Desde 1907, con treinta y seis años de edad, y hasta prácticamente

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Desde 1907, con treinta y seis años de edad, y hasta prácticamente su muerte en 1922, Marcel Proust
vivió recluido en un apartamento del parisino Boulevard Hausmann, entregado, como es bien sabido,
casi en exclusiva a la redacción de A la récherche du temps perdu.
De hecho, unos años atrás, en 1899, había ya empezado un proceso de ruptura con lo que constituía su
mundo, que no era otro que el de la alta sociedad a la vez financiera, administrativa, artística y
diplomática, más o menos distribuida entre miembros de la burguesía y rescoldos de una aristocracia en
decadencia.
Hay sin embargo una gran diferencia entre esta determinación de 1899 y la ulterior de 1907. La
primera parece ante todo motivada por razones de debilidad física y afectiva, así como por una
creciente decepción sobre el entorno social en que vivía, decepción que se extendía quizás a la
humanidad en general.
El retiro de Marcel Proust en 1907 tiene una motivación menos negativa. No se trata ya de aislarse por
desilusión, sino precisamente por lo contrario. En páginas que más adelante citaremos, el escritor habla
incluso de felicidad. En cualquier caso, su determinación es brutal; como lo muestra el siguiente
párrafo del narrador (protagonista principal de la obra) en relación a cuál sería su actitud en el caso de
que conocidos o amigos le importunaran: Cierto es que tenía la intención de volver a vivir en la soledad
desde el día siguiente, aunque esta vez con un fin. Ni en mi casa permitiría que fueran a verme en los
momentos de trabajo, pues el deber de hacer mi obra se imponía al de ser cortés y hasta al de ser
bueno. Desde luego insistirían, después de pasar tanto tiempo sin verme, ahora que acababan de
encontrarme de nuevo y me creían curado, ahora que la labor de su jornada o de sus vidas había
terminado o se había interrumpido, y sintiendo la misma necesidad de mí que en otro tiempo yo sentía
de Saint-Loup.
Pero tendría el valor de contestar a los que vinieran a verme o me llamaran que tenía una cita urgente,
capital, conmigo mismo para ciertas cosas esenciales de las que tenía que enterarme inmediatamente.
Y, sin embargo, como hay poca relación entre nuestro yo verdadero y el otro, por el homonimato y el
cuerpo común en ambos, la abnegación que nos hace sacrificar los deberes más fáciles, incluso los
placeres, a los demás les parece egoísmo.
Las cenas mundanas a las que es invitado son denominadas por el escritor 'festín de bárbaros' en el que
proliferan las más estériles 'conversaciones humanitarias, patrióticas, humanísticas y metafísicas'.
La resistencia a la tarea adopta en ocasiones modalidades más sutiles, frente a las cuales el escritor sólo
consigue rebelarse al precio de una auténtica subversión de lo que puede considerarse exigencia moral.
Una página terrible relativa a la muerte del hijo de una amiga, Madame Sazerat, sirve para ilustrar este
aspecto. El narrador recibe conjuntamente tal noticia y una invitación a una fiesta de Madame Molé.
Ante la perspectiva de tener que consagrar una hora a redactar una carta de pésame y una carta de
disculpas por no asistir a la fiesta (hora perdida para el trabajo) la personalidad del escritor, que en tales
acciones vislumbra inmediatamente el carácter de pretexto, rechaza la obligación. Mas no pudiendo
sustraerse a la moral convencional, la interna escisión se resuelve mediante un ardid: 'olvido' tanto de la
noticia del fallecimiento como de la invitación, y así entrega serena a la escritura.
Desgraciadamente, sin embargo, apenas esbozadas las líneas que, según nos dice el narrador, habrían
constituido la primera cimentación de la Recherche, la tarjeta de invitación de Madame Molé aparece
de imprevisto, reavivando la exigencia de la moral convencional. Tras cumplir con Madame Molé, la
obligación de hacerlo con Madame Sazerat se impone con mayor fuerza, cayendo, señala el narrador,
en la inversión de jerarquía consistente en 'sacrificar un deber real ante la obligación artificial de
mostrarse educado y sensible'.
Tal radicalidad en la denuncia de los falsos deberes, tal identificación de hipocresía y ritual moral
convencional, se encuentra en muchos otros lugares de la Recherche. Marcel Proust parece
obsesionado en denunciar la falacia, lo puramente aparente, del altruismo de aquellos que 'interrumpen
su trabajo, a fin de recibir a un amigo que sufre, aceptar una función pública o escribir artículos
propagandísticos'.
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