EDAD Y CULTURA POLÍTICA Manuel Justel Universidad Complutense RESUMEN. En este artículo se analiza la evolución de algunos aspectos de la cultura política y democrática durante los años ochenta: información y competencia política, participación política, actitudes hacia los partidos y orientaciones políticas. Los datos proceden dé sendas encuestas realizadas en 1980 y 1989. Mediante análisis de cohortes de edad, controlando sexo y nivel de estudios, se comprueba el grado diferencial de expansión de actitudes democráticas en los grupos de edad, el efecto homogeneizador que conlleva y el influjo estratégico de la educación. En el marco teórico de la socialización política en edad adulta y de las relaciones entre sistema social y sistema político, se interpretan los cambios de actitudes distinguiendo efectos de ciclo vital, de cohorte y de período. Al mismo tiempo, se discuten algunas consecuencias políticas del envejecimiento poblacional y se constata un grado notable de plasticidad actitudinal y de adhesión creciente a la democracia de las cohortes de edad avanzada. 1. INTRODUCCIÓN* Hace ahora diez años que analizamos empíricamente algunas actitudes y pautas de acción política de los viejos en España. Por aquellas fechas, Naciones Unidas había reclamado atención hacia la llamada «Tercera Edad» * Agradezco a Joaquín Arango y a José Luis Zárraga la invitación y estímulo para la realización de este trabajo. Una primera versión del mismo fue presentada en el IV Congreso Español de Sociología (24-26 de septiembre de 1992), concretamente en el Grupo de Trabajo sobre Sociología de las Edades, dirigido por el profesor Zárraga. Se trataba de revisar y actualizar algunos de los aspectos analizados al principio de los años ochenta (Justel, 1983). Reis MANUEL JUSTEL con una conmemoración especial. Ya era patente entre nosotros el fenómeno del envejecimiento acelerado de la población. Sin embargo, a juzgar por la escasísima bibliografía española existente al respecto, se había descuidado el análisis tanto de la dinámica y manifestaciones de ese complejo proceso como de las consecuencias económicas, políticas y sociales que traería consigo. A lo largo de esta década, dentro y fuera de España, se ha incrementado notablemente la preocupación y estudio del envejecimiento poblacional y de las consecuencias que de él puedan derivarse1. De todos modos, lo cierto es que hasta ahora, tanto por razones histórico-empíricas como conceptual-teóricas, el envejecimiento no ha constituido un tema básico de discusión en la sociología predominante (Turner, 1989, p. 589)2. Este trabajo tiene que ver con el estudio de las interdependencias entre el cambio social y los procesos poblacionales. El llamado «metabolismo demográfico» por el que la sociedad renueva y reemplaza sus efectivos es aliado natural de la capacidad de transformación social. Y el peso relativo de determinadas cohortes de edad tiene su incidencia en el conjunto del sistema, bien a favor de la estabilidad, bien dando oportunidades o induciendo la transformación social. Sin olvidar posibles procesos de reversibilidad (Riley, Foner y Waring, 1988, p. 267; Kohli, 1985)3. Decíamos hace una década que las llamadas de atención acerca de las tasas de envejecimiento poblacional cara al futuro iban a ir acompañadas 1 En Europa cabe citar el seminario que, con el concurso de la Comisión de las Comunidades Europeas, organizó en París, en octubre de 1988, Futuribles International sobre «Le vieillissement démographique: tendences, enjeux et stratégies», en el que participaron un centenar de expertos europeos y americanos {Futuribles, núm. 125, 1988, pp. 3-8). Pero son muchos más los foros académicos y políticos que se han ocupado últimamente de estos temas. Por otra parte, ya en los años sesenta la Russell Sage Foundation promovió la recopilación y puesta al día del conocimiento científico sobre relaciones intergeneracionales y sobre las últimas etapas de la vida, dando lugar, a partir de 1968, a la publicación de varios volúmenes bajo el título Aging and Society (1968, 1969 y 1972). Por su parte, The American Academy of Political and Social Science ha publicado varios números monográficos en su revista The Annals sobre temas relacionados con el envejecimiento poblacional y sus consecuencias: «Political Consecuences of Aging» (núm. 415, 1974); «Planning for the Elderly» (núm. 438, 1978), y «The Quality of Aging: Stratégies for Interventions» (núm. 503, 1989). 2 Los avatares históricos, teóricos y metodológicos de la sociología de la edad (Sociology of Age) han sido presentados en detalle por Matilda W. Riley (1987), en su intervención como presidente en la sesión anual de la American Sociological Association de 1986 y en el Handbook of Sociology, editado por Neil J. Smelser (Riley, Foner y Waring, 1988). A la vista de la complejidad y multidimensionalidad que caracteriza el objeto de estudio de esta rama de la sociología, los últimos desarrollos teóricos y metodológicos claman por la aproximación e integración de varias disciplinas y perspectivas de análisis. Un buen ejemplo al respecto es el que proponen Featherman y Lerner (1985) desde la perspectiva metateorética del llamado «contextualismo de desarrollo» (development contextualisme), perspectiva capaz de atender a esas dinámicas múltiples e interrelacionadas del envejecimiento individual y poblacional. 3 «Gran parte del cambio que se operará va a depender no sólo de las operaciones concretas de los sistemas de estratificación basados en la edad, sino también en las direcciones futuras que sigan las ideologías que definan poderes y derechos de niños y viejos, en estereotipos culturales sobre las capacidades de las gentes a diferentes edades y en los valores básicos a través de los cuales se atribuyan las recompensas o reconocimientos» (Riley, Foner y Waring, 1988, p. 280). 58 EDAD Y CULTURA POLÍTICA de otras llamadas sobre la emergencia de un nuevo tipo de protagonismo social y político de los ciudadanos de edad avanzada. Hay que presumir, incluso desde un punto de vista estrictamente empírico y cuantitativo —decíamos—, que «un colectivo incrementado y numeroso de sujetos que mantienen sus derechos y obligaciones políticas, a pesar de su no participación directa como fuerza económicamente productiva, reaccionará —o está reaccionando ya—, sobre todo en las sociedades democráticas, para condicionar, al menos con su voto, la marcha de la sociedad» (1983, p. 29). Tomando palabras de Cowgil (1974), decíamos también que «muchas de las adaptaciones o cambios institucionales requeridos forzosamente habrán de ser propuestos, debatidos, pactados y adoptados en la arena política» (1974, p. 18). De ahí el interés en analizar la evolución de las actitudes y orientaciones políticas básicas de los ciudadanos de edad avanzada en relación a los otros grupos de edad4. Marco de análisis y datos utilizados El análisis de la formación y cambio de actitudes y comportamientos políticos ha alcanzado ya un alto nivel de sofisticación. Operativamente, implica una interrelación entre tres perspectivas analíticas distintas: la de los procesos de envejecimiento a lo largo del ciclo vital; la de las coincidencias y diferencias entre cohortes de edad y entre individuos en las cohortes; y también la que se enfrenta con los efectos de períodos históricos sobre individuos y cohortes. La importancia teórica y metodológica de esas diferentes perspectivas de interpretación y análisis ha adquirido carta de reconocimiento, si bien su aplicación reciente no ha permitido aún una acumulación consistente de generalizaciones empíricamente contrastadas, ni siquiera en el ámbito de las relaciones entre el envejecimiento y el sistema político, ámbito extensamente investigado en las dos últimas décadas (Bengtson y Cutler, 1976; Hudson y Binstock, 1976; Hudson, 1980; Riley, Foner y Waring, 1988; Turner, 1989; Alwin y Krosnick, 1991). La dificultad radica en que cada una de las perspectivas (maduración con la edad o efecto de ciclo vital; efecto de cohorte; y efecto histórico o de período), por sí misma, ofrece potencialmente una explicación plausible de los cambios o tendencias sociales (Bengtson y Cutler, 1976, p. 138; Cutler, 1969; Cutler y Bengtson, 1974). De ahí la necesidad o por los menos la 4 Buena prueba de esta primera apreciación hipotética sobre el desarrollo y consecuencias políticas del envejecimiento poblacional y de la acción de los viejos, aun por el solo hecho de ser cada vez más en relación con otros grupos de edad, son los trabajos empíricos realizados en varios países sobre el envejecimiento como tema político y social de primer orden (Mahoney, 1988; De Jouvenel, 1989; Jones, 1988; Euzeby, 1989; Gaullier, 1989, y muchos otros) y específicamente por su impacto electoral y en la representación política (Molina, 1990). La «meridionalización» previsible de la representación parlamentaria italiana a la que llega Molina es un buen ejemplo de la transformación social y política que puede inducir el predominio de cohortes de ciudadanos de avanzada edad en el electorado italiano en las próximas décadas. MANUliLJUSTÍ-L conveniencia de plantear y 'analizar hipótesis sobre los tres tipos de efectos posibles relacionados con la edad, para poder establecer cuál de ellos predomina y para evitar conclusiones erróneas. La edad es uno de los rasgos estructurales básicos de referencia para el estudio del cambio en cualquier sociedad o grupo (Riley, 1987), incluso como cleavage político de importancia estratégica, al modo como lo han sido o pueden seguir siéndolo la etnia, la clase social o la religión. La edad es uno de los factores que, en expresión de Mannheim, sitúa (locates) a los individuos o a los grupos en la estructura social (Riley, Johnson y Foner, 1972; Foner, 1974; Jackson, 1985), tanto en las sociedades tradicionales como en las modernas (Abramson e Inglehart, 1992; Foner y Kertzer, 1978). Por otra parte, desde Aristóteles hasta nuestros días se reconoce la relación y el influjo de la estructura social en la política. Pero, contra la apariencia inicial, no suele ser la edad un factor explicativo de destacado poder, una vez controlados otros factores. Hay que permanecer siempre atentos al posible carácter espúreo de su intervención (Riley, 1987, p. 2). Así lo señalábamos en nuestro trabajo de 1983 (pp. 29 y 137). Como advierte Glenn (1974, p. 183), mientras los datos de cruce transversal —cross-sectional data— confunden efectos de envejecimiento personal con efectos de cohorte, los datos longitudinales confunden efectos del envejecimiento con efectos de período. Al incluir en este trabajo el análisis longitudinal, habrá que prestar especial atención a la advertencia de Glenn. Y también a la indicación de Hyman (1972, p. 260) para no presumir equivalencia de grupos de edad que se suceden en el tiempo, cuando hay que pensar que cohortes sucesivas pueden y suelen ser tributarias de experiencias y condicionamientos históricos divergentes, además de experimentar, en términos agregados, cambios de composición interna. De diez o doce años a esta parte, el agregado de más de sesenta años, por ejemplo, se ha «renovado» en aproximadamente la mitad de sus efectivos. La mitad más joven de entonces constituye ahora la mitad más envejecida. Si comparamos el agregado poblacional de más de sesenta años en 1980 y 1989, no estamos comparando de hecho al mismo conjunto de individuos. Para salvar este escollo, que normalmente evade el análisis transversal o estructural, practicaremos análisis de cohortes. Complementamos el análisis entre cohortes con el análisis intra-cohorte, a sabiendas de que toda cohorte es internamente heterogénea. El control de terceras variables permitirá, en este sentido, separar efectos y avanzar en la concreción de ritmos e intensidad de los cambios que se detecten. Desafortunadamente, a este respecto, habrá que supeditarse a lo que el material empírico disponible permita sin perder validez analítica. Los datos proceden íntegramente del Banco de Datos del CIS. Para el análisis de cohortes, ante la necesidad de llegar a un compromiso entre exigencias operativas y disponibilidad de datos, se ha optado por utilizar básicamente dos encuestas de casi idénticas características técnicas, realizadas, respectivamente, en julio de 1980 y enero de 1989. Ambas parten de 60 I-DAD Y CULTURA POLÍTICA muestras nacionales de población adulta con casi 3.500 entrevistas y ambas suministran información comparable sobre algunos indicadores de cultura y comportamiento político que aquí nos interesan5. Para el análisis de trayectoria utilizaremos básicamente esas dos encuestas, salvo el recurso excepcional a algunas series temporales más densas obtenidas de encuestas periódicas del CIS a partir de 1980. El análisis que se pretende es fundamentalmente diacrónico y a nivel agregado. Al aunar análisis de trayectoria y por cohortes de edad, la medición del cambio o continuidad de actitudes y comportamientos políticos que pretendemos sólo es factible en términos agregados6. La definición de cohortes se ajusta al período aproximado de nueve años que separa ambas tomas de datos (cuadro 1). La amplitud de las muestras nos permite, además, mantener esa definición de cohortes al controlar terceras variables, concretamente sexo o nivel de estudios. Con carácter exploratorio, practicamos también controles múltiples, aunque para ello se han reagrupado las cohortes de edad, con vistas a conservar una base muestral suficiente en que el error aleatorio no desvirtúe las conclusiones del análisis (cuadro 2). Como telón de fondo, tendremos en mente las principales conclusiones a que ha llegado el análisis transversal o estructural de la cultura política en España y en otros países, sin necesidad de reproducir la información empírica que las sustenta7. CUADRO 1 Definición y tamaño de las cohortes de edad en 1980 y 1989 1980 Cohorte Y A B C D E F G TOTAL 1989 Año de nacimiento Edad 1963-71 1954-62 1945-53 1936-44 1927-35 1918-26 1909-17 1900-08 (18-26) (27-35) (36-44) (45-53) (54-62) (63-71) (72-80) 523 645 622 526 492 394 203 (18-26) (27-35) (36-44) (45-53) (54-62) (63-71) (72-80) (81-89) 727 537 499 496 453 399 187 38 (18-80) 3.456 (18-89) 3.346 N Edad N 5 En el Banco de Datos del CIS se identifican con los números 1237 y 1788, respectivamente. 6 El análisis de cohortes es homólogo al estudio de panel, pero sólo en términos agregados. La unidad de análisis es el grupo de edad y no el individuo, como en el panel (Evan, 1959). 7 Remitimos, para ello, a los estudios clásicos existentes al respecto (Rose, 1980; 61 MANUEL JUSTEL CUADRO 2 Definición de cohortes de edad y tamaño de muestra al controlar sexo y nivel de estudios Primarios o menos Cohorte Año de nacimiento A) Hombres 1963-71 1945-62 1927-44 1900-26 Agrupación cohortes" Y AyB CyD E, F y G TOTAL B) Mujeres 1963-71 1945-62 1927-44 1900-26 TOTAL Y AyB CyD E, F y G Bachiller o equivalente Superiores 1980 1989 1980 1989 1980 1989 — 196 331 425 118 237 346 242 — 241 119 71 207 158 62 11 — 130 79 43 41 111 35 18 972 947 434 439 254 204 — 261 464 496 99 338 451 338 — 237 114 36 192 132 32 8 — 95 32 8 64 56 18 4 390 364 135 143 1.246 1.231 La agrupación de cohortes obedece a la necesidad de garantizar una base de muestra suficiente y la posibilidad de comparación. En niveles medios y superiores de estudios la base de muestra resulta insuficiente para las cohortes de más edad, tanto de hombres como de mujeres. El cambio demográfico: algunas cifras de referencia El envejecimiento acelerado de la población que se viene produciendo desde hace más de medio siglo en todo el mundo, y de manera destacada en las sociedades avanzadas de Occidente, no tiene precedente histórico. Según las proyecciones demográficas de Naciones Unidas, este fenómeno va a continuar en las próximas décadas y de manera más acentuada. Según las estimaciones medias, en el año 2025 uno de cada cuatro europeos tendrá sesenta y cinco años o más (Jouvenel, 1989, p. 73). Milbrath, 1981; Almond y Verba, 1970; Gaxie, 1985, y otros muchos). Por lo que se refiere a nuestro país, remitimos a nuestro trabajo de 1983, así como a Maravall (1982). Y respecto a comportamientos y actitudes políticas de los viejos, véanse principalmente Foner (1972); Hudson y Binstock (1970); Hudson (1980), y Alwin y Krosnick (1991). El trabajo empírico más documentado que se ha publicado recientemente en España sobre la cultura política de los españoles es el de Montero y Torcal (1990). Recoge y analiza series temporales de una amplia selección de indicadores de cultura política para casi todo el período democrático y, en algunos casos, predemocrático, aunque referidos generalmente al conjunto de la población adulta y no a los diferentes grupos de edad. 62 EDAD Y CULTURA POLÍTICA En España el proceso de envejecimiento poblacional no ha alcanzado la intensidad de otros países europeos como Alemania (RFA), Holanda o Bélgica. Ni parece que vaya a alcanzarla de aquí al año 2025. Pero el proceso es también acelerado en nuestro país. Según nuestros propios cálculos, a partir de los datos y proyecciones demográficas del INE (Justel, 1983, pp. 37 y ss.), en 1995 los españoles con sesenta años cumplidos serán aproximadamente el 18 por 100 de la población total, casi un tercio más que en 1960. En términos políticos, una primera consecuencia se produce en el envejecimiento del censo electoral. En 1995 uno de cada cuatro españoles con derecho a voto habrá cumplido los sesenta años. En nuestro trabajo de 1983 incluíamos un análisis demográfico elemental, con cálculos desagregados por región y provincia, que pone de manifiesto la muy desigual evolución e incidencia del envejecimiento poblacional del censo electoral de las diferentes provincias y regiones. Las migraciones internas y externas de décadas pasadas siguen produciendo a corto y medio plazo grandes desequilibrios y diferencias interprovinciales de estructura demográfica. Reproducimos, como aproximación casi actual, el mapa provincial correspondiente a 1990, con la clasificación de provincias según tramos de envejecimiento relativo de su electorado (mapa I)8. MAPA 1 Clasificación de provincias según porcentaje de electores de más de 60 años en 1990* Más del 40% Del 35 al 40% Del 30 al 35% Del 25 al 30% Del 20 al 25% Menos del 20% * Tomado de M. JUSTEL, LOS viejos y la política, GIS, Madrid, 1983, p. 60. I MIENTE: Proyecciones demográficas del INE (cálculos y confección propios). 8 Está por hacer en España un estudio proyectivo de consecuencias del envejecimiento general y desigual del electorado en provincias o circunscripciones, al estilo del realizado 63 MANUEL JUSTEL Dinámica de la cultura política en España: indicadores, interpretaciones e hipótesis El estudio de la cultura política de los españoles a partir de los años setenta ha estado guiado fundamentalmente por el interés en comprobar las posibilidades de consolidación de la democracia. Incluso cuando, en las postrimerías del franquismo, se estudió desde la sociología o la ciencia política el perfil sociológico de la sociedad española (Informes FOESSA, 1966 y 1970; López Pintor y Buceta, 1975) o directamente la cultura política en la España de Franco (López Pina y Aranguren, 1976), latía la preocupación por verificar las resistencias, por un lado, y los resquicios, por otro, para la reinstauración democrática9. Dos procesos, en cierto modo antagónicos, pero históricamente imbricados, daban pie a enfocar las posibilidades de futuro en una doble perspectiva: la más optimista extraía consecuencias políticas positivas de la transformación social derivada del desarrollo económico acelerado que tuvo lugar en la década de los años sesenta; la menos optimista surgía del análisis de las consecuencias que podrían derivarse del largo proceso de socialización en valores antidemocráticos durante la etapa del franquismo. La dictadura de Franco había superado en duración a todas las que se establecieron en Europa entre las dos guerras mundiales y era razonable pensar que dejaría una impronta antidemocrática en la cultura política durante generaciones, reforzando además una tradición autoritaria que venía de lejos (López Pintor y Wert, 1982; Cazorla, 1990). Esa ambivalencia ha sobrevivido en estudios posteriores que han llegado a etiquetar la cultura política española en la etapa democrática como «cinismo democrático» (Maravall, 1982; o Botella, 1990), aunque resaltando también la moderación política de los españoles, el éxito en la desmantelación del franquismo y la articulación del pluralismo político y la democracia de manera ejemplar, a pesar, por lo demás, de la predominante pasividad política en la población (Gunther, 1988). Para unos y otros, es claro que la alternativa autoritarismo versus democracia, que se cernía sobre la sociedad española a mitad de los años setenta, se decantó con sorprendente facilidad hacia la segunda en un proceso de «resocialización» acelerada de valores para Italia (Molina, 1990). Análisis exploratorios del cambio de actitudes y comportamientos políticos como el que aquí pretendemos pueden aportar algunas conclusiones tendenciales de interés para el diseño de estudios proyectivos de esa naturaleza, aportando factores de corrección a las hipótesis de futuro sobre el comportamiento político y electoral de las diferentes cohortes y segmentos del electorado. No es el nuestro un análisis directo de consecuencias, aunque de él puedan surgir hipótesis al respecto. 9 Como dice acertadamente López Pintor, la curiosidad intelectual por los procesos de transición a la democracia o redemocratización se da la mano con la urgencia por alumbrar salidas políticas a las dictaduras (1987, p. 1064). Hay un claro componente práctico en el estudio de estos temas. Y en su trabajo, López Pina y Aranguren dicen expresamente no escribir «desde la neutralidad valorativa, sino desde el compromiso personal con un destino colectivo inspirado en la libertad y la justicia» (1976, p. 21). 64 EDAD Y CULTURA POLÍTICA democráticos (López Pintor, 1987). A posteriori, parece evidente que el proceso de apertura económica y sociológica que tuvo lugar en el tardofranquismo, con avances sociales importantes en materia educativa, con procesos migratorios y turísticos de gran envergadura, con la «reemergencia» paulatina de movimientos sindicales, estudiantiles y políticos, sin olvidar la repercusión que el Concilio Vaticano II tuvo en el resquebrajamiento de la mentalidad y estructura nacional-católica de la Iglesia española, configuró una situación y un clima de permeabilidad, tolerancia y deseos de libertad capaz de contrarrestar el poso autoritario que pretendía perpetuar la minoría «activa» identificada con el franquismo10. Cabe pensar, incluso, que el miedo difuso al rebrote autoritario e intolerante resultó funcional para la adopción del consenso como criterio y procedimiento de transición pacífica a la democracia por parte de las élites políticas, destacadamente los viejos dirigentes de la izquierda y los jóvenes reformistas del régimen11. Esa propensión histórica a la pasividad política, al distanciamiento de la política y de los políticos, cultivada por los dirigentes del régimen autoritario, pudo reforzarse, en cierto modo, durante la transición a la democracia por cuanto el papel descollante de las élites dejaba en segundo término la intervención de los ciudadanos en las decisiones políticas, salvo con su presencia asidua ante las urnas. En comparación con la media de las democracias europeas, la participación política de los españoles presenta un nivel o frecuencia relativamente bajo, sobre todo en prácticas colectivas y organizadas (asociacionismo, afiliación sindical y partidista, etc.), y algo menos distante de la pauta europea en acciones habitualmente también muy minoritarias y selectivas en las democracias europeas (Maravall, 1982). Por lo que se refiere a la participación electoral, se ha dado un relieve exagerado, a nuestro entender, a las diferencias que separan a España de los niveles medios de las democracias europeas. Las cifras de abstención en España se sitúan entre las más altas, pero a muy corta distancia de los países de nuestro entorno (Francia y Portugal) y de otros países europeos que no contemplan la obligatoriedad legal del voto (Inglaterra, Irlanda, Finlandia y Noruega, entre otros). Las diferencias son cuantitativamente grandes casi exclusivamente en comparación con países que tienen o han tenido vigente el voto obligatorio (Italia, Holanda, Bélgica, etc.)12. Las diferencias de nivel de participación asociadas a la edad y otros factores individuales y de contexto siguen en España pautas similares a las de otras 10 Muy sugerente respecto a las «libertades intersticiales» que se reserva toda sociedad y al «clima» (stimmum) que se recrea en períodos de efervescencia, en la acepción durkheimiana, es la obra reciente de Maffesoli (1992), sobre la transfiguración de lo político. 11 Sobre la transición política a la democracia existen ya valiosos trabajos de investigación que no serán objeto directo de atención en estas páginas. 12 Los estudios recientes sobre abstención electoral en España han tratado de ponderar su amplitud y significado comparado (Justel, 1990 y 1992; Montero, 1986 y 1990). 65 MANUEL JUSTEL democracias pluralistas. Como aquéllas, están evolucionando sensiblemente en los últimos años (Justel, 1992). Ante este panorama, cobra especial importancia el análisis dinámico y de cohortes. A través de él es posible constatar si, al extenderse en el tiempo la experiencia política democrática, aunque ésta sea aún breve, se produce un avance o no en la sociedad española en su acercamiento a la política en términos de información y competencia, de predisposición más generalizada a las diferentes formas de participación política y de otras actitudes básicas. Los aspectos que se analizan en este trabajo son los siguientes: — — — — Información y competencia política. Actitudes hacia la democracia y los partidos políticos. Actitudes hacia algunas formas de participación política. Orientación ideológica y comportamiento electoral. Los indicadores concretos aparecen recogidos literalmente en el cuadro adjunto (cuadro 3). Entre los muchos indicadores que se utilizan habitualmente para el análisis de los aspectos enumerados nos hemos visto forzados a seleccionar un número reducido. Primero, por el deseo de explorar el continuo que va desde las precondiciones al comportamiento efectivo, pasando por algunas actitudes hacia la política democrática y sus componentes. Y segundo, porque dentro de la información empírica disponible, el estudio del cambio de actitudes y comportamientos políticos, cuando se quieren diferenciar y controlar efectos múltiples relacionados con la edad, presenta cierta complicación analítica y operativa que obliga a la selección. Los indicadores seleccionados permitirán contrastar, al menos parcialmente, algunas de las hipótesis que han sido planteadas por la literatura científica en este campo, unas referidas al proceso de socialización política, otras a los procesos de envejecimiento personal (efectos de ciclo vital) o poblacional (dinámica demográfica) y otras, finalmente, a efectos históricos sobre las diferentes cohortes de edad. Están a punto de alcanzar la mayoría de edad los primeros españoles nacidos en democracia. Pero ya forman parte del censo electoral un buen número de jóvenes cuya educación infantil o juvenil ha tenido lugar en período democrático. La última cohorte de nueve años analizada en este trabajo la constituyen aquellos que han alcanzado la mayoría de edad entre 1980 y 1989. Nacidos durante el régimen anterior, pero educados en democracia, constituyen un buen grupo de control para el análisis comparado. Para esta cohorte sólo disponemos de datos recogidos por encuesta de 1989. Para otras siete cohortes de edad de igual amplitud se dispone de datos comparables tomados al principio y al final de la década de los años ochenta. Todos sus integrantes, en momentos diferentes de su ciclo vital, han podido experimentar ese proceso de «resocialización» política y demo66 CUADRO 3 Relación literal de indicadores Etiqueta Expresión literal 1. Información política «¿Se considera usted muy al corriente, bastante, poco o nada al corriente de lo que pasa en política?». 2. Competencia política. «A veces la política es tan complicada que la gente como yo no puede comprender lo que pasa» (en 1989 varía el inicio de la frase: «Generalmente la política parece tan complicada que...»). 3. Predisposición a la participación política (formas): 3.1. Firmar una petición. 3.2. Participar en una huelga. 3.3. Participar en una manifestación pacífica. 3.4. Ocupar fábricas o edificios. Se le presentan al entrevistado como «acciones que la gente lleva a cabo a veces para protestar o para dar a conocer su opinión sobre algún problema» y se le pregunta «si aprueba o desaprueba cada una de ellas». 4. Percepción del voto como deber cívico. «Cuando usted acude a votar en unas elecciones, ¿qué le mueve principalmente a hacerlo?». La primera de las opciones de respuesta es: «Lo considera un deber cívico». 5. Opiniones sobre los partidos políticos: 5.1. Canales de participación democrática. 5.2. Instrumentos de defensa de intereses de grupo o clase social. «Gracias a los partidos la gente puede participar en la vida política española». 1980: «Los partidos sirven para defender los intereses de las clases y los grupos que hay en la sociedad». 1989: «Los partidos son necesarios para defender los intereses de los distintos grupos y clases sociales». 6. Orientación política de izquierda. Se autoubican en las posiciones 4 o menos en el continuo izquierda-derecha (escala de 0 a 10 puntos en 1980 y de 1 a 10 en 1989). 7. Voto a la izquierda. Declaran voto decidido a partidos de izquierda en el supuesto de elecciones generales: «Si mañana hubiera elecciones generales, ¿¿i qué partido votaría?». O > MANUEL JUSTEL crática durante la transición y en los años sucesivos a los que se refiere más directamente este trabajo. Parece oportuno intentar comprobar el impacto diferencial del período en las cohortes de edad. Es un marco adecuado para verificar, de manera específica, hasta qué punto predomina el cambio o la continuidad actitudinal en los ciudadanos de edad avanzada. Por qué no pensar que también los viejos han cambiado o están cambiando sus actitudes y comportamientos políticos por el efecto del clima generado en la transición a la democracia y por el ejercicio mismo de los rituales democráticos en años sucesivos (Foner, 1974; López Pintor, 1987). Nuestra primera hipótesis general apunta a que esos factores han producido o están produciendo una expansión y reforzamiento de las actitudes y prácticas políticas democráticas en todas las cohortes de edad, y de manera especial en las que vivieron una experiencia prolongada bajo el régimen autoritario. La segunda hipótesis general que guía este trabajo se refiere a los cambios en la cultura y práctica política derivados del cambio social y del «metabolismo demográfico». En tal sentido, cabe esperar que el conjunto de la población adulta en 1989 presente mayores niveles de información, competencia y participación política que la de 1980. Aunque el período analizado es reducido, cabe presumir que los avances sociales en términos de educación y nivel de vida (urbanización creciente, acceso generalizado de las nuevas cohortes de edad a la enseñanza reglada de nivel primario y secundario, extensión importante de la educación universitaria y exposición creciente a la información política nacional e internacional que de forma plural brindan los mass media, entre otros factores de parecida naturaleza) repercutan positivamente en la expansión y consolidación de actitudes políticas democráticas. El propio «metabolismo demográfico» repercute en el mismo sentido al operarse durante la década analizada el relevo de la cohorte más vieja de 1980 por otra que alcanza la mayoría de edad a partir de esa fecha (cohorte Y a efectos de este trabajo). La inmunidad o resistencia a los cambios en las cohortes de avanzada edad a que hacen referencia las teorías clásicas de la socialización política habría de producir un efecto estabilizador (conservador) sobre el conjunto de la población en un período en que tiene lugar un envejecimiento poblacional importante. Bien es verdad que la investigación política más reciente ha descubierto ya debilidades sustantivas a esa teoría general sobre la rigidez actitudinal creciente asociada al envejecimiento personal, especificando circunstancias o condiciones sociales y políticas o aspectos, temas o actitudes concretas en las que los cambios con la edad tienden a producirse en la misma dirección que marca la tendencia general en una sociedad o grupo (Evan, 1965; Foner, 1974). Especialmente sugestiva nos parece, a este respecto, la hipótesis esbozada por López Pintor (1987) sobre la socialización política en edad adulta, recordando que los niños suelen presentar un vacío político o una distancia actitudinal de la política cualquiera 68 EDAD Y CULTURA POLÍTICA que sea el contexto social, económico o político en el que se desarrollan. Si a eso se añade, según este autor, que el régimen autoritario en España produjo una quiebra sustancial en la acción socializadora en lo político de agentes tan destacados como la familia o la escuela y que esa tarea se desplazó en el tardofranquismo en gran medida a los grupos de iguales (adultos) en el trabajo, la universidad, las asociaciones culturales y políticas, tanto más coherente resulta esperar cambios actitudinales ligados al proceso de transición democrática y de ejercicio democrático posterior. Más aún, si la revisión más elemental de las actitudes políticas de los años de franquismo trae a primer plano la existencia de un inmenso vacío, no sólo por la carencia de actitudes políticas articuladas, sino por la verificación de una inmensa ignorancia y un alto índice de apoliticidad (López Pina y Aranguren, 1976, p. 63), más obvia parece la hipótesis de que durante la transición e incluso después se haya producido esa «resocialización» general, un tanto ex novo, de que hablan algunos autores13 y que de forma casi necesaria habrá de reflejarse en la medición diacrónica y por cohortes de sus efectos. De no ser así, también sería preciso enfrentarse con la necesidad de explicarlo. En definitiva, y con independencia de que hayamos de estar atentos al dinamismo específico de cada uno de los componentes de la cultura política que aquí se analizan, esta perspectiva nos parece la más plausible a priori para guiar el análisis que nos ocupa en estas páginas. Las hipótesis concretas que pueden plantearse en este contexto son múltiples y abiertas. El período analizado es corto y limita las posibilidades de contraste, obviamente. Pero el análisis de cohortes (entre cohortes e intra-cohortes) puede brindar la oportunidad de formular varias y contrastar algunas de las hipótesis posibles. Por ejemplo, la que indica que al envejecer (growing older, no sólo growing oíd) se produce un cambio que consiste en abandonar formas «no convencionales» de participación política para adoptar con mayor asiduidad otras más «convencionales». También se puede avanzar en la concreción en nuestro medio de algunas tendencias relativas a la nivelación y homogeneidad creciente de actitudes 13 No entramos aquí en la consideración de lo que ese «vacío político» haya tenido de pro o de contra en el momento transicional a la democracia. Ni tampoco en las matizaciones sobre el rescoldo de memoria democrática que el sistema autoritario no pudo sofocar (López Pintor, 1987). Sí estará presente en nuestra reflexión sobre la década de los ochenta, por la pervivencia que pueda demostrar, esa conclusión sumaria de Aranguren y López Pina, según la cual el franquismo, de ser originalmente un régimen político, llegó a convertirse en forma de vida de los españoles. Según ellos, el franquismo como escala de valores y modelo humano se internalizó y se tradujo en pautas de comportamiento (1976, p. 214). Ya en democracia, cabe preguntarse qué queda de todo ello en la «forma de vida» de los españoles de los años ochenta y noventa. Y, por qué no, preguntarnos también por el grado de compatibilidad de esa «forma de vida» con la democracia misma. Al final, la gran cuestión es ésta: ¿cómo se hace demócrata el «franquismo sociológico»? (como lo etiquetó en su día Amando de Miguel). Y no es suficiente la respuesta coyuntural e institucional ligada al cambio de régimen. Hay que responder dinámicamente a base del proceso que se inicia (¿o continúa?) a partir de la muerte de Franco. 69 MANUEL JUSTEL y comportamientos políticos entre los sexos, los grupos de edad y otros cleavages tradicionales. En general, algunos autores que, mediante series temporales, han analizado ya dinámicamente parte o todo el período que nos ocupa, tienden a concluir que no se han producido cambios significativos o cambios sustanciales en las pautas de la cultura política en España (Maravall, 1982; Montero y Torcal, 1990). Siempre resulta problemático establecer si los cambios son o no «sustanciales». Depende del marco de referencia. A menudo se reproduce el consabido juicio sobre la botella «medio llena» o «medio vacía». Quizá sea bueno recordar también aquí que la democracia española actual pertenece a una nueva generación de democracias, evidentemente ligada al pasado próximo y remoto, pero rearticulada en un momento en que las democracias históricas de referencia están experimentando cambios importantes respecto, por ejemplo, a la relación de los ciudadanos con los partidos o los sindicatos, a los cleavages tradicionales (clase social, religión y otros), etc. (Gunther, 1991; Franklin, 1992), y que puede haberse anticipado en la asunción de rasgos y pautas que van a caracterizar a otras democracias más consolidadas en los próximos años (Linz, 1986). 2. DINAMISMO DE LA CULTURA POLÍTICA DE LOS ESPAÑOLES EN LA DECADA DE LOS OCHENTA: PAUTAS DIFERENCIALES SEGÚN LA EDAD, EL SEXO Y EL NIVEL EDUCATIVO La cultura política democrática se ha extendido notablemente en España durante los años ochenta, a juzgar por la dinámica positiva experimentada por el conjunto de indicadores analizados en este trabajo. Se incrementa de manera notable en el conjunto de la población adulta el nivel de información política, el sentimiento de competencia política, así como la valoración de los partidos políticos como instrumentos de defensa de intereses de grupo o clase social y como cauces de participación política. Se extiende también la aprobación de varias formas convencionales y no convencionales de participación política, como otras tantas formas de protesta o de hacer saber la propia opinión sobre los problemas (cuadro 4). Calificamos de notable el cambio producido en el conjunto de la población adulta a la vista de los incrementos medios de la mayoría de los indicadores (véanse los «índices de cambio» en el cuadro 4). Entre los mayores de sesenta años la proporción de individuos con actitudes democráticas definidas es bastante más baja que en el conjunto de la población adulta, tanto en 1980 como en 1989. Sin embargo, lo que interesa resaltar aquí es que el análisis dinámico evidencia que entre los españoles de más de sesenta años se está produciendo una expansión de las 70 CUADRO 4 Cambio de actitudes y opiniones políticas 1980-1989 Población adulta 1. 2. Información y competencia política: 1.1. Información política (1) 1.2. Competencia política (2) Predisposición a la participación política (3): 2.1. Firmar una petición 2.2. Participar en una huelga 2.3. Participar en una manifestación pacífica 2.4. Ocupar fábricas o edificios Índice de cambio'1' Mayores de 60 años 1980 1989 A% 1980 1989 A% Población adulta Mayores de 60 años 24 22 31 36 7 14 10 11 18 22 8 11 1,29 1,64 1,80 2,00 69 48 75 65 6 17 46 21 60 45 14 24 1,09 1,35 1,30 2,14 58 16 65 26 7 10 31 5 45 15 14 10 1,12 1,62 1,45 3,00 3. Percepción del voto como deber cívico (4).... 58 61 3 55 58 3 1,05 1,05 4. Opiniones sobre los partidos políticos: 4.1. Canales para la defensa de intereses de grupo o clase 4.2. Canales de participación política 54 52 67 62 13 10 35 33 53 51 18 18 1,24 1,19 1,51 1,54 5. Intención de voto a partidos de izquierda .... 29 33 4 17 27 10 1,14 1,59 6. Se autoubican en la izquierda (posiciones 1 a 4 de la escala) 33 34 1 16 23 7 1,03 1,44 * 1989 sobre 1980 (cociente de porcentajes). (1) Porcentaje que se declara muy o bastante «al corriente de lo que pasa en política». (2) Porcentaje en desacuerdo con la frase «A veces la política es tan complicada que la gente como yo no puede comprender 1° que pasa» (en 1989 la frase literal fue ésta: «Generalmente, la política parece tan complicada que...»). (3) Las cifras son porcentajes que aprueban cada una de las formas de participación política descritas, definidas como «acciones que la gente lleva a cabo para protestar o para dar a conocer su opinión sobre algún problema». (4) Porcentaje que declara que esa percepción es la que le mueve principalmente a votar, frente a otros móviles. FUENTE: Para 1980, Estudio 1237 del CIS (N=3.456); para 1989, Estudio 1788 del CIS (N=3.346). g MANUEL JUSTEL actitudes democráticas tan amplia o más que en el conjunto del electorado (cuadro 4). Son varios los indicadores, como iremos viendo a lo largo del análisis, en los que el índice de cambio en el agregado poblacional de más de sesenta años supera a la media, confirmando las hipótesis generales antes planteadas. Las cohortes de edad más avanzada están experimentando en España actualmente un incremento grande de información y más aún de competencia política y una valoración cada vez más extendida del papel que juegan los partidos políticos en el sistema democrático. Con independencia de que sobre algunos aspectos sean aún una minoría los que así opinan, estos datos desmienten, en alguna medida, los supuestos de rigidez actitudinal de las personas de edad avanzada. En términos de información y competencia política esa minoría se ha duplicado entre 1980 y 1989. Y como luego veremos en detalle, esa evolución no obedece únicamente al cambio demográfico o relevo generacional. Esta primera apreciación global sobre los datos analizados resulta sumamente interesante. Toda la población española adulta evoluciona positivamente en la extensión de actitudes y pautas políticas básicas de signo democrático en el período post-transición. Y las cohortes de edad avanzada siguen esa misma tendencia general con igual o mayor intensidad relativa. Información y competencia política El análisis de cohortes sobre los datos de información y competencia política permite afirmar que durante los años ochenta en España todas las cohortes de edad han experimentado un avance notable (cuadro 5). Los índices de cambio evidencian que el incremento de información y competencia política ha sido incluso más acentuado en las primeras cohortes, las de más edad, que en algunas cohortes posteriores. Más concretamente, por lo que se refiere a la competencia política, la cohorte que más ha cambiado es la que en 1980 tenía entre 18 y 26 años, es decir, la que durante la década de los ochenta ha entrado en el mercado de trabajo. Este dato vendría a corroborar la constatación recurrente de que el ingreso en el mercado laboral y el cambio de rol y status social correspondiente va acompañado de un proceso de socialización política que refuerza notablemente la competencia política personal. Lo destacable aquí no es, por tanto, ese dato, sino que sean precisamente tres de las cohortes de más edad, concretamente la cohorte que durante el mismo período se ve abocada a la jubilación, la que se jubila de hecho e incluso la que ya estaba jubilada mayoritariamente en 1980 (cohorte F, con 63 a 71 años en esa fecha), las que presenten, respecto a las dos posteriores, los índices de cambio más altos. No así en la cohorte más antigua (81 a 89 años en 1989), debido seguramente a efectos 72 EDAD Y CULTURA POLÍTICA CUADRO 5 Información y competencia política en 1980 y 1989 por cohortes de edad Información política (1) Cohorte Y A B C D E 1980 32 32 26 21 18 12 8 F G TOTAL 24 1989 32 40 Competencia política (2) 1980 1989 49 49 índice de cambio* Información Comp. polít. 1,58 1,27 1,36 1,45 1,47 1,42 1,11 1,64 40 31 29 37 35 25 20 16 9 22 20 17 12 9 30 29 25 17 10 1,25 1,25 1,35 1,19 1,11 1,33 1,13 31 22 36 1,29 * 1989 sobre 1980 (cociente entre porcentajes de cada cohorte). (1) Porcentaje muy o bastante «al corriente de lo que pasa en política». (2) Porcentaje en desacuerdo con que «la política es tan complicada que la gente como yo no puede comprender lo que pasa». de composición interna14 y adicionalmente a incapacidades asociadas a esas edades. En análisis transversal es claro que, tanto en 1980 como en 1989, a más edad, menor nivel de información y competencia política parece existir. Pero, dado que todas las cohortes evolucionan positivamente, hay que pensar más en un efecto histórico que en un efecto de envejecimiento al interpretar esas diferencias. Si todas las cohortes «progresan» en información y competencia política, lo que las diferencia puede no ser tanto la edad como la condición de partida con que inician unas y otras su ciclo vital y adicionalmente el modo peculiar, ligado a su status y rol social, como experimentan los efectos de período. El análisis intra-cohorte también descubre diferencias aún notables de información y competencia política entre hombres y mujeres. A igual edad, la cohorte masculina aparece siempre más informada y más competente políticamente. Pero las cohortes de edad de hombres y mujeres presentan una misma dinámica evolutiva. Durante los años ochenta, en todas las cohortes masculinas y femeninas se ha extendido el sentimiento de competencia política y de información15. Y lo que es más significativo: los índices 14 En 1989 esa cohorte aparece diezmada en la muestra, respondiendo a la «mortalidad» efectiva, y bastante sobrecargada de mujeres. n El análisis de cohortes con controles simples y múltiples de edad, sexo y educación para los dos momentos temporales ha obligado a la elaboración de más de una treintena de tablas. Se ha optado por incluir sólo una parte de las mismas con objeto de reducir la extensión del trabajo. 73 MANUEL JUSTEL de cambio relativo son más altos normalmente en las cohortes femeninas que en las masculinas, corroborando la tendencia que se viene detectando en otras democracias en las últimas décadas. Es decir, se está produciendo una homogeneización creciente de actitudes y comportamientos políticos entre hombres y mujeres que está desvaneciendo el cultural lag político que tradicionalmente afectó a las mujeres respecto a los varones. De todos modos, ni el sexo ni la edad son factores determinantes de por sí respecto a la mayoría de los componentes de la cultura política, aunque facilitan la descripción de las desigualdades. Una variable de mayor relevancia explicativa es la educación. Muchas de las diferencias de cultura política por edad o sexo lo único que hacen es catalizar o poner de manifiesto desigualdades estructurales o de acceso a la educación, renta y otros «equipamientos» o factores de capacitación personal y colectiva. La variable estratégica que permite dar cuenta de esas diferencias o condicionantes previos es, en muchos casos, el nivel de educación formal alcanzado por el sujeto. De ahí nuestro interés, al analizar posibles efectos asociados a la edad, en controlar la incidencia estratégica de la educación. El control simultáneo de sexo y nivel de estudios permite ya extraer una serie de conclusiones de interés (cuadro 6), que se sintetizan a continuación: CUADRO 6 Información y competencia política de hombres y mujeres según nivel de estudios en 1980 y 1989 Hombres Nivel de estudios Mujeres índice de deficiencia relativa de índice de las mujeres (1) cambio (2) 1980 1989 1980 1989 1980 1989 H. M. A) Información política Primarios Bachiller Superiores 18 43 68 28 49 76 8 28 52 16 35 58 0,55 0,35 0,24 0,43 0,29 0,24 1,56 1,14 1,12 2,00 1,46 1,12 B) Competencia política Primarios Bachiller Superiores 17 31 39 34 60 72 11 26 32 17 48 70 0,35 0,16 0,18 0,50 0,20 0,03 2,00 1,94 1,85 1,54 1,85 2,19 (1) Uno menos cociente de porcentaje de mujeres informadas (competentes) y hombres informados (competentes). (2) 1989 sobre 1980: cociente de porcentajes del mismo sexo para igual nivel de estudios. 74 EDAD Y CULTURA POLÍTICA — A igual nivel educativo, sigue habiendo diferencias de información política y de competencia política entre hombres y mujeres, pero con tendencia a disminuir (ver índices de deficiencia relativa de las mujeres en el cuadro 6). Para los que han alcanzado niveles universitarios de estudios el índice de deficiencia de las mujeres en información política es de 0,24 al principio y al final de la década. Sin embargo, en competencia política se ha producido ya casi la equiparación en 1989. — Hombres y mujeres de todos los niveles educativos experimentan avances importantes en información y competencia política durante la década. El incremento es mayor en casi todos los casos (niveles educativos y sexos) en competencia política que en información. El incremento de información es mayor en niveles educativos más bajos, tanto entre los hombres como entre las mujeres. El incremento de competencia política es más homogéneo, acercándose o superando la duplicación en todos los niveles educativos tanto para hombres como para mujeres. En niveles educativos altos, en los que el porcentaje de informados políticamente en 1980 era ya mayoritario (68 por 100 de los hombres con título superior y 52 por 100 de las mujeres), ya no caben índices de incremento que alcancen la duplicación, obviamente. Otro tanto sucederá a partir de ahora por lo que se refiere a la competencia política, que supera ya el 70 por 100 entre los titulados superiores de ambos sexos. — A la vista de las conclusiones anteriores, hay que resaltar la gran incidencia del factor educativo y la pérdida de relevancia, incluso descriptiva, del sexo en los niveles altos de educación formal. A medida que se incorporen nuevas cohortes de jóvenes de ambos sexos, que mayoritariamente habrán alcanzado niveles medios y altos de estudios, en sustitución de cohortes de edad avanzada, que mayoritariamente no superaron en su día e\ nive\ primario áe estadios, es cWo que se ptocraátá xm caxrfcio vmpottante —¡se está produciendo ya!— en los niveles medios de información y competencia política de la población española. Esta tendencia se corrobora al analizar lo sucedido en la década de los años ochenta en las diferentes cohortes de edad, una vez controlado el sexo y el nivel educativo (cuadro 7). La disposición de los datos permite y aconseja una lectura múltiple (sincrónica o estructural, por un lado, y dinámica, por otro, diferenciando efectos de edad, efectos de cohorte y efectos de período), para cada uno de los indicadores16. El análisis sincrónico, tanto en 1980 como en 1989, pone de manifiesto un aspecto interesante relacionado con la edad en los diferentes segmentos de la muestra desagregada por sexo y nivel de estudios. Casi sin excepción, se constata una relación curvilínea entre información política y edad y entre competencia política y edad. La curva es ascendente en los primeros 16 Se inserta únicamente el cuadro numérico referido a información política. Los datos sobre competencia política presentan una estructura y dinámica equivalentes. 15 MANUEL JUSTEL CUADRO 7 Información política en 1980 y 1989 por cohortes de edad, controlando sexo y nivel de estudios* Primarios o menos Cohorte Año de nacimiento A) Hombres 1963-71 1945-62 1927-44 1900-26 TOTAL Superiores Agrupación cohortes 1980 1989 1980 1989 1980 1989 Y AyB CyD E, F y G — 24 19 14 22 37 29 23 — 43 45 39 40 55 65 62 — 68 74 61 77 75 85 52 18 28 43 49 68 76 9 11 6 10 19 20 11 26 30 25 28 40 61 18 52 56 39 47 68 62 54 8 16 28 35 52 58 TOTAL B) Mujeres 1963-71 1945-62 1927-44 1900-26 Bachiller o equivalente Y A yB CyD E, F y G * Porcentaje que se declara muy o bastante «al corriente de lo que pasa en política». tramos de edad y descendente en los últimos. Turner nos brinda un modelo interpretativo sugerente de este fenómeno (1989): la curva de madurez-reciprocidad11. Por su parte, el análisis diacrónico demuestra la vigencia actual de dos tendencias o procesos simultáneos: el que se refiere al incremento o reforzamiento generalizado de información y competencia política y el que podríamos calificar de proceso de nivelación social, es decir, la tendencia a 17 Con su modelo analítico trata de superar e integrar las teorías enfrentadas del disengagement y del engagement (estas últimas llamadas también «teorías de la actividad») en el marco más general del intercambio o la reciprocidad social. Se trata de un enfoque aplicable a todo tipo de sociedad, no sólo a las sociedades capitalistas, por cuanto «los grupos de edad como bloques de status no pueden ser asimilados analíticamente al análisis ¿0.la§L clases. e.QQrxQmic.a&>> (tj. 599). De ese modo lle^a a localizar la «esti^matización» de los viejos o de la vejez en procesos sociales básicos comunes a todas las sociedades. Considera todas las interacciones sociales como formas de un intercambio sin fin que genera la norma de la reciprocidad, en la acepción de Gouldner (1960). La dependencia surge del intercambio desigual. Y el vacío o la deficiencia de reciprocidad social que aqueja a los ciudadanos de edad avanzada fundamenta su estigmatización. La curva de reciprocidad-madurez es la expresión empírica de esos desequilibrios asociados a la edad en cada sistema social. El impacto de la curva de reciprocidad-madurez dependerá de la posición de clase, de la acumulación de capital cultural (educación, en sentido amplio) y de la habilidad de los 76 EDAD Y CULTURA POLÍTICA la homogeneización creciente en las pautas de cultura política democrática por edad y sexo, en función de la generalización de niveles medios de educación, como prerrequisito esencial de la cultura y de la participación política democrática. Dicho de otro modo, todas las cohortes y grupos de edad y sexo avanzan en información y competencia política, a un ritmo tanto más acelerado cuanto más deficiente era la situación de partida. Y, por otra parte, a igual nivel educativo, las diferencias de información y competencia política asociadas a la edad y el sexo tienden a desvanecerse. De cara al futuro, esta primera conclusión general es importante. Las diferencias de cultura política que persistan en estrecha asociación con la edad habrán de explicarse finalmente en cada caso en el marco de la teoría del intercambio y la reciprocidad social dentro del sistema político. La propuesta de Turner nos parece valiosa al respecto como marco analítico e interpretativo. Pa rticip a ció n po lítica En este epígrafe se analizan datos relativos a varias formas de participación política: firmar una petición, participar en manifestaciones pacificas, participar en huelgas y ocupar fábricas o edificios. El análisis es actitudinal y no de comportamientos efectivos. La información se refiere a aprobación o no de esas formas de participación, como formas de protesta o de hacer saber la propia opinión sobre los problemas. Se trata, por tanto, de analizar la extensión y evolución de las actitudes participativas de esa naturaleza o, más exactamente, de la predisposición a la participación política en las formas descritas. Se puede adelantar que, en líneas generales, los datos conducen a conclusiones parecidas a las obtenidas en el apartado anterior sobre información y competencia política. El análisis estructural descubre la conocida relación lineal e inversa entre edad y predisposición a la participación política. Tanto en 1980 como en 1989, a más edad, menos frecuente es la aprobación de las formas de participación política consideradas. Esa relación se reproduce en la desagregación por sexo e incluso grupos de edad para movilizarse para la acción política. Esa combinación de factores permitirá explicar en cada caso el potencial de conflicto entre grupos de edad y la posición relativa en la estructura social de cada grupo de edad, no sólo de los viejos. Como muy bien señala Turner, la curva de reciprocidad-madurez no es insensible al cambio social. Este modelo analítico asume que la experiencia del envejecimiento estará determinada por conflictos en tres campos: las prácticas económicas, los estilos de vida culturales y el campo político de los entitlement del ciudadano. Su modelo conecta, en este sentido, con los dinamismos resaltados por Riley y otros (1988). De manera explícita, Turner hace referencia a que los conflictos entre grupos de edad pueden, en determinadas situaciones, tomar la forma política del resentimiento. La naturaleza y número de factores analizados en este trabajo no permite implementar el modelo propuesto por Turner. Entendemos, sin embargo, que aparecen suficientes indicios para presumir su aplicabilidad al caso español en diversos componentes de la cultura política, tanto actitudinales como comportamentales. 77 MANUEL JUSTEL cuando se controlan simultáneamente sexo y nivel de estudios de los entrevistados. El análisis temporal detecta un cambio en casi todas las cohortes de edad entre 1980 y 1989 hacia mayores niveles de propensión a la participación política. El cambio es generalizado en todas las cohortes de edad por lo que se refiere a la huelga y a la ocupación de fábricas o edificios. La forma más masivamente aprobada es la firma de peticiones y las cifras casi no han evolucionado entre ambas fechas. Por su parte, las manifestaciones pacíficas ven incrementada su aprobación en el conjunto de la población adulta, pero la desagregación por cohortes de edad pone de manifiesto que el incremento tiene lugar únicamente en las cohortes de más edad, habiendo disminuido algo entre las más jóvenes, aunque siguen gozando de aprobación masiva (cuadro 8). Controlando simultáneamente sexo y nivel de estudios para los diferentes grupos de edad (reagrupados) se constata, además, lo siguiente: 1) Tanto en hombres como mujeres hay una correlación alta y positiva entre nivel de estudios y propensión a la participación en las diferentes formas consideradas (manifestaciones, huelgas, ocupaciones...) en todas las cohortes. La incidencia del factor educativo está fuera de duda. 2) Permanece como rasgo estructural la asociación entre edad y propensión a la participación. En todos los segmentos derivados del control por sexo y nivel de estudios la asociación es alta y negativa: a más edad, menor participación política. En niveles diferentes, ello se verifica en 1980 y 1989. No se puede descartar, por tanto, un efecto de la edad en la propensión a la participación política en las formas analizadas. 3) El sexo, una vez controlado el nivel de estudios, muestra desigual incidencia. En niveles superiores de estudios desaparece su incidencia en la participación política. A igual edad, la propensión a la participación es tan frecuente entre las mujeres como entre los hombres. Más frecuente incluso en las cohortes más jóvenes de mujeres, sobre todo en lo referente a justificación de huelgas y ocupaciones. En niveles bajos de estudios la diferencia estructural por sexo permanece, con déficit relativo entre las mujeres, con independencia de la edad. 4) El análisis diacrónico, con la excepción ya señalada de disminución de la aprobación de las manifestaciones pacíficas en las cohortes más jóvenes, presenta incrementos sistemáticos de propensión a la participación en todas las cohortes de edad, en ambos sexos y en todos los niveles educativos. Pero el control simultáneo de estos dos factores permite apreciar incrementos relativamente mayores en mujeres que en hombres a igual nivel educativo, hasta el punto de que las mujeres jóvenes con estudios superiores alcanzan y superan a los varones (véase, a título de ejemplo, cuadro 9). Considerando que las nuevas cohortes de mujeres ya están 78 CUADRO 8 Predisposición a la participación política: 1980 y 1989 (Nivel de aprobación de «acciones que la gente lleva a cabo para protestar o para dar a conocer su opinión sobre algún problema», en porcentajes) Cohorte Y.... A B C D E F G TOTAL (A) (B) firmar una petición Participar en una huelga 1980 (C) (D) Participar en una manifestación Ocupar fábricas pacífica o edificios 1989 1980 1989 1980 1989 1980 índice de cambio* 1989 n c D 86 77 73 70 64 51 37 85 84 79 76 65 65 48 52 76 61 52 40 38 22 17 81 79 71 64 51 50 33 29 82 71 62 54 50 32 27 82 78 68 64 50 50 35 32 29 23 15 10 11 5 5 39 34 26 22 16 18 8 11 0,98 1,02 1,04 0,93 1,01 0,94 1,40 1,04 1,16 1,23 1,27 1,32 1,50 1,70 0,95 0,96 1,03 0,92 1,00 1,09 1,18 1,17 1,13 1,47 1,60 1,64 1,60 2,20 69 75 48 65 58 65 16 26 1,09 1,35 1,12 1,62 1989 sobre 1980 (cociente de porcentajes). ñ> MANUEL JUSTEL CUADRO 9 Aprobación de acciones de ocupación de fábricas o edificios como forma de protesta en 1980 y 1989 por cohortes de edad, controlando sexo y nivel de estudios Primarios o menos Cohorte Año de nacimiento A) Hombres 1963-71 1945-62 1927-44 1900-26 TOTAL Superiores Agrupación cohortes 1980 1989 1980 1989 1980 1989 Y AyB CyD E, F y G — 27 18 11 44 35 22 23 — 38 11 13 43 32 23 9 — 29 23 10 44 34 14 16 28 26 35 24 30 — 14 7 5 25 23 17 11 — 23 11 1 35 30 16 — 35 37 46 45 25 1 7 17 17 31 33 42 TOTAL B) Mujeres 1963-71 1945-62 1927-44 1900-26 Bachiller o equivalente Y AyB CyD E, F y G superando la privación relativa en educación académica, cabe esperar que se acentúe la tendencia a la nivelación social y, consecuentemente, a la equiparación política en el futuro. En definitiva, como ocurría en información y competencia política, se detectan también aquí dos dinámicas simultáneas: extensión de la propensión a la participación y creciente equiparación y homogeneización de pautas participativ as, al compás de la equiparación educativa creciente. Partiendo de niveles más bajos, los incrementos en las cohortes de más edad tienden a ser relativamente más altos, lo que repercute a su vez en ese efecto homogeneizador. Cabe llamar la atención, finalmente, sobre el hecho de que se produzcan incrementos relativamente mayores en la década de los ochenta en prácticas de participación política menos convencional o con mayor carga de «violencia» (ocupaciones y huelgas) y de manera más acentuada en las cohortes de más edad, al menos por lo que se refiere a la huelga. En la medida en que operan o pueden operar conjuntamente efectos de edad, de cohorte y de período que, en ocasiones, pueden solaparse o neutralizarse, no es fácil establecer que en estos momentos se verifique en España la pauta de preferencia por prácticas de participación política más convencio80 EDAD Y CULTURA POLÍTICA nal a medida que se envejece. A primera vista, habría que decir que no. Concretamente, la aprobación de acciones de ocupación de edificios es muy minoritaria en las cohortes de edad avanzada, pero de 1980 a 1989 el incremento de la aprobación de las mismas entre los viejos es más acentuado que entre los jóvenes (cuadro 8). A más edad, menor nivel de aprobación en ambas fechas; pero a más edad, mayor incremento de nivel de aprobación entre ambas fechas. Y algo semejante, aunque con menor intensidad, ocurre respecto a la participación en huelgas. Hay que recordar, no obstante, que aquí analizamos actitudes y no comportamientos efectivos. La sustitución de prácticas participativas no convencionales por otras más convencionales al avanzar en edad ha sido afirmada en el campo del comportamiento preferentemente. De las constataciones anteriores, la que reclama una explicación específica es la referida al descenso de niveles de propensión a la participación en manifestaciones pacíficas por parte de las cohortes más jóvenes durante la década analizada. Cabía esperar un incremento por el hecho de que la entrada en la edad adulta y en período activo, con capacitación y acumulación cultural media superior a otras cohortes anteriores, habría de producir ese reforzamiento de pautas participativas. De nuevo puede ser útil el marco analítico avanzado por Turner. ¿No será que la crisis laboral y el alto índice de desempleo juvenil experimentado en la década de los ochenta hace que, al no producirse el cambio de rol social de buena parte de los componentes de las cohortes más jóvenes, tiene lugar una quiebra de expectativas en ellos respecto al sistema político, y hace quebrar también su efecto socializador en términos de propensión participativa? En algún sentido, cabe plantear que ese desajuste estructural prolongue la situación de dependencia, de intercambio desigual y, consecuentemente, de inhibición pstótipaxiva. No padece, poi otta p m e , que st den k s condiciones todavía para, la hipótesis alternativa, a saber, que ese desajuste estructural sea percibido colectivamente y que el grupo de edad responda como tal planteando organizadamente en la arena política sus reivindicaciones (acceso al trabajo y a la dirección del proceso productivo). Lo que sí parece evidente es que existen elementos o factores capaces de ir configurando un conflicto de intereses entre grupos de edad. Para contrastar estas hipótesis se hace necesario recurrir al análisis de comportamientos políticos organizados en los diferentes grupos de edad y que desborda los propósitos de este trabajo. Se puede adelantar, no obstante, la peculiar debilidad organizativa que caracteriza comparativamente a la sociedad civil española, y de manera especial entre jóvenes y viejos. Parece plausible, por tanto, nuestra primera hipótesis. La crisis de empleo que afecta a las cohortes jóvenes es caldo de cultivo de su «estigmatización» y de la prolongación de su status marginal con el riesgo de convertirse en situación crónica. La dinámica sociolaboral aparejada a las crisis económicas de las últimas décadas puede provocar que algunos 81 MANUELJUSTEL grupos de edad hayan de convivir a lo largo de su ciclo vital completo con la inestabilidad y la incertidumbre, lo que puede repercutir en sus pautas de participación política, acentuando más, quizá, su propensión a formas menos convencionales de participación. Es una hipótesis. A este respecto, parece obligado intensificar el análisis relativo a la situación actual y al devenir que le espera a la cohorte A, es decir, a los nacidos entre 1956 y 1964, y más aún a la siguiente (los nacidos entre 1965 y 1973). En su conjunto, las constataciones obtenidas del análisis estructural y diacrónico del grado de aprobación de algunas formas de participación política refuerzan la hipótesis general de que se está extendiendo la cultura política democrática y se está produciendo una nivelación participativa creciente, aunque persistan de forma más atenuada diferencias ya conocidas asociadas a la edad, el sexo y el nivel educativo. En general, tales diferencias se reducen en paralelo con el proceso de creciente igualdad económica, cultural y social. No se contradice con esas tendencias generales la posibilidad de que determinados desequilibrios en términos de reciprocidad social que puedan afectar de manera peculiar y negativa a algunos grupos de edad, o ser percibidos así por ellos, les induzcan, al menos coyunturalmente, bien a la inhibición participativa, bien a privilegiar formas menos convencionales o más eficaces («violentas») de participación política. Actitudes hacia los partidos políticos Como se adelantó en páginas anteriores, también se han extendido en la cultura política de los españoles durante los años ochenta algunas actitudes favorables a los partidos políticos, concretamente su consideración como canales que posibilitan la participación democrática de los ciudadanos y como instrumentos de defensa de intereses de grupo o de clase social (cuadro 4). Es el momento de advertir, no obstante, que no todas las actitudes hacia los partidos políticos siguen esa misma andadura. En los últimos años se han extendido considerablemente algunas actitudes críticas sobre ellos. Por ejemplo, la que hace referencia a que los partidos persiguen intereses que tienen poco que ver con la sociedad y la que ve en ellos factores o agentes de división social (cuadro 10). Hay que reiterar aquí que la sociedad española ha sabido diferenciar muy bien entre su opción resuelta por la democracia, idealizada en diferentes modalidades y grados, y el funcionamiento efectivo de instituciones democráticas en cada momento (Gobierno, Parlamento, partidos, etc.). Este discernimiento político es capaz de explicar aparentes contradicciones actitudinales de los ciudadanos en su valoración de los partidos políticos y de otros componentes del sistema democrático. Al afirmar aquí que se han extendido durante el período 82 EDAD Y CULTURA POLÍTICA CUADRO 10* Evolución de actitudes hacia los partidos políticos (En porcentaje que sostiene cada afirmación) 1980 1984 1985 1987 1989 1990 1991 1992 La democracia no son sólo los partidos, pero sin partidos no hay democracia La supresión de los partidos sería grave o muy grave Los partidos no sirven para nada ... Los partidos sólo sirven para dividir a la gente Gracias a los partidos la gente puede participar en la vida política Los partidos son necesarios para defender los intereses de los distintos grupos o clases sociales Los intereses que persiguen los partidos tienen poco que ver con los de la sociedad — 68 68 — — 68 — — 74 — 73 18 18 16 32 35 53 — 62 62 54 — 66 22 17 16 — 18 33 29 35 41 71 62 64 61 60 74 67 70 70 70 32 40 43 55 FUENTE: Banco de Datos del CIS. democrático algunas actitudes hacia los partidos políticos, hablamos más bien de las que se refieren a su necesidad y a su función en cuanto tales en el seno de la democracia y no a su funcionamiento. Tampoco es de extrañar que la sociedad demande más a los partidos políticos y disculpe menos sus prácticas deficientes o viciosas a medida que advierte mayor grado de consolidación del sistema democrático en sí y a medida que se alarga su período de vigencia, sin descartar que la extensión de algunas críticas responda objetivamente a la acentuación de prácticas rechazables por parte de las organizaciones partidistas en el período de referencia o a su mayor visibilidad. En relación a los dos indicadores seleccionados, hay que añadir que la extensión de actitudes positivas hacia los partidos políticos es compartida por todas las cohortes de edad (cuadro 11) y que los índices de mejora son especialmente altos en las cohortes intermedias de edad con relación a las que se verifican en las cohortes más jóvenes (nacidos después de 1962) y en las de más edad (nacidos antes de 1917). En la que podríamos considerar cohorte combatiente en la Guerra Civil (nacidos entre 1909 y 1917) las actitudes favorables a los partidos siguen siendo minoritarias y no han evolucionado durante la década analizada. Esta cohorte presenta incluso más estabilidad que la precedente. Consideración aparte merece la cohorte que alcanzó la edad adulta durante los años setenta. En ella tampoco se 83 MANUEL JUSTEL CUADRO 11 Actitudes hacia los partidos políticos en 1980 y 1989 por cohortes de edad (A) Instrumentos de defensa de intereses de grupo (1) Cohorte Y A B C D E F G TOTAL (B) Canales de participación política (2) Índice de cambio'1'' 1980 1989 1980 1989 A B — 66 65 54 53 44 39 30 70 73 73 70 64 58 38 40 — 64 62 56 51 45 37 27 64 66 66 66 60 58 38 31 — 1,10 1,12 1,30 1,21 1,32 0,97 1,33 — 1,03 1,06 1,18 1,18 1,29 1,03 1,15 54 67 52 62 1,24 1,19 * 1989 sobre 1980 (cociente de porcentajes de cada cohorte). (1) Porcentaje de acuerdo en que «los partidos sirven para defender los intereses de las clases y los grupos que hay en la sociedad». (2) Porcentaje de acuerdo en que «gracias a los partidos, la gente puede participar en la vida política del país». han extendido mucho las actitudes favorables a los partidos, pero ya al inicio de los ochenta presentaba niveles altos de valoración instrumental de los partidos en más de dos tercios de sus componentes. Controlando sexo y nivel de estudios, el análisis de cohortes descubre una vez más varias pautas de interés, tanto estructural como evolutivamente (cuadros 12 y 13): 1) La percepción de los partidos como canales de participación democrática está más extendida en las últimas cohortes que en las primeras, con independencia del sexo y el nivel de estudios. Igual sucede con la consideración de los mismos como instrumentos de defensa de intereses de grupo, tanto en 1980 como en 1989. 2) En 1980, esa percepción era minoritaria en todas las cohortes de edad de mujeres con pocos estudios y entre los varones nacidos antes de 1920 también con estudios primarios o menos. En 1989, tan sólo las mujeres con estudios primarios o menos no presentan una percepción mayoritaria favorable al respecto. Se ha producido una mejora generalizada, tanto más pronunciada cuanto menos extendida estaba al inicio de la década. Y no tanto porque se haya cambiado el rechazo por aceptación de esas funciones de los partidos cuanto porque en sectores menos cultivados de la población existía mayor distancia o perplejidad ante los partidos 84 EDAD Y CULTURA POLÍTICA CUADRO 12 Percepción de los partidos como canales de participación política en 1980 y 1989 por cohortes de edad, controlando sexo y nivel de estudios"' V rimar ios o menos Cohorte Año de nacimiento A) Hombres 1963-71 1945-62 1927-44 1900-26 Agrupación cohortes 1980 Y AyB CyD E, F y G — 66 .57 45 TOTAL B) Mujeres 1963-71 1945-62 1927-44 1900-26 Y AyB CyD E, F y G TOTAL Bachiller o equivalente Superiores 1989 1980 1989 1980 1989 2 71 70 62 — 69 66 58 69 71 72 53 — 67 77 68 71 62 83 43 53 66 66 70 71 65 — 45 41 26 63 62 55 42 — 67 67 55 64 68 60 44 — 77 61 77 72 61 75 62 37 54 66 65 76 68 5 * Porcentaje de acuerdo con la afirmación: «Gracias a los partidos, la gente puede participar en la vida política del país». CUADRO 13 Afirmación de los partidos como instrumentos necesarios de defensa de intereses de clases o grupo en 1980 y 1989 por cohortes de edad, controlando sexo y nivel de estudios* Primarios o menos Cohorte Año de nacimiento A) Hombres 1963-71 1945-62 1927-44 1900-26 TOTAL Superiores Agrupación cohortes 1980 1989 1980 1989 1980 1989 Y AyB CyD E, F y G — 71 57 48 66 77 73 65 — 67 71 60 77 82 78 53 — 80 80 64 76 75 87 41 55 71 67 78 75 74 — 50 40 27 59 66 59 42 — 65 64 61 68 73 76 62 — 75 54 61 82 77 95 69 37 56 64 70 69 81 TOTAL B) Mujeres 1963-71 1945-62 1927-44 1900-26 Bachiller o equivalente Y AyB CyD E, F y G * Porcentaje de acuerdo con la frase: «Los partidos son necesarios para defender los intereses de los distintos grupos y clases sociales». MANUEL JUSTEL políticos, como ante la democracia misma. De nuevo hay que pensar que la educación, a un cierto nivel, es prerrequisito para el apoyo activo a la democracia y a sus instituciones. 3) La consideración simultánea de las pautas estructurales y evolutivas de las actitudes hacia los partidos muestra que son independientes en gran medida de la edad o el sexo y tienen mucho más que ver con el nivel cultural de los ciudadanos. Esta constatación vuelve a ser clave a la hora de enjuiciar las actitudes de hombres y mujeres de edad avanzada hacia las democracias y los partidos. Hombres y mujeres de edad avanzada se diferencian actitudinalmente poco de otras cohortes jóvenes o de mediana edad si comparten con ellas niveles medios o altos de educación. La mayor homogeneidad de actitudes políticas democráticas está en función del acceso generalizado a niveles medios y altos de cultura académica. Esta afirmación la soportan mejor los datos relativos a los partidos como cauce de participación que como instrumentos de defensa de intereses de clase o grupo. Pero en ambos casos puede darse por probada en gran medida. Para explicar de manera específica la baja aceptación de los partidos políticos entre los nacidos antes de 1917, principalmente si se trata de mujeres, y más aún el hecho de que sus actitudes no hayan variado al respecto durante los años de vigencia normal de la democracia actual (a diferencia de los demás grupos de edad y de ellos mismos en otros aspectos aquí analizados), parece pertinente referirse a un doble efecto de cohorte: la experiencia directa de la Guerra Civil en edad adulta y el bajo nivel cultural en la mayoría de los componentes de esas cohortes. En este sentido, parece que prevalecen los efectos de cohorte sobre el efecto de período (resocialización política con la democracia) y también sobre el efecto de la edad en sí. La situación inversa (predominio del efecto de período sobre el efecto de cohorte) sólo parece aplicable a la minoría que no compartía con el resto de la cohorte la privación relativa en términos educativos. Si fuera un efecto predominante de la edad, habría de afectar a todos sus componentes, con independencia del nivel educativo. A pesar de la reducida base muestral con que se cuenta al controlar el factor educación en las cohortes de más edad, los datos permiten sospechar que la edad en sí no es determinante. Tampoco el sexo es capaz de explicar esas diferencias. Una vez más, reaparece la educación como factor estratégico y como prerrequisito de determinadas actitudes políticas democráticas. No hay que olvidar la especial animadversión que desplegó el régimen franquista contra los supuestos males de los partidos políticos concretamente, a la vez que cuidaba, aunque en forma espúrea, la noción de democracia. Entre los componentes de la democracia, quizá sean los partidos políticos el elemento sobre el que la sensibilidad de los españoles educados en dictadura está más a flor de piel. Razón de más para que resulten especialmente delicados sus fallos de funcionamiento para ef conjunto def sistema. 86 EDAD Y CULTURA POLÍTICA Ubicación ideológica y orientación del voto En este apartado se analiza la orientación política de la población adulta a base de dos únicos indicadores, la autoubicación ideológica en la escala izquierda-derecha y la orientación del voto a partir de la intención declarada de voto en el supuesto de elecciones generales. Tomamos este último indicador como el más próximo a la dimensión comportamental. Ambos indicadores correlacionan mucho entre sí. Y el primero de ellos sigue presentando en España un alto poder discriminador de los alineamientos partidistas y de voto. De alguna manera puede interpretarse como índice sintético de la orientación política básica de individuos y grupos. El cros-sectional analysis que realizamos en su día sobre la orientación política de los españoles y diferencialmente de los mayores de sesenta años sigue vigente (Justel, 1983, especialmente pp. 250 y 251). Las cohortes de edad más avanzada presentaban entonces un alto grado de homogeneidad en su orientación política, se ubicaban muy mayoritariamente en la franja central del espectro ideológico y presentaban, por tanto, un mayor «conservadurismo» relativo respecto a la ubicación media del conjunto de la población (cuya ubicación modal se situaba en el centro-izquierda) y algo más acentuado respecto a las cohortes más jóvenes, sin llegar a evidenciar un corte generacional (cultural gap), sino sólo una diferencia de grado, a nuestro entender. Ya entonces interpretábamos esa diferencia más como fruto de la «privación relativa» en lo cultural y lo económico que había experimentado esa cohorte de edad que como efecto del envejecimiento. El análisis de trayectoria y de cohorte que intentamos ahora trata de profundizar en esa línea de interpretación, atendiendo a la dinámica seguida por la orientación política e ideológica de los diferentes grupos de edad en la década de los años ochenta. Para mayor claridad limitamos el análisis a la dinámica seguida por el bloque de la izquierda. Como se adelantó en el cuadro 4, entre 1980 y 1989 la proporción de españoles ubicados en la franja izquierda del espectro ideológico prácticamente no ha variado (33 y 34 por 100, respectivamente). Sin embargo, entre los mayores de sesenta años se ha producido un incremento muy notable (del 16 por 100 en 1980 al 23 por 100 en 1989). Según este primer dato, es evidente el acercamiento del agregado de más edad a las posiciones medias del conjunto de la población. La diferencia de grado existente en 1980 ha disminuido considerablemente durante la década. El indicador de intención de voto muestra idéntica pauta de acercamiento. La proporción de voto a partidos de izquierda se ha incrementado en el conjunto de la población (del 29 al 33 por 100), pero más aún entre los mayores de sesenta años (del 17 al 27 por 100). Esto es tanto más significativo si consideramos que el dinamismo demográfico no ha hecho más que «envejecer» al electorado entre ambas fechas. De ser la edad el factor determinante de la orientación política, las cosas habrían de haber cambiado en sentido con87 MANUELJUSTEL trario. Se confirma, por tanto, nuestra interpretación de entonces, en la línea avanzada por Glamser (1974): que no hay base para afirmar la existencia de un corte generacional en términos de orientación política en España. De igual modo se puede afirmar que no hay un voto de edad. En cualquier caso, menos en 1989 que en 1980 (cuadro 14). Entre amhas fechas el incremento de voto a la izquierda se ha producido casi exclusivamente en las cohortes de más edad, concretamente entre quienes habían cumplido ya los sesenta años en 1980, hombres y mujeres. CUADRO 14 Orientación de voto: voto de izquierda por cohortes, controlando sexo Total Cohorte Y A B C D E F G TOTAL Hombres Mujeres 1980 1989 1980 1989 1980 1989 — 31 43 31 27 26 20 13 36 40 31 30 21 29 21 30 — 31 48 36 32 32 26 17 37 42 37 37 33 35 34 35 — 31 38 27 24 19 16 10 36 38 27 25 23 24 21 27 29 33 33 36 25 29 Llama la atención el contraste evolutivo que se produce entre las cohortes A y B. La cohorte A, compuesta por entrevistados de dieciocho a veintiséis años en 1980, ha incrementado notablemente su apoyo a la izquierda de 1980 a 1989, con independencia del sexo. Por el contrario, la cohorte B, predecesora inmediata de la anterior, y ya mayoritariamente activa en 1980, ha disminuido en parecida proporción sus apoyos a la izquierda a lo largo de la década. Las dos cohortes anteriores (C y D) no han modificado sus apoyos relativos a la izquierda. En conjunto, parece claro que la pérdida de apoyo que ha experimentado la izquierda en la cohorte de la que obtuvo el mayor apoyo relativo al inicio de la década (cohorte B) la compensa ampliamente con el incremento del apoyo en la cohorte más joven y de manera especial en las de más edad (cohortes E, F y G), es decir, con más de sesenta años en 1989 y de ambos sexos. En definitiva, pérdida de apoyos en Jas cohortes activas cíe edades intermedias e incremento de íos apoyos en capas pasivas de jóvenes y viejos de ambos sexos. Una pauta semejante se desprende de la evolución de los posicionamientos ideológicos, pero mucho menos acentuada, como ya se indicó. La izquierda EDAD Y CULTURA POLÍTICA ha visto incrementados sus efectivos mínimamente entre ambas fechas y sólo en cohortes femeninas de edad avanzada, con retrocesos en las cohortes más jóvenes de mujeres (cohortes A y B) y en las cohortes B y C de varones. El control simultáneo del sexo y el nivel de estudios ofrece indicios de que en las cohortes de más edad, a mayor nivel de estudios, mayor ha sido la reorientación hacia la izquierda entre las mujeres y mayor la deserción de varones (cuadro 15). Lástima que las bases de muestra aparezcan diezmadas en las cohortes de más edad al practicar ese control múltiple y que no sea técnicamente posible sacar conclusiones empíricas firmes al respecCUADRO 15 Intención de voto a la izquierda en 1980 y 1989 por cohortes de edad, controlando sexo y nivel de estudios Primarios o menos Cohorte Año de nacimiento A) Hombres 1963-71 1945-62 1927-44 1900-26 Agrupación cohortes Y AyB CyD E, F y G TOTAL B) Mujeres 1963-71 1945-62 1927-44 1900-26 TOTAL Y AyB CyD E, F y G Bachiller o equivalente Superiores 1980 1989 1980 1989 1980 1989 — 50 34 30 44 43 39 37 — 34 34 25 34 43 26 21 — 41 35 13 41 25 21 12 34 40 32 35 33 26 35 21 13 28 30 19 17 49 28 7 36 40 36 40 58 48 17 42 52 57 84 20 22 38 37 52 48 to. Pero los indicios son suficientes para pensar que los mayores apoyos actuales a la izquierda entre mujeres de más edad están compensando en buena medida las deserciones en cohortes más cultas y jóvenes, especialmente varones, que fueron el sostén más masivo de la izquierda al inicio de los años ochenta. Todo ello se presta a especulaciones teóricas y analíticas de gran interés, pero que nos apartarían de nuestra línea argumental en este trabajo18. Nos limitamos a resaltar, por ello, lo que los datos analizados Merecería atención particular ese diferente grado de dinamismo que muestran la MANUEL JUSTEL aportan como base de contrastación de la teoría recurrente, según la cual la edad es un factor de conservadurismo, concluyendo que la contradicen fuertemente. Como contradicen también la hipótesis de la rigidez actitudinal de las cohortes de más edad. 3. COMENTARIOS FINALES: INTERPRETACIONES E HIPÓTESIS Decíamos al principio que el análisis de la formación y cambio de actitudes y comportamientos políticos en relación con la edad había alcanzado un alto nivel de sofisticación y que implicaba una interrelación de tres perspectivas analíticas distintas que tratan de explicar efectos de ciclo vital, efectos de cohorte y efectos de período. Hubiera resultado prolijo y monótono tratar de especificar para cada indicador cuánto del cambio producido obedecía a cada uno de esos efectos, en caso de ser posible19. Hecho el repaso de todos ellos y verificadas las grandes coincidencias de fondo en su evolución durante el período estudiado, se pueden ahora sintetizar algunas apreciaciones básicas y esbozar algunas hipótesis. La primera y principal se nos antoja que permite destacar efectos de período o de cohorte en los cambios experimentados por la cultura política de los españoles, mucho más que efectos de ciclo vital. Las actitudes políticas básicas que aquí se han analizado no presentan grandes oscilaciones atribuibles al proceso mismo del envejecimiento personal, al hecho natural y acumulativo de la edad, aunque hemos señalado algunas20. orientación del voto y la ubicación ideológica, con mayores cambios en la primera que en la segunda. La explicación de esa disonancia puede estar en el proceso de creciente signo táctico que está tomando la orientación del voto en las democracias modernas y también en la española. No quiere decir que se produzca un divorcio o separación radical entre las orientaciones o actitudes políticas básicas (creencias) y el comportamiento de voto, pero sí una menor dependencia. Así lo vienen señalando los autores en las dos últimas décadas dentro y fuera de España. En el intercambio simbólico entre los dirigentes o gobernantes y los ciudadanos, y también en el juego de oferta y demanda en que ello se traduce dentro del sistema político y de gestión, el voto parece ser cada vez más la respuesta táctica de los grupos de edad, derivada de su posición en el sistema y de la suerte diferencial que sus outcomes le deparan, sin por ello implicar cambios sustantivos en las creencias u orientaciones políticas básicas. Cabría, en este sentido, buscar explicación parcial de la quiebra de expectativas y de la retirada parcial de apoyo al partido predominante (que aglutina la mayor parte del bloque de izquierda en España) en los grupos activos de edad media y joven (que fueron soporte destacado del mismo al inicio de la década) en la gestión desarrollada por el gobierno a favor de las capas pasivas de la sociedad, con independencia de que esa atención especial a las capas pasivas se deba a convicción ideológica y programática o que responda al afán de ganarse su adhesión, que inicialmente no tuvo y que ha conseguido en p a r t e , como muestran los datos aquí analizados. 19 Sobre los problemas de especificación y la imposibilidad del análisis simultáneo de los tres efectos, salvo en supuestos de efecto cero de u n o de ellos, véase Riley, J o h n s o n y se hacen a continuación. 20 En casi todos los casos se trata de variaciones estructurales o dinámicas que afectan 90 EDAD Y CULTURA POLÍTICA En segundo lugar, la homogeneización creciente de actitudes básicas que presentan las cohortes de edad una vez controlado el factor estratégico que constituye la educación permite afirmar, sin lugar a dudas, efectos de cohorte, en términos agregados, por cuanto las cohortes de avanzada edad, que comparten mayor grado de privación relativa de educación y de las capacidades y reconocimientos que de ella se derivan, son las que presentan sistemáticamente una mayor distancia o vacío de pautas políticas democráticas, es decir, una cultura política menos desarrollada, más débil y más elemental. Hay, por tanto, efectos de cohorte. Pero no es menos cierto que el cambio cultural experimentado por la sociedad española durante el período en que se incuba y se realiza la transición a la democracia es un cambio generalizado y hasta profundo que afecta a todos los grupos de edad de manera sustantivamente igual, y en ese sentido habríamos de hablar de un claro efecto histórico o efecto de período. Se ha producido una «resocialización» general de la población adulta en lo político. Los datos desmienten con claridad la presunta rigidez actitudinal de las gentes de edad avanzada. El cambio cultural aparejado al período de transición política y los cambios en el mismo sentido que ponen de manifiesto los datos empíricos sobre la década de los años ochenta, que sirven de base a este trabajo, afectan de forma generalizada a todos los grupos de edad, también a los viejos. En varios aspectos, son las cohortes de edad avanzada las que experimentan índices de cambio más pronunciados. Y como demuestran los análisis de cohortes, una vez controlado el sexo y el nivel educativo, las resistencias al cambio y la distancia que separa de otros grupos de edad al agregado de los viejos, poco o nada tienen que ver con la edad en sí, sino con la privación relativa que afecta a la mayoría de sus componentes, en lo que al acceso a la educación reglada se refiere, por el hecho de haber nacido en épocas de menor disponibilidad social de esos servicios básicos. Quienes, a pesar de ello, pudieron acceder a niveles medios o altos de cultura académica en sus años jóvenes (o, quizá, posteriormente) se han equiparado al resto de los grupos de edad en términos generales, por lo que a actitudes y pautas políticas básicas se refiere: muestran niveles altos de interés y competencia política, aprueban masivamente pautas convencionales y menos convencionales de participación política y ciudadana, reconocen el papel básico e instrumental de los partidos políticos y así sucesivamente. Como concluyeron Glenn y Hefner a la cohorte más joven o a la de más edad. En el primer caso, es plausible la interpretación de un efecto predominante de la edad en el tramo final de socialización primaria, cuando la plasticidad personal es aún especialmente pronunciada y coincidiendo con el tránsito hacia roles típicamente adultos. En el segundo, también son efectos asociados predominantemente a la edad los que puedan explicar mejor esos cambios. A partir de los setenta y cinco o los ochenta años se hacen frecuentes las discapacidades físicas o psíquicas. A la vez, las variaciones que presentan diacrónicamente los datos relativos a la cohorte de más edad pueden ser efectos de composición de la cohorte (los individuos supervivientes son sólo una parte de los que componían la cohorte en el momento anterior y pueden ofrecer un perfil actitudinal diferente por esa sola razón). 91 MANUEL JUSTEL (1972), no hay constancia de que las cohortes ofrezcan mayor resistencia al cambio a medida que envejecen, aunque los cambios puedan ser a veces más lentos que en las cohortes jóvenes. Por consiguiente, la consideración de posibles efectos de edad, cohorte o período nos lleva a dejar en último lugar de relevancia a los primeros (los efectos ligados al ciclo vital) y a resaltar más los otros dos, no siempre fáciles de diferenciar, en la medida en que las cohortes se definen no sólo por fecha de nacimiento, sino por lo que ello significa en cuanto a experiencia compartida de períodos o eventos históricos (Evan, 1959). Aun así, parece comprobado, según nuestros datos, que prevalece el efecto histórico del período transicional como momento de resocialización política generalizada de la sociedad española, que se afianza en la década de los ochenta, sobre el efecto diferencial asociado a las sucesivas cohortes de edad, en función de sus experiencias propias. De ser acertada esta interpretación del cambio cultural y político en marcha, parece obvia una primera valoración optimista sobre lo que tanto ha preocupado desde los primeros años setenta a los estudiosos de la cultura política en España. Se extiende y afianza el soporte ciudadano a la democracia restablecida en España. En la medida en que ello tiene poco que ver directamente con la edad, el envejecimiento poblacional para nada mermará esa opción masiva por el sistema democrático adoptado. Y, por otra parte, el cambio social experimentado por la sociedad española en su avance hacia la generalización de niveles medios y altos de cultura académica y de nivel de vida, en general, no hará sino reforzar esas pautas ciudadanas de soporte masivo al sistema político democrático. A medida que disminuya el número de ciudadanos con privación cultural se incrementará el número de demócratas y también el de críticos de la democracia. La misma competencia o capacidad de discernimiento político que lleva a optar por la democracia como sistema es la que vuelve exigentes a los demócratas para criticar y para exigir sistemáticamente más a la democracia en su efectiva aplicación y funcionamiento. Por consiguiente, cultivar y asegurar la competencia política de los ciudadanos sigue siendo el mejor modo de asegurar la democracia y de evitar que llegue a desnaturalizarse. Probablemente, en ese contexto interpretativo, el «cinismo político» que se atribuye como rasgo «peculiar» de la cultura política de los españoles deviene una cuestión de grado en el ámbito de las democracias europeas en la actualidad. Como en tantos otros aspectos de la dinámica social, surge el complicado problema de la ambivalencia funcional, en este caso de la información y la competencia política. Al limitar nuestro trabajo al análisis de actitudes y orientaciones básicas, hemos dejado fuera de consideraciones issues concretos ante los cuales pueda verificarse choque de intereses entre grupos de edad y, por consiguiente, tomas de posición diferenciales en lo actitudinal o en lo comportamental. La actuación crítica y diferencial de los grupos de edad 92 EDAD Y CULTURA POLÍTICA en el seno de la democracia dependerá en cada momento de los equilibrios inestables que se produzcan en el proceso generalizado de intercambios y reciprocidades en lo económico, lo cultural y lo institucional. Pero este tipo de problemas están en otro plano diferente al de las actitudes básicas. Son cuestiones o issues sectoriales que afectan a la suerte diversa que en cada coyuntura del sistema corresponde o se deriva de la posición de cada cual y de cada grupo de edad en la estructura social, económica, política y cultural. El potencial de conflicto que de esos aspectos sectoriales pueda derivarse en cada coyuntura en las sociedades democráticas, así como el análisis de causas y consecuencias que requiere, es también tarea de la ciencia y la sociología política. El conflicto y el cambio podrán afectar coyunturalmente no sólo a la expresión de los apoyos políticos, de la representación y del encargo de gestión, sino también a las demandas o intentos de modificar las reglas del juego que en ello puedan incidir: papel de las instituciones, sistema electoral, políticas públicas, etc. La lucha de intereses enfrentados puede encontrar un marco analítico adecuado en la sociología de la edad, en la medida en que la edad sigue siendo en todas las sociedades uno de los factores que determina la adscripción de roles y status en el sistema social, mientras que no modifica los derechos y deberes políticos de los ciudadanos21. De ahí el interés que pueden tener análisis más ambiciosos de la relación entre los grupos de edad y el sistema político que, además de tener en cuenta pautas diferenciales por grupos de edad hacia el sistema político, analicen respuestas diferenciadas del sistema y actuaciones políticas organizadas de grupos de edad (viejos o jóvenes), así como los procesos en que unas u otras puedan configurarse y operar en el futuro. Sin ir más lejos, la expansión creciente del agregado de viejos como parte componente del electora21 Riley recuerda al respecto un viejo principio. No pueden coexistir por mucho tiempo gentes capaces y roles vacíos y, por consiguiente, los viejos —dice— están comenzando a presionar para conseguir oportunidades más favorables de rol (1989, p. 19). Un razonamiento semejante puede hacerse respecto a la generación joven actual ante sus dificultades o retrasos en el acceso a status y roles de adultos en el sistema social y productivo. En este sentido, cabe poner en paralelo con el concepto cultural lag de Ogburn, el concepto de structural lag que conlleva un desequilibrio o imbalance, que fuerza al cambio estructural por una u otra vía. Cabe presumir que se produzcan intervenciones administrativas y políticas que traten de corregir esas situaciones de desequilibrio, bien por convicción/ presión ideológica predominante en la sociedad (cambio de valores y redefinición de derechos y obligaciones de cada grupo de edad), bien por presión activa de grupos de interés o, finalmente, por actitudes y comportamientos políticos nuevos del agregado o grupo afectado. En 1976, Hudson y Binstock, una vez explorado el nivel organizativo alcanzado en Estados Unidos por el agregado de viejos, se inclinaban más porque las posibles intervenciones públicas a favor de ellos se derivarían en mayor medida de cambios ideológicos en la sociedad que de la presión y demanda organizada de los viejos mismos. No ha sido nuestro propósito investigar este último aspecto. En España, la impresión inicial apunta a un vacío organizativo notable de viejos y jóvenes, por lo que, a corto plazo, habríamos de estar más de acuerdo con la apreciación de Hudson y Binstock que con la presunción de Riley. 93 MANUELJUSTEL do hace obvia la pretensión de las diferentes fuerzas políticas por recabar su apoyo. Por consiguiente, al menos de esa forma indirecta el «metabolismo demográfico» incide claramente en el sistema político. Pero, además, los datos actitudinales aquí analizados demuestran suficientemente la plasticidad o sensibilidad de los grupos de edad, también de los viejos, ante las ofertas, déficits o logros diferenciales que el sistema político les brinda. BIBLIOGRAFÍA CITADA ABRAMSON, Paul R., e INGLEHART, Ronald (1992): «Generational replacement and valué change in eight west european societies», The British Journal of Political Science, 22, pp. 183-228. 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