Los Mártires de Chinipas

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Transcripción, corregida y actualizada por
Zacarías Márquez Terrazas,
tomada del libro:
“Historia de los Triunfos de Nuestra Santa Fe”
escrito por el padre Andrés Pérez de Rivas
y publicado en Madrid en 1745.
LOS MARTIRES DE CHINIPAS, JULIO PASCUAL
Y MANUEL MARTINEZ.
Brevísima noticia de estos mártires, sacada de la “Historia de los Triunfos de
Nuestra Santa Fe”, escrita por el P. Andrés Pérez de Rivas, de la Compañía
de Jesús, e impresa en Madrid el año de 1745.
EL P. JULIO PASCUAL.
Nació este padre en la ciudad de Brescia, del señorío de Venecia, de
padres nobles, ricos de virtud y muy abastecidos de bienes temporales, cuyos
nombres fueron Cornelio y Lucía. Fue admitido en la Compañía de Jesús el
año de 1611; y después de concluido el noviciado y pasado tres años en la
enseñanza en la ciudad de Faenza, Italia, con grande aprovechamiento de sus
discípulos en virtud y letras, sintiendo impulsos y vocación del cielo para
pasar a las Indias y emplearse en las misiones, y derramar su sangre, si era
menester, por la predicación de la fe de Cristo, descubrió estos deseos al P.
General, y habiendo llegado a Roma por este tiempo el Procurador de la
Provincia de México, P. Nicolás Arnaya a pedir de la Nueva España, aunque
el entonces H. Julio se inclinaba principalmente a los indios de las Indias
Orientales y del Japón, aceptó, sin embargo, con singular fervor y consuelo, y
como venida del cielo, la orden de partir para México en compañía de otros
padres que venían con la misma empresa. Acabados en la capital los estudios
de tres años de Teología que le faltaban, fue ordenado de sacerdote y
destinado a Sinaloa, donde trabajó ayudando a aquellas misiones por el
tiempo de dos años pasados los cuales, le encargaron los superiores de la
Misión de Chínipas y de la conversión de las naciones circunvecinas donde le
tenía Dios preparada la corona y remate de su vida.
EL P. MANUEL MARTINEZ
Fue el P. Manuel Martínez portugués de nación y natural de la ciudad
de Tabira en Algarve, hijo de don Jorge Martínez y de doña María Farela, del
linaje de los Bullomes, y de la sangre del glorioso S. Antonio de Padua.
Siendo aún seglar vino a México el año de 1619 y estando en compañía,
donde por sus buenas prendas fue recibido el año de 1620. Acabado con todo
fervor el tiempo del noviciado en el pueblo de Tepozotlán, pasó a los estudios
mayores del Colegio de México y en ellos aprovechó con la satisfacción que
se pide en la compañía. Terminados sus estudios, pasó al Colegio de
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Tepozotlán a hacer el tercer año de Probación y al acabarlo le llegó la orden
de pasar a Sinaloa a la misión que allí se le señalase, nueva que él recibió
lleno de alegría. Cuando al emprender su viaje se despedía de personas
devotas en el pueblo de Tepozotlán, les dijo expresamente y con gran
resolución que él iba a morir por la predicación del Evangelio, y a una
persona que le rogó le avisase a menudo de su salud, le respondió: “será
imposible hacer eso, porque le hago saber a Ud., que las primeras nuevas que
tendrá de mí serán que me han muerto por Cristo.” Al llegar a Sinaloa en
tiempo en que el P. Julio Pascual pasaba inmensos trabajos en su dilatada y
difícil misión, sólo y distante de los demás misioneros, fue señalado por
compañero suyo. Partióse luego para su Misión y habiendo llegado a los
pueblos de Tehueco que estaban en el camino acudieron allí otros padre de
diferentes misiones con deseo de saludar al nuevo compañero que Dios les
enviaba. Aquí sucedieron cosas que parecía que anunciaban el suceso
dichoso y cercano de la feliz muerte que se le llegaba al P. Manuel Martínez.
Porque el P. Vicente del Aguila, misionero antiguo y santo, que allí estaba,
movido al parecer con impulso del cielo, al dar la bienvenida al P. Manuel, le
besó la ropa con particular reverencia, diciendo que hacia aquello porque le
veía señalado para una misión grande, difícil y peligrosa. Con la misma
reverencia le saludó también otro misionero antiguo, el P. Zambrano, el cual
afirmó que tenía varios impulsos interiores de echarse a los pies del P.
Manuel Martínez y besárselos, porque parecía que el P. Manuel había de
morir presto, y derramar su sangre por Cristo. Antes de saberse el
compañero que había de tener en las misiones, dijo a un padre confidente
suyo estas palabras: “Muchos años ha que está en las misiones el P. Julio
Pascual sin alcanzar la corona del martirio que tanta ha deseado: lo cierto es
que hasta que yo vaya no se le han de cumplir sus deseos.” Cuatro días antes
de llegar al puesto señalado, recibió carta del P. Julio Pascual, que entre otras
palabras llenas de caridad y consuelo dirigidas al compañero que le llegaba y
vislumbrando lo que habías de suceder, le decía: “Venga V.R., mi padre, a
ser compañero mío y mi consuelo, para que por ahora seamos compañeros en
esta Misión, hasta que Dios quiera lo seamos juntos en la bienaventuranza.”
Enfervorizóse más y más con esta carta el ánimo del P. Manuel Martínez y
aumentóse su consuelo viendo que le había cabido en suerte un compañero
tan apostólico como el P. Julio; y aún entendiendo que corrían rumores de
inquietud de aquellas gentes fieras, prosiguió, sin embargo, con grande ánimo
su camino y llegó a Chínipas, donde fue recibido con grande alegría del
pueblo y mayor del P. Julio Pascual que había pasado aquellos cuatro años en
aquella soledad amansando fieras de aquellas bárbaras naciones.
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CONJURACION CONTRA LA VIDA DEL P. JULIO PASCUAL.
Entre los tepehuanes y guazaparis existía una nación todavía gentil que tenía
amistad y comunicación con los tepehuanes apóstatas que poco antes habían
quitado la vida cruelmente a ocho padres de la Compañía de Jesús. Dicha
nación gentil maleada por los tepehuanes, como vecina a la nación guazapari,
se introdujo e hizo amistad con ella y unos y otros animaron y exhortaron a
los guazaparis bautizados a que dieran muerte al padre que tenían consigo y
los obligaba a acudir a la iglesia; rezar en ella, oír misa y sermón. Con estas
pláticas y otras razones semejantes a éstas añadían para animarlos al
sacrílego intento, que así como los tepehuanes habían salido con la suya,
acabando con los padres que en su compañía tenían, lo mismo podían
esperar les sucediera a ellos. Para la ejecución de tan perverso designio, el
demonio halló buen dispuesto el ánimo fiero del indio cacique llamado
COBAMEAL, el cual no sólo había recibido el bautismo, después de haberlo
pedido con muchas instancias, sino que había exhortado a los de su nación
guazapari a seguir su ejemplo abrazando la religión cristiana. Trajóle el
demonio a la memoria la libertad bárbara antigua en que se había criado y en
ella los vicios de que gozaba sin reconocer ley que se los prohibiera. No fue
menester que trabajara mucho la fiera infernal para persuadirle a que a que
tratara con otros semejantes a él, de dar la muerte al padre a fin de resucitar
sus vicios y entretenimientos y acabar con iglesia, doctrina y cristiandad.
Comenzó a convocar gente y comunicar su intento con los indios más
depravados y en quienes menos impresión había hecho la fe de Cristo.
Anduvo de ranchería en ranchería derramando la ponzoña que ardía y se
ocultaba en su corazón; y como era grande hablador y los que le oían fáciles
de persuadir, se le iban allegando cómplices de su nación guazapari de suyo
guerrera, feroz e inquieta. En sus conventículos prorrumpían en palabras
llenas de cólera, u de rabia, diciendo que era carga pesadísima entrar en la
iglesia, oír la doctrina y vivir atados a una ley y costumbres tan ajenas de
aquellas en que se habían criado. El P. Julio Pascual tenía noticia por los
buenos cristianos, que nunca faltan entre los malos, de los perversos intentos
de la traición que los otros maquinaban, más no daba mucho crédito a lo que
le decían de aquellos lobos que le deseaban beber la sangre. Llegado el
rumor del peligro que corría el padre Julio Pascual al presidio de Sinaloa, su
capitán envió una escolta de soldados armados para que acompañaran al
padre y ampararan la iglesia y los cristianos que estaban quietos, en el caso
que la facción de los alborotados intentase algún daño o maldad. El celoso
ministro de Cristo, con el deseo de la quietud y salvación de aquella gente, en
particular del que era cabeza de la conspiración, con fervorosas oraciones,
con palabras y amonestaciones blandeas y suaves, ya en común, ya en
particular, procuraba sosegar los ánimos engañados y depravados
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poniéndoles delante las obligaciones de cristianos que como tales tenían.
Algo se reprimieron y sosegaron al parecer los ánimos inquietos, mas como
se vio después, todo fue disimulación fingida y no verdadera mudanza;
porque como veían al padre amparado de los soldados a quienes se juntaban
otros cristianos fieles que reconocían y experimentaban las grandes muestras
de amor y beneficencia del padre, suspendieron su dañado intento para otra
ocasión. Viendo el padre que se sosegaba la tempestad, despidió a los
soldados de la escolta, los cuales se volvieron al fuerte de Carapoa.
Era que Dios en su alta providencia iba entreteniendo las cosas para
coronar juntos a dos ministros suyos con glorioso triunfo de muerte por la
predicación del Evangelio y gloria de su santo nombre.
MARTIRIO GLORIOSO DE LOS P.P. JULIO PASCUAL
Y MANUEL MARTINEZ.
Como las promesas y conducta del cacique Cobameai y sus partidarios
en presencia de los soldados de la escolta habían sido fingidas, retirados
éstos al presidio de Sinaloa, diéronse a fortalecer su partido de guazaparis
descontentos, procuraron ganarse a los varohíos e hicieron alianza con ellos,
y convocaron otras rancherías de gentiles vecinos para que juntos
concurriesen a la ejecución de su dañado intento y se hallasen obligados a la
defensa. Designaron el día de su sacrílega empresa, y como puesto más a
propósito para juntarse y ejecutarlo el pueblo de los varohíos, que sería de
setecientos vecinos. Y como la facción era de traidores apóstatas, enviaron a
llamar al P. Julio para que diese el sacramento de la Extremaunción a un
enfermo de mucha gravedad. Fue el padre inmediatamente desde el pueblo
de Chínipas al de varohíos, dio los Santos Oleos al enfermo y sin detenerse,
como lo quisieran los que deseaban darle muerte, se volvió muy de prisa a su
pueblo de hijos fieles y muy buenos cristianos Chínipas, donde esperaba
había de llegar el P. Manuel Martínez, como en efecto llegó el 23 de enero, y
fue recibido, como queda dicho, con grande alegría del pueblo de Chínipas.
Los dos religiosos sacerdotes que juntaba Dios para que ofrecieran sus vidas
por su amor, habiendo dicho misa el domingo 25 de enero de 1632, partieron
al pueblo de varohíos que les recibió con muestras de mucha alegría, aunque
fingida y falsa, con arcos y ramos, disimulando siempre la ponzoña de su
corazones, la que encubrieron con el mismo semblante de cuatro días
siguientes.
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El jueves, un indio muy fiel y buen cristiano vino a dar aviso al P.
Julio de que los guazaparis estaba muy alborotados e inquietos, y con
resolución de venir acompañados con los varohíos a dar la muerte a los
padres, que ya tenían juntos, añadiendo que de tal manera habían declarado
su dañada resolución los guazaparis apóstatas, que a un catequista de nación
chínipa (que el P. Castini había dejado entre ellos) aunque casado con india
guazapari, le habían muerto con otro hermano suyo. Disimuló el padre por
entonces hasta ver con más claridad lo del alboroto. Llegaron al día siguiente
otros dos indios varohíos, cristianos fieles, que en medio de tantos malos
tenía Dios de su mano, y con lágrimas en los ojos le dijeron al padre que
aquella noche tenían determinado matarle los inquietos. Despachó el P. Julio
aviso a fieles chínipas para que vinieran en defensa de la cristiandad, por ver
si por este medio se podían atajar tantos daños como se seguirían del
rompimiento de los guazaparis y varohíos inquietos. Halláronse pocos en el
pueblo, cuando les llegó tan funesta noticia, pero los pocos que había
tomaron en seguida sus armas, resueltos a defender a toda costa a los P.P.
iglesia y cristiandad, y emprendieron la marcha para le pueblo de varohíos.
Mas los guazaparis previendo sin duda que los chínipas habían de salir a la
defensa de los padres, iglesia y cristiandad, no sólo se habían atraído a su
partido a los varohíos, sino también a algunas naciones de gentiles; y
habiendo tenido los chínipas noticia en el camino, de que era grande la
multitud de los contrarios que se habían juntado, considerando que siendo
ellos tan pocos, no podrían resistirles, se vieron obligados a volver a su
puesto y retirarse del peligro; y tuvóse por cierto que según era la fuerza y
número de los enemigos, si los chínipas pusieron entraran en el pueblo
rebelado todos perecieran. Llegada la mañana del sábado, antes de esclarecer
el día, libres el apóstata Cobameai y sus aliados del temor a los chínipas,
pusieron fuego a la casa en que estaban recogidos los padres y juntamente a
la iglesia, dando de esta manera a conocer el motivo de su aborrecimiento y
su crueldad. Puestos los PP. en este conflicto, y viéndose cercados del fuego,
habiéndose confesado el uno con el otro, se consolaban mutuamente
animándose a dar con alegría sus vida por Cristo y por ayudar a la salvación
de aquellas pobres almas. Entendiendo el P. Julio Pascual que la furia de
aquellos apóstatas y gentiles no había de perdonar a los cristianos que
consigo tenía que eran nueve carpinteros y oficiales de la obra de la iglesia
que pensaba edificar y ocho indiecitos cantores para el servicio de la iglesia,
sin pérdida de tiempo púsose a disponerlos para sufrir la muerte. Confesólos
a todos el padre, confortándolos para la muerte que iban a padecer por ser
cristianos y por la guarda de los mandamientos divinos, y consolándolos con
la esperanza de que irían al cielo, muriendo como morían por esta causa. Sin
embargo, les avisó que si pudiesen escaparse de aquel peligro, lo hiciesen.
Terminado esto, acosados por el fuego, y atormentados por el humo, salieron
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al patio de la casa y allí fueron blanco de miles de baldones e improperios de
aquellos enemigos de Cristo. Dos muchachos cantores que se escaparon de
la muerte, el uno en una alacena y el otro debajo de un altar que el P. Julio
tenía dentro de su caso, dijeron después que los PP. en este tiempo se
hincaban muchas veces de rodillas y levantando los ojos al cielo, mostraban
grande conformidad con la voluntad de Dios, que los ponía en aquel trance, y
que fatigados del humo y fuego trocaban cuanto tenían en el cuerpo.
Dirigióles la palabra con heroico valor el P. Julio procurando amansarlos con
amorosas razones para que desistieran de tan enorme delito, ofreciéndoles
cuanto tenía de ropa, hachas y cuchillos con que los solía acariciar,
empleando de esta manera en beneficio de ellos cuanto llegaba a sus manos,
respondieron a todo esto los ingratos diciendo que no querían sino matarlo y
vivir a su antojo, y que muerto él, tomarían todo lo que fuese de su gusto.
Para que durara más el martirio, se pasó el sábado 31 con su noche en esta
aflicción, pero sin que los guazaparis intentasen otra novedad, si bien en
todo este tiempo no cesaron de oír los PP. injurias e improperios que hacían
ver claramente cuanto tenían que temer del atrevimiento y furor de aquellos
bárbaros. Al día siguiente, domingo, primer día de febrero, el gobernador de
los guazaparis, apóstata, recogiendo pro la mañana todos sus cómplices y
aliados, los convidó a la ejecución de la muerte de los benditos padres,
hablándoles y exhortándoles de la siguiente manera: “Matemos presto a este
engañador (hablaba del P. Julio Pascual que era el que les había predicado la
palabra de Dios) que nos prohibe tener muchas mujeres y nos manda entrar
en la iglesia; matemos presto al otro que vino de lejos a hacer lo mismo, para
que no vengan más padres a nuestra tierra: ¿para qué queremos padres?
Matémoslos y quedaremos libres, sin que haya quien se oponga a nuestros
gustos y diciendo y haciendo, con grande alboroto y furia endemoniada,
acometió aquella canalla a la casa donde estaban los padres, y subiendo parte
sobre las tapias del patio y parte cercando la casa y abriendo portillos para
que no se escapara ninguno de los que en ella estaban recogidos, comenzaron
a disparar flechas, alcanzando en esta ocasión una de ellas en el estómago al
P. Julio Pascual. El P. Manuel Martínez diciendo: “no muramos como tristes
cobardes, muriendo por Cristo,” salió fuera de la casa, y al salir le tiraron otro
flechazo tan furioso, que con la saeta le dejaron cosido el brazo con el
cuerpo. Siguióle luego el P. Julio Pascual, aunque atravesado su estómago
con la flecha, y llenos entrambos de devoción y con los rosarios en las
manos, puestos de rodillas y pidiendo a nuestro Señor su favor y gracia
comenzaron a recibir millares de flechas envenenadas que llovían sobre sus
cuerpos, y en breve cayeron en tierra. Viéndolos caídos un apóstata llamado
Diego Notimeai, para rematar su muerte con varios géneros de crueldad,
acercóse a los cuerpos y arrastrándolos hasta ponerles las cabezas sobre una
viga que allí había, acompañado de otros revestidos de su furia, las
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aporrearon y magullaron, dejándoselas abolladas y los rostros desfigurados.
Sedientos todavía de sangre aquellas fieras, convocó un guazapari a otros
compañeros, y diciendo: “En nuestro mismo pueblo donde nos predicaba le
habíamos de haber muerto,” no paraban de flechar aquellos benditos cuerpos
ya difuntos, y darles de puñaladas con cuchillos que tenían. Así estos dichos
padres, vivos y muertos, por tormento de fuego, de humo, de baldones, de
heridas de flechas, cuchillos y macanas pasaron a recibir la corona de la
eterna gloria.
OTRAS CIRCUNSTANCIAS SINGULARES QUE CONCURRIERON EN
LA SANTA MUERTE DE ESTOS DOS DICHOSOS PADRES.
Dignas de particular mención por lo muy señaladas y raras, son
algunas circunstancias que concurrieron en la muerte de estos benditos
padres, las cuales dan testimonio de haberles prevenido para el martirio la
bondad divina. Había ya tenido noticia el P. Julio Pascual de haber llegado a
la villa de Sinaloa el que había de ser su compañero en la misión, y que venía
ya caminando para Chínipas, y estando con grandes deseos de verse con su
compañero, celebrando el santo sacrificio de la misa un domingo, quince días
antes de su muerte, asistiendo toda la gente, después de haber alzado segunda
vez la sagrada hostia, de repente halló los corporales, tendidos como estaban
en el altar, con un color de fresca y fina sangre, que parecía se había
derramado sobre ellos. Causóle admiración y dejólo como en suspenso el
caso tan repentino y tan extraño, pero por no detener la gente ni hacer ruido
entre la que era de poca capacidad y nueva en la fe, disimuló por entonces,
aunque lleno de varios pensamientos y consideraciones que revolvía sobre la
maravilla: dobló los corporales, prosiguió y acabó la misa, y entrenado en la
sacristía volvió a examinarlos y halló que perseveraban todavía teñidos de
sangre, y mostrólos al indio que había ayudado la misa, aunque este indio los
había ya visto con su color al tiempo que administraba el lavatorio o
purificación del cáliz. Reconocidos los corporales por segunda vez con la
misma maravilla, doblólos el padre y se puso a dar gracias y pedir al señor
luz para entender lo que significaba y quería enseñar con aquel prodigio.
Hecha su oración y cuidadoso todavía de la significación de aquel prodigioso
suceso, se retiró a su oratorio que tenía dentro de casa, llevando consigo
aquellos prodigiosos corporales. Volvió a desenvolverlos y hallándolos
todavía ensangrentados, los mostró a tres indios de los cristianos más fieles
que traía consigo, llamados Gaspar Sobori, maestro de capilla, Ventura
Manú, y Andrés Bariu, y mostrándoselos les dijo que pensaba que con
aquella maravilla declaraba Dios algún trabajo en el mundo, o que le
significaba a él que le tenían armada alguna traición de muerte. Estos indios,
como gente sencilla, no hicieron más que admirarse de lo que veían y
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reverenciar las palabras del padre, el cual guardó los corporales, y
desenvolviéndolos al día siguiente, los halló ya vueltos a su antigua limpieza,
lo cual dijo a los que el día anterior los había mostrado ensangrentados.
Todo esto testificaron con grande aseveración y sencillez los dichos indios
después de la muerte del P. Julio Pascual.
Bien se le traslució al P. Julio que con el prodigio de los corporales le
significaba el Señor la muerte violenta que se le acercaba, y lo confirma el
hecho siguiente: el día que sucedió el caso, haciendo recoger los tiernos
infantes que habían nacido en el pueblo de Chínipas, donde el caso pasó, para
cumplir perfectamente con el ministerio de aquellas almas que el Señor le
había encomendado, bautizó a dichos infantes, y después en la última plana
del libro de bautizados, escribió una memoria en que decía a los Superiores
que no sabiendo cómo ni cuándo había de morir, les rogaba que a los que allí
dejaba escritos, se repartiesen algunas cosas de su limosna por haberle
servido fielmente y merecer aquella retribución y paga. Esta cláusula vióse
después que había sido escrita el mismo día del suceso de los corporales.
ACTO HEROICO DE UN INDIO CRISTIANO, Y CONDUCTA DE LOS
APOSTATAS BARBAROS CON LOS CRISTIANOS FIELES.
Viendo un indio cristiano de la misma nación de los varohíos alzados,
llamado Nicolás Cauioro, el peligro que amenazaba al padre, pues se andaban
ya convocando sus enemigos para acometer a la casa, fue a representarle que
sería bueno se partieran de noche del pueblo él y el otro padre su compañero,
librándose así del peligro; a lo cual respondió el P. Julio que si Dios tenía
dispuesta su muerte, tenía por mejor recibirla en su casa y en aquel puesto,
sin huir ni volver las espaldas al enemigo. El buen indio insistía en que su
buen padre, a quien tiernamente amaba, se pusiese en salvo; a lo que con
sentimiento respondió: “Paréceme , Nicolás que tu temes más que yo, aunque
no tengo arco ni flechas.” Tanto estimaba este fiel cristiano la vida del
ministro que les predicaba la palabra divina y enseñaba el camino de su
salvación; y confirmó bien pronto con la obra de su palabras; porque cuando
vio que los enemigos se juntaban con algazara para ejecutar su sacrílego
intento, despachó a su mujer e hijos, que allí estaban al pueblo fiel de
Chínipas, diciéndoles que se pusiesen en salvo, que él quería ir a socorrer a
los padres, que eran santos y morir con ellos, Tomó su arco y flechas, y
llegando a la casa de los padres cuando ya estaba ardiendo, al ver a la gente
insolente y furiosa la cercaba, y entre ellos algunos que eran sus parientes,
encendido en cristiano celo les comenzó a hacer una plática, representándoles
lo mal que harían en quitar la vida a los que eran inocentes y hacían con
ellos oficio de padres amorosos, y les predicaban y enseñaban la palabra
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divina, y les reprendía su maldad con libertad cristiana. Enfurecidos los
indios oyendo la plática del fiel cristiano Nicolás, soltaron sus lenguas en
muchos improperios y pusieron en él sus crueles manos. El buen P. Julio que
hasta entonces había estado retirado, encomendándose a Dios en su casa que
ya estaba ardiendo, salió como buen pastor cuidadoso de su oveja, sin reparar
el peligro a que se arriesgaba, deseando favorecer en vida o en muerte a su
cristiano Nicolás, y colocando a la puerta de la casa comenzó con blandas
palabras a sosegarlos, rogándoles no quitasen la vida al que entre ellos tenía
tantos parientes y conocidos y no les había hecho ninguna mala obra. No se
ablandaron los obstinados con tan humilde y mansos ruegos, antes haciendo
señas a un fiero indio que allí estaba para que matase al fiel indio Nicolás, le
descargó con tanta furia en el cerebro un golpe de macana, que dio con él en
tierra, y animándole el P. Julio a sufrir la muerte por Cristo, y pronunciando
juntamente con él el dulcísimo Nombre de Jesús, entregó su alma a Dios,
cumpliéndose lo que el fiel cristiano lleno de fervor había dicho poco antes
que primero que los padres muriesen él daría la vida por defenderlos. Y en
esta ocasión fue cuando dispararon el flechazo al P. Julio con que dijimos le
atravesaron el estómago. Los enemigos de Cristo y de su fe santa, después de
quitar cruelmente la vida a los padres, dieron sobre los buenos cristianos que
los acompañaban y que casi todos servían en la iglesia, y con bárbara
crueldad les quitaron la vida fuera de unos cuantos que escondidos, como
dijimos, quiso Dios que se escaparan para que fueran testigos de lo que había
pasado. Cortaron e hicieron pedazos las sotanas de los padres, repartiéndolos
ente sí, cogieron los ornamentos y cálices sagrados y todo lo profanaron,
celebrando sus bárbaros bailes con ellos, y dándose parabienes por el hecho
sacrílego que habían realizado; y acabada de abrasar la iglesia del pueblo
infiel de varohíos partiendo de allí furiosos para el de guazaparis, pusieron
también fuego y abrasaron aquella iglesia igualmente que la casa del padre
saqueando cuanto en ellas hallaron como lo habían hecho en varohíos.
UN INDIO CRISTIANO DEFIENDE DE LOS ENEMIGOS LOS
CUERPOS DE LOS PADRES.
Vienen los chínipas, se llevan los cuerpos a su pueblo y los sepultan
en su iglesia. Son trasladados a los pocos días al
pueblo de Conicari, estado de Sonora.
Viendo un indio cristiano, llamado Crisanto Sinemeai, que el P. Julio
tenía en su compañía, los estragos que aquellas fieras harían en los padres,
queriendo volver por su causa y ver si podía defender juntamente su vida y la
de los padres o a lo menos sus cuerpos, encendido en cólera al tiempo que los
enemigos andaban tan furiosos, tomó su arco y flechas, y colocándose detrás
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de un pilar de la casa, comenzó a pelear disparando flechas con tanto coraje,
que mató a cinco de los contrarios sin dejarles llegar a los cuerpos muertos,
habiéndose tenido por cosa de milagro el que escapara con vida y sin recibir
daño ninguno de las manos de tan fieros enemigos, guardándole sin duda el
Señor para que aquellos impíos no ultrajasen más los santos cuerpos. El
indio perseveró en su puesto y en su actitud hasta que se retiraron los
agresores de la maldad.
La noticia de la muerte de los padre corrió con gran velocidad al
pueblo de los chínipas, recibida con grandes demostraciones de sentimientos,
ya que no tenían vivos a los padres que tanto amaban, los quisieron buscar
muerto, y tomando sus arcos y flechas se partieron, con riesgo de sus vidas,
al pueblo de los varohíos algo desembarazado ya de gente, pues como queda
dicho, muchos habían pasado al pueblo de guazaparis a hacer en aquella
iglesia el destrozo que habían ejecutado en varohíos. Hallaron los chínipas
los cuerpos de los benditos padres en aquella plaza tendido en el suelo
delante de la casa abrasada, los recogieron y llevaron a su pueblo, y como no
había sacerdote que los enterrara, los buenos chínipas hicieron junto al altar
mayor de su iglesia dos fosas profundas y en casa una de ella pusieron cuatro
tablones a manera de cajas, donde los depositaron y cubrieron con esteras de
las que ellos usan; quedando con gran sentimiento de la pérdida de tales
padres. El jesuita más cercano era el P. Marcos Gómez, misionero de
Conicari, pueblo que dista de Chínipas unas dieciseis o dieciocho leguas.
Este padre misionero de Conicari, tuvo noticia de lo ocurrido pasados
algunos días, y considerando que por una parte el pueblo de Chínipas estaba
destituido de padres, y temiendo por cierto que los rebelados cayesen sobre
dicho pueblo, determinó sacar de Chínipas los benditos cuerpos y pasarlos al
pueblo de Conicari, lo cual ejecutó, aunque non nuevo sentimiento de los
chínipas que están contentos con las prendas que tenían, especialmente con
las del que los había engendrado en Cristo, el P. Julio Pascual. Llevó pues, el
P. Marcos, de la iglesia de Chínipas a la de Conicari, los cuerpos de los
benditos padres y el día siguiente de su llegada, catorce de febrero de 1632,
convocados los padres misioneros más cercanos, celebraron el oficio con
música de capilla de los conicaris, y quedaron depositados aquellos
venerables despojos que fueron traspasados de flechas, aporreados con
macanas y porras, heridos con cuchillos y hachas murió dichosamente sufrido
por Cristo y su Evangelio.
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