Un sistema alimentario y un consumo insostenibles

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Un sistema alimentario
y un consumo insostenibles
Josep Maria Antentas
Profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB).
Miembro del Centre d’Estudis Sociològics sobre la Vida Quotidiana i el Treball (QUIT).
[email protected]
Esther Vivas
Miembro del Centre d’Estudis sobre Moviments Socials (CEMS) de la Universitat Pompeu Fabra (UPF)
[email protected]
Sumario
1. Monopolio y concentración de origen a fin. 2. Alimentos kilométricos y agricultura mercantilizada.
3. Ascenso de la gran distribución y adiós al comercio local.
4. Soberanía alimentaria frente al agribusiness. 5. Nosotras podemos. 6. Bibliografía.
RESUMEN
La cadena del sistema agroalimentario mundial está controlada en cada uno de sus tramos por
un pequeño número de empresas transnacionales que priman sus intereses privados a las necesidades y a los bienes públicos y comunes. La agricultura y la alimentación dominante
apuestan por un modelo industrial, sin campesinos, intensivo y kilométrico. El ascenso de la
gran distribución y las grandes superficies conlleva el hundimiento del comercio local, la pérdida y la precarización de los puestos de trabajo y el auge de un modelo de consumo
insostenible. Frente a este modelo, aparece como alternativa global la estrategia de la soberanía
alimentaria, impulsada por La Vía Campesina, que pone a aquellos que trabajan la tierra, producen y consumen en el corazón de los sistemas y las políticas alimentarias, por encima de las
exigencias de los mercados y de las empresas. Conseguir cambios importantes en el modelo de
producción, distribución y consumo de alimentos requiere de alianzas entre productores, consumidores y trabajadores a escala local, regional, nacional e internacional.
Palabras clave:
Cadenas de distribución alimentaria, modelo agrícola, soberanía alimentaria, circuitos locales.
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Monografía
ABSTRACT
The entire global agro-food chain is controlled by a handful of multinational companies whose
own private needs are put before the needs of the public and the common good. The prevailing
powers in agriculture and food focus on an industrial model; one that does not involve peasant
farmers; one that is intensive and vast. The rise of major retailers and department stores has led
to the downfall of local traders, job losses and precariousness and an unsustainable model of
consumption. A global alternative to this model is the strategy of food sovereignty, promoted by
international peasant movement La Vía Campesina, which places those people who work the
land, produce and consume at the heart of food systems and policies, above the demands of markets and corporations. To achieve significant changes in the model of food production,
distribution and consumption requires alliances between producers, consumers and workers at
local, regional, national and international level.
Key words:
Food chains, agribusiness, Food Sovereign, Local chains.
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La crisis alimentaria que estalló durante los años 2007 y 2008 puso al descubierto de forma flagrante las carencias del sistema alimentario mundial. Éste
no responde a las necesidades de las personas ni a la producción sostenible basada en el respeto al medio ambiente, sino que se basa en una lógica
capitalista: de búsqueda del máximo beneficio, de optimización de costes y de
explotación de la mano de obra en cada uno de sus tramos productivos. Los
gobiernos y las instituciones internacionales se han plegado a los designios de
estas corporaciones y se han convertido en cómplices y promotores de un sistema alimentario productivista, insostenible y privatizado. En este artículo
haremos un breve análisis general de los entresijos del sistema alimentario
mundial y sus impactos socioambientales, así como de las principales alternativas al mismo.
1
MONOPOLIO Y CONCENTRACIÓN DE ORIGEN A FIN
El actual modelo de producción, distribución y consumo ejerce un fuerte
impacto negativo en los actores que participan a lo largo de la cadena alimentaria: campesinos/as, proveedores, consumidores/as, trabajadores/as, etc.
(Montagut y Vivas, 2007).
El sistema agroindustrial moderno ha supuesto la progresiva desvinculación entre producción de alimentos y consumo. Como señala Desmarais
(2007), el sistema alimentario puede entenderse como una larga cadena horizontal que se ha ido alargando cada vez más, alejando producción y consumo,
y favoreciendo la apropiación de las distintas etapas de la producción por las
empresas agroindustriales y la pérdida de autonomía de los campesinos frente a éstas.
La cadena agroalimentaria está sometida en cada uno de sus tramos (semillas, fertilizantes, transformación, distribución, etc.) a una alta concentración
empresarial por parte de corporaciones transnacionales que consiguen
grandes beneficios gracias a un modelo agroindustrial liberalizado y desregularizado. Para describir la estructura del modelo suele recurrirse a la metáfora
del reloj de arena (Patel, 2008) o de la teoría del embudo: millones de consumidores por un lado y miles de campesinos por el otro y, en medio, un cuello
de botella formado por unas pocas empresas que controlan la cadena de distribución de alimentos.
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Si empezamos por el primero de los tramos de la cadena, las semillas, observamos como diez de las mayores compañías a nivel mundial (como
Monsanto, Dupont, Syngenta o Bayer) controlan la mitad de sus ventas. Se trata de un mercado con un valor aproximado de 21 mil millones de dólares
anuales, un sector relativamente pequeño si lo comparamos con el de los pesticidas o el farmacéutico (ETC Group, 2005), pero debemos de tener en cuenta
que se trata del primer eslabón de la cadena agroalimentaria y, en consecuencia, de los riesgos que su control entraña para la seguridad alimentaria de las
personas. Las leyes de propiedad intelectual, que dan a las compañías derechos exclusivos sobre las semillas, han estimulado aún más la concentración
empresarial del sector y han erosionado de base el derecho campesino al mantenimiento de las semillas autóctonas y a la biodiversidad.
La industria de las semillas está íntimamente ligada a la de los plaguicidas.
Las mayores compañías semilleras dominan también el sector de los plaguicidas y, frecuentemente, el desarrollo y comercialización de ambos productos se
realizan juntos. Pero en la industria de los plaguicidas el monopolio es aún superior y las diez mayores firmas controlan el 84% del mercado global. Esta
misma dinámica se observa también en el sector de la distribución de alimentos y en el del procesamiento de bebida y comida (ETC Group, 2005). Se trata
de una estrategia que va en aumento. Las fusiones y las adquisiciones por parte de las compañías acaban siendo una práctica de «supervivencia» con el
objetivo de conseguir la economía de escala óptima para competir en el mercado mundial.
La gran distribución, al igual que otros sectores, cuenta con una alta concentración empresarial. En Europa, entre los años 1987 y 2005, la cuota de
mercado de las diez mayores multinacionales de la distribución significaba un
45% del total y se pronosticaba que ésta podría llegar a un 75% en los próximos 10-15 años (IDEAS, 2006). En países como Suecia, tres cadenas de
supermercados controlan alrededor del 95,1% de la cuota de mercado; y en países como Dinamarca, Bélgica, Estado español, Francia, Holanda, Gran Bretaña
y Argentina, unas pocas empresas dominan entre el 60% y el 45% del total(1)
(García y Rivera, 2007). Las megafusiones son la dinámica habitual. Las grandes corporaciones, con su matriz en los países occidentales, absorben a
cadenas más pequeñas en todo el planeta asegurándose su expansión a nivel
internacional y, especialmente, en los países del Sur global.
Este monopolio y concentración permite un fuerte control a la hora de determinar qué consumimos, a qué precio, de quién procede, cómo ha sido
elaborado, etc. En el año 2007, la empresa más grande del mundo en volumen
(1) Algunas de estas cifras han sufrido cambios desde el año 2000.
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de ventas, según la lista mundial de Fortune Global 500, fue la multinacional
de venta al detalle Wal-Mart (con el número uno de la lista), por delante de gigantes del petróleo y de la industria automovilística como Exxon Mobile,
Shell, British Petroleum o Toyota. A mayor distancia, se encontraban Carrefour
(número 33), Tesco (número 51), Kroger (número 87), Royal Ahold (número
137) y Grupo Alcampo (número 139), entre otras.
La situación de monopolio permite a la distribución moderna establecer
unas reglas comerciales que asfixian a sus suministradores, quienes a su vez se
ven obligados a autoexplotarse o a explotar a sus trabajadores, siempre en
busca de la maximización de los beneficios, en una cadena de explotación de
mayor a menor.
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ALIMENTOS KILOMÉTRICOS Y AGRICULTURA MERCANTILIZADA
En el actual modelo agroalimentario prima una agricultura sin campesinos, donde las producciones familiares no tienen cabida, y promueven una
agricultura industrial, intensiva e insostenible. En el conjunto del planeta la
crisis del mundo rural es un hecho, marcada por una caída del nivel de vida
del campesinado, la emigración en masa hacia la ciudad y el cierre de pequeñas explotaciones. Por ejemplo, en los diez últimos años en el Estado español
han desaparecido casi diez explotaciones agrarias al día y la población campesina activa se ha reducido al 5,6% del total. Con estas cifras, en los próximos
quince años, el Estado español tendrá que importar el 80% de los alimentos
necesarios para alimentar a su población (Fundació Terra, 2006). Pero aquí no
terminan las consecuencias para el campesinado. En el año 2005 el Índice de
Precios al Consumo (IPC) de la alimentación subió un 4,2% sin embargo los
precios de venta de los productos agrícolas disminuyeron. Esto provocó un
descenso de la renta agraria en un 12%, y se llegó a situar en un 65% de la renta general (García, 2007).
El monopolio en la distribución comercial ha llevado a que el agricultor
cada vez cobre menos por su producto y el consumidor pague más, siendo la
gran distribución quien se lleva la diferencia. De este modo, los precios en origen de los productos agrícolas han llegado a multiplicarse hasta por once en
destino, existiendo una diferencia media de 390% entre el precio en origen y el
precio en destino (COAG, 2007). Se calcula que más del 60% del beneficio final
del precio del producto se concentra en la distribución moderna.
La mercantilización de la agricultura conduce también a una «deslocalización alimentaria» sin precedentes con alimentos que recorren miles de
kilómetros antes de llegar a nuestras mesas y que conlleva graves consecuenDocumentación Social 156
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cias medioambientales. Se calcula que en la actualidad la mayor parte de los
alimentos viajan entre 2.500 y 4.000 kilómetros antes de ser consumidos, un
25% más que en 1980. Nos encontramos antes una situación totalmente insostenible donde, por ejemplo, la energía utilizada para mandar unas lechugas de
Almería a Holanda es tres veces superior a la utilizada para cultivarlas (Fundació Terra, 2006).
Nuestra alimentación se basa en el consumo de alimentos cada vez más lejanos con la consiguiente pérdida de información sobre el origen y el modo de
producción de los mismos. Según el estudio británico Eating oil: food suply in a
changing climate (Jones, 2001) una comida dominical típica británica realizada
con fresas de California, brócoli de Guatemala, arándanos de Nueva Zelanda,
ternera de Australia, patatas de Italia, habichuelas de Tailandia y zanahorias
de Sudáfrica genera 650 veces más emisiones de carbono, debido al transporte, que si la misma comida hubiese sido realizada con alimentos cultivados
localmente. Una práctica irracional, ya que muchos de los alimentos importados se producen localmente. Gran Bretaña importa grandes cantidades de
leche, cerdo, cordero y otros productos básicos, a pesar de que exporta cantidades similares de los mismos (Halweil, 2003).
Pero los alimentos viajeros no sólo conllevan una contaminación
medioambiental creciente, sino que inducen a la uniformización y estandarización productiva. Por poner un ejemplo, si hasta hace pocos años en
determinadas regiones de Europa existían hasta centenares de variedades distintas de manzanas, hoy en día en un supermercado tan solo se podrán
encontrar como mucho diez variedades en todo el año. Esto ha conducido al
abandono del cultivo de variedades autóctonas en favor de aquellas que tienen una mayor demanda por parte de la gran distribución, por sus
características de color, tamaño, resistencia, etc. Una situación que se podría
aplicar a muchos otros alimentos como el maíz, el tomate, la patata… donde
el criterio mercantil y productivo ha primado por encima del ecológico y sostenible.
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ASCENSO DE LA GRAN DISTRIBUCIÓN Y ADIÓS AL COMERCIO LOCAL
Desde los años 80, el comercio tradicional de alimentos ha sufrido una erosión constante e imparable llegando a ser a día de hoy casi residual. La
destrucción del comercio local ante el ascenso de las grandes superficies es un
fenómeno global, tanto en los países del norte como en los del sur (Patel,
2008). Si en el año 1998 existían en el Estado español 95 mil tiendas, en el 2004
esta cifra se había reducido a 25 mil (García y G. Rivera, 2007).
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Algunos estudios han investigado el impacto de la distribución moderna
en el ámbito local. Uno de los casos más analizados, por ejemplo, es el de WalMart en los EEUU (Antentas, 2007). En 1997, la Iowa State University hizo
público un informe donde evidenciaba el impacto de este gigante de la distribución en la región. En un periodo de doce años, habían cerrado el 50% de las
tiendas de venta al detalle (50% tiendas de ropa, 42% de variedades y 30% de
informática). En la misma línea, un estudio de Neumark, et al (2007) concluía
que por cada puesto de trabajo creado por Wal-Mart en un municipio se destruían 1,5 puestos de trabajo en los negocios preexistentes.
Hay que tener en cuenta que el pequeño comercio forma parte de la economía y de la comunidad local y contribuye a reforzarla. En este sentido, un
trabajo realizado por Friends of the Earth (La Trobe, 2002) afirmaba que
un 50% de las ganancias de estos establecimientos retornaban a la comunidad,
normalmente a través de la compra de productos locales, salarios de los trabajadores y dinero gastado en otros negocios, mientras que los supermercados
retornaban tan solo un escuálido 5%.
Otro de los impactos de la gran distribución en las comunidades tiene
que ver con la accesibilidad. La creciente desaparición del pequeño comercio
ha generado problemas de acceso a los alimentos por parte de aquellos sectores con menores recursos económicos, gente mayor y quienes no tienen
coche. La generalización de grandes centros comerciales en las afueras de las
ciudades y el consiguiente cierre de comercios locales (especialmente evidente en los países anglosajones) ha hecho que aquellos que no tenían
disponibilidad de transporte privado o con dificultades de movilidad hayan
quedado al margen del sistema de distribución de alimentos. Un estudio de
Friends of the Earth (2005) sobre los hábitos de compra en Gran Bretaña
señalaba que había una mayor inclinación a la compra de alimentos
en pequeños establecimientos en zonas urbanas con menores ingresos económicos. En consecuencia, cuando éstos cerraban eran, precisamente, las
poblaciones más desfavorecidas quienes se quedaban sin medios para acceder a los alimentos.
Así, por ejemplo, en los EEUU, se han extendido los llamados «desiertos
alimentarios», es decir, zonas urbanas con crecientes dificultades para acceder
a alimentos frescos y saludables, especialmente en áreas urbanas empobrecidas, donde la desaparición del pequeño comercio local ha dejado sin
abastecimiento a las poblaciones locales. Según señalaba el periódico británico
The Observer (26/08/2007), cuatro millones de personas en Gran Bretaña, especialmente entre las familias más pobres, no pueden acceder a una dieta
saludable.
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El ascenso de la gran distribución también tiene consecuencias graves en
el terreno medioambiental por varios motivos. Según el gobierno británico
(The Observer, 26/08/2007), uno de cada diez viajes en coche en el Reino Unido son realizados para ir a comprar comida con el consiguiente coste en
emisiones de dióxido de carbono, problemas de tráfico, ruidos, accidentes y
embotellamientos.
Además, hay que tener en cuenta el excesivo uso del packaging por parte
del modelo dominante de distribución de alimentos. Los envases y embalajes
constituyen una cuarta parte de la basura doméstica y un 70% de los mismos
está relacionado con el embalaje de los alimentos (INCPEN, 2001). Las políticas de envasado impuestas por los supermercados son responsables de esta
situación con unas normativas inflexibles que apuestan por el uso sistemático
del empaquetado. Un estudio realizado en Austria permitió observar que los
compradores que acudían a cooperativas y grupos de consumo generaban un
75% menos de residuos que quienes compraban en supermercados.
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SOBERANÍA ALIMENTARIA FRENTE AL AGRIBUSINESS
Frente al modelo de producción, distribución y consumo actual basado en
una lógica capitalista, privatizadora e insolidaria es necesario abogar por la soberanía alimentaria, los bienes comunes y las necesidades colectivas.
La soberanía alimentaria, concepto introducido por La Vía Campesina en
la cumbre de la Alimentación de la FAO en Roma en 1994, y que desde entonces ha sido reelaborado y enriquecido progresivamente, ofrece una estrategia
alternativa global de oposición al actual modelo. En la Declaración del Foro
por al Soberanía Alimentaria de Nyéléni en 2007, la soberanía alimentaria se
define como:
El derecho de los pueblos a alimentos nutritivos y culturalmente adecuados, accesibles, producidos de forma sostenible y ecológica, y su derecho
a decidir su propio sistema alimentario y productivo. Esto pone a aquellos
que producen, distribuyen y consumen alimentos en el corazón de los sistemas y políticas alimentarias, por encima de las exigencias de los mercados y
de las empresas. Defiende los intereses de, e incluye a, las futuras generaciones. Nos ofrece una estrategia para resistir y desmantelar el comercio libre y
corporativo y el régimen alimentario actual, y para encauzar los sistemas
alimentarios, agrícolas, pastoriles y de pesca para que pasen a estar gestionados por los productores y productoras locales. (…) promueve el comercio
transparente, que garantiza ingresos dignos para todos los pueblos, y los derechos de los consumidores para controlar su propia alimentación y
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nutrición. Garantiza que los derechos de acceso y gestión de nuestra tierra,
nuestros territorios, nuestras aguas, nuestras semillas, nuestro ganado y la
biodiversidad estén en manos de aquellos que producimos los alimentos.
La soberanía alimentaría supone nuevas relaciones sociales libres de opresión y desigualdades entre los hombres y las mujeres, pueblos, grupos
raciales, clases sociales y generaciones.
El objetivo de la soberanía alimentaria no implica un retorno romántico al
pasado ni a las formas ancestrales de producción, sino que se trata de recuperar el conocimiento y las prácticas tradicionales y combinarlas con las nuevas
tecnologías y los nuevos saberes (Desmarais, 2007).
No consiste tampoco, como señala McMichael (2006), en un planteamiento
localista sino en repensar el sistema alimentario mundial para favorecer formas democráticas de producción y distribución de alimentos. El apoyo a la
producción a pequeña escala y sostenible no debe hacerse por una mistificación de lo «pequeño», sino porque ésta permitirá regenerar los suelos, ahorrar
combustibles, reducir el calentamiento global y ser soberanos en lo que respecta a nuestra alimentación. En la actualidad, somos dependientes del
mercado internacional y de los intereses de la agroindustria, y la crisis alimentaria es resultado de ello.
Como exponía el coordinador general de La Vía Campesina, Henry Saragih(2), es necesario que los gobiernos nacionales den «prioridad absoluta a la
producción doméstica alimentaria para disminuir la dependencia del comercio
internacional. Los pequeños campesinos tendrían que ser apoyados con mejores precios para sus productos y con mercados más estables para producir
alimentos para ellos mismos y para sus comunidades, lo cual significaría un
incremento de la inversión en la producción de alimentos de origen campesino para la comercialización local». Las políticas públicas tienen que promover
una agricultura autóctona, sostenible, orgánica, libre de pesticidas, químicos y
transgénicos y para aquellos productos que no se cultiven en el ámbito local
utilizar instrumentos de comercio justo a escala internacional. Es necesario
proteger los agroecosistemas y la biodiversidad, gravemente amenazados por
el modelo de agricultura actual.
Frente a las políticas neoliberales hay que generar mecanismos de intervención y de regulación que permitan estabilizar los precios del mercado,
controlar las importaciones, establecer cuotas, prohibir el dumping y en momentos de sobre producción crear reservas específicas para cuando estos
alimentos escaseen. A nivel nacional, los países tienen que ser soberanos a la
(2) Carta abierta dirigida al secretario general de la FAO Jacques Diouf, al primer ministro de Japón,Yasuo Fukuda, y al presidente del
G77 John W. Ashe en motivo de la cumbre del G8 en Hokkaido (Japón).
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hora de decidir su grado de autosuficiencia productiva y priorizar la producción de comida para el consumo doméstico, sin intervencionismos externos.
Frente al monopolio en la producción, la transformación y la distribución
de alimentos debemos de exigir regulación y transparencia a lo largo de la cadena de comercialización de un producto. El complejo agroindustrial tiene
efectos muy negativos en todos los actores que participan en la cadena alimentaria: campesinos, proveedores, trabajadores, comerciantes consumidores.
Hay que exigir políticas públicas que apoyen al pequeño campesinado, la agricultura ecológica, el comercio de barrio, que defiendan el derecho de las y los
trabajadores… y mientras tanto apostar por un consumo «alternativo» en el
mercado local, las cooperativas de consumo agroecológico, los circuitos cortos
de comercialización con un impacto positivo en el territorio y una relación directa con quienes trabajan la tierra.
Los métodos de producción y distribución de alimentos sustentables y
equitativos ya existen, sólo hace falta voluntad política para aplicarlos (Vivas,
2008). La transformación del actual modelo basado en la agro-industria permitiría garantizar el acceso universal a los alimentos. Así lo constatan los
resultados de una exhaustiva consulta internacional que duró cuatro años e involucró a más de 400 científicos, realizada por la Evaluación Internacional del
Papel del Conocimiento, la Ciencia y la Tecnología en el Desarrollo Agrícola
(IAASTD en sus siglas en inglés), un sistema de evaluación impulsado ni más
ni menos que por el Banco Mundial en partenariado con la FAO, la UNDP, la
UNESCO, representantes de gobiernos, instituciones privadas, científicas, sociales, etc. Es interesante observar cómo, a pesar de que el informe tenía detrás
a estas instituciones, concluía que la producción agroecológica proveía de ingresos alimentarios y monetarios a los más pobres, a la vez que generaba
excedentes para el mercado, siendo mejor garante de la seguridad alimentaria
que la producción transgénica. En la misma línea se posicionaba un estudio de
la Universidad de Míchigan que concluía que las granjas agroecológicas son
altamente productivas y capaces de garantizar la seguridad alimentaria en
todo el planeta, contrariamente a la producción agrícola industrializada y el libre comercio (Holt-Giménez, 2008).
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NOSOTRAS PODEMOS
La crítica y las alternativas al sistema alimentario dominante deben enmarcarse en un cuestionamiento del modelo general de globalización
capitalista, al servicio de los intereses de las grandes empresas multinacionales. Para conseguir cambios significativos en el modelo de alimentación y
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consumo se requiere organización y acción colectiva, así como la articulación
de amplias alianzas entre productores, consumidores y trabajadores.
Movimientos como La Vía Campesina son un una referencia internacional
y un ejemplo de quienes desde el campo resisten al actual modelo de globalización capitalista. La Vía Campesina, y el campesinado, ha sido un actor de
primera fila en la crítica a la globalización emergida en los años noventa y ha
tenido un protagonismo importante en el seno del movimiento altermundialista. Su existencia es la expresión de la resistencia al hundimiento del mundo
rural, provocado por las políticas neoliberales en las últimas tres décadas, y
sus orígenes se remontan a la oposición a la Ronda Uruguay del GATT de mediados de la década de 1980 (Desmarais, 2007).
En lo que respecta al movimiento de consumidores, sobretodo en los países del norte, son múltiples las iniciativas y ejemplos a potenciar en favor de
un consumo responsable y por otro modelo agroalimentario. Un buen ejemplo
son la proliferación de cooperativas de consumo agroecológico que a partir de
un trabajo autogestionado establecen relaciones de compra directas con los
campesinos y productores de su entorno con el objetivo de llevar a cabo un
consumo ecológico, solidario y de apoyo al campesinado local. La perspectiva
de la soberanía alimentaria debe de ponerse en relación con una estrategia
favorable al consumo responsable opuesto al consumismo excesivo, antiecológico, innecesario, superfluo e injusto promovido por el mismo sistema
capitalista que fomenta la creación de necesidades artificiales y la insatisfacción permanente (Sempere, 2009; Ballesteros, 2007).
Conviene aun y así desmontar el mito, bastante extendido en algunos ámbitos del movimiento ecologista y por un consumo responsable, de que
nuestras acciones individuales por sí mismas generarán cambios estructurales.
Si bien la acción individual tiene un valor demostrativo importante y aporta
coherencia a nuestra práctica cotidiana, la acción colectiva es también en el terreno del consumo la palanca necesaria para la transformación (Recio, 2006).
Más allá de la alianza con campesinos y productores, el movimiento por
un consumo responsable debe de buscar alianzas con las y los trabajadores y
sindicatos de las grandes empresas de distribución de alimentos, muchas de
ellas conocidas por sus prácticas laborales anti-sindicales y la fuerte explotación de la mano de obra (Antentas, 2007; Barranco, 2007).
Combatir el actual modelo agroalimentario requiere, finalmente, actuar en
varios niveles, local, regional, nacional e internacional. Contrariamente a algunas visiones localistas, la resistencia social a la globalización y al modelo
alimentario y de consumo dominante debe de concebirse en diferentes niveles
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espaciales-geográficos interconectados entre sí (local, regional, nacional, estatal e internacional), cuya relación debe ser comprendida en términos
dialécticos (Löwy, 2004). Se trata, en definitiva, de articular una escala móvil
de los espacios (Bensaïd, 2008) y establecer una dialéctica de la política que se
mueva de la microescala a la macroescala y viceversa (Harvey, 2003), para ir
tejiendo alianzas entre aquellas fuerzas sociales que combaten un modelo alimentario y de consumo contrario a los intereses de la mayor parte de la
humanidad.
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