REFLEXIONES SOBRE LA NUEVA LEY DE SALUD MENTAL EN COLOMBIA Por David Alberto Campos Vargas, MD* [email protected] Analizando la ley, tal como quedó, se puede afirmar que los colombianos estamos lejos de cantar victoria. Aunque se menciona en ella el énfasis en la promoción y prevención, continuamos aún en la consabida estrategia de buscar aliviar cuando ya el trastorno está instaurado. La medicina preventiva, pues, sigue brillando por su ausencia en el país. El derecho a la salud mental, para que sea real, implica una reestructuración social y educativa a gran escala, que obviamente la Ley 1616 no contempla. ¿Cómo vamos a tener realmente salud mental si continúa la violencia en sus múltiples manifestaciones?, ¿cómo es posible afirmar que se promociona la salud mental cuando la población no accede a salarios dignos, educación decente y tiempo real para el descanso y la diversión?, ¿creen que los ciudadanos somos tan ingenuos como para creer que en un país en el que el terrorismo, el abuso y el maltrato son el pan de cada día, basta con "ampliar la cobertura" de servicios en psicología y psiquiatría? Es obvio que si deseamos verdadera salud mental tenemos que apuntarle a donde toca: no a la atención tardía, netamente hospitalaria, sino a la prevención primaria, y a la promoción. Y para ello hay que pensar al país en términos de desarrollo, de capital global y de oportunidades de recreación, deporte y realización vocacional y laboral. Se requiere, si queremos salir del estado de descomposición social en el que nos encontramos, empezar por permitir una verdadera realización personal. Que cada quien pueda estudiar, con verdadero apoyo estatal, para engrandecer su calidad humana y servir más humanamente a los demás, en vez de estar perdiendo tiempo (y, en ocasiones, la vida) por culpa de los intransigentes que creen que la Universidad es zona de batalla política, y entorpecen con sus actos violentos el transcurrir de la vida de Academia. Que todo el que desee pueda crear y aportar a la sociedad sus productos culturales, sin tener que temer la retaliación o a la ausencia de patrocinio. Que se pueda vivir en una patria libre de secuestros, libre de atropellos. De otro lado, una sociedad que da la espalda a la familia poco puede aportar a la salud mental. Veo con suma preocupación cómo se promueve tan escasamente la lactancia, que tan definitivas consecuencias tiene para la psique. Me asombra que no se haya logrado una licencia de maternidad decente, y que las madres colombianas sigan casi desamparadas al respecto (muchas de ellas obligadas a separarse prematuramente de sus hijos, sin poder realizar una labor de maternaje adecuada, y sin tener siquiera la garantía de una guardería especializada en sus sitios de trabajo). Me indigna que ni se tenga en cuenta la presencia del padre como fundamento moral y organizador del psiquismo infantil (de la licencia de paternidad, de duración ridícula, no se puede sino afirmar que es otra de las deficiencias de una legislación insuficiente). Y realmente encoleriza el que el colombiano ni siquiera tenga la certeza de poder disfrutar de un padre, pues a buena pare de los padres colombianos los asesina la violencia (de los terroristas y de los delincuentes comunes, del hampa organizada y de la callejera, de los sociópatas rampantes y de los adictos no tratados). Y otro porcentaje está tan mal criado (no solamente mal educado, sino despersonalizado, deshumanizado, dada la espantosa inversión de valores que se vive) que no asume su paternidad con la responsabilidad y la grandeza que dicha vocación exige. Además, ¿están nuestros niños bien alimentados?, ¿gozan de un sistema familiar amoroso, cálido y acogedor?...¿O están, por el contrario, casi sentenciados a la negligencia, porque todos sus cuidadores están trabajando desde la madrugada hasta altas horas de la noche, dados los pobres salarios que en país se manejan? Yo pregunto, en aras de hacer pensar la situación de manera holística, sin restringirse a la psiquiatría y a la psicología manicomiales, que es por desgracia el enfoque que percibo (claro que oculto de manera subrepticia, disimulado y maquillado por los legisladores) en la 1616: ¿Acaso contribuye a la estabilidad del psiquismo el estar expuesto al maltrato, al abandono, a la desnutrición? Y es que la salud mental no puede reducirse a la "adecuación de los servicios en el marco del Plan Obligatorio de Salud". Se requieren condiciones de vivienda digna, de educación física y artística, de una canasta familiar en la que se tenga acceso a alimentos saludables y de alto valor biológico. Se requiere entender la salud mental como un compromiso de todos, no de señores con bata que dan pepitas aquí y allá (el modelo más burdo, más limitado y más infame que se pueda tener de un psiquiatra...y por desgracia el que la inmensa mayoría de los colombianos tiene en su imaginario). En la salud mental intervienen los padres, los maestros, todos los estamentos de la sociedad. E insisto en las flojas condiciones contractuales en las que los trabajadores de salud se hallan inmersos. Y no solamente son los bajos salarios. Hasta la seguridad, hasta la integridad personal peligra. ¿Cuántos psicólogos, enfermeros y psiquiatras asesinados o agredidos están esperando los legisladores para que, de una vez por todas, se legisle para protegerlos? Nos quedamos entonces esperando (¿cuántos años más?) una ley de salud mental de verdad. Ahora bien, de la presente se pueden rescatar algunas cosas: a) El enfoque preferencial a niños y adolescentes. b) La implementación de acciones para prevenir conductas como el acoso escolar, el estigma y la discriminación (aunque, como suele ocurrir en las leyes colombianas, no hay total claridad al respecto: se dice qué se pretende pero no se explicita con suficiencia el cómo) y c) La creación de un instancia especializada a nivel nacional denominada Consejo Nacional de Salud Mental, integrado por el Ministro de Salud y Protección Social o viceministro delegado, el Defensor del Pueblo, el Director de Promoción y Prevención, un representante por cada uno de los colegios o asociaciones profesionales que determina la Ley, dos representantes de los prestadores de servicios de salud, dos representantes de las asociaciones de pacientes, un representante de las facultades de ciencias de la salud, uno de las ciencias sociales y uno de organizaciones sociales y comunitarias. Sin embargo, este Consejo no basta para afirmar, como se viene haciendo, que se está buscando una salud mental integral o comunitaria. Apenas es un paso chiquito.