ITALIA CONTEMPORANEA 219 Junio 2000 El Insmli y la red de los

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ITALIA CONTEMPORANEA
219
Junio 2000
El Insmli y la red de los Institutos asociados
Cincuenta años de vida
Enzo Collotti
Los cincuenta años de vida del Instituto nacional no pueden representar una circunstancia
meramente conmemorativa, si bien el Instituto puede estar orgulloso de haber llegado a esta
celebración no obstante las grandes dificultades que han acompañado y muchas veces
obstaculizado el camino. Medio siglo de vida debe inducir al Instituto a una reflexión crítica y
autocrítica sobre las que fueron sus realizaciones positivas, sus objetivos carentes o no enteramente
conseguidos, además de las perspectivas para el futuro que se apoyan en esas premisas. El
nacimiento en 1949 del Instituto nacional, sobre la base preexistente de tres Institutos regionales –
el piamontés, el lombardo y el ligur – cuya creación se había realizado en el bienio anterior, se
realiza en un momento de gran laceración de la política y de la sociedad en Italia. La expresión
misma de movimiento de liberación, que fue propuesta para su denominación, quería ofrecer un
concepto y un lugar que unificase todas las tendencias que se habían encontrado en la Resistencia,
superando los conflictos y las contraposiciones de la lucha política. Cincuenta años de vida del
Instituto inevitablemente se entrelazaron con cincuenta años de historia de Italia; no obstante el
Instituto haya sostenido el compromiso, que estuvo presente desde el origen en las ideas de los
promotores y en particular de Ferruccio Parri, de no dejarse involucrar en las disputas políticas, era
inevitable que su trayectoria no resultase extraña ni al desarrollo de los eventos políticos ni a la
influencia de especiales cambios radicales.
Si este logró preservar las dos instancias de base que toma como principios – tutela de la autonomía
del poder político y carácter científico de su trabajo - esto no significa que de alguna manera haya
sacrificado la inspiración fuertemente ética que lo acompañó desde su fundación.
Nacido por la iniciativa privada de hombres de la Resistencia, con la ayuda determinante de
hombres profesionalmente ligados al quehacer histórico, el Instituto se ubicó de inmediato entre los
institutos históricos nacionales con un colocación del todo especial. No solamente como custodio de
los valores de la Resistencia, si no como depositario de actos de un patrimonio público, cuales eran
los archivos de la Resistencia, que es mérito del Instituto y de sus sedes periféricas haber preservado
de una posible dispersión provocada sea por la ineficiencia y la escasa premura de organismos
públicos sea por el desinterés (o del interés contrario) del poder político. Claro está por lo tanto,
como resulta de la presencia de representantes de archivos y bibliotecas estatales en la asamblea
constitutiva del Instituto nacional, que la función pública de éste fue reconocida desde el principio
de su existencia.
Al reconocimiento de esta función, sin embargo, no correspondió nunca una adecuada tutela por
parte del Estado de las razones de su presencia y de las condiciones materiales de su existencia y de
su trabajo. El momento culminante de esta fase se puede encontrar en la ley de reconocimiento de
1967, que aseguraba al Instituto la contribución financiera estable anual de parte del Estado. No es
un misterio para nadie que la ayuda financiera del Estado ha representado desde entonces el
requisito esencial para la existencia material del Instituto, junto a la posibilidad – esta si
profusamente honrada por el Estado – de conceder “comandos” de personal docente. De todas
formas, los límites de esta ayuda resultaron evidentes en el momento en el que el dejó de ajustar la
contribución financiera a los gastos crecientes derivados del aumento del costo de la vida y
sobretodo del desarrollo y la expansión de las actividades del Instituto. Una situación agravada por
el constante retraso en la erogación de los fondos públicos y del gradual pero inexorable y seguro
desinterés del Estado por la suerte de los institutos culturales. En el caso de nuestro Instituto se
destaca en especial la bifurcación entre el creciente interés del Estado por su función publica – sobre
todo en el sector de la didáctica – y el avanzar por otra parte de una filosofía de privatización de
todos los entes culturales que obliga en breve término a someterse a drásticas alternativas de
transformación.
En los treinta años y más que nos separan del principio de la actuación de la ley 1967, el Instituto ha
conocido un proceso de crecimiento extraordinario. Ya durante la crisis del gobierno Tambroni, en
julio de 1960, que de hecho colocó el Instituto al centro de iniciativas destinadas a dar una respuesta
a la demanda de los jóvenes de conocer los últimos cincuenta años (por entonces) de la historia de
Italia, demanda a la cual la orientación de la escuela no permitía dar una respuesta satisfactoria, dio
el ejemplo de la línea divisoria trazada entre investigación y compromiso civil a lo largo de la cual
se desarrollaría constantemente la vida del Instituto. La misma función que lo comprometió ante las
nuevas solicitudes de conocimiento en el ámbito de la historia contemporánea determinada por la
protesta estudiantil de 1968. Una circunstancia esta que contribuyó de manera profunda a
determinar la maduración de nuevas orientaciones en la investigación, corriendo el eje desde el
epicentro de la Resistencia hacia los problemas de la reconstrucción en el posguerra, casi a ensayar
consecuencias y herencias de un breve periodo en la crisis del 1943 – 1945.
La nueva orientación anuncia además una colaboración cada vez más estrecha entre el Instituto
nacional y aquellos asociados en las múltiples actividades de carácter didáctico y de carácter
divulgativo que empezaron en esa circunstancia. Crece en ese contexto el rol del Instituto como
punto de referencia para la promoción de investigaciones sobre la historia contemporánea italiana,
casi asumiendo una función de suplencia en relación con la institución universitaria a la que le
costaba para hacerse cargo, por razones financieras, organizativas y estructurales, de las razones de
la investigación en general y en particular en el ámbito de la historia contemporánea.
Reconozco en los escasos estímulos que provenían entonces de la investigación contemporánea a
nivel universitario – tengamos presente que solamente a mediados de los años setenta hubo un
consistente aumento de las cátedras de historia contemporánea en las universidades – la tendencia
del Instituto nacional de privilegiar el terreno de la práctica de la investigación respecto a la
producción de instrumentos y a la publicación de bibliografías y fuentes. El Programa general
elaborado en 1972 se puede considerar paradigmático en la forma de aproximarse a la problemática
de la historia contemporánea de Italia porqué, superando los límites de una simple reconstrucción
fàctica y documental del movimiento de Resistencia en sentido estricto, se proponía el objetivo más
ambicioso de verificar la incidencia de la fractura operada por la Resistencia en el pasaje de la lucha
de liberación a la República o, como se diría hoy, del fascismo al post fascismo, donde el momento
unificador de la investigación central no debía estar representado por la asunción de un determinado
punto de vista interpretativo e historiográfico sino por la especial metodología.
No obstante la integración y los problemas nuevos que aparecieron en el entretiempo por el concreto
devenir histórico y de la creciente conciencia de su importancia, el índice de los problemas que
contuvo el Programa general, con las integraciones importantes del Programa científico de 1988, ha
conservado toda su validez. Sin embargo lo que cambió – y profundamente – es el contexto
político-cultural en el cual actúa hoy el Instituto. Si al final de los años cuarenta su mensaje podía
considerarse una manera de completar el vínculo del país con las fuerzas de la Resistencia,
preparándose para ser el depositario de sus memorias, hoy el Instituto debe reflexionar en
profundidad sobre su colocación en el país y en el terreno de los estudios, en un panorama político
donde fuerzas políticas que treinta o veinte años atrás se colocaban en la extrema derecha de la
oposición, y que se inspiraban abiertamente en las fuerzas contra las cuales la Resistencia luchó,
podrían volver a ocupar un lugar en el gobierno y por lo tanto el mensaje de la Resistencia correría
el riesgo de no ser percibido como un mensaje unificador para la conciencia y para la cultura
política del país.
Mucho se dijo y se escribió sobre las memorias divididas de este país: como hechos muy recientes
demuestran, no es un problema que sólo involucra Italia, es más bien un problema que irrumpe a
nivel europeo. El Instituto no puede ceder a ningún condicionamiento político pero tampoco puede
colocarse eternamente en una posición de defensa, custodio de un patrimonio superado o para
algunos simplemente un voluminoso estorbo. El Instituto no tiene que defender ninguna posición
política: esta es su fuerza pero puede ser también su debilidad. Efectivamente éste debe saber
traducir en términos conceptuales y operativamente nuevos lo valores del patrimonio de cultura y de
civilización de los que se ha hecho portador. La historia de la Resistencia en el ámbito de la segunda
guerra mundial está todavía lejos de una reconstrucción completa con todos su detalles e
implicaciones, así como los archivos de la Resistencia están todavía llenos de materiales que
podrían dar lugar a nuevos volúmenes documentarios. Por otra parte no podemos dejar de lado en
nuestras reflexiones sobre los últimos cincuenta años que el Instituto nacional nunca promovió un
esfuerzo conjunto con los institutos asociados para llegar a la redacción de una gran historia de la
Resistencia, que solamente podría ser el resultado de la colaboración entre el centro y la periferia
por la suma de conocimientos, energía física y financiera que una empresa de tal envergadura
comportaría. La presentación del Atlas de la Resistencia, que por fin está por ser impreso, podría
representar la ocasión para reflexionar acerca de la oportunidad de producir una gran concentración
de energías alrededor de un objetivo común. Entre los responsables del Instituto existen hoy
sobrevivientes pertenecientes a la segunda generación de estudiosos que ha guiado el trabajo del
Instituto nacional. En el transcurso de pocos años las personas a las cuales se conferirá la tarea de
conducir el Instituto procederán integralmente de una generación que no tendrá ningún vínculo
directo con la lucha de liberación. Creo que sería importante en el pasaje generacional también la
entrega de un mandato que no se concluya con la retórica de la memoria, si no que indique en la
realización de un concreto proyecto de investigación la línea maestra para la conservación de la
memoria, concientes de que el camino de la investigación histórica no conoce y no puede conocer
atajos.
La salvaguardia de la memoria de una época donde se hallaron las mejores expectativas del pueblo
italiano después del fascismo y el desarrollo de la investigación constituirán también para el futuro,
junto al empeño por la didáctica y a la obra de documentación, las líneas maestras a través de las
cuales deberán moverse las actividades del Instituto nacional y la actividad de los institutos a este
asociados y con este coasociados.
Desde los orígenes del Instituto fue evidente entre otras cosas la conciencia de lo que la Resistencia
representara en el contexto de la historia de Europa; la colaboración con los otros institutos que
entonces surgían en otros contextos y la participación a las primeras conferencias internacionales
hacían parte de un esfuerzo de actualización historiográfica y del tentativo de la fundación común
de una historiografía de la Resistencia. La presidencia que Parri mantuvo por un decenio del Comité
de liason, luego Comité international d’histoire de la deuxième guerre mondiale, no fue un hecho
formal; bajo su presidencia se realizaron importantes conferencias – recordamos entre otras la de
Milán de 1961 sobre “Resistencia europea y Aliados” – y se aseguró el contacto e intercambio entre
historiadores de Occidente e historiadores del Este europeo en momentos en que las relaciones entre
los dos mundos no eran nada fáciles.
Sin enfatizar la importancia de estos encuentros, no podemos negar siquiera que estos dejaron las
puertas abiertas para intercambios proficuos a nivel de estudios y llegaron a acuerdos considerados
equivocadamente neutros (recuerdo el encuentro de Praga sobre los sistemas de ocupación de las
potencias del Eje durante la segunda guerra mundial y más de un encuentro en las capitales
danubiano-balcánicas sobre la política balcánica de las potencias del Eje). El Instituto nacional,
también por la autoridad y el prestigio de Parri, fue parte activa de estas iniciativas internacionales y
prestó toda la colaboración a su alcance.
Entre las características peculiares que permitieron al Instituto nacional colocarse en el cuadro de
los institutos históricos a nivel nacional hay que subrayar el rol especial, que fue propio desde el
momento constitutivo, de su estructura federativa y asociativa. Una característica esta que tiene su
origen más que en la voluntad, en la espontaneidad con la cual se expresó la tendencia a reproducir
sobre el territorio el arraigo y la extensión que había tenido el movimiento de la Resistencia. El
origen de esta estructura no tuvo nada de intelectualismo o de inventado a priori. Surgió de la
voluntad de los representantes de las generaciones que se habían empeñado en la lucha por la
libertad a sostener, mediante una estructura difusa, capilar, una institución destinada a organizar y a
transmitir la memoria y los valores de la Resistencia. Más allá del nombre de Ferruccio Parri, no
hay que olvidar que fueron hombres de la Resistencia que al mismo tiempo eran insignes estudiosos
– Mario Dal Pra, Mario Bendiscioli e Giorgio Vaccarino – a constituir el núcleo científicoorganizativo alrededor del cual creció en los decenios sucesivos el Instituto.
La estructura periférica, que respecto a otra instituciones análogas extranjeras es seguramente una
originalidad del Instituto italiano, no estuvo por cierto exenta de aspectos problemáticos. Sin
embargo, en la situación italiana esta ha evitado desde el principio la dispersión del consistente
patrimonio documental de la Resistencia, garantizando por el contrario su conservación y constante
incremento, un patrimonio fuertemente vinculado en su naturaleza al carácter mismo del
movimiento de Resistencia, difundido en el territorio, en sus momentos de centralización pero
también en sus momentos de espontaneísmo.
Seguramente la irradiación de Institutos locales ha representado puntos de referencia para la
recolección de materiales así como también para la creación y crecimiento del consenso alrededor
de los valores de la Resistencia. Por otro lado era inevitable que los Institutos se caracterizaran
también, no todos pero seguramente la mayoría, en el sentido predominante de la exhumación de
memorias y episodios locales, territorialmente circunscriptos como parte de un tejido social y
político complejo y diferenciado como es el italiano, aun dando una imagen de excesiva
fragmentación de iniciativas y publicaciones, a las cuales no son extraños y, a veces, el culto de la
pequeña patria y el aislamiento provincial. En un organismo tan complejo y articulado existen
situaciones objetivas distintas, complejidades en las relaciones personales y en los equilibrios
locales que tal vez producen una imposible y ni siquiera deseable completa sincronización de
proyectos y tiempos. La autonomía de los Institutos periféricos es seguramente una gran riqueza
para toda la red que tiene a la cabeza el Instituto nacional, por las energías que genera, por los
recursos que produce, por la confrontación que estimula; esta no puede significar ausencia de
parámetros mínimos de relación y de comportamientos a los cuales todos se deben adecuar
(finalidades comunes, estatutos democráticos, uniformidad de criterios para la conservación de la
documentación y del material bibliográfico – todavía más necesario en la era de la informatización).
Pero estoy también convencido que el Instituto nacional, responsable científico de toda la red, no
pueda eximirse de ejercitar no sólo una función de coordinación sino, donde es necesario, una
función de control y guía. Esto no siempre sucedió en el pasado por varias razones, también por un
malentendido, a mi parecer, sentido de respeto por la autonomía ajena. El control central y
centralizado del Instituto nacional es por otra parte el hecho que legitima la función de guía, en el
sentido que el Instituto nacional no puede ser visto únicamente como un ente abastecedor de
determinados servicios ni simplemente como la expresión de la suma de los institutos periféricos. El
Instituto nacional no es ni quiere ser simplemente parte de una confederación de institutos, debe ser
el centro animador e inspirador de un proyecto cultural común, ámbito donde encuentren espacio los
proyectos particulares y las especificidades culturales de los institutos asociados.
No pienso que el Instituto nacional pueda ejercitar su función con puntillosidad burocrática o con
medios meramente administrativos, aunque, como en todo organismo complejo, existe en su trabajo
un componente de este tipo. Pienso que la tarea de promover siempre una coordinación mayor tenga
que pasar a través del esfuerzo de asociar en la medida mas amplia posible los Institutos periféricos,
por cierto no todos pero seguramente aquellos que tengan la posibilidad material y las
disponibilidades personales, para iniciativas científicas de carácter nacional, superando
esquematismos que muchas veces se deben únicamente a prejuicios y falta de comunicación.
Análogamente, iniciativas de los Institutos periféricos que tuvieran un respiro no sólo local, como
por otra parte ya ha sucedido, deberían encontrar en el Instituto nacional el referente natural, el
interlocutor privilegiado, haciéndolo co-responsable de decisiones que de otra manera se exponen a
quedar circunscriptas a una dimensión provincial.
Una mayor circulación de la comunicación y de las experiencias, una más estrecha colaboración
entre el centro y la periferia, constituye la premisa para superar islas de provincialismo, rentas de
posición y resistencias particularistas y movilizar, en una medida mayor que en el pasado, energías
personales para involucrar y responsabilizar, asociándolas a la gestión del Instituto nacional a través
de una ósmosis activa y constante que supere aquella contraposición entre los Institutos locales y el
Instituto nacional que a veces ocurre y que, al contrario, alimente una base permanente de
reclutamiento para los dirigentes del Instituto nacional. La ocasión de la privatización, que implicará
entre otras cosas la necesidad de formular un nuevo estatuto del Instituto nacional, puede ser el
momento adecuado para una reflexión sobre esta experiencia cincuentenaria y para volver a diseñar
la relación entre el nacional y los diversos institutos asociados, en otras palabras para renovar el
pacto federativo, promoviendo una redefinición del mapa de los Institutos asociados y de las
obligaciones recíprocas entre estos y el nacional. Si no existiera la mutua convicción que el Instituto
nacional sin la red de los institutos asociados sería una construcción sin cimientos así como, por otra
parte, los institutos locales no pueden prescindir del Instituto nacional, el vínculo federativo no
tendría necesidad ni razón de existir. Una orientación científico-cultural respetuosa de la autonomía
y de las instancias de cada uno de los Institutos sólo puede ser el resultado de una sólida práctica de
trabajo en común y de confrontación, no el resultado de separaciones y de celos particularistas.
La vida del Instituto nacional ha sufrido las mudables repercusiones del desarrollo político, tal como
era inevitable. La preocupación de preservar la documentación, y con esta la posibilidad de escribir
la historia de la Resistencia y de conservar su memoria, fue desde el principio acompañada por el
interés de la mayoría que entonces detentaba el poder político de sellar el significado de la
Resistencia como movimiento de renovación global, ético y político de la sociedad italiana,
privilegiando el componente patriótico. Estábamos el medio de la guerra fría y de una áspera
contraposición interna y entre las fuerzas políticas que no obstante todo habían vivido juntas, lo que
no quiere decir con la misma intensidad y con las mismas ideas programáticas, la etapa de la
Resistencia. A la coalición de gobierno de entonces molestaba la acentuación de la Resistencia
como unidad de partidos del CNL, o sea como factor de unificación de las fuerzas que se
movilizaron contra la invasión alemana y también contra los residuos del fascismo; en particular no
le interesaba subrayar la participación a la Resistencia, como componente fundamental, del Partido
comunista italiano, que la había transformado en una de sus bases de legitimación antifascista y
democrática. El mismo PCI, y los historiadores que en eso militaron, subrayaron el carácter unitario
de la Resistencia hasta por encima de la efectiva realidad histórica – que tenía raíces en la realidad
italiana de la preexistente tradición del antifascismo, en esto distinguiéndose de los otros
componentes europeos de la Resistencia – para subrayar lo inseparable de la suerte del PCI de
aquellas de las otras fuerzas políticas que habían dado vida a la nueva democracia italiana.
Solamente los años del deshielo de la guerra fría permitieron el retomar de un diálogo que no fuera
entre sordos sino que permitiera también la búsqueda de síntesis que tomaran en cuenta una extensa
variedad de instancias y parámetros interpretativos.
El Instituto surge sobre bases pluralistas, con una presencia predominante de la componente cultural
procedente del Partido de Acción, como reflejo del peso que éste había tenido en la lucha de
liberación pero también en la cultura italiana del inmediato posguerra; del componente católico y
del componente comunista, que sólo en un segundo momento manifestó mayor interés en la
existencia del Instituto nacional, tal vez porque estaba demasiado empeñado en los años de choque
frontal de la guerra fría en batallas de tipo político.
La adhesión hacia la fórmula del CNL (Comité de Liberación Nacional) derivaba del intento de
involucrar en la fase de fundación de los estudios históricos sobre la Resistencia todos los
componentes que en ésta habían efectivamente participado. No olvidemos sin embargo que ni
siquiera entonces, con la sola exclusión de los neofascistas declarados y de los sectores pasotas de
diverso tipo, no había área político-cultural que no se llamara a la inspiración o a la herencia de la
Resistencia. En especial, en la conducta de Ferruccio Parri se destaca la constante preocupación de
hacer del Instituto un centro de discusión pluralista y al mismo tiempo evitar que se vinculara a una
parte política en particular. Parri tuvo bien claro que el Instituto no tenía que ser ni un club de
veteranos ni un club de desilusionados de la política, un subrogado, sino un instituto de estudios. Si
pudiéramos profundizar, cosa que en base al estado en que se encuentra la documentación en manos
del Instituto lamentablemente no es posible, los contactos que el mismo Parri cultivó y solicitó
entonces con Federico Chabod, hombre de la Resistencia pero sobre todo maestro de la
historiografía italiana, probablemente conoceríamos algo más sobre el inicio de la fase constitutiva
del Instituto, más allá de lo que nos permiten hacer la reseña del Instituto o nuestros recuerdos
personales. La relación con el Estado y los representantes de las instituciones públicas no fue
cultivada como signo de subordinación política sino en cuanto resultado del efectivo
reconocimiento del compromiso científico y civil, inclusa la autorización a conservar los archivos
de la Resistencia, que el Instituto comenzaba a desarrollar. La ley de reconocimiento de 1967
codificó la autonomía del Instituto nacional hasta su definitiva colocación entre los institutos
históricos nacionales, con las modalidades derivadas de su especificidad. El rol que el Instituto
asumió gracias al reconocimiento público, por un lado ha definitivamente honrado las expectativas
creadas por la ley, creando las premisas de una activa presencia didáctica que hoy pone el Instituto
nacional y la red de los asociados en primera fila en la tarea de promover la enseñanza de la historia
del siglo XX.
Por otra parte, la expansión de las actividades del Instituto respondía a exigencias de nuevas
demandas de conocimiento y de nuevos instrumentos destinados a superar rápidamente los límites
de la contribución financiera pública. El Instituto no puede atribuir solamente al insuficiente aporte
estatal las razones de sus insuficiencias, de retrasos en los estudios, de ocasiones perdidas, del no
haber nunca logrado darse un modelo organizativo que no lo transformara en rehén de la sola
contribución financiera del Estado. Pero es precisamente la insuficiencia de la contribución pública
respecto a las múltiples tareas que el Instituto tuvo que encarar, también y sobre todo en los últimos
diez años, que ha subrayado la necesidad de modificar ordenamientos aparentemente consolidados –
a partir de la disponibilidad de una sede digna y apropiada y de la presencia de un número adecuado
de colaboradores calificados – para garantizar la continuidad de las actividades y de los servicios
ofrecidos por el Instituto, apoyándose en una estructura mínima que no se puede reducir mas allá de
ciertos límites para no comprometer las capacidades operativas.
El desequilibrio entre el conjunto de las realizaciones ejecutadas y la relativa limitación de los
recursos y de los equipos operativos fue el leit-motiv que ha acompañado la vida del Instituto con
momentos de especial tensión, frustrando actividades, como la internacional, que desde su origen
caracterizaron el Instituto nacional, o paralizando servicios, como la biblioteca, que se propone
como patrimonio único en nuestro país.
Así como no podía ser autosuficiente en cuanto a recursos, carencia a la cual suplían según el estilo
italiano las contribuciones procedentes de varias leyes extraordinarias emanadas en ocasión de
aniversarios (de la ley por el centenario de la unidad de Italia, que permitió ya en 1961 de absorber
una importante contribución a favor de la biblioteca, a las leyes sucesivas por los decenales de la
liberación y de la Constitución), el Instituto no hubiera podido ni siquiera contar con la propia
autosuficiencia cultural. Este nunca pretendió monopolizar los estudios sobre la Resistencia, ni
promovió nunca un modelo único de interpretación de ésta ni de la historia de la Italia
contemporánea antes y después del fascismo. La legítima inspiración en los valores del antifascismo
no ha significado y no podría significar el achatarse sobre una interpretación única, que sería de por
si imposible por la presencia, congénita al carácter mismo del Instituto, de estudiosos caracterizados
por una pluralidad de matrices y orientaciones culturales, cuyo intercambio de opiniones constituye
su fuerza y su riqueza.
Con pocas excepciones se puede afirmar que casi todos los historiadores que han trabajado en los
últimos decenios en el sector de la historia contemporánea italiana han colaborado en iniciativas del
Instituto nacional o aquellas de las sedes asociadas. El hecho que en un número relativamente
reducido de estos hayan participado directamente en la gestión del Instituto se debe a factores en
parte estructurales (las limitadas posibilidades de trabajo interno ofrecidas por el Instituto),
organizativos o personales: elecciones individuales frente al oneroso compromiso que una mayor
responsabilidad hubiera comportado.
Sin ambiciones de identificarse con una interpretación única de la Resistencia, ni pretender cubrir el
terreno de la entera historiografía contemporánea, el Instituto ha representado un punto de referencia
innegable para quien ha afrontado el estudio de la crisis italiana de los años 1943-1945.
Durante el cambio de la presidencia de Ferruccio Parri a la presidencia de Guido Quazza (desde
principios de 1971 hasta 1996), el Instituto superó la originaria matriz político-cultural, utilizando
no solamente los históricos hombres de la Resistencia si no que preponderantemente a historiadores
que provenían de una formación eminentemente académica. Esto marcó también el cambio de una
concepción del Instituto confiada fundamentalmente al trabajo de colaboradores voluntarios a una
visión mas estructurada de la actividad del Instituto nacional, aunque la condición financiera no
permitió nunca crear una estructura completamente funcional o adecuada a su rol. El positivo
experimento de crear un Grupo de investigación dentro del Instituto, llevado a cabo en la primera
mitad de los años setenta, fue condenado a quedar como un ejemplo aislado, por la imposibilidad de
alimentar permanentemente la presencia de colaboradores científicos estables; la misma posibilidad
de aprovechar de la colaboración de un director científico capacitado, como fue por casi veinte años
Máximo Legnani (desde el 1982 al 1998), que como consecuencia de su colocación universitaria,
permitió al Instituto nacional el hacerse cargo de una parte limitada del egreso por su colaboración.
En comparación con otras instituciones extranjeras el Instituto nacional ha vivido con una estructura
mínima, renunciando a la posibilidad de contar con investigadores internos, salvo en los casos en
que se consintió a través de la atribución de préstamos de personal docente dependiente del
ministerio de Instrucción publica, y de buscar predominantemente calificadas colaboraciones
externas. Es esta una de las razones por la cual el Instituto, después de la demasiado breve
paréntesis del Grupo de investigación, ha renunciado a cultivar grandes proyectos, limitándose a dar
hospitalidad en sus publicaciones a importantes obras de estudiosos no necesariamente maduradas
en el ámbito de trabajo de los institutos, así como había renunciado a la política de las becas, que al
origen fue una de las formas mas útiles de estímulo a los estudios sobre la Resistencia. No
olvidemos que de allí nacieron obras que tienen un lugar seguro en la historiografía como la Storia
del Clnai de Franco Catalano[1].
La fecundidad del trabajo y del método del Grupo de investigación, evidenciada por dos grandes
trabajos – primero, en los orígenes de la Resistencia, sobre el interregno del gobierno Badoglio
después del golpe de Estado del 25 de julio[2], la segunda sobre Operai e contadini nella crisi
italiana del 1943-44[3] – no estuvo renovada en ninguna otra iniciativa. Las también importantes
ediciones de fuentes procedentes de la colaboración con otros institutos (la edición de las cartas de
las brigadas Garibaldi[4] ) o de la colaboración al interno de los institutos asociados al nacional (la
publicación de las cartas del Cvl[5], las cartas del Clnai[6], del Cln de Genova[7], de las
formaciones Gl[8] y de aquellas autónomas[9]) estuvieron constantemente condicionadas por las
difíciles condiciones materiales del Instituto, que no pudo proseguir análogas iniciativas con la
continuidad que hubiera sido deseable y necesaria.
La vitalidad del Instituto se manifestó a través de la participación de sus colaboradores y de los
estudiosos que han regido la suerte del debate historiográfico. Obras problemáticas e importantes de
discusión historiográfica o de carácter profundamente innovador como Resistenza e storia d’Italia
[10]de Guido Quazza o el libro di Claudio Pavone Una guerra civile[11] y el reciente estudio de
Luigi Ganapini su La repubblica delle camicie nere[12]se colocan en el cuadro de una constante
actualización de los estudios que nace del ininterrumpido dialogo que se crea más allá del trabajo
cotidiano en la relación entre los diversas componentes que participan a la vida de los Institutos y de
este modo al mundo de la Resistencia. Un desarrollo de la investigación y de las interpretaciones
que muestra muy bien como los estudios sobre la Resistencia han conocido un progresivo
enriquecimiento problemático al paso con las solicitaciones que nuevas reflexiones historiográficas
y nuevos desarrollos políticos introducían en la sociedad y en el mundo de los estudios, aunque
quede mucho para hacer, como ponía muy en evidencia algunos años atrás una reseña critica de
Claudio Pavone [13].
Entre las etapas que representaron momentos periódicos en la vida de los Institutos hay que recordar
seguramente, por su influencia en el terreno de las orientaciones historiográficas y no solo
organizativos, la discusión sobre los límites del terreno operativo de los Institutos. La
transformación en 1974 del titulo de la publicación de “Il movimento di liberazione in Italia” a Italia
contemporanea” fue la señal evidente de maduración en curso hacia ampliación de la óptica y del
espectro de observación y de análisis con la tendencia a colocarse decididamente en un campo que
abarcara el horizonte de la Italia contemporánea en su conjunto, superando reservas y vacilaciones
de quien pensaba que no se debía abandonar la óptica más limitada pero más “protegida” del
planteamiento inicial. Los hechos han dado razón a quien quería permitir la expansión de nuestro
trabajo enfrentando sin dudas el terreno de la historia contemporánea de Italia. Pasando revista a la
historia de la Resistencia en un contexto mas amplio, con proyecciones sea sobre el periodo del
fascismo precedente o sobre aquel sucesivo, estudiando así la herencia de la Italia republicana, no
era un simple expediente para superar angustias y atolladeros temáticos y temporales; era un modo
de responder a las exigencias de una ampliación de horizontes historiográficos que nacía de las
nuevas demandas puestas en sede científica y solicitadas por el desarrollo político. Era también un
modo para estar presentes en un debate de actualidad sin perder el fuerte sentido de el origen
histórico y cultural de nuestro trabajo. Esto llevó probablemente a un desequilibrio de la actividad
del Instituto nacional respecto a los Institutos asociados, en los que era más fuerte, y probablemente
lo es todavía, el impulso a una mayor actualización de sus presencias no solo en los estudios sino
también en la sociedad, dada la presión ejercida por la estrecha relación con el territorio y por lo
tanto con una sensibilización distinta madurada no sólo en el debate historiográfico sino que
también en relación con instancias más generales de carácter cívico y cultural. Una exigencia que
reflejaba también las expectativas de muchas realidades periféricas y que fue acogida a través de la
variedad de denominaciones de muchos de los Institutos asociados, que se llamaran Institutos para
la historia de la Resistencia o de la sociedad contemporánea o Institutos para la historia de Italia
desde el fascismo a la Resistencia o Institutos para la historia del antifascismo y de Italia
contemporánea, para recordar las tipologías mas frecuentemente utilizadas en la denominación de
los Institutos. Un ejemplo importante, este, del intercambio e la interacción que se establecieron en
la relación entre el Instituto nacional y los Institutos asociados, pero sería incorrecto esquematizar
en la articulación entre un centro conservador y una periferia abierta a la innovación.
En su quincuagésimo año de vida, en la estación de la plena madurez, el Instituto se encuentra en la
situación de tener que afrontar una vez más con un esqueleto demasiado frágil el peso de crecientes
responsabilidades también respecto a la tarea de formación de educadores secundarios habilitados a
enseñar historia del siglo veinte. El Instituto se encuentra hoy viviendo en un clima político-cultural
profundamente cambiado, en la prospectiva que los valores y la historia de la Resistencia puedan
acantonarse gracias a un cambio de mayorías políticas – lo que subraya como estos no se
transformaron en factores unificadores de la conciencia cívica y de la conciencia democrática del
país, a juzgar por la sarta cotidiana de ataques periodísticos y no tanto, de ataques de un fuerte frente
mas mediático que tiende a la normalización de actitudes y comportamientos críticos que buscan
alimento en las raíces de la resistencia en la Italia republicana. No es solo la lejanía de los eventos
que atenúa la resonancia de los múltiples significados de la Resistencia; es sobre todo la voluntad
difusa de liberarse de una historia incómoda que implica el incomodísimo ejercicio de la memoria y
que tiene abiertos los espacios para la iniciativa y para el saber crítico.
Es en una perspectiva de este tipo que el Instituto debe repensar su función y operar también
opciones de carácter vital para enfrentar los términos de la privatización, o sea de un futuro en el
cual presumiblemente los recursos públicos serán concedidos con mayor parquedad.
No es mi tarea indicar ahora y aquí cual de las soluciones jurídicas convenga adoptar al Instituto –
he expresado en otra sede mis convicciones – pero es mi firme convicción que el reordenamiento
financiero e institucional del Instituto tenga que realizarse contextualmente a un relanzamiento de
su proyecto cultural. Moviéndose sin triunfalismos desde un balance de todo respeto, el Instituto
debe saber valorizar la especificidad de su historia y de su instrumentación, renovando también
modos y lenguajes de la comunicación que lo han visto en dificultad más de una vez en la relación
hacia afuera. Mas allá del aislamiento provocado por las decisiones externas, televisivas o no.
El inminente traslado a una sede nueva y más funcional es un prerrequisito para que el Instituto
pueda realizar con renovadas energías a la ansiada función de punto de referencia para la historia de
la Italia contemporánea y en perspectiva del siglo veinte. Una función que podrá resolver no
solamente garantizando su presencia en el debate historiográfico, si no que potenciando las
estructuras de investigación y garantizando, además de la continuidad de su presencia en la
organización de la didáctica, la recalificación de sus instrumentos especializados.
Más de lo que ha ocurrido en el pasado este deberá invertir para aumentar la calidad de los servicios
que puede ofrecer al publico de estudiosos, de profesores y de estudiantes. Estos servicios están
representados por un archivo único en su género en Italia, además de una biblioteca de alta
especialización que espera una revitalización después de las dificultades que han impedido su
incremento durante el último decenio, siendo también, como está en sus potencialidades, el centro
de actividad de consulta científica y didáctica como viene solicitado hoy también en base a la
renovación didáctica de la escuela.
No es esta la sede ni siquiera para sugerir soluciones organizativas para la estructura del Instituto –
ligero o pesado que se desee; entre estas igualmente se va a imponer aquella que será considerada
mas adecuada a garantizar la conservación y el uso de una instrumentación a la cual está prodigada
la memoria de una fase irrepetible de la historia de Italia y de Europa, aquella fase que se puede
decir que formaba una identidad común de la Europa del post guerra. Una tarea a la cual el Instituto
debe prepararse con la conciencia de operar en un contexto en el cual no será lícito beneficiar de
ninguna renta de posición.
[1] Bari, Laterza, 1956.
[2] L’Italia dei quarantacinque giorni. Studio e documenti, escritos de Nicola Gallerano, Luigi
Canapini, Massimo Legnani, premisa de Ferruccio Parri, Milano, Insmli, 1969.
[3] Escritos de Giuanfranco Bertolo, Claudio Della Valle, Nicola Gallerano, Luigi Canapini,
Antonio Gibelli, Libertario Guerrin, Massimo Ilardi, Massimo Legnani, Mariuccia Salvati, prelación
de Guido Guazza, Milano, Feltrinelli, 1974 (collana Insmli)
[4] Giampiero Carocci, Gaetano Grassi, Gabriella Nisticò, Claudio Pavone (a cura de), Le brigate Garibaldi nella
resistenza. Documenti, agosto 1943-maggio 1945, 3 vol., Milano, Feltrinelli, 1979 (Insmli-Istituto Gramsci).
[5] Giorgio Rochat (a cura de), Atti del Comando generale del Corpo volontari della libertà, aprile 1944-giugno 1945,
prelación di F. Parri, Milano, Angeli, 1972 (collana Insmli).
[6] G. Grassi (a cura de), “Verso il governo de popolo”. Atti e documenti del Clnai 1943-1946, Milano, Feltrinelli, 1977
(collana Insmli).
[7] Paride Rugafiori (a cura de), Resistenza e ricostruzione in Liguria. Verbali del Cln ligure 1944-1946, Milano,
Feltrinelli, 1981 (Isr Genova).
[8] Giovanni De Luna, Pietro Camilla, Danilo Cappelli, Stefano Vitali (a cura de), Le formazioni Gl nella resistenza.
Documenti, settembre 1943-aprile 1945, Milano, Angeli, 1985 (Insmli-Federazione italiana delle associazioni
partigiane).
[9] Gianni Perona (a cura de), Formazioni autonome nella Resistenza. Documenti, Milano, Angeli, 1996 (collana
Insmli).
[10] Milano, Feltrinelli, 1977.
[11] Saggio storico sulla moralità della Resistenza, Torino, Bollati Boringhieri, 1991.
[12] Milano, Garzanti, 1999.
[13] C. Pavone, La Resistenza oggi: problema storiografico e problema civile, “Rivista di storia contemporanea”, 1992,
n. 2-3, ripubblicato in Id., Alle origini della Repubblica. Scritti su fascismo, antifascismo e continuità dello Stato,
Torino, Bollati Boringhieri, 1995.
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