Argentina, hacia un cambio de paradigma

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Argentina, hacia un cambio de paradigma1
Por Rodrigo Martín Alvarez (USAL) *2
ABSTRAC
El 22 de noviembre de 2015 marcó un cambio de paradigma en Argentina. La elección de
Mauricio Macri como presidente abre una nueva etapa en el país. Desde el 2003, y durante
12 años de gobierno kirchnerista, se reconstruyó y consolidó un Estado capaz de intervenir
en la economía, planificar el desarrollo y redistribuir la renta extraordinaria a sectores
carenciados. En el plano internacional, dentro de la multipolaridad, bregó por una
perspectiva latinoamericanista. Este modelo neodesarrollista, o posneoliberal, estaría en
jaque tras la asunción del flamante presidente el 10 de diciembre de 2015. Las primeras
medidas del nuevo gobierno plantean una economía más abierta al mercado, con menos
regulaciones, una voluntad expresa de retornar al sistema financiero y una visión global
más cercana a los intereses de Estados Unidos y los países desarrollados. El propósito de
este trabajo es identificar continuidades y discontinuidades entre el nuevo gobierno
macrista y su predecesor kirchnerista. Cabe destacar que, debido a los exiguos dos primeros
meses de gobierno de la actual administración, este artículo no busca agotar su objeto de
estudio sino brindar datos para enriquecer el actual debate.
Palabras clave: paradigma neodesarrollismo liberalismo América Latina Argentina
1
Trabajo final de la materia “Estado, Desarrollo y Políticas Públicas. Argentina en la globalización
multipolar” dictada por el Dr. Daniel García Delgado.
2
Doctorando en Ciencias Sociales por La Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO).
Introducción
El 22 de noviembre de 2015 se desarrolló la segunda vuelta electoral para definir al
sucesor de Cristina Fernández de Kirchner. Las fórmulas que rivalizaron fueron, por el
Frente para la Victoria, Daniel Scioli y Carlos Zannini, y por la coalición Cambiemos,
Mauricio Macri y Gabriela Michetti. El resultado final fue una victoria reducida para la
coalición liderada por el PRO con 51, 34 % de los votos, mientras que la otra fórmula
obtuvo el 48, 66%3.
Esta victoria representa un cambio de paradigma en Argentina y confirma un vuelco
económico y político que se está produciendo en América Latina. En nuestro país, en los
últimos doce años, gobernó el Frente para la Victoria. Néstor Kirchner fue presidente desde
el 2003 hasta el 2007. Cristina Fernández de Kirchner estuvo al frente del Poder Ejecutivo
entre el 2007 y el 2015. En esta década, se consolidó un Estado activo en la sociedad con
el objetivo de lograr un desarrollo con inclusión social.
Este modelo neodesarrollista surgió al inicio del siglo XXI como consecuencia de la
crisis económica, política y social que dejó la aplicación de las políticas ortodoxas del
neoliberalismo durante los ´90 (García Delgado 2013). Para dar respuesta a este escenario,
el Estado reasumió funciones que antes no tenía. Algunas de ellas fueron políticas
tendientes a recuperar bienes imprescindibles para el desarrollo nacional como YPF y las
jubilaciones, demandar cada vez más la incorporación de ciencia y tecnología en la
producción industrial y empezar a encontrar las soluciones a los graves problemas de
desigualdad. Asimismo la mayor demanda laboral y el crecimiento económico, producto
del elevado precio de los commodities y del incremento del gasto público, permitieron un
alza en los niveles de consumo. Por último, cabe destacar, el lugar prioritario que tuvieron
los derechos humanos como pilar indispensable para repensar la historia reciente y
construir la identidad nacional (García Delgado 2013).
3
Según los datos de la Cámara Nacional Electoral:
http://www.electoral.gov.ar/pdf/escrutinio_definitivo_2da_vuelta.pdf
Sin embargo, durante los dos últimos años del mandato de Cristina Fernández de
Kirchner, se empezó a escuchar en la opinión pública la necesidad de un “cambio de ciclo”
(García Delgado 2015). Esta consigna se edificó en tres aspectos puntuales. El primer punto
tiene que ver con un escenario internacional más adverso que en los años precedentes. La
recesión económica en la Unión Europea, el magro crecimiento económico de Estados
Unidos y la baja en el precio de los commodities, dificultaron las exportaciones de
productos agropecuarios e industriales. El segundo punto se inscribe en la coyuntura local.
El establishment nacional quiso dar por tierra con la experiencia populista e incentivó y
favoreció el cambio político. Según García Delgado, este actor interviniente ansiaba un
cambio para “retomar una visión más conservadora en lo político, más neoclásica en lo
económico, y una inserción con los países industriales del norte” (García Delgado 2015,
160). El tercer punto consiste en la oposición de Estados Unidos a la multipolaridad, su
crítica a los BRICS y nuevos liderazgos internacionales, y por último, la restauración de su
dominio en términos económicos, políticos y militares que supo tener a mediados del siglo
pasado pero que en éste es cuestionado.
Este escenario adverso se tradujo en las urnas el 22 de noviembre. El vencedor de la
elección y líder de la coalición Cambiemos, Mauricio Macri, aseveró en reiteradas
oportunidades que él y su partido expresaban el cambio que los argentinos necesitaban.
Según su visión, esta ruptura se justifica por el crecimiento de la corrupción, el incremento
de la inflación, el gasto público desmedido, la carencia de inversión privada, el avance del
narcotráfico y su connivencia con los políticos y la ausencia, o falta de relevancia, del país
en el concierto internacional.
Si bien la coalición Cambiemos está en el poder hace ochenta días, y por lo tanto, es
complejo llevar adelante un análisis pormenorizado debido al escaso tiempo que llevan en
el gobierno, sí se puede establecer una comparación entre el modelo neodesarrollista del
período kirchnerista y la perspectiva más liberal que empieza a nacer a partir de las
primeras medidas del gobierno del PRO. El propósito del trabajo no es agotar su objeto de
estudio sino brindar una posición analítica que enriquezca el actual debate.
Paradigmas. Cambios a partir del 22 de noviembre
Thomas Kuhn definió a los paradigmas como “realizaciones científicas
universalmente reconocidas que, durante cierto tiempo, proporcionan modelos de
problemas y soluciones a una comunidad científica” (Kuhn 1971, 13). Es decir, que se trata
de un modelo científico superador de los anteriores cuyas perspectivas, teorías y
articulaciones conceptuales resuelven los problemas presentes en la empiria hasta que se
presenta una anomalía que no puede desentrañar y, de esta manera, da lugar al surgimiento
de un nuevo paradigma (García Delgado y Ruiz del Ferrier 2013). Asimismo, dentro de las
ciencias sociales, no sólo tiene una acepción de quiebre sino de un espacio en el cual
permanentemente, producto del avance científico, se resignifican conceptos y se acumula
conocimiento (Nudler 1976, 2004).
Como ya lo aseveraron Ruiz del Ferrier y García Delgado, en la última década, en
varios países de Latinoamérica, entre ellos Argentina, se desarrolló un proceso productivo
inclusivo o un proyecto nacional, popular y neodesarrollista, que surgió más desde la praxis
misma que de una elaboración teórica previa. Luego, cuando se consolidaron estas
experiencias, se abrió un espacio para la reflexión académica de estos profundos cambios.
En algunos países, estas transformaciones se dieron con un perfil más radical, como en
Venezuela, Bolivia y Ecuador, y en otros de manera más gradual, como Brasil y Uruguay.
Estos cambios estuvieron acompañados de una reconfiguración del poder mundial que
permitió un mejor escenario para los países emergentes y en desarrollo.
No obstante, durante el último año, empezaron a percibirse algunos signos de
cambio en la región. En Venezuela, el gobierno de Nicolás Maduró fue derrotado en las
últimas elecciones legislativas ante la Mesa de la Unidad Democrática que obtuvo 99
diputados sobre 167 bancas. El líder de la oposición, Henrique Capriles, aseguró que este
contundente triunfo se debe a que el pueblo venezolano se cansó de la escasez de alimentos
y remedios, la inflación desenfrenada y la prisión de políticos opositores. En Brasil, la
presidente Dilma Rousseff afronta un pedido de juicio político que podría culminar en su
destitución. La mandataria brasileña es acusada de haber tergiversado ilegalmente la
situación fiscal antes de su reelección en 2014 y de corrupción en las empresas estatales
con el caso Petrobras como estandarte. Asimismo cada vez tiene más preponderancia la
Alianza del Pacífico. Ésta es un bloque comercial conformado por Chile, Colombia,
México y Perú que aboga por una región más liberal, con libre circulación de mercaderías y
con una posición más cercana a los Estados Unidos.
En consecuencia, más allá de los avances de los gobiernos progresistas en la
recuperación de un Estado preocupado por las problemáticas sociales, todavía existen
interrogantes sin respuesta. Esta situación hizo que se produzca un giro de un modelo
neodesarrollista con características nacionales y populares, a otro más liberal.
El paradigma neoliberal planteó, a mediados de 1980 y principios de 1990, un
enfoque neoclásico en donde las funciones del Estado tienen que reducirse al mínimo. El
Consenso de Washington como guía para ordenar la macroeconomía, liberalizar las fuerzas
del comercio y la inversión privada y permitir la expansión de las fuerzas del mercado. Del
mismo modo, promovió un nuevo estilo de gestión y administración pública: New Public
Management. Éste estableció un estilo más gerencial, construido sobre los pilares de la
eficacia y eficiencia empresarias, para consolidar el crecimiento del país, no
necesariamente su desarrollo. Por último, la maximización de las libertades individuales era
el ladrillo filosófico sobre el cual se edificaba todo lo demás. Esta situación garantizaba la
libertad pero no así la igualdad de condiciones para el desarrollo individual y colectivo
(García Delgado y Ruiz del Ferrier 2013).
El ajuste neoliberal impulsado por varios de los países de América Latina durante
la década de 1990 llevó a una situación de ingobernabilidad por los problemas económicos
y políticos que se tradujeron en profundos conflictos sociales. La salida a estos
desequilibrios dependió de cada país y fueron diversos. Se podría tipificar en tres salidas.
La primera introdujo reformas menores al modelo liberalizado de la economía, una segunda
que buscó una consolidación de esta perspectiva lo que tornó la situación más autoritaria, y
por último, la que se produjo en la mayoría de los países, que fue la extirpación definitiva
del neoliberalismo. Si bien existen diferencias entre estas salidas, lo cierto es que las tres
plantean el regreso del Estado como actor interviniente (Cao y Laguado 2015) (García
Delgado 2015).
Esta recuperación de la presencia del Estado se traduciría en una “recuperación
simbólica y material del Estado como garante de los procesos de inclusión social y política,
la renovada capacidad de regulación de los mercados, políticas industrialistas, junto con
una marcada vocación latinoamericanista y manifiesta independencia de los centros de
poder mundiales” (Cao y Laguado 2015). Esto lo logra a través de políticas de
desendeudamiento, retenciones a los commodities e incorporación de la planificación como
instrumento orientador del gasto público para que, en conjunto, se promueva un proceso de
reindustrialización y se construya un modelo basado en la producción real de la economía y
no en su financiarización (García Delgado y Ruiz del Ferrier 2013).
En este modelo posneoliberal convergen dos perspectivas: el nuevo desarrollismo y
lo nacional y popular. El nuevo desarrollismo promueve una intervención estatal fuerte con
reformas en las instituciones para que un Estado vigoroso se combine con el manejo
mesurado de las cuentas fiscales para garantizar la soberanía económica. La vertiente
nacional y popular busca resignificar el concepto de poder para garantizar más igualdad y
justicia social (Cao y Laguado 2015).
La perspectiva del nuevo desarrollismo establece diferencias marcadas con el
neoliberalismo. Se pasa del endeudamiento para atraer fondos al desendeudamiento como
motor de autonomía, del mercado como principal proveedor de recursos a la primacía del
Estado como orientador y promotor de la producción y el desarrollo inclusivo, de la
subordinación de la política a la economía a la preponderancia de lo político sobre lo
económico, de la búsqueda del ascenso individual a la construcción de la solidaridad
colectiva y de una inserción global con claras dependencias al norte a otra que comulga con
una participación en la globalización con resguardo de los propios intereses nacionales
(García Delgado y Ruiz del Ferrier 2013).
La otra vertiente, la nacional y popular, es un conjunto de valores y conocimientos
que no tiene la finalidad de ser reconocida por intelectuales y académicos sino consolidarse
como saber plebeyo. Se sitúa dentro de las coordenadas de la historia y la geografía para
comprender que América Latina es una única nación que todavía está en proceso de
construcción (Cao y Laguado 2015).
Según esta mirada, para lograr la verdadera autonomía y superar los desequilibrios
en su estructura social, la acción del Estado tiene que estar dirigida a salir del subdesarrollo.
Esta transformación posee dos estrategias. La primera promueve una modernización en la
estructura socioeconómica para constituir otra dinámica interna y de relación con el mundo.
La segunda hace hincapié en la superación de los desequilibrios sociales con especial
énfasis en los espacios de marginalidad social como así también una mejora en las políticas
de distribución del ingreso. Ambas estrategias están íntimamente unidas: a través del
verdadero desarrollo se pueden superar los desequilibrios sociales, y sólo con la superación
de los desequilibrios sociales se llega al desarrollo verdadero (Cao y Laguado 2015).
En esta línea de preocupación por lo social es que durante la última década se
proyectaron un sinfín de programas sociales para ayudar a los más carenciados o
desprotegidos de la sociedad. Algunas de estas medidas fueron: Asignación Universal por
Hijo, ampliación de las jubilaciones además de la sanción en el 2008 de la Ley de
Movilidad Jubilatoria, Argentina Trabaja, Conectar Igualdad, Plan “Más y Mejor Trabajo”,
Pro-Crear, Programa Remediar, mayor presupuesto en educación y recuperación de las
escuelas técnicas y la puesta en marcha de un plan de infraestructura para construir más
obras de provisión de agua, cloacas y caminos (García Delgado 2013, 9).
Más allá de todas sus virtudes, este nuevo modelo debía mantenerse en el tiempo y
para ello tenía que resolver algunos problemas clásicos de la Argentina: restricción externa
de divisas, industrialización y consolidación de la sustitución de importaciones. Para
cumplir con estos objetivos, era fundamental lograr el autoabastecimiento energético en el
corto plazo para no depender de la importación de energía y el consecuente egreso de
fondos públicos, controlar la inflación para consolidar el nivel de consumo y mantener las
políticas macroeconómicas (García Delgado y Ruiz del Ferrier 2013).
Pero, durante los dos gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner, no se
encontraron soluciones a los problemas planteados. Las dificultades energéticas fueron
cada vez más apremiantes. Las soluciones que se aplicaron no fueron suficientes. Se
importó gas de Bolivia, petróleo de Venezuela y se contrató a empresas privadas para que
suministren equipos electrógenos para que no falte energía en los hogares. La inflación no
encontró un techo. Una de las últimas medidas fue el programa Precios cuidados que
moderó esta suba pero no la impidió. Del mismo modo, la falta de inversión privada en
sectores delicados de la economía llevó a que el gobierno tuviera que aumentar el gasto
público para afrontar esta escasez. Todo esto determinó el fin del equilibrio de la
macroeconomía y del superávit gemelo.
Todos estos problemas sumados a la presión de los grupos mediáticos concentrados
sobre temas vinculados a la corrupción y al narcotráfico, hizo que en la elección
presidencial del 22 de noviembre sea electo Mauricio Macri. El líder del PRO tiene una
visión más liberal de la articulación Estado-mercado-sociedad. En los primeros ochenta
días de mandato subió la tarifa de luz casi un 500%, quitó las retenciones al trigo, maíz,
girasol, carne y estableció una reducción progresiva del 5% cada año a la soja. En política
internacional, Macri participó del World Economic Forum en Suiza pero no asistió a la IV
cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) en Ecuador.
Con estos primeros lineamientos se puede inferir el retorno del paradigma liberal.
Política Económica
En los tres mandatos kirchneristas se consolidó un Estado de corte keynesiano. Esto
le permitió aplicar políticas redistributivas para aumentar los ingresos de los sectores bajos.
De esta manera, y a partir de otras herramientas, el gobierno expandió el consumo. A través
del Ministerio de Economía y Planificación potenció el gasto público para traccionar la
inversión privada. Todo esto tenía por objetivo consolidar y robustecer el mercado interno.
En el plano internacional, se buscó la conquista de la autonomía perdida en la década de
1990. Ésta se consiguió con el pago de la deuda externa al Fondo Monetario Internacional
(FMI) en el 2005. Por medio de esta decisión se alejó la influencia de este organismo
internacional y colocaba a la gestión fuera de su libreto de liberalización (Aronskind 2014).
Desde el inicio de su mandato, Néstor Kirchner aplicó medidas para promover una
reindustrialización en todos los sectores productivos. Esta planificación intentó reconstruir
el círculo virtuoso del keynesianismo para obtener pleno empleo, un mercado interno
robusto, un alza en el consumo, una sólida posición en lo fiscal y un incremento en la
inversión social para sostener en el tiempo el superávit gemelo. Esta postura
industrializadora contempló, además de un aumento del gasto público dirigido a sectores
estratégicos de la economía, una alta inversión privada y el crecimiento de la exportación
industrial. Este proceso de fortalecimiento de la industria nacional estuvo acompañado de
un tipo de cambio competitivo, regulado por la intervención estatal, hasta que, a partir del
2008, empezó un proceso inflacionario que relativizó este componente (Cao y Laguado
2015).
Para retomar el papel activo del Estado en la inversión, el gobierno kirchnerista
aplicó una estrategia mixta respecto a la propiedad de las empresas. En algunos casos el
Estado recuperó la totalidad del control, y en otros, su ingreso en la propiedad fue parcial
para que la responsabilidad sea compartida con la rama privada. Esta situación ocurrió en
aquellas cuya gestión era excesivamente deficiente hasta el punto de afectar el esquema
económico y la imagen del gobierno por el pésimo servicio que le brindaban a los
ciudadanos (Cao y Laguado 2015).
Luego, en el 2007, Cristina Fernández de Kirchner es elegida presidente. Ni bien se
inicia el segundo gobierno kirchnerista, suceden dos acontecimiento negativos que van a
marcar todo el mandato. El primero fue la contienda que el gobierno mantuvo con el
campo. El paro agropecuario del 2008 se produjo porque las cuatro entidades que nuclean a
los sectores de la producción agrícola y ganadera del país decidieron tomar medidas de
fuerza para oponerse a la aplicación de la Resolución 125/2008 que establecía un sistema
de retenciones móviles para la soja, trigo y maíz. Durante los 129 días que duró el
conflicto, se produjeron cortes de ruta y movilizaciones del sector agropecuario en todo el
país. Asimismo, el ministro de Economía que ideó la normativa, Martín Lousteau, tuvo que
renunciar a su cargo. Para ponerle un fin a este conflicto, Cristina Fernández de Kirchner
envió al Congreso un proyecto de ley sobre las retenciones a las exportaciones de granos y
de compensaciones a los pequeños productores. La propuesta fue aprobada en la Cámara de
Diputados. En la Cámara de Senadores, la votación estuvo empatada y cuando fue el turno
del voto del Vicepresidente de la Nación, Julio Cobos, éste votó en contra. Esta derrota
legislativa fortaleció a la oposición.
El segundo problema es de índole internacional. En el 2008 estalla la crisis
financiera en el epicentro del sistema capitalista. La consecuencia inmediata fue la
contracción de la economía mundial y un desmejoramiento pronunciado de los beneficios
que ella aportaba al modelo argentino.
Según Aroskind, este momento adverso le dejaba poco margen de maniobra al
gobierno. Por un lado, no se podía modificar la composición de la producción del campo, ni
proteger plenamente al mercado interno de la inflación del contexto internacional. Por otro
lado, y como consecuencia de la crisis, las empresas extranjeras comenzaron a repatriar
capital a sus casas matrices y el Estado tuvo que inyectar fondos en la economía para que la
situación social no se quebrara. Para mantener la estabilidad, el gobierno tomó dos medidas
trascendentes. La primera fue la estatización del sistema jubilatorio y de pensiones. Éste fue
un cambio estructural que terminó con uno de los negocios de la década de 1990 y permitió
aumentar los ingresos estatales. Esta nueva fuente de ingresos le permitió financiar otros
proyectos redistributivos y ganar autonomía económica en un contexto de inestabilidad. La
segunda medida fue la Asignación Universal por Hijo. Este instrumento lo empleó para
llegar a sectores sociales desprotegidos y reparar, aunque sea parcialmente, su situación de
precariedad. Estas dos medidas, sirvieron para contener el escenario recesivo y expandir, en
alguna medida, la economía nacional (Aroskind 2014).
Gracias a las políticas sociales y de intervención en la economía, Cristina Fernández
de Kirchner es reelecta hasta el 2015. En el inicio de su mandato aseveró que era imperioso
aplicar una “sintonía fina” para modificar algunas políticas del sector público (García
Delgado 2014). Este cambio estaba dirigido principalmente a la revisión de los subsidios de
energía, transporte público y otras ramas de la economía. Esto se decidió porque ya habían
pasado más de diez años de la última crisis, se habían aplicado políticas heterodoxas para
asistir a los sectores afectados, pero era el momento de ser más precisos en las políticas de
asistencia. Esta mayor precisión en el uso de los fondos públicos se justificaba por dos
situaciones. En el plano interno, la inflación inició una escala que se controló con la
implementación del programa Precios cuidados. En el plano internacional, empezó a
escasear el ingreso de divisas como consecuencia de una menor demanda de productos
primarios (Aroskind 2014).
No obstante, más allá de las políticas redistributivas y de intervención en la
economía que ayudaron a consolidar y mantener la situación social, la economía comenzó a
decaer. Esta situación se acentuó en los dos últimos años del mandato. La crisis energética,
la escasez de divisas, el aumento de la inflación, la presión de los holdouts por el pago de la
deuda, sumado a una presión creciente de los grupos mediáticos sobre los temas de
corrupción y narcotráfico, hicieron que bajaran los niveles de aprobación del gobierno.
José Natanson en su editorial de enero 2016, en Le monde Diplomatique, “Contra la
igualdad de oportunidades”, aseveró que la concepción liberal propone una igualdad de
oportunidades. Esto implica la construcción de un escenario, en el cual, estén dadas todas
las condiciones para que los ciudadanos puedan progresar en su vida y lleguen hasta donde
su inteligencia, creatividad y voluntad les permita. Según este paradigma, la desigualdad es
algo positivo porque genera el dinamismo de la competencia que augura el progreso de la
sociedad. Es por ello que, lo que busca el liberalismo, es construir una única línea de
largada, establecer con precisión los márgenes de acción y dejar librado a cada uno su vida
según sus propias capacidades y méritos. Esta perspectiva define a los individuos a partir de
lo que los distingue y a las sociedades por su meritocracia de ser cada vez mejores. El
gobierno de Macri se identifica plenamente con este conjunto de ideas. En consecuencia,
gran parte de las medidas adoptadas, tuvieron que ver con desmontar los mecanismos de
control, regulación e intervención construidos por la anterior administración.
Antes que nada, lo primero que habría que destacar es la conformación de su
gabinete. El único funcionario de esta línea que trabajó en el gobierno de Cristina
Fernández de Kirchner es Lino Barañao al frente del Ministerio de Ciencia y Tecnología.
Esto se debe a que uno de los objetivos del gobierno macrista es expandir la producción a
partir de la incorporación de investigación, ciencia y tecnología. Se busca incluir mayor
valor agregado para que los productos compitan abiertamente en el comercio internacional.
En este sentido, para subordinar la política a la economía, existe una profusión de ex
empresarios, con un perfil técnico y gerencial, presentes al frente de los ministerios. Juan
José Aranguren está al frente del Ministerio de Energía. Él fue presidente de la filial
argentina de la petrolera Shell entre el 2003 y 2015 y, además, vicepresidente de
Suministros para América Latina de la misma compañía. Susana Malcorra preside la
Cancillería de la Nación. Trabajó en IBM desde 1979 hasta 1993. Luego se desempeñó en
Telecom desde 1993 hasta 2002 donde llegó a ser presidente. Francisco Cabrera es el nuevo
ministro de Desarrollo Productivo. Trabajó cinco años en el área de marketing de HewlettPackard. Fundó y fue el CEO de Máxima AFJP. Luego participó del holding financiero
Grupo Roberts y en el Grupo HSBC. Entre el 2002 y 2007, fue el director ejecutivo de La
Nación e integró el directorio de Los Andes y La Voz del Interior. Guillermo Dietrich está
al frente del Ministerio de Transporte. Él lideró la empresa familiar Dietrich dedicada al
mundo automotriz. Andrés Ibarra está a cargo del Ministerio de Modernización. Alcanzó
puestos ejecutivos en empresas del Grupo Macri. Entre otras, trabajó en: Sideco S.A.,
Autopistas del Sol, Correo Argentino y Boca Juniors. Por último, está Ricardo Buryaile al
frente del Ministerio de Agricultura. Él continuó con la tradición familiar y se afianzó como
productor ganadero en Formosa.
Todos estos ministros, que tienen una vasta trayectoria en la actividad privada,
conforman el New Public Management (García Delgado 2015). Poseen un perfil técnico,
su objetivo es la eficiencia y la eficacia en cada una de sus carteras y promueven un tipo de
metodología que conlleva, en el mejor de los casos, un crecimiento del país, pero no
necesariamente su desarrollo.
Para liberalizar la economía es imperioso eliminar las injerencias del Estado. En
este sentido, en los primeros días de su gestión, se tomaron medidas para reducir la
intervención estatal. En su primer lunes como presidente, en Pergamino, Macri comunicó la
decisión de quitar las retenciones al trigo, maíz, girasol, carne y demás productos de
economías regionales. Respecto a la soja, se reducirá un 5% anual de manera progresiva
para que en el 2022 ya no tribute más. En el mismo día, a la noche, en la 21° Conferencia
Industrial Argentina, anunció la eliminación de las retenciones del 5% que grababan las
exportaciones industriales. De esta manera, los productos del campo y de la industria no
pagan más retenciones. Según el paradigma liberal, estarían liberados de las ataduras del
Estado y podrían producir más y de mejor calidad.
En consonancia con esta medida, el 16 de diciembre, el ministro de Hacienda y
Finanzas, Alfonso Prat-Gay, informó sobre el levantamiento del cepo cambiario. Esto
significó que las personas y las empresas dejaron de tener que pedirle autorización a la
AFIP para comprar dólares. De esta manera, se unificó el precio del dólar y cualquier
persona física o jurídica la puede adquirir en casas de cambio, bancos u otra entidad con un
tope de dos millones para atesorar. Para sostener la liberación del tipo de cambio, Prat-Gay
anunció tres medidas. La primera fue un acuerdo con cerealeras para liquidar 400 millones
de dólares por día durante las tres semanas siguientes. Esto le reportaría un ingreso al
Estado de 6 mil millones. La segunda fue un acuerdo con el gobierno chino. Se convertirán
yuanes del swap con China por 3100 millones de dólares. La tercera fue la suscripción, por
parte de bancos extranjeros, de un préstamo contra garantías de títulos en dólares del Banco
Central. Ahora bien, la liberación del tipo de cambio tiene una contrapartida. Implica la
devaluación de la moneda nacional. Esto afecta el poder adquisitivo de toda la sociedad,
pero principalmente, de los sectores de más bajos recursos.
De la misma manera, la política de subsidiar los servicios de consumo masivo que
se dio en la última década, encontró su fin. En los últimos diez años, los subsidios eran
concebidos como una herramienta que poseía el Estado para intervenir directamente sobre
la facturación de los servicios. Con ello lograba que los ciudadanos pagaran menos y
tuvieran más dinero para consumir. Sin embargo, la actual administración tiene una
concepción opuesta. Los subsidios distorsionan los valores reales de la economía. Según su
perspectiva, al haberlos aplicado durante tanto tiempo y de manera tan abarcativa, lo único
que produjo fue una distorsión. En este sentido, el ministro de Energía, Juan José
Aranguren, explicó en la conferencia de prensa del pasado 29 de enero, que se quitarán los
subsidios a la generación de electricidad. Esto da como resultado un cuadro tarifario con un
aumento de alrededor del 500%. Su argumento versó en que el gobierno precedente gastó
51000 millones de dólares y que ahora, con el nuevo esquema, se ahorrarán, en el 2016,
4000 millones de dólares.
Esta situación es la opuesta en materia de transporte. El ministro Guillermo Dietrich
aseguró que los subsidios se mantendrán tal como están organizados. Esto se debe a que en
todo el mundo el transporte está subsidiado, debido a sus altos costos, y porque además, es
conveniente que la población consuma el transporte público en vez de medios privados. La
única modificación al respecto sería la creación de una tarifa plana única multimodal para
que la persona que tenga que tomar varios medios de transporte sólo pague una única vez.
En el plano institucional, Macri fue cuestionado por el uso excesivo de los decretos,
y entre ellos, los de Necesidad y Urgencia (DNU). Si bien, en los primeros dos meses del
año hay receso legislativo, el presidente puede convocar a sesiones extraordinarias para que
las cámaras legislativas debatan asuntos trascendentes. Esta dinámica no se implementa en
la actual gestión. En lo que va de su mandato, hasta el 26 de diciembre, Macri dictó 261
decretos, de los cuales 4 fueron DNU. Estos últimos tienen que ver con: la modificación de
la Ley de Ministerios, la transferencia de las escuchas a la Corte Suprema de Justicia de la
Nación (CSJN), la postergación del Código Procesal Penal y la modificación de la ley
audiovisual con la intervención de la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación
Audiovisual (AFSCA) y la Autoridad Federal de Tecnologías de la Información y las
Comunicaciones (AFSTIC). De esta manera, impone un conjunto de ideas y
procedimientos de manera unilateral sin el debate parlamentario necesario.
Cabe destacar que un DNU es una ley con forma de decreto y está prohibido salvo
circunstancias excepcionales. En la Constitución Nacional, artículo 99 inciso 3, se establece
la exclusividad de su aplicación en escenarios que impidan el normal desarrollo del proceso
para la sanción de leyes. Con esta herramienta, se dictan normas sin la aprobación
precedente del Congreso de la Nación. No obstante, la Ley 26122 obliga su aprobación por
la Comisión Bicameral especial. En estos momentos no se vive una situación excepcional
que amerite necesidad y urgencia. En caso de que exista un asunto trascendente, se lo puede
abordar a través de la convocatoria a sesiones extraordinarios en el Congreso.
Uno de los usos más cuestionados fue la designación por decreto de Carlos
Rosenkrantz y Horacio Rosatti como miembros de la CSJN sin el acuerdo del Senado.
Estas dos designaciones ocuparían los lugares vacantes de Eugenio Zaffaroni y Carlos Fayt.
Su decisión se fundamentó en el artículo 99 inciso 99 de la Constitución Nacional en el que
se establece que el titular del Poder Ejecutivo "puede llenar las vacantes de los empleos,
que requieran el acuerdo del Senado, y que ocurran durante su receso, por medio de
nombramientos en comisión que expirarán al fin de la próxima Legislatura". Prestigiosos
juristas y constitucionalistas cuestionaron esta decisión. Esto se debe a que el artículo antes
señalado sólo le da la potestad de hacer designaciones dentro del mismo Poder Ejecutivo,
como puede ser la elección de un embajador o un alto oficial de las Fuerzas Armadas,
jamás de otro poder del Estado. Para que esto no suceda, es necesario que los dos
candidatos tengan la aprobación del Senado. En caso contrario, se produce la intromisión
de uno de los poderes del Estado en otro, lo que da como resultado una situación
inconstitucional contraria a las normas republicanas. Del mismo modo, viola el decreto
222/03 que establece los plazos para que el Poder Ejecutivo y el Senado reciban apoyos y
objeciones hacia los juristas propuestos para la CSJN. Finalmente, ante todos los
cuestionamientos, y para evitar mayor desgaste político, se publicaron los antecedentes de
los dos juristas propuestos en el Boletín Oficial para iniciar el proceso tal cual lo determina
la Constitución.
Conforme a la reducción del aparato estatal en pos de lograr eficiencia, Macri dictó
el decreto 254/2015 que instruye a los ministros, secretarios, autoridades de organismos
descentralizados y a empresas estatales a revisar los contratos de sus empleados, con
especial énfasis, en aquellos que concursaron su puesto en los últimos años. Según el
ministro de Modernización, esta acción tiene por objetivo identificar casos que cobren un
salario sin cumplir funciones y encontrar áreas en las que exista un excedente innecesario
de empleados. No obstante, los despidos se produjeron en gran cantidad y en los tres
niveles de gestión. Hasta el momento, si bien las cifras varían según la fuente, la
Asociación de Trabajadores del Estado (ATE) estipula que se produjeron alrededor de 2000
despidos en tan sólo dos meses de gobierno.
Inserción en América Latina y en el mundo
La región latinoamericana ingresa al siglo XXI con dos características principales:
un contexto de crisis y, como un intento de respuesta, un gran número de movimientos
sociales que logran incorporarse en los gobiernos. El cuestionamiento a la doctrina
neoliberal y a las consecuencias de esta política, produjo el nacimiento y consolidación de
un conjunto de partidos, que pueden denominarse posneoliberales, que apuestan a una
reducción del poder del capital global. En cada uno de ellos, se duda de la capacidad del
mercado de asignar recursos de manera correcta y equitativa y se empieza un proceso de
recuperación de las herramientas estatales para intervenir en la economía y la vida social.
Como lo explica Thwaites Rey, esto da como resultado “una retórica crítica frente a las
políticas neoliberales, el diseño de propuestas para transformar los sistemas políticos en
democracias participativas y directas y una mayor presencia estatal en sectores
estratégicos” (Thwaites Rey 2010, 30).
Con la crisis del paradigma neoliberal y la revalorización del Estado, se recuperó
una herramienta fundamental para organizar el desarrollo: la planificación. Los sistemas de
planificación en América Latina tienen dos funciones. La primera tiene que ver con la
dirección o promoción del desarrollo del país. La segunda busca brindarle coherencia y
coordinación a la acción pública. En este último período, la segunda función tuvo más
preponderancia que la primera. Esto se debe a que todavía la planificación está
circunscripta a la acción del aparato público pero no así de la totalidad de los procesos de
desarrollo (Sotelo Maciel 2013).
Como afirma Aldo Ferrer, todos los países que lograron un considerable desarrollo
lo han hecho por una fuerte determinación del Estado y la planificación que éste hace
entorno al desarrollo prioritario de un área por sobre otra. Según su estrategia, puede
intervenir en la economía para priorizar el desarrollo de un área, dirigir los créditos hacia
los sectores más deficientes y necesitados de ayuda o concurrir a distintos ámbitos para
obtener financiación. Del mismo modo es el principal impulsor de la ciencia y la tecnología
para promover la innovación y el conocimiento. Luego, todos estos avances, se vuelcan a la
producción para generar valor agregado (Ferrer 2007). Para tomar todas estas medidas, es
imprescindible la autonomía estatal de los poderes fácticos y sus intereses privados
(Skocpol 1995). Como contrapartida, el Estado debe constituirse en un contrapoder que le
ponga límites al capital global y proteja a los ciudadanos de los intereses avaros de la
globalización (Blutman y Cao 2013).
Como punto de partida para este cambio en la región, se pueden identificar las
elecciones de los presidentes que traían consigo estas ideas: Hugo Chávez en Venezuela
(1999), Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil (2003), Néstor Kirchner en Argentina (2003),
Tabaré Vázquez en Uruguay (2004), Evo Morales en Bolivia (2006), Rafael Correa en
Ecuador (2007), Fernando Lugo en Paraguay (2008) y Daniel Ortega en Nicaragua (2007).
Como afirma Alejandro Pelfini, los liderazgos políticos transformadores tuvieron una
importancia sideral en la conformación de las nuevas alianzas entre los países de
Latinoamérica. Estos nuevos líderes están respaldados por elecciones democráticas,
cuentan con el apoyo de la mayoría y supieron construir un nuevo tipo de vínculo entre
representante y representados (Pelfini 2014) (García Delgado 2015).
No obstante, debido a las características que tiene cada uno de los países de
América Latina y a las notables asimetrías en el sistema internacional, es improbable que
cualquiera de estos Estados, de manera solitaria, modifique el equilibrio de fuerzas a su
favor, con lo cual, se evidencia la necesidad de construir estrategias nacionales concertadas
con los otros Estados de la región. Como asevera Diniz, en este período, se reafirma la
política del interés nacional como la competencia que posee cada Estado de identificar los
intereses estratégicos para su desarrollo con el objetivo de insertarse de manera alternativa
en el sistema global (Diniz 2004). Estas alianzas que surgieron, distan del sesgo comercial
y del trasplante de modelos impuestos por los países centrales. En ellas se prioriza lo
político y lo productivo. Según García Delgado, se “busca construir un bloque del sur
basado en la cooperación en políticas públicas, hecho destacable en tanto pone de
manifiesto la voluntad y la decisión de colocar a la política como instancia articuladora”
(García Delgado 2015, 166).
En este contexto de construcción de rumbos alternativos, comenzó a edificarse la
concepción de que los Estados deben ganar espacios de soberanía a través de dos vías
(Thwaites Rey 2010). La primera vía concierne a la gestión propia del excedente local: el
procedente de la renta de los recursos estratégicos. El proceso de apropiación de recursos
no renovables, y que generan una renta diferencial, surge como algo central para conquistar
grados de soberanía de los Estados periféricos. Por ejemplo, en el caso de Venezuela fue el
petróleo, en Bolivia el gas, en Ecuador la biodiversidad y en Argentina los recursos
agropecuarios.
La segunda vía, consiste en que una parte del capital que circula por la región, y
mejor aún, aquél que se produce fronteras adentro, se desprenda en algunos grados de la
lógica del capital global y permita la construcción de instancias de cooperación entre los
países latinoamericanos. Es así como se intentó recuperar, después de la injerencia de las
políticas neoliberales, al Mercosur y la Corporación Andina de Fomento. Sin embargo, los
dos mejores exponentes de esta idea son la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra
América (ALBA) y el Banco del Sur. En el primer caso, más allá de que el número de
países integrantes es reducido, efectivamente una porción del capital es extraída con una
lógica distinta a la global con intereses propios de sus miembros. El segundo caso tiene la
intención de construir desde sus cimientos una institución de financiación propia que
capture capital y valorice la región. Esta apuesta tuvo un gran impulso debido a la crisis
financiera que se produjo en el epicentro del sistema capitalista en el 2008, que después
devino estructural, pero, al mismo tiempo, plantea interrogantes sobre su viabilidad
(Thwaites Rey y Castillo 2008).
En este contexto de revalorización y nacimiento de instituciones supranacionales, la
que posee mayor envergadura por número de países miembro y por su agenda de temas, es
la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR). Se trata de un “ámbito y foro regional
que busca autonomía y construye propuestas alternativas contra-hegemónicas que
defienden de manera unificada en ámbitos regionales” (Botto 2015, 78). Está compuesta
por todos los países de América del Sur, además de Surinam y Guyana, que forman parte de
América Central. La discusión de su agenda no trae aparejada un compromiso y se restringe
al intercambio de experiencias y puntos de vista. Los gobiernos participan a través de sus
ejecutivos y miembros de cancillería, en este sentido, no delega soberanía. Asimismo los
restantes ministerios integran consejos ministeriales que, una vez finalizado los
tratamientos de temas y redactado las consideraciones finales, las elevan a sus ejecutivos
que son asistidos por equipos técnicos. Éstos últimos pueden estar integrados por actores no
gubernamentales en las etapas de diseño e implementación de las agendas (Botto 2015).
Los logros de la UNASUR se materializaron en la unificación de posiciones en
foros internacionales. Esta posición construye una identidad latinoamericanista con una
visión alternativa a la del orden hegemónico encabezado por Estados Unidos y el Grupo de
los 7. En educación, la postura más radical fue la de la declaración en la Conferencia
Regional de Educación Superior. Allí se asevera que la educación universitaria es un bien
público, un derecho humano universal y es responsabilidad del Estado garantizar que se
cumpla. En materia de salud, se defiende su noción de derecho universal en oposición a
perspectivas mercantilistas. También se ponderó la necesidad de crear más servicios de
salud y mejorar los existentes. De igual manera se llevan adelante debates sobre defensa y
seguridad. En este punto, si bien no se concretaron medidas específicas, sí se expresó la
voluntad de elaborar una estrategia geopolítica que estudie la situación de América Latina y
que sirva como punto de inflexión respecto a los esquemas militares de Estados Unidos que
perduraron por más de treinta años en la región. Por último, cabe destacar que también se
abordan las áreas de economía, infraestructura y energía (Botto 2015).
Por lo tanto, estas dos vías nos llevan a repensar el lugar de los Estados regionales:
si bien se está en un contexto de globalización y de capital global, estas propuestas plantean
la necesidad de apropiación y gestión propia del capital regional. No obstante, hay que
subrayar, que incluso aquellos proyectos que aspiran a tener una lógica que trascienda al
capitalismo, valorizan ese capital regional bajo la misma noción de mercancía y ganancia
(Thwaites Rey 2010).
Esta construcción de instituciones supranacionales se da en un nuevo contexto
global: la multipolaridad. Con la unipolaridad, el paradigma neoliberal configuraba todo el
orbe con el reaseguro de la hegemonía del Grupo de los 7 y Estados Unidos. Se buscó
imponer una única visión consistente en la expansión de un sistema capitalista abierto y una
democracia liberal. El Consenso de Washington imponía políticas incuestionables. Los
organismos multilaterales de crédito esparcían el liberalismo con medidas ortodoxas. No
obstante, esta configuración mundial se desdibujó hasta su explosión con la crisis del
sistema financiero y el surgimiento de nuevas economías como China, India, Rusia y
Brasil.
La multipolaridad implica un cambio estructural de las relaciones centro periferia.
El nuevo tipo de cooperación Sur – Sur, conlleva una lógica de ganancia para ambos polos,
en la que la economía más grande logra expandir su influencia y rango de acción, mientras
que la más pequeña, tiene menos condicionamientos. Se establece una dinámica de
horizontalidad, de cooperación mutua en la que los beneficios y costos son absorbidos con
equidad por ambas partes (García Delgado 2015). Gracias a la política de ayuda económica
que impulsa China y a la voluntad de tener mayor preponderancia en el concierto
internacional de los BRICS, América Latina construyó vínculos estratégicos en lo
económico, militar y cultural con esta región del mundo.
Este proceso de reconfiguración de los Estados dentro de Latinoamérica no está
exento de contradicciones e interrogantes. Existen marcadas diferencias entre los países de
la región e incluso, producto de ellas, se pueden configurar tres grupos. El primero es el que
se podría definir como más radical en su ideología o, por lo menos, que está más
determinado a la consolidación de una posición alternativa. Está compuesto por Venezuela,
Ecuador y Bolivia. El segundo, más conservador y que se encuentra en las antípodas del
anterior, está integrado por Colombia, Perú y Chile. Todavía con una ascendencia
neoliberal, aspiran a captar porciones del capital global a través de la apertura y zonas libres
de comercio para la circulación de mercaderías y capital sin ningún tipo de interferencia. Se
podría incluir a México con la salvedad del tamaño de su economía, su participación en el
Tratado de Libre Comercio (TLC) de América del Norte y la propiedad estatal, jamás
privatizada, de Petróleos Mexicanos. El tercer grupo, e intermedio entre los dos
precedentes, plantea más interrogantes. Está integrado por los países originarios del
Mercosur. Por un lado, están los socios más pequeños, Paraguay y Uruguay que buscan una
posición más cercana al estilo chileno. Por otro lado están las economías más grandes del
bloque, Argentina y Brasil. En ambos casos se perciben marchas y contramarchas que
condicionan su liderazgo regional. Ambos buscan consolidar un Estado con capacidad para
intervenir en la economía y redistribuir la renta extraordinaria. Sin embargo, todavía
persisten lógicas provenientes del neoliberalismo que no han sido extirpadas. Algunos
casos de corrupción con los fondos públicos afectaron la imagen de ruptura con el pasado y
transparencia que buscaron imponer (Thwaites Rey 2010).
Con la elección de Mauricio Macri como presidente, cambia de manera abrupta la
política exterior de la Argentina: acercamiento a la Alianza del Pacífico, repensar el vínculo
con los países radicales de América Latina, insistir con la firma de un TLC entre el
Mercosur y la Unión Europea, mejorar la relación con Estados Unidos y otros países de
corte más liberal y volver al sistema financiero internacional.
En lo que respecta a los aliados económicos más inmediatos, los integrantes del
Mercosur, Macri redefinió la posición del país. En la Cumbre de Presidentes que se celebró
en Asunción, el 21 de diciembre, el flamante presidente solicitó suspender a Venezuela por
el incumplimiento del artículo 3 del Protocolo de Ushuaia sobre el compromiso
democrático. Esto se debía a la prisión de dos dirigentes opositores al chavismo: Antonio
Ledezma y Leopoldo López. Esta actitud no sólo daño la relación con Caracas sino también
con Brasilia porque se pensó y comunicó sin tener en cuenta la opinión del socio principal.
Es más, los representantes de Brasil y de los otros países miembros del Mercosur,
acordaron que la situación política y social del país caribeño es delicada pero dista
demasiado de la ruptura del orden institucional.
Esta perspectiva de mayor distancia con los aliados que se construyeron en la última
década y la edificación de lazos más comerciales que políticos, podría ser entendida por la
voluntad de acercamiento a la otra integración de la región, la Alianza del Pacífico. Ésta
última, a diferencia del Mercosur, nació en el 2011 como un espacio de interacción de
economías abiertas con múltiples tratados de libre comercio entre los países miembro y
otras economías del globo. Posee más de un tercio del PBI de América Latina y, dato
curioso, todos los países que la integran tienen tratados TLC con Estados Unidos.
Como lo afirma Federico Vázquez, mientras el Mercosur es un espacio para
proteger el mercado interno y promover la industrialización de sus países miembro, la
Alianza del Pacífico aspira a una integración “hacia afuera”, es decir, aspira a colocar los
productos primarios fuera de la Alianza y a desarrollar su industria sin ningún tipo de
protección estatal (Vázquez 2015). La estrategia de limitar el Mercosur a lo comercial y de
acercarse a la Alianza del Pacífico puede encontrar cabida en los gobiernos de Uruguay y
Paraguay, siempre desoídos en sus reclamos en el bloque del sur.
Otro cambio respecto al gobierno kirchnerista es la promoción de un TLC entre el
Mercosur y la Unión Europea. Si bien el Mercosur trabaja en una oferta para la Unión
Europea, Argentina siempre fue el país más reticente a firmar un acuerdo de este estilo.
En consonancia con la decisión de estrechar lazos con las economías del norte, y
tras 12 años de ausencia de un presidente argentino en el Foro Económico Mundial que se
celebra en la ciudad suiza de Davos, Mauricio Macri representó al país en el encuentro que
nuclea a los presidentes y primeros ministros de los países más ricos y poderosos del globo
y los CEO de las multinacionales más importantes.
Durante la cumbre, Macri se reunió con jefes de Estado. Uno de ellos fue el primer
ministro inglés, David Cameron, en el Hotel Belvedere. En el encuentro, el presidente
argentino expresó la necesidad de retomar las relaciones bilaterales entre ambos países. No
obstante, si bien se mencionó la disyuntiva sobre la soberanía de las Islas Malvinas, la
reunión se abocó a los negocios e inversiones. En la última parte, Cameron lo invitó a
participar de un seminario en Londres sobre transparencia en la gestión pública, y como
contrapartida, Macri instó a que empresarios británicos visiten Argentina para analizar
inversiones sobre infraestructura.
Otra de las reuniones fue con el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu en
el Centro de Convenciones. Durante el encuentro no se abordó el tema AMIA. En este
punto, en diciembre pasado, el gobierno israelí expresó su satisfacción por la decisión del
gobierno de no apelar el fallo contra el pacto con Irán. Ambos mandatarios acordaron
fortalecer la cooperación en materia de inversión, ciencia, tecnología, seguridad, defensa y
alimentación. Asimismo quedó pendiente la posibilidad de intercambiar delegaciones
ministeriales para trabajar sobre asuntos de interés mutuo.
Del mismo modo, Macri se reunió con el vicepresidente de los Estados Unidos, Joe
Biden. Este encuentro era de vital importancia para la delegación argentina por dos
motivos. En primer lugar porque se enmarca en el relanzamiento de la relación bilateral. En
segundo lugar para organizar una posible visita de Barack Obama y para obtener cierto
apoyo político en las negociaciones con los holdouts.
Otro de los encuentros fue con la reina de Holanda, Máxima Zorreguieta, y el
primer ministro, Mark Rutte. Con ellos se comprometió a mejorar los vínculos bilaterales y
ampliar los mecanismos de cooperación e intercambio. La reina y Rutte enviarán una
delegación técnica para asesorar en cuestiones relacionadas con el manejo del agua,
inundaciones e infraestructura portuaria. En contrapartida, se acordó que una delegación
argentina de empresarios y sindicalistas visiten el puerto de Rotterdam para conocer su
organización y funcionalidad.
También mantuvo encuentros con su par de México, Enrique Peña Nieto, el primer
ministro de Francia, Manuel Valls, y el de Irlanda, Enda Kenny. Si bien Argentina no tiene
un vínculo tan cercano con ellos, las partes se comprometieron a fortalecer los vínculos
bilaterales y a cooperar en áreas de interés compartido.
Del mismo modo, Macri compartió encuentros con empresarios. Entre ellos con:
Satya Nadella de Microsoft, Sir Michael Rake de BT Group, Carlos Ghosn de Nissan-
Renault, Andrew Liveris de Dow Chemical, Ben Van Beurden de Shell, Sheryl Sandberg
de Facebook, Muhtar Kent de Coca-Cola, Patrick Pouyanné de Total, Yorihiko Kojima de
Mitsubishi, Eric Schmidt de Google, Margarita Louis Dreyfus de Dreyfus Holding y con el
titular del Foro, Klaus Schwab. Con cada uno de ellos, Macri afirmó la necesidad que tiene
el país de recibir inversiones privadas directas y garantizó las condiciones para que éstas se
den en el mejor clima posible.
Durante el evento en Suiza, junto con el ministro de Hacienda y Finanzas, brindó
una conferencia en la que afirmó que Argentina volverá a cumplir con el artículo cuarto del
Convenio Constitutivo del Fondo Monetario Internacional para dar publicidad a todas las
evaluaciones que este organismo internacional hace del país, como así también, brindarle
cualquier dato que éste necesite. Éste artículo especifica las obligaciones de los países
miembro y prevé la supervisión en los regímenes de cambio por parte del organismo de
crédito. Macri fundamentó esta decisión en la transparencia de los números de la economía
y para comunicar las decisiones del gobierno.
Este acercamiento al FMI también se justifica por la decisión de llegar a un acuerdo,
lo más pronto posible, con los holdouts para volver al sistema financiero y tomar deuda.
Hasta el momento, y conforme a la estrategia desarrollada por el gabinete económico, se
reconoció a Daniel Pollack como el special master para organizar y moderar las
negociaciones con los fondos buitre. Se reconocería la deuda de 8000 millones de dólares
que exige el juez Thomas Griesa que sumado a los intereses, multas y demás gastos, la cifra
final rondaría los 15000 millones de dólares. Como contrapartida, y en sentido de buena
voluntad, se le pediría al juez neoyorquino que Argentina pueda cumplir con los
compromisos de la deuda reestructurada sin miedo a ser embargada. Una vez cumplido
todos los pasos, intentará reabrir la alternativa de un acuerdo a través de los bancos
nacionales con el apoyo de los internacionales. Otra posibilidad sería el pago a través de un
bono. En consistencia con esta estrategia de inserción en el comercio mundial y en el
sistema financiero, es que la participación de Macri en Davos era de extrema relevancia.
Sin embargo, Macri no participó de la cumbre de la CELAC en Quito que se
desarrolló desde el 27 al 29 de enero. Su ausencia se debió al consejo médico por la fisura
de la costilla y el esfuerzo físico que realizó en Davos. En su lugar asistió la vicepresidente,
Gabriela Michetti. Queda claro qué lugar quiere que ocupe Argentina en el mundo.
Conclusión
Durante la campaña electoral Mauricio Macri auguraba que, si el 22 de noviembre
los argentinos lo elegían presidente, iba a haber un cambio. No obstante, jamás especificó
de qué se trataba ese cambio. Era una consigna claramente electoralista que buscaba captar
los votos de los indecisos y de los que estaban disgustados con la administración anterior.
La alegría, el diálogo, la armonía entre los argentinos, el dejar atrás el pasado y mirar al
futuro, fueron algunos de los subtítulos aclaratorios de esa generalización. Sin embargo,
este estilo zen, supuestamente despolitizado, le permitió llegar a la titularidad del Poder
Ejecutivo Nacional el 10 de diciembre.
A partir de ese momento se abrieron varias interrogantes. Si bien era evidente que
se produciría una transformación en el estilo y contenido de la administración pública,
todavía restaba saber cuándo se iba a producir, su intensidad y dirección. ¿Qué sucedería
con los problemas de generación de energía? ¿Cómo se resolvería la disputa con los
holdouts? ¿Qué medidas se tomarían para frenar, y luego revertir, la inflación? ¿Cómo se
relacionaría Argentina con los países vecinos de América Latina y del resto del mundo?
Todas estas interrogaciones encontrarían su respuesta muy pronto.
En el plano nacional, el gobierno macrista centró su atención de manera casi
exclusiva en la economía. La seguridad y claridad con la que avanzó en esta área, es
directamente proporcional a la ausencia de medidas consistentes en otros ámbitos de la
gestión. En la primera semana se levantó el cepo cambiario para que las personas físicas y
jurídicas pudieran comprar dólares hasta dos millones para atesorar. Se eliminaron las
retenciones a los productos agropecuarios e industriales para promover una mayor
producción y exportación de productos nacionales. La eliminación de los subsidios de la
energía eléctrica se tradujo en un incremento de hasta el 500% en su facturación. En el
manejo institucional, se revisaron los contratos laborales firmados por el gobierno
kirchnerista en sus dos últimos años de mandato. Como consecuencia, y hasta el momento,
se despidieron alrededor de 2000 empleados públicos en dos meses con el argumento de
que cobraban un sueldo y no iban a trabajar o formaban parte de un área del Estado que ya
tenía suficientes trabajadores. Por último, el aspecto más cuestionado es el manejo de su
poder a través del uso irrestricto de los decretos.
En el plano internacional, quedó claro que busca un posicionamiento
diametralmente opuesto al de los últimos 12 años. Su asistencia al Foro Económico
Mundial en Suiza y su ausencia a la cumbre de la CELAC en Quito, manifiestan la
voluntad de acercarse a los países desarrollados del norte, mejorar la relación bilateral con
ellos e incrementar la cantidad de las inversiones. Consistente con este rumbo es la decisión
de integrarse al Mercosur desde lo comercial y no tanto desde lo político. La intensión de
tener un lazo más estrecho con los países que integran la Alianza del Pacífico desnuda los
deseos de construir convenios con economías abiertas, sin regulaciones estatales y más
cercanas a los intereses de Estados Unidos.
Si bien transcurrieron sólo dos meses del nuevo gobierno es claro la dirección que
toma. El macrismo aspira a desmantelar el modelo neodesarrollista que se construyó en los
años kirchneristas. Eliminar las retenciones, quitar el cepo cambiario, devaluar la moneda
nacional, aumentar los impuestos, retornar al sistema financiero para tomar deuda y
acercarse a economías abiertas confirman este rumbo. Todas estas discontinuidades
inauguran nuevas preguntas: ¿vuelve a comenzar el eterno “nuevo inicio” de la Argentina
cada vez que asume un gobierno con ideas contrarias al anterior? ¿Qué sucederá con los
avances en materia social que se produjeron en la última década? ¿Podrá finalmente
desarrollarse una industria nacional pujante con una economía abierta? ¿Cómo serán los
vínculos comerciales de nuevo tipo que se aspiran a tener con economías más grandes que
la nuestra? ¿Cuándo y cómo empezará a desacelerar la inflación? Todas estas interrogantes
marcan incertidumbres ante este cambio vertiginoso de timón que se produjo el pasado 22
de noviembre.
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