de la
violencia como camino para el cambio social.
Recordemos el episodio de la toma de la Embajada de la República Dominicana en Bogotá, apenas comenzando la década de los
ochenta, su desenlace negociado en la camioneta de la Cruz Roja, y la propuesta de Dialogo Nacional lanzada como una herejía por su
entonces Comandante Jaime Bateman Cayón.
Luego vino el período frustrado de la Tregua y
el Dialogo Nacional con el Gobierno del presidente Betancur y su triste final en el Holocausto
del Palacio de Justicia.
Fue precisamente el M-19 quien también inauguró un itinerario de negociación que condujo a su desarme en marzo de 1.990, seguido luego por el Ejército Popular de Liberación, el Movimiento Armado Quintín Lame,
el Partido Revolucionario de los Trabajadores, los Comandos Ernesto Rojas, la Corriente de Renovación Socialista, las Milicias de Medellín y el Frente Francisco
Garnica. Este ciclo de negociaciones de
paz, más allá de los acuerdos mismos, significan una ruptura sin precedentes en la
vida de las guerrillas latinoamericanas surgidas en la década de los sesentas. A este
periplo de negociaciones debemos, en buena parte, la tesis de la solución política negociada, el pacto constituyente del 91 y la
extraordinaria irrupción del movimiento ciudadano por la paz.
1
Pero este ciclo de negociaciones no fue el resultado de una oferta generosa de paz del establecimiento. Más aún, la “Iniciativa Para la
Paz” del entonces presidente Virgilio Barco1
que constituyó su política de negociación y el
marco en el cual se adelantaron las conversaciones con el M-19, redujo el problema del conflicto armado al desarme de la insurgencia, ignoró las transformaciones económicas y sociales en la agenda de paz, insistió en el tratamiento de la pobreza con políticas sociales
residuales a través del Plan Nacional de Rehabilitación y redujo la oferta de cambios en el
sistema político a una reforma constitucional
vía Congreso que naufragó en las sesiones
de diciembre de 1.989 dejando en vilo el proceso de paz mismo. Para el establecimiento,
el post-conflicto fue la simple reincorporación
y el desarme de las guerrillas sin que ello implicara cambios sustanciales en la vida nacional.
La negociación política y los acuerdos de paz
fueron más bien el resultado de una decisión
unilateral de las organizaciones pactantes de
los acuerdos, en una suerte de cambio radical
y de ruptura en estos de sus estrategias y tácticas políticas. Allí emerge intuitivamente una
noción distinta del post-conflicto, que aplazaba las tareas programáticas del cambio social
para su conquista en el terreno de la lucha
política legal. Ello, el aplazamiento de las aspiraciones programáticas, en el entendido de que
no era posible conquistarlas ni en la guerra ni
en la mesa de negociaciones, requería de fuerzas políticas poderosas que se sintonizaran con
las mayorías nacionales y rompieran las resistencias al cambio por parte de las élites. Ese,
a juicio de los protagonistas de la paz hecha,
era el papel que le correspondía jugar a la insurgencia y su acumulado de lucha y organización.
En efecto, a pesar del hundimiento de la reforma constitucional del 89, el M-19 continuó el
proceso de negociación y firmó su acuerdo de
paz en marzo de 1.990, bajo el compromiso de
los pactantes (Gobierno Nacional, Partidos
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Políticos, M-19 y la Iglesia Católica en calidad
de tutora del proceso) de hacer posible los consensos en materia de reformas, logrados en
las mesas de dialogo que con participación de
los diversos sectores de la sociedad colombiana se instalaron a lo largo del proceso de conversaciones2.
Aún cuando el conjunto de los acuerdos de paz
definieron unas características generales y un
modelo global de paz y reinserción, cada uno
tiene sus particularidades, énfasis y aportes al
rediseño de una política de paz y negociación
para futuros procesos. Mientras el M-19 insistió en la democratización de la vida política
nacional y en las necesarias reformas que propiciaran la emergencia de nuevas expresiones
partidarias; el PRT, el EPL y el Quintín Lame,
apresuraron las negociaciones para articularse
a la Asamblea Nacional Constituyente en curso y para apostarle a proyectos políticos partidarios como la AD-M19 y la Alianza Social Indígena - ASI- en el entendido de que allí estaba resuelto el componente político de sus
acuerdos, lo que les permitió identificar, destacar y desarrollar el componente de reinserción
de los y las excombatientes muy poco visible
en el acuerdo del M-19.
Otras fueron las contribuciones de cada uno
de los acuerdos : el PRT enfatizó en el tema
de los Derechos Humanos, logrando un diseño que integrara acciones gubernamentales y de la comunidad en sus zonas de influencia. El Quintín Lame incorporó en sus
acuerdos compromisos gubernamentales
para la realización de obras de beneficio para
las comunidades indígenas del centro del
Cauca. El EPL, además de negociar aspectos jurídicos y políticos relativos a la
reinserción de sus combatientes, incluyó el
desarrollo de planes regionales que beneficiaran a las comunidades de sus áreas de
influencia y la creación de la Comisión Para
la Superación de la Violencia que produjo
importantes recomendaciones en materia de
derechos humanos y DIH..
Reinserción y pos-conflicto
Por su parte la CRS, asumió la Constitución
de 1.991 como un marco normativo propicio
para la materialización de reformas políticas y
sociales, pactó algunas favorabilidades para la
acción política legal, afinó los componentes de
reinserción y rehabilitación, pero sobre todo,
insistió en la participación comunitaria como
elemento esencial de la democracia y el desarrollo regional en zonas de conflicto como eje
del Acuerdo Final suscrito en 1.994. En el caso
de las Milicias de Medellín, el Acuerdo de Paz
contempló aspectos propios de la reinserción
de milicianos, planes de inversión social en las
Comunas y un modelo de seguridad comunitaria con participación directa de los
exmilicianos.
El post-conflicto fue entendido en estos procesos desde la insurgencia pactante de los acuerdos como la apuesta por la política y ese es
quizás su principal contribución, aún cuando
visibilizó el problema territorial y su relación con
el conflicto armado interno, y puso de relieve
el problema mismo de la reinserción de
excombatientes. La experiencia de la Alianza
Democrática M19 demostró la pertinencia de
la actividad pública para la lucha por los cambios que el país requería y los limites que la
guerra y la clandestinidad le imponía a los propósitos de transformación social. Se empezó
a demostrar que la guerra ya no era sinónimo
de revolución.
Pero haciendo una mirada retrospectiva, el
conjunto de los acuerdos permite leer una noción de la sociedad post-conflicto en sus protagonistas, que tiene muchas distancias de los
originales planteamientos políticos de las organizaciones insurgentes :
❒ El asunto de las armas, se asumió desde
la tesis del monopolio de la fuerza en manos
del Estado. Ello argumentó el desarme de las
organizaciones insurgentes, la aceptación de
un Cuerpo Armado Estatal, pero insistiendo en
el control civil sobre este y su acatamiento
irrestricto a los Derechos humanos.
❒ La situación post-conflicto se entendió
como un conjunto de condiciones que garantizaran la competencia política civilizada, el pluralismo político y la existencia de partidos políticos distintos al bipartidismo tradicional. En
tales circunstancias los esfuerzos de la reincorporación a la vida civil de los agrupamientos
guerrilleros se dirigieron a la configuración de
proyectos políticos partidarios, al logro de cambios en el sistema político o de favorabilidades
y garantías de seguridad para el ejercicio de la
vida pública.
❒ El post-conflicto constituía un escenario
para poner en juego los diversos proyectos históricos, incluido el de la insurgencia
desmovilizada. Los contenidos de estos proyectos históricos tenían que ver con asuntos
como el modelo económico y social y el modelo de Estado, principalmente.
❒ Mientras se conquistaban en la lucha legal los cambios que afectaran las variables estructurales que originaron la confrontación armada, en el postconflicto se debían resarcir los
efectos de la violencia en las poblaciones y territorios que fueron asiento de la insurgencia
desmovilizada que al mismo tiempo le permitieran estabilizar una base social y electoral.
Pero muy pronto se evidenció que el post-conflicto era un asunto más amplio y vinculante
que el cambio de una táctica y una estrategia
política. Las realidades de la reinserción se hicieron más visibles, una vez pasó la euforia de
los éxitos políticos de la AD-M19 y esta empezó a languidecer como proyecto partidario. El
viacrucis de los excombatientes de base para
reincorporarse a la vida civil, el drama de las
víctimas de décadas de confrontación y el reclamo de las comunidades asiento de la
exguerrilla que no sentían suficientemente resueltos sus problemas de marginalidad y pobreza no se hicieron esperar, ante una política
pública de paz y reinserción construida a retazos que marchaba detrás de los acontecimientos. Todo ello en un marco de continuidad del
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conflicto armado y de estigmatización tanto
desde la insurgencia que se mantuvo en armas, como de sectores de la derecha militar y
paramilitar. Lo que empezó como una vergüenza, esto es, la resistencia de los excombatientes
a ser considerados como población objeto de
políticas especificas y focalizadas, terminó
como una necesidad apremiante de
sobrevivencia para amplios grupos de esta
población.
Ello obligó a funcionarios gubernamentales y
organizaciones desmovilizadas a poner atención en los otros asuntos hasta ahora invisibles en el transito a la vida civil de las organizaciones y excombatientes : el problema de la
reinserción de los excombatientes, la atención
a las víctimas de la confrontación y de la
reinserción misma (viudas, huérfanos, desplazados y lisiados de guerra), la acción hacia los
territorios asiento de la exguerrilla que en virtud de los insuficientes recursos y la débil y
marginal acción estatal fueron copados por los
diversos actores armados. Como apuesta política se pretendió ganar el acumulado de la
reinserción a favor de la lucha por la paz y en
la realización de experiencias de convivencia
ciudadana.
Esta política se estructuró a partir de una
acción concertada entre voceros gubernamentales y representantes de las organizaciones desmovilizadas a partir de la conformación de un dispositivo institucional para
la atención y desarrollo de los acuerdos en
lo que se conoció como el Programa Especial para la Reinserción y la firma de un
nuevo Pacto por la Consolidación de los
Procesos de Paz entre el Gobierno de Cesar Gaviria y el M-19, el EPL, el PRT, los
Comandos Ernesto Rojas y el Quintín
Lame3. Lo propio aconteció entre la CRS y
el Gobierno de Ernesto Samper a través de
la firma del pacto de Consolidación del
Acuerdo Político Final en septiembre de
1.996 y recientemente se ha hecho con el
MIR-COAR de Medellín.
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Tal política sin embargo, no superó
sustancialmente el esquema de reinserción
plasmado en los Acuerdos de Paz, que entre
otras cosas, relegaba los asuntos políticos al
acontecer de la competencia pública y a la iniciativa de los propios desmovilizados, mientras
que los asuntos económicos y sociales resultaban atrapados en contextos políticos adversos para garantizar la reinserción de personas
y regiones.
LOS LÍMITES ESTRUCTURALES DE LOS ACUERDOS
Vistos de conjunto y desde la visión del postconflicto de las mismas organizaciones
desmovilizadas, los acuerdos de paz y su posterior ejecución acusan serias limitaciones estructurales que aún no han sido resueltas satisfactoriamente. Este bloqueo estructural no
solo ha contribuido a debilitar el alcance e impacto de los procesos de paz, sino que además ha servido de argumento y escenario en
algunas regiones para la continuación y escalamiento de la confrontación. Veamos :
❒ Aún cuando la negociación fue por sobre
todo una apuesta política, ha sido evidente el
divorcio entre la dimensión política de los acuerdos y los componentes de desarrollo y convivencia territorial y reinserción de
excombatientes. Primero porque la transición
en fuerzas políticas civiles fue un asunto que
corrió por cuenta y riesgo de las organizaciones desmovilizadas sin la ocurrencia de cambios significativos en el régimen político. Segundo, porque los acuerdos y procesos de paz
se hicieron en un marco de continuidad de la
confrontación, debilitando sus implicaciones en
una perspectiva de reconciliación nacional, por
lo que el papel de los desmovilizados y sus organizaciones se concentró en una persistente
presencia en los escenarios de la lucha por la
paz y la solución política negociada. Finalmente
el posicionamiento político de las organizaciones surgidas en los acuerdos casi nunca es-
Reinserción y pos-conflicto
tuvo acompañado e integrado a la atención de
los demás componentes de los acuerdos y viceversa.
❒ El énfasis individualista y economicista
de la reinserción que privilegió la reincorporación individual de los excombatientes desde
una oferta de asistencia social y un programa
de micro créditos que, salvo algunas excepciones, tampoco significaron una reinserción
estable y definitiva al mundo del trabajo. Más
aún, el componente de la reinserción económica y social se hizo al margen de los contextos y políticas macroeconómicas, condenando las iniciativas empresariales de los
desmovilizados a naufragar en mercados abiertos y competitivos.
❒ Un precario compromiso del sector privado y la comunidad internacional en materia de
asistencia técnica y financiera a los procesos
de reinserción y a la asistencia de las víctimas
o las regiones escenarios del conflicto. La importancia de la participación de estos actores
en el proceso de negociación misma contrastó
con su total ausencia en los momentos posteriores a la dejación de las armas.
❒ Ante la ausencia tanto en las agendas de
negociación como en los acuerdos mismos de
transformaciones económicas y sociales, se
pactaron programas residuales llamados de
“desarrollo regional” que no atendieron variables estructurales del conflicto armado, reduciéndose a un programa de inversiones públicas con escasos compromisos de los entes
territoriales.
LOS CONFLICTOS DE LA REINSERCIÓN
Tal como se ha dicho, la contribución de los
pactos de paz de los noventa a la vida nacional son insoslayables: la constitución política
de 1.991, experiencias de gobernabilidad democrática territorial en regiones y municipios,
la irrupción del movimiento de paz y de iniciativas de convivencia ciudadana en todo el país,
la aparición con demostrada viabilidad de proyectos políticos que contribuyen a romper el
monopolio de la política en manos del
bipartidismo tradicional, entre los más importantes.
Sin embargo, el transito a la vida civil trajo consigo nuevos conflictos. Desde los ámbitos más
públicos hasta los más privados las tensiones
emergieron sin que se encontraran respuestas adecuadas en el aparato público y en menor medida en las organizaciones
desmovilizadas. Entre los más importantes
podemos señalar:
El desafío de la reconstrucción del ideario
y las practicas políticas. El dilema entre el
apego a la tradición de las izquierdas y el
afán por la renovación a cualquier costo.
Sin duda el transito a la civilidad exigió una ruptura paradigmática en las organizaciones
pactantes de los acuerdos. La renuncia a la
lucha armada y a la actuación clandestina implicó una critica al autoritarismo armado; las
expectativas frente a un nuevo pacto social con
los anteriores adversarios implicó repensar el
calado y profundidad de las reformas propuestas originalmente; las nuevas exigencias de la
lucha política obligaba a un proceso de reconstrucción de la insurgencia como actor político.
Pero aún mas, esta transición para las guerrillas colombianas ocurrió en medio del derrumbe del mundo socialista, la inviabilidad de la revolución armada en Centroamérica y la derrota electoral del Sandinismo en Nicaragua. Había que reconstruir el ideario, renovar las prácticas políticas y rediseñar los dispositivos
organizativos, en un contexto de perplejidad y
desconcierto.
Este desafío no se abordó colectivamente y
más bien su tratamiento estuvo signado por el
peso de liderazgos individuales fuertes que imponían perspectivas unilaterales que negaban
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otras posibilidades de actuar en la vida pública. El enfrentamiento de nociones, estrategias
y prácticas configuró un escenario en cuyos
extremos se colocaron dos polos de tensión :
por un lado, quienes argumentaban la reconstrucción de los proyectos políticos volviendo a
las tradiciones de las izquierdas o a las de su
propia organización en una suerte de reacción
nostálgica; por el otro, quienes para ponerse a
tono con los tiempos y las nuevas realidades
insistían en construir proyectos políticos ideológicamente plurales que condujo al
desdibujamiento y la perdida de perfil propio.
Esta polarización condujo al rompimiento de la
unidad interna de los nuevos agrupamientos,
cuyo caso más notorio fue la AD-M19, pero
hay que decir también que el sistema político
colombiano actuó como un contexto que ayudó a estimular la irrupción y proliferación de
pequeñas empresas electorales y a la fragmentación política.
El cambio de roles y la pugna por los
liderazgos.
Unas son las exigencias y condiciones para
ejercer roles de conducción en la vida militar y
clandestina y otras son las que se requieren
en la vida civil. La conducción de los procesos
de negociación y los inicios de la reinserción
estuvo a cargo de quienes desempeñaban roles de liderazgo en las organizaciones, pero
muy pronto se evidenció que la continuidad en
este papel estaba determinado por la capacidad de adaptación o de movilidad en los nuevos escenarios, a riesgo de que fueran desplazados por quienes se destacaran con mayor capacidad para afrontar las nuevas tareas,
así no hubiesen tenido un papel destacado en
el pasado insurgente.
Ayudado quizás por el contexto de contradicciones políticas, esta disputa de liderazgos
unas veces se personalizó y en otras ocasiones contribuyó a la configuración de una situación de tensión entre los dirigentes históri6
cos y los liderazgos emergentes, en una suerte de pugna por el reclamo de titularidades y
derechos.
La crisis de representación de los y las
desmovilizadas.
La transición a la vida civil acudió a un modelo de representación de la población
desmovilizada que no se correspondía con
las nuevas realidades. Ello, porque rota la disciplina cerrada del pasado, los anteriores
agrupamientos no estaban en capacidad de
representar los intereses de sus anteriores
militantes y combatientes, mientras que las
ONGs, los partidos y movimientos derivadas
de los acuerdos , aún cuando fueron un referente importante en el cumplimiento y ejecución de los mismos, sus preocupaciones
estaban puestas en la incursión en nuevos
temas o en la construcción de relaciones con
nuevos actores sociales. Finalmente, la representación de la población desmovilizada
ha recaído en los voceros nombrados en los
inicios de los procesos de reinserción con
una conexión muy débil con sus representados.
Los proyectos de vida y las asimetrías en
los recursos disponibles.
Desaparecido el cuerpo organizativo que
proveía a los individuos todas sus necesidades económicas, políticas, afectivas y de
identidad, la vida civil puso al descubierto
las asimetrías en capacidades y condiciones de los desmovilizados. En efecto, la
población desmovilizada tuvo que afrontar
en contextos económicos y sociales adversos y sometida al estigma por su pasado,
la reconstrucción de su proyecto de vida
que implicaba la recuperación del nombre,
el diseño de un futuro personal y familiar
que antes no existía, la reconstrucción de
los afectos, la reinserción económica y
social y la identificación de su nuevo rol
político.
Reinserción y pos-conflicto
A MANERA DE CONCLUSIONES
La superación negociada de la actual confrontación armada exige visualizar un posible escenario del post-conflicto e imaginar la transición entre la guerra y la paz. Ambas cosas, el
postconflicto y la transición, para el caso de
una eventual negociación de paz muy seguramente tendrá una dimensión y unos rasgos
distintos a los acuerdos de paz de los noventa.
Pero muy seguramente también, el transito a
la paz o al post-conflicto tendrá algunas de las
características o enfrentará algunos de los
desafíos de los anteriores procesos de paz.
Un asunto que ayuda a visualizar el escenario
del postconflicto es el de las agendas. A diferencia de las anteriores negociaciones un futuro proceso de paz con las guerrillas debería
incorporar acuerdos de orden estructural de la
sociedad colombiana, al tiempo que incida en
factores territoriales y también estructurales
que explican la existencia de cada una de las
organizaciones insurgentes.
A mi juicio, son cinco los grandes asuntos que
debería tener una agenda de negociaciones
que conduzca a la sociedad colombiana a una
situación post-conflicto: los necesarios cambios
en el modelo económico y social y en particular el problema agrario, los cultivos de uso ilícito y el narcotráfico; el modelo de desarme del
conflicto : las fuerzas armadas, las armas y
estructuras de las guerrillas y el monopolio en
uso de la fuerza; las reformas al régimen político; el reordenamiento del territorio y las estrategias de desarrollo de las regiones escenarios de la confrontación; y el tratamiento a
los crímenes de guerra y en general a los actos violatorios a los derechos humanos cometidos en desarrollo del conflicto.
Pero no menos importante en la agenda de paz
es el de la transición. Allí habrá que recoger
las lecciones y enseñanzas de los anteriores
procesos de paz y anticiparse a futuros conflictos. La pregunta por la transición de la so-
ciedad colombiana de la guerra a la paz implicará examinar el modelo de transición a la vida
civil de los y las excombatientes de los diversos actores armados: su articulación al mundo laboral, su asentamiento territorial, su formación técnica y profesional, el tratamiento de
los impactos de la guerra en su vida individual
y familiar, asunto que no puede ser marginal ni
accesorio y que requerirán un lugar destacado en la política pública de paz. Por supuesto
que, la reconversión o reconstrucción en proyectos político civiles y el marco de garantías
y favorabilidades para el ejercicio de la actividad pública será un asunto prioritario, pero no
menos importante será el de establecer mecanismos de representación directa de los
excombatientes más allá de los aparatos partidarios, que les permita tramitar sus demandas
y problemas específicos como población.
Pero la guerra tampoco podrá superarse si no
se asume adecuadamente el problema de las
víctimas que esta produjo. Viudas, huérfanos,
lisiados de guerra y comunidades afectadas por
masacres y acciones de guerra indiscriminadas
requerirán de esfuerzos especiales y específicos que van desde la recuperación de la memoria y el conocimiento público de las circunstancias de los crímenes y violaciones a los
Derechos Humanos y al DIH, el castigo o perdón a los mismos, y la atención integral a los
afectados.
Pero la transición de la sociedad colombiana
al post-conflicto y en particular, el de los protagonistas de la guerra, requerirá unos dispositivos institucionales en el aparato público y el
mundo de las organizaciones no gubernamentales que supere el actual modelo con el que
se han atendido los anteriores procesos. Cerrado definitivamente el ciclo de la reinserción
de los noventa habrá que rediseñar los mecanismos institucionales para afrontar un proceso que promete ser más complejo y de un tamaño que aún no precisamos con exactitud.
En cualquier caso, estos dispositivos
institucionales por la magnitud de la función
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que les corresponde asumir, deben tener un
lugar importante en la institucionalidad pública.
Finalmente, hay que corregir la ausencia de
compromiso del sector privado y de la comunidad internacional que ha caracterizado la paz
de los noventa. La transición que tenemos
como desafío en el futuro próximo, exige la
definición de claros compromisos del sector
público y privado, de asistencia técnica y financiera de la comunidad internacional que permita acompañar y rodear tanto el tránsito a la
vida civil de los excombatientes, como la materialización del conjunto de los acuerdos.
1
Para un mayor detalle ver : “Iniciativa Para la Paz”. Presidencia de la República de Colombia. Septiembre de 1.988.
En efecto, en la introducción al Acuerdo Político entre el Gobierno Nacional, Los Partidos Políticos, el M-19 y la
Iglesia Católica en calidad de tutora del proceso, suscrito el 9 de marzo de 1.990 se reconoce textualmente que
“el pacto político por la Paz y la Democracia, suscrito el 2 de noviembre de 1.989, consigna aspectos fundamentales para lograr la reconciliación nacional. Los temas que más preocupan hoy a la nación fueron abordados en
la discusión que llevó a las conclusiones de consenso plasmadas en dicho pacto : la administración de justicia,
el narcotráfico, la reforma electoral, las inversiones públicas en zonas de conflicto y por supuesto, la paz, el orden
público y la normalización de la vida ciudadana. Con el objetivo de culminar exitosamente el proceso de paz y
reconciliación con el M-19, se hace necesario refrendar esos acuerdos e incorporar elementos adicionales que
sustituyan aquellos que formaban parte de la Reforma Constitucional que no culminó su trámite en 1.989.” Ver
“Acuerdos de Paz”. Colección Tiempos de Paz. Programa para la Reinserción, Centro de Documentación para la
Paz – Compaz. Bogotá, 1.995.
2
Ver “Pacto por la Consolidación de los Procesos de Paz”. Plan Nacional de Rehabilitación. Programa Presidencial. Bogotá 1.993.
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