El odio como ejercicio de todos los dias

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El odio como ejercicio
de todos los días
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P.: -¿Podemos esperar que un día la humanidad
erradique definitivamente la violencia?
J.-D. N.: -La idea de que el odio, las guerras y la
violencia en general puedan desaparecer en el futuro es una mera utopía. Desde luego, debemos luchar
contra la violencia, pero sabemos también que las
fuerzas de la destrucción y de la creación se confunden en lo más profundo de nuestro ser. Ellas son las
dos grandes tendencias antinómicas e indisociables,
constitutivas de la naturaleza humana.
P.:-Entonces, ¿siempre habrá odio entre los hombres?
J.-D. N.: -Absolutamente. Comprenda, las fuerzas antagonistas que gobiernan nuestro psiquismo
y condicionan nuestros comportamientos se expresan a través de dos sentimientos mayores, el amor y
el odio. La fuerza de la vida se manifiesta por el amor,
y la fuerza de muerte genera el odio. Los dos sentimientos enemigos traducen superficialmente el choque brutal de las pulsiones en el Ello. Así, amor y
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odio son la expresión consciente de las pulsiones inconscientes, que no dejan de agitarse, de desplegarse, de entrar en conflicto, de dinamizarse o, por el
contrario, de refrenarse mutuamente.
Ahora bien, a semejanza de una fiera que deja
de ser peligrosa cuando es sometida a un adiestramiento cotidiano, el amor y el odio, así como las
pulsiones que ellos manifiestan, requieren un entrenamiento permanente. ¡Sí, el mismo odio debe
ser un ejercicio de todos los días! Pero, no se equivoque. Mi fórmula no es ninguna apología de la violencia. Usted sabe, el psicoanálisis nos enseña que
toda energía viviente en cuanto es encerrada se
vuelve explosiva, mientras que la misma energía
progresivamente descargada se vuelve creativa. Las
pulsiones hierven cuando las reprimimos brutalmente y les negamos toda salida; mientras que, por
el contrario, se subliman exteriorizándose con medida. Insisto, el odio, al igual que el amor, debe ejercerse permanentemente para evitar la furia
devastadora. Si en una pareja el odio se ejerce sin
violencia física, como por ejemplo en la clásica escena doméstica en la que cada integrante descarga
su ira, éste se transforma en energía elaborada, la
cual mezclada con el amor, consolida la relación.
Es por eso que la disputa en la pareja estable reviste sobre todo una función económica: ser la sopapa
que permite evacuar el exceso pulsional. Los dos
,,;aben, incluso si lo han olvidado en el fuego de su
querella, que el enfrentamiento al que se libran no
solamente no los separará, sino que los juntará más
que nunca. Lo vemos, el odio amansado como complemento del amor, lo nutre y lo fortalece.
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En una palabra, el amor está siempre entreverado con el odio, y conocemos estados en los que se
distinguen tan mal uno del otro que Lacan inventó
un nombre particular para designar esos momentos
complejos, el de "odioamoramiento".
Para volver a su pregunta, no sólo creo que el
odio no desaparecerá nunca, sino que, por el contrario, debemos cultivarlo y domeñarlo como una fuerza
necesaria y complementaria de la vida del individuo
y de la sociedad.
P.: -Si comprendo bien, el odio sería, según usted, una fuerza benéfica, a condición de dominarla.
J.-D. N.: -Exactamente. En un sujeto existen dos
caras del odio. Desarrollé ampliamente esta distinción en un libro que aparecerá próximamente: Primero, el odio se presenta -acabamos de verlo- como
la expresión inmediata de la pulsión de muerte. Es
el odio-pulsión, fuerza bruta que podemos domesticar y volver positiva ejerciéndola cada día. Luego, el
odio puede tomar la forma de un sentimiento tan
absoluto y desvastador como la pasión salvaje. Esta
última es el odio-reacción, considerado como la respuesta incontrolada a una herida de amor propio.
Me explico: el odio-reacción es la respuesta inmediata a un daño de la imagen de sí, imagen nutrida
en la relación con el otro amado. Mi odio apunta entonces a aquel que, habiendo hasta ahí sostenido y
"'El concepto de odio", en Lecciones sobre 7 conceptos
t:ruciales delpsicoauálisis, vol11mPn ?..
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valorado mi imagen, me deja, me humilla y me desampara. Dicho de otra manera mi odio es el rechazo de aquel que yo amaba porque lastimó mi imagen.
Sin duda los combates más dolorosos se emprenden
siempre entre aquellos que más se aman, puesto que
se conocen mutuamente y saben tocar los puntos sensibles, los mejor escondidos. Así, el odio, al igual que
el amor, es profundamente recíproco.
Es decir que mi odio concentra toda mi violencia
para suprimir al otro. Estoy perdidamente resentido contra aquel que me hizo sentir la fragilidad de lo
que yo creía ser. A ese queremos borrarlo, destruirlo, como él nos destruye. Es por eso que el grado de
odio es proporcional al impacto de mi ilusión herida.
Odiar al otro es, pues, un último sobresalto para proteger mi imagen dañada, una manera de defenderme y una tentativa de renunciar, sin tristeza, al amor
burlado. Es así que prefiero odiar que estar triste,
porque en el odio me concentro, mientras que en la
tristeza me disuelvo. En una palabra: odio, luego me
siento ser.
P.:-¿En todos los casos, ya sea pulsional o reactivo, el odio nos fortificaría?
J.-D. N.: -Para nada. Si es cierto que el odiopulsión bien amaestrado nos consolida, el odio-reacción, por el contrario, nos encadena al enemigo que
queríamos alejar. Es verdad que en mi rabia, yo me
siento ser, pero no me doy cuenta de que me encierro
en una relación pasional y mórbida con el otro odiado.
Antes, estaba atado al otro por amor, ahora soy esclavo de mi odio.
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P.: -Usted dice que el odio es "la expresión inmediata de la pulsión de muerte". ¿Cómo definiría la
pulsión de muerte?
J.-D. N.: -Considero que la pulsión de vida y la
pulsión de muerte están al servicio de la vida, cada
una actuando en oposición a la otra. La primera uniendo y la segunda desuniendo, pero ambas se asocian
para conservarnos lo más posible en vida. La primera
-Eros- es la tendencia que nos llama a la unión con
los seres y los objetos del mundo exterior y a preservar esta unión. La estabilidad que resulta de ella nos
es absolutamente indispensable para asegurar nuestra cohesión íntima y afirmar nuestra identidad. La
segunda, la pulsión de muerte-Tánatos-, es sin duda
una potencia de desunión y de destrucción, sobre todo
cuando está vuelta hacia el exterior. Pero vuelta hacia el interior -y es una idea personal que me es grata- tiene como función sacarnos de encima todo lo
que nos es dañino o se ha vuelto inútil. Para mí, la
pulsión de muerte es un impulso positivo que, a pesar de esa siniestra palabra "muerte", tiene una acción benéfica para el cuerpo y el psiquismo. Cuando
estamos enfermos, por ejemplo, la movilización compleja de nuestros anticuerpos está organizada por la
pulsión de muerte, así como el gesto de disgusto del
lactante que se aparta del seno porque llegó el momento del destete. En suma, ya sea la fuerza de vida
que concentra o la fuerza de muerte que destruye en
el exterior o purifica en el interior, la acción conjugada y antagonista de las dos pulsiones originarias sirve a la causa de la vida.
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