IfUilEaO 10.509. Viernes 7 de Octubre de 1881. AHO JLULIU. i&'i'wa: i ^ S i - i iiiiiii.'^iMiiiáiiiiiíjlNi aess TÍtTTBirSiffTlÉiSSB " -iiiwi '^ij' in" lili inr [\ 11 iiirfiiiSaS PBE0I08 DB 81SGBIGI0N. PUNTOS DE SüSCSlOIOlí. XBDáOOIOM, OALLB SB Ik UBÍSTIS, N^H. 18, BAJO. •tABBID. temrta d« Oaesta, mlle ie CamtM; «• Lopu, calle del C&rmen. 7 Lite •- .Ballltret pUM del Prioelpe Alfonao, nam. 10. nioviifciAa. tMMB, Librería de D. Frtaelioo Bar^xün.—Cwnüa, D. JssA Lago. —••reelvMi, S. Iiidro Cerda.—IIM«ca,S. Fraacisoe Hoya.—•««mu, Hljoa de Fa.-Swa lleliMrtfaui, Antoaie Bamon Baroja. «XiTXAaULB. li«kMM,|Fr«p«ganda Uterarla, calle de 0*K«Uly, n6m. 51. BZTKAM«nUIO. ••M". A*enela Franeo-Hiapaae-Pertnrueía de ».«. A. Saavedra, l»«<M MM«r/««i da reelMr iM aaaaaioe extraalerai. tMUmSeÁ S^'^' "^*''*"?**«l*y•«••«• Cemíslea, E. Dear»^ 6 *WI<«i,'eiildleT CorttMr, 88, Bemew Btreet, Oxford Streelj, LA ÉPOCA lÉ^mmKmtmmimmmm se hasta á caminar algunoi pasos y depositar en la urna del sufragio un voto á favor del orden, Algunos colegas conservadores de París se que es un sillar en el templo de la razón? No era este, en verdad, el noble proceder de han revuelto enojados contra Saint-Genest (melos antiguos nobles. No liabia á la sazón más a r jor dicho, «1 oficial de ejército Mr. Boucheron), que en un artículo que ha dado á luz en el F¿(/a- ma de combate que la espada;—no habia nacido ro acusa sin ambajss ni rodeos á las clases con- aún la prensa, ni crecido el Parlamento, ni doservadoras de las perturbaciones sociales y de los minado el libro,—y con la espada un dia y otro dia defendían hasta morir Dios y Rey, patria' y aeivaríos políticos del pueblo. dama. Saint-Genest dibuja con pluma firma y diesY conviene advertir que no se encerraban Ira al obrero probo, generoso y trabajador corpara la defensa de tan sagrados cuarteles del e s rompido por doctrinas hiperbólicas y por sugescudo del alma en los inespugnables castillos rotiones del óiio y de la envidia, y añade: queros, nido y guarida á la vez de sus mesnadas, «MB acusan de ser duro para el pueblo: «s falso, no; descendían de ellos con la violencia del alud, véome obligado á reconocer sus aberraciones; mas le compadezco en el fondo con toda mi alma j reservo mi caían con el ímpetu de una tromba sobre sus enemigos, y los desbarataban, acuchillaban y cólera para los que lo h»n puesto en tal estado. ponían en derrota, ó perecían como buenos en, la Así, pues, cada vez que denuncio las extraragandemanda. cias de ese pueblo, sépase bien, no es á él á quien acuso;—da Igual modo que no acusaria á un niño, al que Y al propio tiempo pactaban alianzas y se bttoiGsen depravado. procuraban auxilios, aun de los mismos moros, »No, i vosotras, clases directoras; & vosotras, única porque, sagaces y adiestrados por el perenne causa del mal, á vosotras es 6. quien hay que dirigirse comoatir, comprendían que es en ocasiones «de •leknpre... sabios el mudar de consejo,» ó más bien, que'con* • •. Vosotros, conservadores todos, que, en lagar d« ensordecernos coa vuestros manifiestos v viene, diremos más, que es necesario aliarse á vuestras conspiraciones, debierais dedicar dia y nociré los menos que avanzan, si es el avance irresistible. a reptrar el inmenso daño que nos habéis hecho.» En resolución: ni flaqueza ni terquedad; hé No tienen aquí, por fortuna, exacta aplicación aquí el resumen de nuestras exhortaciones á las las diatribas del escritor francés, porque las ;clases conseryadoras Bo «ensordecen con manifies- clases conservadoras,, á las clases que dirigen como los denomina el escritor francés. Ni ceder tos y conspiraciones;» pero mucho sitio hay, sin un ápice en lo que es justo, en lo que es moral, embargo, en el cuerpo de las «clases directivas» de España donde aplicar con oportunidad el cau- en lo que es patriótico, ni obstinarse en negar el progresOj en oscurecer la civilización, en aherterio que Saint-Genest aplica. Nuestro rancio abolengo y nuestra limpia his- rojar la libertad... la libertad, que cual honrada toria/ nuestra fé y nuestra constancia en la idea ama de casa no ha de vivir ni en la mancebía de política que hemos defendido y defendemos, g a - la hetaira ni en la ergástula del esclavo... Tienen, pues, alta misión que cumplir las clarantías son de imparcialidad en nuestros juicios, que por tales antecedentes nadie mejor que nos- ses conservadorfis. Sacudir varonilmente la pecaminosa pereza ya expresada; adelantar con pecho otros puede formular. T lo hacemos confesando que hay en esas cla- feneroso el encuentro de la inundación poderosa el siglo que trae en sus revueltas aguas el fanaes conservadoras españolas una enfermedad engo que enturbia y el limo que fertiliza. No perdéniica tan profuncuEimente arraigada, que va haciéndose por extremo difícil de curar. Esa en- mitir que se propague lo uno; dirigir el curso de lo otro... De lo nuevo que en su carrera trae el fermedad tiene su nombre, el cual figura entre siglo, rechazar con todas las fuerzas del espíritu los pecados mortales: se llama pereza. lo malo; caminar en lo aceptable y dirigirlo; ser Pereza, para el cristiano que no quiera ser valla y ser cauce. mortal pecador, como para el político que no 1 , _ quiera pecar mortalmente, no consiste en levantarse tarde ó en andar poco ó en trabajar menos, LA GOMMUNE EN EJERCICIO. aegun la acepción usual y casi inofensiva del vocablo. Pereza, para los efectos de la conciencia, es no hacer el bien pudiendo hacerlo; es descuiAcaba de efectuarse en Paría un singular dar y aun abandonar los intereses del prógimo; acontecimiento. A espaldas del palacio del Elíseo, es hurtar cobardemente el cuerpo al peligro— residencia del presidente de la república, se ha clamando después desconsoladamente por la rui- reunido en publica y solemne sesión la Gomna de lo que peligraba; es, en suma, puestos á mune. buen recaudo en la orilla, gritar airados por que Tres mil y tantos ciudadanos congregados en la n a r e deriva, ó plañerse desconsolados porque un local á propósito y presididos por algunos j e la HATO «OBobrn. fes del radicalismo, han acusado, juzgado y conTambién por acá suelen dolerse «on voz lasti- denado á un hombre ''«al si lUertk un tnbaual mera los elementos de orden y de gobierno, por- legítimo. que «1 radicalismo medra y la domagogia cunde Desde los salones de la presidencia legal de Í e l socialismo crece; también aquí levantan iu- la nación podían oírse los gritos y vociferaciones ignados y doloridos á la vez los brazos al cielo de los que marcaban un sello de ignominia á Luante la propaganda revolucionaria y la predica- Ueir por traidor á la Oommune. ción impía.?, pero esos que claman y bracean y Porque quien se presentó como reo á la barra gimen, suelen hacer como el Ermeguucio de la de aquel tri!buna], que considera como página sátira de Moratin, que gloriosa de la historia francesa la de los|íncendío3, tropelías y asesinatos de Marzo de 1871,—quien «¡Olí odad nefandal se presentó, decíamos, cual si fuese ante el Tri[Vicios abominakles! jOh costumbres! (Oh corrupción! exclama, y do camino bunal Supremo ó Gour d'Asisses, fué Lullier, ofiDostoitaa se tragó.» cial de marina en tiempo del imperio; esto es, inNo es desde el abrigado fondo de bien alfom- dividuo de uno de los cuerpos más nobles y bribrado gabinete, con un periódico en la mano, al llantes del Estado, complicado después en la i n lado una taza de té y los pies en los morillos de surrección comunalista, deportado más tarde á la chimenea, como «e combaten los malee y se Numea y amnistiado por último. procuran los bienoaj no es con quejumbrosa voz Nuestros lectores recordarán el cambio de cary desmayado cueroo como se defienden los adar- tas insultantes é ¡injuriosas que mediaron entre ves de la razón, furiosamente acometidos por los él y otro republicano rojo llamado Malón, cómo enemigos «ncaroizados de cuanto supera y des- éste fué desafiado por Lullier, y cómo rehusó bataca... tirse con el antiguo marino, considerándolo i n «Los tiempos son de lucha,» ha exclamado digno de un du«lo. En ausencia de Malón fué fiscal de esta causa con viril acento el egregio cantor de los Gritos del combate; hay que luchar por el Dios y por el otro comunalista, Lissagaray. Durante hora y Rey, por la patria y por la dama, como en anti- media habló acumulando cargos terribles, abrumadores, sobre la cabeza de Lullier, que apareguos tiempos... cía, según la acusación, vendido á los versalleses Hoy ataca á Dios Paul Bert, á nombre del escopticismo; ataca al Rey, Hartmman, á nombre por dinero, como delator de su camarada de cautiverio, como traidor^ en fin, á la Commune. del rdhilismoj ataca á la patria. Marx, á nombre Al propio tiempo Lissagaray calificaba también d«l internacionalismo; ataca á la dama, Luisa de traidor á la patria á Mr. Thiers,—lalquele salMichel, á nombre del amor libre... Y cuando lo que hay de más respetable, de vó!—en medio de atronadores aplausos, y hacía franca y decididamente la apología del Gobierno más venerado, de más santo, de más bello, vacila «obre su pedestal, golpeado por la piqueta ó roí- revolucionario, é insurreccional, que mientras los prusianos bombardeaban á París desde fuera, do por la carcoma... ¿es lícito, es honrado negar- LAS CLASES CONSERVADORAS. stsc rass rea se aprestaban h quemarle desde adentro... cuya apología era no menos estrepitosamente aplaudida por el público. Este oyó del mejor talante más de una hora según dicho queda, al acusador; pero (á nombre de omnímoda libertad sin duda), MO dejó hablar cinco minutos .seguidos al acu.sado. A las primeras razones que éste adujo, sonaron las interrupciones de «¡cobarde! ¡Traidor! ¡Pillo!.:.» y hubo por último de callor. Entonces el presidente resumió el debate,—en el que terciaron algunos otros oradores,—«denunciando Carlos Lullier al desprecio de todos los republicanos.» El concurso aprobó con grandes alaridos la sentencia, llenó de improperios al .sentenciado, y se mostró en tales disposiciones, que el presidente conceptuó acertado hacer salir á Lullier por una puertecilla falsa. Estos hechos, aunque graves en sí, no son, á nuestro parecer, los que más gravedad entrañan. Flota sobre todos ellos como negra nube de siniestro augurio, algo más pavoroso y más extraordinsrio á un tiempo, y es la Commune en ejercicio. ¡Cómo! en el mismo París, teatro de sus fechorías; bajo el mismo Gobierno que fusiló ceatenares de sus secuaces; al lado mismo de los monumentos que muestran aún la siniestra huella de la tea incendiaria; á la faz de la civilización, de la Europa, del mundo, la Commune vive y prospera y obra, la Commune muestra su cuerpo de arpía envuelto en la nobilísima vestidura del juez. ¡Qué desorden moral delatan tales cosas! ¡Qué perversión del sentido! ¡Qué increíble ceguera en todos, y es lo más triste! Presto, según todo lo anuncia, subirá Gambetta al poder, aunque las últimas noticias le presentan como resuelto á continuar en la presidencia de la Cámara, pero sí las circunstancias le obligan á tomar el poder, hemos de verle como el Rahagas de Sardón,—en el cual se pretendió ver su retrato,—como todos los radicales al a s cender al gobierno, falsear su programa de extrema izquierda y, si vale el vocablo, conservadorízarse. Clemencpau y los suyos arreciarán la oposición contra el orador de Belleville, y quizá en dia no lejano Gambetta so hallará en el caso de Lullier, y el folleto que se vendía á voz en cuello el dia de la vista de la causa de éste en el tribunal comunalista, Oambetta ante la Justicia del pite61o, se convertirá en realidad viva. Y subirá Clemenceau, que á su vez pasará por reaccionario, y Rochefort, al que echarán al rostro su abolengo aristocráticOj y ya no habrá otro Gabinete posible ni otra presidencia de república hacedera más que la de los hombres de la Commune.] ^2 Y íiiiiaá ol puoblo d6 iíHÍa—Al pní>"hlo no p o lítico—VCa sin horror, es más, .sin extrañeza, e n trando con paso firme, levantada frente y títulos legales bajo el brazo en el palacio de la representación nacional á los que en los nefanioa días del sitio entraron como bandoleros al asalto...; y esto sucederá, porque á fuerza de oír discutir diariamente la legitimidad del movimiento comunalista; á fuerza de oír diariamente vocear con ira contra todo lo que es gobierno y orden; á fuerza de ver que se arroja impunemente de Francia á los religiosos y se abren las puertas á los incendiarios; á fuerza de oír declamar contra Dios, contra la religión, contra la autoridad y contra todo lo que está en alto, y á fuerza de ver y oír todo ello sin que nadie lo impida, ni lo prohiba, ni lo ataje, á ello se acostumbrará, y la Commune, que ayer era tragedia y hoy suele aparecer como saínete, acabará por ser la comedia de costumbres de la vida normal. Y Francia, á despecho de su riqueza, de su poderío, de su ingeniOj de su arte, de su cetro intelectual, caerá hundida por los suyos ; en más hondo abismo en que los extraños la hundieron en Sedan. A menos que antes de llegar esa hora infausta, á falta de un Bonaparte y de un 18 Brumario, surja un Pavía y un 3 de Enero. —— 1 _ U SESIÓN DEL CON&RESO. Perdonen nuestros amigos loa señores diputados de la minoría conservadora que tomaron parte en la discusión de actas en la tarde de ayer, si no publicamos hoy in extenso la sesión; y per- ADíttKWTBAOIONjCAUBOTl.ALlWaTl»»»*'*- 18.»^*0 MadrM.-Ua mea,mea, 4peietai; SnuMea, 1* «»íf!!L.%JÍ?„'« «Sk »r«xlaelM.-Un 6 peíetaiíTmeaS,»,»<*at»aM« 9 m»m, lí;unano,».PoroemUUiiiado,8 »«•««* 15 K«SÍ"¿.«-™- a «aM« AattIUa.—Un mea, 7.50 peaetaai 8 meww, «W» otett»»*» » " • • ^ «Osua ato, 70. -.k—.««itÉ WlUpinma.-Vn mea, 19 pesatass 8toaww,»»}8m««»»,«0? l * « « . » * «lliraUíir r MarraacM.—trBmec,8peM»tiuiiS«B««^>i*j^^ rortagal.—Un me», 8 peaetaai 8 ««••«, 17,80 eéatJmaei « «»•••* 85: un abo, 70. '^ • '<^mtm^ H T Horboria.-Un mes, 7,10fraMei^8 SMaee, » fi»a«M? « W " ^ 44 fniBíog; HB ate, 88 franca». ^ ^ _ . ^ « Loademiapalaea eempreadidea ea la » » i « *•<*«'*%,?£.£«• franmw: 8 meacs, 25 {raaeoa: 8 BMei, 68 IWuuoa! M ata, 1« g j j * » LOB paatoa ueoompreadiáe*aala ü«l!«de C!«rMO*Jf<k^^*' (Vanooflj 8raeies,«»franoo»!6 meses,«» «riíBeaa. v» ala.MO Uiaam^ at'^i5a¿Jl!U.3a donen también nuestros lectores, si los privamos del placer que pudiera proporcionarléá su. lectura: á unos y otros quisiéramos complacerlos; pef© laabundancia del original que afluye á nuestras cajas y la multiplicidad de asuntos de que es praciso dar cuenta con la oportunidad debida, para que no se carezca de su noticia ó no llegue tarde á lade nuestros suscritores, nos impiden realizar por hoy nuestro propósito de darles a conocer coü extensión y con la garantía oficial los discursos pronunciados en los Cuerpoá colegisladores. Por otra parte, la sesión de ayer, fliln cuando en ella hubo algún notable incidente, y por más que nuestros amigos los Sres. Romero Robledo, Silvela y Villaverde hubiesen hablado en ella con su acostumbrada elocuencia y grande discreción, no ofreció el interés político que las anteriores y no creemos perjudicar el de nuestros apreclables lectores, limitándones á ampliar el fiel extracto que anoche publicamos en nuestra edición de Madrid. Continuando la discusión del dia anterior acetca del acta de Hinojosa, y después de un discurso del candidato vencedor Sr. García Gome?! en defensa y otro del Sr. Garijo, individuo de la comisión; y después también de breves palabras del Sr. Alvarez Marino justificando la conducta de los individuos de la minoría conservadora que forman parte de la comisión de actas, contra lo dicho por el señor ministro de la Gobernación, comenzó un debate, que pudiéramos llamar extraño, entre las oposiciones, protestando la democrática de su resolución de no unirse para nada con la conservadora, y negando al propio tiempo toda coalición anterior ni actual con el Gobierno ni con el partido que le apoya. Antes, y como un ligero y curioso inbidente, tanto más curioso cuanto que fué en el que demostró el señor presidente del Congreso hallarse en muy buena disposición át humores, pidió el Sr. Martínez Luna la palabra para defender al pueblo de Madrid, ofendido, según dijo, por el Sr. Romero Robledo al afirmar que era liberalconservador. Cualquiera habría dicho que se h a bia inferido al pueblo de Madrid una grave ofensa al decir de él lo que tanto le h o n r a y enalteoe. Además, el Sr. Martínez • Luna no debiera estar muy satisfecho del constitucionalismo del pueblo de Madrid durante el período electoral, cuando tan solícito se mostraba en allegar votos para su eandidatura, tan afectuoso aparecía con los electores, visitándolos en sus casas y tiendas, y r e corriendo el dia de la elección todos los colegios electorales, sin duda para afirmarse en su opinión de que el pueblo de Madrid era contrario á los conservadores y que le habia de calumniar quien se atreviese á calificarle de conservador. Por los barrios en que más amigos contaba el Sr. Martínez Luna, andaban algunos conservadores, y tal vez para asegurar la más libre acción de los constitucionales, se inventó el famoso timo, de que á su tiempo se habrá de tratar, para edificación del público y más exacto conocimiento de todo lo sucedido. Y decían el Sr. Martínez Luna y el Sr. Posada Herrera: «El Sr. MARTÍNEZ LUNA: Ayer pedíj la palabra cuande creí ofendido al pueblo de Madrid por lo que decía el Sr. Homero Robledo... El Sr. PRESIDENTE: Su señoría no puede hacer uso de la palabra sino para alusionefs personalcsi. El Sr. MARTÍNEZ LUNA: Gomo diputado por Madrid... ElSr. PRESIDENTE: Hay muchos diputados por Madrid, y si todos se creyesen aludidos, habría que concederles la palabra. El Sr. MARTÍNEZ LUNA: Como vecino de Madrid he sido aludido ayer cuando el Sr. Romero Robledo decia que el pueblo do Madrid es conservador-liberal... (Rumores.) El Sr. PRESIDENTE: Si su señoría se hace cargo del estado que tiene la discusión, y de que puede tener su señoría alguna otra ocasión de derander al pueblo de Madrid, y sostener la tesis de que el pueblo de Madrid, en su mayoría, no pertenece al partida liberalconservador, me parece que sería conveniente que renunciara sa señoría la palabra. El 8r. MARTÍNEZ LUNA: Pues queda hecha 1» protesta, y me siento.» Terminado este extraño incidente, y después de una breve y muy oportuna contestación del Sr. Romero Robledo al Sr. García Gómez, se promovió el más importante acerca de la actitud de la minoría democrática, y dijo «El Sr. Marqués de SARDO AL: Aunque no tuve el gusto de óir el discurso del Sr. Romero Robledo, enterado de las repetidas alusiones que su señoría me dirigió, me he visto en la necesidad de pedir la palabra. Es costumbre constantemente seguida en todos los Parlamentos, ííue las minorías olviden toda« i^J^á'**: vencías que las separan cuando so trate d t c o m . w r w Gobierno: el Sr. Romero Robledo olvidó ayer e«» «O»' ítífflbTe, y provocó repetidamente á «ata mmont. _ . Sostuvo el Sr. Romíi-o Robledo qup 1« Bnica ««nipación política que tiene una bandera propia «>«a*^«* llamar las huestes al combate m la «grupacioD •« q«« milita su señoría,! para el Sr. Romero «o^edoe» cosa de poco más ó menos la democmcm qne comiwf» ínteffro el doffma de la Constitución del m r q»ei« inspira en principios do'los cuales no ha »bdwadoW tiene por qué abdicar. , ,^ . _ .,»«„ -i««^ Pues bien: la democracia ha luchado «n esta» « « ^ dones, en los distintos grupos d« que f compone, pwque entiende que el prFmer deber de toda at«ttpac»o» política es venir á discutir sus P^ncipio» ja^el f i l a mento, y además perqué ha visto que en 1» •p»«a«*^X cha había garantíís Matantes par* aoaáir al Wrreno do las elecciones. ¿Se deduce de esto qtte « i ^ ^ ' ^ ' L ' * ® haya combatido más que á la mxncwia «¡O"*"!!"?*!?'' que los que aquí nos sentamos debemoí .»«««»•»«!cion á la benevolencia del ftobiemer _. ,_, No es verdad qae el Gobierno baya •Pí>J*í" ^ : J r * candidatos demócratas: lo ánico qu^ílW «n ••H?"'?!* ea que el partido conatitueional, ««E,»'*'™''*?' "^^^^ vincias, que no ha renegado de la Caafttltueíoa asijw. que quiere dentro de la monarquía realizar la UbOTtaa más amplia, ha visto que eran má» afines sayw io« a^ luócratas procedentes del antiguo partido radical* qiw los conservadores, procedentes do la «Hj.oa ipf*^ J^5?f partido moderado, y ha preferid» aquéllos* estcwaui donde no luchaban candidatos do su oomumoo pática. Nó sé cómo sorprende ese hecho al «r. Roipor^ .Kowado, porque en todos los países regidos por el «ii«tm» representativo ha ocurrido siempre una tWM parama. Aún resuenan aquí ciertas palabra* proHOndadJ* por el Sr. Pidal, que fueron acogidas por la maforí» conservadora con aplausos vérdaderaniento esfflWBoaiosos para todos los que sitíceramento aaoeD « íigJinoa representativo. Cuando el Sr. Pidál deow Me l»»alVacien de la libertad, del orden y de las inati*»*»!»* ««pendia de la alianza con la» que tn •oiorfa.UamatMi» honradas masas carlistas, aquella majorla *pa»wa a» Sr. Pidal. /Qué mucho que el partido constltacional, que no ha renunciado á sus tradieionea, haya ponsaao que para realizar sus ideales eran más fi píOpótóto lo» candidatos demócratas que los caüdidatos conieftMlores? Esto es lo que ha sucedido, t yottOpodía d e j a y » sar en silencio las palabras del Sr. Romero Robledo, era preciso que alguien se hiciertt cargo di las palai;™» de su señoría, y que sa supiera que lo que ha ^«xisiwo en algunos distritos ha sido tan sólo una coalición ü» esas que natural y espontáneamente so loman, tm pwvio acuerdo, entre los elemento» liberales contr» toe elementos coaservadores. ' . , ^ Por lo demás, no necesito decir que cada imo de m diputados que aquí 96 sientan ha venido con tenta independeneía como el Sr. Romero Robledo, y tal T»» pudiera decir que con más independenciaj porqoe todo el mundo sabe que después de híber estado mucho» «fto» en el poder suelen existir verdaderos íeados olectorale», y muchas vece» se preíentan tsomo tmm «• propiedad de eso» feudos lo» que sólo lo »oo do posesión. Resumiendo, debo decir que la alMionqu» tlaffiOf Romero Robledo ha dirigido i las minoría», que ao son la conservadora, es una verdadera agresión, »^la_ cual tenían que conteatar todos y cada uno de bsindiTiano» do esta minoría, que han luchado con su» propia» fuer* sas, no debiendo al Gobierno favores y conaervaado un» completa libertad de acción. Y coholuyo lamoatando tuesu señoría haya tenido tanta impaciencia, y qa» haya intentado provocar discasione» do «ato genero.» El Sr. Romero Robledo contestó con brevedad, con sencillez y concisión, aplazando para ocasión oportuna, que pronto «e habrá de presentar, di»cutir la conducta de unas y otras minorías y •«« respectivas relaciones con el Gobierno, díscwwotí áque parecía provocarle ayer elfleñop matquéi de Sardoal. Dijo contestando: «El Sr. ROMERO ROBLEDO: El seCor marqués de Sardoal me ha abierto las puerta» para que yo entrara en una discusión política; sin embargo, yo «guardo el momento que sea oportuno tratar esa» Cttoaííones, y entonces tendré presentes la» palabras do su sellork. Conste por ahora que el señor marqués d» Sardoal na dicho en pleno Parlamento que ka habido una eoaucion de todos los elementos libérale» contra 10» eonaorvadores. [El señor marquisde SariotU: No he dicho eso.) Su señoría lo ha dicho do ana manera terminaato. (Varioi señorea diputad»» dé la mimria detWocrtiíliK»: No, no.) Lo ha dicho; ¡pero lo re»tiflcan y doteBiontea los señores diputados de la miDoríaf Pao» reotiflcaao y desmentido queda lo que ha dicho el «oHor marqnés de Sardoal. [ElSt. Carwíyaí: E* un error del »«fior marqués do Sardoal.) Yo aplaudo la rootitad del St. Carvajal. [Yariot señores diputadoe de la minoHa: De *odo»,) Yo aplaudo vuestra rectitud si reconocoi» que •« ha éometiao un error por el sefior marqués d« Sardoal; pero vuestra negativa prueba de una mañera iadadable qn« el señor marqué» de Sardoal habia diebo lo ftt» yo he dejado consignado. Seguramente no hay m k majorí» quien haga una dof^naa m&» brillante d« lo que e» el partido constitucional que la que ha hecho elseior marqués de Sardoal. DoIdiBCurso de su aeñorlft se deduce que el señor marqués de Sardoal y laminoria %ao M—j4 N6m. 2». Folletín de LA ÉPOCA. Dia 1. REFLEXIONES TARDÍAS, ron K I S S RriODA B R 0 U 6 H T 0 N . .—Semejante modo de raciocinar, observó la joven, pturalizaria todos los esfuerzos individuales. —•Y nada S3 f ?rder¡a, replicó áspoiamente la señorita de cierta odad. En lo» labios de misa Latimer se dibujó una sourip* irónica. i —¿Es cordura, añadió miss Burnet arreglándose el chai en señal de marcharse, on un hombre como Juan, cirujano acreditado, que no tiene un momento suyo, que trabaja todo el dia y á veces toda la noche, irse á meiclar en sociedades de temperancia, periódicos de temperancia, salas de reunión y otras estupideces? Durante ese discurso, las mejillas delicadas do Gila 80 fueron tiñkido do un rubor gozoso y confuso. —ÍES verdad quo se mezcla en todo eso? dijo con voz animada, levantando sus brillantes ojos bacía el rostro gruñón quo tenía enfrente. —¡Y tan verdad como esl replicó miss Burnet alejándose sin dignarse pronunciar una palabra más. VI. Una oepesa niebla oscurecía It atmósfera y hubo quo encender Olga» mucho antes do la hora acostumbrada: en las (salles la atmósfera no presentaba más quo un conjunto do feo» vapores amariUos, do modo que Gila no pudo dar au paseo en carruaje. En estos casos solif retirarse á su cuarto; pero aquel dia, por elco»» prefirió buscar la compañía de miss Burnet í«to había »ido ver si podía eacir d» esa ar pormenores má» oircunstanciadoa «obro e que se ocepaban después del lunch, preciso es decir que fué inútil su intento. Miss Burnet, después de su triunfo de espansion, habia vuelto á caer en un silencio letárgico. Ahora bien; cuando mis» Burnet resolvía guardar silencio, no habia hombre ni mujer que la hiciera hablar, así como nada la contenía por poco que so sintiera dispuesta á exponer sus sentimientos. Al cabo de algunas horas de esfuerzos perseverantes no obtuvo Gila más que loa hechos ya estrMecidos. Por las respuestas monosilábicas de 8^ compañera supo más adelante que el doctor ^urúe^^^pedido por sus numerosas ocupaciones do toiDMé | i l á activa en la propaganda, no por eso era '•«OiaiNiMiliario acérrimo de ella, de corazón y do « l í i , l i l f Ü í P o y de precepto. Entre todos los que se htílai(Hi en relaciones con él, los pobres enfermos del lj(,jipM»l, los estudiantes, las clases elevadas, en las que se reclutaba principalmente su clientela, se esforzab» ^^ luchar contra esa fría indiferencia que su pupila condenaba el día antes atribuyéndosela. En el momaf to de la comida bajaba ella la escalera con la cabeza inclinada y ol corazón lleno de su pensamiento, cuando le iñó de pronto junto á la puerta déla sala. líbaselo á escapar, después do un saludo y de una sonrú"'» forzada—pues el doetor parecía siempre huirla —cuan do ella le retuvo tendiendo hacía él la mano. _¿T>neis mucha prisa? le dijo rápidamente: hubiera querido f blaros un momento. —Siento' deciros que sícTnn-, estoy do prisa, en tanto que se d ' " á peíar suyo; pero eso no imp''' jstras órdenes; F la se quedó helada. mcia, repuso olla, y lo momento, pero no po3 no os pida perdón por ando nuestra discusión. y. aquel talle elegante, nclinada y aquel encanban un conjunto seduc- tor para un hombro que todos loa día» y«ia pasar por delante de él escenas dolorosas. Pero hay que decir quo Bu opinión era diferente, porque apartó los ojos. Gila atribuyó ose gesto y su silencio á una irritación obstinada. —¿Será posible que no lleguemos nunca á hacernos justicia? exclamó. ¿No hemos de vernos jamás tales como somos? El doctor se decidió al fin á hablar. —Queríais pedirme perdón, dijo con voz cortada, y yo tenía la misma intención, es decir, quería pediros el vuestro. Para eso entró esta mañana en la sala, pero— y aquí se heló su voz súbitamente—os encontró ocupada. —¿Será verdad? exclamó la joven con sincera alegría. ¿Veníais á pedirme perdón? ¿Y de qué? —No tengo derecho á tomar con vos -un tono semejante, aun cuando en ol fondo crea que he tenido razón, respondió él sacudiendo su cabeza morena con airo obstinado. —Pues yo también creo haber tenido razón en el fondo, exclamó jovialmente la joven, libro del peso quo abrumaba su corazón desdo su disputa do la víspera. Bien sabéis, añadió bajando los párpados con airo contrito, que no tengo mucho imperio sobre mí misma, y anoche estuve injusta. Pero después de todo, me parece que tenía razón en buscar trabajo.. ¡Si supieseis, porque naturalmente no podéis saber esto, con qué mortal lentitud se arrastran las horas en la ociosidad! El doctor la contemplaba con una expresión de tristeza. A la luz del gas podia notarse en sns facción©! que hasta parecía haber envejecido. —Temo que nuestra vida sea bien monótona para vos, dijo dulcemente; pero debo recordaros que no será por mucho tiempo, que pronto acabará. —Es cierto, dijo tranquilamente Gila. —Espero además, prosiguió ol doctor, quo procurareis aliviar ol lastidio y ol aburrimiento do vuestra poBicion, viendo con frecuencia á vueatros amigos. Temo —hablando con visible esfuerzo—temo haber estado descortés con el quo os hacía compañía esta mañana. Macedme el favor de explicarle que eso nada significa y que sólo es efecto do mi rudeza habitual. —Ya quiso desengañaros acerca de mi supuesta amistad hacia ese personaje, respondió Gila un tanto picada; pero puesto que persistís en tratarle como tal... Había tan evidente sinceridad en el acento de su voz, que se desanubló la frente del severo doctor. —^Kstoy convencido, dijo sonriéndose maliciosamente. Meflp;uroque fué su actitud lo que causó mi equivocación. Ella se ruborizó y se sonrió á su vez. —Motivo había para equivocarse, dijo con impaciencia. Pero ya que no hay desacuerdo alguno entre loa dos,—el doctor hizo un movimiento, como sorprendido de semejante aserto,—volvamos á lo quo os decía. Ya veréis que soy terca. Creo, añndió con voz cariñosa, que si quisierais podríais proporcionarme trabajo. —¿Eso creéis? dijo él pensativo, siguiendo con una mirada do aprobación los contornos elegantes y delicados de su robusta' personita. Podría ser, pero ¿do qué género? " —¡De cualquiera! respondió impetuosamente la joven: no soy exigente. Todo lo que esta cabeza se halle en estado de concebir,—y Gila se tocó la frente con la punta de su sonrosado índice,—ó lo que estas manos puedan ejecutar, añadió tendiéndolas hacia él, lo acepto desde luego. Su hermoso semblante irradiaba, como iluminado por una luz interior. ¿Fué comunicativo esc entusiasmo? —Ya veremos, dijo lentamente el doctor. —Es un trato, exclamó ella jovialmente; esta noche discutiremos los pormenores. Luego, notando quo iba 61 á interrumpirla, —No, exclamó, no quiero escuchar ya más psros, j además oa he detenido demaeiado tiempo. Hasta lavista. Y dirigiéndole un gracioso saludo, so separó para entrar en la sala alegre, contenta, olvidada su Jaqueca y poseído todo su sor de una agitación gozosa. Hasta arreglaba ya cómo pasaría la noche. Miss Burnet se iria á acostar temprano, y se renovaria la cntrevisfa» de la noche anterior; pero ¡qué diferente sería Pronto anunciaron la comida y bajaron las do» damas. Burnet, la» más de las veces, »ólo se rtunia 6 ellas en el comedor, poro I* joven se quedó más tria que la nieve al ver que no liabia puestos más que dos cubiertos en la mesa. Estaba ya á medio oom»r la «opa, cuando Gila se sintió con bastante soguridad en 1» voz, para aventurarse á preguntar con airo indiferente: —¿No viene el doctor? —Está convidado á eomer, respondió sa hermen» lacónicamente. Siguió ol pescado á la sopa, sin qae so hiciera ninguna otra observación. Sólo entonces mis» Burnet, para recompensar sin duda á Gila por no haberla interrogado mientras comían, proceder qae le era odioao, añadió; —Como á dondaba ido á comer es á casa de t»o«tros amigos, me parece quo bien pudiere babérorie dicho. —¿Do mis amifiros? ¿Qué amigos? —Nunca me acuerdo de lot nombres, replicó la «eñorita de cierta edad con el aire aburrido de una persona á quien so lo pide un esfuerzo fatigoso; pero presumo que eran vuestras) amiga», porque os traiau agarrada de una manera, que lo que es á mí no a e agradaría, cuando vinieron aquí el otro dia. —¿La» Tarlton? exclamó Gila en tono inorádalo. —Sí, las mismas. i-Puea no »abia... no sospechaba que »e ooaoeieeon, replicó Gila con una voz que parecía qnerer eipreaar Bólo sorpresa, pero i|i;te para cualquier que la eono<^»^ 80-, habría roveladb au tormento interior. (9$ tfáinumré.)