1 Gacf/Mm 55-2006 Inconstitucionalidad. Sala de lo Constitucional

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Gacf/Mm
55-2006
Inconstitucionalidad.
Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia, San Salvador a las nueve horas del día
veintiuno de agosto de dos mil nueve.
El presente proceso de inconstitucionalidad ha sido iniciado mediante certificación de la
Sentencia condenatoria, pronunciada el 20-IX-2006 por el Tribunal Tercero de Sentencia de San
Salvador, en la que se declararon inaplicables los arts. 319 y 51 del Decreto Legislativo n° 1030,
de 26-IV-1997, publicado en el Diario Oficial n° 105, de 10-VI-1997, que contiene el Código
Penal, por contradecir los principios de reserva de ley en materia penal –art. 246 Cn.– y de
legalidad penal –art. 15 Cn.–
Las disposiciones inaplicadas prescriben:
“Multa y su cuantificación. Art. 51. Con la pena de multa se obliga al condenado a pagar
al Estado una suma de dinero. La multa se cuantificará en días multa. El importe de cada día
multa se fijará conforme a las condiciones personales, a la capacidad de pago y a la renta
potencial del condenado al momento de la sentencia. El día multa importará como mínimo
una tercera parte del menor salario mínimo diario vigente en el lugar al tiempo de la
sentencia y como máximo cinco veces dicho salario”.
“Ejercicio violento del derecho. Art. 319. El que con el objeto de ejercer un pretendido
derecho cuando podría haber acudido a la autoridad, se valiere de intimidación o violencia
contra las personas, será sancionado por denuncia de la persona agraviada, con multa de
cien a ciento cincuenta días multa. --- El que con el mismo propósito hubiere empleado
fuerza sobre las cosas, será sancionado con diez a cincuenta días multa.
Han intervenido en el proceso, además del tribunal requirente, la Asamblea Legislativa y
el Fiscal General de la República.
Analizados los argumentos y considerando:
I. En el trámite del presente proceso, los intervinientes expusieron:
1. El Tribunal Tercero de Sentencia de esta ciudad sostuvo en su decisión de inaplicación
que el examen de constitucionalidad se sujeta específicamente a la cuestión de si la pena de
multa respeta el principio de legalidad y de reserva de ley, siendo que se estructura a partir de la
determinación de los salarios mínimos y la vigencia de los mismos.
A. En principio –dijeron los jueces integrantes–, no se advierte ninguna cuestión
problemática de constitucionalidad, por cuanto la pena de multa que se asigna al tipo penal está
relativamente indeterminada según el principio de graduación. Pero si se repara, esta norma
penal sólo es completa en apariencia –no en su materialidad–, por cuanto la determinación de la
pena de multa no es hecha por el Legislador, sino que se hace un reenvío al salario mínimo
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mensual vigente, con lo cual la fijación del mismo no se regula por ley, sino que queda
dispensado a lo que de él establezca el Consejo Nacional del Salario Mínimo. En tal sentido –
dijeron–, la pena de multa se ve completada en su esencia por la fijación que haga dicho
Consejo.
Bien es sabido –agregaron– que la determinación de la pena, conforme al principio de
legalidad, corresponde exclusivamente al órgano legisferante, lo cual implica que la pena debe
ser fijada en extensión y contenido por el Legislativo, y no por otra autoridad; de ahí que, en el
caso bajo examen, al corresponderle al Consejo Nacional del Salario Mínimo, fijar la cuantía del
salario mínimo mensual vigente –mismo que es fundamento esencial para la determinación de la
pena de multa–, concurre el defecto de inconstitucionalidad aludido, pues se trata de una norma
penal en blanco, que no cumple los parámetros que para ella deberían exigirse para hacerla con
los principios de la Constitución.
B. De lo anterior se sigue –siguieron–, que el tribunal debe examinar lo atinente al
principio de legalidad, el cual se estima violentado por la forma como se ha construido la
determinación de la pena de multa según los arts. 319 y 51 del C. Pn., el cual establece el
parámetro de cien a ciento cincuenta salarios mínimos vigentes; por cuanto estiman que legisla
mediante el uso de la técnica de normas penales en blanco –lo cual no es per se inconstitucional–
remitiendo el complemento de una norma penal a otra autoridad. En el presente caso, el reenvío
se verifica en la remisión que se hace del contenido del límite mínimo y máximo de la pena de
multa, al salario mínimo vigente, el cual es fijado por el Consejo Nacional del Salario Mínimo,
es decir la determinación de dicho parámetro no es hecha por el legislador, sino que le
corresponde a un organismo denominado Consejo Nacional del Salario Mínimo.
Es necesario entonces –afirmaron– que primero se esbocen los fundamentos de las
normas penales en blanco y bajo qué parámetros y limitaciones se ha entendido que dichas
normas pueden gozar de conformidad constitucional. Así, afirmaron que por normas penales en
blanco se ha entendido aquellas que sólo tienen un precepto relativamente determinado, las
cuales para perfeccionar de manera completa su mandato se remiten a otros textos; en
consecuencia, este tipo de normas no se encuentran completas, y deben ser concluidas por otras
que, usualmente, son de distinta jerarquía –normas de referencia o complemento–.
De ahí que –siguieron–, actualmente, la Dogmática jurídico penal considera que las
normas penales en blanco son supuestos de hecho en los cuales el tipo penal no está completo, y
necesita de una remisión a otra fuente normativa para completar su contenido. En materia penal
se distingue entre leyes penales en blanco propias y leyes penales en blanco impropias, siendo
que las consecuencias en materia de constitucionalidad serán diferentes. Las llamadas leyes
penales en blanco impropias son aquellas que se completan por una remisión a una fuente
normativa de la misma jerarquía y, en tal sentido, no representan ningún problema respecto del
principio de legalidad, por cuanto la unidad de la fuente emisora de la ley se mantiene, quedando
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a salvo el principio de reserva de ley como fundamento político de la separación de poderes. En
cambio, en las leyes penales en blanco propias, la remisión a la fuente no es de igual jerarquía y
se remite a un órgano que, aun teniendo potestades normativas de reglamentación, no las tiene en
su sentido formal, es decir, como órgano constituido para emanar las leyes que gobiernan a los
ciudadanos, que eligen precisamente a los miembros de ese poder, para que en su representación
legislen en distintas materias.
Sin embargo, y aun reconociéndose que en ciertos sectores de la vida social, es necesaria
una tutela diferente para los bienes jurídicos, la configuración de normas penales se ha sometido
a un escrupuloso control, partiendo de la base que un mal uso de las mismas puede erosionar los
fundamentos esenciales del principio de legalidad, en cuanto principio garantizador de la reserva
de ley, y de la separación de poderes. Y ésta es una de las funciones políticas más decisivas del
principio de legalidad, por cuanto sólo al Legislativo le está confiada la potestad estatal para
crear delitos y penas. Entonces, el mayor fundamento de legitimidad de las normas penales, sería
el de dispensar una mayor tutela a los bienes jurídicos y, por ello, la centralidad configurativa de
las normas penales en blanco se da en los supuestos de hecho, pero no sobre la pena. Y se
reafirma que las normas penales en blanco deben ser la excepción, una especie de ultima ratio
configurativa.
C. Ahora bien, los Jueces integrantes se cuestionaron sobre qué implicaciones tienen las
normas penales en blanco, para que puedan afectar sustancialmente al principio de legalidad.
Para estimar ello –dijeron–, debemos examinar algunos de los fundamentos del principio de
legalidad, ciñéndonos únicamente a lo que conviene al examen que se realiza. En primer lugar,
conviene destacar la jerarquía esencial del principio en análisis, como uno de los axiomas más
importantes de la sistemática penal y fundamentador del orden constitucional, precisamente a
partir de los grandes principios de reserva de ley y separación de poderes. Tal figuración del
principio de legalidad lo erige como uno de los más esenciales, en cuanto a su capacidad de
limitar al poder penal del Estado. Aquí sólo interesa destacar lo concerniente a dos de las
fórmulas de limitación, las cuales están circunscritas a la garantía que la ley penal debe ser
escrita y previa.
Por la primera de las garantías enunciadas -garantía de ley escrita o nullum crimen nulla
pena sine lege escripta, no puede configurarse delito o falta, ni imponerse pena o medida de
seguridad, sin ley escrita. En este sentido, el principio de legalidad es de imperioso
reconocimiento y, vale decir, que no se trata de cualquier ley, sino únicamente de la emanada por
el poder legisferante.
Ahora bien –sostuvieron–, desde la otra perspectiva, el reconocimiento del principio de
legalidad ya se ha formulado por la Sala de lo Constitucional advirtiendo que el mismo adquiere
manifestaciones concretas en el Derecho Penal, ámbito donde tiene enorme relevancia y
desempeña un papel de primer orden como garantía de los derechos fundamentales de la persona.
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Tales manifestaciones, señaladas también por la doctrina consisten básicamente en: (i) garantía
criminal, como seguridad que nadie será sancionado por hechos que no hayan sido previamente
tipificados como hechos punibles por la ley; (ii) garantía penal, como seguridad que a nadie se le
impondrá otra pena que la prevista en la ley para el respectivo delito; (iii) garantía jurisdiccional,
es decir, la seguridad que a nadie se le impondrá la pena prevista por la ley, para el hecho penal
atribuido, sino como consecuencia de un proceso jurisdiccional, que tenga por objeto la
comprobación de la existencia de tal delito, y la averiguación de quien lo haya cometido a fin de
sancionar al culpable; y (iv) la garantía ejecutiva, en el sentido que a nadie se le aplicará la pena
en grado diverso o de modo diferente a la regulación específica que para tal efecto se haya hecho
previamente en la ley, especialmente penitenciaria.
Por la extensión de esta garantía –afirmaron–, se reconocen al menos dos cuestiones
relevantes; la dirigida al poder que emite las normas de carácter penal, que en nuestro caso, la
constitución lo determina al Órgano Legislativo. Lo anterior significa que la criminalización de
conductas elevadas a la categoría de hecho punible como delitos o faltas, y las sanciones que le
estén asociadas, es exclusiva y está reservada al poder legisferante. De ahí que, a los otros
poderes les esté excluida en el orden penal, esa facultad de configurar conductas delictivas, o
crear penas o medidas de seguridad. La importancia de la ley escrita, alcanza su completa
dimensión cuando se examina como garantía política de la separación de poderes, por lo cual
únicamente al Legislativo le está atribuido, en materia penal, la creación de delitos y penas; la
función de la determinación punitiva, es ningún momento le corresponde a otro poder que no sea
al Legislativo.
El principio de reserva de ley, señala que corresponde al legislador la creación de los
delitos; esta potestad le está confiada al órgano político en el cual, por su propia naturaleza, se
goza de mayor representación del pluralismo social, y lo mismo corresponde con la pena, por
cuanto éste es el mecanismo que el Estado utiliza para restringir los derechos fundamentales de
los gobernados, que cometan las conductas que se habían prohibido con rango de delito.
Mientras que en la creación de las conductas penales, la excepción que se ha hecho es respecto
de las normas penales en blanco, pero bajo ciertas condiciones que son restrictivas; en cuanto a
la pena, el principio de reserva de ley se mantiene absoluto y no se puede delegar la
determinación del merecimiento de la pena, en ninguna de sus formas, ni en cuanto a su especie
ni en cuanto a su duración o cuantía. En suma –dijeron–, el Ejecutivo no puede, en ningún caso,
determinar la extensión de la pena ni en su especie ni en su contenido, y tal facultad es
indelegable, pues tampoco puede el Legislativo confiársela a otro poder; de ser así vulneraría la
Constitución.
Para dar mayor fundamento a las afirmaciones anteriores, hicieron mención de la Opinión
Consultiva 6/86 de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, de 9-V-1986, en la que se
afirmó que, dentro del constitucionalismo democrático, el principio de reserva de ley –para todos
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los actos de intervención en la esfera de la libertad– es un elemento esencial para que los
derechos del hombre puedan estar jurídicamente protegidos y existir plenamente en la realidad.
Para que los principios de legalidad y reserva de ley constituyan una garantía efectiva de los
derechos y libertades de la persona humana, se requiere no sólo de su proclamación formal, sino
la existencia de un régimen que garantice eficazmente su aplicación y un control adecuado del
ejercicio de las competencias de los órganos. La expresión leyes, en ese sentido, carecería de
sentido si con ella no se aludiera a la idea de que la sola determinación del poder público no
basta para restringir sus derechos. Lo contrario equivaldría a reconocer una virtualidad absoluta
de los poderes frente a los gobernantes. En cambio, el vocablo leyes cobra todo su sentido lógico
e histórico si se le considera como una exigencia de la necesaria limitación a la interferencia del
poder público en la esfera de los derechos y libertades de la persona humana. En ese sentido, el
término leyes no puede tener otro sentido que el de ley formal, es decir, norma jurídica adoptada
por el Órgano Legislativo y promulgada por el Ejecutivo, según el procedimiento requerido por
el derecho de cada Estado.
Luego de hacer cita textual de la jurisprudencia constitucional relacionada con el
principio de reserva de ley en la limitación de derechos, el tribunal requirente sostuvo que queda
clara la importancia que ha de concederse al principio de legalidad, en el ámbito de la ley escrita,
porque sólo de esta manera se puede garantizar que las normas penales en su contenido esencial,
y las penas de manera absoluta, queden reservadas al legislador. En materia de penas, no se
admiten excepciones de ninguna clase, la pena como máxima forma de afectación de los
Derechos Fundamentales, únicamente puede ser configurada por aquel poder a quien el pueblo,
por medio de la Constitución, le otorgó semejante potestad de restringir o afectar los derechos de
los gobernados; por ello, la configuración de la pena, en todos sus aspectos, es indelegable, si
sucede lo contrario, se viola el principio de legalidad, por violación al principio de ley escrita.
Precisamente en atención a lo anterior –dijeron–, es que la aceptación de las normas
penales en blanco se ha sometido a ciertos presupuestos de legitimidad. El primero de ellos exige
que el reenvío hacia otra norma, deba estar determinado de manera clara y precisa, es decir, la
habilitación de la norma penal, extendiéndose hacia otra fuente normativa debe ser una decisión
expresa del legisferante; si no hay remisión expresa, o deducible del texto, la norma penal en
blanco adolece de un defecto sustancial; el segundo presupuesto exige que la determinación
esencial de la conducta se encuentre en la norma que reenvía y no en la receptora o referida, esto
a su vez significa que la materia de prohibición que constituye el sustrato fundamental del tipo
penal, es la que debe quedar reservada, en cambio las circunstancias periféricas son las que
pueden remitirse; un tercer presupuesto exige que la parte complementaria de la norma referida,
debe constituirse de la manera más idéntica posible a la formulación del tipo penal en blanco, en
tal sentido, si el supuesto de hecho del tipo penal es prohibitivo, de esta misma manera debe
enunciarse la norma receptora; además, se exige –como cuarto presupuesto– la llamada
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prohibición de doble reenvío, es decir, la norma complementaria no puede hacer un nuevo
reenvío a otra fuente normativa; y por último, la pena como consecuencia jurídica del delito, no
puede en ningún caso ser objeto de reenvío, de ahí que, la misma siempre tiene que quedar
estatuida en el tipo penal en blanco, sin que cuantitativamente ni cualitativamente pueda ser
colmada por la norma de complemento.
D. En el sentido expresado –afirmaron–, debe examinarse que en los arts. 319 y 51 del C.
Pn., precisamente, se ha reenviado un aspecto de la multa, por cuanto, aunque el legisferante
determinó que la pena de multa tendría límites mínimos y máximos, dichos parámetros no los
determina el Legislador, como correspondería que lo hiciera y, al contrario, los remite a otra
autoridad, pues determina que la pena de multa será determinada mediante el salario mínimo
vigente, pero éste, en lo relativo a su cuantía, no le corresponde a la Asamblea Legislativa, sino
al Consejo Nacional del Salario Mínimo. Ahora bien, como la cuantificación de ese salario
mínimo no la hace el Legislador, ni en el C. Pn. ni en otra ley secundaria, sino que la
determinación de la cuantía del día multa se hace en virtud del salario mínimo, es obvio que
sustancialmente quien determina la dosimetría de la multa es el Consejo aludido, pues éste fija a
cuánto puede ascender el salario mínimo y, con ello, configurar la pena de multa, por lo que la
extensión del primero es un acto que ya no corresponde al Legislativo, como lo cual la cuantía de
la segunda ha sido delegada.
En tal sentido –continuaron–, si la pena se construye a partir de dos elementos
sustanciales, el cuantitativo y el cualitativo, ninguno de ellos puede ser objeto de reenvío por
parte del legislador. El primer aspecto está referido a su extensión en términos más generales y
usualmente es la que aparece consignada como parte del tipo penal, en tanto que sanción o
consecuencia. El segundo aspecto –cualitativo– es la forma en la cual se afecta el derecho
restringido y, en algunos casos, da contenido a ciertas cuantificaciones, en este caso la pena de
multa está sobre la base del salario mínimo vigente, pero se desconoce la dosimetría abstracta,
por cuanto se ignora cuál es la cuantía del salario mínimo. Para saberlo, debe hacerse una
remisión al orden normativo que contiene el salario mínimo y, precisamente, en eso radica una
norma penal en blanco. Aunque se ha señalado que el Legislador puede hacer uso de dicha
técnica y reenviar ciertos aspectos del delito, una de las prohibiciones absolutas es que se reenvíe
la pena, y eso es precisamente lo que se está reenviado en el presente caso; con lo cual se ha
materializado el defecto de inconstitucionalidad aludido.
De tal manera que, de acuerdo a la prescripción normativa que se enjuicia, es el Consejo
Nacional del Salario Mínimo quien al final determina un aspecto sustancial de la pena de multa,
cual es la cuantía de la misma, porque de la cantidad que se fije por dicho Consejo, dependerá la
cuantía de la multa. Con ello, quien termina configurando la pena de multa es el Consejo
mencionado, y no la Asamblea Legislativa, lo cual es inaceptable, pues el Legislador no puede
delegar sus potestades, sin vulnerar el principio de reserva de ley, y de división de poderes.
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Reafirmaron entonces que la pena con la cual se sanciona el delito de Ejercicio Violento del
Derecho, puede ser objeto de reenvío hacia otro poder, y con absoluta exclusividad la
determinación de la pena en abstracto corresponde íntegra al legislador. Ello vulnera los
principios de reserva de ley y de separación de poderes, y afecta esencialmente el principio de
legalidad, por lo que procede que se declare su inaplicabilidad conforme al art. 185 Cn.
Pero debe señalarse –agregaron– otro motivo de contradicción constitucional, del cual
adolece el art. 319 del C. Pn., en relación con el art. 51 C. Pn., con el cual se trasgrede la garantía
de ley previa, en el sentido que todos los delitos y penas deben estar previamente definidas al
hecho delictivo, es decir, la construcción del tipo penal, en cuanto determinación del supuesto de
hecho y de la pena en abstracto debe ser previa a la conducta del sujeto, sólo así se evita la
arbitrariedad que campeó en el antiguo régimen y se garantiza la seguridad jurídica de los
habitantes. Pero todo ello resulta inobservado cuando en la determinación de la pena de multa y
en su cuantificación se prescribe en el art. 319 del C. Pn., que ella oscila entre cien y ciento
cincuenta días multa. Nótese –dijeron– que esta forma de determinar la pena de multa estatuye
que la misma se calcule o se cuantifique según el salario vigente al día y lugar de la sentencia. Es
obvio que entonces ya no estamos ante una previamente determinada, sino ante la configuración
de una pena posterior, cuya fijación es incierta y fortuita; también es patente que esa formulación
es irreconciliable con el principio de legalidad, por cuanto éste garantiza que no sólo el delito,
sino también la pena, deban ser previas al hecho cometido por la persona.
Ciertamente –siguieron–, el principio de legalidad en la formulación nulla poena sine
lege praevia, asegura a los destinatarios de la ley que sus conductas no pueden ser sancionadas
sino en virtud de una ley dictada y promulgada con anterioridad al hecho considerado como
infracción, que predetermine la pena. Es decir, este principio no sólo constituye una exigencia de
seguridad jurídica, que requiere el conocimiento previo de los gobernados de los delitos o
infracciones y de las penas y sanciones, sino que además constituye una garantía política hacia
las personas, de que no pueden ser sometidas a penas o sanciones que no hayan sido establecidas
previamente, evitando los abusos de poder. En tal sentido, al incumplirse este mandato de que las
penas deben ser anteriores al delito, en el art. 319 del C. Pn., se han violado de manera flagrante
los arts. 2 y 15 Cn., que garantizan el principio de legalidad y el derecho a la seguridad jurídica,
mediante la prescripción de un precepto de ley secundaria, con lo cual se ha quebrantado el art.
246 Cn., y ello implica que dicho art. 319 del C. Pn. vinculado con el art. 51 del mismo Código,
sean declarados inaplicables para este caso en particular por este motivo.
Las penas que se asocien a los delitos –concluyeron– deben estar previamente
determinadas al hecho que ocurre, y ello es una exigencia reconocida de manera unánime por la
doctrina penal; de ahí que sólo para ilustración es conveniente citar lo que, al respecto, se ha
dicho. Exigir que las penas se hallen previstas por la ley persigue, como se ve, que cuenten con
el consenso de los ciudadanos, únicos legitimados para establecer las privaciones de derechos
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fundamentales que implican. El principio de legalidad no es sólo, entonces, una exigencia de
seguridad jurídica que permita únicamente la posibilidad de conocimiento previo de los delitos y
las penas, sino además la garantía de que el ciudadano no podrá verse sometido, por parte del
Estado ni de los jueces, a penas que no admita el pueblo. Como se dijo, el apotegma de reserva
es de rango constitucional y legal, lo cual le da una jerarquía axiológica superior que obliga tanto
al juez y a la administración, como al legislador mismo. Por ello, las garantías enunciadas
aparecen consagradas unas tras otra en el Derecho Positivo. En primer lugar, las sustantivas: está
prohibido acudir al derecho consuetudinario, pues nadie puede ser condenado por un hecho que
no esté expresamente previsto en la ley penal; ello quiere decir, que no sólo la circunstancia de
que una determinada conducta sea ya punible, sino también la clase de pena y su posible cuantía
han de estar legalmente fijadas antes del hecho. La sujeción de la que se trata, debe garantizar la
objetividad: el comportamiento punible y la medida de la pena no se deben determinar bajo la
impresión de hechos ocurridos, pero aún por juzgar, ni como medio contra autores ya conocidos,
sino por anticipado y con validez general, precisamente mediante una ley dictada con
anterioridad al hecho.
En suma –concluyeron–, queda claro que para la doctrina penal aun en sus diferentes
visiones ideológicas, el respeto al principio de legalidad de la pena es imperioso a los fines de
mantener un verdadero Estado de Derecho. Por tanto, de conformidad con el art. 185 Cn., se
declaró inaplicable la pena principal de multa prescrita en el art. 319 del C. Pn., fundamentada en
el art. 51 del mismo Código, por contradecir los principios de legalidad penal y reserva de ley.
2. A. Por resolución de 7-XI-2006, esta Sala tuvo por recibida la certificación mencionada
al inicio de esta decisión, en la cual se advirtió que los jueces en sus argumentos de
inaplicabilidad invocan la supuesta vulneración al art. 1 del C. Pn., en lo relativo al principio de
legalidad de la pena; sin embargo –se dijo–, es claro que dicha disposición constituye un
parámetro de rango infraconstitucional que, conforme a la naturaleza de este proceso y a la
jurisprudencia de esta Sala –Sobreseimiento de 14-X-2003, pronunciado en el proceso de Inc.
18-2001–, no posee las características de supremacía, rigidez y protección reforzada, entre las
más importantes de las normas constitucionales.
Asimismo –se acotó–, conforme a los criterios de admisión de este tribunal –v.gr.,
resolución del 11-II-2004, pronunciada en el proceso de Inc. 2-2004–, se encuentra
indeterminado el parámetro de control si la argumentación se fundamenta en la supuesta
violación a disposiciones infraconstitucionales y no en la supuesta contradicción con la
Constitución. En tal sentido –se advirtió–, este Tribunal no puede tomar en cuenta, dentro de los
motivos de inconstitucionalidad, la norma penal citada para realizar el examen de
constitucionalidad en el presente proceso con base a ella, ya que no representa una disposición
normativa con equivalentes cualidades a la norma normarum, sino estrictamente legal.
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B. También se dijo que, no obstante los jueces remitentes hacen alusión al art. 2 Cn., para
referirse a la supuesta vulneración del principio de seguridad jurídica, es evidente que este
fundamento jurídico se encuentra contenido y desarrollado de manera más concreta en el art. 15
de la Constitución, en cuanto éste regula el principio de legalidad, esto es, la exigencia que las
penas sean establecidas en una ley previa y escrita, entre otros requisitos, obviamente en aras de
la seguridad jurídica de los gobernados.
En ese entendido –se afirmó–, el motivo de inconstitucionalidad fundado en la supuesta
vulneración de la seguridad jurídica deberá comprenderse implícito en el que sostiene la supuesta
violación al principio de legalidad de la pena, pues éste tiene como presupuesto lógico la
seguridad jurídica.
C. En consecuencia –se concluyó–, los motivos que esta Sala analizará para resolver en
torno a la constitucionalidad del objeto de control –arts. 319 y 51 del Código Penal–, serán las
confrontaciones normativas invocadas por los jueces del Tribunal Tercero de Sentencia de esta
ciudad, tendientes a evidenciar que tales disposiciones legales vulneran lo dispuesto en los arts.
15 y 246 Cn.; es decir, el examen radicará esencialmente en dilucidar, de un modo general,
obligatorio y, en su caso, con carácter constitutivo, si el objeto de control contraría el principio
de legalidad y de reserva de ley en la configuración de las penas aplicables a los delitos.
D. Siguiendo ese orden de ideas –se aclaró–, este proceso no se convierte, bajo ningún
concepto, en un recurso o procedimiento de revisión de la inaplicación declarada por los jueces
de sentencia en comento, y tampoco es un juzgamiento del juicio penal que se desarrolló en
dicho tribunal. El caso concreto es independiente de este proceso de inconstitucionalidad y, por
tanto, los medios impugnativos que pudieran incoarse en contra de la resolución dictada por
dichos jueces siguen siendo viables, cumplidos que fueran los presupuestos legales para tal
efecto. Es decir, el desarrollo de este proceso de inconstitucionalidad, no interfiere con los
efectos de la resolución judicial de inaplicación –reconocidos expresamente en el Art. 77-D L.
Pr. Cn.–, y el pronunciamiento de este Tribunal se verificará con independencia total de las
apreciaciones y consideraciones expuestas por los jueces remitentes, acerca de la causa penal
concreta. En definitiva –se sostuvo–, el requerimiento hacia esta Sala sólo representa el cauce de
conexión entre el control difuso –art. 185 Cn.– y concentrado –art. 183 Cn.– de la
constitucionalidad de las leyes.
3. La Asamblea Legislativa, justificó la constitucionalidad de las disposiciones
inaplicadas afirmando que el C. Pn. establece qué son penas principales, y entre ellas está la pena
de multa; asimismo, el art. 51 establece que dicha pena se cuantificará en días multa, que obliga
al condenado a pagar al Estado una suma de dinero.
Antes de relacionar jurisprudencia de esta Sala, relacionada con el principio de legalidad,
la Asamblea sostuvo que el día multa importa como mínimo una tercera parte del menor salario
mínimo diario, vigente en el lugar al tiempo de la sentencia, y si bien es cierto dicho salario
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mínimo lo establece el Órgano Ejecutivo, la misma Constitución establece que los órganos del
gobierno colaborarán entre sí en el ejercicio de las funciones públicas, razón por la cual se
considera que no existe la supuesta inconstitucionalidad de las disposiciones inaplicadas; pues,
en la pena de prisión también el Órgano Ejecutivo colabora con la Administración de Justicia,
con los Centros de Atención y los custodios, que son administrados por el Ministerio de
Gobernación, razón por la cual consideró que no existe la inconstitucionalidad alegada.
4. El Fiscal General de la República, lic. Félix Garrid Safié Parada, al rendir el informe
que prescribe el art. 8 de la L. Pr. Cn., sostuvo que al analizar el art. 51 C. Pn. vemos que, con la
pena de multa se obliga al condenado a pagar al Estado una suma de dinero que se cuantifica en
días multa. El importe de cada día multa se fijará conforme a las condiciones personales, a la
capacidad de pago y a la renta potencial del condenado al momento de la sentencia.
A lo dicho agregó que con la comisión de un delito se ofende a la sociedad, es decir, a la
colectividad por lo que la fijación de la multa pretende la disminución patrimonial de la
capacidad económica del imputado a favor de la sociedad, representada por el Estado.
La proporcionalidad –dijo– en la cuantificación con base en la capacidad económica del
sujeto se justifica porque la multa es una pena por lo que debe convertirse en una disminución
patrimonial en los bienes del imputado; así, el que tiene menos pagará menos y quien tiene una
mayor capacidad, pagará más.
Para garantizar la seguridad jurídica –sostuvo–, el sistema de cuantificación contempla la
realidad económica del sujeto como base principal para la fijación de la multa. Igualmente,
siempre por seguridad jurídica, existe la necesidad de dotar a la propia pena de unos ámbitos de
seguridad y determinación, razón por la que se toma como parámetro de fijación el salario
mínimo vigente en el lugar y tiempo en que se pronuncia la sentencia condenatoria.
Se instaura así –sostuvo–, un sistema de días multa que surge con la finalidad de
disminuir al sujeto una parte de su potencial económico diario, como contenido oneroso del
juicio de reproche afecto a la pena. Como puede apreciarse, la pena exige dos determinaciones:
un número de días multa y la cuantificación económica para cada uno de esos días multa.
En el presente caso –agregó–, la multa que debía imponerse como consecuencia de
cometimiento del delito de Ejercicio Violento del Derecho, art. 319 del C. Pn., se tasa entre cien
a ciento cincuenta días multa para el objeto de ejercer un pretendido derecho, mediante la
intimidación o violencia, cuando pudo haber recurrido ante la autoridad.
El bien jurídico protegido –dijo– es el monopolio del Estado en el uso legítimo de la
fuerza para la resolución de conflictos. El sujeto pasivo en este delito es el Estado, el único que
puede usar la fuerza para los conflictos entre los ciudadanos. En ambas disposiciones
inaplicadas, queda claro el rol que juega el Estado, como sujeto pasivo del delito y como
receptor del pago de la multa representando a la sociedad ofendida.
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El principio de reserva de ley –agregó–, señala que es competencia del legislador la
creación de los delitos y penas; pero es necesario aclarar que, al establecerse parámetros de
regulación en cuanto al salario mínimo, por parte de un organismo diferente al legislador, no
significa que se esté violando el mencionado principio de reserva de ley ni el de legalidad; por el
contrario, cobre vigencia lo señalado en el art. 86 inc. 1° Cn., cuando expresa el deber de
colaboración entre los órganos de gobierno.
Los principales factores –sostuvo– para determinar el salario mínimo se refieren,
generalmente, al costo de la vida, los niveles de vida existentes que determinan el salario de
subsistencia, la oferta de trabajo, la productividad y la negociación. En ese sentido, la fijación del
salario mínimo no es antojadiza, ni discrecional, por lo que resulta un parámetro real para
imponer la pena de días multa.
Con los argumentos anteriores –concluyó– y disposiciones legales atinentes al caso
concreto, se afirma que no existe la inconstitucionalidad alegada, ya que si bien es cierto el
salario mínimo vigente lo establece el Ejecutivo, la Constitución establece que los órganos del
gobierno colaborarán entre sí en el ejercicio de las funciones públicas; además, queda claro que
el salario tiene características precisas para ser un verdadero parámetro de fijación de los días
multa.
II. Luego de expuestos los motivos que ha esgrimido el tribunal requirente para concluir
la inaplicabilidad de las disposiciones impugnadas, las razones aducidas por la Asamblea
Legislativa para justificar la constitucionalidad de las mismas y la opinión del Fiscal General de
la República, es procedente hacer algunas consideraciones concernientes al objeto de control de
constitucionalidad en el presente juicio, específicamente en cuanto a la contradicción con la
Constitución advertida en el art. 319 C. Pn.
1. A. En el presente caso, el contraste se plantea desde las violaciones a los principios de
reserva de ley y de legalidad penal, en tanto que la determinación del parámetro –salario
mínimo– con el cual fijar la multa se remite a un órgano distinto al Legislativo y el ámbito
temporal de validez para dicho cómputo se sitúa en el momento de la sentencia.
Ahora bien, el tribunal requirente ha hecho integración normativa del art. 319 C. Pn., con
el art. 51 C. Pn., en tanto que entiende es éste el que determina el ámbito temporal de la
consecuencia jurídica –multa– al cuantificarla con base en el salario vigente al momento de la
sentencia.
B. Sin embargo, se tiene que el delito de Ejercicio Violento de Derecho se encuentra en el
art. 319 C. Pn., estableciendo para el mismo la pena de multa que oscila entre los cien y ciento
cincuenta días multa y de diez a cincuenta días multa, si con el mismo propósito tipificado, se
hubiere empleado fuerza en las cosas. Es preciso, entonces, advertir que la consecuencia jurídica
de dicha disposición, no se remite al ámbito temporal de validez en el cual se verificará la
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cuantificación de la multa, ni se refiere al salario mínimo para tal efecto, sino que solamente
prescribe de manera abstracta los márgenes imponibles en días multa.
C. Por tanto, debe sobreseerse en el presente proceso respecto del art. 319 C. Pn., pues los
términos de inaplicabilidad aducidos sobre el mismo, son remitidos hacia el art. 51 C. Pn., en el
cual se contempla el parámetro material –salario mínimo– y temporal –tiempo de la sentencia–,
para la determinación del día multa.
2. Establecido lo anterior, corresponde ahora exponer el orden lógico de la presente
decisión. Así, en primer lugar, se efectuará una referencia general a la pena de multa regulada en
el Código Penal (III); para realizar posteriormente un análisis jurisprudencial referido al
principio de legalidad penal desde un enfoque constitucional (IV), y por último, analizar el
problema de las normas penales en blanco y el mandato de determinación o certeza, así como el
de la reserva de ley formal en materia penal (V), y con ello resolver la constitucionalidad de la
disposición sometida a control por la contradicción a dicho principio.
Posteriormente, resulta necesario aclarar los conceptos validez, eficacia y vigencia de las
disposiciones jurídicas subordinadas a la Constitución (VI), para luego caracterizar al principio
de irretroactividad, desde los postulados del principio de legalidad, como imposibilidad de
retrotraer los efectos de las normas en el tiempo y con base en ello establecer si, en el presente
caso, dicho principio resulta vulnerado (VII).
III. 1. A. El legislador tiene un ámbito de libre configuración en orden a la modulación de
la sanción de acuerdo a la gravedad del hecho y de la culpabilidad del autor, de acuerdo a las
consideraciones político-criminales que estime convenientes. Así, la pena –como sanción
acaecida por la realización de un comportamiento típico, antijurídico y culpable–, puede
restringir además de la libertad ambulatoria, otros derechos distintos, como el patrimonio del
condenado. Este tipo de sanciones se denominan “penas patrimoniales”, y cuando deban
satisfacerse en dinero se denominan “penas pecuniarias”.
En el Código Penal vigente, sólo existe una pena que reviste ambas características: la
“multa”, la cual aparece regulada como pena principal en el art. 45 ord. 4°, así como en los arts.
51 y siguientes.
B. De acuerdo con Heinz Zipf, la pena de multa puede definirse como una intervención
en el patrimonio del penado, realizada en ejercicio de la soberanía estatal, y cuya medida se
específica en dinero; es decir, se trata de una pena que consiste en el pago de una cantidad de
dinero. Sin duda, la objeción más importante que se efectúa con relación a la multa penal, es la
desigualdad en su trato con relación a la posición económica de los condenados, lo cual puede
generar su ineficacia. En efecto, para algunos la pena de multa puede consistir en un desembolso
insignificante de dinero, y para otros, en una cantidad económica difícil de cancelar, lo que
podría acarrear su ruina.
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C. Para obviar tales inconvenientes, fue ideada una fórmula legal que permitiera
equilibrar la cuantía de la pena con la capacidad económica del condenado; ésta es conocida en
la actualidad como el “sistema de días-multa”. En El Salvador, tal sistema se encuentra regulado
en el art. 45 ord. 4° del C. Pn., que literalmente dice: “La pena de multa, cuyo importe se
cuantificará en días multa y será de cinco a trescientos sesenta días multa”.
De acuerdo a la forma en que ha sido regulada en el estatuto punitivo vigente, la multa
adquiere tres connotaciones distintas: (i) aparece como pena principal; (ii) como una pena
alternativa a la prisión; y por último, (iii) se encuentra como una pena principal conjunta con la
de prisión.
2. A. En el ámbito moderno, esta pena ha adquirido una creciente importancia en razón de
las ventajas que conlleva su implementación, entre ellas: (i) carece de efectos degradantes sobre
el condenado, permitiéndole mantener su contacto con el medio social y familiar ; (ii) es
fácilmente graduable y adaptable a la situación económica del reo; (iii) no conlleva gasto alguno
al Estado para su ejecución, al contrario, le genera ingresos a sus arcas; y (iv) es un sustitutivo
muy eficaz de las penas cortas de prisión, lo cual evita un proceso de desocialización en
delincuentes primarios o hacedores ilícitos de menor gravedad (por todos, Gerardo Landrove
Díaz, Las consecuencias jurídicas del delito).
B. De acuerdo al art. 51 C. Pn., su procedimiento de determinación se basa en dos etapas:
(i) la fijación de cada día multa por el tribunal sentenciador conforme a las condiciones
personales, a la capacidad de pago y a la renta potencial del condenado al momento de la
sentencia, no pudiendo ser menor a la tercera parte del salario mínimo vigente en el lugar al
tiempo de la sentencia, ni sobrepasar el quíntuplo del mismo; (ii) la estipulación de la forma de
pago, que puede efectuarse en una sola ocasión, por cuotas semanales, mensuales o, en las que el
Juez de Vigilancia Penitenciaria estime convenientes.
C. Aunado a lo anterior, y en razón de que tal sanción penal no puede conllevar un efecto
degradatorio de la situación económica del reo o de su grupo familiar, el art. 53 del C. Pn. otorga
potestades al juez que supervisa el cumplimiento de la pena, para que pueda modificar el importe
de cada día multa fijado en la sentencia, y aún reducir su monto o aplazar la ejecución de la
sentencia en el caso de una imposibilidad de pago inmediato por el condenado.
Tal círculo de posibilidades se cierra, además, con la hipótesis de que cuando no exista
capacidad de pago por el condenado, y cuando esté prevista como pena única o alternativa a la
prisión, pueda ser reemplazada con trabajo de utilidad pública, a razón de dos horas trabajo por
cada día multa. Y cuando sea cancelado lo que reste por cumplir, también concluye el trabajo de
utilidad pública (art. 54 del C. Pn.)
IV. Corresponde en este apartado, efectuar algunas consideraciones doctrinarias y
jurisprudenciales con relación al principio constitucional de legalidad, y la importante función
que éste desempeña dentro del ámbito del Derecho Penal material.
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1. Así, en la Sentencia pronunciada el 14-II-1997 en el proceso de Inc. 15-96, esta Sala
afirmó que el denominado principio de legalidad es una derivación conceptual de la seguridad
jurídica, y que consiste en la sujeción del ejercicio de las potestades públicas al ordenamiento
jurídico, todo ello como un pilar fundamental que da vida al Estado de Derecho. Como se
advierte, el ideal esencial que persigue este principio, es que los miembros de la colectividad
social sean gobernados por la voluntad racional y justa de las leyes y no por la voluntad arbitraria
de los hombres.
A. En la específica materia penal, este principio adquiere connotaciones más acentuadas
que en las otras ramas jurídicas, en razón de los intereses que son puestos en juego: la protección
de los diversos bienes jurídicos –individuales o colectivos– de la ciudadanía en general, y el
derecho fundamental a la libertad –y otros conexos– de los cuales puede verse privado quien se
indique como realizador o ayudante de un hecho delictivo, siendo confirmada tal aseveración por
medio del proceso penal.
Por ello tiene razón Hans Heinrich Jescheck, cuando afirma que “las intervenciones
penales alcanzan una mayor profundidad en cuanto a sus efectos que cualesquiera otras
intromisiones en la libertad y la propiedad; aquéllas encierran un acento especialmente gravoso
sobre todo a través de la desaprobación ético social que le es inherente”.
En este sentido, la determinación prescriptiva de las conductas punibles, obliga a que no
se utilicen conceptos oscuros e inciertos, que puedan inducir a la arbitrariedad, pues cada
individuo debe entender perfectamente a qué atenerse, lo que reclama al legislador que las leyes
penales sean precisas y claras.
B. En la decisión mencionada, también se expuso que el principio de legalidad en el
ámbito punitivo comporta: (i) la garantía criminal, como seguridad que nadie será sancionado
por hechos que no haya sido previamente tipificados como hechos punibles por la ley penal; (ii)
la garantía penal, como seguridad que a nadie se le impondrá otra pena que la prevista en la ley
penal para el respectivo delito; (iii) la garantía jurisdiccional, es decir, la seguridad que a nadie
se le impondrá la pena prevista por la ley para el hecho punible atribuido, sino como
consecuencia de un proceso jurisdiccional que tenga por objeto la comprobación de la existencia
de tal delito, y la averiguación de quién lo haya cometido, a fin de sancionar al culpable; y (iv) la
garantía ejecutiva, en el sentido que a nadie se le aplicará la pena grado diverso o de modo
diferente a la regulación específica que para tal efecto se haya hecho previamente en la ley.
2. A. En el ámbito de la creación y aplicación del ordenamiento jurídico penal, este
principio impone al menos tres exigencias que pueden abreviarse conforme al primigenio
brocardo latino creado por Paul Johann Ritter Feuerbach: a) nullum crimen, nulla poena sine
lege praevia; b) nullum crimen, nulla poena sine lege escrita, y c) nullum crimen, nulla poena
sine lege estricta.
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El primero exige la existencia de una ley promulgada con anterioridad a la ejecución del
hecho que se pretende sancionar, impidiéndose con ello su aplicación retroactiva a situaciones
anteriores a su vigencia; el segundo, denominado también “principio de reserva”, establece que
la creación, modificación o derogación expresa leyes penales únicamente puede efectuarla el
órgano constitucionalmente facultado para ello –en nuestro medio, la Asamblea Legislativa–; y
el tercero impone que la redacción normativa de la conducta penalmente prohibida así como de
su pena sea claras, precisas e inequívocas; lo cual permite, una correcta aplicación del Derecho
por parte del juez penal, quien no puede castigar hechos distintos o imponer penas diferentes a
las que ha establecido la voluntad general expresada en el parlamento –prohibición de la
analogía in malam partem–.
B. Con relación a esta última exigencia referida a la lege stricta o lege certa, su desarrollo
jurisprudencial constitucional aparece plasmado en la Sentencia de 1-IV-2004, que destaca su
importancia al garantizar el estricto sometimiento del juez a la ley penal, vedando todo margen
de arbitrio o de discrecionalidad en su aplicación así como una interpretación analógica de la
misma, y por otro, la seguridad del ciudadano en cuanto a la certeza que la ley penal le permite
de programar sus comportamientos sin temor a posibles condenas por actos no tipificados previa
y claramente.
V. A efectos de esta sentencia, conviene referirse particularmente al principio
últimamente expresado, relacionado con la técnica legislativa de las leyes penales en blanco (1) y
ponderar la constitucionalidad de la disposición inaplicada (2).
1. A. De acuerdo con Enrique Cury, por ley penal en blanco se entiende “toda aquella
disposición que remite el complemento de un precepto a una disposición distinta cualesquiera
que sea su origen y ubicación de esta última” (La Ley penal en blanco).
Generalmente, tal complementación implica la remisión a una disposición diferente a la
penal, que puede ser del mismo rango normativo (normas penales en blanco impropias) o de uno
inferior (normas penales en blanco propias). En cuanto a las segundas, éstas se caracterizan por
requerir el reenvío a disposiciones creadas por órganos distintos al Legislativo y de inferior
jerarquía (disposición reglamentaria, ordenanza, acto administrativo, etc.)
B. En la actualidad, un amplio sector doctrinario reconoce la necesidad de hacer uso de
esta técnica legislativa al existir sectores sociales altamente dinámicos (medio ambiente, salud
pública, comercio exterior, seguridad vial, entre otros), y cuya ordenación jurídica debe
adecuarse con celeridad a tal realidad.
Pero también, su excesiva proliferación en los estatutos punitivos dan lugar una serie de
desventajas como son: (i) la excesiva indeterminación de la conducta típica con el consiguiente
desmedro de la seguridad jurídica y la función preventivo-general que la norma aporta a los
ciudadanos; (ii) las dificultades que entrañan al aplicador del Derecho Penal en la tarea
interpretativa, pues le obligan a remitirse a ámbitos jurídicos o que le son desconocidos o que,
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por lo menos, no conoce tan bien como el penal propiamente dicho; además de encontrarse con
la discordancia relativa al alcance y contenido de ambos tipos de normas, y (iii) por último,
quizás el problema más importante relativo a las leyes penales en blanco propias, cuando el
complemento de la norma penal constituye una disposición emanada de una autoridad diferente
al Legislativo, y que suele ser regularmente de inferior jerarquía, lo cual constituye una
infracción al principio constitucional de la división de poderes dentro del marco del Estado
Constitucional.
C. Igualmente, se distingue entre leyes penales en blanco en sentido estricto y leyes
penales en blanco “al revés”. Las primeras establecen la sanción a imponer, siendo necesario
complementar el supuesto de hecho; de forma distinta acontece en la ley en blanco “al revés”,
cuya conducta prohibida está plenamente descrita, más no la consecuencia jurídica cuya
determinación requiere de otra norma. En realidad, la única manera de solventar estas
contradicciones entre esta técnica legislativa y el principio de legalidad, radica en fijarle límites a
su utilización.
En efecto, el legislador penal tiene siempre la posibilidad de recurrir a la
complementación normativa por medio de un reenvío exterior, es decir, a otra disposición de
igual o inferior rango legal, siempre que la naturaleza de la materia así lo exija, y describa de
forma clara, precisa y inequívoca la conducta penalmente sancionada, no pudiendo dejar su
determinación absoluta o completa a una autoridad distinta, particularmente de inferior rango.
D. Aquí vale la pena citar de forma ilustrativa, los parámetros que al respecto ha emitido
el Tribunal Constitucional español en sus ya célebres sentencias emitidas el 5-VII-1990, 16-IX1992 y 28-II-1994 en relación con el tema. Así, ha afirmado que el reenvío a un reglamento para
la complementación de la norma penal resulta válido bajo estas condiciones: (i) que el reenvío
sea expreso y esté justificado en razón del bien jurídico protegido; y (ii) que el tipo penal
contenga la pena y el núcleo esencial de la materia de prohibición, satisfaciendo con ello la
exigencia de certeza. De acuerdo con tales fallos, el reenvío a materias diferentes del tipo ha de
tener un carácter adjetivo o complementario, más no principal.
Como se advierte, se trata de consideraciones igualmente valederas con relación al
Derecho Penal salvadoreño, y que esta Sala igualmente suscribe como requisitos y parámetros
obligatorios a los cuales debe sujetarse la actividad legisferante en el ámbito criminal.
2. A. Uno de los fundamentos que se han sostenido en la decisión jurisdiccional
certificada, es el relativo a que el salario mínimo diario vigente no se fija de acuerdo por medio
de una ley formal, es decir, emitida por el Órgano Legislativo, sino que resulta fijado por medio
de un Decreto Ejecutivo, que tiene como base un proyecto de decreto elaborado por el Consejo
Nacional de Salario Mínimo (arts. 155 al 159 del Código de Trabajo), lo cual es contrario al
principio de legalidad, en su variante del nullum crimen, nulla poena sine lege scripta.
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B. El principio supra citado impone al menos dos claras exigencias en la configuración de
la ley penal: (i) se excluye la costumbre como posible fuente de delitos y penas; y (ii) no basta
con la existencia de la ley escrita para cumplir con tal presupuesto, sino que ella ha de ser una
producción del parlamento, como representante del pueblo; con lo cual se excluye a los
reglamentos, las ordenanzas ministeriales o municipales, etc. como fuentes de producción de
ilícitos y consecuencias jurídicas de contenido criminal. En suma, ambos corolarios hacen
relación al carácter fundamentalmente político del principio.
Sin embargo, como se ha relacionado respecto de las leyes penales en blanco, en algunas
ocasiones –y con mayor regularidad en relación con el comportamiento típico– el complemento
de la materia de prohibición queda entregado a una autoridad de rango inferior a aquella
competente para crear leyes (leyes penales en blanco propias).
Ello no resulta per se inconstitucional, pues como ha sido ampliamente detallado, si la
protección penal del bien jurídico se encuentra inexorablemente relacionada con aquellos
sectores sociales cuya regulación jurídica no puede permanecer estática y, además, si el núcleo
de la prohibición penal aparece claramente detallado en el tipo teniendo el reenvío un carácter
expreso y netamente complementario, tal técnica legislativa se encuentra dentro de los ámbitos
de admisibilidad.
C. Ahora bien, el tópico sometido a análisis de esta Sala, versa sobre una “ley penal en
blanco al revés”, es decir, en aquella donde se determina el complemento de la sanción conforme
a un Decreto Ejecutivo. En particular, se trata de un supuesto no muy estudiado por la doctrina
por su rareza, pues ésta es unánime en afirmar que la sanción penal debe encontrarse nítidamente
establecida en el “tipo garantía”.
Empero, es posible deducir más de alguna razón de conveniencia práctica que haya
impulsado al legislador a su utilización en el Código Penal, como es el hecho de que si se
imponen cantidades exactas de dinero como límites internos y externos de la pena de multa, tales
valores pueden resultar superados en el devenir histórico por diversos fenómenos económicos
(por ejemplo: devaluación de la moneda, inflación, la mayor capacidad adquisitiva de la
población, etc.), volviéndose inútiles las finalidades perseguidas por la política criminal estatal.
Por otra parte, la elección del “salario mínimo mensual” como unidad económica en este
sector del ordenamiento jurídico, responde a su clara referencia y fácil manejo para la actividad
judicial, además de contar con el indiscutible conocimiento de la colectividad en general.
Desde otro punto de vista, y tomando como base lo estipulado con las leyes en blanco en
sentido estricto, si se expresa claramente en la norma penal que la sanción comprenderá tal
medida económica, comprendiéndose un tope interno y un tope externo bajo tales parámetros, y
remitiéndose únicamente al aspecto complementario, cual es la cantidad, no se aprecia que ello
pudiera suponer una flagrante violación al principio de legalidad penal.
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Al contrario, ello resulta avalado por razones de conveniente, practicidad y conocimiento
general. En consecuencia, se concluye que el art. 51 del Código Penal no resulta inconstitucional
al utilizar la técnica de ley penal en blanco “al revés” desde las razones expuestas, y así debe
declararse en esta decisión.
VI. 1. En cuanto al motivo de inaplicabilidad relacionado con el principio de legalidad –
pues el art. 51 C. Pn. establece como ámbito temporal de validez para cuantificar los días-multa
en las penas pecuniarias–, es preciso exponer algunas consideraciones sobre la eficacia de las
disposiciones.
A. Dicho término se entiende como la posibilidad que la disposición cumpla con los
objetivos previstos a su emisión, es decir implica su fuerza peculiar en tanto potencialidad
normativa. La eficacia de una disposición se determina en virtud de los efectos jurídicos
previstos por el ordenamiento para la misma, como deber de cumplimiento de los destinatarios u
órganos de aplicación del derecho, noción que se presenta en un plano fáctico –cumplimiento y
aplicación de las disposiciones–.
Este modo de estudiar el derecho, tiene como base la existencia empírica de las
disposiciones que componen determinado sistema normativo, es decir, predica la existencia de
disposiciones a partir de un determinado modelo de conducta que se considera socialmente
aceptado.
B. Por su parte, desde el punto de vista de la validez –propiamente normativo– se califica
como disposiciones jurídicas a las prescripciones emitidas por los entes con potestades
normativas reconocidas por el mismo ordenamiento jurídico.
Una disposición es válida, y en ese sentido es jurídica, cuando ha sido emitida de acuerdo
con los cánones de producción normativa establecidos por el ordenamiento jurídico para tal fin;
por tanto, son las normas sobre producción jurídica las que regulan las competencias normativas
de diversos órganos y los procedimientos que deben seguirse para generar las distintas fuentes.
2. A partir de lo expuesto, la diferenciación entre validez y eficacia se vuelve necesaria,
pues, efectivamente la validez es un atributo jurídico de las disposiciones a partir de su relación
con las fuentes de su juridicidad –normas de producción jurídica–, que determinan las
condiciones de su producción; mientras que la eficacia, como potencialidad normativa de una
disposición, supone el acomodo de la realidad normada a la disposición.
En ese sentido, puede afirmarse que ambos conceptos son independientes entre sí, en el
sentido que la eficacia no es parámetro para predicar la validez de una disposición, pues ésta, al
incumplirse, no deja de pertenecer al ordenamiento jurídico, sino que, aunque deje de ser
aceptada socialmente, conserva su validez.
3. A. Pero además, también puede derivarse una estrecha relación entre ambos conceptos,
a partir de la definición de vigencia. Este es un requisito formal de la producción de la
disposición, en virtud del cual, salvo las excepciones previstas por el ordenamiento mismo –
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retroactividad o ultraactividad–, se pretende la obligatoriedad de la disposición. Es decir, no
puede negarse que excepcionalmente, no obstante la disposición ha perdido su vigencia, puede
seguir surtiendo efectos sobre la realidad normada actual –ultraactividad–, así como también
puede modificar situaciones jurídicas que acaecieron antes de su vigencia –retroactividad–.
B. En consecuencia, al ser el punto intermedio en que coinciden, por un lado, la
culminación del procedimiento de producción normativa –validez–, y la actualización de su
plena capacidad de surtir efectos jurídicos sobre la realidad –eficacia–, la vigencia es el criterio
jurídico que delimita el ámbito de exigibilidad temporal de las normas.
La vigencia implica, por tanto, la pertenencia actual y activa de una disposición al
ordenamiento jurídico, de manera que es potencialmente capaz de regular todas las situaciones
subsumibles en su supuesto de hecho, toda vez que haya sido publicada y concluido su periodo
de vacatio legis. Por el contrario, la pérdida de vigencia es la falta de idoneidad pro futuro para
regular las situaciones previstas en su supuesto de hecho.
C. En otras palabras, el ámbito temporal de validez de las disposiciones es el intervalo
máximo de tiempo durante el cual un enunciado jurídico-prescriptivo pertenece al ordenamiento
jurídico y es susceptible de ser aplicado.
VII. Establecido lo anterior, se afirma que, ya sea de forma expresa o tácita, todos los
enunciados jurídicos se refieren a intervalos temporales, en su supuesto de hecho y en su
consecuencia jurídica. Al respecto es preciso plasmar algunas consideraciones pertinentes al
presente caso.
1. El tiempo o momento en que los acontecimientos relevantes para un caso tienen lugar
es determinante para la aplicabilidad de las disposiciones a ese caso. Pues, en un primer
momento, debe existir una coincidencia temporal entre el ámbito temporal de la norma, con el
momento en que acontece la correspondiente acción, que habilita su aplicación. De manera que
todo lo que ocurra fuera de ese ámbito temporal debe considerarse irrelevante para la
disposición.
Para establecer si determinada circunstancia de hecho es merecedora de la consecuencia
jurídica prevista en una disposición, es necesario primero establecer en qué momento es
realizada la acción, y el intervalo de tiempo al que la primera se refiere.
2. Desde el punto de vista del juez, el sistema jurídico vigente al momento de su decisión
ocupa una posición privilegiada en cuanto a su aplicabilidad al caso concreto; sin embargo, no es
el único susceptible de aplicación actual; existirán casos en los que el juez aplicará disposiciones
que ya han sido derogadas, pero que retienen su aplicabilidad, al contemplar casos que se
realizaron durante su vigencia; así también, existirán otros supuestos en que el juez deberá hacer
aplicación de disposiciones actualmente vigentes, sobre situaciones o hechos acontecidos con
anterioridad a dicha vigencia. El juez tiene que identificar en este sistema, antes que otra cosa,
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los criterios de aplicabilidad, los cuales a menudo pueden remitirlo a disposiciones que ya no son
válidas, y no obstante deben ser aplicadas.
3. Para determinar cuál o cuáles de las múltiples disposiciones en el ordenamiento
jurídico ha de ser aplicada al caso sometido a conocimiento del juez, existen ciertos criterios que
varían de una rama del derecho a otra y que generalmente se encuentran en el mismo
ordenamiento jurídico.
Si bien una disposición que no pertenezca al sistema jurídico actual puede ser aplicada,
los criterios que habilitan su aplicación deben estar vigentes o pertenecer al sistema en el que se
dicta la sentencia; en ese sentido, el sistema actual ocupa un lugar privilegiado respecto de todos
los anteriores.
4. Uno de tales criterios de aplicabilidad de las normas en el tiempo es el principio de
irretroactividad de las leyes, consagrado en el art. 21 Cn. Al respecto hay que subrayar que la
Constitución no garantiza un principio de irretroactividad absoluta o total; sino que, sujeta la
excepción a dicho principio a los casos de leyes más favorables en materia penal y materias de
orden público.
A. La jurisprudencia de esta Sala ha sido clara al respecto al señalar en la Sentencia de
26-VIII-1998, pronunciada en el proceso de Amp. 317-97, que el carácter de orden público de
una ley no le concede a ésta, ipso iure, efecto retroactivo, puesto que dicho carácter debe estar
consignado expresamente en la misma ley, de una manera general o con referencia a situaciones
especiales que ella regula.
Ello porque el principio de la irretroactividad de las leyes está concebido como una
garantía normativa o mecanismo tendente a tutelar los derechos fundamentales de las personas.
Pues si la ley ha de aplicarse sobre situaciones jurídicas o facultades nacidas o que han emergido
bajo su vigencia; la alteración de situaciones jurídicas consolidadas, debe justificarse y
consignarse adrede, es decir, expresa y ampliamente, no pudiendo quedar a la discreción del
juzgador.
B. A propósito de lo señalado anteriormente, dentro de la teoría de la retroactividad
encontramos también la figura de los derechos adquiridos, que tiene estrecha relación con el
principio enunciado. Esta Sala ya se ha pronunciado respecto de tales derechos en la Sentencia
de 14-I-1997, pronunciada en el proceso de Amp. 38-S-93 estableciendo que si el derecho estaba
ya individualmente adquirido antes de haberse puesto en vigencia la nueva ley, los preceptos de
ésta no pueden tener ya autoridad para alterar tal derecho.
Por el contrario, si en el instante en que la nueva disposición legal comenzó a regir y el
derecho aún no había sido adquirido individualmente, sino que está in fieri o por nacer, no podrá
ya adquirirlo el individuo sino con arreglo al precepto imperativo de la nueva ley.
C. Pero lo anterior no implica que el legislador no pueda suprimir o transformar las
instituciones jurídicas existentes, pues está perfectamente habilitado para modificar las reglas
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que rigen los derechos, someter a nuevas condiciones la conservación y la eficacia de los
mismos, siempre que no afecte la personalidad ni infiera daño a algún individuo, y sin introducir
innovaciones substanciales en dichas instituciones.
Este precedente de amparo permite en principio considerar que aquellos derechos
individuales adquiridos antes de la vigencia de la nueva ley queden firmes e inalterables no
pudiendo cambiarse, existiendo por otro lado la posibilidad que el legislador pueda suprimir o
trasformar las instituciones jurídicas existentes.
5. En el ámbito penal, el principio de legalidad implica, bajo este punto de vista, certeza,
confianza, seguridad para el ciudadano, entendidas en sentido formal –como reserva absoluta de
la ley para definir los delitos y sus penas–, y en sentido material, es decir, como previsión
calculable de los actos propios y garantía de la orientación que se va a dar al comportamiento
personal.
A. Una de las manifestaciones materiales del principio de legalidad en el ámbito del
Derecho Penal es tanto la prohibición de dictar leyes con efectos retroactivos desfavorables
como de aplicarles a hechos cometidos con anterioridad a su entrada en vigor y, de igual forma,
en sentido perjudicial para el afectado.
De este modo, como manifestación concreta del principio de legalidad, la prohibición de
retroactividad de las leyes penales obliga no solamente al juez en la aplicación de las mismas,
sino al propio legislador, y por ello hay que entenderlo como uno de los fundamentos del Estado
de Derecho: todo individuo debe saber de antemano cuáles son las posibles consecuencias de sus
actos, y la Constitución debe asegurar la confianza del ciudadano frente a imprevisibles o
arbitrarios cambios legislativos susceptibles de ser aplicados retroactivamente o con absoluto
desprecio del pensamiento inherente a la generalidad de las leyes.
B. La prohibición de retroactividad, en ese sentido, significa que la imposibilidad de
aplicar la ley desfavorable alcanza no solamente a los hechos que han tenido lugar con
anterioridad a su entrada en vigor, sino también a las consecuencias o situaciones que tienen
lugar bajo su vigencia pero han sido generadas previamente por una ley anterior.
De este modo hay que entender que el principio de irretroactividad alcanza a todo hecho
o circunstancia cuya toma en consideración dé lugar a la aplicación, con carácter retroactivo, de
una disposición sancionadora desfavorable o restrictiva de derechos individuales.
C. Cualquier modificación gravosa queda sometida al principio de irretroactividad si los
hechos no se cometieron bajo su vigencia. La misma consideración puede hacer específicamente
sobre la pena: la garantía de irretroactividad alcanza a la previa determinación legal de la misma
en todos sus aspectos y a los diferentes extremos de su fundamentación, agravación, extensión.
Por lo que respecta a las leyes penales en blanco en sentido estricto, puede sostenerse que
las alteraciones de la norma de rango inferior que complementa la ley en blanco y generen un
efecto agravatorio o extensivo de la responsabilidad penal, no puede aplicarse de manera
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retroactiva. Por ello, hay que incluir en la prohibición de retroactividad de la ley penal a las
diferentes partes de la teoría de la pena, tanto en la fase de determinación judicial, como de
medición, aplicación y ejecución. Efectivamente, el mandato de legalidad derivado del art. 15
Cn., se extiende no sólo hacia la conducta punible, sino que también exige para el Legislador la
predeterminación taxativa de la sanción a imponer.
6. Entre los elementos objetivos de la disposición inaplicada se establece un ámbito
temporal de validez para cuantificar la sanción penal de días-multa, conforme al salario mínimo
vigente al momento de la sentencia. Bajo esta prescripción, el complemento del tipo penal en
cuanto a su consecuencia jurídica se determina con posterioridad al hecho cometido y juzgado,
pues la sanción, en ese sentido, sería la que en un futuro –momento de la condena– sea la
vigente.
En efecto, al aplicador de la consecuencia jurídica prevista en la norma inaplicada se le
vuelve necesario tomar como base para la cuantificación de la multa, aspectos sustanciales que
no revisten el carácter de previos al momento del hecho delictivo. Por el contrario, se determina
y complementa el sentido de la sanción penal pecuniaria hacia aquél momento en que haya de
pronunciarse la condena.
Ello genera una violación al principio de legalidad penal, en su manifestación más
concreta de prohibición de retroactividad en la tipificación de las conductas punibles y su
correspondiente consecuencia jurídica, específicamente respecto de éste elemento normativo
contemplado en el art. 51 del C. Pn., y así debe ser declarado en esta decisión.
Por tanto, con base en las razones expuestas en los considerando anteriores, disposiciones
constitucionales y de la Ley de Procedimientos Constitucionales, en nombre de la República de
El Salvador, esta Sala
Falla:
1. Sobreséese en el presente proceso respecto del art. 319 C. Pn., pues los términos de
inaplicabilidad aducidos sobre el mismo, son remitidos hacia el art. 51 C. Pn., en el cual se
contempla el parámetro material –salario mínimo– y temporal –tiempo de la sentencia–, para la
determinación del día multa.
2. Declárase que el art. 51 del C. Pn. no contraviene al principio de reserva de ley en
materia penal, pues la elección del “salario mínimo mensual” como unidad económica en este
sector del ordenamiento jurídico, responde a su clara referencia y fácil manejo para la actividad
judicial, además de contar con el indiscutible conocimiento de la colectividad en general.
3. Declárase que el artículo 51 del Código Penal resulta inconstitucional por violación al
principio de legalidad penal, únicamente en la determinación de la sanción de multa, con base en
el salario mínimo vigente al momento de la sentencia.
4. Notifíquese la presente resolución a todos los intervinientes.
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5. Publíquese esta Sentencia en el Diario Oficial dentro de los quince días siguientes a
esta fecha, debiendo remitirse copia de la misma al Director de dicho órgano oficial.
---J. B. JAIME---F. MELÉNDEZ---J. N. CASTANEDA S.---E. S. BLANCO R.---R. E.
GONZÁLEZ B.---PRONUNCIADO POR LOS SEÑORES MAGISTRADOS QUE LO
SUSCRIBEN---E. SOCORRO C.---RUBRICADAS.
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