Construimos el grupo Taller 0 DESCARGAR PDF

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VIOLENCIA:
TOLERANCIA CERO
Programa de prevención de la Obra Social ”la Caixa”
CONSTRUIMOS
EL GRUPO
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CONSTRUIMOS
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Órganos de gobierno de la Obra Social ”la Caixa”
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COMISIÓN DE OBRAS SOCIALES
Presidente
Ricardo Fornesa Ribó
Vocales
Salvador Gabarró Serra (Vicepresidente Primero)
Jorge Mercader Miró (Vicepresidente Segundo)
Manuel Raventós Negra (Vicepresidente Tercero)
Marta Domènech Sardà
Javier Godó Muntañola, Conde de Godó
Inmaculada Juan Franch
Justo B. Novella Martínez
Magín Pallarès Morgades
Secretario
Alejandro García-Bragado Dalmau
Director General de ”la Caixa”
Isidro Fainé Casas
Director Ejecutivo de la Obra Social
José F. de Conrado y Villalonga
PATRONATO DE LA FUNDACIÓN ”LA CAIXA”
Presidente
José Vilarasau Salat
Vicepresidentes
Isidro Fainé Casas
Salvador Gabarró Serra
Jorge Mercader Miró
Patronos
Ramón Balagueró Gañet
Mª Amparo Camarasa Carrasco
José F. de Conrado y Villalonga
Marta Domènech Sardà
Ricardo Fornesa Ribó
Manuel García Biel
Javier Godó Muntañola, Conde de Godó
Inmaculada Juan Franch
Juan José López Burniol
Montserrat López Ferreres
Amparo Moraleda Martínez
Miguel Noguer Planas
Secretario
Alejandro García-Bragado Dalmau
Director General de la Fundación ”la Caixa”
José F. de Conrado y Villalonga
ÁREA ASISTENCIAL Y EDUCATIVA
Directora
Coordinación
Isabel Martínez Torralba
Montserrat Buisan
Contenidos
Directores
Pedro Amorós Martí
María José Rodrigo López
Diseño de cubierta
Diseño de interior
Coordinación de producción
Fotomecánica
Impresión
Pati Núñez
Francesc Sala
Edicions 62
Víctor Igual, S.L.
Printing, S.L.
Justo B. Novella Martínez
Vicente Oller Compañ
Magín Pallarès Morgades
Alejandro Plasencia García
Manuel Raventós Negra
Leopoldo Rodés Castañé
Luis Rojas Marcos
Lucas Tomás Munar
Francisco Tutzó Bennasar
Nuria Esther Villalba Fernández
Josep Francesc Zaragozà Alba
Autores
Pedro Amorós Martí
María José Rodrigo López
Trinidad Donoso Vázquez
María Luisa Máiquez Chávez
Carolina Bastarrica Suárez
Jaime del Campo Sorribas
Joaquina Enríquez Echeverri
Laura Esteban Veiga
Nuria Fuentes Peláez
Rosana González Méndez
© Fundación “la Caixa”
Av. Diagonal, 621. 08028 Barcelona
Depósito legal: B-7.899-2006
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PRESENTACIÓN
L
os malos tratos y la violencia contra las mujeres constituyen un
fenómeno social con múltiples y diferentes dimensiones. La Obra
Social “la Caixa”, atenta a las demandas de la sociedad, ha creado un
programa dedicado a abordar este tema que tiene como objetivos
principales la prevención de la violencia de género y la intervención
en los aspectos psicosociales de las personas afectadas.
A fin de reducir el impacto emocional que provoca el maltrato y ayudar tanto a las víctimas como a las personas que se encuentran en situación de riesgo, la Obra Social “la Caixa” pone en marcha un programa de apoyo psicosocial que se enmarca dentro del programa global
«Violencia: tolerancia cero», creado con el objetivo de afrontar la problemática de la violencia doméstica tanto desde la prevención como
desde la intervención.
La voluntad de la Obra Social ”la Caixa” es colaborar, con sus aportaciones, en las iniciativas que las administraciones competentes y distintas entidades ya han emprendido en este terreno. Para ello, ha diseñado un programa de talleres de apoyo psicosocial donde se
propondrán actividades dirigidas a la potenciación de las capacidades de recuperación de las víctimas, y que pretenden convertirse
en herramientas complementarias a las iniciativas que los profesionales llevan a cabo para contribuir a la normalización de la vida de
las mujeres.
Estos recursos se han creado específicamente para mujeres víctimas de violencia de género, pero, dadas sus características y elementos de análisis, tienen un mayor alcance y se pueden utilizar en otros
ámbitos.
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Desde la Obra Social “la Caixa” queremos expresar a todas aquellas
personas nuestro deseo y nuestra esperanza de que la edición de
estos materiales contribuya a mejorar la situación en esta realidad
social.
Obra Social “la Caixa”
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ÍNDICE
Prólogo: Violencias conyugales
Introducción
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PRIMERA PARTE
Empezamos a conocernos
Introducción
Actividad 1
Los primeros lazos
Actividad 2
Mi defensa del programa
Actividad 3
El rumor
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SEGUNDA PARTE
Nuestra participación en el grupo
Introducción
Actividad 1
La tarjeta de visita
Actividad 2
El grupo como fuente de apoyo
Actividad 3
Las normas del grupo
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Prólogo:
VIOLENCIAS CONYUGALES
uando decidimos vivir en pareja, soñamos con el amor, el placer, hijos, proyectos, ayuda mutua, seguridad; en resumen, una existencia
mejor.
C
Para que la pareja armonice sus deseos, angustias y cóleras, los gestos y las
palabras se deben controlar perfectamente, lo que no sucede en todas
las familias.En cualquier cultura el incesto es impensable, ya que las presiones afectivas y culturales casi siempre lo hacen imposible, en tanto que las
violencias físicas, sexuales y verbales no están reguladas del mismo modo
según de qué cultura se trate.
En Occidente, en la Edad Media el concepto de persona tenía poco significado, ya que sólo contaban la supervivencia y el orden social. Uno de cada
dos niños moría durante la primera infancia, la esperanza de vida de las
mujeres no superaba los treinta y seis años y, en aquella época, casi todos
los hombres que morían más tarde habían sufrido numerosas fracturas. En
un contexto técnico como ése,en el que la violencia era cotidiana,ni se podía plantear el concepto de maltrato,ya que no tenía relevancia alguna,era
normal y adaptativo.
La condición masculina era de una violencia extrema entre las guerras incesantes, los bandidos que entraban en las casas e impedían los desplazamientos, la hambruna, las frecuentes epidemias y, sobre todo, unas
condiciones de trabajo en las que el cuerpo, que era la única herramienta, dolía en cuanto se hacían los primeros esfuerzos musculares.
En ese contexto cultural, la condición femenina era aún más dura, ya que
el vientre de las mujeres tenía la única función social de traer el máximo
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número posible de hijos al mundo, sus brazos estaban al servicio de los
demás y su persona tenía aún menos valor que la de los hombres.
Esas violencias adaptativas se vieron mitigadas por el cristianismo medieval, que dio a las mujeres la posibilidad de elegir a su cónyuge, y por
las revoluciones tecnológicas, pues cada descubrimiento, al relativizar su
función de herramienta doméstica, liberaba la aptitud de las mujeres
para verse como personas.
Dicha evolución tecnológica y cultural tomó fuerza a mediados del siglo XX, cuando el dominio de la naturaleza y los progresos relacionales
descalificaron la violencia, ya que le hicieron perder su función adaptativa y subrayaron su efecto destructor.
Así pues, el hecho de no tolerar más la violencia y considerarla un fenómeno patológico es también la prueba de nuestros avances. Quienes
hoy en día son violentos sufren una dificultad de desarrollo que les vuelve incapaces de adaptarse a nuestra nueva cultura. Infligen a las mujeres
víctimas de la violencia física, sexual y relacional un sufrimiento traumático que les convierte en agresores.
Pero las estadísticas son alarmantes. Las cifras dependen en un grado
sorprendente de la definición que se dé a la palabra «violencia». Si se
considera que un hombre es violento cuando «hace observaciones ¡sobre tu manera de vestir o de peinarte!... cuando te pregunta de dónde
vienes... cuando se niega a conversar contigo...», obtenemos un 10% de
violencias conyugales. No obstante, hay violencias indiscutibles: cuando
un hombre «te da un violento empujón..., te pega una bofetada..., te encierra o intenta estrangularte»; esos gestos que buscan la destrucción
no dependen de la verbalidad.
Cuando intentamos no dejarnos arrastrar a una venganza sexista, las cifras fiables son muy alarmantes. Una mujer de cada cinco ha sido víctima
de agresión sexual, sobre todo las discapacitadas. La mayoría de agresores son hombres conocidos por la víctima.Cuando se hace callar a las víctimas, como ha hecho nuestra cultura, los trastornos son más graves y
duran más tiempo.
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Los agresores acostumbran a ser hombres. A veces buscan satisfacer un
placer sádico, pero, en cambio, en la mayoría de ocasiones se valoran
poco a sí mismos y creen que mejorarán su escasa autoestima ¡pegando
a su mujer! La violencia de género, poco denunciada en las comisarías, es
más importante de lo que pensamos. Casi siempre revela una incapacidad para dominar las propias emociones y es, por lo tanto, prueba de un
trastorno de desarrollo.
Hoy día la violencia sólo es destructiva, pero disponemos de los medios
para eliminarla. El desarrollo afectivo de los niños, el descubrimiento del
otro, el dominio de las emociones mediante el arte, la palabra, la ley y la
expansión cultural deberían permitirnos reducir esta plaga. Todos estos
ingredientes constituyen los factores de resiliencia que permiten volver
a aprender a vivir tras un trauma. Si trabajamos la resiliencia, podremos
luchar contra la violencia y curar sus heridas.
Tal vez podamos así mejorar las relaciones entre los sexos.
Es factible. Es necesario.
B ORIS C YRULNIK
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INTRODUCCIÓN
La violencia de género no es un fenómeno nuevo, aunque sí es
reciente la «visibilidad» social que ha alcanzado en nuestro país.
Tiene una prevalencia elevada en distintas culturas y afecta a
todas las edades y clases sociales. Aunque las mujeres se ven
más protegidas a medida que aumenta su poder educativo, económico y social, la relación entre riesgo de violencia y capacitación
femenina no es lineal (Jewkes, 2002).
Dentro del ámbito europeo, son precisamente algunos de los
países más adelantados en materia de igualdad los que sufren
este problema en mayor medida (Sanmartín, Molina y García,
2003). Esto sugiere que la violencia no se asocia únicamente a un
machismo que se siente cómodo en un entorno tradicional, sino
también al que se resiste a desaparecer en una sociedad que
avanza. De hecho, la violencia contra las mujeres es el recurso
más frecuente frente a las crisis de identidad masculinas (Jewkes, 2002).
Se entiende como violencia contra la mujer o violencia de género «todo acto de violencia sexista que tiene como resultado posible o real un daño físico, sexual o psíquico, incluidas las amenazas,
la coerción o la privación arbitraria de libertad, ya sea que ocurra
en la vida pública o en la privada» (ONU, 1995). Dicha violencia se
manifiesta con mayor frecuencia dentro de las relaciones familiares y, de manera especialmente grave, dentro de la pareja. Sin embargo, la violencia se extiende más allá de los límites de la familia
y del matrimonio, ya que afecta también a las mujeres que conviven sin formalizar su relación, así como a las que no han comenzado aún la convivencia o ya se han separado (Alberdi, 2005). Se
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manifiesta en agresiones físicas, psíquicas o sexuales, causa daños
físicos y psicológicos y vulnera la libertad y los derechos de la
mujer.
Por otro lado, la violencia puede gestarse desde el inicio de las relaciones de pareja, cuando las mujeres son aún muy jóvenes (González y Santana, 2001). Para constatarlo no hay más que analizar la
evolución de las cifras de denuncias por maltrato y de muertes a
manos de la pareja en los últimos años. El porcentaje de jóvenes
afectadas ha crecido de forma evidente desde 2002, fecha en la
que el Ministerio del Interior comenzó a incluir en sus estadísticas
los delitos y faltas cometidos dentro de las relaciones de pareja,
pero fuera del ámbito familiar.
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El fenómeno de la violencia de género está íntimamente relacionado con los cambios sociales que ha experimentado la familia
en los últimos tiempos. Junto con los más visibles, que se hacen
patentes en la gran diversidad de formas familiares que conviven hoy en día con la clásica familia biparental (monoparentalidad, homoparentalidad, familias reconstituidas, etc.), hay que
resaltar otros más sutiles. Estos cambios, a veces «intangibles»,
imponen nuevos retos a la familia, al afectar a la calidad de las relaciones entre sus miembros. Entre ellos está el paso del predominio de unas relaciones jerárquicas y verticales en la familia,
subordinadas al poder que emanaba de la figura del padre, a
unas relaciones más democráticas y horizontales, basadas en la
búsqueda de consenso entre todos. No obstante, este proceso
es muy lento y no está exento de problemas. Actualmente, es
posible observar varios modelos en las formas que adopta el ser
padre, que van desde las posiciones autoritarias tradicionales
hasta las formas más simétricas de relación de pareja y de corresponsabilidad en la tarea educadora, pasando por varios estados transicionales, algunos de ellos bastante disfuncionales basados en el uso de la violencia (Henao y Rodrigo, 2005). La masiva
incorporación de mujeres al mercado laboral ha espoleado también la negociación de los roles de género en la familia, tanto en
lo que se refiere al reparto de tareas entre la pareja como en los
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criterios para la educación de los hijos y las hijas. Por último, el
papel creciente de los medios audiovisuales en nuestra sociedad ha implicado que su presencia sea abrumadora en el escenario familiar.
En el eje central de dichos cambios familiares en la sociedad actual está la construcción de nuevas identidades de género, así
como de una forma diferente de entender las relaciones de pareja y las relaciones entre padres e hijos. La familia moderna ha
quedado constituida como escenario de negociación entre los
cónyuges respecto a la distribución de las tareas del hogar, la
toma de decisiones, la división de la autoridad y el estilo de socialización de los hijos (Flaquer, 1999). Por ello, la familia moderna debe desempeñar un papel importante y activo en la promoción de valores, actitudes y comportamientos respetuosos
con la igualdad de género que promuevan el desarrollo de sus
miembros. En este contexto de cambios, el fenómeno de la violencia en la pareja es un atentado gravísimo al corazón mismo
de este proceso de modernización. Es una manifestación regresiva que pretende obstaculizar dicho proceso de cambio, imponiéndose por la fuerza de los hechos a las formas pacíficas de
negociación que en su mayoría se dan actualmente en el seno
familiar.
Ante todo ello, la sociedad actual está cada vez más sensibilizada
contra la violencia y se dota de procedimientos cada vez más eficaces para salvaguardar el ejercicio de libertad que supone llevar
a cabo los procesos de negociación en el seno de la familia. Tras el
reconocimiento social de este problema, se han ido desarrollando cambios legislativos y sociales que han permitido que
el problema sea tratado de forma cada vez más adecuada.
Desde 1997 hay un mandato de la Unión Europea de recoger, elaborar y publicar anualmente datos sobre la violencia contra las
mujeres en todos los países miembros.
En nuestro país, desde el año 2000, el Instituto de la Mujer lleva a
cabo un seguimiento de los datos de muertes de mujeres a ma-
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nos de sus parejas, que actualiza constantemente y a los que se
puede acceder desde la web de dicho instituto. Por último, otro
hito importante ha sido la aprobación de la Ley Orgánica de
Medidas de Protección integral contra la Violencia de Género en
diciembre de 2004. Entre otras innovaciones, esta ley establece un sistema de servicios sociales de atención y de recuperación de las víctimas y garantiza una serie de derechos económicos y laborales. Se trata de avances importantes
que no sólo pueden facilitar que la mujer quede fuera del alcance del agresor, sino que proporcionan ayudas que contribuyen al
proceso de normalización de la vida de estas personas. El programa que presentamos se inscribe en esta última línea de actuaciones.
2. Enfoque evolutivo-educativo
de la violencia de género
El curso evolutivo de las personas no se detiene en los umbrales
de la madurez, sino que sigue avanzando hasta el final de la vida.
De ello se deduce que las personas adultas también están en pleno proceso de cambio. Como en otras etapas de la vida, los adultos tienen que realizar sus propias tareas de desarrollo y hacer
frente a numerosas transiciones vitales. Las tareas de desarrollo
son aquellas que se presentan en un cierto período de la vida de
las personas, cuya resolución positiva conlleva bienestar para el sujeto y éxito en el afrontamiento de posteriores tareas, mientras
que el fracaso en su resolución implica malestar y dificultad para el
futuro afrontamiento de las dichas tareas (Erikson, 1970; Havighurst, 1973; Serra, Gómez, Pérez y Zacarés, 1998).
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Las tareas de desarrollo van encaminadas a la creación de una
identidad adulta, que preserva un sentido de continuidad del
«sí mismo» a pesar del continuo proceso de cambio que las
personas experimentan a lo largo de la vida. El logro de dicha
identidad es un proceso muy complejo que conlleva la realización
de varias tareas.
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La primera de ellas es el logro de un sentimiento de unidad,
continuidad y cohesión que permite dar una coherencia narrativa a los sucesos, emociones y experiencias vitales biográficas, a pesar de que nos encontremos en proceso de cambio
(Bruner, 1999; Ruth y Vilkko, 1996).
La segunda tarea es la creación de una conciencia de la propia
valía en el cumplimiento de los diversos compromisos que se
plantean en los diversos contextos. Esto es clave para la mujer
que habitualmente se ve abocada a desarrollar labores multitarea
en diversos contextos: familiar, social y laboral. La realización de
esta tarea supone integrar a dicha conciencia de valía personal la
valoración de los «otros» significativos. En esta faceta, ocupa un lugar preferente todo lo relativo a la capacidad de establecer relaciones sociales con esos «otros» y, en particular, de establecer relaciones de intimidad (Gilligan, 1985).
Características de una buena relación de intimidad son un alto compromiso vital, una adecuada comunicación y resolución de conflictos y el equilibrio de poder en la relación. El establecimiento de
buenas relaciones íntimas es una oportunidad para que las personas se expresen con una profundidad muy superior al que permiten
otras relaciones más superficiales con amigos o compañeros.
La tercera tarea es el descubrimiento de las potencialidades
del yo en el balance observado entre retos que provienen del
medio y las propias capacidades para afrontarlos. Cuando el
balance es positivo, esto es, cuando hemos constatado que nuestras capacidades nos permiten afrontar adecuadamente los retos,
es posible dar dirección y propósito a la trayectoria vital. Dicho con
otras palabras, es posible encarar el futuro y planear acciones dirigidas hacia éste (Rodríguez Moreno, 2003). Es muy importante, en
este aspecto, saber plantear metas y objetivos vitales hacia los que
encaminar nuestros esfuerzos y evaluar nuestras posibilidades de
realización personal a través de su consecución. Para ello, no sólo
contamos con nuestros propios recursos, sino con los apoyos
de los demás.
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En suma, la realización satisfactoria de este conjunto de tareas clave para la construcción de una identidad adulta llevará consigo el
aprendizaje de un buen número de competencias y el aprovechamiento de recursos sociales disponibles que son muy
útiles para desarrollar la sabiduría vital del adulto. Todo ello
favorecerá el sentido de agentividad de la mujer, mediante el cual
se percibirá como un agente activo, protagonista y capaz de controlar y dirigir la propia vida (Máiquez, Rodrigo, Capote y Vermaes,
2000).
3. La violencia de género y el desarrollo personal
y social de las mujeres
El desarrollo adulto no es continuo, sino que alterna períodos de
relativa estabilidad con períodos de cambio. Entre unos y otros se
encuentran las transiciones vitales, que son momentos propicios
en los que tienen lugar cambios importantes que pueden alterar
tanto la conducta de las personas como sus relaciones con el entorno. Estos cambios, cuando se producen de modo adecuado y
equilibrado, conllevan buenas oportunidades de desarrollo que
no conviene desaprovechar.
Existen transiciones normativas y predecibles (incorporación al
trabajo, formar pareja, ser padre o madre, jubilarse) y transiciones
circunstanciales o inesperadas (accidente, enfermedad, ruptura
violenta de pareja). En este segundo caso, las transiciones se vuelven especialmente difíciles cuando el suceso que provoca la transición es muy grave, cuando la persona no cuenta con suficientes
recursos personales para afrontarlas y cuando está aislada socialmente (Slaikeu, 1988).
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Asimismo, la dificultad aumenta en aquellos casos en que la persona vive en un contexto con un alto número de estresores psicosociales (pobreza, drogadicción, violencia, exclusión social). En
cualquiera de estos casos, es posible que la persona no pueda
aprovechar las oportunidades de desarrollo que brindan las transi-
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ciones vitales y que esta situación desemboque en una crisis vital
profunda.
Esbozadas así brevemente algunas características del desarrollo
adulto, es evidente que la violencia ejercida contra las mujeres por
su pareja constituye un suceso vital de primera magnitud que
aboca a una transición circunstancial e inesperada que requerirá la
realización de grandes cambios en la vida de las mujeres que pasan por ella. Todo proceso de cambio resulta estresante, hecho
que va a poner en serio peligro su sistema de equilibrio entre los
recursos personales y las demandas externas. Dichas demandas
son especialmente altas en este caso, ya que la mujer debe actuar
en varios frentes (personal, familiar, legal y laboral), al mismo tiempo que trata de protegerse de las serias amenazas vertidas hacia
su integridad física y mental.
4. Características del Programa de Apoyo Psicosocial
Ante todo lo expuesto, proponemos un programa, formulado en
clave positiva de fortalecimiento de competencias, que trate de
promocionar el desarrollo adulto de las mujeres que sufren o han
sufrido violencia de género.
No se trata de un programa de autoayuda, de carácter terapéutico,
destinado exclusivamente a la inserción social y laboral de las mujeres o de intervención en situaciones de crisis. Por supuesto, no
pretendemos restar valor e importancia a estos programas, pues
cubren aspectos muy importantes.Sin embargo, para ser coherentes con el análisis que hemos realizado más arriba, hemos estimado más conveniente elaborar un programa que se base en un
modelo preventivo-optimizador.
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Este modelo se caracteriza por:
a) Ser respetuoso con la voz de las mujeres, puesto que no
pretende usurparla ni decir qué deben hacer, sino ayudarlas a ponerse de nuevo al mando de su vida.
b) Ser flexible, ya que debe adaptarse a la variabilidad de
situaciones de violencia, de fases en que se encuentra la
mujer en su proceso de afrontamiento del problema y
de dispositivos de acogimiento.
c) Utilizar la mediación del profesional para propiciar y facilitar los procesos de cambio en una situación grupal.
d) Proporcionar oportunidades para el desarrollo personal, social y laboral de las mujeres.
NOTA IMPORTANTE
El programa está dirigido a mujeres, cualquiera que sea su estatus social y profesional y su particular historia de vida, que han
sufrido o están sufriendo situaciones de ruptura con la pareja
debido a la violencia. Pueden estar en plena decisión de ruptura,
haber pasado a residir en algún dispositivo de protección (centros de acogida, pisos tutelados, etc.) o estar en proceso de reintegrarse a su vida anterior o a un nuevo domicilio.
El programa ha sido elaborado para ofrecer a los profesionales
un conjunto de recursos que les permitan seleccionarlos y
adaptarlos a las necesidades y características de cada uno de
los grupos. Los contenidos y las actividades deberán adecuarse al contexto, a las características del grupo y al tiempo disponible.
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5. Objetivos del programa
El objetivo general del programa es avanzar hacia la normalización
de la vida de las mujeres que han sufrido violencia en la intimidad
y hacia la regularización de su vida cotidiana. Pretendemos ofrecer un apoyo que, con otros apoyos y recursos comunitarios
existentes, les permita ir superando la propia situación de excepcionalidad que ha creado la situación de violencia y, por
consiguiente, favorecer e impulsar los procesos de cambio
que les van a permitir alcanzar dicha normalización. Como
objetivos específicos proponemos:
1. Crear oportunidades para el desarrollo personal, social y laboral
de las mujeres.
2. Tomar conciencia de la posibilidad de utilizar los recursos comunitarios que existen para apoyar a las mujeres.
3. Fortalecer los factores de protección y disminuir los de riesgo
para favorecer la resiliencia.
4. Fortalecer las potencialidades y promover un conjunto de
competencias personales y sociales.
6. Estructura y contenidos del programa
El programa se estructura en torno a seis talleres, cada uno de ellos
dividido en dos partes, mediante los cuales se promueven una serie de dimensiones de cambio:
1.
2.
3.
4.
5.
6.
De la identidad de víctimas a la de supervivientes.
De los relatos vivenciales a la narrativa autobiográfica.
De la dependencia y el control a la autonomía y la comunicación.
Del estrés a la compatibilidad con tareas vitales.
Del aislamiento al apoyo social.
De la desorientación al proyecto de vida.
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Estas dimensiones de cambio se han seleccionado porque favorecen la adquisición de las capacidades y las competencias que son
básicas para normalizar y regularizar el proceso de desarrollo personal y social de las mujeres. La elaboración de estos talleres se ha
realizado a partir de las aportaciones de un buen número de reflexiones teóricas, trabajos empíricos y experiencias prácticas sobre
cada uno de los temas.Presentamos una síntesis de contenidos relativa a cada taller con el fin de proporcionar a los profesionales
encargados de llevarlos a cabo las claves fundamentales para su
mejor comprensión y aprovechamiento.
Taller 1. De la identidad de víctimas a la de supervivientes
Objetivo básico: se trata de que las mujeres tomen conciencia de
la propia identidad para potenciar una imagen de género acorde
con los nuevos valores de la sociedad actual. El desarrollo de la
identidad conlleva el fortalecimiento de sus competencias personales con el fin de situarse en el papel de supervivientes, y no en el
de víctimas indefensas.
La noción de identidad,tal y como la define Erikson (1971),alude,por
un lado,a un espacio intermedio entre los procesos individuales y sociales, esto es, un sentimiento de individualidad –ser persona única–
y, por el otro, a un sentimiento de vinculación ligado al contexto social que el propio sujeto reconoce y asume. Así definida, lo que actualmente se denomina identidad básica se compone de tres niveles
o dimensiones (Côté y Levine, 2002; Erikson 1971; Shwuartz, 2001):
La identidad del yo: constituye el nivel más básico y fundamental de las creencias sobre uno mismo, permanece en gran medida
inconsciente y su característica esencial radica en que proporciona ese sentido de continuidad espacio-temporal más subjetivo
que es característico de la personalidad, ser la misma persona a
través del tiempo y en diferentes contextos o situaciones sociales.
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La identidad personal: se sitúa en la intersección entre la experiencia individual y el contexto y se refiere al conjunto de metas,
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valores y creencias que uno muestra en el mundo. La identidad
personal abarca así metas vocacionales, modos de relacionarse y
presentarse a los demás, valores éticos y políticos y cualquier otro
aspecto de uno mismo que identifica a un individuo como alguien en particular y le ayuda a distinguirse de otras personas.
La identidad social: abarca aquellos aspectos de uno mismo incorporados por pertenecer a determinados grupos con los que
uno se identifica y que lo sitúan en una determinada posición social, en una cultura particular: ser varón o mujer, pertenecer a determinado grupo étnico, ser joven o viejo... son elementos que
vendrían influidos en gran medida por factores culturales y roles
sociales culturalmente configurados.
La definición de identidad básica que incorpora la individualidad
como persona única es una definición que se ha impuesto en
nuestra sociedad de forma reciente. En concreto, si nos situamos
en la denominada «identidad de género» comprobamos que en
el caso de la mujer se tendía a globalizar la definición, es decir, se
identificaba la «mujer persona» con la «mujer femenina» que correspondía a la identidad social de la época.
Esta identidad de género como identidad social, transmitida por la
familia, la escuela y los medios de comunicación, es la que daba
forma a estilos de comportamiento, de actitudes, de creencias y de
expectativas sobre lo que se esperaba de ser hombre o de ser mujer. Afortunadamente, este solapamiento del estereotipo social
con la identidad personal ha sido cuestionado y está siendo desechado por la sociedad actual. Pero indudablemente nos quedan
aún restos de esas identificaciones sociales con las personales.
Nuestra propuesta en este taller trata de descolocar esta identificación globalizadora de la mujer tan sólo como manifestación de
identidad social, de identidad de género, y proponer un modelo
de ser humano desde la coeducación dirigido a transformar las relaciones en verdaderas relaciones de igualdad. La llamada «revolución femenina» ha comportado uno de los grandes cambios en el
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mundo contemporáneo, y el ser humano está listo para seguir
cambiando, para seguir mejorando, para dar un nuevo marco de
referencia a hombres y mujeres, para crear nuevas identidades.
La evolución de las nuevas identidades, de la integración de la persona en la identidad básica, pasa por reconocerse como agente
activo en su construcción. Así, en una investigación que Torres y
Zacarés (2004) llevaron a cabo con estudiantes universitarios, los
tres criterios de adultez con mayor peso (identificados como la
evolución de la identidad básica) fueron: «Aceptar la responsabilidad por las consecuencias de las propias acciones», «Decidir sobre
los propios valores y creencias personales independientemente
de los padres u otras influencias» y «Aprender a tener siempre
buen autocontrol sobre las propias emociones».
Este taller se plantea desde esta proposición de constituirnos en
agentes activos de nuestra vida. En la primera parte ponemos
en tela de juicio la identificación de la identidad de género con la
identidad personal, que hasta hace poco era la identidad aceptable para la mujer, y «repensamos» la primera identidad del ser humano: ser persona. La mujer ya no es la «identidad de género»
que marcaba su vida, sino que lucha por su identidad personal
para ser reconocida como individuo único, igual y a la vez diferente.
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En la segunda parte propiciamos la reflexión sobre el modelo propio y el conocimiento de uno mismo para, como segundo objetivo, incidir en el aumento de la conciencia subjetiva de los procesos de identidad recogiendo aportaciones sobre el tema (Zacarés
e Iborra, 2005): «Cualquier habilidad, actitud o competencia que se
asocie a este objetivo (aumento de la conciencia subjetiva) está
sirviendo a la promoción de una identidad más sólida y madura;
como por ejemplo las habilidades de autorreflexión y de autoconocimiento, de exploración y de toma de decisiones». Las aproximaciones que trabajen el proceso activo de percepción y organización de la información sobre uno mismo serán las más útiles
para la optimización de la identidad.
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En suma, mediante este reconocimiento y promoción de la propia
identidad personal pretendemos en este taller ayudar a eliminar una
de las visiones de la mujer más arraigadas socialmente: su condición
de víctima. Eliminar esta visión es especialmente importante para
aquellas mujeres que han sufrido situaciones de violencia en la intimidad (Rojas Marcos,2005).Entendemos este papel de víctima como
asociado a la incapacidad para crecer y desarrollarse personal y socialmente, como dependencia de la capacidad de otros para gestionarse en la vida, como sumisión e indefensión respecto al orden establecido. Y sin embargo... afortunadamente este orden del mundo
va cambiando. La mujer ha rechazado el papel de víctima y se ha
convertido en superviviente.O mejor,en una persona viviente,es decir, que no sobrevive, no se resigna a ir tirando, sino que se erige en
actora y protagonista de su vida y la vive con mayúsculas. Y en este
paso de víctima a sobreviviente tiene mucho que ver la ampliación
del concepto de identidad. La mujer ya no es la «identidad de género» que marcaba su vida, sino que lucha por su identidad personal
para ser reconocida como individuo único, igual y a la vez diferente.
Siguiendo propuestas de diversos autores (Ferrer-Wreder, Montgomery y Cass Lorente, 2003), la gestión de su propia vida, el reconocimiento de sus capacidades y potencialidades y el compromiso con ellas mismas y su entorno es el primer paso para tejer la
identidad de supervivientes, para volver a la vida, en palabras de
Boris Cyrulnik (2000).
Taller 2. De los relatos vivenciales a la narrativa
autobiográfica
Objetivo básico:se pretende facilitar estrategias que permitan afrontar la superación de situaciones o conflictos que puedan surgir.Para
ello, se ayuda a las mujeres a analizar la realidad de los sucesos vividos y sus repercusiones en su autoconcepto.También fomenta aquellas capacidades necesarias para el manejo del estrés cotidiano.
Sin duda, sufrir la violencia en la intimidad es una de las situaciones más traumáticas que se pueden experimentar en la vida. No
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en vano numerosos estudios han señalado que las mujeres que
han pasado por este trance experimentan en un porcentaje muy
elevado el denominado shock postraumático u otros problemas
asociados como la depresión o los ataques de ansiedad (Echeburúa y Corral, 1998; Rojas Marcos, 2005). Las personas que han pasado por este trance no asimilan adecuadamente lo vivido. Entre
otros síntomas, los sucesos aparecen en la mente reiterativamente
en forma de imágenes, pensamientos o percepciones inconexas
cargadas de emociones negativas. Una forma, pues, de ir superando sus secuelas es propiciar el uso de un pensamiento narrativo
que ayude a las mujeres a construir de forma subjetiva las experiencias personales con el fin de proporcionar un sentido global y
coherente a su vida personal. Según Bruner (1990), existen dos tipos de pensamiento: el abstracto y el narrativo. El primero es ideal
para tratar lo regular, lo esperable, lo normativo, mientras que el segundo es ideal para tratar lo excepcional, lo novedoso, lo inesperado. El afán de contar historias surge así como un modo de manejar lo que se sale del orden establecido, lo que rompe con nuestras
expectativas, con el fin de dotarlo de significado para volverlo
comprensible y manejable. Las historias tratan de asuntos que interesan a la gente, desatan emociones, permiten resolver contradicciones y conflictos, relacionan lo descriptivo con lo prescriptivo,
lo subjetivo con lo objetivo, lo privado con lo público, ordenan lo
que aparenta ser caótico y ofrecen guías útiles para facilitar la
comprensión de quien escucha. Este pensamiento narrativo presenta además varias ventajas adicionales: ayuda a localizar temporalmente los episodios, personajes y emociones en el devenir
biográfico, expresa las motivaciones, emociones y metas de los
personajes que dan sentido a sus acciones, encadena los episodios en un orden causal-consecuencial, ayuda a reconstruir las experiencias desde nuevas perspectivas y, en definitiva, promueve el
pensamiento positivo y la capacidad de afrontar las situaciones
adversas (Ruth y Vilkko, 1996; Polkinghorne, 1996).
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No todos los formatos de historias de vida son igualmente fructíferos y facilitan esa reparación del trauma sufrido (De Salvo, 1999).
Los que más efectos positivos logran tienen las siguientes caracte-
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rísticas: a) ordenan los eventos secuencialmente para construir un
relato coherente y lo más completo posible desde la propia perspectiva; b) incluyen descripciones concretas de episodios, personajes y escenarios; c) enlazan los sentimientos y las emociones pasadas y presentes con los episodios vividos; d) resaltan también los
aspectos positivos de nuestra experiencia y no sólo los negativos,
aunque estos últimos estén más accesibles en un primer momento, y e) señalan lo que se ha aprendido a partir de lo que se ha vivido en lugar de recrearse en lamentaciones, autojustificaciones o
culpas. En suma, son aquellas historias que permiten dar un significado a lo vivido y facilitan que la persona se «explique a sí misma» (Pourtois, 1992).
La elaboración de historias de vida es un instrumento muy valioso
de construcción de nuestra propia identidad, autoconcepto y autoestima (Aparisi, 1993; Fivush, 1991; Serra y Cerda, 1997). Está basada en la memoria autobiográfica, que se define como la capacidad de almacenar, recuperar y elaborar la información respecto a
nosotros mismos. No se trata de una memoria pasiva de hechos
biográficos, sino que tiene propiedades reconstructivas en un triple sentido: permite seleccionar determinados recuerdos y no
otros, cambiar la evaluación que hemos hecho de los mismos y reflexionar sobre ellos desde distintos puntos de vista.Todo este carácter dinámico de la memoria autobiográfica está al servicio de
una elaboración continua y actualizada de nuestra identidad, autoconcepto y autoestima. Por ello, en este taller combinaremos la
elaboración de las historias de vida con la reflexión sobre quiénes
somos y cómo nos vemos a nosotros mismos en la actualidad.
En este taller analizaremos también los distintos modos de enfrentarnos a las situaciones de estrés. Pretendemos que, desde un
proceso de facilitación y acompañamiento, las mujeres puedan ir
cambiando aspectos concretos de sus vidas cotidianas en la forma
en que perciben las situaciones estresantes y se enfrentan a ellas.
Con esto pretendemos potenciar sus recursos personales y sociales para superar la adversidad (Bernard, 1991). Sabemos que en las
mujeres que sufren violencia conyugal la presencia de la amenaza
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continua del agresor ha tenido como consecuencia que su sistema biológico de alarma ante el peligro se encuentre continuamente activado. Se trata de un sistema que resulta adaptativo
cuando se sufren amenazas ocasionales, pero que puede resultar
dañino para el organismo cuando está sobreactivado con respuestas de alerta y sobresalto permanente durante períodos largos de tiempo (Echeburúa y Corral, 1998). Una de las consecuencias funcionales de todo ello es el deterioro de la salud y el
aumento del malestar psicológico. Ante esto, las mujeres pueden
desarrollar comportamientos poco saludables que intentan proporcionar cierto alivio a dichos malestares y problemas físicos. De
ello también se hablará en este taller. Pero otra de las consecuencias también muy dañinas es el hecho de que la evaluación de situaciones y la toma de decisiones se produzcan casi siempre en situaciones de sobreactivación. En estas condiciones se tiende a no
sopesar adecuadamente lo que ocurre y a improvisar una respuesta automática que no suele contribuir a la resolución del problema. Por ello, una conducta adaptada y saludable depende de
que los acontecimientos estresantes puedan ser afrontados con
éxito, usando los recursos personales y sociales de que se dispone.
Se denomina afrontamiento el modo en que las personas regulan
sus comportamientos, emociones, intereses y metas cuando están
bajo condiciones de estrés que ponen a prueba o exceden las propias capacidades biológicas y psicológicas de reaccionar adecuadamente (Cohen, Kessler y Gordon, 1995).Estas estrategias intentan
equilibrar las respuestas del organismo ante las demandas exigentes del medio para poder seguir satisfaciendo las necesidades básicas de vinculación personal y social, sentido de competencia personal y autonomía en la gestión de la propia vida.Son dos procesos
los que determinan y explican las reacciones de las personas ante los
sucesos o situaciones estresantes:por un lado,la evaluación de la situación y, por el otro, el modo en que se responde ante ésta.
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Respecto al primero, el modo en que pensamos sobre dichas situaciones puede incrementar o disminuir el sufrimiento o el malestar
que experimentamos ante ellas y la evaluación de los recursos per-
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sonales con que contamos para hacerles frente (Lazarus y Folkman,
1986; Lazarus, 1991). No podemos cambiar lo ocurrido, pero sí podemos alterar el modo en que pensamos sobre ello y lo verbalizamos. Así, un mismo suceso puede verse de forma distinta: como
algo superable, que me va a hacer sentir bien y que me va a dar la
ocasión de demostrar mis capacidades, o bien como algo amenazante, que me va a hundir psicológicamente y va a evidenciar mis
carencias personales. Es muy importante que la mujer sea consciente de cuáles son esos pensamientos que aparecen ante las situaciones estresantes y cómo le hacen sentir para, a continuación,
ayudarla a reinterpretar el significado de la situación con el fin de
cambiar la trayectoria de la respuesta emocional (Gross, 2001).
Hay que evitar la tendencia a «rumiar» las situaciones o los problemas, esto es, a centrarse en los aspectos negativos de uno mismo
o en las interpretaciones negativas de la propia vida (Bushman,
2002). Esta práctica va acompañada de tristeza, enfado y frustración, emociones todas ellas que, si se dan muy frecuentemente, incapacitan a las personas para salir adelante.
Respecto al segundo proceso, se refiere a las estrategias de afrontamiento que se utilizan. Unas personas realizarán un afrontamiento directo del problema basado en la reestructuración del
mismo o en la toma de decisiones, otras buscarán ayudas o apoyo
social para resolverlo, mientras que otras evitarán pensar en ello o
huirán del mismo. Dado el gran número de situaciones o eventos
estresantes a los que se debe enfrentar la mujer en muchos casos,
no podemos aconsejar el uso de una misma estrategia (por ejemplo, las basadas en el afrontamiento directo del problema), sino
que la mujer deberá decidir, en primer lugar, ante qué situaciones
o problemas va a desplegar una estrategia activa. De nuevo, la evaluación de las situaciones vuelve a ser importante en este caso, así
como tener en cuenta en qué medida su resolución va a permitir
alcanzar mejor sus objetivos vitales. En suma, desde este taller se
pretende brindar oportunidades para que las mujeres ejerciten su
autonomía en la toma de decisiones y desarrollen sus potencialidades para manejar el estrés.
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Taller 3. De la dependencia y el control a la autonomía
y la comunicación
Objetivo básico: se trata de proporcionar a las mujeres estrategias
que les permitan tener control sobre sus vidas y unas expectativas
adecuadas que les hagan ser independientes en sus relaciones.
Las relaciones de pareja o de intimidad son uno de los ámbitos
donde más se pueden manifestar y experimentar dificultades en
la propia autonomía.
Este taller ofrece a las mujeres la oportunidad de revisar su experiencia de control y dependencia con nuevos ojos, facilitando así la
construcción de un significado cognitivo y afectivo adecuado que
agilice su recuperación psicológica (Tait y Cohen, 1989). Asimismo,
les proporciona algunas herramientas de comunicación que les
harán ganar confianza en sus propias decisiones y en su capacidad
de dirigir sus relaciones con diferentes personas, así como de garantizar su autonomía frente a posibles intentos de control encubiertos. La elección de estos contenidos se apoya en los resultados
de distintas investigaciones que mencionaremos a continuación,
así como en la idea de que es necesario reanalizar adecuadamente la experiencia vivida para poder dejarla atrás definitivamente.
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La asociación entre control y violencia ha sido descrita desde hace
tiempo tanto por los investigadores interesados en la violencia de
género como por los profesionales que trabajan con mujeres maltratadas (Jasinski y Williams, 1998). Aunque los expertos de distintas orientaciones teóricas difieren respecto al origen de este hecho, existe un amplio consenso sobre el riesgo que implica el
control en las relaciones (Felson, 2002; Serran y Firestone, 2004).Así,
por ejemplo, la aparición de distintas estrategias de control en los
comienzos de una relación es un mal indicador que pronostica la
aparición posterior de violencia (Harner, 2002; Sugarman y Hotaling, 1989). Por otro lado, el control continuado es en sí mismo una
forma de violencia psicológica con efectos muy negativos sobre
el desarrollo vital y el bienestar emocional de las mujeres (Evans,
1996).
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Los programas de intervención desarrollados a partir de la perspectiva de género suelen asumir que el control masculino en las
relaciones es fruto de una cultura tradicional, que justifica las desigualdades existentes entre hombres y mujeres. Asimismo, consideran que la violencia hace su aparición en la medida en que no
resultan efectivas otras estrategias (Pence y Shepard, 1999). De ahí,
la importancia de poner en evidencia las diferentes formas de
control masculino.
En sintonía con los programas que siguen el modelo Duluth,1 este
taller hace uso de la denominada rueda de control,que describe diversas formas de control asociadas a la violencia: intimidación,
coerción, abuso emocional, aislamiento, control económico, culpabilización de la mujer, etc. (Pence y Shepard, 1999). Además de analizar dichas estrategias, el taller propone conductas alternativas que
representan la igualdad en las relaciones. En este sentido, se analizarán las diferencias entre influencia mutua y control (Evans, 1996).
Ahora bien, el control o la ausencia del mismo no parece constituir
una categoría discreta, de todo o nada, sino más bien un conjunto
de acciones que varían en función de su nivel de coerción y de su
carácter más o menos explícito. Tal y como señala Bonino (1997),
las mujeres están expuestas cotidianamente a distintas formas de
control en sus relaciones, lo que él denomina micromachismos.
Desde su punto de vista, se trata básicamente de tres tipos de estrategias:coercitivas, encubiertas y de crisis, cuyos respectivos fines
son el mantenimiento de privilegios frente a las mujeres, la reafirmación del dominio sobre ellas y la resistencia ante el aumento de
su estatus. Se trata, por lo tanto, de prácticas dañinas para el desarrollo y la autonomía de las mujeres.
Junto al carácter sutil de algunas formas de control, otro aspecto
que contribuye a dificultar que las mujeres sean conscientes de él
1. Duluth es el nombre de la ciudad donde se llevó a cabo un programa pionero de tratamiento de maltratadores y mujeres maltratadas (Domestic Abuse Intervention Project).
Este programa sigue siendo un modelo para otros programas en la actualidad.
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es su justificación a través de distintas creencias y productos culturales. Así, por ejemplo, determinadas fantasías románticas, alimentadas desde la infancia por diversos cuentos infantiles,pueden propiciar la elección de parejas inadecuadas o el mantenimiento de
relaciones potencialmente peligrosas (Rosen, 1996). Aunque la asociación entre romanticismo y violencia sólo ha sido analizada en las
parejas más jóvenes, es de suponer que tales creencias puedan
afectar también a mujeres de más edad en la medida en que permanezcan implícitas. En este sentido, debe tenerse en cuenta que
el control hacia la mujer puede ser justificado como forma de protección. Junto a sus manifestaciones más hostiles, el sexismo adopta también formas sutiles y benevolentes, disfrazándose de paternalismo protector (Moya, 2004). Por todo ello, este taller pretende
dar a las mujeres la oportunidad de profundizar en sus propias expectativas y desvelar aquellas ideas que puedan contribuir a frenar
su autonomía.
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Una vez analizado el control en sus distintas facetas, el camino hacia la autonomía se verá facilitado si se potencian aquellas capacidades que van a permitir a las mujeres desarrollar una red de relaciones satisfactoria y ganar sentido de eficacia en la toma de
decisiones. Aunque la mayoría de las personas conocen las herramientas básicas de la comunicación, éste es un campo que abre
numerosas posibilidades (Adler y Towne, 2003). Así, por ejemplo,
sabemos que determinadas interpretaciones que se hacen respecto a un evento, durante un proceso de comunicación interna,
pueden afectar negativamente al bienestar emocional, a las decisiones que se toman y a la calidad de la relación con los demás
(Vocate, 1994). Algunas de estas interpretaciones se sustentan en
pensamientos irracionales relativamente frecuentes, que es posible aprender a controlar. De hecho, tales pensamientos tienen mayor influencia en la medida en que no son totalmente conscientes
(Bargh, 1988). En este sentido, es necesario contrarrestar aquellas
ideas que nos hacen renunciar a nuestras propias opiniones y deseos en beneficio de una supuesta concordia, culpabilizarnos porque las cosas no salen como esperábamos o fijar nuestra atención
únicamente en los aspectos negativos de lo que nos ocurre (véa-
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se Adler y Towne, 2003). Asimismo, es positivo conocer cómo pueden afectar estas expectativas a nuestro propio comportamiento
y al de los demás a través del mecanismo de las profecías autocumplidas.
Finalmente, el campo de la comunicación ofrece estrategias igualmente útiles para dirigir el nivel de profundidad deseado en nuestras relaciones mediante el control de su clima emocional. Asimismo, es positivo aprender a diferenciar aquellas relaciones que
pueden ser mejoradas de aquellas otras de las que conviene alejarse cuanto antes. De hecho, el abuso emocional no sólo puede
encontrarse en el ámbito de pareja, sino también en relaciones
que se establecen en el contexto familiar, laboral, etc. Conocer determinadas estrategias de comunicación permitirá a las mujeres
controlar el apoyo y la satisfacción que obtengan en las relaciones
que establezcan.
Taller 4. Del estrés a la compatibilidad
con tareas vitales
Objetivo básico: se ocupará de la pluralidad de roles característicos de la vida adulta y de cómo conseguir compatibilizar la vida
familiar con la vida social y laboral. Se reflexionará sobre los diferentes modos de organizar la vida y pensar y priorizar el tiempo
para aquellas actividades que enriquezcan la adquisición de valores y se proporcionarán herramientas ricas y variadas para fortalecer el grado de resistencia ante las dificultades.
Uno de los efectos más nocivos de la violencia de pareja es que interrumpe abruptamente el curso del desarrollo adulto de la mujer.
Cuando ésta, ante la magnitud del suceso, se siente incapaz de seguir avanzando en esta etapa de la vida se produce el estancamiento vital. Éste se caracteriza porque la mujer queda al margen
del desempeño de los diferentes roles y tareas vitales propios de
dicha etapa. Evitar este estancamiento supone irse adentrando
de nuevo en los diferentes contextos en los que la mujer se mueve:
la familia, el mundo laboral y las relaciones sociales o de amistad e
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ir aprovechando de nuevo las oportunidades de aprendizaje de
nuevas capacidades que éstos brindan. En este taller nos hemos
centrado en el contexto familiar y, en particular, en el rol que desempeñan las mujeres como madres. Es un lugar privilegiado para
plantearse la coordinación y conciliación con otros roles y facetas
de su vida adulta y desde el que aprender a regocijarse con el afecto de los hijos o hijas y fortalecer el desarrollo de algunas competencias básicas que conlleva el rol de madre.
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En concreto, se tocarán tres pilares básicos de la educación familiar: el establecimiento de relaciones de apego, los estilos educativos que regulan las conductas de los hijos y la elaboración del
escenario de actividades cotidianas (Palacios y Rodrigo, 1998; Rodrigo y Palacios, 1998). En cuanto al primero, los niños necesitan
experimentar el apoyo afectivo y la transmisión de confianza y seguridad que les brindan sus padres y fundamentalmente sus madres, lo que constituye el núcleo básico para la construcción de las
relaciones familiares (López, 1998). El apego cumple además una
función de supervivencia, ya que asegura la proximidad y protección de los padres a los hijos durante los primeros momentos de
fragilidad de la vida. Por ello, es muy importante proporcionar a las
madres herramientas que permitan enriquecer los encuentros
afectivos con sus hijos. Ello permitirá, por un lado, que dichos encuentros se desarrollen adecuadamente y propiciará, por el otro,
un sentimiento de mayor gratificación en las madres, que podrán
sentirse más capaces para desempeñarse en su rol al saber responder cada vez mejor a las necesidades afectivas de sus hijos
(Lamb y Easterbrooks, 1981; Skinner, 1986). Por el contrario, el sentimiento de inseguridad materna en el desempeño del rol, el sentirse culpable por no estar haciéndolo bien o por no ajustarse al propio ideal de maternidad o el sentirse criticada por los otros
convierte la experiencia de ser madre en una experiencia frustrante que disminuye el autoconcepto y la autoestima de la mujer.
Asimismo, aumenta el estrés materno, cosa que repercute negativamente en los hijos, que no encuentran de este modo la disponibilidad emocional que requieren de las madres para su adecuado desarrollo (Bleichmar, 1997). En suma, una de las mayores
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satisfacciones de las madres es, por un lado, poder contar con el
afecto, la confianza y el apoyo de los hijos y, por el otro, sentirse valiosas y competentes en su tarea educativa.
Además de unas buenas relaciones de apego, los hijos necesitan
vivir en una atmósfera de normas claras, flexibles y a la medida de
sus necesidades educativas. Esto es lo que permite que regulen su
comportamiento para ajustarse a los valores y normas sociales, lo
que se ha denominado el proceso de socialización (Ceballos y Rodrigo, 1998). El paso de la dependencia de los hijos hacia su autonomía es uno de los procesos más importantes, y tiene consecuencias clave para el desarrollo de los hijos. Por ello, las madres
deben aprender cómo se puede propiciar gradualmente dicha
autonomía durante las distintas fases del desarrollo de los hijos. Intentaremos que las participantes tomen conciencia de aquellos
aspectos que pueden favorecer una atmósfera de respeto y tolerancia, de negociación e intercambio de opiniones con sus hijos.
Asimismo, favorecer las ocasiones de intercambio de emociones y
sentimientos que se dan en los escenarios educativos propiciará
relaciones más empáticas y comprensivas entre madres e hijos y
permitirá asumir las situaciones traumáticas vividas. Por el contrario, las actitudes proteccionistas con los hijos, como modo de
compensarlos por lo vivido, transmiten inseguridad y no permiten
a las mujeres asumir sus propias responsabilidades, de forma que
se retrasa el desarrollo de la voluntad y se dificultan sus capacidades de reflexión y pensamiento autónomo (Lamborn, Mounts,
Steinberg y Dornbusch, 1991; MacCoby y Martín, 1983).
Otro aspecto importante que hay que tener en cuenta es todo lo
que concierne al aprendizaje de roles de género por parte de los
hijos. Los hijos están expuestos al aprendizaje de conductas impulsivas y violentas, que parecen darse a través de la observación
de los modelos de género proporcionados por la familia (Matud,
Rodríguez, Marrero y Carballeira, 2002). Las hijas, a su vez, pueden
estar expuestas al modelo de víctima de la madre, lo que puede
conducirles a una pérdida de valoración del rol de mujer. En este
sentido, es crucial que las mujeres reflexionen sobre los valores de
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género que quieren transmitir a sus hijos para lograr en ellos el
germen de la transformación social que el tema de la violencia requiere y contribuir así a su erradicación en generaciones futuras
(Rojas Marcos, 1995).
El tercer pilar que hemos comentado es el de la organización del
escenario educativo familiar (Acuña y Rodrigo, 1998). El ritmo de
vida actual suele disminuir el tiempo compartido entre padres e
hijos, pero la situación se agrava cuando una sola persona, la madre, tiene que compatibilizar la vida familiar, social y laboral. La monoparentalidad ejemplifica bien la situación en que se encuentra
todavía un sector importante de las mujeres de nuestra sociedad,
así como las transformaciones que están experimentando (González, Jiménez y Morgado, 2004): falta de autonomía económica, sobrecarga de roles, problemas emocionales, dificultades ligadas al
cuidado de los hijos, falta de tiempo para ellas mismas y aislamiento social. Sin duda, todo ello se agudiza más en las mujeres
que han sufrido violencia. En este sentido, las madres solas han de
llevar a cabo, de modo acelerado y presionadas por las circunstancias, procesos de cambio importantes en la construcción de su
propia identidad como mujeres y como madres.
Entre los principales retos que se plantean a estas mujeres está el
saber organizar los escenarios familiares cotidianos, organizar su
tiempo para poder compartir experiencias de ocio con sus hijos
y tener su propio tiempo de trabajo y de amistades. En este taller
se brindarán oportunidades para reflexionar sobre los diferentes
modos de organizar la vida cotidiana, para pensar y priorizar el
tiempo que dedicamos a aquellas actividades que más pueden
promover los aprendizajes de nuestros hijos y la transmisión de
valores.Todo ello proporcionará a las mujeres herramientas más ricas y variadas para reducir los niveles de estrés en la atmósfera familiar y mejorar su calidad de vida y la de su familia.
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En suma, el sentirse capaz de propiciar relaciones más armónicas
con sus hijos y observar resultados positivos en éstos dará a las
madres la posibilidad de percibir sus relaciones no como un obs-
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táculo inamovible, sino como una oportunidad para un desempeño más apropiado de su tarea como madres, lo que incrementará
su autoconcepto y autoestima (Coleman y Karaker, 1998). Asimismo, aprender a compatibilizar los diferentes roles propios de la
etapa adulta podrá constituirse en un medio eficaz para comenzar
a integrarse de nuevo en los diferentes contextos de vida.
Taller 5. Del aislamiento al apoyo social
Objetivo básico: una de las consecuencias más negativas de la
violencia en la intimidad es que la persona que la sufre puede
quedar aislada socialmente. Así, la mujer permanece desconectada de sus redes naturales habituales: la familia, los amigos, el trabajo… y, por tanto, no puede acceder a los recursos que éstas le
proporcionan: soporte emocional, instrumental y cognitivo. Este
taller facilitará la reflexión sobre las consecuencias del aislamiento y las estrategias para el restablecimiento de las redes sociales.
Una de las fuentes principales para la construcción de nuestra
identidad social es la vida en comunidad. El proceso de socialización constituye uno de los principales aspectos en la formación inicial recibida.De hecho,la relación y el contacto social proporcionan
las bases para el desarrollo personal y la capacidad de poder aprovechar oportunidades. El aislamiento, por tanto, constituye una forma de recortar estas oportunidades de desarrollo y de limitar la acción de la persona a un ámbito extremadamente restringido.
La violencia doméstica adopta formas explícitas e implícitas que
persiguen el mantenimiento –cuando no la aceptación– de esas
condiciones por parte de quienes las padecen: «La violencia en las
relaciones de pareja no se limita al maltrato físico, sino que ocurre
como un continuo de conducta coercitiva y dinámicas de poder y
de control» (Vicente, 2003: 209). Una de las formas más eficaces de
conseguir ese objetivo es el aislamiento. En la medida en que se
reducen los referentes y no se dispone de elementos de contraste,
la posibilidad de «aceptar» imposiciones y situaciones injustas se
incrementa; de ahí la importancia de mantener vínculos con el
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contexto: ello garantiza la conservación de nuestra «humanidad»,
de modo que nos podamos sentir apoyados ante situaciones
abiertamente injustas.
A pesar de la importancia que se confiere al contexto, es preciso
constatar que éste también contribuye a legitimar rasgos culturales
que pueden encontrarse en el origen de la violencia doméstica: «El
patriarcado es una estructura básica de todas las sociedades contemporáneas. Se caracteriza por la autoridad, impuesta desde las
instituciones, de los hombres sobre las mujeres y sus hijos en la unidad familiar» (Castells, 1997: 159). A pesar de que se han producido
cambios importantes, todavía se mantienen formas claramente vinculadas a esa orientación. Flaquer (1999) reconoce que el patriarcado se está hundiendo como ideología,pero no ocurre lo mismo con
lo relativo a las «prácticas cotidianas». Aun reconociendo esta orientación general, también es necesario constatar que tanto las alternativas globales como las mejoras de cualquier situación individual
pasan necesariamente por el vínculo con el contexto comunitario.
En la actividad social que desarrolla cualquier persona, ésta diversifica su relación en distintos ámbitos donde suele jugar roles diferentes. Una clara descompensación en la dedicación de todo el
tiempo a la pareja e hijos, en caso de que existan, supone que los
referentes fundamentales sobre los que se estructura la vida sean
la relación que se produce en el ámbito familiar.Todas las personas
construyen su imagen personal a partir de los referentes externos
con los que se encuentran. La obligación de adoptar un único papel social determina una percepción de uno mismo muy sesgada
y parcial. Es necesario superar los viejos estereotipos en los que la
asignación de roles privados o públicos se vinculaba a patrones
masculinos o femeninos; estas categorías sociales construidas sobre la base del sexo (Margallón,1998) constituyen conceptos «ideales» e impuestos culturalmente a personas reales, hombres y mujeres de carne y hueso (Cortina, 1998).
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La importancia de desarrollar distintos roles proporciona la posibilidad de equilibrar y complementar aspectos diferentes de nuestra
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vida. Es decir, todas las personas tienen competencias y habilidades en algunos aspectos, y en otros pueden darse pequeños desaciertos o un peor manejo de dichas competencias y habilidades.
Es la posibilidad de compensar los éxitos con los fracasos y los logros con las frustraciones lo que proporciona estabilidad y ajuste
en el desarrollo de la identidad personal.
De la misma forma, la preocupación por el aspecto, los cuidados
proporcionados a uno mismo, etc., constituyen otros elementos
en los que suelen apreciarse diferencias muy significativas entre
las mujeres que han sido objeto de maltrato y aquéllas que tienen
una relación de afecto satisfactoria.Todo ello viene a establecer un
contexto en el que de la insatisfacción progresiva se puede pasar
a la depresión patológica, donde el desprecio hacia uno mismo no
ayuda, en absoluto, a mejorar las cosas, sino que tiende a corroborar y reafirmar la mala imagen y a alimentar el concepto de incapacidad y fracaso.
Es difícil romper esta espiral. Hay que ir reconstruyendo, en sentido
inverso, la personalidad de la mujer que se ha visto atrapada por
este tipo de procesos: «Que la violencia y el amor puedan actualmente coexistir en las familias es, tal vez, el aspecto más insidioso
de la violencia íntima, porque esto significa que […] estamos atados a nuestros agresores por lazos de amor, vínculo y afecto. Por
ello no resulta extraño que la mujer maltratada no deje automáticamente al hombre violento» (Gelles y Straus, 1988: 51). La posibilidad de volver a establecer una red de relaciones sociales (amistades, salidas, etc.), de incorporarse a ámbitos activos (trabajo,
comunidad, servicios, etc.), de fortalecer las relaciones familiares
(familia extensa) constituye una prioridad básica para ir modificando, paulatinamente, el autoconcepto e ir recibiendo una influencia más positiva y ajustada a lo que puede ser la realidad personal.
Por tanto, uno de los aspectos fundamentales que deben tenerse
en cuenta en la normalización de la vida posterior es proporcionar
recursos, tanto personales como de apoyo externo, que permitan
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restablecer la red social de relaciones de afecto y de intercambio y
ayuden a hacer más positiva su interacción con el contexto de
convivencia.
Ello implica incidir desde una doble perspectiva, ya que disponer
de oportunidades de desarrollo depende, por una parte, de que éstas existan en el medio social y, por otra, de que la persona esté en
condiciones de poder aprovecharlas. En el contexto de una intervención orientada al desarrollo de recursos para superar las situaciones de violencia doméstica hay que contemplar ambos aspectos. Es importante destacar que, en la mayoría de ocasiones, hay
que incidir en la toma de conciencia de las necesidades que se pretenden cubrir con los recursos existentes. Se trata de conocer los
distintos recursos y el tipo de oportunidades que ofrecen para desarrollar las capacidades, habilidades y competencias individuales.
También hay que tener en cuenta que la reconstrucción de una
red de relaciones sociales constituye un proceso dilatado en el
que éxitos y fracasos pueden irse alternando en un contexto cambiante en el que debe aprenderse a racionalizar las experiencias,
de tal forma que permita un control emocional (hay que evitar pasar de posibles euforias a depresiones) y una visión suficientemente madura como para evitar caer en posibles nuevos episodios de dependencia hacia otras personas. «En este sentido, la
minimización de la variable iniciativa personal puede constituir,
además de un fraude ideológico, un obstáculo epistemológico
para el conocimiento […] y un freno histórico para la prevención
eficaz del maltrato» (Blanch, 1999: 11).
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Desde una perspectiva más metodológica, el diseño del proceso
que puede permitir el aprovechamiento y la utilización de recursos sociales supondría una primera fase de consolidación de una
red relacional cercana que posibilitara una mejora del propio autoconcepto y un reforzamiento emocional que diera seguridad
para asumir una segunda fase de acceso a la vida comunitaria y de
aprovechamiento de recursos sociales. Estas dos fases quedarán
reflejadas en las dos partes del taller. En la primera se prevé pro-
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fundizar en la red de relaciones cercanas, y en la segunda, proporcionar las bases para ampliar el ámbito de relación a redes de carácter comunitario y social.
En conjunto, este marco comprensivo expone uno de los aspectos
básicos sobre el que debe incidirse en cualquier propuesta de
ayuda dirigida a la mujer que ha sido objeto de malos tratos. Los
talleres pueden proporcionar una base para la autoayuda, puesto
que son una alternativa de carácter práctico y vivencial donde se
requiere la participación de las mujeres participantes.
Taller 6. De la desorientación al proyecto de vida
Objetivo básico: plantearse el desarrollo de un proyecto de vida es
una actitud necesaria para cualquier persona adulta,y en particular cuando se han sufrido experiencias que han dificultado su realización. Este taller pretende fortalecer la sensación de confianza
en las propias capacidades para gestionar la propia vida y promover en las mujeres un sentido de competencia personal y laboral.
La situación traumática que proviene de una situación de violencia conyugal que se está sufriendo o se ha sufrido pero que, en
todo caso, está lo suficientemente presente para que la organización de la vida se encuentre en un momento de impasse conlleva
unas connotaciones específicas profundas en la elaboración de
un proyecto de vida.
El proyecto de vida puede entenderse como un proceso de construcción activa donde va configurándose la identidad y que implica la adquisición de una serie de conocimientos, habilidades y actitudes, donde cada persona se informa, explora, toma decisiones
y formula objetivos para concretar un plan de acción que le lleve
al desarrollo personal (Rodríguez Moreno, 2003).
Llegar a elaborar este proyecto requiere ser capaz de formular objetivos, llevarlos a la acción, sortear los impedimentos que vayan
apareciendo y haber planificado con antelación los caminos más
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idóneos. Requiere gestionar el tiempo, incorporando pasado y
presente para elaborar planes de futuro. Requiere el reconocimiento de los propios valores para analizar cómo éstos influyen en
las percepciones y en las elecciones que se realizan.
Todo ello no se puede alcanzar sin tener un sentido del control de
la propia vida y un sentido de autonomía personal. Precisamente,
en las situaciones de crisis es difícil enfrentarse a la elaboración de
un proyecto vital debido a una ausencia de control personal y a
una ausencia de autonomía e independencia que el maltrato puede ocasionar.
Algunos de los síntomas que reflejan la incapacidad de poder ser y
hacer son:
• La incapacidad de decidir y autoafirmarse. Es el poder de gobernarse a sí misma y de tener una autonomía lo que convierte a la
mujer en un ser particular y único.
• La creencia de que no se puede controlar la propia vida ni la de
aquellos que la mujer tiene bajo su responsabilidad, los hijos.
• El enjuiciamiento de que no se tienen las habilidades que orientan y gestionan el contenido de las relaciones cotidianas en términos de propios intereses, creencias y percepciones.
• La incapacidad de dotar de coherencia y continuidad a la vida. Se
vive a expensas de los impulsos primarios de otra persona, con lo
que no es posible hacer planes de futuro. Sin una proyección de
futuro no existen metas y objetivos personales, sociales y laborales que se integren en un proyecto de superación personal.
• Incoherencia sobre las propias vivencias, manera de integrarlas y
de dotarlas de coherencia (Corsi, 2003; Corsi y Peyrú, 2004; Sanmartín, 2004).
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En el caso de la mujer víctima de violencia, queda truncada la posibilidad de elaborar ese proyecto, por cuanto la contestación a
tres preguntas fundamentales –quién soy yo, quién quiero ser y
qué quiero hacer– no se refiere a sí misma, sino a la existencia de
otro ser, el agresor, del cual se depende y que marca el devenir. Es-
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tas tres preguntas quedan sometidas a la existencia del «otro», que
define lo correcto e incorrecto en cada momento y tiene el máximo poder de decisión sobre la vida y la persona de la mujer maltratada (Irigoyen, 1998).
Aunque este proceso de separación del agresor sea largo, complejo y difícil, en medio de una sociedad que no siempre entiende a la
víctima, dotar de empowerment y de control personal posibilita a
las mujeres víctimas de la violencia dotarse de estrategias que refuercen la sensación de que son dueñas de su vida, algo que hasta ahora les había sido vedado (Kirkwood, 1999).
¿Cómo dotar de poder y control a estas mujeres para que lleguen
a elaborar un proyecto de vida?
En primer lugar, hay que trabajar la percepción de futuro.Trasladarse en el tiempo del pasado al presente y proyectarse hacia delante
con la conciencia de que la vida tiene una continuidad marcada
por nuestras propias acciones. La relación causa-consecuencia que
se establece entre los hechos cuando es una misma quien se siente responsable de ellos. No existe proyección de futuro cuando la
inmediatez de la vida viene marcada por la indefensión, el pánico o
el temor. Los objetivos y las metas carecen de sentido, ni siquiera
existe la posibilidad de poder formularlos cuando no se tienen expectativas de control: no existe relación entre mis actos y las consecuencias que de ellos se derivan. Esto lleva consigo situaciones
de frustración constante que aumentan los sentimientos de indefensión, hasta el punto de que no es posible «salir del lugar tenebroso aunque la puerta esté abierta»; éste es precisamente un sentimiento experimentado por estas mujeres (Young y Klosko, 2001).
Es necesario aplicar estrategias de gestión del tiempo no como
una organización eficaz para conseguir resultados exitosos, sino
como una elaboración mental que permita a las mujeres hacerse
con su tiempo vital, ser dueñas de él, apropiárselo como algo que
les pertenece, que les posibilita recuperar el pasado, vivir el presente y proyectarse hacia el futuro.
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Hay que dotarse de un sentido de competencia personal y laboral. La autoeficacia es una variable reguladora que actúa de mediadora entre las percepciones y los hechos. En todos los casos,
cuando esa autoeficacia es negativa, aunque no impulse directamente la conducta a conseguir, resta energía para emplearla de
manera efectiva en las acciones que llevan a la consecución de una
meta o al cumplimiento de una tarea. La autoeficacia personal va
ligada a un dominio de competencia, pero este dominio de competencia puede ser muy amplio y es una variable que predice
mejor el comportamiento que la estima de una misma (Bandura,
1990; Liénard, 2001).
Este sentido de «yo puedo y soy capaz de hacerlo» se ha de traducir en la consecución de una vida laboral y productiva. Conseguir
un trabajo tiene como consecuencia directa ofrecer dinero (medio de vida) y como consecuencia indirecta estructurar el tiempo,
ofrecer un ritmo temporal en el día, la semana, el año... Permite situarse en el presente, el pasado y el futuro; permite la utilización
cotidiana de competencias, controlar el ambiente, tener contactos
interpersonales diversos, generar espacios en que el medio físico
sea seguro y favorecer la emergencia de un sentido de utilidad social y un estatus de identidad. Muchas de las actividades de no trabajo cobran importancia y relevancia a partir de las actividades
de trabajo. La gestión de la vida laboral ha de permitir conciliar los
roles diversos de un ser social: la vida personal, social y familiar
(Blanch, 1990; Figuera, 1996).
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Por último, es necesario ayudar a las mujeres a enfocar la vida desde
un planteamiento de vitalidad y optimismo. Una variable global y
acumulativa de todas las que hemos estado exponiendo. Requiere
haber terminado con la situación de violencia, que invariablemente
conlleva rabia, temor, frustración, desamparo y miedo, entre otras
emociones que pueden experimentarse, pero requiere también un
nuevo enfoque cognitivo, aprender a pensar, aprender a sentir y
aprender a creer de distinta manera a como se ha hecho hasta ahora. Las creencias tienen un papel fundamental en este proceso, estructuran las emociones y perfilan los sentimientos.Es necesario en-
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señar a cambiar las creencias erróneas, adquirir otras nuevas y analizar aquéllas por las que se han regido hasta ahora y que han configurado su espacio vital (Álava Reyes, 2003; Burns, 1999).
7. Metodología del programa
El programa se lleva a cabo siguiendo un formato de grupo y, al
menos, con una periodicidad de una sesión por semana. Para que
sea productivo, el trabajo en grupo requiere preparación. Por ello,
se ha diseñado un TALLER 0. CONSTRUIMOS EL GRUPO que
consta de una primera parte titulada «Empezamos a conocernos»
y una segunda parte, «Nuestra participación en el grupo». La primera parte trata de propiciar el conocimiento y la comunicación
de las personas que participan en el grupo, dar a conocer los objetivos y principales contenidos del programa con el fin de motivar
a las mujeres a participar en las sesiones y fomentar que expliciten
sus expectativas ante el grupo y descubran la importancia de una
comunicación adecuada. La segunda parte trata de afianzar el conocimiento y el clima de aceptación entre todos los miembros del
grupo, fomentar la cohesión del grupo para propiciar la expresión
de sentimientos y vivencias en él y establecer sus normas para regular la convivencia en su seno y lograr que el trabajo sea lo más
productivo y gratificante posible.
Se ha seleccionado el formato de grupo por varias razones:
a) Proporciona seguridad, comprensión y apoyo.
b) Fomenta la percepción en las mujeres de que no han sido las
únicas que han experimentado este tipo de situaciones.
c) Potencia el desarrollo de la autonomía personal, ya que el grupo estimula la confianza en los propios recursos.
d) Facilita recibir y prestar ayuda en el seno del grupo, lo que
constituye una fuente de autoestima para sus miembros.
e) Propicia la verbalización de las situaciones vividas. De esta forma, las emociones pasan más fácilmente de la memoria de
imágenes a la memoria verbal.
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f ) Favorece la exposición a modelos alternativos de pensar, sentir
y actuar frente a la adversidad.
g) Ofrece oportunidades para que sus miembros asuman compromisos de cambio ante el resto del grupo, lo que proporciona una poderosa motivación para la realización de tareas.
7.1 Metodología experiencial
El programa utiliza la mediación de un profesional para propiciar
los procesos de cambio en el grupo siguiendo una metodología
de carácter experiencial. Esta metodología trata de potenciar la reconstrucción de lo vivido en un escenario de aprendizaje sociocultural compartido con otras personas (Máiquez, et al., 2000). Así,
el programa no se basa en que las mujeres reciban información o
reciban consejos expertos u oportunidades para practicar determinadas estrategias o técnicas. Todo ello es importante en sí mismo, pero no asegura que éstas se introduzcan en su propio pensar,
sentir y actuar. Muchas veces oímos consejos y recibimos información, pero eso no significa que vayamos a cuestionar nuestra forma de vida. En nuestra opinión, las personas se basan en sus concepciones o teorías implícitas que se han desarrollado a partir de
sus experiencias y vivencias a lo largo de la vida (Rodrigo, Rodríguez y Marrero, 1993). Son ellas las que dan sentido a nuestra realidad cotidiana y suponen la base sobre la que sentimos y vemos
el mundo.
Por ello, la metodología experiencial es respetuosa con dichas teorías, pero parte del supuesto de que las personas deben aprender a
explicitarlas (transformarlas de implícitas a explícitas) con el fin de
poder propiciar los procesos de cambio. El programa debe ofrecer
actividades en las que las mujeres analicen la forma en que perciben e interpretan su vida cotidiana, el modo en que actúan y sienten, y reflexionen sobre todo ello para que ellas mismas se sientan
protagonistas de todo y, con el apoyo del grupo y del coordinador,
sugieran los pasos que hay que seguir para propiciar el cambio.
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Con la metodología experiencial intentamos promover la interpretación de una gran diversidad de situaciones vitales para que
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las mujeres tengan la ocasión de repensar su acción diaria. Normalmente, las personas solemos actuar con un mínimo de teorización explícita sobre lo que hacemos, por qué lo hacemos y para
qué lo hacemos, especialmente cuando nos encontramos bajo
presión. Sin embargo, sólo a partir del acceso consciente al por
qué realizamos determinadas acciones y al análisis de sus consecuencias es posible llegar a un compromiso de cambio realista.
Durante la realización de las actividades, las mujeres tendrán la
ocasión de: a) ampliar su conocimiento de otros puntos de vista y
otras formas de actuar y sentir para potenciar su conocimiento alternativo; b) reflexionar sobre el modelo propio de pensar, sentir y
actuar para tomar conciencia de él y observar sus consecuencias
en diversos ámbitos de la vida diaria, y c) asumir compromisos
ante el grupo para llevar a cabo algunos cambios en la vida real y
facilitar la transferencia de lo aprendido en las sesiones. En las fases
en que analizan su comportamiento y el de los otros, se intentará
que las mujeres no se sientan condicionadas por el «deber ser»
para que analicen de modo sincero sus actuaciones sin tener en
cuenta lo deseable. En suma, el perspectivismo, la reflexión, la observación de las consecuencias de nuestras acciones y las de los
demás y la asunción de compromisos son los procesos clave que
se van a practicar durante las sesiones.
7.2 El rol de coordinación del grupo
Durante los procesos que acabamos de citar, el grupo se va alternando en sus funciones pasando de ser un grupo observador, deliberante, de coescucha, a un grupo de apoyo. Esta versatilidad en
las funciones del grupo requiere un buen gestor. Éstas serían algunas de sus funciones:
1) Preparar las condiciones materiales para llevar a cabo la sesión
de grupo.
2) Fomentar la participación de todos los miembros del grupo.
3) Participar como uno más del grupo, pero sin intervenir con
frecuencia. Por un lado, como un miembro más del grupo, ha
vivido experiencias que puede transmitir de forma que sean
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una alternativa más de las que se exponen en el grupo. Por
otro lado, no debe olvidar su rol, que no le va a permitir intervenir con frecuencia exponiendo su situación personal y manifestando opiniones que puedan condicionar la participación de los demás miembros. Normalmente, el mediador es la
persona que posee el mayor estatus en el grupo, por lo que si
interviene con frecuencia puede limitar la participación del
resto de los miembros del grupo al considerar éstos que su
opinión está más cualificada que la suya.
Informar al grupo de la evolución personal y como grupo. A lo
largo de una sesión de trabajo se van tomando decisiones y se
van adoptando posturas relevantes. Es tarea de la persona
mediadora informar paulatinamente a las participantes de los
logros o dificultades que puedan tener como grupo. A veces,
las personas que lo forman consideran o perciben que el trabajo en grupo es una simple suma de sesiones que tienen
como objetivo llegar juntas lo más lejos posible. Cada miembro del grupo va deambulando de sesión a sesión sin tomar
conciencia de sus avances en el proceso. Saben que han tratado muchos temas, pero no son concientes de los efectos
que está teniendo su participación en el grupo. Por ello, la persona mediadora debe también dejar un espacio para la reflexión personal y de grupo sobre los logros alcanzados.
Centrar el tema. Es fácil que a lo largo de una sesión de trabajo se den momentos en los que los miembros del grupo se
desvían de la tarea que deben realizar durante esa sesión. El
mediador debe estar atento a cualquier situación que pueda
desviar la atención del grupo y alterar la secuencia metodológica. Eso no quiere decir que no recoja el interés propiciado
por el grupo sobre un tema específico y sea tratado en otra
sesión o momento más adecuado.
Escuchar. Ya hemos comentado que la persona mediadora
funciona como modelo de conducta.Es importante que mantenga siempre una actitud de escucha para que promueva
esta actitud en el resto del grupo.
Captar y regular el clima emocional del grupo. Siempre van a
surgir sentimientos que pueden favorecer u obstaculizar la
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marcha del grupo. Por ello, es necesario que el mediador esté
atento a los mismos y pueda regularlos con las técnicas de
grupo apropiadas.
Atender a las necesidades de cada miembro del grupo.Todas
las personas que participan en grupos lo hacen movidas tanto por una serie de objetivos personales como de grupo. Es
por ello que en determinadas ocasiones, conociendo cuáles
son las motivaciones de cada uno, hay que intentar que haya
un momento en que el grupo pueda satisfacerlas.
Aceptar y valorar todas las opiniones. Si el mediador sólo valora determinadas opiniones y, es más, si sólo valora las que surgen de determinados miembros del grupo, estará fomentando la competitividad y corriendo el riesgo de generar
subgrupos enfrentados. Su actitud en el grupo es la de mediar
ante cualquier situación conflictiva y valorar todas las aportaciones.
Fomentar la toma de decisiones por consenso. Que un grupo
sea capaz de tomar decisiones por consenso demuestra su
grado de madurez. Es necesario que el mediador fomente
esta iniciativa. En muchas ocasiones, ante cualquier toma de
decisión se utiliza el recurso de la votación porque se considera que es la más democrática.Y así es, pero en el trabajo de
grupo la votación puede generar situaciones conflictivas por
sentimientos de malestar de los miembros que no están de
acuerdo con la decisión mayoritaria. En una votación gana la
mayoría y pierde la minoría. Este sentimiento de «perder» se
mantiene presente y afectará al clima de grupo, ya que los
miembros que se sienten perdedores intentarán en todo momento demostrar que no estaban equivocados en sus apreciaciones.
Utilizar recursos para que el grupo solucione sus conflictos,
madure y cumpla sus objetivos. Es necesario que la persona
mediadora no sólo tenga conocimientos teóricos de los fundamentos básicos de dinámica de grupos, sino también un conocimiento práctico de las técnicas de grupo a emplear. Pero
además tiene que tener otra serie de competencias, como son
saber formular de manera correcta y clara los objetivos e ins-
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trucciones, crear y mantener un clima cálido para las relaciones
interpersonales, tener un estilo de liderazgo flexible y participativo para potenciar la madurez personal y de grupo, saber
aclarar y explicitar situaciones que aporten nuevos puntos de
vista y tener una consideración realista de las condiciones del
entorno y de las características sociales y culturales del grupo.
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Primera parte
EMPEZAMOS
A CONOCERNOS
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INTRODUCCIÓN
A
nte la tarea de acompañar a un grupo de mujeres en su proceso
de promoción del desarrollo personal a medida que participan en
una serie de talleres, lo primero que hay que hacer es trabajar
algunos aspectos que faciliten el acercamiento entre todas las participantes. Las técnicas de presentación y de conocimiento interpersonal
ayudan a romper el hielo de los primeros encuentros y propician la
necesidad de contactar con los demás y la de darse a conocer, eliminado el aislamiento y el anonimato inicial. En definitiva, se tata de dar unas
buenas impresiones iniciales y facilitar los primeros encuentros comunicativos a partir de los cuales se propicien y sustenten los procesos de
relación e interacción más profundos.
Cuidar este aspecto resulta fundamental cuando se pretende que las participantes en los talleres sean realmente las protagonistas de la evolución del
grupo y vean al coordinador o la coordinadora como un miembro más que
se encargará,además,de facilitar la participación y crear un clima democrático. Deben tomar conciencia de que cada una tiene un papel importante
en el grupo y de que el conocimiento lo van a ir adquiriendo gracias a las
aportaciones y reflexiones de todas las personas que participan en él.
Objetivos:
1. Propiciar el conocimiento y la comunicación de las personas que
participan en el grupo.
2. Dar a conocer los objetivos y principales contenidos del programa
con el fin de motivarlas a participar en las sesiones.
3. Fomentar que las participantes expliciten sus expectativas ante el
grupo y descubran la importancia de una comunicación adecuada.
Actividades:
1. Los primeros lazos
2. Mi defensa del programa
3. El rumor
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ACTIVIDAD 1
LOS PRIMEROS LAZOS
Objetivo:
Propiciar el conocimiento y la comunicación de las personas que
participan en el grupo.
Contenido:
Conocimiento del otro para sentar las primeras bases del grupo.
Introducción a la actividad:
Cada miembro del grupo tiene muchas incógnitas sobre quiénes son las
otras personas. Les preocupa saber si comparten los mismos intereses y
preocupaciones y si han tenido vivencias parecidas con el fin de sentirse
más seguras, confiadas y comprendidas en el grupo.
Este primer encuentro resulta fundamental para asegurar la participación de las mujeres en el programa. Por ello, hay que fomentar el conocimiento mutuo evitando todo tipo de comentarios negativos sobre el
otro, juicios de valor basados en primeras impresiones erróneas o actitudes de rechazo.
Desarrollo de la actividad:
Antes de comenzar la dinámica de grupo, la persona coordinadora debe empezar presentándose y haciendo referencia a su papel
dentro del grupo.
El grupo se debe disponer en círculo. La persona coordinadora
cogerá un ovillo de lana e introducirá la actividad diciendo:
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LOS PRIMEROS LAZOS
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«Vamos a tomar conciencia de cómo estamos colocadas. Formamos un círculo compuesto por la suma de muchas personas. Cada
una de nosotras es diferente en edad, procedencia, intereses, motivaciones por las que se encuentra en la sala, etc. La suma de cada
una de nosotras no forma un grupo, para ello necesitamos conocernos, acercarnos, estrechar lazos y buscar aquellas características
que nos puedan identificar como grupo. Vamos a realizar un ejercicio en el que podamos ir creando nuestra estructura como grupo. En mi mano tengo un ovillo de lana con el que iremos tejiendo
los primeros lazos que nos unen a todas y que nos permitan conocernos un poco más».
A continuación la persona coordinadora se presenta dando, por
ejemplo, su nombre, explicando su procedencia, intereses, tipo de
trabajo... Después, coge la punta de la madeja y la lanza a otra participante. Ésta, a su vez, sujeta el hilo, se presenta de la misma manera y lanza el ovillo a otra persona, y así sucesivamente hasta que
todos se hayan presentado y queden entrelazados en una especie
de «tela de araña» que representa la red de los primeros lazos que
están construyendo.
«En estos momentos nos conocemos un poco más, hemos creado
algo que empieza a dar sentido de grupo. Lo que hemos hecho,
aunque inicialmente pueda parecer insignificante, es darle un sentido al grupo».
Se pide a las participantes que levanten la red para que puedan
sentir cómo protege, ya que todos los miembros del grupo quedan bajo ella. Luego se les pide que se agachen, la dejen sobre el
suelo y, sin soltarla, se introduzcan dentro de ella.
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«Podemos sentir que es parte importante de nosotros, que nos da
seguridad».
A continuación se deshace la red.Para ello, la última persona que se
presentó y tiene en su mano el ovillo intenta repetir la presentación de la persona que se lo había lanzado. La que lo recibe, a la vez
que ovilla la lana, intenta repetir la presentación de la persona que
se lo lanzó, y así sucesivamente hasta que el ovillo vuelve al coordinador.
Conclusión:
Ahora que nos conocemos un poco más, podemos plantearnos
seguir haciendo cosas juntas y acompañarnos en nuestro proceso de desarrollo personal.
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ACTIVIDAD 2
MI DEFENSA DEL PROGRAMA
Objetivo:
Dar a conocer los objetivos y principales contenidos del programa
con el fin de motivar a las mujeres a participar en las sesiones.
Contenidos:
Objetivos y contenidos de los diferentes talleres del programa.
Introducción a la actividad:
Para las participantes resulta fundamental conocer lo que se pretende
conseguir en los diferentes talleres y los contenidos que se tratarán en
ellos.
Toda la información inicial debe ser presentada desde una perspectiva
positiva. Los miembros del grupo deben encontrar en el programa una
oportunidad para el desarrollo personal y la posibilidad de contemplar
su presente con una actitud vital activa, optimista y orientada al futuro.
Desarrollo de la actividad:
El coordinador hace una presentación general del programa proporcionando una breve descripción del contenido de cada taller.
A continuación, se crean grupos de dos o tres personas y se reparte a cada pequeño grupo la información, dicha oralmente, sobre el
contenido de cada uno de los talleres. No se entrará en detalles,
sino en el propósito y la idea general. Cada grupo debe elaborar un
pequeño discurso a través del cual, y utilizando todos los recursos
comunicativos que crea necesarios, convenza al resto de la necesi-
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dad de asistir a ese taller. Así, las participantes tendrán que describir
sus primeras impresiones respecto al taller, los sentimientos que
éste les suscita y defender las oportunidades de aprendizaje, de
crecimiento personal o de cambio en la vida cotidiana que les puede brindar. Sería bueno que idearan una especie de imagen o símbolo que represente lo que es el taller para ellas.
El resto de participantes valorarán la capacidad de convencimiento que ha tenido el pequeño grupo. Para ello deberán valorar la defensa de cada taller con una serie de carteles con puntuación de 1
a 5 que enseñarán al finalizar cada presentación.
El grupo que obtenga la puntuación más alta se convertirá en grupo coordinador y será el encargado de dirigir la siguiente actividad.
Conclusión:
Es importante motivarnos sobre el contenido de los talleres y
reflexionar sobre su interés. Para ello, en lugar de hacer una reflexión en solitario, vamos a conocer también lo que las demás
piensan o sienten sobre los temas que se desarrollarán en el programa.
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ACTIVIDAD 3
EL RUMOR
Objetivo:
Fomentar que las participantes expliciten sus expectativas respecto al grupo y descubran la importancia de una comunicación adecuada.
Contenidos:
Expectativas respecto al grupo y ante el grupo.
Introducción a la actividad:
Es importante que las participantes manifiesten lo que esperan del grupo y, en concreto, cómo les gustaría que fueran las relaciones entre ellas.
La comunicación, la confianza y el respeto resultan fundamentales en la
construcción del grupo.
Es importante también sentar las bases de la confidencialidad sobre lo
que se trate en el grupo para que no haya inhibiciones innecesarias acerca de lo que las participantes piensan y sienten.
La comunicación no es sencilla, por lo que tenemos que cuidar desde los
primeros momentos lo que decimos y cómo lo transmitimos de forma
que lleguemos a crear el clima de grupo que todos deseamos.
Desarrollo de la actividad:
Las participantes se colocan en fila, sentadas o de pie, una al lado
de la otra. Los miembros del grupo ganador de la actividad anterior
serán cabezas de fila y empezarán la actividad siendo las transmisoras de los mensajes.
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Se trata de que la primera persona de la fila comente al oído de la
que está a su lado lo que pensaba encontrarse en el grupo y lo que
esperaba conseguir de él.
Por ejemplo: «Yo pensé encontrarme con un grupo de personas
muy serias y aburridas y creo que lo pasaremos bien y nos podremos hacer buenas amigas». Deben pasarse el mensaje de una a
otra de forma rápida. Al llegar a la última, ésta debe contar lo que le
ha llegado. La primera mujer de la fila aclara lo que realmente dijo.
Lo importante es que el mensaje, al finalizar la ronda, quede distorsionado. El mensaje debe complicarse más si el grupo es pequeño.
A continuación otra de las cabezas de fila inicia el proceso con otro
mensaje diferente siguiendo el mismo proceso anterior.
Una vez termina la intervención de las cabezas de fila, éstas organizan un debate en el que dan pie a que el resto del grupo exprese
sus expectativas; asimismo, comentarán lo que ha sucedido en la
actividad, en concreto cómo podemos desfigurar los mensajes si
no cuidamos adecuadamente la comunicación.
Conclusión:
El grupo debe concluir que la comunicación entre las participantes debe ser nítida y clara para poder crear un clima de confianza
y respeto que las ayude a avanzar en lo que desean.
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Segunda parte
NUESTRA
PARTICIPACIÓN
EN EL GRUPO
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INTRODUCCIÓN
E
s importante seguir avanzando en el conocimiento interpersonal
con el fin de ir descubriendo similitudes y diferencias en las vidas
de las participantes. Ayuda a cohesionar el grupo descubrir que,
aunque en general hayan tenido historias personales distintas, todas han
pasado por situaciones difíciles muy similares. Este aspecto tiene mucha
importancia en la evolución del programa, ya que una buena parte del
aprendizaje de las participantes va a residir en la observación de los diferentes modos de actuar que tiene el resto del grupo ante situaciones similares. Prestarán más atención a este nuevo conocimiento si realmente
creen que la otra persona ha experimentado una situación parecida y,
por tanto, es capaz de entenderlo.
La cohesión de grupo se consigue a través del intercambio de conocimientos, experiencias y sentimientos. Consolidar el grupo resulta fundamental para conseguir algunos de los objetivos propuestos en el programa. Por un lado, una poderosa motivación para el cambio personal
estará en el compromiso público de cambio que se realiza ante el grupo y en poder ver que las demás consiguen el éxito en sus propósitos.
Para ello el grupo debe estar apoyado en una base sólida.
Por otro lado, se trata de que el grupo se convierta en el escenario en el
que se tenga la posibilidad de recibir y dar ayuda. Debe percibirse como
apoyo para iniciar una nueva andadura pero, al mismo tiempo, como grupo que necesita lo que cada una puede dar para seguir avanzando. De
esta forma las participantes se sienten útiles y, por tanto, ven aumentada
su autoestima.
Para conseguir estos objetivos debemos regular la participación de todos los miembros del grupo. Resulta fundamental elaborar entre todos
las normas de grupo que ayuden a organizar su funcionamiento.
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Objetivos:
1. Afianzar el conocimiento y el clima de aceptación entre todos los
miembros del grupo.
2. Fomentar la cohesión de grupo para propiciar la expresión de sentimientos y vivencias en el grupo.
3. Establecer las normas del grupo para regular la convivencia en el
seno del mismo y lograr que el trabajo sea lo más productivo y gratificante posible.
Actividades:
1. La tarjeta de visita
2. El grupo como fuente de apoyo
3. Las normas del grupo
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ACTIVIDAD 1
LA TARJETA DE VISITA
Objetivo:
Afianzar el conocimiento y el clima de aceptación entre todos los
miembros del grupo.
Contenido:
Conocimiento interpersonal.
Introducción a la actividad:
Es necesario seguir avanzando en el conocimiento entre las participantes al tiempo que se aprende a aceptar al otro tal y como es. Una forma
de conseguirlo es a través del conocimiento sobre aquellas cosas que
nos diferencian, al tiempo que compartimos semejanzas.
A través de la exposición de características, intereses, deseos, etc. deben
descubrir los puntos que tienen en común y poder aceptar, desde esas
coincidencias, aquellas cosas que las diferencian.
Desarrollo de la actividad:
Se reparte a cada participante una cuartilla en la que debe anotar
lo que se va indicando:
1.º En el ángulo superior izquierdo debe escribir una característica
personal que la defina. Es importante que lo exprese como
quiera, pero se le puede facilitar la tarea poniendo algunos
ejemplos: soy muy habladora, muy ordenada, me pienso mucho las cosas, me enfado con facilidad…
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2.º En el ángulo superior derecho debe escribir un deseo que
quiere ver cumplido.
3.º En el ángulo inferior izquierdo debe escribir tres cosas que suele hacer bien.
4.º En el ángulo inferior derecho debe escribir qué compraría si tuviera 60 euros, señalando solo cosas para ella.
A continuación se indica a las participantes que escriban el nombre en el centro de la hoja. Seguidamente se divide el grupo en
dos; la mitad de las mujeres doblan su hoja y la introducen en un
recipiente. Los miembros del otro grupo van cogiendo una papeleta. Abren la hoja y buscan a la persona que corresponde a dicha
tarjeta de visita. Una vez en parejas, se comenta lo que han escrito
y por qué lo han escrito. A continuación se hace lo mismo con el
otro grupo. Una vez finalizado el ejercicio, la persona coordinadora
invita al grupo a expresar en qué aspectos han coincidido más y en
qué han aparecido más diferencias, qué cosas valoran más de la
otra persona, etc.
Conclusión:
Todas somos diferentes, aunque, como hemos visto, coincidimos
en muchos aspectos. Lo importante es saber respetar al otro tal y
como es y aprovechar esas cosas que nos diferencian para aprender nuevas formas de ser o de comportarnos. Todas podemos
aprender mucho de las demás, por lo que es importante conocer
y compartir el bagaje experiencial que trae cada una.
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ACTIVIDAD 2
EL GRUPO COMO FUENTE DE APOYO
Objetivo:
Fomentar la cohesión de grupo para propiciar la expresión de sentimientos y vivencias en el grupo.
Contenido:
Expresión de experiencias y sentimientos para sentir el apoyo del
grupo.
Introducción a la actividad:
Los miembros de un grupo se sentirán más unidos después de compartir sus experiencias, pero el efecto será aún mayor si éstas van acompañadas de la expresión de los sentimientos asociados.
La expresión de sentimientos incrementa la empatía y la complicidad
entre las participantes y crea un ambiente de confianza mutua que resulta fundamental para la continuidad del grupo.
En esta actividad se pretende que las participantes expresen algunas de
sus vivencias y lo que han sentido en ellas con el fin de ayudarse unas a
otras. El grupo necesita absorber las experiencias de sus componentes
para poder servir de apoyo.
Desarrollo de la actividad:
El coordinador introduce la historia:
«Marcianita Puedecontodo quiere ayudar a los humanos en sus
problemas, pero para poder hacerlo necesita saber lo que les ocu-
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rre y lo que sienten los humanos en la Tierra. Ella, para poder ayudar, necesita entender lo que pasa en la vida de las mujeres y las cosas que podría hacer para cambiarla».
El dibujo de Marcianita, que deben hacer entre todas, debe ponerse en una pizarra o un cartel de forma que las mujeres tengan la
imagen frente a ellas. La persona coordinadora pregunta al grupo:
¿Qué creéis que debe conocer Marcianita de lo que nosotros vivimos o hemos vivido? ¿Qué experiencia de las que me han ocurrido llamaría la atención de Marcianita?
¿Cómo me he sentido y me siento ahora que lo puedo contar?
¿Qué puede hacer Marcianita para ayudarnos a mejorar nuestra
vida?
Se deja que las participantes vayan hablando libremente, pero es
importante fomentar turnos de intervenciones en los que se propongan formas de resolver algunos problemas planteados o de
mejorar nuestra vida según la propia experiencia vital de las personas del grupo. De ese modo va calando la idea de que nosotros, el
grupo, podemos ser fuentes de ayuda y apoyo. Al final se obtienen
conclusiones que recojan las diferentes aportaciones.
Conclusión:
Es importante que todas expresen libremente lo que les ocurre y
cómo se sienten sabiendo que esta información, desde el máximo
respeto, puede ser muy útil para el resto del grupo. Pero lo importante es que las mujeres vayan entendiendo que la verdadera
ayuda puede venir de ellas mismas y del grupo y que no se
requieren intervenciones mágicas para ello.
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ACTIVIDAD 3
LAS NORMAS DEL GRUPO
Objetivo:
Establecer las normas del grupo para regular la convivencia en su
seno y lograr que el trabajo sea lo más productivo y gratificante posible.
Contenidos:
Normas de grupo.
Introducción a la actividad:
Para que el grupo funcione adecuadamente resulta fundamental la elaboración de una serie de normas que guíen su funcionamiento.
Estas normas deben estar siempre presentes en el grupo, de forma que
se pueda recurrir a ellas cuando algún miembro lo considere oportuno.
Las normas no deben ser algo estático y permanente. Pueden ser revisadas en cualquier momento y, si los participantes lo consideran oportuno, pueden añadir alguna o aclarar cualquiera de ellas en cualquier
momento.
Desarrollo de la actividad:
El grupo se divide en pequeños subgrupos. Cada grupo va a dibujar un árbol, cuyas ramas representarán las normas. El árbol lo pueden hacer como quieran. Hay que advertirles de que deben explicitar las normas que deseen, pero que puedan cumplir. Una vez el
grupo ha realizado su dibujo con las normas, se expone; la persona
coordinadora realizará el árbol con las normas del grupo. Es impor-
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tante que cada miembro del grupo lo firme y quede expuesto en
el lugar de reunión.
Algunas normas que debe proponer y sugerir la persona coordinadora son: la puntualidad, la confidencialidad, el respeto a la diferencia y al derecho a «pasar» cuando una persona considere que le
pueda afectar lo que en algún momento se está tratando.
Conclusión:
Las normas son necesarias para que el grupo funcione correctamente. Comprometernos a cumplir las normas que hemos elaborado para el grupo es el primer paso hacia una nueva etapa de
compromisos e importantes cambios vitales.
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Servicio de información:
Obra Social ”la Caixa”
902 22 30 40
De lunes a domingo de 9 a 20 h
www.laCaixa.es/ObraSocial
Este programa se inscribe en el conjunto de iniciativas
que la Obra Social de ”la Caixa” lleva a cabo en el
marco del Programa de Prevención sobre la Violencia,
que tiene por objetivo informar, sensibilizar y
concienciar a la población.
Con esta actuación, la Obra Social de ”la Caixa”
quiere sumarse a los esfuerzos que en este ámbito
realizan las distintas instituciones.
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