03-15 Tercer Dom. Cuaresma

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03-15 Tercer Dom. Cuaresma – C
Ex.3.1-8 y 13-15 // I Cor.10.1-6 y 10-12 // Lc.13.1-9
“What is in a Name?”, exclamó el Bardo. A esta pregunta contesta la tradición Romana: “Nomen
est omen”, es decir: “El nombre es un presagio”. En efecto, en muchas sociedades primitivas, - y aún en
asociaciones secretas modernas, como la Francmasonería, - la persona tiene dos nombres, no uno solo.
Desde luego, tiene su nombre común, con que es conocido por todo el mundo y que figura en su pasaporte. Pero además de éste, tiene otro nombre secreto, conocido sólo a las personas iniciadas o íntimamente allegadas al portador. ¿Por qué este secretismo? - Para captar esto, la Biblia nos puede ayudar.
El Nombre como ‘Alter Ego’ de la Persona
Pues en hebreo la palabra por ‘nombre’ es ‘shem’. Pero el hebreo carece de una palabra aparte
para decir ‘persona’. De ahí que, para decir ‘persona’, usa también la palabra ’shem’. O sea, ‘shem’
significa tanto ‘nombre’ como ‘persona’. ¿Extraño? No tanto: porque aún para nosotros el nombre siempre indica una persona. – Pero para la Biblia es mucho más pues, para el hombre bíblico, el nombre va
cargado de la energía de la persona que la lleva: casi como si fuese un ente vivo y enérgico: un ‘alter
ego’ de él que, cuando se pronuncia, causa irresistiblemente ciertos efectos. P.ej. cuando Elías invoca el
Nombre de Yahweh, baja fuego del cielo (I Rey.18.36-38). Aún en el NT San Pedro declara que el ciego
fue curado “por el Nombre de Jesús el Nazareno: por su nombre y por ningún otro éste se presenta
ahora sano ante vosotros: porque no hay bajo el cielo otro nombre, dado a los hombres, por el que seamos salvados” (Hch.4.10 y 12). Así Jesús mismo nos enseña a orar: “Santificado sea tu Nombre” (Mt.6.9),
es decir: “haznos experimentar la fuerza poderosa de tu Nombre/Persona”. Y cuando va a ascender al
cielo, promete a sus discípulos: “En mi Nombre echarán demonios” (Mc.16.17).
La Revelación del Sinaí – I: el Nombre Público
Cuando Moisés pregunta por el Nombre de la Divinidad desconocida que le está hablando desde la zarza, recibe dos respuestas, no una. La primera es: “El Dios de vuestros padres: el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”. Observa que Dios, con este nombre, no revela nada directo de
su propio interior. Lo que hace es: referirnos a sus acciones concretas que conocemos de sus relaciones
históricas con los Patriarcas de Israel. Si tú quieres saber quién es Dios, analiza lo que la Biblia narra de la
vida y las peripecias de Abraham. Medita cómo Dios bregó con Isaac, o cuál fue su providencia en los
altos y bajos de la vida de Jacob. ¿Significa esto que no nos quiere revelar nada de sí mismo? No tanto.
Sino precisamente a través de la manera cómo brega con ‘material humano’, a veces tan refractario, va
manifestando algo de su interior: cómo hace promesas de felicidad a Abraham, mas luego lo pone a
prueba por décadas, - cómo somete a Isaac literalmente a la prueba del fuego, - cómo brega con el
Jacob traicionero, etc. Los capítulos 12 a 36 del Génesis son una larga y profunda meditación sobre
cómo Dios brega con el ser humano, y qué manifiesta esto, indirectamente, de su propio ‘carácter’. –
Por esto, aquello de “Dios de Abraham”, etc., es como el nombre público de Dios (vea Ex.6.2-3).
Pero ahora resulta que tiene otro nombre también, privado, secreto, hasta ahora desconocido.
La Revelación del Sinaí – II: el Nombre Íntimo
Como segunda respuesta a la petición de Moisés, Dios manifiesta que se llama también: “Soy
quien Soy” (v.14). ¡Muy misterioso! Tan misterioso que algunos exégetas creen que esto es meramente
una forma para no acceder a la petición de Moisés. - Con todo, la mayoría creen que, sí, Dios nos revela
aquí su nombre personal: lo cual es una enorme prueba de confianza que el Señor deposita en el ser
humano. De ahí la gravedad del pecado de quien pretende abusar este Nombre: “No tomarás en falso el
Nombre de tu Dios” (Ex.20.7). Esto se refiere a dos abusos: (1) a prácticas mágicas como hacen los
paganos: que creen que pueden ‘manipular’ impunemente a Dios y servirse de Él (vea I Rey. 18.26-29;
Mt.6.7-8; Hch.19.13-16). - (2) El otro abuso es jurar en falso, es decir: invocar el Nombre de Dios como
testigo para afirmar una cosa que es mentira: o sea, perjurio (Lev.19.12; Mt.5.33-37). –
Pero, ¿qué significa este nombre tan enigmático, en hebreo Yahweh? Los entendidos bíblicos
proponen tres sentidos distintos, todos igualmente importantes. El primer sentido sería: “Yo soy Aquel
que existo por mi propia fuerza”. Así indica la diferencia fundamental entre Dios, y todos los demás
seres que sólo son creaturas de Él. Pues Él no necesita a nadie para existir: su misma naturaleza divina
consiste en existir. En el Evangelio de San Juan es éste el sentido del título que Jesús reclama cuando las
Autoridades exigen que se identifique claramente: “Si no creéis que Yo Soy, moriréis en vuestros pecados… pues antes que naciese Abraham, Yo Soy” (Jn.8.24 y 581). – Éste es el sentido más teológico y,
quizá, más tardío de este nombre, pero éste es su contenido en el Nuevo Testamento.
El segundo sentido es: “Yo Soy el que hace ser a los demás”, o sea: Yo soy el Creador de todo
cuanto existe. También éste es un sentido muy rico, como canta San Pablo: “En Él fueron creadas todas2
las cosas en los cielos y en la tierra: todo fue creado mediante Él y hacia Él, pero Él mismo existe anterior
al universo, y el universo encuentra coherencia en Él” (Col.1.15-17). –
El tercer sentido, probablemente el original, es: “Yo soy el que asisto a los demás”, o sea: Yo soy
el que en todo momento estoy pendiente de mis creaturas para ayudarlas y asistirlas, - como Dios lo hizo con Israel en su liberación de Egipto, paso por el Mar Rojo, milagros del desierto, - y sigue haciendo. Consecuencias para nuestra Vida Diaria (Lc.13.1-5)
La Escritura insiste que esta revelación de la intimidad de Dios mismo, no fue dada sólo a nuestros antepasados que ya murieron y a los que apenas recordamos. Sino que es altamente actual: Dios
sigue hablando y revelándola a cada uno de nosotros en el presente: “Dios ha concluido esta alianza, no
con nuestros padres, sino con nosotros, sí, con nosotros los que estamos ahora aquí, todos vivos” (Dt.5.
2-3). Pues para Dios no existe diferencia entre pasado y presente: para Él todo siempre está presente.
Por tanto, las consecuencias de esta revelación de su intimidad nos atañen directamente a nosotros, en
nuestro modo diario de ser y de actuar. Pues los que hemos sido privilegiados al ser admitidos a la propia intimidad de Dios, necesariamente tenemos que vivir en consonancia con esta dignidad. El que ya es
hijo de Dios, tiene que vivir ‘a lo divino’. De ahí toda la predicación moral de Jesús, como la encontramos
en los Evangelios Sinópticos. ¡Y esto es urgente!
Libertad del Señor a Llamarnos cuando Él Decida
Porque el Señor no está obligado a ajustarse al calendario de mis preferencias: que Él venga a
buscarme sólo cuando yo decida prepararme. Sino “aquel día vendrá de improviso sobre vosotros como
un lazo” (Lc.21.34-35). Él tiene soberana libertad (vea Rm.9.11-12) para llamarnos: a uno de improviso, a
otro después de muchas advertencias y oportunidades, al tercero tras grandes sufrimientos, al otro tras
una vida larga, sin sobresaltos o crisis. Quizá protestamos: “¡Dios no trata a todos por igual!” No, en
efecto, - tampoco tiene obligación a esto. Su actuar es misterioso para nosotros, pero una cosa, sí, sabemos: Él hace siempre lo que es mejor para nuestro eterno destino en Él. Dice San Pablo: “Dios actúa en
todas las cosas para el bien de los que lo aman” (Rm.8.28): éste es el principio fundamental, y el único
que importa, - pues Dios no actúa por capricho. Dios tiene una providencia personal para cada uno de
nosotros en particular. Así lo asegura a Pedro cuando éste le pregunta sobre el destino de Juan: “Si yo
quiero que él se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa a ti? “(Jn.21.21-22). Y San Pablo escribe:
“¿Quién eres tú para juzgar al criado ajeno? Que éste se mantenga de pie o caiga, sólo es asunto de su
Señor; pero se mantendrá a pie, pues poderoso es el Señor para sostenerlo” (Rm.14.4). 1
En su Evangelio, San Juan aplica este título siete veces a Jesús (4.26; 6.20; 8.24, 8.28, 8.58; 13.19; 18.15).
No “todas las otras cosas”, como la Biblia de los Testigos dice cinco veces en v.16-20. Así pretende incluir a Jesús
entre las criaturas, de modo que no puede ser Dios. Pero San Pablo no escribe “las otras”, sino ‘ta panta’= “todas”.
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