Sanidad militar española

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LA SANIDAD MILITAR ESPAÑOLA
Y SUS DERECHOS EN
LAS FUERZAS ARMADAS:
UNA PERSPECTIVA HISTÓRICA
ÍNDICE DE TEMAS
ÍNDICE DE TEMAS........................................................................................................................ Pág. I
INTRODUCCIÓN ........................................................................................................................... Pág. II
LA LUCHA DE LA SANIDAD MILITAR POR EL PRESTIGIO ................................................ Pág. 1
− Los médicos y cirujanos militares españoles durante el siglo XVIII................................... Pág. 1
− Las mejoras de los cirujanos militares en el siglo XVIII....................................................... Pág. 2
EL SIGLO XIX................................................................................................................................. Pág. 3
EL SIGLO XX: LA JUSTA IGUALDAD ....................................................................................... Pág. 7
− La crisis de 1913 a 1921............................................................................................................ Pág. 7
− Logros conseguidos en el siglo XX: modo de obtención....................................................... Pág. 8
− Prestigio de la Sanidad Militar, hoy........................................................................................ Pág. 9
CONCLUSIÓN................................................................................................................................. Pág. 9
I
INTRODUCCIÓN
Desde comienzos de la Edad Moderna, los Ejércitos de los Estados están constituidos por una enorme
agrupación de militares de carrera y militares de numerosos cuerpos profesionales y ocupacionales, todos los
cuales se encuentran, en la actualidad, equiparados entre sí formando un todo unitario. Un destacado cuerpo es
el denominado Cuerpo de Sanidad Militar, integrado por todos los profesionales sanitarios: médicos,
cirujanos, farmacéuticos, enfermeros y otros.
Durante mucho tiempo, la Sanidad Militar fue el componente más novedoso como organismo militar dentro
de las Fuerzas Armadas de España, situación que no resultó un privilegio, sino todo lo contrario, incluso desde
épocas anteriores a su creación como tal cuerpo y durante siglos, el personal sanitario castrense fue objeto de
innumerables discriminaciones, injusticias, e incluso reiterados tratos vejatorios por los jefes oficiales de las
diferentes armas.
Tras un larguísimo período de reivindicaciones a favor de sus derechos, que da comienzo aproximadamente
en el siglo XVIII, ha sido necesario esperar hasta el siglo XX para la completa igualación entre los mandos del
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personal sanitario y los demás mandos militares.
En adelante, vamos a hacer una descripción del proceso y los medios de adquisición de sus derechos durante
los mencionados siglos, hasta alcanzar la justa equiparación dentro del Ejército.
II
LA LUCHA DE LA SANIDAD MILITAR POR EL PRESTIGIO
Si quisiéramos resumir en una frase la historia de médicos y cirujanos militares desde la época del
Renacimiento hasta nuestros días, debería decirse que no es otra cosa que una constante lucha de estos
hombres para alcanzar la actual situación, basada en una total equiparación con los jefes y oficiales de las
distintas armas. Hoy día no existe ninguna discriminación ni de tipo económico, ni de distintivos, ni de
honores hacia los mandos de la Sanidad Militar con respecto a los no sanitarios.
Pero esto no siempre fue así.
Los médicos y cirujanos militares españoles durante el siglo XVIII
Hasta el siglo XIX, la sociedad española estaba distribuida en tres estamentos perfectamente definidos: clase
alta, con la nobleza y alto clero; clase media, y los pobres en último lugar. Los jefes y oficiales del Ejército se
elegían, hasta la Guerra de la Independencia, entre la nobleza exclusiva−mente, un hecho que era común a
España y al resto de Europa y que provenía de la más remota antigüedad. Los médicos y cirujanos militares no
pertenecían a la clase noble y ello conducía a la discriminación que durante mucho tiempo padecieron dentro
del Ejército, especialmente los profesionales de la cirugía, en quienes nos vamos a fijar a continuación.
El cirujano y, en ocasiones, el médico, era un civil contratado por el coronel del regimiento, con un salario
que resultaba de un acuerdo negociado y con la consideración que la habilidad y la buena suerte le
proporcionaban. Y es que debemos partir de que los cirujanos procedían de una franja social imprecisa entre
los pobres y la clase media, esto es, eran pobres que sabían leer y escribir, sin ningún tipo de estudios
acreditativos (los médicos sí eran universitarios) y cuya forma de vida era regentar una tienda mixta de
barbería−cirugía. Claro que algunos de ellos, en Madrid y Barcelona, tenían a sueldo hasta tres o cuatro
dependientes llamados mancebos y hasta algún aprendiz, pero también eran muchos los cirujanos que en toda
su vida no pasaron de oficiales a sueldo de un maestro, o ejercían en un pueblo sumidos en la pobreza. De
estos modestísimos orígenes, que desprestigiaban la profesión ante la sociedad, salían los cirujanos militares.
Esto nos muestra que entre la oficialidad de casta noble que mandaba las tropas y el cirujano del batallón
mediaba un enorme abismo. Era ciertamente imposible pretender que el cirujano de baja condición, con una
formación consistente en saber leer y escribir y haber superado un examen en el protomedicato, que en modo
alguno podía considerarse como excesivo, pudiera equipararse con un noble de gran linaje auténtico o creado
por los reyes de armas. Así se explican hechos como los denunciados por el cirujano Juan de Lacombe al
ministro Patiño en 1734, sobre castigos disciplina−rios humillantes infligidos a cirujanos de la Armada.
Pero en 1748 tiene lugar un acontecimiento que va a alterar extraordinariamente esta situación, al mejorar la
condición de los cirujanos. El artífice de esta revolución fue Pedro Virgili, que no podía admitir que para que
el ejército y marina de España tuviesen unos cirujanos aceptables se les reclu−tase del extranjero, como se
venía haciendo. Con la premisa de formar buenos cirujanos españoles, Virgili funda en aquel año el Real
Colegio de Cirugía de Cádiz, el primero de España, que no admitía más que bachilleres en Filosofía, lo que les
garantizaba una cultura general y un hábito de estudio. Y además, Virgili conseguía con ello otra meta: la
selección de clase, puesto que un bachillerato en Filosofía, un desplazamiento a Cádiz y unos gastos durante
cinco o seis años no estaban al alcance de la población pobre, sino de la clase media tirando a rica que era la
que enviaba a sus hijos a este Colegio de Cirugía de Cádiz.
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En 1760, cuando se funda el Real Colegio de Barcelona, esto se suaviza un poco. Para facilitar la entrada de
gente modesta se intervienen las tiendas de cirugía−barbería a fin de colocar en ellas como mancebos a los
estudiantes pobres, aunque se mantiene el requisito de haber cursado Latini−dad y Filosofía.
A partir de 1750 se produce, pues, un hecho nuevo en la relación entre el jefe militar- y el cirujano. Mientras
el jefe sigue siendo el mismo, el cirujano ya es otro. Es un cuasi universitario amparado
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por un título real y, lo que es más importante aún, con unos conocimientos que le granjeaban el respeto de sus
superiores militares. Carlos Grassot dijo al respecto: Comenzó la verdadera ense−ñanza de nuestro arte en
España y, a poco tiempo, se vio brillar la Cirugía y voló la fama de esta nueva enseñanza por todas partes [...]
y en breves años se vio completa la Real Armada de cirujanos hábiles y españoles. Otro paso encaminado
hacia aumentar el prestigio de estos profesionales fue el dado por inspiración de Gimbernat, que fuera
cirujano mayor del Hospital de Santa Cruz de Barcelona y catedrático de la Escuela de Cirugía barcelonesa,
que confirió a los licenciados de los Colegios de cirugía el grado de Doctor.
Hasta entonces, los colegios se mantenían fieles a las disposiciones de Virgili. Del Colegio de Cádiz salían los
alumnos con tres categorías, según cual fuese su grado de aplicación, que eran: ci−rujano primero, cirujano
segundo y cirujano a secas; del Colegio de Barcelona, aparte de los sangra−dores y romancistas, salían
cirujanos de dos exámenes, de cinco exámenes y de nueve exámenes, que era su modo de calificarlos. Pero a
partir de 1805, los alumnos de los Colegios de Cirugía salen primero bachilleres, son después Licenciados en
Cirugía médica y, los que se someten a otro examen y lo aprueban, pueden recibir el grado de doctor. Por otro
lado, a cuantos cirujanos están en el Ejército se les conmina a que obtengan la borla de doctor o, de lo
contrario, no podrán ascender en el escalafón militar.
Esto último tiene mayor trascendencia de lo evidente puesto que, en pleno siglo XVIII, el que se recibía de
doctor, aparte de que en adelante figuraría su nombre precedido siempre por la palabra doctor, podía ceñir
espada, prerrogativa sólo reservada a los nobles. La distancia que tan grande iba entre un oficial o un jefe del
ejército y el cirujano-−barbero, se había acortado extremadamente.
Todo esto bastaría para otorgar a Virgili un papel de primer orden en el proceso de dignificación del cirujano.
Pero hizo más: quitó de las manos de coroneles y generales el nombramiento de ciruja−nos del Ejército. Esto
se hizo oficial en las Ordenanzas del 12 de junio de 1764, título XV: de los honores de los cirujanos
examinados y aprobados por el real Colegio de Barcelona y de la subordi−nación al Cirujano Mayor del
Exército y sus facultades, en cuyo artículo V se dispuso que toda vacante en un regimiento se cubriese
mediante petición del jefe de aquella unidad al cirujano mayor del ejército, quien enviaba una terna creada por
el director del Colegio de Cádiz o el de Barcelona. Así pues, la libertad del jefe militar quedaba circunscrita a
elegir de entre los tres nombres propuestos. En este caso la conquista fue para el cirujano mayor del ejército,
aunque fuera producto de una mengua en las atribuciones de la oficialidad.
Este ascenso en el rango social de los cirujanos coincidió con una apertura del ejército, que en las célebres
Ordenanzas de 1768 aparece una democratización en lo que se refiere a la incorporación de gente no noble en
la oficialidad, debido a que la demanda de oficiales es cada vez mayor. Sin embargo, el gran cambio se dará a
principios del siglo XIX, tras la Guerra de la Independencia, a causa de lo cual la diferencia entre médicos y
cirujanos respecto a los mandos militares se hizo todavía menor, pero esta vez no porque los primeros
subieran, sino porque el linaje exigido a la
oficialidad descendió.
Las mejoras de los cirujanos militares en el siglo XVIII
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Las atrás comentadas conquistas sociales y militares de los cirujanos fueron la base de todos sus siguientes
logros alcanzados en el seno de los ejércitos. Antes de aquéllas, se puede hablar ya de la formación de un
cuerpo de cirujanos militares desde la Ordenanza del 28 de septiembre de 1704, al crear una plantilla de
personal. En 1706 se estableció el sueldo de los médicos y de los cirujanos según tengan la categoría de
cirujano primero o segundo. Con estas dos medidas se había dado un paso a la profesionalización militar del
personal sanitario, puesto que su salario ya no sería el resul−tado de un chalaneo y además había posibilidades
de ascenso.
En 1742, se otorga a los cirujanos primeros de la Armada el tratamiento de Don antepuesto al nombre y nueve
años más tarde Virgili la obtuvo para los cirujanos segundos. Debe reseñarse que la
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distinción de Don era exclusiva de la nobleza en tiempos de los Austrias, aunque con los Borbones
se tiende a una generalización. Y es que, a raíz de la disposición de 1742, incluso los cirujanos-−barberos
civiles se apropiaron del Don.
En 1718 se concedió a los cirujanos del Ejército la ración de embarque (abono de los gastos de manutención a
bordo). En 1767 se les concede el derecho a la ración de campaña, y en ese mismo año se iguala en rango a
los cirujanos militares y del ejército con los capellanes castrenses.
En 1771 se alcanza otro gran logro con el derecho a uso de uniforme propio. Primero fue para los cirujanos de
Marina, el 27 de septiembre, y el 2 de octubre para los del Ejército.
Otro paso fue el relativo al alojamiento. Era costumbre que las unidades del ejército, en sus despla−zamientos,
se alojasen en las casas de los pueblos. Del mismo modo que el regimiento ordenaba a sus hombres de un
modo jerárquico, se elaboraba una lista de las casas que iba de mejor (nobles) a peor (muy pobres)para la
distribución de las tropas en ellas. Se dispuso que los cirujanos se alojasen
después de los cadetes, que eran aquellos jóvenes futuros mandos del ejército, todos ellos proceden−
tes de familias nobles.
Las Ordenanzas de 1795 vinieron a codificar toda esa serie de avances experimentados. De todos modos, el
camino a recorrer era largo. Por el lado económico, los salarios eran modestos y era muy difícil crearse una
buena clientela civil, dada la necesaria movilidad de los destinos militares. Además, quedaban todavía
bastantes otras cuestiones, como el no recibir honras fúnebres, de no jurar por su honor y otras. Incluso había
detalles, en apariencia insignificantes, que reivindicaban
los médicos y cirujanos, como el deseo de portar bastón de mando.
EL SIGLO XIX
Este siglo puede considerarse como el de la equiparación real de los médicos y cirujanos militares con los
oficiales no sanitarios. El hecho fundamental que va a propiciarlo surge durante la Guerra de la Independencia
(1808−1814) y se consolida en las guerras civiles españolas que la siguieron en dicho siglo, y ese suceso es la
permisión de llegada a las altas cimas de la jefatura militar a gentes procedentes de las clases media e incluso
pobre, algo inaudito hasta entonces, con la excepción de un solo caso en el siglo XVIII. Esto condujo al
acercamiento entre jefes militares y los médicos y cirujanos del ejército en lo referente a su cultura y a su
procedencia familiar, durante la primera mitad del siglo XIX, época en la que también debemos destacar el
Trienio Liberal (1820−1822) por ser una etapa en la que tuvo lugar un intento de mejorar la situación del
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cuerpo médico−quirúrgico civil y militar.
Una muestra del estado de opinión de los profesionales de entonces la constituye un opúsculo que Mariano
Orrit Fitó, doctor en Cirugía Médica, dirigió en el año 1821 al Congreso Nacional en un intento de influir
sobre la autoridad gubernativa. A pesar de su brevedad, el trabajo abarcó numerosos puntos y es notable
porque muchas de las propuestas fueron hechas realidad varios años después. Para prestigiar el Cuerpo de
Cirugía Militar, al que Orrit pertenecía, proponía la fusión de las dos carreras de Medicina y Cirugía, la
creación de una Academia de Sanidad Militar, y una equiparación con los oficiales de las distintas armas,
como puntos más destacados. Pero todo cuanto intentaron hacer esas Cortes quedó interrumpido por la ola de
represión que siguió después,
con el regreso de Fernando VII y los conservadores al poder en 1823.
Providencialmente para médicos y cirujanos apareció en la escena política un hombre excepcional que
contribuyó poderosamente a este proceso reivindicador. Se trata de Manuel Codorniu Farreras, que dirigió el
cuerpo de Sanidad Militar desde el final de la I Guerra Carlista (en 1840) hasta 1856. Durante estos 16 años,
con tan sólo dos interrupciones momentáneas en su mandato, la labor de Codorniu en pro de una dignificación
de la clase médica militar fue ingente. Codorniu vio muy claro que para obtener más resultados de las
reivindicaciones eran necesarias dos cosas fundamental−mente: hacerse dignos de ellos y moverse para
arrancárselos a quien ostentaba el poder.
En adelante, vamos a detallar los logros obtenidos en este siglo, dentro y fuera de su mandato.
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Alojamiento de los cirujanos de la Armada. A pesar del largo camino recorrido, todavía a comienzos del siglo
XIX los cirujanos de la Armada tenían pendientes de cumplimiento importantes reivindicaciones. Una de ellas
era la del alojamiento en las embarcaciones, que era de muy bajo nivel para estos profesionales, un hecho que
denunció Pedro Mª González en aquellos años. Esta situación no cambió hasta mediados del mismo siglo.
Montepío para viudas y huérfanos. Con notable retraso respecto a los cuerpos armados, se creó en 1789 el
Montepío (indemnización por fallecimiento) de los cirujanos de la Armada, y en 1803 el Montepío de los
cirujanos del Ejército.
Fusión de las carreras de Medicina y Cirugía. Es indudable que la presencia en la Sanidad Militar de médicos
y cirujanos separados constituía un motivo de fricciones entre ellos y, en muchas ocasiones, de duplicidad
burocrática de mandos. La reunión en una sola persona del título de Medicina y Cirugía fue llevada a cabo
primero por Gimbernat en 1799, pero su reforma duró dos años escasos. Después fue Pedro Castelló quien, tal
como había propuesto Orrit, unificó ambas carreras en 1827 y el ejército aceptó esta situación, pero al suceder
a Castelló en el mando supremo de la Sanidad Militar como primer médico de cámara Antonio Hernández
Morejón, se volvió a la separación en el ejército.
Fue necesario esperar hasta el 3 de agosto de 1845 para fundir las dos titulaciones en una. Con esto se ponía
fin a un sinnúmero de rivalidades y fricciones. En efecto, tradicionalmente el médico se consideraba superior
porque fue siempre un universitario, mientras que el cirujano era tiempo atrás una persona prácticamente sin
estudios. Cuando los cirujanos del ejército comenzaron a proceder de los Colegios de Cádiz y Barcelona, los
médicos siguieron mirándolos como inferiores, una actitud que no tenía en absoluto razón de ser, puesto que
la formación de los nuevos cirujanos era muy superior a las enseñanzas teóricas y encorsetadas que impartían
las universidades. Por esto los médicos iban perdiendo terreno, hasta el punto de que en 1765 el ejército
resolvió prescindir de los médicos en tiempos de paz.
El servicio de los regimientos y el de los navíos de la Armada se encomendó de modo exclusivo a los
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cirujanos, a quienes se confirió la facultad, siempre que obtuviesen el título de doctor en cirugía médica, de
tratar la totalidad de los casos de medicina de su unidad o navío. La medida disgustó profundamente a los
médicos y durante la Guerra de la Independencia el asunto todavía coleaba.
La tarea de unificación en 1845 resultó relativamente fácil y ello por dos razones: ya se había reali−zado una
experiencia anterior en 1827 que había durado siete años; por otra parte, los Colegios de Cirugía llevaban 18
años concediendo el título de médico−cirujano. Por tanto, los que sólo eran médicos o cirujanos eran menos
que los otros. Y además, ya desde hacía muchos años era corriente el que bastantes sanitarios castrenses
tuviesen las dos carreras.
Con motivo de la unificación, bastantes de ellos se vieron obligados, ya mayores, a licenciarse en Medicina o
en Cirugía en cada caso. Seguramente para vencer la resistencia de los remisos, el 17 de mayo de 1847 se dio
un plazo de seis años para obtener la licenciatura que les faltaba o, de lo contrario, deberían pedir la
jubilación. Es evidente que una sola categoría, la de médico−cirujano en el ejército y en la armada contribuyó
a prestigiar el cuerpo de Sanidad Militar.
El ingreso por oposición. El sistema de ingreso por elección de entre ternas confeccionadas por el director del
Real Colegio de Cirugía de Cádiz o el de Barcelona, método creado en 1764, fue suprimido en 1802 para ser
sustituido por el muy subjetivo procedimiento digital de designación, que fue el método que imperó en España
hasta que en 1832 tienen lugar las primeras oposiciones de ingreso al Cuerpo de Sanidad Militar, un sistema
que, aunque no elimina del todo las corruptelas y las injusticias, es más justo que el procedimiento anterior a
él.
Regulación de los ascensos. En 1805 se decidió que el ascenso se estableciera por antigüedad. Fue el primer
paso que se dio contra la arbitrariedad a la hora de calibrar los méritos para ocupar puestos superiores. Este
sistema automático tenía, como lo tiene ahora, dos inconvenientes de
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distinta índole: el ascenso por pura y simple antigüedad induce a la acomodación en muchos indi−viduos; y
para los políticos, por otra parte, supone el no poseer un poder de decisión con que aumentar su canal de
autoridad.
Por estas razones nunca se aplicó con total rigor este sistema de ascensos durante el siglo XIX. Así, el 31 de
octubre de 1857 un tercio de las vacantes de médico primero se empezaron a cubrir por primera vez mediante
concurso−oposición, a fin de que no faltase estímulo al estudio y a la aplicación, en el que para poder opositar
debían cumplir los requisitos de ser primer ayudante médico con más de tres años de antigüedad en el cargo.
Otra forma de ascenso era la declaración de Elegible. A cualquier individuo merecedor, a juicio de la
autoridad, de un ascenso, se le declaraba elegible y por cada dos ascensos por antigüedad se intercalaba el de
elegible colocado en primer lugar. Esta medida era considerada peyorativa por los médicos, a pesar de que
sólo podían beneficiarse de ella los que se encontrasen colocados en el tercio más antiguo del escalafón de los
de su mismo empleo. Esta impopular declaración de elegible fue finalmente derogada en 1865. Seguía vigente
el ascenso por simple antigüedad.
Así estaba de clara la ley, pero los gobiernos cambiaron; desde 1868 a 1875 se pasó de una monarquía con
Isabel II a una regencia, a un rey extranjero (Amadeo de Saboya), a una república, a una nueva regencia y a
una restauración de la dinastía de los Borbones, y esta ley de ascenso por antigüedad fue reiteradamente
vulnerada.
En realidad, las altas instancias contaban con un truco para transgredir la ley. Era el ascenso en calidad de
honorífico. En virtud de esto, se daba el caso de que había personas que poseían dos grados más que el que
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por antigüedad y efectivamente les correspondía. El agraciado podía usar las nuevas insignias y como tal era
tenido, pero no conseguía el empleo efectivo hasta que le correspondía por antigüedad. Esto ocurría con todos
los médicos que iban a Ultramar.
Pero remarcamos que todo lo que no fuera el ascenso por rigurosa antigüedad chocaba contra el parecer de la
mayoría de los integrantes del Cuerpo de Sanidad Militar. Por fin, este estado generali−zado de opinión
cristalizó en determinaciones concretas en el documento conocido oficialmente como Acta de la Habana. Fue
en esta ciudad donde, reunidos 37 médicos militares que contaban además con el asentimiento de muchos
otros diseminados por toda la isla de Cuba, acordaron el día 22 de diciembre de 1895 permutar por otro tipo
de recompensa cualquier ascenso que se les otorgase por méritos de guerra. Y, toda vez que esto era un
acuerdo de la mayoría que obligaba a los restantes, prometieron por escrito que llegado el caso, aunque no es
de esperar, de que alguno no cumpla esta Ley Moral, aceptando empleo fuera de las condiciones antes
expresadas, se haga por todos lo humanamente posible para conseguir, usando todos los recursos legales, su
separación del cuerpo.
A partir de ese año fue costumbre que todos los opositores aprobados firmasen esta declaración. El acta y las
firmas de todas las promociones se conserva, como una reliquia histórica que es, en la Academia de Sanidad
Militar de Carabanchel. Tan sólo faltan las de las promociones que van de 1926 a 1930, debido a que éstas no
consideraron prudente firmar algo que originó en Artillería un conflicto con el dictador general Primo de
Rivera y a que, a pesar de todo, se cumplían totalmente la letra y el espíritu del Acta de la Habana.
Los médicos prisioneros. En esta lucha constante por eliminar diferencias con los demás milita−res hay que
señalar un avance en una situación de infortunio. Desde tiempos inmemoriales, jefes y oficiales del ejército
prisioneros recibían sus pagas bien en los campos de concentración, si ello era posible, bien de vuelta tras su
repatriación.
De acuerdo con esta costumbre, una Real Ordenanza del 23 de junio de 1835 concedió a las familias de los
oficiales prisioneros en el campo carlista una parte de los haberes que iban devengan−do por esa situación.
Asimismo, se asignaba a los prisioneros media paga y dos mensualidades para su manutención y pronto
equipo en cuanto quedasen liberados. Como era de costumbre, quedaban excluidos de estas ventajas los
miembros de la Administración militar y los de la Sanidad.
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Los administrativos consiguieron que se enmendase este agravio ya en 1835, y un poco antes de dos años, el 7
de marzo de 1837, los pertenecientes al Cuerpo de Sanidad Militar pasaron también a disfrutar de esas
ventajas. Se añadía a ésta última disposición otra por la cual, a efectos de canje, se facultaba a los jefes
militares para que sobre el terreno pudiesen flexibilizar las normas para efectuar los intercambios de
prisioneros.
La reclamación de autoridad. En 1811 un médico militar, Pascual Mora, se lamentaba de la escasa
consideración y poca autoridad que el médico español tenía dentro del ejército en compara−ción con sus
colegas ingleses y franceses. Decía incluso que el uniforme apenas se distingue de los dependientes del
Resguardo o del de los músicos de los Regimientos, a excepción de los Jefes de las Facultades que, por su
condecoración, se parecen a los Cabos de Carabineros.
Veinticinco años más tarde, Mesa explicaba que gran número de médicos hastiados de gozar de tan escasa
consideración pedían el retiro en plena Guerra Carlista. El asunto llegó a tal extremo que el Gobierno dispuso
que no se concediese ninguna jubilación a menos de hallarse el peticionario en completa inutilidad para
continuar.
Santucho, en 1842, insistía una vez más en la incómoda situación del médico, colocado entre su conciencia,
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que le ordenaba velar por la salud del soldado, y la rigidez del mando superior, que sólo tenía en cuenta
necesidades estratégicas y que veía detrás de cada enfermo a un cobarde.
Por otro lado, el conocimiento por parte de soldados y clase de tropa de que el médico tenía sobre ellos una
autoridad limitadísima, por no decir nula, y que su única fuerza les venía dada por las buenas relaciones con
sus superiores, les ponían a menudo en situaciones humillantes. Seguramen−te que la publicación de aquellas
quejas tuvo su repercusión, que se exteriorizó en la Real Orden del 22 de julio de 1843, la cual recuerda que
los médicos militares, de acuerdo con el Reglamento vigente, tienen derecho a las consideraciones
correspondientes a su empleo y categoría.
La equiparación de empleos. Toda vez que la escala jerárquica recibía en sanidad una serie de
denominaciones que no eran las de los cuerpos armados, era muy interesante para médicos y cirujanos
conocer cuál era su rango respecto a los demás. A satisfacer esta justa aspiración vino lo que se llamó la
equiparación de empleos. En 1829 se equiparó, en lo que a atribuciones de mando se refiere, a los distintos
grados de los cirujanos con sus equivalentes entre los oficiales de las distintas armas. Más tarde esta
equiparación se modificó en 1836 y de nuevo en 1846.
En 1855 las equivalencias se reestructuran y quedan establecidas así:
Practicante no titulado ! Sargento.
Practicante (bachiller) ! Subteniente.
Médico de entrada o auxiliar ! Teniente.
Segundo ayudante ! Teniente (con mayor sueldo que el anterior).
Primer ayudante ! Capitán.
Primer médico ! Segundo comandante.
Médico mayor ! Primer comandante.
Subinspector de segunda clase ! Teniente coronel.
Subinspector de primera clase ! Coronel.
Inspector médico ! Brigadier.
Director general ! Mariscal de Campo.
El poder supremo residía en la junta Directiva de Sanidad Militar, integrada por un médico, un cirujano y un
farmacéutico; los tres tenían la categoría de directores generales.
Esta escala de equiparaciones no desaparecerá hasta 1918, en el que las jerarquías sanitarias se suprimen para
que las designaciones coincidan ya con las del resto de las Fuerzas Armadas.
La equiparación de salarios. Este derecho no se consigue hasta la publicación de la Real Orden del 22 de
marzo de 1860, que iguala por fin los sueldos entre las jerarquías de oficiales de la Sanidad Militar y sus
equivalentes respectivos de las demás armas, y también se señala que gozarán de las mismas ventajas que los
demás oficiales posean o en adelante se les otorgue en actividad o retiro.
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Logros de Codorniu. Durante los años de mandato del inspector Manuel Codorniu como director general del
Cuerpo de Sanidad Militar, y bajo su influencia, la medicina militar vio materializarse un elevado número de
grandes y pequeñas reivindicaciones. Sus más destacados logros fueron la organización de las Academias
médico−castrenses y la redacción del Reglamento del Cuerpo sanitario publicado el 7 de septiembre de 1846.
En realidad, en esta fecha Codorniu no era el director de la Sanidad Militar porque había sido cesado un año
antes (aunque fue repuesto en el cargo en 1847), pero hay que admitir que en su redacción tomó parte activa.
Otros derechos conquistados. Ya nos hemos referido previamente a la encarecida petición de los oficiales
médicos de posesión de bastón de mando. Ciertamente, muchos militares dentro y fuera de la Sanidad lo
empuñaban sin derecho a ello. El 23 de abril de 1867 se otorgó el uso de bastón a los subinspectores de
primera y a los inspectores médicos, concesión que estaba reservada desde 1861 a sus equivalentes, los
coroneles y generales.
Otras reivindicaciones distintas, como la de recibir honras fúnebres, la de jurar por el honor y no sobre la
señal de la cruz y la petición de que los inspectores pasasen a la situación de reserva y no a la de retirado, no
se alcanzaron hasta ya entrado el siglo XX. Pero los logros obtenidos durante el siglo XIX eran muy
numerosos y además, en todo momento contaron con el reconfortante apoyo de los claustros de profesores de
las facultades de Medicina, la cúspide del saber de los de su clase en
esa época.
EL SIGLO XX: LA JUSTA IGUALDAD
En la actualidad, se han acabado todos los agravios comparativos. Los médicos, farmacéuticos y otros
profesionales sanitarios militares podrán tener reivindicaciones y desear mejores sueldos y abundantes medios
para el ejercicio de su profesión, pero no habrá ninguna protesta comparativa porque se les ha igualado por
completo con los demás jefes y oficiales, de forma que ya han quedado atrás los tiempos en los que para
excusar diferencias injustificables se aducía que la Sanidad Militar es el cuerpo más moderno dentro del
Ejército.
Una de las escasas diferencias que aún quedaban a comienzos de este siglo consistía en que los médicos no
podían pasar de inspector general, equivalente a general de división, algo que en esta época desapareció y se
permitió alcanzar el grado de capitán general.
El 29 de junio de 1918 quedaron suprimidos los nombres en la escala jerárquica de la Sanidad distintos de los
del resto del Ejército. Lo único que los distingue es la cruz de Malta ornada con las dos ramas de laurel, como
la bomba con la mecha encendida distingue a los artilleros. Todo lo demás, uniforme, galones,
denominaciones, en nada difiere.
No obstante, hacia los años veinte del siglo, el cuerpo médico pasó por una breve crisis que vamos
a describir brevemente.
La crisis de 1913 a 1921
Sucedió que entre 1913 y 1921 nunca, excepto en la promoción de 1914−1915, se cubrieron en las
oposiciones militares las plazas vacantes. Ello dio lugar a que de una plantilla de 258 plazas de tenientes
médicos sólo se cubrieran 108.
Para Silvano Escribano, que analizó en 1921 la crisis del cuerpo médico de la Sanidad Militar, las causas de
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que la juventud médica no deseara ingresar en la carrera militar eran, en primer lugar, de tipo económico.
Estos años coincidieron, debido a la Primera Guerra Mundial, con una fuerte alza en los precios del trigo y,
como quiera que muchísimos médicos rurales cobraban sus atribuciones en grano, sus honorarios subieron
sustancialmente.
Otras razones eran de comodidad. Las oposiciones a Sanidad Militar tenían un programa muy duro y su
porvenir era, tras un año de Academia, un puesto temporal de médico en África, donde a causa de la guerra
iniciada en 1921 la cuarta parte del ejército estaba en Marruecos. Y los ascensos eran difíciles dentro del
cuerpo de Sanitarios con respecto a otros componentes del ejército.
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De todos modos, la crisis en el número de ingresos se subsanó. Con toda seguridad, contribu−yeron
decisivamente a ello dos hechos: la dignificación que suponía una igual denominación con la
de las diferentes armas; y el fin de la Guerra de África en 1926.
Logros conseguidos en el siglo XX: modo de obtención
Podríamos decir que la lucha de médicos y farmacéuticos militares por la obtención de sus derechos se
desarrolló en el siglo XIX y principios del XX en cuatro frentes distintos:
• Editoriales y artículos. No hubo reivindicación que no fuera reclamada por esta vía. Los artículos
eran respetuosos, pero no exentos de dureza. Su mayor medio de difusión era la célebre Revista de Sanidad
Militar (que fue fundada en 1887), pero también la prensa no médica hizo una destacada labor de propagación
de sus pretensiones.
• Prestigio científico. Se resaltaban méritos científicos y sociales o actos heroicos de cualquiera de
los integrantes del cuerpo, que hay que decir que fueron bastantes.
Uno de los escenarios de la gloria científica era y es la Real Academia de Medicina. La revista del cuerpo
sanitario se hacía eco de la noticia de quienes ingresaban como académicos numerarios, como por ejemplo el
doctor Ángel Fernández Caro (que era el inspector general del Cuerpo de Sanidad de la Armada). Otros
escenarios importantes de comunicaciones científicas eran la Acade−mia Médico−quirúrgica militar Española
y la Sociedad Española de Higiene, ésta última por ser una materia importante en el ámbito militar.
También los congresos, nacionales o extranjeros, eran motivo para difundir éxitos, sobre todo a partir de
finales del XIX. Aunque, por entonces, cuando los médicos españoles acudían a congresos internacionales y,
además, aportaban ponencias y comunicaciones, aquello era noticia.
Otro motivo de orgullo eran aquellos médicos militares en activo, o ya retirados, que alcanzaban una cátedra
en una facultad de Medicina.
No podemos dejar de mencionar los notables esfuerzos para enaltecer el nombre de aquéllos médicos que
fallecieron en campaña. Una de las maneras fue erigir un monumento en el Hospital Militar de Carabanchel
(después Hospital Militar Central Gómez Ulla), que se descubrió el 22 de junio de 1910, acto al que acudieron
los Reyes y todas las autoridades militares radicadas en Madrid.
• Acción política. En ocasiones, se aprovechaban coyunturas políticas favorables para conseguir
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mejoras por medio de diputados y senadores simpatizantes en el Parlamento. De entre todos, destaca la figura
del senador por Salamanca y presidente del Colegio de Médicos de Madrid hacia 1910, el doctor Ángel
Pulido, que perteneció por un tiempo a la medicina castrense, a quien por el enorme apoyo que mostró hacia
el Cuerpo de Sanidad Militar, le fue concedido por iniciativa del Cuerpo la gran Cruz del Mérito Militar.
Un asunto que tuvo una notable dimensión parlamentaria fue la petición de los médicos y farmacéuticos
militares para que les fuera concedida la cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo. Esta orden fue
creada en 1815 y su cruz se concede de modo automático al cumplir 25 años de servicio. Desde el principio,
los sanitarios se vieron excluidos de ella (incluso se creó para ellos en 1853 la Cruz de Emulación Científica)
y sus reiteradas peticiones de recibir aquella condecoración siempre fueron desoídas. En 1894 se lleva el caso
al Parlamento en pro del Cuerpo de Administración Militar y del de Sanidad, pero fue rechazada la medida
por los sucesivos ministros de la Guerra hasta que en 1918 se acepta por fin su entrada en la Orden, en una
discusión parlamentaria ganada por los médicos y farmacéuticos en la cual también les fueron concedidas las
mismas denominaciones militares.
• Comparación con el extranjero. Estableciendo comparaciones con lo que sucedía con la Sanidad
Militar en los países extranjeros, se deducía fácilmente que el prestigio con que el que contaban dentro del
Ejército los sanitarios en aquellos países era superior al que poseían los sanitarios militares españoles.
Publicar esos agravios comparativos fue también una medida de fuerza en pos de sus derechos mientras no les
fueron aceptados.
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Prestigio de la Sanidad Militar, hoy
En la actualidad, el campo de mantenimiento del prestigio se centra en su labor profesional dentro de la
Sanidad, con la misma consideración entre sus colegas de España y del extranjero.
La base del perfeccionamiento radica en la labor de cada día, las publicaciones de trabajos en revistas como la
del cuerpo y mucho más allá, y la activa participación y organización de ponencias y congresos de nivel
nacional e internacional, con la importante participación de la sanidad civil en un gran número de ellos.
No se descuida tampoco la labor docente. Algunos hospitales militares tienen concertada la docencia, como
los de Sevilla, Zaragoza, del Aire y Central Gómez Hulla.
La resonancia de la gran labor de la Sanidad Militar alcanza hoy en día toda la esfera de la sociedad actual por
sus participaciones (en general, las del Ejército Español) en cada vez más misiones de paz y de ayuda
humanitaria internacionales, mediante su integración en organismos tales como la Organización de las
Naciones Unidas (ONU) y la Organización del Tratado Atlántico Norte (NATO), o por medio de su
participación en Organizaciones No Gubernamentales como la Cruz Roja Internacional.
Todas estas actividades potencian el prestigio actual del que disfruta la Sanidad Militar española.
CONCLUSIÓN
La historia de la Sanidad Militar Española ha ido unida durante siglos a la lucha de sus integrantes por los
derechos que les corresponden como miembros de los Ejércitos que son, por sus derechos como mando de
armas y por el debido reconocimiento a su labor profesional dentro y fuera del ámbito militar. Esta larga etapa
histórica del cuerpo ya ha concluido y, en la actualidad, los nuevos objetivos se presentan en forma de avance
en sus diferentes áreas sanitarias, en lo que respecta tanto a su labor asistencial como a la de investigación, así
como en su fundamental participación en misiones de las Fuerzas Armadas en pro del derecho universal a la
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salud.
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