Carta Pastoral sobre el Bicentenario de la Declaración de

Anuncio
Carta Pastoral sobre el Bicentenario de la Declaración de Independencia de la República
XCIII Asamblea Plenaria Ordinaria del Episcopado Venezolano
INTRODUCCIÓN
1.- Como ciudadanos y al mismo tiempo discípulos del Señor y obispos de la Iglesia
Católica en Venezuela, compartimos con nuestros hermanos en la fe, y con miembros de
otros credos y convicciones, el ser hijos de este pueblo al que amamos, con cuyo
pasado, presente y futuro nos identificamos, y con cuyo ideal de libertad y justicia, de
paz y bien, nos sentimos plenamente comprometidos.
2.- Consideramos, por tanto, nuestro deber y derecho, compartir con toda la comunidad
nacional, algunas reflexiones y orientaciones, a propósito de las fechas nacionales
bicentenarias que nos disponemos a celebrar: el 19 de abril de 1810 y el 5 de julio de
1811. Al hacerlo, no olvidamos lo que ya en 1965 el Concilio Vaticano II decía sobre la
Iglesia: ella sabe muy bien que todos sus miembros no siempre fueron fieles al Espíritu
de Dios, que aún hoy es mucha la distancia entre el mensaje que anuncia y la fragilidad
humana de los mensajeros, y comprende cuánto debe aún madurar en su relación con el
mundo (GS 43); reconoce también los muchos beneficios que ha recibido de la evolución
histórica del género humano (GS 44).
3.- Por ello, la Iglesia, con humildad, no teme declarar que cuando anuncia a Jesús y su
Evangelio no lo hace con un saber que compite con otros y menos aún desde una
“ideología” que oprime o excluye. Cuando denuncia injusticias o indignidades, no
condena a la persona o se opone a la legítima autoridad, sino que cuestiona excesos o
distorsiones arbitrarias. Asimismo, al convocar, animar u organizar obras y servicios, “no
hace política”, invadiendo esferas ajenas, sino que actúa, espiritual y moralmente
comprometida, a favor de la persona toda: cuerpo, mente, espíritu.
UN HERMOSO SUEÑO
4.- La Patria está a las puertas del segundo centenario de su nacimiento como país
independiente, libre de vínculos coloniales con la corona española y comprometido con
una absoluta liberación de todo coloniaje. En efecto, entre el 19 de abril de 1810 y el 5
de julio de 1811, los fundadores de la patria tomaron la difícil decisión de formar la
República de Venezuela, y proclamaron un hermoso sueño nacional, conscientes de la
grandeza del mismo, del sacrificio que implicaba, así como de las limitaciones para
llevarlo a cabo.
5.- Tanto el 19 de abril como el 5 de julio fueron dos acontecimientos en los que brilló la
civilidad. La autoridad de la inteligencia, el diálogo, la firmeza y el coraje no tuvieron que
recurrir al poder de las armas o a la fuerza y a la violencia. La sensatez en el intercambio
de ideas y propuestas respetó a los disidentes y propició el anhelo común de libertad,
igualdad y fraternidad.
6.- No podemos menos que hacer hoy memoria, con emoción y gratitud, de lo que esos
fundadores formularon en el Acta Solemne de Independencia:
Nosotros, los representantes de las Provincias Unidas de Venezuela, poniendo por
testigo al Ser Supremo de la justicia de nuestro proceder y de la rectitud de nuestras
intenciones, implorando sus divinos y celestiales auxilios, y ratificándole en el momento
en que nacemos a la dignidad, que su Providencia nos restituye, el deseo de vivir y morir
libre: creyendo y defendiendo la Santa y Católica y Apostólica religión de Jesucristo,
como el primero de nuestros deberes; Nosotros, pues, a nombre y con la voluntad y
autoridad, que tenemos del virtuoso Pueblo de Venezuela, declaramos solemnemente al
Mundo, que las Provincias Unidas son y deben ser de hoy más de hecho y de derecho
Estados libres, Soberanos e independientes, y que están absueltos de toda sumisión y
dependencia de la Corona de España … , y que como tal Estado libre e Independiente,
tiene un pleno poder para darse la formas de gobierno, que sea conforme a la voluntad
general de sus Pueblos … y … todos los demás actos, que hacen y ejecutan las Naciones
libres e independientes..
7.- El Acta también afirmaba que, “como todos los pueblos del mundo, estamos libres y
autorizados para no depender de otra autoridad que la nuestra”. Particularmente
significativa es la convicción de que la búsqueda “de nuestro propio bien y utilidad” no
se quiere “establecer sobre la desgracia de nuestros semejantes”.
8.- Los padres fundadores de la patria, herederos de una tradición cristiana que ya
contaba tres siglos en este suelo, reafirmaron esa fe con pública proclamación;
deseaban que la República de Venezuela naciera, por tanto, bajo la inspiración de la fe
en Jesucristo e imploraron la ayuda divina para la realización de ese sueño de libertad,
de unidad, de paz. La decisión se tornó oración, la cual lleva siempre más allá de las
propias debilidades, y fortalece continuamente una esperanza y un compromiso mayor
por alcanzarla. Así empezó la República.
9.- Este hermoso sueño y propósito de reconocer la dignidad de todos, de lograr formas
de convivencia y libertad para toda persona sin exclusión, era una aspiración primordial,
pero imperfecta. Era sólo el inicio de un largo camino. En efecto, no se reconocía
entonces la igual dignidad de indígenas, esclavos, negros, pardos, mestizos y blancos de
orilla, ni se daba el mismo trato a los propietarios y a los carentes de medios materiales.
La intención del proyecto no integraba en el nuevo orden las necesidades y aspiraciones
más profundas y justas de vastos sectores. De derecho, todos estaban incluidos en la
esperanza y en la bendición de Dios, invocada para romper con el pasado y emprender
una larga marcha hacia la construcción de una forma de convivencia que, de verdad,
fuera ámbito de vida, de libertad y de dignidad para todos; de hecho, sin embargo, la
gran mayoría de los sectores populares quedó excluida.
10.- Este proyecto de una república independiente e igualitaria, no fue plenamente
comprendido y aceptado, razón por la cual, desde un principio, muchos se opusieron a
él y a la Independencia que lo sustentaba, produciéndose, por consiguiente, una división
de la República naciente en bandos enfrentados; división que traería muy pronto la peor
de las desgracias: la guerra intestina o entre hermanos, que sólo más tarde se
transformaría en guerra de naciones.
AL TÉRMINO DE DOSCIENTOS AÑOS DEL 19 DEL NACIMIENTO DE LA PATRIA
11.- Esta distancia temporal se nos presenta, primero, como hecho cronológico, pero es,
ante todo, tiempo humano en cuanto acción libre, acontecimiento, proyecto histórico, y
tiempo cristiano, de creación, encarnación y salvación. Por todo ello, este tiempo exige
rememoración fiel y crítica, conciencia y compromiso actuales, y esperanza de
humanización.
12.- Más allá de las propias fronteras, a la caída de la primera república, Venezuela
emprendió el camino de la libertad con los demás países de común herencia cultural.
Luchó por otros y con otros pueblos, pero nunca contra pueblos hermanos, sino con
sentido y conciencia de integración y solidaridad fraterna.
13.- Sin embargo, toda guerra deja consecuencias nefastas en los más diversos órdenes.
La vida republicana estuvo plagada, a partir de 1830 y durante todo el siglo XIX, del virus
militarista de golpes y montoneras, cuyas consecuencias negativas impidieron un
desarrollo social, económico y político más fructífero.
14.- El siglo XX vio desaparecer las guerras civiles. Sin embargo, vivimos también las
experiencias negativas de las dictaduras que conculcaron los derechos humanos
fundamentales. Ni siquiera el progreso material puede justificar ninguna dictadura.
EL TIEMPO PRESENTE
15.- Queremos, sin embargo, concentrar nuestra reflexión en la etapa democrática
iniciada a raíz de enero de 1958. Estas últimas décadas pueden desglosarse en dos
períodos significativos y crecientemente contrastantes. El primero se caracterizó por
una relativa bonanza económica, una significativa movilidad social ligada a la
generalización de la educación y la formación profesional, así como por una
consolidación de la institucionalidad democrática, el afianzamiento de una cultura
civilista, de pacificación y pluralismo. Hubo, además, progresos significativos en el orden
de la salud, educación e infraestructura.
16.- En lo tocante a la Iglesia católica pueden destacarse la creación de diócesis y
parroquias, la regularización de las relaciones Iglesia-Estado, un fortalecimiento de su
red de organismos y servicios con el aumento de presencia de vida religiosa y laical, así
como una renovación de su conciencia de identidad y misión evangelizadoras, en la línea
del Concilio Vaticano II y de las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano.
17.- Ese primer período experimentó su quiebre a finales de los años setenta. La
superabundancia de recursos debida a los precios del crudo, no sólo dislocó la
economía, sino que marcó el inicio de una creciente desilusión en las mayorías
populares: la democracia integral no era para todos.
18.- Sin embargo, al no utilizarse la renta petrolera con real justicia y equidad, surgió un
ansia de cambio más profundo, en el que se retomara el camino hacia una más
equitativa justicia distributiva, un combate más vigoroso contra la corrupción y los
privilegios, y una más efectiva participación, haciendo que los más pobres fueran
auténticos sujetos activos, protagonistas, de la cosa pública. Un logro positivo de este
período fue la descentralización.
19.- La vida nacional fue experimentando, pues, un desgaste y distorsión en la
convivencia democrática por agotamiento de los partidos políticos, desencanto de la
participación ciudadana y la insuficiente e inadecuada atención a las necesidades reales
y expectativas sentidas de las grandes mayorías empobrecidas y crecientemente
relegadas. Todo esto, junto con promesas insatisfechas y legítimas ansias de
reconocimiento no tomadas en consideración, crearon una matriz favorable al
surgimiento de alternativas transformadoras, más allá de un simple cambio de gobierno.
Eso fue lo que prometió el candidato triunfador en la campaña electoral de 1998.
20.- El segundo período, en el cual estamos, abarca las últimas tres décadas hasta hoy.
La transformación iniciada en 1998, fue el resultado de un profundo anhelo, definido
como un proyecto inédito de “refundar” la República, , y por eso contó inicialmente con
un gran respaldo popular; sin embargo, el mismo se ha venido concretando en un
“proceso de cambio”, primero de régimen, por un proceso constituyente y una nueva
Constitución; luego de sistema, calificado ahora como revolucionario, de pretensión
totalitaria, ya que intenta reestructurar tanto lo socioeconómico como lo políticoinstitucional, lo jurídico-constitucional y lo ético-cultural. Por estas razones, su ambición
no sólo toca el tejido material y organizativo del cuerpo social, sino también, y sobre
todo, afecta el fondo íntimo, espiritual, del alma nacional. Todo esto, en su ideario y
realizaciones, no sólo se presta a grandes ambivalencias y ambigüedades, sino que
contradice elementos fundamentales de una auténtica cultura democrática.
21.- Es un mal de la nación, en uno y otro período, el que millones de venezolanos
continúen, todavía hoy, sumidos en condiciones materiales, institucionales y morales
indignas de su condición humana, y permanezca frustrado el propósito de construir una
República, para todos en la riqueza de su diversidad y libertad, y con todos en la
comunidad de su solidaridad y fraternidad. Las élites de antes y de ahora no han logrado
que el pueblo sea sujeto capacitado y autónomo. Y el proyecto de socialismo del siglo
XXI, pregonado ahora, dista mucho de lo que el pueblo venezolano aspira y reclama.
22.- Hoy, a doscientos años, los venezolanos puestos delante de Dios, hemos de
confesar que sólo en parte hemos cumplido el propósito de los fundadores. Estamos
contrariando la divisa fundacional ya mencionada de “no establecer nuestra felicidad
sobre la desgracia de nuestros semejantes”. Nuestro pueblo experimenta grandes
privaciones en medio de la abundancia de recursos petroleros; muchos hermanos
nuestros carecen de oportunidades de empleo estable para una vida digna, y sobreviven
y trabajan en medio de grandes dificultades y temores; el despilfarro, la corrupción y la
ineficiencia acaban con los recursos que debieran convertirse en vida y no en
confrontaciones, incertidumbres y desesperanza. Estas y otras carencias, han sido una
constante en nuestro devenir republicano.
23.- ¿Qué exigen en concreto estos desafíos? Ante todo y de manera resumida: un
compromiso firme de luchar contra una anti-cultura de explotación, dominación y
arbitrariedad; de división, violencia y exclusión; y, positivamente, de crear, de verdad,
un “espacio común”, espiritual y social, donde la dignidad de cada uno sea reconocida y
promovida por la laboriosidad, la conciencia y la responsabilidad de todos; y por
instituciones que encarnen el respeto y la equidad, que apunten a la promoción de la
totalidad de los derechos humanos universalmente reconocidos.
24.- Nos anima la firme esperanza de que todo aquello que vaya en contra del propósito
fundacional de la Venezuela libre y soberana, justa, solidaria y fraterna, no triunfará. La
voluntad de labrar un futuro cada vez mejor, en la convicción del triunfo definitivo de la
vida y de la libertad sobre la muerte y cualquier forma de opresión, ha sido, es y será
motivo y razón de lucha de un pueblo que cree, ama y espera.
CONFIADOS EN DIOS
25.- En muchas cosas la Venezuela de hoy es distinta de aquella que inició su camino de
independencia y soberanía entre las naciones del mundo. Si nuestros padres fundadores
en su tiempo, junto con la libertad y la dignidad, afirmaban su deseo de seguir
“creyendo y defendiendo la Santa Católica y Apostólica Religión de Jesucristo”, que era
la compartida por la mayoría de los que habitaban esta tierra, hoy conviven con
nosotros muchos venezolanos que no pertenecen a nuestra Iglesia, gracias a la libertad
de conciencia por ella reconocida y que la historia nos ha aportado como logro de
dignidad humana. A todos nos une el deseo y la búsqueda de fraternidad, de libertad, de
justicia y de paz. Es necesario, pues, que cada miembro de este pueblo, desde su propia
identidad interior aporte lo mejor de su espíritu y lo ponga al servicio de una República
unida y multicolor, pues por encima y más allá de diferencias de credo, situación social,
ideología o pertenencia partidista y otras, los venezolanos somos personas con una igual
dignidad, miembros de un solo pueblo, y para los creyentes en Cristo, hijos de un mismo
Padre, creados a imagen y semejanza: de Dios, que es Amor (1Jn. 4,8).
26.- El noble espíritu de la génesis republicana se especifica ahora, por tanto, en el
llamado a todos a la libertad, a la dignidad y al amor solidario. En efecto, Dios nos
interpela como al Caín asesino“¿dónde está tu hermano Abel?” (Gn.4,9).
27.- En este contexto, nosotros, Obispos, en el nombre de Jesús, le decimos a nuestros
hermanos venezolanos lo mismo que los apóstoles Pedro y Juan, al entrar al templo de
Jerusalén, le dijeron a un paralítico que pedía limosna: “No tenemos oro ni plata, lo que
tenemos te lo damos: en nombre de Jesús Mesías, el Nazareno, echa a andar” (Act.3,6).
A los Pastores de la Iglesia Católica no nos corresponde lo que es propio de quienes han
sido elegidos para ejercer, con gravísima responsabilidad, el servicio del bien común
desde los poderes político-administrativo, legislativo, judicial y electoral, así como de los
especialistas y administradores en cada profesión. Pero, sí es nuestro derecho y deber,
invitar, desde el Evangelio de Jesús, a la acción humanizadora de transformar el poder
en servicio y los bienes de la tierra en medios de vida y oportunidades para todos, en vez
de convertir a uno y otros en instrumentos de luchas de clase, discriminación, odio,
opresión e idolatría.
RECONSTRUCCIÓN DE LA CONVIVENCIA CIUDADANA
28.- Sentimos que Dios y la Patria nos llaman e interpelan, en primer término, a
colaborar en la construcción o más bien reconstrucción material y espiritual de la
República en un clima de de solidaridad y convivencia, que incluya a todos y en la que
todos tengamos vida en libertad.
29.- Conmemorar el bicentenario significa que, entre los acontecimientos de entonces y
la actualidad, el país ha recorrido un buen trecho donde se entremezclan positividad y
negatividad, logros y fracasos, progresos y regresiones, construcciones y destrucciones.
Conmemoramos el momento de la creación y el tiempo intermedio recorrido en dos
siglos. Somos herederos de errores y aciertos. Pero al hacer memoria de un sueño, la
situación presente nos impulsa a aprovechar todo lo positivo que tenemos, a superar
muchas fallas y aprovechar mejor el tiempo presente. Por delante tenemos una ingente
tarea.
30.- Fundamentado en la larga experiencia de siglos, reflexionada desde la comprensión
del corazón humano que nos da a los creyentes Jesús de Nazaret y la rica doctrina social
de la Iglesia, nutrida por la reflexión sobre los éxitos y fracasos de las sociedades
modernas, decimos no al individualismo y no al estatismo. No al individualismo,
afirmando con fuerza la dignidad personal, pero vivida con espíritu de solidaridad y
convivencia fraterna, que promueve la vida de los otros frente a todo egoísmo y
aislamiento individualistas. Decimos no al estatismo, pues está a la vista, por doquier, el
desastre que han producido y producen los proyectos autoritarios y hasta totalitarios, de
diverso signo, que impiden la creatividad y la libertad ciudadanas.
31.- La deuda social, las consecuencias de la falta de continuidad administrativa y el
costo pagado por el populismo y el derroche son inmensos. Es mucho lo que tenemos
que corregir. Es patente el sufrimiento humano de las mayorías cuando se coarta la
libertad con leyes e instituciones que deterioran la vida humana.
32. Debemos asumir a la persona como sujeto singular de derechos y deberes, abierta
solidariamente a los demás; lo contrario del egoísmo y de la masificación. Requerimos
ciudadanos como agentes conscientes y beneficiarios del bien común, partícipes y
actores de la soberanía popular. Necesitamos institucionalidad, es decir, intermediación
eficaz de la libertad, responsabilidad subsidiaria por lo público y común. Y en ella,
deseamos un Estado como instrumento apto, propiciador del mayor grado de felicidad
para todos, con instituciones, leyes y servicios públicos justos y efectivos que
promuevan y garanticen el bien común a través del florecimiento de la creatividad y
libertad solidarias.
33.- Vamos a construir juntos, en unión de corazones, de ideales y esperanzas, una
Venezuela de hermanos, entregada con trabajo y responsabilidad a transformar los
inmensos recursos con que Dios la ha dotado, para convertirlos en salud, educación,
seguridad, vivienda digna y sobre todo en oportunidades de trabajo productivo, pilar
fundamental del desarrollo humano integral para todos.
VENEZUELA PARA TODOS
34.- Dios nos acompaña llamándonos al bien y dándonos fuerzas para hacerlo. Exige
amar no sólo a los nuestros, a los de nuestra simpatía política, a los de nuestro sector
social, color o religión. Dios es padre de todos y su amor quiere liberar a todos, incluso
liberarnos de nosotros mismos y de nuestro miedos y limitaciones. Nos hace sentir que
mientras no nos decidamos a reconciliarnos como hijos suyos y hermanos unos de otros,
y a renovar la firme voluntad de reconstruir la República para todos, no habrá Venezuela
digna y libre para nadie. Una Venezuela sólo para unos pocos va contra el plan de Dios y
contra aquel hermoso proyecto fundacional que los padres de la República dejaron
plasmado en el Acta de nuestra Independencia.
35.- La tarea no es fácil, como no lo fue entonces. Las resistencias son muchas y se
requiere sacrificio y constancia, como nos lo demostró el Libertador con su vida y sus
palabras visionarias. Es hora de construir verdaderas comunidades con igualdad de
participación, de abrirnos al optimismo y de reencontrarnos todos como venezolanos en
el abrazo de la dignidad y del amor de hijos de Dios; un abrazo que nos renueve en el
reconocimiento y en la afirmación de los otros, de aquellos que tendemos a rechazar,
incluso a odiar, y de aquellos a los que por ideas diversas o sectarismos políticos
excluimos. Dios quiere para nosotros una Venezuela en la cual la unión, el perdón y el
amor sean las bases sólidas para que el hermoso proyecto fundacional se convierta en
realidad, sin las limitaciones que en estos doscientos años de historia lo han frenado.
36.- La fecha del 19 de abril nos plantea, para hoy y para el futuro, una gran
responsabilidad, a la que Dios nos llama cuando nos ordena, “no matarás” (Dt.5) y “ama
a tu prójimo como a ti mismo” (Lc. ): a todos, pero de manera especial a los dirigentes y
líderes políticos, empresariales, culturales y sociales, que por su posición en la sociedad
están llamados a presentar al país proyectos de transformación y avance que sean, al
mismo tiempo, realistas e inspiradores, para producir efectivo bienestar e inclusión.
IGLESIA RENOVADA PARA UN MEJOR SERVICIO
37.- En el año 2007 los obispos en Aparecida (Brasil) reflexionamos con preocupación
sobre los graves problemas que se viven en América Latina y el Caribe y llamamos a
todos los católicos a una misión continental para que la vida y enseñanzas de Jesucristo
nos renueven espiritualmente y transformen la actividad económica, social y política,
estimulándola y orientándola para la promoción de una vida digna de nuestros pueblos.
Sin propuestas articuladas en función y beneficio de todos, no puede haber país en paz y
desarrollo.
38.- La Iglesia que peregrina en Venezuela, comprometida con la Misión Continental,
concluyó desde 2006 un Concilio propio, en el cual analizó, entre otras cosas, los males
que nos aquejan y los caminos de gestación de una nueva sociedad. Ahora invita a que
esta renovación moral y social se una a la llamada por los doscientos años de la Patria,
para así llegar, con democracia y participación, a proyectos concretos en los que las
necesidades y esperanzas de la gente encuentren respuestas específicas, con programas
bien pensados para la reconciliación y reconstrucción de la Nación, la felicidad de unos
no descanse sobre la miseria y negación de otros, y la justicia y la libertad se den la
mano para producir la paz, la convivencia y la vida digna que tanto necesitamos.
39.- Este año bicentenario, en el que la Iglesia hace memoria de su importante aporte a
la formación del país y a la tarea que se le planteó en el acompañamiento educativo y
ético-espiritual de la etapa republicana, es propicio para renovar su compromiso con la
marcha actual y futura de la nación en la perspectiva de un desarrollo integral y un
genuino humanismo cristiano.
40.- En este sentido, nuestra Iglesia cuenta con un conjunto doctrinal sólido
proporcionado por el Concilio Plenario de Venezuela, el cual constituye el fundamento
de un proyecto evangelizador pastoral de gran alcance para su renovación en función de
un mejor servicio a nuestro pueblo. Urge, por consiguiente, su puesta en práctica,
decidida y responsable, a lo ancho y largo del país.
41.- Del Concilio Plenario tenemos dos documentos que, de modo muy particular,
formulan el compromiso de los católicos, unidos a todos los hombres y mujeres de
buena voluntad, con la construcción y reconstrucción del país en el sentido de la justicia,
la libertad, la fraternidad y la paz. Se trata de los documentos La contribución de la
Iglesia a la gestación de una nueva sociedad y Evangelización de la cultura en Venezuela.
42.- La acción de la Iglesia en el campo de lo histórico-cultural, se desenvuelve en tres
vertientes complementarias: denuncia, anuncio y compromiso, en relación con lo que
toca a la dignidad de la persona humana y sus derechos y deberes fundamentales, en los
campos socioeconómico, político-institucional y ético-cultural. La labor en educación,
salud, atención a niños y ancianos, así como las obras de caridad y la de presencia en
zonas populares y marginales, se realiza en esa dirección.
43.- En relación con lo anteriormente expresado, como Pastores manifestamos nuestra
decisión de impulsar una decidida puesta en práctica de las orientaciones conciliares. En
ello está en juego todo lo relativo a valores como la defensa y promoción de los
derechos humanos; lo tocante a la superación del empobrecimiento, la exclusión y las
hegemonías, mediante la promoción de la justicia, la participación y la subsidiaridad; así
como el fortalecimiento de la democracia y la sociedad pluralista, la educación libre
hacia un desarrollo compartido y el dinamismo cultural orientado a una calidad
espiritual de vida.
CONCLUSION
44.- En el marco de la situación actual del país, la conmemoración bicentenaria del 19 de
abril y del 5 de julio ofrecen una invalorable oportunidad para un examen de conciencia
nacional acerca de lo que hemos hecho con la República heredada de los fundadores de
la nación y, sobre todo, de lo que nos corresponde realizar en relación a los que ellos
soñaron en aquella génesis de la nación independiente.
45.- En fidelidad creadora y crítica al proyecto de entonces, hemos de promover la salud
espiritual del país, reconstruyendo lo que fuere necesario, en el sentido de una sociedad
auténticamente justa, sin exclusiones ni divisiones; verdaderamente libre y democrática,
con pluralismo, división de poderes, estado de derecho; de calidad cultural mediante la
promoción de un genuino humanismo. Una Venezuela de todos y para todos, con
atención preferencial a los más débiles, sin exclusiones ni presos políticos, con el debido
respeto a los procesos judiciales, con las normales garantías para la propiedad privada y
con diversidad de opciones políticas. Un país soberano,, integrado internacionalmente
en una real fraternidad de pueblos sin expresiones altisonantes, acciones desafiantes o
alianzas preocupantes..
46.- La Iglesia Católica en Venezuela, con respeto y afecto por otras iglesias y
comunidades cristianas, así como también por otras confesiones y convicciones, se sabe
con la responsabilidad de representar a la mayoría de los compatriotas, y, por ello, en
fidelidad a la misión evangelizadora recibida del Señor Jesucristo, se ofrece como
servidora de todo nuestro pueblo por el cumplimiento del mandamiento máximo del
amor, a Dios y a los hermanos.
47.- En el cumplimiento de esta misión, los pastores de esta Iglesia invitamos, pues, a
todos nuestros hermanos en la fe y a todos los venezolanos en general a poner lo mejor
de nosotros mismos para el progreso integral de la nación, entendiéndola como casa
común y hogar de todos. Que la Santísima Virgen de Coromoto, Patrona de Venezuela
interceda ante su Hijo Jesucristo para que construyamos una patria que responda al
sueño de los fundadores y lo supere, profundizando en los valores de la libertad, la
solidaridad y la paz.
Los Arzobispos y Obispos de Venezuela
Descargar