LA REVOLUCION DE MAYO COMO EXPRESION

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JPEH Santa Fe
Acompañando en el bicentenario
de la República Argentina
La Revolucion de Mayo como expresión del poder emergente
de Buenos Aires
// por Alejandro A. Damianovich
LA REVOLUCION DE MAYO COMO EXPRESION DEL PODER
EMERGENTE DE BUENOS AIRES
Por Alejandro A. Damianovich
La revolución ocurrida en Buenos Aires en mayo de 1810, no fue, como tantas expresiones de la
resistencia americana, una reacción de los débiles contra los poderosos. Por el contrario, fue una
comunidad poderosa la que desalojó del gobierno a un virrey débil y desteñido, a quien ya no
sostenía la antigua amenaza de la represión imperial. La metrópoli estaba ausente desde que estalló
la guerra europea en medio de un colosal reacomodamiento de fuerzas entre los imperios centrales
desencadenado por la revolución francesa de 1789 y su prolongación napoleónica.
Buenos Aires, con unos 43.000 habitantes, de los cuales la cuarta parte eran esclavos, era una
ciudad en franco crecimiento desde mediados del siglo XVIII. Potenció su desarrollo al
transformarse en sede de los virreyes desde 1776, puerto de ultramar habilitado por el Reglamento
de 1778 y asiento de la Real Audiencia desde 1783. Esta conciencia de ser “capital del reino”
prendió fuerte en los porteños y se va a mantener a la hora de discutir con los otros pueblos los
límites de su participación política, en medio de un esquema centralista de gobierno que proyectaba
en el tiempo la lógica borbónica que organizó el régimen de las intendencias en detrimento de las
ciudades y sus cabildos.
El verdadero poder de Buenos Aires se puso a prueba con la invasión inglesa de 1806. Con el apoyo
de Montevideo pudo desalojar a las tropas de ocupación (1500 hombres) y ponerse sobre las armas
para esperar y rechazar, en 1807, a la verdadera invasión de 12.000 hombres transportados en una
flota que fue descripta como “una ciudad en medio de la mar”.
Primera apropiación: el derrocamiento de Sobremonte.
El primer paso hacia la apropiación de poder por parte de Buenos Aires se dio en esos días. Un
Cabildo Abierto despojó al virrey Sobremonte de sus atribuciones militares en agosto de 1806 y uno
similar le quitó sus funciones políticas en febrero de 1807, ya que la elite porteña cuestionaba su
accionar frente a las dos invasiones. El gobernador de Potosí denunció estos hechos como
escandalosos y vaticinó que vendrían tiempos en que la jurisdicción y superioridad de los altos
funcionarios dependería del visto bueno de los pueblos y de sus Cabildos.
Estas cosas ocurrían en Buenos Aires mucho tiempo antes de mayo de 1810 y estaban reflejando el
inicio de un proceso local de apropiación del poder regional. Las caras visibles de esta nueva fuerza,
consolidada después de la partida de los ingleses, eran el alcalde Martín de Alzaga y el virrey
interino Santiago de Liniers, los héroes de la reconquista y de la defensa.
Restaba definir qué sectores dentro de la ciudad serían los más beneficiados. La oportunidad de
hacerlo se presentó el 1º de enero de 1809 cuando el sector que respondía al alcalde Alzaga intentó
derrocar al nuevo virrey Liniers y apropiarse de su poder, antes que lo hicieran otros. La causa
judicial que se les inició fue caratulada como “Intento de independencia”. Aunque la mayoría de los
insurrectos eran españoles, había en el grupo algunos criollos como Mariano Moreno y es posible
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Archivo General de la Provincia de Santa Fe
Monzeñor Zaspe 2861 | Ciudad de Santa Fe | Provincia de Santa Fe | República Argentina
Teléfono: +54 (0342) 459-3122 | email: [email protected] | sitio web: www.jpeh.ceride.gov.ar
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que su conexión en Santa Fe fuera Francisco Antonio Candioti.
Segunda apropiación: el sostenimiento de Liniers.
El cambio de alianzas experimentado por la corona española había llevado a Liniers a una situación
difícil. Los franceses, aliados de la víspera, capturaron al rey Fernando cuando ya tenían en
territorio español instaladas las tropas de ocupación. Los ingleses, adversarios del día anterior,
pasaron a ser los mejores amigos de la Nación. A impulsos de estos cambios es que se programó el
derrocamiento de Liniers, ya que, por ser francés de nacimiento, era sospechado de preparar el
reconocimiento de José Bonaparte, coronado rey de España por su hermano el emperador. Las
tropas criollas, comandadas por Saavedra, sostuvieron al virrey solo para evitar que los europeos de
Buenos Aires, militarmente más débiles, se apropiaran de un poder que aquellos deseaban reservar
para sí y simplemente tomarlo cuando llegara el momento oportuno.
El sostenimiento de Liniers por parte de los criollos de la ciudad constituyó en realidad, contra lo
que pudiera parecer a primera vista, una verdadera apropiación de poder, aunque menos visible que
la que hubieran logrado los conspiradores de Alzaga de haber prosperado su intento. El virrey quedó
ligado irremediablemente a las fuerzas que lo sostuvieron y a las que ya no podía disolver.
Queda claro que, a estas alturas, el Estado imperial español ha perdido el monopolio de la fuerza
física en Buenos Aires, elemento que desde la teoría política se considera central para la existencia
misma de cualquier Estado. Los cuerpos militares criollos, creados para rechazar a los ingleses, no
se disolvieron después de la emergencia y van a constituir una fuerza inquietante para los
funcionarios españoles. No obstante son leales, más de lo que los españoles de Alzaga hubieran
querido. Le permiten al nuevo virrey Cisneros hacerse cargo de sus funciones, aun cuando
pudieron haberlo rechazado, y, cuando este lo ordena, van a reprimir a los revolucionarios de
Chuquisaca sin ningún reparo. Esperan simplemente el momento oportuno (el de las brevas
maduras) para apropiarse de un poder que ya sienten como propio. Mientras tanto obtienen del débil
virrey Cisneros la apertura del puerto al comercio con los ingleses, cuyos barcos abarrotados de
mercancías esperaban en las balizas del Río de la Plata.
Tercera apropiación: el derrocamiento de Cisneros.
Cuando se supo en Buenos Aires que las tropas francesas dominaban toda la península, excepto
Cádiz, y que había desaparecido la Junta Central de Sevilla, última autoridad europea reconocida
aquí, la elite criolla de la ciudad resolvió destituir al virrey Cisneros en el transcurso del Cabildo
Abierto del 22 de mayo de 1810. Eran apenas 250 vecinos quienes deliberaban en el salón de
acuerdos capitular, entre funcionarios, militares, eclesiásticos, comerciantes y universitarios, pero
había gente en la plaza y muchos esperaban en los cuarteles.
La resolución fue clara, aunque los votos ofrecían algunas variantes. El virrey cesaba por la
desaparición de sus poderdantes y el Cabildo debía organizar una Junta de gobierno, como las que
se habían levantado en España tras la captura del rey, cuya soberanía quedaría preservada. No
estaba en juego la monarquía, cuya legitimidad nadie negaba en esos días, ni la independencia de
una nación por entonces inexistente. Para constituir un gobierno autónomo, Buenos Aires se
arrogaba el derecho a la gestión de negocios ajenos en relación con los otros pueblos del virreinato.
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Pero el Cabildo ensayó una fórmula temeraria: la nueva Junta estaría presidida por el mismo
Cisneros, a quien acompañarían Saavedra, Castelli y dos españoles. La designación iba
acompañada de un reglamento que contiene algunas concesiones y garantías políticas, pero la
maniobra no reflejaba la verdadera relación de fuerzas existente por entonces en Buenos Aires.
De allí que las presiones, que incluían un cierto rumor de pueblo cuartelero, se extremaron para que
la Junta fuera reemplazada por otra, la del día 25, en la que estaban representados los sectores
favorables al cambio, incluyendo a aquellos que habían ensayado antes otras salidas a la crisis,
como los alzaguistas (Moreno, Larrea y Matheu), los carlotistas (Belgrano, Passo y Castelli) y las
milicias de Saavedra que aportaban el poder de la fuerza física y algo de calor popular que pronto
molestaría a ciertos revolucionarios ilustrados.
Cuarta apropiación: el desconocimiento de la Regencia de Cádiz.
La más importante apropiación de poder se dio cuando la Junta decidió no reconocer, el 8 de junio
de 1810, al Consejo de Regencia de España e Indias constituido en Cádiz, aun cuando dejaba
abierta la posibilidad de un reconocimiento futuro que nunca llegaría. Esta es la medida política más
revolucionaria de aquellos días e implicaba, por primera vez, ignorar a una autoridad central que, si
bien había surgido con títulos dudosos entre las ruinas de la metrópoli, era reconocida por las cortes
de Inglaterra y Portugal y a la que estaban jurando fidelidad los virreyes de México y Perú y los
gobernadores y Cabildos de muchas intendencias y ciudades, incluyendo a Montevideo, Córdoba y
Asunción, ciudades que resistirían a la Junta porteña.
La decisión se dio en medio de un conflicto con la Real Audiencia de Buenos Aires, tribunal que
juró fidelidad al Consejo de Regencia secretamente y cuya integración se mantenía sin cambios. El
resultado fue la expulsión de los magistrados que la integraban y la del ex virrey Cisneros,
embarcados todos por la fuerza el 22 de junio con rumbo a Canarias. La nueva Audiencia fue
conformada con conjueces partidarios de la Junta. A espaldas de la Junta y en acto secreto, el
Cabildo de la ciudad reconocería también al Consejo de Regencia el 14 de julio. Cuando se supo, en
octubre de ese año, Moreno impulsó la idea de que los capitulares fueran fusilados, como ya había
ocurrido con Liniers y los regentistas de Córdoba, a lo que Saavedra se opuso. Se les aplicó una
suave pena de destierro. Al fin y al cabo no eran funcionarios peninsulares sino caracterizados
vecinos de Buenos Aires.
Quedaba planteada la guerra civil entre los partidarios de la Junta de Buenos Aires, ampliada en
diciembre de 1810 con los diputados de los pueblos, y los seguidores del Consejo de Regencia de
Cádiz que confirmó la convocatoria a las Cortes del Reino con la participación de diputados
americanos. Unos y otros competirían al grito de ¡Viva el rey Fernando!, aunque ambas entidades,
la Junta y el Consejo, como pronto se vería, estaban animadas por similares ideas liberales y
rivalizarían en lo revolucionario de muchas de sus medidas. Se disputaban los mismos espacios de
poder en la región y la Regencia reclamaba la subordinación de la Junta de Buenos Aires. Bien
mirado el conflicto, era una guerra entre insurgentes liberales por lo que las dos corrientes, la
rioplatense y la gaditana, se merecerían la condenación real a la hora del regreso, en 1814, del
“amado y desgraciado” Fernando VII, que volvió más retrógrado y absolutista que nunca.
En aquellos conflictos de poder de hace doscientos años, en los que determinadas palabras
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comienzan a adquirir para nosotros cierta sonoridad familiar y algunas ideas empiezan a
presentársenos como revestidas de cierta modernidad, empezamos a reconocernos los argentinos de
hoy, como en el inicio de algo que de una forma u otra nos anuncia y nos interpela.
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