LA TRIADA TECNOLOGIA, SALUD Y ETICA Lo que trataré aquí es de retirar las capas externas de la cuestión que nos ha reunido hoy, cuestión que, a mi juicio y en síntesis, es la intersección entre tecnología, salud y ética. La retirada de capas se hace necesaria para que aflore el sustento de cada uno de los términos de una tríada que es tal porque, por encima de que sean tres elementos, son tres elementos que se conjugan, pues, desde las coordenadas que quiero fijar, la tecnología seria absurda si no estuviese directamente dirigida a la salud y, si ambas, no fuesen armadas por la ética, que es una suerte de elemento soportador y distribuidor de fuerzas, pesos y medidas, y todo ello gracias a la acción de algunos ciudadanos virtuosos, grupo de ciudadanos, y ya lo adelanto, en el que se inserta, justamente, el colectivo de las enfermeras por medio de su praxis. Primer elemento. La tecnología De la misma manera que con Galeno la anatomía y la fisiología se dividen en dos edades, una antigua y otra moderna, la apropiación por el hombre del fuego escinde la evolución humana en dos periodos: el precientífico y protocientífico, donde el fuego es el paso obligado para acceder a la ciencia y a la tecnología, y coloco a la ciencia antes que a la tecnología porque ésta es siempre posterior a la ciencia en su devenir histórico, no en vano la tecnología es la aplicación de los enunciados científicos. A su vez, la técnica es previa a la propia ciencia que es la razón pura que se ha elevado a golpe de titubeos técnicos. La técnica es la expresión de una mente que aún no había descubierto la matemática y la física, pero que tenía la suficiente capacidad como para “ ver” un cuchillo en una piedra antes de tallarla. Con ser el tallado de una piedra el rasgo definitivo que vinculan los especialistas con el origen de la humanidad, representado, hace unos dos millones y medio de años, por el Homo habilis, no sería hasta mucho más tarde, entre el millón y el medio millón de años antes del presente, cuando el fuego fue dominado por un hombre muy semejante a lo que hoy somos, el Homo Ergaster **. El fuego es la energía capaz de moldear la naturaleza de una forma casi inimaginable, y tal es así, que los griegos antiguos acuñaron, en torno a la domesticación del fuego, el sintagma “ la Caja de Pandora”. En efecto: el mito clásico, Prometeo, según recoge Hesiodo en su Teogonía, es considerado como el “bienhechor” de la humanidad por desafiar a Zeus robándole las llamas de “la Rueda del Sol”. El hijo del titán Japeto es castigado por el hurto, pero no sólo lo es Prometeo, sino también los hombres, por ser los destinatarios de ese fuego. El castigo a los hombres lo representa Pandora, la primera mujer, y su caja, que contiene “ todos los males”, entre los que se halla un gran diluvio**. Prometeo, por su parte, fue condenado a una roca de la cordillera caucásica y un águila, día tras día, le iba devorando el hígado. Sólo la intervención de uno de los hijos de Zeus, Heracles**, sacó al héroe de los hombres de semejante sufrimiento. El cobre fue el primer metal en ser doblegado, luego el bronce ( que es una aleación de cobre y estaño) y más tarde el hierro y el acero ( una aleación de hierro y pequeñas cantidades de carbono). El dominio de los metales, junto a la actividad agraria, creó las primeras ciudades de Oriente Próximo, hace unos 10.000 años, y, desde entonces, la ciudad es el paradigma de la civilización, como el fuego es el paradigma de la evolución científica, en el preciso sentido que le acabamos de dar: el fuego como energía. Más tarde, en la Edad Media, al lado del fuego, la energía primordial fue el agua ( recordemos la importancia de los molinos de agua en el desarrollo económico de los siglos XI, XII, XIII) y el vapor en el tránsito entre la Edad Moderna y la Contemporánea, y hoy, la electricidad, que es la “línea de tensión” de la vida cotidiana en los hogares, en los trabajos y en las comunicaciones, que es donde encaja la página “ web” de la SEAPA. No obstante, la electricidad (como en el pasado el fuego, el agua y el vapor) es, al mismo tiempo, fuerza conversiva y arma de poder político y económico: quien posee el control de la energía y de sus fuentes, los hidrocarburos, domina la mayor parte de la economía e ingresa el trozo más grande de la tarta de las finanzas virtuales, aquellas que circulan por la red de redes y que, como expondremos al final, son la antitesis de lo que entendemos como una utilización ética de la tecnología. La ciudad, por consiguiente, que recoge el ideal moderno de sanidad, está ligada estrechamente al fuego y a la ciencia. Las técnicas fundaron las ciencias, que grosso modo, iniciaron su andadura a la par que la filosofía, en la Grecia de los siglos VI y V a.C., andadura que es a la par porque no podía ser de otra manera, ya que sin ciencia no puede haber filosofía, y baste para ello con citar dos casos sobresalientes: Pitágoras fue filósofo y matemático, y Platón fue filósofo y geómetra. En otras palabras, con la ciudad se hizo posible un camino que desemboco, para nosotros, en la condición de ciudadano, en el establecimiento de los derechos humanos, de la democracia y de la igualdad ante la ley, que no es una mala cuna para que la ética se sienta cómoda, y si la ética se siente cómoda, la salud ocupará, junto a la alimentación, el escalón más elevado de las prioridades. Segundo elemento: La Salud Los hombres no se diferencian de los animales ni de ningún otro organismo con animación en su propósito clave: la replicación. Pese a quien pese, nuestra existencia está sometida a los principios de la biología, de una manera no disímil a como los planetas del Sistema Solar giran alrededor de su estrella y el propio sistema lo hace sobre el gigantesco agujero negro situado en el centro de nuestra Vía Láctea. Por ejemplo, lo que denominamos “amor” no deja de ser un término cultural para que se propicien las complicadísimas relaciones que todo ser sexuado precisa para afrontar ese cometido primordial, relaciones no más problemáticas que las que son propias del gusano plano hermafrodita. Pero es precisamente el carácter cultural al que acabo de referirme lo que constituye la más notoria diferencia que el hombre presenta frente a los demás, una cultura que, para el caso que nos ocupa, no hemos de hacer sinónimo de acopio de conocimientos, sino más bien sinónimo de la manera en que se afronta el reto de la supervivencia, frente a los demás y en un medio frecuentemente agresivo. Sin embargo, tampoco me conformo con este enfoque tan genérico, puesto que los animales, las bacterias y los virus, y aún los vegetales, y discúlpenme si socavo dogmas antropocéntricos, poseen ciertos procedimientos “culturales” para la tarea de la multiplicación. En esta línea, hay expertos que sostienen que los animales, en sus relaciones, experimentan percepciones de tipo religioso. Lo que trato de precisar es que la cultura humana ha multiplicado esos procedimientos y les ha dado unas calidades que son propias de algo muy eficiente: el neocortex, donde se aloja la mayor factoría de producción de ideas que conocemos. La conciencia es una facultad del hombre, la conciencia que acaba dando un Lavoisier o un Ramón y Cajal, y, citado Ramón y Cajal, entro en el exclusivo club de una de las cuatro o cinco dimensiones más significativas de la cultura adaptativa, a saber: la salud. Lo primero que debo decir acerca de la salud, como aproximación a su definición, es que no existe. Si estamos de acuerdo en que la salud es la ausencia de la enfermedad, esta está siempre presente en el conjunto de órganos, tejidos y líquidos, al que denominamos organismo, porque, de facto, es imposible que todos los elementos del conjunto no estén afectados por alguna dolencia. Entonces, ¿ Qué debemos entender por estar sano? Creo, muy básicamente, que estar sanos es la capacidad suficiente de realizar las tareas cotidianas más imprescindibles con el fin de alcanzar la inmortalidad a través de la mezcla de genes, y, consecuentemente, de poder tener, asimismo, la capacidad de ayudar a nuestras crías a hacer lo propio, y todo ello en ausencia de dolor insoportable. La cuestión de las crías es capital: éstas son la fórmula magistral que nos hacen inmortales como especie, que es lo radical, porque como individuos la no muerte se limita a quienes tienen descendencia. Tengo para mí que éste es un argumento sólido para afrontar la muerte de cada individuo, que no es más que pieza curvada de la cadena de la vida, tras haber abandonado el sistema replicatorio por división celular que caracterizó a la mayor parte del tiempo geológico. Tal vez por esto, tal vez por algo análogo, Quirón, el más justo y más sabio de los centauros, y preceptor del héroe homérico Aquiles, rechazó la inmortalidad que le ofrecieron los dioses en recompensa de sus múltiples muestras de probidad. Y esto es un poco, o un mucho, el carácter inicial que se daba, según recoge Corominas en su Diccionario etimológico de la lengua castellana, al vocablo “salud”, hacia el año 1140, que es cuando aparece en España, derivado del latín salus, salutis, y que se emparentaba con “ salvación” y con “conservación”. Paralelamente, he de reseñar que nuestros centros de salud, ambulatorios y hospitales tienen sus precedentes en esas centurias alto y plenimedievales**, a la sombra del Camino de Santiago, para socorrer a los peregrinos, a imitación de lo que sucedía con las otras dos grandes rutas de devoción cristiana, el Camino de Roma y el de Jerusalén, transmitidos por decenas de miles de campesinos empobrecidos, mendigos, vagabundos, enfermos y esclavos huidos que buscaban más el consuelo espiritual que el material en una época de una dureza extrema. Así pues, es la conciencia la que nos ha dado la dimensión que nos permite crear la idea y los instrumentos técnicos, científicos y tecnológicos, que hoy son la resonancia magnética y el transplante de corazón, pero que mañana serán la reparación generalizada de los genes defectuosos y el transplante, aunque sea parcial, de cerebro. Es más: aviso que llegará el tiempo de la auto operación, aquél en el que el individuo se auto practicará determinadas Intervenciones quirúrgicas. Arqueólogos y paleo antropólogos nos informan que el Homo neanderthalensis atendía a los enfermos hace 200.000 años, en la Europa helada por la glaciación Riss**. Creo que no podríamos sorprendernos que en el futuro se descubriese que hace un millón de años, en el este africano, en Oriente Medio o en el sudeste asiático, el Homo Ergaster y el Homo Erectus hiciesen lo propio, porque, reitero, uno de los signos de humanidad es curar o tratar de curar. Por tanto, el tener conciencia de la salud es un acontecimiento cultural de primera magnitud, que va ligado al aumento de la cavidad encefálica, a las primeras técnicas que nuestros antepasados más remotos aplicaban a los materiales líticos, al establecimiento de la agricultura y, finalmente, a la fundación de la ciudad y su aparatoso ordenamiento jurídico-burocrático, que es a lo que llamamos civilización. Tercer elemento: La ética Con la ética terminaremos el análisis de la tríada que les estoy proponiendo, porque, además la ética nos servirá para cerrar el círculo en cuyo centro se erigen la tecnología y la salud, que no es que sean las protagonistas esta tarde gracias a la acción de estas enfermeras que nos han convocado, es que son las protagonistas de la humanidad, desde sus mismos comienzos. Ahora bien, ¿ por qué la ética? Para poder responder a esta pregunta sin caer en el absurdo o en el tópico, definiré antes que nada la ética, adecuándome a las tesis del profesor Gustavo Bueno. La ética es el “ cuidado de los cuerpos”. Solo esto, no nos hace falta más, porque con el “cuidado de los cuerpos” hemos accedido al eje sobre el que pivota todo cuanto hemos dicho hasta ahora. Con otras palabras: la tecnología derivó de usos técnicos y saberes científicos por y para el hombre, o lo que es lo mismo, para vivir con salud, donde ésta aparece como el motivo principal de aquélla, y también de la política salida de la ciudad, y también de la economía dibujada, desde la necesidad, por la sociabilidad que es inherente al género humano. Párrafos atrás, en el punto dos, el de la salud, saqué a relucir el amor. El amor también sirve para respaldar este punto tres: el sujeto enamorado, lo que experimenta, lo que recorta antes que nada, es un estado en el que sale de sí para entrar en otro, en el sujeto amado. Es un acto absoluto de abandono: uno pierde la importancia y la pierde también el resto del mundo en beneficio del otro, y esta caricatura la utilizo para enfocar los dos predicados que conforman la ética: la ética exige una atención desinteresada hacia el otro, aunque he de indicar con rapidez que es una atención desinteresada en apariencia, pero no debo perderme en este asunto porque es muy quimérico, y, el segundo predicado, lo enuncio en negativo: la ética prohíbe “ descuidar el cuerpo propio”; o sea, la ética demanda el cuidado de los otros y el de uno mismo. Desde esta concepción, la ética no equivale a la moral. La moral no se ocupa transversalmente de la salud, sino sólo en diagonal, por mediación de las normas. La moral son las normas sociales y jurídicas que se da a sí mismo un colectivo para habitar un espacio sin agredirse en exceso, y si bien es cierto que la no agresión es condición sine qua non para respirar una atmósfera benigna, muchas normas tienen una finalidad práctica que deja en los márgenes del espacio antropológico a cuantiosos individuos. No olviden nunca que el mundo, dividido en “sangres”, creencias y geografías, fue, es y seguirá siendo el lugar donde pocos tengan mucho y muchos tengan poco, lo que es un silogismo perfecto: para que se dé la proposición primera, que pocos tengan mucho, ha de cumplirse la segunda, que muchos tengan poco, y si es nada mejor. Expresado sin eufemismos. La moral, muy a menudo, no es saludable, de aquí la medida que han de poseer quienes pertenecen a gremios del compromiso de ustedes, que están obligados a conciliar las normas morales, que han sido establecidas para su organización y actuación, con la actitud ética, personal , porque, repito, no siempre son , ni mucho menos, coincidentes. La salud es un asunto muy preciado para la eticidad, empero la ética es un embelesamiento si no se concreta, y no suele concretarse. Keynes, el más cualificado de los economistas de la primera mitad del siglo XX, escribió que “ el empleo y el bienestar se convierten en simple efecto secundario de la actividad de un casino”. Así, la ética global no existe y nunca existirá. Existen las finanzas globales y, a su lado, la pobreza global. La pobreza es el fracaso de la civilización, porque niega el alimento: a cuatro de cada seis humanos, y de los cuatro, uno está condenado a morir de hambre. La ética la hemos arrojado al infierno, ante la mirada distraída de los países afortunados, independientemente del signo ideológico de sus gobiernos. Aristóteles indicó en su Política que la economía debía estar subordinada a la ética, y ustedes, tanto o más que yo, reconocerán que ese ideal es eso, un ideal, porque la cantidad de “malditos” sigue creciendo en los arrabales del Primer Mundo. Internet, que es uno de los exponentes de la tecnología contemporánea, y la sanidad, que es el complejo entramado que trata la enfermedad para extirparla o aliviar los síntomas, son exclusivos de una minoría, lo que le niega al hombre la práctica de una conducta digna general. Cuando se habla de bioética, se suele soslayar que el indicador número uno que nos subraya la ausencia de ella es el reparto desigual de calorías, como dijo recientemente en Oviedo el doctor Berlinguer, reparto desigual que, sin embargo, no se limita a las tierras depauperadas. En el hemisferio norte, donde se incluye España, nueve millones de personas pasan necesidades: a ellas no es ya que nos le llegue la tecnología, es que no les llega la comida, y en esta Asturias principesca, la ética tampoco es generosa: el 13% de la población en edad y con deseo de trabajar es detenido. Una mayoría raquítica tiene acceso a las telecomunicaciones, que son relativamente baratas, y todos disfrutan del sistema sanitario público, que es gratutito**, pero los intereses de las corporaciones no permiten aseverar que la virtud se maneje con destreza. Por el trabajo que ustedes realizan, saben de los intereses de las industrias que fabrican los costosos equipos sanitarios, y saben de los intereses de cada vez más médicos por el enriquecimiento y el prestigio social, que hacen del juramento hipocrático un juramento hipócrita. En 1509, Erasmo de Rótterdam escribió que “ solo el médico es estimado por los hombres; en este oficio, el más ignorante, el más aventurero, el más audaz, es también el más apreciado, incluso entre los grandes, y así, la medicina, sobre todo como la ejercen hoy muchos, no es otra cosa que una forma de adulación”. Curiosamente, otro humanista , Petrarca, centuria y media antes que Erasmo, redactó varios cientos de líneas entorno a esta clase de soberbios. Me parece, honestamente lo digo, que el médico que hoy se sienta en esta mesa no responde al perfil, no otros, hecho que es tan cierto como lo contrario, que ya cobija a un conglomerado de ellos. Esto quizás guarde relación con el lugar donde están los doctores, título este, el de doctor, que es palmario del sentido ampuloso con que gustan ser llamados, y tras el que se resguardan para ser tratados más como dioses que como hombres, al modo como los judíos parapetaron durante siglos el núcleo de sus creencias, Yahveh, tras el tetragrámaton**. El lugar donde se hallan los doctores, decía, es sobre la línea que separa la vida y la muerte, cuya sola intuición nos provoca pavor, de ahí que el médico tentado a alardear más de su condición de guardameta que de su condición de ser ético por excelencia. Y el futuro inmediato será más negruzco: niego que la desbordante demanda de los jóvenes por ocupar un pupitre en las facultades y escuelas de Ciencias de la Salud sea resultado de una repentina “locura” por la eticidad, siendo como es la mezquindad el tema de nuestro tiempo; afirmo que es el mercantilismo que detectan en los adultos lo que impulsa preferentemente a los muchachos, que se enfrentarán a los pacientes más con el gesto mecánico de un operario de una cadena de montaje de vehículos que con el gesto sensible con que un padre toma a la hijita que se acaba de caer en el parque. Y no se confundan: no me estoy cebando en los sanitarios; lo que estoy diciendo es que éstos son personas y, como tales, viven forzosamente en sociedad, y en la sociedad, mírese a donde se mire, y recurro de nuevo a Erasmo, “ se encontrarán príncipes, jueces, magistrados, amigos, enemigos, grandes y pequeños, todos buscando el dinero contante y sonante, y como el sabio desprecia el dinero, tienen sumo cuidado de evitar su compañía”. Hoy por hoy, la ética está siendo desempolvada, exclusivamente, en la actuación de reducidos grupos de personas: unos lo hacen en las profundidades del tormento, son médicos, enfermeras, religiosos y algunas singularidades más que actúan como “ Quijotes”, como estremecedores y cautivadores “ Quijotes”; otros lo hacen en el centro de la ventura, donde hay desventurados. Sostengo, y no lo hago ahora porque estén ustedes delante, pues lo vengo haciendo desde los años noventa, cuando trabajaba en el Hospital Central de Asturias, que, si se puede hablar de una profesión que abarque todavía un suficiente abanico de sujetos que, de tanto en tanto, cuide de los cuerpos, y a la altura de la profesión médica, tras la exclusión de los mercantiles, y muy por encima de la política, que suele atraer a los más mezquinos de entre los mezquinos, esa profesión es la que reúne a las enfermeras, en notable número; y es a las enfermeras que, en el centauro Quirón, todavía se mantienen en la probidad a quienes suplico dos cosas; más directamente, a ustedes se las suplico que, por si fuera poco, están en la primera línea de actuación con los cuerpos que muestran los primeros signos de la enfermedad: Primera súplica: utilicen todos los medios a su alcance, como esta página “web”, para formarse y estar así capacitadas para dar al ajeno lo que la codicia humana le quita, léase dar asistencia sanitaria como deber que rebasa la moral profesional y se sumerge en la integridad de la eticidad que la naturaleza ha reservado a los hombres, y ello, aunque sea en proporción modesta, pues el gigantismo de los propietarios de la economía es muy intimidatorio, y eficaz, no para “cuidar los cuerpos ajenos”, sino estrictamente para “ cuidar los propios”, y esto tiene un coste: los “cuerpos extraños” Y la segunda y última suplica: no claudiquen ante los atractivos enemigos de la razón, porque tengan presente que estamos inmersos en una “ maquinaria militar”, maquinaria de carácter ideológico por la que lo más preciado es la reducción del pensamiento al mínimo suficiente para ser desustanciados y al mínimo insuficiente para conservar la sustancia y oponerse no tanto a dejar de ser ciegos consumidores, que sí, cuanto a permitir ser nosotros mismos productos de consumo, que es el último grito de la posmodernidad para que el círculo se cierre; es decir, batallen ustedes hasta la extenuación para atrapar la razón e impedir que los generales de la “maquinaria militar” se la arrebaten, porque fue la razón la que produjo la ciencia y la tecnología, la sanidad y la solidaridad, la conciencia y la ética. Muchas gracias. Eduardo García Morán (noviembre 2003)