expedición al perú - Asociación Cultural Sanmartiniana de Lujan de

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EXPEDICIÓN AL PERÚ
Otra misión patriota: la libertad del Perú
El Virrey Joaquín de la Pezuela, al recibir la noticia de la derrota, convocó en Lima a una Junta
de Guerra y comunicó los hechos, dándole a la batalla de Maipú la importancia continental que
tenía y mostrando la profunda impresión que había causado en los ánimos de los realistas en
América.
Decía saber con seguridad que los enemigos, siempre activos, atrevidos y emprendedores, no
iban a desperdiciar el momento y pondrían en ejecución planes ofensivos. Estos planes no eran
otros que apresurarse a mandar una expedición a las costas del Perú para introducir el
desorden y la revolución en los pueblos, “hasta lograr hacer sucumbir a esta misma capital,
Lima”.
En efecto, la victoria patriota de Maipú contribuyó a afianzar la causa de la emancipación de
América. Tras esta victoria, la lucha en todo el continente cobró nuevos bríos. En el norte de
Sudamérica, donde Simón Bolívar libraba una desigual guerra con el poderoso Ejército
Expedicionario de Costa Firme -al mando del general Pablo Morillo-, la noticia del triunfo de
Maipú infundió nuevas esperanzas.
Excepto Chile y el río de la Plata, el resto de América estaba aún en manos de las armas
españolas. Pero un año después, el 7 de agosto de 1819, Bolívar lograba triunfar en la batalla
de Boyacá, en territorio de la actual Colombia. Esta victoria le abrió el frente de Venezuela,
donde el general Morillo se hizo fuerte y logró resistir aunque fue derrotado, finalmente, en
Carabobo, en el año 1821.
San Martín vuelve a Chile
Luego de un último viaje a las Provincias Unidas, San Martín regresó a Santiago de Chile. Se
había negado a participar en las luchas políticas de su país y, luego de despedirse de su familia,
volvió en una especie de camilla, cruzando enfermo la cordillera y acompañado de 60
granaderos.
Ya en Chile empezó a bosquejar la Campaña Libertadora al Perú. Mientras tanto, en el Río de la
Plata caía el Directorio tras ser derrotado en la batalla de Cepeda, el 1º de febrero de 1820.
Con esta derrota se ponía fin al poder ejecutivo nacional centralizado en Buenos Aires y se
iniciaba la etapa de las autonomías provinciales y las guerras civiles entre unitarios y federales,
que duraría más de treinta años.
Pero la guerra por la independencia continuaba en el resto del continente, y el próximo paso
del plan sanmartiniano era la Expedición Libertadora del Perú. San Martín se decidió por la
causa de América, dejando a su país librado a sus guerras internas.
El 2 de abril de 1820, en la ciudad de Rancagua, los oficiales del Ejército de los Andes
convocados por el general Juan Gregorio de las Heras confirmaron por unanimidad a San
Martín al mando del ejército y decidieron continuar la guerra por la independencia.
La escuadra chilena
Luego de la victoria de Chacabuco y antes de la derrota de Cancha rayada, el gobierno chileno
inició la formación de su escuadra. San Martín expuso sus planes en una carta a Juan Martín de
Pueyrredón, en diciembre de 1817, donde señaló: “Es por demás encarar a V.E. la necesidad de
un fuerte armamento naval para estos mares cuando está penetrado, que sin ese auxilio son
estériles nuestros esfuerzos con el Virreinato de Lima (…) No dominando el mar es inútil pensar
en avanzar una línea fuera de este territorio (…) En una palabra, sin marina pujante no se
puede emprender sobre Lima y si no se emprende, creo que el ejército de los Andes debe
retirarse al otro lado de la cordillera y variarse el sistema de guerra”.
Recuerda Bartolomé Mitre que el primer buque que enarboló la bandera chilena, en 1817, fue
el exbergantín español Águila, de 220 toneladas, capturado en Valparaíso. Este primer buque
chileno fue armado para la guerra con 16 cañones y tripulado con gente de mar, cayendo su
mando sobre el teniente del Ejército de los Andes Raymundo Morris, irlandés de nacimiento.
Al buque se lo rebautizó Pueyrredón, en honor al Director Supremo de las Provincias Unidas
del Río de la Plata.
La primera campaña naval fue el rescate de los patriotas chilenos confinados en la isla Juan
Fernández, que desde hacía cuatro años sufrían un duro cautiverio. Entre los primeros
rescatados se encontraba el futuro almirante de la escuadra chilena, Manuel Blanco Encalada,
quien años después obtendría la primera victoria naval de su país.
La estrategia libertadora de San Martín exigía el dominio del Pacífico para poder transportar
con seguridad la fuerza expedicionaria de invasión. Su concepción privilegiaba la vía marítima,
dada la imposibilidad práctica de desplazar ejércitos por tierra para llegar al Perú, partiendo de
los actuales territorios de Argentina y Chile.
Por dicha razón, se abocó junto con el general Bernardo O`Higgins a la creación de la Marina
de Guerra Chilena, diseñada para el desafío. Fueron enviados dos comisionados al exterior Elías Aguirre y Antonio Álvarez Condarco- con la misión de adquirir armamentos navales en
Estados Unidos y Gran Bretaña. Se compraron las fragatas Horacio y Curazio, y el navío
Cumberland -rebautizado San Martín-, el de mayor porte de la expedición libertadora.
El 28 de noviembre de 1818 llegó al puerto de Valparaíso Lord Thomas Alexander Cochrane,
precedido por su fama resonante en las guerras navales contra Napoleón. Junto con él
vinieron otros marinos ingleses como William Wilkinson, Martin John Guise y Robert Forster,
para comandar los barcos de la escuadra chilena independiente, cuyos buques se mecían en el
puerto de Valparaíso haciendo tremolar el pabellón naval de Chile.
De inmediato Cochrane inició sus campañas por el océano Pacífico, poniendo en jaque a la
Escuadra Española de la Mar del Sur, con base en el Callao. Su primera presa fue la goleta
Moctezuma, apresada el 24 de marzo de 1819. El almirante perseguía sin descanso a la flota
realista, obligándola a refugiarse en su base del Callao, a salvo bajo los cañones de la fortaleza
del Real Felipe. Cochrane atacó estas fortalezas con cohetes Congreve y puso en jaque a toda
la costa peruana, desde Guayaquil hasta el sur.
Dispuesta la expedición al Perú, el Ejército Libertador Argentino-Chileno, con unos 4.500
hombres con 12 piezas de artillería y caballos, se reunió en Valparaíso para embarcarse en las
naves del almirante Cochrane entre el 19 y 20 de agosto de 1820. La escuadra estaba
compuesta por 36 unidades entre barcos de guerra y transportes.
Zarpa la expedición
Las semanas previas a zarpar, recuerda Samuel W. Medrano, fueron de un trajín
extraordinario y se multiplicaron las tareas con intensidad. Las tropas llegaban desde el
campamento de Quillota y arribaban al puerto carretas atestadas de aprovisionamientos.
Los encargados de la distribución caminaban entre pilas de fardos y se llevaban a los barcos de
transporte los pertrechos, municiones, alimentos, vestuarios, caballadas, arneses, armas y
cañones.
Entre ellos estaba fray Luis Beltrán, religioso enérgico y gesticulante pero ahora de uniforme,
como capitán de artillería.
El 20 de agosto de 1820 inició su salida de Valparaíso la Expedición Libertadora, integrada por
naves de guerra y de transporte: la fragata O`Higgins -con el capitán Thomas Crosby, y donde
iba el almirante Cochrane-, la fragata Lautaro -al mando del capitán Martín George Guise-, la
fragata Independencia - del capitán Forster-, los bergantines Galvarino, Araucano y
Pueyrredón, la goleta Moctezuma y el navío San Martín -con el capitán Wilkinson, donde iba el
Libertador-.
Los transportes armados eran: Mackenna, Potrillo, Santa Rosa, Delano, Jerezana, Perla, Águila,
Peruana, Emperadora, Dolores, Consecuencia y Gaditana.
Con estas unidades marchaban, además, once cañoneras y la gloriosa fragata La Argentina, al
mando de Hipólito Bouchard, que transportaba a los Granaderos a Caballo y a la escolta
personal de San Martín, los Cazadores a Caballo.
A bordo de la expedición iba el Ejército Unido Libertador del Perú: más de 4.000 hombres
preparados para enfrentar a una fuerza realista estimada en unos 20.000 efectivos.
La División Argentina del Ejército Libertador del Perú estaba formada por los batallones de
infantería Nº 7, Nº 8 y Nº 11 de los Andes, un batallón de artillería argentino, el Regimiento de
Granaderos a Caballo, con un total de 2.300 hombres.
La División Chilena marchaba con los batallones de infantería Nº 2, Nº 4 y Nº 5, los cuadros oficiales y suboficiales- del batallón de infantería Nº 6 y del regimiento de Dragones Nº 2, y un
batallón de artillería. En total, formaban unos 1.890 hombres.
Llevaba, además, 35 piezas de artillería de distintos calibres y armas para 15.000 hombres más.
O`Higgins le entregó al Libertador su nombramiento como Capitán General -comandante de la
Expedición-.
Como generales divisionarios lo acompañaron Juan Antonio Álvarez de Arenales, Toribio
Luzuriaga, el general Las Heras -como jefe del Estado Mayor- y los secretarios de guerra
Bernardo Monteagudo y Juan García del Río.
También estaba el flamante coronel don Tomás Guido, que acababa de cambiar su puesto
diplomático por la espada y era el primer edecán del general en jefe.
A su partida, el director supremo de Chile, Bernardo O`Higgins, dijo: “De estas cuatro tablas
depende la suerte de la América”.
La campaña se presentó llena de obstáculos que, por fortuna, se fueron salvando. La escuadra
tenía un código de señales, confeccionado por el mismo general San Martín, que seguía los
estilos dictados en la época: de día las señales eran con banderas y gallardetes; de noche, con
faroles y cohetes; y en neblina, con tiros de fusil y de cañón.
El desembarco
El 8 de setiembre de 1820 la expedición tocó tierra y desembarcó en la playa arenosa de la
bahía de Paracas, a 260 kilómetros de la capital de Lima y a diez kilómetros de la villa de Pisco.
Desde allí, las tropas dirigidas por Las Heras llegaron hasta el pueblo de Pisco, que ya había
sido abandonado por la guarnición realista al mando del coronel Manuel Químper, quien se
replegó hacia Ica.
En la tarde de ese mismo día San Martín llegó a Pisco y se estableció en una casa ubicada a 50
metros de la Plaza Mayor. Por la noche, mediante la imprenta portátil que llevaba el ejército,
lanzó su primera proclama desde territorio peruano.
La escuadra patriota no se quedó inactiva y el 20 de octubre se hallaba frente a la Fortaleza del
Callao, cañoneándola y mostrando su poderío.
El 5 de noviembre, en una audaz maniobra nocturna, el almirante Cochrane capturó en la
bahía a la fragata de guerra española Esmeralda, y a dos cañoneras de la guardia del puerto.
La superioridad naval patriota en el océano Pacífico estaba decidida y el dominio de los mares
pertenecía exclusivamente a los que luchaban por la independencia.
Poco tiempo después, en Guayaquil, se entregaron a los patriotas las últimas dos naves hábiles
de la Real Armada Española, las fragatas Prueba y Venganza.
Finalmente, el desembarco total del ejército Libertador se efectuó en el puerto de Huacho, en
el Valle de Huaura, al norte de Lima, el 10 de noviembre de 1820.
Los tres virreyes que siempre perdieron
El Perú participó activamente en la guerra de la independencia de Sudamérica desde 1810,
pero los primeros años lo hizo como baluarte de la monarquía española en el continente.
Ejército Libertador del Perú, 1820-1822
Cuartel General:
Capitán General: José de San Martín
Comandante General: coronel mayor Juan Gregorio de Las Heras.
Intendente del Ejército: coronel Juan Gregorio Lemos.
Estado Mayor:
Jefe: coronel Juan Paz del Castillo.
Ayudante del Comandante General: teniente coronel José María Aguirre
División de los Andes
Batallón Nº 7
Batallón Nº 8
Batallón Nº 11
Granaderos a Caballo.
Cazadores a Caballo.
Artillería de los Andes.
División de Chile
Batallón Nº 2
Batallón Nº 4
Batallón Nº 5
Batallón Nº 6
Regimiento Nº 2 de Caballería.
Artillería.
2 compañías volantes.
4 compañías de a pie.
1 compañía de coheteros volantes.
Lima fue el corazón y el cerebro del bando realista, y el Perú no se enroló en las filas patriotas
sino hasta que su territorio se convirtió en el último campo de batalla por la independencia,
que
terminaría
en
Ayacucho
el
9
de
diciembre
de
1824.
La Guerra de Independencia de América tiene un carácter especial entre los conflictos bélicos
que registra la historia, ya que se trató de una gran guerra civil de hispanoamericanos realistas
contra hispanoamericanos patriotas.
Quienes pelearon tenían el mismo origen nacional, social y cultural, y sólo discrepaban en lo
ideológico-político. Sus ejércitos eran similares y con un origen común. El bando realista
buscaba el mantenimiento de la soberanía de la Corona española, y quería evitar la división del
Imperio Hispanoamericano. Los patriotas buscaban hacer una nueva nación, o grupo de
naciones: forjarse una nueva Patria. De allí los nombres que se han utilizado para los dos
bandos: patriotas para quienes buscaban la independencia y realistas para quienes buscaban
mantener los derechos reales de Fernando VII.
El territorio del Perú se hallaba dividido geográficamente en tres zonas paralelas y muy
distintas entre sí: la costa desértica, la sierra o cordillera de los Andes y la zona tropical
selvática, por donde corren los afluentes del río Amazonas. A su vez, la cordillera de los Andes
presentaba dos cadenas: la Occidental -o Cordillera Real- y la Oriental -o Cordillera Volcánica-.
La sierra no era la zona más indicada para operaciones militares; sólo en los valles podían
desarrollarse las batallas.
La población del Perú vivía bajo la hegemonía española. Los españoles, peninsulares o criollos
ricos, dominaban política y económicamente la vida del virreinato y por ello Perú se mantuvo
fiel a la Corona durante más tiempo que otras posesiones.
El Virreinato del Perú estaba dividido en ocho intendencias. La intendencia de Lima era la más
importante y, junto con la de Arequipa, comprendían parte de la costa y la sierra.
Durante la guerra de la independencia, el Virreinato del Perú estuvo gobernado por tres
virreyes que defendieron la causa de España: primero, José Fernando de Abascal -de 1810 a
1816-; Luego, Joaquín de la Pezuela -de 1816 a 1821-; y, finalmente, José de la Serna -de 1821
laa 1824-. Todos ellos fueron generales españoles.
Abascal, 1810 – 1816
Durante la época del gobierno del virrey Abascal se inició la guerra de la independencia y este
virrey se concentró en evitar la propagación de los ideales revolucionarios venidos desde
Buenos Aires, deteniéndolos en el Alto Perú y creando una fuerte contraofensiva realista así
como también un partido contrarrevolucionario. Logró la derrota de los patriotas en 1811, en
Huaqui, y llevar una ofensiva realista hacia el sur. Pese a las derrotas que le propinó el general
Manuel Belgrano en Tucumán y Salta, Abascal luego, en 1813, triunfó en Vilcapugio y
Ayohuma. También derrotó las sublevaciones indígenas de 1814 en el Cuzco: la causa patriota
parecía no hallar eco en la sociedad peruana ni en el Ejército Real, pese a que estaba integrado
mayormente por americanos.
Durante el gobierno de Abascal, los realistas tuvieron la iniciativa estratégica y la ofensiva.
Entre 1812 y 1814, invadió Chile y, tras la batalla de Rancagua, en octubre de 1814, logró
acabar con la Patria Vieja chilena.
Su plan era lograr una base de operaciones para intentar, cruzando la cordillera, invadir el
territorio de la revolucionaria Buenos Aires.
De la Pezuela, 1816 – 1820
Joaquín de la Pezuela fue primero general en jefe del Alto Perú, y como tal derrotó a Belgrano
en 1813 y a Rondeau en 1815, deteniendo las expediciones porteñas al Alto Perú.
Cuando llegó al cargo, Fernando VII ya estaba de vuelta en su trono y España empezaba a
dedicar su atención a los sucesos americanos. La guerra de América ya no era un asunto
interno sino que, con el envío de refuerzos militares peninsulares, se había transformado en
una confrontación internacional.
Al Alto Perú llegó como general en jefe don José de la Serna, y la estructura del ejército realista
se modificó con la aparición de unidades expedicionarias peninsulares. La guerra parecía,
entonces, una lucha entre España y América.
De a poco, la iniciativa estratégica pasó a los patriotas y el planteo estratégico del virrey de
Lima se limitó a producir respuestas a los movimientos estratégicos patriotas, en especial, a los
movimientos del general San Martín en los distintos momentos de su Plan Continental. Así, al
saber de la inminencia del cruce de la Cordillera por parte del Ejército de los Andes, el virrey
trató de desviar la atención de las fuerzas de San Martín hacia el Alto Perú, para evitar la
invasión de la Capitanía General de Chile. No logró su objetivo y el ejército argentino-chileno
cruzó la cordillera y le dio la libertad a Chile.
Inmediatamente después de la caída del Reino de Chile, para reconquistar lo perdido el virrey
intentó una fuerte expedición militar con tropas en su mayoría peninsulares. Lo hizo junto con
un movimiento combinado del Ejército Real del Alto Perú, en 1817, que tenía la intención –
otra vez- de distraer la atención de San Martín, obligarlo a cruzar los Andes y dirigirse al norte.
Pero no logró hacer desistir de sus planes al Libertador.
En el Alto Perú, la guerra se estancó y se convirtió en guerra de guerrillas. Atacada y derrotada
una, surgía otra. Derrotado un caudillo, este huía y a los pocos meses aparecía nuevamente
con otra fracción de guerrillas.
La guerra era activa y aunque los realistas vencían en los pequeños encuentros, no
adelantaban nada y el Virreinato de Lima no estaba seguro, a pesar de que las Provincias
Unidas del Río de la Plata estaban internamente convulsionadas y no podían armar un ejército
capaz de enfrentar al Real del Alto Perú.
Para los realistas la guerra pasó, de a poco, a ser defensiva, y las victorias se empezaron a
transformar en grandes derrotas -en Chile- y en estancamiento -en el Alto Perú-.
El bando realista perdió, desde 1818, la iniciativa estratégica. Minado por la lucha de facciones,
pronto se vio reducido a su mínima expresión, replegado a sus bases e invadido por los
insurgentes, tanto del sur como del norte. En lo naval la iniciativa también pasó a los patriotas,
quienes con su gran cantidad de fuerzas corsarias cortaron las comunicaciones marítimas con
España y destruyeron el comercio marítimo español.
José De la Serna el último virrey
José De la Serna e Hinojosa había nacido en Jerez de la Frontera en 1779. Ingresó en la
Artillería española y desde 1790 luchó en África y luego en la campaña de Francia de 1794, al
igual que San Martín.
Al estallar la guerra contra Napoleón en 1808 participó en la lucha y en 1812 fue hecho
prisionero en el sitio de Zaragoza y enviado a Francia.
En 1815 ascendió a mariscal de campo y fue enviado a América como comandante del Ejército
Real del Alto Perú en reemplazo de Joaquín de la Pezuela, que asumía como virrey. De 1816 a
1820 se enfrentó a las guerrillas patriotas altoperuanas y a las salteñas de Güemes, con suerte
adversa.
En 1820 pasó al Perú como comandante en jefe del Ejército virreinal y en 1821 fue nombrado
virrey por un golpe militar liberal.
Llevó a cabo las conversaciones de Punchauca con San Martín, pero no llegó a un arreglo y
abandonó Lima ante el Ejército Libertador.
Marchó al Cuzco, que convirtió en su capital, y continuó la guerra hasta la derrota de
Ayacucho el 9 de diciembre de 1824.
Volvió a España en 1825 y falleció en Cádiz en 1831.
Ganado el dominio de las aguas del océano Pacífico por parte de los patriotas, la armada
española vio limitado su accionar a la defensa costera de posibles desembarcos, pero no logró
evitar el arribo del Ejército Libertador en 1820.
El Virreinato del Perú en 1820
A principios de 1820 se inició en España el período llamado constitucional, cuando una
asonada militar que comenzó en Cabezas de San Juan -Andalucía- logró detener la partida de la
última expedición española hacia América, logrando además restaurar la vigencia de la
Constitución de 1812, con los liberales en el poder hasta 1823. Fernando VII se vio, entonces,
obligado a reconocer y jurar la constitución.
Esta nueva realidad modificó la situación general de la península española y del Virreinato del
Perú.
Primero, se juró la constitución de la monarquía en Lima, pero la lucha de facciones causó la
división del ejército entre liberales y absolutistas, estos últimos partidarios de la monarquía
absoluta de Fernando VII, sin frenos constitucionales. Dicha división acabaría por debilitar y
enfrentar al ejército realista en beneficio de los patriotas.
Al saber de la partida de la Expedición Libertadora, el virrey Pezuela reforzó las costas en un
intento de repeler el desembarco.
A la vez, ordenó iniciar conversaciones a su general en jefe -José de la Serna- para llegar a un
armisticio en el Alto Perú entre el ejército real y las provincias argentinas de Salta y Jujuy, con
el objetivo, una vez pacificado ese frente, de mover esas tropas hacia el Perú.
Pezuela, además reordenó al ejército que estaba en el sur. Lo ubicó más al norte, para acudir
con mayor rapidez donde se lo necesitase, ya que no contaba con fuerzas navales para la
defensa de la extensa costa del virreinato.
Creó un Cuerpo de Ejército de Reserva y le dio por cuartel general la ciudad y provincia de
Arequipa. Lo puso a las órdenes del brigadier Mariano Ricafort.
A las tropas de la Capital las reorganizó, uniendo los cuerpos de Guarnición en Lima y Callao
como Ejército de Lima bajo sus órdenes directas. Dejó como 2º jefe al general José de la Serna,
al que hizo venir desde el Alto Perú.
También nombró, como jefe del ala derecha, al general José de la Mar, y como mayor general
del ejército y jefe del ala izquierda, colocó al brigadier Diego de O`Reilly.
El 12 de julio de 1820, gracias a dos oficiales españoles que habían escapado de Chile a bordo
del bergantín anglo-americano Warrior, el virrey supo que en Valparaíso se aprontaba la
expedición contra Lima con un total aparente de 7.000 hombres.
El desembarco del Libertador
El 8 de septiembre de 1820 comenzó el desembarco del Ejército Libertador del Perú en la
bahía de Paracas, situada a 8 kilómetros al sur de Pisco. La noticia se hizo pública con algo de
retraso en la capital del virreinato: recién hacia fin del mes se divulgó que habían
desembarcado los patriotas con 4.500 hombres.
Al producirse el desembarco, la guarnición realista de Pisco se limitó a observar los
movimientos de los patriotas, hacer el recuento de unidades y cantidad de efectivos e
informar a Lima, tras lo cual se replegó hacia la población de Ica.
El día 10, el virrey Joaquín de la Pezuela recibió el aviso del desembarco de la expedición
enemiga. Para el día 11, la totalidad de la expedición patriota estaba en tierra y distribuida
convenientemente.
El cuartel general de San Martín se ubicó en Pisco y las tropas lo hicieron a lo largo del valle,
en dirección a Chincha e Ica. El 14, el general Juan Álvarez de Arenales ocupó la población de
Caucato y el día 23 los granaderos de los Andes entraron en Chincha y montaron avanzadas
hacia el valle de Cañete.
De la Pezuela y la Real Orden
El virrey temía por la destrucción de su ciudad capital. Trató de evitar más derramamiento de
sangre poniendo en marcha la Real Orden, recibida de Madrid con fecha del 11 de abril: por
ella, le ordenaban intentar un cese de hostilidades informando a los americanos que se había
restablecido la Constitución de 1812, y que el rey Fernando VII deseaba pactar la paz.
Así, el 11 de septiembre de 1820 el virrey envió a un alférez de húsares con cartas para San
Martín, junto con ejemplares de la proclama del rey a los habitantes de ultramar.
Independientemente de ello, el día 9 el virrey dio un mensaje al Ejército Expedicionario de
Chile, pidiendo el cese de la guerra en nombre de la constitución de la monarquía española,
que era la garantía de paz de esa nación.
Por su lado, los comerciantes de Lima ofrecieron premios en dinero para los soldados realistas
y para los de Chile, incitándolos a desertar y a amotinar las naves de la escuadra.
Lo que intentaba De la Pezuela era una maniobra política a fin de llegar a un armisticio con los
patriotas, sobre la base de la aceptación en América de la constitución política de la
monarquía. El gobierno liberal de Madrid creía haber encontrado la solución a los problemas y
una forma de ponerle punto final a la guerra.
Fernando VII había jurado la restablecida constitución el 15 de marzo de ese año y, como rey
constitucional, invitó a los pueblos separados de la Madre Patria a jurarla y enviar diputados a
las cortes, a fin de terminar con la guerra civil que ensangrentaba al Imperio.
Inaceptable
En virtud de la Real Orden, el virrey De la Pezuela podía mantener conversaciones con San
Martín y tratar de llegar a un acuerdo.
Pero la situación también puso en antecedentes a los liberales del ejército realista de que,
habiendo un gobierno liberal en España, ellos podrían producir en el virreinato de la misma
manera que en España -a través de una asonada- los cambios que venían planeando desde
hacía años.
El 26 de septiembre de 1820 se celebró el armisticio y cesaron por ocho días las hostilidades
entre patriotas y realistas.
El 1º de octubre salieron de Miraflores los diputados de San Martín con las propuestas que les
hizo el virrey. Una, era evacuar Pisco, volver a Chile y reconocer y jurar la Constitución,
quedando allí subordinados al virrey de Lima o directamente al rey, y enviando diputados a las
cortes.
Otra propuesta era evacuar Pisco a cambio de que los realistas abandonasen el sur de Chile,
desde Concepción a Valdivia. Se suspenderían así las hostilidades por mar y tierra, y los
patriotas quedarían dominando Chile hasta que un grupo de diputados fuese a Madrid a
exponer sus quejas y pretensiones al rey.
Por una carta reservada, De la Pezuela le ofreció a San Martín conservarle su empleo y
propiedades si accedía al primer artículo, licenciaba al ejército y juraba la Constitución.
San Martín rechazó en forma terminante la forma y el fondo de las propuestas, pues
consideraba inadmisible jurar la Constitución sin tener en cuenta el deseo de los pueblos por la
independencia.
El Libertador consideró frustrados sus deseos y se vio en la necesidad de dejar a la suerte de
las armas el sostén de los derechos de los pueblos del Perú. En consecuencia, desembarcó
todo su ejército en Pisco.
El virrey se dispuso a concentrar todas sus fuerzas para dar la batalla, pero la situación interna
del virreinato pronto lo sacaría de la escena.
La campaña de Arenales
El plan de San Martín exigía realizar una intensa actividad política a fin de propagar la causa de
la independencia en el interior del virreinato.
Para ello, preparó una doble maniobra militar: por un lado, alentó la insurrección en el interior
del Perú para proveerse de reclutas y provisiones para el ejército; por el otro, desplazó por
mar el grueso de las fuerzas expedicionarias hacia el norte de Lima, con el objeto de servir de
apoyo a la sublevación de las provincias septentrionales y asediar así la capital.
Tan pronto como expiró el plazo del armisticio de Miraflores de suspensión de las hostilidades,
San Martín dispuso el reembarco del ejército, mientras envió una expedición a la sierra para
lograr la insurrección de las provincias centrales y combinar sus movimientos con los del
grueso de las fuerzas, con vistas a una posterior reunión al norte de Lima.
La división partió a las órdenes del coronel mayor Juan Antonio Álvarez de Arenales. Como
segundo, San Martín destacó al teniente coronel Manuel Rojas. En total, se trató de 1.240
hombres.
En las instrucciones que le dio el Libertador a Arenales, el 4 de octubre de 1820, le ordenaba
internarse rápidamente en la sierra, atacar el destacamento del coronel Manuel Quimper en
Ica y dirigirse hacia Huancavelica. Luego debía tomar Jauja como base de operaciones para
difundir la propaganda hacia las provincias internas.
Debía, además, tomar las poblaciones de Tarma y Huamanga al noroeste y sudeste respectivamente- de Jauja.
Por último, le ordenó comunicarse con el grueso del ejército cuando éste hubiera
desembarcado al norte de Lima, para operar sobre la capital peruana en conjunto.
El 5 de octubre, por la noche, Arenales inició su avance hacia Ica con el propósito de alcanzar al
destacamento de Quimper –aumentado a 800 hombres- y atacarlo por sorpresa. Para cubrir el
movimiento fue escoltado por el coronel Mariano Necochea y sus Cazadores a Caballo.
Los realistas advirtieron la aproximación de los independientes en Ica, y unos 200 hombres
desertaron hacia el bando patriota. En tanto, Quimper, con el resto, se retiraba hacia Nazca.
Arenales tomó posesión de Ica y envió al teniente coronel Rojas, con 250 hombres de
caballería, en persecución del enemigo.
El patriota fue por una senda paralela y logró sobrepasar a los fugitivos en la villa de Nazca. El
15 de octubre los atacó junto con el capitán Juan Lavalle, quien iba al mando de los
Granaderos y Cazadores a Caballo.
La caballería patriota cayó por sorpresa sobre Quimper y obtuvo un éxito completo.
Destruido el destacamento de Quimper, Arenales organizó una retaguardia a las órdenes del
teniente coronel Francisco Bermúdez y del mayor Félix Aldao. El 21 de octubre emprendió la
marcha hacia la sierra -siguiendo el río Ica- mientras Necochea volvía hacia el grueso del
ejército.
El 31 de octubre Arenales llegó a Huamanga cruzando la cordillera por el paso de Castro
Virreina, luego de hacer 415 kilómetros a través de una región desértica y montañosa.
Hasta ese momento, el avance había pasado inadvertido para los realistas gracias a las hábiles
maniobras ordenadas por San Martín para ocultar el movimiento.
El virrey no quiso dar crédito a las noticias del avance, creyendo que era imposible debido a las
guarniciones realistas en el interior. Pero, finalmente, la confirmación de la marcha de
Arenales decidió a De la Pezuela a adoptar medidas urgentes.
Primero, se propuso detener la columna patriota en el río Mantaro o de la Oroya, al norte de
Huamanga, apoderándose previamente de los puentes de Izcuchaca y Mayoc, con una división
de 1.400 hombres.
Pero Arenales ya se le había anticipado, franqueando el citado curso de agua tras atacar a la
guardia enemiga que defendía los puentes nombrados, y tomando el valle de Huancayo sin
que la fuerza realista de 600 hombres ofreciera resistencia. Estos sólo se limitaron a replegarse
sobre Jauja, y allí fueron alcanzados y batidos el 9 de noviembre por los Granaderos a Caballo
de Lavalle.
Luego, Rojas avanzó detrás de Lavalle y tomó posesión de la localidad de Tarma.
El 21 de noviembre llegó a Jauja el resto de la división, cumpliéndose así las instrucciones de
San Martín antes de que De la Pezuela hubiera podido evitarlo.
Cuando el virrey se enteró de la rápida maniobra efectuada por los independientes, cambio
sus planes y mandó desde Lima una fuerte división a las órdenes del general Diego de O`Reilly,
con la misión de ocupar el puente de Oroya, sobre el río Mantaro.
También le ordenó al general Mariano Ricafort que enviase al batallón Extremadura –
perteneciente al ejército de reserva de Arequipa- por Huamanga, para así sorprender a
Arenales entre dos fuegos.
O`Reilly salió de Lima el 18 de noviembre con el batallón Victoria -exTalavera-, un escuadrón
de caballería y algunas fuerzas milicianas, sumando sus efectivos unos 1.000 hombres.
La división realista llegó a Pasco en los primeros días de diciembre.
Batalla de Pasco
La situación que se le presentaba ahora a Arenales era de extrema gravedad -señala el
historiador Leopoldo Ornstein-: desde el sudeste avanzaban las fuerzas enviadas por Ricafort
para arrollar la retaguardia de Bermúdez y Aldao en Huancayo.
Si O`Reilly, en Pasco, esperaba el arribo del batallón Extremadura, la división patriota sería
atacada simultáneamente desde dos direcciones por fuerzas muy superiores.
Este peligro llevó a Arenales a estudiar los movimientos enemigos para batir al núcleo más
próximo, el de Pasco, antes de que pudiese intervenir el otro.
Así, quedaría luego en libertad de volverse contra el último.
Resolvió atacar a O`Reilly pese a lo desfavorable del terreno. Arenales se adelantó hacia Pasco
el 5 de diciembre al amanecer y tomó posesión del cerro en medio de una nevada. Allí efectuó
el reconocimiento de la posición enemiga.
El caserío de Pasco estaba en una olla encerrada por serranías que se levantaban al NO y SE de
la misma. En ellas, con su infantería en las alturas, estaban emplazados los realistas. La
caballería cubría su ala derecha.
Entre el dispositivo español y el cerro Uliachín se extendía, a modo de un istmo entre las
lagunas de Petarcocha y Yanamate, una angosta faja de terrero de un kilómetro y medio de
ancho, pantanosa e intransitable.
El ataque a la posición defensiva sólo era posible por los tres únicos caminos entre los
bañados, que eran verdaderos desfiladeros batidos por los fuegos desde las alturas ocupadas
por las tropas de O`Reilly. Rodearlos era imposible por estar las alas apoyadas en las lagunas.
Debía ser un ataque frontal por terreno pantanoso, contra una posición de montaña
fuertemente ocupada.
Pero era imperioso atacarlos por la aproximación del Extremadura, que ya venía en apoyo
desde la dirección opuesta. Por ello Arenales organizó el ataque contra Pasco para el día
siguiente.
El 6 de diciembre de 1820 los patriotas iniciaron el avance con dos divisiones: una, compuesta
por los batallones de infantería Nº 2 y Nº 11 de los Andes, que marchó por la franja de terreno
más próxima a la laguna Petarcocha.
La otra, era la caballería al mando de Lavalle, dirigida por la zona pantanosa de la izquierda
contra la caballería realista.
La reserva de Rojas siguió el movimiento en segunda línea. A pesar de las dificultades del
terreno y del mortífero fuego abierto por los realistas, el asalto no pudo ser detenido. Un
ataque a bayoneta del batallón Nº 2 de Chile por la extrema derecha desalojó de sus
posiciones a las compañías del Victoria; mientras que el centro enemigo, que se había formado
en cuadro, fue destrozado por el batallón Nº 11 de los Andes.
Simultáneamente, Lavalle descendió con sus granaderos y Cazadores a Caballo por las faldas
septentrionales del Uliachín, cruzó los bañados que se encontraban al pie del mismo y se lanzó
a la carga contra la caballería realista, a la que arrolló y derrotó en el primer choque.
Los vencedores persiguieron a los fugitivos alcanzándolos a pocas leguas de la población de
Pasco, comprobándose que la gran mayoría era nativa. Todos, con su jefe a la cabeza, el
coronel Andrés de Santa Cruz -de origen altoperuano-, se pasaron a las filas patriotas.
Los batallones de infantería patriota alcanzaron a los fugitivos del Victoria y los tomaron
prisioneros; entre ellos estaba el propio O`Reilly.
Las bajas sufridas por los realistas ascendieron a 41 muertos, 145 heridos y 320 prisioneros incluidos 26 oficiales-, en tanto que los patriotas tuvieron 5 muertos y 12 heridos.
Los triunfadores obtuvieron la bandera del Victoria, dos piezas de artillería y 3609 fusiles, más
todo el parque de artillería.
Basado en su certero golpe de vista, Arenales obró con máxima exactitud, logrando salvar la
crítica situación que se le había presentado al verse rodeado y copado por el enemigo.
Maniobró con rapidez y batió los dos núcleos adversarios por separado, lo que le otorgó el
éxito.
La victoria se logró, además, gracias al valor temerario de las tropas patriotas y al empuje
irresistible con que se ejecutaron las cargas.
El brigadier Ricafort, por esas horas, salió de Arequipa en dirección a Lima, al mando de la
División de Reserva. Debido a las noticias falsas que le llegaban, informándole sobre
desembarcos patriotas a lo largo de la costa, no tomó por ese camino y decidió efectuar un
rodeo, atravesando la sierra. Así, se dirigió a Humanaga sin saber de la derrota de O`Reilly en
Pasco.
Al ver llegar a los realistas, el pequeño destacamento de retaguardia al mando de Bermúdez y
Aldao que estaba en Huancayo y Huanta debió replegarse por ser impotente para resistir la
fuerza que se acercaba. Pero, en el camino, sublevaron a los pueblos indígenas contra los
realistas y, gracias a ello, los patriotas decidieron ofrecer resistencia para retardar el avance
del enemigo.
En Huancayo, los hombres de Bermúdez y Aldao, más unos 4.000 indios, trataron de contener
a Ricafort pero fueron derrotados. A partir de ese momento las tropas realistas iniciaron una
guerra de destrucción de todas las poblaciones indígenas sublevadas y no perdonaron a las
que se alzaron en contra del rey, destruyendo a su paso varias aldeas de la región.
Los patriotas se retiraron hacia Jauja, movimiento que pudo ser ejecutado pues Ricafort se
dedicó a afirmarse en la zona y no persiguió a quienes iban en retirada.
Arenales, mientras tanto, inició su marcha hacia la costa en busca del grueso del ejército
expedicionario patriota, pese a que sus órdenes eran las de no replegarse en caso de ser
derrotado. Pero el repliegue fue causado por una orden equivocada emanada del coronel
patriota Rudecindo Alvarado, y cuando se envió la contraorden, ya era tarde.
La expedición había cumplido con los objetivos previstos pero el éxito obtenido no fue
aprovechado -señala Ornstein-, pues no se organizaron metódicamente ni la incitación a la
insurrección ni el reclutamiento de fuerzas de la sierra. Además, al retirarse de la sierra, se
dejó ese territorio nuevamente en poder realista y no se realizaron operaciones de
intercepción de las fuerzas enemigas que se dirigían hacia la capital.
El reembarco del ejército
Tras haber hecho maniobrar a las tropas por el valle de Cañete para ocultar a los realistas los
movimientos de la columna de Arenales rumbo a la sierra, San Martín reembarcó a su ejército
e inició las acciones tendientes a crear incertidumbre acerca de su lugar de desembarco.
Se trató de una maniobra similar a la que había hecho al cruzar la cordillera en su campaña de
Chile, sólo que ahora los amagues eran por mar.
Antes de reembarcar, el 21 de octubre de 1820, creó la bandera y el escudo de la nueva
nación.
El 23 de octubre de 1820 comenzó el reembarco y al día siguiente ya se encontraron todos a
bordo.
En la iglesia de Pisco quedó sepultado Álvarez Jonte, extriunviro y amigo de San Martín desde
1813, quien falleció de causas naturales.
La expedición puso rumbo al NO y al pasar frente al Callao hizo una exhibición de fuerzas bajo
las propias narices del virrey, formando a toda la escuadra en actitud amenazante y cerrando
el puerto. Luego, continuó viaje al norte, hacia la bahía de Ancón, a 36 kilómetros de Lima. Allí
llegó el 30 de octubre.
En el Callao quedó parte de la escuadra, para llevar a cabo un bloqueo al mando de Tomas
Alexander Cochrane, el marino británico contratado por San Martín.
En Ancón, el Libertador dispuso que un destacamento de 200 infantes y 40 jinetes, todos al
mando del capitán Federico de Brandsen, desembarcara primero y ocupara la villa de
Chancay, y allí buscara víveres y caballos en los valles próximos.
Este destacamento fue atacado por los realistas con cuatro compañías del batallón Numancia y
dos escuadrones de caballería llegados desde Lima al mando del coronel Gerónimo Valdez.
Brandsen repelió decididamente el ataque con sus jinetes y los detuvo en un estrecho
desfiladero, derrotando de a uno a los dos escuadrones.
Mientras esto ocurría, San Martín se enteraba de que en Guayaquil se había producido una
revolución de tropas realistas nativas, que proclamaron la independencia e iniciaron acciones
contra Quito, en poder de los españoles. Estas tropas independentistas pronto recibieron
auxilios desde el norte -de las tropas de Simón Bolívar- y desde el sur -de las de San Martín-.
El 9 de noviembre de 1820 el ejército reembarcó en Ancón y se dirigió al puerto de Huacho, a
150 Km al norte del Callao, donde desembarcaron todas las fuerzas patriotas.
San Martín emplazó sus tropas en el valle de Huaura, entre la sierra y el mar, con la avanzada
en Chancay y la reserva en Supe. Era la zona agrícola más importante del virreinato, cortaba las
comunicaciones con el norte y ponía sitio a Lima.
En Huaura se produjo la primera defección de una unidad realista americana, el batallón de
Infantería de Numancia, formado por prisioneros colombianos: el 2 de diciembre de 1820
todos sus hombres se pasaron a las filas patriotas.
Cambio de virrey
El 29 de enero de 1821, los jefes liberales del ejército, reunidos en una logia dirigida por el
general Casimiro Valdés, intimaron al virrey De la Pezuela a que dejase el mando y el gobierno
en manos del general José de la Serna. Alegaban que era una medida para salvar el Estado,
vacilante por sus desaciertos.
Al verse abandonado por sus generales, el virrey dimitió: este golpe fue conocido como la
asonada de Aznapuquio, por haberse dado en ese sitio. Se iniciaba, así, el último período
virreinal en el Perú, que culminará con Ayacucho.
En Madrid, inocentemente, creían que con la sola aplicación de la Constitución de 1812 se
volvería a someter el continente americano a la corona española.
El gabinete de Madrid había instituido comisionados regios para que viajaran a América para
convenir un cese de hostilidades y la pacificación general del continente.
Pero este gabinete no quería un cambio en la administración colonial y mucho menos oír
hablar de independencia. Sólo quería la sumisión de los americanos a la Constitución del año
1812.
El comisionado destinado al Perú fue el capitán de fragata Manuel de Abreu, quien ya había
logrado la firma de un armisticio celebrado entre el libertador Simón Bolívar y el general
español Pablo Morillo.
El 24 de marzo de 1821, Abreu tomó contacto con San Martín en su cuartel general de Huaura,
donde el Libertador y su estado mayor lo recibieron.
Durante una comida se plantearon los principales puntos de la negociación por ambas partes,
que serían la base de las posteriores conversaciones de Punchauca.
San Martín dijo que era imposible acatar la constitución española en América y que la
negociación debía partir del reconocimiento de la independencia. Pero Abreu aclaró que eso
sólo podría ser resuelto por el rey y las cortes. El comisionado real se marchó a Lima, donde
fue recibido con frialdad por el virrey De la Serna, quien trataba de ganar tiempo y utilizaba las
conversaciones para dilatar las cosas y preparar las acciones militares.
De la Serna sostuvo que era imposible suspender las hostilidades por el aparente buen
resultado que habían obtenido las tropas al mando de Valdés y Ricafort en la sierra, contra la
expedición enviada por San Martín a las órdenes de Arenales.
Canterac, un francés al servicio de España
José Canterac nació en Guienne, Francia, en 1786, e ingresó al servicio de España en 1801 en la
Compañía Valona de la Guardia Real.
De 1808 a 1814 participó en los ejércitos de José Bonaparte.
En 1814 fue ascendido a teniente coronel de caballería y en 1817 fue destinado a América
como brigadier de caballería.
Llegó a Perú en 1818. Estuvo en las campañas del Alto Perú y en 1819 fue nombrado general
interino del Ejército Real de ese frente.
Fue destinado a Lima en 1820 y llevó acciones militares contra el ejército libertador.
En 1821, al asumir De la Serna el virreinato, Canterac fue nombrado general en jefe del ejército
del Perú e inició campañas contra los patriotas, en las cuales obtuvo algunas victorias en 1822
y 1823.
Fue derrotado por Bolívar en Junín y por Sucre en Ayacucho, en 1824. Le tocó firmar la
capitulación en nombre del virrey De la Serna, que estaba herido.
Volvió España en 1825 y en 1835 fue nombrado Capitán General de Castilla.
Murió ese mismo año en Madrid en un motín popular.
Sin embargo, finalmente, el virrey aceptó formar una comisión para tratar un armisticio,
ordenando tomar contacto con San Martín para la formación de una junta de pacificación y
lograr el cese de hostilidades.
San Martín respondió el 22 de abril de 1821 que accedía a la invitación y el virrey propuso
reunirse en la hacienda de Punchauca, a cinco leguas al norte de Lima.
El proyecto de San Martín, según escribió Tomás Guido, era declarar la independencia sobre la
base monárquica y coronar en Perú a un príncipe Borbón, como medio de poner fin a la
guerra.
De la Serna, expresó que carecía de autoridad para el reconocimiento de la independencia del
Perú, y propuso el envío a España de comisionados que hablarían con el gobierno español.
Asimismo, ofreció un armisticio como el forjado entre Bolívar y Morillo.
Los diputados patriotas respondieron que no habría negociación sin independencia política,
aunque aceptaban el armisticio. Los representantes del virrey volvieron sobre el juramento de
la constitución española.
Nada había cambiado desde las negociaciones de Miraflores. Ante esto, los patriotas
manifestaron que prescindían de pactar cualquier armisticio.
Conversaciones de Punchauca
Al fallar su maniobra, De la Serna solicitó un armisticio bajo las condiciones de los patriotas y
puso como garantía la fortaleza del Real Felipe del Callao, entregándola a San Martín para que
la guarneciera mientras durara la tregua.
El armisticio se firmó el 23 de mayo de 1821, por 20 días y se decidió que San Martín y De la
Serna tuviesen una entrevista para la tregua definitiva.
Esta tuvo lugar el 2 de junio de 1821.
Al encontrarse De la Serna y San Martín, éste se adelantó y, cuando hubo bajado De la Serna
del caballo, lo abrazó estrechamente saludándolo con afectuosas palabras: “Venga para acá,
mi viejo, están cumplidos mis deseos, general. Porque uno y otro podemos hacer la felicidad
de este país”.
De la Serna correspondió con igual cordialidad y así entraron al salón para apartarse durante
algunos minutos a conferenciar a solas. De la Serna expresó que el plan de San Martín le
parecía bien y que el ofrecimiento de ir personalmente a España era un acto generoso y de
confianza, pero él no quería tomar la decisión final.
El Libertador señaló que había venido al Perú no a derramar sangre sino a fundar la libertad,
planteando enlazar los pabellones españoles y los americanos para proclamar la
independencia del Perú. Proponía constituir un gobierno presidido por De la Serna y dos
miembros más, mientras que él marcharía a España a demostrar los beneficios del nuevo
sistema para los intereses de la casa reinante y los de la América independiente.
De la Serna, sin embargo, se enfrentó a esa postura cuando se le opusieron varios jefes del
ejército, y lo convencieron de no aceptar un arreglo y ofrecer una contrapropuesta.
La contrapropuesta era similar al ofrecimiento de San Martín, con cese de hostilidades y un
gobierno provisional, aunque con el agregado de una junta que gobernaría en nombre de la
nación española y con arreglo a la constitución.
Luego de tres meses, las negociaciones fracasaron estrepitosamente.
Por último, De la Serna abandonó la capital en un intento de cambiar la situación. Su marcha
se produjo el 6 de julio en la madrugada. Trasladó al Callao a los enfermos, las armas y las
municiones, y dijo que volvería muy pronto a recuperar la capital. Señaló que su salida y la de
José Canterac -general en jefe realista del ejército del Perú- eran para luchar contra Arenales.
Independencia del Perú
San Martín entró discretamente a la capital el 9 de julio por la noche y recorrió las calles de la
ciudad con una pequeña escolta.
El 10 de julio se firmó un armisticio con el comisionado realista, que seguía en funciones. En él
se contemplaron las propuestas de San Martín y el Perú figuraba como independiente, con
Lima como capital.
El día 15 se convocó a un cabildo abierto en Lima para discutir la declaración de la
independencia. La declaración oficial se produjo el 28 de julio de 1821 en la Plaza de Armas.
San Martín expresó, con la bandera de la independencia en su mano: “Desde este momento el
Perú es libre e independiente, por la voluntad general de sus pueblos y por la justicia de su
causa, que Dios defiende”.
Era la cristalización de su más anhelado sueño y la consagración de su Plan Continental.
El encuentro en Guayaquil
Al tomar el mando, los problemas de San Martín eran básicamente dos: por un lado, debía
organizar el gobierno independiente del Perú; y por el otro, debía atender sin descanso la
continuación de la guerra.
El primer problema lo solucionó asumiendo personalmente la conducción del Estado bajo el
título de Protector de la Libertad del Perú, y se abocó a la tarea de organizarlo y sentar las
bases de la nueva nación.
Para el segundo, adoptó diversas medidas militares tendientes a garantizar la seguridad del
territorio ganado, al mismo tiempo que meditaba cómo realizar una campaña decisiva contra
las fuerzas realistas del interior.
Al tomar el cargo expresó que no lo movían intereses personales ni ambición, sino la
conveniencia pública. Sabía el sufrimiento que provocaban las guerras intestinas en otros
estados independientes, y quería ahorrárselo al Perú.
San Martín afirmaba que primero había que asegurar la independencia y luego la libertad de
los habitantes. Decía: “En el momento en que sea libre su territorio haré dimisión del mando
para hacer lugar al gobierno que ellos tengan a bien elegir”.
San Martín creó el Ejército del Perú, organizó un Cuartel General y un Estado Mayor y creó un
cuerpo de elite llamado Legión Peruana de la Guardia, compuesto por un batallón de artillería,
uno de infantería y dos escuadrones de caballería.
También organizó a la infantería de línea en un regimiento y seis batallones; y a la caballería en
tres escuadrones, un cuerpo de artillería e ingenieros y varias unidades de milicias. Este núcleo
-que se fue modificando y ampliando con el correr de la guerra- fue la base del ejército que
participó tres años después en la campaña de Ayacucho.
San Martín también organizó la primera escuadrilla naval sobre la base de buques capturados
a los realistas en el puerto del Callao.
El 21 de septiembre de 1821 se entregaron a la causa patriota los fuertes del Callao. Luego de
un asedio, el comandante de las fortalezas -general José de La Mar- se pasó a la causa
patriota.
Cabe destacar que las unidades argentinas y chilenas del Ejército Libertador sufrieron
modificaciones por la inclusión de reclutas peruanos, en tanto que los cuadros de veteranos
sirvieron de fundamento para formar al nuevo Ejército del Perú.
La guerra en el interior
Retirado José de la Serna, la guerra se trasladó al interior del virreinato y volvió a revestir las
características de una guerra civil sin apoyo extranjero. En el ejército realista el reclutamiento
y las tropas se basaron, otra vez, en criollos e indígenas. Entre 1821 y el final de la guerra, el
Ejército Real –y con él la porción del virreinato en manos españolas- siguió las vicisitudes de la
España misma, una lucha interna entre liberales y absolutistas que se fue acrecentando día a
día.
La situación interna del Perú independiente y del ejército libertador tampoco era halagüeña. El
ejército de San Martín, minado por las enfermedades, necesitaba ser reforzado con urgencia,
ya que los realistas, pese a estar dispersos, eran muy numerosos.
La situación militar se encontraba estancada y el Perú dividido en dos porciones: los realistas
ocupaban la sierra, y a través de sus valles –hacia el sur- se comunicaban con el Alto Perú; los
patriotas, por su parte, tenían la capital, la costa y todo el norte del país declarado
independiente a poco del desembarco de Huacho.
Desde Huaura, San Martín había despachado dos nuevas expediciones: una segunda campaña
hacia la sierra al mando del general José Álvarez de Arenales, y otra con destino al sur de la
región de la costa, llamada de Puertos Intermedios, al mando de William Miller. Pero no
lograron el éxito previsto que habría mejorado la situación.
La expedición de Arenales ocupó el valle de Jauja en mayo de 1821, pero sus instrucciones
eran no comprometerse en combate y no pudieron evitar la reunión de las fuerzas realistas de
De la Serna con las del general José Canterac.
Esta segunda campaña de la sierra resultó infructuosa y Arenales retornó a Lima, en tanto que
los realistas, al mando del virrey, se hicieron fuertes en el valle de Jauja. Desde allí De la Serna
se trasladó al Cuzco y lo convirtió en la capital de su agonizante virreinato.
La expedición a los Puertos Intermedios del sur tampoco fue feliz, a pesar de la conducción
militar de Miller y los bríos de Thomas Alexander Cochrane, desde cuyas naves fue conducida.
Se hizo un primer desembarco en Pisco y luego otro en Arica. Desde ese sitio, Miller avanzó
hasta Tacna, donde el 21 de mayo de 1821 obtuvo un buen triunfo en el combate de Mirave.
La campaña terminó con la concentración en Ica, sin posibilidades de llevar acciones más
importantes a causa de la escasez de sus efectivos.
Esfuerzo inútil
La mayor victoria tras la declaración de la independencia del Perú fue el rechazo de una
expedición que intentó tomar la capital, al Mando del genera realista Canterac. Dicha
expedición, realizada a fines de agosto, tenía dos objetivos. El primero, sorprender y eliminar a
los ocupantes de la recién abandonada capital. El segundo, llevar víveres a la fortaleza del
Callao, refugio de la fidelidad española, donde había quedado aislada una guarnición realista
de unos 2.000 hombres y había gran cantidad de armamento que el virrey necesitaba
recuperar.
El 5 de setiembre Canterac avanzó desde el sur de Lima por el valle de Lurín, pero al llegar a la
vista de la capital se encontró con que el ejército libertador estaba desplegado en línea de
batalla, esperándolo y cubriendo todas las posibles entradas a la capital por el este y el sur.
Canterac no se animó a ofrecer combate y dio un rodeo frente a los patriotas, mientras el
ejército libertador lo vigilaba moviéndose con lentitud a su vista. San Martín, imperturbable y
calculador, lo dejó desfilar tranquilamente hacia el Callao y le dijo a Juan Gregorio de Las
Heras, que estaba a su lado: “¡Están perdidos! ¡El Callao es nuestro! No tienen víveres para
quince días. Los auxiliares de De la Serna se los van a comer. Dentro de ocho días tendrán que
rendirse o ensartarse en nuestras bayonetas”.
Pese a la insistencia de sus subordinados por atacar, y ante el asombro de Las Heras y la
impertinencia de lord Cochrane, que se encolerizó, el Libertador los dejó entrar al Callao.
Canterac pagó cara aquella victoria sin sangre. Apenas se encerró en la fortaleza se dio cuenta
de su error y decidió salir enseguida y retirarse por el norte, para ganar a duras penas los
faldeos de la sierra. Finalmente, el 21 de setiembre la bandera peruana ondeó en los castillos
del Callao, cuyo jefe, el general De La Mar, debió aceptar los términos de la capitulación que le
dictó San Martín.
La rendición del Callao significó el dominio de las provincias liberadas y el Protector del Perú
pudo seguir sus tareas de gobierno. Pero en los meses finales de 1821, San Martín sabía que
debía tomar decisiones claves ya que los realistas se reforzaban día a día en el interior del
Perú.
Abocado a la tarea de gobernar, las disposiciones que ordenó estaban dirigidas a mostrar a los
peruanos que las cosas habían cambiado con el nuevo régimen. Los decretos de su breve
gobierno –dice el historiador Samuel Medrano- tuvieron el sello de aquellas famosas
decisiones de la Asamblea del año 1813 en las Provincias Unidas, que él había contribuido con
su esfuerzo a convocar. Declaró la libertad de comercio, abolió las encomiendas, suprimió la
inquisición, prohibió los tormentos, adoptó medidas que garantizaban la seguridad individual y
dictó un Estatuto Provisional, de acuerdo con cuyas normas debían desenvolverse las
funciones del naciente Estado. Instituyó la Orden del Sol y creó la Biblioteca Nacional del Perú,
a la cual donó la suya propia, que había traído desde Chile. Claro que tuvo contratiempos,
como el disgusto con lord Cochrane –quien se marchó a Chile con su escuadra-, y las
decepciones con su propio ejército y comandantes, enervados durante la obligada inacción
bélica de aquel intervalo.
San Martín sabía que la independencia era ya irrevocable pero la batalla de América no estaba
aún terminada. Su conclusión se supeditaba al aumento de los recursos, pues sabía que los
propios eran insuficientes y no podrían terminar con el ejército del virrey.
El Libertador no quería prolongar la guerra inútilmente, por lo que debía resolver el problema
militar y buscar un aliado.
Desde el norte venía bajando victorioso el ejército de Colombia, al mando del libertador Simón
Bolívar, que ya había vencido en Carabobo a los restos del otrora gigantesco ejército
expedicionario del general realista Pablo Morillo. Pero Bolívar estaba estancado en Pasto a
causa de la resistencia de los realistas de Colombia que habían organizado una defensa
formidable.
El general Antonio José de Sucre, segundo de Bolívar, debió trasladarse por mar hasta
Guayaquil, para atacar desde el sur al capitán general Melchor Aymerich y tratar de reducir el
núcleo de la resistencia realista, que estaba en Quito. Pero sus fuerzas eran escasas y por ello,
en mayo de 1821, le dirigió un pedido de apoyo a San Martín, solicitando su cooperación en la
campaña que iba a abrir sobre aquella ciudad.
Los hechos demostraban que el final de la guerra debía llegar sólo de la mano de la
colaboración y unión de fuerzas de ambos libertadores. La cooperación en la que pensaba San
Martín era también deseada por los colombianos.
San Martín mandó organizar una división en Trujillo y decidió utilizarla para concurrir a la lucha
en que se decidiría la libertad de Ecuador. El 15 de noviembre de 1821, desde Bogotá, Bolívar
pidió una división en apoyo de Guayaquil para unirla a las fuerzas de Colombia contra los
realistas. En febrero de 1822, marchó hacia Ecuador la columna de auxilio a Sucre: 1.300
hombres al mando del coronel Andrés Santa Cruz.
En esa misma época, San Martín decidió entrevistarse con Bolívar, que iba a viajar a Guayaquil.
Tras expresar públicamente los motivos de su viaje, dejó a cargo del mando a José Bernardo
de Tagle Portocarrero –conocido como Marqués de Torre Tagle- y marchó a Guayaquil. Pero
esa primera entrevista no pudo realizarse porque Bolívar fue retenido por urgencias de la
guerra, y sería San Martín quien iniciaría la cooperación militar.
A principios de febrero, la división auxiliar entró en las provincias ecuatorianas de Loja y
Cuenca y se incorporó a las fuerzas del general Sucre. Poco después, tuvieron lugar dos
batallas memorables: Río Bamba -el 21 de abril de 1822- y Pichincha -el 24 de mayo-. Se logró
la capitulación de Aymerich y la libertad de Quito.
Bolívar, luego de la ardua victoria de en Bomboná sobre los realistas de Pasto, bajó rumbo al
Ecuador y recién entró a la capital a mediados de Junio.
En el Perú, mientras tanto, después del desastre de la Macacona, el 7 de abril de 1822, donde
los realistas vencieron a la División del Sur, se hizo evidente la necesidad de refuerzos y ayuda
para completar la obra de la independencia. El propio San Martín intentó recurrir a Buenos
Aires sin lograr apoyo, y finalmente decidió volver a entrevistarse con Bolívar en busca de
hombres y para poner término a la guerra.
Simón Bolívar, otro gran libertador
Bolívar nace el 24 de Julio de 1783 y muere el 17 de diciembre de 1830.
Miembro de una familia aristocrática criolla, desde 1799 viaja por Europa para estudiar.
Tras casarse con su prima –quien fallece ocho meses después-, en 1807 regresa a Caracas,
decidido por la idea independentista. En 1810 forma parte de los revolucionarios. Tras la
derrota de los patriotas, se refugia en Cartagena de Indias y en 1812 prepara su campaña de
Venezuela, entrando en Caracas en 1813.
Derrotado en 1814, emigra y en 1816 reanuda su actividad militar.
En 1818 inicia su campaña final y triunfa en Boyacá y en Carabobo, donde declara la
independencia de Colombia. En 1820 se proclama la República de Gran Colombia-Nueva
Granada, Venezuela y Ecuador- y se lo nombra presidente.
Inicia la campaña del Sur y en 1822 triunfa en Bomboná, mientras que Sucre lo hace en
Riobamba y Pichincha, con lo que consiguen la libertad para el Ecuador. Se entrevista con San
Martín en Guayaquil y marcha al Perú en apoyo de su independencia, que concluya en 1824
con las batallas de Junín y Ayacucho.
La entrevista de Guayaquil
San Martín se dirigió de nuevo hacia Guayaquil con el mismo objetivo anunciado en la
malograda entrevista de febrero.
El 25 de julio de 1822 San Martín arribó a Guayaquil en la goleta Macedonia. Bolívar ya estaba
allí desde unos días antes.
El Libertador de Colombia había resuelto la incorporación de Guayaquil a Colombia, pese a que
la Junta de Gobierno de esa ciudad, después de proclamar la autonomía de 1820, buscaba la
unión con el Perú. Bolívar invitaba a San Martín a descender a la ciudad para recibirlo “en el
suelo de Colombia”.
Era un avance típico del temperamento de Bolívar: con un hecho consumado, se anticipaba
con habilidad a los deseos del Protector del Perú de permitir a Guayaquil la libre
determinación de su destino.
Al día siguiente, San Martín desembarcó en la ciudad. Se alojó en una casa frente al muelle y
en ella lo aguardaba Bolívar, acompañado de su estado mayor. El coronel Rufino Guido contó
que, al acercarse San Martín, el Libertador de Colombia se adelantó y alargando la diestra dijo:
“Al fin se cumplieron mis deseos de conocer y estrechar la mano del renombrado general San
Martín”. Subieron hasta el salón principal y hubo allí presentaciones y saludos, pero luego San
Martín y Bolívar se encerraron para conversar a solas durante una hora y media. Después de
ello, Bolívar se retiró. Horas después, San Martín retribuyó la visita trasladándose a la
residencia de Bolívar, donde volvieron a hablar a solas aunque muy brevemente.
Al día siguiente, 27 de julio, San Martín volvió a entrevistarse con el Libertador de Colombia;
pero esa misma mañana dio la orden de que le arreglaran su equipaje y estuviera todo listo
para regresar al Perú, pues pensaba embarcarse a las once de la noche.
La última conversación se realizó en la residencia de Bolívar desde la una hasta las cinco de la
tarde, y fue como la anterior, en un salón a solas y sin testigos. Cuando terminaron, la casa
estaba llena de generales y personajes invitados por Bolívar a un gran banquete que ofrecía en
honor del Protector del Perú.
San Martín se quedó al baile y a medianoche llamó a Guido y le dijo que se iba, pues no podía
soportar el bullicio.
Bolívar lo acompañó sin ser notado y ambos se dirigieron directamente al muelle, donde se
despidieron para siempre. San Martín embarcó en un bote de la Macedonia y, apenas llegó a
bordo, la goleta levó sus anclas.
Lo que los libertadores hablaron en Guayaquil quedó en el misterio durante mucho tiempo.
Pero en 1844, Gabriel Lafond, un marino francés, solicitó y obtuvo de San Martín
informaciones y documentos sobre su actuación en la guerra de la emancipación americana.
Luego, en su obra Voyages autor du monde et Voyages cèlebres. Voyages dans les deux
Amériques, publicó el texto de una carta que San Martín le envió a Bolívar el 29 de agosto de
1821, de vuelta en Lima luego de la entrevista de Guayaquil, y en momentos en que se retiraba
del Perú dejando el poder en el Congreso. Los extractos de la carta dejan traslucir el resultado
de la entrevista y dicen: “Los resultados de nuestra entrevista no han sido los que me prometía
para la pronta terminación de la guerra. Desgraciadamente yo estoy íntimamente convencido
o que no ha creído sincero mi ofrecimiento de servir bajo su mando, o que mi persona le es
embarazosa (…) Para el 20 del mes entrante he convocado el primer congreso del Perú y al día
siguiente de su instalación me embarcaré para Chile convencido de que mi presencia es el solo
obstáculo que le impide a usted venir al Perú con el ejército de su mando. Para mí hubiese sido
el colmo de la felicidad terminar la guerra de la independencia bajo las órdenes de un general a
quien América debe su libertad. El destino lo dispone de otro modo y es preciso conformarse
(…) He hablado a usted, general, con franqueza, pero los sentimientos que expresa esta carta
quedarán sepultados en el más profundo silencio; si llegasen a traslucirse, los enemigos de
nuestra libertad podrían prevalecerse para perjudicarla, y los intrigantes y ambiciosos para
soplar la discordia. Con estos sentimientos y con los de desearle únicamente sea usted quien
tenga la gloria de terminar la guerra de la independencia de la América del Sud, se repite su
afectísimo servidor, José de San Martín”.
San Martín regresó a Lima. Su ausencia había provocado el estallido de rencores acumulados y
relevos no deseados en su gabinete. Todo ello sólo ayudó a confirmar su decisión.
El Congreso del Perú se reunió el 20 de septiembre y ante él declinó San Martín su poder e
investidura, diciendo que: “Mis promesas para con los pueblos en que he hecho la guerra están
cumplidas: hacer la independencia y dejar a su voluntad la elección de sus gobiernos. La
presencia de un militar afortunado, por más desprendimiento que tenga, es temible a los
Estados que de nuevo se constituyen”.
Aquella misma noche embarcó rumbo a Chile.
Para terminar, seguimos a Samuel Medrano en su libro. Dice que en la cumbre de la cordillera
se hallaba, una mañana de fines de enero de 1823, un antiguo oficial del ejército de los Andes.
Acababa de levantarse el sol y se veía una pequeña caravana que, al cabo, llegó a distinguirse
con nitidez. El oficial era Manuel de Olazábal y pronto advirtió que quien se acercaba era
aquel a quien había ido a esperar: el caballero era el generalísimo del Ejército del Perú.
Olazábal se precipitó hacia él y lo abrazo. El general le tendió el brazo izquierdo sobre la
cabeza y lleno de emoción sólo pudo decirle: “¡Hijo!”.
Así volvió San Martín a su patria, cruzando por última vez la cordillera, luego de seis años de
haberlo hecho por vez primera con el ejército de los Andes para dar la libertad a Chile.
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