43 Violencia de Género: La Inclusión de los hombres en la solución

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Rev. Casa de la Mujer ISSN 2215-2725. Vol 22(1-2): 43-57, Enero-junio 2013
URL: http://www.revistas.una.ac.cr/index.php/mujer/index
Violencia de Género:
La Inclusión de los hombres
en la solución del problema
Anni Marcela Garzón Segura1
Universidad Cooperativa de Colombia – Sede Villavicencio
[email protected]
Recibido: 10 de setiembre de 2015. • Corregido: 18 de abril de 2015.
Aceptado: 10 de junio 2015
Resumen:
La inclusión de los hombres en la solución del problema de la violencia de
género, a nivel de pareja, se ha dado exclusivamente mediante medidas penales que castigan o a través de medidas psicológicas que permitan la reinserción de los agresores. Sin embargo, se ha dejado de lado la importancia de
la participación del resto de los hombres, pues la violencia de género es consecuencia de una masculinidad hegemónica presente en la socialización de
todos los hombres y que estructura la sociedad bajo principios patriarcales.
Palabras clave: Violencia doméstica; hombre; rol de los géneros; igualdad de Derechos; Derechos de la mujer.
Abstract
The inclusion of the men in the solution of the problem of gender violence
has been given exclusively by means of penal measures that punish or
through psychological measures that allow the aggressors reinsertion.
However, the importance of male participation has been neglected
because gender violence is consequence of an hegemonic masculinity
present in the socialization of all men which structures the society under
patriarchal principles.
Key words: Domestic violence; man; gender role; equal rights; women’s rights
1 Anni Marcela Garzón Segura es Psicóloga de la Universidad Externado de Colombia; Máster
en Estudios Interdisciplinares de Género, por la Universidad Autónoma de Madrid y candidata
a Doctora en Estudios Interdisciplinares de Género, en la Universidad de Salamanca. Se
desempeña como docente e investigadora en la Universidad Cooperativa de Colombia y es
coordinadora de articulación en Corporación Internacional para el Desarrollo Educativo.
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En el tema de la violencia de género es común que se denuncien abusos
físicos y psicológicos vividos por mujeres en su relación de pareja, de tal
forma, se buscan herramientas para tratar y apoyar a las mujeres víctimas
desde lo psicológico, lo físico, lo legal y lo social. Sin embargo parece haber
una invisibilización de la otra parte de la violencia de género, que tiene que
ver con los hombres que la ejercen. A nivel académico, estos hombres son
investigados y se elaboran perfiles psicológicos para identificarlos; a nivel
legal, según se haya cometido una falta o un delito, estos hombres pueden
ser encarcelados o alejados de las mujeres a las que maltrataron; y a nivel
psicológico, si los hombres han sido condenados a una pena carcelaria
deben asistir a una rehabilitación psicológica que les permita superar el
problema de la violencia.
Tomando esto en cuenta, salta a la vista el hecho de que estos hombres,
antes mencionados, han ejercido una violencia de género relacionada con
la agresión psicológica pero sobretodo y evidentemente física, pero surge
la pregunta sobre qué ocurre con muchos otros hombres invisibles que
ejercen violencia psicológica (algo difícil de demostrar ante un juzgado) y
además de esto, qué ocurre con los otros hombres que no ejercen violencia
y tienen comportamientos más igualitarios.
De tal forma, a partir del conocimiento en violencia de género y de la
importancia de la cuestión antes planteada, han surgido investigaciones que
han intentado enfatizar en la participación de los hombres en la violencia
de género, ya que al plantearse soluciones que recaen en su mayoría en las
mujeres, parece reproducirse la idea de las mujeres como responsables
(de qué), olvidando que éstas son receptoras; y dejando de lado que
existen autores y cómplices de esta violencia. Al identificar que la mayor
parte de medidas políticas, educativas y sanitarias se están centrado en el
tratamiento de mujeres, surge un nuevo posicionamiento que busca incluir
a los hombres y reconocer en la violencia de género, una legitimación de la
masculinidad hegemónica caracterizada por el machismo, el control de la
mujer y el uso de la agresión para adquirir poder. En palabras de Ramírez
(2002): “Los hombres son pieza clave para tener una mejor comprensión
del fenómeno de la violencia contra las mujeres” (p.220).
Acompañado de esto, parece surgir un reconocimiento de que así
como hay hombres que ejercen violencia, existen muchos otros que no la
ejercen, lo que da pie para investigar a estos hombres que “nadan contra
la corriente” y se apartan de los modelos hegemónicos de masculinidad,
surgiendo así una profunda necesidad de transformación en los modelos
del ser hombre, pues se reconocen como la raíz o punto de partida del
problema de la violencia de género.
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Partiendo de las ideas antes planteadas, en esta ponencia se presentará
una revisión de las principales fuentes bibliográficas que tratan este tema,
para finalmente hacer un análisis personal que recoja estas ideas para
llegar a una conclusión. Las fuentes encontradas se pueden categorizar
en dos grupos: por un lado, las que hablan de la intervención psicológica
de los agresores, considerando exclusivamente a este grupo; y por otro
lado, las fuentes que consideran el problema de la violencia como una
consecuencia de la exigencia de masculinidad hegemónica tradicional, y
presente no sólo en los hombres agresores (físicamente) sino también en
los hombres que ejercen violencia psicológica y los que no ejercen violencia
pero que actúan como cómplices de la misma al no hacer nada al respecto.
A su vez, estas fuentes reconocen la existencia de un grupo de hombres
igualitarios, los cuales pueden servir de modelo para reestructurar a los
demás hombres. Por último, cabe mencionar que las siguientes fuentes
se seleccionaron porque además de ser de gran calidad, recogen la mayor
parte de información en torno a la temática aquí tratada y plantean las
cuestiones principales en relación a los hombres y la violencia de género.
1.1
Intervención con hombres que ejercen violencia de género
Así como se mencionó con anterioridad, existen algunos acercamientos
que en respuesta a la violencia de género buscan intervenir con los hombres
agresores para la prevención de futuros actos agresivos y en búsqueda de
su reinserción social. Las fuentes adscritas a este enfoque parten de la
consideración de los hombres agresores como actores de violencia física,
principalmente, haciéndolos corresponder con un perfil psicológico que
los caracteriza como hombres con deficiencias sociales y emocionales
importantes que deben ser tratadas. Es digno de destacar que en relación a
estas carencias o limitaciones que se considera deben ser tratadas, hay una
creencia de fondo que concibe que la violencia de género en los hombres
maltratadores es algo intrínseco a ellos, por lo que la solución recae en un
tratamiento específico de estas personas, dejando de lado un importante
reforzamiento social de la violencia como producto de una estructura
social sustentada en el patriarcado, y que por tanto legitima la violencia
como componente fundamental de lo masculino.
Para empezar es importante hablar de Echeburúa, De Corral,
Fernández Montalvo y Amor (2004) con su artículo ¿Se puede y debe tratar
psicológicamente a los hombres violentos contra la pareja?, este artículo es
fundamental pues es citado por otras fuentes y además en las propuestas
del doctor Echeburúa se basa el programa de tratamiento a agresores
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aprobado por la Ley Orgánica 1/2004 en España. En este artículo se parte
de la idea de que “El maltrato contra la pareja es resultado de un proceso
emocional intenso -la ira- que interactúa con unas actitudes de hostilidad,
un repertorio de conductas pobres (déficit de habilidades de comunicación
y solución de problemas) y unos factores precipitantes (situaciones de
estrés, consumo abusivo de alcohol, celos, etc.), así como de la percepción de
vulnerabilidad de la víctima” (Echeburúa, De Corral, Fernández Montalvo
y Amor, 2004: p.2). Con este artículo se busca reafirmar la importancia
del tratamiento de los agresores como herramienta de prevención de
una reincidencia y se busca reevaluar la idea que considera que tratar a
un agresor es quitarle responsabilidad de sus acciones, pues se plantea
que: “Muchos hombres violentos son responsables de sus conductas,
pero presentan limitaciones psicológicas importantes en el control de
los impulsos, en el abuso del alcohol, en el sistema de creencias, en las
habilidades de comunicación y solución de problemas, en el control de
los celos, etc.” (Echeburúa, De Corral, Fernández Montalvo y Amor, 2004:
p.3). El programa que proponen estos autores consiste en la aplicación de
técnicas para el desarrollo de la empatía, el control de impulsos violentos
y el aprendizaje de estrategias de control adecuadas ante los conflictos a
desarrollarse en unas 15 a 30 sesiones.
Ahora, pasando a otra fuente, como es el texto de Rueda (2007)
titulado “Los programas y/o tratamientos de los agresores en supuestos de
violencia de género. ¿Una alternativa eficaz a la pena de prisión?”, hace un
aporte importante pues recoge las principales consideraciones legales con
respecto a la violencia de género y a su vez explica el tipo de programa que
promueve la ley, refiriéndose a la Ley Orgánica 1/2004 (España), de 28 de
diciembre, de medidas de protección integral contra la violencia de género.
Para empezar, uno de los análisis que realiza esta autora es la idea de que
con la ley se ha potenciado el tratamiento de los agresores de violencia
de género, entendidos como los agresores hombres a sus parejas mujeres.
Además realiza un análisis de la definición de violencia de género que
aparece explícita e implícitamente en la legislación afirmando:
El concepto de violencia de género, según la definición explícita contenida
en la Ley orgánica 1/2004, se caracteriza por los siguientes elementos.
En primer lugar, porque es el hombre quien la ejerce. En segundo lugar,
porque es la mujer quien la padece en un determinado ámbito como
es el de la relación conyugal o relación de análoga afectividad, aun sin
convivencia, presente o pasada. En tercer lugar la violencia de género
supone el ejercicio de cualquier acto de violencia que debe estar castigado
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en nuestro código penal, esto comprenderá los delitos de homicidio y sus
formas […]. En cuarto y último lugar, conviene señalar que el ejercicio de
esta violencia debe ser manifestación de la discriminación, la situación de
desigualdad y las relaciones de poder de los hombres sobre las mujeres
(Rueda, 2007, pp.19-20).
Lo anterior deja ver un reconocimiento de la autora de que la violencia
de género se entiende como violencia física, ejercida en el contexto de
una relación de pareja y que es castigado penalmente. Además de esto,
es importante destacar de este texto que la autora menciona que el
programa o tratamiento para los agresores de violencia de género se da
por la vía de la suspensión de la ejecución de la pena de prisión o de su
sustitución en aquellas penas impuestas que sean inferiores a un año o
excepcionalmente a dos años, y si la pena de prisión es superior a dos años,
además de la encarcelación, se debe seguir un programa de rehabilitación.
Este tratamiento penitenciario es un conjunto de actividades dirigidas a
la consecución de la reeducación y reinserción social de los penados. Para
terminar, esta autora retoma un estudio realizado por Echeburúa con 165
hombres condenados por violencia de género, que siguieron el programa, y
del cual se obtienen algunas conclusiones en relación a sus características,
algunas de estas son: con frecuencia tienen antecedentes psicopatológicos
relacionados con trastornos adictivos y de impulsividad, alto grado de
síntomas depresivos, uso de la violencia como estrategia válida de afrontar
problemas y suelen aparentar normalidad ante los evaluadores.
A su vez, en otro artículo realizado por Loinaz, Echeburúa y Torrubia
(2010) titulado “Tipología de agresores contra la pareja en prisión”, se busca
establecer perfiles psicológicos de los maltratadores que favorezcan una
intervención más adecuada a cada perfil. Este trabajo resulta interesante
porque destaca aspectos comunes y diferentes entre los trabajadores, lo
cual da una visión un poco más amplia de la problemática. El estudio fue
realizado con una muestra conformada por 50 sujetos que se encontraban
en el centro penitenciario Brians-2 en 2008, condenados por un delito
de violencia doméstica. Como resultado, los autores desarrollan dos
perfiles claros: uno al que denominan violentos con la pareja/estables
emocionalmente/integrados socialmente, los cuales limitan su violencia a
la pareja, tienen mayor autoestima y menos distorsiones cognitivas que
el otro grupo, manifiestan mayor control de su ira, poco abuso de drogas
y alcohol, y cuentan con menos antecedentes penales. El otro grupo
es llamado violentos generalizados/poco estables emocionalmente/ no
integrados socialmente, el cual como se indica en su nombre, extiende la
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violencia más allá del ámbito familiar, los sujetos que se corresponden
a este perfil poseen alteraciones de la personalidad, abuso de drogas y
alcohol, y a diferencia del anterior grupo, presentan mayores distorsiones
cognitivas y antecedentes penales. De estas dos clasificaciones, los autores
destacan los siguientes temas de intervención: “de los sujetos del grupo 1
se puede predecir una mayor adherencia a la terapia. La menor prevalencia
de trastornos clínicos, así como la menor frecuencia de distorsiones, con lo
que para ellos aconsejarían intervenciones más breves y centradas en las
habilidades de comunicación, de solución de problemas, y en el manejo de
la ira. Por el contrario, los sujetos del grupo 2 pueden requerir tratamientos
más largos y multidimensionales, focalizados en las distorsiones, el
consumo de drogas y la psicopatología asociada; los sujetos con estas
características son los que peor responden y más reinciden” (Loinaz,
Echeburúa y Torrubia, 2010: p.5).
Las anteriores fuentes bibliográficas e investigativas presentadas,
permiten echar una mirada global de la intervención realizada con
los hombres maltratadores, y aún más que esto, permiten reconocer
el concepto que se tiene del hombre que maltrata, su grado y forma de
inclusión en la solución del problema de la violencia de género. Como
se puede ver y como se explicó al principio de este epígrafe, el hombre
violento se reconoce como carente de habilidades sociales y emocionales,
y en torno a esta idea se sugieren intervenciones que permitan el control
y manejo de estas limitaciones. El enfoque asumido por estos autores se
centra en la prevención de reincidencias por medio la reinserción social
del maltratador después de su acceso al tratamiento; es así, como se puede
decir que este acercamiento ha primado a nivel nacional e internacional,
aunque progresivamente se ha ido posibilitando el pensar en el papel de
los demás hombres, como se verá en el siguiente apartado.
1.2
¿Qué ocurre con el resto de hombres? Sobre la inclusión de todos
los hombres en la solución del problema de la violencia de género.
En el otro tipo de fuente aquí contemplado, denuncia que la inclusión
de los hombres en la violencia de género se ha dado sólo en relación a los
maltratadores físicos, dejando de lado a la mayoría de hombres, que también
deberían incluirse en la solución del problema, pues la violencia de género parte
de la masculinidad dominante que exige a los hombres tener comportamiento
agresivos, ejercer control y poder, no mostrar sensibilidad, entre otras cosas.
Para empezar, en el texto sobre prevención de la violencia y violencia
masculina, Bonino (2002, en Ruiz-Jarabo & Blanco Prieto, 2004) afirma que
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se ha olvidado que, aunque la violencia de género es vivida por las mujeres,
ésta es responsabilidad de los varones, específicamente de los que siguen el
modelo tradicional machista que busca controlar y ejercer poder sobre la
mujer. De tal forma, en su artículo destaca la importancia no sólo de tratar
a los agresores una vez ejercida la violencia, sino el efectuar estrategias de
prevención y atención que busquen erradicar la violencia y la agresión como
una forma de solución de los problemas, asociada al ser masculino.
Su propuesta básicamente consiste en incluir a los varones de la siguiente
forma: “Incluirlos supone combatir judicialmente sus comportamientos,
pero también pensar a la violencia masculina como objeto posible de
investigación y prevención, y a los varones que ejercen, o que pueden ejercer
violencia como sujetos posibles de prevención, detección precoz, asistencia
y reeducación. Incluirlos significa, asimismo, comprometer a los varonescomo grupo social e individualmente-, a romper el silencio cómplice y
colaborar activamente en la lucha contra la violencia” (Bonino, 2002, en RuizJarabo & Blanco Prieto, p.2). Este autor propone las siguientes actuaciones
específicas para lograr esta inclusión: 1) Cuestionar la violencia como vía
válida para la resolución de conflictos entre las personas, 2) Condenar
social y legalmente la violencia de género en todas sus formas, sabiendo
que esta violencia es fundamentalmente masculina, 3) Cuestionar y luchar
por transformar las estructuras desigualitarias y autoritarias -desfavorables
a las mujeres y a los que tienen menos poder-, donde la violencia está
enraizada, 4) Trabajar para redefinir en todos los ámbitos el modelo y
prácticas de la masculinidad tradicional y obligatoria (machista) con los
que la cultura socializa a los varones, 5) Generar actividades educativas,
preventivas y de sensibilización dirigidas a varones niños, jóvenes y adultos
que les permitan involucrarse en la transformación de la (y su) violencia
masculina- y por tanto de su masculinidad machista- , y en el desarrollo
y potenciación de sus comportamientos respetuosos y cuidadosos, 6)
Trabajar en estrategias asistenciales y reeducativas con los varones que
cometen violencia, y especialmente con aquellos con riesgo de cometerla
o acrecentarla, procurando su detección precoz y una intervención eficaz,
y 7) Comprometer a los varones a romper el silenciocómplice . Evitar que
miren para otro lado porque no son las víctimas ni se consideran agresores.
Finalmente, este autor considera que tales actuaciones deben dirigirse a los
ámbitos educativos y sanitarios, por ser los contextos en donde más eficiente
puede hacerse la prevención de la violencia.
Además del artículo antes mencionado, hay un texto del mismo autor
titulado “Hombres y Violencia de género. Más allá de los maltratadores y
de los factores de riesgo” en el que Bonino (2008), además de retomar lo
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ya comentado, considera que “Es necesario dirigirse a todo el colectivo
masculino, en tanto todos los hombres, de una u otra manera, por
acción, omisión, complicidad, o indiferencia, son parte del problema de
la existencia de violencia de género, y por tanto, tienen que ser parte de
la solución” (Bonino, 2008, p.17). En este libro hay un reconocimiento de
los diferentes tipos de hombres que han reaccionado de formas diversas
al cambio femenino (Hombres favorables, contrarios a los cambios de
las mujeres y ambivalentes ante el cambio de las mujeres) y que a su vez
ejercen diferentes tipos de violencia (física o psicológica) o no la ejercen
(hombres igualitarios, no sexistas, anti machistas), por lo que pensando
en éstos últimos considera importante el enfocarse en mirar qué los ha
hecho diferentes para de esta forma crear estrategias aplicables a todos
los hombres. Tomando esto último en cuenta, Bonino retoma algunas
caracterizaciones realizadas en estudios anteriores que comparan a
hombres violentos con hombres no violentos y destaca las principales
características de cada grupo. Para el primer grupo, hombres no violentos
en la pareja, encuentra que existen creencias sobre el daño que produce
la violencia (destruye el hogar, hace daño a quien quiero, hace sentir mal
a quien la ejerce, discutir es positivo, forma parte de la vida, la violencia
contra la mujer es signo de cobardía), hay o hubo alguna cercanía a personas
y grupos significativos estimuladores de la no violencia, y alejamiento de
grupos de pares machistas, hubo socialización temprana en otros ambientes
de igualdad y afecto, existe un orgullo de no ser violento, y no vergüenza
por no ser “todo un hombre” (tradicional), valoración alta de la vida de
pareja, y el respeto y la relación democrática en ella, sin dificultades para
expresar sus opiniones y sentimientos verbalmente, y para no rehuir el
conflicto, etc. Y para el segundo grupo, hombres antisexistas, no machistas e
igualitarios: Practican la igualdad de género y el no sexismo, considerando
realmente a las mujeres como sujetos de iguales derechos con quienes se
puede/se debe compartir las responsabilidades domésticas, el trabajo y
el poder. Tuvieron experiencias en la infancia y adolescencia alejadas o en
colisión con las expectativas tradicionales sobre los géneros, aparece un
rechazo adulto a un padre autoritario o a autoritarismos sociales, “ser todo
un hombre” no aparece como un ideal de vida importante, con aceptación
poco conflictiva de ser un “desviado” de la norma de la cultura masculina,
etc. Algo importante que destaca Bonino, es que este último grupo en su
mayoría comparte la experiencia de haber estado relacionado -en muchos
casos afectivamente- con mujeres concientes y defensoras de sus derechos
en algún momento de su vida, las que marcaron sus vidas. Tomando esto
en cuenta, el autor concluye destacando la importancia de la conciencia
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sobre la construcción de nuevos modelos de masculinidad más positivos,
la cual debe partir de todos los hombres para un verdadero compromiso
por el cambio que repercuta en las estructuras patriarcales y erradique la
violencia de género.
Acompañado de esto y para terminar este apartado, existen otros
teóricos que buscan analizar a grandes rasgos las consecuencias
generadas por la socialización masculina para los mismos hombres, las
mujeres y los niños y niñas. En este sentido, De Keijzer (1997) realiza un
análisis importante en su artículo sobre “El varón como factor de riesgo”
partiendo con un objetivo claro que es “describir y analizar los costos
y las consecuencias de una socialización masculina que predispone a
ciertos tipos de causa de muerte en Veracruz y el país” (De Keijzer, 1997,
p.1). Para este autor existe un modelo hegemónico de masculinidad
visto como un esquema culturalmente construido, en donde se presenta
al varón como esencialmente dominante y que sirve para discriminar y
subordinar a la mujer y a otros hombres que no se adaptan a este modelo.
Este modelo de masculinidad, cuenta con las siguientes características:
mayor independencia, la agresividad, la competencia y la incorporación de
conductas violentas y temerarias en aspectos tan diversos como la relación
con vehículos, las adicciones, las relaciones familiares y la sexualidad. De
Keijzer concluye en sus estudios sobre género y masculinidad que: “La falta
de inteligencia emocional se encuentra frecuentemente como trasfondo
de las adicciones y de las violencias con su consecuente impacto negativo
en la reproducción, la sexualidad y las relaciones y economía familiar”; lo
cual permite comprender que los problemas en relación a la violencia, la
falta de participación en la anticoncepción, el bajo autocuidado y cuidado
de los otros, la drogadicción, etc. son consecuencias de una masculinidad
hegemónica que ejerce control sobre los cuerpos y vida de los hombres,
trayendo consecuencias negativas para su salud y la salud de los otros
(otros hombres, mujeres, niños y niñas). Este autor resulta aquí muy
importante, pues si bien se centra en la salud de los hombres, tiene una
concepción relacional en la que entiende que la masculinidad dominante
es la causa de acciones de violencia de género por parte de los hombres
que traen consecuencias para todos y todas en la sociedad.
Otro teórico que sigue esta línea es Garda (2004), el cual en su artículo
“Complejidad e Intimidad en la Violencia de los Hombres. Reflexiones en torno
al poder, el habla y la violencia hacia las mujeres” complejiza la violencia de
género y le da un nuevo significado a la masculinidad que domina la forma de
hacerse hombre, pues al igual que De Keijzer, considera que la masculinidad
dominante tiene repercusiones en las mujeres, los niños y niñas y en los
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mismos hombres. Este autor afirma: “La violencia de los hombres se ha
convertido en un instrumento de control en este sistema. Por ello reflexionar
y atender la violencia de los hombres es reflexionar sobre los aspectos
sociales y culturales de la masculinidad” (Garda, 2004, p.3) y en relación
a esto también dice: “He encontrado un fuerte vínculo entre los mandatos
sociales de la masculinidad y las experiencias personales de violencia de
los hombres. Efectivamente, los hombres ejercen violencia porque llevan a
cabo los roles de género masculinos y las formas de control hacia la pareja:
la insultan, la desprecian, etc.. Pero, por otro lado, al escuchar a estos mismos
hombres surgen las historias de maltrato y las frustraciones. […]Con base en
esto, considero que para detener la violencia hacia las mujeres es importante
focalizar a la violencia masculina como un problema social. Así, en esta
etapa de la atención hay que redimensionar los aprendizajes sociales de
la masculinidad por sobre las historias de dolor de los hombres” (Garda,
2004, p.4). Como se puede ver este autor concibe la violencia de género
como una problemática social asociada las exigencias de masculinidad y a
su vez reconoce como solución de la misma la promoción de la intimidad,
es decir de la oportunidad para que los hombres se permitan expresarse y
reconozcan en su dolor una cadena de experiencias sobre lo que debe ser
un hombre y sobre la subordinación de la mujer. De tal forma, aunque este
autor retoma algunas ideas como las presentadas en el anterior apartado, no
se centra exclusivamente en los hombres que ejercen violencia, sino también
en su construcción de género vinculada con la estructura social.
Otro aporte fundamental a considerar en este apartado, es el realizado
por Ramírez (2002) que mediante su artículo titulado: “Pensando la violencia
que ejercen los hombres contra sus parejas: problemas y cuestionamientos”
matiza las teorías e investigaciones sobre violencia de género, cuestionando
cuál es el papel dado al hombre dentro de la violencia contra sus parejas y
su solución. Este autor afirma: “Otro de los silencios que hay que romper
es el de los hombres. Hablar de la violencia que ejercen es una necesidad
porque contribuye al entendimiento del fenómeno en sí mismo. Además, es
una premisa indispensable para llevar a cabo estrategias de intervención
con hombres que vayan más allá de la necesaria penalización de este tipo
de prácticas y, a la vez, no se limiten a intervenciones psicoterapéuticas”
(Ramírez, 2002, p. 221); reconociendo así, la importancia de vincular más
activamente a los hombres en la erradicación y comprensión del problema,
yendo más allá de la intervención psicológica y la penalización. Acompañado
de esto, una de las miradas novedosas que hace este autor se centra en qué
visibiliza que la violencia de género se ha observado de manera estática:
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…donde “siempre” hay una víctima y “siempre” hay un perpetrador, y en
que a pesar de que se señale que la violencia es un fenómeno que hay que
entenderlo en forma relacional, ésta se limita a una concepción activa-pasiva
permanente, asociada con el hombre/activo, mujer/pasiva, reforzada por
una visión estereotipada de los géneros. Entonces, habría que repensar
la relación, que rompa la dicotomía y que se pueda identificar como una
relación en movimiento, donde la víctima también es capaz de llevar a
cabo acciones para enfrentar dicha violencia activamente, y el perpetrador
también asume y transita por la pasividad. (Ramírez, 2002, p.225-226)
De tal forma, Ramírez permite cuestionar no sólo la falta de inclusión
de los hombres en la comprensión de la violencia, sino que evidencia que
en la comprensión de este fenómeno, se suelen legitimar los estereotipos
de género; lo cual destaca la importancia de no dar por sentada la
información que existe sobre esta problemática. Acompañado de esto,
realiza tres observaciones clave: Primero, desde el enfoque psicólogico
que busca establecer un perfil del hombre violento, se suele caer en
esencialismos que pueden resultar peligrosos a la hora de incluir a los
hombres como responsables y partícipes de la solución de la violencia;
segundo, los hombres que suelen asistir voluntariamente a los programas
psicoeducacionales suelen ser los que menos problemas de violencia
tienen con sus parejas, y que están interesados en mejorar su relación,
dejando de lado a los hombres que ejercen violencia psicológica; y tercero,
las investigaciones con hombres violentos, suelen dejar de lado el contexto
sociocultural en la explicación o como parte del fenómeno, lo cual hace que
se recaiga en una generalización sin fundamento.
Por último, de manera más reciente (2013), se realizó en Lima, Perú,
un seminario internacional titulado: Masculinidades y políticas públicas.
Varones en la prevención de la violencia de género; en el que es importante
resaltar diferentes experiencias de trabajo con hombres, en las que se busca
ampliar la perspectiva de la violencia de género y el rol de los hombres
dentro de su solución. Llama la atención, por ejemplo, el Programa de
Hombres que Renuncian a Su Violencia (PHRSV) presentado por Guzmán
(2013), en el que trabajaron con hombres no remitidos por el programa
de justicia, sino hombres interesados en modificar sus comportamientos
violentos hacia sus parejas. De este programa sobresale que se le da
prioridad a que estos hombres reconozcan los principios patriarcales que
conducen a su búsqueda de control y poder, y que más que impartir teoría
sobre la igualdad, los interventores emplean sus propias experiencias para
posibilitar la apertura emocional de los hombres tratados. Finalmente,
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Guzmán hace una reflexión interesante y que resulta coherente con lo
presentado aquí: “Es necesario trabajar con los hombres, no únicamente
pensando en su relación de pareja ni como agresores. Es necesario trabajar
con los varones pensándolos como agentes de cambio para involucrar a
otros hombres en la igualdad. Esto es un paso lógico fundamental, porque
en el nivel comunitario, los varones, sean líderes de organizaciones o no,
están en contextos sociales específicos desde los que pueden hacer cosas
para parar la violencia y promover la igualdad” (p.40).
Así, como conclusión de este epígrafe se observa que existen nuevas
corrientes de pensamiento que identifican en la violencia de género y en
la participación de los hombres de la misma, nuevos matices y aspectos a
tener en cuenta. Ahora, si bien los autores aquí presentados no niegan la
importancia de la intervención psicológica de los hombres que ejercen
violencia de género, consideran que esta es insuficiente si no hay una
reestructuración social que reconozca a la masculinidad dominante como la
raíz del problema y a todos los hombres como potenciadores de soluciones.
Conclusiones
De lo mostrado anteriormente se pueden enumerar las siguientes
conclusiones:
1. Los hombres maltratadores han sido los más incluidos en la solución
del problema de la violencia de género, su tratamiento se ha centrado
fundamentalmente en la pena de cárcel (cuando se ha cometido un
delito, es decir se ha realizado un maltrato físico) y a partir de esto
un tratamiento psicológico que ha buscado mejorar las habilidades
sociales y emocionales de los agresores, por considerarse carencias
importantes que inciden en sus acciones violentas.
2. Queda claro que existen diversos tipos posicionamientos ante
la masculinidad por parte de los hombres y por consiguiente,
diferentes masculinidades. La masculinidad hegemónica
caracterizada por el uso de la violencia en la resolución de
conflictos, la creencia en la superioridad del hombre y por tanto
en la validez del control y dominio de otros considerados débiles,
la poca expresión de afectos y emociones, etc., es la base de la
violencia de género y por tanto un cambio en este modelo puede
ser la base para la erradicación del problema.
3. Se hace un llamado de atención a la realización de un trabajo
conjunto entre lo académico, lo legal y lo psicológico que tenga
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incidencias en lo educativo y sanitario, para la prevención primaria,
secundaria y terciaria de los hechos de violencia de género.
4. La violencia de género ha sido tratada principalmente como violencia
exclusivamente física, y además como un asunto dado sólo en las
relaciones de pareja, dejando de lado otras clases de violencia
importantes y otros contextos en los cuales se desarrolla. A su vez,
en la comprensión de la misma, al asignar rol de hombre/agresor/
activo y mujer/agredida/pasiva, se puede estar viendo la relación de
manera estática y de manera implícita, se puede estar revictimizando
a las mujeres y viendo el fenómeno desde los estereotipos de género.
5. El segundo enfoque planteado no pretende negar la importancia del
primer enfoque, sino complementarlo y reconocer en esas limitaciones
que los del primer enfoque consideran como propias del hombre
maltratador, algo más de fondo, algo estructural que justifica, mantiene
y sostiene la violencia y que forma parte de la socialización masculina.
6. Considerar como solución del problema exclusivamente las penas
y el tratamiento psicológicos de los hombres que ejercen tipos de
violencia más socialmente visibilizados, aunque es algo importante,
invisibiliza el potencial de acción y solución de todos los hombres
(no exclusivamente los agresores) y devuelve a la mujer su papel
de responsable de solucionar los conflictos del ámbito familiar.
Por tal razón, deben surgir nuevas formas de intervención que
reeduquen y redefinan el modelo de masculinidad, flexibilizándolo
e incorporándole formas más sanas de relación social, expresión de
afectos, redefinición de roles de género y resolución de conflictos.
El estudio de la violencia de género debe hacerse desde una mirada
pluridisciplinar que contemple la importancia de lo cultural, lo psicológico, lo
legal, lo educativo y lo médico. Acompañado de esto, la solución a la violencia
de género debe recaer sobre la sociedad en general, pues partiendo de la
idea de que el género es un principio de organización social que estructura
las identidades y roles de los sujetos, se debe considerar que hasta que no se
modifiquen las formas de hacernos mujeres y hombres, no se podrán combatir
las consecuencias negativas de estos modelos. Tomando esto en cuenta, la
masculinidad dominante es la base de la socialización de los hombres y de
esta parten muchos principios que organizan la realidad de los hombres y los
llevan a concebir la violencia de género como algo posible y aceptado.
Aún quedan muchas preguntas por resolver y se hace más evidente
el reto de cómo reestructurar y modificar la masculinidad dominante
productora de desigualdades y de sufrimientos para hombres, mujeres,
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niños y niñas. La educación y la intervención sanitaria parecen ser claves
para la prevención de la misma, pero aún más que esto, aparece un
ingrediente clave, que es el de la toma de conciencia por parte de todos y
todas para que las cosas cambien.
El estudiar las masculinidades da una nueva mirada a las relaciones
de género, pues permite comprender las maneras en que los hombres
actúan y el porqué de su comportamiento, para así generar medidas más
adecuadas de intervención y prevención de la violencia. De tal forma,
aunque la violencia de género se identifique como algo aparte de nosotros,
en realidad forma parte estructural de nuestras socializaciones de género y
por tanto, el erradicar la violencia de género necesita de un cambio propio,
pues muchas veces y sin quererlo o pensarlo actuamos como reforzadores
sociales que impulsan a los hombres a entender la violencia como única y
legítima forma de resolver conflictos.
Tomando todo lo anterior en cuenta, la lectura de varias fuentes me ha
permitido una reflexión personal sobre la complejidad de la violencia de
género y sobre otro tipo de consideraciones que deben ser tenidas en cuenta
para su erradicación, como el hecho de complementar las intervenciones
con maltratadores con la participación de los demás hombres. A su vez, al
leer sobre este tema se entra en una especie de introyección que genera
una conciencia personal sobre la importancia de erradicar ideas sobre el
uso de la fuerza, el control y el poder para invisibilizar y deshumanizar
a los demás. El camino aún es largo y hay mucho trabajo por hacer, sin
embargo reflexionando desde la academia, la política, lo psicológico, etc. se
está haciendo mucho por erradicar la violencia de género y construir una
sociedad más igualitaria y segura para todas y todos.
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