Entrevista a Rafael Chirbes (Version originale, en espagnol) Rafael

Anuncio
Entrevista a Rafael Chirbes
(Version originale, en espagnol)
Rafael Chirbes nació cerca de Valencia en 1949 y se diplomó en Historia
moderna y contemporánea, aunque ejerció primero de crítico literario. Este autor
ha escrito quince obras, que han conseguido una gran aceptación entre el público,
y muchas de ellas han sido traducidas.
La historia es uno de los temas recurrentes en cada uno de sus relatos: la
Historia con una “h” mayúscula, pero también la historia, a secas. Una historia en
cuyos personajes cualquiera de nosotros podría sentirse representado. Y aquí
mismo reside toda la riqueza de su obra. Chirbes opta por un punto de vista muy
crítico para transmitirnos su reflexión sobre la historia; nos muestra la
complejidad de las relaciones que se establecen entre el hombre y su pasado, la
profundidad de los sentimientos, las heridas suscitadas y agravadas por el paso
del tiempo.
El texto que el autor leerá a continuación pertenece a una de sus últimas
novelas: Los viejos amigos. En este relato, cuatro amigos se encuentran tras
treinta años de separación. Cuatro amigos que habían luchado juntos contra el
franquismo, pero que han sufrido, ellos también, los achaques del tiempo. Y a
medida que la cena va transcurriendo, vuelven a surgir rivalidades de antaño,
heridas o deseos que el protagonista no llegado a satisfacer.
Todos estos sentimientos le irán acaparando, y en este momento de la
velada, en una hora en la que todo parece tambalearse en su mente, se dejará
llevar por una onda de palabras en la que se derrama todo su pensar. Un
monólogo interior donde el protagonista comenta con todos los pelos y señales, y
con un rastro de desengaño, cada todo lo que hace Carlos guzmán, su enemigo
del pasado. El enorme cinismo con que el se expresa nos revela la personalidad
de este hombre, un verdadero arrivista que supo aprovecharse de la vuelta a la
democracia en 1975.
Gracias a su estilo límpido, linear y muy pungente al mismo tiempo,
Rafael Chirbes logra denunciar su visión de la Historia, así como toda una
generación, a la cual pertenece, que a podido ascender en la sociedad sirviéndose
de las caspicias dejadas tras la muerte de Franco. Según él, las novelas tienes que
llevar en sí la vida con toda su complejidad, Chirbes desea producir una literatura
que sirva para entender el mundo. ¿Escribir? Es cargar de expresividad y de
significado cada palabra, e impedir de esta manera que se pueda hacer un
resumen de la obra.
“El lector tiene que desconfiar del novelista, porque éste es un gran
mentidero. El lector tiene que tener en cuenta el “lugar” desde el
cual el novelista escribe.”
¿Por qué escogió este texto para la lectura de Corbas? ¿De qué manera
piensa que puede ser representativo de su obra?
Me parecía que, en ese capítulo, se reúnen bastantes de los hilos
que forman los nudos de mis libros: lucha entre el lenguaje ideológico
que oculta y el enunciativo que desnuda; lo nuevo como caricatura de
lo que fue; la convocatoria de un supuesto pasado heroico como
coartada para justificar la desvergüenza del presente... Me pareció,
además, que forma una especie de obertura de la novela siguiente,
Crematorio. Por eso lo elegí, y también porque hay una veta
humorística que podía hacer más liviano algo tan pesado como una
lectura.
A pesar de tener una formación de historiador, no se empeña en escribir
la historia de España o biografías “noveladas” como lo hizo Max Gallo, por
ejemplo, sino la historia de gentes anónimas, de vidas minúsculas, enfrentadas
a la historia “con su grande hacha”, tal como lo decía Queneau. ¿Porqué este
marco tan frecuente? ¿Cómo se articulan estos dos esquemas narrativos que se
encuentran al fundamento de su obra?
No hago novela histórica. Parto siempre de algo que me acucia en el
presente, lo que ocurre es que para entender siempre necesitas mirar
atrás, el hombre es tiempo. A esta pregunta responde la charla
lionesa. En Lyon califiqué de estrategia del boomerang mi narrativa.
Puedes coger de ahí la idea.
En el Lexique nomade publicado para las Assises Internationales du
Roman (26 de mayo – 1 de junio), ha escrito un texto sobre el “trabajo”. ¿Por
qué esta palabra? ¿De qué manera el trabajo y/o su representación han
influido en su escritura?
En estos tiempos sin dioses, el trabajo bien hecho nos brinda un
asidero al que agarrarnos, incluso un posible punto de partida para
restablecer algunos códigos, un razonable metro de platino irradiado
Eso pienso yo, al menos, seguramente porque
marxista de que el trabajo y su órbita nos hacen humanos.
sigo
atado
a
ese
principio
Cuando se toma la historia como marco para la narración siempre se presenta el
mismo problema: el de la verdad, de la autenticidad y del respeto o la fidelidad a datos
objetivos frente a la subjetividad o los sentimientos, las ideas del autor. Lo que implica una
gran parte de responsabilidad, ¿no le parece?
Cualquier
escritura
supone,
sin
duda,
una
gran
responsabilidad.
Pero yo no he buscado nunca reconstruir la verdad de la historia, sino
leer
la
historia
desde
lugares
que
me
han
parecido
injustamente
atropellados por la narración oficial, por las voces que escucho y no
me creo. Quiero contar algo que yo mismo me crea. Por eso, todos mis
libros parten de la desconfianza; digamos que el autor hace de abogado
del diablo de su propio libro, por eso me gusta tanto el perspectivismo.
¿Cuál es su manera de enfocar sus novelas, de construir sus personajes?
Con qué personajes cuento, a cuáles y cuántos tengo que dar cabida
en el libro. En mi caso, los personajes surgen de esa necesidad de
hacerme creíble a mí mismo la historia. Cada uno de ellos exige la
presencia de otros que le den la réplica, que se opongan a él, que
representen puntos de vista distintos; así, por esa necesidad de ir
enfrentando razones y posiciones de unos y otros, se establece la
galería de personajes de mis libros. La novela, como decía Benjamin,
tiene
algo
de
experiencia
pura
de
la
ética;
el
lector
vive
un
conflicto moral al leer, se ve obligado a tomar partido, a ponerse a
sí mismo en medio del conflicto que se desarrolla ante su mirada. El
trabajo del autor es el de ponerle difícil que se escape, cortarle ese
camino de retirada que es la complacencia, rodearlo de personajes que
lo cercan, que niegan o matizan sus posiciones. Crear un mundo en
miniatura que muestre los mecanismos del de verdad, como aquellos
mecanos que hacíamos de pequeños. Luego, para saber cómo es cada uno
de esos personajes que han ido surgiendo, me miro a mí mismo y
extraigo de ahí: me digo, si yo hubiera hecho esto en vez de aquello;
si hubiera nacido así en vez de asá, quién sería, cómo me comportaría,
y voy descubriendo a ese otro que sale en la novela.
La buena letra y Los disparos del cazador se distinguen del resto de su obra por
diferentes motivos, pero ante todo porque se adopta un punto de vista interno: en ambos
casos el narrador se expresa a la primera persona y se dirige a su hijo, como para
acercarse a él, justificarse y transmitirle una parte de lo vivido, de su dolor. ¿Qué ventajas
le aporta este cambio de perspectiva?
Me pareció que debía dejar hablar a los olvidados de la transición:
también a esto se responde con la charla de Lyon. Elegí ese método
porque me parecía el más transparente y acusatorio contra mi propia
generación
en
La
buena
letra,
y
lo
maticé
en
Los
disparos
convirtiéndolo en un narrador poco fiable, pero
disimulos, guarda una verdad capaz de hacer aún más daño.
que,
bajo
el
cúmulo
de
Existen dos ediciones de La buena letra. En la segunda ha decidido suprimir el
último capítulo por las razones siguientes: ha renunciado a creer en una historia cíclica, en
la que el tiempo pueda borra el dolor y el sufrimiento del pasado y piensa al contrario que
no hace sino intensificarlos. De aquí la cita de Queneau. ¿Qué sitio ocupa el hombre en
este espacio?
En esta sociedad sin dioses, sin destino, el tiempo no hace más que
degradar las cosas. De hecho, fíjate que la sociedad contemporánea
convierte en pura degradación a los individuos prácticamente desde los
cincuenta años, en una época en la que se viven ochenta o noventa de
media. Se los aparta del trabajo, se los jubila y prejubila, se los
convierte en muertos vivientes. No tengo la impresión de que a nada le
llegue
su
justicia,
más
bien
lo
contrario.
Los
peores
ascienden,
aplastan, y encima son glorificados como héroes o como triunfadores.
Valen los resultados. En la empresa es así, pero también en la
administración, esos trepas, y en el mundo de la cultura, los que atan
hilos acá y allá, relaciones, etc. El mundo no es del mejor, sino del
que utiliza peores trucos, del más astuto y el que menos escrúpulos
tiene.
Toda su obra está basada en conflictos: conflictos con el mundo exterior (conflictos
con la historia, conflictos entre amigos, sociales…) y conflictos consigo mismo a la vez, que
crecen a medida que pasa el tiempo. De todos estos conflictos quizás el más importante sea
el sentimiento de culpabilidad. ¿De qué manera la historia puede engendrar tales heridas?
Desde que tenemos memoria escrita, la historia es pura carnicería.
Me considero un privilegiado extraordinario. Creo que pertenezco a la
primera generación en los miles de años documentados de historia de
España que no ha participado en ninguna de esas matanzas. Sabemos eso
y sabemos también que hay un sustrato del ser humano capaz de hacer
obras de arte, de escribir libros, de ser razonable, de pensar en un
mundo mejor, pero ese sustrato es siempre misteriosamente sepultado.
Cada uno de estos aspectos nos remite a otra idea: la de la memoria, y en particular
de la memoria colectiva. Al morir Franco, y sobretodo hoy en día, se ha desarrollado toda
una literatura sobre la guerra, la posguerra, y también se emiten numerosas series de
televisión (Amar en tiempos revueltos, Cuéntame cómo pasó, Temps de silenci, Els diaris
de Pascal, etc.): ¿es ésta una manera de hacer justicia a los oprimidos, los olvidados?
¿Hasta qué punto el presente (sus tendencias políticas, sociales, culturales…) pueden
influenciar, o incluso modificar, el pasado y todo lo que implica?
Todo nuevo grupo en el poder busca releer la historia. Después de
cuarenta años con una lectura, el estrato hegemónico está tejiendo
otra,
que
se
ajusta
generalmente
con
bastante
precisión
a
sus
necesidades, a su carácter y aspiraciones, como la anterior se ajustó
a las de los franquistas. Eso que se llama la verdad, y que no sabemos
lo que es, suele importar bastante poco. Las narraciones no sólo
modifican el pasado, sino que las que se acaban imponiendo son
precisamente lo que llamamos el pasado. Los grupos en lucha pelean
para que se imponga su versión, porque esa versión es la que ha de
legitimarlos y condenar a quienes se les oponen. Quisieran que fuera
eterna. Pero durará hasta que llegue un nuevo grupo de presión.
El conjunto de estas nociones no puede sino evocar la idea de la duda. De hecho la
Odisea no hubiera existido sin Poseidón, “el que quiebra la tierra”, y en consecuencia
tampoco hubieran nacido la epopeya, ni la novela. Valère Novarina también dijo a su vez
que la literatura servia “a crear una tierra inestable”. ¿Es ésta su concepción de la
literatura? ¿Tiene el lector que desconfiar siempre de lo que se le está contando, incluso en
el caso de relatos históricos?
Efectivamente. La buena literatura es la que hace que tu idea de
las cosas se tambalee, la que te enseña que hay miradas posibles al
margen de las que circulan.
Lyon, 28 de mayo de 2008.
Descargar