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Anexión-Restauración
Relato de su historia rigurosamente documentado
para estimular el patriotismo de la juventud. Escrito
en ocasión de conmemorarse el primer Centenario
del 16 de Agosto de 1863
Archivo General de la Nación
Vol. CLXXXIV
Academia Dominicana de la Historia
Vol. CI
César A. Herrera
Anexión-Restauración
Relato de su historia rigurosamente documentado
para estimular el patriotismo de la juventud. Escrito
en ocasión de conmemorarse el primer Centenario
del 16 de Agosto de 1863
Parte 1
Santo Domingo
2012
Cuidado de la edición: Andrés Blanco Díaz
Diseño y diagramación: Juan Francisco Domínguez Novas
Cotejo de originales: Jacqueline Abad Blanco
Ilustración de portada: El batallón de cazadores de Isabel II, cargando a la bayoneta a los
patriotas dominicanos en Santiago de los Caballeros. (Emilio Rodríguez Demorizi, Lugares
y monumentos históricos de Santo Domingo).
Primera edición, 2012
De esta edición
© Archivo General de la Nación (Vol. CLXXXIV), 2012
© Academia Dominicana de la Historia (Vol. CI), 2012
ISBN: 978-9945-074-76-5
Impresión: Editora Búho, S. R. L.
Archivo General de la Nación
Departamento de Investigación y Divulgación
Área de Publicaciones
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Santo Domingo, República Dominicana
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Santo Domingo, D. N., República Dominicana
Tel. 809-689-7907, Fax. 809-221-8430
[email protected]
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Impreso en República Dominicana / Printed in Dominican Republic
César A. Herrera.
ÍNDICE
En la puerta..............................................................................19
CAPÍTULO I. La Anexión
Primeras gestiones. Tratado Domínico-Español.
Efectos de la matrícula de Segovia. Ingerencia del
cónsul español en el gobierno. Gestión del Dr.
Álvarez de Peralta Portes. Proyecto de convenio del
general don Felipe Alfau y su exposición al ministro
de Estado. Misión del brigadier Rubalcava. Nota del
capitán general y gobernador de Cuba al ministro
de Estado del día 11 de noviembre de 1860. Carta
del ministro Ricart al general Serrano..................................23
CAPÍTULO II
Despacho del 8 de diciembre de 1860, de
O’Donnell al general Serrano. Datos importantes
de la Colección Herrera acerca de un documento
incompleto recogido por el general Gándara.
Misión del general Lavastida al Cibao. Texto de
las instrucciones que llevó. Los pronunciamientos
de la Anexión. Carta de Serrano a Santana sobre la
propuesta de Anexión. La proclamación. Alocución
de Santana. Crónica de los actos de la Gaceta Oficial............51
9
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César A. Herrera
CAPÍTULO III
Carta de Santana a la Reina. Carta de Ricart a
Serrano. Carta del cónsul Eugenio Molinero al
capitán general de Cuba........................................................71
CAPÍTULO IV. Capitanía del general Santana.
(Algunos sucesos culminantes)
Asume Santana el gobierno interino de la colonia.
Estructuración del gobierno. Primeros movimientos
revolucionarios en contra de la Anexión. Visita del
brigadier Rubalcava. Visita del general Serrano,
sus gestiones oficiales. Clasificación de los
diversos organismos del gobierno. Nómina de los
primeros gobernadores y tenientes-gobernadores.
Restauración de la Real Audiencia, sus componentes.
Aceptación de la renuncia de Santana como
gobernador de la colonia.......................................................77
CAPÍTULO V. Gestión gubernativa de don Felipe
Ribero y Lemoine. (Algunos sucesos culminantes)
Asume la capitanía general de la colonia el general
don Felipe Ribero y Lemoine. Adopción del
Código Civil español. Abolición del Servicio del
Registro Civil. Llegada del prelado don Bienvenido
Monzón y Martín. Organización del cabildo
eclesiástico. Movimiento revolucionario de febrero
de 1863. Gran conmoción cívica de Santiago de los
Caballeros. La insurrección de Capotillo. Progresos
de la insurrección de Agosto de 1863. Deportaciones
del gobernador Ribero..........................................................85
CAPÍTULO VI. Gestión gubernativa del mariscal
don Carlos de Vargas y Cerveto (algunos
sucesos culminantes)
Asume la capitanía general de la colina don Carlos de
Vargas y Cerveto. Dos alocuciones del gobernador
Anexión-Restauración
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don Carlos de Vargas. El terror de Pedro Florentino.
Marcha de Valeriano Weyler sobre San Cristóbal. El
general don Antonio A. Alfau en Guanuma. Batalla
de San Pedro. Deplorable estado de las tropas
españolas. Abandono del campamento de Guanuma.
Resentimiento de Santana por el abandono de
Guanuma, carta de Santana a Lavastida con este
motivo. Batalla de El Paso del Muerto. Pierde la
vida el Cid Negro, Juan Suero................................................89
CAPÍTULO VII. Gestión gubernativa del general
Gándara y Navarro. (Algunos sucesos culminantes)
Asume la capitanía general de la colonia el general
don José de la Gándara y Navarro. Antecedentes
de su expedición a Santo Domingo. Su proyecto de
campaña militar para apaciguar el Cibao. Frustración
de su plan. Cartas de Gándara y Ribero acerca de
este proyecto de campaña. Siete mil hombres sobre
Monte Cristi. Aparición de Duarte en Guayubín.
Profundas desavenencias entre Santana y Gándara.
Las Tentativas de las negociaciones para el canje de
prisioneros y la concertación de la paz. Entronización
de la guerra civil. Asesinato de Salcedo.................................99
CAPÍTULO VIII. Estructura del espíritu
revolucionario contra la Anexión
Proclama de Francisco del Rosario Sánchez. Proclama
del general Santana. La Junta Revolucionaria de
Curazao, su carta a Sánchez.....................................................109
CAPÍTULO IX. Estructura del espíritu
revolucionario contra la Anexión
Baecismo contra santanismo. Tres componentes
secundarios del complejo revolucionario. Nota de
Sumner Welles. Renuncia del general Santana como
capitán general de la Colonia................................................119
12
César A. Herrera
CAPÍTULO X. Estructura del espíritu
revolucionario contra la Anexión
Desaciertos del arzobispo Monzón. Violaciones
al principio de la libertad de conciencia y cultos.
Ataques al clero dominicano, a los metodistas y a la
masonería. Desastres del regímen fiscal y del papel
moneda. Intento de desalojo por la fuerza de los
poblados de los valles del Guayamico y del Artibonito.........125
CAPÍTULO XI. Guerra de la Restauración
Amplitud del significado de la palabra Restauración.
Movimientos revolucionarios del Sur. Sánchez
como símbolo y como apóstol de la revolución.
Entrada de Sánchez en el territorio nacional y sus
compañeros. Las tres rutas de los expedicionarios.
Insurrección de Moca. Primer patíbulo. Opinión del
historiador don Ramón González Tablas acerca de
esta insurrección. Opinión del historiador don José
de la Gándara. Asaltos del Cercado y de Las Matas.
Fracaso de Tabera en Neiba. Relato del historiador
Ramón Lugo Lovatón...........................................................141
CAPÍTULO XII. Guerra de la Restauración
Tendencioso carácter de invasión haitiana que la
maledicencia le atribuyó a la expedición de los
patriotas. Efectos de esa propaganda. La proclama
del general Eusebio Puello para desacreditar la
invasión. Fracaso de la expedición. Defección del
general Cabral. Proclama del general Cabral para
justificar su defección. Emboscada del Mangal.
El patíbulo de San Juan. Declaración del 4 de
Julio como día de duelo nacional. Discurso del
vicepresidente de la República don Manuel María
Gautier con motivo de ese duelo..........................................153
Anexión-Restauración
13
CAITULO XIII. Guerra de la Restauración
Cooperación de Geffrard, su protesta contra la
Anexión. Contrabando de armas por la frontera.
Acción de milicianos haitianos en connivencia
con los invasores dominicanos. Violación de los
principios de la neutralidad. Ofensa a la bandera
española. Dos proclamas del presidente Geffrard.
Instrucciones del general Serrano al vicealmirante
Rubalcava para exigir las debidas reparaciones al
gobierno haitiano...................................................................169
CAPÍTULO XIV. Guerra de la Restauración
Movimientos revolucionarios de Guayubín y
Sabaneta. Actividades del Club Revolucionario de
Sabaneta. Una carta de Juan Luis Franco Bidó,
Ulises Espaillat, Máximo Grullón, Alfredo Deetjen
y Pablo Pujol, a los jefes de la revolución. La rebelión
de Santiago de los Caballeros el 24 de febrero de
1863. Crónica de González Tablas acerca de esos
episodios................................................................................181
CAPÍTULO XV. Guerra de la Restauración
Retirada de Las Matas y otros episodios. Conquistas
y estado de la revolución. Acción del general
Hungría sobre Sabaneta. Presencia de Buceta en
Monte Cristi. Debelación de la revolución. Amnistía
burlada. Constitución del Consejo Militar Ejecutivo
y enjuiciamiento de los caudillos del motín del 24 de
febrero de 1863......................................................................209
CAPÍTULO XVI. Guerra de la Restauración
Defensa de don Juan Luis Franco Bidó. Defensa de
don Pedro Ignacio Espaillat. Documento relativo al
proceso instruido contra don Juan Luis Bidó, don
Carlos de Lora, don Pedro Ignacio Espaillat y don
Eugenio Perdomo como cómplices de la rebelión
14
César A. Herrera
del 24 de febrero. Conmutación de la pena de
muerte de don Juan Luis Franco Bidó. Ejecución
de la sentencia. Alocución del capitán general don
Felipe Ribero.........................................................................215
CAPÍTULO XVII. Guerra de la Restauración
Movimientos de agosto de 1863. Ataque de
Guayubín. Pleitos de Macabón y Sabaneta. Combate
de San José de las Matas. Pleito de Guayacanes, relato
de Manuel Rodríguez Objío. Combate de Quinigua............231
CAPÍTULO XVIII. Guerra de la Restauración
Vicisitudes de Buceta, su diario. Relato de don
Ricardo Balboa acerca del desarrapado aspecto de
Buceta a la salida de la manigua. Retorno a Santiago
de los Caballeros....................................................................239
CAPÍTULO XIX. Guerra de la Restauración
Batalla de Santiago y asedio del Fuerte San Luis.
Sondeos de armisticio. Circulares de Salcedo y
Luperón. Fuga y Persecución de Buceta. Carta de
Luperón a don Ulises E. Espaillat, Pablo Pujol,
Ricardo Curiel y Francisco Bonó. Instalación del
primer Gobierno Provisorio bajo la presidencia de
Salcedo. Acta de Independencia............................................249
CAPÍTULO XX. Guerra de la Restauración
Nombramiento, y renuncia de Luperón como
gobernador de Santiago. Asume el general Gregorio
Luperón la jefatura general de la compaña del Sur
y del Este. Gravedad de la situación frente a los
reaccionarios. Fusilamiento del coronel Galdeano.
La revolución en los desfiladeros de la cordillera
Central. Santana amenaza con invadir el Cibao.
Otros episodios......................................................................267
Anexión-Restauración
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CAPÍTULO XXI. Guerra de la Restauración
Ratificación de las potestades de Luperón como
general en jefe del Sur y del Este. Providencias de
Luperón para aprovisionar a sus tropas. La situación
enojosa creada por el general Mejía. Desplante
del Gobierno Provisorio y justo resentimiento de
Luperón. Oficios del Provisorio y respuesta de
Luperón. Otros episodios......................................................275
CAPÍTULO XXII. Guerra de la Restauración
El Provisorio acepta los actos de Luperón como
general en jefe. Pleito de Arroyo Bermejo. El
presidente Salcedo destituye a Luperón y asume la
jefatura del ejército. Profunda desavenencia entre
ellos. Peligro de Guanuma. Carta de Luperón a
Benito Monción. Luperón reasume el mando......................283
CAPÍTULO XXIII. Guerra de la Restauración
Episodios y reveces del Sur. Marcha de Luperón a
San José de Ocoa. Insurrección de Perico Salcedo.
El general Florentino, instrumento de intrigas. Dos
documentos interesantes acerca de este asunto. Otros
incidentes interesantes............................................................295
CAPÍTULO XXIV. Guerra de la Restauración
Efecto moral producido en el ejército por la
destitución de Luperón. El general Matías Ramón
Mella en el escenario de la guerra. Preminencia
de Florentino en el Sur. Luminoso documento de
Luperón acerca de sus actividades guerreras. Otros
episodios................................................................................305
CAPÍTULO XXV. Guerra de la Restauración
Ofensiva de Gándara y Puello en el Sur. Vergonzosa
derrota del general Florentino. Inestabilidad de
las posiciones adquiridas. Reveses lamentables. La
16
César A. Herrera
derrota de Gándara en San Cristóbal. Desastre
de Weyler en Haina. presidente Salcedo ruega a
Luperón acompañarlo en la campaña del Sur y
del Este. La patética proclama del general Mella.
Síntesis de los episodios de esta campaña.............................315
CAPÍTULO XXVI. Guerra de la Restauración
Episodios de la campaña del Este. Insurrección del
general Manuel Rodríguez (El Chivo). Designación
de Luperón como Segundo jefe. Batalla Campal de
San Pedro, 21 de enero de 1864. Parte de guerra a
Luperón. Primera tentativa de armisticio. Mariano
Aburres y presbítero Quezada. Ataque de Arroyo
Bermejo por los generales Antonio A. Alfau y Juan
Suero. Parte de guerra de Luperón.......................................325
CAPÍTULO XXVII. Guerra de la Restauración
Desaliento de Santana. Fracaso de la Invasión del
Cibao por los desfiladeros de la cordillera Central.
Derrota de Juan Suero. Parte del gobierno acerca
del estado del país. Retorno del presidente a
Arroyo Bermejo, asume la jefatura Superior de
las operaciones. Aparición de Duarte. Fermento
de sediciones. La revolución amenaza a Santo
Domingo. Oficios del gobierno sobre plan de
ataque a Monte Cristi. Incongruencias de Salcedo.
Acción de Guerra y Yerba Buena..........................................337
CAPÍTULO XXVIII. Guerra de la Restauración
Enervamiento en los frentes españoles. Derrotismo.
Pronunciamientos de optimismo. Proclama del
presidente Salcedo. Pleito de Los Llanos. Cambio
de táctica del general Gándara. Despacho del
gobierno sobre el particular. Incubación de la
guerra civil. Reemplazo de Luperón. Oficios acerca
del incidente..........................................................................345
Anexión-Restauración
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CAPÍTULO XXIX. Guerra de la Restauración
Sustitución de Ribero y muerte de Santana. Expedición de Gándara sobre San Cristóbal. Ofensiva
contra Monte Cristi. Circular del gobierno acerca
del ataque a Monte Cristi. Acción reconfortante de
Luperón.................................................................................353
CAPÍTULO XXX. Guerra de la Restauración
La sentencia contra el general Antonio García
y la actividad criticable del presidente Salcedo.
Sublevación de Polanco y derrocamiento de
Salcedo. Ataque de Puerto Plata. Combates del Este.
Desocupación de El Seibo. Sentido cívico de una hoja
volante de Santiago con motivo de una conferencia
para concertar la paz..............................................................359
Índice onomástico.......................................................367
EN LA PUERTA
¡Saludo, joven!, dilecto amigo, pasa adelante, pero antes de
entrar en el sendero que el pensamiento te abre en estas páginas
debes saber que este libro, más que historia, es una oblación y un
mensaje.
Es una ofrenda que la Universidad Autónoma de Santo Domingo hace en el santuario de Clío el día Centenario de la gesta
del 16 de Agosto de 1863, como votivo homenaje a los homéridas
de la libertad y del derecho, casi legendarios por la significación
y sublimidad de sus proezas. Es un mensaje de civismo en que la
Universidad recoge los rasgos de lo heroico, la ejemplaridad de los
holocaustos y la inquebrantable fe en los destinos de la patria, que
blasonaron la casta de aquellos patricios; todo, para emulación de la
juventud. Ahora puedes entrar con el pensamiento de esas virtudes
del patriciado como fanal, que alumbrando las pasiones descastadas
de los unos y las claudicaciones y apostasías de los otros, la apolínea
idealidad de esotros, alumbre en ti, tu conciencia de patria como
«agonía y deber» para realzarla y ennoblecerla con tu ciencia, tu
arte y tu religión eudomonista, para honra tuya y bienandanza de
tus conciudadanos.
Este libro, aquilatado por las honorables inquietudes de las
generaciones de hace cien años, ha sido escrito para ti, con el pensamiento del autor puesto en lo que la Universidad te requiere, y en
el destino que has de labrarte sin fiarte a las contingencias del azar,
infuturando tu presente, ahora confuso y atormentado, con los
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20
César A. Herrera
recursos de tu ciencia de la verdad y tu ciencia de la vida y por cuantas
enseñanzas puedas sacar de las experiencias de aquellos antecesores
que llenaron de humanidad el tiempo que vivieron consagrados al
bien de la patria.
No repares en los defectos que afean este libro, porque anacronismos, reiteraciones, lugares comunes, redundancias, si pecados,
quedan cohonestados por la noble singularidad del propósito que
lo anima y por el empeño de poner en sus páginas algo del patrimonio de la verdad documental para sustento de cuanto aquí digo
de lo bueno y de lo malo de aquella época y de aquellos hombres.
Pocas serán las virtudes que tu benevolencia le confiera a este
libro como historia de la Anexión-Restauración, porque sus méritos, estoy persuadido de ello, no pueden venir ni del diálogo
polémico que clarifica hombres y hechos, ni de la canónica sagrada del arte de la historia, ni de la concatenación de los hechos
que narra, y, porque además, ni elude fábulas, ni menosprecia la
plácida sugestión de la leyenda, ni la tradición consuetudinaria
que fija muchas veces las verdades de la historia… Pero, lo que no
ha querido perder de vista es el proteísmo del ente humano que
alentó debajo de los acontecimientos de la Anexión y de la Restauración; de ese ente, de quien ayer, hoy y mañana es la historia
predicado; expresión de sus modos externos de ser y de existir,
de la dialéctica de su natural perfectibilidad, si a veces cohibida
por la voluntad omnímoda de un sátrapa fortuito y circunstancial,
presente siempre y activa naturando a lo largo del tiempo su peculiar destino y atestiguando en cada hecho la lúcida conciencia
de su responsabilidad histórica.
En este libro no hay prelación de hechos, los porqué hacen los
antecedentes que implican las razones de la Revolución Restauradora; técnica arbitraria si se quiere, pero necesaria para descubrir la
consistencia de la revolución que es su tema radical, y del componente humano que la llevó a cabo.
La Revolución Restauradora fue una unívoca en la variedad de
sus episodios, desde los prístimos días del año de 1861 hasta el venturoso momento en que S. M. C. la Reina Isabel II abrogó el Real
Decreto de la Anexión.
Anexión-Restauración
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Jalones de martirios marcan la sangrienta trayectoria hacia la
redención.
Aquí, en este libro, te hablarán con el leguaje del holocausto
pavoroso los amotinados de Manuel Rojas, que en San Francisco
de Macorís, el día 23 de marzo de 1861, cayeron con su bandera
al pie del asta rota fulminados por la artillería de Juan Esteban
Ariza; el patíbulo de Contreras y Germosén, en Moca; el suplicio
de Sánchez con sus compañeros de martirios; los fusilamientos
de Guayubín y Sabaneta y el cadalso de Pedro Ignacio Espaillat
con otros, en el cementerio de Santiago de los Caballeros… Bloqueos, asedios, saqueos, incendios de ciudades, proscripciones y
cautiverios en el presidio de Ceuta… y la Patria Dominicana, trasunto de Niobe, que si a esta le lastimaron el alma los dardos con
que Apolo y Artemisa dieron muerte a sus hijos, no son menos
atroces las desgarraduras que el corazón de la patria padeció en
los tormentos horribles y cruentos de su pueblo… y tal vez si el
pensamiento helenístico de los creadores de Laocoonte sirva al
símil, de la angustia consunsina que le apagó la vida al principal
protagonista de la Anexión, muerto con el alma estrangulada por
las sierpes de las decepciones, de las desesperanzas y quizá… de
profundos lancinantes remordimientos.
Acéptame el símil, te lo encarezco, porque el simbólico patetismo de esos mitos paganos puede sugerir el hondo dolor de la patria;
y el anonadamiento de quien se creyó augusto como los césares en
el culmen del poder; el nefasto 18 de marzo de 1861, hasta el día de
la hórrida miseria de sus potestades e infamadas con el baldón de
Traidor a la Patria con que lo arrojó en el escarnio el gobierno de
Salcedo... Santana fue la Anexión.
¿Por qué buscó con tan tenaz empeño la tutela de S. M. C. Da.
Isabel II? ¿Acaso impulsado por el grito ancestral de su hispanidad contra las etiópicas huestes de occidente? ¿O por emular del
preclaro Juan Sánchez Ramírez, lisonjeado adalid de nuestra reincorporación a España cuando venció a los soldados de Bonaparte
en los campos de Palo Hincado? ¿Tal vez porque perdiera la fe en su
poder y fuera para repeler victorioso las inminentes invasiones haitianas con la ominosa consigna de la «Una e indivisible»? ¿Acaso
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César A. Herrera
por la aberración de conservar el poder absoluto de su mando en
provecho suyo y bienestar de sus áulicos?
Esas son las conjeturas de la historia. La posteridad quiere saber la razón última de aquella sinrazón que el país ha condenado…
Ahora te digo, sigue adelante, quizás tú, ¡oh juventud diligente!,
puedas dar con la verdad perdida cien años ha… ¡Sigue adelante!;
ahí… la Esfinge… y los papiros cerrados aún a la intelección de la
verdad.
César A. Herrera
CAPÍTULO I
LA ANEXIÓN
SUMARIO
Primeras gestiones. Tratado domínico-español. Efectos de la
matrícula de Segovia. Ingerencia del cónsul español en el gobierno.
Gestión del Dr. Álvarez de Peralta por ante el ministro de Estado,
Sr. D. Saturnino Collantes. Proyecto de convenio del general D.
Felipe Alfau y su exposición al ministro de Estado. Misión del
brigadier Rubalcava. Nota del capitán general y gobernador de
Cuba al ministro de Estado del día 11 de aquel de 1860. Carta del
ministro Ricart al general Serrano.
La Anexión constituye un fenómeno concreto y bien definido
de nuestra vida política cuyo estudio obliga la revisión y el examen
de los documentos que la explican.
Si se estima como hecho en sí, como sujeto de especulación
científica, entonces no deja de ser dificultosa la empresa de deslindar y apropiar para su estudio lo que es privativo de la «razón
vital» del contenido humano que la creó con la satisfacción de sus
exigencias de lo que concierne a la mera contemplación de lo simplemente histórico.
El estudio del hecho y su historia se implicitan recíprocamente
y, por eso, no es posible eludir ningún documento, ni dato alguno,
por muy conocidos que sean, ya que sin los cuales como base, no
es posible emprender el «estudio» que se quiere, y menos estimar
23
24
César A. Herrera
la miscelánea de ideas en ellos contenidas para determinar el pensamiento rector de los acontecimientos en función de los valores
eternos de la libertad y del derecho.
Así, pues, nada hubiéramos podido hacer sin la consulta de
cuantos documentos nos ha sido posible presentar y comentar para
los fines de este libro que tanto como historia y estudio, quiere ser
una ofrenda de la Universidad Autónoma de Santo Domingo a la
memoria de los patricios de la Restauración al cabo de la centuria
que se cumple en este 16 de Agosto de 1963.
Y para que singularmente valga como ofrenda y, como estímulo
de emulación de las juventudes universitarias de lo porvenir, hemos
de acudir a la historia para tomar cuanto perdura del amor a la
patria, la vida y los hechos de aquellos hombres que a la vez permita
la revaloración, al cabo del siglo, de cuanto ilustró heroicamente
aquel pasado glorioso que ahora conmemoramos.
De las dos ideas dominantes, primordiales, radicales; la primera, de la Anexión, fue producto de la tendencia conservadora
que comenzó en los albores de nuestro advenimiento a la vida de
Estado libre e independiente. Esta idea proselitó a todos los políticos sin fe en los destinos del país que temieron perder el poder
tan pronto como lo escalaron, ya por el dominio de la Isla por el
imperialismo haitiano siempre amenazante; ya por los azares de las
guerras civiles a que nos entregamos tan pronto nos sentimos sin
la coyunda haitiana, con aquellas ciegas pasiones que tantas veces
llegaron en su frenesí a pervertir el sentimiento de la nacionalidad, el amor a la patria y la reverencia a los principios de nuestra
organización democrática y republicana. La idea anexionista está
en la base de todas las apostasías y claudicaciones que propiciaron
entonces nuestra reincorporación a España.
La otra idea, la de la Restauración, aparece exaltada y vigorizada por la mística de la libertad; fue el alma, el principio motor de
la revolución.
Si la primera asoció a los dirigentes políticos en torno de un
hombre y mediante proditorios intereses dio pábulo al conservadorismo que consumó la anexión; la segunda sacudio los pueblos, les
infundio esa mística, armó y condujo al país a la guerra.
Anexión-Restauración
25
Esta idea dio impulso a todas las inquietudes patrióticas y glorificó todos los martirios por la libertad; todos los holocaustos, todos
los heroísmos que propiciaron la Restauración.
La primera gestión de protectorado que se puso en marcha se
encomendó a López de Villanueva un año antes de la Independencia. Las proposiciones fueron hechas a D. Jerónimo Valdez, siendo
capitán general de la Isla de Cuba en 1834: «[...] y dice el general
don José de la Gándara en su historia clásica Anexión y Guerras de
Santo Domingo, quien estimó esas ‘proposiciones’ como un accidente de la conspiración tramada en Santo Domingo para libertarse de
Haití».
También para esa época anduvieron por Curazao y Puerto Rico,
deligenciando la protección de España, los sacerdotes Gaspar Hernández, peruano y Pedro Pamiés, navarro, y el canario Pablo Paz
del Castillo. El Agente de España en Curazao, por oficio del 25 de
agosto, comunicaba al gobernador de Puerto Rico, que los padres
Gaspar Hernández y Pedro Pamiés, «[...] expatriados por C. Hérard por perjudiciales a su causa, habían venido comisionados por
el gobernador del arzobispado de Santo Domingo para ponerse en
contacto [...] con Vuestra Excelencia tan pronto se presente buque
para algún puerto de la isla [...] y que el padre Pamiés, cura de El
Seibo, le había asegurado que tanto la parte mulata como la negra
están decididas en favor del gobierno español y que si hay un envío
de auxilio se pondrá a la cabeza seguro de triunfar y asegurarle para
siempre aquella parte de sus dominios».
No obstante haber desestimado de plano don Jerónimo Valdez la
referida instancia de Anexión, el mismo año y sin ningún escrúpulo,
volvimos a encarecer al señor D. Leopoldo O’Donnell, sucesor de
Jerónimo Valdez en la capitanía general de Cuba, por mediación del
Conde Mirasol, capitán general de Puerto Rico, sus buenos oficios
para alcanzar en la Corte la ansiada incorporación a España.
El primero de estos funcionarios, en una nota al gobierno de
Madrid, le dijo:
yo no veo este pensamiento con tan halagüeñas ventajas como
se quiere presentar [...] no puede prestar interés a nuestra
26
César A. Herrera
Metrópoli semejante proposición; pero no obstante esa opinión, O’Donnell informó a su gobierno de la propuesta y
demandó se le diesen instrucciones al respecto, no sin opinar
que tal vez no convenga la adquisición de obligaciones respecto al sostenimiento de nuevas colonias», a quienes desde
luego tendría que socorrerlas con hombres, dinero y efectos
de todas clases.
Por los años de 1847 se dio otro paso con el mismo fin, pero la
comisión enviada a la Corte de Madrid, después de siete meses de
hacer antesala en espera inútil de una respuesta favorable, se retiró
no sin antes pasarle una nota al gobierno español en la que le dijo
altivo y acongojado:
[...] nuestro gobierno, pues está plenamente justificado a los
ojos de las demás potencias sobre su conducta actual con el
de España, en el mero hecho de mantener en Madrid catorce meses a sus representantes, sin poder obtener la cordial
inteligencia que debiera existir entre los pueblos unidos por
vínculos tan sagrados [...] con el más profundo sentimiento,
declaramos que nos retiramos de esta Corte para dirigirnos
a otras naciones que han ofrecido su mediación para hacer
cesar la injusta guerra que le hacen los haitianos.
En 1849 no accedió tampoco el nuevo capitán general de Cuba,
el Conde Alcoy, a la reiterada solicitud, y fue más tarde, en 1852,
cuando el sustituto de este en la capitanía de Cuba don Valentín
Cañedo, de carácter más dúctil y de temperamento más efusivo y
complaciente que sus antecesores, vino a dar asideros a la esperanza
de la Anexión, pues, en vez de rechazarla y criticarla tan prudencialmente como lo hicieron sus colegas, dispuso que pasase a Santo
Domingo y a Puerto Príncipe con instrucciones secretas de averiguar la verdad de cuanto se aducía en pro de la incorporación, al
señor don Mariano Torrente, quien fue recibido con gran solemnidad por los altos jerarcas de la administración pública, con ceremoniosa cortesía de parte del arzobispo y con grandes demostraciones
Anexión-Restauración
27
populares de simpatía a la persona del ilustre visitante y al brillante
séquito de su oficialidad.
El historiador don Ramón González Tablas ha recogido en las
páginas de su interesante historia, Dominación y última guerra de
España en Santo Domingo, las palabras que pronunció entonces el
venerable arzobispo de Santo Domingo que nos permitimos trasladar a este libro.
Cuando el señor don Mariano Torrente con su oficialidad,
acompañado por altos dignatarios de los poderes públicos y por el
pueblo bullicioso llegó al atrio del templo, salió S. S. I., el venerable arzobispo de Santo Domingo visiblemente conmovido y dijo:
Vea Ud. señor, ahí en el altar mayor, en lo alto, el noble escudo de las armas de la nación española, dominando todo como
en los buenos tiempos de Santo Domingo, sin que nadie le
haya tocado durante tantos años; respetado, venerado, porque todos esperamos que llegarán mejores días en que ese
escudo vuelva a ser el nuestro, días de gloria, de paz y alegría
que acaso yo, pobre viejo, no volveré a ver, por más cercano
que estén, pero creo ha de conceder Dios a mi pobre país
que vengan.
Se sabe que en entrevistas; en conferencias particulares, dice Gándara, «[...] el presidente de la República y el mismo arzobispo instaron a Torrente para que abogase cerca del gobierno de Madrid por
la incorporación, ya bajo forma de protectorado, ya bajo cualquier
otra».
Como las visitas del señor Torrente no tuvieron otro efecto que
satisfacer la curiosidad del señor don Valentín Cañedo, sigamos los
pormenores de estas gestiones pidiendo a nuestro lector tener muy
presente en la memoria que esto ocurría sin que el gobierno de
España hubiera reconocida a la República Dominicana como Estado libre e independiente. Encarecemos el recuerdo porque cuando
Santana envió en 1853 a Ramón Mella a que solicitara del capitán
general de Puerto Rico, señor don Fernando Norzagaray, recomendaciones para presentarse en Madrid a tratar del protectorado,
28
César A. Herrera
se produjo conjuntamente con las recomendaciones una nota del
señor Norzagaray en la que le dijo al gobierno de Madrid, entre
otras cosas no menos categóricas:
Esta misión tiene por objeto que España se declare protectora de la República Dominicana [...] No estando como no está
reconocida por nosotros no me parece que es aceptable la
pretensión de su actual gobierno, sin previo reconocimiento
de su independencia; [...] apoyo las pretensiones del gobierno
Dominicano, de que se le sostenga y garantice la estabilidad
de su república, no en el concepto de que España se declare
protectora, sino en el de que las naciones que poseen colonias
en este Archipiélago se confederen por medio de un arreglo
diplomático, en el sentido de que subsista firme el estado de
cosas en la inmediata isla de Santo Domingo.
El reconocimiento de nuestra independencia por España tuvo
efecto dos años después, el 18 de febrero de 1855, pero un año
antes fue parecer del ministro de Estado que se le diera largas al
reconocimiento, y en cuanto a las específicas gestiones que llevaron
a Ramón Mella a Madrid se le expuso de un modo tajante que no
era posible la concesión del protectorado de la República. Hasta
Calderón de la Barca, que como hemos vista había defraudado los
propósitos de Ramón Mella, nada pudo alcanzar en su provecho
la idea de la Anexión, pero se sobrevino un cambio en la política
española; sustituyó a Calderón de la Barca don Joaquín Francisco Pacheco, y Santana quiere sacar ventajas de aquella situación y
nombra como sustituto de Ramón Mella a don Rafael María Baralt
como parte de un plan que le permitiera llevar hacia delante sus
propósitos anexionistas.
Señaló aquí que con la frustrada gestión de Ramón Mella terminó, según el consenso de los historiadores clásicos de la Anexión,
el primer período de las negociaciones y fue con el reconocimiento
de nuestra independencia por España, el día 18 de febrero de 1855,
cuando se abrió el segundo período de las negociaciones en pro de
la Anexión. Ese día firmaron un Tratado de Reconocimiento don
Anexión-Restauración
29
Claudio Antón Luzuriaga, sustituto de Pacheco en el ministerio de
Estado, y don Rafael María Baralt, plenipotenciario de la República.
El tratado mismo y la manera como afectó su ejecución la política partidista del país fueron propicios a la Anexión. Para clarificar
este juicio basta someter a la serena consideración del lector solo el
artículo 7º del tratado, cuyo texto es el siguiente:
Convienen ambas partes contratantes en que aquellos
españoles que por cualquier motivo hayan residido en la
República Dominicana y adoptado aquella nacionalidad
podrán recobrar la suya primitiva, si así les conviniese, en
cuyo caso sus hijos mayores de edad tendrán el mismo derecho de opción; y los menores, mientras lo sean, seguirán
la nacionalidad del padre, aunque unos y otros hayan nacido en el territorio de la República. El plazo para la opción
será de un año, respecto de los que existan en el territorio
de la República, y dos para los que se hallen ausentes. No
haciéndose la opción en este término se entiende definitivamente adoptada la nacionalidad de la República. Conviene
igualmente en que los actuales súbditos españoles, nacidos
en el territorio de Santo Domingo, podrán adquirir la nacionalidad de dicha República, siempre que en los términos
mismos establecidos en este artículo opten por ella. En
tales casos sus hijos mayores de edad adquirirán también
igual derecho de opción; y los menores, mientras lo sean,
adquirirán la nacionalidad del padre. Para adoptar la nacionalidad será preciso que los interesados se hagan inscribir
en la matrícula de nacionalidad que deban establecer las
legaciones y consulados de ambos Estados; y transcurrido
el término que pueda prefijado, solo se considerarán súbditos, españoles y ciudadanos de la República Dominicana
los que, procedentes de España y de dicha república, lleven
pasaportes de sus respectivas autoridades y se hagan inscribir en el registro o matrícula de la legación o consulado de
su nación.
30
César A. Herrera
A fin de implantar el convenio, fue designado cónsul de Su
Majestad Católica el señor don Antonio María Segovia e Izquierdo quien trajo, además del tratado, la Gran Cruz de la Orden de
Isabel la Católica para el general Santana, como símbolo del fausto
acontecimiento en que S. M. C. Isabel II de España «renunciaba
por siempre y del modo más solemne a la soberanía y derechos que
le correspondían sobre el territorio americano, conocido antes bajo
la denominación de Parte Española de la isla de Santo Domingo,
actualmente República Dominicana...»
En lo que hace al modo como el referido tratado influyó en el
orden político de entonces, nada es más explícito, ni más elocuente
de la situación en que colocó al santanismo respecto del baecismo,
que la memoria que presentó al general Santana, muy preocupado
por las amenazas de una nueva invasión haitiana, el secretario de
Estado de Negocios Exteriores, señor don Miguel Lavastida.
En esa memoria señaló el secretario Lavastida muchas de las
circunstancias y consecuencias adversas al régimen gubernativo y
a la política en general de Santana. En realidad todo lo preceptuado en el famoso artículo 7° del Tratado Domínico-Español vino
como de propósito para que los adversarios de Santana, no solo
incrementaran el partido de Báez, sino que fue el instrumento más
poderoso de que podían disponer sus enemigos contra la prepotencia de Santana y para restringir las potestades dictatoriales omnímodas de que hacía uso para combatir y destruir a los opositores de
su ideología política, a los adversarios sistemáticos de su régimen
gubernativo, y aun a los amigos de Báez aunque no lo hostilizasen.
Después de la vigencia y aplicación amplia del mencionado
artículo 7°, disminuyeron a un mínimo de posibilidades los expedientes de las persecuciones, de los encarcelamientos, de los
confinamientos, deportaciones, confiscaciones y fusilamientos.
Casi todos sus adversarios se amparaban de la matriculación como
españoles para librarse del servicio militar y todos para combatirlo
impunemente. El cónsul parcializado estaba presto a la propuesta
contra todo atentado o violencia de sus súbditos.
Lavastida denunció en esa memoria que «el señor cónsul general
y encargado de Negocios de S. M. Católica» matriculó a diestro y
Anexión-Restauración
31
siniestro; que hizo españoles a cuantos dominicanos, que por rehuir
el servicio de la patria, o por odios y rencores, o por instigaciones de
él mismo renegaron de su nacionalidad»; y agrega: «vino un día en
que el gobierno de la República se vio privado de un gran número de
ciudadanos sin fuerza ni autoridad […] y todo ello en los momentos
mismos en que corrían rumores que en el vecino imperio se preparaba una nueva y formidable invasión contra nosotros», y puso el
énfasis más sombrío de sus palabras en esta síntesis: «Descontento
general, guerra civil cierta, rumores de invasión haitiana, gobierno
desautorizado, tal era la situación por todo extremo grave».
Y no grave por los males que augura Lavastida; gravísima,
porque el dictador se sentía acorralado, porque se sentía cohibido.
En realidad, en el orden moral la matrícula de Segovia fue para la
vesania de su satrapía como la camisa de fuerza para el frenético
furor de los epilépticos. Y como no le bastó a Santana la amistad
entre el ministro de Estado, don Joaquín Francisco Pacheco y don
Rafael María Baralt y de nada, las quejas llegadas a la Corte contra
Segovia, obsesionado hasta la más angustiosa preocupación con la
idea de la Anexión, no soslayó nada para alcanzarla, primero, como
defensa de sus ya restringidas potestades y, segundo, para la preservación de la patria contra el peligro del imperialismo haitiano que
de continuo la amenazaba.
Entre los documentos del Archivo de Sevilla, que hemos tenido
la oportunidad de consultar en la Colección del historiador don César
Herrera, hay una nota del cónsul don Mariano Álvarez al señor capitán general de la isla de Cuba en que se revela la manera discreta
como intentó Santana mover el ejército para que le confiriese la
investidura de dictador.
Esta acción del ejército refleja la angustia que se apoderó del
Libertador cuando vio restringidas las facultades extraordinarias con
que venía gobernando al país.
En la referida nota se pone de manifiesto a la vez hasta dónde
habían en llegado la ingerencia en los negocios de Estado los representantes consulares de España.
Nada es más elocuente de los alcances de esa ingerencia que la
forma y el tono con que el cónsul Mariano Álvarez habló al señor
32
César A. Herrera
vicepresidente de la República don Antonio A. Alfau y al gobierno.
He aquí parte del texto de la nota que aparece en el anexo documental de este libro:
Hace días tenía noticias de que se intentaba por el Ejército
investir a Santana con la dictadura; para combatir tan perjudicial proyecto hice entender muy seriamente al vicepresidente Alfau y al gobierno que por mi parte me opondría
a semejante disparate que ocasionaría la guerra civil y por
término la caída de Santana.
Debo hacer justicia al vicepresidente Alfau, a los Sres. ministros, al presidente del Senado y demás autoridades superiores, todos vinieron a verme y todos convinieron en todas
mis apreciaciones respecto a las fatales consecuencias que la
dictadura traería al país y han trabajado sin descanso para
que el plan no se llevara a efecto […] Ayer mismo pedí una
entrevista al presidente Santana, le hablé del particular y en
colores muy vivos le expuse los peligros a que se exponían él
y el país si tal cosa se realizase. Usando un lenguaje bastante enérgico y que comprendió muy bien este astuto y sagaz
campesino, le hizo entender que no contase para nada con mi
apoyo si el tal proyecto llegaba a realizarse.
Santana me dio toda clase de seguridades, que él se oponía
a ello, que todo lo espera de España sin cuyo apoyo no cree
pueda marchar la cosa pública; pero me manifestó que los
pueblos, cansados de la mala administración de justicia y de
otros abusos en los demás ramos, querían investirle de una
autoridad absoluta creyendo que por este medio se pondría
coto a tales desmanes […] Al despedirse me aseguró que nada
se haría sin la participación y consentimiento del gobierno de
S. M. a quien tan agradecido se muestra.
En otro documento, no menos explícito que el anterior respecto del deseo irrefrenable de poder dictatorial que quería conservar Santana y de la ingerencia del cónsul de España en nuestros
negocios públicos, de fecha 31 de agosto de 1860, esto es, veintidós
Anexión-Restauración
33
días después de la reprimenda y amenazas que este se permitió hacerle al Libertador, aparece una maniobra en la que intervinieron los
ministros, el Senado y el propio cónsul señor D. Mariano Álvarez,
para capear mediante un subterfugio, para nosotros inútil y baladí,
la temeraria resolución de alcanzar la investidura de dictador que
anhelaba el presidente Santana.
El rodeo, o mejor, la escapatoria, pensaron hallarla en un proyecto de decreto que por consejo del cónsul se remitió al Senado,
concebido del modo siguiente:
El Senado Consultor, visto el mensaje del Poder Ejecutivo,
Acuerda: El Poder Ejecutivo, cuando sea personalmente
ejercido por S. E. el Libertador presidente durante el actual
período constitucional, está facultado para tomar todas aquellas medidas que crea indispensables para la conservación de
la República en los términos prescritos en el Artículo 35 atribución del 22 del Pacto fundamental. Dado etc.
En buen romance, puede decirse que le doraron la píldora, que el
señor cónsul esperaba se la tragase, a juzgar por lo que dijo al señor
capitán general de la isla de Cuba… «[...] pero tengo la seguridad
de que el anterior proyecto lo aceptará tal como está porque no
encontrará observación que hacerle».
Y aquí, el énfasis de su ascendencia en las altas esferas del
gobierno:
Mi influencia es completa y puede V. E. estar persuadido
de que tanto el presidente Santana, vicepresidente Alfau y
los ministros y senadores no desean en el día otra cosa sino
coadyuvar a la idea, sea cual sea, que el gobierno de S. M.
trate de llevar adelante en esta República.
Bastaría pensar en las actuaciones de los cónsules D. Antonio
María Segovia y D. Mariano Álvarez para comprender cuáles eran
las circunstancias que permiten pensar que la Anexión se había alcanzado virtualmente. El primero con la famosa «matrícula», con
34
César A. Herrera
la acomodaticia nacionalización española de tantos ciudadanos dominicanos había incrustado a España en el cuerpo de la República.
El señor Segovia tenía con su consulado un «gobiernito»; alguien
ha dicho que aquello era como un «Estado dentro de otro Estado»;
y, ya han visto a don Mariano fungiendo de legislador y de consejero de Estado y queriendo poner freno a la pasión por la dictadura
que obsesionaba a Santana y, luego veremos, después de las concesiones que la Corte dispensó al gobierno a instancia del ministro de
Hacienda y Negocios Extranjeros, señor D. Pedro Ricart y Torres,
cómo se bosquejó mejor definida la Anexión ya casi prometida, y
prácticamente el protectorado a que automáticamente nos sometimos al aceptar la munificente ayuda que S. M. C. doña Isabel II
dispuso contra todo evento que pusiera en peligro a nuestra patria.
La asistencia moral de España a nuestra angustiosa situación
entre las amenazas del imperialismo haitiano y el peligro que constituía el incentivo de la bahía de Samaná para los ideólogos que en
Norteamérica sustentaban el principio expansionista del «destino
manifiesto»; el suministro de armas, municiones y todo artefacto
bélico, el servicio que su marina de guerra prestaba en nuestras
costas, el entrenamiento militar por técnicos de las milicias españolas así como la ya señalada ingerencia de los cónsules en la órbita
de nuestros negocios públicos, eran primicias del protectorado ya
preludiando la Anexión, podría tener efecto, pero «que no creía,
sin embargo, tan cercano el momento en que se decidiesen resueltamente a formar parte de la nacionalidad española», como dijo el
general O’Donnell, presidente del Consejo de ministros, porque
«el gobierno de S. M. no se halla todavía plenamente convencido de que al realizarse lo que se pretende no surgirán dificultades
interiores que la colocaran a España en una situación sumamente
embarazosa [...]. El gobierno de S. M. desea que se aplace la incorporación». Como se ve, eso era ya cuestión de tiempo y no tardaría
porque la insistencia del general Santana no toleraba tregua, cuanto
más, que las restricciones que a su potestad le habían impuesto los
cónsules Segovia, con la amplia interpretación del artículo 7° del
tratado de una parte; y de la otra, Mariano Álvarez con el consabido
proyecto de decreto mencionado, vinieron a desmedrar la fuerza,
Anexión-Restauración
35
lo único con que él sustentaba la estabilidad del poder, garantizaba
el orden y sostenía la paz. Así, cuando se sintió debilitado y defraudadas sus esperanzas en cuantas diligencias hizo para poner en sus
justos términos al cónsul Segovia, apeló a otro recurso que, a su
parecer, debía ser decisivo para estimular las negociaciones de la
Anexión y la realización de esta lo más pronto posible.
Puso maliciosamente en plan de recuerdo el proyecto de Anexión de la República, de 1854, a los Estados Unidos de América
con ocasión ahora de negociar un acuerdo con los yankees que les
permitiera el trasiego en nuestro país de la cantidad de negros del
Sur que se estipulase en el convenio. Eso, con las propagandas sobre arrendamientos de las bahías de Samaná y de Manzanillo y de la
Anexión a los EE. UU. de A. que constituyeron un buen pretexto,
a juicio de algunos historiadores, para introducir la Anexión en
la Corte como término extremo de un dilema ineludible: nuestra
reincorporación a España o a los yankees antes que haitianos.
Esa fue la misión que llevó a Madrid al señor general don Felipe Alfau, delegado del Libertador cerca de S. M. Católica doña
Isabel II de España.
El general Gándara, robusteciendo el juicio de González Tablas
al respecto, dice textualmente:
Ya he dicho que antes de la época en que ocurrieran esos
acontecimientos, Santana y sus parciales habían tratado de
que los Estados Unidos se anexionaran la República de Santo
Domingo; pero es esto lo extraño, sin que a la vez que estas
gestiones de Lavastida con el gobierno de Madrid, se siguieran otras análogas con el gobierno de Washington. Pero
estas también fracasaron. Los Estado Unidos querían que
Santo Domingo abriese sus puertas a una gran emigración
negra. Santana rechazó esa idea, mas supo convertirla en
pretexto para mandar a Madrid a uno de sus generales, a D.
Felipe Alfau, para que nos informara de la triste situación de
la República, víctima a la vez de las encontradas pretensiones
de los haitianos y de los angloamericanos.
36
César A. Herrera
El día 23 de julio de 1859 el secretario de la Legación Dominicana en Madrid, señor Dr. Álvarez de Peralta, celebró una conferencia con el ministro de Estado, señor D. Saturnino Calderón
Collantes, y puso en sus manos el proyecto de convenio de que
había sido portador el legado del «Libertador», cuyas estipulaciones se redujeron a doce cláusulas, las siete primeras relativas a las
concesiones de España, a las obligaciones que contraería respecto
de la República Dominicana; los otras cinco, a nuestros compromisos con España. La formal estructura de las cláusulas son las
siguientes:
Obligatorias para España.
1°. Promesa solemne de conservar y ayudar a conservar la independencia de la República, así como asegurar la integridad
de su territorio.
2°. Mediación de España, con exclusión de cualquiera otra
potencia amiga, en las dificultades que puedan ocurrir entre
la República y otras naciones; esto es, que sea S. M. C. el
único árbitro en los asuntos internacionales de la República.
3°. Intervención y protección de Su Majestad Católica en cualquier eventualidad en que la independencia de la República o
la integridad de su territorio puedan estar amenazadas.
4°. Que S. M. C. dé a la República los medios necesarios
para fortificar aquellos puntos marítimos que más excitan la
codicia, por ejemplo las bahías de Samaná y Manzanillo, así
como el armamento que pueda necesitarse para guarnecer
las plazas y puntos fortificados. Todo ello a título de pagar la
República su costo en los términos que se convenga.
5°. Real venia de S. M. C. para que de Cuba y Puerto Rico
vayan sargentos y oficiales de su ejército que instruyan al
dominicano.
6°. Consentimiento de S. M. C. para que los soldados, cabos
y sargentos del ejército de Cuba y Puerto Rico, cumplido el
tiempo de su servicio, puedan si quieren en vez de venir a
España, establecerse en la República, enganchándose en el
ejército dominicano o ejerciendo las industrias que sepan o
Anexión-Restauración
37
dedicándose a la agricultura, en cuyo caso se les darán terrenos en absoluta propiedad.
7°. Celebrar un convenio de inmigración con la República.
Cláusulas obligatorias para la República Dominicana
1°. Promesa solemne a Su Majestad Católica de no ajustar
tratados de alianza con ningún otro soberano o potencia.
2°. Hacer a España todas aquellas concesiones que puedan
servir de garantía material a los nuevos compromisos que
se contraen entre S. M. C. y la República, por ejemplo un
astillero en Samaná.
3°. Concesión por tiempo determinado a España para que
explote las maderas que puedan necesitarse en el artillero de
Samaná.
4°. La República se compromete a no arrendar puertos o
bahías, y no hacer concesiones temporales de terrenos, bosques, minas y vías fluviales a ningún otro gobierno, y fiada
en la hidalguía y buena fe de su antigua metrópoli, aceptará
todos los compromisos que S. M. C. tenga a bien proponer.
5°. Por último, las sumas que hayan de abonarse por armamentos, construcción de fortificaciones o por cualquier otro
concepto, constituirán una deuda de la República con España, deuda que no pagará intereses y que se amortizará en los
términos que se convenga. Y para ello se tendrá en cuenta,
que aunque la República no tiene más que una deuda interior de unos cuatrocientos mil pesos fuertes, su tesoro está
actualmente exhausto por haber tenido que hacer frente a
una multitud de compromisos contraídos por las dos últimas
administraciones.
Pero el general D. Felipe Alfau no se contentó con solo la
acogida favorable que en principio tuvo el proyecto de protectorado, sino que dos días después de la entrevista con el señor
secretario de la Legación le envió un oficio al señor ministro
de Estado pormenorizando ciertos detalles del proyecto y de
la conferencia, pero haciendo hincapié en la necesidad de las
38
César A. Herrera
fortificaciones y de los medios de defensa a que se contrae el artículo 4°. Sabido es que en la conferencia del ministro de Estado
con el secretario «no se llegó a ninguna afirmación concreta y
definitiva», dice la Gándara, y aunque nosotros sabemos que
este proyecto de protectorado no era sino un paso más hacia la
Anexión no hay duda de que la cláusula 4° revestía una necesidad irrefragable para Santana que, ante todo, lo que quería y
buscaba con tanto empeño era conservar su mando de cualquier
modo y a cualquier precio; y tal vez concibió la idea peregrina
de que bajo el protectorado de la monarquía española podría
disfrutar del Poder absoluto, ad vitam incompatible, por esencia
y por tradición, con el régimen democrático, republicano, alternativo y responsable.
Aunque ya hemos señalado algunos de los pasos que en busca
del protectorado o de la Anexión dieron los agentes de Santana en
la Corte española, no es ocioso que pongamos en estas páginas los
párrafos de la exposición del general Felipe Alfau al ministro de
Estado, que transcribimos de la ya citada obra de don José de la
Gándara.
No es de ahora, Excmo. Sr., que el gobierno del señor
general D. Pedro Santana ha solicitado del de S. M. C.
esa alianza íntima que a un tiempo garantizase a Santo
Domingo su independencia y la integridad de su territorio y a España la tranquila posesión de sus colonias en
el Archipiélago de Colón. Ya en 1846 (poco después de
haber el pueblo dominicano sacudido el yugo de Haití le
impuso en su momento de fácil e inopinada sorpresa), envió a esta Corte una comisión con el objeto de solicitar el
reconocimiento de la República por su antigua Metrópoli,
ofreciendo a esta cuantas ventajas desease. La referida comisión permaneció en Madrid mientras el general Santana
se mantuvo en el poder, esto es, hasta el año 1848, época
en que entró a ocupar la presidencia el señor general Jimenes. Posteriormente, en el 1854, habiendo sido nombrado
otra vez presidente el señor general D. Pedro Santana,
Anexión-Restauración
39
comisionó al señor general D. Ramón Mella para obtener
del gobierno de S. M. C. el protectorado de España, y en
caso de no conseguirlo, el reconocimiento de la República
y una alianza íntima.
Nada se logró ni en una, ni en otra ocasión. Tal ha sido
siempre, sin embargo, el afán del señor general Santana por
identificar a Santo Domingo con su antigua madre patria, en
la persuasión de que solo íntimamente unidas podían cada
cual y juntos hacer frente a la invasión tenaz y formidable de
la raza angloamericana que no desanimado por las anteriores
negativas, resolvió por tercera vez [...] etc.
Esta tercera vez se refiere a la misión del señor Baralt de la cual
ya hemos hablado, que vino a ser sustituido por el propio general
D. Felipe Alfau.
Acerca de este documento y de la insistencia del referido general de que el propósito del general Santana era «identificar a
Santo Domingo con su antigua madre patria para afrontar juntas el
peligro yankee», dice tajantemente el historiador Gándara: «no era
cierto que Santana hubiese perseguido con afán la unión de Santo
Domingo a España, para contrarrestar la ambición de los yankees:
lo que Santana había perseguido fue la consolidación de su autoridad, y para lograrla, unas veces pidió protección a España y otras
a la Unión Americana [...] No, no era cierto que para mantener la
independencia de Santo Domingo y buscar el cumplimiento de los
fines que ese estado de cosas pudiera llevar en el golfo de México,
fuese preciso dar a Santana los medios de guerra que pedía para
batir a sus adversarios».
Pero la estipulación del artículo 4° fue para el general Felipe
Alfau el asunto básico. En la serie de compromisos que celebró con
el ministro de Estado, señor Calderón Collantes, «la preferencia
de los puntos marítimos que más excitaba la codicia» y el suministro de «el armamento que pueda necesitarse para guarnecer las
plazas y puntos fortificados» constituyeron el tema primordial de
sus conversaciones; y el general Alfau, inquieto, esperó siempre su
aprobación, y en su despacho del 19 de septiembre de 1859, a más
40
César A. Herrera
de insistir en esos asuntos, solicitó del gobierno de S. M. C. como
necesidades castrenses de la República.
Dos mil carabinas Minié con sus correspondientes baleros.
Ciento cincuenta mil cápsulas correspondientes a estas
carabinas.
Dos mil correajes completos, con mochilas, de los que usan
los cazadores de Madrid.
Doce piezas de campaña del último modelo y de los calibres
que hoy usa la artillería ligera de España, con sus correspondientes cureñas y utensilios.
Doscientos sables de caballería de la fábrica de Toledo.
Más adelante veremos, en relación con los datos de esta solicitud tomados de historia de La Gándara, lo que se obtuvo según
documento del Archivo de Indias de la Colección Herrera.
En la nota del general Alfau se especificó, además, que el costo de esos artículos será el de la fábrica y conforme a la factura,
que el trasporte sea sufragado por la República, que el gobierno
de España nombre dos oficiales ingenieros que intervengan en la
fortificación, a la mayor brevedad de Samaná y Manzanillo; que la
entrega de los efectos «será inmediata», que la República pagará
los créditos correspondientes anualmente por décimas partes; que
el crédito de la fortificación y artillamiento de Samaná y Manzanillo será pagado del mismo modo; que el gobierno dominicano
hipoteca al pago de las sumas que resulten de estos convenios «los
bienes nacionales, consistentes en fincas urbanas y rústicas y el décimo de los productos de las aduanas».
Los términos de la carta autógrafa que el general Santana dirigió
a S. M. C. el día 27 de abril de 1860 vinieron no solo a robustecer
las gestiones encomendadas al general Felipe Alfau sino también
a persuadir a la Corte que había llegado el momento propicio de
estrechar íntimamente los lazos que nos ligaban a España.
En los términos de esa carta se presiente ya la entrega inminente; se hace manifiesta, en ellos, la resolución categórica y terminante del general Santana. La Anexión ya no se pide, se impone casi;
Anexión-Restauración
41
si no ahora, tal vez nunca, es el sentido radical en que en esa carta
insinúa y aclama perentoriamente por la reincorporación a España.
Le dijo a S. M. C. Da. Isabel II de España, que después de haber luchado por implantar la paz tras incesantes discordias civiles,
se ha preocupado por lo que le «falta a su pueblo para ser feliz»,
«la confianza en el provenir» y un orden más estable y duradero;
«que nuestro origen, nuestro idioma, nuestra religión, nuestras
costumbres y nuestras simpatías» nos llevan a buscar y «encontrar»
esa estabilidad «en la unión más perfecta con la que fue nuestra
madre»; «que nunca se presentará mejor oportunidad que la que
nos ofrecen hoy las circunstancias»; esto es la paz y el orden de que
disfrutaba el país entonces; que luego podrían venir «las convulsiones políticas a que están expuestas las nuevas repúblicas».
Señala y pone énfasis en que las circunstancias favorables podrían desaparecer por las guerras civiles, por las luchas contra los
invasores haitianos y hasta por el aprovechamiento que podría
hacer en tal ocasión «la nación poderosa que desde el norte no
aparta su mirada de águila sobre este codiciado país». Habla de su
prestigio como garantía de la paz propicia para estrechar ahora los
lazos que unen ambos pueblos; que si se pasaba esta oportunidad
fueran adversas las circunstancias, «nuestros males no serían menos para los españoles que la tocan por sus extremos», se refiere a
Cuba y Puerto Rico; que él «y la gran mayoría de la nación estamos
dispuestos a aceptar la medida que sea conveniente para asegurar la
felicidad del Pueblo Dominicano y los intereses de España en sus
posesiones americanas; que se ha enviado a la Corte un Plenipotenciario para que expresa a S. M. C. los sentimientos, sus afectos «con
más fidelidad» para inclinar «Vuestro Real ánimo, en favor de los
que fueron vuestros hijos».13
Después de los frustrados sondeos y tentativas en pro del protectorado o de la Anexión durante más de diecisiete años a partir
del venturoso año de 1844, con el Conde de Miraflores como mediador, cerca de O’Donnell, para proseguir luego en 1847 con don
Buenaventura Báez, don Pedro Bobea y don Juan Esteban Aybar
1
El texto de esta carta en el anexo, Colección Herrera.
42
César A. Herrera
por ante el Conde de Alcoy, don Ramón Mella en 1854, por ante
don Ángel Calderón de la Barca; en 1855, con don Rafael María
Baralt por ante don Claudio Antonio de Luzuriaga. Después, repetimos, de las frustradas misiones de esos cultos representantes
dominicanos en la Corte de S. M. C. Da. Isabel II, de España, en
1859, consigue el general don Felipe Alfau entablar las conversaciones con el ministro don Saturnino Calderón Collante, ya referidas, para echar las bases de la Anexión, con las concesiones alcanzadas como ayuda, en primer término, de la dictadura del general
Santana, y en segundo para la protección de nuestro país contra las
amenazas que lo rodeaban. Pero, hemos visto que Santana con la
carta a S. M. C. dio un paso más para acelerar el ritmo de los acontecimientos aprovechándose no solo de las propicias condiciones
internas, como eran el anhelo de paz estable de los dominicanos, el
interés de sus áulicos y prosélitos de mantenerse en el poder bajo su
mando, el deseo de los más, de labrar su destino con el trabajo, sus
contratiempos, librarse todos de las invasiones haitianas y, favorable a estas circunstancias, el clima de hispanismo que había creado
la política de Segovia y la buena disposición de la política ultramarina del partido Unión Liberal, entonces dominante en España,
propenso a las conquistas y auge del poderío colonial del Reino.
Pero no bastaban los reiterados encarecimientos del amor de
los dominicanos a España y a las cosas de España, con la invocación
como prenda no desestimable, de nuestro abolengo hispánico y de
la identidad de nuestra lengua, de nuestra religión y de nuestras
costumbres, era menester confirmar la certidumbre de esas protestas de simpatía y de las halagüeñas promesas contenidas en esos
documentos, era necesario que antes de acceder al tan solicitado
protectorado, preludio de la Anexión, alguien viniera a palpar los
hechos, a la intelección de la verdad del «caso dominicano» que
hacía más de diecisiete años rodaba por las cancillerías de Europa.
Fue encargado de esa delicada misión el brigadier don Joaquín
Gutiérrez de Rubalcava, quien en su viaje a Cuba a ocupar el destino
de comandante general del apostadero de La Habana, debía tocar
en «Santo Domingo de Ozama», según las instrucciones secretas
que se le dieran, y el día 5 de julio de 1860 dio fondo en la rada de
Anexión-Restauración
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esta, ciudad primada de América, el Pizarro, buque de la marina de
guerra de S. M. C. que conducía al ilustre viajero, prestante personaje que vendría a desempeñar papel de extraordinaria importancia
en la tragicomedia de la Anexión y en nuestra cruzada restauradora.
Aunque la visita del insigne marino era oficiosa no obstante,
tuvo el privilegio, en ausencia del jefe del Estado general Santana, de entrevistarse con el vicepresidente de la República, señor
general don Antonio Abad Alfau, con los miembros del gabinete
y se codeó en estrecha camaradería con otros altos dignatarios del
gobierno y del clero.
Así, en el breve tiempo de que dispuso, pudo ver y oír lo que
necesitaba saber para rendir su informe acerca del «caso dominicano» que sin demora redactó en La Habana y remitió al ministro de
Marina con fecha 10 de julio de 1860.
Este informe fue totalmente favorable a la Anexión; por eso, y
para edificar al lector al respecto, transcribimos aquí los párrafos
más expresivos de la opinión que entonces ganamos en el pensamiento del distinguido visitante:
Los dominicanos invocan repetidamente, que su emancipación de la Metrópoli no fue obra del país, sino de la audacia y
ambición de unos pocos, la indiferencia de algunos y la ignorancia del mayor número; que todos menos los primeros,
vivían contentos y felices bajo el gobierno español; que la
generalidad de los dominicanos no abrigó nunca odio a
los españoles, ni ha ofrecido el espectáculo de los demás
disidentes que sacudieron nuestra dominación por medios
violentos, conservándonos el rencor hasta ahora; que no
habiendo aquella prevención en Santo Domingo, antes
bien enorgulleciéndose la mayor parte de sus habitantes en
llamarse españoles, incluso los hombres que han figurado a
la cabeza de los diversos partidos que se han disputado el
mando y, por último, a que comparaban aquellos tiempos de
prosperidad, riqueza, bienestar que disfrutaban, con la desgracia, miseria y desventura que les rodea, no puede menos
de palparse su sinceridad y buena fe al expresar la parte más
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César A. Herrera
noble y numerosa de la población que desearían a todo trance volver al dominio de los españoles, o, cuando menos, el ser
protegidos por su gobierno, en términos de no ser la vez
primera que se ha deliberado por los que componen el de la
República, y, últimamente, por el presidente Santana, sobre
arbolar el pabellón español, y ponerse a disposición de España,
aún sin su anuencia. Hoy mismo esta es la idea culminante
que abrigan, que me ha sido explícitamente manifestada por
el vicepresidente Abad Alfau y los ministros de que dejo
hecho mención, notándose su abatimento al expresarles que
mi misión no era otra que entregar el pliego de que era
portador, enterarme de algunos particulares y dar cuenta al
gobierno de S. M. que no me había facultado para otra clase
de conferencias o estipulaciones.
El general Gándara, que comenta peyorativamente este informe, dice sin rodeo ni reticencias que el brigadier se dejó sorprender,
que fue asediado y «le hicieron respirar aquella atmósfera ficticia»,
que «lo abrumaron con sus exclamaciones y encarecimientos [...]
que Rubalcava tomó la expresión de los sentimientos que manifestaban los amigos del dictador por voto del país y por opinión de la
mayoría de los ciudadanos» y hasta reputó de exagerado el referido
informe no obstante haber tenido el respaldo de la autoridad nada
menos que don Francisco Serrano y Domínguez, gobernador capitán general de la isla de Cuba, figura con la de don Leopoldo
O’Donnell de más relieve del partido Unión Liberal, quien de su
parte vino a mediar con discreción, tacto y prudencia en las negociaciones en pro de la Anexión, no sin expresar su leal parecer en
cuanto a los beneficios y las desventajas que reportaba a España el
protectorado o la Anexión.
Veremos más adelante cómo se producen las ideas de Serrano
en sus relaciones con la persona y el pensamiento de don Pedro
Ricart y Torres cuando este lo visitó en La Habana para impulsar
las negociaciones del protectorado.
Pero antes hemos de comentar la memoria que rindió al referido capitán general de Cuba, el jefe de su Estado mayor brigadier
Anexión-Restauración
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D. Antonio Peláez de Campomanes acerca de la gestión que le
encomendó en la República Dominicana.
La nota que el capitán general de la Isla de Cuba pasó el día 11
de noviembre de 1860 al ministro de Estado, es una sistematización
juiciosamente comentada del ideario de los informes que en relación con nuestro país y las propuestas anexionistas rindieron a su
gobierno los brigadieres Rubalcava y Peláez, y el señor ministro de
Relaciones Exteriores y de Hacienda, don Pedro Ricart y Torres.
Lo primero que ocupa la atención del capitán general gobernador de Cuba, en esta nota, es la gravedad que, a su juicio, reviste la
proposición del protectorado o de la Anexión que por su conducto
hizo al gobierno de S. M. la Reina el de la República Dominicana.
Se empeñó en hacer recordar al señor ministro de Estado
lo que él le había comunicado en cuanto a nuestros problemas,
a nuestras simpatías por España, sin perder de vista el «singular
interés con que el gobierno de S. M. ha mirado todo lo que se
refería a la República Dominicana», que «pruebas de este interés
son los auxilios que ha enviado al gobierno de la República y los
que se propone seguir proporcionando con el designio de ayudarla
a consolidar una nacionalidad por tan contrarios elementos combatida»; que no debe ocultarse al ilustre gobierno de la Reina «el
peligro» que sería para sus dos ricas colonias de las Antillas que
nuestra isla fuese ocupada por el enemigo de la raza y del poder del
gobierno, y se pregunta «¿qué ejemplo para Cuba y Puerto Rico,
el espectáculo de una nacionalidad negra, establecida entre las dos
islas y subyugadora de la raza blanca? Que si los norteamericanos
se apoderan de nuestra isla quedarán expuestos a una vigilancia
constante y obligados a estar siempre prestos a la defensa y que
esa sesión determinaría una «competencia peligrosa para nuestra
industria y comercio».
Estas y otras consideraciones para llegar a la siguiente conclusión: «Santo Domingo yankee o haitiano es un dilema terrible,
cualquiera de sus estremos no puede ser más funesto».
Hace notar que el 12 de julio le manifestó al general Alfau
que su pensamiento ha sido y será siempre que se ayude a Santo
Domingo, «pero de una manera indirecta y aplazar para tiempos
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César A. Herrera
mejores la realización de una unión que reclama el mutuo interés
de los países [...]. Pero hay dificultades que se mueven por sí mismas, sin que haya fuerza humana que pueda evitarlo [...],» que «De
tal naturaleza es el que nos suscita el gobierno de Santo Domingo
al proponer al de S. M. la incorporación de la República en la monarquía Española o el protectorado, que le evite los peligros que la
amenaza».
Dice haberle significado al ministro Ricart en la primera
conferencia en La Habana, en que se habló de la incorporación,
que aunque le eran gratos los sentimientos del españolismo de
los dominicanos, «carecía de instrucciones de S. M. para un caso
de tal naturaleza y que lo sometería a quien tenía facultades para
resolverlo», y, encareció al Sr. Ricart, quien, de otra parte, había
ido además con el propósito de contratar un empréstito, la mayor
discreción en tan delicado asunto y que se valiese de su influjo para
«evitar cualquier manifestación inoportuna que es muy de temer,
atendido el impaciente deseo de aquellas gentes de izar la bandera
española según general testimonio», pero le manifestó al ministro Ricart que innegablemente a España le convenía «la posesión
de Santo Domingo para el aumento de su poder marítimo» y como
«condición indispensable de su prosperidad y engrandecimiento
futuro». De otra parte, consideró; como muy apreciables los datos
sobre la situación y riqueza de nuestro país suministrados por el
señor brigadier Peláez». Hace resaltar el españolismo de blancos y
negros de quien le habló Rubalcava, que ahora le confirma Peláez.
En Santo Domingo dijo Peláez en su memoria: «[...] la visita de un
buque, de una bandera, de un uniforme español es siempre pretexto para proclamar a España».
En esta nota insistió Serrano en creer en la posibilidad de una
guerra con los EE. UU. de América, «en caso de que ocupemos a
Santo Domingo», «que a ella debe apercibirse el gobierno de S.
M. si se decide a llevar a cabo la empresa», y agregó a continuación: «hay un grave peligro en desaprovechar la ocasión que se nos
ofrece [...]. Por lo demás, Excmo. señor, tarde o temprano, hemos
de correr a los azares de esta guerra por la misma fuerza de las cosas [...]. Esta guerra será inevitable desde el momento que España
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intente tomar en este continente, la poderosa iniciativa a que sin
duda está llamada […]» Y hace la rotunda declaración siguiente:
No vacilo sin embargo en manifestar a V. E. que creo llegada
la hora de correr el riesgo de una empresa de la cual depende
que nuestra España llegue a ser un poder en América [...].
La cuestión dominicana es, Exmo. señor, la más vital que
tiene la España en estas regiones: ante ella todas las otras
desaparecen [...]. La ha traído la marcha misma de los acontecimientos y la nueva posición que España ocupa desde la
gloriosa campaña de África.
El ministro secretario de Estado en los Despachos de Hacienda, Comercio y Relaciones Exteriores de la República Dominicana,
señor don Pedro Ricart Torres, puso en conocimiento al señor gobernador y capitán general de la isla de Cuba, señor don Francisco Serrano, que el señor presidente de la República «[…] tenía la
convicción que las condiciones en que se encuentra el país» no es
posible evitar que marche de día en día hacia la ruina y vaya a caer
presa de una raza que ni hable nuestra lengua, ni profese religión
alguna ni tolera en fin sobre suelo dominicano la existencia de lo
que llevara este nombre, que desea asegurar la felicidad de la Patria, poniéndola a la sombra protectora de otra nación, cuyos usos,
costumbres, lenguaje y religión son los nuestros y cree conveniente
para el logro de este deseo proponer las bases en que semejante
unión podría realizarse». Y agregó el señor Ricart:
[...] que si se hiciese por Anexión, S. E. el presidente pediría 1°. Que se conserve la libertad individual sin que jamás
pueda establecerse la esclavitud en el territorio dominicano;
2°. Que la República Dominicana sea considerada como una
provincia de España y disfrute como tal de los mismos derechos; 3°. Que se utilicen los servicios del mayor número
posible de aquellos hombres que los han prestado a la Patria desde 1844, especialmente en el ejército y que puedan
prestarlo en lo sucesivo a S. M.; 4°. Que como una de las
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César A. Herrera
primeras medidas mande S. M. amortizar el papel actualmente circulante en la República; 5°. Que reconozca como
válidos los actos de los gobiernos que se han sucedido en la
República Dominicana desde su nacimiento en 1844.
Que si la política de España prefiriese el Protectorado el
presidente pediría 1°. Que S. M. garantizase el territorio de
la República, cuyos límites son los que fija la constitución
del Estado, esto es, los reconocidos por el tratado definitivo
entre España y Francia, en Aranjuez el 3 de junio de 1777.
2°. Que así mismo garantice S. M. C. la independencia y
soberanía de la nación dominicana y le facilite armamentos,
pertrechos, buques de guerra y tropas si las necesitase en
el caso que la República sea amenazada por una invasión
haitiana u otra, como igualmente interponer sus buenos
oficios, autoridad e influencia en cualesquiera dificultad
que pueda ocurrir entre el gobierno Dominicano y los de
otras potencias. 3°. Que S. M consienta que vengan de la
Península, Cuba o Puerto Rico, sargentos y oficiales del
Ejército como hasta ahora para la formación e instrucción
del dominicano. 4°. Que S. M. consienta que se establezca una corriente de inmigración de las Islas Canarias o de
otros puntos de la Península costeada por ella misma, reconociendo la República una deuda nacional por la suma a
que ascienda esta operación».
Por nuestra parte nos obligamos a 1°. Que la República no
celebrará tratados de alianza ni convenios especiales de guerra ofensiva sino de acuerdo con España. 2°. Que no celebrará tratados con ninguna otra nación contrarios a la política y
a los intereses de España. 3°. Que del mismo modo no arrendará puertos ni bahías ni hará concesiones temporales de
ellos, ni de terreno, bosques, minas y vías fluviales a ningún
otro gobierno. 4°. Que los oficiales y sargentos instructores
a su llegada a la República, si tal fuese el beneplácito de S.
M. C., se les dará el grado de ascenso inmediato. 5°. Que
los puertos y bosques de la República se franquearán para el
servicio de la Marina española.
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Esas son las bases sometidas por mediación del capitán general
Serrano a la Corte por el presidente Santana, pero el señor ministro
Ricart ha significado a continuación de estas bases «que el deseo
preferente de S. E. el presidente, de su gobierno y de la mayoría de
la nación dominicana, sería que el gobierno de S. M. C. admitiese
la Anexión como medio más útil y provechoso para ambos países».
CAPÍTULO II
SUMARIO
Despacho del 8 de diciembre de 1860, de O’Donnell al general
Serrano. Datos importantes de la Colección Herrera acerca de un
documento incompleto recogido por el general Gándara. Misión
del general Lavastida al Cibao. Texto de las instrucciones que llevó.
Los pronunciamientos de la Anexión. Carta de Serrano a Santana
sobre la propuesta de Anexión. La proclamación. Alocución de
Santana. Crónica de los actos de la Gaceta Oficial.
El despacho del día 8 de diciembre de 1860 que en relación
con la propuesta del protectorado o Anexión dirigió el presidente
del Consejo de Ministros, Sr. don Leopoldo O’Donnell al capitán
general y gobernador de la isla de Cuba Sr. don Francisco Serrano
y Domínguez y el oficio del Sr. don Pedro Ricart y Torres del 4 de
marzo de 1861, son documentos claves en cuanto a que en ellos
encontramos las razones que permiten explicarnos las causas de la
extremada prisa como se produjo la Anexión y los procedimientos
que se emplearon para cohonestar los designios de sus fautores y
sacar libre de responsabilidades al Gobierno español e inmaculado
el nombre venerable de S. M. Da. Isabel II de España ajena de los
intríngulis y maniobras que se pusieron en práctica para lograrla
con tan sorpresiva precipitación, no obstante el parecer del ministro
de Estado Español de que no eran propicias las circunstancias del
momento para que la Nación española echara sobre sus hombros
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César A. Herrera
«la responsabilidad de aceptar la incorporación a sus dominios del
territorio que hoy constituye la República Dominicana»; que «la
incorporación inmediata no sería hoy ni prudente ni acertada; y
entre otras consideraciones, opinó que si se llevase a cabo sin complicaciones internas, todavía habría que tener presente la influencia
que ejercería en las demás «Repúblicas hispanoamericanas y en la
misma isla de Santo Domingo»; que a pesar de que «el general
Santana y sus consejeros opinan que el país entero es favorable a la
reunión a España, el gobierno de S. M. no se hallaba plenamente
convencido de que al realizarse no surgirán dificultades internas
que coloquen a España en una situación sumamente embarazosa
[...] que si el partido opuesto a Santana levantase la voz contra la
medida que se propone, si no hubiese completa unanimidad no
solo se defraudarían las esperanzas del gobierno sino que se aplazaría indefinidamente la consecución del objeto apetecido [...] que de
acuerdo con el parecer del Consejo de Ministros V. E. manifieste
al gobierno de Santo Domingo la satisfacción con que mira sus deseos de volver a formar parte de la Monarquía»; pero, «que conviene
aplazarla, sin embargo, en interés de tan noble empresa por el término, al
menos de un año», y «que ha de hacer presente al Gobierno Dominicano en nombre de S. M. que el día que V. E. se convenza de que
la incorporación es una necesidad perentoria, que no admite dilación, es
condición indispensable para llevarla a cabo, que el acto debe ser y parecer
completamente espontáneo para dejar a salvo la responsabilidad moral de
España».
Además de las buenas disposiciones de prestar a Santana y a
los gobiernos la ayuda que fuese necesaria, se autorizó al capitán
general de Cuba la contratación del empréstito gestionado por el
señor Ricart. Pero el señor presidente de Consejo de Ministros le
dijo que «[...] si los haitianos intentaban atacar de nuevo, debía
darle al gobierno los auxilios de armas y pertrechos que necesite,
ayudándolo llegado el caso, con subsidio de medio millón de reales
e igual auxilio si una o más partidas de filibusteros de Norteamérica intentase apoderarse de cualquier punto de su territorio, que si las
atenciones que tiene que cubrir la marina lo permitiesen dispusiera
un servicio de uno o más buques para la vigilancia de varios de los
Anexión-Restauración
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puertos de la isla y proteger los puntos, personas y propiedades de
los súbditos de S. M.; que si fuese imposible aplazar la incorporación y
la no aceptación de la oferta del general Santana diese lugar a que los EE.
UU. les ofreciesen su apoyo y se apoderasen de algún punto importante de
la Isla, como por ejemplo la bahía de Samaná, deberá V. E. para evitarlo,
usar de todos los medios que tiene a disposición». Y agregó el presidente
del Consejo de Ministros: «La España no puede consentir jamás
que los norteamericanos se apoderen de ninguna parte del territorio de
Santo Domingo».
El capitán general gobernador de Cuba no solo utilizó al señor
Ricart para informar a Santana de los términos del documento de
O’Donnell, sino que se lo comunicó mediante despacho privado y
en términos muy afectuosos, y así quedó enterado por dos vías, de
que el gobierno de S. M. estaba inclinado a aceptar más que el protectorado, la Anexión misma, pero según las condiciones señaladas
en el oficio de O’Donnell a Serrano, cuyas cláusulas más importantes
hemos expuesto y comentado ya; pero nos permitimos la libertad
de subrayar en la copia del documento de la Colección Herrera, las
dos cláusulas que el historiador Gándara echó menos en la publicación oficial del despacho que él ha trasladado a su historia con las
siguientes observaciones: «[...] al publicar el despacho que acabamos
de transcribir y comentar, se suprimieron dos cláusulas importantes
cuyos términos exactos sentimos que no nos sea posible copiar aquí.
Por la primera de ellas, imperativa y categórica, mandaba al general
O’Donnell “aplazar la Anexión lo menos por un año, para que nuestro gobierno tuviese tiempo de apercibirse y esperar prevenido las
eventualidades internacionales que pudiera acarrear el suceso”. En
la segunda “se prevee la contingencia de que quisiera adelantársenos
una nación poderosa en el continente americano”».
Ambas cláusulas, como ya hemos dicho, se encuentran en la
pieza de la Colección Herrera. «La nación poderosa» a que se refiere
son los EE. UU. de América y «la contingencia que pudiera adelantarse al tratado de Anexión» era la posible gestión de protectorado o la posesión de alguna parte del territorio dominicano por los
norteamericanos. En aquella época esas cláusulas fueron rigurosos
secretos de Estado.
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César A. Herrera
Esa contingencia casi bastaba para precipitar la Anexión, y
ocurrió no obstante el plazo fijado por O’Donnell y sin mucha demora a consecuencia de la alarma que produjo en los altos círculos
de la política un incidente que podía «influir siniestramente» en la
marcha de los asuntos, según expresión textual del ministro Ricart
en su carta al capitán general Serrano. En esta carta se alude a la
llegada a Santo Domingo de un personaje «M. P» [...] acompañado
del «general C.» [...] y del «Coronel F.» que vinieron con la misión de contratar un empréstito de $500,000 a interés módico y a
largo plazo; establecer una corriente de inmigración para poblar la
bahía de Samaná; obtener privilegios para la navegación en los ríos
Yuna y Yaque, establecer un astillero, explotar todas las minas de la
República [...] y por si fuera poco, uno de los emisarios le expresó
al ministro Ricart «que hoy más que nunca [...] estaba dispuesto su
país a emprender negociaciones con Santo Domingo, cuya suerte
podía ser la más próspera si accedíamos a sus deseos».
Ese país y esos nombres silenciados en la carta de Ricart, aparecen con toda la sugestión de su amplio significado histórico en la
copia de uno de los documentos de la Colección Herrera, en el anexo.
Ese país era los EE. UU. de América; esos misteriosos personajes son un tal Mister Patterson, el general William L. Cazneau,
fundador de la Américan West India Company, el de la misión secreta
de 1853, muy conocido de Santana, pionero del tratado domínicoamericano que promovió la protesta de Lord Clarendon, ministro de S. M. la Reina Victoria; y Joseph W. Fabens, tesorero de la
misma compañía y asociado a los Spafford en el Affaire Hartmont,
más tarde complicados ambos en las turbias negociaciones para la
Anexión a los Estados Unidos, cuyo proyecto rechazó el Senado
americano en época del general Grant.
Este fue el primer incidente propicio a la Anexión según las
condiciones de O’Donnell, el segundo lo constituyeron, entre
otros episodios bélicos de poca importancia, la Revolución Regenadora comandada por Francisco del Rosario Sánchez, José María
Cabral y Fernando Tabera.
Este movimiento que venía a contrarrestar las negociaciones
en pro de la Anexión, aunque socorrida por Geffrard y algunos
Anexión-Restauración
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miembros de su gabinete, no era una invasión haitiana ni mucho
menos, no obstante encontrarse en la fila de los dominicanos el
general Carrier y otros milicianos de la vecina república.
Refiriéndose don Pedro Ricart y Torres, en su carta al capitán
general Serrano, a ese movimiento dice textualmente:
El segundo de que cumple a mis deseos informar a V. E. es la
actitud tomada por nuestros enemigos los haitianos en estos
últimos días. Comprendiendo sin duda que la senda política
por donde ha entrado el gobierno dominicano, conduce a
este país a un punto de seguridad, donde no podrán conservar esperanza siquiera de inquietarnos; están preparándose
de una manera formidable, según las noticias fidedignas que
hemos tenido, tanto de nuestros agentes en Saint Thomas y
Curazao, cuanto de nuestros espías en la frontera.
Pretenden por lo visto impedir con un golpe decisivo la consecuencia de los planes que se trata de llevar a efecto, y que
sin duda han podido traslucir. Cuanto hay de cierto es que
sus esfuerzos son supremos, y que cuentan hoy con elementos de que antes habían carecido.
Por estas razones estoy enteramente persuadido de que es
de suma importancia que el gobierno de S. M. acorte el plazo
fijado para la realización de nuestros deseos; de lo contrario el
país, sin abrigo en los embates de diferente género a que está
expuesto tal vez no pudiera resistirlo, por el tiempo señalado
como plazo para su incorporación a la monarquía española.
Estos dos incidentes fueron utilizados sagazmente para satisfacer las dos cláusulas fundamentales del despacho de O’Donnell,
como se ha visto; anular el plazo de la Anexión y obtener la rápida
aprobación de esta en la Corte en vista de los designios velados
de la misión Patterson, Cazneau y Fabens y la presunta invasión
haitiana tan cacareada, y con esa calificación para descartar el
patriotismo de Sánchez y exaltar amañadamente el nacionalismo
dominicano contra los patriotas que transpusieron la frontera del
Sur para enarbolar la enseña nacional al grito de ¡Viva la República!
César A. Herrera
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Ahora se propone el presidente-dictador circunstanciar la otra
radical estipulación del referido documentos de O’Donnell; esto es,
que el acto de la Anexión debe « [...] ser y parecer completamente
espontáneo, porque la unanimidad de miras debe ser el principal
fundamento de la actitud de España».
Para dejar satisfecha esa condición ordenó a su ministro de
Guerra y Marina, señor don Miguel Lavastida, el día 2 de marzo,
mediante el siguiente despacho:
Señor ministro:
Debiendo diputar una persona que merezca mi entera confianza para que pase a las provincias del Cibao a imponer a
las autoridades y personas notables de aquellos lugares del
resultado de las negociaciones se acaban de celebrar con el
gobierno de S. M. C., conforme con los deseos que constantemente han manifestado los dominicanos, he resuelto comisionar a V. S. para que pase a desempañar esta importante
misión. Sin embargo de que V. S. está plenamente instruido
de todo cuanto se ha practicado sobre el particular, debo no
obstante señalarle con toda precisión los puntos a que debe
referirse en el desempeño de este encargo. Diga V. S. con
franqueza a todos esos patriotas lo que el gobierno ha hecho
y lo que definitivamente se ha convenido: 1º. Que en vista
de las grandes dificultades que se han tocado siempre, y que
hoy más que nunca se oponen para la consolidación del país,
contándose ya diez y siete años de lucha, durante los cuales
se han agitado revoluciones internas, cuyas dolorosas consecuencias se hacen sensibles cada día, el gobierno se ha visto
en el caso de ocurrir al de S. M. Católica solicitando una
protección eficaz que asegure los derechos y garantías del
pueblo dominicano.
2º. Que al dirigirse este gobierno al de S. M. C. impetrando
esta protección, se han tenido presentes las circunstancias de
nuestro origen, de nuestro idioma, de nuestros usos y costumbres y de nuestra religión y tradiciones.
Anexión-Restauración
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3º. Que las señaladas simpatías que naturalmente en todos
tiempos ha tenido el pueblo dominicano por todo cuanto
depende de la España, y las que esta nación ha manifestado
constantemente de que ambas partes se entendiesen y llevasen a cabo una convención que íntimamente las estrechase.
4º. Que atendiendo a todas estas razones, y con la seguridad
de que los haitianos no desisten nunca de sus ideas de conquista y exterminio, a pesar de los esfuerzos hechos por las
potencias mediadoras, el gobierno estableció sus proposiciones al Gabinete de Madrid, basadas de este modo: Protección
directa y eficaz a la República Dominicana, o Anexión de la
antigua parte española de la isla de Santo Domingo como
una provincia libre.
5º. Que el gobierno de S. M. C., después de haber estudiado,
meditado y aun consultado las conveniencias de estas proposiciones, ha resuelto decidirse por la Anexión, en vista de las
dificultades que de ordinario ofrece un protectorado que no
podría llevar el sello de la perpetuidad.
6º. Que resuelta y decidida como está la Anexión, por el
acuerdo de ambos gobiernos, no resta ya otra cosa que hacer
la solemne declaratoria.
7º. Que para que esta pueda llevarse a cabo con todo el orden
posible, y que la expresión del pueblo dominicano sea libre,
se tienen ya dadas las órdenes correspondientes para que
vengan las fuerzas de mar y tierra a proteger la espontánea
manifestación de los pueblos.
8º. Y último. Que las bases de la Anexión son las mismas que
constan de la copia que por separado lleva V. S. para que las
eleve al conocimiento de las autoridades y de las personas
influyentes de aquellas provincias.
Estas instrucciones, que deberá V. S. hacerlas entender a
los pueblos del Cibao, para que sepan cuanto se ha podido
practicar en favor del pueblo dominicano, revelan las buenas disposiciones que el gobierno de S. M. C. tiene por lo
hijos de Santo Domingo. Ni México con sus siete millones
de habitantes y su opulencia; ni Cuba, esa rica y codiciada
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César A. Herrera
isla, han logrado elevarse al rango en que se coloca hoy
Santo Domingo. Yo me regocijo, me enorgullezco al ver
coronada la obra de mis desvelos, de ver asegurada la libertad, los derechos y las garantías de mis compatriotas.
Diga V. S. a los hijos del Cibao que les mando un abrazo
y que los felicito por esa aurora de paz y de felicidad con
que se asoma nuestro porvenir, asegurándoles que pueden
siempre contar con el paternal afecto del caudillo de sus
libertades.
El señor ministro de Guerra y Marina cumplió a cabalidad y
satisfacción del presidente Santana el cometido que lo llevó a las
diversas provincias del Cibao y, por su parte, este transmitió las
instrucciones que debían seguirse rigurosamente para los pronunciamientos en pro de la Anexión a las diversas autoridades provinciales, que lo hicieron, unos, festinadamente y otros después
del 18 de marzo, como el de Hato Mayor, aquel día 15, al cual
sucedieron los de Baní, Bayaguana y Monte Plata que tuvieron
efecto el día 17. Así es que la formal y solemne reincorporación
de la República Dominicana en los dominios de S. M. C. doña
Isabel II de España, estaba hecha no sin que se produjeran algunas
protestas y resistencias contra las órdenes casi imperativas e ineludibles; pero se hizo por mor de disciplina, o por instinto de
conservación, o por no perder con el destino el pan de la prole y
el sustento del hogar; aunque repudiada por algunos, por pudor
y patriotismo como fueron los casos del coronel Tomás Bobadilla
que se resistió a cumplir las instrucciones, el de Rafael Abreu, en
Higüey y el de San Francisco de Macorís, ya aquí no fue un mero
repudio, sino un movimiento popular en que un insurrecto en un
arrebatado de férvido patriotismo arrancó la driza de las manos
del general Ariza, aterró la bandera española y enhestó la enseña
de la cruz.
Este episodio memorable del patriotismo dominicano fue el
primer acto de protesta colectiva armada contra la proterva obra
de la Anexión y en que se produjo el primer holocausto preparatorio de cuantos se ofrendaron por la causa de la redención de la
Anexión-Restauración
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República en ocasión de las rebeliones y de los movimientos que en
épocas y lugares diversos tuvieron efecto desde esa fecha.
Dejamos a nuestro insigne historiador don José Gabriel García
el testimonio del orden y de las autoridades que en sus respectivas
localidades hicieron el pronunciamiento de la Anexión:
Valentín Mejía acompañado del coronel Manuel Santana,
el de Hato Mayor, el día 12; Manuel de Regla Mota, el de
Baní, el día 17; Pedro Nolasco Brea, el de Bayaguana; el de
Monte Plata, coronel Antonio Lluberes, el día 18; el de San
Cristóbal, el general Modesto Díaz; el de San José de los
Llanos, el general Bernabé Sandoval; el de Azua, el general
Francisco Sosa; el de El Seibo, el general Eugenio Miches y
el de Los Cevicos, el coronel Pedro E. de Soto; el 19 hizo el
de San Antonio de Guerra el general Domingo Lasala; el de
Barahona, el coronel Angel Félix, en sustitución de Tomás
Bobadilla hijo que fue separado del cargo por negarse; el de
Higüey, por Deogracia Linares; el día 20 en Samaná el general Pascual Ferrer; en San Pedro de Macorís, el coronel
Florencio Soler; en San José de Ocoa, el general Juan Cherí
Victoria; Lorenzo de Serra, en Neiba; y el general Puello
en San Juan y Sabana Mula; en Yamasá, Eusebio Manzueta;
el coronel Cosme de la Cruz, en Sabana de la Mar; el general Puello, Las Matas de Farfán y El Cercado; el día 23
en La Vega, el general Juan Álvarez Cartagena; en Moca, el
general Bernardo Reyes y en San Francisco de Macorís el
general Juan Esteban Ariza; el día 24 de Jarabacoa, el general José Durán; el de Bonao, el coronel Manuel Álvarez, el
de Altamira y el general Santiago Pichardo, el de Santiago
de los Caballeros; el 25 hizo el pronunciamiento de Monte
Cristi el general Pedro Ezequiel Guerrero, el general Antonio Batista en Sabaneta y el general Fernando Valerio, en
Guayubín; el 26, el de Puerto Plata, el general Gregorio
de Lora, que fue la última población donde se enhestó la
enseña de Castilla.
60
César A. Herrera
Y agrega el Herodoto dominicano, el padre de nuestra historia,
don José Gabriel García:
Como se ve, bastaron catorce días de propaganda sorda y
ocho de pronunciamientos simulados para que la República
Dominicana se viera transformada en colonia española, lo
que equivalía a levantar sobre cimientos de arena un edificio
de cal y canto, extravagancia que había sido digna de menosprecio, si no hubiera causado el derramamiento en no lejano
porvenir de muchas lágrimas amargas y de copiosos torrentes de sangre que han caído como anatema terrible sobre la
cabeza de los obcecados promovedores.
Consideramos procedente, antes de seguir, dar prioridad al
examen del despacho que el capitán general Serrano remitió al ministro de Estado Español el día 14 de febrero de 1861.
En este despacho no solo dio cuenta el capitán general de la
petición urgente que hizo Santana, sino que de la manera discreta
opinó favorablemente respecto de lo que, a su juicio, puede ser
concedido sin comprometer el buen nombre de España, por la festinación o imprudencia en la empresa en que está empeñado más
que España el propio general Santana cuya inquietud y desesperación se traslucen en los términos del despacho mencionado.
El señor capitán general y gobernador de Cuba dijo en este
documento que el general Santana le ha hecho saber que su administración está seriamente amenazada por «combinados manejos
entre haitianos, baecistas y filibusteros», noticia esta que le fue
confirmada por el señor López Molinuevo, cónsul interino de España en Santo Domingo; que para capear la mala situación quería la ayuda eficaz que a nombre del gobierno solicitó Ricart; un
empréstito de $240,000, ministrado por anualidades de a $20,000
con la garantía de la cuarta parte de las rentas aduaneras, estimadas en unos $500,000 anuales, pero con la entrega inmediata de
$25,000 para conjurar la situación grave que estaba confrontando
el gobierno; que no solo el general Santana pide que se acorte el
plazo fijado por el gobierno de S. M. para la definitiva resolución
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de la cuestión pendiente sino que propone se le autorice el reclutamiento de «uno o más batallones de voluntarios pagados
con cargo a la deuda contraída»; que después de oír el voto de
los señores comandante general de Marina y del intendente de
Hacienda determinose a facilitar al gobierno dominicano la dicha suma de $25,000 perentoriamente solicitada como avance del
empréstito, que lo hizo «teniendo presente las facultades que le
otorga la R. O del 8 de diciembre» y por «razones de muy graves
consideraciones»; que no quiere incurrir en la responsabilidad de
que se frustren las ulteriores miras del gobierno de S. M. sobre
Santo Domingo, si el gobierno se viere imposibilitado por no tener estos auxilios de «hacer frente a las dificultades que le rodean
y expuesto a sucumbir ante los haitianos, que no solo se proponen
atacar la frontera, sino que intentan atizar la rebelión en el interior del país».
Es de opinión que en el general Santana y sus consejeros y «la
celosa intervención del Sr. cónsul Mariano Álvarez» puede encontrar el gobierno de S. M. una garantía de que la inversión de la
suma que anticipe ha de corresponder a un objeto nacional, y en
cuanto al asunto que concierne a la organización de un batallón
de voluntarios no le cree dificultoso pero es de su parecer y considera que está obligado a señalar que eso tiene los inconvenientes
que lleva consigo, «por no poder hacerse en secreto y produciría
dificultades y conflictos», sin estar todavía resuelta la cuestión; se
declaró opuesto al acortamiento del plazo señalado para el pronunciamiento de la Anexión y muy «reacio a inclinar el ánimo del
gobierno de S. M. la Reina» en ese sentido…
Hay otros pormenores en este despacho de cierta importancia, pero como los datos a que nos acabamos de referir revelan
ya el estado de madurez a que había llegado la idea anexionista
antes de que Santana procediera tan festinadamente a que se
hicieran los preparativos para los pronunciamientos. Todavía el
21 de febrero le recomendaba a Santana la mayor discreción y
lo alentaba enfáticamente en su propuesta, he aquí la carta de
Serrano a Santana:
César A. Herrera
62
Muy señor mío:
Acogidos por el gobierno de S. M. la Reina, como V. E. sabe,
los votos y deseos del noble y generoso pueblo dominicano y
mientras llega el momento deseado que por mi parte procuraré acelerar dando cuenta a S. M. de las ventajas mutuas que
encierra la realización de tan grandioso pensamiento debido
en gran parte a la poderosa iniciativa de V. E. desearía conocer para estudiarlo y proponerlo oportunamente, los medios
que crea V. E. necesarios para la ejecución, tanto en el número de tropas de todas clases, como de material y pertrechos
de todo género, buques, distribución de las fuerzas, punto de
desembarco y de concentración, recursos de todo género y
cuanto pueda convenir y deba prevenirse.
Al mismo tiempo reitero a V. E. la necesidad de emplear la
mayor circunspección y reserva hasta la resolución de la Reina, tratando de desvanecer la alarma que cunde y las exactas
noticias que, bien ya por alguna indiscreción y por las sospechas que estos pasos difíciles hayan podido hacer nacer. Fdo.
Serrano. Habana, 21 de febrero de 1861.
Estimulado, sin duda, por los alientos que recibía de los áulicos,
por el miedo a la conjuración de los dominicanos del ostracismo,
y al espíritu revolucionario que antes de los pronunciamientos ya se
había manifestado en el país, o sea por que contase ya con los recursos requeridos, se precipitaron los acontecimientos y se proclamó
la Anexión antes de que la farsa del plebiscito se hubiese representado en todos los escenarios de la República.
En ocasión de este inesperado acontecimiento escribió a Serrano el general don Antonio Abad Alfau el mismo día 18 lo siguiente:
Exmo. señor don Francisco Serrano.
Muy estimado señor y amigo:
Por fin tuvo lugar el fausto acontecimiento que había anunciado a V. E. a pesar de los esfuerzos que ha hecho el gobierno
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para contenerlo por el espacio de tiempo que deseaba el gabinete de Madrid. El pabellón español ondea ya sobre nuestras
fortalezas. De todas partes, claman por la realización y por
fin empiezan los pueblos del Maniel y otros a pronunciarse y
hubimos de hacerlo aquí.
Nuestra obra está terminada, ahora empieza la de V. E. y
sería de desear que la principiara cuanto antes. Yo felicito a V.
E. por la parte que ha tenido en tan deseado acontecimiento
y felicito también al pueblo dominicano por la era venturosa
que le espera.
Acepte V. E. los sentimientos de la más alta consideración
con que tengo el honor de ser de V. E. atento y seguro servidor, Q. B. L. M. de V. E. Firmado Antonio Abad Alfau, 18
de marzo de 1861.
Por las informaciones particulares y la crónica de la Gaceta de
Santo Domingo, el acto de la proclamación fue muy lucido. Ya a
las siete de la mañana el pueblo estaba en la calle movido por el
acontecimiento que se había anunciado el día anterior mediante la
difusión de hojas sueltas.
Según los partes de Rubalcava, y del vicecónsul Molinero al
capitán general Serrano, así como por las crónicas de aquel día,
el acta de la proclamación revistió gran solemnidad y esplendor
con la asistencia de los altos dignatarios del gobierno civil y eclesiástico, jerarcas del Ejército y la Marina, del cuerpo consular, de
connotadas personalidades del mundo social y del público que
desde muy temprano se había reunido en la Plaza de Armas, hoy
Parque Colón.
Como no estamos dotados de los recursos adecuados para presentar con fidelidad el colorido y fausto de aquel acontecimiento,
nos vamos a permitir pasar a estas páginas el relato completo que
hizo la Gaceta de Santo Domingo acerca de lo suntuoso de los actos
que tuvieron lugar en aquel día de la proclamación de nuestra incorporación a los dominios de S. M. C. doña Isabel II, de Castilla.
La crónica nos relata:
64
César A. Herrera
Desde el amanecer circulaba por todas las calles de la capital
un numeroso gentío, que revelaba la proximidad de un gran
acontecimiento; ya a las siete veíase la Plaza de Armas invadida, por decirlo así, de toda clase de personas, y poco después
empezaron a llegar las tropas que guarnecen esta población,
todas sin armas y acompañadas de sus respectivos jefes oficiales. El valiente general Pérez, comandante de armas de la
capital, vino seguido de su Estado Mayor a contemplar aquel
cuadro interesante; pero aún faltaba la presencia del ilustre
caudillo de los dominicanos y de sus leales y entendidos consejeros, a quienes se aguardaba con ansiedad, como que en la
impaciencia que todos sentían en aquel momento deseaban
precipitar la realización de sus dulces esperanzas.
Apareció por fin S. E. con el brillante séquito de sus ministros,
senadores, generales, la lucida oficialidad, las corporaciones
todas y demás personas de distinción que debían asistir al
acto, y poco después se presentó S. E. en el balcón principal del Palacio de Justicia, desde el cual, y en virtud de la
franca y espontánea votación de los pueblos y de las infinitas
representaciones que se le habían enviado pronunciándose
decididamente por la incorporación de esta parte de la isla
en la monarquía española, dirigió en alta e inteligible voz a
sus conciudadanos la sentida alocución que en este mismo
número verán nuestros lectores.
Alocución de Santana desde el balcón del Palacio
de Justicia
¡Dominicanos! No hace muchos años que os recordó mi
voz, siempre leal y siempre consecuente, y al presentaros
la reforma de nuestra Constitución política, nuestras glorias
nacionales, heredadas de la madre y noble estirpe a que debemos
nuestro origen.
Al hacer entonces tan viva manifestación de mis sentimientos creí interpretar fielmente los nuestros, y no me engañé,
Anexión-Restauración
65
estaba marcada para siempre mi conducta, mas la vuestra ha
sobrepujado a mis esperanzas.
Religión, idioma, creencias y costumbres todo aún conservamos con pureza, no sin que haya faltado quien tratara de
arrancarnos dones tan preciados; y la nación que tanto nos
legara es la misma que hoy nos abre sus brazos cual amorosa
madre que recobra su hijo perdido en el naufragio en que ve
perecer a sus hermanos.
Numerosas y espontáneas manifestaciones populares han
llegado a mis manos; y si ayer me habeis investido de facultades extraordinarias, hoy vosotros mismos anheláis que sea
verdad lo que vuestra lealtad siempre deseó.
¡Dominicanos! Solo la ambición y el resentimiento de un
hombre nos separó de la madre patria; días después el haitiano dominó nuestro territorio; de él lo arrojó nuestro valor.
¡Los años que desde entonces han pasado muy elocuentes
han sido para todos!
¿Dejaremos perder los elementos con que hoy contamos,
tan caros a nosotros; pero no tan fuertes como para asegurar
nuestro porvenir y el de nuestros hijos?
Antes que tal suceda, antes que veamos cual hoy se ven esas
otras desgraciadas repúblicas, envueltas incesantemente en
guerra civil, sacrificando en ella, valientes generales, hombres de Estado, familias numerosas, fortunas considerables y
multitud de infelices ciudadanos sin hallar modo alguno de
constituirse sólida y fuertemente; antes que llegue semejante día, yo, que velé siempre por vuestra seguridad; yo, que
ayudado por vuestro valor he defendido palmo a palmo la
tierra que pisamos; yo, que conozco lo imperioso de nuestras
necesidades, ved lo que os muestro en la nación española, ved
lo que ella nos concede.
Ella nos da la libertad civil que gozan sus pueblos, nos garantiza la libertad natural, y aleja para siempre la posibilidad de
perderla; ella nos asegura nuestra propiedad reconociendo,
válidos todos los actos de la República; ofrece atender, y premiar el mérito, y tendrá presente los servicios prestados al
66
César A. Herrera
país; ella, en fin, trae la paz a este suelo tan combatido, y con
la paz sus benéficas consecuencias.
Sí, dominicanos: de hoy más descansaréis de la fatiga de la
guerra y os ocuparéis con incesante afán en labrar el porvenir
de nuestros hijos.
La España nos protege, su pabellón nos cubre, sus armas impondrán a los extraños, reconoce nuestras libertades y juntos
las defenderemos, formando un solo pueblo, una sola familia
como siempre fuimos; juntos nos prosternaremos ante los
altares que esa misma nación erigiera; ante esos altares que
hoy hallarán cual los dejó, intactos, incólumes, y coronados
aún con el escudo de sus armas, sus castillos y leones, primer
estandarte que al lado de la cruz clavó Colón en estas desconocidas tierras en nombre de Isabel I, la grande, la noble, la
Católica; nombre augusto que al heredarle la actual Soberana de Castilla, heredó el amor a los pobladores de la isla
Española; enarbolemos el pendón de su monarquía y proclamémosla por nuestra reina y soberana.
¡Viva doña Isabel II!
¡Viva la libertad!
¡Viva la religión!
¡Viva el pueblo dominicano!
¡Viva la nación española!
Cuando terminó la lectura de la alocución, según la reseña de la
Gaceta de Santo Domingo...
... estruendosos vivas resonaron en el espacio, la música militar acompañó las voces de la multitud, una salve de artillería de 101 cañonazos dio la señal de que se enarbolara en
nuestras fortalezas y edificios públicos y al lado de la bandera
dominicana el glorioso pabellón de Castilla ...
Inmediatamente pasaron todos a la Santa Iglesia Catedral,
donde se había dispuesto un solemne tedeum en acción de gracias al Todopoderoso que tantos beneficios nos ha dispensado
en nuestras atribulaciones; mas antes de principiar, el Ilmo.
Anexión-Restauración
67
monseñor Gabriel Moreno del Cristo (obispo de Santo Domingo) bajó las gradas del altar, y puesto de frente al Excmo.
señor D. Pedro Santana, le dirigió el expresivo discurso siguiente:
Excmo. Sr.: En 1492 Cristóbal Colón, iluminado por intuición clarísima y apoyado en el brazo de Isabel la Católica
atravesó el océano y desembarcó en esta isla, que fue desde
entonces, por espacio de tres siglos, uno de los más bellos
florones de la corona de España.
La ciudad de Santo Domingo fue en particular para los Reyes
Católicos el objeto de una predilección señalada. La ilustre
Universidad de Santo Tomás de Aquino, de donde salieron
una multitud de varones que por todas partes brillaron con
vivísimo esplendor, conquistando a su patria el nombre de
Atenas de las Antillas; esta soberbia gótica catedral, a cuya
primacía rendían homenaje las Indias Occidentales, y los
monumentos que aún adornan y enriquecen nuestra capital
dan un alto y elocuente testimonio de esta verdad.
Mas, estaba escrito en los decretos del Altísimo que nosotros,
como en otro tiempo los hijos de Israel, sufriésemos un duro
y largo cautiverio; la vara de hierro de los haitianos desgarró
nuestras espaldas e hirió nuestros derechos. Superfluo y extemporáneo sería describir la lucha que emprendimos para
sacudir un yugo tan ignominioso.
Vos, ilustre general, desenvainásteis vuestra espada en los
campos eternamente gloriosos de Azua y Las Carreras y merecísteis el título de libertador y padre de la patria.
Una gloria, empero más espléndida os estaba reservada:
habeis satisfecho hoy cumplidamente las vehementes aspiraciones de este pueblo; le habeis puesto bajo el amparo poderoso de S. M. C., asegurándole para siempre sus más caros
intereses, su religión, su libertad y su única y bien entendida
nacionalidad española.
Aceptad, pues; en nombre de la Iglesia, una magnífica ovación. He dicho.
César A. Herrera
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Carta de Santana a Serrano con motivo
del pronunciamiento de la Anexión
Santo Domingo, 18 de marzo, 1861.
Excmo. señor:
Tengo el honor y al mismo tiempo la gratísima satisfacción de comunicar a V. E. que desde hoy tremola en nuestros muros y fortalezas el glorioso estandarte de Castilla,
y acompaño a V. E. la carta que con este motivo dirijo a
S. M. la Reina para que llegue a sus manos por el noble
conducto de V. E., así como una copia por la cual podrá
enterarse S. E. de su contenido. Por inesperado que pudiera
parecer tan grave y trascendental suceso, el más importante
de cuantos registra la historia moderna de estos países, no
debe sorprender a V. E., a quien ya antes de ahora y muy
particularmente en mi última comunicación, di alguna idea
del entusiasmo con que los dominicanos se habían espontaneado para unir sus destinos a los de su antigua madre y
patria y de la natural impaciencia con que deseaban realizar
tan equitativas bases y con tanta generosidad e hidalguía se
dignó aceptar a propuesta nuestra, el gobierno de S. M. (q.
D. g).
No era ya posible Excmo. señor, contener esos nobles
arranques del pueblo dominicano, siempre adicto y jamás
hostil, ni siquiera indiferente, a su primitiva nacionalidad,
sin arriesgar ni comprometer el prestigio del gobierno de
la República, su autoridad protectora y los mismos sagrados intereses que con tan peligrosa conducta hubiera querido ponerse a salvo. Las infinitas representaciones de los
pueblos del interior y la franca decisión que manifestaban
a verificar por sí y ante sí los pronunciamientos llegaron
a constituir un gravísimo embarazo para el gobierno que
procuró en vano persuadir a esos habitantes de la conveniencia que había en retardar algo más esa resolución.
Anexión-Restauración
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Forzado ya aquel por las circunstancias se ha visto en la
penosa necesidad de deferir a tan justos deseos, y por
consiguiente ha quedado desde esta fecha Santo Domingo
bajo la ilustrada y fuerte y eficaz protección del gobierno
de S. M. C. reanudado así, por la libre voluntad de sus
hijos, los antiguos vínculos que por más de tres siglos los
ligaron a la noble España.
Al participar a V. E. tan grande acontecimiento, glorioso
para este país y no menos fausto para el gobierno de S. M.
C., siento en dar a V. E. las más expresivas gracias por la
activa y decidida cooperación que se ha dignado prestar al
gobierno de la República, para que cediendo a los deseos y
conformándose con los sentimientos de los dominicanos,
pudiese arreglar con el de S. M. los términos de una negociación tan interesante. A V. E. deben en mucha parte los hijos
de este país el logro de sus nobles aspiraciones y este servicio
importantísimo no solo empeñará nuestra gratitud, sino que
llenará una de las páginas más brillantes de la historia política de V. E.. Mucho sería, Excmo. señor, nuestro contento si
se dignase V. E. venir en persona a tomar posesión de estos
dominios en nombre de S. M.
Los portadores de esta comunicación serán los licenciados
señores don Apolinar de Castro y don Manuel de J. Heredia, a quienes envío directamente a esa capital al objeto
de que llegue cuanto antes a noticia de V. E. la novedad
ocurrida y no se retarden los auxilios que me prometo
de V. E. como representante el más autorizado en estos
dominios de S. M. También he considerado oportuno
y conveniente mandar otra persona a Puerto Rico, para
participar al capitán general de aquella Isla el acontecimiento y no dudo que si las circunstancias de aquel país
permitiesen al Excmo. señor general Echangüe proporcionarnos algunas fuerzas, lo hará muy gustoso tan digno
jefe, propendiendo también por su parte, a que quede bien
junto entre nosotros el estandarte que ya tremola y a que
por un momento siquiera falta a estos nuevos súbditos de
70
César A. Herrera
la magnánima Isabel, el apoyo, amparo y protección eficaz
que de ella esperábamos todos.
Con sentimientos de alta consideración quedo de V. E. atento seguro servidor, Q. S. M. B. Firmado Pedro Santana,
Excmo. Señor don Francisco Serrano, gobernador y capitán general de la Isla de Cuba.
CAPÍTULO III
SUMARIO
Carta de Santana a la Reina. Carta de Ricart a Serrano. Carta del
cónsul Eugenio Molinero al capitán general de Cuba.
Carta de Santana a la Reina
Señora:
El pueblo que con el inmortal Colón levantó en la Española
el estandarte de Castilla; el que más tarde reconquistó su
antigua nacionalidad y devolvió a la Corona de España; el
que después fue arrancado a su pesar de los brazos de la
Patria, que siempre había mirado como madre amorosa,
para ser entregado a un yugo opresor que tomó a empeño destruirlo; el que con heroico valor sacudió ese yugo y
reconquistó su libertad e independencia; el que, en fin, os
debió un lugar entre las naciones como un país soberano,
viene hoy, señora, a depositar en vuestras manos esa soberanía y a refundir en las libertades de nuestro pueblo los suyos
propios. El pueblo dominicano, señora, dando sueltas a los
sentimientos de amor y lealtad, tanto tiempo ha comprimidos, os ha proclamado unánime y espontáneamente, por su
Reina y Soberana; y el que hoy tiene la insigne e inmerecida
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César A. Herrera
72
honra de ser el órgano de tan sinceros sentimientos, pone a
vuestros pies las llaves de esta preciosa Antilla. Recibidlas,
señora, haced la felicidad de ese pueblo que tanto lo merece, obligándolo a seguir bendiciéndoos como lo hace y
llenareis la única ambición del que es de V. M. el más leal y
amante de vuestros súbditos.
Carta de Ricart a Serrano
Santo Domingo, 18 de marzo de 1861.
Excelentísimo señor don Francisco Serrano.
Muy señor mío querido y respetable amigo:
Aunque son breves los momentos de que puedo disponer y
el Sr. general Santana participa a V. E. con esta fecha, y en la
misma ocasión, el fausto y glorioso acontecimiento que a las
8 de la mañana de hoy se ha consumado en esta capital, no
quiero privarme del indecible gusto de comunicarlo a V. particularmente para felicitarlo y felicitarme a mí mismo, no ya
solo por la importancia del suceso, sino por la solemnidad, el
orden, compostura y vivísimo entusiasmo con que por toda
la población se ha celebrado.
El general Santana dirá V. los justos motivos que vinieron a festinar el pronunciamiento, precedido como fue de
otros muchos en el interior de la República, cuya importancia era fuera de límites, y así excusaré repetir a V. esos
pormenores, por innecesarios, aparte de que la cortedad
del tiempo y las graves ocupaciones que actualmente me
rodean apenas me permitirán molestar la atención de V.
con su referencia.
Acabo de hablar con el general Santana y nosotros, el cónsul
francés en esta y satisfecho de la espontaneidad con que el
pueblo votó y proclamó unánimemente su incorporación a
Anexión-Restauración
73
España, nos ha dado tal seguridad de que su gobierno, lejos de
contrariarla ni oponerse a ella, la sabrá con gusto mediante las
buenas relaciones que lo ligan con el de S. M. C.
Fáltame solo dar a V., como dominicano y como buen español,
las más expresivas gracias por la activa y eficacísima cooperación que V. ha prestado para que se llevara a feliz término
este importante asunto; por las cordiales simpatías que le debemos todos los hijos de este suelo y por los nobles y buenos
deseos que ha mostrado siempre en favor de la paz, bienestar
y felicidad nuestra. Dios querrá que se vean cumplidamente
satisfechas, para lo cual ruego a V. se digne enviarnos lo más
pronto que sea posible los auxilios que necesitamos, lisonjeándome al mismo tiempo la idea de que el glorioso suceso que
actualmente celebramos me proporcione, a mí en particular, y
a todos los dominicanos generalmente la dulce satisfacción de
abrazar y tener entre nosotros el dignísimo jefe a quien somos
en gran parte deudores de tan señalado beneficio.
Ruego a V. se sirva ponerme a los pies de la señora Condesa (C.
P. D.) deseando que tanto ella, como la linda Conchita, gocen
de perfecta salud. Pepa me encarga exprese a V. V. esos mismos
sentimientos y ambos nos reiteramos V. S. S. S. Q. B. S. M.
Firmado, Pedro Ricart y Torres.
Carta del cónsul Eugenio Molinero
al capitán general de Cuba
Santo Domingo, 18 de marzo de 1861.
Excmo. señor B. L. M. de V. E.
Muy señor mío:
La bandera española acaba ser izada hoy en los muros de
Santo Domingo. El fausto acontecimiento que tengo la
74
César A. Herrera
honra de poner en conocimiento de V. E. se ha llevado a
cabo libre, espontánea y pacíficamente tal como lo deseaba
el gobierno de S. M. la Reina (q. D. g.) Incesantemente
llegan a esta Capital las manifestaciones y actas que los
pueblos de la nueva provincia española se apresuran a dirigir al Excmo. señor don Pedro Santana, única autoridad
que, en nombre de S. M. queda al frente de los negocios
públicos. Este Consulado General, sin instrucciones a que
poder atenerse, sin precedentes que le sirvan de norma, por
ser tal vez único caso como en el que se encuentra, juzgó
conveniente que así se le participara de una manera oficial
el acto que tengo el honor de poner en conocimiento de
V. E., se consideraba ya como concluida su misión, y que
después de participarlo por su parte al gobierno de S. M.,
como lo hará inmediatamente, debía aguardar sus órdenes,
y el infrascrito además, las instrucciones de su digno e inmediato jefe señor Álvarez.
La actitud decidida de los pueblos, las continuas e incesantes
manifestaciones y actas de adhesión que se han anticipado
a dirigir al Excmo. señor don Pedro Santana, han puesto a
tan ilustre caudillo en la imperiosa necesidad de adelantar los
acontecimientos; y considerando que sería muy conveniente
que hubiese cuanto antes en el nuevo territorio español alguna fuerza militar que patentizara la seguridad y garantía que,
en lo sucesivo han de disfrutar los leales dominicanos, el general Santana se dirige en esta misma fecha al Excmo. señor
capitán general de Puerto Rico, rogándole se sirva enviar, ya
que tan próxima se halla la isla de su mando, quinientos o
seiscientos hombres solamente.
Esta pequeña fuerza que es probable se halle en Santo Domingo, antes que V. E. se digne disponer el envío de las más
numerosas que últimamente se pidieron con fecha 10 del
corriente, será lo bastante para llenar los fines que apetece el
general Santana.
Dos goletas, ya, con bandera española, saldrán esta tarde
llevando la una los presentes pliegos que en manos de V.
Anexión-Restauración
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E. pondrá el señor don Apolinar de Castro, hijo del último
ministro de Gracia y Justicia. La otra sale para Puerto Rico,
conduciendo al señor don Manuel del Monte, portador
igualmente de pliegos para el Excmo. señor capitán general
de aquella Isla.
España tiene aseguradas sus Antillas; mayor influencia política en estas regiones; mayor su preponderancia en Europa; y
si es cierto que hoy ha de hacer algunos sacrificios, pequeños
son sin duda a los inmensos bienes que la posesión de este
territorio ha de reportarle. Rica y esplendorosa brilla hoy la
corona de Castilla, que al ser colocada en las augustas sienes
de quien hoy la ciñe, no aparece sino que la Providencia manifiesta derramar sus dones sobre tan excelsa señora cual los
derramó sobre la Primera Isabel.
Réstame felicitar respetuosamente a V. E. por la gran parte
que en esta empresa le pertenece; timbre será tal vez el más
preciado de cuantos contare la vida militar y política de V. E.
Dios guarde a V. E. muchos años.
Su atento seguro servidor. Firmado, Eugenio Molinero.
El señor ministro de Estado don Saturnino Calderón Collantes
notificó al través de sus jefes de misiones a las diversas cancillerías
la Anexión de la República Dominicana a los dominios de S. M.
C. doña Isabel II de España, y el 19 de marzo se promulgó el Real
Decreto cuyo texto es el siguiente:
En consideración a las razones que me ha expuesto mi consejo de ministros, acogiendo con toda la efusión de mi alma
los votos del pueblo dominicano, de cuya adhesión y lealtad
ha recibido tantas pruebas, vengo en decretar:
Art. 1°. El territorio que constituía la República Dominicana
queda incorporada a la Monarquía.
Art. 2°. El capitán general gobernador de la Isla de Cuba,
conforme a instrucciones de mi gobierno, dictará las disposiciones oportunas para la ejecución de este Decreto.
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César A. Herrera
Art. 3°. A mi gobierno daré cuenta a las Cortes del presente
decreto y de las medidas adoptadas para su cumplimiento.
Dado en Aranjuez a 19 de mayo de 1861. Está rubricado de
la Real mano.
El presidente del Consejo de Ministros,
Leopoldo O’Donnell.
CAPÍTULO IV
CAPITANÍA DEL GENERAL SANTANA.
(ALGUNOS SUCESOS CULMINANTES)
SUMARIO
Asume Santana el gobierno interino de la colonia. Estructuración
del gobierno. Primeros movimientos revolucionarios en contra de la
Anexión. Visita del brigadier Rubalcava. Visita del general Serrano,
sus gestiones oficiales. Clasificación de los diversos organismos
del gobierno. Nómina de los primeros gobernadores y tenientesgobernadores. Restauración de la Real Audiencia, sus componentes.
Aceptación de la renuncia de Santana como gobernador de la
colonia.
La incorporación de la República Dominicana a los dominios
de España era ya un hecho cumplido, y Santana, prevalido de las
facultades dictatoriales de que se consideraba investido, asumió la
interinidad del gobierno de la nueva provincia de la Monarquía
española.
En orden sucesivo, cuatro capitanes generales compartieron la
gestión gubernativa de la colonia. El primero fue el ex-presidente
de la República Dominicana y le siguieron en el mando los brigadieres don Felipe Ribero y Lemoine, don Carlos Vargas y el general don José de la Gándara.
Aunque hemos dado preferente atención a los sucesos de la
gran cruzada restauradora y en su relato nos hemos ocupado, de
manera prolija, de aquellos hechos que los memorialistas y los historiadores han señalado como de más importancia y trascendencia,
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78
César A. Herrera
a riesgo de caer en cierta redundancia, vamos a presentar de manera sucinta algunos de esos hechos con el propósito de situarlos en el
tiempo histórico que corresponde particularmente a los capitanes
generales ya nombrados.
En lo que concierne a la gestión de gobierno del general Pedro
Santana en el lapso comprendido entre el día en que se proclamó la
incorporación hasta la fecha en que fue sustituido por el brigadier
Ribero, hay actos, que corresponden unos, a su interinidad y otros
a su ejercicio como titular del cargo de capitán general y gobernador de la colonia.
La naturaleza o la índole de las ejecutorias durante su interinidad definen por sí la jerarquía de las funciones ejecutivas que él se
había arrogado sin haber recibido las potestades que más tarde le
fueron otorgadas. Pero como S. M. C. la Reina doña Isabel II de
Castilla aprobó todos sus actos, de nada valdría distinguir los que
son de su interinidad de los que le corresponden como titular del
cargo.
Entre sus primeros actos cabe señalar, ante todo, la resolución
por virtud de la cual le dio provisionalidad a las leyes, decretos y
reglamentos y disposiciones vigentes en la República. Suprimió el
servicio de relaciones exteriores y estructuró el gobierno con los
siguientes secretariados: Justicia e Instrucción Pública, con don
Jacinto de Castro; como titular, de Gobernación, con don Felipe
Dávila Fernández de Castro; Hacienda y Comercio, con don Pedro
Ricart y Torres y Guerra y Marina, con don Miguel Lavastida.
No bien quedó constituido el gobierno interino se apresuró
a notificar oficialmente la Anexión al cuerpo consular acreditado
en la República, integrado entonces, por los señores Hood, de la
Gran Bretaña; Zeltner, de Francia; Jonathan Elliot, de EE. UU. de
América; David León, del Reino de Holanda y Abraham Coen, de
Dinamarca; y, mediante dos comisiones, a los respectivos capitanes
generales y gobernadores de Cuba y de Puerto Rico, ya, sus colegas
en el mando de las tres grandes islas del Archipiélago antillano del
dominio de España en América, la primera comisión fue integrada
por los señores don Apolinar de Castro y don Manuel de J. Heredia, la otra se la confirió al señor don Manuel Joaquín del Monte.
Anexión-Restauración
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Pero el cometido de estos comisionados no se limitaba solo a eso,
sino que llevaron instrucciones de gestionar por ante aquellas autoridades el envío, cuanto antes, de tropas, fuerzas de mar y tierra
necesarias para respaldar, por lo menos moralmente, el acto que
acababa de tener efecto en Santo Domingo, y aunque la proclamación fue precipitada, inesperada y sorpresiva, todo estaba previsto
para el auxilio de cualquier emergencia en la isla, como se verá
en algunos de los documentos citados en este libro, de suerte que
antes de llegar los comisionados ya se había impartido las órdenes
pertinentes a los requerimientos reiterados del general Santana.
Así pues, los brigadieres don Antonio Peláez de Campomanes y
Rubalcava no se hicieron esperar ya que en la primera semana del
mes de abril surgieron en la rada de Santo Domingo las fragatas
Blanca y Berengüela, los vapores Isabel La Católica. Velazco y Blasco
de Garay, con más de dos mil hombres de tropa con equipo de artillería de montaña y otra clase de cañones, y el día 10 estaban ya
desembarcados y en plan de distribución para las guarniciones de
Samaná, Puerto Plata, Santiago y Azua.
Como si fuera obra de un entendimiento previo, el brigadier
Rubalcava, aprovechándose del informe que debía rendir al capitán
general de Cuba de su viaje a Samaná y Puerto Plata, con grandes
elogios acerca de las facultades de Santana como gobernante, le
sugirió la idea de que sería de conveniencia y mucha utilidad que
este quedase al frente del gobierno de la nueva colonia. Desde luego, esa designación no vendría a constituir sino la ratificación, por
mera formalidad, del Real nombramiento y la posesión del título,
de la investidura que él venía ostentando de facto y ejerciendo dictatorialmente.
Entre los hechos notables del período de Santana, tal vez ninguno tenga la significación y trascendencia que el desbande y persecución de los expedicionarios de Sánchez y su fusilamiento con
otros compañeros, en San Juan el día 4 de julio.
Los dos primeros movimientos de la revolución fueron la sublevación de José Contreras el día 2 de mayo de 1861, en Moca y
la expedición de Francisco del Rosario Sánchez en las postrimerías
de mayo; por la frontera del Sur. El precio del primer movimiento
80
César A. Herrera
revolucionario, el de Moca, fue el cadalso de José Contreras, José
María Rodríguez, José Inocencio Reyes y Cayetano Germosén; el
patíbulo de Sánchez el precio del segundo movimiento de la Revolución Restauradora. Las otras insurrecciones y sus consecuencias
están relatadas en la parte de este libro que trata de la Restauración, conforme con los datos recogidos por la historia de aquellos
acontecimientos cuyo primer centenario celebramos ahora en este
venturoso 16 de Agosto de 1963.
En Azua, con rumbo al escenario de los acontecimientos de San
Juan, recibió Santana, de manos del teniente coronel don Antonio
García Rizo, los pliegos en que le comunicaba el Conde de Santa
Ana, futuro duque de La Torre, capitán general y gobernador de
Cuba, don Francisco Serrano, que S. M. C. había aceptado la incorporación de la República a sus dominios.
Cuando el general Santana asumió a su retorno de Azua el gobierno de la colonia, ya ostentaba la investidura de teniente general
de los reales ejércitos de España, gobernador civil y capitán general de la
Colonia.
La probada ayuda del gobierno haitiano a los expedicionarios
de Sánchez y otros incidentes en la frontera del Sur, dieron lugar a
la nueva visita del brigadier Rubalcava a Santo Domingo, en marcha a Puerto Príncipe, hacia donde iba con instrucciones de exigir,
por la fuerza si era necesario, las debidas reparaciones a las ofensas
inferidas a España, no solo por la mera violación de la neutralidad,
sino por el ultraje que un miembro del cuerpo de cazadores de
Geffrard, había hecho a la bandera española frente al consulado del
reino en aquella ciudad.
Se verán en nuestro relato de la Revolución Restauradora las instrucciones que le fueron dadas al brigadier Rubalcava y el incidente
de la bandera y otros pormenores del caso.
Mientras se esperaba la visita del general Serrano en Santo Domingo, donde debía encontrarse con el brigadier Carlos de Vargas
y Cerveto en representación del capitán general y gobernador de
Puerto Rico, don Rafael Echangüe, se redujeron las cuatro secretarías a dos, destinada una al servicio político, de la cual quedó encargado
don Felipe Dávila Fernández de Castro y la otra a los asuntos militares
Anexión-Restauración
81
asignada a don Miguel Lavastida; y fue comisionado un oidor, español
para organizar los departamentos de justicia y administración.
La llegada del general Serrano y su séquito a Santo Domingo
tuvo efecto el día 6 de agosto de 1861 en el Isabel La Católica y
la fragata Blanca; tomó juramento y puso en posesión al general
Santana como capitán general y gobernador de la parte española de
Santo Domingo quien en esa ocasión recibió, ante el general Serrano, la condecoración de la Gran Cruz de la Real Orden Americana
de Isabel la Católica que le impuso don Carlos de Vargas y Cerveto.
Luego el general Santana tomó el juramento de ley al brigadier
de estado mayor don Antonio Peláez, que había sido nombrado
gobernador de la plaza y segundo cabo de la nueva colonia, y a las
demás personas designadas para ocupar altos cargos en el gobierno.
Se procedió a reorganizar el ejército interinamente conforme
a los planes de Serrano y a las instrucciones que este trasmitió a
los comandantes de Estado Mayor don Miguel Tuero y don Gabino Gámez; y toda otra organización se hizo según los modelos de
Cuba y Puerto Rico y teniendo como base la división política en
cinco provincias: Santo Domingo, Santiago, El Seibo, La Vega y
Azua.
El día 10 salió para La Habana en el vapor Isabel La Católica el
general Serrano y para Puerto Rico el brigadier Vargas, después de
implantadas las reformas de los servicios administrativos y militares
de la nueva colonia.
Serrano se llevó muy mala impresión del general Santana, a tal
grado que modificó el juicio que tenía de él como militar y político;
esa circunstancia pesó mucho en su futuro y hasta influyó en que
se le aceptase la renuncia como capitán general y gobernador de
la Colonia, y más tarde no hay duda, en la sustitución en el poco
mando que le quedaba como jefe de las tropas de El Seibo, por el
brigadier don Baldomero de la Calleja.
Después que una Junta Clasificadora integrada por el brigadier
Peláez y los generales Antonio Abad Alfau, José Pérez y Miguel Lavastida, rindió su labor de clasificación de los militares que habían
servido a la República, se procedió a reorganizar provisionalmente
el gobierno de conformidad con las instrucciones que había dejado
82
César A. Herrera
el general Serrano. Los organismos gubernamentales fueron clasificados y organizados según las siguientes instituciones: Gobierno,
Tenencia, Comandancia de Armas y Puesto Militar.
Nos limitaremos solo a señalar aquí los gobiernos o gobernaciones y las tenencias de gobierno con sus respectivos titulares, a fin de
dar al lector una idea de la estructura estatal de la colonia.
Las seis gobernaciones y sus respectivos titulares fueron: Santo Domingo, sus gobernadores: el segundo cabo, para lo militar, y
el general don Pedro Valverde y Lara para lo civil; Azua, con el
general Francisco Sosa como gobernador; El Seibo, gobernador
el coronel Manuel Santana; Samaná con el brigadier don Manuel
Buceta; Santiago, el general Santiago Pichardo, gobernador y La
Vega, con Juan Álvarez.
Los tenientes gobernadores fueron, para San Cristóbal el general Modesto Díaz; para San José de los Llanos, el general Bernabé
Sandoval; el general Manuel de Regla Mota, para Baní; para San
Juan, Eusebio Puello; para Las Matas, el general Santiago Suero;
para Neiba, el general Domingo Lasala; Deogracia Linares para
Higüey; en Puerto Plata, el general Gregorio de Lora; en Guayubín, el general Juan Esteban Ariza y en Moca el general Juan Suero.
(Ceferino Carmona, más tarde el Cid Negro de Gándara).
El día 25 de septiembre de 1862 se promulgaron los nombramientos de teniente general, y mariscal de campo, del ejército
español, respectivamente para Santana y Antonio A. Alfau y el día
26 el de subdelegado castrense a favor del entonces gobernador
eclesiástico presbítero Calixto María Pina.
Dos decretos, uno del día 16 y el otro del 17, ratificaron respectivamente las jerarquías del segundo cabo, al brigadier Peláez,
y de capitán general y gobernador de la Colonia al general Pedro
Santana; por el decreto del día 21 se adoptaron el Código Penal y
el Código de Comercio vigentes en la Monarquía y el mismo día
se promulgó el decreto por virtud del cual quedó creada la Real
Audiencia con todas las atribuciones de las instituciones similares
de las colonias, con las siguientes designaciones: regente, don
Eduardo Alonso Calmenares; fiscal don José María Melo de Molina; teniente de fiscal, don Félix Marcano, y secretario Manuel
Anexión-Restauración
83
de Jesús Heredia; magistrados, don Jacinto de Castro, don Tomás
Bobadilla, el doctor don José María Morilla y don Ramón de la
Torre Trassierra; para alcaldes mayores y promotores fiscales, respectivamente, don José Alfredo Rodríguez y don Emilio Cameño
para Santo Domingo; Domingo Daniel Pichardo y don Enrique
Menéndez para Santiago; Vicente Antonio Reyes y Ricardo Curiel para Puerto Plata; Cristóbal José de Moya y Manuel Joaquín
Gómez para La Vega; Carlos Moreno y Juan Elías Salazar para
Compostela de Azua; y Rafael Pérez y Joaquín Lluberes para Santa
Cruz de El Seibo.
Dos hechos de grave repercusión moral para el general Santana
tienen lugar en esos días; son, por decirlo así, como el preludio
de la aceptación de la renuncia que había presentado por causa de
enfermedad según dijo, el día 7 de enero de 1862, nos referimos a
la separación de sus cargos respectivos de dos de los amigos más
íntimamente vinculados a la vida política de Santana, de los más
eficientes servidores de alto rango en las funciones del poder, y tan
comprometidos con él ante sus coetáneos y las generaciones de la
posteridad como coautores de nuestra Anexión a España. Esos personajes son los exministros, don Felipe Dávila Fernández de Castro
sustituido por don Victoriano García Paredes en el secretariado
del gobierno superior civil, y don Miguel Lavastida, en la capitanía
general, por el coronel don Mariano Cappa. Ambos ex-ministros,
llamados a Corte inesperadamente.
El pesar del general Santana o mejor la angustia, debió ser muy
honda y aplastante. Se han frustrado muchas de sus caras ilusiones
y apenas le quedan alientos para seguir sustentando ahora su arruinada existencia que le pareció predestinada para el poder omnímodo que siempre ejerció; esa angustia, permítasenos el símil, como
las serpientes de Laocoonte, le estrangulaba el corazón y con él la
vida ya un sarcasmo para su privanza de Libertador de la Patria…
Por la Real Orden del 28 de marzo le fue aceptada la renuncia
que había presentado el día 2 de marzo de 1862.
CAPÍTULO V
GESTIÓN GUBERNATIVA DE DON FELIPE
RIBERO Y LEMOINE.
(ALGUNOS SUCESOS CULMINANTES)
SUMARIO
Asume la capitanía general de la colonia el general don Felipe
Ribero y Lemoine. Adopción del Código Civil Español. Abolición
del Servicio del Registro Civil. Llegada del prelado don Bienvenido
Monzón y Martín. Organización del cabildo eclesiástico. Movimiento
revolucionario de febrero de 1863. Gran conmoción cívica de
Santiago de los Caballeros. La insurrección de Capotillo. Progresos
de la insurrección de Agosto de 1863. Deportaciones del gobernador
Ribero.
El día 19 de julio llegó a Santo Domingo el general don Felipe
Ribero y Lemoine, al siguiente asumió la capitanía general y gobernación de la colonia y fue sustituido el brigadier Peláez por el
brigadier don Carlos de Vargas y Cerveto, que había llegado el 7
del mismo mes.
Entre otras disposiciones dignas de mención merece el honor
de la prioridad la traducción del Código Civil francés que hicieron a satisfacción de los asesores del gobierno en esta materia,
los señores don José María Morilla y don Tomás Bobadilla; se
emprendió la organización del ejército colonial y se formaron
los batallones Victoria y San Marcial, y los escuadrones África y
Santo Domingo; se publicó la Real Orden por virtud de la cual
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86
César A. Herrera
se habilitaban los defensores públicos a ejercer, previo registro y
legalización de sus títulos; quedó abolido el servicio de Registro
Civil y se encomendó a los curas y párrocos el asiento de los matrimonios, nacimientos y defunciones; se produjo el nombramiento
de don Bienvenido Monzón y Martín como prelado de la diócesis
de Santo Domingo y los miembros del cabildo eclesiástico que
constituyeron don José Oriols Cots, como arcediano; don Blas
José Díaz de Arcaya, como chantre; don Narciso Domenech y
Parés como magistral; don Mariano Hernández y Guillén, como
penitenciario; don Ramón Piérola, como canónigo de Merced,
don Manuel Ochotorena; don José Tavernes y don Domingo Sierra y Caballero, como primeros racioneros y don Antonio María
Lladó y don Alejo Peralta, como segundos racioneros. El comisario regional de hacienda señor don Joaquín Manuel Alba, dictó
providencias para resolver el problema grave del papel moneda,
más adelante incluimos este problema como una de las concausas de la Revolución Restauradora, así como el escándalo de la
intolerancia religiosa y de las desacertadas reglas de moral, de la
crítica afrentosa de la mancebía desde los púlpitos y los ataques
insensatos contra la masonería y otras medidas dictadas por el
prelado que produjeron gran irritación popular.
Ese día 3 de febrero de 1863 tuvo lugar el ataque a la guarnición
de Neiba por el patriota, general Cayetano Velázquez, preludio la
sinfonía heroica que luego entonaron en Guayubín, Lucas de Peña,
Norberto Torres, Polanco, Monción, Pimentel y Cabrera, según
veremos en el relato de los acontecimientos de la Restauración; se
produjo la gran conmoción popular en Santiago de los Caballeros
la noche del 24 de febrero.
En el anexo de este libro encontrará el lector el proceso completo de los patriotas que se inmolaron por la patria en aquel movimiento memorable, digno de mejor estudio; se publicó el decreto
de amnistía del 27 de marzo, dado en Aranjuez. Fue en este tiempo
cuando comenzó el movimiento de agosto o de Capotillo que asoció a la causa restauradora a todos los pueblos de la República hasta
alcanzar la reivindicación de la Patria al precio de los más cruentos
holocaustos, de inenarrables heroísmos, casi legendarios, que no
Anexión-Restauración
87
superaron, en muchos casos, los más insignes campeones de las
guerras de independencia en los más fragorosos combates.
En esos días y antes de producirse el movimiento del 16 de
Agosto, el capitán general Ribero envió a España a don Eduardo
Alonzo de Colmenares para que informarse a la Corte de cuál era
el verdadero estado del país y de la carencia de artefactos de guerra
para afrontar la revolución que se estaba fraguando en el Cibao,
pertrechos que no había podido obtener en Cuba ni en Puerto
Rico. Se verá en nuestro relato cómo igualmente desesperó el general Gándara por los refuerzos que nunca le llegaron cuando más
urgido estaba por su campaña del Cibao, singularmente en los días
del asedio de Puerto Plata.
En esos días obtuvieron los conjurados dominicanos más de mil
fusiles en Capotillo francés y el día 15 de agosto ya estaban en pie
de guerra Cabrera y Santiago Rodríguez, quienes marcharon contra Sabaneta con ochenta hombres y, de su parte Benito Monción
sobre Guayubín; a las escaramuzas en el Paso del Guayabo siguió el
pleito del Paso de Macabón donde las fuerzas del brigadier Buceta
fueron atacadas por los flancos, de frente por los soldados de Benito Monción, y por la retaguardia por las guerrillas de Pimentel,
y luego el encuentro de Doñantonia el día 17, más sangriento aún
y en completo desbande Buceta que llegó a Guayubín acosado por
nuestros soldados.
El Cibao estaba casi totalmente conmocionado; se habían
pronunciado Sabaneta, San José de las Matas, Jarabacoa, La Vega,
Puerto Plata, San Francisco de Macorís y El Cotuí y como inmolación Santiago de los Caballeros ardió, como Numancia ante las
huestes de Escipión el Africano, pero sí aterrada para los anexionistas intrépidos sus combatientes en la persecución de las mesnadas
de Buceta en fuga desesperada en camino de Puerto Plata, que
también se inmoló envuelta en llamas a la causa de la Restauración. Pero sigamos el proceso de esta síntesis con el señalamiento
de que en este período de Ribero, se hizo la proclamación formal
de Restauración y se instaló el primero Gobierno Provisorio bajo
presidencia del general José Antonio Salcedo; la movilización de
las fuerzas de El Seibo al mando del general Santana que el día 30
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César A. Herrera
de agosto llegó a Santo Domingo y conferenció con Ribero acerca
del plan de campaña que había de seguirse; llegó a Puerto Plata de
paso hacia Santo Domingo el general Gándara; Santana y Antonio
A. Alfau dieron comienzo a la campaña de Guanuma; tuvo efecto
la acción de Santana en Arroyo Bermejo; la marcha de Gándara a
San Cristóbal, bajo terribles ataques de las guerrillas restauradoras.
Ribero terminó su gestión de gobernante reduciendo a prisión el
día 21 de septiembre a más de treinta personas distinguidas y que
mandó a Puerto Rico como presos políticos bajo la acusación de
conspiradores.
Don José Gabriel García cita entre los deportados a los siguientes ciudadanos: general José María Cabral, coronel Damián
Báez, Juan Nepomuceno Tejera, José María Leiba, Felipe y León
Leiba, hermano de este; coronel Juan Ruiz, Juan José y Florentino
Cestero, José Joaquín María Sánchez y Petijusto, Manuel María y
Melitón Valverde, Pedro Perdomo, José Joaquín del Monte, Juan
Bautista Pellerano y los hijos, Benito, Manuel María y Juan Bautista, José María Calero, Luis Betances, Luis Betances hijo, Manuel
Guerrero y sus hijos Manuel y Wenceslao; Manuel Pereyra Hoyos,
Sully Dubreil, Wenceslao Guerrero, Cayetano Rodríguez, Manuel
Abreu, José Salado y M. Mella, personas, todas muy distinguidas
por los señalados servicios que prestaron o prestaban a la sociedad
ya como militares de alto rango, como legisladores, comerciantes e
industriales; don Melitón Valverde, por ejemplo, había sido senador de la República.
CAPÍTULO VI
GESTIÓN GUBERNATIVA DEL MARISCAL
DON CARLOS DE VARGAS Y CERVETO.
(Algunos Sucesos Culminantes)
SUMARIO
Asume la capitanía general de la colonia don Carlos de Vargas y
Cerveto. Dos alocuciones del gobernador don Carlos de Vargas. El
terror de Pedro Florentino. Marcha de Valeriano Weyler sobre San
Cristóbal. El general don Antonio A. Alfau en Guanuma. Batalla de
San Pedro. Deplorable estado de las tropas españolas. Abandono
del campamento de Guanuma. Resentimiento de Santana por
el abandono de Guanuma, carta de Santana a Lavastida con este
motivo. Batalla de El Paso del Muerto. Pierde la vida el Cid Negro,
Juan Suero.
El general don Carlos de Vargas llegó a Santo Domingo en el
vapor Pizarro el día 22 de octubre, nombrado por S. M. C. capitán
general y gobernador de la nueva colonia en sustitución del general
Ribero.
Entre sus actos de más relieve y significación política ha de
mencionarse ante todo su intervención, puede decirse oficiosa
porque aún no había asumido su cargo, por ante el general Sans,
entonces gobernador de Puerto Rico, para obtener la libertad provisional de algunas de las personas deportadas por Ribero, acto en
cierto modo injusto porque dejó en los calabozos de aquella isla a
los que no eran adictos a la política del general Santana.
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César A. Herrera
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El general Vargas tomó las riendas del poder el día 23 de octubre, esto es, el siguiente de su llegada, y con ocasión de tan señalado acontecimiento le habló al pueblo y al ejército en las respectivas
alocuciones siguientes:
D. Carlos de Vargas y Cerveto, mariscal de campo de los
reales ejércitos, gobernador capitán general de la parte
española de Santo Domingo
Santo Domingo, 23 de octubre de 1863.
Dominicanos:
Cuando S. M. la Reina (q. D. g.) se dignó confiarme el mando
superior civil y militar de esta isla, oí de sus augustos labios
sentidas frases, encaminadas a vuestro sosiego y bienestar.
Considerad, pues, cuán profunda herida abrirá en su magnánimo corazón la noticia de la inmotivada y escandalosa rebelión a
que algunos de vosotros se ha dejado insensatamente arrastrar
por falaces sugestiones de un corto número de ambiciosos, y
mal avenidos con el sistema de orden y de prudente y racional
libertad que se iba desenvolviendo en este país, hondamente
trabajado hasta ahora, por repetidas discordias intestinas.
Hombres desautorizados, falsos intérpretes de la opinión
pública, sin razón y sin derecho, y esgrimiendo las armas
de impostura y de la perfidia, han convertido en teatro de
crímenes horrorosos y cubierto de ruinas y cenizas algunas
de las más fértiles y ricas comarcas de esta, hasta ahora, infortunada Antilla, olvidando que nuestra Reina, sin pararse
en sacrificios, ni en consideraciones interesadas, abrió sus
brazos de madre al pueblo dominicano, cuando este en un
momento supremo, pidió su reincorporación en la corona
de Castilla, que desde entonces ha prodigado sus tesoros
para abrir las cegadas fuentes de la riqueza dominicana, y
sus valientes hijos para tener a raya a los enemigos de su
reposo y propiedad.
Anexión-Restauración
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Pero vosotros, dominicanos leales, que sois los más y los
mejores, tened confianza en la pureza y la justicia de nuestra
magnánima nación, cuyas armas no pueden quedar deslucidas en una lucha con enemigos débiles en número y en
recursos. Sí, muy en breve será restablecida la tranquilidad,
para la cual cuento con vuestra cooperación como los más
interesados que sois en que cese cuanto antes un estado de
cosas que no puede convenir sino a los que se alimentan del
desorden público.
Dominicanos, oíd la voz de quien no pretende engañaros y
que, como el que más, se interesa por la prosperidad de esta
hermosa tierra; los que os hablan de que sea posible restablecer en ella la esclavitud, mienten a sabiendas, pues que ya una
vez S. M. (q. D. g.) declaró abolido para siempre ese sistema
en esta provincia; y mienten también los que de cualquier
otro modo os infundan temores con respecto a las buenas
intenciones de nuestro gobierno.
Los hombres honrados y pacíficos que se han mantenido fieles, y los que deponiendo las armas inmediatamente vuelven
tranquilos a sus hogares, pueden contar con la protección del
gobierno; pero los que perseveren en sus pérfidos designios
desconociendo la legítima autoridad de la Reina, sufrirán el
castigo que merece su deslealtad.
Desde hoy quedo encargado del gobierno superior de esta
provincia y me desvelaré por restablecer en toda ella la
tranquilidad y hacerla marchar de nuevo por la senda de la
prosperidad y del progreso; así lo he ofrecido a S. M., y así
lo ofrezco a los leales habitantes de Santo Domingo. ¡Viva la
Reina! Carlos de Vargas.
César A. Herrera
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D. Carlos de Vargas y Cerveto, mariscal de campo de los
Reales ejércitos, gobernador capitán general de la Parte
Española de La Isla de Santo Domingo, y general en jefe
del ejército de la misma
Santo Domingo, 23 de octubre de 1863.
Soldados del ejército y reservas dominicanas:
La escandalosa rebelión que viene perturbando gravemente
la tranquilidad de esta preciosa isla os ha proporcionado una
ocasión más de patentizar al mando entero vuestros relevantes cualidades. La abnegación y el sufrimiento, la subordinación y el valor que habeis demostrado en aquel período,
justifican vuestras virtudes militares y el merecido renombre
que en todos tiempos y países obtuvo siempre el soldado que
defiende el pabellón de Castilla. Yo me complazco en poder
compartir con vosotros las glorias que os reserve el funesto
estado en que unos cuantos revoltosos han puesto a esta desgraciada Antilla, digna de mejor suerte.
Ingratos a los beneficios que recibieron de la mejor de las
reinas, apelaron al incendio, al robo, al asesinato y a la devastación más espantosa para reconquistar una libertad que
tenían asegurada. En su ciego frenesí han tratado de mancillar nuestra honra y de llenar de ignominia nuestra gloriosa
enseña. ¡No comprenden que nuestro honor ofendido reclama la más cumplida satisfacción de tanto ultraje!
Soldados del ejército y las reservas dominicanas:
Esta satisfacción está próxima y yo bendigo a la Providencia
que me ha reservado el honor de proporcionárosla. Que se
distinga vuestro comportamiento como se ha distinguido
constantemente por la más estricta subordinación y disciplina, por la más ciega obediencia a vuestros jefes, y que esto
se señalará, no puedo dudarlo, teniendo a su frente al digno
teniente general D. Pedro Santana y al bizarro general Gándara, cuya prudencia, valor y exactitud en el cumplimiento
Anexión-Restauración
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de las órdenes superiores, así como el de los demás jefes, son
la mejor garantía de un triunfo seguro…
Soldados del ejército y de las reservas, protección y amparo
al hombre pacífico y honrado, al que vuelva inmediatamente
tranquilo a sus hogares: ninguna contemplación a los rebeldes que hostilicen con armas a cooperar de otra manera a
fomentar o mantener la rebelión, y cuando el pendón inmarcesible de Castilla vuelva a ondear en los mismos puntos en
que la traición y la sorpresa lograron profanarla, vosotros,
soldados del ejército y de las reservas dominicanas, unos y
otros cubiertos de laureles, entonareis himnos de victoria al
grito entusiasta de ¡Viva la reina! Carlos Vargas.
Estas dos proclamas tienen importancia porque reflejan lo alarmante de la situación que atravesaba el país; y, por eso mismo, las
palabras del nuevo gobernador de la colonia de Santo Domingo
acusaron la insensatez de su jactancia o el supino desconocimiento
de hasta dónde los acontecimientos amenazaban ya la estabilidad
del gobierno que acababa de asumir. Con más cordura y más lúcida
inteligencia entró en la historia el señor gobernador saliente, quien,
como dice don Ramón González Tablas: «se marchaba proclamando
la conveniencia de que España se desprendiera muy pronto de la pesada carga que se había impuesto con la posesión de Santo Domingo.
Aquello entonces parecía una blasfemia; pero una total reunión de
circunstancias hizo que Ribero reuniese el título de previsor a los
muy envidiables que se había adquirido en su dilatada carrera».
En este período de Vargas, subió de punto el terror de Pedro
Florentino, quien hizo preso en Baní al general Gregorio Luperón
hasta con las pérfidas intenciones de asesinarlo, acuciado, es verdad, por las rivalidades y las intrigas imperantes en aquellos días en
que se vislumbraba ya el triunfo definitivo de la Revolución.
Entre las víctimas del terror de Pedro Florentino, cuenta don
José Gabriel García como fusilados por sus órdenes, a José María
Báez y Luis Miranda, Juan Díaz de Vargas, el capitán Eulogio Fiallo y sus hijos Jesús María y Plácido; Marcos Hernández, Santiago
del Rosario, José Raimundo, José Soto y un tal Vicente el neibero.
94
César A. Herrera
Fueron memorables por los reveses que sufrieron, las marchas
de Valeriano Weyler sobre San Cristóbal y la de el general Gándara
contra Baní, ocasión en que tuvo efecto el sangriento combate de
Sabana Grande contra el general restaurador don Aniceto Martínez y, algunos triunfos esporádicos con la acción pertinaz y angustiosamente sorpresiva de las guerrillas volantes.
Santana dio el 30 de noviembre el pleito de Santa Cruz de
Yamasá con los batallones de Bailén, San Quintín y Victoria, dos
compañías de La Habana, sus fuerzas seibanas de la reserva, con las
consecuencias que se verán más adelante.
La guerra de guerrillas se recrudeció en todos los frentes, pero
sobre todo en las líneas del Sur y del Este.
No obstante los refuerzos con que auxilió el capitán general
Vargas al general Santana, este se asentó de Guanuma, y dejó su
ya diezmado ejército y muy debilitado por el rigor del clima, los
torrenciales aguaceros que inundaban las sabanas, y las fiebres que
padecían casi todos los soldados españoles.
Al frente de este ejército desmedrado por la inclemencia del clima
y las endemias tropicales, y ya sin fe en la victoria, quedó el general
don Antonio Abad Alfau y ahí a la vista, casi al frente del campamento
de Guanuma, en los desfiladeros y en la vertiente sur de la cordillera
Central hormigueaban los intrépidos soldados de la Restauración agitando la bandera de la República. El campamento estaba casi aislado
por las huestes del general Marcos Evangelista Adón que dominaban
ya la navegación en los ríos Ozama y Yabacao y campeaban por las
comarcas de Haina y La Isabela; en esos días libraron la memorable
batalla de San Pedro los generales Alfau y Suero con los batallones de
Bailén, La Reina, San Marcial y Fuerzas del África y del Santo Domingo, contra los aguerridos soldados del general Gregorio Luperón.
Se verán en el relato de las guerras de la Restauración las incidencias desfavorables con que combatieron nuestros soldados en
esta batalla en que tuvimos muchos heridos y dieciséis muertos,
entre ellos los heroicos general Antonio Caba, coronel Florencio
Hernández y el comandante Antonio Estrella.
Otros sucesos de no poca importancia desde el punto de vista
moral y militar, fueron dos resoluciones del Gobierno Provisorio,
Anexión-Restauración
95
la una para solicitar a S. M. la nominación de un plenipotenciario
pactase con el del gobierno los términos de la paz, y la que declaró
al Marques de Las Carreras fuera de la ley y traidor a la Patria.
Los sucesos militares fueron la aparición del general José María
Cabral en el escenario revolucionario del Sur y el despliegue de
su no bien encomiables actividades guerreras en toda esa línea, y
la campaña en la provincia de El Seibo encomendada a Santana
cuyas tropas fueron reforzadas con una columna de seis compañías
del regimiento del Rey, cien milicianos de las reservas y dos piezas
de artillería. Con esa fuerza dio el pleito de Los Llanos del día 17,
con pérdida de siete muertos y ocho heridos y mientras tanto Luperón campaba con sus soldados en Arroyo Bermejo y ensanchaba
su campo de operaciones por los caminos de Guerra, Monte Plata
y Hato Mayor.
La gravedad de la situación indujo al general Vargas a considerar la concentración de las fuerzas de Guanuma y de Monte Planta
en la plaza de Santo Domingo. Santana había defraudado todas las
esperanzas que en su prestigio y poder de persuasión había puesto
en él, el confiado gobernante, a quien tenía perplejo el avance impetuoso de la revolución y la frustrada acometividad de Santana, ya
sin el temple del gran capitán de las batallas del 19 de Marzo y Las
Carreras.
El caso no era para menos, porque es bueno anotar que de
22,554 hombres que habían llegado, a los cuatro meses solo quedaban hábiles para la guerra no más de 8,500; «nos consta» –dice
González Tablas– «que pasan de cuatro mil las bajas que nos causó
el fatal clima de Guanuma».
El cuadro que pinta este historiador, del paraje de La Bomba,
a dos kilómetros nomás del campamento de Guanuma, nos da la
idea de cuál era el estado de aquellos soldados y de la manera como
sufrían en los cantones en los días aciagos que precedieron al abandono de Guanuma.
Refiriéndose el cantón de La Bomba, dice González Tablas:
Era aquel destacamento el prólogo del libro que representaba el campamento. Ya los hombres allí parecían de otro
96
César A. Herrera
ejército y hasta de otra especie. La tropa iba sucia, pálida, sin
afeitarse y descalza.
Por allí se veían vagar como escuálidos fantasmas a soldados
envueltos en asquerosas mantas apoyados en largos palos y
moviéndose trabajosamente. Había allí también una cosa
que se llamaba hospital, y que no era más que un barrancón
hecho de ramajes y palos, bajo cuyo abrigo descansaban los
enfermos echados sobre el suelo.
Para abril de ese año, 1864, por disposición del capitán general
se efectuó la retirada del famoso campamento de Guanuma, que,
dicho sea de paso, nunca constituyó una barrera infranqueable para
el formidable avance de nuestros soldados victoriosos.
Santana estuvo siempre sistemáticamente en contra del abandono de Guanuma, no accedió a dejar esa posición cuando Gándara se lo propuso para planear una acción conjunta y trasponer
la cordillera e invadir el Cibao y ahora tampoco, no obstante las
condiciones deplorables de los cantones, del cuartel general de
Guanuma y de aquellos soldados abatidos por las enfermedades, el
hambre y las bajas de la guerra. No solo se opuso enérgicamente
sino que protestó y su protesta deterioró los vínculos de hondos
afectos que lo ligaban al general Vargas. La verdad es que con las
retiradas de las fuerzas del campamento de Guanuma, las tropas
restauradoras amenazarían El Seibo, con casi nada que temer a la
guarnición española de San Antonio de Guerra que quedaba a retaguardia.
La concentración de las fuerzas de Guanuma y Monte Plata en
Santo Domingo se ordenó el día 7 de marzo, y entonces subió de
punto la constante irritación y mal humor que en esos días exaltaban a Santana, y falto de todo comedimiento escribió una carta a
Lavastida en la que le dijo lo siguiente:
Desde muy al principio de haberse encargado el general
Alfau del mando de la columna de Guanuma ya presentía
yo este suceso, porque desde entonces comenzó a hacer gestiones el expresado general para que se llevase a cabo esto,
Anexión-Restauración
97
influido por el comandante de estado mayor que tenía allí,
que fue precisamente el mismo que yo había despedido por
la misma causa; y al fin se ha realizado fundándose en las
enfermedades de la tropa y en las dificultades para el transporte de recurso envolviendo en esta disposición y bajo los
mismos fundamentos, también la columna de Monte Plata.
Tanto una como otra la instalé yo desde el principio de la
campaña, las sostuve con perseverancia y en circunstancias
apremiantes, cuando el enemigo, robusto de fuerzas, hostilizaba con tenacidad, teniéndolo próximo y la estación no
muy favorable… es así que para mí no satisfacen las disculpas
que se den después de efectuada la retirada, lo que no veo de
otra manera sino como el resultado del procedimiento del
general Alfau, dejándose llevar de esas perniciosas influencias y haciéndose eco de ellas, demostrando una vez más su
impaciencia por retirarse de los embarazos y fatigas porque
atravesamos todos, marchándose a gozar de una tranquilidad
que no debiera apetecer interín no la dejara bien asegurada
en este su país... (José Gabriel García).
Por estos días hubo varios combates entre ellos, el del día 24
de marzo, en que se trabaron en batalla sangrienta los soldados del
general Luperón y los del general Juan Suero, el Cid Negro, según
la expresión de Gándara, en el Paso del Muerto del río Yabacao.
En este pleito perdieron la vida el general Suero y dos oficiales;
fue atacado Hato Mayor por las fuerzas del general Cesáreo Guillermo contra las del agresivo general Antonio Sosa, de las reservas,
que sufrieron más de quince bajas; luego Luperón marchó sobre
San José de los Llanos donde su columna recibió un severo castigo,
pues tuvo trece muertos y más de treinta heridos.
El fracaso de la marcha sobre el Cibao, el deplorable estado
de las tropas, los triunfos de las fuerzas restauradoras en todos
los frentes de batalla, el deterioro de las relaciones de Vargas y de
Santana, la campaña de prensa de algunos periódicos de Madrid,
alentada desde aquí por don José Gabriel García, don Emiliano
Tejera, don Apolinar de Castro, entre otros distinguidos escritores
98
César A. Herrera
dominicanos, pusieron de bulto en la Corte el fracaso aplastante
del general Vargas y el ridículo con que lo afligió su fracaso ante
S. M. a la que le había asegurado la pacificación de la Colonia; ese
ridículo fue el precio de las intrigas palaciegas que él y Santana
movieron para arrebatar el mando al general Ribero, no adicto a
la Anexión y más bien contrario a ella, como miembro del Partido
Progresista adversario del Unión Liberal tan comprometido en esa
empresa que le costó a España 10,000 muertos y 30 millones de
pesos. (Gándara).
CAPÍTULO VII
GESTIÓN GUBERNATIVA DEL GENERAL
GÁNDARA Y NAVARRO. (ALGUNOS
SUCESOS CULMINANTES)
SUMARIO
Asume la capitanía general de la colonia el general don José de
la Gándara y Navarro. Antecedentes de su expedición a Santo
Domingo. Su proyecto de campaña militar para apaciguar el
Cibao. Frustración de su plan. Cartas de Gándara y Ribero acerca
este proyecto de campaña. Siete mil hombres sobre Monte Cristi.
Aparición de Duarte en Guayubín. Profundas desavenencias entre
Santana y Gándara. Las tentativas de las negociaciones para el canje
de prisioneros y la concertación de la paz. Entronización de la guerra
civil. Asesinato de Salcedo.
No creemos atinado comenzar el señalamiento de los sucesos
de más importancia del período correspondiente al gobierno del
general don José de la Gándara sin antes decir algunas palabras
acerca de las relevantes actuaciones de este ilustre personaje que
precedieron a su toma de posesión como titular de la capitanía general de Santo Domingo. Decimos titular porque había estado al
frente de los negocios públicos de la colonia cuando, por ruego de
Peláez enfermo, cubrió el puesto que con evasivas más o menos
justificadas declinó Santana, su legal sustituto, entonces ausente en
El Seibo.
99
César A. Herrera
100
El general Gándara tenía a su cargo la gobernación del Departamento Oriental de Cuba cuando los acontecimientos de Santiago. Las noticias de los desastres de Buceta sacudieron las fibras de
su patriotismo y no se limitó a socorrer con soldados, pertrechos
y los alimentos que pudo, a las fuerzas españolas de Puerto Plata
sino que solicitó y obtuvo del capitán general Dulce, de Cuba, la
anuencia para venir a combatir a los insurrectos, al frente de los
soldados de S. M. C.
Los antecedentes de su expedición a Santo Domingo de más
valor histórico los constituyen los dos telegramas que mediaron entre él y el capitán general y gobernador de Cuba. He aquí algunos
párrafos de las referidas cartas.
El mariscal de campo don José de la Gándara al gobernador de
Cuba.
Excmo. señor:
Aumenta la gravedad de los sucesos de Santo Domingo. Murió el coronel Arizón. No hay jefe de graduación que mande
las fuerzas. Yo estoy cerca y si V. E. cree conveniente autorizarme, podría trasladarme a tomar el mando de ellas. Mando
venir el escuadrón de Bayamo, para enviarlo a Puerto Plata,
al coronel Cappa, que pide caballería, artillería, bagajes y
transporte. Dispongo de dos piezas más de montaña que hay
aquí para mandarlas, cien acémilas, raciones, municiones y
botiquín, en la inteligencia de tener medios de transporte
para todo.
El día 4 de septiembre recibió la respuesta, en la que se le dijo:
El Excmo. señor capitán general… admite el ofrecimiento
de V. E. para el mando de las tropas expedicionarias a Santo
Domingo. Además de los cuatro batallones y dos baterías
de artillería que han salido ya. Va a marchar otro batallón,
200,000 raciones, municiones y otros pertrechos. El vapor que conduzca la fuerza tocará en esa para que V. E. se
Anexión-Restauración
101
embarque, y por su comandante recibirá V. E. instrucciones
del capitán general.
Salió en el Velazco al amanecer del día 15 y llegó a las 2 de la
tarde el 17 de septiembre de 1863 a la rada de Puerto Plata.
Al siguiente día, sin pérdida de tiempo, se comenzó a desmontar toda la zona en que se ocultaban nuestros guerrilleros, a tirotear
la ciudad y él mismo dice:
Cortaduras y barricadas fueron formando un recinto provisional a manera de campo atrincherado, mientras se robustecían las defensas del fuerte de San Felipe.
Bien pronto comprendió que la posición topográfica de Puerto
Plata carecía de gran valor estratégico.
Ni su situación, dominada por alturas cercanas; ni su capacidad, ni las condiciones de su puesto, ni sus comunicaciones,
escasas por las aspereza y despoblación de la comarca, le dan
importancia estratégica ni aún simple ventaja táctica y local.
Fue en estos días, como veremos, cuando nuestras guerrillas volantes hostilizaron, hasta hacerla retornar a Puerto Plata, la columna
con que Primo de Rivera intentó dos veces auxiliar a Buceta, acorralado en la ciudadela de San Luis en Santiago de los Caballeros.
La topografía de Puerto Plata y las dos frustradas marchas de
Primo de Rivera sobre Santiago le hicieron concebir su plan de
campaña para combatir a la revolución desde un lugar adecuado a
todos los movimientos necesarios y de fácil acceso de los abastecimientos. Este plan consistió en pacificar, primero el Cibao por
la acción conjunta de dos fuerzas que marchasen la una de Santo
Domingo a través de la cordillera Central y la otra desde un punto
del mismo Cibao. Ese punto era Monte Cristi, hacia donde tenía
resuelto trasladarse con 2,000 hombres, ocho piezas de artillería y
cincuenta caballos, para establecer allí su base de operaciones. Pero
una inesperada contrariedad vino a sumir un grave desaliento al
César A. Herrera
102
general Gándara. En la carta de respuesta le manifestó el capitán
general y gobernador de la Colonia alias Provincia de Santo Domingo, su opinión radicalmente adversa a su plan. Extractamos de
esa carta, del 22 de septiembre de 1863, los siguientes párrafos:
De Ribero a Gándara
En ella me significa V. E. su pensamiento respecto al plan
que en su concepto considera más conveniente para destruir
al enemigo y restablecer el orden designando como base de
operaciones el puerto de Monte Cristi, por carecer de importancia para este objeto Puerto Plata, atendidas las grandes
dificultades que ofrece el camino que conduce a Santiago.
Sobre este asunto importante deberé significar a V. E. que
atendido el desarrollo que va tomando la revolución, en términos de haberse pronunciado a favor de ella el pueblo de
San Juan de la Maguana, en la provincia de Azua, y haberse
dirigido el enemigo sobre San José de Ocoa, que fue abandonado por las autoridades militares, y el espíritu en fin con que
decididamente el país acoge su independencia, creo, después
de haber meditado detenidamente sobre tan grave asunto,
que para la ejecución de las operaciones que V. E. se propone
debe esperarse la pacificación de la provincia de Azua [...].
Y en otro despacho, fechado el día siguiente es más precisa y
perentoria su resolución, le dijo categóricamente:
Santo Domingo, 23 de septiembre de 1863.
Excmo. Sr.:
La insurrección se ha propagado de un modo general en la
provincia de Azua y parte de esta de Santo Domingo; esa
circunstancia obliga por ahora a renunciar al proyecto de una
expedición sobre Monte Cristi, y exige la reconcentración
de todas las fuerzas posibles en esta capital, porque solo de
este modo podrá dominarse la situación; en este concepto
Anexión-Restauración
103
mandará V. E. que inmediatamente venga el batallón de Madrid y sucesivamente las demás fuerzas que no son necesarias
para la conservación de ese punto, como asimismo las subsistencias posibles.
Como esta disposición hace que la presencia de V. E. en
Puerto Plata no sea compatible, dejará el mando al Excelentísimo Sr. brigadier D. Rafael Primo de Ribero, y se trasladará a esta capital con la última fuerza que deba venir. Quedan
sin efecto, por consiguiente, mis disposiciones anteriores...
El vapor Condal que conduce esta comunicación debe continuar a La Habana con los que lleva para el excelentísimo
Sr. capitán general de la isla de Cuba... Dios guarde a V. E.
muchos años. Felipe Ribero, Excmo. Sr. mariscal de campo
D. José de la Gándara.
Prosigamos la reseña de los sucesos que tuvieron lugar después de asumir el gobierno de la colonia. El general don José de
la Gándara estaba en La Habana con rumbo hacia España cuando
recibió su ascenso como teniente general y su nombramiento como
capitán general y gobernador de Santo Domingo en sustitución del
general Vargas.
Después de dictar algunas providencias preliminares de su mando retornó a esta isla y el día 31 de marzo de 1864 tomó posesión del
gobierno y el día 19 de abril salía de la capital una división de más
de tres mil hombres bajo el mando del general don Antonio Abad
Alfau hacia San Cristóbal sin otro resultado que el sugestionante
aparato del desfile militar y la gallardía de la flamante oficialidad
que marchaba a la guerra y que días después retornaron diezmados
por las guerrillas volantes que la picaron casi constantemente en
toda la ruta.
A fines de este mismo mes de abril salieron de Santiago de Cuba
siete mil hombres dotados de todo equipo de guerra y provisiones
de boca y medicina, hacia Monte Cristi. La acción de guerra de
esta formidable expedición como se verá en páginas adelante, no
surtió ningún efecto decisivo, si bien la toma de Monte Cristi y los
combates que se libraron en lugares aledaños fueron parcialmente
104
César A. Herrera
desfavorable, a nuestras armas aunque efímeros, pero hondamente
desalentadores para las fuerzas expedicionarias y al precio de diez
muertos y más de ciento diez heridos. Otro acontecimiento digno
de la cita fue la aparición del Padre de la Patria, Juan Pablo Duarte,
quien desde Guayubín, el 28 de marzo de 1864, se dirigió a los
miembros del Gobierno Provisorio el siguiente patético mensaje
que ha recogido el historiador García:
...arrojado de mi suelo natal por ese bando parricida que
empezando por proscribir a perpetuidad a los fundadores de
la República ha concluido con vender al extranjero la patria
cuya independencia jurada defender a todo trance, he arrastrado durante veinte años la vida nómada del proscrito, sin
que la Providencia tuviese a bien realizar la esperanza que
siempre albergué en mi alma, de volver al país al seno de
mis conciudadanos a consagrar a la defensa de sus derechos
políticos cuanto aún me restase de fuerza y vida. Pero sonó la
hora de la gran traición en que el Iscariote creyó consumada
su obra; y sonó también para mí la hora de la vuelta a la patria. El Señor allanó mis dificultades y riesgos se presentaron
a mi marcha, heme al fin con cuatro compañeros más en este
heroico pueblo de Guayubín, dispuesto a correr con vosotros
del modo que lo tengáis a bien, todos los azares y vicisitudes
que Dios tenga reservados a la grande obra de la restauración
dominicana, que con tanto denuedo como honra y gloria habeis emprendido [...] y no obstante esa férvida esperanza de
vivir en la patria. (José Gabriel García).
A causa del postergamiento de los generales Juan Rosa Herrera
y Eugenio Miches, Santana se sintió ofendido y escribió una carta a
Gándara amenazándolo con someter el asunto a la Corte.
Creemos de provecho poner en esta página algunos de los párrafos de esa carta porque sus términos constituyeron la sentencia
de muerte de la vida militar de Santana y fueron causas del abatimiento en que quedó sumido hasta el fin de su agitada existencia.
Anexión-Restauración
105
Esta disposición –le decía– de nombrarme un segundo jefe
brigadier del ejército peninsular existiendo como dejó dicho
otro de igual clase en el ejército dominicano; da a entender
que se desconfía de ellos, y esta desconfianza es muy infundada, pues no debe nunca abrigarse respecto de hombres que
están dando pruebas de adhesión y patriotismo [...] al entregar yo a S. M. la reina doña Isabel II este país, como jefe que
era de él cuando su reincorporación y la monarquía, celebré
con el gobierno español un pacto por el cual se reconocían
iguales consideraciones a los jefes y oficiales del ejército dominicano, que a las respectivas clases del ejército peninsular,
y en virtud de esa circunstancia es para mí un deber, el hacer
llegar mi voz hasta la autoridad superior de la isla cuando veo
menoscabados los derechos de esos funcionarios, u ofendida
su dignidad que es la mía propia [...].
La respuesta del general Gándara fue desconcertante, aplastante… consecuencia: la renuncia de Santana y la entrega del mando al
brigadier don Baldomero Calleja el 5 de junio de 1864, y el día 14 a
las 4 de la tarde expiró rodeado de familiares y de algunos amigos;
en tanto que los soldados de la Restauración llegaban por el camino
de Haina a los alrededores de San Gerónimo y de Güibia, por el
camino de Manoguayabo a La Esperilla, o La Generala, lugares del
entonces poblado de San Carlos.
La situación había llegado a tal gravedad en todos los escenarios de la guerra que el general Gándara se convenció de que no
quedaba otro recurso que apelar a un avenimiento con los restauradores que condujera a la paz, y con este objeto comenzaron los
sondeos oficiosos, le siguieron las tentativas mediante parlamentos y luego las conferencias formales para el canje de prisioneros,
pero siempre los dominicanos con obstinada decisión de negociar
la paz a base de la desocupación, de la independencia absoluta, de
la libertad, de la reivindicación de la patria y el restablecimiento
de la República.
Recogemos en este libro cinco tentativas que precedieron al
convenio para el canje de prisioneros y para el logro de la abrogación
106
César A. Herrera
del Real Decreto de Anexión de la República a los dominios de S.
M. C. Da. Isabel II de Castilla.
Aunque más adelante tratamos de estas negociaciones con
cierta prolijidad, ahora nos limitamos a señalarlas entre los hechos
notables del período del general Gándara. Estas tentativas fueron
en orden sucesivo: la prudente y discreta gestión de don Federico
Echinagusia, enviado ante Pujol, en las Islas Turcas, por el capitán
general y gobernador Gándara; la que promovió el canje de un
prisionero dominicano por el coronel Velazco; un parlamento de
Gándara para proponer la designación de comisionados que traten
del canje; mediación oficiosa del presidente Geffrard y, quinta tentativa, la del señor Van Halen con esa misma finalidad por ante el
referido presidente haitiano.
Jirones de sombras comienzan a empañar el alba de la libertad;
el maligno espíritu de la guerra fratricida como el monstruo de
la fábula aparece pavoroso en el escenario de la vida pública de
los dominicanos; ahí está la Hidra de Lerna, el monstruo de siete
cabezas de la anarquía de nuevo campea ominosa.
Han derrocado al presidente Salcedo y lo han arrastrado al patíbulo… un Consejo de Guerra enjuicia luego a los miembros del
gabinete de Polanco y este es sustituido por Benigno Filomeno de
Rojas. Pero no obstante las intrigas, las desavenencias, las rivalidades
y las perfidias prosiguieron adelante los trabajos en pro del ideal y se
dio un paso memorable; la instancia de libertad a la Reina el 15 de
enero de 1865 y, como consecuencia, el estudio en la Corte de un
informe de Gándara del estado de la Colonia y luego la propuesta a
la Corte del proyecto de abandono de Santo Domingo; y aquí, en el
autoínterin la Convención Nacional ha ratificado la convocatoria de
la Asamblea Constituyente y ha adoptado la llamada Constitución de
Moca votada por la Asamblea Revisora el 19 de febrero 1858. Y, como
uno de los últimos actos de Gándara, su carta del 2 de abril de 1865
en la que, a la vez que informaba al señor don Benigno Filomeno
de Rojas del proyecto de abandono ya mencionado, le encarecía el
nombramiento de comisionados que a nombre del gobierno tratasen
con él para celebrar la paz y convenir la forma de la evacuación del
territorio dominicano por las tropas de S. M. C.
Anexión-Restauración
107
El gobierno, defiriendo a la solicitud del general Gándara,
nombró como comisionados para esas negociaciones a los señores
generales José del Carmen Reinoso, Melitón Valverde y presbítero
Miguel Quesada, debidamente acreditados mediante la carta en la
que se dijo:
Rogamos se les dé entera fe y crédito a lo que en nuestro
nombre y en el de la República digan y hagan; comprometiéndose nuestro gobierno a todo lo que nuestros enviados
y comisionados especiales hicieren en virtud de estas cartas
credenciales.
Pero no obstante las facultades absolutas con que negociaron la
paz, fueron desautorizados por el gobierno de Pimentel y rechazado por denigrante para la República el convenio de «El Carmelo».
CAPÍTULO VIII
ESTRUCTURA DEL ESPÍRITU
REVOLUCIONARIO CONTRA LA ANEXIÓN
SUMARIO
Proclama de Francisco del Rosario Sánchez. Proclama del general
Santana. La Junta Revolucionaria de Curazao, su carta a Sánchez.
Tanto la metodología de la historia como el orden cronológico de los acontecimientos que configuran y definen el contenido
humano de una época exigen que en la exposición de los hechos
aparezcan las singulares concausas que las produjeran y las circunstancias que acondicionaron su peculiar desenvolvimiento histórico ya como fenómenos más o menos aislados, inconexos, pero su
modo de expresión ya con la virtualidad formal de un fenómeno
socio-histórico que implica otro.
En ningún caso con más rigor han de aplicarse estos principios
como al caso dominicano de la Anexión y Restauración, porque no
son en su esencia misma un fenómeno que sigue meramente al
otro; porque al hecho histórico de la Anexión le es implícita, consustancial, inminente la idea emancipadora, el sentimiento de la
Restauración.
La Restauración como movimiento antagónico, como sentimiento de protesta e inquietud y afanes de repudios heroicos contra la afrenta, afectó el espíritu público desde el nefasto día en que
se proclamó nuestra incorporación a los dominios de Isabel II de
España.
109
110
César A. Herrera
El país entero, el pueblo dominicano todo desde el uno al otro
confín de la República fue, más que un protagonista de aquella
burda comedia de plebiscito, un espectador absorto de aquella
tramoya de consulta en que se le hizo aparecer ante España y
ante el mundo como enagenando su territorio y renunciando a la
independencia y a la libertad que tantas vicisitudes y tanta sangre
les había costado.
Todas las condiciones y circunstancias que concurrieron para
dar cima entonces a la vieja, combatida y desacreditada idea del
protectorado, son suficientes elementos de juicio para presumir
cuáles debieron ser la indignación y el repudio que conmovieron
la conciencia pública dominicana; y esa indignación y ese repudio, cualesquiera que fueren sus modos de expresión, eran ya la
guerra. La Anexión fue la obra de un hombre y de sus áulicos;
de un partido, y ese partido adverso al santo idealismo febrerista
de Duarte promovió con el hecho inconsulto de la Anexión la
acción revolucionaria no ya contra el hecho mismo sino antes,
contra la idea, contra las diligencias que se hicieron para llevarla
a cabo con la indignación natural del pueblo que ya se sentía
humillado.
La Revolución antianexionista comenzó contra la idea, primero, y prosiguió luego con todos los medios que fueron posibles para
restaurar la República.
Si los estímulos primarios de la reacción revolucionaria fueron las censuras, las protestas y las compulsiones partidistas del
baecismo, del antisantanismo, si se quiere; más tarde, y mientras
los antagonismos de las disensiones políticas no comprometieron
el ideal redentorista con la cerrazón de las luchas pasionales del
personalismo, todos los actos de la Revolución, todos los actos de
la campaña restauradora se produjeron estimulados, exaltados y
sublimizados muchas veces por los más sacros sentimientos y altos
ideales del patriotismo.
Cuando todavía la Anexión no es en la conciencia caótica de
Santana sino una idea pertinaz, ya Francisco del Rosario Sánchez
era el símbolo y el logo a un mismo tiempo de la revolución;
más que como antisantanista en el ostracismo, con el carisma del
Anexión-Restauración
111
patriciado que iluminaba su nombre, asoció corazones, cerebros y
músculos y fulminó como el rayo su anatema sobre la cabeza del
traidor y se consagró magnífico con otros émulos en el martirio
hasta el holocausto por el ideal de independencia y libertad.
He aquí el logo, el fiat lux de la conciencia nacional, su palabra
de execración y de combate que dos meses antes de la proclama de
la Anexión dirigió al pueblo desde su exilio en Saint Thomas.
Dominicanos
El déspota Pedro Santana, el enemigo de nuestras libertades, el plagiario de todos los tiranos, el escándalo de la civilización, quiere eternizar su nombre y sellar para siempre
nuestro baldón con un crimen casi nuevo en la historia. Este
crimen es la muerte de la Patria. La República está vendida el
extranjero y el pabellón de la cruz, muy presto no tremolará
más sobre vuestros alcázares.
He creído cumplir con un deber sagrado poniéndome al
frente de la reacción que impida la ejecución de tan criminales proyectos y debéis concebir, desde luego, que en este
movimiento revolucionario, ningún riesgo corren la independencia nacional ni vuestras libertades cuando la organiza
el instrumento de que se valió la Providencia para enarbolar
la primera bandera dominicana.
Yo no os haría este recuerdo que mi modestia rechaza, si no
estuviera apremiado a ello por las circunstancias; pero conocéis bastante mis sentimientos patrióticos, la rectitud de mis
principios políticos y el entusiasmo que siempre he tenido por
esa Patria y por su libertad; y no lo dudo me haréis justicia.
He pasado al territorio de la República entrando por Haití,
porque no podía entrar por otra parte, exigiéndolo así, además, la buena combinación y porque estoy persuadido que
esta República, con quien ayer cuando era imperio, combatimos por nuestra nacionalidad está hoy tan empeñada como
nosotros porque la conservemos merced a la política de un
gabinete republicano, sabio y justo.
112
César A. Herrera
Mas, si la maledicencia buscase pretextos para mancillar mi
conducta, responderéis a cualquier cargo, diciendo en alta
voz, aunque sin jactancia, que Yo soy la bandera dominicana.
Compatriotas: las cadenas del despotismo y de la esclavitud
os aguardan: es el presente que Santana os hace para entregarse al goce tranquilo del precio de vosotros, de vuestros
hijos y de vuestras propiedades. Rechazad semejante ultraje
con la indignación del hombre libre, dando el grito de reprobación contra el tirano. Sí, contra el tirano, contra Santana y
solo contra él. Ningún dominicano –si alguno le acompaña–,
es capaz de semejante crimen a menos que esté fascinado.
Hagamos justicia a nuestra raza dominicana. Solo Santana,
el traidor por excelencia, el asesino por instinto, el enemigo
eterno de nuestra libertad, el que se ha adueñado de la República, es el que tiene interés en ese tráfico vergonzoso; él
solo es capaz de llevarle a efecto para ponerse a salvo de sus
maldades, él solo es responsable y criminal de lesa-patria.
Dominicanos: ¡a las armas! ya llegó el día de salvar para siempre la libertad. Acudid, ¿no oís el clamor de la patria afligida
que os llama en su auxilio? Volad a su defensa; salvad a esa
hija predilecta de los trópicos, de las cadenas ignominiosas
que su descubridor llevó a la tumba. Mostraos dignos de
vuestra patria y del siglo de la libertad.
Probad al mundo que haceis parte del número de esos pueblos indómitos y guerreros que admiten la civilización por las
costumbres, por las palabras y por la idea, pero que prefieren
la libertad a los demás goces con menoscabo de sus derechos,
porque esos goces son cadenas doradas que no mitigan el
peso ni borran la infamia.
Dominicanos: ¡A las armas! Derrocad a Santana; derrocad
la tiranía y no vaciléis en declararos libres e independientes
enarbolando la bandera cruzada del veinte y siete y proclamando un gobierno nuevo que reconstituya el país y os dé
las garantías de libertad, de progreso y de independencia que
necesitáis!
¡Abajo Santana!
Anexión-Restauración
113
¡Viva la República Dominicana!
¡Viva la libertad!
¡Viva la independencia!
(F. R. Sánchez).
Ya casi a punto de la abjuración en el trance mismo de su apostasía cuya reprobación siente, requiere y predica Sánchez como un
imperativo categórico del patriotismo dominicano, todavía en ese
trance, saca Santana alientos, palabras y razones para, a nombre de
la Patria que él ha mancillado, hablarle al pueblo que él ha burlado
y engañado y cuya ciudadanía ha vendido en almoneda pública en
mercados extranjeros.
Francisco del Rosario Sánchez, arquetipo de emancipadores de
pueblos, ha arrojado el guante al rostro de Santana, arquetipo de
mancilladores… El duelo ha comenzado; a la tremenda acusación
y reprobación de Sánchez, el apóstol de la libertad, se ha alzado
Santana para responder iracundo con un alarido, helo aquí:
¡Dominicanos!
El gobierno que vela siempre por la salud de la Patria no
perdía de vista a los traidores, que desde el extranjero fraguaban sus planes liberticidas; seguía sus pasos y descubría sus
secretos y se preparaba para inutilizar sus criminales esfuerzos. Ya hoy esa traición se manifiesta. El cobarde que jamás
ha sacado la espada en defensa de la Patria, el que vocifera
haber sido de los héroes del 27 de Febrero; el que toma por
pretexto para su deslealtad la defensa de la nacionalidad dominicana, el ex-general Francisco Sánchez en fin, busca hoy
a los haitianos para solicitar de ellos, tal vez, poner por obra
los planes de Domingo Ramírez.
¡Dominicanos! Alerta, ya veis los lazos que os tienden, ya conocéis los planes de esos hombres que tanto alarde hacen de
su dominicanismo; que tantas veces han implorado y obtenido
gracia; ya lo veis, hoy, cuando el gobierno se preparaba a dar
en su favor una amnistía casi general, encaminarse a Haití
114
César A. Herrera
para demostrarnos sus verdaderas intenciones, su mentido
patriotismo y hasta la falta de pudor político, que no ha permitido nunca a otros cambiar la nacionalidad dominicana,
por la de sus perpetuos contrarios.
Alerta, pues dominicanos alerta, compañeros de armas, pongámonos en guardia contra esa facción liberticida que sabremos escarmentar una vez más si quiere venir a turbar nuestro
reposo.
Confiad en la fuerza del gobierno, descansad en el acendrado
amor a la patria del que por tantos años y en tantos combates
lo ha sellado con su sangre, y esperad en fin, en esa Providencia que tantas veces nos ha dado la victoria. Ella protegerá
nuestras armas; y con ella, como siempre, venceremos.
Dada en el Palacio Nacional de Santo Domingo, a los 21 días
del mes de enero de 1861.
Si aceptamos con Alfredo Fouillée que toda idea es fuerza; si
es preciso convenir, además, que el potencial de esa fuerza que es
toda forma del pensamiento, depende siempre del género y grado
de su componente efectivo, ha de presumirse el singular efecto
moral que debió hacer sentir cada una de estas proclamas en la
conciencia pública dominicana y en el clima político de aquellos
días ya caldeados por las pasiones del partidismo; de ahí, pues, que
la primigenia reacción revolucionaria que preludió la memorable
empresa de la Restauración fue promovida y organizada fuera del
país y en el país por facciones políticas adversas a los intereses del
santanismo.
El verbo de Sánchez exaltó, sin duda, el espíritu de la rebelión y
le sucedieron esos primeros disturbios, asonadas y pronunciamientos armados más o menos aislados y esporádicos, que sustanciaron
el primer período de la Guerra Restauradora con sus organismos o
agrupaciones dirigentes, que precedieron a los gobiernos provisorios de los restauradores.
A la proclama de admonición de Santana siguieron los aprestos
militares, el desfile de tropas de línea y de reservistas de reciente entrenamiento… suspensión de garantías, sitios… atentados
Anexión-Restauración
115
contra el honor y la vida… devastaciones, incendios, aplicación sin
misericordia de la Ley sobre conspiradores del 26 de junio de 1855…
¡y el terror de los patíbulos!
Entre los organismos rectores del espíritu revolucionario parecen tener prelación en el tiempo, «la existencia de un club de
conspiradores» que, según anota don Ramón González Tablas,
«conspiraba en las logias contra Santana»1 y la Junta Revolucionaria de Curazao creada contra los planes anexionistas por Sánchez
desde Saint Thomas en vísperas de salir para Haití, por mediación
diligente de Valentín Ramírez Báez según testimonio de Ramón
Lugo Lovatón robustecido por el texto de Mariano Antonio Cestero, quien después de referirse a las «seguridades» que el gobierno
haitiano dio al ilustre prócer de «ayudarle en su obra» testifica.
(Sánchez, Ramón Lugo Lovatón).
Una vez conseguido esto embarcose para San Marcos, no
sin haber sufrido antes, en el momento de su partida, amargos
sinsabores, fruto de la ingratitud de sus mentidos amigos, a
quienes él alimentaba con sus escasos recursos.
A su salida de Saint Thomas notificó a algunos patriotas de
Curazao, por órgano de su amigo Manuel María Gautier, el
paso que daba estimulándolos afirmasen en aquel punto una Junta
revolucionaria la cual fuese el centro de donde irradiasen todas las
combinaciones y a la que él mismo obedecería». (Este pensamiento se llevó a cabo formándose la Junta de este modo: Juan E.
Aybar, presidente, Valentín Ramírez Báez, miembro, Manuel
María Gautier Id., Francisco Saviñón, Id., Pedro Pina Id.,
Domingo García, secretario). Ya en Puerto Príncipe trató de
hacer efectivo el concurso ofrecido por Haití y a este efecto
recabó del gobierno que hiciera entrar a aquella playa todos los
patriotas que de Curazao y de Venezuela deseaban acudir a entorpecer la Anexión. El gobierno haitiano estaba compuesto en su
mayor parte, mejor dicho en su totalidad, de conservadores
1
Ramón González y Tablas, Historia de la dominación y última guerra de España en
Santo Domingo, Madrid, Imprenta a cargo de Fernando Cao, 1870.
César A. Herrera
116
rancios. La política boyerista era su ideal. Solo el ministro de
lo Interior y el Cojo Lamothe disentían de ella. Él pertenecía
al número de los que prefieren la muerte a la esclavitud y
que no truecan una idea por un pedazo de pan. Él protegía a
Sánchez y su concurso no le faltó nunca...
Lo cierto es que para enero de 1861 ya estaba constituida la
Junta Revolucionaria, según documento del archivo del historiador
García utilizado por el historiógrafo Emilio Rodríguez Demorizi
que traslada Lovatón a su obra ya citada.
La importancia de este documento nos impone la cita textual
en estas divagaciones históricas:
Curacao, 22 de enero de 1861.
Señor general Francisco Sánchez.
Compatriota y amigo:
Los que suscribimos tenemos la honra de participar a Ud.
que habiéndonos impuesto del proyecto de regeneración
que Ud. tuvo a bien hacernos comunicar y habiéndolo examinado detenidamente y habiendo pesado la muy poderosa
razón que existe en estos momentos para llevarlo a efecto,
nos hemos reunido en Junta con el objeto de dar un carácter
más serio al compromiso que debíamos contraer y hemos
jurado solemnemente llevar a efecto en la parte que nos toca
y por todos los medios que estuvieren a nuestros alcances la
revolución de la regeneración dominicana en conformidad con
el proyecto mencionado.
Reuniéndonos así en Junta hemos creído proceder más acertadamente pues de este modo habrá un Centro de acción en
esta isla que procediendo con discreción y cautela pueda dar una
dirección pronta y eficaz a las medidas que hayan de tomarse, ya
para la propaganda revolucionaria en la República para la ejecución que por esos lugares haya de darse a una parte del proyecto.
Anexión-Restauración
117
Como esperamos que esta comunicación lo encuentre ya en
Haití, confiamos en el patriotismo de Ud. que al pactar con
aquella República sabrá colocarse en esa situación en que se
equilibre el apremio en que se haya la Patria con sus conocidos sentimientos. Comprenda que el porvenir de la República está, puede decirse, en sus manos, y que esta confianza
extrema que depositamos en Ud. es el mayor homenaje que
podemos tributarle.
Y como para poner en ejecución la parte del proyecto que
nos toca necesariamente hemos de necesitar, como Ud. debe
suponerlo atendiendo a nuestra situación, de los recursos
indispensables; y como naturalmente al pactar Ud. con el
Gabinete de Haití, si este acepta sus proposiciones, ha de comenzar por presentar esos recursos. Esperamos que después
que esto resulte la primera diligencia que Ud. haga sea la de
indicarnos cuáles son aquellos con los que pondremos contar y el medio de cómo podemos con prontitud disponer de
ellos. No obstante, esto no impedirá que antes de tener esta
razón indispensable para conspirar en la posición en que nos
encontramos hagamos todos los sacrificios posibles para dar
los primeros pasos como lo hacemos en estos mismos momentos, tratando de dirigir un buque o un individuo a Puerto
Plata, así para ponernos en comunicación con las personas
de nuestra confianza allí, como para introducir los impresos
que le incluimos, los cuales se habían hecho antes de recibir
las comunicaciones de Ud. y deben estar a estas horas corriendo en Santo Domingo. Creemos estos documentos de
muy buen efecto para desvanecer las ideas contrarias al buen
sentido nacional de que Santana tratará de sacar partido.
Aunque hacemos todo lo posible por ponernos en comunicación con el Cibao no está de más, y aun es necesario y acertado que Ud. trate de hacerlo por las fronteras. Sería muy
importante que Ud. escribiese al general Fernando Valerio,
muy detalladamente.
Aguardaremos sus interesantes comunicaciones y podemos
asegurarle que estamos resueltos a todo sacrificio noble y
118
César A. Herrera
honroso, a trueque de asegurar la bandera y la independencia
dominicana.
No remitimos a Ud. más ejemplares del llamamiento a la
Nación y de la proclama del ceneral Cabral por no abultar
la correspondencia; pero si Ud. puede hacer reimprimir los
dichos documentos para introducirlos por ambas fronteras,
no estaría de más.
Sírvase Ud. aceptar los sentimientos de la alta consideración
con que tenemos el honor de suscribirnos.
Amigos y compadres.
El presidente de la Junta, Juan Aybar. José M. Cabral. P. A.
Pina. D. Báez. Francisco Saviñón. V. Ramírez y Báez. M.
M. Gautier. Secretario.
El traslado de esa carta a este libro está plenamente justificado
no solo por el extraordinario valor del documento como pieza histórica, sino también por la significación de su contenido como uno
de los componentes de primer orden y de primordial importancia
de ese complejo de causas y concausas que fue como la levadura
de la reacción del espíritu público que dio vitalidad y estímulo a la
Guerra Restauradora.
Aunque Francisco del Rosario Sánchez le infundio la mística
de su apostolado patriótico a la Junta Revolucionaria de Curazao,
no puede soslayarse que la mayoría de los exiliados que la constituyeron eran adversarios políticos de Santana y que, en esa virtud,
ese primer componente de matiz político no puede ser descartado
como preeminente en el movimiento que comenzó a combatirlo
con el repudio de su persona como traidor a la patria, y con la
promoción de la cruzada nacional contra su obra.
Ese componente político como fuerza reaccionaria contra la
Anexión perduró, persistió y actuó como estimulante de la revolución en casi todo el proceso de su desenvolvimiento histórico; aunque aparentemente inexistente e inoperante como «partido», ahí
estaba el baecismo como reacción. Contra Báez y los suyos, con el
designio de contrarrestarlo, combatirlo y destruirlo, recurrió, no el
santanismo, sino Santana al expediente proditorio de la Anexión.
CAPÍTULO IX
ESTRUCTURA DEL ESPÍRITU
REVOLUCIONARIO CONTRA LA ANEXIÓN
SUMARIO
Baecismo contra santanismo. Tres componentes secundarios del
complejo revolucionario. Nota de Sumner Welles. Renuncia del
general Santana como capitán general de la Colonia.
Pero ese componente no habría bastado para el sacudimiento
de la conciencia nacional, no habría sido suficiente para el vigoroso
sustentamiento de la protesta armada; no habría sido por sí solo
capaz de aunar y coordinar tantos corazones y voluntades para propiciar con el sentimiento de la libertad y la acción heroica cuantas
circunstancias, condiciones y elementos que fueron favorables al
ideal de la redención nacional.
Las proclamas de Sánchez y de Cabral habían inculcado ya en
la conciencia pública del Sur y de gran parte de la frontera la idea
de la rebelión, en los grandes núcleos sociales del país apenas si
los pocos enterados daban pruebas ostensibles de su indignación,
de sus congojas y de sus protestas, reprimidas más por instinto de
conservación, que por conciencia de pudor patriótico, porque la
verdad es que el pueblo repudió siempre todas las tentativas del
anexionismo, todas las claudicaciones del patriotismo fuere quien
fuere fautor de la idea. Los ánimos estaban ya predispuestos al
arrebato del heroísmo; el hondo resentimiento de la parodia de
plebiscito con que fue engañado y sorprendido, el pueblo estaba ya
exaltado por las ideas germinales de la rebelión y el verbo que fue
119
120
César A. Herrera
doctrina en las proclamas de Sánchez y de Cabral era ya consigna
de conjuración, bandera de combate, y cuando se invocó la Ley
sobre Conspiradores y se erigieron patíbulos para quienes enarbolaron esa bandera y la sangre del holocausto bautizó la causa de la
Restauración, ya no pudieron contrarrestar la rebelión, ni el rigor
del tirano, ni los medios represivos, ni los fusiles de milicianos
españoles, componentes estimuladores del espíritu revolucionario
que el análisis histórico descubre en la conciencia pública, unos en
el momento mismo en que se hizo manifiesta la idea de la Anexión
y otros en el agitado proceso de la revolución.
Cada componente de ese complejo ideoafectivo que propulsaba la acción heroica con optimismo y fe en la santa causa de la
reivindicación nacional tenía su singular manera de redoblar los
estímulos en su propia esfera y sus peculiares proyecciones en su
orbe social.
El sucinto señalamiento de esos componentes o factores que
hacemos a continuación puede clarificar y darle sentido preciso a
nuestro pensamiento.
En el primer momento la reacción tuvo un carácter simplemente político; baecismo contra santanismo, cuya acción persistió; pero ya
en Francisco del Rosario Sánchez el sacudimiento de la protesta
está exaltado por la mística de su patriotismo que él sublimiza con
el holocausto de su vida y el estupor de su cadalso y de los primeros
mártires que abonaron con su sangre patricia los fermentos de la
rebelión, es otro de esos componentes sentimentales que en la revolución dominicana, como en todas las grandes revoluciones que
en la historia de la cultura, hace el religamiento, la religión en pro
ya de una verdad científica con sus mártires, llámense Giordano
Bruno o Galileo; ya de una nueva ética fundada en la caridad, llámese Jesús de Nazaret; ya de una reforma político-social cimentada
en la irrestricta igualdad de los derechos humanos, llámese Abraham Lincoln.
Los estímulos de la exaltación del espíritu público, singularmente el pavor de aquellos patíbulos, pueden ser considerados
como componentes primarios primordiales a los que vinieron a
agregarse otros de carácter secundario aparejados a la contingencia
Anexión-Restauración
121
de la mutación del régimen democrático republicano por el monárquico absoluto del coloniaje español.
Entre los componentes secundarios que afectaron la conciencia
popular, la historia señala tres que no podemos pasar por alto:
1 La imposición a los obreros y campesinos de la obligación de
trasladar de una comarca a otra el equipo de los soldados en
marcha.
2 Prestación personal forzosa en la apertura y mantenimiento de
caminos vecinales.
3 Imposición a los contratistas de edificar conforme a las teorías
del capitán general.1
En la obra del señor Sumner Welles, aunque sin llegar a una
sistematización rigurosa, encontramos otros componentes secundarios que afectaron el orden burocrático, la vida religiosa, el régimen monetario, el sistema jurídico del país y la disciplina militar.
No pudieron ser pequeños el descontento y el malestar que
produjo la rapiña de las canonjías y prebendas en que se convirtieron los empleos públicos sobre los cuales cayeron los advenedizos
procedentes de Cuba, Puerto Rico y España como una manada
de lobos hambrientos sobre su presa, con desplazamiento inmisericordioso de los dominicanos que los servían con honestidad y
eficiencia.
Este mal comenzó con el discrimen de la clase militar criolla
cuyos puestos de mayor jerarquía fueron otorgados a los milicianos
españoles en desmedro del pundonor de los dominicanos.
Acerca de esto se expresa el señor Sumner Welles del modo
siguiente:
Con el paso rápido de los días y los meses sin que se realizaran las reformas tan liberalmente prometidas, sin cumplirse
siquiera las obligaciones específicamente contraídas, empeñó
la reacción adversa a las autoridades españolas. Se notaron
1 Sumner Welles, La viña de Naboth, Santiago, Editorial El Diario, 1939.
122
César A. Herrera
las primeras señales de descontento entre el elemento militar
cuando los puestos más importantes en el ejército dominicano
fueron conferidos a oficiales españoles en reemplazo de los oficiales nativos, que fueron retirados con un pequeño porcentaje
de sus estipendios. Luego la experiencia de las autoridades militares dominicanas fue repetida por los oficiales de la administración civil, cuando una jauría hambrienta de paniaguados de
O’Donnell y sus colegas vinieron a ocupar los puestos lucrativos
que sus padrinos no pudieron darles en otra parte. Para satisfacer las demandas de estos caza-empleos de allende el mar los
empleados dominicanos íbanse gradualmente eliminando a tal
punto que cuando por Real Decreto del 21 de noviembre de
1861 la Real Audiencia de Santo Domingo fue creada de nuevo
y se dificultó al mismo Santana la obtención del nombramiento
de sus leales servidores y amigos don Tomás Bobadilla y don
Jacinto Castro como magistrados de la Corona.
La desventurada suerte de los compañeros de armas que se vieron despojados de sus posiciones militares y privados de la personería augusta que, por el heroísmo y las hazañas y el denuedo en los
combates gloriosos les reconoció como timbre de honor, produjo
en Santana profunda depresión y tormentos angustiosos que a la
manera de las serpientes de Laocoonte comenzaron a morderle el
corazón y a estrangularle con el alma la vida.
Un retortijón más cuando sus dos últimos ministros, señores Felipe Dávila Fernández de Castro y Miguel Lavastida fueron destituidos
sin tenerlo en cuenta y la serpiente le dio otro desgarrante mordisco al
corazón. Entonces no pudo contener la tensión afectiva y su renuncia
como capitán general fue la catarsis, el desahogo de su pesadumbre y
congoja. Se le aceptó y fue sustituido el 20 de julio de 1862 por el general Felipe Ribero y Lemoine aunque concediéndole S. M. la Reina
la jerarquía de general y otorgándole el título nobiliario de Marqués
de las Carreras y la investidura de senador vitalicio del Reino.
La carta en que Santana presentó su renuncia al ministro de
Guerra y Ultramar, que trasladamos de la obra ya citada de don Ramón González Tablas, dará al lector ideas muy claras acerca de los
Anexión-Restauración
123
quebrantos de la salud y de los efectos psicosomáticos del profundo
estado depresivo que sin duda le fueron creando las decepciones
que de continuo amargaban su vida.
Santo Domingo, 7 de enero de 1862.
Excmo. señor:
Al manifestar a S. M. la Reina nuestra señora, en la carta que tuve
la honra de dirigirle en agosto del año próximo pasado, que para
decidir la cuestión de conveniencia, de estrechar los lazos que
hubieran de unir a este pueblo dominicano a la madre patria se
tuviese en cuenta el estado valetudinario en que me encontraba,
presentía ya, que mi salud no me permitiría prolongar por largo
tiempo los esfuerzos que el bien de los pueblos exigía de mí. No
era, en efecto, un vano temor. Apenas ha transcurrido un año y
medio, cuando ya se han hecho tan tenaces mis dolencias, que no
me permiten un momento de descanso. Por fortuna la Divina
Providencia oyó mis ruegos; por fortuna la excelsa reina de Castilla se dignó escuchar mi voz y de hoy más todas mis inquietudes
han cesado, todas mis zozobras se han calmado. El cetro de doña
Isabel II guarda el país y yo puedo bajar tranquilo a la tumba sin
temor de legar a los hijos de este suelo las eventualidades de la
guerra civil, ni la perpetua lucha con Haití.
Una administración fuerte y bien ordenada extiende su acción
por todo el país y le promete mejorar su condición. Fuerzas de
mar y tierra, y más aún las glorias que en todas partes adquiere
la nación la garantizan de las amenazas exteriores; todo pues,
ha variado, todo ha mejorado; todo en fin, ha adquirido ese
carácter de progreso que asegura un porvenir venturoso.
¡Yo, solo yo, soy el que paga el justo tributo a nuestra débil
naturaleza! [...] Mis años y mis dolencias, Excmo. señor, han
venido aumentándose hasta hacerme imposible la continuación
de un servicio sedentario que aumenta las últimas. De largo
tiempo atrás los hombres del arte y la experiencia me habían
hecho conocer cuán nocivos me eran los cuidados del mando
124
César A. Herrera
y las fatigas del despacho de los negocios públicos. La nación
había reformado, a ruego mío, su pacto fundamental, creando
una vicepresidencia que me permitiera retirarme a buscar en el
aire libre de los campos y en el ejercicio de la vida privada una
salud que no alcanzaba en el poder y solo de ese modo he podido prolongar una vida que las adjuntas certificaciones prueban
hasta cuándo está amenazada. Pero hoy que los nuevos deberes
que me ha impuesto la investidura que debo a la munificencia
de mi soberana me privan de aquel recurso, mi salud decae, mis
fuerzas se abaten y mi vida está muy amenazada.
Mi deseo, Excmo. señor, es servir a mi reina, serle útil todavía y hasta tanto que no la haya pagado, si es que pagarse
puede, la inmensa deuda que la gratitud me ha impuesto por
multiplicados favores en que he sido colmado.
Pero para poder hacerlo de una manera eficaz, es menester
que recupere el vigor perdido; es preciso que me recobre
de esas dolencias corporales que hoy me inutilizan; y esto,
Excmo. señor, en la libertad solo de la vida privada puedo
conseguirlo. El ejercicio continuo a caballo y la carencia de
toda preocupación de mando es el único remedio conocido
para mis crecientes i padecimientos.
Respecto de ellos aún podré, bajo las órdenes de mi digno
capitán general, ser útil, para cuanto sea necesario un hombre de acción que desea derramar su sangre en defensa de los
derechos de su reina.
La menor perturbación del orden o una amenaza extranjera,
me hallarían pronto a obedecer las órdenes del jefe que me
ordenase contenerlos, así como a prestar cualquier otro servicio que se exigiese de mí.
Por todas estas razones, debo concluir rogando a V. E. se
sirva impetrar de S. M. la gracia de admitir mi dimisión; que
respetuosamente le presento, del cargo de capitán general
de esta isla y permitirme descansar en el seno de mi familia
los cortos días que la Divina Providencia se sirva contarme.
Dios guarde a V. E. muchos años. Excmo. Firmado Pedro
Santana. Excmo. señor ministro de Guerra y Ultramar.
CAPÍTULO X
ESTRUCTURA DEL ESPÍRITU
REVOLUCIONARIO CONTRA LA ANEXIÓN
SUMARIO
Desaciertos del arzobispo Monzón. Violaciones al principio de la
libertad de conciencia y cultos. Ataques al clero dominicano, a los
metodistas y a la masonería. Desastres del régimen fiscal y del papel
moneda. Intento de desalojo por la fuerza de los poblados de los
valles del Guayamico y del Artibonito.
La renuncia de Santana tiene doble valor en el recuento de los
elementos preparatorios y quebrantadores del orden social en que
ha de cimentarse todo régimen gubernativo; doble valor, decimos,
por lo que en sí significa esa renuncia de la jefatura del gobierno que tanto ambicionó, y porque para beneficio de la causa de la
Revolución Restauradora fue sustituido por don Felipe Ribero y
Lemoine que, gracias a su estrechez de miras, a su falta de tacto
político y a sus desacertadas y torpes disposiciones como capitán
general, aumentaron el malestar público, echó combustible y atizó
la candela de la insurrección con las más inoperantes e inadecuadas
disposiciones dictadas con supino desconocimiento de los hábitos
y de las costumbres del pueblo dominicano. Ninguno de los capitanes generales desbarró tanto como Ribero, ninguno contribuyó
tanto al incremento del espíritu revolucionario, ninguno como
él estimuló más la animadversión del pueblo contra la Anexión y
singularmente contra los militares, los civiles, la clase clerical las
125
126
César A. Herrera
sectas religiosas, los masones, las comerciantes, los hombres del
agro y de las urbes y de cuantos se vieron afectados de algún modo
por sus desaconsejadas e inopinadas disposiciones gubernativas y,
sobre todo, por el régimen de fuerza que implantó en el país.
Acerca de sus torpezas y de la brutalidad de sus actos escribió
entre, otras cosas, el señor Agente Comercial americano al secretario Seward el 26 de octubre del 1863 lo siguiente:
La imbecilidad de Ribero, la mala administración y el hecho
de retener en cargos públicos a hombres como el general Buceta, reciente gobernador de Santiago y del Cibao, han sido
las causas que han motivado esta última revolución, causando
la ruina y la desolación del país.
Al proseguir la reseña de las causas secundarias de la Revolución
Restauradora, sobre todo de su segundo período que inauguró el
21 de febrero de 1863 la memorable rebelión de Lucas Evangelista
de Peña, en Guayubín, debemos recordar que desde las postrimerías del gobierno de Santana, el arzobispo español don Bienvenido
Monzón y Martín dio comienzo a sus ataques contra la francmasonería nacional, que hasta intentó cerrar las logias e incautarse de
sus archivos, que en flagrante violación del principio de la libertad
de conciencia y de cultos descargó la ira de su fanatismo religioso
contra la iglesia metodista, que luego irritó hasta la exasperación a
la clase clerical dominicana preterida por los sacerdotes españoles
que los desposeyeron graciosamente de sus dignidades y de sus modestos recursos de subsistencia.
El descontento del pueblo dominicano tuvo grandes proyecciones en el espíritu revolucionario. Recojamos en este libro el testimonio de la historia acerca de cuanto hicieron y del fervor patriótico con que se consagraron los clérigos a la causa de emancipación
de la República y la aflictiva condición a que los redujo la autoridad
del prelado español.
Bastaría meditar un poco en el efecto que debió producir en
la conciencia moral de la clase clerical dominicana la ingerencia
y la fiscalización que ejerció el prelado en la vida de ellos, no sin
Anexión-Restauración
127
herirlos con amonestaciones y reconvenciones contra la deshonestidad del apostolado sacerdotal y con la forma como se permitió
humillarlos hasta destruir sus derechos humanos y enrarecer sus
medios de subsistencia, ya que los redujo a vivir conforme a una
dotación fija de cincuenta pesos y la prohibición de recibir ningún
emolumento por los servicios pastorales que prestasen.
La reacción contra el vituperio y contra la humillación a que
fueron sometidos vino a robustecer la protesta general armada contra el odioso régimen de la anexión, desacreditado por las violencias de sus funcionarios, de cuyos desaciertos debían rendir cuenta
a S. M. Isabel II de España al correr del tiempo para descargo de su
responsabilidad y justificación de sus graves errores.
Aunque la protesta asoma en los picos de la pluma, no asombra
a los dominicanos ni deben lastimar al clero dominicano al cabo de
cien años de sacerdocio honesto las palabras que para sincerarse
pronunció en el senado el arzobispo señor Monzón el 26 de enero
de 1865, de las cuales se hace eco sazonándolas el señor González
Tablas:
El clero que los españoles encontró en la isla no era por desgracia un clero virtuoso y digno según lo demostró con su
autorizada palabra el arzobispo señor Monzón, en la sesión
del Senado del día 26 de enero de 1865. Sus pasiones, sus
vicios, sus intransigencias, su libertinaje, le hacían indigno a
los ojos de todo el que no ignorase la gran misión que le está
encomendada.1
Claro, a la hora de la rendición de cuentas no podía producirse
de otro modo en aquella cámara el señor arzobispo español, pues él,
con su desafortunada misión pastoral había contribuido al desastre
que selló en la historia, con descrédito del régimen colonial español
en América, el último dominio de España en Santo Domingo.
A la hora en que las Cortes debían sancionar el abandono del
territorio dominicano que Cánovas del Castillo la consideró como
1
Historia de la dominación, p. 57.
128
César A. Herrera
«equivalente a una derrota», con la abrogación del Real Decreto
del 19 de mayo de 1861 todos los que tenían alguna responsabilidad en el escandaloso fracaso de España en Santo Domingo invocaron todo género de razones para justificar sus hechos y hasta
pretendieron echar sobre los hombros de otro el peso de sus propias responsabilidades.
Al partido Unión Liberal, porque se dejó embaucar por Santana
y condujo a España al ridículo; de la Gándara a Peláez, por inepto;
y a Ribero por variar sus planes de campaña, Ribero a Santana por
sus irrefrenables pasiones partidistas, Santana a los enemigos de la
patria, por su convivencia con Geffrard y en su espera de acción,
el arzobispo Monzón con sobradas razones al clero nacional por
su colaboración en la causa de la revolución, la cual es acreedora
a nuestro aplauso al cabo de esta centuria en que celebramos las
gloriosas gestas de la Restauración.
Copiamos de Gándara el comentario que hace a un informe
del general Velazco acerca del general Hungría, por la referencia
que contiene de la participación del clero del Cibao en la Guerra
Restauradora.
El testimonio del hoy general Velazco, consignado en sus
numerosas comunicaciones oficiales y en los apreciables
manuscritos que tenemos a la vista, daría gran fuerza a las
opiniones de aquel distinguido jefe dominicano, aunque no
los hubieran justificado los sucesos tan cumplidamente. La
del país según él, nos iba por momentos volviendo la espalda,
causa sobre todo de los manejos del clero, que impaciente
por recobrar su antigua libertad trabajaba, e influía con los
pedáneos para que exagerando la alarma, las precauciones y
los atropellos aumentasen la irritación y el malestar que así
pudieran generalizarse casi instantáneamente.
No solo fueron –agrega– los eclesiásticos y los pedáneos
agentes públicos de deserción entre los individuos de la reserva sino que ellos mismos los conducían después al campo
rebelde...
Anexión-Restauración
129
Asimismo, las diatribas del ilustre prelado español contra la
fracmasonería salpicaron la historia de improperios indignos del
recato de un ministro del señor.
Sin embargo, fue más hiriente respecto de los clérigos a quienes
trató como a gente disoluta y depravada, y tanto como a los prosélitos de la secta metodista a quienes calificó de heréticos sin parar
mientes en la libertad de cultos y en los tratados internacionales
que los amparaban. De la fracmasonería no se limitó a exponer, que
conocía sus estatutos y sus ritos, que sabía cómo eran las insignias
y los títulos según los grados y que por otros datos «pudo deducir»
que la fracmasonería de Santo Domingo es la misma que ha sido
condenada y anatematizada en diferentes ocasiones por la Iglesia;
la misma que, como sociedad secreta, reprueban también las leyes
civiles y castiga nuestro código penal vigente en aquella isla. Pero
soslaya la consideración de la fracmasonería como institución de
educación moral, para situarse de pleno en el campo de la política
o intervenir en los debates del orden del día de aquella cámara, que
era el fracaso de España en Santo Domingo.
Y puesto que a él le tocaba gran parte de la responsabilidad
de ese fracaso por sus ejecutorias como superior jerarca del clero,
tenía que arrimarse con sus pronunciamientos políticos a los que
vociferaban para eludir los reproches, las censuras y los cargos que
los partidarios de la desocupación arrojaron sobre ellos.
Textualmente copiamos de la obra de González Tablas:
Y aún dado y no concedido, que fuese cierto, lo que han informado al señor Gándara, como para atenuar la importancia
de la fracmasonería dominicana a saber: que había tenido en
aquel país un carácter político más bien que religioso, resultaría
que esto, sin disminuir en nada su gravedad y su malicia en el
orden religioso, en el orden político el gravísimo peligro en
que podría poner en casos dados al buen gobierno y la tranquilidad de la isla; pues que afiliados a la fracmasonería con
carácter político los sujetos más influyentes del país, como
se confiesa en el informe, mediando entre ellos las íntimas
relaciones, compromisos y juramentos que sabemos median
130
César A. Herrera
siempre entre los adictos de tales sociedades y teniendo en
sus manos los grandes medios de comunicación y de acción
que les proporciona su organización secreta y su ramificación
en toda la isla pueden llegar a promover serios conflictos y,
aun revoluciones y cambios políticos sin que las autoridades
puedan prevenirlo y remediarlo a pesar de su celo y vigilancia.
En estas consideraciones están las premisas de las conclusiones
con que el señor González Tablas calza los comentarios de Monzón
y que aparece la fracmasonería como el principal ingrediente de la
revolución:
Puede pues asegurarse que todo el cúmulo de conspiraciones, trastornos y delitos públicos que tanto han trabajado
y empobrecido aquel país, fueron concertados en aquellas
cátedras.
Allí donde con tanto trabajo y lentitud se comunicaban las
órdenes del gobierno que velaba por el orden, la tranquilidad
y el bienestar público, existían medios para participarse rápidamente y por más especiales los acuerdos de las logias y así
se fraguó la gran conspiración.
Pero no menos que el tratamiento infamante del clero dominicano, la intolerancia de cultos y el ataque a la fracmasonería fue
el incremento que el espíritu revolucionario ganó a causa de la
perturbación social que produjeron, singularmente en los pueblos
aledaños a la frontera, las pastorales contra los amancebamientos,
el impiadoso discrimen de los hijos naturales y la afrenta que se
arrojaron desde los púlpitos parroquiales al rostro de muchos
fervorosos cristianos cuyo único crimen era haber procreado su
prole al margen de la ley. Y como las mancebas no eran pocas y
por centenares podrían contarse los hijos ilegítimos afrentados, no
podemos dejar sin apuntar la repercusión que debieron tener en el
espíritu revolucionario las ocurrencias y los desorbitados celos del
arzobispo Monzón contra ese estado civil tolerado por la sociedad
y por los gobiernos y en cierto modo explicable por la tradición y
Anexión-Restauración
131
el hábito feudal de la pernada que los colonos trajeron de la parte
haitiana de la isla e inculcaron a los abuelos de la mayoría de los
pobladores de la zona fronteriza. Aquello conmovió las bases de la
organización social y de esas familias trashumantes, ya radicadas
en tierra dominicana y haciendo parte en la estructura étnica de
los rayanos, y allí, y con las protestas y el escándalo cobró fuerzas
e ímpetu del espíritu revolucionario para llevar hacia adelante la
insurrección total del país contra la Anexión.
El historiador señor Ramón González Tablas, después de hacer
algunas consideraciones de ese estado social, dice:
El número de hombres que poseían una sola mujer era muy
escaso, comparativamente considerado con el de los que
tenía dos, tres, cuatro, cinco y mayor número teniendo generalmente hijos, si no en todas ellas, en la mayor parte, particularmente en la raza africana, en las cuales la fecundidad es
una de las condiciones naturales.
En situación tan extraordinaria que no podía haber previsto ningún concilio ni legislador de las naciones católicas, la
prudencia y la religión misma aconsejaban que se respetase
lo existente que había adquirido condiciones de legalidad,
por la costumbre sancionada por el tiempo y que se dictasen
reglas para impedir que el mal continuase en lo sucesivo.
Para que se tenga una idea exacta de las ocurrencias del arzobispo Monzón, trasladamos de la obra de Gándara algunos párrafos de
su pastoral del 1 de enero de 1863, dirigida a los párrocos.
A fin de que con mayor amplitud podáis ejercer tan santo ministerio en bien y provecho de las almas no solo os damos y
confirmamos las facultades y licencias que al presente tenéis
y han solido tener vuestros antecesores, sino que además,
en uso de nuestra potestad ordinaria y de la extraordinaria
que se ha dignado delegarnos temporalmente Su Santidad
en la parte que podemos y debemos usarla, os damos y concedemos por el tiempo prorrogable de un año, la facultad de
César A. Herrera
132
absolver de los reservados sinodales de este arzobispado, de
habilidad ad petendum delitum conjugale a los casados incestuosos o que hayan contraído matrimonio con voto simple
de castidad, de bendecir y aplicar a los moribundos verdaderamente arrepentidos una indulgencia plenaria guardando la
fórmula del Papa Benedicto XIV, y para que mientras dure el
cumplimiento la Iglesia de este año, que podréis anticipar o
prolongar cuanto creyéreis necesario al bien de nuestros feligreses podáis absolver en el acto de la confesión sacramental
de las penas y censuras eclesiásticas reservadas a Su Santidad
en que indudablemente incurren los que se hallan afiliados
en las sociedades secretas de los masones, carbonarios u otras
semejantes reprobadas y condenadas por la Iglesia, y porque
nos por nuestra parte también reprobamos, condenamos y
anatematizamos y asimismo los que hayan prestado o presten su apoyo, favor y protección; con tal que verdaderamente
arrepentidos de su culpa se separen enteramente de su sociedad secreta o secta, y la abjuren y entreguen en vuestras
manos los libros, manuscritos e insignias que conserven en su
poder pertenecientes a ella, los cuales procurareis transmitirnos con cautela y diligencia.
Dice La Gándara:
...más adelante se ordenaba en esa misma pastoral a los párrocos que contestasen un interrogatorio en el cual había
entre otras preguntas las siguientes:
9. Cuántos son los matrimonios legítimos que hay en la
parroquia y de estos cuántos viven unidos y cuántos separados y por qué, cuántos son los que solo están civilmente
y cuántos los que viven en notorio contubernio, o públicamente amancebados. Tanto de los matrimonios separados sin
la debida autorización como de los casados civilmente y de
los públicamente amancebados mandarán una lista nominal
por separado a nuestra secretaría y gobierno para los usos y
efectos convenientes.
Anexión-Restauración
133
10. Si en el radio de la parroquia hay algunos herejes, cuántos
sean en número, cuál su origen y procedencia, a qué sector
pertenecen, si celebran públicamente su culto en alguna capilla o sitio determinado y si ejercen algún modo de propaganda entre los católicos; si sabe que hay algunos iniciados
en las logias de masones carbonarios y otras sociedades secretas
reprobadas por la Iglesia; y, por fin, si hay entre el pueblo
alguna superstición, vana observancia a cualquiera práctica
abusiva o costumbre escandalosa, ya con motivo de algunos bailes y reuniones nocturnas, ya con ocasión de bodas
o esponsales, de fiestas y de funciones o de cualquier otro
pretexto.
Entre otros componentes que vinieron a sumarse al complejo
del espíritu revolucionario y que consideramos como de tercera
categoría porque no emanaron de las compulsiones del patriotismo
puro, ni de las violaciones y vejámenes que se cometieron contra
los derechos humanos, contra la vida, contra el honor y contra la
libertad de conciencia y de cultos, sino que dependieron directamente, las unas, de las peculiares condiciones climatéricas y sanitarias del país y las otras, de las circunstancias financieras con las
contingencias que en aquellos días afectaron el libre cambio de la
moneda, los ingresos fiscales, el comercio externo e interno; con
graves efectos los primeros, en el desmedro de la subsistencia y del
espíritu combativo del ejército español; los segundos entorpeciendo las regulares operaciones comerciales y las rudimentales explotaciones agrícolas con gran prejuicio para el pueblo e irrefrenable
excitación contra el gobierno.
No tenemos que extendernos mucho en cuanto a las condiciones de insalubridad del país, ni a las peculiares circunstancias
meteorológicas que nos son propias como tierra de la zona tropical que todo dominicano conoce, inhóspita singularmente para
los soldados procedentes de España que tenían que salir de campaña, vadeando ríos, a veces desbordados, chapoteando ciénegas
y marismas para después de trasponer dilatados valles, bosques
sombríos y sierras enhiestas bajo aguaceros torrenciales dar caza
César A. Herrera
134
a las bandas de insurrectos que enarbolaban la bandera de la cruz
y de los Evangelios.
La topografía, el rigor del clima, la fatiga de las marchas, la
deficiente alimentación, la tensión nerviosa que producía en las
tropas en marcha el guerrilleo sorpresivo, súbito y fugaz, que esperaban de continuo sufrir en cada vereda y por todos los caminos,
las vigilias en los cantones siempre alerta fueron con las endemias,
especialmente la malaria, la disentería, la fiebre amarilla, la buba,
la úlcera tropical, de los grandes males que diezmaron aquellas tropas, disminuyeron su capacidad combativa y relajaron el denuedo
del soldado español.
Como dato más elocuente de cuanto podamos decir, basta citar
para cierre de estos comentarios, la nota que el agente consular de
los EE.UU. de América, señor Yaeger, pasó el día 3 de julio de 1862
al secretario Seward:
El día 1 de julio llegaron 1,000 soldados procedentes de La
Habana. De los 5,000 que desembarcaron anteriormente
solo quedan unos 300; todos los demás han muerto de fiebre amarilla, y de los que quedan mueren diariamente de
veinte a treinta. Debido a las incesantes lluvias y al estado
asqueroso de la ciudad, no hay esperanza de que la fiebre
desaparezca.
Y agrega Sumner Welles:
En el curso de los siguientes cinco meses mil más murieron,
y los soldados venidos de Cuba y Puerto Rico los que debían
estar aclimatados, morían por centenares. El holocausto era
tan aterrador; los signos de descontento tan evidentes y formidables entre los dominicanos y las amenazas de un motín
entre las tropas españolas eran tan desconcertantes que Ribero se alarmó.
En cuanto al segundo grupo, esto es, los que sobrevivieron
del rudimental estado y desorganización del régimen fiscal, vale
Anexión-Restauración
135
decir, en síntesis, que todas las providencias que se dictaron, justas
o injustas, afectaron en forma tal el comercio y el libre curso de
nuestro papel moneda que redundaron en provecho del espíritu
revolucionario.
Las quejas que suscitó en casi todo el país la falta de equidad
en la estimación de los capitales que sirvió de base para fijar las
cuotas por concepto de patentes culminó en el cierre de muchos establecimientos comerciales; la prohibición del curso de la papeleta
provocó que el comercio de Santiago de los Caballeros cerrara sus
almacenes y hasta faltó la carne y los víveres del consumo diario.
Aunque apresuradamente se suspendió la orden de prohibición,
el escándalo cundió por todas partes y la irritación contra el gobierno no pudo evitarse.
A los comerciantes quisieron también cargarles la responsabilidad de los graves errores que aumentaron el descontento y dieron
más bases a la revolución. Contra esta clase que amasa con afanes
y grandes sacrificios gran parte de la riqueza pública dice textualmente el señor don Ramón González Tablas:
Como los mercaderes eran pocos y todos dispuestos a enriquecerse sin reparar en los medios, se asociaban para acopiar,
en épocas inesperadas, el mayor número posible de papelmoneda y después que lo tenían en su poder, lo cual era fácil
en un país tan pobre y donde no había metálico le daban un
alza sorprendente para el desventurado que había de vender
el fruto de su trabajo; cuando los billetes o, como en el país
decían con propiedad, las papeletas habían salido de las tiendas, entonces era segura su baja para que volviera a manos de
sus antiguos poseedores. Esto es positivo por más que parezca increíble, y nadie lo ignora entre los que conocen las cosas
de Santo Domingo.2
Esta versión desconsiderada, que no confirman categóricamente la constante tradición, ni la historia, debe ser repetida por otros
2
Historia de la dominación, p. 57.
136
César A. Herrera
hechos registrados en la historia que el señor González Tablas ha
tenido a bien cubrir con el velo del silencio.
Nada dice este ilustre historiador acerca de la reforma de la
tarifa arancelaria por virtud de la cual se impuso un derecho de
importación de 30% a los productos extranjeros y solo un 9% a los
procedentes de España. En materia de tributación fiscal, veamos
lo que dice en su carta del 2 de octubre de 1863 al secretario de
Estado, el cónsul William W. Yaeger:
Las exacciones arbitrarias y los impuestos excesivos que
oprimen al pueblo de esta isla para mantener una horda de
ociosos oficiales españoles han desanimado a los habitantes a
tal extremo que la mayoría han abandonado sus labranzas y
cortes de madera y aquellos se han convertido en «botados»
de hierbas malas [...].
El comercio está muerto y la exportación de productos ha
sido casi totalmente suspendida. La ruina se cierne sobre los
comerciantes del país.
En la serie de componentes o causas que acabamos de exponer
y comentar como partes del complejo del espíritu revolucionario,
hay un hecho que llegó a tener una importancia decisiva entre los
que preparan los ánimos y le dieron vigor a la sublevación que en
Capotillo encendio las llamas revolucionarias y anunciaron al correr de los días la apoteosis de la redención de la Patria.
Sea por la ayuda que los haitianos daban a los revolucionarios,
sea porque algunos de los más connotados cabecillas de las insurrecciones de Guayubín y Sabaneta habían atravesado la frontera y
otros se ocultaron en los bosques y en las poblaciones que se habían
apoderado de aquella zona; considerando el gobierno español que
no sería posible consolidar el orden y la paz y por el peligro que representaba la ocupación haitiana de esas tierras, resolvió no tolerar
más esa ocupación como lo habían hecho los gobiernos dominicanos, e invocando el Tratado de Aranjuez del día 30 de junio de
1777, determinó ultimar el desalojo a todos los haitianos radicados
allí hacía más de treinta años y hasta se consideró de «urgencia»
Anexión-Restauración
137
que las fuerzas haitianas desalojaron a Bánica, Las Caobas, Hincha
y San Miguel.
El cónsul español en Puerto Príncipe remitió una nota
muy enérgica al presidente Geffrard que contenía conclusiones terminantes:
Partant et vu ce qui vient d’otre exposé le soussigné espére
que le Gouvernement de la République voudra bien ordenner les dispositions qu'il jugera convenables pour arriver a
ce que ses détachements se retirent a sus anciennes limites.3
Señala Manuel Arturo Peña Battle:
Que el gobierno haitiano envió al señor Thomas Madiou a
Madrid en calidad de ministro plenipotenciario, con la misión especial de arreglar el diferendo pendiente. El ministro
de Estado Español, después de las primeras conferencias,
desistió de la reclamación de su gobierno y reconoció según
afirman los autores haitianos el derecho de Haití.
La noticia de la ejecución del plan llegó rápidamente a los caseríos de los valles del Guayamico y de Artibonito, cundió por las
sierras y se extendió casi por toda la zona fronteriza.
La resonancia de las protestas y del escándalo tuvo mucha repercusión por aquellos ámbitos y no bastaron las seguridades que
dio al pueblo el entonces jefe de la frontera general Antonio A.
Alfau de que «el día en que el gobierno de S. M. tomara posesión
de los pueblos ocupados por los haitianos haría respetar las propiedades legítimamente adquiridas».
Muy lejos estaban estas seguridades, fundadas en la legalidad
de la posesión de estas tierras usurpadas, de acallar el frenesí
de aquel escándalo cuya cólera subió de grado y se hizo tumultuosa cuando se supo que las compañías de granaderos y la de
3 St. Amand, citado de M. A. Peña Batlle, Historia de la cuestión fronteriza domínico-haitiana, Ciudad Trujillo, Luis Sánchez Andújar, 1946, p. 150.
138
César A. Herrera
cazadores del batallón San Quintín habían salido de Santiago
para ocupar, la primera a Dajabón, y la segunda a Capotillo y
cuando Terminado el plazo de prórroga que se les dio para recoger
los frutos que habían sembrado y desocupar los caseríos en que vivían
desde treinta años antes [...].
Ya se ha visto que gracias a las gestiones del Plenipotenciario
haitiano en Madrid, esa empresa emprendida con gran aparato de
fuerza y simulaciones militares en la frontera no se llevaría al cabo,
pero puede afirmarse que fue muy beneficioso para la causa de
nuestra revolución –dice el general Gándara–:
Ella dio a los conspiradores dominicanos agentes eficaces y a
los pelotones rebeldes un contingente valiosísimo.
No necesitaban los fronterizos haitianos de estímulos tan
poderosos para querernos mal; pero hay que reconocer que
aquella medida, una de las más torpes entre todas las que entonces se adaptaran y que son merecedoras de ese calificativo,
les aumentó su odio a España y los convirtió en encarnizados
enemigos nuestros [...].
Nada podía ser más odioso para aquellas gentes que la orden
de despojo dada a los destacamentos de Dajabón y Capotillo,
cumplida en los términos que hemos visto, obligándolos a
que se alejaran de la extensa zona que poseían como dueños
y la cual no se les permitió vivir ni como residentes.
Los acontecimientos que relatamos en el capítulo próximo, todos preparatorios de los pronunciamientos y actos heroicos que en
definitiva dieron cabal realización al ideal restaurador, permitirán
el lector estimar la importancia de aquella conmoción popular en
cuanto al vigor, alientos y empuje que dio a las guerrillas que en
Capotillo sostenían enhiesta la bandera de la Revolución aparentemente debelada, aparentemente muerta.
Sin embargo se hablaba en aquella parte de la frontera de la
rebelión que se estaba fraguando y de los propósitos de que este
movimiento fuese respaldado por todo el país, de que tuviese, como
tuvo, el carácter de una revolución nacional.
Anexión-Restauración
139
Los medios disponibles, la pericia y el valor de los generales
que se pondrían al frente de la nueva insurrección, la de Agosto de
1863, la fe en el triunfo de las armas dominicanas y la cooperación
decidida de todos esos pueblos lastimados por las drásticas órdenes
«de abandono y desahucio» se hacían ostensibles en los alarmantes
indicios de la conjura última que conduciría a todos los ciudadanos
dominicanos a la guerra definitiva no contra España, sino contra
el régimen colonial que le habían impuesto Santana y sus áulicos.
Pocos eran los que ignoraban en aquella zona el progreso que
había alcanzado la conspiración y el entusiasmo con que las guerrillas volantes de Capotillo, conforme a las consignas, aguardaban
para entrar en combate al grito de ¡Viva la República!
En un diario, recogido por el general Gándara en su libro ya
citado, aparece la noticia de la rebelión en boca de una aldeana
residuo de aquella clase social de la época del Imperio haitiano que
se dio en llamar de la nobleza.
En el diario dice D. Alejandro de Carpentier y Roig que se
encontraba en el escenario de los acontecimientos de Capotillo en
aquellos días…
Los españoles que allí estábamos nos reuníamos con frecuencia en casa de Madama Hortensia, condesa de Tiburón y
dama de honor que había sido en tiempo de Faustino 1 (Soulouque) [...]. Ella fue la que llevada por sus simpatías a los
oficiales españoles les advirtió varias veces del peligro en que
vivían y del conflicto próximo a estallar, pues resuelto estaba
por los dominicanos de Haití emigrados y por los que habitaban en la frontera conforme al parecer de nuestro gobierno,
llevar a cabo un levantamiento general que les devolviera su
perdida independencia [...].
A estos trabajos –agrega Gándara– ayudaban con toda su
fuerza, que no era escasa ni despreciable, los colonos de
aquellos lugares, a quienes nosotros habíamos despojados de
su fortuna obligándolos a abandonar sus casas y sus campos
[...]. He ahí cómo se acumulaban materiales para la rebelión
de Agosto de 1863.
140
César A. Herrera
Las noticias y los fundados vaticinios de la gran rebelión ya a
punto de estallar llegaron a ser tan alarmantes que se apresuró comunicar a su gobierno no solo que «la revolución era inminente y
sería terrible» sino que «insinuaba la idea de que sería conveniente
pensar en el abandono de la isla».
Refiriéndose a ese oficio de Ribero a su gobierno, dice Gándara:
Esta comunicación lleva la fecha del 11 de junio, y es un
angustioso grito de alarma que cierra el primer período de
nuestro gobierno en Santo Domingo, e inaugura aquella lucha terrible a cuyo término supo el país con certeza cuánto
había perdido en esta incesante aventura.
Y agregamos nosotros: en que metieron a España mediante la
superchería más burda y de ningún modo justificable que registra la
historia contemporánea del mundo, Santana, Serrano y O’Donnell.
CAPÍTULO XI
GUERRA DE LA RESTAURACIÓN
SUMARIO
Amplitud del significado de la palabra Restauración. Movimientos
revolucionarios del Sur. Sánchez como símbolo y como apóstol de
la revolución. Entrada de Sánchez en el territorio nacional y sus
compañeros. Las tres rutas de los expedicionarios. Insurrección
de Moca. Primer patíbulo. Opinión del historiador don Ramón
González Tablas acerca de esta insurrección. Opinión del historiador
don José de la Gándara. Asaltos de El Cercado y de Las Matas.
Fracaso de Tabera en Neiba. Relato del historiador Ramón Lugo
Lovatón.
Debemos ocuparnos ahora de la memorable Guerra de la
Restauración que comenzó según nuestro parecer en el corazón
de todos los dominicanos que en la hora misma en que bajaron la
bandera de Febrero para enhestar en su lugar la enseña de España
sintieron en el hondón del alma el desgarramiento que produce
toda afrenta, ese inefable temblor con que la ignominia conmueve
siempre la conciencia moral del hombre de vergüenza.
El estupor que muchos sintieron en aquella hora, el dolor que
los embargó, la indignación y el bochorno que les hirieron como
de muerte las fibras del patriotismo y el resentimiento callado,
eran ya la protesta cohibida; eran ya los primeros sacudimientos
141
142
César A. Herrera
emocionales, la reacción confusa y todavía sin el lumen con el que
el verbo ilumina en la conciencia las ideas y los sentimientos que
hacen el alma de la acción heroica.
Francisco del Rosario Sánchez fue para la conciencia pública
dominicana, ya lo hemos dicho, el logos de la Revolución; él encarnó en su propio ser, viva y paciente hasta el holocausto, la idea
de la libertad.
Nos basta ese juicio como norma rectora para estimar como
episodio de gran significación revolucionaria la presencia en la
patria de Francisco del Rosario Sánchez y de sus iluminados compañeros. Clásico fue el día en que transpusieron la línea fronteriza
y vinieron a desplegar en acción de guerra en los campos del Sur la
bandera de la redención.
Rendimos homenaje y reverenciamos a los historiógrafos y comentaristas de la Guerra Restauradora, pero se nos permita que sin
menosprecio del restringido sentido del vocablo «restauración»,
aplicado hasta ahora solo a los episodios que se cuentan desde la
gesta de Capotillo, usemos el término en un sentido tan amplio que
abarque en su significación todo cuanto constituyó una protesta
cívica o un acto bélico contra la Anexión.
Nada se opone a la amplitud de nuestra comprensión. La palabra Restauración bien puede significar una meta: la redención de
la patria; ya el último estadio de la guerra; ya el conjunto de los
episodios de este período final que culminaron con el embarque
de las tropas españolas y la restitución de la República a la plenitud
de su soberanía. Pero siempre significan un movimiento nacional
contra la Anexión.
De otra parte, en el caso de esta guerra que ahora nos ocupa,
todos los hechos que alcanzaron expresión de validez histórica, por
inconexos que parezcan y cualquiera que sea la distancia de tiempo
o de espacio que medió entre ellos, tuvieron todos, para valerme
de un término aritmético, un común denominador. Ese común denominador era el espíritu de la Revolución Restauradora, el ánimo
conturbado de la Patria, el alma unitaria de la República rediviva en
todas las protestas, en todas las aclamaciones populares, en todos
los gritos de guerra que llamaron a los dominicanos a la pelea, en
Anexión-Restauración
143
Moca o en Neiba, en Guayubín o en Capotillo, en los desfiladeros
aledaños a Guanuma o en los cerros de La Canela. Es ese común
denominador el alma de la epopeya que en los arrebatos de la inspiración creadora dará al vate los alientos apolíneos del canto heroico
de la proeza memorable.
Hemos llamado día clásico de la Revolución Restauradora a
aquel en que Sánchez y sus compañeros atravesaron la frontera y
hollaron con sus plantas el territorio nacional.
Todos los historiadores y comentaristas señalan el hecho y ponen énfasis en su importancia, pero unos silencian su fecha, otros
discrepan en cuanto a su fijación precisa; el historiador don Emilio
Rodríguez Demorizi, quien es acreedor a la mejor buena fe de los
estudiosos y cultores de la historia porque su linterna ha clarificado
muchos errores y no pocas verdades, dice categóricamente que la
invasión se inició el 1ro. de junio a las 4 de la tarde.
La verdad incuestionable es que un día de las postrimerías de
aquel mes, Francisco del Rosario Sánchez, José María Cabral y
Fernando Tabera pasaron la frontera con una legión de patriotas
que distribuidos convenientemente entraron en los pueblos de Las
Matas, de Neiba y de El Cercado y dieron a la historia el segundo
episodio memorable de la Guerra Restauradora.
Dejamos a las exigencias del nacionalismo recalcitrante, tal
vez exaltado por las pasiones partidistas, el mal que vieron en la
entrada de nuestros héroes por Haití y en la cooperación que los
expedicionarios recibieron de los combatientes haitianos que con
ellos vinieron.
La estatura patriótica de Sánchez y la sublimidad del ideal que
lo trajo al palenque a luchar a muerte con los anexionistas podían
resistir todos los ataques de la suspicacia y de la maledicencia, porque él, más que la bandera, era en esa empresa el verbo y la encarnación
de la revolución.
De la consustanciación en Sánchez de la idea de patria y el sentimiento de la libertad, le vino en aquella hora de tinieblas y de
suprema resignación a la muerte la poderosa mística de la misión
que le inspiró a la hora del sacrificio, las palabras memorables que
ha recogido la historia; Tibi soli peccavi et malum coram te feci… Pero
144
César A. Herrera
dejemos al hombre símbolo y vengamos al de carne y hueso, apóstol y
combatiente, cruzado de la causa más restauradora que «regeneradora», si es que en el fondo de estos términos no palpita la misma
idea de redención de Patria y Libertad.
Con ese lema vino al combate, con esa consigna se acercaron a
él y lo acompañaron en aquella empresa que nadie puede preterir
el séquito de patricios que vinieron a poner en marcha el carro de
la guerra.
La Universidad Autónoma de Santo Domingo quiere alumbrar
con el homenaje de gloria que rinde a los soldados de la revolución
en el Primer Centenario de la Restauración a aquellos denodados
adalides que vinieron con Francisco del Rosario Sánchez a darse a
la tragedia y al sacrificio como ofrenda propiciatoria en aras de la
Patria.
Y ahí están en la historia, nimbados por los destellos de la gloria; ahí están en la espera, ya larga de cien años, de los émulos que
han de venir a la regeneración definitiva del pueblo dominicano,
hoy más atormentado que nunca por los odios y las discordias… ahí
están los manes de aquellos legendarios que en vida fueron Gabino
Simonó, Félix Mariano Lluberes, José Antonio Figueroa, Rafael
Rodríguez, Pedro Alejandrino Pina, Timoteo Ogando, León Güílamo, Juan Erazo, Manuel Baldemora, Pedro Zorrilla, Benigno del
Castillo, Francisco Martínez, Félix Mota, Domingo Piñeiro, Juan
Gregorio Rincón, Miguel Saviñón, Domingo Ramírez, Rudescindo de León, Julián Morris, José de Jesús Paredes, Luciano Solís,
José Corporán, Baltazar Belén y Pérez, Epifanio Sierra, Joaquín
Báez, Rafael Aguirre, José Ciprián, Segundo Alcántara, José Curiel, Francisco Hungría, Antonio Suero, entre los más connotados,
que según la historia se contaron quinientos entre haitianos y dominicanos.
Las respectivas rutas de los tres dirigentes, los jefes de operaciones Sánchez, Cabral y Tabera fueron los de El Cercado, Las
Matas y Neiba.
Sánchez sacudió el 30 de mayo El Cercado, con el grito de
José Contreras en Moca: ¡Viva la República! y enhestó gallarda la
bandera de la cruz; el día 15 Cabral atacó y tomó no obstante la
Anexión-Restauración
145
resistencia que se le opuso, Las Matas; Tabera tuvo que alejarse
de Neiba acosado por las fuerzas españolas desplegadas contra él;
pero todos habrán de retirarse y no importa. Son los protagonistas
principales de este episodio regional de la revolución. Muchos de
ellos, como José Contreras y Francisco del Rosario Sánchez, tendrán como precio de su heroísmo el suplicio que les ganó el beso
de la gloria y de la inmortalidad.
Aunque fugaz y de poca repercusión, el episodio de Moca vale
menos por la prioridad que por el patíbulo con que inútilmente
pretendió Santana escarmentar a los revolucionarios.
El denodado José Contreras, que a los tres meses y días del
manifiesto de Sánchez dio al Cibao el grito de guerra de ¡Viva la
República! al pie de la bandera que enarboló en el puesto militar de
Moca, pasó a la gloria por su proeza y su martirio.
Lo fugaz y desventurado de los sucesos de Moca y de las poblaciones del Sur sacudidas por la empresa de los expedicionarios
de Sánchez es memorable por el cadalso horrendo que los epilogó.
Con José Contreras cayeron, fulminados por la descarga de la
fusilería de Santana, José María Rodríguez, José Inocencio Reyes y
Cayetano Germosén.
A reserva de proseguir luego la narración de los cadalsos de
Moca y de San Juan, no creemos desprovisto de cierto interés
el relato de algunos de los incidentes que vinieron aparejados a
estos pronunciamientos. Así se verá el contingente de tropas que
se movió para contrarrestarlos, la conducta que observaron los
dirigentes respecto de los inmisericordiosos fusilamientos y los
juicios que merecieron de los historiadores coetáneos los rasgos
de nobleza o de perversión moral que el análisis descubrió en
aquellos acontecimientos.
Pero, además, nos pueden servir esos juicios, ya parcializados
por el interés de ocultar la verdad histórica o deformados por la sistemática tendencia de degradar nuestra cultura y nuestros valores,
para calificar la honradez de aquellos historiadores.
El señor don Ramón González Tablas cree que la conjuración
de Moca fue fraguada en la Capital por los enemigos de Santana
para que tuviera efecto en aquel pueblo como punto del corazón
146
César A. Herrera
del Cibao; que en ella intervinieron unos doscientos hombres, que
los sorprendidos en el puesto militar eran miembros de una guardia
compuesta de diez y seis dominicanos comandados por el dominicano Juan Suero, general de la reservas, a la sazón ausente; que
tan pronto como tuvo noticias del pronunciamiento voló al puesto,
y aquí puede entrar la pintoresca reseña de la cual saca González
Tablas a su héroe acuñado por una bravura y audacia poco común
en la vida de aquellos militares.
Tan pronto como Suero tuvo noticias de lo acontecido regresó a Moca; entró con sigilo en su casa, que estaba en un
extremo de la ciudad. Allí su familia le dio cuantas noticias
necesitaba para informarse bien de los sucesos, y se dirigió
solo y disfrazado hacia el principal, para oír y hallar a los insurrectos [...]. Con la satisfacción de su propia superioridad,
tuvo la audacia de mezclarse entre los conjurados oyéndoles
sus planes y conversaciones de confianza. Descubierto a fin
lo atacaron, haciéndole una gran herida de machete en la
frente, y se trabó una horrible lucha, pero al oírse su voz se
difundió el terror entre ellos y de una manera inexplicable
terminó el motín, que tenía por objeto sublevar el país en
masa contra la obra de Santana.
No creo que los fusilamientos que motivaron la asonada fueron
dictados más que por la razón de la justicia, por el rencor de Santana.
Pienso que este procedió con ese extremado rigor porque con ese
hecho local incipiente y fugaz, intuyó la verdad y porque había inquirido con todo ahínco; en su marcha precipitada de El Seibo al teatro de
los acontecimientos [...].
El misterio que encerraba aquel suceso ha de parecer insignificante, pero muy grave en el fondo, pues consideraba
que aquellos hombres que proclamaban una cosa que había
dejado de existir legalmente y que así se atrevían a contrariar
el orden de cosas y el poder de la nación española, no podían
estar solos, por más que habían sido abandonados.
Anexión-Restauración
147
Sin descontar su rencor, sus odios, en fin sus malas pasiones,
pero singularmente la saña con que perseguía a sus enemigos políticos, no como los principales móviles de esos fusilamientos, los
ejecutó con la idea de atajar el gran mal que venía sobre su nefanda
obra, con un gran escarmiento que tuviera la magnitud necesaria
para que sonara y repercutiese en todos los confines de la República. Grave error porque nada abona con más vitalidad, ni con
tanto vigor el ideal de cualquier revolución como la sangre de sus
mártires.
El general Gándara participó de las presunciones de Santana en
cuanto a lo grave de aquel suceso y a ese respecto dice en su obra
Anexión y guerra de Santo Domingo, ya citada:
El primero de estos hechos, la insurrección de Moca, revestía
en medio de sus reducidas proporciones intrínsecas, extraordinaria gravedad. Moca era una población de 20,000 almas,
de la provincia de La Vega, situada por lo tanto en el corazón
del país. El hecho de que allí y no en un punto fronterizo hubiesen iniciados los descontentos su oposición armada, revelaba un estado de espíritu público poco satisfactorio. Además
de esto, los sucesos de Moca ocurrieron a principio de mayo
cuando la Anexión, bajo el punto de vista legal, se estaba
consumando, lo que evidenció asimismo a todos que débil
fundamento tenía la obra realizada; y lo que debió aconsejar
a nuestro gobierno temperamentos y procederes distintos de
los empleados. Santana apreció con exactitud estos hechos;
porque les atribuyó desde luego excepcional gravedad...
Por la gravedad del caso explica el general Gándara la terrible
represión con que Santana sancionó el atentado contra su obra,
pero antes de justificarla hace su crítica y la censura:
Los insurrectos de Moca eran bastantes, y no se encontraban
aislados. Santana creyó, sin embargo, cediendo a sus añejas
preocupaciones de dictador americano, que aquel vagido podía ahogarse en sangre, y decretó algunos fusilamientos pero
148
César A. Herrera
no curándose para nada de que lo hacía en nombre de un
nuevo gobierno, cuyos primeros pasos para éxito de la obra
anexionista no debió nunca coronar la violencia.
Debelada y sellada con sangre patricia la insurrección de Moca
del inolvidable 2 de mayo al 1861, pasemos a considerar el desenvolvimiento de los sucesos del Sur, sin lustre como hechos de armas,
pero magníficos por la odisea o el martirio de sus protagonistas.
Desde allá, desde el trémulo corazón del Cibao que acababa
de ser hondamente conmovido por los fusilamientos de Moca, el
tremebundo general Santana salió hacia las comarcas del Sur sacudidas por la presencia de Sánchez, de Cabral, de Tabera y de
sus desventurados compañeros, tan pronto como se le notificó de
Santo Domingo que una invasión había tenido lugar por aquella
frontera.
La noticia, que llegó a la Capital con una rapidez de relámpago,
circuló en el pueblo abultada en forma diversa. La gente comentaba, conforme a las ficciones de su imaginación, cómo se había
operado la irrupción, cuántos jefes venían comandando a los expedicionarios, quiénes eran, qué número de soldados había penetrado
ya por aquellos bosques de la frontera y los combates que habían
librado con las tropas españolas y los reservistas, y hasta se propaló
la versión, con la consiguiente alarma de los más ingenuos y pusilánimes, de que los que nos habían invadido eran los haitianos con
los designios de arrasar y saquear las propiedades conforme a sus
tradicionales incursiones en nuestro suelo.
Lo cierto es que el gobierno supo seguido quiénes capitaneaban
a aquellos expedicionarios, que en las filas de estos había muchos
haitianos, se estimó que el número de tropa era de unos quinientos
hombres y hasta se dijo en las esferas oficiales que ya se habían
«apoderado» de Neiba y de Las Matas.
Nada podía ocultar al pueblo que el gobierno estaba contemplando un estado de guerra y pronto la curiosidad pública, los comentarios y las propagandas subieron de punto cuando viéronse
atravesar por la Plaza de Armas pelotones de soldados, fusiles y
frazadas terciados, mochila a la espalda, que salían para el Sur el
Anexión-Restauración
149
bando del general Antonio Abad Alfau y como jefe de una brigada
de españoles, de la misma División, el brigadier Antonio Peláez.
Al frente de las tropas concentradas en Azua el día 16 de junio
y listas para entrar en campaña, estaba el general Santana que,
como dijimos, sin dilación se puso en camino hacia el nuevo escenario de la revolución, no sin que su marcha fuera retrasada
por las lluvias torrenciales, el lodazal de los estrechos y tortuosos
caminos en que las bestias se atollaban hasta la barriga y las procelosas avenidas de los ríos desbordados, pero salvadas esas y otras
peripecias, y en conocimiento de la verdadera situación, dispuso
que el general Alfau saliese por mar en el vapor Pelayo hacia Barahona a fin de que desde allí, conjuntamente con las tropas que
salían por tierra al mando del general Francisco Sosa, marchase
sobre Neiba.
En la ciudad de Azua de Compostela y mientras sus tropas hostigaban a los expedicionarios de Sánchez y se disponía hacer ruta
para San Juan de la Maguana, recibió con inusitada ufonía y extremado envanecimiento unos documentos de manos del teniente
coronel don Antonio García Rizo, en los cuales le comunicaba el
general Serrano que el gobierno de España, no solo había aceptado
todos sus actos sino que al mismo tiempo le anunciaba que se le confería la capitanía general de la isla, el título de Marqués de las Carreras,
una pensión vitalicia y la silla curul de los Próceres del Reino [...]
Se da como razón, ciertamente vaga, que al saber Santana que
los expedicionarios se habían concentrado en El Cercado, dispuso
su salida de Azua para San Juan amenazado por los soldados de Cabral que habían tomado Las Matas y los de Sánchez que operaban
en El Cercado.
Como veremos más adelante, no parece cierto que Sánchez y
sus soldados fuesen echados de El Cercado por el pueblo acaudillado por oficiales dominicanos, como dijo el general De la Gándara:
Acaudillados por algunos oficiales dominicanos y algún otro
que se despronunció, los vecinos del Cercado echaron de la
población a los insurrectos acosándolos por los montes hasta que muchos repasaron la frontera, no sin dejar bastantes
150
César A. Herrera
prisioneros entre los cuales merece citarse el general Sánchez
que estaba herido de gravedad.
Las causas del abandono de El Cercado y las razones expuestas por los memorialistas parecen hoy incontables, y ya que hemos tocado incidentalmente al abandono de El Cercado, dejemos
a Santana detenido por el Yaque desbordado en su marcha hacia
San Juan con el pensamiento puesto en el general Puello, que ha
estado requiriendo refuerzos para repeler la ofensiva que preparan
contra él, Sánchez y Cabral, y demos lugar a la reseña de los acontecimientos que tuvieron lugar en esa parte del país hasta la hora
trágica en que tuvo fin aquella aventura, que si no aparece marcada
en la historia por memorables hazañas lo está por la ejemplaridad
del holocausto.
Los tres grupos de expedicionarios, siguiendo a sus respectivos
jefes, se internaron por la manigua para alcanzar por los caminos
más apropiados los objetivos previamente convenidos que ya hemos
señalado. Salvo algunos incidentes y episodios sin relieve histórico,
los tres cumplieron con el plan de campaña que se había adoptado.
Al finalizar el mes de mayo Sánchez asaltó el puesto militar de
El Cercado, enarboló la bandera de Febrero y ocupó el pueblo con
ostentación de no disimulado regocijo de muchos que aplaudieron
la hazaña. El coronel Gabino Simonó, bajo el mando del general Cabral con denuedo memorable tomó el fuerte de Las Matas
después de una lucha fiera en que perdió la vida el valiente Joaquín Báez y los defensores dejaron el pueblo en poder del general
Cabral. Fernando Tabera fue menos afortunado, pues Neiba, ya
con la presencia de las tropas, pudo repeler su ataque. El general
Antonio Abad Alfau cayó sobre su grupo al frente de ciento veinte
soldados bien entrenados, lo obligó a dejar el pueblo y lo persiguió
hasta el pie mismo de las estribaciones de las sierras de Baoruco:
nada favorecido por la suerte tuvo que habérselas nada menos que
con la intrepidez y pericia de ese distinguido general dominicano al
servicio de las fuerzas españolas.
No queremos negar a Sánchez Guerrero las razones que tuvo
para decir en ocasión de ese revés que tenía su historia de jefe colmado
Anexión-Restauración
151
de errores autoritarios que le hicieron repulsivo. El historiador Ramón
Lugo Lovatón, de quien es la cita, la desvirtúa en cierto modo con
los párrafos que explican las circunstancias que fueron adversas
al general Fernando Tabera, tal vez acreedor de las lisonjas que
suele la historia tributar a aquellos desventurados dominicanos. El
«además» que agrega Lugo Lovatón al juicio de Sánchez Guerrero
a la verdadera causa del fracaso de la operación revolucionaria en
Neiba:
Además, a ello contribuyó también la medida bien calculada del
gobierno, de enviar contra él, por tierra, al general Francisco Sosa.
Los días 1 y 2 de junio respectivamente, salieron de Santo Domingo por tierra y por mar rumbo a Azua el general Antonio
Abad Alfau y el brigadier Antonio Peláez en el vapor Pelayo
con fuerzas del Batallón de Puerto Rico. Según González
Tablas fue en la tarde del 31 de mayo cuando embarcaron las
tropas españolas que unidas a la del país y bajo el mando de
Alfau iniciaron las operaciones. En efecto, desembarcaron en
Barahona. Se suman allí algunos criollos leales del gobierno
y avanzan. Tabera tiene que desalojar a Neiba y hacer un primer repliegue hasta Barbacoa y bien, dice Lugo Lovatón, para
concluir el párrafo. Entre la abrupta sierra neibera y las aguas
del lago Enriquillo, en un escenario de angustia, un desastre
se perfila para la revolución nacionalista de 1861 [...].
CAPÍTULO XII
GUERRA DE LA RESTAURACIÓN
SUMARIO
Tendencioso carácter de invasión haitiana que la maledicencia le
atribuyó a la expedición de los patriotas. Efectos de esa propaganda.
La proclama del general Eusebio Puello para desacreditar la invasión.
Fracaso de la expedición. Defección del general Cabral. Proclama
del general Cabral para justificar una defección. Emboscada del
Mangal. El patíbulo de San Juan. Declaración del 4 de Julio como
día de duelo nacional. Discurso del vicepresidente de la República
don Manuel María Gautier con motivo de ese duelo.
El abatimiento, la angustia y el fracaso no dependieron del carácter, ni de la falta de pericia militar, ni de la carencia de valor, ni
de la poca fe, ni de ninguna batalla campal… Muchas fueron las
causas y las circunstancias permanentes y fortuitas ya puestas en
claro por nuestros historiadores… veremos…
Ante todo hay un hecho que debe ser apuntado, y no de poca
importancia en cuanto al clima moral adverso a nuestros expedicionarios. Recuerde el lector que entre el caudal de propagandas
capitaleñas acerca de la expedición circuló la especie y hasta la
prensa se hizo eco de ella, de que eran haitianos los que venían
contra nosotros. Hay algo más alarmante, en la Proclama de Eusebio Puello, amenazado en San Juan por Sánchez y Cabral, aparece
153
154
César A. Herrera
la especie como una verdad irrecusable sustentada por la voz oficial
y robustecida por la autoridad histórica del pueblo.
Transcribo de la obra de Lugo Lovatón el texto de esa Proclama
y medítese en los efectos que debió producir y conjeture el lector
hasta dónde pudo la pasión partidista poner en juego esa carta para
vencer a Sánchez.
Dudo, y debo decirlo sin ambages, que Puello creyera lo que
dijo en esa Proclama, aunque estoy persuadido de que él conocía
muy bien cuál sería el efecto del arma que esgrimía contra los expedicionarios dominicanos. He aquí la Proclama.
San Juan, 9 de junio de 1861.
¡Habitantes de San Juan! Los tenaces enemigos de nuestro reposo y prosperidad han traspasado los límites de las
fronteras con el criminal intento de talar vuestros campos y
apoderarse de nuestras propiedades ya que no les es posible
realizar sus planes de conquista. Vuestros ganados, los frutos
de vuestras haciendas y todos los haberes que constituyen
vuestras riquezas se encuentran en poder del enemigo que
ya ha empezado a enviarlos a Haití para repartírselos más
tarde. Marchemos pues, no solo a salvar nuestros intereses
sino también a cumplir los sagrados deberes que nos impone
la patria.
¡Soldados! Por momentos debe llegar un ejército que marcha
en nuestro socorro y os lo advierto para que os apresuréis
a batir el enemigo si es posible antes de que os llegue ese
refuerzo, y deis así una nueva y esplendente prueba de vuestra intrepidez y heroísmo. Entonces vuestra será la gloria
de haber vuelto a enarbolar el pendón de Castilla en la leal
población de Las Matas, de donde por sorpresa lo han arrancado los audaces enemigos que tantas veces habeis vencido:
vuestra será la recompensa que al valor y al heroísmo concede nuestra augusta soberana doña Isabel II.
¡Soldados! Yo estoy en medio de vosotros y os acompañaré
hasta obtener la victoria: la Divina Providencia nos protege
Anexión-Restauración
155
y por tanto es infalible el triunfo de nuestras armas siempre
vencedoras. Eusebio Puello.
Pero no obstante el descalabro de Tabera en Neiba y el infundio de
esta Proclama difundida por todas las comarcas regionales con el consiguiente pánico de campesinos y de aldeanos, la Revolución no había
cejado un palmo en lo que había conquistado y con fundado optimismo
Sánchez y Cabral estaban ya preparados para el formal ataque de San
Juan y esto lo sabía con manifestadas inquietudes el general Eusebio
Puello a cuyo valor y responsabilidad se había confiado aquella plaza.
La mala causa que defendían los soldados criollos enrolados
en las filas españolas como reservistas, el reconocido patriotismo
de Sánchez, de Cabral, de Pedro Alejandro Pina y de cuantos los
acompañaban, y la topografía del escenario, eran condiciones más
que suficientes para pensar con fundamento que la Revolución daría cima a los altos ideales que se había propuesto.
En abono de este pensamiento Lugo Lovatón nos regala una
serie de testimonios documentales del expedicionario Félix Mariano Lluberes en los cuales declara:
Se trataba de atacar a San Juan habiendo sido combinado
entre Sánchez y Cabral, que este mandaría una división de
100 hombres a las órdenes de Gabino Simonó por el camino
de Las Matas para llamar la atención del enemigo. No lo
hizo Cabral y Sánchez tuvo que retirarse.
[...]
El día antes de salir la tropa del Cercado fueron Sánchez y el
que suscribe a Las Matas conviniéndose ese día que se efectuaría el ataque. Después de salir la tropa mandó Sánchez
al suscribiente de nuevo a Las Matas con orden de que si
no había salido todavía Gabino dispusiese Cabral que saliese
inmediatamente. No había salido y Cabral dijo que era la
razón estar esperando unas galletas del Puerto, pero que si
estas no llegaban a las diez de la mañana de todos modos
partiría la gente.
[...].
156
César A. Herrera
En el testimonio que sigue está explicado el fracaso del ataque
conjunto de San Juan y el desbande de los revolucionarios.
Lluberes escribe, dice Lugo Lovatón:
Hallábase Sánchez en Vallejuelo de San Juan con una fuerza
de 200 hombres, cuando supo por Benigno del Castillo, a
quien había confiado el mando en El Cercado, que Cabral
había abandonado a Las Matas.
Cuando Sánchez recibió la noticia del abandono del ataque
estaba en Vallejuelo de San Juan dando al momento de recibirla la orden a Carrié de contramarchar con la columna,
saliendo con el que suscribe y los demás de a caballo para El
Cercado.
Las conjeturas y posiblemente la suspicacia que debió promover
la defección de Cabral quedaron desvanecidas por los documentos
fehacientes de Lluberes y de García, padre de nuestra historia, que
respectivamente cita Lugo Lovatón.
De vuelta al Cercado, permanecimos en la plaza unos tres
días. En ella recibió Sánchez una comunicación de Cabral
del Puerto, en que le llamaban diciéndole que el gobierno
haitiano había convenido en embarcarlos ocultos, es decir, a
Cabral, Sánchez y Pina. Sánchez rehusó noblemente abandonar a sus amigos y compañeros de armas llamando a la
vez a Cabral a que se le reuniera. A lo que no obtuvo más
respuesta.
A los 6 días de la hecatombe de San Juan escribió el general José
María Cabral en Curazao la siguiente proclama.
Al mundo
Cuando se ha levantado la voz para pregonar los principios
de una revolución cuyas rendencias honran a los que tomaron las armas para sostenerla indispensable en el honor y a
los deberes sociales del que la acaudilló, manifestar las causas
Anexión-Restauración
157
que le han hecho volver atrás, para que no se le juzgue violentamente y pueda el mundo dar su fallo con conocimiento
de causa.
Dominado por puro patriotismo, por sagrado deseo de
conservar la bandera dominicana bajo cuya sombra había
conseguido gloria en los combates, no vacilé en desenvainar
mi espada para ponerla al servicio de la Patria mientras el
silencio de España dejaba la posibilidad de una reacción: he
permanecido en esta actitud esperando la decisión de mis
compatriotas; dispuesto a apoyar el patriotismo pero no queriendo tomar la iniciativa en una guerra desastrosa, porque
quería que los dominicanos abrazasen con espontaneidad.
Pero la aceptación de España a la Anexión de la República
contándola desde el día 19 de mayo como parte integrante
de la monarquía, cambia de tal modo la situación que lo que
fue un deber sería hoy una temeridad.
En tal situación he creído prudente plegarme a los acontecimientos respetando el hecho consumado aceptado por una
nación poderosa y sancionada tácitamente por las demás
naciones civilizadas y en su virtud he depuesto las armas y
evacuado voluntariamente el día 16 de junio los pueblos que
ocupaba, dando las órdenes de dispersión a mis compañeros
de armas y volviendo al destierro con la frente limpia, serena,
sin rencor y ageno a todo espíritu de partido.1
Con estos datos quedó planteada la suerte de la Revolución y
de ahí que cuando el general Sánchez hacía mover su columna de
vanguardia al mando del comandante José Carrié, en oposición a
las tropas con que marchaba de Neiba el general Sosa; y el general
Cabral tenía dispuesta la suya para marchar al encuentro de los
[...] generales Puello y Santiago Suero, que habían estado
manteniéndose firmes en San Juan mientras llegaba el general Santana con las fuerzas que estaba reuniendo en Azua,
1
José María Cabral. Curazao, hoja impresa, 6 de julio de 1861.
158
César A. Herrera
hubiera de acobardarse el presidente Geffrard, intrigado por
sus ministros Dupuy y Plaisance, y resolviera suspender a los
revolucionarios la protección, que, siguiendo las inspiraciones del ministro Lamothe, les venía prestando con ahínco.
Notificada la falta resolución a Manuel María Gautier que
era el agente fiscal de los revolucionarios en Port-au-Prince,
no tardó en transmitirla a Sánchez y a Cabral, para que
supieran a qué atenerse y resolvieran lo que creyeran más
conveniente.
Muy lejos estaban Sánchez y sus compañeros de saber cuál era
la magnitud de la presión que se estaba ejerciendo sobre el gobierno haitiano para que les negara su protección a los revolucionarios,
y cuando creyó conocer la verdadera causa de la defección del general Cabral, ya no tenía otra disyuntiva que correr la misma suerte
de sus compañeros y quizás, sin sospechar que todos los caminos y
hasta la frontera misma les estaban cerrados. En una Junta de Guerra dispuso su retirada de El Cercado con la esperanza de ponerse
a salvo con sus soldados; su marcha no la inspira ahora ningún plan
de ataque… culebrea su tropa entristecida por la vereda que lo aleja
del Cercado… y de súbito… una descarga atronó el silencio.
Herido y preso Sánchez con otros compañeros; los demás en
fuga despavorida por la manigua…
Una emboscada… un asesinato… un atentado vulgar revistió
todos los componentes de un crimen: designio pérfido, alevosía,
intención maligna, acechanza… ¿Un acto de guerra? ¿Quién
lo libró? ¿Soldados de Puello? como sugieren la Gándara y
González Tablas. ¿Una conjura cobarde para cohonestar graves
responsabilidades tal como se especuló con la complicación de
Santiago de Óleo? Las dudas y las conjeturas han sido clarificadas por la posteridad… Santiago de Óleo, que había asistido
a Sánchez en El Cercado, que siente comprometido sin medios
de defensa ante las autoridades, percatado del total fracaso de la
revolución y puesto en su conocimiento por el prófugo Pedro
Ruiz la retirada de Sánchez y de los suyos, parece ser la clave de
la conjuración.
Anexión-Restauración
159
Apelamos de nuevo a la copiosa información que tanto avalora
el tomo segundo de la obra de Ramón Lugo Lovatón acerca de esos
episodios que conocieren a la gloriosa via crucis del más grande de
los mártires de la Restauración.
Refiriéndose el historiador García a la perfidia del prófugo Pedro Ruiz, dice:
Llamando en seguida a Santiago de Óleo, uno de los hombres
más influyentes de la localidad, lo puso en el secreto de todo,
aconsejándole que se pusiera a la cabeza de la reacción para
salvar al pueblo del compromiso en que lo habían metido.
Sánchez Guerrero ratifica ese juicio y lo explica:
Santiago de Óleo, general entonces el más influyente del
Cercado, que con otros jefes se había ligado a Sánchez, concibe un plan infame para evadir la responsabilidad asumida
por haber nutrido la expedición de los patriotas.
Se adelanta por caminos extraviados hasta El Mangal que está
al «pie de la loma de San Juan de la Cruz-camino de Haití y allí
aposta sus hombres en emboscada».
Para dar término a estas divagaciones copiamos textualmente
lo que a manera de síntesis dice el propio historiador Ramón Lugo
Lovatón:
Cuando Sánchez llegó al Cercado su tropa fue engrosada por
la gente de Santiago de Óleo, y esta población, además era
puesto militar desde unos meses antes, con motivo de la revolución fracasada de Domingo Ramírez, que volvió a la lucha
junto con Sánchez y permanecía con él. En consecuencia era
grande la responsabilidad de Santiago de Óleo y los suyos. Entendió que solo la entrega de Sánchez le salvaría de una futura
acusación. Había que justificarse ante Santana y para ello y
estar seguro del buen éxito y de la presa la combinación fue la
siguiente: Fernando de Óleo que sirvió de guía a la columna
160
César A. Herrera
de Sánchez, volvería en su papel en el regreso a la frontera
mientras Santiago de Óleo, apostado en un lugar convenido,
aguardaría el paso de los patriotas Romualdo o Pascual Montero, íntimo de los Óleos, era cómplice en la acción.
Fernando de Óleo, como guía, condujo a Sánchez y sus compañeros al prefijado lugar de la emboscada, El Mangal, y allí a la
sombra del tupido follaje, ocultos en los matorrales y detrás de los
troncos corpulentos, aguardaron Santiago de Óleo y su gente la
hora fatal… Todo se cumplió, las descargas casi a quemarropa abatieron el patricio-caudillo caído del caballo con dos balazos pero
quedó tiempo todavía, aunque breve, para la pelea y preparar la
fuga; Sánchez se niega por segunda vez a dejar sus compañeros
cuando el general Timoteo Ogando, llegado inesperadamente, le
propuso llevarlo en la grupa de su caballo a la frontera.
Ahora… al cadalso él y los que no pudieron escapar de la tenaz
persecución de Santiago de Óleo.
Entre los que pudieron escapar heridos se contaron Félix
Mariano Lluberes, Rafael Rodríguez Aguirre, Miguel Saviñón y
Antonio Pérez, los que escaparon ilesos: Pedro Pina, José Curiel,
Francisco Hungría, Telésforo Volta, Alejandro Gross, Emilio de
Bol, Manuel María Canó, Petit Justo y Miguel Pineda.
Ramón Lugo Lovatón da la noticia, recogida por Juan Francisco Sánchez, hijo del patricio febrerista y mártir de la Restauración,
de que el general José Cabrera fue de los que pudieron escapar de la
emboscada. No sabemos si otros historiadores socorren la certeza
de esa versión.
De ser cierta, ganaría el preclaro héroe de Capotillo otra presea
de singular valor; la de alcanzar la virtualidad del símbolo, la de
encarnar en humanidad el verbo de la revolución nacional contra
la Anexión; la de ser el mensaje vivo que escribieron con su sangre
los mártires de El Cercado, el mensaje de guerra a muerte que puso
sobre las armas a toda la República.
Muchos fueron los comentarios que se hicieron en torno del
sensacional suceso de El Cercado; en una carta el general Alfau
dijo:
Anexión-Restauración
161
Según los últimos partes los valientes habitantes del Cercado
le han matado 20 hombres al enemigo y héchole 18 prisioneros
de los cuales 12 han sido enviados a San Juan, y La Razón,
periódico capitaleño santanista dirigido por Manuel de Jesús Galván, el 27 de junio insertó el suelto siguiente: «Los
habitantes o vecinos del lugar conocido con el nombre del
Cercado, situado hacia la frontera del Sur, han hecho prisioneros al ex-general Francisco Sánchez, quien a estas horas ha
debido ser juzgado».
Nosotros, que no tenemos sino una voz de enérgica reprobación
para el traidor que tuvo la inconcebible audacia de atentar contra
la patria, compadecemos hoy al desgraciado a quien condenan la
justicia de Dios y de los hombres.
Los periódicos partidarios de la Anexión dieron la noticia interesadamente deformada; entre otros, La Prensa de La Habana, se
permitió arrojarle esta afrenta:
El general antes dominicano y ahora haitiano Sánchez, y
otros catorce creo que son o han sido conducidos prisioneros
a San Juan.
No pocas fueron las formas como la prensa de entonces al servicio de la política anexionista escatimó los hechos.
Pero nada tan deplorable, tan deprimente para los dominicanos
como la pérdida del sentimiento del honor nacional con que aparecen maculados en la historia algunos hombres venerables por su
ilustración y su cultura.
Diremos para reconfortarnos y darnos alientos de fe en los destinos del país, que fueron así porque padecían del gran mal nuestro,
que todavía a los cien años corroe hasta las más entrañables fibras
del civismo dominicano, el gran mal del politiqueo, esa sociopatía
que tan hondamente está arraigada en la entraña de nuestro pueblo, que le corrompe todos los sentimientos con vilipendio de los
principios de la moral y en desmedro alarmante de su civilidad y de
su patriotismo.
162
César A. Herrera
Retrotraído el pensamiento a los episodios que antes ocupaban nuestra atención, nos encontramos con que Santana está
ya en San Juan de la Maguana impartiendo órdenes para que se
instale el Consejo de Guerra y se juzgue a los patriotas conforme
a la Ley de Conspiradores. Todo se ejecutó según sus personales
instrucciones y en una tarima levantada en una sabana que llamaban «plaza pública» se constituyó el tribunal del modo siguiente:
presidente, general Domingo Lasala; fiscal, coronel Tomás Pimentel; secretario, Alejo Justo Chanlatte; consejo de la defensa,
postulante don Cristóbal José de Moya. Con esos titulares del
Consejo de Guerra se instaló aquel tribunal político, que en razón
a las pasiones partidistas y del personal resentimiento del general Santana debía juzgar la causa de más trascendencia y repercusión en la conciencia moral del pueblo dominicano. Su fallo
condenatorio, más que pavor, cundió como lo que era: un crimen
horrendo que conmovió de indignación hasta las fibras menos
sensibles del patriotismo. Pero el sacudimiento tonificó el relajado sentimiento nacionalista de los dominicanos y se alumbró
repentinamente la idea confusa de la nacionalidad y esta palabra,
perdida, dio todo el sentido al mensaje de guerra que desde el patíbulo de San Juan llevaría a la cumbre de Capotillo el intrépido,
el providencial general José Cabrera y cobraría todo su profundo
sentido lógico la frase del Dr. Américo Lugo a que se refiere Ramón Lugo Lovatón: «Capotillo es hijo del Cercado». Si el hecho
es cierto, Cabrera llevó a Capotillo el eslabón perdido en San
Francisco de Macorís, Moca, Guayubín, Santiago, Sabaneta y El
Cercado. Salvó la unidad de la revolución sin la cual carecerían
de esencia heroica esos episodios que son sus modos expresivos y
los mártires y las proezas que la sublimizaron con la santidad del
patriotismo, desde aquel episodio digno de mejor memoria, «del
propio día en que se arrió la bandera nacional»,2 cuando en San
Francisco de Macorís el denodado Manuel Rojas al frente de sus
cuarenta patriotas casi arrebató de las manos de Ariza la driza y
2
Leonidas García Lluberes, «Las víctimas de la Anexión», Listín Diario, 11 de
julio de 1932.
Anexión-Restauración
163
bajó del tope la bandera de España y cayeron al pie del asta rota
con nuestra enseña a medio izar los tres primeros mártires, hasta
la augusta inmolación de San Juan.
Hemos dicho antes, que nos encontramos con Santana en San
Juan, allí estaban también el brigadier Peláez, el general Antonio
Abad Alfau, el coronel García Rizo con cuatro compañías del regimiento de La Corona, el instructor de las milicias dominicanas de
reservistas José Gafas y don Antonio Luzón que con Peláez protestaron de aquel asesinato.
El patetismo de los incidentes de la causa contra Sánchez y sus
compañeros acusados de «conspiradores» y «traidores a la patria»
así como del efecto de la sentencia y de su ejecución en el cementerio de San Juan, merece nuestra loa por el realismo y el colorido
emocional de aquella hora que ha puesto en las páginas de su libro
el historiador Ramón Lugo Lovatón.
He aquí los nombres de aquellos mártires desventurados peregrinos del ideal que no derramaron su sangre inútilmente, que
dieron con su muerte, inmortalidad al sacro y eterno mensaje de
libertad con que las generaciones que se sucedan sustentarán siempre la existencia de la República: Francisco del Rosario Sánchez,
Benigno del Castillo, Gabino Simonó Guante, Domingo Piñeyro
Boscán, Félix Mota, Francisco Martínez, Juan Erazo, José Antonio
Figueroa, Manuel Baldemora, Rudescindo de León (a) Medio Mundo, Juan Gregorio Rincón, José de Jesús Paredes o Pared, Julián
Morris, Pedro Zorrilla, Luciano Solís, José Corporán o Ciprián,
Epifanio Jiménez o Sierra, Segundo Mártir o Alcántara, Juan de la
Cruz, Romualdo o Pascual Montero, Juan Dragón y León García.
La crónica de González Tablas de estos sucesos es sombría,
tenebrosa en cuanto a la saña con que se cumplió la sentencia
de muerte que pronunció aquel Consejo de Guerra contra esos
patriotas:
Los prisioneros fueron conducidos a San Juan a donde se
trasladó el general Alfau con su estado mayor y cuatro compañías del batallón de la Corona. Se hizo la parodia de un
consejo de guerra y por más que los reos y el mismo general
César A. Herrera
164
Sánchez pidieron como gracia especial ser defendidos por
oficiales españoles, no hubo compasión y fueron sentenciados a muerte, ejecutándose la sentencia con circunstancias
repugnantes pues unos fueron muertos a tiros, otros a palos
y otros a machetazos; de cuyo horroroso atentado protestó
enérgicamente el comandante de La Corona, don Antonio
Luzón.
A medida que fueron apaciguándose los odios y las pasiones
que fomentaron y exaltaron los intereses mezquinos del partidismo
político, la posteridad comenzó a rendir sus tributos de gratitud y
reverencia a aquellos patricios venerados.
Por decreto se consagró oficialmente el día 4 de julio como
duelo nacional por conmemorarse el martirio; copiamos el discurso
del señor vicepresidente de la República con motivo de esa votiva
ofrenda póstuma.
Palabras pronunciadas por el ciudadano Manuel María Gautier, vicepresidente de la República, al despedir en el Palacio Nacional el cortejo
que acompañó al Poder Ejecutivo a los funerales que tuvieron lugar en la
Santa Iglesia Metropolitana para dar cumplimiento al novísimo decreto
del Congreso Nacional que declara día de duelo para la Patria el 4 de julio
debiendo conmemorarse el día 3.
Ciudadano presidente:
Señores:
Era tiempo ya de que la gratitud nacional se ostentara expansiva y justiciera pagando su tributo a los grandes sacrificios;
era tiempo ya de que esta Patria, que ha pasado en menos de
medio siglo, por tantas y tan rudas pruebas, por tanto y tan
grandes atribulaciones y desventuras pensase en un día de reposo y recogimiento, consagrado a lamentar sus desgracias, y
a buscar en las plegarias, en la elevación del alma hacia Dios
la forma más hermosa y armónica con el sentimiento popular
para dar a los mártires y redentores de nuestra nacionalidad,
Anexión-Restauración
165
testimonios de que sabemos estimar la bondad de su obra, la
inmensidad de sus sacrificios, condenando a la vez los errores que ya fueron solo del tiempo, pudieran mancillar nuestras
glorias.
Caminamos, sin sentirlo a penas operando una evolución
saludable en nuestras costumbres que sin algunas notas discordantes que se manifiestan por desgracia, reacias, al sentimiento de la fraternidad, o porque no han podido medir aun
con elevado criterio la saludable influencia de la concordia,
ni sus inmensos beneficios, esa evolución habría avanzado
a pasos gigantes, asegurando entre los hijos de este suelo la
unión, base positiva y necesaria para el grande edificio de
la libertad y la democracia, base positiva y necesaria para el
ensanche de la fuerza moral y material de la Nación.
Pero allá vamos, allá iremos rompiendo obstáculos y afirmando con paciencia y benevolencia los caminos.
No queremos ya sentarnos a orillas de extranjeros ríos a
llorar las ruinas de Sión; queremos sí prosternarnos ante
los sepulcros de tantos varones esforzados para buscar en el
secreto de la muerte la posible verdad de la vida y el aliento
viril del verdadero patriotismo.
Queremos en la comunidad de afectos, por la tolerancia
mutua, por el olvido de agravios, por la execración del odio
buscando a la razón y a la justicia como consejeras, conservar,
completar, perfeccionar, si es posible, la obra de los grandes
y cruentos sacrificios.
Si no es este el ideal que perseguimos así pueblo como legisladores, como gobernantes; así amigos como adversarios, así
los que se van como los que vengan, no tendrían este día de
Duelo Nacional, objeto grande de enseñanza para la historia,
ni podría de otro modo comprenderse ni estudiarse su grandeza en medio de la civilización del siglo.
Si esto es un descanso para reposar, de la fatiga de la discordia, con cuánto entusiasmo ¡oh Patria! no debieron saludar
los corazones elevados el advenimiento de este día y el principio de esa conmemoración.
166
César A. Herrera
Así es como tenemos conciencia a esperar que alcen de sus
sepulcros la cabeza y en espíritu nos contemplen y juzguen,
los que dieran la vida y sufrieran el martirio abnegados y
grandes por la santa idea de la redención nacional.
De hoy más, todos los años vendremos a recordar a la Nación
su duelo, los días de sus calamidades y aflicciones, los días de
sus fatigas y dolores, y a estudiar con ahínco, libre el corazón
de odios, limpia la conciencia de persecuciones el porqué de
nuestras desgracias, la sinrazón de nuestras querellas, todas
las locuras, todos los errores que han detenido nuestro progreso y han llenado de luto los hogares y de conturbación
las familias; para con propósito de civismo y con desprendimiento y despreocupación, condenar el mal y dar paso a toda
obra buena y a todo pensamiento generoso.
De este modo será que podrá ser práctica la regeneración
moral que para honra de todos es una aspiración que siente y
aun aliento que cunde.
Hay que ser fuertes para la verdad y por la verdad, hay que
ser fuertes para matar en el alma el egoísmo y para condenar
nuestros propios errores porque ¿quién de nosotros, quiénes
de los que fueron, qué partido, qué individualidad por elevada que se halle, qué inteligencia por grande que sea, puede
estar exento del error, esa herencia del linaje humano?
Pues hagamos esfuerzos por condenarlo, por vencerlo, por
dominarlo; y aunque sea la túnica de Neso, desprendámosla de nuestra conciencia, que esa será obra de virtud, obra
de civilización, obra de patriotismo, digno holocausto a los
hombres buenos que nos han precedido y que han dejado
estela luminosa de gloria para guiarnos por el amplio camino
del bien.
El gobierno actual, que no tiene otro afán que el de identificarse con las aspiraciones nacionales, se enorgullece al ver al
país en la senda de la cultura que ha de granjearle de día en
día mayor estimación y consideraciones.
Y ahora cuando debo expresaros a todos los presentes la satisfacción de veros reunidos a los unos, a los dominicanos,
Anexión-Restauración
167
por el deber, y a los otros, extranjeros y representantes de
naciones amigas, dándonos testimonios de simpatía, permitidme que vuelva la mirada hacia aquellos patriotas que
la conmemoración del día pide en primer término nuestra
gratitud.
Siento que mi voz se embarga al recuerdo de aquellos días y
aquellas horas de indescriptible tribulación, de aquellos sucesos tristísimos que han quedado para siempre estereotipados
en mi alma, testigo, podría decir de ellos.
Pero hay que tener aliento para traer siempre a vida memorias tan divinas que si apesadumbran, alientan la fe en todas
las ocasiones. En aquellos días la tragedia salvó la gloria; el
cadalso fue redención.
Salve, sombra querida de Sánchez, salve manes ilustres del
Cercado de San Juan, de Moca y de Santiago; vuestra apoteosis está completa; la posteridad la habeis conquistado.
Cuando caísteis envuelto en vuestro sudario tricolor parecía
que os llevábais a la eternidad las últimas vibraciones del alma
patria, de nuestra amada República; pero henos aquí, al cabo
de luengos años, después de haber realizado una epopeya y
realizado vuestro ideal, después de habernos querido devorar
en continuas querellas y desconocido nuestro destino histórico y ensangrentado el suelo sagrado de la Patria; henos aquí
consagrados por un acto legislativo, que la posteridad habrá
de conservar y aplaudir como la obra nacional de más esplendente gratitud, henos aquí congregados, como se congregan
todos los demás ciudadanos en sus respectivas localidades,
para rendir parias a vuestro patriotismo y mantener vivos en
el corazón de los que aún sobrevivimos y en las generaciones
del porvenir, el ejemplo de vuestras virtudes cívicas y el reflejo de vuestras glorias.
Paz, honra y gloria a la Patria y por la Patria.3
3
Gaceta Oficial, año XVI, No. 776, 6 de julio de 1889.
CAPÍTULO XIII
GUERRA DE LA RESTAURACIÓN
SUMARIO
Cooperación de Geffrard, su protesta contra la Anexión.
Contrabando de armas por la frontera. Acción de milicianos
haitianos en connivencia con los invasores dominicanos. Violación de
los principios de la neutralidad. Ofensa a la bandera española. Dos
proclamas del presidente Geffrard. Instrucciones del general Serrano
al vicealmirante Rubalcava para exigir las debidas reparaciones al
gobierno haitiano.
Tanto los memorialistas como los historiadores que se han ocupado en clarificar las causas del fracaso de la llamada «Revolución
regeneradora», no discrepan en cuanto a la conclusión radical de
que se debió a que Geffrard se vio obligado y constreñido hasta
la humillación a retirarle toda la «simpatía», los «recursos», «la
eficaz ayuda» y la tolerancia con que propició la conspiración que
fraguaron en Por-au-Prince los patriotas dominicanos y su paso a
través de la frontera el mando de Sánchez, Cabral y Tabera.
Las promesas de Geffrard y, sobre todo, la fe que en ellas puso
Francisco del Rosario Sánchez cifraron sus esperanzas en el triunfo de la empresa que emprendió desde Saint Thomas de común
acuerdo con este, quien desde muy temprano le dio informes de
las negaciones de Santana en pro de nuestra reincorporación a
España. Por su repentina denegación de su ayuda a la causa de la
169
170
César A. Herrera
Restauración, algunos periodistas lo han tildado de cobarde y hasta
de traidor, para calificar así el inesperado retiro de la cooperación y
del apoyo, que obligó al general Cabral a salir precipitadamente de
Las Matas y a escribirle a Sánchez desde El Puerto, invitándole al
abandono de El Cercado y a embarcarse con él rumbo al extranjero
con la ayuda haitiana.
Pudo la suspicacia de los dominicanos que no tuvieren la fe de
Sánchez en la cooperación de Geffrard; tener como asidero la consigna de la «Una e indivisible», que fue sueño de conquista en la
tradición de la historia política haitiana, para dudar de la sinceridad
de las promesas y aún de los actos de Geffrard, muchos anexionistas dieron pábulo a esa duda y hasta los historiadores españoles
se manifiestan prevenidos contra las «segundas intenciones» que
supusieron detrás de las protestas del presidente haitiano y de su
ayuda manifiesta a la causa de la Restauración.
Pero la verdad es que el presidente Geffrard fue el único jefe de
Estado que protestó contra la Anexión, y no reparó en los graves perjuicios que acarreaban a su país, a su gobierno y a su pueblo, cuanto
hacía en contra de España al desafiar su poder y su influencia. Tal vez
alguien mejor enterado que nosotros esté en condiciones de quitar todo
valor a la ayuda que prestó a la causa, mediante pruebas de que abrigaba
ulteriores propósitos de conquista. Quizá ese supuesto pueda probarse,
pero no se podrá negar nunca la verdad de la simpatía manifiesta y de la
cooperación prestada desde aquellos días patibularios hasta los en que ya
España estaba decidida a revocar el decreto de la Anexión.
Sometemos a la reflexión del lector las dos proclamas del presidente Geffrard acerca de nuestra incorporación a España.
Protesta del gobierno de la República de Haití
contra la Anexión de Santo Domingo a España
Fabré Geffrard, presidente de Haití:
El general Santana, consumando el atentado que desde largo
tiempo premeditaba, ha hecho enarbolar la bandera española
Anexión-Restauración
171
sobre el territorio del Este de Haití. Unos actos emanados
de ese general declaran este hecho, y una nota, con fecha 6
de abril de este año, del cónsul de S. M. Católica en Haití, lo
notificó al gobierno haitiano.
Ciertamente, el gobierno de Haití no podía esperar tal desenlace. Las relaciones amigables que la Corte de Madrid había
contraído con él desde pocos años, acreditando cónsules cerca de él, no le habían preparado a ello; si, sobre las instancias
de las potencias mediadoras, se había dado prisa en conceder
a los dominicanos una tregua de cinco años, no era, sin duda,
para que este desenlace fuese preparado a la sombra de esa
tregua y de la mediación leal de la Francia y de la Inglaterra.
¿Con qué derecho España tomaría hoy posesión de la parte
del Este? ¿Esa provincia no había cesado enteramente, desde
largos años, de ser su colonia? ¿No aceptó de hecho, cerca de
un cuarto de siglo, la incorporación voluntaria de la parte del
Este a la República de Haití? En último lugar, ¿no reconoció
la independencia de la República Dominicana, y no trató con
ella de Estado a Estado?
La España no tiene, pues, hoy ningún derecho sobre la parte
oriental de Haití; no tiene más derecho sobre este territorio,
que podría tener la Francia o Inglaterra; y la toma de posesión del Este por la España es un hecho tan enorme como si
hubiese sido efectuada por la Francia o por la Inglaterra. Si
fuera menester admitir que la España tuviese aún derechos
sobre la República Dominicana, también sería necesario admitir que ella los tiene todavía sobre México, sobre Colombia, sobre el Perú, sobre todas las Repúblicas independientes
de la América, que son de origen español.
Además, ¿con qué derecho, por su lado, el general Santana
y su facción entregan a la España el territorio dominicano?
¡Tal es la voluntad de las poblaciones!, dicen ellos. ¡Afirmación mentirosa! Esas poblaciones que tiemblan bajo el régimen de terror organizado por el general Santana, no pueden
manifestar ningún voto libre. Buen número de ciudadanos
honrados, esclarecidos, de patriotas adictos a la República
172
César A. Herrera
Dominicana, arrojados fuera de su patria por el general Santana, protestan con toda su energía contra esta enajenación
de su patria, que califican de cobarde traición.
Nadie pondrá en duda que Haití tiene un gran interés en
que ninguna potencia extranjera se establezca en la parte del
Este. Desde el momento en que dos pueblos habitan una
misma isla, sus destinos, respecto de las tentativas del extranjero, son necesariamente solidarios. La existencia política del
uno se encuentra íntimamente ligada con la del otro, y están
obligados a garantizarse el uno al otro su mutua seguridad.
Suponed que fuese posible que la Escocia pasase de repente,
sea bajo la dominación rusa, sea bajo la dominación francesa,
¿dirían que la existencia de la Inglaterra no se vería desde
luego profundamente comprometida?
Tales son los vínculos necesarios que unen las dos partes,
oriental y occidental de Haití. Tales son los motivos poderosos por los cuales nuestras constituciones todas, desde nuestro origen político, han declarado constantemente que la isla
entera de Haití no formaría más que un solo Estado; y no
fue una ambición de conquista la que dictó esa declaración;
fue únicamente ese sentimiento profundo de nuestra propia
seguridad; porque los fundadores de nuestra joven sociedad
declaraban, al mismo tiempo, que Haití se prohibía toda
empresa que pudiese turbar el régimen interior de las islas
vecinas.
El gobierno haitiano, comprendiendo mejor las condiciones de la independencia y de la seguridad de las naciones, ha
querido, pues, formar siempre con la población dominicana
un Estado único y homogéneo. En el espacio de veintidós
años, esa mira ingente se realizó por la libre y espontánea
voluntad de las poblaciones del Este. Los dos pueblos se
han mezclado, han vivido de la misma vida política y social, no han formado más que un solo y mismo Estado; y la
administración de esa mitad de la patria común costó, en
veintidós años, grandes sacrificios pecuniarios al gobierno
haitiano.
Anexión-Restauración
173
Si el pueblo del Este ha obrado una separación en 1844, jamás
fue otro su objeto que el reivindicar la facultad de gobernarse
a sí mismo. Al gobierno unitario quiso sustituir, por un sentimiento sospechoso de libertad, dos gobiernos distintos, sin
desconocer, sin embargo, el vínculo íntimo y la comunidad
de intereses de las dos poblaciones.
La separación del Este jamás ha sido, en el fondo, sino una
contienda sobre la forma del gobierno. Jamás esas poblaciones, tan celosas de su libertad, han entendido entregarse a una
dominación extranjera, como también el gobierno haitiano
nunca consentirá sino en esa autonomía, objeto de sus votos
más ardientes, para mejor asegurar los intereses comunes y la
independencia común de los dos pueblos.
El gobierno de Haití protesta, pues solemnemente y a la faz
de la Europa y de la América, contra toda ocupación por
la España del territorio dominicano: declara que la facción
Santana no tiene ningún derecho de enajenar ese territorio,
bajo cualquier título que sea; que no reconocerá jamás semejante cesión; que hace altamente todas reservas a este fin,
como se reserva el empleo de todos los medios que, según las
circunstancias, podrían ser propios para asegurar y afianzar
su más precioso interés.
Dado en el Palacio Nacional de Puerto Príncipe a 6 de abril
de 1861, año 58º de la Independencia. Geffrard.
Por el presidente: El secretario de Estado, presidente del
Consejo. J. Paul.
El secretario de Estado de la Guerra y de la Marina.
T. Dejote.
El secretario de Estado de la Justicia, de los Cultos y de la
Instrucción pública. F. E. Dubois.
El secretario de Estado del Interior y de la Agricultura. Fs.
Hn. Joseph.
El secretario de Estado de Hacienda, del Comercio y de las
Relaciones exteriores. V. Plaisance.
El secretario de Estado de la Policía general. L. Lamothe.
César A. Herrera
174
Proclama dirigida por el presidente de la República de
Haití, Mr. Geffrard, al pueblo y al ejército, con motivo de
los sucesos ocurridos en Santo Domingo el 18 de marzo
de 1861
Al pueblo y al ejército1
Haitianos:
A favor de infames intrigas y manejos reprobados, el gobierno español, engañando y seduciendo al general Santana,
que rige los destinos de nuestros hermanos del Este de la
isla, acaba de enarbolar su bandera sobre los muros de Santo Domingo. Sabéis que esa bandera autoriza y protege la
esclavitud de los hijos de África. En Cuba y en Puerto Rico
gimen desesperados, bajo la tiranía de un amo cruel, millones
de nuestros hermanos y de nuestros ciudadanos, a quienes se
considera más viles y miserables que las bestias de los campos y a quienes se maltrata sin piedad bajo la sombra de ese
pabellón degradado, que al ondear en Santo Domingo nos
presagia la desaparición y el término de nuestras libertades.
¡Haitianos! ¿Consentiréis que vuestra libertad se pierda y
que se os reduzca a la esclavitud? Hoy, en pleno siglo xix,
cuando Italia, Hungría y Polonia, pueblos oprimidos por un
régimen menos terrible todavía que el que España impone a
nuestros hermanos de sus colonias, luchan por emanciparse
y conquistar la independencia, ¿podréis consentir que arraigue en nuestro suelo la autoridad de un gobierno extraño,
decidido a conspirar contra nuestra libertad y a destruirla por
la violencia o por la astucia? No; vosotros jamás sufrireis tal
ignominia.
La patria está en peligro, nuestra nacionalidad amenazada,
nuestra libertad comprometida. ¡A las armas, haitianos!
1
Esta proclama se publicó en francés, que es el idioma de Haití. Nosotros hacemos una versión castellana.
Anexión-Restauración
175
Corramos a las armas para rechazar con ellas las hordas
invasoras. Que vuestra consigna sea aquella frase inmortal
que sirvió de guía a los fundadores de nuestra República:
la libertad o la muerte. Rechacemos la fuerza con la fuerza.
No vacilemos ante ningún sacrificio, ni retrocedamos ante
ningún obstáculo. Todos los medios son buenos cuando se
trata de defender la libertad. Aunque lleguemos a ver nuestros pueblos reducidos a montones de escombros y el país
entero convertido en un inmenso sepulcro, combatiremos
sin tregua ni cuartel. ¡Dios hará triunfar a los haitianos!
Después de haber exhalado el último de nosotros su postrer
suspiro, España nada lograría porque ni Europa, ni América
consentirían jamás que plantase su aborrecida bandera sobre
el suelo de nuestra querida patria. ¡A la lucha! Es necesario
que acabe la dominación de España en América. La expulsaremos de Santo Domingo y esa derrota será precursora de
su expulsión definitiva del golfo de México. España anhela
destruir nuestra nacionalidad y no sabe que al intentarlo abre
su propia tumba. El porvenir justificará esta predicción.
¡A las armas, haitianos! Marchemos al combate y no las soltemos de las manos hasta que la autoridad española desaparezca del territorio de Haití. Si la suerte nos fuese adversa, lo
que no es creíble, hagamos que el estandarte español ondee
solo sobre nuestras cenizas y nuestros cadáveres.
La historia y la posteridad aplaudirán nuestro heroísmo. Las
naciones cultas vengarán nuestra derrota y nuestra ruina.
Dado en el Palacio Nacional de Port-au-Prince el 18 de abril
de 1861. Fabré Geffrard.
No puede negarse la afrenta con que afligió a la patria haitiana
la escuadra del brigadier Rubalcava, casi en los mismos momentos
que subía al cadalso Francisco del Rosario Sánchez. La cosa no era
para menos en verdad, porque además de la Proclama del gobierno haitiano en protesta de la Anexión, de la cooperación prestada,
del tráfico de armas, de pólvora y de otros implementos de guerra
en los mercados aledaños a la línea fronteriza, de la expedición de
176
César A. Herrera
Sánchez y Cabral, se agregó, con mayúsculo escándalo e indignación del encargado de negocios y cónsul general de S. M. en Portau-Prince, el ultraje de la gloriosa bandera de Los Arapiles y Bailén
en las mismas barbas del cónsul señor don Mariano Álvarez.
Con toda la prudencia y discreción del periodista haitiano Pierre-Eugene de Lespinasse, que cita Lugo Lovatón, no pudo ocultar
el grado del ultraje que sufrió la bandera española arrancada del
asta y llevada como guiñapo nada menos que por un miembro de
la guardia de cazadores de Geffrard que acompañó a Sánchez hasta
nuestro lado de la frontera. Parte de esa cita, ilustrará mejor que
nuestro comentario aquella afrenta que desencadenó toda la furia
de España sobre Haití. Dice Lespinasse:
Esta grave inobservancia a la neutralidad hubiera podido pasar inadvertida si la soldadesca hubiera regresado a sus cuarteles de noche y sin ruido. Pero ella no lo hizo así y descendiendo de una jira triunfal a Bel-Air y en pleno día, ella había
tenido la desgraciada idea, fatalidad e imbecilidad, de traer a
la boca calle Central y ante la Legación española una bandera
que ella había tomado de la fuerte lucha de la parte del Este
con los colores de España. El Encargado de Negocios de su
Majestad Católica en Puerto Príncipe había asistido desde lo
alto de su balcón al insulto gratuito hecho a su país.
El precio de la protesta de Geffrard contra la Anexión y de su
tolerancia y ayuda a los conspiradores dominicanos, fue la humillación que sufrió el referido presidente y con él la nación haitiana por
instrucción emanada del general Serrano al Almirante Rubalcava.
En vista de la estrecha relación que este incidente tiene con
la historia de la Restauración y del homenaje que se quiere rendir al cabo de la primera centuria a cuantos hombres, proezas,
circunstancias y acontecimientos fueron propicios al triunfo de
aquella revolución, hemos creído procedente y a título de ofrenda, trasladar a las páginas de este libro inspirado en tan elevados
propósitos, parte del documento que cita Gándara sobre ese escandaloso asunto.
Anexión-Restauración
177
Aquí la exposición de los agravios de España y luego los siete
puntos de las instrucciones en que se concreta la humillación padecida entonces por el presidente Geffrard y su pueblo. Serrano dice
en su nota al brigadier Rubalcava en relación con el denunciado
por el cónsul lo siguiente:
Aunque los pormenores que determinaron el verdadero carácter de estos hechos no han llegado todavía a mi poder y
deben contenerse en los pliegos que me envía desde Santo Domingo el general Alfau con fecha del 1, por la vía de
Santiago de Cuba, sin embargo es conveniente y conforme
al decoro e intereses de la nación española y al espíritu de
las instrucciones del gobierno de S. M. tomar una actitud
enérgica y decidida respecto del mal aconsejado gobierno
haitiano, que abusando de nuestra generosa y circunspecta
conducta se ha permitido demostraciones casi hostiles hacia
España desde que tuvieron lugar los sucesos del 18 de marzo, ha seguido provocándonos después y ha llevado su osadía
hasta el extremo de invadir un territorio que hace más de dos
meses garantizan nuestras armas y hoy día debe considerarse
como parte integral de la Monarquía.
V. E. tiene ya conocimiento muy al pormenor de los hechos a
que me refiero; V. E. sabe que el 6 de abril desde el momento mismo en que la noticia de haberse enarbolado en Santo
Domingo la bandera española llegó a conocimiento del gobierno de Port-au-Prince, lanzó el presidente Geffrard una
protesta que en realidad no era otra cosa que una proclama
incendiaria dirigida a los leales habitantes de color de Santo
Domingo, con la idea de invitarlos a la sedición despertando
en ellos los feroces odios de raza, merced a las más pérfidas
insinuaciones respecto de su condición futura.
V. E. sabe también que el expresado gobierno de Haití ha
hecho armamentos, ha dirigido tropas a la frontera, ha suministrado recursos a algunos emigrados impulsándolos a
que encendiesen la guerra civil en Santo Domingo, ha permitido en sus periódicos ataques insidiosos contra España,
178
César A. Herrera
y este después de saber que las tropas españolas ocupaban
aquel territorio y no obstante habérselo hecho entender por
nuestro cónsul en Port-au-Prince las buenas disposiciones
del gobierno español y su leal propósito de respetar la independencia haitiana y continuar en sus cordiales relaciones.
V. E. sabe que el expresado cónsul español ha reclamado en
vano repetidas veces contra estos inconsiderados manejos,
sin que haya obtenido otro resultado que frívolas respuestas,
ni haya sido parte de hacer desistir en sus hostiles demostraciones al gobierno de Haití la presencia de tres buques
de guerra que alternativamente han ido a aquellas aguas con
dicho objeto. V. E. sabe, por último, que en vista de la inutilidad de sus representaciones el citado cónsul señor Escalante
y el señor Cruzat enviado por V. E. en el Francisco de Asís en
mayo último, determinaron dirigirse a esta a pedirme instrucciones y darme cuenta del estado de las cosas, como lo
hicieron por escrito y en la junta de autoridades celebrada el
29 del mismo mes.
En tales circunstancias y apurados ya todos los medios de
la conciliación sería grave falta, no solo a los ojos del gobierno de S. M., sino del mundo civilizado y de esos mismos dominicanos acogidos al amparo de nuestra bandera,
tolerar por más tiempo esa ya larga e injusta provocación
de los haitianos, que si antes no ha sido reprimida se debe
a miramientos que no han sabido comprender; y a que el
constante designio del gobierno de S. M. en esta cuestión
dominicana ha sido que todos sus pasos lleven el sello de la
más estricta justicia.
[...]
Abundando V. E. en estas mismas ideas ha convenido conmigo verbalmente en dirigirse a Santo Domingo con algunas
fuerzas navales y reunir con las allí existentes las que juzgue
necesarias para emprender operaciones hostiles sobre Portau-Prince y demás poblaciones vulnerables de las costas de
Haití. Al efecto que deberá V. E. arreglarse a las instrucciones siguientes.
Anexión-Restauración
179
1. Se dirigirá V. E. a Santo Domingo de Ozama, y allí se
enterará del estado de las cosas conferenciando con las autoridades y los jefes de las tropas, y tomando las disposiciones
que juzgue más convenientes para el mejor éxito de un cargo
atendidas las circunstancias que en ninguna parte mejor que
allí puede considerar V. E.
2. Si la invasión del territorio se ha verificado por las tropas
haitianas y continúan las hostilidades por cualquier punto
del mismo V. E. se dirigirá inmediatamente a Port-au-Prince
con los buques que crea necesarios y hostilizará aquel punto
hasta destruir sus baterías y fortalezas, haciendo todo el daño
posible, previos los avisos e intimaciones usadas en tales casos en favor de los residentes extranjeros.
3. Esto mismo se practicará en Jacmel, Cabo Haitiano y otros
puntos vulnerables de la costa, siempre con la idea de causar
el mayor daño posible al enemigo.
4. Al pronto tiempo tomará V. E. las disposiciones convenientes a fin de que sean apresados los buques de guerra, de cabotaje y de toda clase que lleven bandera haitiana conduciéndolos a
cualquiera de los puertos españoles de las Antillas.
5. Si cuando llegue V. E. a Santo Domingo de Ozama ha
sido rechazada y castigada por tierra la invasión como es de
suponer, no por eso dejará V. E. de obrar por mar contra los
haitianos. Pero en este caso antes de romper las hostilidades,
se dirigirá V. E. en términos enérgicos al presidente Geffrard
exigiéndole en un plazo perentorio la más completa reparación de los agravios recibidos y una segura garantía para lo
futuro.
En caso de negativa o de que lo que se ofrezca a V. E. no llene
las condiciones que V. E. juzgue convenientes, hará V. E. retirar el pabellón de la casa consular y hechas las intimaciones
de que se habla en el Art. 2, procederá V. E. a las hostilidades
en la forma indicada en el mismo.
6. El cónsul de S. M. en Haití y D. Manuel Cruzat, que ya
estuvo a las órdenes de V. E. durante su primera expedición
a Santo Domingo, lo acompañarán ahora a fin de que bajo la
180
César A. Herrera
dirección e instrucciones de V. E. presten el servicio que las
circunstancias exijan.
7. Durante el curso de las operaciones es muy conveniente y
recomiendo a V. E. que obre de acuerdo con las autoridades
y jefes de armas de S. M. en Santo Domingo y siempre que
le sea posible con el digno general Santana.
Ante la escuadra española desplegada en zafarrancho de combate
en la ensenada de Puerto Príncipe, el almirante Rubalcava hizo que
las fuerzas haitianas enarbolaran y saludaran con la salve de rigor la
bandera de España, obtuvo que el gobierno de Geffrard prometiera
la custodia y vigilancia de la frontera para evitar las invasiones, y el
pago, como reparación moral de 200,000 pesos fuertes al gobierno
de S. M. C. la reina Isabel II de Castilla.
CAPÍTULO XIV
GUERRA DE LA RESTAURACIÓN
SUMARIO
Movimientos revolucionarios de Guayubín y Sabaneta. Actividades
del Club Revolucionario de Sabaneta. Una carta de Juan Luis Franco
Bidó, Ulises Espaillat, Máximo Grullón, Alfredo Deetjen y Pablo
Pujol, a los jefes de la revolución. La rebelión de Santiago de los
Caballeros el 24 de febrero de 1863. Crónica de González Tablas
acerca de esos episodios.
Vamos a ocuparnos ahora del segundo movimiento armado
contra la Anexión, que abarca, históricamente hablando, las sediciones de Neiba, Guayubín, Sabaneta y los sucesos cívico-militares
que conmovieron a Santiago de los Caballeros la noche memorable
del 24 de febrero de 1863.
Este movimiento no vino contra la idea de la Anexión, como
la revolución del Sur con los generales Francisco del Rosario Sánchez, José María Cabral y Fernando Tabera como caudillos, sino
contra la idea y el hecho ya consumado de nuestra inconsulta reincorporación a España.
Como en aquella jornada guerrera, hay en estas, adalides prominentes de estirpe febrerista, y patriotas que descollaron por su heroísmo, su tenacidad, su denuedo, su fe, su constancia y su martirio.
Como arquetipos de valor heroico ha recogido la historia los
nombres esclarecidos de Lucas de Peña, Norberto Torres, Juan
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César A. Herrera
Antonio Polanco, Benito Monción y Juan de la Cruz, en Guayubín; Santiago Rodríguez, Gregorio Luperón, Ignacio Reyes, José
Cabrera y Pedro Antonio Pimentel, en Sabaneta; Bartolo Mejía en
Mao, Federico de Jesús García en Monte Cristi y otros. Tuvo sus
mártires que sublimizaron su heroicidad en el amor a la Patria y
a la Libertad con el memorable holocausto de sus vidas gloriosas.
En el martirologio de ese movimiento están los nombres venerandos de los que subieron el cadalso el 27 de febrero como cabecillas de la insurrección de Santiago la noche del 24 de febrero
de 1863. Ahí están nimbados de gloria Eugenio Perdomo, Carlos
de Lora, José Vidal Pichardo, Pedro Ignacio Espaillat y Ambrosio
de la Cruz y de los insurrectos de Sabaneta Antonio Batista, Pierre
Tomás y Juan Inglés, que acogido a las garantías fue vilmente asesinado por Campillo.
En este movimiento aparece más pura la idea de la Restauración, y el espíritu revolucionario en cada una de esas sediciones
sin aquellos nexos y resentimientos partidistas que en gran parte
alentaron a muchos de los que hicieron causa común con aquel desventurado movimiento del Sur llamado «Revolución Renovadora»
con su organismo dirigente actuando desde Curazao.
Este movimiento tiene ahora su centro de conspiración en el
corazón mismo del Cibao, el Club Revolucionario de Sabaneta
constituido por los caudillos que llevaron a la guerra los principios de la Revolución Restauradora y aparece mejor definido
como otro episodio de la revolución que fermentaba en el país
y con más arraigo en la conciencia pública, más respaldo popular, más espontáneo, más sincero y más constante que tuviera el
movimiento del Sur. Pero aunque en este movimiento vibró el
civismo con una reacción más pura del nacionalismo; el uno y
el otro fueron modos de la revolución que comenzó desde el día
mismo en que se proclamó la Anexión. Los movimientos revolucionarios de Guayubín, Sabaneta y de Santiago de los Caballeros
la noche del 24 de febrero, tuvieron, sin duda alguna, más arraigo
y profundidad en la conciencia pública dominicana, más significación histórica por el valor cívico y la magnitud de la conmoción
popular.
Anexión-Restauración
183
Este movimiento, singularmente con los episodios de Santiago,
definió mejor la sensibilidad y las virtudes heroicas de nuestro nacionalismo y, lo que no deja de ser de gran importancia, gestó en
sus entrañas a casi todos los prohombres de la Restauración.
Algunos sucesos aislados, singularmente las tragedias de Moca
y del Cercado, habían tenido gran resonancia en la conciencia pública. Pero puede decirse con buenos fundamentos históricos que
en ninguna de las partes de la República como en Sabaneta cobró
tanto aliento el espíritu revolucionario. Aquel pueblo fue el foco de
la insurrección que propulsó el pronunciamiento de Guayubín y de
todos los sucesos que fueron sus naturales consecuencias.
Ya hemos dicho que allí había una junta, comité o Club Revolucionario que trabajaba un plan para organizar la sedición con la
mayor amplitud posible. Para eso contaba ya con hombres de la
prestancia y arraigo popular de Santiago Rodríguez e Ignacio Reyes
y otros de mucha ascendiente en otras comarcas como Guayubín,
Mao, Esperanza y otros pueblos, cuyos blasones vinieron a ganar
lustre con ocasión de aquella guerra.
Entre las providencias tomadas por el Club Revolucionario se
cuentan las siguientes: Nombramiento como caudillo de la preparada sublevación a un militar ya distinguido por su denuedo
en las guerras de Independencia, el general Lucas de Peña;
delegaron una comisión que integraron Santiago Rodríguez
y Gregorio Luperón, para que le informaran con detalle del
plan que se había trazado para llevar al cabo la insurrección,
y asociar mediante gestiones personales de algunos miembros
del club y por cartas a nombres reconocidos por sus actuaciones y proezas en nuestra guerra independentista, así vinieron a
quedar asociados al movimiento los generales Manuel Jiménez,
Bartolo Mejía, hombre rico y de mucho prestigio popular en
Mao, y los ilustres caballeros generales José Desiderio Valverde, a quien se le ofreció la presidencia de la República, y Juan
Luis Franco Bidó; se planeó la acción contra Santiago por el
camino de Entre Ríos, la marcha y ocupación de San José de
las Matas, y la sublevación de Sabaneta, a cargo del mismo Club
Revolucionario.
184
César A. Herrera
Un inspirado acontecimiento sorprendió a los dirigentes sin
que hubiesen acordado definitivamente la ejecución del plan. El
señor Norberto Torres, que se había enterado de los proyectos de
la sedición, se lanzó a ella y pronunció a Guayubín con un grupo
de insurrectos que, capitaneados por él, ocuparon el paso del río,
hicieron circular la versión de los pronunciamientos de Las Matas, de Santiago, Sabaneta y de Monte Cristi, llamaron a Lucas de
Peña para que asumiera la jefatura de la insurrección como general
en jefe.
El Club Revolucionario secundó el movimiento de Torres con
la prisión del general Batista, la marcha de Luperón a Mangá donde
estaban acantonados los insurrectos, y con refuerzos de soldados de
Lucas de Peña, Juan A. Polanco y Benito Monción. Estas fuerzas
atacaron entonces a Guayubín e hicieron preso al jefe de puesto
comandante Garrido, quien podía disponer de tropa suficiente para
resistir la sublevación.
Sin tiempo que perder, el general en jefe, Lucas de Peña, impartió órdenes a Polanco y a Federico de Jesús García de que abrieran marcha y tomaran a Monte Cristi que no pudo contrarrestar el
ataque de los revolucionarios.
Hasta este momento las armas dominicanas habían batido victoriosas las guarniciones de tropas españolas y reservistas destacados en aquellos puntos, y fue en esta ocasión de hurras y vivas
a la revolución y a la república que en el campo de batalla, como
parte del jubileo por los triunfos alcanzados, fueron promovidos a
generales, con aplausos de los soldados, Ignacio Reyes y el coronel
Pierret; a coroneles, Juan Antonio Polanco, Benito Monción y José
Lasage; a comandantes, Juan de la Cruz Álvarez, Justo Carrasco,
José Martí y Mundo Díaz, «primeras promociones gloriosas hechas en presencia de un gran palenque abierto a la Guerra Restauradora», agrega Manuel Rodríguez Objío.
Para el día 25 de febrero de 1863 estaba ya constituido un
Consejo Revolucionario integrado por el general en jefe Lucas de
Peña y como miembros ayudantes los generales Norberto Torres,
Ignacio Reyes y Gregorio Luperón. Esta junta decidió operar un
movimiento sobre Puerto Plata y con ese propósito se dirigió al
Anexión-Restauración
185
coronel José Antonio Salcedo, remitiéndole sendos oficios para los
generales Lora y Benito Martínez, y al coronel Dámaso Nanita,
para que se pusieran en acción contra aquella plaza. La empresa
bélica no tuvo buen éxito, sea porque Juan Antonio Salcedo cayese
prisionero lo mismo que el teniente Wenceslao Álvarez o por incidentes no conocidos, lamentable revés, que con otros presagiaban
ya cuál sería la suerte de la sublevación iniciada a destiempo en
Guayubín. Pero nada quebrantó la decisión de llevar hacia delante la campaña contra Santiago, la que emprendieron con más de
quinientos hombres por el camino de Guayacanes los generales
Norberto Torres e Ignacio Reyes; Mejía, con tropas de Mao y Luperón con fuerzas de Sabaneta, por otras vías, de suerte que las
tres columnas operasen juntas el ataque y la toma de Santiago de
los Caballeros ya convulsionado por la revolución y llevando como
general en jefe de la columna, no el titular de la revolución como se
había dispuesto, sino el general Batista quien había jurado fidelidad
a la República. El general Gregorio Luperón, como ya dijimos,
ayudante asistente del Consejo Revolucionario, expidio el siguiente
oficio acerca de esto:
Sabaneta, 26 de febrero de 1863.
Señor general:
En este momento los generales Rodríguez, Reyes, Pierre y
yo hemos recibido el juramento de adhesión del general Antonio Batista y en vista tanto de su patriotismo, de su valor y
antigüedad y pericia, le hemos confiado el mando en jefe de
nuestra columna de operaciones. El que suscribe mandará la
vanguardia, el general Reyes el centro y el general Batista la
retaguardia con la caballería.
Hemos cubierto todos los puntos y la plaza queda a cargo
del general Pierre, bajo la inspección inmediata del general Rodríguez. Sírvase comunicarnos horas tras horas el
resultado de sus operaciones utilizando para ello la vía de
Mao recomendando los pliegos al general Bartolo Mejía. El
186
César A. Herrera
fiscal español apresado en esa queda en la Casa del Cura,
bajo la responsabilidad del señor comandante de armas. Sin
otro particular Dios guarde a Ud. muchos años. Gregorio
Luperón.
La columna se puso en marcha forzada tan pronto como el consejo tuvo noticias por comunicado procedente de Santiago que el
pueblo se había sublevado el día 24 y que los miembros del Ayuntamiento habían sido hechos presos en el fuerte San Luis. Fueron
portadores de las alarmantes informaciones los señores Genaro
Perpiñán, Vidal Pichardo, José Rosario e Ignacio Brizo quien llevó
un comunicado a los jefes de la revolución firmado por Juan Luis
Franco Bidó, presidente del Ayuntamiento, Ulises Espaillat, Máximo Grullón, Alfredo Deetjen y Pablo Pujol, vocales.
Vamos a ver ahora cuál fue la reacción de las autoridades militares y cómo se desarrollaron los acontecimientos que tuvieron lugar
en Santiago hasta la aparente pacificación de la provincia.
Desde mediados de febrero el general en jefe de las reservas
Gral. Hungría tenía conocimiento de que se preparaba una conjuración y hasta se le dijo el lugar escogido y que los promotores del
movimiento eran el general de las reservas Sr. Concha y Belisario
Curiel, miembro vocal del Ayuntamiento de Santiago. No se sabe si
por negligencia, o porque no le diera crédito a las denuncias, o por
que se sintiera con fuerzas capaces de sofocar cualquier movimiento
sedicioso, lo cierto es que sus superiores jerárquicos se quejaron no
solo de su demora en poner freno a las actividades revolucionarias,
sino también por su flojedad y poca eficacia para mantener a raya
la rebelión que, como hemos dicho, no solo tomó a Monte Cristi
sino que cobró vigor y magnitud suficientes para librar una batalla
fragorosa con las tropas españolas concentradas en Las Matas.
Las noticias que recibió el general Hungría en Santiago no
pudieron ser más alarmantes; se estimaron así pues el gobernador
de Guayubín le comunicó el día 20 de febrero que no contaba
sino con 30 hombres, que le mandara refuerzos y la alarma debió
subir de grado cuando el día 21, después de haber destacado en
su ayuda una fuerza de 25 hombres y bajo el mando de un oficial
Anexión-Restauración
187
español, recibió un recado del mismo gobernador Garrido en que
le comunicaba que Sabaneta se había pronunciado y que «unos 800
hombres habían proclamado la República».
No hay duda de que esos acontecimientos demandaban una
movilización de fuerzas bien equipadas y una acción tan rápida
como fuera posible y por eso se dispuso que al otro día, 22, saliesen
de Santiago de los Caballeros 100 hombres al mando del gobernador general Hungría, pero a las órdenes inmediatas del coronel
Velazco, y para el día 23, el gobernador interino señor Michel supo
que la guarnición del San Marcial, destacada en Guayubín, había
capitulado ante los ataques del general Lucas de Peña.
El gobernador Garrido pidió con urgencia, casi desesperado,
100 hombres más de refuerzo y los implementos necesarios para
combatir y sustentar las tropas; los refuerzos le fueron enviados sin
demora con el capitán de la Corona, señor Ulrich.
La sensibilidad nacionalista de los santiagueses, su proverbial
patriotismo, su nunca bien alabada disposición cívica a emular las
memorables proezas por la libertad, fueron sacudidas por los actos
heroicos que los patriotas de Sabaneta, Guayubín y Monte Cristi
habían realizado para arrojar la coyunda de la Anexión. Ellos, los
combatientes en las líneas de fuego, y el enardecimiento del pueblo
de Santiago la noche del 24, con el despliegue de todo su proverbial
civismo en el vigor de los tumultos y en el furor ciego, de aquella
poblada casi incontenible, rugiente y terrorífica, en aquella hora de
pasional y ferviente protesta, que esas tremolantes expresiones de
repudio no pueden ser estimadas como meros episodios y menos
conjugándolos con los sucesos que estaban conmoviendo el corazón de la República.
Somos de parecer que si la sublevación de Guayubín y de Sabaneta incubaron a muchos de los prohombres de la Restauración, a
no pocos de ellos les vino de la rebelión de Santiago ese plan heroico que los pueblos, en horas de convulsión sublime, suelen infundir
a los predestinados a sus grandes causas. En el palenque mismo
surgieron los que luego fueron insignes paladines de aquella guerra
gloriosa emprendida no contra España, no contra sus huestes, sino
contra el hombre que instauró aquel régimen con vilipendio de los
188
César A. Herrera
principios republicanos, burla de la ciudadanía y deshonra para la
patria.
Todo eso era la Revolución en marcha con sus hombres templados por la radiante virilidad patriótica de Santiago. No importa
cuánto pueda ocurrir ahora adverso a los designios de conquistar
la libertad y de reivindicar la dignidad del pueblo dominicano…
eso no sería sino una tregua, la tregua necesaria para cobrar los
superbos alientos y dar cima a la epopeya restauradora sin quebrantamiento del esfuerzo heroico, y ni desmayos de la tenacidad hasta
el triunfo de la idea restauradora.
El desmedro de la guarnición del fuerte San Luis en donde
quedaban unos 300 hombres a causa de los refuerzos que fue necesario destinar al escenario de los acontecimientos de Guayubín
y Sabaneta, hizo propicia la ocasión para el levantamiento y fue
planeado por los conjurados que se reunieron en el fuerte Dios
como 300 hombres para tomar la ciudadela de San Luis.
El comandante de la corona don Juan Campillo, cuando supo
que se preparaba esa sublevación, dio órdenes urgentes para que
se hiciese retornar a sus puestos los soldados que deambulaban en
la ciudad y cuando estos regresaron unos heridos y otros desnudos
por la agresión del populacho, dispuso reforzar lo que quedaba de
la guarnición con los guardias de la cárcel no sin antes ordenar al
Ayuntamiento que supliera los guardas de la cárcel y de requerir a
sus miembros, que estaban en sesión, presentarse en el fuerte para
que con las autoridades civiles y militares resolviesen el modo de
apaciguar al pueblo y poner cese a los tumultos que promovían en
la Plaza Mayor.
Tal vez por el tono como se hizo el requerimiento a los señores
concejales reunidos, quizás por lo caldeado del momento, el síndico
del Ayuntamiento, señor Belisario Curiel, visiblemente exaltado,
dio un puñetazo en la mesa y exclamó: el Ayuntamiento reunido
es más que el gobernador, y tanto como este, vale cualquiera de
los concejales que concurriesen allí y por lo tanto que los demás
jefes y autoridades. Mientras en la plaza y en las puertas mismas
de la casa consistorial tronaba el pueblo y acogía con desenfrenado
entusiasmo la llegada en tumultuosa carrera de los conjurados del
Anexión-Restauración
189
fuerte Dios que venían agitando los puños, blandiendo las armas y
gritando a todo pulmón ¡Viva la República!
Dice don Ramón González Tablas en el relato de estos sucesos:1
Los amotinados no bajaban de mil hombres armados y
los capitaneaban un tal Juan Antonio Espaillat, con Vidal,
Pichardo, Perdomo, Alix, Reyes y Gotier; y agrega: Todos
menos Perdomo que era mercader, pertenecían a la clase de
jefes y oficiales de la reserva, y empuñaban las mismas armas
que se les había confiado para sostener el orden y los derechos de España.
Consta, que después de lo que llevamos dicho, se unió a los
sublevados en la plaza el general D. Juan Luis Franco Bidó y acompañado del regidor don Mariano Grullón se dirigió a la cárcel, abrió
sus puertas y puso a todos los presos en libertad, diciéndoles: «Quedan ustedes en completa libertad. Se les va a proveer de armas en
la confianza de que sabrán empuñarlas en defensa de la república».
Ante esos acontecimientos y en vista de la agresión de que habían sido objeto los soldados heridos que llegaron, el comandante
Campillo dispuso que el capitán D. José Lapuente saliese a atacar
a los sediciosos, quien salió con cincuenta hombres, seguido como
inmediata reserva de una compañía del batallón San Marcial al mando
del comandante Aguilera.
No bien se acercaron estas fuerzas a la Plaza Mayor, recibieron una
terrible descarga de los amotinados que, llenos del mayor entusiasmo, gritaban
al frente, al frente, que aunque sea con palos mataremos a los españoles.
Los soldados de Lapuente siguieron a este en el ataque y a bayoneta calada entraron en la plaza trabándose una pelea que dejó
cinco muertos y diez y seis heridos, muchos prisioneros, entre ellos
Gautier. Pelea desigual entre soldados bien armados y un pueblo
casi todo solo provisto de palos y piedras tuvo que huir.
Pero no había llegado el capitán Lapuente a la plaza cuando
ocurrió en el fuerte San Luis unos emisarios de tal significación
Historia de la dominación, p. 60.
1
César A. Herrera
190
en la historia de aquellas luchas en pro de la Restauración, que
no podemos excusarnos de transcribir el relato del señor González
Tablas:
Interín el capitán Lapuente llegaba desde el fuerte a la plaza,
se presentaron en San Luis los regidores Pablo Pujol y Alfredo Deetjen, reuniéndose con el gobernador Michel y los
jefes de San Marcial.
El comandante Campillo, que se hallaba fuera, cuidando a la
cabeza de la guarnición de lo que ocurría, fue avisado por el coronel de la reserva Frómeta de que se presentara donde estaban
reunidas las autoridades, pues se temía que se tramase por los
individuos del ayuntamiento algún plan perjudicial para España. Se dirigió, en efecto, al punto indicado entrando en él, en
ocasión en que Pujol decía, que se habían presentado en el salón
de sesiones varias comisiones de la ciudad, pidiendo se enarbolase, desde luego, la bandera republicana y que toda la población
sin excepción alguna estaba dispuesta a ello y que por lo tanto
rogaba que no se mandaran fuerzas para evitar desgracias. El
jefe de San Marcial contestó de una manera muy digna, pero
habiendo insistido Pujol, en que por lo menos hasta la tarde del
siguiente día no se rompiesen las hostilidades, ni se mandaran
fuerzas a la plaza, y que por su parte el Ayuntamiento influiría con los sublevados para que no atacasen a la tropa, tomó la
palabra Campillo y lleno de la más profunda indignación protestó de todo trato con los insurrectos, añadiendo que lo que
cumple a las circunstancias, era atacar sin treguas ni descanso a
la revolución, que por medio de artificios quería ganar tiempo,
para que se reuniera la gente que el faccioso ayuntamiento había convocado, por medio de emisarios que habían mandado a
recorrer el campo y los pueblos inmediatos.2
El gobernador Michel dio su asentimiento a las palabras de
Campillo y dispuso atacar a los insurrectos, pero como ese mismo
2
Historia de la dominación, p. 60.
Anexión-Restauración
191
día tuvo conocimiento de los graves sucesos de Guayubín y Sabaneta consideró pertinente remitir un oficio a Hungría y Velazco
para informarles de los acontecimientos que estaban ocurriendo
en Santiago.
La sublevación de Santiago llegó a tener tal magnitud que
cuando Hungría y Velazco, acompañados en Jaibón, recibieron
el parte del gobernador interino Michel, resolvieron levantar el
cantón y marchar sobre Santiago o seguir a Puerto Plata, caso de
que no pudiesen vencer la resistencia que se les opusiese. Al otro
día de la remisión del referido despacho, al rayar el alba unos mil
quinientos hombres enarbolando la bandera de Febrero y gritando
¡Viva la República! ¡Grande por el espíritu de sacrificio de que dio
pruebas el pueblo desarmado en su mayoría frente a soldados de
línea bien equipados y capitaneados por oficiales de experimentada
competencia en el arte de la guerra! ¡Grande por el heroísmo de los
santiagueses! Grande por la virtualidad del civismo y grande por
ser las más grande expresión colectiva popular contra la Anexión
que registra la historia de la Revolución Restauradora.
Pero a las diez de la mañana de ese mismo día, en junta de
oficiales, se dispuso la marcha contra los motinados y salieron
al frente una compañía de cazadores de San Marcial, cien hombres, de la Corona, cinco caballos, al mando de Campillo quien
sorprendio y apresó una avanzada del lado Este del río y que
cayeron presos por sorpresa mientras la columna de Lapuente,
al redoblar de los tambores, se lanzó al río, bayoneta calada y
cargó con las tropas acampadas del otro lado. Aquí lo inesperado, sin disparar depusieron los fúsiles, agitaron pañuelos blancos y se rindieron a discreción. Por ellos supo Campillo de la
participación de los miembros del ayuntamiento en el motín.
(Según González Tablas).
Dice textualmente González Tablas:
Siendo ya evidente la culpabilidad del ayuntamiento de Santiago y comprendiendo Campillo que interín aquella corporación pudiese reunirse, la conspiración continuaría, se dirigió a las casas consistoriales, en donde halló a los concejales
192
César A. Herrera
que declaró facciosos, y constituyó en prisión en nombre de
la ley y de la reina.
Los infaustos acontecimientos de las márgenes del Yaque intimidaron a muchos de los grupos que circulaban por las calles de Santiago, otros fueron desintegrados o reducidos a prisión y al otro día
se presentaron casi todos los que pudieron escapar de la persecución.
Ha sido debelada la conjuración de Santiago con rapidez y en
condiciones poco honrosas, pero en vez de restar validez a la magnitud cívica que alcanzó la poblada y la explosión del patriotismo,
más bien honra y glorifica a aquel pueblo cuya mayoría, sin otras
armas que las del derecho, no vaciló en proclamar al pie de su bandera que el amor a la patria no se había extinguido y que la República podía esperar con optimismo el sacudimiento total del pueblo
que viniera a reivindicar todos sus principios e instrucciones como
Estado libre e independiente.
La derrota de un pueblo inerme, ni es afrentosa para el vencido,
ni gloriosa para el vencedor… antes deslustra sus armas en grado
inverso a su efectividad y prepotencia. Pero continuamos con las
crónicas de los acontecimientos que tuvieron lugar en los días que
siguieron a los sucesos de Santiago de los Caballeros a fin de que el
lector aprecie según su particular estimación el valor del heroísmo
desplegado en aquella jornada de la Revolución Restauradora, las
causas no bélicas que contribuyeron al apaciguamiento de Guayubín y Sabaneta, principales escenarios de los sucesos, y la fe de los
hombres dispersos que llevaron por valles y sierras, el mensaje de
la Revolución.
Anexión-Restauración
193
Soldado de la Restauración o mambí, dibujado del natural en los campos de batalla por el coronel español Adolfo García-Obregón y Caballero.
194
Pedro Santana.
César A. Herrera
Anexión-Restauración
José de la Gándara.
195
196
José Hungría.
César A. Herrera
Anexión-Restauración
Juan Suero.
197
198
Buenaventura Báez.
César A. Herrera
Anexión-Restauración
Miguel Lavastida.
199
200
José Antonio Salcedo.
César A. Herrera
Anexión-Restauración
Eusebio Puello.
201
202
Pedro Antonio Pimentel.
César A. Herrera
Anexión-Restauración
Joaquín Rubalcava.
203
204
Gregorio Luperón.
César A. Herrera
Anexión-Restauración
Gaspar Polanco.
205
206
Valeriano Weyler.
César A. Herrera
Anexión-Restauración
Felipe Alfau.
207
208
Antonio Abad Alfau.
César A. Herrera
CAPÍTULO XV
GUERRA DE LA RESTAURACIÓN
SUMARIO
Retirada de Las Matas y otros episodios. Conquistas y estado
de la revolución. Acción del general Hungría sobre Sabaneta.
Presencia de Buceta en Monte Cristi. Debelación de la revolución.
Amnistía burlada. Constitución del Consejo Militar Ejecutivo y
enjuiciamiento de los caudillos del motín del 24 de febrero de 1863.
Para coordinar nuestro relato preciso es que recordemos la
llegada a Sabaneta de los señores Genaro Perpiñán, Vidal Pichardo, José del Rosario e Ignacio Brizo y de la carta en que se daba
informes a los jefes de la sublevación de los acontecimientos de
Santiago, porque en esos mismos días las tropas gobiernistas se
aprestaron a defender sus posesiones y organizaron el ataque contra los puestos conquistados por los revolucionarios. Ya el general
Hungría se había concentrado en Esperanza con más de 400 hombres y unas cuantas unidades navales al mando del general D. Manuel Buceta desembarcaron sus fuerzas en Monte Cristi y tomaron
la comandancia no obstante la heroica resistencia que le opusieron
los soldados del coronel Polanco.
La toma de Monte Cristi y la caída de Guayubín quebrantaron
tan hondamente la moral de nuestros soldados que las deserciones
se contaron por centenares y no fueron pocas las deslealtades y
las claudicaciones. Pero sin embargo esos desmayos y arterias, esas
209
210
César A. Herrera
deserciones lamentables y, ni el pánico que habían fomentado las
propagandas acerca de la formidable marcha de los españoles quitaron la oportunidad al coronel Monción y al general Luperón de
acreditar su fe en la causa; en su heroísmo el primero, en la ruda
resistencia que opuso en Mangá a las tropas españoles y el segundo,
en el denuedo y tenacidad con que persiguió a los serranos en lucha
memorable en las estribaciones de las montañas de Las Matas, hasta obligarlos a concentrarse en la famosa cumbre del Peñón.
Fue precisamente en lo más recio de la lucha y cuando los generales Batista y Reyes coordinaban el rodeo de la loma para llevar
la batalla hasta la cumbre cuando recibieron del general Rodríguez
el parte de que Guayubín había caído y el ataque inminente de las
tropas combinados contra Sabaneta.
Ya no cabía otra cosa que la retirada que equivalía a una derrota
aunque alabada por el orden con que se replegaron sus soldados, loados por su bravura en aquella memorable jornada y su marcha sobre
Sabaneta todavía en poder de la Revolución para disponer la defensa
de aquella plaza sede del Club Revolucionario centro de todas las
actividades bélicas de aquella región del Cibao donde se gestaron los
más importantes prohombres de la Guerra Restauradora.
De Guayubín recordamos que el día 2 de marzo por la mañana
marcharon las tropas españolas contra ese poblado, vadearon el río
bajo el fuego de nuestros soldados y se lanzaron a su ataque a la bayoneta contra Mangá. Muy reñido fue el combate, nuestras tropas
perdieron toda la artillería y fueron dispersadas y perseguidas hasta
los bosques donde no fue posible continuar la persecución.
El historiador González Tablas concluyó su relato con las siguientes notas:
Testigos presenciales de este notable hecho de armas nos aseguran que en él rivalizaron en el mejor cumplimiento de su
deber tanto los jefes oficiales, como los individuos de tropa,
pero que la gloria principal cupo al capitán de ingenieros D.
Elías de la Casa, al de infantería D. Eduardo Valenzuela y al
teniente Julián Hermida.
[...]
Anexión-Restauración
211
Nuestras pérdidas consistieron en 16 heridos, entre los que
se contaba de bastante gravedad el señor Valenzuela.
Concluido el combate, en que 360 infantes y 30 caballeros habían derrotado cerca de 3,000 insurrectos y se entró en Guayubín
conduciendo la artillería y las municiones tomadas.
Puede decirse que solo estaban en poder de los revolucionarios
Sabaneta y Monte Cristi, contra cuyos términos se dispuso en junta
de generales, destacar a Velazco y Hungría, sobre Sabaneta; y a
Campillo hacía Monte Cristi donde este entró el mismo día que
Buceta era nombrado comandante general en el Cibao en relevo
del general Hungría.
El brigadier Buceta llegó a Monte Cristi la tarde del mismo
día que le había ocupado Campillo y enterado de la situación del
Cibao, dispuso salir con este sobre Sabaneta, pero Hungría se les
adelantó y mediante una acción que no duró más de media hora
tomó aquel poblado.
Con la pérdida de esta plaza, prácticamente quedaba vencida
la Revolución. Dispersos y vagando por la manigua sus soldados,
Monción, Reyes y Rodríguez transpusieron la frontera y Cabrera
se internó en Capotillo con su mensaje de libertad y con su bandera
envuelta en la valija presto a izarla con sus compañeros en aquella
cumbre y dar por allí el definitivo grito de guerra, el día 16 de
Agosto de 1863.
Después, la amnistía burlada y fusilados algunos de los que a
ella se acogieron, como en el caso de Batista y Pierre; el funcionamiento del Consejo Militar Ejecutivo para enjuiciar a los complicados en la rebelión de Santiago y el recuerdo tremebundo de los
patíbulos de Moca y del Cercado.
Aunque en uno de los documentos anexos se encuentra el
expediente completo de este escandaloso proceso, nos vamos a
permitir hacer algunos comentarios de ciertos incidentes de las
acusaciones contra el general Juan Luis Franco Bidó y don Pedro
Ignacio Espaillat, así como el traslado textualmente del dictamen
del fiscal, las defensas, las sentencias y algo de su ejecución en el
cementerio de Santiago.
212
César A. Herrera
Ante todo diremos que el Consejo Militar Ejecutivo estuvo
constituido del modo siguiente: señor teniente coronel de artillería
don Luis Bustamante, presidente; capitanes del batallón de San
Quintín, don Fermín Daza y don Pablo Rodríguez Vera, los del batallón San Marcial, don Juan Delgado y don Francisco Montaner,
el de La Corona, don José Lapuente y el del escuadrón de Santo
Domingo, don José de los Ríos, jueces; capitán del San Marcial,
don Francisco Diez, fiscal; y secretario, el teniente de la Corona
don Benito Gimeno.
En las declaraciones de este célebre y largo proceso aparece
realzada de manera singular la estatura cívica de don Juan Luis
Franco Bidó. Basta decir que en uno de ellos se le hace aparecer
como el jefe del motín o insurrección del 24 de febrero de 1863.
Llámese como se quiera, para nosotros ese movimiento superó
por su significación en el proceso gestador de la Revolución Restauradora, a la misma sublevación de Sabaneta y a las proezas de
Guayubín y Monte Cristi; las superó, decimos, por el componente
cívico, por la súbita espontaneidad de las aclamaciones populares
por la Patria y por la República, y, sobre todo, por el modo patético, solemne y trágico con que los santiagueros se echaron a la
calle aquella noche para protestar por primera vez, más como ciudadanos que como militares, como pueblo, de aquel coloniaje tan
injusto, como humillante.
De los legajos del Archivo de Indias de Sevilla relativos a la guerra
de la Restauración, cuyas copias hemos consultado en la Colección
del señor Lic. César Herrera, Individuo de Número de la Academia
Dominicana de la Historia, ninguno como el expediente de este proceso arroja tanta luz sobre la verdad de la insurrección de Santiago,
de sus indudables conexiones con los revolucionarios de Sabaneta y
de la estatura cívica de los hombres que intervinieron en ella.
Veamos aquellas partes de las acusaciones en contra de don
Juan Luis Franco Bidó que robustecen nuestro juicio.
El testigo Manuel Rancaño, a quien se le preguntó quién era
el jefe, dijo que lo era don Juan Luis Franco Bidó, que «desde que
salió de la cárcel hasta el momento en que empezó el fuego, era el
jefe de todos el ya citado, don Juan Luis Franco Bidó».
Anexión-Restauración
213
En su declaración expuso el testigo señor Ramón Hernández,
«que también recuerda que don Juan Luis Franco Bidó dio un Viva
la República Dominicana» y les dijo que «estaban en libertad»;
quien declaró eso es uno de los libertados, que fueron como setenta.
Otro de los presos, el señor José Ache y Zapatería: «que al salir
de la cárcel por dicha puerta encontró en ella a Pedro Ruiz, a Carlos
de Lora y a José del Carmen Lantigua y un poco más separado de
ella como unos cincuenta hombres armados de fusiles y machetes:
que al salir los presos por la puerta echaron Lora y Lantigua un
¡Viva la República Dominicana! y ¡Viva el general Bidó!»
El testigo José Echavarría es más explícito: «que al salir de la
cárcel encontró en la puerta de ella al general Juan Luis Franco
Bidó el que los arengó diciéndoles que quedaban libres para siempre todos los presos que se encontraban en dicha cárcel; y que a
él debían su libertad». Y Manuel Rancaño dijo: «que algunos de
los presos le pidieron en efecto armas diciendo que dónde irían
desarmados, a lo cual les contestó don Juan Luis Franco Bidó que
desde aquella hora hasta al otro día les darían cuantas quisieran».
El día 13 de marzo, después que el señor fiscal asistido del secretario notificó a los presos que iban a ser puestos en Consejo
de Guerra y de prevenirlos que eligieran sus oficiales defensores,
quedaron constituidos como abogados: para defender a don Eugenio Perdomo, el abanderado de la Corona don Matías Ramos;
para don Carlos de Lora, don Matías Fernández, subteniente del
mismo cuerpo; para don Luis Bidó, don Ramón López y Marín,
teniente del San Marcial; para don Pedro Ignacio Espaillat, don
José Cuervo y Muñoz, ayudante del mismo cuerpo.
De las declaraciones que se produjeron en contra de don Juan
Luis Franco Bidó, en cierto modo imprecisas unas e incoherentes otras, surge su figura histórica nimbada con el mismo halo de
glorioso patriotismo con que han pasado a la posteridad sus compañeros de aquella jornada, aunque le fuera conmutada la pena de
muerte por la de prisión en Ceuta.
CAPÍTULO XVI
GUERRA DE LA RESTAURACIÓN
SUMARIO
Defensa de don Juan Luis Franco Bidó. Defensa de don Pedro
Ignacio Espaillat. Documento relativo al proceso instruido contra
don Juan Luis Franco Bidó, don Carlos de Lora, don Pedro Ignacio
Espaillat y don Eugenio Perdomo como cómplices de la rebelión
del 24 de febrero. Conmutación de la pena de muerte de don Luis
Franco Bidó. Ejecución de la sentencia. Alocución del capitán
general don Felipe Ribero.
Defensa de Juan Luis Franco Bidó:
Santiago de los Caballeros, 20 de marzo de 1863.
Vengo a la presencia de V. S. S., honorables miembros de la
Comisión Militar permanente, a desempeñar una misión noble y sagrada, vengo pues a defender la causa de un hombre
anciano y honrado, padre de una numerosa familia y cuya
conducta pública y privada está exenta de toda tacha, don
Juan Luis Franco Bidó, como miembro del Ayuntamiento, y
su presidente interino, asistió a la sesión extraordinaria que
en la noche del veinticuatro de febrero celebró la Corporación y tuvo la desgracia de verse casi forzado por sus compañeros para pasar a la plaza de armas, donde existían un grupo
215
216
César A. Herrera
de hombres sublevados contra el legítimo de S. M. (q. D. g.)
con el fin laudable de hablarles a nombre del Ayuntamiento
a que se retirasen a sus casas, pero como sucede comúnmente
en tales asonadas, el tumulto y la gran vocería eran tal que no
pudo dirigirse al grupo y llamó a dos individuos para que impusiesen silencio y explicasen a los que allí estaban el objeto
de su comisión, cuando de esto se trataba, se rompió el fuego,
se persuadió el señor Bidó que nada podía ya hacer allí y se
retiró a la Sala Capitular para dar cuenta a los demás miembros del Ayuntamiento. ¿Pero podía figurarse mi defendido
que de una acción tan sencilla en apariencia y como él mismo
la rebate, pudiera formársele una causa criminal pidiéndose
contra él, por el señor acusador fiscal la pena Ccapital? Y no
hay nada más cierto, pero como para apremiar las pruebas
contra mi defendido es de rigurosa que estas sean deducidas
de las declaraciones de los testigos que contra él deponen,
entro de lleno a probar quiénes son estos testigos y cuál sea
su moralidad; deponen contra don Juan Luis Franco Bidó y
se llaman estos Manuel Rancaño, José Echavarría, José Ache,
Ramón Hernández, Juan de la Cruz Ureña. El primero está
acusado y procesado criminalmente por complicidad de robo
de mercancías y efectos en la casa de comercio de don Pedro
Tió de esta ciudad siendo dicho individuo el que ocultaba los
efectos robados en su casa. El segundo, José Echavarría, está
acusado y sumariado por robo de cerdos en complicidad con
otros facinerosos, que en épocas pasadas tenían ranchería
para robar cerdos en las Montañas del Limón, camino de
Puerto Plata. El tercero, José Ache, está también encausado
por heridas. El cuarto, Ramón Hernández, está sumariado
por vago y ladrón cuatrero y el último está preso por sospechoso de hallarse en la rebelión. Los cuatro primeros estaban
encarcelados y se les instruía su sumaria como lo demuestra
el Oficio del señor alcalde mayor del partido que reverentemente acompaño.
Concluyo suplicando a los señores del Consejo que por
lo que dejo supuesto tengan compasión y caridad por mi
Anexión-Restauración
217
defendido y por su larga familia que todas imploran por la
vida de su querido padre, y se dignen a indultarle de pena
capital, señalándole lo que en su ilustre criterio crean más
justo y llevadero. Firmado: Ramón López.
Defensa de don Pedro Ignacio Espaillat
Al presentarme por primera vez de mi vida militar ante
este ilustrado Consejo a desempeñar un destino que, si
bien por mi lado me honra, y me llena de la más completa
satisfacción, por otro confieso que su gravedad me turba,
confunde mi imaginación y hace que todo mi ser experimente un indescriptible e inusitado temor, no solo por la
actitud imponente de tantos jueces cuya presencia me es
tan respetable; no solo por la causa que da motivo a esta
asamblea sino también por la convicción íntima que tengo
que por fuerte que sea mi conciencia y sinceros mis deseos
me acompaña a la vez para desempeñar tan difícil tarea la
insuficiencia de mis luces y las flaquezas de mis fuerzas que
se hacen sentir más que sensiblemente al reflexionar que
de estos esfuerzos depende la suerte de un honrado padre
de familia, la felicidad de una esposa, la subsistencia, la felicidad y el porvenir de unos infelices hijos, que entregados
a mi impotente habilidad deba mi voz defender por ellos,
en este día, todo lo que tiene más caro el hombre sobre la
tierra, la vida, la honra y la familia.
Pero toda esta intranquilidad, todos estos temores, señores,
desaparecen por la sola consideración que el señor presidente y vocales que componen tan Ilustre Tribunal están
animados de los más bellos y nobles sentimientos que distinguen el corazón humano y de las más grandes virtudes
civiles y militares que adornan a un buen magistrado, descollando, por decirlo así, entre todos aquellos que particularmente distinguen a todos los españoles, y que es el más
bello ornamento del hombre; quiero decir ...la consideración y la clemencia.
218
César A. Herrera
Animado, pues, de tan consoladoras convicciones y poniendo
toda mi confianza en la imparcialidad de los jueces y en la
causa que patrocino como en el doble instante que la Providencia ha sembrado en el corazón de todos los hombres
como en el amor de sus semejantes, manantial fecundo de
todas las buenas actuaciones, vengo, pues, animado de estos
deseos a identificarme, por decirlo así, con la suerte de mi
cliente, para defenderlo con todo mi corazón y con todo mi
entendimiento de la acusación que contra él pesa por ante
V. V. S. S., señores presidente y vocales de esta respetable
corporación.
Está acusado, señor presidente y vocales, por ante V. V. S. S.
el señor don Pedro Ignacio Espaillat natural de esta ciudad,
de estado casado, padre de siete hijos, hombre honrado y laborioso e intachable en su conducta como lo prueban todos
sus antecedentes, nada menos que del crimen de rebelión,
ingratitud y de traición, y pide contra él el señor fiscal nada
menos también que la pena de muerte.
Señores: por grande que sea la confianza que tiene el hombre
acusado de la integridad y capacidad de los señores jueces
ante quien se le hace comparecer para ser juzgado, es un hecho de que el hombre no puede prescindir de discutir ante
todo con respeto, acatamiento y reverencia, si la autoridad
judicial que lo interroga, que le prende, que lo oye, que le
condena o que lo absuelve; es aquella que la ley ha erigido
y ha revestido con autoridad suficiente y con prioridad al
hecho imputado.
Es un principio de la constitución que nos rige (Art. 90) que
ningún español puede ser ni sentenciado sino por el juez o
tribunal competente en virtud de leyes anteriores al delito y
en la forma que esta prescriben, dispone también el Art. 19
del Código Penal, que no será castigado ningún delito ni las
faltas de que solo pueden conocer los tribunales con pena
que no se halle previamente establecida por la ley, ordenanza
o mandato de la autoridad a la cual estuviese conferida esta
facultad.
Anexión-Restauración
219
Es otro principio universal de jurisprudencia que ninguna
ley tiene efecto retroactivo. Si esto es cierto ¿cómo ser atributivo de la jurisdicción militar hechos que si bien existiesen
no lo serían nunca más que de la jurisdicción real ordinaria?
La publicación de la Ley Marcial, la declaración del estado
de sitio por la autoridad competente no substrae en ningún
caso a los súbditos de S. M. la Reina (q. D. g.) de las garantías que la carta constitucional les confiere, por los errores
que cometiesen en el estado normal de la sociedad, por la
promulgación posterior en vista de circunstancias apremiantes, de fórmulas protectoras y de jurisdicciones en que tiene
el hombre garantizados sus derechos por la amplitud de la
defensa y la madurez del juicio. Si las medidas enérgicas y
necesarias que puede y debe tomar la autoridad en casos
dados y urgentes, implicasen el principio que sus efectos se
extendiesen retroactivamente al porvenir, ¿dónde iría a tener
la sociedad?
La ley de diez y siete de abril de mil ochocientos veinte y
cinco puesta en vigor por el bando del Excmo. señor capitán
general de esta isla, y también los artículos 167 y segundo
del Código Penal contiene idénticamente los mismos salvaguardias; el primero siquiera para establecer y definir jurisdicción, la publicación de un bando fijando un término corto
a los habitantes revoltosos para que se retiren a sus hogares
domésticos y por consiguiente al orden; por el segundo la
autoridad gubernativa intimará hasta dos veces a los sublevados para que se disuelva; es esta intimación la que fija y
determina la jurisdicción a que pertenece cada reo; el que
después de ella, sea civil o militar, pertenece a los tribunales
ordinarios, ya sea militar ya sea civil; en este último caso se
encuentra mi defendido Pedro Ignacio Espaillat dejando, sin
embargo, al sano criterio de V. V. S. S. la apreciación de estas
razones que expongo como deber de que no puedo prescindir en obsequio de mi cliente.
Entrando en materia diré: ¿qué pruebas hay en el proceso
para apoyar esta acusación? No hay otra que la de haberlo
220
César A. Herrera
visto aquella noche un testigo en la calle del Cementerio y
otro en el Ayuntamiento, ninguno de ellos dice que mi defendido llevase armas ni que vociferase en sentido subversivo. A
las siete de la noche del veinticuatro del mes próximo pasado
se encontraba mi cliente en mangas de camisa en la esquina
de la casa de don Gaspar Pou, inmediaciones donde el reo
a quien defiendo tiene su purpería y familia, circunstancia
que prueba algún tanto que Pedro Ignacio no pensaba en
aquellos momentos más que en sus asuntos domésticos, se
unió a la multitud revolucionaria, también se ve en el proceso
que mi defendido, después de los primeros tiros en la Plaza
de esta capital, se retiró a pasar la noche en una estancia a las
inmediaciones de la ciudad, volviendo a ella a las primeras
horas del siguiente día veinticinco para disponer la salida de
su esposa e hijos al poblado con el nombre de Jacagua; lo
que así ha verificado, marchándose él después en dirección
al Palmar donde tiene un hermano, lo que verificó poniéndose en el camino para realizar este pensamiento, habiendo
desistido de esta idea sobre su marcha, por haber pensado
que la hospitalidad que iba a pedir a su hermano, podía en
vista de las actuales circunstancias comprometerle; causa que
lo obligó a retroceder y a dirigirse al punto de Jacagua donde tenía su esposa y demás familia, no pudiendo tampoco
realizar este pensamiento, pues en el camino fue preso por
el alcalde pedáneo José Ramón Gómez, cuya declaración de
dicho pedáneo falta en el proceso instruido para con ello dar
mayor fuerza a la circunstancia de haberse entregado sin la
menor resistencia de dicha autoridad conduciéndole a este
Fuerte de San Luis donde se encuentra.
Estos son, señores, los hechos; y de ellos se desprende más
que evidentemente la no tan grave culpabilidad de mi defendido, la falta de premeditación de conspirar, y finalmente
la de no haber tenido predisposición alguna para declararse
contra la autoridad de nuestra Augusta Soberana, puesto que
hasta el momento de la ocurrencia, durante ella y después
nada hay que pruebe intención hostil de rebelarse. No será
Anexión-Restauración
221
superfluo llamar insistentemente la atención del Ilustre Consejo sobre los hechos del veinte y cuatro, me limitaré tan solo
a decir que tan pronto como nuestros soldados se dispusieron
a la defensa y que después de unos cuantos disparos y cargas
a la bayoneta, consiguieron ver dispersa la nube que por un
instante oscureciera el horizonte de esta tranquila población.
Si desgraciadamente todo lo que he puesto no pesare en la
mente de este respetable tribunal para exonerar a mi defendido de la grave acusación que contra él se presenta, si los argumentos que he creído de mi deber presentar en defensa del
acusado fuesen insuficientes para escudarlo algún tanto de
aquella. ¡Ay! Entonces vosotros que estáis constituidos como
jueces, árbitros del destino de este infeliz padre de familia,
de este honrado ciudadano, que son hábiles para absolverle
o condenarle, dejaos penetrar anticipadamente al cuadro desoladar que presentaría una viuda cargada con el abrumante
peso de siete hijos todos de tierna infancia anegada en llanto
y con todo el miserable prospecto de la necesidad y de la
pobreza.
Sed, pues, señores, benévolos y clementes jueces para todas
estas infelices criaturas, mirad Vs., señor presidente y vocales, algún tanto como consideración al infortunado padre de
aquellos; no les quitéis de un golpe su consuelo, su apoyo y
toda su felicidad dejándolos en la más desesperada orfandad;
por todo lo cual pido y suplico a este respetable Consejo se
digne eximir de la pena de muerte que por el fiscal se pide,
y castigarle con la pena inmediata con arreglo de las ordenanzas militares, por el crimen que se le imputa a mi cliente
Pedro Ignacio Espaillat. Santiago de los Caballeros, veinte
de marzo de mil ochocientos sesenta y tres. Firmado: José
María Cuervo.1
1
Del Archivo General de Indias, Cuba 1014 B., No. 16. (Colección Herrera).
César A. Herrera
222
Plaza de Santiago
Año de 1863
COMISIÓN MILITAR EJECUTIVA
Proceso instruido contra el general don Juan Luis Franco
Bidó, el coronel don Carlos de Lora, el capitán don Pedro
Ignacio Espaillat y el paisano don Eugenio Perdomo, acusados de complicidad en la rebelión que estalló en esta ciudad
la noche del 24 de febrero pasado.
Juez fiscal El capitán de S. Marcial
Don Francisco Diez
Secretario
Teniente de la Corona
Don Benito Gimeno
Comandancia General del Cibao
El Excmo. señor capitán general con fecha 11 del actual mes
dice lo siguiente:
Por consecuencia de los últimos sucesos ocurridos en esta
provincia han sido juzgados por la Comisión Militar ejecutiva y permanente el general de las reservas provinciales don
Juan Luis Franco Bidó, alcalde ordinario de dicha ciudad, el
coronel de las propias reservas don Carlos de Lora, el capitán
de las mismas don Pedro Ignacio Espaillat y el paisano don
Eugenio Perdomo y sentenciados todos cuatro con fecha 20
del mes pasado, a la pena de ser pasados por las armas cuya
sentencia ha sido aprobada por mí con fecha 9 del que rige,
previo dictamen de mi auditor de guerra.
En este estado las cosas solo restaba ya ejecutar la sentencia, pero deseando a la par que hacer patente la justicia que
castiga al delincuente, dar una prueba de los sentimientos
piadosos de S. M. la Reina (q. D. g.) en vista de las facultades
que me concede la Real Orden de 29 de mayo de 1855 y
previo los informes de mi referido auditor de guerra y el voto
consultivo del RI acuerdo que previene la disposición 2º de
la mencionada RI orden de 29 de mayo, vengo en nombre
Anexión-Restauración
223
de la Reina en indultar de la última pena conmutándola, en
la inmediata que deberá cumplir en el presidio de Ceuta, al
precitado don Juan Luis Franco Bidó, cumpliendo la sentencia por lo que respecta a los otros tres reos y en la forma
decretada por mí en la causa de que llevo hecho mérito.
En su virtud entregará V. E. al presidente de la comisión militar ejecutiva y permanente la precitada causa con traslado
de este oficio para el cumplimiento de lo resuelto por mí en
aquella, con la modificación que corresponde por el presente
indulto, previniendo al referido presidente remita después
a esta Capitanía General testimonio de la causa contra don
Juan Luis Franco Bidó y correos para acompañarla al dar
cuenta de este indulto para la soberana aprobación.
Lo que traslado a V. para su conocimiento y a posible brevedad disponga tenga puntual cumplimiento lo preceptuado
por la autoridad superior de la Isla reclamando de esta Comisión General cuantos auxilios considere necesarios.
Dios guarde a V. Ms. SS. Santiago de los Caballeros, 15 de
abril de 1863. El brigadier comandante general. Firmado:
Manuel Buceta.
Señor presidente de la Comisión Militar de esta plaza
Certificado de la Ejecución de la sentencia.
En la misma plaza de Santiago y a los diez y siete días del referido mes y año, yo el infrascrito secretario certifico: que en
virtud de la sentencia de ser pasados por las armas, dada por
el Consejo Ordinario de la Comisión Militar a don Eugenio
Perdomo, don Carlos de Lora, general de las milicias de reserva de esta Isla y don Pedro Ignacio Espaillat, capitán de las
mismas, y aprobada por el Excmo. señor capitán general de
esta Isla, se les condujo en buena custodia dicho día y hora de
las siete de la mañana a la explanada frente del cementerio de
esta ciudad, donde se hallaba el capitán don [falta texto en el
original] presentes, llevándolos luego a enterrar las personas
al efecto nombradas acompañándolos al cementerio donde
César A. Herrera
224
quedan enterrados; y para que conste por diligencia lo firmó
dicho señor de que yo el secretario certifico. Firmado: Francisco Dié. Benito Gimeno.
Libertad de don Juan Luis Franco Bidó
Gobierno Militar de la Plaza y Provincia de Santo Domingo.
En virtud del Decreto del Excmo. señor capitán general
de esta isla de fecha de hoy en el proceso formado por la
Comisión Militar de la Provincia de Santiago contra don
Juan Luis Franco Bidó, general de las reservas provinciales
y alcalde ordinario de dicha ciudad, nombro a V. fiscal para
que actuando con el teniente del batallón de San Quintín
don Mariano Botia, como secretario se proceda a poner en
libertad al citado don Juan Luis Franco Bidó comprendido
en dicho proceso de conformidad con lo dispuesto por S.
M. en su Real decreto de amnistía de 27 de mayo último
y en los términos prevenidos en la circular del Excmo.
señor capitán general de esta fecha. Dios guarde a V. Ms.
as. Santo Domingo, 26 de junio 1863. Firmado: José P.
Malo.
Sor. 2º. Comte. don Francisco Catalá y Alonso del Bn. de
Bailén...
Juramento de fidelidad del general don Juan Luis
Franco Bidó
Seguidamente el señor fiscal pasó acompañado de mí el presente secretario a la Torre del Homenaje de esta Plaza, donde
compareció a su presencia el señor general de la Reservas
Provinciales don Juan Luis Franco Bidó, preso en dicha
Torre, quien fue enterado por el señor fiscal del Real Decreto de indulto de veinte y siete de mayo del corriente año
y disposiciones dadas por el Excmo. señor capitán general
de esta Isla para su aplicación después de lo cual el señor
Anexión-Restauración
225
fiscal procedió a tomarle juramento según forma por el cual
prometió decir la verdad en cuanto fue interrogado.
Preguntando. Si jura a Dios y promete fidelidad a la Reina Nuestra Señora (q. D. g.) y no atentar contra la tranquilidad pública
de este país o de cualquier otro español y de guardar las leyes
establecidas o que en lo sucesivo pudiese mandar observar el gobierno y si antes por el contrario sostendrá dichas superiores disposiciones con su fuerza moral y material si las circunstancias lo
exigiesen como es deber de todo ciudadano y más que todos los
que como el declarante está investido del carácter militar, dijo:
que jura y promete fidelidad a S. M. la Reina Nuestra Señora (q.
D. g.) y observar con toda religiosidad todas las leyes que se publiquen y estén vigentes por el gobierno en esta Isla o cualquier
otro país español que habite; y para que conste por diligencia lo
firmó con el señor fiscal leída que hubo esta su manifestación y
con el presente secretario de que certifico. Firmado: Francisco
Catalá. J. Luis F. Bidó. Ante mí, Mariano Botia. Santo Domingo, 28 de junio de 1863.
Puesto en libertad el general de las reservas provinciales don
Juan Luis Franco Bidó, pase al señor auditor para que manifieste si se encuentra conclusa esta causa. Firmado: Ribero.
Excmo. señor:
Habiendo prestado el juramento a S. M. y a las leyes del Estado
que determina el Art. 2º del RI decreto de amnistía, y puesto
en libertad don Juan Luis Franco Bidó comprendido en esta
causa, entiendo que es Francisco Diez, fiscal de esta causa y estaban formadas las tropas de la guarnición para la ejecución de
la sentencia; y habiéndose publicado el bando por el sargento
mayor interino de esta plaza según previene S. M. en sus Reales Órdenes, se pasó por las armas a los dichos don Eugenio
Perdomo, don Carlos de Lora y don Pedro Ignacio Espaillat
en cumplimiento de ella, delante de cuyos cadáveres desfilaron
en columna inmediatamente las tropas de la guarnición que
se hallaban de archivar en la capitanía general declarándola
conclusa en todas sus partes por consecuencia del RI decreto
de 27 de mayo último o lo que V. E. considere conveniente.
César A. Herrera
226
Santo Domingo, 30 de junio de 1863. E. S. Firmado: Mauricio Hernando Novas.
En relación con este suceso, el capitán general dijo en son de
bando lo siguiente:
Según el parte oficial que he recibido en el día de hoy del teatro de los sucesos, otro nuevo triunfo alcanzado por nuestros
valientes soldados, ha venido a demostrar a los enemigos de
la reina que no se ultraja impunemente el pabellón nacional.
El enemigo ha sido arrojado en la tarde del día 5 del actual de
Sabaneta, último baluarte de sus impotentes maquinaciones;
por dos compañías del segundo batallón de la Corona, que al
mando del digno general Hungría les atacaron enérgicamente a la bayoneta, habiéndoles causado tres muertos, varios
heridos y prisioneros, y dejando en poder de nuestras tropas
una bandera, armas, provisiones y correspondencia.
Por nuestra parte ha habido, sin embargo, que lamentar la
pérdida de un soldado muerto y algunos heridos.
Media hora de combate ha bastado para consumar este brillante hecho de armas y obligar al enemigo a declararse en
precipitada fuga por los barrancos contiguos a la población.
La descabellada intentona de algunos ilusos puede darse por
terminada.2
Ciertamente la revolución no quedó terminada con la toma
de Sabaneta como ya hemos dicho. El indulto general que proclamó el capitán general a son de bando no produjo el efecto
esperado, muchos soldados permanecieron en la expectativa sin
acogerse a las garantías y algunos de sus más connotados generales, podría decirse, estaban en plan de guerra, si bien guerra
callada, furtiva, pero con todos los alientos de la Revolución
y dotados de la fe en el triunfo definitivo de la República. El
cacareado viaje de Santana a Santiago acompañado del segundo
2
González Tablas, Historia de la dominación, pp. 64-65.
Anexión-Restauración
227
cabo de la isla brigadier D. Carlos de Vargas fue baldío, pues
nada había que hacer en el escenario de la guerra si bien podía
influir en los sucesos de los promotores de la sublevación de
Santiago que estaba ventilando la Comisión Militar Ejecutiva
establecida en aquella población con esa específica finalidad.
Hay fundamentos para sospechar de su influencia en la conciencia de aquellos jueces; acerca de este asunto dijo González
Tablas: «La idea de que los siete fusilados en Santiago lo habían
sido por influencia de Santana, fue un arma calumniosa de que
se valieron sus enemigos».
Más tarde, el 29 de mayo, la alocución que sigue acerca de
aquellos sucesos.
Alocución
Santo Domingo, 29 de mayo de 1863.
Dominicanos: habeis visto los acontecimientos que momentáneamente perturbaron el orden en esta isla. Vosotros los
habeis condenado como yo; tal vez yo lo he lamentado más
que vosotros. El escándalo ha sido grande, el castigo era
indispensable, lo reclamaba la vindicta pública, lo exigía la
ley dictada para la seguridad de la sociedad, lo pedía vuestro
propio interés porque si habeis de tener paz, es preciso que
los que atenten contra ella no queden impunes, la impunidad
alienta los delitos.
Desgraciado el país que esté regido por una autoridad que no
sepa sobreponerse a sus sentimientos y hacer callar a su corazón cuando habla el deber. Comprendiendo yo este deber y
llenándolo, he aprobado todas las sentencias que la comisión
militar, sujetándose estrictamente a la ley, ha dictado contra
los culpables.
Entre estas sentencias once eran de la pena de muerte a individuos presentes, y diez y nueve a otros que se hallan prófugos; siete de los primeros han sido ejecutados, y cuatro en
quienes he encontrado alguna menos culpabilidad, han sido
228
César A. Herrera
indultados por mí, porque he querido conciliar la justicia con
la clemencia.
Que los castigos impuestos a los unos sirvan de escarmiento;
que la clemencia usada por los otros sea apreciada.
El más bello atributo de los reyes es el de perdonar. La reina
siempre, buena con sus súbditos, ha transmitido estas facultades a los capitanes generales de ultramar: en su real nombre
he concedido el indulto y sé de antemano que lo aprobará,
porque de su corazón no brotan más que sentimientos generosos hasta con sus enemigos, de su alma solo piedad para los
desgraciados.
Las primeras palabras que la reina dijo al volver del desmayo
que le causara la herida de una mano aleve fueron: perdón al
asesino, rasgo sublime de caridad que consignará la historia
para honra suya.
La señora, que tan grande y generosa se mostrara con el que
atentó a su vida, tendrá un placer en que en nombre suyo,
haya salvado la de cuatro de los culpables.
Dominicanos: amad a la reina como se ama a una madre,
porque ella os ama, como se ama a los hijos, no permitáis que
algunos ilusos hagan que se arrepienta de haberos abierto los
brazos, cuando quisisteis volver a la familia común.
Ya os lo he dicho otra vez; en esa familia habeis sido recibidos
con regocijo y si alguno por aberración o por error no os
hace justicia, sus apreciaciones son aisladas, y, bastante tiene
con que los demás condenen su proceder.
De vuestra cordura y sensatez, de vuestro buen juicio para
saber apreciar lo que os conviene espero que me ayudareis a
consolidar el orden, porque sabeis que sin él no hay ventura,
no ha prosperidad, no hay porvenir; solo hay desgracias, lágrimas y confusión.
El que manda tiene que acomodar su conducta a la que observan los habitantes sobre quienes ejerce la acción de su
mando. Yo deseo el bien, deseo que los días corran sosegados,
y no haya motivo de aplicar el rigor; por ese mando he tenido
que castigar a algunos, he sentido un gran dolor, y cuando
Anexión-Restauración
229
he podido perdonar a otros he sentido un gran placer, pero
hay casos en que la clemencia solo se puede usar una vez, y
la de hoy envuelve un compromiso para no poder emplearla
mañana si se repitiese la rebelión.
Mi carácter es humano, pero recto; mi conducta está guiada
por estos sentimientos; y descansando en mi conciencia, la
dejo al juicio público; juzgadme vosotros.
Las circunstancias hicieron que el país se declarase en estado
de sitio; esas circunstancias han pasado, y mi bando de hoy
dispone que cese el estado excepcional.
Dominicanos: siempre me veréis velando por vosotros, porque este es mi deber, y porque así cumplo con los deseos
de S. M. la reina, que tanto se interesa por vuestro bien, y
con las instrucciones de su gobierno, encaminados a lograr
vuestra felicidad. Felipe Ribero.3
3
González Tablas, Historia de la dominación, pp. 71-72.
CAPÍTULO XVII
GUERRA DE LA RESTAURACIÓN
SUMARIO
Movimientos de agosto de 1863. Ataque de Guayubín. Pleitos de
Macabón y Sabaneta. Combate de San José de las Matas. Pleito
de Guayacanes, relato de Manuel Rodríguez Objío. Combate de
Quinigua.
En las postrimerías de julio de 1863 estaba bien informado el comandante de la guarnición de Capotillo que los jefes dispersos en la
manigua y los que habían atravesado la frontera en ocasión de la aparentemente debelada insurrección de febrero, entre ellos José Cabrera, Benito Monción, Santiago Rodríguez y Pedro Antonio Pimentel,
estaban fraguando un nuevo brote de la revolución en aquella zona
de Dajabón, Capotillo y La Joya, que entonces podía ser considerada
como la tierra de nadie, en connivencia con Sylvain Salnave, general
haitiano, que pugnaba por derrocar al presidente Geffrard, que estos
generales habían llegado a un acuerdo en cuanto al lugar y la hora de
la sublevación y sabía también que por aquellos parajes se hacía un
comercio constante de todas clases de implementos de guerra.
No solo le fueron confirmadas estas noticias al brigadier Buceta
sino que, además, se le informó que unos barcos americanos mercantes y de guerra habían desembarcado por las costas haitianas
aledañas a la frontera del Noroeste armas y municiones de las cuales habían participado los revolucionarios dominicanos.
231
232
César A. Herrera
El brigadier Buceta no le dio mucho crédito a las alarmantes
noticias que le llegaban de aquella zona, pues no se explica que habiendo planeado destacar hacia la frontera un batallón de la Corona,
una sección de artillería y otra de cazadores de caballo, no solo
desechó ese plan sino que se puso en marcha el día 12 de agosto
acompañado de un cabo, cuatro soldados y el capitán de artillería
don Ramón Alberola con el objeto de conferenciar con el general
José Hungría, entonces comandante general de la frontera.
En Dajabón se enteró el brigadier de la gravedad de la situación. Supo allí que el centro de operaciones de los revolucionarios
era Capotillo francés, donde estaban prestos para pasar a Capotillo
español y llevar al cabo el levantamiento a «más tardar dentro de
veinte días».
Su primera providencia fue dar órdenes al general José Hungría
de que saliera a reforzar a Sabaneta con una compañía de San Quintín, pero enterado de que el coronel Polanco se había integrado a
la revolución y estaba en pie de guerra, dispuso reforzar también la
guarnición de Guayubín, y al efecto, el día 17 destacó hacia aquella
plaza 40 hombres, y el 18 salió para Estero-Balsa en gestiones para
el aprovisionamiento de las fuerzas.
Cuando retornaba a Dajabón no solo se encontró con que una
partida de revolucionarios le cerraba el camino, sino que uno de
los soldados de los 40 que habían salido a reforzar a Guayubín
vino con la noticia de que se habían visto obligados a devolverse
de la mitad del camino por los ataques de los revolucionarios. Este
hecho y las hostilidades que encontró en el camino a su retorno
de Estero-Balsa le hicieron conciencia de la gravedad suma de los
acontecimientos que ya lo rodeaban, cuando más que él, queriendo
comprobar personalmente la verdad, salió con algunos soldados y
tuvo que regresar en la noche precipitadamente acosado por los
revolucionarios y que le aguardaba la noticia alarmante remitida
desde el destacamento de Capotillo, de que había mucho movimiento de gente sospechosa «que entraban y salían» de Haití por
aquella parte de la frontera.
Confiado tal vez en la palabra del jefe de la frontera haitiana,
Philantrope Noel, quien le aseguró que esa gente era de su policía
Anexión-Restauración
233
«puestos en acecho de los revoltosos», resolvió retirar la guarnición
de Capotillo y marchar con las fuerzas disponibles hacia Guayubín.
Antes de seguir adelante con el relato de esta marcha de Buceta
y de los memorables acontecimientos bélicos que tuvieron lugar
entre mediados del mes de agosto hasta el día 1 de septiembre,
fecha de la desocupación y fuga de las huestes del brigadier Buceta
hacia Puerto Plata.
En aquellos días de agosto, había en Sabaneta no menos de 400
hombres de puesto, y tanto Guayubín como Monte Cristi estaban reforzados con el fin de refrenar y repeler toda intentona de
la revolución. Pero no obstante la rigurosa vigilancia de las fuerzas
españolas, antes del 16 de Agosto de 1863, Monción y Cabrera
se entrevistaron con algunos moradores del valle que media entre Guayubín, Monte Cristi y Sabaneta para fijar la fecha en que
se debía dar comienzo a la rebelión. Pocos días después de estas
gestiones y ya Monción en Haití allegando armas y municiones,
se presentó Pimentel en Capotillo y con todo el sigilo que la circunstancia demandaba conferenció con Cabrera; y de allí salió
hacia Haití, conversó con Monción y retornó casi de inmediato al
escenario de la guerra para organizar el plan de la insurrección que
fijó como fecha inicial, no obstante algunos episodios anteriores,
el día 16 de Agosto de 1863 en que Polanco, Gómez, González y
Barriento con no más de 30 hombres tomaron a fuego y sangre el
poblado de Guayubín y apresaron a toda la guarnición española.
El teniente don Antonio Lasso de la Vega, superviviente de
aquella catástrofe, asevera que fueron ochocientos hombres los que
atacaron a Guayubín; que el día siguiente del ataque fueron enterrados cuarenta cadáveres y que murieron en el combate, el general de las reservas don Sebastián Reyes, el teniente de San Quintín
Montero y un alférez de nombre Notario, de cazadores de África.
Antes de este acontecimiento se produjo un hecho de singular
importancia que acreditó el espíritu organizador y la intuición de
estratega de Pimentel. Este hecho fue la toma de posesión de Macabón con unos diez y seis hombres; punto estratégico que bien
guarnecido, hacía imposible las francas comunicaciones entre las
fuerzas destacadas en Beler, Sabaneta, Monte Cristi y Guayubín.
234
César A. Herrera
Era tal el valor de esa posición que el general Hungría, que intentó
pasar, fue rechazado por un puñado de patriotas al mando de Reyes, Cabrera y Rodríguez y se vio obligado a retirarse; y sin llegar
a Sabaneta que creía en poder de los revolucionarios siguió marcha
a San José de las Matas hostilizado, en casi todo el camino, por
nuestros soldados. Sabaneta vino a caer en poder de la revolución
después del pleito de Macabón atacada por los mismos soldados
que desde este campamento siguieron por largo trecho guerrillando la retaguardia de la columna del general Hungría.
El sangriento combate de Macabón, la toma de Sabaneta y la
rota de las tropas de Monte Cristi que venían a reforzar a Beler,
por los valientes de Monción fueron, entre otros episodios bélicos,
el preludio de la jornada memorable del 16 de Agosto de 1863 que
culminó con la toma a fuego y sangre de Guayubín.
Del ataque de Guayubín dice Manuel Rodríguez Objío:
Cuéntase que habiendo fracasado un primer ataque librado en
la mañana, aquellos audaces soldados de la libertad,volvieron
a la carga pasada la hora del medio día y obtuvieron un feliz
resultado. Refiérese igualmente que siendo la artillería la que
más contrariable el empuje de aquellos bravos, Polanco y
González, movidos por un mismo impulso de fabuloso heroísmo, lanzáronse corriendo sobre los artilleros enemigos,
abriéndose paso con sus sables y derribaron por tierra aquel
obstáculo.
Pocos días después se rindio Monte Cristi al ímpetu de las fuerzas del capitán Federico de Jesús García al cabo de un combate en
que cayó prisionero el valiente defensor de aquella plaza general
Ezequiel Guerrero.
Fue en esos días cuando se presentó en el escenario de aquellos acontecimientos el general Salcedo; fugitivo de un angustioso
cautiverio, pasaba de la cárcel al palenque de la Revolución Restauradora. Fue recibido con grandes manifestaciones de regocijo
y vívidas explosiones de entusiasmo, que auguraban ya su prominente destino de primer presidente del gobierno Provisional que
Anexión-Restauración
235
asumió la responsabilidad de empujar hacia la victoria el carro de la
revolución. Pero no hay todavía un caudillo único; no hay un jefe
propiamente hablando de la revolución, pero no obstante la falta de
una voluntad coordinadora, de la carencia de la unidad de mando,
la insurrección siguió su marcha de triunfos conforme al arbitrio de
sus capitanes, según las contingencias de los acontecimientos y con
la autoridad que era necesaria a cada uno de ellos en el campo de
operaciones que se asignó a sus actividades bélicas.
Las asignaciones fueron las siguientes: para la línea de Guayubín, Sabaneta, Monte Cristi, Dajabón y dependencias, como jefe
superior Gaspar Polanco; Cabrera y Reyes para la Sierra y a los
generales Pimentel, Monción y Salcedo quedaron encomendadas
las operaciones contra la ciudad de Santiago de los Caballeros.
El predominio que había alcanzado la revolución no le permitía
a Buceta otro camino que huir hacia el pueblo de Santiago. Veamos
cuál fue su suerte en esa ruta desesperada, cuyo relato tiene para
nosotros mucha importancia porque las peripecias de su odisea en
nuestra campiña y caminos de montería y al través de valles y sierras nos sirven para estimar la tenacidad de nuestros soldados, la
extensión que ya tenía el movimiento revolucionario, el eficiente
sistema de guerrilla y las cargas al machete que fueron nuestros
característicos modos de combatir en aquella guerra desigual con
el ejército español.
En el parte de guerra que el general Hungría pasó al comandante de armas de San José de las Matas, retransmitido por
este al capitán general Ribero, en que se confirmaba la caída
de Guayubín en manos de los revolucionarios, su incendio y la
destrucción casi completa de las guarniciones, le decía que no
tenía noticias del brigadier Buceta, comandante general «cuyo
paradero era ignorado desde varios días antes; que era muy crítica la situación de los destacamentos de Capotillo, Dajabón y
Sabaneta, después de haber caído Guayubín en poder del enemigo». Y terminaba su parte pidiéndole todos los refuerzos que
fuera posible sobre Sabaneta; a consecuencia de este parte se
ordenó que saliese una columna en busca del comandante general Buceta.
236
César A. Herrera
El coronel Abreu, gobernador interino de Santiago, por oficio
del 22 de agosto informó al capitán general que comisionados por
el general Hungría se habían presentado en el fuerte San Luis el
subteniente de la Guardia Civil don Pedro González y un vecino
de Sabaneta y le comunicaron las noticias que llevó al pueblo el
subteniente de San Quintín don Pelayo Luengo de la guarnición
de Guayubín que escapó del incendio de aquel pueblo. Don Pelayo
Luengo dijo: «que el 18 de agosto los rebeldes atacaron y tomaron
dicho pueblo a las pocas horas de una vigorosa resistencia», «que
murieron muchos de los enfermos albergados en su hospital y el
mayor número de sus escasos y valientes defensores ignorándose la
suerte que hubiera cabido a los muy pocos... que lograron refugiarse en la manigua»; «que los rebeldes tenían cortadas todas las vías
de comunicación por lo que era imposible saber nada del brigadier
Buceta».
Antes de poner en las páginas de este libro el relato de la odisea
del brigadier Buceta, que él mismo describió, hemos de señalar
como episodios de gran resonancia histórica que fueron: la batalla de Guayacanes, en la que entraron en combate al frente de su
columna los intrépidos generales Monción y Pimentel, y el pleito
también memorable de Quinigua dos días después de la acción de
Guayacanes.
Algunos trazos de esta batalla que ha dado a la historia don
Manuel Rodríguez Objío, permitirán al lector aquilatar el denuedo
de nuestros soldados:
Una brillante columna española al mando del mismo Buceta marchaba a paso acelerado sobre los insurrectos; las dos
armadas no debían tardar en encontrarse. Buceta acampó
en Guayacanes el mismo día que los patriotas acompañaban
en doña Antonia. Doce millas nada más los superaban. Al
siguiente día la columna revolucionaria fue la primera que se
puso en movimiento; dos horas después las avanzadas se hacían el primer fuego y a poco la acción estaba perfectamente
empeñada. Ambas tropas hicieron esfuerzos inauditos; prodigios de valor distinguieron tanto a los oficiales de la libertad
Anexión-Restauración
237
como a los de la opresión, pero la victoria se decidió por la
buena causa. Una vez introducido el desorden en la armada
española, Monción que ve a Buceta, lanza su caballo y sable
en mano penetra en las filas enemigas; ya iba a descargar el
golpe mortal sobre la cabeza del inhumano sultán y verdugo
cuando el intrépido capitán Arberola, interponiéndose entre
su jefe y el faccioso caudillo, descargó sobre este dos heridas
que le hicieron rodar por el suelo; y allí el patriota Monción
habría sido asesinado impíamente sin la intrepidez del audaz
Pimentel, que viendo la situación lanzóse a escape y con solo
algunos dragones precisa la fuga del enemigo, acuchillándolo
sin tregua, y salva así a su ilustre compañero.
Después de este combate las tropas dominicanas se acantonaron en Peñuela mientras el brigadier Buceta, caminando por entre
la manigua, había ido a parar a Quinigua donde encontró refuerzos
suficientes para hacer frente a sus perseguidores que venían reforzados con trescientos hombres al mando del general Polanco que
pusieron en derrota a las huestes españolas. En este combate brillaron por su heroísmo Polanco, Pimentel, Barriento y González: «Se
distinguieron como siempre en las primeras filas», agrega Manuel
Rodríguez Objío cuyos relatos seguimos al pie de la letra.
En el combate de Quinigua cayeron prisioneros unos doscientos soldados entre reservistas y españoles; la revolución tomó
definitivamente a San José de las Matas y el día 26 las tropas revolucionarias se presentaron en los suburbios de Santiago de los
Caballeros donde se habían concentrado los españoles.
Pero ha de saber el lector que el señor comandante general del
Cibao brigadier Buceta fue objeto de tenaz persecución desde su
salida de Dajabón hacia Santiago, que cuando llegó con su columna
a Guayacanes ya había perdido, entre muertos, heridos y extraviados, cuarenta individuos de infantería y siete caballos; que al llegar
a Peñuela los emboscados guerrilleros lo hostilizaban todavía y en
Barrancón sufrieron varias descargas de fusilería.
De los episodios que finalizaron la famosa cuanto desventurada marcha del brigadier Buceta desde Dajabón a Santiago de los
238
César A. Herrera
Caballeros, no podemos dejar de mencionar los que tuvieron lugar
en el trayecto de Guayacanes a Quinigua; término de la odisea del
comandante general del Cibao. En Barrancón los revolucionarios
habían ocupado los cerros aledaños al camino real y desde ellos castigaron despiadadamente la ya maltrecha columna que, para franquearse el camino tuvo que hacer desesperados actos de heroísmo,
tal como el ataque a la bayoneta del alférez D. Tomás Betagón al
mando de veinte cazadores contra uno de los cerros para desalojar
a los patriotas que castigaban la columna con sus certeras descargas, no obstante el fuego de dos piezas de artillería. En ese pleito
cayeron heridos de muerte el jefe de la columna, comandante de
caballería don Florentino García, el capitán de Victoria, don Alejandro Robles que lo había sustituido en el mando y el teniente de
artillería don Valentín Doña Beite.
Solo se debió la salvación del resto de la columna a la pericia del
capitán del escuadrón de África en quien recayó la jefatura y pudo
con una carga de artillería evitar el desastre de la retaguardia, con
lo que el día siguiente, 23 de agosto, entra en Santiago ya amenazado por el avance de la revolución.
CAPÍTULO XVIII
GUERRA DE LA RESTAURACIÓN
SUMARIO
Vicisitudes de Buceta, su diario. Relato de don Ricardo Balboa
acerca del desarrapado aspecto de Buceta a la salida de la manigua.
Retorno a Santiago de los Caballeros.
Antes de entrar en el relato de los sucesos de Santiago de los
Caballeros y de la persecución del ejército español en el camino de
Puerto Plata, nos vamos a permitir, para ilustrar al lector, poner
ahora en estas páginas el diario que el mismo Buceta escribió acerca
de su marcha de retorno a Santiago, el relato que hizo uno de los
oficiales de su escolta dejado por muerto en la batalla de Guayacanes y la patética descripción que hizo don Ricardo Balboa del
aspecto miserable que tenía el brigadier cuando salió a la manigua
y se presentó a la tropa que había salido en su busca.
Aunque es bien conocido y por muchas personas, el diario del
brigadier Buceta, se justifica que al cabo de un siglo de las vicisitudes que relata, sea reproducido en este libro no solo porque en él
se contienen algunos episodios que han escapado a nuestra reseña,
sino también porque en sus notas se hacen manifiestas la vehemencia nacionalista con que los dominicanos se lanzaron a la lucha para
las reivindicaciones de la patria, la inquebrantable decisión con que
sus caudillos condujeron a sus soldados al combate y, sobre todo,
el ostensible fervor patriótico de los pueblos que iban cayendo en
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César A. Herrera
240
poder de la revolución. Pasamos el referido diario del brigadier
Buceta transcrito de la obra de Gándara.
Diario de Buceta
Día 12. A las dos de la tarde de este día, en unión del capitán
de artillería Sr. de Alberola, que voluntariamente se ofreció
a acompañarme con un cabo y cuatro soldados de caballería
que me servían de escolta, emprendí la marcha, pernoctando
en Guayacanes, sin que ocurriese novedad ni recibiese en el
tránsito noticia de importancia.
Día 13. A las cuatro y media de la mañana emprendimos la
marcha para Guayubín, llegando a aquella población de diez
y media a once del día, sin ningún incidente en el tránsito, ni
más noticias que a la de mi llegada me dio el comandante de
aquel destacamento de haber sido aprehendido un paisano
por haber conducido a Haití una carta que al efecto le había
entregado uno de los amnistiados. Como nada me detuviese
en Guayubín y el señor general Hungría se hallase en Dajabón, en la misma tarde de ese día avancé hasta Escalante,
en donde sin más escolta que los cinco caballos pernocté sin
novedad.
Día 14. En este día a las ocho de la mañana llegué a Dajabón, recibiendo del señor general Hungría y del señor teniente coronel de San Quintín la satisfactoria noticia de que
el general haitiano había estado el día anterior en nuestro
destacamento dando terminantes seguridades de que nada
en el territorio de la República se proyectaba contra nuestro
país y que había recibido instrucciones de su gobierno que le
recomendaban una activa persecución contra los bandidos de
esta providencia que existían en aquel Estado. En la misma
tarde se le anunció al expresado jefe mi llegada a aquel punto
y contestó que al día siguiente me visitaría, transcurriendo la
noche sin novedad.
Día 15. En este día se presentó el expresado general y después de darme las mayores seguridades de que su gobierno
Anexión-Restauración
241
deseaba sostener una completa amistad con el de nuestro
país concluyó anunciándome que su policía tenía noticias
de que sabiendo unos cuantos bandidos que por efecto de
las muchas calenturas que se sentían en Sabaneta, se había
retirado la compañía, destacada en aquella población, habían
proyectado una invasión para incendiarla, y que al efecto se
reunirían en las Lomas de David, pertenecientes al territorio
de esta comandancia general. En vista de esas noticias ordené al señor general Hungría que marchase a aquel punto
con la cuarta compañía de San Quintín para obrar según lo
requirieran las circunstancias y que el capitán de cazadores
del mismo batallón con cuarenta individuos de su compañía
practicase un reconocimiento en las expresadas Lomas de
David en el que debía invertir dos días, y sin novedad transcurrió la noche del mencionado día.
Día 16. A las cuatro de la mañana las fuerzas nombradas para
las expediciones a que hace mérito la relación del día anterior, emprendieron la marcha y transcurrió todo el día sin
novedad.
Día 17. En este día se recibió una comunicación de Guayubín manifestando a la autoridad municipal que se le había
dicho que el coronel don Juan Antonio Polanco, recientemente amnistiado, tenía comprometidos algunos paisanos
para sorprender aquella población. Con objeto de protegerla teniendo en consideración el que la compañía tercera
de San Quintín que la guarnecía era la relevada de Sabaneta,
por hallarse por lo menos cinco sextas partes de sus individuos inválidos por las calenturas, ordené reforzarla con un
oficial subalterno y 40 individuos de tropa del destacamento de Dajabón.
Día 18. En la mañana de este día marché acompañado del
señor teniente coronel de San Quintín, un oficial subalterno
del mismo cuerpo, el capitán de artillería Sr. Alberola y tres
soldados de caballería a practicar un reconocimiento hacia
Estero-Balsa, punto por donde el jefe del expresado cuerpo
pensaba recibir las provisiones de Puerto Plata, y a nuestro
242
César A. Herrera
regreso fuimos detenidos por una partida de 10 hombres
montados y armados cuya dirección manifestaba claramente su salida en aquellos momentos del territorio haitiano y
como a sus voces de ¡alto! ¿Quién vive? Se respondiese (por
nosotros) con una carga decidida a pesar de nuestro corto
número, se dispersaron, internándose por los bosques y veredas que los atraviesan. A las tres de la tarde llegó al destacamento de Dajabón un soldado de la partida que el día
anterior había salido para reforzar a Guayubín, notificando
que aquella fuerza había vuelto desde el camino y sorprendida en el bosque que separa a Sabana Grande de Sabana
de Santiago, se batía con un grupo de paisanos de 30 a 40
hombres, todos desmontados. Acto continuo salí en aquella
dirección con 30 soldados de San Quintín y como llegase al
punto del encuentro al anochecer, mandó reconocer el paso
por una descubierta de ocho soldados, con orden de que en el
caso que existieran enemigos emboscados retrocediesen a los
primeros tiros y se me incorpora [falta texto en el original]
trar en la maleza se sintió una descarga como de unos veinte
disparos de fusil, y algunos momentos después se me habían
incorporado los descubridores. La permanencia de los enemigos en aquel sitio me hizo creer que era mayor su número
del que en las invasiones anteriores se había reunido, y como
la tropa no hubiera comido el rancho, retrocedí a Dajabón,
suspendiendo el reconocimiento hasta el día siguiente. En
este mismo día se me dio parte por el comandante del destacamento de Capotillo que en el territorio haitiano se había
observado mucho movimiento de hombres a pie y a caballo,
y preguntado al general de aquella nación la causa de aquella
novedad, contestó ser su policía, que la había puesto toda
en movimiento para perseguir a los malhechores españoles y
alejarlos de la frontera, transcurriendo la noche sin novedad.
Día 19. Al amanecer de este día, después de haber ordenado que la fuerza de Capotillo se reconcentrase en Dajabón,
salí de este último punto en dirección de Guayubín con una
columna de 50 infantes y 17 caballos, y al llegar al punto
Anexión-Restauración
243
en que había hallado al enemigo la noche anterior encontré
el paso cerrado con un parapeto formado con tres barricas
llenas de tierra, cuya procedencia ignoro y palos cortados
en el bosque, y al penetrar en la aspereza los 25 cazadores
que se acompañaban fueron recibidos con un nutrido fuego
por el frente y ambos flancos, que indicaba la existencia de
200 a 250 hombres que fueron desalojados de sus posiciones;
mas al momento se desplegaron por los flancos y continuaron haciendo un nutrido fuego hasta salir a Sabana Larga.
Desde este punto continuaron sin novedad el movimiento
hasta Guayubín, y a la llegada a Escalante fui sorprendido
con la noticia de que aquella población había sido invadida y
quemada su mayor parte en la mañana del día anterior asegurándome que nuestra fuerza había hecho una heroica defensa
entregándose después de haber concluido las municiones y
que se hallaba desarmada y prisionera.
Esta novedad me hizo comprender que mis fuerzas ya disminuidas por algunos muertos y heridos y escasas municiones, eran insuficientes para buscar el enemigo en Guayubín,
y creí preferible dirigirme a esta ciudad. Un guía práctico
de confianza dirigió mi marcha por un lado del Yaque hasta
dos leguas más abajo de Guayubín; atravesando el río y marchando toda la noche por caminos extraviados logré salvar
a Guayubín y entrar al amanecer en la carretera, dejando
aquella población unas tres leguas a retaguardia. La fuerza
contaba ya veinticuatro horas de continua marcha, y por falta
de agua, todos los individuos, sin excepción de clases, sentían
una sed abrasadora.
Día 20. Después de entrado en el camino real continué la
marcha sin novedad hasta las ocho de la mañana, en que dos
disparos de fusil nos anunciaron las hostilidades de los habitantes del país, y desde aquel momento se vieron concurrir
por todas partes paisanos a pie y a caballo que, interín los
primeros se distribuían por manigua haciendo un fuego sostenido por vanguardia y los flancos, los últimos efectuaban lo
mismo en retaguardia. El sol era abrasador; el polvo ahogaba
244
César A. Herrera
la columna, los caballos se quedaban cansados, las municiones se habían concluido, las fuerzas enemigas se aumentaban
de momento y momento y llegó a ser tal la sed, que los soldados de infantería, a pesar de conocer que la separación llevaba consigo una muerte cierta, se dispersaron por el bosque
para dirigirse al Yaque con objeto de refrescarse en sus aguas.
En aquella angustiosa situación después de cuatro horas de
sufrimiento llegamos a Guayacanes, contando la columna
de unos catorce infantes y próximamente igual número de
caballos. En este punto se dio pienso a la caballería, pero no
fue posible darle agua a pesar de la proximidad del río, porque los enemigos nos rodeaban por todas partes, aunque sin
atacarnos. Imposibilitada ya la infantería de poder continuar
por el cansancio y el hambre me fue forzoso abandonarla
aconsejándole que procurasen evitar la muerte internándose en los bosques. Seguido solamente del médico de San
Quintín el capitán de artillería Sr. Alberola, un subteniente
del escuadrón de cazadores de África, unos doce caballos del
mismo cuerpo y dos subalternos del expresado batallón de
San Quintín, decidí hacer frente al enemigo y continuar si
me era posible la marcha a esta población, y a nuestra entrada
de la carretera fuimos cargados por un grupo de caballería
mayor que la que nos había atacado durante la mañana,
sostenida por otro de infantería que también había crecido
durante nuestro descanso, y en la primera descarga que nos
dirigieron a la distancia de unos cuarenta pasos, fue muerto
un negro bagajero y dos acémilas.
Nuestra salvación se debió a la imprudencia que habían
cometido en situarse a retaguardia en vez de hacerlo a vanguardia, pero cargados por fuerzas tan superiores y sin municiones, fue preciso recurrir a la velocidad de los caballos
y solamente el capitán Alberola, médico de San Quintín, el
subteniente del escuadrón cazadores de África y unos seis jinetes del mismo cuerpo hemos logrado dejar a retaguardia a
los perseguidores y llegar a las Peñuelas, punto donde habita
el general don Gaspar Polanco, que es en su distrito el jefe
Anexión-Restauración
245
de la sublevación. Al alcalde de este punto pregunté en qué
estado se hallaba el país, y me manifestó que algunos guardias impedían la comunicación con Santiago, asegurándome
maliciosamente que en un barranco que se halla antes del
sitio que me designaba como asilo, existía una numerosa emboscada mandada por Polanco mismo. A nuestra llegada a la
emboscada se nos hizo una descarga a la distancia de quince
a veinte varas, y seguidamente apareció un grupo de paisanos
montados como de unos treinta o cuarenta, y como estos se
hallaban en la vanguardia y nos constaba que en Guayacanes
seguían nuestros movimientos, fue preciso retroceder y dirigirnos al monte en cuyo movimiento solamente pudieron
ya seguirme el médico de San Quintín que desapareció a los
pocos momentos por tomar otra dirección, un cabo y un soldado de caballería.
Día 20 al día 23. Desde la tarde del 20, en que ocurrió este
último suceso, hasta la mañana del día de hoy (23 de agosto)
en que me uní a la columna que había salido de esta capital
en el mismo día en que tiene V. E. conocimiento, he permanecido por los bosques, perseguido el primer día, sin perseguir en lo sucesivo sin haber tomado desde la mañana del
18 más aliento que una tasa de leche, un plátano asado que
me suministraron en una casa, tres guayabas recogidas en el
bosque, dos cañas tomadas en un conuco, pero en cambio mi
ropa se había destrozado completamente, mis manos se hallaban llenas de heridas causadas por espinas de los arbustos,
y mi sombrero había quedado en poder del enemigo… aquí,
Excelentísimo señor, concluye el diario que exactamente demuestra el estado del país pacífico a mi salida, y una parte de
él en completa insurrección a mi llegada.
Una columna española se abrió camino franco y continuó su
marcha con su carga de heridos quejumbrosos, sedientos hasta la
angustia y cansados los soldados casi hasta el agotamiento total.
Marchan en la noche llena de amenazas, de sobresaltos y de temor rayano en el pánico; así, arrastrándose más que marchando
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César A. Herrera
les alumbró el alba y como a las ocho de la mañana alcanzaron el
río Navarrete y por allí organizaron el vivac y los menesteres de la
tropa al toque reglamentario de las cornetas. Esta es la maltrecha
columna de 280 infantes, 50 caballos y dos piezas de artillería que
habían salido a las órdenes del comandante Florentino García, en
auxilio de Buceta, despachados desde Santiago por el gobernador
interino don Francisco Abreu.
Es aquí, en las márgenes del arroyo Navarrete, donde de súbito
parece Buceta que ha escuchado las cornetas hiriendo el silencio
de los bosques; se ha presentado «a la vista sorprendida de los alféreces Astudillo y Botegán, que con su gente varían de vanguardia,
acompañado de los dos únicos soldados que con él escaparon de la
catástrofe».
Veamos ahora la impresión que le produjo el testigo ocular
señor don Ricardo Balboa la inesperada aparición del brigadier
Buceta y de su desharrapado séquito; bien vale el patetismo de la
descripción que hace los honores de la cita:
El entonces brigadier Buceta, dice, saliendo del bosque se
nos presentó débil y demacrado, sin sombrero y en mangas
de camisa, con la levita de uniforme de paño doblada debajo
del brazo, el calzado destruido y faltándole media pierna del
pantalón. No manifestó una gran sensación al encontrarse entre nosotros pero se le humedecieron los ojos y tartamudeaba
un poco al dirigirnos la palabra pareciéndome ser ello efecto
de coordinación de ideas más bien que de pronunciación; lo
primero que pidió fue agua, bebiendo con ansia, y después pan
del que comió muy poco, rehusando aceptar ninguna otra cosa
de alimento; parecía que le era agradable estar al sol y al cabo
de un rato dijo que se hallaba repuesto. El capitán Río le cedió
su caballo, no sé quién un pantalón y yo, mi corbata y mi sombrero quedándome con la gorra de paño. Montó y al frente de
las fuerzas entró en Santiago de los Caballeros, conservando el
mando de la provincia hasta la retirada a Puerto Plata.
El cabo y soldado del escuadrón, únicos que no se le habían
separado, decían que era un hombre de valor, serenidad y
Anexión-Restauración
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sufrimiento a toda prueba; que recordaba y apreciaba las más
insignificantes minuciosidades del terreno, como de cualquier cosa que pudiera sobrevivir, y que hacía deducciones
tan exactas, que así logró conducirlos hasta donde fueron encontrados. Los insurrectos decían que sin conocer el terreno,
solo un brujo podía escapar de entre tan esparcido número
de ellos, todos prácticos a tanta distancia y siendo rebuscado
tantos días infructuosamente.
Ahí terminó la odisea del flamante comandante general del Cibao, el célebre brigadier Buceta alabado por sus actos de heroísmo,
su bizarría y denuedo en los combates, pero ensombrecido en la
memoria de los dominicanos por su impiedad y sus depredaciones.
Ahora lo veremos acosados por la Revolución que le pisa los talones y luego acorralado en el fuerte San Luis en defensa inútil en
el trance inminente de rendirse a discreción o de afrontar el cerco
y abrirse paso a marcha forzada hacia San Felipe de Puerto Plata,
único posible refugio que le quedaba a la combatida guarnición de
Santiago.
Para emprender la marcha a Santiago sin contratiempo el capitán del escuadrón de África, don José de los Ríos, que había asumido el mando de lo que restaba de la columna, ordenó una carga
de caballería contra los sublevados que amenazaban la retaguardia,
los que tuvieron que dispersarse, de suerte que la columna pudo sin
novedades de importancia entrar en el pueblo el día 24 de agosto.
CAPÍTULO XIX
GUERRA DE RESTAURACIÓN
SUMARIO
Batalla de Santiago y asedio del Fuerte San Luis. Sondeos de
armisticio. Circulares de Salcedo y Luperón. Fuga y persecución
de Buceta. Carta de Luperón a don Ulises F. Espaillat, Pablo Pujol,
Ricardo Curiel y Pedro Francisco Bonó. Instalación del primer
Gobierno Provisorio bajo la presidencia de Salcedo. Acta de
Independencia.
Entre las atormentadas ideas que acudieron a la mente del comandante general en la hora pavorosa en que reasumió el mando,
fue el perentorio pensamiento de organizar sus fuerzas y salir al
encuentro de los insurrectos, pero no solo no disponía de soldados
suficientes sino que carecía de las municiones indispensables para
emprender un ataque contra más de seis mil combatientes que venían sobre Santiago con el designio, ya conocido por el pueblo, de
tomar el fuerte San Luis, y ya el día 31 a las once de la mañana se
hizo persistentemente el rumor de que seis mil o siete mil revolucionarios estaban listos para dar comienzo a la marcha sobre la
ciudad.
Consecuente con su primer pensamiento y después de haber
reforzado y concentrado en el fuerte San Luis sus fuerzas, puso
como gobernador de este reducto al teniente coronel de Vitoria,
y se puso en marcha para combatir a los revolucionarios con dos
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César A. Herrera
compañías de infantería, sesenta y siete caballos de África y una
pieza de artillería de montaña y marchó hacia el cementerio con los
generales Hungría y Antonio A. Alfau a fin de cargar con la caballería y contener el formidable avance de los soldados dominicanos.
Pero su plan de batalla quedó frustrado con mucho perjuicio para
la defensa de Santiago, pues, estando la caballería puesta en batalla
y no a más de doscientos metros de nuestros combatientes el capitán de la caballería señor don Cipriano Albert no correspondió a la
orden de ataque que se le ordenó mediante los convenidos toques
de corneta y se dio a la retirada sin que nuestros soldados hicieran
un solo disparo. La infantería abandonada, sin la defensa y auxilio
que debía tener en la acción de la artillería, tuvo que recular y retirarse precipitadamente ante la acometida impetuosa e incontenible
de los dominicanos. La historia cita el rasgo de heroísmo de un
sargento español que cayó fulminado por nuestra fusilería al pie del
cañón abandonado por Albert.
En marcha forzada hostigando con tesón las huestes de Buceta
irrumpió en la ciudad nuestro ejército restaurador y de inmediato
rodeó la fortaleza San Luis donde se había concentrado. La fusilería no cesó de castigar el reducto y ya en la mañana del día 3 de
septiembre comenzó un bombardeo continuo mediante dos piezas
que se consiguieron en los cuarteles de Moca y de La Vega.
Ha quedado establecido formalmente el sitio de la fortaleza San
Luis y encerrados en ella no solo los restos del flamante ejército español que vino de guarnición al Cibao, sino también muchas familias
que prefirieron guarecerse allí en vez de salirse del pueblo como lo
hicieron otras. El pueblo quedó totalmente abandonado y sombrío en
el silencio solemne que preludian siempre los desastres inminentes;
se iba a inmolar como se inmoló Guayubín y como se está inmolando Puerto Plata, entregada después de la ruta de nuestros soldados a
dos horas de pillaje y degüello y a las llamas del voraz incendio que
redujo a ceniza gran parte del poblado. Esta fue, dicho sea de paso,
la macabra celebración de la victoria que tuvo la guarnición contra
el general Lora después de su frustrada ofensiva al castillo San Luis.
Después de desbandadas las fuerzas dominicanas se desplegaron en
varias poblaciones no muy alejadas de Puerto Plata.
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Las que acamparon en Jácuba, comandadas por el capitán Vilo
Matías y el comandante Juan Bonilla, fueron atacadas por dos columnas españolas y vigorosamente rechazadas dejaron en el campo
una pieza de artillería.
A los soldados del general Lora se habían incorporado los del
joven Ramón Matías Mella, hijo del prócer del Conde, y tropas de
El Chivo, señor Manuel Rodríguez, quien había sublevado a la Villa
de Moca al grito de ¡Libertad! ¡Viva la República! Y enardecidos
por el furor de la libertad abrieron marcha hacia Santiago de los
Caballeros para engrosar las fuerzas de Gaspar Polanco, que ahora
ostentaba la jerarquía de general en jefe del Ejército Revolucionario que sitiaba la cien veces heroica metrópoli del Cibao, Santiago
de los Caballeros.
Lamentable para Buceta fue la acometida, baldío el valor desplegado pues no solo fue heroicamente rechazado sino que nuestros soldados, después de la salida a la Sabana del cementerio lo
persiguieron y hostilizaron en su retirada hasta inmediaciones del
fuerte San Luis, habiendo quedado militarmente dueños de la ciudad y sitiando a Buceta con 1,500 hombres acorralados en aquel
reducto, casi inexpugnable.
Entre tanto el brigadier don Mariano Cappa y el general Suero
habían burlado la vigilancia de Altamira y venían a marcha forzada
en auxilio de Buceta, y el general Gregorio Luperón y el coronel
Salcedo se incorporaban a las fuerzas sitiadoras.
La llegada de Luperón y de Salcedo fue saludada con estruendosos
vítores y efusivas exclamaciones por los viejos compañeros de armas,
muchos de ellos iluminados por el almo sol de la victoria y clarificados
sus nombres gloriosos en la historia de aquellas gestas memorables.
Se intercambiaron pareceres, se armonizaron las opiniones y
acordaron un plan de ataque contra la ciudadela de San Luis, atalaya terrible si no por su fábrica por su defensa contra toda posible
acometida, casi inexpugnable por la bizarría, la mística heroica y el
honor de las milicias que debían defenderla cobijados por el pendón glorioso de Lepanto.
El 4 de agosto se encontraban, como ya hemos dicho, el general Luperón y el coronel Salcedo, entre las tropas restauradoras que
252
César A. Herrera
campeaban en Santiago de los Caballeros. Al primero se le encomendó el mando de las tropas que debían entrar en acción contra la ciudadela de San Luis y entre las primeras providencias dispuso el ataque
y la ocupación del Fuerte Santiago, cuya artillería podía castigar la
fortaleza San Luis y en un combate arriesgado de gran exaltación de
heroísmo fue tomado el referido fuerte por los soldados al mando de
José Antonio Salcedo, Benito Monción y, entre ellos un extranjero,
que cobró perfil de héroe en aquella jornada de la Restauración, nos
referimos al norteamericano Lancaster, quien correspondió con eficacia a la misión que se le confió de bombardear con los cañones abandonados en el fuerte de la ciudadela de San Luis.
Antes de emprender la batalla contra la ciudadela hubo una
consulta de generales acerca del partido que debía tomarse en relación con los informes de que el brigadier Cappa y el general Suero
venían sobre Santiago con unos dos mil hombres de tropa.
El general Luperón fue de parecer que en vez de atacar la
fortaleza se abriese marcha inmediatamente contra la columna de
Cappa y Suero, pero su opinión no fue aceptada y se resolvió el
ataque de la referida fortaleza.
El clarín llamó formación y a la lumbre mágica de la estrella de
la mañana levantáronse los cantones y se pusieron en marcha hacia
el combate que debía trabarse en tres frentes.
Los soldados de Moca y los de La Vega, al mando de Gregorio
Luperón, atacaron el fuerte por el noroeste; las fuerzas de Santiago
y Puerto Plata el frente, bajo el mando del general Lora, quien a su
vez con las del Hato atacaría por el oeste.
El general Benito Monción quedó encargado del fuego de la
artillería desde el Fuerte Santiago contra la ciudadela tan pronto
como comenzara el ataque.
A las primeras claridades del alba que alumbraron las huestes
enardecidas de los patriotas en marcha a paso de vencedores, las
tres columnas casi a un mismo tiempo rompieron el fuego y entraron en combate pugnando con inusitado coraje por alcanzar la
respectiva meta asignada y el dominio del objetivo común.
El bastión enhiesto, inconmovible, resistió tres ataques casi simultáneos; acometidas infortunadas pero gloriosas por el heroísmo
Anexión-Restauración
253
desplegado y el patriotismo de los que cayeron en el combate al pie
de las trincheras. El fragor de la batalla, la vocería de los combatientes, las hurras a la República, el tronar de los cañones hicieron
un estruendo ensordecedor; el ataque había llegado a su climax; lo
heroico fue locura y la lucha un paroxismo furioso y el incendio con
que se quiso dominar el fuerte se propagó al caserío crepitando las
llamas y el humo denso y negro se expandió fulminando la silueta
de los combatientes.
La intrepidez de nuestras columna fue inútil; rechazadas las
cargas casi a quemarropa de los que pugnaban por trasponer las
trincheras y las barricadas. Luperón suplió en el mando de los soldados del general Lora que estaba herido, y cargó a caballo, cuyos
cascos golpearon la plataforma de la ciudadela y acusó a los suyos
al combate al pie mismo del caldeado bastión… y de súbito la estridencia aguda del clarín con el toque de ¡Alto el fuego! rasgó el estruendo de la pelea… el silencio… la retirada… y el desaliento y en
algunos el pánico; ha cundido la noticia pavorosa de que el coronel
Cappa y el general Suero con 3,000 hombres están a retaguardia en
marcha forzada sobre Santiago.
Las columnas de Cappa han traspuesto los reductos escalonados
que habían construido los soldados de Polanco. Venían en columna
cerrada, a la cabeza batallón Isabel II, luego la Corona, Puerto Rico y
Cuba y después de sufrir los horribles disparos de la artillería salvaron al arma blanca todos los obstáculos, cayeron sobre Santiago y
tomaron la iglesia y desde la torre sus mosqueteros, a punto metido
acribillaban a los soldados de la Patria.
La desintegración de las columnas era inminente, el desaliento
general; comenzaban las deserciones y ya no bastaban los principios disciplinarios, ni la autoridad de los caudillos para imponer el
orden; el grito de ¡Sálvese quien pueda! estaba a punto de estallar,
la derrota parecía inminente. Pero… un recurso psicológico providencial se le ocurre al general Luperón… El clarín tocó ¡atención!... ¡alertas!… Luperón, agitando un papel, gritó a los soldados,
¡un parte! ¡un parte!... la capital de la República y la provincia de El
Seibo se han pronunciado por la Revolución… El parte era falso…
sublime infundio, loado estratagema.
254
César A. Herrera
Luperón ha conjurado el pánico, redoblaron los tambores y la
diana de los clarines exaltaron hasta el delirio la pasión heroica, y
la mística que tonifica moral de los que luchan por un sacro ideal
enardeció con un influjo reconfortante aquellos ánimos abatidos y
prestos al desbande y la derrota.
Ninguna arenga; la más patética ni la más adecuada para estimular el arrebato del heroísmo, habría podido producir el efecto
prodigioso de esa estratagema de Luperón con que reconfortó la
fe quebrantada, reorganizó sus tropas desarticuladas y, si se nos
permite la frase, salvó una epopeya.
No creemos ocioso interrumpir aquí el relato de los sucesos de
Santiago para poner de pasada un trazo del informe que acerca de
ellos rindió Buceta al capitán general a fin de que el lector pueda
tener una idea de la magnitud y la intensidad del incendio del fuerte San Luis:
Para explicar a E. S. el excesivo calor, me bastará decir que en
una crecida extensión de los muros que constituían la defensa
se incendiaban espontáneamente las ropas de los defensores;
la nube de humo daba a la tierra un color oscuro el que imitaba una lóbrega noche.
Ya hemos visto el estado de desmoralización a que habían llegado las tropas; los brotes de indisciplina, las deserciones que fueron causa del desmedro de la bizarría y acometividad de nuestros
soldados, vimos cómo el general Luperón logró reorganizar, dar
cohesión a la tropa y restablecer el entusiasmo para proseguir la
campaña restauradora.
Sin duda, las noticias de la llegada de los tres mil soldados
del general Suero tuvieron perjudicial repercusión. Es cierto que
corrieron rumores de que algunos movimientos reaccionarios se
habían producido en lugares no distantes de Santiago, se mencionaban Moca y Mao, entre los pueblos que intentaban enarbolar
la bandera española; se decía que por allí los reaccionarios hacían armas contra los patriotas. Fue entonces cuando en ocasión
de estas versiones no absolutamente inciertas, el coronel Pedro
Anexión-Restauración
255
Salcedo solicitó y obtuvo de Luperón el permiso de ir a Moca
a debelar la insurrección contrarrevolucionaria, que con ser un
infundido grosero en el caso particular de Moca, dio pábulo a las
injustificables violencias y depredaciones a que sometió a aquel
pueblo el maleante Pedro Salcedo, quizás sin otra razón que su
instintiva inclinación al mal o tal vez como desquite del pillaje y
saqueo de Puerto Plata.
En otros lugares hubo amenazas de rebelión y hasta hechos
de armas fehacientes del movimiento reaccionario que ponía en
peligro a causa de los sucesos de Santiago, la solidaridad y la unión
con que debía proseguirse la lucha por la libertad. El capitán Mata,
por ejemplo, debeló uno de esos brotes en el pueblucho llamado La
Cumbre, cumpliendo órdenes de Luperón que organizó un servicio
de guerrilla para contrarrestar los brotes subversivos y mantuviesen
en jaque a las bandas de maroteadores del enemigo mientras sostenía con vigor y cada vez más estrechó el asedio del fuerte San Luis.
Entre los cantones de más importancia de aquel sitio ha señalado la historia el de Gurabito que era la sede del alto comando y
que por su situación geográfica estaba fuera del radio de acción
de los sitiados que casi diariamente salían a hostigar a los otros
cantones como el de Marilópez y La Ceibita, mejor conocido por
el feo nombre de El Meadero.
De estos tres principales centros de operaciones el de Marilópez, a juicio de Luperón, tenía la ventaja estratégica que le daba su
situación en el camino que estaba obligado Buceta a tomar para su
huida a Puerto Plata.
La retirada forzosa de la guarnición se esperaba de un momento a otro; estaba apremiada a ello por la falta de municiones de boca
y por la disminución del pertrecho que de continuo se les escaseaba
atacando o repeliendo las ofensivas de nuestros soldados.
Entre los ataques a los cantones, la historia ha registrado como
más sangriento el que tuvo lugar el día 8 de septiembre, fecha en
la que el criollo al servicio de los españoles más celebrado por su
bravura, el general Suero con fuerzas de más de mil hombres y una
pieza de artillería arremetió al cantón de El Meadero, acción en que
fue puesto en derrota con apreciables pérdidas, unos treinta y cinco
256
César A. Herrera
bajas entre muertos y heridos, y en nuestras tropas catorce, entre
ellas la muerte heroica del comandante León Merejo.
Después de este memorable día de gloria para los soldados de
la Restauración tuvieron efecto muchas escaramuzas y refriegas sin
mayor importancia. Las fuerzas dominicanas continuaron estrechando el cerco, el entusiasmo resonando en las dianas de los vivaques del asedio y no le quedaba a la guarnición sino la alternativa
de la capitulación incondicional o abrirse paso a fuego y sangre por
entre las filas de los patriotas y arrostrar el mortífero fuego de las
guerrillas a la columna en todo el trayecto de su ruta.
Los parlamentos de paz no se hicieron esperar mucho tiempo en las circunstancias críticas que la carencia de alimentos y de
fuerzas suficientes habían creado en el fuerte San Luis. Puesto que
eran los sitiados, los diezmados, los desprovistos de medios de subsistencia, no cabe pensar que el primer parlamento o las primeras
insinuaciones de paz, procediesen de nuestras filas como asevera el
historiador González Tablas. No rechazamos de plano que algunos
oficiales le dijeron al teniente coronel don Demetrio Quiroz que
deseaban la paz, tal como afirma el historiador. Más bien nos inclinamos a creer que lo del teniente don Demetrio Quiroz no fue sino
un mero pretexto para las negociaciones que el alto comando del
fuerte San Luis encomendó al teniente coronel don José Velazco y
al alférez don Miguel Musa; pero lo que nos cuesta a duras penas
aceptar es el hecho que estos comisionados solo recibieron el encargo de don Mariano Cappa y del brigadier comandante general
de «procurar alguna garantía a los heridos y familias que habían
de quedar, por falta de medios de conducción al retirarse nuestras
fuerzas».
Pensamos que estos parlamentarios, despachados al cantón de
Gurabito el día 13 de septiembre de 1863, fueron en realidad a
sondear el ánimo de nuestros combatientes, a conocer la verdad
de la versión de Quiroz y en un plan de tentativa para concertar la
honorable evacuación de la plaza.
En Gurabito, donde llegaron a son de trompetas y banderas
blancas desplegadas, fueron recibidos por el general Salcedo quien
se manifestó inclinado a una retirada con armas y bajales. Pero este
Anexión-Restauración
257
no contaba con la oposición radical de Polanco que abogó, con
el respaldo de los soldados y de otros oficiales, por la rendición y
entrega de todas las armas.
Se discutió el asunto y se adujo que si lo que interesaba era
la posesión de la plaza, que se les estaba ofreciendo, no parecía
aconsejable dilatar por más tiempo su abandono por aferrarse al
extremo de una capitulación deshonrosa que aquellos soldados no
aceptarían.
Salcedo y Polanco, después de considerar serenamente, el caso
llegaron a la conclusión de «que toda exigencia de su parte haría
incompatible la marcha de la columna con el honor de las armas
y sería, por consiguiente, rechazada y convinieron con el teniente
coronel Velazco que la columna saldría sin hostilizar ni ser hostilizada, que los heridos, empleados en el hospital y familias refugiadas en el fuerte, quedarían bajo la de los dos jefes insurrectos», y
quedaron, en que Polanco impartiese órdenes de retirar las fuerzas
del camino de Puerto Plata y «despachara una escolta de caballería que marchase delante de las tropas para evitar toda ocasión de
hostilidad por ignorancia o mala inteligencia de los sublevados que
pudieran hallarse sobre la ruta».
Pero aunque el presbítero Charboneau había entregado ya el
pliego de lo pactado, los parlamentarios no solo fueron encarcelados a causa de la presión de unos cuantos soldados acaudillados
por El Chivo, sino que hasta intentaron contra su vida; lo cierto es
que la columna salió y fue hostilizada por nuestros revolucionarios.
Lo que antecede es el juicio que nos mereció una parte del informe de Velazco acerca de aquella misión que a su modo comenta
el historiador González Tablas.
Otra es la versión que procede de los revolucionarios, según
la cual, a nuestro entender, queda justificada la prisión de los
parlamentarios y puesta en razón la actitud que asumieron luego
Salcedo y Polanco en contra de lo convenido, que el presbítero
Charboneau llamó «violación de lo pactado».
Esta otra versión considera que las gestiones parlamentarias del
presbítero Charboneau eran para encubrir los designios de Buceta,
que quedaron descubiertos cuando aprovechándose de una de las
258
César A. Herrera
entrevistas del referido presbítero intentó una ofensiva contra el
cantón de Marilópez con la posible intención de abrirse camino
franco hacia La Vega en connivencia con un teniente y un sargento
que fueron pasados por las armas previa la calificación infamante
de traidores de lesa patria.
Después de los descalabros sufridos con la pérdida de la compañía de la vanguardia y en vista de la tesonera e inquebrantable
decisión de los dominicanos de hostilizarlo, recurrió Buceta otra
vez a sus parlamentos para resolver de la mejor suerte la desesperada situación en que se encontraba.
En realidad, frustradas sus diligencias y parlamentos, parece que no le quedaba ya otro recurso sino un pacto de capitulación impuesto por el ejército triunfador. Eso querían y esperaban los caudillos de la Revolución fundados en la desesperada
situación en que se encontraban los asediados en el fuerte San
Luis y del dominio militar del pueblo de Santiago que tenía la
Revolución.
A consecuencia de las ulteriores propuestas del brigadier D.
Manuel Buceta, el jefe de operaciones de El Meadero hizo circular
la siguiente nota:
DIOS, PATRIA Y LIBERTAD
República Dominicana
Señores generales Gregorio Luperón y A. Tolentino:
En este momento se ha despedido al presbítero Charboneau,
enviado del brigadier Buceta, para las negociaciones de un
armisticio, mañana a las nueve volvería dicho padre trayendo
una respuesta a las instrucciones que se le han comunicado.
Suspenda todo ataque hasta mañana, pero no cese de vigilar
el enemigo. El jefe de operaciones. José A. Salcedo.
El general en jefe comunicó el día 13 a Luperón que había sido
designado para que conjuntamente con Monción y Salcedo asumieran la representación de los revolucionarios en las conversaciones
Anexión-Restauración
259
con el señor brigadier don Manuel Buceta para la capitalización de
la ciudadela San Luis. El general Luperón propuso al general en
jefe y demás compañeros aceptar la designación de los señores don
Ulises F. Espaillat, Pablo Pujol, Ricardo Curiel y Francisco Bonó,
para que en lugar de los jefes citados, representaran a la Revolución en las referidas negociaciones y con cuyo objeto redactó la
siguiente resolución en la cual les sometió el nombramiento a los
sustitutos del modo siguiente:
DIOS, PATRIA Y LIBERTAD
República Dominicana
Marilópez, 13 de septiembre de 1863.
Señores generales jefes de operaciones Gaspar Polanco,
Benito Monción y José A. Salcedo.
Compañeros y buenos amigos:
Acabo de nombrar por oficio a los patriotas y amigos don
Ulises F. Espaillat, Pablo Pujol, Ricardo Curiel y a Francisco Bonó mis verdaderos representantes en la conferencia
tocante a la capitulación, que tendrá lugar hoy a las dos de
la tarde. A ellos he dado mis instrucciones particulares, que
deseo que se ajusten en todo con los sentimientos de Uds.
Yo no quiero confiar un solo instante en los españoles y les
invito a revestirse de la misma prevención en obsequio de
la salud de nuestra causa. No olviden las falaces e insidiosas
proposiciones de ayer, ni la intentona con que se pretendió
burlarnos en la misma noche. No olviden que solo mi previsión y actividad frustraron sus planes y ni que a no haber
arrestado la compañía, y hecho ejecutar los jefes, que so pretexto de rendirse venían a franquear el paso, el estado de la
revolución sería muy comprometido. Consideren que en la
situación de Buceta, Alfau y Suero sería para nosotros una
gran vergüenza dejar escapar cuatro mil personas con armas
César A. Herrera
260
y bagajes, y perder todos los elementos de guerra que encierra la fortaleza, solo por prestar oídos a capciosos y pulidos
sermones del padre Charboneau.
Bajo cualquier punto de vista que se considere la situación, y
a despecho del orgullo tradicional español, esos hombres son
nuestros prisioneros y somos nosotros quienes debemos dictar
las condiciones. Tal es mi sentir: si no se rinden a discreción
deponiendo las armas, que perezcan todos en el castillo; pues en
cuanto a mí no les permitiré ni comer ni beber sin que jueguen
la vida a cada paso. Refuercen sus campamentos y no descuiden
ninguna avenida para no dejarles brecha por donde escaparse,
y mantener con honra el derecho de la guerra y de nuestra
independencia. Espero me comuniquen sin demora cualquier
resultado. Quedo de Ud. compañero y amigo. G. Luperón.
El documento siguiente explica el anterior y pone de manifiesto
el temperamento, el carácter, la personalidad y en fin la autoridad
con que asumió sus decisiones el general Luperón.
Marilópez 13 de septiembre de 1863.
Señores don Ulises F. Espaillat, Pablo Pujol,
Ricardo Curiel y Francisco Bonó.
Muy señores míos:
El general en jefe acaba de invitar a los generales Benito Monción, José Salcedo y al que suscribe, a reunirse en el cantón
general del Meadero, para recibir al presbítero Charboneau,
comisionado del brigadier Buceta para tratar definitivamente
sobre la capitulación de la fortaleza San Luis.
Yo que siempre he desconfiado de mi enemigo, quiero hoy
más que nunca guardar mi posición de Marilópez y he manifestado al general Gaspar Polanco y demás colegas que Uds.
cuatro me representarán competentemente en las conferencias de este día.
Anexión-Restauración
261
Debo prevenir a Uds. que, por lo que a mí toca, no aceptaré otro convenio sino la capitulación de Buceta, Alfau y sus
tropas, sin más condiciones que la entrega de las armas como
de los pertrechos que encierra la Fortaleza, y ser internados
en su sitio conveniente, donde sean alimentados y respetados
por la revolución hasta que el Gobierno Español reconozca
nuestra independencia. Así, pues, confío en el notorio patriotismo de Uds. Y espero que sus claras inteligencias sabrán
contrariar los sermones del padre Charboneau a fin de evitar
un torrente de sangre y mayores calamidades.
Quedo de Uds. afmo. y seguro servidor. Gregorio Luperón.
En cuanto a ciertas contingencias que el genio de Luperón previó
y advirtió y resolvió celosamente precavido y astuto, dos acontecimientos han merecido la cita de la historia porque pueden servir para
señalarlo dotado de todas las características como pionero de aquella
cruzada; como el más esquivo y comedido para la planificación de las
estrategias y tal vez, como el más iluminado en las circunstancias que
fueron propicias al buen éxito de la causa de la Restauración.
Al día siguiente, en la noche de su llegada al campamento de
Santiago, día en que fueron aclamados gloriosamente él y el coronel Salcedo y en que Luperón asumió por disposiciones del general
en jefe la dirección de las operaciones coronada por la toma a fuego
y sangre del Fuerte Santiago, se desestimó en consulta de generales, su opinión de que se saliese contra la columna del general
Suero que venía sobre Santiago a fin de contenerlo y atraerlo hasta
las inmediaciones del cantón general para batirlo y frustrar sus designios de auxiliar a los asediados en San Luis. Por lo contrario, fue
resuelto, como hemos dicho ya, el ataque de Santiago, un error que
frustró el plan de ataque que se había acordado. La otra previsión
desestimada fue la que adoptó para imponer las condiciones de la
rendición del referido fuerte, frustrada por un convenio de armisticio desconocido por él, que abrió amplia vía a la retirada de las
fuerzas de Buceta. Fue el capitán José Mauricio Fernández quien le
informó que los españoles evacuaban la ciudadela y que el general
Polanco, disgustado, se había ausentado del Cantón General.
262
César A. Herrera
Es de suponerse cuál debió ser la indignación que movería a
este caudillo, después de contemplar el cuadro de la plaza vacía,
a perseguir las huestes en retirada, y cuál sería su ira cuando se
consideró burlado por el padre Charboneau, principal factotum
de aquellas maniobras adversas a los intereses de la causa restauradora. El referido padre Charboneau se atrevió a amenazar con
la excomunión a los soldados con tales consecuencias que algunos
centenares desertaron.
Luperón encontró en Gurabito a los principales conmilitares de
las armas dominicanas; allí Salcedo, allí Benito Monción y oficiales
del séquito marcial de estos generales cordializando con los españoles; inquirió las razones de aquel desalojo, de aquella inesperada
desocupación contraria a sus instrucciones... sus recompensaciones
y quejas coordinarían los ánimos y se resolvió la persecución pertinaz de la columna que se alejaba serpenteando por el camino real.
Es la memorable persecución de diez y ocho leguas en las cuales
no cesó de ser picada la retaguardia hasta Quinigua. Aquí convino
con Benito Monción y Pimentel que continuasen la persecución
Monción, Salcedo y el coronel Manuel Rodríguez que se había
incorporado, herido, con sus tropas a los soldados victoriosos que
perseguían las huestes de Buceta.
En el interín, en Santiago de los Caballeros, los ciudadanos Benigno F. de Rojas, Ulises Espaillat, Pablo Pujol, Máximo Grullón,
Pedro Francisco Bonó, Ricardo Curiel, planeaban la constitución
del Gobierno Provisorio que, previo acuerdo de los jefes del movimiento, se instaló bajo la presidencia de Salcedo y la vicepresidencia de Benigno F. de Rojas.
Aunque a Gaspar Polanco no se le dio participación en las deliberaciones, y no obstante haber expresado su enojo sin resentimientos, continuó con entusiasmo y lealtad la lucha por la causa de
la Restauración.
Después de los acontecimientos que hemos narrado y de otros
no menos importantes que lo compendioso de este ensayo no nos
permite comentar; después del despliegue de tanto heroísmo,
de tantos holocaustos y de tantas angustias y privaciones como
sufrieron aquellos prohombres del movimiento restaurador ya
Anexión-Restauración
263
iluminados por los resplandores de la gloria, entre ellos, muchos de
los más esclarecidos rectores del pensamiento del Cibao, no cabe
sino poner aquí el Acta de Independencia, redactada por el abogado venezolano don Manuel Ponce de León, calzada con las firmas
de los más ilustres próceres de las armas y de las letras del Cibao.
Santiago de los Caballeros, 14 de septiembre de 1863.
Nosotros los habitantes de la parte española de la isla de Santo
Domingo manifestamos por medio de la presente Acta de Independencia ante Dios, el mundo entero, y el Trono de España, los justos y leales motivos que nos han obligado a tomar las
armas para restaurar la República Dominicana y reconquistar
nuestra Libertad. El primero, el más precioso de los derechos
con que el hombre fue favorecido por el Supremo Hacedor del
Universo, justificando así nuestra conducta arreglada y nuestro imprescindible obrar, toda vez que otros medios suaves y
persuasivos, uno de ellos muy elocuente, nuestro descontento
empleado oportunamente, no han sido bastante para persuadir al Trono de Castilla, de que nuestra anexión de la Corona
no fue la obra de nuestra espontánea voluntad, sino el querer
fementido del general Santana y de sus secuaces, quienes en su
desesperación de su indefectible caída del poder, tomaron la
decisión de entregar la República, obra de grandes y cruentos
sacrificios, bajo el pretexto de anexión al Poder de España,
permitiendo que descendiese el pabellón cruzado, enarbolado
por el mismo general Santana, a costa de la sangre del pueblo
dominicano, con mil patíbulos de triste recordación.
Por magnánimas que hayan sido las intenciones y acogida
de S. M. doña Isabel (q. D. g.), respecto del pueblo dominicano, al atravesar el Atlántico y al ser ejecutadas por sus
mandatarios subalternos, ellas se han transformado en medidas bárbaras y tiránicas que este pueblo no ha podido ni
debido sufrir. Para así probarlo, basta decir que hemos sido
mandados por un Buceta y un Campillo, cuyos hechos son
bien notorios.
264
César A. Herrera
La anexión de la República Dominicana a la Corona de España ha sido la voluntad de un solo hombre que la ha domeñado; nuestros más sagrados derechos, conquistados con 18
años de inmensos sacrificios, han sido traicionados y vendidos; el Gabinete de la Nación Española ha sido engañado,
y engañados también muchos de los dominicanos de valía
e influencia, con promesas que no han sido cumplidas, con
ofertas luego desmentidas. Pronunciamientos, manifestaciones de los pueblos arrancadas por la coacción, ora moral,
ora física de nuestro opresor y los esbirros que los rodeaban,
remitidas al Gobierno Español, le hicieron creer falsamente
nuestra espontaneidad para anexarnos; empero, muy en breve, convencidos los pueblos del engaño y perfidia, levantaron
su cabeza y principiaron a hacer esfuerzos gloriosos, aunque
por desgracia inútiles, al volver de la sorpresa que les produjera tan monstruoso hecho, para recobrar su Independencia
perdida, su libertad anonadada. Díganlo si no, las víctimas de
Moca, San Juan, Las Matas, El Cercado, Santiago, Guayubín, Monte Cristi, Sabaneta y Puerto Plata.
¿Cómo ha ejercido España el dominio que indebidamente
adquirió sobre esos pueblos libres? La opresión de todo género, las restricciones y exacción de contribuciones desconocidas e inmerecidas, fueron muy luego puestas en ejercicio.
¿Ha observado por ventura para con un pueblo que se le ha
sometido, aunque de mal grado, las leyes de los países cultos
y civilizados, guardando y respetando cual debía, las conveniencias, las costumbres, el carácter y los derechos naturales
de todo hombre de sociedad?
Lejos de eso; los hábitos de un pueblo libre por muchos años
han sido contrariados impolíticamente, no con aquella luz
vivificadora y que ilustra, sino con un fuego quemante y de
exterminio. Escarnio, desprecio, marcada arrogancia, persecuciones y patíbulos inmerecidos y escandalosos, son los
únicos resultados que hemos obtenido, cual corderos, de los
subalternos del Tronco Español, a cuyas manos se confiara
nuestra suerte.
Anexión-Restauración
265
El incendio, la devastación de nuestras poblaciones, las esposas sin esposos, los hijos sin padres, la pérdida de todos
nuestros intereses, y la miseria en fin; he aquí los gajes que
hemos obtenido de nuestra forzada y falaz anexión al Trono
Español. Todo lo hemos perdido, pero nos quedan nuestra
Independencia y Libertad, por las cuales estamos dispuestos
a derramar nuestra última gota de sangre.
Si el Gobierno de España es político, si consulta sus intereses y
también los nuestros, debe persuadirse de que a un pueblo que
por largo tiempo ha gustado y gozado la libertad, no es posible
sojuzgársele sin el exterminio del último de sus hombres. De
ello debe persuadirse la Augusta Soberana doña Isabel II cuya
hermosa alma conocemos y cuyos filantrópicos sentimientos
confesamos y respetamos; pero S. M. ha sido engañada por la
perfidia del que fue nuestro presidente, el general Pedro Santana y la de sus ministros; y lo que ha tenido un origen vicioso,
no puede ser válido por el transcurso del tiempo.
He aquí las razones legales y los muy justos motivos que nos
han obligado a tomar las armas y a defendernos como lo haremos siempre, de la dominación que nos oprime, y que viola
nuestros sacrosantos derechos, así como de leyes opresoras
que no han debido imponérsenos.
El mundo conocerá nuestra justicia, y fallará. El Gobierno español deberá conocerla también, respetarla y obrar en consecuencia.
Firmados: Gaspar Polanco, Gregorio Luperón, Benigno
F. de Rojas, A. Deetjen, P. Pujol, José Salcedo, Benito
Monción, Manuel Rodríguez, Pedro A. Pimentel, José
A. Polanco, Genaro Perpiñán, Pedro F. Bonó, U. F. Espaillat, Máximo Grullón, R. Curiel, J. B. Curiel, Telésforo Pelegrín, I. Reyes, José Cabrera, Santiago Rodríguez,
Federico de Jesús García, Eugenio Valerio, J. P. Tolentino, J. Lafí, C. Medrano, José Bermúdez y otra inmensa
cantidad de firmas, recogidas en las diversas copias.1
1
Manuel Rodríguez Objío, El general Gregorio Luperón e historia de la Restauración, Santiago, Editorial El Diario, 1939, pp. 78-80.
CAPÍTULO XX
GUERRA DE LA RESTAURACIÓN
SUMARIO
Nombramiento, y renuncia de Luperón como gobernador de
Santiago. Asume el general Gregorio Luperón la jefatura general de
la campaña del Sur y del Este. Gravedad de la situación frente a los
reaccionarios. Fusilamiento del coronel Galdeano. La revolución
en los desfiladeros de la cordillera Central. Santana amenaza con
invadir el Cibao. Otros episodios.
Unos de los primeros actos del Gobierno Provisorio de Salcedo fue expedir los despachos de gobernador y comandante de
armas de Santiago a favor del general Gregorio Luperón cuyos
nombramientos no fueron aceptados por las razones expuestas en
el siguiente oficio:
A los miembros que componen el Gobierno Provisorio de la
República Dominicana.
Presentes.
Respetables señores:
1º. Tengo recibidos sus dos oficios y de este mismo día; el
primero nombrándome comandante de armas y el segundo
gobernador de esta provincia capital. Siento infinitamente no
poder desempeñar ni el uno ni el otro cargo, porque ambos
267
268
César A. Herrera
destinos se hallan en abierta oposición con mis deseos. Al lanzarme en la arena de la revolución solo he tenido por móvil el
ansia de ver restaurada la República Dominicana, sus leyes y
libertades. No me nueve más ambición que la de defenderla y
combatir a sus opresores dondequiera que pisen nuestro suelo.
Ya no hay españoles en Santiago y por consiguiente este lugar
no es mi puesto y esos empleos no me sientan bien. Además,
son las circunstancias excepcionales de una Revolución, las que
me han decorado con el título de general; nunca he sido militar
y prefiero ante todo el dictado de ciudadano. Aquí no faltan
antiguos veteranos capaces de ocupar el puesto que Uds. me
señalan, muy especialmente no habiendo enemigos que nos
amenacen. Antes de la instalación de ese alto cuerpo y como
jefe de operaciones he hecho organizar esta plaza y dictar diversas medidas que debo llevarlas al conocimiento de Uds. He
reunido a todos los prisioneros en el local de la iglesia, y les
he puesto una custodia de cien hombres bien armados a las
órdenes de los comandantes F. González y Justo Martínez. He
racionado por dos días prisioneros y custodia; he proveído a
los médicos españoles apresados de todas las medicinas necesarias para la asistencia de sus compatriotas y compañeros de
infortunio. He nombrado al señor Lancaster, comandante de
Policía y al señor Molin su adjunto. Cinco carretas se ocupan
en la limpieza de la población, y recogen los cadáveres que infectan las calles, mientras un número suficiente de hombres
se ocupan de darles sepultura. Las fuerzas del Castillo las he
encomendado al mando inmediato del general Andrés Tolentino y coronel José María Morel. He dado orden de marcha al
coronel Rodríguez (Chivo) para reforzar, con su columna de
mocanos la expedición sobre Puerto Plata, debiendo ponerse
a las órdenes del general en jefe Gaspar Polanco a causa de
la insubordinación cometida por dicho coronel Rodríguez con
el coronel presidente, y a fin de evitar semejante desagrado.
Por el camino de Yásica acaba de poner en ruta el resto de
las tropas puertoplateñas al mando del comandante Reyes, que
he promovido a coronel, y del capitán Reynoso promovido
Anexión-Restauración
269
a comandante con orden de establecer un cantón en Yásica,
debiendo ponerse en relación con el general en jefe Polanco
y acatar su suprema autoridad. He depositado en la Iglesia
veintinueve sacos de calderillas de dos quintales cada saco, que
servirán al Gobierno para sus primeras atenciones. Me asegura
además un oficial español que en el Castillo hay un entierro de
la misma moneda dándome exactos detalles sobre el particular.
El general Andrés Tolentino presentará a Uds. dicho oficial
cuando lo tengan a bien. He puesto una guardia en el subterráneo del señor Tomás Rodríguez donde se me asegura haberse
escapado del incendio una gran cantidad de mercancías y otros
intereses a fin de preservarlos de pasar a manos extrañas, ya,
que escaparon del fuego. El Gobierno tomará las medidas que
crea más convenientes. Esperando una orden de ruta para incorporarme a mis compañeros, quedo de Uds. seguro servidor.
Gregorio Luperón, Santiago 14 de septiembre.
Luperón no podía aceptar esas designaciones no solo porque
significaban un postergamiento del designio que inspiraba su vida
como combatiente afortunado por la causa de la Restauración, sino
por los acontecimientos que habían creado en todo el Cibao y en
gran parte de la República las proezas victoriosas, la rota de los soldados de Buceta y la instalación del Gobierno Provisorio. Todo el
Cibao estaba en pie de guerra; habían pronunciado en esos mismos
días a La Vega, el general Manuel Mejía; el coronel Cayetano de
la Cruz a Macorís, secundado por el comandante Manuel María
Castillo, el capitán Olegario Tenares, capitán La Rosa, capitán
Pablo Mota, capitán el comandante Pedro Robles; Jarabacoa por
el coronel Durán; el Cotuí por Epifanio Márquez y el coronel Tomás Ramón Castillo y el Bonao por el Coronel Antonio Casimiro.
Pero solo estos pronunciamientos requerían la acción personal
de Luperón y de su preeminencia de Gran Capitán de la Guerra
Restauradora, sino que la exigían con urgencia las inquietudes y el
pavor que había infundido en el pueblo y aún en muchos soldados,
la noticia de que el general Santana en persona marchaba al frente
de un ejército sobre el Cibao.
270
César A. Herrera
El Gobierno Provisional no solo le aceptó la renuncia sino que
le dotó de plenos poderes para la campaña que debía emprender
sin demora alguna, contrarrestar el pánico creciente y la desmoralización de las tropas y oponer un frente poderoso a la marcha del
general Santana.
De la comparecencia de Luperón en el seno del Gobierno en
donde se expresó de modo más explícito y categórico respecto de
la gravedad del momento y de la perentoria necesidad de coordinar
las fuerzas, sostener las posiciones conquistadas y respaldar los movimientos revolucionarios del Sur y el Este para combatir a Santana
nació el acuerdo de conferirle facultades de general en jefe, según el
tenor de la resolución comunicada en el siguiente oficio:
Dios, Patria y Libertad. República Dominicana. Gobierno
Provisorio de la República. Comisión encargada del ramo
de la Guerra. Señor general Gregorio Luperón. General:
El Gobierno, deseando satisfacer los deseos de las Provincias del Sur y del Este de las cuales recibe a cada instante
repetidos actos de adhesión, ha resuelto en esta fecha, en
vista de ser Ud. uno de los héroes que más bizarramente
ha iniciado la guerra de Independencia, comisionarlo para
que, en compañía del general Juan Cartagena se dirija a
aquellos puntos en donde su presencia sea más conveniente.
Como representante del Gobierno Ud. tomará las disposiciones más oportunas para la consecución y establecimiento
definitivo de la República. Santiago, 15 de septiembre de
1863. Dios guarde a Ud. muchos años. J. B. Curiel, P. Fco.
Bonó.
En razón de las potestades de que estaba investido, el general
Gregorio Luperón asumió las funciones de general en jefe de las
operaciones del Sur y del Este de la República de las cuales fue
desposeído bien pronto a causa de las burdas intrigas que se urdían
contra él, según se vislumbraban en los acontecimientos adversos
a sus providencias contra los aprestos de las huestes enemigas y
contra los amagos de la reacción libertaria.
Anexión-Restauración
271
Su ruta hacia el nuevo escenario de sus operaciones tuvo como
meta la ciudad de Santo Domingo y abrió la marcha para tocar
en Moca e incrementar allí sus efectivos humanos con todos los
refuerzos que le fue posible e hizo rumbo hacia La Vega al frente
de sus aguerridos soldados estimulados por su heroísmo en cien
combates y su inquebrantable decisión de combatir por la santa
causa de la libertad, si preciso era hasta la muerte.
En La Vega tomó providencias para contrarrestar la reacción que
aunque furtiva, no escapó a su perspicacia de su instinto de patriota
y de soldado. Ordenó la concentración de las tropas de Jarabacoa y
de Moca en La Vega; saltó a Macorís, ascendió a general de brigada
al coronel Cayetano de la Cruz y a coronel al comandante Castillo,
destacó fuerzas hacia Cotuí y Cevicos para guarnecer los desfiladeros
que abren el camino hacia Santo Domingo y volvió presto a La Vega;
aquí la reacción ha quebrantado hondamente el sentimiento de la
libertad y la causa de la Restauración estaba amenazada por las maquinaciones de los reaccionarios, por el temor al Gobierno y por los
odios. No se cumplían o se cumplían con renuencia las disposiciones
de Luperón; la carencia de entusiasmo, la negligencia, la indiferencia
respecto de los aprestos urgentes ante la inminencia del peligro de la
marcha de Santana sobre La Vega, inspiraron al general en jefe del
movimiento restaurador soluciones drásticas y heroicas para levantar
los ánimos e inspirar fe a quienes verían la causa con pesimismo y
redoblar el vigor de quienes, teniéndola, estaban ya influidos por el
pánico que despertaba la tradición heroica del general Santana.
La situación era tan grave que en La Vega se daban por ciertas
las noticias de que agentes reaccionarios habían perturbado en
algunos sectores las milicias libertadoras, se comentaba de viva
voz que el general Antonio Santana bajo la divisa de España y el
comandante Santiago Núñez con tropas de Juana Núñez venían
sobre La Vega, que, igualmente instigadas por la reacción marchaban tropas sobre ese pueblo desde Tabera, Jarabacoa y otros
puntos; que entre los generales complicados en este movimiento
reaccionario figuraban el comandante Santiago Núñez, el coronel Caba, el general Mejía y otros no menos distinguidos en las
luchas por la Restauración.
272
César A. Herrera
Un recurso psicológico circunstancial le deparó la suerte al general Luperón para reconfortar el espíritu revolucionario. En aquel
momento aciago, pletórico de peligros para la causa restauradora,
fue apresado el coronel español Galdeano que intentaba burlar la
vigilancia para alcanzar la ciudad de La Vega; lo acusa de espionaje
el rumor público en connivencia con el general Roca quien elude el
infundio, pero Galdeano, sometido a Consejo de Guerra y juzgado
sumariamente, fue fusilado a las 10 de la mañana no obstante la
renuencia sospechosa del general Mejía a ejecutar la sentencia conminado por el general Luperón. A las tres de la tarde de ese mismo
día, y después de haber hecho firmar a más de tres mil personas
el acta de Independencia, a son de bando hizo una Proclama en
que condenó la reacción y amenazó a los dominicanos que se le
adhiriesen.
No obstante las versiones llegaron como soldados de la revolución Antonio Santana y Santiago Núñez. El coronel Caba que llegó
a La Vega con sus tropas fue promovido por Luperón a general de
brigada y con él despachó sus primeras instrucciones a las autoridades de las provincias del Sur y del Este por el camino de Cotuí.
Otro acontecimiento inesperado de provechosa resonancia
vino en esos días a dar alientos al espíritu revolucionario, fue la feliz
maniobra mediante la cual y con señalada audacia el coronel Basilio
Gavilán, comandante del primer destacamento de Luperón, hizo
prisionero al jefe de la vanguardia española, coronel Eusebio Manzueta, quien juró adhesión y fidelidad al ideal redentorista, pasando
por disposición del general en jefe a ocupar la plaza de comandante
de armas de Yamasá.
Para el día 21 de septiembre Luperón había destacado fuerzas
para todos los desfiladeros que abrían camino hacia el escenario de
sus nuevas actividades. Se señala que el coronel Dionisio Troncoso
partió para Cotuí y Cevicos con la representación del general Luperón y que el coronel Durán con la misma investidura fue destacado desde Jarabacoa, Constanza y San Juan.
Pareció a los zoilos que el héroe de Sabaneta, el egregio paladín
de la Restauración poseía ya demasiado poder y que era menester
restringir la autoridad plena que en horas de incertidumbre le había
Anexión-Restauración
273
confiado el Gobierno Provisorio, y entonces, sin meditar en las funestas consecuencias que pudiera acarrear a la causa la distracción
del glorioso soldado del teatro de operaciones, la conjura contra él
comenzó a socavar su autoridad en el seno mismo del Gobierno.
Prueba palmaria de aquel clima de intrigas que dominaba en el seno
del Ejecutivo provisional, fue la actitud que parece asumió contra la
autoridad de Luperón el comisionado Troncoso, denunciada por el
comandante de Cotuí; y que, conocida del Gobierno, le remitió al
jefe de operaciones el siguiente despacho:
Santiago, 19 de septiembre de 1863.
Sección de Guerra.
Dios, Patria y Libertad.
República Dominicana.
Gobierno Provisorio de la República.
Señor general en jefe del Sur y del Este, Gregorio Luperón.
Señor general:
se ha recibido su oficio de fecha de ayer, y en lo referente
al señor Troncoso, diremos a Ud. que las instrucciones que
lleva se reducen pura y simplemente a reunirse con Ud. y
recibir sus órdenes. Ud. podrá examinarlo y pidiéndole los
despachos de que fue portador y los posteriores, se convencerá Ud. de que tales fueron las instrucciones que recibió.
Como él conoce esos lugares, puede serle de mucha utilidad,
por la manera de emplearlo la dejamos a su arbitrio. Dios
guarde a Ud. muchos años.
Pedro Francisco Bonó.
CAPÍTULO XXI
GUERRA DE LA RESTAURACIÓN
SUMARIO
Ratificación de las potestades de Luperón como general en jefe del
Sur y del Este. Providencias de Luperón para aprovisionar a sus
tropas. La situación enojosa creada por el general Mejía. Desplante
del Gobierno Provisorio y justo resentimiento de Luperón. Oficios
del Provisorio y respuesta de Luperón. Otros episodios.
Pero la ratificación de sus poderes y la prueba de confianza que
significó este despacho no bastó a poner freno a las maquinaciones
contra él.
Las formas de este y otros comunicados no podían encubrir la
animadversión, y los celos, y las inquinas, y la deslealtad que conspiraban contra Luperón para arrebatarle, si no los laureles conquistados en proezas memorables, para despojarlo de las prerrogativas
que como gran capitán en el Sur y el Este de la República le había
conferido el Superior Gobierno. Del proceso de los acontecimientos y de la situación conflictiva que se produjo a causa de su enajenación del mando pueden sacarse muy elocuentes conclusiones de
los extremos a que llegaron las pasiones.
Las congojas que le produjeron las advertencias que se le hacían
respecto de las intrigas que tramaban contra él no quebrantaron
en nada su propósito de llevar adelante los aprestos para oponerse a la marcha del general Santana, a quien el aura popular había
275
276
César A. Herrera
exaltado hasta la idolatría y quien se proponía invadir el Cibao,
no solo favorecido de esa mística que tanto realza al valor heroico
de los guerreros, que no solo estaba prevalido de su alta jerarquía
política y de la sugestión de sus proezas como paladín de las guerras
de Independencia, sino que contaba con gran provisión de armas
de todo género y con hueste numerosa de soldados rigurosamente
disciplinados, mientras que Luperón no podía mover un ejército
igualmente equipado y tropas que como las de aquel estaban envalentonadas por servir a un poder sólidamente constituido y sustentado por la fuerza del Gobierno de España.
El general Gregorio Luperón, general en jefe de la Revolución
en el Sur y el Este de la República, no se arredró, ni ante la sugestión
que el general Santana producía en los pueblos y en los soldados, y
menos ante la máquina guerrera que movía contra el Cibao, de ahí
la providencia que con urgencia dictó mediante el nombramiento
de un proveedor general de la Revolución que se ocupase en allegar
recursos y las instrucciones que dio al comandante de La Vega en
las cuatro siguientes disposiciones:
La Vega, 20 de septiembre de 1863.
Primera. El general comandante gobernador queda autorizado a mantener el orden y respeto por las autoridades revolucionarias, debiendo someter a un Consejo de Guerra al
que contravenga a esta disposición. Segunda: No se tendrá
ninguna consideración con los propagandistas o misioneros
de la propaganda enemiga, que tanto influyen en la desmoralización de las tropas: los culpables de este crimen serán
pasados por las armas. Tercera: Se ordena la circulación de
la calderilla y los que la rehacen serán juzgados como cabezas de motín. Cuarta: Será considerado como enemigo de la
Patria, todo individuo en salud que no se presente a la plaza
demandando un fusil para marchar a combatir al enemigo.
Quinta: Es obligatorio para toda persona que posea efectos
útiles a la revolución ponerlos a la disposición de la autoridad. Firmado: Luperón.
Anexión-Restauración
277
El Gobierno aplaudió sus providencias y contempló la urgencia del proveimiento de material de guerra y sobre todo de soldados pero no pudo hacerle ninguna remisión de pertrechos, ni
tuvo efecto una concentración de tropas que se le ofreció, para que
dispusiera de ellos en Cotuí, ni el gobernador Mejía de La Vega
cumplió a cabalidad su cometido según la urgencia de las circunstancias. Con sus diligencias personales suplió la carencia de tropas
y de implementos de guerra y promovió la renuncia de Mejía como
gobernador contra el parecer de sus adversarios del Gobierno.
Cuando sus avanzados habían transpuesto el desfiladero del
Cotuí y se encontraban en las llanuras de San Pedro recibió un
contingente de cincuenta y tres hombres.
Franqueada la cordillera Central no había otra cosa que hacer
que organizar las tropas y apercibirlas para emprender de un momento a otro la ofensiva o la defensiva entre las de Santana y librar
la batalla que podía ser decisiva para las armas de la Revolución.
Aunque Troncoso, correspondiendo a las instrucciones de Luperón, no solo reforzó la avanzada de Cevicos y aprovisionó de
pertrechos, víveres y de hombres el cantón de Bermejo, informó al
general en jefe que las fuerzas avanzadas eran insuficientes. Pero los
acontecimientos que tienen efecto en el Sur eran promisorios de
caras esperanzas, San Juan había enarbolado la enseña de Febrero,
Piedra Blanca, paraje de la ruta de El Maniel, era ocupado por el
coronel Norberto Tiburcio, pero se requirió al coronel Troncoso
su presencia en Bermejo en donde la defección comenzó a cundir
en las tropas.
La marcha sobre El Maniel del jefe de operaciones desde Bonao fue frustrada por tropas volantes de Santana, tuvo que acantonarse en Piedra Blanca donde recibió refuerzos de La Vega y allí
tuvo noticias Luperón de que conforme a sus disposiciones el Sur
estaba correspondiendo al movimiento restaurador; que la bandera
de los febreristas ondeaba ya en San Juan de la Maguana, y en Las
Matas donde la había enarbolado al grito de ¡Viva la República! el
coronel Francisco Meriño y un joven llamado Mariano Rodríguez;
que el coronel Ángel Félix y Antonio Blas Cuello habían pronunciado a Neiba, capitaneadas por el general Pedro Florentino quien
278
César A. Herrera
habiendo asumido las funciones de jefe superior de operaciones
rindió a Azua de Compostela el 12 de octubre de 1863 después de
combatir en las márgenes del río Jura las huestes españolas.
Los acontecimientos felices del Sur le reconfortaron el espíritu
abatido en cierto modo, por la forma como lo venía tratando el
Gobierno Provisorio, y así explican el hecho de que no obstante
el comunicado del 23 de septiembre de 1863 y las quejas contenidas en su despacho en respuesta, saliese al frente de sus tropas a
establecer su cuartel general de Cevicos el día 23 de septiembre de
1863, próximo a uno de los desfiladeros de la cordillera Central que
le abría el camino hacia las llanuras de San Pedro. Su decepción,
en aquella hora apremiante del patriotismo, en que el Cibao estaba
en riesgo de ser avasallado por la prepotencia de Santana, quedó
justificada por los términos de los oficios que se cruzaron entre él
y el Gobierno. Hay en esos despachos sustancia por justipreciar
la posición moral del uno y del otro, sin hacer caso omiso de las
circunstancias y la carencia de material de guerra que obligaban a
Luperón a procurárselos por todos los medios expeditos usuales en
la guerra y más aún cuando sus tropas están en trance de ser derrotadas por carencia de armas y de tropa suficiente, puede decirse casi
en vísperas de entrar en combate con el enemigo, que ya mediante
una proclama en que exhortaba a la rebelión y a la deserción de
las milicias y a la adhesión a la causa de la Anexión. Para juzgar
la trama de la conjura que maquinaba contra uno de los hombres
de mayor estatura heroica de los restauradores y la desventurada
suerte a que las intrigas expusieron entonces a los ejércitos libertadores que franqueaban la cordillera Central vale recoger en estas
páginas algunos párrafos relativos a este asunto, los tomamos de la
comunicación del Gobierno Provisional del 23 de septiembre, que
Luperón recibió el día 26 del mismo mes; dicen textualmente:
Anexión-Restauración
279
Santiago, 23 de septiembre de 1863.
Dios, Patria y Libertad.
República Dominicana.
Señor general:
El Gobierno tiene a la vista las cuatro comunicaciones que
Ud. ha dirigido. Por la primera observa con sorpresa que ha
nombrado Ud. al señor Cartagena para comandante de armas de La Vega, destituyendo al benemérito general Mejía,
que tiene el mérito de haber sido el protagonista en La Vega
en el cambio de bandera, mientras que el señor Cartagena al
despedirse del general Roca le ofreció una y otra vez sacrificarse por España. No se oculta al Gobierno que el señor
Mejía no se encuentra ni por su edad ni por su carácter a la
altura de las circunstancias azarosas que atravesamos; pero
por otro lado se debe tener muy presente que la gente de La
Vega aprecia este hombre acostumbrado a mandarla y está
identificada con su modo de pensar y de sentir.
Además, todo el ahínco del señor Cartagena, cuando estuvo
aquí, fue obtener esa Plaza, que el Gobierno por eso, y por
otras razones le negó, nombrándolo como miembro de la
comisión que con Ud. salía por ser el único puesto en que lo
puede emplear hoy.
El Gobierno desea que marche al destino que se le indicó; y
si es preciso reemplazar al general Mejía el Gobierno elegirá
un individuo con el tino que tan delicada materia requiera
de acuerdo con los generales Polanco, Salcedo, Monción y
Pimentel que están en continuo contacto con el Gobierno
[…] Esta autoridad extraña mucho que Ud. no cese de pedirle cosas que debe constarle que no existen a la mano, aunque
por cortos días comandó Ud. esta plaza y conoce su arsenal.
Cuando lleguen los fusiles y municiones no dude Ud. que
irán. Otro sí; marchan para el cantón que tan dignamente
Ud. manda todas las fuerzas de La Vega y Macorís, que
César A. Herrera
280
juntos con los dajaboneros, que le expedimos armados, hacen
un total de 2,000 hombres.
Le encarecemos respeto a la propiedad no porque tengamos
razones para ello, sino por haber visto en sus proclamas que
Ud. habla de confiscación de bienes. Sea Ud. igualmente
cauto en las medidas rentísticas, pues no es lo mismo un territorio que un cantón, y tal medida puede ser excelente para
este y ruinosa para aquel. Haga Ud. requisiciones para el
sostenimiento de las tropas. No olvide al entrar en campaña
el sistema de guerrillas. Firmado: vicepresidente, Benigno F.
de Rojas. La Comisión de Guerra, J. B. Curiel.
Desde el cantón de Cotuí dio el general Luperón la respuesta
que se contiene en el siguiente despacho:
Cotuí, 27 de septiembre de 1863.
Dios, Patria y Libertad.
República Dominicana.
Al Gobierno Provisorio de la República.
Señores:
Acabo de recibir su oficio del 23 y su contenido me fue tan
extraño, que no pude menos de leerlo una vez más quedando
estupefacto al comprender que se me hacen observaciones y reproches inmerecidos. Uds. no ignoran que fui yo el primero en
tomar las armas y exponer mi vida en las desgraciadas tentativas
de Sabaneta, que también nos hizo conocer la verdadera fiereza
del carácter español, por las crueldades y abominaciones que
le siguieron; saben que cuando estalló el segundo movimiento
mi exasperación no se hizo esperar, olvidando mi familia y mi
triste posición sin procurar como otros mejorarla; he salvado
a cuantos dominicanos me ha sido dable; he hecho el bien sin
debilidad pero he sido enérgico para salud de mi país.
Anexión-Restauración
281
Notorios son, pues, mi buen deseo y mi insuficiencia, y en
atención al primero creí se me pudiese perdonar la segunda. Si el Gobierno a quien respeto y acato está animado de
celo por un buen y definitivo resultado ¡cómo no lo estaré yo
siendo a justo título uno de los principales soldados del movimiento revolucionario! Así que hasta hoy a nadie he sido
gravoso y ha sido mi mayor anhelo hacer respetar las propiedades dando yo primero el ejemplo; a tal punto que aun los
efectos pertenecientes a los peninsulares los haga respetar y
conservar para ser puestos a disposición de esa Superioridad
a fin de que los utilice en beneficio de la causa general. Por
tanto la cautela que se me recomienda sobre medidas rentísticas, es para mí un enigma, y a no ser por mi ferviente
anhelo de concurrir al éxito de la revolución bastaríame esa
indicación para abandonarla. Yo creo que no es tiempo de
herir injustamente la ajena susceptibilidad sino antes bien de
fraternizar y atraer los esquivos.
La respuesta a mis «inoportunos» pedidos es también sensible, pues si bien es cierto que palpé la carencia de los almacenes de Santiago, creí que ya habían tenido ocasión de recibir
algunos elementos de guerra, provocando esa creencia mi
ansiedad de darle empuje a nuestra causa. Mi conducta es
visible por dondequiera que transito, y he tenido ocasión de
recoger los más leales testimonios de satisfacción y agradecimiento. La amenaza de confiscación tuvo por objeto hacer
que los dueños de mercancías no se negaran a venderla al soldado, produciendo así un grave malestar. La medida, pues,
ha dado sus resultados, porque ya nadie oculta sus efectos.
¡Vean Uds. qué siniestra interpretación le dieron! Efectos de
guerra solo he recibido seis carabinas y siete cajitas de municiones; y hombres, solo hay en los cantones los que yo mismo
he movilizado. ¿A quién pues debo dirigirme en solicitud de
estos auxilios? Para la ración de las fuerzas a mi mando, como
sé que no existe ningún metálico, he dictado algunos providencias sin por ello molestar la atención de Uds. Me es grato
saber las atenciones que Uds. dispensan a mi familia. No
282
César A. Herrera
echaré en olvido el recomendable sistema de guerrillas que
Uds. me encarecen, pues prefiero, los más ligeros triunfos a
la más honrosa derrota.
Con respecto a la presencia de nuestros compatriotas en las filas enemigas, mis órdenes han de antemano previsto ese caso.
Por lo que respecta a las medidas tomadas por Mejía, Uds.
mismos confiesan su ineptitud, en cuanto a Cartagena me pareció de buena política utilizarlo viéndolo en nuestras filas, y
en todo ello procedo de acuerdo con las facultades que Uds.
mismos me confirieron. No he querido posponer los méritos
de Mejía pero sí anteponerlos la salud de la Patria. Siento no
tener ya a mi lado la compañía de dajaboneros, pues habrían
acelerado mis planes. Les participo haberme comprometido
con un amigo francés desde La Vega, racionándole y pagándole para ocuparlo en la habilitación de mejor armamento. Dios
guarde a Uds. muchos años. G. Luperón.
Aquí se presentó Luperón sumiso y respetuoso acatando la
autoridad del Gobierno Provisorio tal como se lo demandaban la
gravedad del momento, la enorme responsabilidad que había contraído con la causa de la Revolución y la conciencia de lo que valía
su presencia al frente de las tropas que ya luchaban en el Sur y
en el Este y, sobre todo, al frente de los soldados ya apercibidos
para entrar en combate con el general Pedro Santana comandando
soldados disciplinados y provisto de todo el material de guerra que
era menester para su campaña en el Cibao.
Su inquebrantable fe en el triunfo de la causa de la Restauración lo mantenía incólume y sobrepuesto a la maledicencia y la
calumnia que, desacreditándolo y obstruyéndolo, desacreditaba y
obstruía la heroica empresa de liberarnos del coloniaje español que
la ambición de un hombre, de sus conmilitones y de sus áulicos
habían implantado en el país mediante la comedia de un amañado
plebiscito con que se traicionó la buena fe del pueblo y se vilipendió la doctrina republicana de los trinitarios.
CAPÍTULO XXII
GUERRA DE LA RESTAURACIÓN
SUMARIO
El Provisorio acepta los actos de Luperón como general en jefe.
Pleito de Arroyo Bermejo. El presidente Salcedo destituye a
Luperón y asume la jefatura del ejército. Profunda desavenencia
entre ellos. Peligro de Guanuma. Carta de Luperón a Benito
Monción. Luperón reasume el mando.
Aunque la serena y juiciosa nota de Luperón al Gobierno
Provisional mereció una respuesta que envuelve más que una satisfacción, un sentido rectificador y la ratificación de sus potestades,
no se podía ocultar a su perspicacia y a sus lúcidas intuiciones la
animadversión que contra él fermentaba en el seno mismo del Gobierno. El oficio en respuesta a los suyos fue remitido en la misma
fecha, 27 de septiembre, dice así:
Santiago, 27 de septiembre de 1863.
Dios, Patria y Libertad. República Dominicana. Señor general en jefe Gregorio Luperón. General: El Gobierno ha
recibido sus oficios fecha de hoy y enterado de ellos y de las
instrucciones dadas al general Mejía, los aprueba en todas
sus partes. El Gobierno espera siga Ud. con el mismo acierto
y actividad en la misión de que está encargado. Hoy se han
integrado en arresto el teniente coronel Velazco y teniente
283
284
César A. Herrera
Musa quienes están detenidos en el Fuerte de San Luis, por
convenir así más bien que dejarlos en el campo donde podrían perjudicar. Dios guarde a Ud. muchos años. El vicepresidente: Benigno F. de Rojas.
El efecto reconfortante de ese oficio del vicepresidente Benigno
F. Rojas perdió toda su generosa virtud por un acto contradictorio
del ciudadano presidente del Gobierno Provisional general José A.
Salcedo al ordenar el retiro de la vanguardia de Luperón los soldados dajaboneros, aguerridos, heroicos, disciplinados y adiestrados
en el ejercicio de las armas en quienes cifraba Luperón toda su confianza, y segundo la recepción de una carta recriminatoria a la cual
dio Luperón respuesta en momentos en que se disponía marchar
con 3,000 de tropa para oponerse al avance de Santana anunciado
de toda inminencia por los generales Trinidad y Manzueta.
El presidente Salcedo le requirió una entrevista y en el oficio
del general Castillo remitido desde Cotuí el 27 de septiembre de
1863 al general Gregorio Luperón se le dijo, entre otros pormenores, que Los dajaboneros se despachan hoy para Santiago según orden
del general en jefe de operaciones don José Antonio Salcedo en manifiesta
interferencia con las providencias estratégicas de Luperón; la cartarespuesta fue la siguiente:
Dios, Patria y Libertad. República Dominicana. Señor general Pdte. don José A. Salcedo. General: Acabo de recibir
su oficio No. 7 y quedo impuesto de su contenido; en consecuencia diré a Ud. que en el puesto de Bermejo me encontrará mañana en la tarde. En cuanto a la manifestación que Ud.
me hace de no haber recibido oficio mío, no es extraño, pues
yo no he recibido ninguno de Ud. a que poder contestar. En
cumplimiento de mi deber no puedo prescindir de ponerme
en marcha sin tener el gusto de esperarlo, y aunque he recibido el oficio del Gobierno en que se me anuncia que trae Ud.
una misiva verbal cerca de mí: Dios guarde a Ud. muchos
años. G. Luperón. Cevicos 28 de septiembre de 1863, a las
ocho de la noche.
Anexión-Restauración
285
Al romper el alba los clarines de guerra resonaban en la sierra
en tanto que la caballería se abría camino por las estrechas veredas
que conducen al desfiladero conocido como Sillón de la Viuda;
atestiguan las crónicas que a las siete de la mañana su vanguardia
dominaba ya el desfiladero y tenían a vista de pájaro el campo en
que debía combatirse a los soldados personalmente dirigidos por
Santana quien viene a la carga sobre el Sillón donde, jadeantes y
desmoralizados, han llegado algunos soldados huyendo de la batalla
que ya se había trabado en Bermejo cuyo arroyo había transpuesto
vencedor al general Santana. Pero Luperón no se inmutó, no recriminó a los soldados en fuga, antes los alertó, les infundió coraje,
los emuló con su denuedo y su pasión de libertad y los arrastró
impetuosos al combate al son de los clarines y a paso de vencedor descendio al valle, desplegó sus tropas en tres frentes y atacó
a Santana cuyas tropas se vieron forzadas a retrovadear el Arroyo
Bermejo y en retirada replegarse en la Sabana de San Pedro siempre hostigado implacablemente por los soldados de Luperón que
prosiguieron combatiendo en tenaz persecución con las milicias de
Santiago hasta la Sabana de La Luisa.
Es en este momento glorioso, saludado con las dianas de la
victoria y dueño del campo de batalla, cuando daba disposiciones y
se aprestaba a cortar la retirada de Santana, tuvo lugar uno de esos
acontecimientos que han merecido la reprobación de la historia,
con tanta mayor razón que no se podía preveer cuál hubiera sido
la suerte de Santana de haberlo batido en su contramarcha en las
inmediaciones de Santo Domingo, ya que el plan de Luperón era
atacarlo por el camino de Monte Plata.
Cuando se libraba la batalla campal ya estaba despojado de su
investidura de general en jefe de las operaciones del Sur y del Este,
el general Gregorio Luperón.
La destitución no solo fue transmitida a las autoridades y subalternas de Luperón sino que la trajo en persona el mismo presidente
Salcedo quien llegó al campo de batalla todavía sacudido por la
estridencia de los clarines victoriosos.
La circular de Salcedo no podía ser más inconsiderada, ni más
terminante, ni más desposeída de reverencia al paladín que se había
César A. Herrera
286
cubierto de gloria, que era, por decirlo así, arquetipo de restauradores de las libertades en América. He aquí transcrita la despiadada
comunicación:
Dios, Patria y Libertad. República Dominicana. don José
Antonio Salcedo, general en jefe en misión sobre las fronteras del Sur y del Este. A los comandantes de armas. Señor
comandante de armas: A las doce de este día he llegado a
esta población para tomar el mando del Ejército Libertador
en las líneas del Este y del Sur; en esta virtud espero que
en lo sucesivo mantenga Ud. correspondencia conmigo, sin
perjuicio de la que debía tener con la Gobernación Militar
de esta ciudad. Dios guarde a Ud. El general en misión. José
A. Salcedo.1
El general Gregorio Luperón, victorioso en el combate de Río
Bermejo que acababa de librar contra Pedro Santana, delirantemente aclamado por sus soldados y aún resonando el tableteo de
la fusilería y rodando aún por la sierra lejana el eco retumbante
de la artillería, tiene conocimiento por vías diversas de la referida
circular.
Se entrevista en el mismo campo de batalla con el presidente
Salcedo quien le hizo reparos a sus providencias estratégicas para
cortar la retirada de Santana y le transmitió verbalmente la orden
de su disposición como general en jefe de operaciones de la Línea del
Sur y del Este, que ahora ostenta con todas las potestades pertinentes a ese cargo. El presidente general Salcedo era opuesto a que
prosiguiese la persecución de Santana y dispuso, prevalido de su
autoridad, que se suspendiera la ofensiva y le comunicó sin rodeos
al general Luperón que por disposición del Superior Gobierno
quedaba destituido del cargo de general en jefe.
Las tropas, cuya formación había ordenado para rendir honores al señor presidente de la República, escucharon el redoblar de
los tambores y el toque largo del clarín, se ordenaba atención; se
1
M. Rodríguez Objío, Gregorio Luperón, p. 99.
Anexión-Restauración
287
hizo un silencio solemne en el campo de batalla que acababa de
ser estremecido por el estruendo del combate; la expectación es
general, más de 3,700 combatientes a sus órdenes, todavía enardecidos por el aura de la victoria se empinaron ganosos de escuchar
al jefe que va a hablarles erguido en su corcel de guerra junto al
general Salcedo, caballero en su montura flamante de presidente
de la República.
¡Soldados!, les dijo: «El benemérito general José Antonio Salcedo, presidente Provisorio y uno de los valientes héroes de la Restauración, viene a ocupar mi puesto; yo espero que lo acompañaréis
y le acataréis como a mí mismo. Viva el presidente Salcedo».
La estupefacción fue la respuesta, un ostensible rumor de indignación más que de protesta cundió en el ejército, los ánimos se
inflaron para conservar el orden, la disciplina y la sumisión; este
que no pudo contener su enojo, se encaró a Luperón increpándolo
y diciéndole que «aquel era un escándalo preparado de antemano».
El exabrupto de Salcedo y la forma como lastimó el pundonor
de Luperón si no es por la intervención de algunos oficiales, hubiera culminado en un duelo a muerte ante estos egregios conmilitones de la cruzada Restauradora.
Tres días después de este desagradable incidente escribió Luperón una carta a su compadre Benito Monción según el tenor
siguiente:
Puesto de San Pedro y octubre 1 de 1863. Mi querido compadre Benito: No he recibido carta suya y eso me es sensible.
Ud. sabe que cuando dimos a luz esta revolución nuestro fin
fue más grande y patriótico: salvar nuestra Patria de la tiranía.
Hemos sacrificado nuestros míseros intereses; hemos jugado
nuestras vidas y parece ser que el beneficio será para aquellos
que nada han hecho y que nosotros verdaderamente hemos
salvado. Los hombres que están a la cabeza del Gobierno
por nuestra voluntad y acuerdo tratan ya de perdernos; he
recibido la orden de abandonar este punto, confiriéndose a
Pepillo Salcedo todas las facultades de que se me había investido; descubro en este acto desconfianza o envidia y a no ser
288
César A. Herrera
porque la salud de nuestra Patria peligra, habríame alejado
de aquí y producido de este modo una gran deserción. Vele
pues por mí, que si bien no tengo ninguna ambición tampoco
soy insensible al ultraje inmerecido ni a la ingratitud villana.
Haga Ud. sentir lo que merece más no sea que, como en la
primera época de la República Dominicana, se hagan desaparecer a sus fundadores. No olvide que aquellos caudillos
fueron, unos proscritos, otros fusilados y otros pospuestos
por el tirano Santana y sus esbirros; quizás eso mismo se intente y espere para Ud. lo que en mí vea.
Nosotros nos hemos jurado y nos debemos una mutua
protección y Ud. sabe que yo moriría por Ud. Escríbame y
cuente con su amigo de corazón, Gregorio Luperón.
Pero un cambio inesperado tal vez para reparar la injuria, se
produce en la conducta de Salcedo, el día 2 de octubre revocó su
resolución anterior e invitó a Luperón a reasumir el mando de sus
soldados, a su orden respondió el insigne soldado con la honorable
altivez que lo caracterizaba.
Estímese en su verdadera significación el sentido moral de la
carta de Salcedo.
San Pedro, 2 de octubre de 1863.
República Dominicana. don José Antonio Salcedo, general
en Misión del Gobierno hacia las Líneas del Este y del Sur.
General: A pesar de que el Gobierno pasa a Ud. orden de ponerse a su disposición, pero considerando yo que él ordenó
la marcha de la tropa, como también, el particular gusto que
experimenta esta con marchar estando Ud. a la cabeza; he
creído conveniente disponer, en uso de mis facultades, que
permanezca Ud. a la cabeza de este ejército y continúe siempre de la misma manera, como es deber de un buen dominicano, por lo que tendré el honor de recomendarle al Gobierno para su recompensa. Se hace de necesidad que me dé Ud.
cuenta de sus operaciones para mi inteligencia y gobierno.
Anexión-Restauración
289
Acompaño a Ud. una proclama, para que se sirva publicarla
al ejército. Y finalmente sírvase acusarme recepción para los
fines convenientes. Dios guarde a Ud. muchos años.
A este oficio dio respuesta Gregorio Luperón del modo
siguiente:
San Pedro, 2 de octubre de 1863.
Señor general José A. Salcedo.
Presidente.
Señor general:
Tengo recibido su oficio de este día por el cual me encarga
nuevamente del mando de las fuerzas de esta Línea a pesar
de la anterior orden que me ha transmitido el Provisorio,
mandándome ponerlas a su disposición y pasar a Santiago
a recibir órdenes. Mis gracias, presidente, por la particular
distinción que Ud. hace de mí para tan importante cometido,
pero es de mi deber acatar antes que la suya la orden de la
superioridad. Yo permaneceré aquí, no obstante, hasta que
logre calmar la exaltación de la tropa provocada por dicha
orden, y hasta obtener someterla completamente a su mando, y en seguida pasaré a satisfacer la superior disposición.
Ud. me pide un estado de las fuerzas, helo aquí brevemente:
en este cantón hay tres mil setecientos noventa y cinco hombres con mil seiscientos treinta y dos fusiles, dos piezas de a
doce con doscientas nueve cargas completas y quince cajas
de municiones. En «Maluco» al mando de los comandantes
Olegario Tenares y E. Toribio, doscientos noventa y nueve hombres, los más armados, y cinco cajas de municiones,
cubriendo el puesto avanzado de Monte Plata, y listos para
operar a la primera indicación de esta jefatura. La avanzada
sobre Guanuma bajo las órdenes del general Trinidad, coronel es Manzueta, Troncoso, José Abreu, Adames y Gavilán
290
César A. Herrera
consta de mil hombres con setecientos nueve fusiles, una
pieza de a doce con sesenta y nueve cargas completas y suficientes cartuchos. Además, había transmitido ya mis órdenes
al coronel Pedro Antonio Casimiro para marchar sobre San
Cristóbal con las fuerzas de la Sierra de Jarabacoa y del Bonao, pues tenemos indicios seguros de ser secundados por un
pronunciamiento inmediato.
También expedí una comunicación bajo las órdenes del coronel Vito de los Reyes, provista de recursos para operar los
pronunciamientos de Hato Mayor y de las demás comunes
de la provincia de El Seibo. Despaché otra comisión desde
Macorís hacia la península de Samaná, dirigida por el coronel Eusebio Núñez; de La Vega expedí sobre San Juan al
general Durán, con tropas de Jarabacoa, provistas de todo
y ya se saben los resultados. He aquí, señor presidente, el
resumen de mis operaciones. Estará Ud. informado que después de un combate bastante largo mantenido casi dos días
en Bermejo contra el general Santana le he forzado a abandonar aquel punto y este, y si por las guerrillas destacadas en
su persecución que se halla acampado en «San Guino», en
el tránsito de Santiago a esta, Ud. se habrá penetrado de las
órdenes que he dictado a las autoridades de La Vega, Macorís
y Cotuí, para el abasto de esta Línea como para el mantenimiento y buen orden y respeto de nuestros principios en
esas localidades. Antes de concluir permítame darle una vez
más las gracias por las recomendaciones que promete hacer
de mí al Superior Gobierno. Yo, general, cuanto he hecho
ha sido en cumplimiento de mi deber, como uno de los más
interesados y comprometidos en la obra de Independencia y
Libertad de nuestra Patria; la satisfacción de mi conciencia
me basta, general. Deseándole completa felicidad en su cometido, quedo de Ud. como siempre compañero y amigo.
Gregorio Luperón.
El presidente Salcedo, que ha hecho presencia en algunos de
los puestos avanzados de la Revolución en Yamasá, comprobó el
Anexión-Restauración
291
peligro que representaba Santana, quien acampado en Guanuna
había podido rechazar las acometidas de nuestras vanguardias
mientras se preparaba a emprender la contraofensiva reforzado por
los contingentes de tropa y el abastecimiento de armas y víveres
que recibe de continuo de Santo Domingo. Ese ostensible peligro
de una parte, y de la otra la necesidad de llevar a las tropas dominicanas al entusiasmo perdido a causa de la destitución de su general
en jefe, determinaron a Salcedo a llamar al frente de sus soldados a
Luperón y con ese fin dictó el despacho siguiente:
Santa Cruz, 3 de octubre de 1863.
República Dominicana. Señor Gregorio Luperón, San Pedro. Señor general: Inmediatamente reciba Ud. se pondrá
en marcha con la pieza y las dos terceras partes de sus tropas,
dejando el resto a cargo de oficiales de confianza al cuidado
de ese punto. Esto que sea el momento, y viniendo por el
camino de la Jagua; también traerá Ud. toda la caballería.
No olvide de hacer expiar incesantemente sobre Monte Plata. Dios guarde a Ud. muchos años. José A. Salcedo, D.
Troncoso.
El general Luperón, ante el peligro que representaban para
la causa de la redención nacional las formidables fuerzas acampadas en Guanuma al mando del general Santana, y no obstante su
propósito de acatar la resolución del Superior Gobierno, contra
el querer del señor presidente se apresuró a cumplir sus órdenes
y emprendió la marcha hacia el teatro de los acontecimientos y
a operar contra los designios de Santana. Del cantón general de
Santa Cruz de Yamasá hubo de retornar profundamente abatido,
descorazonado, vencido por los celos que despertaron en el señor
Pimentel, testimonios de cariño, la idolatría fanática, los hurras
y aplausos con que lo vitorean sus soldados que lo creían alejado
de su mando. Los pronunciamientos del enojado general Salcedo
dieron a comprender al insigne paladín de la Restauración que él
estaba de más allí, que su presencia era perjudicial a la santa causa
292
César A. Herrera
en que estaba comprometida su juventud y entonces se determinó a
retirarse y lo hizo acompañado solo del general de brigada Miguel
Abreu, quien compartió con él el placer de las demostraciones de
admiración, gratitud y simpatía que le prodigaban los pueblos del
Cibao en casi todo el trayecto de su ruta, y de la bulliciosa muchedumbre que enarbolando la bandera de Febrero lo esperaba a la
entrada de pueblos y ciudades.
Se le había depuesto como jefe de operaciones de las Líneas del
Sur y del Este, se le privó del comando de sus tropas cuando era más
urgente su presencia al frente de sus soldados ya vencedores en muchas escaramuzas y combates. Pero el Superior Gobierno no quería
renunciar a su contribución moral y bélica en pro de la causa, por eso
no prescindió de todas las diligencias necesarias para atraerlo, reverenciarlo y conservarlo como campeón de las libertades dominicanas.
Aunque las intrigas y la maledicencia queriendo hacerle daño lo
realzaron y lo equipararon maliciosamente con la estatura heroica
del procer Matías Ramón Mella.
Véanse las cartas que el Superior Gobierno le escribió a raíz de
su resolución de retirarse de Santa Cruz de Yamasá donde recibió
la primera de las referidas cartas.
Santiago, 28 de septiembre de 1863.
Dios, Patria y Libertad. República Dominicana. Gobierno
Provisorio de la República. Sección de Guerra. Estimado
general: Reposa en poder del Gobierno su muy favorecida
fechada el 26 en el Cotuí de cuyo contenido se ha tomado la
debida nota. Habiendo comisionado este Gobierno a su presidente señor general José Antonio Salcedo, Ud. se servirá
al recibo de la presente trasladarse a La Vega, en donde un
hombre de su actividad es por ahora sumamente necesario
en razón que habiendo empezado a pronunciarse los pueblos
del Sur y el Gobierno desea tenerlo a la mano para cualquier
contingencia. Ya Ud. conoce a Mejía y las razones que expusimos a Ud. y otras que no se pueden conferir a la pluma,
han obligado al Gobierno a volverlo a nombrar comandante
Anexión-Restauración
293
de armas. Queda vacante la autoridad superior y en estos
momentos, es más necesaria su presencia allí que en el Cotuí.
De aquí se remiten todos los días pertrechos a La Vega, y no
sabemos qué se hacen, porque son continuas las quejas de los
puntos que debe abastecer aquel lugar. Nuestro ejército estrecha cada día a Puerto Plata; nuestras avanzadas están ya en
Sabana Grande y San Marcos, de un momento a otro puede
esperarse un combate y tal vez, estando ausentes Monción
y Salcedo, puede ser la presencia de Ud. allí necesaria. En
cuanto a las demás particulares de su correspondencia quedan anotadas. Dios guarde a Ud. muchos años. El vicepresidente Encargado del Poder Ejecutivo, Benigno F. de Rojas.
Refrendado: La comisión de Guerra J. B. Curiel.
Tan pronto como recibió esa carta resolvió salir para Santiago
acompañado, como ya es dicho, por el general de brigada Miguel
Abreu, y fue después de entrevistarse con funcionarios del Gobierno cuando recibió la segunda carta cuyo texto dice:
Santiago de los Caballeros, 8 de octubre de 1863.
Dios, Patria y Libertad. República Dominicana. Gobierno
Provisorio. En atención a lo expuesto por el general Gregorio Luperón, el Gobierno ha resuelto concederle licencia por
ocho días para que pase a Jamao en diligencias particulares.
Las autoridades del tránsito le guardarán las consideraciones
debidas y le prestarán auxilio en caso necesario. El vicepresidente, Benigno F. de Rojas.
Refrendado: La Comisión de Guerra, P. Francisco Bonó.
Aquí entran en juego ahora la maniobra de Benigno F. de Rojas en que aparece conjugado Luperón con el patricio febrerista
Matías Ramón Mella residente en Jamao desde donde se le hace
concurrir al seno del Gobierno para anteponerlo tal vez con qué
designio al héroe de Sabaneta y Santa Cruz, y obligarlo a suspender
viaje de retorno a su predio de Jamao.
CAPÍTULO XXIII
GUERRA DE LA RESTAURACIÓN
SUMARIO
Episodios y reveses del Sur. Marcha de Luperón a San José de Ocoa.
Insurrección de Perico Salcedo. El general Florentino, instrumento
de intrigas. Dos documentos interesantes acerca de este asunto.
Otros incidentes interesantes.
Desde que el presidente Salcedo asumió la jerarquía de general
en jefe de la compaña de las Líneas del Sur y del Este y desde el día
mismo en que hizo acto de presencia en el teatro de las operaciones para despojar a Luperón de los poderes que le había otorgado
el Gobierno Provisorio, los más importantes acontecimientos que
confronta el relato histórico de esa campaña aparecen afectados
por cierto espíritu de indisciplina, de censurables antagonismos y
escandalosas rebeldías que aunque no quebrantaron mucho la esforzada decisión de llevar hacia delante las luchas por la redención
nacional, fueron partes de las causas de los reveses que sufrieron
nuestras milicias y de la defección de militares distinguidos y experimentados en el arte de la guerra.
Veremos en el curso del relato cómo se hacen manifiestas las
pasiones, las rivalidades y las intrigas que tejieron la trama de cuanto alcanzó infausto relieve en la empresa libertadora en esta zona
de la República.
295
296
César A. Herrera
Conocemos ya las razones que determinaron a Gregorio Luperón a alejarse del frente de batalla que contenía el formidable
avance de Santana, y hemos visto, en fin, las maniobras que se hicieron en Santiago para conservarlo como combatiente si bien con
jerarquía de secundón.
Ponerlo bajo el servicio de algunos menos inspirados por el patriotismo y con menos brillo era deprimir a Luperón y tal vez si el
móvil de traer al palenque de la Restauración al insigne patricio del
27 de Febrero de 1844 obedeció, no a un acendrado sentimiento de
patriotismo sino al velado propósito de suplantarlo con la gloriosa
tradición de aquel soldado iluminado por la epopeya del Conde.
De todos modos, nuestro pensamiento no pasa de los términos
de la conjetura. Pero posiblemente el proceso y la significación de
los sucesos quizá hagan un poco de luz en el oscuro panorama, y las
crónicas, y determinados documentos concernientes a la campaña
del Sur, permitan juzgar con imparcialidad la conducta de aquellos
combatientes, que sus coetáneos de hace ahora cien años estimaron como impulsados por las rigurosas exigencias del patriotismo
o por la exaltación de las pasiones incontenibles de las desveladas y
enconadas rivalidades que tan perjudiciales fueron a la sacrosanta
causa de la libertad.
Sendas comisiones fueron encargadas la una, de poner en conocimiento del general Luperón que el Gobierno había cancelado su
licencia para visitar a Jamao, y la otra para que fuera a ese paraje a
invitar al general Ramón Mella a incorporarse a la causa restauradora. A continuación transcribimos el texto completo del oficio de
que fue portadora la comisión que entrevistó en Moca al general
Luperón y el destino de subalterno que fue obligado a aceptar en
circunstancias adversas a su condición de preclaro capitán de la
guerra de la Restauración.
Santiago, 8 de octubre de 1863.
Dios, Patria y Libertad. República Dominicana. Gobierno
Provisorio. Señor general don Gregorio Luperón. Señor
general: Necesitando este Gobierno apoyar inmediatamente
Anexión-Restauración
297
con la presencia de un jefe activo, enérgico e inteligente en
los asuntos de Piedra Blanca y San José de Ocoa, las operaciones militares de los generales en jefe José A. Salcedo y Pedro Florentino, como igualmente dar el apoyo más pronto y
posible al pronunciamiento de San Cristóbal, Ud. se pondrá
en camino para aquellos puntos, obrando en todo de acuerdo
con los generales José A. Salcedo y Pedro Florentino, con
quienes se pondrá Ud. en comunicación a la mayor brevedad.
Al mandarlo el Gobierno a esos puntos es por considerarlos
de la más grave importancia estratégica, y ser allí la presencia
de un jefe de las cualidades de Ud. de vital necesidad.
Por la posición geográfica y militar de ambos puntos necesita
Ud. saber con frecuencia de ambas líneas. Ud. se trasladará sin pérdida de tiempo y con los recursos que ponga a su
disposición el gobernador civil y militar de La Vega, y los
que están ya aglomerados en Piedra Blanca, y de tránsito a
San José de Ocoa (Maniel) facilite Ud. las operaciones de
los generales indicados y el pronunciamiento de los pueblos
colindantes, como San Cristóbal, Baní, Azua, para lo cual es
indispensable ocupar con toda prontitud a San José de Ocoa
(punto céntrico e intermediario). Una vez puesto en comunicación con uno de aquellos dos generales se guiará Ud. en sus
operaciones por las instrucciones que ellos le den, o que Ud.
cambie con ellos. Dios guarde a Ud. muchos años. El vicepresidente: Benigno F. de Rojas. Refrendado: La Comisión
de Guerra; P. F. Bonó.
Se puso en marcha hacia San José de Ocoa donde llegó el día 16
de octubre, donde supo que el coronel José de las Mercedes había
sublevado a San Cristóbal, que iba sobre San José de Ocoa, con una
columna de cuatrocientos soldados de Moca, el coronel Norberto
Tiburcio; que el truculento general José Salcedo había depuesto
del mando al coronel Tiburcio y sublevado los soldados contra él.
En El Maniel mediante la persuasión, discretas reconvenciones y
la cooperación de algunos oficiales, entre ellos el general Modesto Díaz, pudo apaciguar y reducir a obediencia y disciplina al ya
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César A. Herrera
célebre por sus depredaciones general Perico Salcedo. Se enteró de
que los generales Puello y La Gándara al frente de poderosas fuerzas compuestas de milicianos españoles y dominicanos marchaban
hacia el Sur, que San Cristóbal había sido tomada, que el general
en jefe José A. Salcedo había sido derrotado, y quien le ordenó por
oficio del 18 de octubre que marchara hacia esa común conjuntamente con el general Florentino.
No era suficiente el contingente de tropas de que disponía
Luperón para su ruta hacia Baní y socorrer al jefe de operaciones
en derrota, y además sus diligencias fueron obstaculizadas en la
marcha por Máximo Gómez y el general Mota; y se le comunicó
que en Higuana y Pizarrete habían enarbolado la bandera de España, sublevado el comandante Santiago Rosario en Sabana Buey,
pero Luperón, con la presteza que le era característica, aplastó esas
reacciones y los promotores reducidos a prisión fueron perdonados
e incorporados a la causa de la Restauración que prosiguió no obstante situaciones adversas según veremos a continuación.
El general Pedro Florentino es el hilo de Ariadna en el dédalo
de tantas intrigas, de actos de indisciplina, de las defecciones que
entonces tantos daños causaron a la revolución de clásico combatiente contra las huestes haitianas, y prevalido de la jerarquía de
general en jefe que le había discernido el Gobierno Provisorio,
obstaculizó, contrarió y desmedró las fuerzas restauradoras con renuencia al envío de milicias sus evasivas a las llamadas de Luperón
y los resentimientos personales que contra él abrigaban, entre otros
combatientes, los coroneles Demetrio Álvarez y Vicente Valera y
Álvarez y el general Modesto Díaz, que con lealtad, entusiasmo
y ardor bélico había combatido por la causa al lado del general
Luperón.
Antes de copiar el texto de algunos documentos que atestiguan
cuanto ha señalado la historia acerca de la conducta, durante esa
campaña, del general Florentino, es oportuno recoger en este libro
las palabras del historiador don Manuel Rodríguez Objío respecto de las actuaciones de este general, de la estimación de su valor
como combatiente y de su persona como corresponsable de los
reveses que padeció la empresa redentora en la Línea del Sur.
Anexión-Restauración
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Dice el restaurador Objío:
El general Pedro Florentino no quería moverse de Azua. Este
hombre que mereció una reputación de militar experto y valiente en la primera época de la República Dominicana, por
lo que los pueblos del Sur le encomendaron su destino en la
Revolución Restauradora, se ostentó en esta jornada cobarde,
rapaz, sanguinario e inepto. No supo acometer ningún acto de
heroísmo. Adueñóse de la revolución del Sur cuando estaba hecha, dirigióla triunfante mientras no tuvo que vencer obstáculos
y, llegó, como veremos más tarde, al frente de más de tres mil
soldados hasta de las inmediaciones de la Capital. Su antiguo
renombre y su fortuna presente hicieron que el vicepresidente
Rojas le juzgase como el personaje más importante: dióle poderes ilimitados que autorizaban sus desafueros y comprometieron
la Revolución por largos días. Pues bien, ese hombre de nefasto
recuerdo, al primer revés huyó desde las orillas del Haina hasta
las márgenes del Artibonito. Ochenta leguas de espacio y allí
uno de sus súbditos lo asesinó cobardemente. Triste pero justo
término de una larga carrera sangrienta y oprobiosa.
En los oficios fechados 21, 26 y, otro sin fecha, firmados de
puño y letra del general Florentino se descubren a la luz de la historia sus amañadas excusas para rehuir el contacto con Luperón
en Baní, veamos a continuación los despachos que conciernen a
esa sospechosa renuencia a coordinar personalmente adversas que
contemplaba la Revolución:
Cuartel General de Azua, 21 de octubre de 1863.
Dios, Patria y Libertad. República Dominicana. Don Pedro
Florentino, general en jefe de la Línea del Sur. Señor general
Gregorio Luperón, Baní. General: En contestación a la comunicación de Ud. fechada a 20 por la cual me indica la necesidad
de mi presencia en esa, debo manifestarle que las circunstancias
no me permiten hacerlo por el momento. Ayer salió de esta el
César A. Herrera
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benemérito coronel don Epifanio Márquez, que lleva mis amplias instrucciones para obrar en todo aquello que reclame mi
presencia. A las 3 de la tarde fondeó un vapor español en Tortuguero e hizo cinco disparos de cañón; he tomado medidas para
defender ese punto en caso de tentativa por parte del enemigo.
Según se me ha informado ya tenemos al frente del enemigo un
número de mil trescientos hombres, con los cuales habiendo
valor y buena disposición con los jefes, se debe disputar el terreno hasta tanto llegue yo con mis fuerzas que estoy organizando.
Dios guarde a Ud. muchos años. Pedro Florentino.
De una serie de despachos del mismo tenor de este, es el siguiente cuyo texto copiado a letra dice:
Dios, Patria y Libertad. República Dominicana. Don Pedro Florentino, general en jefe al señor general Gregorio
Luperón, Baní. General: Mañana que contaremos a 20 del
actual sale mi vanguardia al mando del general Juan Rondón,
otra columna marchará detrás, y yo con las demás tropas el
miércoles, así evitaré la deserción; empéñese en mantener
dispuesto el espíritu público y mantener en jaque al enemigo,
pues para ello le mando suficientes municiones. Dios guarde
a Ud. muchos años. El general en jefe: Pedro Florentino.1
Y no menos elocuente que estos oficios lo es mucho más, en
cuanto a las desconcertantes interferencias de las órdenes de Florentino con las de Luperón, el despacho del día 28 de octubre de
1863, en que sin ambages se le dijo:
Azua, 28 de octubre de 1863.
Dios, Patria y Libertad. República Dominicana. Don Pedro
Florentino, general en jefe. Al señor general don Gregorio
Luperón, general en misión. Señor general: En contestación
1
Rodríguez Objío, Gregorio Luperón, pp. 114-115.
Anexión-Restauración
301
a la de Ud. fecha 27 del actual, le diré que en relación con el
señor coronel Casimiro y general Perico Salcedo, yo les he
pasado mis órdenes, y que esas son las que deben ser ejecutadas, pues así lo exige la salud de la causa; aunque mi marcha
se retarda no por eso dejaré de enviarle tropas todos los días.
Deseo etc. Dios guarde a Ud. muchos años. El general en
jefe, P. Florentino.
Las armas y los refuerzos le llegaron como agua por gotero, y
en relación con el despacho y curso de la correspondencia dictados
por imperio de la necesidad y apremio de las circunstancias, cuentan las crónicas, fueron interceptadas por el presidente Salcedo y
recibidas por Luperón en San Cristóbal al cabo de un mes.
No obstante las noticias del avance arrollador del enemigo,
de la falta de cooperación eficiente, de la carencia de pertrechos
necesarios y de la diferencia considerable que había entre su ejército y las tropas disciplinadas y bien equipadas, lo veremos en San
Cristóbal contrarrestando con su pujanza y su fe las maquinaciones
de la intriga, y presto siempre a sostener incólume en los campos
de batalla la bandera tricolor.
Las evasivas de Florentino no habían cesado; en el oficio fechado el 29 de octubre le dijo: «el domingo sin falta emprendo mi
salida de esta» (Azua); pero en el despacho que le sigue le declaró
que «a causa de haber estado hace días indispuesto al verificarse
mi viaje hacia esa común me vi en el duro caso de devolverme
del camino»; mientras airados contra él y alejados de Luperón
a quien acataban con devoción patriótica, Valera y Álvarez y
Modesto Díaz, se defendían de sus persecuciones y combatían la
Revolución. Luperón había ganado la voluntad y el sentimiento nacionalista de estos oficiales para la causa que con él habían
cooperado para resolver algunos incidentes y se habían acogido al
mando del insigne guerrero. Cuando Luperón se vio en el caso
indeclinable de apartarlos de sí por disposición y orden expresa
del Gobierno Provisorio deploró el error y presumió las fatales
consecuencias que sobrevendrían si caían en manos de Florentino, enemigo implacable de ellos.
302
César A. Herrera
Y ya están aquí los componentes que faltaban a los pérfidos designios de las intrigas: señalarlo como traidor a la patria, hundirlo
como españolizado y presentar como pruebas, cuanto hizo por esos
combatientes empujados a las filas contrarias por las incesantes pasiones de Pedro Florentino.
Pero como ya hemos dicho, Luperón, que marchó a recuperar a San Cristóbal a fuego y sangre, se detuvo en Yaguate donde
desplegó todos sus esfuerzos para reorganizar el Cantón General y
estrechar el asedio de aquel poblado cuya guarnición era ya castigada por el fuego de las guerrillas destacadas desde Haina, Pedregal, Hatillo, Pontón, Guayubal, Sabana Toro, Cruz de Santiago,
Samangola y Estancia Nueva capitaneados respectivamente por el
comandante Mena, coronel Rudescindo Suero, comandante Pedro
Morti, coronel Luis Francisco, teniente Francisco Guerra, comandante Alejo Campusano, capitán Facundo Mata, teniente Celestino
y comandante Lucas Gómez.
Gracias a esa táctica y con la cooperación y el apoyo moral de la
Junta Revolucionaria de Baní y de su comandante de armas coronel
Juan Bautista Tejera, Luperón entró victorioso en San Cristóbal el
día 7 de noviembre de 1863.
Luperón, el héroe máximo de la cruzada Restauradora del Sur,
arquetipo de guerrilleros, emulado más tarde por el Generalísimo
de la Independencia de Cuba Máximo Gómez, fue exaltado como
ídolo del fervor del patriotismo y gracias a su estatura moral y heroica, salvó su vida de la tremenda sentencia del Gobierno Provisorio de que era portador solícito el ahora general en jefe Pedro
Florentino de la causa Restauradora de la Línea del Sur, por disposición del Gobierno. Transcribimos a continuación los oficios
que anublaron la conciencia de aquellos soldados, sus conmilitones
en gestas victoriosas y la atónita protesta contra el instinto de la
tragedia que empujó a Pedro Florentino a volar a Baní con mayor
rapidez que le requirió tantas veces la causa de la Restauración en
peligro.
En uno de esos oficios comunícale a don Norberto Tiburcio
en Baní, «que el Gobierno Provisorio de la República ha deslindado los poderes de los funcionarios públicos para evitar las malas
Anexión-Restauración
303
consecuencias que su confusión pudiera atraer sobre las poblaciones; que el Gobierno confiere el mando superior de esta Línea exclusivamente al general Pedro Florentino; y que en esa virtud él le
ha ordenado no acatar ni recibir más órdenes que las que emanen
de su autoridad»; el otro redactado en estos términos:
Dios, Patria y Libertad. República Dominicana. Don Pedro
Florentino. Señor don Gregorio Luperón, general en misión, general: Al recibo de la presente se servirá Ud. arreglar
lo que tenga pendiente en esos lugares donde actualmente se
encuentra, y se pondrá en marcha para Baní, donde me hallará Ud. a su llegada y donde me orientará Ud. de todo lo que
desea, como también le comunicaré órdenes del Superior
Gobierno. Espero acate Ud. mi disposición. Dios guarde etc.
P. Florentino.
Las órdenes del Superior Gobierno que el ahora general en jefe
don Pedro Florentino tenía que comunicarle al general Luperón
era la de «sumariarlo y ejecutarlo», según despacho firmado por el
presidente general José Antonio Salcedo y por el encargado de la
Comisión de Guerra P. Fco. Bonó.
Por lo que vale este episodio para aquilatar otro aspecto de la
contextura moral de Luperón, debemos recoger en estas páginas
algunos párrafos del relato que ha legado a la posteridad Manuel
Rodríguez Objío, quien textualmente escribe:
¿Qué motiva tan violenta y arbitraria medida?, sin duda la
protección acordada por Luperón a Díaz y a Valera, que actualmente se hallaban en las filas españolas, pero ya se ha
visto por qué y cómo esos dominicanos habían desertado su
bandera. «¿Qué haría Ud. en mi lugar?» Preguntóle Florentino a Luperón. «Señor, ejecutaría la orden sin vacilar y si
nuestra situación fuera a la inversa ya Ud. sería cadáver».
Florentino, preciso es confesarlo, a pesar de sus instintos
repugnó echar sobre sí la responsabilidad de tan injusto sacrificio; aquel hombre que no se ablandó ante los alaridos de
304
César A. Herrera
las ciento ochenta víctimas que inmoló más tarde sin piedad
comprendió la gravedad de la injusticia que se le exigía…
Florentino determinó dar libertad a su prisionero el día 3 y
le dijo: «Vaya Ud. al Cibao para que el Gobierno ejecute por
sí mismo lo que me ha encomendado», fuele con todo prohibido pasar por San Cristóbal temiéndose una sublevación.
Algunas horas después, Luperón galopaba hacia el Cibao por
el camino de San José de Ocoa.
CAPÍTULO XXIV
GUERRA DE LA RESTAURACIÓN
SUMARIO
Efecto moral producido en el ejército por la destitución de Luperón.
El general Matías Ramón Mella en el escenario de la guerra.
Preeminencia de Florentino en el Sur. Luminoso documento de
Luperón acerca de sus actividades guerreras. Otros episodios.
La indignación popular fue unánime, las protestas tuvieron
visos de insurrección, singularmente en San Cristóbal que tronó
contra la injuria hecha al héroe cuya apoteosis acaba de celebrar.
El clima psicológico cargado de justo resentimiento era ostensiblemente hostil a la engreída personería del general Florentino, y
así, no obstante su jactanciosa condición de general en jefe, recibió
Luperón manifestaciones documentales acerca de su intachable
conducta durante sus operaciones en el Sur y con la honorable y
responsable testificación de la Junta de Gobierno de Baní, respaldada por notables representativos de la sociedad de aquella común;
pronunciamiento de lealtad al bien y a la justicia robustecida por la
primera autoridad de San José de Ocoa.
Fuese a Santiago y seguido por un séquito de admiradores se
presentó ante el Gobierno Provisorio y dijo en relación con la
sentencia que pesaba sobre él, que iba «a que ellos lo ejecutaran ya
que Florentino no tuvo valor para ello». Agrega Manuel Rodríguez
Objío:
305
306
César A. Herrera
Mella, que figuraba en la Sección de Guerra, se pasmó de
su relato, lo mismo Espaillat y otros, pero considerando que
algún gran motivo había movido al presidente Salcedo para
obrar tan violentamente mandando retirar a Luperón, y, después de una larga consulta le remitieron la siguiente orden:
Dios, Patria y Libertad. República Dominicana. Gobierno
Provisorio. Sección de Guerra. Señor general Gregorio
Luperón. Señor: Este Gobierno ha dispuesto que pase Ud.
a Sabaneta y se presente al comandante de armas de aquel
lugar, el señor Santiago Rodríguez, el cual recibirá a Ud. de
cuartel hasta segunda disposición. Dios guarde a Ud. muchos
años. El vicepresidente del Gobierno, Benigno F. de Rojas.
Refrendado La Comisión de Guerra. Ramón Mella.
Allí en su confinamiento en la Comandancia de Armas de Sabaneta, escenario de sus primeras proezas memorables, le llegaron
los rumores de los desgraciados sucesos de la campaña del Sur que
siguieron casi de inmediato a su destitución.
El envalentonado generalísimo don Pedro Florentino, antes
renuente a los perentorios reclamos de Luperón, mezquino y tardío
en la remisión de soldados y municiones, ahora al frente de tropas
considerables, marcha sobre San Cristóbal, pero las fuerzas inferiores de Puello y Gándara, en precipitada retirada lo arrollaron
hasta la línea fronteriza e inútil fue la acción memorable del coronel
Francisco Moreno en « El Salado», en Azua, para resistir el avance
de las tropa de Gándara. Se supo en el Cibao que el revés había sido
catastrófico; que en la lucha, Díaz y Valera movidos por el odio a
Florentino luchando como milicianos españoles hostigaron fieramente a los soldados de la Revolución y el eco de las dianas había
saludado a la bandera de España en las astas en las comandancias
de Armas de Baní, Azua, San Juan que aunque fueron recuperadas
gracias a la pericia y denuedo de los revolucionarios, quedaron al
fin en poder de las fuerzas españolas hasta el día mismo de la desocupación, Azua, Baní, San José de Ocoa y Yaguate no obstante la
presencia casi inútil del sustituto de Florentino el general Juan de
Jesús Salcedo.
Anexión-Restauración
307
La reconquista de las posesiones de allende el río Yaque no
se debió en manera alguna al generalísimo Pedro Florentino sino
solo al patriotismo de los denodados combatientes Francisco Moreno, Timoteo Ogando, Ángel Félix y Antonio Blas Cuello, cuyos
nombres aparecen en la historia salvando el concepto de nuestro
maltrecho patriotismo en aquella hora luctuosa en que estaban desmembradas por los embates de una sola jornada bélica, las tropas
que se habían cubierto de laureles en los campos de batalla del Sur
al mando del Gran Capitán de la Restauración general Gregorio
Luperón, el confinado de Sabaneta.
El balance de las posiciones conquistadas por Luperón, ahora
perdidas, no podía ser más elocuente de la pericia, visión de estrategia y del celo patriótico con que él había mantenido a raya al
enemigo, sobre todo, al general Santana, contra quien no pudieron
las armas de Salcedo y de Pimentel evitar que desde su cantón de
Guanuma los hostigara hasta términos de la misma cordillera Central amenazando el corazón del Cibao, como Puello acantonado en
Azua amenazaba todos los puntos vitales de la Línea del Sur.
Podría decirse que en ausencia de Luperón, el Ejército Restaurador en el Sur y en el Este había perdido su acometibilidad y su
ardor en los combates, y que hasta comenzaba a perder la fe que
le había infundido el primordial legislador castrense de la causa libertadora Gregorio Luperón mientras estuvo comandándolo contra las
tropas de España.
La estimación del balance a que nos hemos referido requiere
el traslado a estas páginas del luminoso documento que a instancias del general Ramón Mella dejó como patrimonio de su haber
heroico el insigne soldado de la Restauración, sin duda el mejor
instrumento utilizado por sus defensores para levantar su injusto
confinamiento de Sabaneta.
Antes de conocer los resultados de ese documento el 17 de diciembre de 1863 se dirigió al Gobierno en términos respetuosos
pero enérgicos:
Dios, Patria y Libertad. República Dominicana. Señor don F.
de Rojas, vicepresidente del Gobierno Provisorio. Santiago.
César A. Herrera
308
Muy señor mío: Tengo que hacerle saber a Ud. como a sus
demás colegas, que no estoy en manera alguna decidido a
soportar más un acuartelamiento o arresto, sin causa legítima
ni sentencia pública. Mi bondad, mi respeto y mi consideración hacia ese gobierno, y el amor a la Independencia y
Libertad de la República, me han hecho hasta hoy ser sumiso
y paciente bajo el peso de las injusticias que se me vienen haciendo desde la instalación de ese Gobierno. Yo exijo, pues,
un juicio solemne en nombre de la República, en nombre de
la Restauración y de sus leyes. Pido pronta justicia y libertad,
bien entendido que no me moveré de esta antes de ser sometido a un consejo competente. Sin otro particular quedo de
Ud. como siempre atento servidor, G. Luperón. Sabaneta,
17 de diciembre de 1863.1
A continuación, el relato de su campaña en las líneas del Sur
y del Este, que en bien de su causa y de su justa reivindicación le
solicitó la Comisión de Guerra y de lo Interior.
Sabaneta, 15 de diciembre de 1863.
Señor general don Ramón Mella, miembro de la Comisión
de Guerra. Santiago. Señor general: Acogiendo la indicación
que Ud. ha tenido la bondad de hacerme en su oficio de fecha
24 del mes pasado, y contando con su amistad e influencia
cuya intervención Ud. me ofrece, empezaré por aceptar de
lleno esa honra dándole mil y mil gracias por tan caballeroso
procedimiento. Mis desgracias me afligen en verdad poco,
porque ellas emanan de mis sacrificios como patriota, y la
conciencia, que como se dice es en el hombre testigo, fiscal y
juez, no me reprocha ningún acto; así, pues, no me inquieto
nada de los tiros que me dirijan las malas pasiones o el genio
fatal de las rivalidades políticas, de las precipitadas y extemporáneas ambiciones. Ud. quiere un relato de mis operaciones
1
Rodríguez Objío, Gregorio Luperón, p. 132.
Anexión-Restauración
309
durante la última campaña y voy a hacerlo, aunque privado
de mis más importantes documentos, como también de un
secretario apto para la redacción. Sin embargo, ensayaré por
mí mismo, suplicándole de antemano excuse las miles faltas
que deben ser consiguientes a una relación de hechos embrollados de por sí.
El día 8 de octubre me hallaba en Santiago de regreso de
San Pedro, acatando unas órdenes superiores. Comprendiendo las prevenciones que contra mí existían, solicité una
licencia para retirarme a Jamao, con el propósito firme de
oscurecerme totalmente. Mi patriotismo se resentía, a la
verdad, de tal resolución, pero mi voluntad lo dominaba. La
licencia fue acordada y partí para Moca donde debí tomar el
camino de la costa, aquí me alcanzó un oficio del Gobierno,
en que se me ordenaba terminantemente pasar a La Vega,
organizar una pequeña fuerza, tomar el mando de la avanzada de Piedra Blanca destacada por mí y operar con toda
brevedad sobre El Maniel (San José de Ocoa) y Baní a fin de
secundar por la izquierda al general Florentino, que avanzaba hacia Azua, y por la derecha al general Salcedo, que prometía ocupar a San Cristóbal. Se me ordenaba que una vez
en Baní me pusiese en comunicación con ambos jefes para
asegurar el pronto y seguro triunfo de nuestra revolución,
dejando a mi cargo las providencias que debiesen tomarse
para el mejor resultado de la operación. Sin más recursos
que mi patriotismo y buen deseo, después de dos horas de
reposo me puse en camino y llegué a La Vega de noche; al
siguiente día después de conferenciar con el general Mejía,
oficié al comandante de armas del Bonao, coronel Paredes, y
al coronel Norberto Tiburcio, jefe del puesto avanzado, para
que emprendiese marcha con todas sus fuerzas por el camino del Maniel, acompañándolo las necesarias instrucciones.
Ordenábales que una vez en Rancho Arriba, si yo no me
les hubiese incorporado, hiciesen alto hasta mi llegada. No
me fue posible durante dos días que me detuve en La Vega
obtener más auxilios que cuarenta jinetes de Macorís, Moca
310
César A. Herrera
y Santiago, con los que formé mi Estado Mayor, poniéndome en marcha para Bonao donde llegué el día 12. Aquí fui
informado de que el benemérito coronel P. A. Casimiro, con
el mayor número de hombres, por orden del general Salcedo, había marchado sobre San Cristóbal, que el coronel Tiburcio, acatando mis órdenes, marchaba por el camino del
Maniel, con trescientos noventa y cinco hombres, mocanos
en su mayor número, y que el general Pedro Pablo Salcedo (Perico) que se hallaba allí detenido de orden superior a
consecuencia de la fuga que efectuó en Cotuí, marchase en
compañía de Tiburcio, a despecho de las amonestaciones del
comandante de armas. Esa misma tarde llegó el general Modesto Díaz acompañado de otro oficial que lo custodiaba;
dicho general había sido arrestado en San Cristóbal, Común
de su mando bajo el Gobierno español; pero habiéndose
informado que no pesaba cargo sobre aquel oficial superior,
sino de su excesiva influencia en aquella común, le hice venir
a mi presencia y juzgándole como hombre de orden y útil a
nuestra causa, le permití acompañarme al Maniel y a Baní
para poner en prueba su ascendiente, siempre a reserva de
acatar lo que el Gobierno en último resorte acordase sobre
el particular. Mi salida del Bonao tuvo lugar el día siguiente
13, a las seis de la mañana; llegué a Piedra Blanca donde hallé 160 hombres al mando del coronel Monegro, dispuse que
60 quedasen fijos en aquel punto, bajo las órdenes del dicho
coronel, y despaché los 100 restantes a incorporarse en las
filas del coronel Casimiro. A los dos días, después de vencer
las mil dificultades que ofrece aquel camino y contrariado
por las lluvias, llegué a Rancho Arriba, donde supe que el día
anterior, noticioso el heroico coronel Tiburcio de la adhesión del Maniel, a las intimaciones del coronel Casimiro, y
que Florentino ocupaba a Azua, precipitó su marcha. Llegué
al Maniel el 16, a las tres del día; el coronel Tiburcio lo había
efectuado a las ocho de la mañana. La tropa presentaba el
aspecto de la mayor desorganización y descubría tendencias
perniciosas. Resultaba ello de que el general Perico desde la
Anexión-Restauración
311
salida de Piedra Blanca les había arengado en estos términos: Muchachos, después de Dios yo, que soy el jefe de la
Revolución. Desde este punto todos son españoles, si ellos
se han de llevar lo que encontremos mejor es que lo utilicemos nosotros. La mitad me corresponde a mí. El coronel
Tiburcio, a pesar de su honradez y rectitud, no tuvo fuerzas
para contrarrestar aquel desbordamiento, y no teniendo la
conciencia de su deber como soldado, hubo de abdicar en el
derecho de autoridad.
A mi aparición en El Maniel, mandó batir llamada a sus foragidos y pretendió fusilarme el citado Perico; aquello fue
una verdadera rebelión. A fuerza de energía y afrontando la
muerte a cada paso, logré aplacar el motín a las dos de la
mañana, había sostenido una lucha de nueve horas. El Gral.
Díaz, el coronel Norberto Tiburcio y el comandante Tiburcio Abad me secundaron poderosamente en este grave embarazo. Manifesté mis poderes a los habitantes y autoridades
locales y por fin se restableció la confianza. Ese mismo día
llegó un parte de Baní anunciando que Puello y La Gándara
al frente de fuertes columnas españolas amenazaban a San
Cristóbal, y exigiendo el envío de los refuerzos cibaeños que
hubiese en El Maniel. Con tal motivo levanté la marcha a
paso de carga.
Debo decir a Ud. que las circunstancias me obligaron a reconocer a Perico jefe de aquella turba insurrecta, para lograr
subordinarla. Llegado a Baní el día siguiente, hallé la población casi desierta y percibí una inquietud de mal agüero.
Informéme acto continuo del estado de las fuerzas y de los
espíritus, acuartelé mis gentes en la comandancia, mostré mis
instrucciones a la Junta Auxiliar de la Comandancia creada
por el coronel Casimiro; noticieme de la topografía de San
Cristóbal, prometiéndole auxilio y ordenándole defender su
posición. Durante mi permanencia en Baní, he aquí lo que
acontecía: la Comandancia solo contaba con una guardia de
veinte hombres, algunos vecinos patrullaban de noche; como
cien militares del lugar cubrían el litoral, en este estado y al
312
César A. Herrera
día siguiente de mi llegada se recibió el parte de la ocupación
de San Cristóbal por cinco mil hombres al mando de Puello
y la derrota total de nuestras tropas. Inmediatamente pasé
orden al general Perico para movilizar su gente, racionarla
de comida y municiones y marchar sobre el punto invadido.
Dicho general estaba muy preocupado aumentándose su
turbación con la presencia de dos vapores españoles en el
puerto de Baní Agua de la Estancia, y el poco conocimiento
que tenía de los lugares, así fue que, en vez de acatar mi
orden formó su tropa en batalla y la arengó de este modo:
«Muchachos, aquí todos somos españoles; si Luperón no
nos da el pillaje libre nos volveremos a Moca, en donde no
haya españoles». La tropa aplaudió esta arenga y el audaz
general me hizo formalmente la propuesta de acceder a sus
ideas. Díjele que mi misión era de combatir al enemigo y
expulsarle del territorio dominicano pero en ningún modo
las propiedades y las familias, que antes bien mi objeto era
conquistar las voluntades de todos nuestros patriotas a la
causa de la Independencia. Oyendo esta respuesta ordenó
el desfile y desertó del campamento con su columna. Desde
aquel instante solo sesenta infantes me quedaron, con los
cuales hice frente a numerosas eventualidades. La situación
se agravó mucho más; el enemigo avanzó hasta Nizao, 12
millas de Baní, los vapores amenazaban el litoral en Pizarrete, el general Regla Mota alzó la bandera de la reacción; a
inmediaciones del Maniel el comandante Máximo Gómez y
el capitán Santiago Pérez formaron un cantón reaccionario
que interceptaba todas mis comunicaciones. Sabana Buey,
camino de Azua, reaccionó también, y El Aguacate fue el
Cuartel General de Puello y La Gándara.
El general Florentino, que había aglomerado en su cuartel
general de Azua todas las fuerzas de la Provincia en número
de cuatro mil hombres, no quiso mandarme auxilios, pretextando que Azua era un punto muy importante y muy amenazado por mar. Al cabo envióme un batallón al mando del
coronel Marcelo, otro al mando de Rondón, y otro al mando
Anexión-Restauración
313
de Antonio Blas, pero con todo, estos cuerpos no excedían de
trescientos hombres y sin duda había recogido Florentino las
gentes más inútiles y rapaces. No fueron pocas las dificultades que hube de vencer para darles una ligera organización
y encarrilarlas por el sendero del orden y obediencia militar.
Con ellas comencé a desalojar a los enemigos de la Común
que estaba literalmente circunvalada. Carecía de municiones
pues Florentino no me enviaba; destapé una pieza vieja que
hallé abandonada en el monte e hice de este mueble el espantajo de la playa, impidiendo con aquel cañón, apoyado
de algunas guerrillas, que tuviese lugar un desembarque,
varias veces intentado. Las gentes de San Cristóbal siempre
patriotas, a medida que se les presentaba la ocasión, corrían
a engrosar mis filas.
Desde entonces el enemigo era batido en donde quiera que
asomaba. En tanto el general Perico se entregaba en El Maniel a toda la brutalidad de sus instintos, y me vi precisado a
comisionar cerca de dicha común al coronel Pedro A. Casimiro, que logró hacer respetar los habitantes de ella.
Más aún: mis reiterados oficios al Gral. Salcedo no tuvieron ninguna contestación y estuve un mes sin recibir nuevas
noticias del Cibao, ni de San Pedro. El general Florentino,
mientras hubo en Azua una caja de jabón y una pieza de
lienzo, no se resolvió a moverse. Felizmente, el enemigo se
reconcentró en San Cristóbal, acosado por los diversos cantones que hice formar en el Haina, Sainaguá, Boca Nigua,
Paya, Yaguate, Nizao, Pizarrete, Cambita, etc. y el día en
que por fin con todas mis fuerzas a duras penas organizadas,
hice desalojar al enemigo de San Cristóbal, recibí un oficio
del general Florentino, por el cual me ordenaba pasar a Baní
sin demora, donde me comunicaría órdenes del Provisorio
concernientes al bien de la Patria. Creí en el primer instante
de impresión que el Cibao se había perdido; encomendé al
mando al general Aniceto Martínez y pasé a Baní dejando
ya a San Cristóbal libre de españoles. El general Florentino no llegó hasta el siguiente día y después de una larga
314
César A. Herrera
entrevista, comunicóme que tenía órdenes, así del Provisorio como del general Salcedo, para enjuiciarme y ejecutarme
mostrándome efectivamente las mencionadas órdenes, y
un oficio en que se le encomendaba el mando superior de
toda la línea. Púseme a su disposición para que llenara aquel
triste cometido, arrestóme, privóme de comunicación y, por
último, no sé por qué motivos se me dio un pasaporte para
pasar a Santiago y presentarme al Provisorio. Así lo hice,
pero el Gobierno tampoco quiso juzgarme y se limitaron
a expedirme una orden de cuartel en esta común. Y aquí
me tiene Ud., general, esperando un juicio que decida de
mi suerte. Si Ud. puede activarlo o desenmascarar la intriga
que me persigue yo le quedaré profundamente reconocido.
Gregorio Luperón.
CAPÍTULO XXV
GUERRA DE LA RESTAURACIÓN
SUMARIO
Ofensiva de Gándara y Puello en el Sur. Vergonzosa derrota del
general Florentino. Inestabilidad de las posiciones adquiridas.
Reveses lamentables. La derrota de Gándara en San Cristóbal.
Desastre de Weyler en Juma. Presidente Salcedo ruega a Luperón
acompañarlo en la campaña del Sur y del Este. La patética proclama
del general Mella. Síntesis de los episodios de esta campaña.
El resultado de esta instancia, enérgica, responsable y respetuosa y de las diligencias que desplegó el general Mella, quedó
substanciado en el siguiente oficio:
Dios, Patria y Libertad. República Dominicana. Sec. de
Guerra. Señor general Luperón: Este Superior Gobierno ha
tenido a bien suspender a Ud. la orden de acuartelamiento
que se le dio, para que marche a Monte Cristi a ponerse a las
órdenes del general Benito Monción que manda aquella plaza. Dios guarde a Ud. muchos años. Santiago. Refrendado, la
Comisión de Guerra. P. Pujol.
Las ofensivas de Santana en el Este y de Puello y Gándara
en el Sur, muy alarmantes por cierto, fueron parte de que se
315
César A. Herrera
316
suspendiese el confinamiento de Luperón y se sosegasen las
pérfidas pasiones que la rivalidad y la envidia habían despertado contra él en perjuicio del ordenamiento del plan de campaña
que ya había implantado para contener y atacar a Santana en defensa de los desfiladeros de la cordillera Central y ganar para la
Causa Restauradora toda la línea del Sur. En general, todos los
partes oficiales de los diversos frentes acusaban la inestabilidad
de muchas posiciones conquistadas, alternativas de triunfos esporádicos, reveses calamitosos y el justificado temor de que las
tropas enemigas operando desde Guanuma invadieran el Cibao
de una parte y derrotaran las tropas de Pedro Florentino, de la
otra, como al fin ocurrió, arrollado hasta el río Artibonito por la
impetuosa ofensiva de Puello y Gándara.
No obstante fueron alentadores los partes de guerra del 20 de
septiembre de 1863, según comunicado fechado en San Juan, del
general Pedro Florentino, anunciaron que el día 17 en la noche se
pronunció la Común de San Juan, el 18 Las Matas y Sabana Mula;
en otro parte, se da la noticia que el 21 el coronel Félix y el señor
Blas Cuello pronunciaron a Barahona, Rincón y Petit-Trou, que el
12 de octubre Florentino tomó posesión de Azua por evacuación
espontánea de enemigo.
Transcribo el parte completo fechado en Yamasá a octubre 13
de 1863 que dice:
El general Salcedo, jefe de operaciones del Sur y del Este,
da parte que a las ocho de aquella mañana tuvo un encuentro con los enemigos y que después de tres horas de
campaña tuvo que retirarse, vista la imposibilidad, pues
mientras él tenía solo quinientos hombres las fuerzas
contrarias montaban a cuatro mil soldados. Sin embargo,
asegura haberles hecho mucho daño, deplora no haber
podido salvar la artillería por el mal estado de las cureñas,
y dice que con igual fecha pide a Cotuí la pieza y el obús
que se le anunciaron.1
1
Rodríguez Objío, Gregorio Luperón, p. 127.
Anexión-Restauración
317
En un parte del día 15 de noviembre da cuenta el general Florentino, no solo que ha recuperado a San Cristóbal después de un
combate que costó más de cien bajas al enemigo, dos banderas,
fusiles y monturas sino que se dispone tomar la Capital aprovechándose de la desmoralización de las tropas derrotadas.
De los otros frentes los partes atestiguan la misma inestabilidad
y no pocos lamentables reveses.
En San Marcos el 15 de octubre el general Gaspar Polanco
libra un combate habiendo inflingido al enemigo numerosas bajas
y pidió con urgencia municiones; el día 21 en Javillas derrotó al
enemigo con muchas pérdidas cuya cuantía no conoce. El coronel
Pedro G. Martínez desde Maluis, en comunicado del 30, anuncia
que en un encuentro con el enemigo le hizo muchas bajas, que
nuestras armas perdieron un subteniente del Segundo Batallón
de Artillería y el mismo 30 de noviembre el general Polanco requiere la remisión de medicinas y armas y declara haber tenido
siete heridos y haber fusilado los prisioneros de guerra; en otro
parte de la misma fecha se habla de una batalla en que hubo más
de doscientas bajas de parte del enemigo y en diciembre 20 comunicó que al despuntar del alba se trabó un combate de más de
cuatro horas en que tuvo siete heridos y perdió la vida el teniente
Mateo Suárez; en el amanecer de ese mismo día 20 el coronel
Reyes Marión desde Maluis que fue atacado por tres divisiones a
las que resistió con la fusilería y luego combatió con arma blanca;
que tuvo que replegarse habiendo perdido una pieza de artillería,
tres hombres y quince heridos y consideró que la catástrofe se
debió a la falta de municiones.
La carencia de los elementos de guerra cada vez era más perentoria, y ni los recursos económicos de que se disponía, ni las
gestiones que se hicieron en el extranjero para obtenerlas fueron
siempre seguidos de buen éxito y es de lamentar que no solo fracasasen las gestiones que con ese fin llevaron a Washington a los
señores Pablo Pujol y Pedro Francisco Bonó a Puerto Príncipe,
sino que por incuria o negligencia, o imprevisión, o impericia en el
arte de la guerra, apresaron a la vista misma del presidente Salcedo
en la bahía de Manzanillo la goleta que traía los recursos que a
César A. Herrera
318
duras penas se habían adquirido para remediar en parte la falta de
municiones que afligía al ejército restaurador.
Fue aquí, en Monte Cristi y en ocasión de esa falta grave deparada tal vez por la Divina Providencia para abatir la soberbia del
presidente Salcedo, que este dispuso y ordenó al general Luperón
le acompañase a reemprender la campaña del Sur. Así lo dispuso el
Superior Gobierno el día 8 de enero de 1864 y lo ratificó Salcedo
en su nota a Luperón:
República Dominicana. Don José Antonio Salcedo, general
en jefe y presidente del Gobierno Provisorio de la República. Señor general don Gregorio Luperón. El que suscribe
emprende su campaña sobre los pueblos del Sur, en bien del
progreso y regularidad de nuestra gloriosa revolución; y necesitando a su lado jefes que con él cooperen al éxito de esta
empresa, dispone que Ud. le acompañe poniéndose en disposición de marcha para mañana. De Ud. José A. Salcedo.2
Pero no se reemprendió la campaña del Sur como deseaba el
presidente Salcedo porque ante el peligro manifiesto de que el
ejército del general Santana franquease los desfiladeros de la cordillera Central y cayese sobre el Cibao, en Consejo de generales
convocado para el caso se resolvió a propuesta de Luperón que
se aprestasen todas las fuerzas disponibles para llevar al cabo una
ofensiva en gran escala contra el general Santana a fin de debelar
sus huestes y alejar el peligro que amenazaba el Cibao.
El general Matías Ramón Mella, patricio venerable de la gesta
del 27 de Febrero de 1844, un tanto senecto y enfermo, a quien el
Gobierno Provisorio ciñó el sable de general en jefe de la campaña
de la Línea del Sur, para suplir a Luperón, va a sufrir en su propio
ser, en la carne viva de su pundonor las mismas angustias que este
había padecido.
No obstante sus achaques y el enervamiento que la edad avanzada acarrea, sobrepuesto a sus quebrantos y endiosado por el
2
Rodríguez Objío, Gregorio Luperón, p. 140.
Anexión-Restauración
319
numen del patriotismo en sublime exaltación heroica, para asumir
los elevados fines de su cargo en bien de la Patria irredenta, mediante la proclama del 16 de enero de 1864 llamó y conjuró a los
soldados de las hazañas febreristas o que militaren con los ejércitos
de España a que depusieran las armas contra la Patria y se alistasen
en la cruzada de la Restauración.
He aquí la Proclama, himno y oblación del postrer holocausto de su patriotismo que costaba a los dominicanos otra afrenta
lastimosa aunque menos lamentable que el cadalso de Francisco
Sánchez y el ostracismo de Duarte en las selvas de Río Negro.
Ramón Mella, general de la República Dominicana. A sus
conciudadanos dominicanos: La República nos ha llamado a
las armas, y yo cumpliendo con mi deber he venido ha ocupar mi puesto entre vosotros. Yo soy soldado de la columna
del 27 de Febrero, vosotros me conocéis y vengo a llamar a
los pocos de los míos a quienes la mentira y la fuerza bruta de
sus opresores retienen todavía separados de sus antiguas filas:
Sandoval, Lluberes, Sosa, Maldonado, Juan Suero, Valera,
Marcos Evangelista, Juan Sosa, Gatón, no olviden que la
República que os dio gloria y fama, es el puesto de honor en
que vuestros compañeros os aguardan; la República Dominicana nunca ha dejado de existir; ni la traición ni los patíbulos
pudieron aniquilarla. Los héroes de Capotillo son también
soldados del 30 de marzo de 1844; sus principios son hoy los
mismos, ellos recogieron la bandera de la cruz que el desgraciado general Sánchez dejó plantada sobre su tumba en San
Juan. Allí fue él, el primer mártir de la Independencia; allí
está su sombra llamando ¡a las armas! y los Puellos, Duvergé
y su hija Concha, Matías de Vargas, Pedro Ignacio, Perdomo,
Vidal, Batista y sus compañeros sacrificados por Santana se
levantan más allá del sepulcro pidiendo ¡venganza, venganza!
Dominicanos: oíd ese llamamiento patriótico de tantos mártires de la Libertad, y tú, Eusebio Puello, oye a aquel que
habla a tu conciencia para decirte: «deja las filas del asesino
de tus hermanos... no profanes más la sangre que inocentes
César A. Herrera
320
derramaron para dejarte una Patria libre». Seibanos, Duvergé y su hijo Albert y Dalmau os piden ¡venganza! Y vosotros,
mis amigos de Santo Domingo, no olvideis que Santana fue
el asesino de Trinidad Sánchez. ¡Venganza os pide la Patria!
Dominicanos: yo no vengo cual perturbador armado del puñal del asesino alevoso, ni con la tea del incendiario salvaje; la
misión que tengo y la que me he impuesto yo mismo es la de
un soldado civilizado y cristiano. No es mi propósito excitaros a una inútil rebelión, pero sí es mi deber como ciudadano
libre, haceros comprender que la insurrección no es un crimen cuando ella ha llegado a ser el único medio para sacudir
la opresión; pero sí es crimen, no pequeño, el indiferentismo
que la sostiene y alimenta.
Dominicanos: los días llegaron ya en que la España, única
nación que se obstina en conservar esclavos, debe perder sus
colonias en las Antillas. La América debe pertenecer a sí misma; así lo dispuso Dios, cuando entre ella y la vieja Europa
puso la inmensidad del océano. Si para convencer a España
de esta verdad no ha bastado el escarmiento de Carabobo,
Boyacá y Junín, ni el genio de Bolívar, aquí está el sable de
nuestros soldados y el clima de Santo Domingo.
Dominicanos: respeto al derecho y a la propiedad. Patria,
honor y humanidad. Tal es la divisa con que os quiero ver
llegar al templo de la fama. 16 de enero de 1864. R. Mella.3
Clamor de Patria afligida hay en ese mensaje, en esa oración
gemebunda y de reproche que es como postrera ofrenda en ese
perenne holocausto en que se inmoló en aras de la Patria, pues
su caso no pudo ser más desconcertante, ni tan vejaminoso para
su acendrado orgullo de militar iluminado por la epopeya en la
historia de las libertades de América.
Cuando Ramón Mella llegó a su destino, San Juan de la Maguana,
encontró al frente del puesto que el Gobierno le había asignado en
mérito a su tradición heroica, al general Juan de Jesús Salcedo quien
3
Rodríguez Objío, Gregorio Luperón, pp. 141-142.
Anexión-Restauración
321
había asumido por disposición de Salcedo el mando de los ejércitos
del Sur investido de todas prerrogativas y poderes que el Gobierno
Provisorio había otorgado al paladín de las jornadas de Febrero del 44.
Después de este inesperado agravio y con la honda congoja
que lo acompañó hasta en la hora de la muerte, no le quedó otra
solución que el retorno y silencioso y cabizbajo moralmente derrumbado emprendió por caminos extraviados de montería hasta
el lugar en donde al cabo de los tres meses y siendo vicepresidente
del Gobierno Provisorio vino la muerte a librarlo del escarnio que
sufrieron los miembros de ese gobierno, acusados más tarde por
un Consejo de Guerra como asesinos y traidores a la patria. Consejo
instituido por la intriga y las pasiones políticas desorbitadas.
En síntesis, del 1863 al 1864 todos los pueblos del Sur habían
sido pronunciados por la revolución, lo había sido San Cristóbal
por el general Eusebio Pereyra, contra quien destacó el capitán
general Ribero al general Gándara con Puello con unos ochenta
hombres y después de un encuentro en Bondillo, Guajimía y Manoguayabo, tomaron a San Cristóbal ya abandonado por la gente
de Pereyra que fue atacado el mismo día por Puello, en Cambita.
Por estos mismos días, el 13 se ausentó del país Ribero sustituido en su mando de capitán general por don Carlos de Vargas.
Los soldados del general Pereyra siguieron hostilizando en las
inmediaciones de San Cristóbal y algunos encuentros con Puello
tuvieron lugar en Doña Ana y en El Toro, casi siempre con mayores bajas para las milicias de Gándara.
En San Cristóbal tuvo noticias Gándara de que Valeriano
Weyler, a quien había confiado una misión a Santo Domingo para
el aprovisionamiento de las tropas, estaba sitiado y hostigado por los
revolucionarios. En vista de estos reveses, maltrechos sus soldados,
quebrantados por enfermedades, decidió volver a Santo Domingo.
Esta retirada significó un nuevo triunfo para la causa libertadora. El propio Gándara, refiriéndose a esa retirada, dijo 20 días
después:
A las tres y media de la madrugada del 12, entre las tinieblas y el silencio más profundo, mi pobre división rompió
322
César A. Herrera
la marcha con más apariencia de convoy fúnebre que de ágil
columna de operaciones. Su general, como sus jefes todos
marchaban a pie para dejar sus caballos a los enfermos.
Pero repuesto en Haina, donde encuentro a Weyler que
contaba con seis muertos y más de 30 heridos de los 120 de
tropas con que había salido de San Cristóbal.
Ponemos a continuación el patético fragmento de la Memoria de
Weyler acerca de aquel episodio de nuestra Guerra Restauradora:
Estábamos en San Cristóbal con cuatro batallones, y era necesario acudir en socorro de Gándara, el general en jefe de las
fuerzas, al que tenía incomunicado el enemigo. La situación
de Gándara era trágica. Metido en un anillo de fuego, los contrarios iban apretando la argolla hasta asfixiarlo. Sus soldados
se baten con furor, pero no logran abrirse paso por la muralla
de hierro que los atenaza. Ya están extenuados y a pique de
sucumbir. Había que ponerse, pasara lo que pasara, en comunicación con aquellos valientes. Con objeto de llevar a cabo
esta misión se efectuó un sorteo entre los tres comandantes
que habíamos en San Cristóbal. Dos de ellos sacaron papeleta
blanca y a mí me tocó la negra. Me dieron ciento treinta hombres. Cuando ya estaban preparados mis soldados, el general
Puello, que conocía las fuerzas enemigas, al despedirse de mí,
me abraza, diciéndome: «Usted no vuelve».
Llegué al río Haina, que es muy caudaloso. Quise construir
una balsa, pero se perdía mucho tiempo en esa faena y resolví
pasar a nado el río con mis soldados. Aguijoneamos las caballerías hasta sacarles sangre con las espuelas, pero los caballos
se niegan a entrar en el agua. Al mojarse las patas, retrocedían.
Ni la fuerza ni la persuasión hacían mella en los animales.
Irritado por aquella tozudez de las bestias, hice un esfuerzo
violento y le quité el miedo al mío, que se tiró de pechos al
agua, teniendo que llevar mi cabalgadura la cabeza levantada
para no ahogarse. Pasé solo, sin mis soldados. Al cruzar a la
otra orilla me saludaron con una lluvia de tiros. Yo me pegué
Anexión-Restauración
323
como una lapa a la montura. La cortina de fuego era cada vez
más densa. La bestia había recibido tres balazos, y se lanzó,
desangrándose, a una carrera desenfrenada. Saltaba, con una
agilidad de corza, por entre la maraña de las plantas y árboles,
seguida siempre por el ruido de los disparos, que se fueron
debilitando poco a poco. Pasé la zona de peligro y llegué a
Santo Domingo, donde ejecuté la orden que me habían dado.
El capitán general me recriminó cariñosamente por el acto de
valor y me dio una pequeña columna. Salimos dispuestos a
romper el cordón enemigo que envolvía el general Gándara.
A poco de emprender la marcha los oficiales me dicen que han
visto bastantes fuerzas enemigas. Acampamos. De madrugada
fuimos atacados. Mis soldados pelearon con rabia. Llevábamos
tres días sin comer, batiéndonos. Los hombres no podían ya
sostener las armas. Escuálidos y hambrientos, a mis soldados
los mantenía su espíritu. No se oyó una voz de pesimismo ni
de tristeza. Nos quedaba, como último recurso, la lucha cuerpo a cuerpo. Formar un bloque con los residuos de la columna
y lanzarnos sobre las fuerzas enemigas a vender cara la vida.
Desde San Cristóbal oían el tiroteo, y después de un consejo
de oficiales, en que todos estuvieron de acuerdo en que era
muy peligroso acudir, mandaron una columna para ayudarme.
Poco tiempo después llegó el general con toda la división y me
encontró con mis soldados, que se mantenían en pie por un
milagro de la voluntad. Toda la vida la tenían aquellos hombres en los ojos. Algunos no podían sostenerse y caían al suelo
como cañas rotas. Otros tenían las manos convertidas en llagas
por los fusiles, que eran carbones encendidos. Las tropas del
general en jefe me rindieron honores de capitán general. Mi
columna, al desfilar, semejaba una hilera de fantasmas barbudos y temblorosos.4
En aquella campaña las guerrillas no cesaron de tirotear casi
4
Vetilio Alfau Durán, «Weyler en Santo Domingo», Clío, año XXIII, No. 104,
(julio-septiembre de 1955), pp. 138-139.
324
César A. Herrera
todo el camino a las tropas de Gándara, sobre todo en Sabana
Grande, en Palmar de Fundación, en el Paso de Nizao y en las
proximidades de Paya.
Las depreciaciones y los fusilamientos de Florentino fueron en
gran parte causa de que pasaran a manos de las fuerzas españolas
muchos puntos importantes del Sur, pero de un modo tan efímero
que pronto fueron recuperados por los revolucionarios.
Así fueron ocupadas Neiba y Barahona contra cuyos puntos
había salido Gándara de Azua, el 31 de enero de 1864, habiendo
tenido algunos encuentros en las márgenes del Yaque en Las Cabezas de las Marías con bastantes bajas para sus soldados.
En el camino de Neiba a Barahona tuvo que librar algunos
combates, entre ellos el día 7 en Los Salados.
Como acción de la artillería cita la historia un cañonazo disparado después de salir de Cachón que produjo doce bajas y un
disparo contra el buque Isabel La Católica que ocasionó cuatro
bajas. Este buque y El León estaban destinados a las hostilidades
en aquel puerto. Con esto damos término al breve relato de la
campaña del Sur.
CAPÍTULO XXVI
GUERRA DE LA RESTAURACIÓN
SUMARIO
Episodios de la campaña del Este. Insurrección del general Manuel
Rodríguez (El Chivo). Designación de Luperón como segundo jefe.
Batalla campal de San Pedro, 21 de enero de 1864. Parte de guerra
a Luperón. Primera tentativa de armisticio. Mariano Amburges y
presbítero Quezada. Ataque de Arroyo Bermejo por los generales
Antonio A. Alfau y Juan Suero. Parte de guerra de Luperón.
El presidente en marcha hacia el Este acompañado de Luperón
en el poblado de Cevicos tuvo que arrostrar una sublevación capitaneada por el truculento general Manuel Rodríguez (El Chivo),
quien indujo a sus adictos a abandonar el cantón de San Pedro en
desacato y desafío a las disposiciones del general comandante de
las tropas presidente Salcedo. Este no pudo personalmente refrenar el motín y someter al orden a Rodríguez y tuvo que apelar al
ascendiente que tenía Luperón sobre los soldados y a la experiencia
y el poder de persuasión que había desplegado en circunstancias
similares, para debelar esa conjuración que tanto daño hacía a la
moral de aquellos soldados movilizados para combatir los aguerridos soldados de Santana.
El general Manuel Rodríguez, El Chivo, hizo resistencia a la orden de arresto que le llevó el coronel Hilarión Puello, comandante
militar de Cevicos, que aunque con fuerzas suficientes, no con la
325
326
César A. Herrera
sugestión necesaria que en esos casos se necesita para imponer el
orden y la disciplina y no pudo someter la insolente bravuconería
de El Chivo, ni la actitud con que se habían solidarizado a la rebelión sus oficiales, singularmente Favard y Francisco Pacheco.
De súbito apareció a caballo Luperón que había tenido noticias
del incidente, le reclamó sumisión y entonces El Chivo se apeó de
su montura negose arrogante a la intimación, sacó su revólver y
disparó contra Luperón que sin inmutarse revólver en mano avanzó contra su agresor que se echó veloz por un risco y se escurrió
al amparo de tupidos matorrales… después la elocuencia muda de
su sombrero abandonado en el camino real, una mula estática con
el freno caído, un puñado de soldados con los fusiles a la funerala
y unos oficiales cabizbajos en camino del arresto… luego la presentación inesperada del Chivo y su confinamiento a Monte Cristi
mientras el presidente Salcedo abría marcha hacia San Pedro no
sin antes premiar el acto con que Luperón, arriesgando su vida,
acababa de asegurar el orden, la disciplina y la obediencia de las
tropas con el siguiente ascenso:
Dios, Patria y Libertad. República Dominicana, Presidencia
del Gobierno en campaña. San Pedro, 20 de enero de 1864.
Señor general Gregorio Luperón. Esta jefatura superior,
atendiendo a los precedentes de Ud. en nuestra gloriosa Revolución; a los servicios que actualmente le está prestando; a
su conocido patriotismo; y por último a la lealtad que Ud. le
tiene prometida bajo el honor de la palabra, ha tenido a bien
nombrar a Ud. segundo jefe del Ejército Libertador Dominicano, a las órdenes de esta superioridad.
Ya he ordenado lo conveniente para que Ud. sea reconocido
como tal por las tropas, se espera que Ud. corresponderá con
la lealtad de un militar honrado, a la confianza que en Ud.
se deposita, confiriéndole dicho cargo. Soy de Ud. José A.
Salcedo.
Se imponía una exploración minuciosa de los términos aledaños al campamento de San Pedro y Monte Plata donde estaba
Anexión-Restauración
327
acampado al mando de más de dos mil hombres el intrépido general Suero, celebrado por su denuedo en los combates en pro de la
Independencia.
No muy lejos de las avanzadas españolas, en una encrucijada
propicia a la estrategia el general Luperón al frente de unos cincuenta soldados a caballo tuvo una refriega con un piquete que
procedía de Guanuma en que tuvieron los españoles siete muertos
y once prisioneros; diez y siete carabinas fueron tomadas.
Esta escaramuza y otros episodios bélicos subsiguientes, en que
terciaron tropas del general Suero, fueron como el prólogo de la
encarnizada batalla que se libró al otro día, 21 de enero de 1864, en
que el desbande de nuestro ejército no fue total gracias a la pericia
del general Luperón. Pero el revés no pudo ser más catastrófico
y de menos repercusión en todos los campamentos de las armas
dominicanas.
Detengámonos aquí y veamos el relato textual del evento desafortunado que hace el general Luperón al Gobierno Provisorio:
Bermejo, 21 de enero de 1864.
Señores miembros del Gobierno
Santiago.
Muy señores míos:
El general José Antonio Salcedo, presidente del Gobierno
Provisorio actualmente en la cima del Sillón, había sin duda
dado a Uds. parte detallada de la acción de este día.
Creo con todo, que es de mi deber, como subjefe de la Línea,
informarles brevemente de lo ocurrido.
A las cuatro de la mañana como de costumbre, tenía formadas mis fuerzas en línea de batalla, para revistar las armas,
despachar las diferentes guerrillas que hacen diariamente
la descubierta, recibir los partes de las avanzadas y marchar
sobre Monte Plata con una columna de mil hombres. Ya el
día anterior había efectuado una exploración sobre dichos
328
César A. Herrera
puntos con resultados felices, lo que comuniqué a ese respetable Centro en la tarde de ayer. El presidente, que a la hora
consabida se hallaba aquí, dormía profundamente, cuando
mi descubierta por los lados de Guanuma entró precipitadamente al cantón general anunciándome la aproximación
del enemigo en número considerable. Quise personalmente
averiguar la verdad de la alarma, y en efecto descubrí en las
sabanas de la Guía la numerosa hueste que avanzaba hacia
nuestras posiciones. Participé al señor presidente el resultado
de mi primera observación y volví a estudiar una vez más las
fuerzas enemigas; calculé que su número pasaba en mucho
de cuatro mil, y comprendiendo que aquella acometida era
combinada entre las fuerzas españolas de Guanuma y Monte Plata; debiendo haber quedado ambos campamentos con
muy escasa guarnición, regresé al seno de nuestro cantón,
dije a las tropas que las fuerzas eran tan escasas que la victoria
nos pertenecía de hecho en tanto que manifestaba lo cierto
al general Presidente; lo excité para que despacharan dos expresos volando; uno a Yamasá en que ordenase a Manzueta
apoderarse de Guanuma y quemarlo, y otro a Maluco, encargando a Tenares de hacer la misma operación sobre Monte
Plata. Con esto habríamos obtenido el doble resultado de
destruir dos campamentos enemigos y distraer la atención
de las fuerzas combinadas que marchaban hacia San Pedro.
El presidente no se prestó a mi indicación y quiso más bien
que operásemos la retirada a Bermejo sin comprometer el
combate. Tocóme pues hacerle comprender que para tropas
indisciplinadas, toda retirada equivalía a una derrota, y que
mejor sería despachar una pieza de artillería que apoyada por
trescientos hombres cubriese nuestra retaguardia en la subida de Bermejo; que el grueso de nuestras tropas se desplegase
en batalla en la misma meseta de San Pedro y que trescientos
hombres bajo mi mando se avanzasen sobre el enemigo para
desconcertar sus maniobras, atrayéndolo al punto en que
debiera librarse la acción general. Aceptada esta idea quise
rápidamente ejecutarla. El general presidente me facultó a
Anexión-Restauración
329
hacer y deshacer lo que probaba desde luego que le faltaba
el aplomo que el caso requería. Mandé también a asegurar
una gran parte de las municiones en la retaguardia. Nuestras
fuerzas montaban a dos mil seiscientos hombres de suerte
que al avanzar mi guerrilla de vanguardia al encuentro de las
columnas españolas, quedaron dos mil hombres y una pieza
de artillería en el centro bajo el mando inmediato del general
presidente. El enemigo se había detenido en la citada sabana
de la Guía, para organizar el ataque, y allí empezó mi vanguardia a tirotearla; dos horas pude paralizar su marcha hasta
que me vi envuelto por una carga de caballería; mis guerrillas
se desorganizaron y replegaron al centro dejándome en poder de los dragones españoles. Salcedo, en vez de aceptar,
el combate ordenó la retirada a Bermejo, la cual se verificó
en total desorden, solo el capitán de artillería Pedro Boyer,
con treinta valientes, mantúvose firme al pie del cañón, sin
prestar oídos a las órdenes del presidente, diciendo que nadie lo haría retirar hasta no conocer la suerte del general
Luperón. En tanto el denodado general Caba, que corrió a
auxiliarme, recibía la muerte de los héroes, y yo después de
una lucha cuerpo a cuerpo, de las más comprometidas, después de haber descargado mi revólver y recibido numerosos
golpes de sable, perdida y recuperada mi mula acribillada de
machetazos y sin silla, pude atravesar por en medio de mi escuadrón aprovechando el claro abierto por un cañonazo que
el valiente Boyer disparó al reconocerme. Incorporado en las
filas de mis leales soldados, tuve conocimiento de la fatal retirada. Trabé enseguida un reñido ataque alrededor de la pieza, pero no hubimos de abandonarla antes de disparar trece
cañonazos que hicieron un destrozo incalculable en aquellas
filas compactas que amenazaban ahogarnos. Literalmente
hablando aquel cañón nos fue arrebatado de las manos, y en
esa disputa temeraria sucumbieron el valiente coronel Florencio y dos oficiales más. Desde aquel instante comencé a
pelear en retirada, rodeado del capitán Boyer y sus valientes,
el coronel Favard y mi Estado Mayor protegiendo el grueso
César A. Herrera
330
desmoralizado de nuestras tropas, en que el enemigo podía
haberse cebado horriblemente. En el tránsito de San Pedro a
Bermejo hallé abandonada la pieza que se había despachado
antes de la acción, hícela tirar por un caballo con intención
de salvarla, pero un cañonazo enemigo abatió la bestia de tiro
y me vi forzado a derrumbarla en una barranca, después de
haberla hecho girar y disparándola con mi propia carabina
[...]. Llegando a Bermejo bajo la lluvia de descargas que no
hacía el enemigo, me informó un capitán de cazadores que
el presidente y toda la tropa se habían retirado al Sillón. En
esta situación resolví hacer firme en aquella posición con la
poquísima gente que me acompañaba, dispuesto a hacerme
matar, antes que abandonar aquella llave de nuestras provincias del Norte. Tres horas duró aquí el ataque de las fuerzas
enemigas, pero tuve la satisfacción de no permitirle ganar
un palmo más de terreno. Despaché cerca del presidente a
los bravos coronel Favard y comandante Santiago Núñez, en
solicitud de auxilio que aún no me han llegado y que espero
con impaciencia. Son cuatro y media de la tarde y hace media
hora que el enemigo ha suspendido sus fuegos. G. Luperón.1
Plausible es que las crónicas exulten el arrojo, el denuedo y el
heroísmo de los combatientes, singularmente de los capitanes que
se distinguieron por sus proezas en el escenario de la batalla.
Pasen a la historia con sus rasgos de extremado valor quienes
se encararon a la muerte en momentos de peligro; descubrámonos
reverentes ante los héroes y musitemos el ditirambo que pudo ser
himno de apoteosis en la fastuosa celebración de la victoria. Pero
nada puede hacer la fábula para encarecer una batalla perdida; nada
puede fabricar la quimera para cohonestar con la fama de los capitanes y el denuedo de sus soldados la adversidad de los combates.
Si bien la batalla de San Pedro del 21 de enero de 1864 no fue
decisiva, sin duda alguna, la desordenada retirada del presidente
Salcedo con más de dos mil combatientes dispuestos a ganar, tuvo
1
Rodríguez Objío, Gregorio Luperón, pp. 147-149.
Anexión-Restauración
331
los perfiles de una derrota. En ese sentido es muy elocuente el parte
de guerra del subjefe del ejército general Gregorio Luperón, cuyo
valor e instinto lúcido de guerrero precavido pudieron evitar más
grandes consecuencias.
Si gloriosos fueron los arrestos del subjefe y de su valiente séquito, asombroso fue el modo como escapó en la grupa de un potro,
arrebatado por un jinete casi de las manos de los que lo asediaban
y no menos heroica la defensa de la pieza de artillería bajo la lluvia
de los proyectiles. Vergonzante fue esa retirada, el desbande de los
cuadros centrales del ejército que dislocó el plan de batalla que se
había adoptado, desarticuló la acción del combate y culminó con
el desastre en que pudo haber perdido la vida el general Luperón
que pudo acantonar sus soldados en el reducto de Arroyo Bermejo
hasta el cese del fuego del enemigo, dueño del campo de batalla
sembrado de cadáveres y estremecido por el casco de los corceles
que en desaforada carrera de gloria bajo el humo tremolaban el
pendón de Isabel Segunda de Castilla al grito victorioso de ¡Viva
España!... Después la desolación y el silencio de la catástrofe en el
campo abandonado y los despojos exánimes de los bravos coroneles Antonio Caba y Florencio Hernández y arrasados los cuarteles
humeantes como expresión objetiva del desastre que contemplaba
tan contrariado como abatido, pero sin perder la fe en el triunfo
definitivo de la redención nacional, el general Gregorio Luperón.
El desconcertante repliegue del presidente Salcedo al Sillón de
la Viuda, las deserciones que desmedraban las filas, el clamor de la
derrota que se propalaba de pueblo en pueblo, la prepotencia y la
marcha impetuosa que exaltaba la personalidad del general Santana
y el amenazante peligro de que sus soldados enardecidos por el
triunfo transpusieran invictos los desfiladeros y cayesen implacables en el corazón mismo del Cibao, conmovieron los cimientos de
la República y el espíritu público quedó tan hondamente atribulado por las infaustas noticias que el Gobierno Provisorio, habiendo
perdido la fe en el triunfo de la cruzada restauradora, se dispuso
a emprender gestiones de armisticio para concertar la paz. Con
ese propósito vinieron el señor Mariano Amburges y el presbítero
Quezada a conversar con el presidente Salcedo, que habiéndose
332
César A. Herrera
inclinado al armisticio hubo de cejar ante la presión moral que
ejerció Luperón tanto sobre él como sobre los comisionados del
Gobierno.
Volviendo al fatídico 21 de enero de 1864, unos cuarenta y
cinco minutos de haber cesado el fuego, poco más de las cinco
de la tarde atacaron de nuevo a Arroyo Bermejo los soldados de
Santana al mando del mariscal Antonio Abad Alfau sin que sus
acometidas pudieran vencer la resistencia que les opusieron los
milicianos de Luperón en aquel reducto inexpugnable en que ondeaba gallarda en el tope la bandera de la cruz que habían enarbolado en Moca el 2 de mayo de 1861 al grito de ¡viva la República!
José Contreras, José María Rodríguez y Cayetano Germosén, que
había cubierto más tarde los despojos mortales de Francisco del
Rosario Sánchez, el mártir por antonomasia de la empresa gloriosa en contra de la Anexión.
Rememoremos aquella jornada con el Parte de Guerra que
emitió el subjefe del Ejército Dominicano al Gobierno Provisional
de la República:
Señores Miembros que componen el Gobierno Provisorio de
la República. Santiago. Respetables señores: Transcribo a Uds.
el parte que acabó de dar el general presidente; dice así: «A las
cinco y media de la tarde de ayer el enemigo ensayó de nuevo
lanzar todas sus fuerzas, forzar el paso de Bermejo, y al cabo de
una hora de inútil lucha, se retiró sin poder realizar su intentona.
En esta acometida no tuve que lamentar desgracia alguna. Sobre la marcha lancé en su persecución una guerrilla de setenta
hombres al mando del coronel Leonardo Cepín y el comandante Simón Mieses, y a pocos instantes apercibiendo los fuegos
que se hacían de ambas partes, encomendé el mando del cantón
a los coroneles Favard y Pedro Antonio Casimiro, y me puse
en marcha con cincuenta hombres y mi Estado Mayor, para
inquietar por la derecha el cuartel general que Alfau y Suero habían establecido en San Pedro. Toda la noche ambas guerrillas
sostuvieron un fuego tan mortífero que a las tres de la madrugada el enemigo levantó la marcha y se retiró a Guanuma.
Anexión-Restauración
333
San Pedro pues está recuperado, bien que destruido completamente, quemadas todas las rancherías. La fetidez es insoportable; y al ocuparme en dar sepultura a nuestros muertos solo
he descubierto cómo los bárbaros españoles los han dejado
despojados de todo, acribillados de balazos, habiendo llevado
su profanación al extremo de ejecutar sobre esos cadáveres actos que la moral no me permite referir; bástame decir a ustedes
que les han sacado los ojos. Esos peninsulares son tan valientes
como feroces, dignos descendientes de los conquistadores de
América. En una cañada hemos hallado abalsados muchos cadáveres de españoles, que creo montarán a cien; parece que
no tuvieron lugar para darles sepultura. He descubierto, sin
embargo, algunas fosas recientemente cerradas, que por el tamaño parecen contener varios cadáveres, y supongo con algún
fundamento que serían oficiales, dichas fosas se dejan en los
caminos de Monte Plata y Guanuma. No he podido encontrar
la pieza que derrumbé en la cañada cerca de Bermejo. Destaco
en este momento dos fuertes guerrillas; una hacia Monte Plata
y otra sobre Guanuma; y de sus resultados daré a Ud. cuenta
oportunamente. Espero las instrucciones del señor Presidente
en cuanto a lo que a bien tenga disponer. Según la revista que
acabo de pasar, tengo aquí ochocientos sesenta y cinco hombres. Si Ud. no tiene los demás en el Sillón, la deserción ha
sido considerable. Debo prevenirle que estamos desprovistos
hasta de sol. He hecho fabricar algunos ranchos del lado allá
de Bermejo para preservar las municiones y nosotros mismos
de la lluvia frecuente que nos fatiga. Quedo pues a las órdenes de S. E. San Pedro, 22 de enero a las diez de la mañana,
1864». Todo lo que elevo al superior conocimiento de Uds.
a fin de calmar las inquietudes que despiertan en sus ánimos
las propagandas exageradas de los desertores que supongo
monstruosas, pues todo soldado que abandona sus banderas
en un combate, pretende siempre justificar su cobardía con la
exageración de peligro.
A pesar de las medidas que dictó el señor Presidente para
socorrer este campamento, creo de mi deber decirles que mi
César A. Herrera
334
tropa y su muy humilde servidor no comerán nada antes de
recibir provisiones del Cotuí o Macorís.
Sin otro particular, Dios guarde a Udes. muchos años. San
Pedro. 2 de enero de 1864 a las once de la mañana, G.
Luperón.2
Hay cierto anacronismo o mejor discrepancia en algunos historiadores en cuanto a la fecha precisa de esa batalla de San Pedro,
pero nosotros nos hemos atenido a los documentos recogidos por
don Manuel Rodríguez Objío, que vienen calzados con la firma
del más autorizado de los protagonistas de aquella batalla perdida por la falta de decisión heroica del presidente Salcedo, carente
casi siempre de esas intuiciones providenciales que han dado a los
grandes capitanes la estrategia adecuada a cada caso, para alcanzar
la victoria.
Se desprende de los documentos transcritos que el presidente
Salcedo, general en jefe, había acordado con Luperón el plan de
batalla que se libró en San Pedro y que, en consecuencia, no puede
invocarse para justificar su retirada a una deliberada resolución de
combatir, no en batalla campal, sino conforme al plan de guerrilla
que se había implantado con rigurosa recomendación oficial.
No hay dudas que él se puso de acuerdo con Luperón para dar
el combate en la Sabana de San Pedro según el plan que lamentablemente desarticuló y dislocó hasta el descalabro con la retirada
que puso en peligro la suerte de la campaña restauradora. Disentimos del juicio de quienes justifican esa retirada invocando el riguroso plan de guerra de guerrillas que tan provechoso fue en esta
guerra memorable, pero en esta ocasión preterido para dar frente
al enemigo con no menos de dos mil combatientes, en un campo
posiblemente no propicio a la victoria y evitar su marcha victoriosa
hacia el Cibao.
En la inminencia del combate con las tropas enemigas de frente ya a paso de carga, se replegó y abandonó el cuadro central, y
después del descalabro, con su ejército diezmado por centenares de
2
Rodríguez Objío, Gregorio Luperón, pp. 150-151.
Anexión-Restauración
335
deserciones y profundamente abatido por la derrota, quiso y hasta
planeó ir contra el sistema de guerrilla para atacar a Guanuma;
dar una batalla campal que bien pronto abandonó en razón de los
acontecimientos que parecían aconsejar el armisticio y la paz de
que ya se venía hablando con el asentimiento de los prohombres
del Gobierno Provisorio.
Aunque parezca paradójico, la victoria de San Pedro fue causa
de que se quebrantara más la privanza y el poder que le quedaba a Santana como soldado al servicio de España; y las dianas que
pregonaron a son de trompetas el desbande de nuestras milicias
agoreras fueron de los infortunios y pesares que gravitaron sobre su
conciencia de malo o equivocado patriota hasta el instante mismo
de su muerte.
El juicio que acerca de su conducta como general dueño del
campo de batalla con más de dos mil soldados de tropas disciplinadas y aguerridos, que ha pronunciado el general Gándara en el
tribunal de la Historia es ineluctable.
Compartimos el juicio que lo ha calificado de inepto, tal vez, la
misma ineptitud que le ganó los justos reproches que se le hicieron,
por el injustificable abandono del glorioso campo cuando la victoria del 19 de marzo de 1844.
CAPÍTULO XXVII
GUERRA DE LA RESTAURACIÓN
SUMARIO
Desaliento de Santana. Fracaso de la invasión del Cibao por los
desfiladeros de la cordillera Central. Derrota de Juan Suero. Parte
del Gobierno acerca del estado del país. Retorno del presidente a
Arroyo Bermejo, asume la Jefatura Superior de las operaciones.
Aparición de Duarte. Fermento de sediciones. La revolución
amenaza a Santo Domingo. Oficios del Gobierno sobre plan
de ataque a Monte Cristi. Incongruencias de Salcedo. Acción de
Guerra y Yerba Buena.
Si bien era una aventura peligrosa, después de arrollar al ejército restaurador, penetrar en el corazón del Cibao con solo dos mil
hombres, no era despreciable la posibilidad de dominar los desfiladeros que por esta parte de la cordillera Central abría francas
las vías para atacar la sede misma del Gobierno revolucionario. Si
eso no era el objetivo, entonces no se explica a qué vino a redoblar
el combate el mariscal Antonio Abad Alfau cuando todavía no se
había oreado la sangre de los combatientes caídos.
Los acontecimientos que sobrevinieron, el pánico que cundió
por todas partes y la claudicación de muchos, entre ellos algunos
miembros del Gobierno, justifican al general Gándara. Creemos
que estos acontecimientos despertaron en Santana un sentimiento derrotista y marcaron el comienzo del desplome del régimen
337
338
César A. Herrera
instaurado por él, y aunque parezca paradójico, aquí están ya los
preludios de la epopeya restauradora cuyo verbo heroico va a pasar
a la espada del general Manzueta en sus proezas del Este, y al mismo tiempo aparecieron los presagios anunciando el derrocamiento
del Gobierno Provisorio de Salcedo y el eclipse de su estrella hasta
el día nefasto de su muerte.
El general Manzueta estuvo presente en la entrevista de los comisionados Amburges y Quezada con Salcedo y Luperón; secundó
a este en el rechazo de la propuesta de la suspensión de armas.
De otra parte, no es desechable el pensamiento de que por lo
menos Santana debió sostener el combate hasta la toma del Sillón
de la Viuda; que ese y otros desfiladeros aledaños debieron ser la
meta de la batalla, parecen confirmarlo, no solo el redoblado y fiero
ataque del mariscal Alfau contra Arroyo Bermejo, sino también las
maniobras que hizo luego Suero tratando de burlar la vigilancia de
los cantones, para atacar y caer sobre el Sillón.
Derrotado Suero y frustrada esta nueva intentona quedó Luperón empeñado en hostigar cada vez más rudamente al enemigo,
y hasta abrigó la idea de atacar en batalla campal con todas sus
fuerzas el Cantón General de Guanuma, pero consecuente con el
plan de guerrilla que se le aconsejaba se limitó a reforzar y estrechar los centros de operaciones del enemigo, gracias a esta plausible providencia, y después de tres días de tiroteo incesante fueron
abandonados Guanuma y Monte Plata; luego atacó a Bayaguana
y Boca de Yabacao y obligó al enemigo a concentrarse en Guerra.
Es de notar que todos los aprestos y movimientos de Luperón
obedecieron aquellos días al ambicioso plan de estrechar el cerco
de Santo Domingo mediante la posible cooperación del coronel
Cesáreo Guillermo desde Yerba Buena y de tropas de San Cristóbal
principalmente. Actuando con sujeción a sus propias determinaciones y planes de guerra Luperón, con la cooperación del general
Manzueta, comandante Pedro Guillermo, jefe del cantón de Yerba
Buena; Marcos Adón en La Victoria y otros no menos valiosos oficiales había quebrantado la fuerza de aquellos campamentos que
tanto amenazaban el corazón del Cibao, fuente y aliento de la Revolución Restauradora.
Anexión-Restauración
339
En lo que concierne a las operaciones llevadas adelante por disposición del general en jefe Gral. Gregorio Luperón en este frente
de combate, veamos lo que dicen los oficios que le fueron remitidos
por el Gobierno Provisorio y lo que sobre el estado de la guerra del
país dicen los partes oficiales:
Dios, Patria y Libertad. República Dominicana. Gobierno
Provisorio. Santiago, 2 de marzo de 1864. Señor general
Gregorio Luperón, Bermejo. Se ha recibido su comunicación
fechada 27 de febrero ppdo. y este Gobierno ha tomado la debida nota de su contenido. Se espera, señor general, que en lo
sucesivo tenga Ud. la bondad de detallar extensamente todo lo
que ocurre en su campamento, pues este Gobierno se complace en el relato minucioso de lo que pueda ocurrir en las partes
donde se defiende el principio de la Libertad Dominicana.
Complácese este Gobierno en las noticias que ha obtenido
por seguro conducto y son las siguientes: En la plaza de Santo Domingo son tantas las enfermedades que han reducido
su guarnición a trescientos hombres, habiendo sacado la
mayor parte de las fuerzas para otros puntos más sanos. El
Gral. A. Alfau ha salido para El Seibo con 1,500 hombres con
objeto de pacificar dicha Provincia. La epidemia cunde de
tal suerte en el ejército español que las bajas ascienden a 500
por semana. Todo lo que se le comunica para su satisfacción
y fines que convengan. El Gobierno espera que Ud. se entere
bien de la situación de El Seibo y le dé sus informes. Varias
personas de Turks Islands han hecho una representación al
gobernador de las Bahamas para que impida a los buques de
guerra españoles apresar en lo sucesivo a los que naveguen
con bandera inglesa. Dios guarde a Ud. muchos años. El vicepresidente Benigno F. Rojas. Refrendado. La Comisión
de Guerra, Máximo Grullón.
Gobierno Provisorio. Sección de Guerra. Santiago, 18 de
marzo de 1864. Señor general Gregorio Luperón. Higüero.
Señor general: El Gobierno tiene motivos fundados que el
340
César A. Herrera
enemigo en su retirada puede envolver un plan estratégico,
pretendiendo cercar nuestro ejército, o hacerle perder las
ventajosísimas posiciones que ocupa. Ud. debe penetrarse de
esto y, por consiguiente, no descuidar un momento la vigilancia; nada más sensible que perder una acción por seguir
paso a paso los movimientos que el mismo enemigo indica;
para estos casos se requiere cautela más que valor. Por fortuna Ud. reúne al brío la suficiente inteligencia para no dejarse
engañar de los enemigos.
Conviene que bajo ningún pretexto se abandonen los puestos
de Santa Cruz de Yamasá y Bermejo. En esos lugares debe
Ud. dejar una guarnición antes de avanzar los puestos.
Nada nuevo ocurre por este momento que merezca ocupar
su atención. Es bien para el triunfo completo de nuestra gloriosa revolución; que Ud. continúe esforzándose por operar
el pronunciamiento de El Seibo. Dios guarde a Ud. etc. El
presidente José A. Salcedo. Refrendado J. B. Curiel.
Por esos mismos días han tenido lugar hechos de armas de
innegable importancia porque en ellos se puso de manifiesto no solo el entusiasmo y coraje de nuestros soldados sino
también cierta acometividad por parte del enemigo y más aún,
cierta carencia de coordinación en los ataques. En un parte
a Luperón se le dijo que el bombardeo de Monte Cristi por
dos vapores no tuvo ninguna consecuencia que deplorar, que
las tres divisiones de la guarnición de San Felipe de Puerto
Plata que atacaron Maluis fueron puestas en derrota por los
generales Carlos Medrano, Pedro Martínez y coronel Pedro
Reinoso, aunque en el combate perdió la vida el denodado teniente Bernal Lantigua.
El anunciado retorno de Arroyo Bermejo del presidente Salcedo tuvo efecto a las tres de la tarde del día 25 de marzo mientras el
general Luperón consolidaba con sus precauciones y diligencias los
puestos avanzados de Monte Plata y Bayaguana.
El Señor Presidente que ahora reasumía las funciones de general en jefe de las operaciones de esta línea llegó acompañado del
Anexión-Restauración
341
general Benigno F. de Rojas a quien había ascendido al rango de
jefe de Operaciones de San Cristóbal.
Después de más de cinco lustros de ostracismo en Venezuela
aparece Duarte en el escenario con el designio de robustecer con
su fe patriótica las luchas por la Libertad, pero ya estaba descartado el ideal redentorista de su género con las ambiciones personales
del poder, que ya se advertía en el ambiente del mismo Gobierno
Provisional el fermento de las pasiones políticas estimuladas por el
laborantismo clandestino de los anexionistas y con la intervención
de ciertos personajes como Teodoro Heneken, quien parece haber
tirado algunos de los hilillos de las marionetas que aparecieron en
esos días en el tinglado de la mala política, de la sórdida política de
las pasiones y de las intrigas que alimentaron el espíritu sedicioso
de la anarquía.
Duarte fue alejado, y si la muerte piadosa no se hubiera llevado
a Mella a tiempo hubiera sufrido el baldón de asesino y traidor que
echaron sobre él los ministros del Gobierno de que había formado
parte como vicepresidente.
Pero prosigamos el proceso de los acontecimientos y veamos
algunas de las contingencias que por la significación moral y por
el sentimiento patriótico que arrastraron en el curso de la historia
han de estimarse para valorizar a los campeones de aquella empresa
memorable y para condenar de réprobos a quienes antepusieron
sus ambiciones personales, sus odios y sus perfidias al ideal de independencia y libertad que constituyó la mística sublime de tantos
holocaustos, de tantos patíbulos como padeció el pueblo dominicano desde 1861 a 1865.
Estamos en el teatro de las operaciones de la campaña del
Este con nuestros soldados amenazando ya la sede del Gobierno
anexionista, después de haber hecho inexpugnable con su heroica
resistencia el reducto de Arroyo Bermejo y los desfiladeros que
intentaron franquear las huestes de Santana para combatir a la Revolución restauradora en el mismo corazón de Santiago, asiento del
Gobierno Provisorio de Salcedo.
Pero sí cierto aflojamiento que se hizo patente en las acometidas del enemigo en los frentes del Este, también fue notorio y
342
César A. Herrera
alarmante el recrudecimiento de los ataques que tuvieron lugar en
el Sur y, sobre todo, en el Norte y Noroeste del país, en cuyos
frentes forcejeaban las tropas españolas para alcanzar el objetivo
que no pudieron por el Sillón de la Viuda y otros desfiladeros de la
cordillera Central.
Es bastante explícito de cuanto acabamos de decir el parte del
Gobierno a Luperón, jefe sobre Santo Domingo, y cuyo texto
transcribimos de la obra ya citada de Manuel Rodríguez Objío.
Gobierno Provisorio de la República Dominicana. Santiago,
7 de abril de 1864. Señor general Gregorio Luperón, jefe
sobre Santo Domingo. Señor: Por oficio del gobernador de
La Vega y un parte en comunicación del comandante de armas de Piedra Blanda, ha sabido el Gobierno que el enemigo
prepara una fuerte invasión sobre las costas del Norte, pretende llamar nuestra atención sobre San Juan, San Cristóbal
y Piedra Blanca, todo con la intención, según estos, de matar
a la Revolución en su origen. El Gobierno no desmaya en
tomar las medidas que tiendan a salvar la situación, pero al
mismo tiempo cumple al deber del Gobierno participar a
Ud. todos los amagos que puedan poner en peligro nuestra
nacionalidad. Dios guarde a Ud. muchos años. El ministro
de R. E. encargado de la vicepresidencia, firmado Ulises F.
Espaillat. Refrendado, J. B. Curiel.
Pero el parte del día 8 de abril trajo noticias más precisas al
respecto y no menos alarmantes, dice así:
Dios, Patria y Libertad. República Dominicana. Gobierno
Provisional. Sección de Guerra. Santiago, 8 de abril de 1864.
Señor general Luperón. Señor: Habiéndose propuesto el
Gobierno mantener al corriente de todo a los prohombres
de nuestra gloriosa Restauración, y siendo Ud. uno de tantos, se complace esta superioridad en participarle que en este
momento (las nueve de la mañana), se acaba de recibir un
oficio de Guayubín, en el cual se nos anuncia que por parte
Anexión-Restauración
343
de Monte Cristi, se ha sabido por vía de Haití, que el enemigo atacaría aquella plaza con fuerzas considerables. Esta
noticia se corrobora por la correspondencia que de diversos
puntos ha recibido el Gobierno de algunos días a esta parte
y más aún con la presencia de siete vapores en las mismas
aguas de Monte Cristi y como es muy probable que al hacer
el enemigo su último esfuerzo, nos ataque a la vez por todas
las fronteras, se le avisa a Ud. para que estando prevenido
tome las precauciones oportunas. Todo lo que se le comunica
etc. Dios etc. El ministro de R. E. encargado de la vicepresidencia, Ulises Espaillat. Refrendado, J. B. Curiel.
Algunos de los partes del presidente Salcedo entonces en San
Cristóbal, revelaron no solo la volubilidad de sus decisiones sino
también una manifiesta y lamentable incongruencia entre las experiencias que el ejercicio de las armas le había proporcionado y
la acción, que en determinadas condiciones debió desplegar contra
un peligro o para ganar una posición fundado en la razón lógica de
los acontecimientos.
Esta incongruencia estará a la vista del lector en el parte que el
día 22 de abril pasó al presidente Salcedo, desde el Cuartel General
de Higüero al general Luperón. Pero antes conviene recordar la
propuesta que le hizo Luperón en ocasión de la batalla del 21 de
enero de 1864 y como fue diferido su parecer de que fueran atacados
y asolados los cantones de Yamasá y Monte Plata; como se opuso
Salcedo sin meditar cuáles hubieran sido las posibles consecuencias
del asolamiento de esos cantones provistos de escasa guarnición.
Veamos los partes y hágase cargo el lector del contenido ideológico de ellos de suerte que le permitan comprobar las contradicciones entre sus resoluciones y sus actos, y explicarse así la razón
de algunos de los episodios de relieve que matizan pasionalmente
la campaña del Sur y del Este durante el régimen dictatorial de
Salcedo.
Dios, Patria y Libertad. República Dominicana. Presidencia
del Gobierno en campaña, Cuartel General de Higüeros. 22
344
César A. Herrera
de abril de 1864. Señor general Gregorio Luperón, Bayaguana. En la guerra que sostenemos contra España, la experiencia ha demostrado que cuando el enemigo ataca un punto
con fuerzas superiores, deja otro descubierto, máxime en las
actuales circunstancias en que carece de fuerzas suficientes
para atender a diversos puntos. Por estas razones, deduzco
que habiendo caído el enemigo con fuerzas considerables
sobre la línea de San Cristóbal (tercera vez), la del Este debe
estar en la impotencia de resistir nuestra agresión.
Así que, ordeno a Ud. de nuevo que con todas las tropas
bajo su mando, y en combinación con el coronel Adón con
las suyas, invada con la mayor prontitud la provincia de El
Seibo. He ordenado al general Manzueta que le provea de
municiones, igualmente que al coronel Adón; Ud. oficiará
a este último el día y lugar en que debe incorporársele. El
enemigo que invade a San Cristóbal se encuentra en Daca y
los nuestros en Manomatuey. He destacado una fuerza que
le acometa por retaguardia. Si el ataque de Ud. fracasare,
repliéguese a sus líneas. Espero de su exactitud que nuestra
empresa tenga un feliz éxito. Soy de Ud. José A. Salcedo.
Tres días después desmintió una contraorden y Luperón tuvo
que desmontar todos los aprestos con desmoralización de su ejército ya casi en marcha; en menos de quince días incurrió en una serie
de contradicciones en perjuicio de la moral y de la buena disciplina
de oficiales y clases incluso de su comandante en jefe.
Pero Luperón, consciente de la responsabilidad que gravitaba
sobre sus hombros, no soslayó ninguna de las ocasiones que se le
presentaron para atacar y repeler las fuerzas enemigas.
Días antes de recibir la orden de movilización hacia El Seibo,
con una ronda de no más de 20 hombres puso en fuga al enemigo
en las inmediaciones de Guerra, en el término de Mojarra, y todavía resonando el eco de la fusilería de sus ochenta soldados en
Guerra, sostuvo un combate en Yerba Buena donde el enemigo
tuvo siete muertos, muchos heridos y como trofeo de la victoria
tomó una bandera y algunos fusiles.
CAPÍTULO XXVIII
GUERRA DE LA RESTAURACIÓN
SUMARIO
Enervamiento en los frentes españoles. Derrotismo. Pronunciamiento
de optimismo. Proclama del presidente Salcedo. Pleito de Los Llanos.
Cambio de táctica del general Gándara. Despacho del Gobierno sobre
el particular. Incubación de la guerra civil. Reemplazo de Luperón.
Oficios acerca del incidente.
Las peripecias de San Cristóbal y de muchos de los frentes del
Sur y del Este siguieron denotando, si no todavía un sentimiento
derrotista, cierto enervamiento en la ofensiva de los enemigos, y
nada decían al buen juicio, los acontecimientos de esta parte del
país, y menos los esporádicos alardes de reconfortamiento que solía
hacer el enemigo para dar pábulo a las propagandas como guerra
psicológica, o ya para impresionar a nuestros soldados que, sin embargo, se mantenían firmes al pie de sus banderas.
Hay en cambio un pronunciamiento de optimismo en la proclama que en Yamasá lanzó al país el presidente Salcedo, porque
no obstante las amenazas de ataque, los aprestos contra las costas
norteñas, la añagaza de ciertos sondeos de avenimiento mediante
una comisión haitiana, la llamada a Santo Domingo de los jefes
españoles, el efecto de nuestra guerra de guerrillas, las dificultades que frustraron las cautelosas diligencias y sobornos con que
se quizo incrementar la fila de los reaccionarios, las deserciones
345
346
César A. Herrera
de los soldados criollos que pasaban a nuestro ejército exaltados
por su patriotismo, las epidemias que azotaban las tropas españolas
hicieron gran parte del optimismo y de aquel entusiasmo con que
combatieron nuestros soldados en todos los frentes de batalla.
He aquí la Proclama:
Dios, Patria y Libertad. República Dominicana. José Antonio Salcedo. General de división en jefe del Ejército Libertador y presidente del Gobierno Provisorio. Al pueblo y al
ejército dominicanos. Ya estaréis informados de los últimos
acontecimientos ocurridos en San Cristóbal, ellos prueban
que el pueblo dominicano está decidido a sostener su Libertad Nacional y sus derechos; ellos prueban que ni promesas
ni dorados programas de gobierno, ni el brutal concurso de
las bayonetas y el incendio podrán ahogar tan nobles aspiraciones. En sus despechos nuestros enemigos, ha recurrido a
los medios más atroces para vindicar su honor comprometido. ¡Error!
Ellos le habrían sacado ileso si al reclamar el pueblo sus derechos violados se los hubiesen devuelto, lejos de persistir en
usurparlos. Y puesto que así lo quieren que sigan escribiendo
su proverbial historial de barbarie; de nuestra parte se alzarán montones de cenizas, de la suya dejarán lagos de sangre y
llevarán por todas partes el sonrojo de plegar su sanguinario
estandarte ante nuestras pequeñas pero valientes huestes, que
el fin enseñorearán triunfales el cruzado pendón de nuestras
glorias.
El mundo, al fallar en esta contienda, le hará de un modo
poco honroso para España, pero altamente digno para nosotros. Dominicanos: Que el proceder de nuestros enemigos
encienda más y más vuestro coraje; hagámosles una guerra
sin tregua hasta lograr restablecer la Independencia Patria.
Soldados: Si es cierto que carecemos de los recursos materiales con que cuenta el enemigo, esa misma hará más brillante
nuestra gloria; con vuestros sables y los tiros certeros que
les dirigís desde nuestros bosques. Ya le habéis aterrorizado.
Anexión-Restauración
347
Soldados de la Independencia: Continuad como hasta aquí
para que la Patria os mencione con orgullo; llevad a cabo la
gran misión que ella os ha encomendado, y no temáis a un
invasor que apenas conquista un palmo de terreno le abandona trémulo ante vuestra constancia.
¡Soldados!: No olvidéis que el Supremo Gobierno sabrá recompensar esa firmeza; él ve vuestras fatigas y sufrimientos y
se esforzará en remediarlo muy pronto.
Constancia pues en los peligros, sufrimientos en las fatigas:
así es como todos los pueblos libres han conquistado su Independencia. Dada etc. en Yamasá a 29 de abril de 1864. José
Antonio Salcedo.
Para el día 30 de abril estaba en retorno en el Cantón de Yamasá
el general presidente y es precisamente la noche de ese día cuando
llegó a Los Llanos una columna enemiga de más de dos mil hombres que, ignorada por Luperón y conforme a informes recibidos
durante el día, se enfrascó en un ataque desigual en que llevaron
la peor parte las aguerridas tropas dominicanas. Esta empresa desafortunada mereció la reprimenda aunque comedida y respetuosa
del Provisorio, sistemáticamente opuesto a batallas campales y
siempre empeñado en que se prefiriese la guerra de guerrilla.
Los aprestos para una ofensiva en gran escala continuaron alarmando al Gobierno Provisorio. Veamos la circular que el mismo día
del descalabro de Los Llanos remitió en relación con esos aprestos
el vicepresidente Espaillat, después pasaremos a las providencias
que tomó Salcedo durante su reasunción de la jerarquía de jefe de
operaciones en las Líneas del Sur y del Este.
La circular del Gobierno dice así:
Santiago, 1 de mayo de 1864.
Dios, Patria y Libertad. República Dominicana. Gobierno
Provisorio. Sección de Guerra. Circular. Señor general G.
Luperón: Según las últimas correspondencias, los españoles (dicen ellos) suspenderán las operaciones militares hasta
348
César A. Herrera
principios de octubre; enviarán a Cuba la mayor parte de las
fuerzas que aquí operan, y en tanto se limitarán a reforzar el
bloqueo; mientras que antes de abrir las nuevas operaciones,
ya habrá estallado entre nosotros una revolución causada por
la ambición y rivalidades de los jefes; y que en este caso la
reconquista les será en extremo fácil. Aunque llegue a resultar que el enemigo retire la mayor parte de esas fuerzas, es
indispensable mantener la misma vigilancia; y aún duplicarla,
pues este plan ha sido sin duda imaginado con el objeto de
provocar nuestros abandono, contándose con la proverbial
apatía dominicana.
Es pues así de absoluta necesidad que se mantenga la más
perfecta unión entre todos los jefes superiores y subalternos,
y aún entre los soldados.
Es preciso vigilar y espiar a los traidores y a los malos consejeros: el enemigo quiere dividirnos para podernos someter.
Seamos pues unidos y seremos invencibles. El vicepresidente, Ulises F. Espaillat. Refrendado: J. B. Curiel.
Los términos de esa circular expresan con toda claridad algo
más que los temores «a una nueva invasión ya señalada» como en
marcha por las vías de Santa Cruz y Bermejo como parte del plan
de ataque que debía tener efecto el día 1 de abril, según parte desde
Yamasá del día 30 de Salcedo a Luperón.
Hay en esa circular la palmaria denuncia de una posible conjuración contra el Gobierno Provisorio fraguada por las ambiciones
y por la inmoralidad de algunos jefes alentadas por agentes de los
invasores y, como se ha visto, recomendaba «vigilar y espiar a los
traidores y a los malos consejeros».
Puede decirse, ateniéndonos a los móviles de tan urgentes requerimientos contra los «malos consejeros y traidores», que los ánimos de algunos de los prohombres estaban ya sublevados, que el fermento de las
pasiones políticas estaban incubando nuevamente las facciones que tan
funestas han sido al país durante más de cien años de su historia política.
Pero infructuosos fueron, como veremos en el curso de los
acontecimientos, el clamor del Gobierno por el redoblamiento
Anexión-Restauración
349
de esa vigilancia y sus encarecimientos para que se mantuviesen la
armonía y «la más perfecta unión entre todos los jefes superiores y
subalternos, y aún entre los soldados».
Uno de los primeros actos del general presidente Salcedo a su
llegada fue la sustitución de Rojas por el coronel Epifanio Márquez
para el desempeño de la jefatura de operaciones de San Cristóbal y
casi inmediatamente la designación para ese mismo cargo del coronel Wenceslao Álvarez con postergamiento de Márquez y posteriormente el nombramiento del general Benigno F. de Rojas como
generalísimo de los Ejércitos del Sur y del Este con sorpresa de los
generales Luperón y Manzueta que con tanta pericia y denuedo
habían combatido las huestes de Santana y de Alfau.
El reemplazo le fue notificado al general Luperón el día 8 de
mayo de 1864 en los términos siguientes:
República Dominicana. Jefatura de operaciones de las Líneas del Sur y del Este. Cuartel General de Monte Plata, 8
de mayo de 1864. Señor general G. Luperón: Habiéndose
dignado S. E. el Señor presidente conferirme al mando en
jefe de estas líneas, y atendiendo a su patriotismo, celo y
actividad, vengo a rectificar el mando que Ud. ejerce como
jefe de operaciones en estas comarcas. Para dar mejor organización a estos cantones, he venido en nombrar al general
Eusebio Pereyra, jefe de operaciones de la Línea de Bermejo. Después de haber examinado el punto de Boyá y oído
las observaciones de Ud. como las de S. E., he determinado
que los diferentes puntos bajo su mando tengan por centro
a Monte Plata y Boyá, según se dispuso ayer; y aunque no es
probable que sea preciso replegar, si esto sucede, cubrirá Ud.
con su gente los puntos de Bermejo y Maluco. Comunique
esta disposición a los jefes bajo su mando. Dios guarde a Ud.
muchos años. Benigno F. de Rojas.
Ni la forma inopinada y sorpresiva como fue depuesto el general Luperón, ni el tono de los oficios que recibió de parte de Rojas
se compadecieron con las exhortaciones de concordia, armonía
350
César A. Herrera
y recíproca lealtad, que había demandado en todos los frentes el
Gobierno Provisorio a los jefes, subjefes y soldados cuya unión,
sin el menor quebrantamiento, era tan necesaria en esos críticos
momentos porque atravesaba la Revolución Restauradora.
Además de los amagos de la conjuración y de ese clima de
sublevación en que estaban los ánimos estimulados por intrigas
y pasiones exaltadas sin escrúpulos por agentes de la subversión,
véase y conjeture el lector su significación, el énfasis y el sentido de
los oficios de Rojas a Luperón que vinieron desacomodados a ese
espíritu de concordia y a los anhelos de cohesión que inspiraron la
circular del Provisorio.
Al oficio anteriormente transcrito siguen otros cuando ya a
Luperón se le había otorgado una licencia por quebrantos de salud
que solicitó tan pronto como fue separado por oficio de su condición de jefe de operaciones. Así en el despacho del 9 de mayo de
1864 requirió Rojas a Luperón que le dijera «no tanto los puestos
establecidos, como los jefes que los comandaban» si les inspiraban
la confianza necesaria. En esa comunicación hay unas cuantas recomendaciones que más parecen reproches que anodinos consejos
en bien del orden y de la marcha de la revolución.
Ese oficio dice textualmente:
Dios, Patria y Libertad. República Dominicana. Jefatura de
Operaciones de la Línea de Bermejo. Cuartel de Bayaguana,
9 de mayo de 1864. Señor general G. Luperón: En atención
de la quebrantada salud del coronel Guillermo, S. E., de
acuerdo con esta jefatura, ha resuelto destinar al puesto de la
Yerba Buena al coronel Antonio Guzmán, para que tome la
iniciativa de las operaciones militares; todo esto sin producir
choque con el primer jefe mientras permanezca allí.
Al coronel Guzmán le daría Ud. las instrucciones siguientes:
1. Que pase a su destino a la mayor brevedad; 2. que procure
obrar de acuerdo con el coronel Guillermo; 3. que active
los movimientos militares dando preferencia al sistema de
guerrillas constantes y ambulantes; 4. que inquiete día y
noche al enemigo para abatir su salud y que intercepte los
Anexión-Restauración
351
bagajes, etc.; 5. que procure datos exactos sobre el número
de fuerzas enemigas que operan desde Guerra hasta Higüey;
6. que corresponda con Ud. y reciba sus órdenes y socorros;
7. que en caso de replegar, sea esta efectuada sobre Monte
Plata. Prescríbale el respeto a la propiedad y que no despoje
al soldado que se beneficie del campo enemigo. Podrá Ud.
ampliar estas instrucciones si lo estima conveniente.
Dios guarde etc. Benigno F. de Rojas.
A las enfáticas y un tanto altaneras comunicaciones dio Luperón la categórica respuesta siguiente:
Monte Plata, 9 de mayo de 1864.
Señor don Benigno F. de Rojas, general en jefe de estas líneas. General: Tengo en mi poder sus oficios de ayer y de
hoy. En el primero, aparte de las órdenes que me transmite
me hace Ud. saber que ha sido nombrado jefe de estas Líneas
de mi mando; y en las otras insiste Ud. en saber la replegada
en caso de ataque, indicándome a Bermejo. Hoy debo por
fin hacerlo comprender, que desde que me fue entregado
el primer oficio extrañé tanto el contenido que pedí a S. E.
general, que para nada conveniente al servicio de esta línea
debe dirigirse a mí. Quedo como siempre su atento amigo.
G. Luperón.
CAPÍTULO XXIX
GUERRA DE LA RESTAURACIÓN
SUMARIO
Sustitución de Ribero y muerte de Santana. Expedición de Gándara
sobre San Cristóbal. Ofensiva contra Monte Cristi. Circular del
Gobierno acerca del ataque a Monte Cristi. Acción reconfortante
de Luperón.
Además de la sustitución del general Luperón por el general
Benigno F. de Rojas tuvieron lugar dos acontecimientos que repercutieron en las operaciones de las Líneas del Sur y del Este y
produjeron grandes cambios en el escenario bélico de la República
sobre todo en el Noroeste, con una serie de contingencias cuyo
resultado, en último análisis, fue el enardecimiento del patriotismo dominicano y el desgano y el derrotismo que comenzaron a
padecer las tropas españolas y las defecciones de los reservistas que
huían de sus filas instados unos por los criollos, otros impulsados
por la santa unción del patriotismo.
Esa sustitución, que le fue comunicada a Luperón sin ningún
miramiento al heroísmo desplegado por él, ni a la procera virtud
de su acendrado patriotismo, ni a los servicios prestados a la Patria
desde las proezas de Sabaneta; produjo, como era de esperarse,
un malestar muy grande entre los soldados de su mando directo;
y el descontento en las filas se dejó traslucir en el quebranto de
la disciplina, disciplina que por sus encarecimientos mantuvieron
353
354
César A. Herrera
los soldados que lo vieron irse atribulado por las decepciones y las
perfidias.
Los otros acontecimientos fueron el reemplazo del general
Ribero y Lemoine como capitán general de la Colonia por el general don José de la Gándara y Navarro el día 13 de marzo, con
el mariscal de campo don Juan José Villar y Flores como segundo
jefe del Ejército y el fallecimiento del general Santana a las cuatro
de la tarde del día 14 y sustituido en su mando por el brigadier
Baldomero de la Calleja con relegamiento de sus segundones en las
faenas de la guerra, generales Eugenio Miches, Juan Rosa Herrera
y Antonio Sosa.
Cuando a causa de su enfermedad consideró Santana que sería
sustituido por Calleja, le significó a Gándara que debía tener en
cuenta el tácito derecho de sucesión que tenían esos conmilitares. Hizo el viaje a Santo Domingo para protestar y reclamar eso
y sufrió la honda depresión moral que precipitó su muerte y tal
vez murió ignorando que el general Gándara había decretado su
deportación el día 10 de junio a La Habana, en su cuartel general
de Monte Cristi.
Ya habíamos señalado cómo desde los días desdichados de la
batalla de Arroyo Bermejo y de la censura de Gándara, comenzó
Santana a perder lo que le restaba de su desmedrado poder y crédito dentro del Gobierno que su apostasía había erigido tal vez por
aberraciones de sus sentimientos patrióticos o por emular a Juan
Sánchez Ramírez, que en épocas pasadas, propicias entonces a la
reincorporación rectificó la pretensa doctrina de la «Una e indivisible» contenida en la risible parodia «Ya no hay río Robouc» de
la famosa frase «Ya no hay Pirineos» con que Luis XIV despidió al
Duque de Anjou cuando salió de París a Gobernar a España.
Los primeros actos de Gándara siendo ya capitán general de
la Colonia fueron destacar cuatro columnas, dos desde Santo Domingo y dos desde Baní, para que a manera de tenaza estrecharan
a San Cristóbal el día 21 de abril. Se produjo la ofensiva pero el
pueblo estaba abandonado y el resultado fue muy penoso para sus
tropas, que sufrieron tanto en la marcha de ataque como en la retirada muchas bajas entre muertos y heridos causados por el fuego
Anexión-Restauración
355
de las guerrillas; la destinación al Seibo de Baldomero Calleja con
instrucciones precisas de una ofensiva formal contra Monte Cristi.
Unos veinte días después del frustrado doble ataque de San
Cristóbal, el 15 de mayo, el general Gándara dio comienzo a la
temida invasión del Cibao.
Veinticinco buques desplegados en batalla maniobraron en la
rada de Monte Cristi para el desembarco de 800 hombres de tropas, muchos de ellos bien equipados de todas armas y de técnicos
en materia castrense procedentes de Cuba bajo las órdenes de Primo de Rivera como comandante en jefe.
Las temibles maniobras en la bahía de Manzanillo bajo el humo
de las chimeneas y de las descargas de las baterías que protegían el
desembarco que terminó prácticamente el 17, día en que organizaron las tropas y salieron a marcha forzada sobre la ciudad de Monte
Cristi, defendida por fuerzas de no menos de seiscientos hombres
al mando del general Benito Monción y los generales Pedro Antonio Pimentel y Juan Antonio Polanco como ayudantes.
En este combate las fuerzas españolas, ya picadas en su marcha
por las guerrillas del general Federico de Jesús García, sufrieron
cien bajas entre ellos el Marqués de Estrella, muerto y herido el
general Fernando Primo de Rivera, tal vez abuelo del fundador de
la Falange Española don José Antonio Primo de Rivera.
Monte Cristi fue tomado y de inmediato salió en persecución de
las tropas dominicanas con una caballería de cuarenta y cinco jinetes
y cuatrocientos de infantería el coronel del Estado Mayor don Félix
Ferrer quien batió en Laguna Verde a nuestros soldados que tuvieron
que huir del campamento hasta los términos de El Duro y la Molina,
mientras el general Gregorio Luperón disfrutaba de la licencia «sin
término limitado» que le había otorgado al presidente Salcedo, pero
el Gobierno Provisorio, aunque significándole que «por su estado de
salud no debía informarle de la verdadera situación de la Patria, y temiendo
que lleguen a sus oídos nuevas abultadas», le remitió la circular que pasó
en relación con los sucesos acaecidos en la Línea.
Copia circular. República Dominicana. Gobierno Provisorio. Santiago, 21 de mayo de 1864. Sosteniendo siempre el
356
César A. Herrera
Gobierno el principio que ha tomado por norma, de mantener al corriente a los caudillos de todos los acontecimientos
trascendentales que ocurren en la marcha de la guerra que
sostiene el país, pasa a informarle de lo acaecido en la Línea del Noroeste. El día 15 del presente se acercaron a La
Poza (bahía de Manzanillo), veinticinco vapores enemigos,
con el plan acordado de efectuar un desembarque; el mismo
día llevaron a cabo sus ideas, sin que los nuestros pudiesen
impedir esta primera operación, y la guardia que allí había
hubo de replegar al otro lado de la vieja embocadura del río
Yaque, siendo imposible hostilizarlos en dicho punto. El 16
al amanecer emprendió su marcha el enemigo costeando la
rivera del mar protegido por ocho vapores que se mantuvieron despejando el campo. Así llegaron hasta la opuesta
orilla del cauce viejo, donde los nuestros detuvieron largo
rato, pero forzados por el número abandonaron el pueblo,
después de haber hecho al enemigo grandes daños; y han
ocupado mejores posiciones en las inmediaciones de aquella
plaza. El cantón general se ha fijado en Laguna Verde, donde
se mandan fuerzas que renovarán incesantemente las hostilidades. Y concluye así: El presidente ha partido hoy a tomar
el mando en jefe en el teatro de la guerra etc. Dios etc. F. C.
jefe de Sección.
Ya vimos cuál fue la suerte del cantón de Laguna Verde y el
repliegue de las tropas mal armadas a El Duro y La Malena. Pero
la guerra de guerrilla seguía hostilizando al enemigo desde los
quebrados, las colinas y las veredas aledañas a los caminos reales.
Con todo, la situación no podía ser más embarazosa ni más alarmante; era necesario levantar la moral de los combatientes, dotar
de más soldados y bien armadas las fuerzas en constante repliegue,
contrarrestar las deserciones y, sobre todo, poner cese a las desavenencias de los jefes y al clandestino trabajo de los reaccionarios,
que habían comenzado a fomentar el caudillismo y las pasiones
partidistas. Pero los reaccionarios, empujados al proselitismo por
el señor Ponce de León y otros, soplaban las cenizas apagadas y
Anexión-Restauración
357
apareció debajo el fuego de las discordias políticas. Sin duda alguna, el presidente Salcedo no era el más indicado para afrontar con
buen éxito la solución urgente de los problemas que afectaban el
país, anonadado en aquellos momentos en que corrían el riesgo de
desplomarse no solo el Gobierno ya vacilante, sino cuanto se había
hecho en toda la República por la causa de la Restauración.
Pero la circular anteriormente transcrita arrebató el espíritu
guerrero de Luperón a una sublime exaltación patriótica y se operó
en él el milagro que sobrepujó sus dolencias físicas; voló al palenque y dotado de recursos casi providenciales levantó en los campos,
aldehuelas y ciudades más de tres mil hombres, allegó con redobladas diligencias armas, municiones y caballería cuando el Gobierno
había perdido ya su fuerza moral y su autoridad, ni era obedecido,
ni respetado, no obstante la prestancia y honorabilidad de algunos
de sus componentes.
Al conjuro de sus exhortaciones patrióticas y de sus requerimientos el Cibao correspondió con todo cuanto fue menester a la
causa restauradora en aquel momento de inminente peligro para la
Patria, y como dijo Manuel Rodríguez Objío: «las autoridades todas, locales y generales, declinaron su poder en aquel joven soldado, que resumía todo el prestigio y toda la fuerza de aquella época».
Era de esperarse esa demostración de confianza y de fe con que
se premiaba el esfuerzo titánico con que había levantado un ejército de 3,000 combatientes; con su mística de soldado victorioso y
de patriota, restableció la disciplina y detuvo las deserciones casi
incontenibles.
Oficialmente se le dio un testimonio de la confianza y de esa fe
que en él había depositado el Gobierno.
Gobierno Provisorio. Sección de Guerra. Santiago, 6 de
agosto de 1864. Señor general don G. Luperón. Santiago. En
este momento acaba de recibir esta Superioridad un oficio de
S. E. el presidente del Gobierno con fecha 4 del presente y
marcado con el No. 44, que entre otras cosas dice lo siguiente: «El orden con que se ha efectuado la marcha y entrada a
esta de las tropas, ha sido enteramente satisfactorio y como
358
César A. Herrera
era de desearse, etc. Quedo pues esperando al señor general
don G. Luperón con las fuerzas que debe conducir él mismo
etc. Por consiguiente sírvase alistarse para salir mañana para
el campamento general de El Duro. Lo que le comunico para
su cumplimiento. Dios etc. Ulises F. Espaillat. Vicepresidente. Refrendado J. B. Curiel.
El día 7 de agosto salió para El Duro el general Luperón, desde Guayubín, donde se unió con Salcedo, se encaminó hacia su
destino. Este nuevo contacto con el presidente iba a tener consecuencias fatales para la Revolución, para el Gobierno y aún para
el mismo Salcedo. Las condiciones del temperamento del general
presidente, irresoluto, voluble, enigmático en su modo de pensar
y en el designio de sus resoluciones, se manifestaron bien pronto
adversas a las inquietudes de Luperón. Este quería atacar, se adujo
que no había municiones ni armas para ello, que cuando llegasen
se movilizarían las tropas; pero casi inmediatamente supo Luperón
que se habían adquirido 300 fusiles en Guayubín, y una vez habilitados los que estaban descompuestos por sus diligentes gestiones
y actividades y ya los fusiles en el campamento, solicitó órdenes al
presidente para atacar y este no se limitó a rehusar, sino que dispuso que pasara aquel a Santiago hasta segunda orden.
A esa desavenencia vinieron a agregarse acontecimientos que
aunque en verdad no fueron causa de la renuencia del general Salcedo a entrar en combate, ni la manera inesperada como ordenó a
Luperón su retirada a Santiago, constituyeron elementos de juicio
que permitieron abrigar sospechas de que Salcedo era desleal a
la causa por sus connivencias con el enemigo y las murmuradas
acusaciones subieron de punto por su intervención en defensa del
señor Antonio García contra la condena a muerte que contra él
pronunció el Consejo de Gobierno después de cumplir todos los
requisitos de ley.
CAPÍTULO XXX
GUERRA DE LA RESTAURACIÓN
SUMARIO
La sentencia contra el general Antonio García y la actitud criticable
del presidente Salcedo. Sublevación de Polanco y derrocamiento de
Salcedo. Ataque de Puerto Plata. Combates del Este. Desocupación
de El Seibo. Sentido cívico de una hoja volante de Santiago con
motivo de una conferencia para concertar la paz.
El presidente Salcedo, que había venido de Santiago, se opuso
al dictamen del tribunal de guerra y gestionó inútilmente el perdón
por ante los miembros del gobierno, entonces la otorgó él dictatorialmente y desde ese momento se dispuso a combatir a este en una
pugna sistemática que había de redundar en su perjuicio.
El presidente Salcedo había librado del patíbulo a García pero
ese acto de absolutismo vino a complicarlo como presunto traidor
a la causa y hasta se consideró ese acto, no solo como una deslealtad
al gobierno sino a la Patria, y esto fue gran parte de los hechos que
sirvieron para substanciar el proceso que se abrió contra él y aún
más tarde contra los miembros del Gabinete.
El régimen estaba ya desacreditado y ante la inminencia del
derrumbe el repúblico don Ulises Espaillat buscó la salvación en
la convocatoria de una Asamblea Nacional, creyendo capear así
los males que se había acarreado el general Salcedo con la gracia
que otorgó a Antonio de Jesús García. Entre esos males han de
359
360
César A. Herrera
señalarse también como de suma gravedad la sospecha e infidelidad
a la causa, y que se atribuyera a sus desaciertos la actitud que habían asumido los más connotados miembros de la Revolución para
descartarlo como presidente Provisorio. Prácticamente para el 16
de agosto de 1864, ya Salcedo había dejado de ser el jefe máximo
de la Revolución.
La Asamblea Nacional fue convocada mediante decreto el día
30 de septiembre de 1864, pero lejos de conjurar las adversidades
que abrumaban al presidente Salcedo, que se avino a esa convocatoria no de buen grado. La situación empeoró a causa de un intento
de negociaciones sugeridas por Gándara oficiosamente a Pujol, en
Turks Islands, por mediación de don Federico Echinagusia y tentativamente planeada en una conferencia en Monte Cristi celebrada
con el beneplácito de Salcedo el día 30 de septiembre en la que
representaron al Gobierno Provisorio los señores generales Alfred
Deetjen, Pablo Pujol, Pedro Antonio Pimentel, Juan B. Curiel y
coronel Manuel Rodríguez Objío. So pretexto de estas negociaciones, en las que no se llegó a nada, a la media noche del día 10
de octubre conjurados en el fuerte San Luis, los Polanco, Pimentel
y García desconocieron la autoridad de Salcedo, derrocaron y
proclamaron como presidente del Gobierno Provisorio al general
Gaspar Polanco y vicepresidente al ciudadano Ulises Espaillat.
Para justificar la conjura y casi a seguida del acto de proclamación, el presidente Polanco, en un manifiesto que lanzó al país,
entre otras cosas dijo: «que la revolución había perdido el vigor de
los primeros días por la inacción, alentando las esperanzas de los
enemigos; porque el primer mandatario alejado siempre del centro
gubernativo, destruía inconsultamente las mejores disposiciones
del gobierno y las anulaba sin consideración; porque existiendo un
Ejecutivo en campaña y otro en el asiento del gobierno no existía
este; porque pensando merecer el título de magnánimo toleraba las
demasías de los españoles; porque los representantes del gobierno
español en vista de tales desaciertos llegaron a concebir la posibilidad de su sorpresa diplomática y militar e iniciaron negociaciones de paz,
cuya malicia sorprendió la comisión dominicana que fue donde el
general Gándara; porque descuidó completamente los cantones
Anexión-Restauración
361
próximos a Monte Cristi; y, en fin, se daba a entender que se sospechaba de su fidelidad», y agrega el historiador Manuel Ulbado
Gómez: «Realmente, el general Pepillo era disoluto, valiente y leal
a la causa que defendía».
Mientras tanto, después del desembarco y de los comienzos de
la intentada invasión del Cibao con la toma del pueblo de Monte
Cristi, tuvieron lugar en la costa Norte de la República entre escaramuzas, bombardeos de poca importancia, el ataque de Puerto
Plata por tres vapores: el Hernán Cortés, el Ulloa y el San Quintín
y el desembarco, la noche del 29 de agosto, de tres columnas al
mando de los coroneles don Nicolás Argenti, don Demetrio Quirós y don Agustín Jiménez Bueno que dominaron y ocuparon los
cantones de Punta Cafemba, Maluis y Los Campeches, con siete
muertos y ciento cinco heridos de parte de los españoles, y de la
nuestra, algunos heridos, y la muerte del general Benito Martínez
y la pérdida de la artillería emplazada en Punta Cafemba.
En las Líneas del Sur y del Este los acontecimientos daban
aliento al mejor optimismo. El cerco gradual de Santo Domingo
planeado sin duda por Luperón durante su mando como general
en jefe de estas líneas daba ya sus frutos. Guerrillas volantes procedentes de San Cristóbal hostigaban las avanzadas del gobierno por
San Gerónimo, por La Generala, en los altos de San Carlos y por las
inmediaciones de Villa Duarte (Pajarito), los tiroteos esporádicos
desconcertaban los cantones de avanzada…
Se combatía en todo el Este: Guerra, Los Llanos, San Pedro
de Macorís fueron escenarios de furiosos combates del día 3 al día
19 de julio. Entre las refriegas se cita la de Antonio Guzmán que
asaltó un convoy como de doscientos hombres en el trayecto de
Juan Dolio a Los Llanos, los españoles tuvieron cincuenta bajas
entre muertos y heridos.
Se atribuyen a la pérdida de este convoy, la desocupación
de San José de los Llanos y de San Antonio de Guerra y la
concentración precipitada de las tropas en la plaza de Santo
Domingo, y en El Seibo, las de Hato Mayor y Guasa, que a los
pocos días con las de Higüey, evacuaron el Este por el embarcadero de Gato.
362
César A. Herrera
Para dar una idea acerca de las vicisitudes de los soldados españoles del Este transcribimos lo que en relación con su retirada dice
el general Gándara:
El estado de las tropas al evacuar a Higüey nada tenía de
lisonjero: el segundo batallón del Rey, que fue al Seibo en
enero con 850 plazas, quedó reducido a 97; el segundo de
Nápoles que se incorporó a la división en abril con 760,
solo contaba 78, el segundo de Tarragona que desembarcó
a mediados de octubre 648 reembarcaban 324 a fines de
diciembre.
¡Desconsuela y conduce a dolorosas consideraciones el pensar que casi todas las bajas eran definitivas!
¡Aterra el saber que eran muertos causados por el rámpano
implacable! [...]. Aquí en el Este, todavía en las postrimerías
del gobierno de Salcedo las tropas pregonaban de Luperón y
sus capitanes el heroísmo en los campos de batalla.
Se recuerdan con júbilo el combate de tres horas librado por Luperón en Monte Plata, el asalto de Marcos Adón del convoy en Sabana
Grande, en que perdieron los españoles 35 hombres y se les hicieron
12 prisioneros y la acción del 28, Jueves Santo, en que los españoles
tuvieron cuarenta heridos y muertos, el intrépido criollo al servicio
de España, general Juan Suero; el repliegue a causa de la memorable resistencia y ataque de nuestras tropas de los 2,000 hombres que
atacaron a Yerba Buena el día 3 de mayo, después de siete horas de
combate; las proezas de Manzueta, maestro en el arte del guerrilleo
campeando en la manigua de Isabela y Arroyo Hondo, de Higüero
a Jaivita, de Santa Cruz, Sabana Grande y Yamasá, en defensa de los
puestos contonales de nuestro Ejército Libertador los días 15, 16, 18,
21 y 26 de junio. No pasaba día sin que hubiera un asalto a un convoy,
o un ataque inesperado y fugaz en camino abierto o una carga súbita al
machete y constantemente el tiroteo de las guerrillas que de trecho en
trecho salían a hostigar la marcha de las columnas enemigas.
Los dos golpes asestados por el general Gándara; el ataque de
San Cristóbal y el desembarco y toma de Monte Cristi no surtieron
Anexión-Restauración
363
los efectos que él en realidad esperaba, pues en algunos frentes se
recrudecieron los combates con más enardecimiento de nuestros
soldados y nada más elocuente de la fe inquebrantable de los dominicanos en el triunfo de su causa y de su resolución de continuar la
lucha que el fracaso de la conferencia sugerida por el jefe español
para el cese de las hostilidades.
La amenaza del formidable ejército de Gándara acampado en
Monte Cristi, las batidas de los principales cantones de la revolución por el bizarro coronel de Estado Mayor don Félix Ferrer y el
Conde de Balmaceda entre otros capitanes, nada habían quebrantado la moral y el patriotismo de los dominicanos en aquella hora
sombría de su historia. Por eso no podemos dejar de transcribir en
estas páginas el documento que tiene el valor de una profesión de
fe patriótica que circuló en Santiago de los Caballeros en aquellos
días atormentados por la guerra y por la conjuración que había derrocado el primer Gobierno Provisorio. He aquí el documento recogido por Manuel Rodríguez Objío en su ya citado libro Gregorio
Luperón e historia de la Restauración que ponemos en estas páginas
como férvido y justo homenaje, al cabo de los cien años, al civilismo y amor patrio reflejados en el pensamiento del suelto en que
Santiago habló al país en 1864.
El porvenir del mundo es la paz, pero ese bello porvenir,
ese término definitivo de todas las revoluciones de la humanidad, esa visión hermosa de todos los políticos modernos,
pertenecientes a la escuela progresista, se oscurece más y más
a medida que el derecho público de las naciones se anula, por
la violencia de las armas, y se pospone ante el utilitarismo
que domina en el presente siglo, haciendo de la conveniencia
y de la fuerza árbitros únicos del destino de los pueblos. La
pregonada teoría de los hechos consumados, acatada y aún
aplaudida, por el mundo civilizado, como término del progreso utilitarista, dice más altamente que ningún hecho cuán
poco se tiene hoy en cuenta la moral de los sucesos políticos;
cuán poco se atiende a la justicia o injusticia de ellos. Basta
que la violencia, la intriga o la sorpresa, hayan consumado
César A. Herrera
364
una obra inicua, bien que sea la muerte de una nacionalidad y la opresión de un pueblo ilustre para que esa obra sea
consagrada por el nuevo derecho. De aquí, la persistencia
tenaz que el Gobierno español se ha empeñado en desplegar por someter arbitrariamente a su capricho la voluntad
de los dominicanos, tan espléndidamente manifestada en la
revolución que durante trece meses han sustentado contra el
poderío de aquella potencia.
Y concluye así:
Si existe, pues, de la parte de España el deseo sincero de rendir acatamiento a la justicia; si se considera que nuestras más
ricas ciudades, han sido incendiadas por el ejército español;
si no se desconoce que ese mismo ejército ha yermado los
campos que ha corrido, a fin de agotar los recursos del país
y aniquilar la revolución; si se ha penetrado al cabo el Gabinete de Madrid que su persistencia en dominarnos ha sido la
causa principal y única de los crecidos gastos que la guerra
ha ocasionado, ¿con qué derechos exigiría del pueblo dominicano una concesión indecorosa? Reconquistar su hollada
independencia ha sido el deseo unánime de todos los pueblos
que componen la traicionada República; si ha habido lucha
y lamentables desgracias, cúlpese de ello a los traidores, y no
a un pueblo heroico, que nacido y educado en la escuela de
la libertad americana, no ha podido consentir en aceptar cobardemente la villana condición de esclavo. Sabemos que la
Monarquía Española es fuerte, poderosísima en relación a un
país que apenas cuenta con trescientos mil almas de población, y que se halla desprovisto de todo género de recursos;
pero los que han sabido contrarrestar con honra ese mismo
poderío durante trece meses sin haber abatido un momento
el pendón glorioso que sirve de emblema a nuestra Patria, no
consentirán nunca en celebrar un tratado que les mancille.
La paz que ansiamos será una gran realidad, si la proverbial
magnanimidad de la Nación Española no fuese con nosotros
Anexión-Restauración
365
desmentida; el pueblo dominicano confía en ella pero lo repetimos, nunca consentirá en mancillar su honra con perjuicio de la fe política que ha jurado, y espera que ante todo se
sentará como base de cualquier convenio, el reconocimiento
de su libertad, independencia y soberanía.
Índice onomástico
A
Abad, Tiburcio 311
Abreu, Francisco 236, 246
Abreu, José 289
Abreu, Manuel 88
Abreu, Miguel 291, 293
Abreu, Rafael 58
Ache, José 213, 216
Adames, Esteban 289
Adón, Marcos Evangelista 94, 338,
344, 362
Aguirre, Rafael 144, 160
Alba, Joaquín Manuel 86
Albert, Cipriano 250
Albert, José María 320
Albert, Juan María 320
Alcántara, Segundo 144, 163
Alcoy Roncali, Federico, conde de
Alfau, Antonio Abad 32-33, 43-44,
62-63, 81-82, 88, 103, 137, 149151, 160, 163, 177, 208, 250,
259-260, 325, 332, 337-339, 349
Alfau, Felipe 35, 37-40, 42, 45, 94,
96-97, 207
Alfau Durán, Vetilio 323
Alix, Juan Antonio 189
Alonso Colmenares, Eduardo 82
Álvarez, Manuel 59
Álvarez, Mariano 31, 33-34, 61, 74,
176
Álvarez, Wenceslao 185, 349
Álvarez Cartagena, Juan 59, 82
Argenti, Nicolás 361
Ariza, Juan Esteban 21, 59, 82
Arizón (coronel) 100
Astudillo (alférez) 246
Aybar, Juan Esteban 41, 118
Aybar, Manuel 115
B
Báez, Buenaventura 30, 41, 118, 198
Báez, Damián 88, 118
Báez, Joaquín 144, 150
Báez, José María 93
Balboa, Ricardo 239, 246
Baralt, Rafael María 28, 31, 39, 42
Barriento, José 233, 237
367
César A. Herrera
368
Batista, Antonio 59, 182, 184-185,
210, 211, 319
Belén y Pérez, Baltazar 144
Bermúdez, José 265
Betagón, Tomás 238
Betances, Luis 88
Betances hijo, Luis 88
Blas Cuello, Antonio 277, 307, 316
Bobadilla, Tomás 83, 85, 122
Bobadilla hijo, Tomás 59,
Bobea, Pedro Antonio 41
Bol, Emilio de 160
Bolívar, Simón 320
Bonilla, Juan 251
Bonó, Pedro Francisco 259, 260,
262, 265, 270, 273, 293, 297, 303
Botegán (alférez) 246
Boyer (capitán) 329
Brizo, Ignacio 186, 209
Bruno, Giordano 120
Buceta, Manuel 82, 87, 100-101,
126,
Bustamante, Luis 212
C
Caba, Antonio 94, 271-272, 329,
331
Cabral, José María 54, 88, 95, 118120, 143, 148-150
Cabrera, José 86-87, 160, 162, 182,
211, 231, 233, 235, 265
Calderón Collantes, Saturnino 36,
39, 42, 75
Calderón de la Barca, Ángel 28, 42
Calero, José María 88
Calleja, Baldomero de la 81, 105, 354
Cameño, Emilio 83
Campillo, Juan 182, 188-191, 211,
263
Campusano, Alejo 302
Canó, Manuel María 160
Cañedo, Valentín 26-27
Cappa, Mariano 83, 100, 251-253,
256
Carmona, Ceferino 82
Carrasco, Justo 184
Carrié, José 156-157
Carrier (general) 55
Cartagena, Juan Antonio 270, 279,
281
Casa, Elías de 210
Casimiro, Pedro Antonio 269, 289,
301, 310-311, 313, 332
Castillo, Benigno del 144, 156, 163
Castillo, Manuel María 269, 284
Castillo, Tomás Ramón 269, 271
Castro, Apolinar de 69, 75, 78, 97
Castro, Jacinto de 78, 83, 122
Catalá y Alonso, Francisco 224
Cazneau, William L. 54-55
Celestino (teniente) 302
Cestero, Florentino 88
Cestero, Juan José 88
Cestero, Mariano Antonio 115
Chanlatte, Alejo Justo 162
Charboneau, Francisco 257-258,
260, 262
Cipriano, Rafael 144
Clarendon, Edward Hyde, primer
conde de 54
Coen, Abraham 78
Colón, Cristóbal 66, 71
Concha, Jacinto de la 186
Conchita 73
Contreras, José 21, 79, 144-145,
332
Anexión-Restauración
Corporán, José 144
Cruz, Ambrosio de la 182
Cruz, Cayetano de la 269, 271
Cruz, Cosme de la 59
Cruz Álvarez, Juan de la 163, 182,
184
Cruz Ureña, Juan de la 216
Cruzat, Manuel 179
Cuervo y Muñoz, José María 213,
221
Curiel, José 144, 160
Curiel, Julián Belisario 186, 188,
265, 270, 280, 293, 340, 342343, 348, 358, 360
Curiel, Ricardo 83, 259-260, 262,
265
D
Dalmau, Pedro José 320
Daza, Fermín 212
Deetjen, Alfredo 186, 190, 265,
360
Dejote, T. 173
Delgado, Juan 212
Díaz, Edmundo (Mundo) 184
Díaz, Modesto 59, 82, 298, 301,
303, 306, 310, 311
Díaz de Arcaya, Blas José 86
Díaz de Vargas, Juan 93
Dié, Fernando 224
Domenech y Paré, Narciso 86
Doña Beíte, Valentín 238
Dragón, Juan 163
Duarte, Juan Pablo 104, 110, 319,
341
Dubois, F. E. 173
Dubreil, Sully 88
369
Dulce y Garay, Domingo 88
Durán, José 59, 290
Durán, Manuel 269, 272
Duvergé, Antonio 319
E
Echangüe, Rafael 80
Echavarría, José 213, 216
Echinagusia, Federico 106, 360
Elliot, Jonathan 78
Erazo, Juan 144, 163
Escalante (señor) 178
Espaillat, Juan Antonio 189,
Espaillat, Pedro Ignacio 21, 182,
213, 218-219, 221-223
Espaillat, Ulises Francisco 186,
259, 262, 265, 306, 342-343,
347-348, 358-360
Estrella, Antonio 94
Estrella, Marqués de 355
Evangelista, Marcos 319
F
Fabens, Joseph H. 54-55, 173
Favard, Enrique 326, 329-330, 332
Félix, Ángel 59, 277, 307, 316
Fernández, Matías213
Fernández, Mauricio 261
Fernández de Castro, Felipe Dávila
78, 80, 83, 122
Ferrer, Félix 355, 363
Ferrer, Pascual 59
Fiallo, Eulogio 93
Fiallo, Jesús María 93
Fiallo, Plácido 93
César A. Herrera
370
Figueroa, José Antonio 144, 163
Florentino, Pedro 93, 238, 246247, 297-306, 309-310, 312313, 316, 324
Fouillée, Alfredo 114
Franco Bidó, Juan Luis 183-186,
189, 212-213, 215-216, 222-225
Frómeta (coronel) 190
G
Gafas, José María 163
Galdeano (coronel( 267, 272
Galileo Galilei, llamado Galileo 120
Galván, Manuel de Jesús 161
Gámez, Gabino 81
Gándara y Navarro, José de la 25,
27, 35, 38-40, 44, 53, 77, 82,
87-88, 92, ,94, 96-100, 102107, 128-129, 131-132, 138140, 147, 149, 158, 176, 195,
240, 298, 306, 311-312, 315316, 321=324, 335, 337, 345,
354-355, 360-363
García, Antonio 358
García, Domingo 115
García, Federico de Jesús 182, 184,
234, 265, 365
García, José Gabriel 59, 99, 93, 97,
104
García, León 163
García de Paredes, Victoriano 83
García Lluberes, Leonidas 162
García Rizo, Antonio 80, 149, 163
Garrido, Juan 184, 187
Gatón, Juan Andrés 319
Gautier, Manuel María 115, 118,
153, 158, 164, 189
Gavilán, Braulio 272, 289
Geffrard, Fabré 54, 80, 106, 128,
137, 158, 169-170, 173, 175177, 179-180, 231
Germosén, Cayetano 21, 80, 145,
332
Gimeno, Benito 212, 222, 224
Gómez, Francisco Antonio 233
Gómez, José Ramón 220, 233
Gómez, Lucas 302
Gómez, Manuel Joaquín 83
Gómez, Manuel Ubaldo 361
Gómez, Máximo 298, 302, 312
González, Francisco 268
González, Manuel 233, 237,
González, Pedro 236
González Tablas, Ramón 27, 35,
93, 95, 115, 122, 127, 129-131,
135, 145-146, 151, 158, 153,
189-191, 210, 226-227, 256257
Gross, Alejandro 160
Grullón, Mariano 189
Grullón, Máximo 186, 262, 265,
339
Guerra, Francisco 302
Guerrero, Manuel 88
Guerrero hijo, Manuel 88
Guerrero, Pedro Ezequiel 59, 234
Guerrero, Wenceslao (hijo de Manuel Guerrero) 88
Guerrero, Wenceslao 88
Güílamo, León 144
Guillermo, Cesáreo 97, 338, 350
Guillermo, Pedro 338
Gutiérrez de Rubalcava, Joaquín
42
Guzmán, Antonio 350, 361
Anexión-Restauración
371
H
L
Heneken, Teodoro Stanley 341
Heredia, Manuel de J. 69, 78, 83
Hermida, Julián 210
Hernández, Gaspar 25
Hernández, Marcos 93
Hernández, Mariano 86
Hernández, Ramón 213, 216
Hernández y Guillén, Mariano
Hernández, Florencio 94, 331
Herrera, Juan Rosa 104. 354
Hortensia, Madama 139
Hungría, Francisco 144, 160
Hungría, José 128, 186-187, 191,
196, 209, 211, 226, 232, 234235, 240, 241, 250
La Rosa (capitán) 269
Laffite, Juan (Juan Nouesit) 265
Lamothe, L. 116, 158, 173
Lancaster (señor) 252, 268
Lantigua, Bernal 340
Lantigua, José del Carmen 213
Lapuente, José 189-190, 212
Lasage, José 184
Lasala, Domingo 59, 82, 162
Lavastida, Miguel 30-31, 35, 56,
78, 81, 83, 89, 96, 122, 199
Leiba, Felipe 88
Leiba, José María 88
Leiba, León 88
León, David 78
León, Rudescindo de (Medio
Mundo) 144, 163
Lespinasse, Pierre-Eugene de 176
Linares, Deogracia 59, 82
Lladó, Antonio María 86
Lluberes, Antonio 59
Lluberes, Félix Mariano 155-156,
160, 319
Lluberes, Joaquín 83
Logroño, Arturo 157
López de Villanueva, Antonio 25
López Molinuevo (señor) 60
López y Marín, Ramón 213, 217
Lora, Carlos de 182, 213, 222-223,
225
Lora, Gregorio de 59, 82, 185,
250-253
Luengo, Pelayo 236
Lugo, Américo 162
Lugo Lovatón, Ramón 115, 151,
154-155, 159-160, 162-163, 176
Luis XIV 354
I
Inglés, Juan 182
Isabel I La Católica 67
Isabel II de España 20, 21, 30, 3435, 41-42, 51, 58, 63, 66, 75,
78, 105-106, 109, 123, 127,
154, 180, 265
J
Jimenez, Manuel 183
Jiménez Bueno, Agustín 361
Jiménez o Sierra, Epifanio 163
José María Segovia,
Justo, Petit 160
César A. Herrera
372
Luperón, Gregorio 93-95, 97, 182186, 204, 210, 251-255, 258,
260-262, 265, 267, 269-271,
280, 282-291, 293, 295-296,
298-308, 312, 314-316, 318,
325, 327, 329-332, 334, 338340, 342-345, 347-351, 353,
355, 357-358, 361-363
Luzón, Antonio 163-164
Luzuriaga, Claudio Antón 29, 42
M
Madiou, Thomas 137
Maldonado, Blas 319
Malo, José P. 224
Manzueta, Eusebio 59, 272, 284,
289, 328, 338, 344, 349
Marcano, Félix 82
Márquez, Epifanio 269, 299, 349
Martí, José 184
Martínez, Aniceto 94, 313
Martínez, Benito 185, 361
Martínez, Francisco 144, 163
Martínez, Justo 268
Martínez, Pedro G. 317, 340
Mártir o Alcántara, Segundo 163
Mata, Facundo 255, 302
Medrano, Carlos 265, 340
Mejía, Bartolo 182-183, 185
Mejía, Manuel 269, 271-272, 275,
277, 279, 281, 283, 292, 309
Mejía, Valentín 59
Mella, Matías Ramón 27-28, 38,
42, 88, 144, 251, 292-293, 296,
305-308, 315, 318-320, 341
Mella hijo, Ramón Matías 251
Melo de Molina, José María 282
Mena, Pablo 302
Menéndez, Enrique 83
Meriño, Francisco 277
Michel, Aquiles 187, 190-191
Miranda, Luis 93
Mirasol, Rafael Aristegui Vélez,
conde de 24
Molinero, Eugenio 63, 75
Monción, Benito 86-87, 182, 184,
210-211, 231, 233-237, 252,
258, 260, 262, 265, 279, 287,
293, 315, 355
Montaner, Francisco 212
Monte, Manuel Joaquín del 275,
278, 288
Montero, Pascual 160, 163, 233
Montero, Romualdo 260
Monzón y Martín, Bienvenido 86,
126-128, 130-131
Morel, José María 268
Moreno, Carlos 67, 83
Moreno, Francisco 306-307
Moreno del Cristo, Gabriel Benito
67
Morilla, José María 83, 85
Morris, Julián 144, 163
Morti, Pedro 302
Mota, Félix 144, 163
Mota, Manuel de Regla 59, 82,
298, 312
Mota, Pablo 269
Moya, Cristóbal José de 83, 162
Musa, Miguel 256
N
Nanita, Dámaso 185
Noel, Philantrope 232
Anexión-Restauración
Nolasco de Brea, Pedro 59
Norzagaray, Fernando 27
Núñez, Eusebio 290
Núñez, Santiago 271-272, 330
O
Ochotorena, Manuel 86
O’Donnell, Leopoldo 25, 44, 51,
76
Ogando, Timoteo 144, 160, 347
Óleo, Fernando de 160,
Óleo, Santiago de 158-160
Oriols Cots, José 160 86
P
Pacheco, Joaquín Francisco 28-29,
31, 326
Pamiés, Pedro 25,
Pared, José de Jesús 144, 163, 309
Paredes, Jesús 83, 163, 309
Patterson, Míster 54
Paul, J. 173
Paz del Castillo, Pablo 25
Peláez de Campomanes, Antonio
44-46, 79, 81-82, 85, 99, 128,
149, 151, 163
Pelegrín, Telesforo 265
Pellerano, Benito 88
Pellerano hijo, Juan Bautista 88
Pellerano, Juan Bautista 88
Pellerano, Manuel María 88
Peña, Lucas Evangelista de 86,
126, 181, 183-184, 187
Peña Batlle, Manuel Arturo 137
373
Peralta, Alejo 36, 86
Perdomo, Eugenio 88, 182, 189,
213, 222-223, 225
Perdomo, Pedro Ignacio 319
Pereyra, Eusebio 321, 349
Pereyra Hoyos, Manuel 88
Pérez, Antonio 64, 160
Pérez, José 81
Pérez, Rafael 83
Pérez, Santiago 312
Perpiñán, Genaro 186, 209, 265
Pichardo, Domingo Daniel 83
Pichardo, José Vidal 182, 186, 189,
209
Pichardo, Santiago 59, 82
Piérola, Ramón 86, 182
Pierre, Tomás 176, 182, 185, 211
Pimentel, Pedro 86-87, 182, 202,
231, 233, 235-237, 262, 265,
279, 291, 307, 355, 360
Pimentel, Tomás 162
Pina, Calixto María 82
Pina, Pedro Alejandrino 115, 118,
144, 155-156, 160
Pineda, Miguel 160
Piñeiro, Domingo 144
Piñeyro Boscán, Domingo 163
Plaisance, V. 158, 173
Polanco, Gaspar 86, 106, 205, 235,
237, 241, 244-245, 251, 257,
259-262, 268, 279, 317, 360
Polanco, Juan Antonio 182, 184,
209, 232, 233-234, 265, 355, 360
Ponce de León, Manuel 263, 356
Primo de Rivera, Fernando 355
Primo de Rivera, José Antonio 355
Primo de Rivera, Rafael 101, 103
Puello, Eusebio 59, 82, 150,
153, 155, 157-158, 201, 298,
César A. Herrera
374
306-307, 311-312, 315-316,
319, 321, 325
Pujol, Pablo 106, 181, 186, 190,
259-260, 262, 265, 315, 317,
360
Q
Quesada, Miguel 107
R
Raimundo, José 93
Ramírez, Domingo 113, 144, 159
Ramírez Báez, Valentín 115, 118
Rancaño, Manuel 212-213, 216
Reinoso, José del Carmen 107
Reinoso, Pedro 340
Reyes, Bernardo 59
Reyes, Ignacio 182-185
Reyes, José Inocencio 80, 145
Reyes, Sebastián 233
Reyes, Vicente Antonio 83
Reyes Marión, Francisco 317
Ribero y Lemoine, Felipe 77, 85,
87, 89, 93, 98-99, 103, 122,
125, 128, 134, 140, 225, 229,
225, 321, 353
Ricart y Torres, Pedro 34, 44-47,
49, 51-55, 60, 73, 78
Rincón, Juan Gregorio 144, 163
Ríos, José de los 212, 247
Robles, Alejandro 238
Robles, Pedro 269
Roca, Esteban 272, 279
Rodríguez, José Alfredo 83
Rodríguez, José María 80, 145, 332
Rodríguez, Mariano 277
Rodríguez, Rafael 144, 160
Rodríguez, Santiago 87, 182-183,
231, 265, 306
Rodríguez, Tomás 269
Rodríguez Aguirre, Rafael 144, 160
Rodríguez Demorizi, Emilio 116,
143, 157
Rodríguez Objío, Manuel (El Chivo) 184, 234, 236-237, 251,
257, 265, 268, 286, 298, 300,
303, 305, 308, 317-318, 325326, 330, 334, 342, 357, 360,
363
Rodríguez Vera, Pablo 212
Rojas, Benigno Filomeno de 106,
262, 265, 280, 284, 293, 297,
306-307, 341, 349, 351, 353
Rojas, Manuel 21, 162
Rondón, Juan 300, 312
Rosario, José 186
Rosario, José del 209
Rosario, Santiago del 93
Rubalcava, Joaquín G. 42, 44-46,
63, 79-80, 175-176, 180, 203
Ruiz, Juan 88
Ruiz, Pedro 158-159, 213
S
Saint Amand, J. 137
Salado, José 88,
Salazar, Juan Elías 83
Salcedo, José Antonio (Pepillo) 21,
87, 106, 185, 200, 234-235,
252, 255-258, 260, 262, 265,
267, 269, 284-285, 287-294,
Anexión-Restauración
297, 301, 303, 306, 309-310,
313, 316-318, 325-327, 329331, 334, 338, 340-341, 343349, 357-360, 362
Salcedo, Juan de Jesús 306, 321
Salcedo, Pedro Pablo (Perico) 255,
301, 310
Sánchez, Francisco del Rosario 21,
54, 55, 79-80, 110, 113-116,
118-120, 141-145, 148-150,
154-159
Sánchez, Juan Francisco 160
Sánchez, María Trinidad 320
Sánchez Guerrero, Juan José 150151, 159
Sánchez Ramírez, Juan 21
Sánchez y Petijusto, José Joaquín
María 88
Sandoval, Bernabé 59, 82, 319
Santa Ana, Antonio Mora Oviedo,
conde de 80
Santana, Antonio 271-272
Santana, Manuel 59, 82
Santana, Pedro 21, 27-28, 30-35, 3840, 42-43, 49, 52-54, 58, 60-61,
67, 70, 72-74, 77-83, 87-89, 92,
94-97, 99, 104-105, 110, 112114, 117-118, 122, 124-126,
128, 139-140, 145-150, 1598159, 162-163, 169-171, 173174, 180, 194, 226-227, 263,
265, 269-271, 275-278, 282,
284-286, 288, 290-291, 296,
307, 315-316, 318-319, 325,
331-332, 335, 338, 341, 349, 354
Saviñón, Francisco 115, 118
Saviñón, Miguel 144, 160
Segovia e Izquierdo, Antonio
María 30-31, 33-35, 42
375
Serra, Lorenzo de 59
Serrano y Domínguez, Francisco
44, 46-47, 49, 51, 53-55, 6063, 68, 70, 77, 80-82, 140, 149,
176-177
Sierra, Epifanio 144, 163
Sierra y Caballero, Domingo 86,
Simonó Guante, Gabino 144, 150,
155, 163
Soler, Florencio 59
Solís, Luciano 144, 163
Sosa, Antonio 97, 354
Sosa, Francisco 59, 82, 149, 151,
157, 319
Sosa, Juan 319
Soto, José 93
Soto, Pedro E. De 59
Soulouque, Faustino 139
Spafford (los) 54
Suero, Antonio 144
Suero, Juan 82, 94, 97, 146, 197,
251, 255, 259, 261, 319, 327,
332, 338, 362
Suero, Rudescindo 302
Suero, Santiago 82, 157
T
Tabera, Fernando 54, 143-144,
148, 150-151, 155, 169, 181
Tejera, Emiliano 97
Tejera, Juan Bautista 302
Tejera, Juan Nepomuceno 88
Tenares, Olegario 269, 289, 328
Tiburcio, Norberto 277, 297, 302,
309-311
Tolentino, Andrés 258, 268-269
Tolentino, Juan Pablo 265
César A. Herrera
376
Toribio, E. 289
Torre Trassierra, Ramón de la 80, 83
Torres, Norberto 86, 181, 184, 185
Troncoso, Dionisio 272-273, 277,
289, 291
Tuero, Miguel 81
V
Valdez, Jerónimo 25
Valera y Álvarez, José Vicente 301,
303, 306, 319
Valerio, Eugenio 265
Valerio, Fernando 59, 117
Valverde, José Desiderio 183
Valverde, Melitón 88, 107
Valverde y Lara, Pedro 82
Van Halen (señor) 106
Vargas, Matías de 319
Vargas y Cerveto, Carlos de 77, 8081, 85, 89, 91, 93-97, 103, 277,
319, 321
Velazco, José 106, 128, 187, 191,
211, 256-257, 283
Vicente (neibero) 93
Victoria I de Inglaterra 54
Victoria, Juan Cherí 59
Villar y Flores, Juan José 354
Volta, Telésforo 160
W
Welles, Benjamín Sumner 121, 134
Weyler, Valeriano 89, 94, 206, 321323
Y
Yaeger, William W. 134, 136
Z
Zeltner (señor) 78
Zorrilla, Pedro 144, 163
Publicaciones del
Archivo General de la Nación
Vol. I Vol. II Vol. III Vol. IV Vol. V Vol. VI Vol. VII Vol. VIII Vol. IX Vol. X Vol. XI Vol. XII Vol. XIII Vol. XIV Correspondencia del Cónsul de Francia en Santo Domingo, 1844-1846.
Edición y notas de E. Rodríguez Demorizi, C. T., 1944.
Documentos para la historia de la República Dominicana. Colección
de E. Rodríguez Demorizi, Vol. I, C. T., 1944.
Samaná, pasado y porvenir. E. Rodríguez Demorizi, C. T., 1945.
Relaciones históricas de Santo Domingo. Colección y notas de E.
Rodríguez Demorizi, Vol. II, C. T., 1945.
Documentos para la historia de la República Dominicana. Colección
de E. Rodríguez Demorizi, Vol. II, Santiago, 1947.
San Cristóbal de antaño. E. Rodríguez Demorizi, Vol. II, Santiago,
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Manuel Rodríguez Objío (poeta, restaurador, historiador, mártir). R.
Lugo Lovatón, C. T., 1951.
Relaciones. Manuel Rodríguez Objío. Introducción, títulos y notas
por R. Lugo Lovatón, C. T., 1951.
Correspondencia del Cónsul de Francia en Santo Domingo, 1846-1850.
Vol. II. Edición y notas de E. Rodríguez Demorizi, C. T., 1947.
Índice general del «Boletín» del 1938 al 1944, C. T., 1949.
Historia de los aventureros, filibusteros y bucaneros de América. Escrita
en holandés por Alexander O. Exquemelin, traducida de una
famosa edición francesa de La Sirene-París, 1920, por C. A.
Rodríguez; introducción y bosquejo biográfico del traductor. R.
Lugo Lovatón, C. T., 1953.
Obras de Trujillo. Introducción de R. Lugo Lovatón, C. T., 1956.
Relaciones históricas de Santo Domingo. Colección y notas de E.
Rodríguez Demorizi, Vol. III, C. T., 1957.
Cesión de Santo Domingo a Francia. Correspondencia de Godoy, García
Roume, Hedouville, Louverture, Rigaud y otros. 1795-1802. Edición
de E. Rodríguez Demorizi, Vol. III, C. T., 1959.
377
378
Vol. XV Publicaciones del Archivo General de la Nación
Documentos para la historia de la República Dominicana. Colección de E.
Rodríguez Demorizi, Vol. III, C. T., 1959.
Vol. XVI Escritos dispersos (Tomo I: 1896-1908). José Ramón López. Edición
de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2005.
Vol. XVII Escritos dispersos (Tomo II: 1909-1916). José Ramón López. Edición
de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2005.
Vol. XVIII Escritos dispersos (Tomo III: 1917-1922). José Ramón López. Edición
de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2005.
Vol. XIX Máximo Gómez a cien años de su fallecimiento, 1905-2005. Edición de
E. Cordero Michel, Santo Domingo, D. N., 2005.
Vol. XX Lilí, el sanguinario machetero dominicano. Juan Vicente Flores,
Santo Domingo, D. N., 2006.
Vol. XXI Escritos selectos. Manuel de Jesús de Peña y Reynoso. Edición de A.
Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2006.
Vol. XXII Obras escogidas 1. Artículos. Alejandro Angulo Guridi. Edición de
A. Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2006.
Vol. XXIII Obras escogidas 2. Ensayos. Alejandro Angulo Guridi. Edición de
A. Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2006.
Vol. XXIV Obras escogidas 3. Epistolario. Alejandro Angulo Guridi. Edición de
A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2006.
Vol. XXV La colonización de la frontera dominicana 1680-1796. Manuel
Vicente Hernández González, Santo Domingo, D. N., 2006.
Vol. XXVI Fabio Fiallo en La Bandera Libre. Compilación de Rafael Darío
Herrera, Santo Domingo, D. N., 2006.
Vol. XXVII Expansión fundacional y crecimiento en el norte dominicano (16801795). El Cibao y la bahía de Samaná. Manuel Hernández González,
Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXVIII Documentos inéditos de Fernando A. de Meriño. Compilación de José
Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXIX Pedro Francisco Bonó. Textos selectos. Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXX
Iglesia, espacio y poder: Santo Domingo (1498-1521), experiencia
fundacional del Nuevo Mundo. Miguel D. Mena, Santo Domingo,
D. N., 2007.
Vol. XXXI
Cedulario de la isla de Santo Domingo, Vol. I: 1492-1501. Fray
Vicente Rubio, O. P., edición conjunta del Archivo General de la
Nación y el Centro de Altos Estudios Humanísticos y del Idioma
Español, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXII La Vega, 25 años de historia 1861-1886. (Tomo I: Hechos sobresalientes
en la provincia). Compilación de Alfredo Rafael Hernández
Figueroa, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXIII La Vega, 25 años de historia 1861-1886. (Tomo II: Reorganización de
la provincia post Restauración). Compilación de Alfredo Rafael
Hernández Figueroa, Santo Domingo, D. N., 2007.
Publicaciones del Archivo General de la Nación
379
Vol. XXXIV Cartas del Cabildo de Santo Domingo en el siglo XVII. Compilación de
Genaro Rodríguez Morel, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXV Memorias del Primer Encuentro Nacional de Archivos. Santo Domingo,
D. N., 2007.
Vol. XXXVI Actas de los primeros congresos obreros dominicanos, 1920 y 1922.
Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXVII Documentos para la historia de la educación moderna en la República
Dominicana (1879-1894). Tomo I. Raymundo González, Santo
Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXVIII Documentos para la historia de la educación moderna en la República
Dominicana (1879-1894). Tomo II. Raymundo González, Santo
Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXIX Una carta a Maritain. Andrés Avelino, traducción al castellano
e introducción del P. Jesús Hernández, Santo Domingo, D. N.,
2007.
Vol. XL
Manual de indización para archivos, en coedición con el Archivo
Nacional de la República de Cuba. Marisol Mesa, Elvira Corbelle
Sanjurjo, Alba Gilda Dreke de Alfonso, Miriam Ruiz Meriño,
Jorge Macle Cruz, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XLI
Apuntes históricos sobre Santo Domingo. Dr. Alejandro Llenas.
Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XLII
Ensayos y apuntes diversos. Dr. Alejandro Llenas. Edición de A.
Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XLIII
La educación científica de la mujer. Eugenio María de Hostos, Santo
Domingo, D. N., 2007.
Vol. XLIV
Cartas de la Real Audiencia de Santo Domingo (1530-1546).
Compilación de Genaro Rodríguez Morel, Santo Domingo, D.
N., 2008.
Vol. XLV
Américo Lugo en Patria. Selección. Compilación de Rafael Darío
Herrera, Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. XLVI
Años imborrables. Rafael Alburquerque Zayas-Bazán, Santo
Domingo, D. N., 2008.
Vol. XLVII Censos municipales del siglo xix y otras estadísticas de población.
Alejandro Paulino Ramos, Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. XLVIII Documentos inéditos del arzobispo Adolfo Alejandro Nouel. Tomo I.
Compilación de José Luis Saez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. XLIX
Documentos inéditos del arzobispo Adolfo Alejandro Nouel. Tomo II,
Compilación de José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. L
Documentos inéditos del arzobispo Adolfo Alejandro Nouel. Tomo III.
Compilación de José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. LI
Prosas polémicas 1. Primeros escritos, textos marginales, Yanquilinarias.
Félix Evaristo Mejía. Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo,
D. N., 2008.
380
Vol. LII
Vol. LIII
Vol. LIV
Vol. LV
Vol. LVI
Vol. LVII
Vol. LVIII
Vol. LIX
Vol. LX
Vol. LXI
Vol. LXII
Vol. LXIII
Vol. LXIV
Vol. LXV
Vol. LXVI
Vol. LXVII
Vol. LXVIII
Vol. LXIX
Vol. LXX
Publicaciones del Archivo General de la Nación
Prosas polémicas 2. Textos educativos y Discursos. Félix Evaristo Mejía.
Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.
Prosas polémicas 3. Ensayos. Félix Evaristo Mejía. Edición de A.
Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008.
Autoridad para educar. La historia de la escuela católica dominicana.
José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008.
Relatos de Rodrigo de Bastidas. Antonio Sánchez Hernández, Santo
Domingo, D. N., 2008.
Textos reunidos 1. Escritos políticos iniciales. Manuel de J. Galván.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.
Textos reunidos 2. Ensayos. Manuel de J. Galván. Edición de Andrés
Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.
Textos reunidos 3. Artículos y Controversia histórica. Manuel de J.
Galván. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N.,
2008.
Textos reunidos 4. Cartas, Ministerios y misiones diplomáticas. Manuel
de J. Galván. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D.
N., 2008.
La sumisión bien pagada. La iglesia dominicana bajo la Era de Trujillo
(1930-1961). Tomo I. José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N.,
2008.
La sumisión bien pagada. La iglesia dominicana bajo la Era de Trujillo
(1930-1961). Tomo II. José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N.,
2008.
Legislación archivística dominicana, 1847-2007. Archivo General de
la Nación, Santo Domingo, D. N., 2008.
Libro de bautismos de esclavos (1636-1670). Transcripción de José
Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008.
Los gavilleros (1904-1916). María Filomena González Canalda,
Santo Domingo, D. N., 2008.
El sur dominicano (1680-1795). Cambios sociales y transformaciones
económicas. Manuel Vicente Hernández González, Santo
Domingo, D. N., 2008.
Cuadros históricos dominicanos. César A. Herrera, Santo Domingo,
D. N., 2008.
Escritos 1. Cosas, cartas y... otras cosas. Hipólito Billini. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.
Escritos 2. Ensayos. Hipólito Billini. Edición de Andrés Blanco
Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.
Memorias, informes y noticias dominicanas. H. Thomasset. Edición
de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.
Manual de procedimientos para el tratamiento documental. Olga
Pedierro, et. al., Santo Domingo, D. N., 2008.
Publicaciones del Archivo General de la Nación
Vol. LXXI
381
Escritos desde aquí y desde allá. Juan Vicente Flores. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. LXXII De la calle a los estrados por justicia y libertad. Ramón Antonio Veras
(Negro), Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. LXXIII Escritos y apuntes históricos. Vetilio Alfau Durán, Santo Domingo,
D. N., 2009.
Vol. LXXIV Almoina, un exiliado gallego contra la dictadura trujillista. Salvador
E. Morales Pérez, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXV Escritos. 1. Cartas insurgentes y otras misivas. Mariano A. Cestero.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXVI Escritos. 2. Artículos y ensayos. Mariano A. Cestero. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXVII Más que un eco de la opinión. 1. Ensayos, y memorias ministeriales.
Francisco Gregorio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz,
Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXVIII Más que un eco de la opinión. 2. Escritos, 1879-1885. Francisco
Gregorio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo,
D. N., 2009.
Vol. LXXIX Más que un eco de la opinión. 3. Escritos, 1886-1889. Francisco
Gregorio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo,
D. N., 2009.
Vol. LXXX Más que un eco de la opinión. 4. Escritos, 1890-1897. Francisco
Gregorio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo,
D. N., 2009.
Vol. LXXXI Capitalismo y descampesinización en el Suroeste dominicano. Angel
Moreta, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXXIII Perlas de la pluma de los Garrido. Emigdio Osvaldo Garrido, Víctor
Garrido y Edna Garrido de Boggs. Edición de Edgar Valenzuela,
Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXXIV Gestión de riesgos para la prevención y mitigación de desastres en el
patrimonio documental. Sofía Borrego, Maritza Dorta, Ana Pérez,
Maritza Mirabal, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXXV Obras, tomo I. Guido Despradel Batista. Compilación de Alfredo
Rafael Hernández, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXXVI Obras, tomo II. Guido Despradel Batista. Compilación de Alfredo
Rafael Hernández, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXXVIIHistoria de la Concepción de La Vega. Guido Despradel Batista,
Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXXIX Una pluma en el exilio. Los artículos publicados por Constancio Bernaldo
de Quirós en República Dominicana. Compilación de Constancio
Cassá Bernaldo de Quirós, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. XC
Ideas y doctrinas políticas contemporáneas. Juan Isidro Jimenes
Grullón, Santo Domingo, D. N., 2009.
382
Vol. XCI
Publicaciones del Archivo General de la Nación
Metodología de la investigación histórica. Hernán Venegas Delgado,
Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. XCIII
Filosofía dominicana: pasado y presente. Tomo I. Compilación de
Lusitania F. Martínez, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. XCIV
Filosofía dominicana: pasado y presente. Tomo II. Compilación de
Lusitania F. Martínez, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. XCV
Filosofía dominicana: pasado y presente. Tomo III. Compilación de
Lusitania F. Martínez, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. XCVI
Los Panfleteros de Santiago: torturas y desaparición. Ramón Antonio,
(Negro) Veras, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. XCVII Escritos reunidos. 1. Ensayos, 1887-1907. Rafael Justino Castillo.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. XCVIII Escritos reunidos. 2. Ensayos, 1908-1932. Rafael Justino Castillo.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. XCIX
Escritos reunidos. 3. Artículos, 1888-1931. Rafael Justino Castillo.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. C
Escritos históricos. Américo Lugo, edición conjunta del Archivo
General de la Nación y el Banco de Reservas, Santo Domingo, D.
N., 2009.
Vol. CI
Vindicaciones y apologías. Bernardo Correa y Cidrón. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. CII
Historia, diplomática y archivística. Contribuciones dominicanas.
María Ugarte, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. CIII
Escritos diversos. Emiliano Tejera, edición conjunta del Archivo
General de la Nación y el Banco de Reservas, Santo Domingo, D.
N., 2010.
Vol. CIV
Tierra adentro. José María Pichardo, segunda edición, Santo
Domingo, D. N., 2010.
Vol. CV
Cuatro aspectos sobre la literatura de Juan Bosch. Diógenes Valdez,
Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CVI
Javier Malagón Barceló, el Derecho Indiano y su exilio en la República
Dominicana. Compilación de Constancio Cassá Bernaldo de
Quirós, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CVII
Cristóbal Colón y la construcción de un mundo nuevo. Estudios, 19832008. Consuelo Varela, edición de Andrés Blanco Díaz, Santo
Domingo, D. N., 2010.
Vol. CVIII
República Dominicana. Identidad y herencias etnoculturales indígenas.
J. Jesús María Serna Moreno, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CIX
Escritos pedagógicos. Malaquías Gil Arantegui. Edición de Andrés
Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CX
Cuentos y escritos de Vicenç Riera Llorca en La Nación. Compilación
de Natalia González, Santo Domingo, D. N., 2010.
Publicaciones del Archivo General de la Nación
Vol. CXI
Vol. CXII
Vol. CXIII
Vol. CXIV
Vol. CXV
Vol. CXVI
Vol. CXVII
Vol. CXVIII
Vol. CXIX
Vol. CXX
Vol. CXXI
Vol. CXXII
Vol. CXXIII
Vol. CXXIV
Vol. CXXV
Vol. CXXVI
Vol. CXXVII
383
Jesús de Galíndez. Escritos desde Santo Domingo y artículos contra el
régimen de Trujillo en el exterior. Compilación de Constancio Cassá
Bernaldo de Quirós, Santo Domingo, D. N., 2010.
Ensayos y apuntes pedagógicos. Gregorio B. Palacín Iglesias. Edición
de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010.
El exilio republicano español en la sociedad dominicana (Ponencias
del Seminario Internacional, 4 y 5 de marzo de 2010). Reina C.
Rosario Fernández (Coord.), edición conjunta de la Academia
Dominicana de la Historia, la Comisión Permanente de
Efemérides Patrias y el Archivo General de la Nación, Santo
Domingo, D. N., 2010.
Pedro Henríquez Ureña. Historia cultural, historiografía y crítica
literaria. Odalís G. Pérez, Santo Domingo, D. N., 2010.
Antología. José Gabriel García. Edición conjunta del Archivo
General de la Nación y el Banco de Reservas, Santo Domingo, D.
N., 2010.
Paisaje y acento. Impresiones de un español en la República Dominicana.
José Forné Farreres. Santo Domingo, D. N., 2010.
Historia e ideología. Mujeres dominicanas, 1880-1950. Carmen
Durán. Santo Domingo, D. N., 2010.
Historia dominicana: desde los aborígenes hasta la Guerra de Abril.
Augusto Sención (Coord.), Santo Domingo, D. N., 2010.
Historia pendiente: Moca 2 de mayo de 1861. Juan José Ayuso, Santo
Domingo, D. N., 2010.
Raíces de una hermandad. Rafael Báez Pérez e Ysabel A. Paulino,
Santo Domingo, D. N., 2010.
Miches: historia y tradición. Ceferino Moní Reyes, Santo Domingo,
D. N., 2010.
Problemas y tópicos técnicos y científicos. Tomo I. Octavio A. Acevedo.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010.
Problemas y tópicos técnicos y científicos. Tomo II. Octavio A. Acevedo.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010.
Apuntes de un normalista. Eugenio María de Hostos. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010.
Recuerdos de la Revolución Moyista (Memoria, apuntes y documentos).
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010.
Años imborrables (2da ed.). Rafael Alburquerque Zayas-Bazán,
edición conjunta de la Comisión Permanente de Efemérides
Patrias y el Archivo General de la Nación, Santo Domingo, D. N.,
2010.
El Paladión: de la Ocupación Militar Norteamericana a la dictadura
de Trujillo. Tomo I. Compilación de Alejandro Paulino Ramos,
384
Publicaciones del Archivo General de la Nación
edición conjunta del Archivo General de la Nación y la Academia
Dominicana de la Historia, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXXVIII El Paladión: de la Ocupación Militar Norteamericana a la dictadura
de Trujillo. Tomo II. Compilación de Alejandro Paulino Ramos,
edición conjunta del Archivo General de la Nación y la Academia
Dominicana de la Historia, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXXIX Memorias del Segundo Encuentro Nacional de Archivos. Santo
Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXXX Relaciones cubano-dominicanas, su escenario hemisférico (1944-1948).
Jorge Renato Ibarra Guitart, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXXXI Obras selectas. Tomo I, Antonio Zaglul, edición conjunta del
Archivo General de la Nación y el Banco de Reservas. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXXXII Obras selectas. Tomo II. Antonio Zaglul, edición conjunta del
Archivo General de la Nación y el Banco de Reservas. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXXXIII África y el Caribe: Destinos cruzados. Siglos xv-xix, Zakari DramaniIssifou, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXXXIV Modernidad e ilustración en Santo Domingo. Rafael Morla, Santo
Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXXXV La guerra silenciosa: Las luchas sociales en la ruralía dominicana.
Pedro L. San Miguel, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXXXVI AGN: bibliohemerografía archivística. Un aporte (1867-2011). Luis
Alfonso Escolano Giménez, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXXXVIILa caña da para todo. Un estudio histórico-cuantitativo del desarrollo
azucarero dominicano. (1500-1930). Arturo Martínez Moya, Santo
Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXXXVIII El Ecuador en la Historia. Jorge Núñez Sánchez, Santo Domingo,
D. N., 2011.
Vol. CXXXIX La mediación extranjera en las guerras dominicanas de independencia,
1849-1856. Wenceslao Vega B., Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXL
Max Henríquez Ureña. Las rutas de una vida intelectual. Odalís G.
Pérez, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXLI
Yo también acuso. Carmita Landestoy, Santo Domingo, D. N.,
2011.
Vol. CXLIII
Más escritos dispersos. Tomo I. José Ramón López. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXLIV
Más escritos dispersos. Tomo II. José Ramón López. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011.
Publicaciones del Archivo General de la Nación
Vol. CXLV
385
Más escritos dispersos. Tomo III. José Ramón López. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXLVI
Manuel de Jesús de Peña y Reinoso: Dos patrias y un ideal. Jorge
Berenguer Cala, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXLVII
Rebelión de los capitanes: Viva el rey y muera el mal gobierno. Roberto
Cassá, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXLVIII De esclavos a campesinos. Vida rural en Santo Domingo colonial.
Raymundo González, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXLIX
Cartas de la Real Audiencia de Santo Domingo (1547-1575). Genaro
Rodríguez Morel, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CL
Ramón –Van Elder– Espinal. Una vida intelectual comprometida.
Compilación de Alfredo Rafael Hernández Figueroa, Santo
Domingo, D. N., 2011.
Vol. CLI
El alzamiento de Neiba: Los acontecimientos y los documentos (febrero de
1863). José Abreu Cardet y Elia Sintes Gómez, Santo Domingo,
D. N., 2011.
Vol. CLII
Meditaciones de cultura. Laberintos de la dominicanidad. Carlos
Andújar Persinal, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CLIII
El Ecuador en la Historia (2da ed.). Jorge Núñez Sánchez, Santo
Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLIV
Revoluciones y conflictos internacionales en el Caribe (1789-1854). José
Luciano Franco, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLV
El Salvador: historia mínima. Varios autores, Santo Domingo, D.
N., 2012.
Vol. CLVI
Didáctica de la geografía para profesores de Sociales. Amparo Chantada,
Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLVII
La telaraña cubana de Trujillo. Tomo I. Eliades Acosta Matos,
Santo Domingo, D. N., 2012.
Cedulario de la isla de Santo Domingo, Vol. II: 1501-1509. Fray
Vicente Rubio, O. P., edición conjunta del Archivo General de la
Nación y el Centro de Altos Estudios Humanísticos y del Idioma
Español, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLVIII
Vol. CLIX
Vol. CLX
Vol. CLXI
Tesoros ocultos del periódico El Cable. Compilación de Edgar
Valenzuela, Santo Domingo, D. N., 2012.
Cuestiones políticas y sociales. Dr. Santiago Ponce de León, edición
de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012.
La telaraña cubana de Trujillo. Tomo II. Eliades Acosta Matos,
Santo Domingo, D. N., 2012.
386
Vol. CLXII
Publicaciones del Archivo General de la Nación
El incidente del trasatlántico Cuba. Una historia del exilio republicano
español en la sociedad dominicana, 1938-1944. Juan B. Alfonseca
Giner de los Ríos, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXIII
Historia de la caricatura dominicana. Tomo I. José Mercader, Santo
Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXIV
Valle Nuevo: El Parque Juan B. Pérez Rancier y su altiplano. Constancio
Cassá, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXV
Economía, agricultura y producción. José Ramón Abad. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXVI
Antología. Eugenio Deschamps. Edición de Roberto Cassá, Betty
Almonte y Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXVII Diccionario geográfico-histórico dominicano. Temístocles A. Ravelo.
Revisión, anotación y ensayo introductorio Marcos A. Morales,
edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXVIII Drama de Trujillo. Cronología comentada. Alonso Rodríguez Demorizi.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXIX
Vol. CLXX
Vol. CLXXI
La dictadura de Trujillo: documentos (1930-1939). Tomo I, volumen
2. Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012.
Drama de Trujillo. Nueva Canosa. Alonso Rodríguez Demorizi.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 20126
El Tratado de Ryswick y otros temas. Julio Andrés Montolío. Edición
de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXII La dictadura de Trujillo: documentos (1930-1939). Tomo I, volumen 2.
Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXIII La dictadura de Trujillo: documentos (1950-1961). Tomo III,
volumen 5. Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXIV La dictadura de Trujillo: documentos (1950-1961). Tomo III,
volumen 6. Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXV
Cinco ensayos sobre el Caribe hispano en el siglo xix: República
Dominicana, Cuba y Puerto Rico 1861-1898. Luis Álvarez-López,
Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXVI Correspondencia consular inglesa sobre la Anexión de Santo Domingo a
España. Roberto Marte, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXVII ¿Por qué lucha el pueblo dominicano? Imperialismo y dictadura en
América Latina. Dato Pagán Perdomo, Santo Domingo, D. N.,
2012.
Publicaciones del Archivo General de la Nación
387
Colección Juvenil
Vol. I
Vol. II
Vol. III
Pedro Francisco Bonó. Textos selectos. Santo Domingo, D. N., 2007.
Heroínas nacionales. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2007.
Vida y obra de Ercilia Pepín. Alejandro Paulino Ramos. Santo
Domingo, D. N., 2007.
Vol. IV
Dictadores dominicanos del siglo xix. Roberto Cassá. Santo Domingo,
D. N., 2008.
Vol. V
Padres de la Patria. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. VI
Pensadores criollos. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. VII
Héroes restauradores. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. VIII
Dominicanos de pensamiento liberal: Espaillat, Bonó, Deschamps
(siglo xix). Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2010.
Colección Cuadernos Populares
Vol. 1
Vol. 2
Vol. 3
La Ideología revolucionaria de Juan Pablo Duarte. Juan Isidro Jimenes Grullón. Santo Domingo, D. N., 2009.
Mujeres de la Independencia. Vetilio Alfau Durán. Santo Domingo,
D. N., 2009.
Voces de bohío. Vocabulario de la cultura taína. Rafael García Bidó.
Santo Domingo, D. N., 2010.
Colección Referencias
Vol. 1
Vol. 2
Vol. 3
Archivo General de la Nación. Guía breve. Ana Féliz Lafontaine y
Raymundo González. Santo Domingo, D. N., 2011.
Guía de los fondos del Archivo General de la Nación. Departamentos
de Descripción y Referencias. Santo Domingo, D. N., 2012.
Directorio básico de archivos dominicanos. Departamento de Sistema
Nacional de Archivos. Santo Domingo, D. N., 2012.
Anexión-Restauración, de César A. Herrera,
se terminó de imprimir en los talleres
gráficos de Editora Búho, S. R. L., en noviembre de 2012, Santo Domingo, R. D.,
con una tirada de 1,000 ejemplares.
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