Fútbol e Inconsciente Colectivo o porqué nos sentimos mal cuando

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Fútbol e Inconsciente Colectivo o porqué nos sentimos mal cuando pierde nuestra selección
Dr. Aldo Suárez-Mendoza
10 de septiembre de 2013
Ninguna otra actividad social penetra tanto a la sociedad como el fútbol; se trata de un
fenómeno sociológico complejo que va más allá de un juego o de la afición por un deporte. Y
es debido a tal penetración que desde hace mucho el fútbol en contraste con cualquier otro
deporte, ha sido analizado desde muy diversas perspectivas: la sociológica, la psicológica y
la antropológica, por mencionar algunas. En su libro “Futbol a Sol y Sombra” Eduardo
Galeano lo plantea de una forma muy atrevida cuando se pregunta: ¿En qué se parece el
fútbol a Dios? En la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que le
tienen muchos intelectuales. Es cierto, pero los últimos años dan cuenta de intelectuales que
se asoman al mundo del balonpié.
Hoy sabemos que la devoción por el fútbol alcanza a muchos; dejó de ser una afición
exclusivamente masculina para convertirse en un asunto también de las mujeres, y si les
interesa a ellas, es muy probable también que el fenómeno alcance a las familias. Si en un
inicio era practicado en las universidades y colegios ingleses como un deporte selecto, en
latino-américa empezó a ser jugado por niños que no tenían acceso a la escuela y es así
como en los países del cono sur nace el fútbol criollo; eran los pobres los que lo practicaban
y lo hacían suyo, lo “tropicalizaban” haciéndolo propio.
¿Cómo entender esta devoción al fútbol desde la perspectiva psicológica?
De acuerdo con la noción de Winnicott de espacio transicional, aunque el juego en el adulto
tiene algunas guarda ciertas diferencias con respecto al juego de los niños, conserva el
carácter de un espacio transicional entre su realidad cotidiana y sus fantasías. Es
como espacio lúdico, mundo de convención y transición entre un plano real y otro imaginario
en el que el adulto proyecta gran parte de sus fantasías, sus miedos y en general todo lo
que en cierta forma se vea reprimido. El juego es para el adulto un espacio permisivo, con
reglas que no son constricciones, no son vividas coercitivamente, en tanto son
libremente pactadas, y que puede abandonar también voluntariamente (espacio
lúdico).
El fenómeno del fútbol se inserta como humedad en la identidad de una gran parte de la
población; es parte del legado identificatorio que un padre (o una madre) transmite a su hijo
desde el momento en que éste le enseña (inconscientemente o no) a “irle” a una equipo. Se
trata de fenómenos que suceden desde muy temprano y que continúan fortaleciéndose en
los años por venir.
Tal fenómeno “el de la identidad futbolera” que sucede en lo individual es reforzado
posteriormente por la inclusión del individuo en núcleos sociales más amplios y sucede
nuevamente a partir de un componente inconsciente del cual el individuo, pero también el
grupo, poco se percatan. Esto mismo sucede con otros aspectos de la vida de un individuo:
existe todo un proceso de internalización de la identidad sexual, de la identidad nacional o
de la identidad de grupo. Y más aún, sucede un entrecruce de todos estas identidades que
dan por resultado el entramado tan complejo que constituye la identidad general de un
individuo. De ahí la complejidad en muchos momentos al tratar de entender eso que
llamamos afición; está hecha de muchos elementos y se imaginarán que es poco
susceptible de ser entendida exclusivamente en términos racionales.
¿Qué elementos se echan a andar cuando juega el equipo al que le vamos, o más aún, qué
elementos participan cuando es la Selección Nacional la que juega?
Pues queriéndolo o no, de forma consciente o inconsciente, cuando nuestros seleccionados
juegan, se echa a andar en cada uno de nosotros algo más que el deseo de triunfar: se
reedita en nosotros todo nuestro sistema de valores pero también y de una manera más
inconsciente, se reedita nuestra propia identidad. ¿Y qué decir de nuestras emociones? Si
aceptamos que nuestra vida emocional está estrechamente ligada con todo aquello en lo
que creemos, es justamente esto a lo que llamamos afición.
Parecerá muy atrevido considerar que cuando en México la selección juega, pero sobre todo
cuando pierde, se reedita nuestra historia centenaria. Reaparecen sin querer nuestras
cicatrices de conquistados, de perdedores sistemáticos, de hijos de dioses menores, nos
recuerda que somos hijos de la Chingada. La promesa incumplida en el mexicano es la
repetición de algo muy añejo. La chingada –ya lo habíamos mencionado- es la mujer
traicionada, la mujer abierta, violada por el conquistador que la ha penetrado por la
fuerza y es de ella de la que todos nacemos; es también la promesa del padre macho
que abandona, que no le cumple ni a la mujer ni a los hijos a quienes termina dejando
sólos; es la promesa de los gobernadores que no nos cumplen; son las propuestas de
reformas que últimamente no han tenido tan ocupados pero al igual que el cese del Chepo,
siempre llegan tarde o son incompletas (todo una parte del aparato encaminado a hacerlas
imposibles) y siempre hay algo en lo profundo que nos dice que terminaremos como
siempre, defraudados, cada vez más pobres y con esta sensación de haber sido
burlados, lejos del concierto mundial (o de los torneos mundiales) para finalmente ahondar
en esta identidad de lejanía, citando de nuevo a Paz: “El mexicano siempre está lejos,
lejos del mundo y de los demás; lejos también de si mismo”. Poco importa para el
aficionado de a pié cómo está constituida la Femexfut, pero al fin y al cabo todos sabemos
que se trata del órgano oficial, de la figura de autoridad, que una vez más, nos la vuelve a
hacer: nos prometió algo que no se ha cumplido. Citando a Santiago Ramírez: “la figura
paterna para el mexicano es la figura fuerte, idealizada, anhelada, no alcanzada y por
lo mismo odiada. Esta figura vehementemente anhelada siempre está pronta a ser
víctima de la hostilidad, todo aquello que en una u otra forma represente la
masculinidad ausente y fantaseadamente potente del padre, será objeto de agresión.
Se atacará lo gachupín o lo gringo, o al Chepo, a la vez que se admirará y se anhelará”.
Y lo que es peor, la sensación indefectible de fracaso que parece que traemos troquelada en
lo más profundo, no permite ver los buenos logros; estos se desechan en automático
cuando presenciamos la pérdida de nuestro equipo; nos chingaron de la misma manera que
se chingaron a la Malinche, y de ahí a todos los que se quiera.
Y así en días de definición como los actuales, el fútbol, nuestro fútbol, se convierte en esa
voz incesante que proviene nada más y nada menos de nuestro inconsciente colectivo. Por
eso hablamos en plural: “nos golearon”, “los goleamos”, “nos los chingamos” Así nos une el
fútbol, en un sentimiento más universal, pero también más común a todos que otros temas
que nos atañen como las reformas, el noveno gasolinazo, las marchas que nos afectan, de
los estudiantes de Oaxaca que no han iniciado clases, etc.
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