El papel de la ideología social en las disfunciones sexuales M.Sc

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El papel de la ideología social en las disfunciones sexuales
M.Sc. Viviana Richmond González
Educación Especial – U.C.R.
Educación de la Sexualidad – CEASS, Jalisco, México
Introducción
La vivencia de la sexualidad está mediatizada necesariamente por la cultura; es
decir, por el valor, significado y comprensión que la sociedad le de o no a esta
parte fundamental de la personalidad. Herrera (2000, citada en Campabadal,
2008) señala que toda acción debe ser entendida en el proceso cultural, filosófico
y científico de su momento, ya que no es posible la existencia de valores fijos y
universales.
Al respecto, Londoño (1996) indica que muchas generaciones de seres humanos
han vivido su sexualidad con temor, dolor, presión, indiferencia, culpa y con el
carácter de deber/obligación; ignorando el infinito potencial sexual y la riqueza
emocional, sensual y erótica constitutiva de toda persona.
Incluso, las llamadas disfunciones sexuales son producto de las ideas, mandatos y
conceptos que se generan en una sociedad en particular, los cuales por lo
general, no pueden ser alcanzados por toda una población. Esto es así, por que
cada persona como ser individual expresa su sexualidad de forma única y por que
hasta el momento, no se han construido sociedades pluralistas, que respeten la
libre expresión de la sexualidad de todos sus habitantes (en tanto no generen
daño a otros seres humanos).
La ideología actual se caracteriza por un capitalismo neoliberal catalogado por
algunos autores como “salvaje”, donde el valor supremo refiere a la posibilidad de
consumir y donde la felicidad se engloba en quien tiene más.
Es así como dicha ideología social se asegura su funcionamiento mediante la
globalización
económica,
que
homogeniza
y
unifica
determinados
comportamientos, acudiendo para ello a otras esferas de lo simbólico y lo cultural,
bajo pautas mercantilistas de competitividad, rentabilidad, de
eficiencia y modos de vida de carácter ostentoso y consumista, se
quiere presentar la realidad de algunos grupos, como aquella que
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viven o deben vivir los demás. De esta manera se gestionan los
bienes de la humanidad a su antojo y siguiendo sus pautas de
jerarquización y distribución desigual (Sánchez, 2000 mencionado en
Campabadal, 2008: 220).
De esta manera, la globalización influye en la unificación de un estilo de vida y en
la percepción de cada ser humano para hacerlo un “ciudadano del mundo”, ó
como indica Marcuse (1964), en el modelo de pensamiento y conducta
unidimensional.
Al respecto, cabe señalar lo expresado por Castellanos y González:
A pesar de los paradigmas que pujan por abrirse paso en
consonancia con los nuevos tiempos, subsisten todavía muchos
problemas de diversa índole y causas plurales que afectan la forma
en que se está viviendo la sexualidad. Algunos tienen sus raíces
en disparidades económicas y sociales, originados, en
consecuencia, en un nivel macro estructural; otros son el fruto de la
influencia de los agentes de socialización y educación –familia,
escuela, grupos, instituciones, multimedia-, que siguen marcando
en gran medida las concepciones y actitudes de las personas
(2003: 35).
En el ámbito de la sexualidad, desde hace seis mil años, el sistema ha
determinado que la sexualidad y los cuerpos tienen que ser controlados,
subordinados y colonizados (Arroba, s/f), y aunque pareciera que esta sociedad
busca abrirse a nuevas formas de expresión sexual y hacia el respeto a la
diversidad, también es claro que aún se mantienen históricamente arraigadas,
actitudes de invisibilización y desaprobación de todo comportamiento catalogado
como sexual.
Bajo este panorama, el presente escrito plantea ciertas hipótesis respecto a las
disfunciones que genera la actual ideología en la vivencia de la sexualidad de las
personas, y los retos que desde ello se derivan.
Sexualidad como un negocio
El neoliberalismo lo convierte todo en mercancía, y hasta las y los profesionales
son arrastrados por esta ideología.
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Marcuse lo ejemplifica de la siguiente manera:
la sexualidad se convierte en un vehículo de los best-sellers de la
opresión (…) Esta sociedad convierte todo lo que toca en una
fuente potencial de progreso y explotación, da cansancio y
satisfacción, de libertad y de opresión. La sexualidad no es una
excepción (1964: 98).
De esta manera, la sexología se ha convertido en un espacio destinado a vender:
recetas para el mayor orgasmo, técnicas que aumentan la calidad del placer,
juguetes sexuales que auguran la mayor satisfacción en una relación sexual.
Por ejemplo, el Kamasutra, texto que encierra grandes enseñanzas de la cultura
india, ha sido desvirtuado en una sociedad que utiliza todo como potencial de
consumo.
Por otro lado la sexualidad también es comercializada mediante la pornografía, la
cual se ha potencializado con el uso de la internet. Para nadie es un secreto, que
esto representa un mercado multimillonario, y que se han construido emporios
como producto de este tipo de comercialización. Así mismo se ha utilizado la
imagen femenina para fines mercantilistas (Castellanos y González, 2003).
De esta manera, todo en la sexualidad resulta vendible desde el actual sistema, en
procura de la “eficiencia” de la relación sexual coital, centrando esta eficiencia en
la técnica de la penetración, más que en el disfrute del compartir y de la
convivencia humana. Por ello, no es de extrañar las disfunciones vinculadas con el
“rendimiento sexual” de la persona. Por ejemplo, innumerables investigaciones
han asociado la disfunción eréctil con el temor generado previamente al fracaso, lo
que no es de extrañar en una sociedad donde existe dicho vínculo.
El centrar la calidad de la relación sexual en técnicas específicas o en
determinados juguetes sexuales, desvía la sexualidad de las posibilidades que se
abren cuando dos personas se conectan entre sí, se aceptan y respetan y se
vinculan en un placer no sólo físico, sino también espiritual.
Es así como esta situación puede generar disfunciones como la anorgasmia e
incluso, la falta de deseo.
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Y la sexualidad, ¿para cuándo?
Una de las estrategias que ha generado el actual modelo político y económico, es
consumir todo el tiempo disponible de las personas para que trabajen, ya que
desde esta lógica, a mayor tiempo invertido en el trabajo, mayor sea la cantidad de
dinero recibido. Como desde esta concepción la felicidad se centra en el consumir,
el derecho al disfrute del ocio y el tiempo libre es considerado de segunda
categoría.
La actual ideología indica que el tiempo debe ser dedicado exclusivamente al
trabajo, en los momentos en que eso es posible en la vida, aunque con ello
también la vida se acabe como consecuencia del desgaste físico y emocional. Y
cuando ya no existen fuerzas para seguir produciendo, esa vida humana (que más
parece máquina), se desecha. Bajo este estilo de vida, no queda tiempo para el
disfrute sexual, disfrute que implica no solamente el tiempo para la relación sexual
coital, sino incluso para la interacción entre los seres humanos.
En este sentido Foucault indica que:
si el sexo es reprimido con tanto rigor, se debe a que es
incompatible con una dedicación al trabajo general e intensiva; en
la época en la que se explotaba sistemáticamente la fuerza de
trabajo, ¿se podía tolerar que fuera a dispersarse en los placeres,
salvo aquellos, reducidos a un mínimo, que le permitiesen
reproducirse? (1991: 12).
Al respecto, investigaciones indican que una de las posibilidades para aumentar el
deseo sexual, es aumentar la frecuencia en las relaciones sexuales coitales, lo
que analizado a la inversa, implica una conexión entre el estilo actual de vida y la
falta del deseo sexual.
La desconexión entre los seres humanos
Los seres humanos valorados desde su producción económica y capacidad de
consumo, se concentran en competir.
Hinkelammert y Mora indican al respecto:
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Para ésta (la economía dominante neoclásica), la racionalidad
formal abstracta (eficiencia, rendimiento, utilidad, competitividad,
maximización, equilibrios macroeconómicos, etc.), se ha
transformado en la “substancia”, en el valor supremo y el fin en sí
mismo, en referencia al cual la vida humana real se puede producir
o no. La producción tiene que ser ante todo, lo más eficiente
posible, máxima, competitiva. (2009: 44).
Consiguientemente, las percepciones actuales del ser humano en una metrópoli
posmoderna se vinculan con la convivencia entre extraños, la soledad y el
aislamiento dentro de la muchedumbre (Williams, 2002).
Es evidente, al respecto, que valores como la solidaridad humana y el respeto por
la vida permanezcan en un discurso carente de significatividad en la práctica.
Es imposible que la sexualidad se viva placenteramente sin la posibilidad de
conectarse con uno(a) mismo(a). Si la vida se vive tan ajetreada, sin tiempo para
sí mismo(a), no hay posibilidad si quiera de percibir el propio cuerpo y los signos
que surgen de él. En esta ilógica, el ser humano se “acostumbra” a vivir con
ciertos dolores y enfermedades como parte de su cotidianidad.
Al respecto, Londoño expresa que es necesario considerar el placer como una de
las finalidades de la existencia humana, en oposición a la visión ideológica que
considera el sufrimiento un bien que implica mayor crecimiento, ya que “si evitar el
dolor es imposible, buscarlo constituye una verdadera disfunción por destruir
posibilidades de alegría, también innatas en la vida” (1996: 28).
Bajo este esquema, la persona disminuye o simplemente elimina su capacidad
para sentirse, y como parte de ese sentirse, para sentir su cuerpo. Una sexualidad
satisfactoria pasa necesariamente por la posibilidad de sentir el sentir.
Así mismo, esta situación ideológica tiene graves repercusiones en las relaciones
de pareja, incluyendo las parejas formadas por hombres, mujeres o ambos sexos.
Al menos, la función empática que es tan importante para poder comprender, no
juzgar y respetar, es inversa al valor de la “competencia”. De igual manera, se
disminuye la capacidad de sentir a la otra persona, y de sentirse a sí mismo(a) con
la otra persona.
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Las relaciones sexuales en su acepción más amplia, se construyen en la
cotidianidad, en la posibilidad de pasar un rato agradable con otra persona, de
disfrutar de su compañía, de reírse de la vida y sus problemas. En estos espacios,
incluso la relación sexual coital se posibilita como una continuación de ese estilo
de vida.
En un ambiente de competición, donde se valora al que “gana” y el resultado más
que el proceso, donde se pasa encima del otro para salir favorecido, es
prácticamente imposible que se llegue a un verdadero disfrute. Por ende,
posiblemente la experiencia de las relaciones sexuales coitales contextualizadas
en este estilo de vida, no sea muy agradable.
En evidente, que la situación supracitada puede vincularse con disfunciones como
la dispareunia (dolor durante la relación).
El cuerpo “perfecto”
Toda esta visión eficientista de producir dinero, ha generado diferentes teorías al
respecto, por ejemplo la de la planificación perfecta. Esta perfección también se
reproduce ideológicamente en el cuerpo. El cuerpo perfecto del hombre es aquel
con la mayor capacidad de competencia, es decir, el más rápido, más fuerte;
completamente vinculado al estereotipo de género (Castellanos y González,
2003). Por su lado, el cuerpo femenino perfecto tiene que ver con las famosas
medidas “90-60-90”. Arroba indica que el hedonismo que marca la actual cultura
de consumo, ve en la mujer un objeto de placer, que aparece en todos los medios
como “objeto bien vestido, unidimensional, inmóvil, eternamente joven, alegre,
asequible, pero descartable” (s/f: 31 y 32). Esta autora refiere que la mujer luce los
bienes materiales de la sociedad y a la vez es controlada por nuevos mecanismos:
las normas de la apariencia. Estas normas han conllevado mutilaciones como las
cirugías plásticas y enfermedades como la anorexia y la bulimia.
Un ejemplo claro de la idea del cuerpo “perfecto”, es el mito respecto a las
personas con discapacidad, referido a que “el cuerpo de una persona con dicha
condición no produce placer”. Otro ejemplo se encuentra en el área de la
Educación Física que se imparte en las escuelas, ya que más allá de enseñar el
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disfrute de lo que implica una actividad física, se enfatiza en aumentar la eficiencia
en el rendimiento: mayor cantidad de abdominales por minuto, disminuir el tiempo
en que se corren los 100 metros, entre otros.
El racionalismo como máxima
El hombre que piensa para producir, el supremo valor de la intelectualidad racional
versus otras inteligencias humanas es otra de las máximas de la ideología actual.
Todo lo que tiene que ver con emoción, sentimiento es descartado por
considerarse de una categoría jerárquicamente mucho más baja que la
racionalidad. De nuevo las personas en esta ideología parecen más una máquina
de producción, que un ser humano.
La sexualidad no puede solo pensarse, la sexualidad también debe sentirse.
Incluso muchas de las técnicas que se han empleado con una visión eficientista de
la salud, tienen que ver con realizar determinadas conductas hacia el placer, más
que con el sentir el placer.
A modo de conclusión
Las visiones sexológicas basadas únicamente en el adiestramiento de técnicas
para tratar las disfunciones sexuales, se quedan muy cortas en el abordaje integral
de la situación.
En este sentido, una de las opciones existentes para disminuir la presencia de
disfunciones sexuales tiene que ver con la posibilidad de cuestionar el sistema
ideológico en que vivimos. Esto aunque la mayoría de grupos sociales han
considerado que el actual sistema es inevitable (Lamas, 2002) y que
debe
aceptarse sin ser cuestionado, cuando por el contrario se refiere a “un proceso
histórico desigual entre los seres humanos, un localismo que se expande y
generaliza por el resto de culturas” (Sánchez, 2000, mencionado en Campabadal,
2008: 220).
Es fundamental la creación de una sociedad pluralista, de respeto a las
diversidades y eliminación de los modelos sociales hegemónicos impuestos. Un
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pluralismo que “evoca un estado de cosas en el cual no existe una sola posición
hegemónica y donde hay una amplia participación social” (Cisneros, 2004: 79).
Hinkelammert y Mora establecen que la sociedad debe dirigirse hacia una
economía que respete la vida:
Otro mundo es posible es el mundo en el cual quepan todos los
seres humanos (...). Se trata, además, de la concepción de un
mundo en el cual quepan diferentes culturas, naciones, razas,
etnias, géneros, preferencias sexuales, etc. (2009b: 403).
De esta manera se podrá lograr:
Ver al hombre y a la mujer en su individualidad y pluralidad, como
seres activos y constructivos, confiar en su capacidad de amar, en
su derecho al disfrute erótico y sus potencialidades de mejoramiento,
desemboca de modo necesario en una pedagogía de la diversidad,
el placer, la ternura y la esperanza; una pedagogía basada en los
principios de la libertad, la responsabilidad y la equidad (Castellanos
y González, 2003: 75).
Referencias bibliográficas
Arroba, A. (s/f). El derecho de saber: Nuestros cuerpos, nuestra historia. San José:
Universidad de Costa Rica.
Campabadal, M. (2008). Violencia y derechos humanos en mujeres emigrantes
latinoamericanas residentes en Costa Rica. Tesis para optar por el grado de
doctora en Estudios Latinoamericanos. Facultad de Filosofía y Letras,
Universidad Nacional de Heredia: Costa Rica.
Castellanos, A y González, B. (2003). Sexualidad y géneros. Alternativas para su
educación ante los retos del siglo XXI. La Habana: Editorial CientíficoTécnica.
Cisneros, I. (2004). Formas modernas de la intolerancia. México D.F.: Editorial
Océano de México.
Foucault, M. (1991). Historia de la sexualidad. México: Siglo XXI.
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Hinkelammert, F. y Mora H. (2009, b). Hacia una economía para la vida. San José,
Costa Rica: Editorial Departamento Ecuménico de Investigaciones.
Lamas, M. (2002). Cuerpo: diferencia sexual y género. México D.F.: Taurus.
Londoño, M.L. (1996). Derechos sexuales y reproductivos: Los más humanos de
todos los derechos. Cali, Colombia: ISEDER.
Marcuse, H. (1964). El Hombre Unidimensional: Ensayo sobre la ideología de la
sociedad industrial avanzada. Editorial Joaquín Mortiz: México.
Williams, R. (2002). La política del modernismo: Contra los nuevos conformistas.
Buenos Aires: Editorial Manantial.
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