Documento descargado de http://www.elsevier.es el 25/11/2016. Copia para uso personal, se prohíbe la transmisión de este documento por cualquier medio o formato. Med Clin (Barc). 2011;136(15):671–673 www.elsevier.es/medicinaclinica Editorial Ética médica y dolor Medical ethics and pain Fernando Miguel Gamboa Antiñolo Servicio de Medicina Interna, Comité de Ética Asistencial, Hospital Universitario de Valme, Universidad de Sevilla, Sevilla, España I N F O R M A C I Ó N D E L A R T Í C U L O Historia del artı´culo: Recibido el 27 de octubre de 2010 Aceptado el 25 de enero de 2011 On-line el 17 de marzo de 2011 El dolor constituye uno de los elementos que conforman nuestra identidad como seres humanos. Requiere unas coordenadas culturales que lo doten de sentido1 y permitan su explicación. Solo tiene entidad ontológica en la medida en que es percibido y comprendido por el sujeto que lo padece2. Manifiesta a su manera la profundidad propia del hombre y de algún modo la supera. Solamente el ser humano es consciente de que sufre, y se pregunta la razón de este dolor del mismo modo que se plantea el significado del mal. El umbral del dolor al cual reacciona el individuo y la actitud que éste adopta a partir de entonces están esencialmente vinculados con la trama social y cultural. Frente al dolor entran en juego tanto la concepción del mundo del individuo como sus valores religiosos o laicos y su itinerario personal. Con los avances en la investigación biomédica en occidente, la proliferación de los analgésicos y la extensión de la anestesia en la práctica médica, el significado del dolor ha variado, en tanto que se ha vuelto inútil, estéril, degradante: un desafı́o para el progreso de la ciencia. El umbral de tolerancia ha disminuido. En la sociedad contemporánea, el dolor ha dejado de concebirse como inherente a la propia condición humana. El control del dolor se ha planteado como un derecho humano3 o como un asunto polı́tico4. Muchas son las definiciones del dolor2, entre ellas destaca una reciente que incluye las enfermedades caracterizadas por dolor crónico: «experiencia sensorial y emocional desagradable asociada con una lesión presente o potencial o descrita en términos de la misma, y si persiste, sin remedio disponible para alterar su causa o manifestaciones, una enfermedad en sı́ misma»5. Para abordarlo se han desarrollado diferentes escalas que pretenden medirlo, pero nada más falso que la ponderación objetiva de esta experiencia. No hay una objetividad del dolor sino una subjetividad que concierne a la entera existencia del ser humano6. Las escalas solo llegan a ponderar de alguna forma algunos elementos de la nocicepción sin llegar a abordar la complejidad del sufrimiento humano. Cicely Correo electrónico: [email protected] Saunders acuñó el término «dolor total» para englobar todos los matices del sufrimiento que puede rodear al enfermo con dolor. Sufrimiento es más que dolor7. Ası́, además del dolor u otro sı́ntoma, el sufrimiento puede ser inducido por la ansiedad, el miedo, la pérdida de personas, funciones u objetos queridos. La amenaza que representa la posibilidad de padecer dolores, enfermedades o lesiones puede ser tan intensa que llegue a igualar los efectos reales que éstos tendrı́an sobre el cuerpo. La caracterı́stica esencial del sufrimiento es, por tanto, la percepción de amenaza. El dolor puede ser aliviado con analgésicos; el sufrimiento, no. Un hombre enfermo es, esencialmente, un hombre amenazado por el dolor, el malestar, la invalidez, el deterioro fı́sico, la soledad y la presencia de la muerte8. La experiencia del dolor siempre es singular: nadie reacciona frente al dolor de la misma forma. El umbral de sensibilidad es diferente. La actitud frente al dolor no es una cosa meramente mecánica o fisiológica, sino que está mediatizada por la cultura, las variaciones personales y la significación subjetiva atribuida a su presencia. En los dolores agudos la solidaridad y la protección de los otros son pequeños signos que, incluso, refuerzan el sentimiento del valor personal. Los dolores crónicos, en cambio, son una penosa carga, desde una sorda presencia hasta reagudizaciones variables en intensidad, que limitan toda forma de existencia9. Sufrir es sentir la precariedad de la propia condición personal en estado puro. Uno de los modos de paliar el dolor, de aliviarlo, es atribuirle un sentido, al vencer el miedo que nos inspira1. Tal vez sólo la experiencia religiosa sea capaz de otorgar un significado al dolor, fruto de la libre aceptación de la persona. Despojar al dolor de todo significado supone dejar al ser humano sin recursos, hacerlo vulnerable. «La fantası́a de una supresión radical del dolor gracias a los progresos de la medicina es una imaginación de muerte, un sueño de omnipotencia que desemboca en la indiferencia a la vida»6. La reflexión ética es una cuestión de razonamiento práctico acerca de pacientes determinados, casos especı́ficos y situaciones únicas, por lo que se puede orientar a tres elementos: proporcionalidad de la intervención, responsabilidad médica sobre el 0025-7753/$ – see front matter ß 2010 Elsevier España, S.L. Todos los derechos reservados. doi:10.1016/j.medcli.2011.01.004 Documento descargado de http://www.elsevier.es el 25/11/2016. Copia para uso personal, se prohíbe la transmisión de este documento por cualquier medio o formato. F.M. Gamboa Antiñolo / Med Clin (Barc). 2011;136(15):671–673 para justificar la asociación ética-calidad, proporcionando también el impulso necesario para que los médicos midan, analicen y mejoren su práctica. Dado que los recursos sanitarios son un bien público, se está produciendo una tensión entre el interés individual de recibir cuidados y atención y el interés general de la accesibilidad y equidad, en los que se basa la justa distribución de los recursos existentes; en medio se encuentra el médico16. En el tratamiento del dolor siempre debemos hacer las siguientes preguntas: ha sido el paciente evaluado correctamente?; se le han explicado los riesgos y beneficios del tratamiento propuesto?; la decisión terapéutica fue consensuada por el paciente y por el médico después de valorar otras alternativas existentes? Se podrı́a alargar el número de preguntas, pero lo que a nuestro juicio está muy claro es que debemos entrar a fondo en el control de estos aspectos, favoreciendo los procesos de evaluación de tecnologı́as sanitarias17. La ética también contribuye a la calidad a través del correcto manejo de un factor que generalmente queda desatendido, los valores. Valores son todas aquellas cosas que son importantes para un ser humano y que nos exigen respeto. Los pacientes tienen valores de todo tipo, religiosos, culturales, polı́ticos, culinarios o estéticos, y deben ser tenidos en cuenta por el profesional en su práctica. Esto no serı́a complejo si no fuera porque los valores entran en conflicto entre sı́, generando «conflicto de valores». La función de la ética en la práctica clı́nica es ayudar al profesional en el análisis de los valores que intervienen en una decisión clı́nica determinada, a fin de que la decisión que adopte sea óptima no sólo desde el punto de vista de los hechos clı́nicos, sino también desde el de los valores implicados. Se trata de saber manejar la incertidumbre moral con la misma suficiencia con que el buen profesional sabe manejar la incertidumbre clı́nica para llegar a decisiones prudentes. La deliberación se hace sobre los hechos clı́nicos (diagnóstico, pronóstico y tratamiento) y tiene por objeto identificar el curso óptimo ante un conflicto. Para que haya conflicto, tiene que haber dos o más valores que nos exijan respeto y que se opongan entre sı́, o que no sea posible tomar en consideración a la vez. En medicina es frecuente que uno de los valores en conflicto sea la vida y otro el bienestar del paciente, la escasez de recursos o sus creencias religiosas, por ejemplo. Lo que debemos hacer es realizar los valores positivos, lesionarlos lo menos posible, buscar las salidas que tiene ese conflicto e identificar el o los cursos óptimos18. Cuando percibimos una desproporción entre los fines y los medios que se van a usar solemos preguntarnos acerca de la limitación de esfuerzo terapéutico, nos planteamos la indicación técnica, y por tanto la justificación ética de alguna medida frente a la situación del paciente. Pero nada es absolutamente seguro, solo muy probable, y tratamientos que tienen baja probabilidad de beneficio clı́nico pueden no ser fútiles. En la toma de decisiones técnicas se debe disminuir al máximo el nivel de incertidumbre, pero nunca podrá ser eliminada del todo. La valoración de los beneficios de un tratamiento es subjetiva y por tanto el proceso de toma de decisiones exige identificar los beneficios y cargas desde la perspectiva del paciente, sus preferencias13. En estas situaciones lı́mite apareció el dilema de la licitad de recurrir, para el alivio del dolor, al empleo de analgésicos y sedantes que implican un relativo riesgo de acortar la duración de la vida. Pı́o XII, en 1957, afirmó que «es totalmente lı́cito suprimir el dolor por medio de narcóticos, a pesar de tener como consecuencia limitar la conciencia y abreviar la vida, si no hay otros medios»19. El llamado «principio de doble efecto» se plantea para afrontar situaciones conflictivas prácticas en las que sólo es posible evitar un mal o conseguir un bien, más o menos necesario, causando un mal que no se desea18. Desde una ética principialista20 se suele afirmar que los profesionales tenemos cuatro obligaciones básicas, unas más exigibles, de primer nivel (ser no-maleficentes y justos) y otras de ? ? conjunto de ese proceso y el de los fines u objetivos que se persiguen10. Al referirnos a los aspectos bioéticos del tratamiento del dolor, no hacemos otra cosa que preguntarnos sobre lo que está bien y lo que está mal en ese ámbito. Es posible en clı́nica que dos profesionales sabios y experimentados, deliberando sobre un mismo caso, lleguen a decisiones distintas. Un razonamiento prudente admite siempre más de una solución, es propio de la clı́nica y también de la ética. La deliberación busca analizar los problemas en toda su complejidad, partiendo de la historia clı́nica, ponderando principios y valores implicados, ası́ como circunstancias y consecuencias del caso11. El respeto a la persona incorpora dos convicciones éticas: todo individuo debe ser tratado como ente autónomo, y las personas con autonomı́a disminuida tienen derecho a ser protegidas. El dolor reduce sensiblemente la autonomı́a personal y deteriora la calidad de vida. Respetar la autonomı́a del paciente supone, por una parte, hacerle partı́cipe de su tratamiento, creer en el dolor que nos manifiesta y diseñar con él el plan analgésico. La beneficencia nos exige buscar el bien para el paciente, ofrecer el mejor tratamiento disponible adecuado a la situación del enfermo. El principio de no maleficencia nos obliga a evitar los daños, a minimizar los riesgos de una intervención. La ignorancia, falta de pericia o formación, atenta contra una asistencia correcta. Cada acción debe conllevar una valoración previa de beneficio-riesgo y el análisis de efectos secundarios que permita la mejor adecuación clı́nica. Todos los pacientes tienen el mismo derecho a recibir la atención adecuada, con independencia del clı́nico o institución que los atienda. Solo será justa una atención sanitaria equitativa y eficiente7. Se ha llegado a propugnar que el único principio ético deberı́a ser el de autonomı́a. El papel del profesional sanitario quedarı́a de esta forma muy diluido, a merced exclusivamente de los deseos de los pacientes. Podemos entender hoy dı́a la idea de beneficio sin la aceptación por parte de la persona que supuestamente lo recibe? Y, al contrario, podemos entender una autonomı́a que haga que el paciente pueda exigir del médico aquello que desee, sin tomar en consideración la concepción que el médico tenga de su propia tarea, en la que influye el contexto social?12. Una persona autónoma es un individuo capaz de deliberar acerca de sus metas y de actuar bajo la guı́a de tal deliberación. Para la actuación autónoma, los pacientes deben recibir la información que precisen de forma asequible. La capacidad de autodeterminación madura durante la vida del individuo y se modifica debido a enfermedad, perturbación mental o circunstancias severamente restrictivas de la libertad. El respeto por el inmaduro y el incapacitado pueden requerir protección13. El consentimiento informado plasma una relación asistencial que valora mucho la información constante y actualizada del paciente y formaliza el contrato terapéutico14. Al paciente se le ofrece el tratamiento o prueba que más le beneficia y las alternativas, para que pueda llegar a una elección autónoma. Para ello necesita tener las capacidades mentales conservadas, ser competente. Exige entender y valorar la información para tras razonar, expresar una elección. Mientras no se demuestre lo contrario, todo sujeto es competente para la toma de decisiones sanitarias. Hablamos siempre de «capacidad para» (la toma de una determinada decisión); siempre relacionada con una tarea y en un momento concreto. Para ser auténticamente autónoma una persona debe tener libertad y capacidad (recursos mentales necesarios para desarrollar una conducta intencionada). La incapacidad para una tarea no presupone la incapacidad para todas15. Se puede eximir del consentimiento en situaciones de urgencia vital, grave riesgo para la salud pública o imperativo judicial. En el caso de pacientes incapaces, contando con la opinión del paciente el consentimiento lo da el representante14. Podemos decir que tanto el imperativo moral de hacer el bien, como los principios de justicia social, nos proporcionan suficientes razones ? 672 ? ? Documento descargado de http://www.elsevier.es el 25/11/2016. Copia para uso personal, se prohíbe la transmisión de este documento por cualquier medio o formato. F.M. Gamboa Antiñolo / Med Clin (Barc). 2011;136(15):671–673 Bibliografı́a 1. Frankl VE. El hombre en busca de sentido. Barcelona: Editorial Herder; 1991. 2. Otegui Pascual R. Factores socioculturales del dolor y el sufrimiento. En: Perdiguero E, Comelles JM, editores. Medicina y cultura: estudios entre la antropologı́a y la medicina.. Barcelona: Edicions Bellaterra, S.A; 2000. 3. Lohman D, Schleifer R, Amon JJ. Access to pain treatment as a human right. BMC Medicine. 2010 (consultado en enero de 2011); 8:8. Disponible en: http:// www.biomedcentral.com/1741-7015/8/8. 4. Illich I. Némesis médica. Barcelona: Barral Editores; 1975. 5. Ibarra E. Una Nueva Definición de «Dolor». Un Imperativo de Nuestros Dı́as. Rev Soc Esp Dolor. 2006;13:65–72. 6. Le Breton D. Antropologı́a del dolor. Barcelona: Seix Barral; 1999. 7. Soler Company E, Montaner Abasolo MC. Consideraciones bioéticas en el tratamiento del dolor. Persona y Bioética. 2004 (consultado en agosto 2010);8:49-64. Disponible en: http://redalyc.uaemex.mx/redalyc/src/inicio/ ArtPdfRed.jsp?iCve=83202105. 8. Gracia D, Rodrı́guez Sendin JJ, directores. Ética en cuidados paliativos. Guı́as de ética en la práctica médica. Fundación Ciencias de la Salud; 2006. 9. Bustos Domı́nguez R. Elementos para una antropologı́a del dolor: el aporte de David le Breton. Acta Bioethica 2000; (consultado en agosto 2010) año VI, n.8 1. Disponible en: http://www.scielo.cl/pdf/abioeth/v6n1/art08.pdf. 10. Wilkinson J. Ethical issues in palliative care. En: Doyle D, Hanks GW, Macdonald N, editores. Textbook of Palliative Care. Oxford: Oxford University Press; 1994. 11. Gracia D. La deliberación moral: el método de la ética clı́nica. Med Clin (Barc). 2001;117:18–23. 12. Garcı́a Pérez MA. El triángulo bioético: una aproximación intuitiva a la ética de la práctica clı́nica. Aten Primaria. 2004;33:510–5. 13. Gamboa F. Limitación de esfuerzo terapéutico. Es lo mismo retirar un tratamiento de soporte vital que no iniciarlo? Med Clin (Barc). 2010;135:410–6. 14. Simón P, Judez J. Consentimiento informado. Med Clin (Barc). 2001;117: 99–106. 15. Llovet Haya JM. La competencia mental: concepto y evaluación. Revista Selecciones de Bioética. 2003; (consultado en agosto de 2010) 4:28-45. Disponible en: http://www.javeriana.edu.co/bioética/revistaselecciones/revistaseleccionesNo.4.pdf. 16. Vázquez JR. La ética como impulso para la mejora continua del modelo sanitario. En: Altisent Trota R, Delgado Marroquı́n MT, Jolı́n Garito L, Martı́n Espı́ldora MN, Ruiz Moral R, Simón Lorda P, et al., editores. Sobre bioética y medicina de familia.. SEMFYC; 1996. 17. Robaina Padrón FJ. Aspectos medicolegales y bioéticos de la cirugı́a instrumentada de la columna lumbar degenerativa: Implicaciones en el manejo del dolor crónico. Rev Soc Esp Dolor. 2009;16:410–4. 18. Gracia D. Salir de la vida. En: Gracia D, editor. Como arqueros al blanco. Estudios de bioética. Madrid: Ed. Triacastela; 2004. 19. Navarro S. Pı́o XII y los médicos. Madrid: Ed. Conculsa; 1961. 20. Batiz J. Ética en el tratamiento del dolor en cuidados paliativos. Medicina General. 2008; (consultado en agosto de 2010) 108:511-521. Disponible en: http://www.medicinageneral.org/revista_108/pdf/511-521.pdf. 21. Barbero Gutiérrez J. Sufrimiento y responsabilidad moral. Dolor y sufrimiento en la práctica clı́nica. Ed. Fundación Humanidades Médicas. Monografı́a 2. 2004; (consultado en agosto de 2010) 151-170. Disponible en: http:// www.fundacionmhm.org/pdf/Mono2/Articulos/articulo12.pdf. 22. Miles SH. Hippocrates and informed consent. Lancet. 2009;374:1322–3. 23. Rodrı́guez PA. Fundamentación ética de la atención los pacientes con VIH-SIDA. Bioética 2006; (consultado en agosto de 2010) 1:22-25. Disponible en: http:// cbioética.org/revista/61/612225.pdf. ? segundo nivel (hacer el bien y respetar y promover la autonomı́a moral del paciente). El tratamiento del dolor no es una cuestión supererogatoria gestionada por el principio de beneficencia. Estamos ante un problema de no-maleficencia cuando al paciente se le hace daño (no aliviándole el dolor), tanto por indicar terapéuticas inadecuadas como por no utilizar tratamientos correctos cuando existen los medios para hacerlo. El profesional no debe hacer daño, ni el provocado intencionalmente, ni el producido por el desconocimiento, la falta de atención o la imprudencia. El tratamiento del dolor es un acto clı́nico que exige el establecimiento de buenas prácticas clı́nicas y la falta de formación al respecto ya no puede ser una excusa. Afecta al principio de justicia cuando no se dé un acceso igualitario de la población al tratamiento del dolor, bien por depender de la formación del facultativo, bien por no haber los dispositivos sanitarios adecuados. Hoy se convierte en un imperativo moral la consideración del tratamiento del dolor como una prestación básica en el sistema sanitario. Por otro lado, afecta al principio de autonomı́a, pues un paciente no la podrá ejercer si desconoce las posibilidades de elección. Sólo cada persona puede decidir sobre su propio dolor21. Parece que los médicos olvidaron y sólo recientemente han redescubierto lo que nuestros antepasados griegos conocı́an: la relación médico-paciente se basa en la honestidad22. No se puede hablar de la dimensión ética del hombre, si antes no se habla de que todo hombre tiene una consistencia real en sı́ mismo: El ser humano es un valor absoluto, es un ser personal y no objetual, del que derivan sus valores éticos. Un trato digno no solo implica una atención humana, sino también el ayudar a asumir humanamente la vida: vivir en medio de la enfermedad una verdadera existencia humana23. 673