MODERNISMO Y 98 - IES Professor Manuel Broseta

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BACHILLERATO - IES PROFESSOR MANUEL BROSETA
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MODERNISMO Y 98
En un frío día de invierno, una sociedad de erizos se aglomeraba muy estrechamente,
con el fin de prevenirse, mediante el mutuo calor, de morir congelados. Pero en seguida
sentían las púas, que los hacían distanciarse otra vez a los unos de los otros. Cuando la
necesidad de calentarse volvió a acercarlos, sucedió de nuevo lo mismo, de manera que se
iban acercando y alejando de acá para allá entre uno y otro, hasta que por fin encontraron
una distancia justa entre ellos, en la que podían mantenerse calientes sin hacerse daño.
Así es como la necesidad de compañía, brotada de la vaciedad y monotonía del
propio interior, empuja a las personas a juntarse; pero sus muchas propiedades repulsivas
y sus muchos defectos intolerables vuelven a apartarlas violentamente. La cortesía y las
buenas costumbres son la distancia media que acaban encontrando y con la cual puede
subsistir una coexistencia entre ellas. En Inglaterra, a quien no se mantiene en esa distancia
le gritan: Keep your distance!
Es cierto que mediante ella se satisface solo de manera incompleta la necesidad de
calentarse mutuamente, pero, en compensación, no se siente el pinchazo de las púas. Ahora
bien, quien tiene mucho calor interior propio prefiere permanecer alejado de la sociedad,
para no dar molestias ni recibirlas.
(ARTHUR SCHOPENHAUER, Parerga y Paralipómena, 1862)
El Modernismo surge en el último cuarto del siglo XIX primero en Hispanoamérica y después en España. Lo
inician escritores como José Martí o Julián del Casal, si bien es el nicaragüense Rubén Darío el que lo consolida definitivamente en Azul, 1888. El final del siglo XIX se caracteriza por un conformismo burgués en lo
social y por el positivismo filosófico. El Realismo y el Naturalismo empezaban a decaer. Los escritores españoles e hispanoamericanos se rebelan contra el espíritu utilitario de la época, sobreponiendo los valores
artísticos. Va creándose así un ambiente innovador que pretende revisar más que romper, todos los valores
aceptados. Por tanto, como dice Federico Onís, el Modernismo es la forma hispánica de la crisis universal
de las letras y del espíritu, que se había de manifestar en el arte y en los demás aspectos de la vida. Así
pues, el Modernismo es una actitud vital.
El Modernismo no es Rubén Darío, y menos la parte decorativa y extranjerizante de este gran
poeta. El Modernismo se caracteriza por los cambios operados en el modo de pensar (no tanto de
sentir, pues en lo esencial sigue fiel a los arquetipos emocionales románticos), a consecuencia de
las transformaciones ocurridas en la sociedad occidental del siglo XIX, desde el Volga hasta el Cabo
de Hornos. La industrialización, el positivismo filosófico, la politización creciente de la vida […]
provoca en las gentes, y desde luego en los artistas, una reacción compleja y a veces devastadora.
El artista, partiendo de la herencia romántica, se siente al margen de la sociedad y rebelde contra
ella. […] En la época modernista la protesta contra el orden burgués aparece con frecuencia en
formas escapistas. El artista rechaza la indeseable realidad (la realidad social, no la natural) en la
que ni puede ni quiere integrarse, y busca caminos para la evasión. Uno de ellos, acaso el más
obvio, lo abre la nostalgia y conduce al pasado; otro, trazado por el ensueño, lleva a la
transfiguración de lo distante (en el tiempo, en el espacio, o en ambos); lejos de la vulgaridad
cotidiana. Suele llamárseles indigenismo y exotismo, y su raíz escapista y rebelde es la misma. No
se contradicen, sino que se complementan, expresando afanes intemporales del alma, que en
ciertas épocas, según acontece en el fin de siglo, se convierten en irrefrenables impulsos de
extrañamiento.
(JOSÉ CARLOS MAINER)
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MODER NIS MO
Y
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La vida es un intenso dolor… Este tema aparece con nitidez en toda la poesía modernista que, al fin y al cabo,
no es solamente un repertorio de cisnes vacuos y marquesas lánguidas, sino una angustiosa pregunta sobre
la ausencia de Dios, la monotonía de la existencia, los misteriosos vasos comunicantes que unen la vida, el
paisaje, la tristeza cósmica.
(JOSÉ CARLOS MAINER)
El artista es el creador de cosas bellas. Revelar el arte y ocultar al artista es la finalidad del arte.
El crítico es el que puede traducir de un modo distinto o con un nuevo procedimiento su impresión ante las
cosas bellas.
La más elevada, así como la más baja de las formas de crítica, son una manera de autobiografía. Los que
encuentran intenciones feas en cosas bellas, están corrompidos sin ser encantadores. Esto es un defecto.
Los que encuentran bellas intenciones en cosas bellas, son cultos. A éstos les queda la esperanza.
Existen los elegidos para quienes las cosas bellas significan únicamente belleza.
Un libro no es, en modo alguno, moral o inmoral. Los libros están bien o mal escritos. Esto es todo.
La aversión del siglo XIX por el Realismo es la rabia de Calibán viendo su cara en el espejo.
La aversión del siglo XIX por el Romanticismo es la rabia de Calibán no viendo su propia cara en el espejo.
La vida moral del hombre forma parte del tema para el artista; pero la moralidad del arte consiste en el uso
perfecto de un medio imperfecto. Ningún artista desea probar nada. Hasta las cosas ciertas pueden ser probadas.
Ningún artista tiene simpatías éticas. Una simpatía ética en un artista constituye un amaneramiento
imperdonable de estilo.
Ningún artista es nunca morboso. El artista puede expresarlo todo.
Pensamiento y lenguaje son, para el artista, instrumentos de un arte.
Vicio y virtud son, para el artista, materiales de un arte.
Desde el punto de vista de la forma, el modelo de todas las artes es el del músico. Desde el punto de vista del
sentimiento, la profesión de actor.
Todo arte es, a la vez, superficie y símbolo.
Los que buscan bajo la superficie, lo hacen a su propio riesgo.
Los que intentan descifrar el símbolo, lo hacen también a su propio riesgo.
Es al espectador, y no la vida, a quien refleja realmente el arte.
La diversidad de opiniones sobre una obra de arte indica que la obra es nueva, compleja y vital. Cuando los
críticos difieren, el artista está de acuerdo consigo mismo.
Podemos perdonar a un hombre el haber hecho una cosa útil, en tanto que no la admire. La única disculpa de
haber hecho una cosa inútil es admirarla intensamente.
Todo arte es completamente inútil.
(OSCAR WILDE: El retrato de Dorian Gray, Prefacio. 1890)
Si en la literatura actual existe algo nuevo que pueda
recibir con justicia el nombre de «modernismo», no
son, seguramente, las extravagancias gramaticales y
retóricas, como creen algunos críticos candorosos,
tal vez porque esta palabra «modernismo», como
todas las que son muy repetidas, ha llegado a tener
una significación tan amplia como dudosa. Por eso
no creo que huelgue fijar en cierto modo lo que ella
indica o puede indicar. La condición característica
de todo el arte moderno, y muy particularmente de
la literatura, es una tendencia a refinar las sensaciones y acrecentarlas en el número y en la intensidad.
Hay poetas que sueñan con dar a sus estrofas el
ritmo de la danza, la melodía de la música y la majestad de la estatua. Teófilo Gautier, autor de la Sinfonía en blanco mayor, afirma en el prefacio a Las
Flores del Mal que el estilo de Tertuliano tiene el
negro esplendor del ébano. Según Gautier, las palabras alcanzan por el sonido un valor que los diccionarios no pueden determinar. Por el sonido, unas
palabras son como diamantes, otras fosforecen,
otras flotan como una neblina. Cuando Gautier habla
de Baudelaire, dice que ha sabido recoger en sus
estrofas la leve esfumación que está indecisa entre
el sonido y el color; aquellos pensamientos que
semejan motivos de arabescos, y temas de frases
musicales. El mismo Baudelaire dice que su alma
goza con los perfumes, como otras almas gozan con
la música. Para este poeta, los aromas, no solamente
equivalen al sonido, sino también al color:
"Il est des parfums frais comme des chairs d'enfants.
Doux comme les haut bois, verts comme les prairies".
[...] Esta analogía y equivalencia de las sensaciones
es lo que constituye el «modernismo» en literatura.
Su origen debe buscarse en el desenvolvimiento
progresivo de los sentidos, que tienden a multiplicar
sus diferentes percepciones y corresponderlas entre
sí formando un solo sentido, como uno solo formaban ya para Baudelaire:
"O métamorphose mystique
De tous mes sens fondus en un!
Son haleine fait la musique,
Comme sa voix fait le parfum!"
(VALLE-INCLÁN, Modernismo, 1910)
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FIN
DE SIGL O:
ANT ECE DE NT ES
Y AUTO RE S
Sin embargo, entre 1897 y 1924, la palabra modernismo, como nombre de un movimiento
literario, asumió la importancia comparable a la de la «Generación de 1898», y comenzó a
adquirir un significado bien definido. Se refería al movimiento surgido en Latinoamérica en los
años 80, primero en prosa, y después, mucho más importante, en verso, bajo el liderazgo del
escritor y patriota cubano José Martí (1852-1895) y el gran poeta de Nicaragua, Rubén Darío
(1867-1916). Frente a los escritores del 98, preocupados básicamente por el problema nacional,
los modernistas tenían unos planteamientos cosmopolitas. Lo mismo que Pater y Wilde en Gran
Bretaña o los parnasianos en Francia, los modernistas se dedicaron a un esteticismo consciente,
el Arte como supremo absoluto, a la Belleza como máximo ideal, y a la radical renovación formal
de la prosa y poesía como medios para su consecución. Exaltaron la imaginación creativa y la
fantasía como opuestas a la observación realista y a los cánones aceptados por la literatura
burguesa del siglo XIX. Una orientación similar aparece en la poesía española a partir de las
Rimas (1868) de Bécquer; y poetas posteriores como Manuel Reina (1856-1905), Ricardo Gil
(1855-1908) y Salvador Rueda (1857-1933) evolucionan hacia una forma de modernismo antes
de que se dejara sentir el impacto del movimiento extranjero. El modernismo ejerció una notable
influencia en las primeras obras de Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez y Valle-Inclán,
aunque todos ellos se separarían de él antes o después, persistiendo éste en la obra de algunos
escritores como Manuel Machado, Villaespesa y Marquina.
DONALD SHAW, La «Generación del 98»
I
V
Yo soy un hombre sincero
De donde crece la palma,
Y antes de morirme quiero
Echar mis versos del alma.
Si ves un monte de espumas,
Es mi verso lo que ves:
Mi verso es un monte, y es
Un abanico de plumas.
Yo vengo de todas partes,
Y hacia todas partes voy:
Arte soy entre las artes,
En los montes, monte soy.
Mi verso es como un puñal
Que por el puño echa flor:
Mi verso es un surtidor
Que da un agua de coral.
Yo sé los nombres extraños
De las yerbas y las flores,
Y de mortales engaños,
Y de sublimes dolores.
Mi verso es de un verde claro
Y de un carmín encendido:
Mi verso es un ciervo herido
Que busca en el monte amparo.
Yo he visto en la noche oscura
Llover sobre mi cabeza
Los rayos de lumbre pura
De la divina belleza.
Mi verso al valiente agrada:
Mi verso, breve y sincero,
Es del vigor del acero
Con que se funde la espada.
Alas nacer vi en los hombros
De las mujeres hermosas:
Y salir de los escombros
Volando las mariposas.
(JOSÉ MARTÍ: Versos sencillos, 1891)
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MODER NIS MO
EN
ESPA ÑA
SONATINA
La princesa está triste... ¿qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro;
y en un vaso olvidada se desmaya una flor.
El jardín puebla el triunfo de los pavos reales.
Parlanchina, la dueña dice cosas banales,
y, vestido de rojo, piruetea el bufón.
La princesa no ríe, la princesa no siente;
la princesa persigue por el cielo de Oriente
la libélula vaga de una vaga ilusión.
¿Piensa acaso en el príncipe de Golconda o de China,
o en el que ha detenido su carroza argentina
para ver de sus ojos la dulzura de luz?
¿O en el rey de las Islas de las Rosas fragantes,
en el que es soberano de los claros diamantes,
o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?
¡Ay! La pobre princesa de la boca de rosa,
quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,
tener alas ligeras, bajo el cielo volar,
ir al sol por la escala luminosa de un rayo,
saludar a los lirios con los versos de Mayo,
o perderse en el viento sobre el trueno del mar.
Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata,
ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata,
ni los cisnes unánimes en el lago de azur.
Y están tristes las flores por la flor de la corte,
los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte,
de Occidente las dalias y las rosas del Sur.
¡Pobrecita princesa de los ojos azules!
Está presa en sus oros, está presa en sus tules,
en la jaula de mármol del palacio real;
el palacio soberbio que vigilan los guardas,
que custodian cien negros con sus cien alabardas,
un lebrel que no duerme y un dragón colosal.
¡Oh quién fuera hipsipila que dejó la crisálida!
(La princesa está triste. La princesa está pálida)
¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil!
¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe
(La princesa está pálida. La princesa está triste)
más brillante que el alba, más hermoso que Abril!
¡Calla, calla, princesa -dice el hada madrina-,
en caballo con alas, hacia acá se encamina,
en el cinto la espada y en la mano el azor,
el feliz caballero que te adora sin verte,
y que llega de lejos, vencedor de la Muerte,
a encenderte los labios con su beso de amor!
(RUBÉN DARÍO: Prosas profanas, 1890)
YO PERSIGO UNA FORMA
Yo persigo una forma que no encuentro mi estilo,
botón de pensamiento que busca ser la rosa;
se anuncia con un beso que en mis labios se posa
al abrazo imposible de la Venus de Milo.
Adornan verdes palmas el blanco peristilo
los astros me han predicho la visión de la Diosa;
y en mi alma reposa la luz como reposa
el ave de la luna sobre un lago tranquilo.
Y no hallo sino la palabra que huye,
la iniciación melódica que de la flauta fluye
y la barca del sueño que en el espacio boga;
y bajo la ventana de mi Bella-Durmiente,
el sollozo continuo del chorro de la fuente
y el cuello del gran cisne blanco que me interroga.
ACUARELA
Había cerca un bello jardín, con más rosas que azaleas y más
violetas que rosas. Un bello y pequeño jardín, con jarrones,
pero sin estatuas; con una pila blanca, pero sin surtidores,
cerca de una casita como hecha para un cuento dulce y feliz.
En la pila, un cisne chapuzaba revolviendo el agua, sacudiendo
las alas de un blancor de nieve, enarcando el cuello en la
forma del brazo de una lira o del asa de un ánfora, y moviendo
el pico húmedo y con tal lustre como si fuese labrado en un
ágata de color de rosa.
En la puerta de la casa, como extraída de una novela de
Dickens, estaba una de esas viejas inglesas, únicas, solas,
clásicas, con la cofia encintada, los anteojos sobre la nariz, el
cuerpo encorvado, las mejillas arrugadas, mas con color de
manzana madura y salud rica. Sobre la saya obscura, el
delantal. […]
El poeta vio llegar una joven de un rincón del jardín, hermosa,
triunfal, sonriente; y no quiso tener tiempo sino para meditar
en que son adorables los cabellos dorados, cuando flotan
sobre las nucas marmóreas, y en que hay rostros que valen
bien por un alba. […]
Mostraba Mary su falda llena como de iris hechos trizas, que
revolvía con una de sus manos gráciles de ninfa, mientras,
sonriendo su linda boca purpurada, sus ojos abiertos en
redondo dejaban ver un color de lapislázuli y una humedad
radiosa.
El poeta siguió adelante.
(RUBÉN DARÍO: Azul, 1888)
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MODER NIS MO
EN
ESPA ÑA 5
PESADILLA
Hay una casa hidalga
a un lado del camino,
y en el balcón de piedra
que decora la hiedra,
ladra un perro cansino.
¡Ladra a la caravana
que va por el camino!
Duerme la casa hidalga
de un jardín en la sombra.
En aquel jardín viejo
el silencio es consejo,
y la voz nada sombra.
¡El misterio vigila,
sepultado en la sombra!
En el fondo de mortos
del jardín señorial,
glosa oculta una fuente
el enigma riente
de su alma de cristal.
¡La fuente arrulla el sueño
del jardín señorial!
R. Mª DEL VALLE-INCLÁN: «No digas de dolor»,
Aromas de leyenda, 1907
ELEGÍA DE UN MADRIGAL
Recuerdo que una tarde de soledad y hastío,
¡oh tarde como tantas!, el alma mía era,
que ni tenía un pobre juncal en su ribera.
¡Oh mundo sin encanto, sentimental inopia
que borra el misterioso azogue del cristal!
¡Oh el alma sin amores que el Universo copia
con un irremediable bostezo universal!
*
Quiso el poeta recordar a solas,
las ondas bien amadas, la luz de los cabellos
que él llamaba en sus rimas rubias olas.
Leyó... La letra mata: no se acordaba de ellos...
Y un día ?como tantos?, al aspirar un día
aromas de una rosa que en el rosal se abría,
brotó como una llama la luz de los cabellos
que él en sus madrigales llamaba rubias olas,
brotó, porque un aroma igual tuvieron ellos...
Y se alejó en silencio para llorar a solas.
A. MACHADO:
Soledades, Galerías y Otros poemas, 1907
En medio de la plaza y sobre tosca piedra,
el agua brota y brota. En el cercano huerto
eleva, tras el muro ceñido por la hiedra,
alto ciprés, la mancha de su ramaje yerto.
La tarde está cayendo frente a los caserones
de la ancha plaza en sueños. Relucen las vidrieras
con ecos mortecinos de sol. En los balcones
hay formas que parecen confusas calaveras.
La calma es infinita en la desierta plaza,
donde pasea el alma su traza de alma en pena.
El agua brota y brota en la marmórea taza.
En todo el aire en sombra no más que el agua suena.
ANTONIO MACHADO:
Soledades, Galerías y Otros poemas, 1907
Es una tarde cenicienta y mustia,
destartalada, como el alma mía;
y es esta vieja angustia
que habita mi usual hipocondría.
La causa de esta angustia no consigo
ni vagamente comprender siquiera;
pero recuerdo y, recordando, digo:
-Sí, yo era niño, y tú, mi compañera.
*
Y no es verdad, dolor, yo te conozco,
tu eres la nostalgia de la vida buena
y soledad de corazón sombrío,
de barco sin naufragio y sin estrella.
Como perro olvidado que no tiene
huella ni olfato y yerra
por los caminos sin camino, como
el niño que en la noche de una fiesta
se pierde entre el gentío
y el aire polvoriento y las candelas
chispeantes, atónito y asombra
su corazón de música y de pena,
así voy yo, borracho melancólico
guitarrista lunático, poeta,
y pobre hombre en sueños,
siempre buscando a Dios entre la niebla.
A. MACHADO:
Soledades, Galerías y Otros poemas, 1907
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MODER NIS MO
[…]OY YO QUIEN ANDA...?»
«¿S
¿Soy yo quien anda, esta noche,
por mi cuarto, o el mendigo
que rondaba mi jardín,
al caer la tarde...?
Miro
en torno y hallo que todo
es lo mismo y no es lo mismo…
¿La ventana estaba abierta?
¿Y no me había dormido?
¿El jardín no estaba verde
de luna...?… El cielo era limpio
y azul… y hay nubes y viento
y el jardín está sombrío…
Creo que mi barba era
negra... Yo estaba vestido
de gris… Y mi barba es blanca
y estoy enlutado… ¿Es mío
este andar? ¿Tiene esta voz,
que ahora suena en mí, los ritmos
de la voz que yo tenía?
¿Soy yo, o soy el mendigo
que rondaba mi jardín,
al caer la tarde...?
Miro
en torno… Hay nubes y viento…
El jardín está sombrío…
… Y voy y vengo… ¿Es que yo
no me había ya dormido?
Mi barba está blanca… Y todo
es lo mismo y no es lo mismo…
J. RAMÓN JIMÉNEZ: «Jardines místicos »,
en Jardines lejanos, 1903-1904.
EN
ESPA ÑA 6
PRIMAVERA AMARILLA
Abril venía, lleno
todo de flores amarillas:
amarillo el arroyo,
amarillo el vallado, la colina,
el cementerio de los niños,
el huerto aquel, donde el amor vivía.
El sol ungía de amarillo el mundo,
con sus luces caídas;
¡ay, por los lirios áureos,
el agua de oro, tibia;
las amarillas mariposas
sobre las rosas amarillas!
Guirnaldas amarillas escalaban
los árboles; ¡el día
era una gracia perfumada de oro,
en un dorado despertar de vida!
Entre los huesos de los muertos
abría Dios sus manos amarillas.
J. RAMÓN JIMÉNEZ: Poemas májicos y
dolientes, 1909.
CONVALECENCIA
Sólo tú me acompañas, sol amigo.
Como un perro de luz, lames mi lecho blanco;
y yo pierdo mi mano por tu pelo de oro,
caída de cansancio.
¡Qué de cosas que fueron
se van… más lejos todavía!
Callo
y sonrío, igual que un niño,
dejándome lamer de ti, sol manso.
…De pronto, sol, te yergues,
fiel guardián de mi fracaso
y, en una algarabía ardiente y loca,
ladras a los fantasmas vanos
que, mudas sombras, me amenazan
desde el desierto del ocaso.
J. RAMÓN JIMÉNEZ: Estío, 1915.
Vino primero pura,
vestida de inocencia;
y la amé como un niño.
EL VIAJE DEFINITIVO
Luego se fue vistiendo
de no sé qué ropajes;
y la fui odiando sin saberlo.
…Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros
cantando;
y se quedará mi huerto, con su verde árbol,
y con su pozo blanco.
Llegó a ser una reina
fastuosa de tesoros...
¡Qué iracundia de yel y sin sentido!
Todas la tardes, el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.
Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado
mi espíritu errará, nostálgico…
Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido…
Y se quedarán los pájaros cantando.
J. RAMÓN JIMÉNEZ: Poemas agrestes, 1910-1911.
Más se fue desnudando
y yo le sonreía.
Se quedó con la túnica
de su inocencia antigua.
Creí de nuevo en ella.
Y se quitó la túnica
y apareció desnuda toda.
¡Oh pasión de mi vida, poesía
desnuda, mía para siempre!
J. RAMÓN JIMÉNEZ: Eternidades, 1917.
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«¡Mi amor adorado, estoy muriéndome y sólo deseo
verte!» ¡Ay! Aquella carta de la pobre Concha se me
extravió hace mucho tiempo. Era llena de afán y de
tristeza, perfumada de violetas y de un antiguo amor.
Sin concluir de leerla, la besé. Hacía cerca de dos años
que no me escribía, y ahora me llamaba a su lado con
súplicas dolorosas y ardientes. Los tres pliegos blasonados traían la huella de sus lágrimas, y la conservaron
largo tiempo. La pobre Concha se moría retirada en el
viejo Palacio de Brandeso, y me llamaba suspirando.
Aquellas manos pálidas, dolorosas, ideales, las manos
que yo había amado tanto, volvían a escribirme como
otras veces. Sentí que los ojos se me llenaban de lágrimas. Yo siempre había esperado en la resurrección de
nuestros amores. Era una esperanza indecisa y nostálgica que llenaba mi vida con un aroma de fe: Era la
quimera del porvenir, la dulce quimera dormida en el
fondo de los lagos azules, donde se reflejan las estrellas
del destino. ¡Triste destino el de los dos! El viejo rosal
de nuestros amores volvía a florecer para deshojarse
piadoso sobre una sepultura.
¡La pobre Concha se moría!
[…]
Yo me estremecí, miré con horror el cuerpo inanimado de Concha tendido en mi lecho. Después, súbitamente recobrado, encendí todas las luces del candelabro y le coloqué en la puerta para que me alumbrase el
corredor. Volví, y mis brazos estrecharon con pavura el
pálido fantasma que había dormido en ellos tantas
veces. Salí con aquella fúnebre carga. En la puerta, una
mano, que colgaba inerte, se abrasó en las luces, y
derribó el candelabro.
Caídas en el suelo las bujías siguieron alumbrando
con llama agonizante y triste. Un instante permanecí
inmóvil, con el oído atento. Sólo se oía el ulular del
agua en la fuente del laberinto. Seguí adelante. Allá, en
el fondo de la antesala, brillaba la lámpara del Nazareno, y tuve miedo de cruzar ante la imagen
desmelenada y lívida. ¡Tuve miedo de aquella mirada
muerta! Volví atrás.
Para llegar hasta la alcoba de Concha era forzoso dar
vuelta a todo el Palacio si no quería pasar por la antesala. No vacilé. Uno tras otro recorrí grandes salones y
corredores tenebrosos. A veces, el claro de la luna
llegaba hasta el fondo desierto de las estancias. Yo iba
pasando como una sombra ante aquella larga sucesión
de ventanas que solamente tenían cerradas las carcomidas vidrieras, las vidrieras negruzcas, con emplomados vidrios, llorosos y tristes. Al pasar por delante de
los espejos cerraba los ojos para no verme. Un sudor
frío empañaba mi frente. A veces, la oscuridad de los
salones era tan densa que me extraviaba en ellos y
tenía que caminar a la ventura, angustiado, yerto, sosteniendo el cuerpo de Concha en un solo brazo y con el
otro extendido para no tropezar. En una puerta, su
trágica y ondulante cabellera quedó enredada. Palpé en
la oscuridad para desprenderla. No pude. Enredábase
más a cada instante. Mi mano asustada y torpe temblaba sobre ella, y la puerta se abría y se cerraba,
rechinando largamente. Con espanto vi que rayaba el
día. Me acometió un vértigo y tiré… El cuerpo de
Concha parecía querer escaparse de mis brazos. Le
MODER NIS MO
EN
ESPA ÑA
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oprimí con desesperada angustia. Bajo aquella frente
atirantada y sombría comenzaron a entreabrirse los
párpados de cera. Yo cerré los ojos, y con el cuerpo de
Concha aferrado en los brazos huí. Tuve que tirar brutalmente hasta que se rompieron los queridos y olorosos cabellos…
R. Mª DEL VALLE-INCLÁN: Sonata de Otoño, 1902
[…]
― ¡No...! ¡No...!
Y oprimiéndome las manos, comenzó a llorar. Yo
quise enjugar sus lágrimas con mis labios, y ella,
echando la cabeza sobre las almohadas, suplicó:
― ¡Por favor!... ¡Por favor!...
Velada y queda desfallecía su voz. Quedó mirándome,
temblorosos los párpados y entreabierta la rosa de su
boca. La campana seguía sonando lenta y triste. En el
jardín susurraban los follajes, y la brisa, que hacía flamear el blanco y rizado mosquitero, nos traía aromas.
Cesó el toque de agonía, y juzgando propicio el instante, besé a la Niña Chole. Ella parecía consentir,
cuando de pronto, en medio del silencio, la campana
dobló a muerto. La Niña Chole dio un grito y se estrechó a mi pecho: Palpitante de miedo, se refugiaba en
mis brazos. Mis manos, distraídas y doctorales, comenzaron a desflorar sus senos. Ella, suspirando, entornó
los ojos, y celebramos nuestras bodas con siete
copiosos sacrificios que ofrecimos a los dioses como el
triunfo de la vida.
R. Mª DEL VALLE-INCLÁN: Sonata de Estío, 1903
Como soy muy viejo, he visto morir a todas las mujeres por quienes en otro tiempo suspiré de amor: De
una cerré los ojos, de otra tuve una triste carta de despedida, y las demás murieron siendo abuelas, cuando
ya me tenían en olvido. Hoy, después de haber despertado amores muy grandes, vivo en la más triste y más
adusta soledad del alma, y mis ojos se llenan de lágrimas cuando peino la nieve de mis cabellos. ¡Ay, suspiro
recordando que otras veces los halagaron manos principescas! Fue mi paso por la vida como potente florecimiento de todas las pasiones: Uno a uno, mis días se
caldeaban en la gran hoguera del amor: Las almas más
blancas me dieron entonces su ternura y lloraron mis
crueldades y mis desvíos, mientras los dedos pálidos y
ardientes deshojaban las margaritas que guardan el
secreto de los corazones. Por guardar eternamente un
secreto, que yo temblaba de adivinar, buscó la muerte
aquella niña a quien lloraré todos los días de mi vejez.
¡Ya habían blanqueado mis cabellos cuando inspiré
amor tan funesto!
R. Mª DEL VALLE-INCLÁN: Sonata de Invierno, 1905
GENER ACIÓ N
BACHILLERATO - IES PROFESSOR MANUEL BROSETA
EL
«DESASTRE»
DEL
98 :
8
Y EL P ROBL E MA DE IDE NT IDA D
I PARTE. LA VIDA DE UN ESTUDIANTE EN MADRID
Otras ciudades españolas se habían dado alguna cuenta
de la necesidad de transformarse y de cambiar; Madrid
seguía inmóvil, sin curiosidad, sin deseo de cambio.
El estudiante madrileño, sobre todo el venido de provincias, llegaba a la corte con un espíritu donjuanesco,
con la idea de divertirse, jugar, perseguir a las mujeres,
pensando, como decía el profesor de Química con su
solemnidad habitual, quemarse pronto en un ambiente
demasiado oxigenado.
Menos el sentido religioso, la mayoría no lo tenían, ni
les preocupaba gran cosa la religión; los estudiantes de
las postrimerías del siglo XIX venían a la corte con el
espíritu de un estudiante del siglo XVII, con la ilusión de
imitar, dentro de lo posible, a Don Juan Tenorio y de
vivir.
llevando a sangre y a fuego
amores y desafíos.
El estudiante culto, aunque quisiera ver las cosas
dentro de la realidad e intentara adquirir una idea clara
de su país y del papel que representaba en el mundo, no
podía. La acción de la cultura europea en España era
realmente restringida, y localizada a cuestiones técnicas,
los periódicos daban una idea incompleta de todo; la
tendencia general era hacer creer que lo grande de España podía ser pequeño fuera de ella y al contrario, por
una especie de mala fe internacional.
Si en Francia o en Alemania no hablaban de las cosas
de España, o hablaban de ellas en broma, era porque nos
odiaban; teníamos aquí grandes hombres que producían
la envidia de otros países: Castelar, Cánovas, Echegaray...
España entera, y Madrid sobre todo, vivía en un ambiente de optimismo absurdo. Todo lo español era lo
mejor.
Esa tendencia natural a la mentira, a la ilusión del país
pobre que se aísla, contribuía al estancamiento, a la fosilificación de las ideas.
Aquel ambiente de inmovilidad, de falsedad, se reflejaba en las cátedras. Andrés Hurtado pudo comprobarlo
al comenzar a estudiar Medicina. Los profesores del año
preparatorio eran viejísimos; había algunos que llevaban
cerca de cincuenta años explicando.
Sin duda no los jubilaban por sus influencias y por esa
simpatía y respeto que ha habido siempre en España por
lo inútil.
[…]
IV PARTE. LA EXPERIENCIA EN MADRID
A los pocos días de llegar a Madrid, Andrés se encontró
con la sorpresa desagradable de que se iba a declarar la
guerra a los Estados Unidos. Había alborotos, manifestaciones en las calles, música patriótica a todo pasto.
Andrés no había seguido en los periódicos aquella
cuestión de las guerras coloniales; no sabía a punto fijo
de qué se trataba. Su único criterio era el de la criada
vieja de la Dorotea, que solía cantar a voz en grito mientras lavaba, esta canción:
Parece mentira que por unos mulatos
estemos pasando tan malitos ratos.
A Cuba se llevan la flor de la España
y aquí no se queda más que la morralla.
Todas las opiniones de Andrés acerca de la guerra estaban condensadas en este cantar de la vieja criada.
Al ver el cariz que tomaba el asunto y la intervención
de los Estados Unidos, Andrés quedó asombrado.
En todas partes no se hablaba más que de la posibilidad del éxito o del fracaso. El padre de Hurtado creía en
la victoria española; pero en una victoria sin esfuerzo;
los yanquis, que eran todos vendedores de tocino, al ver
a los primeros soldados españoles, dejarían las armas y
echarían a correr.
[…]
Los periódicos no decían más que necedades y bravuconadas; los yanquis no estaban preparados para la
guerra; no tenían ni uniformes para sus soldados. En el
país de las máquinas de coser el hacer unos cuantos
uniformes era un conflicto enorme, según se decía en
Madrid.
Para colmo de ridiculez, hubo un mensaje de Castelar a
los yanquis. Cierto que no tenía las proporciones bufograndilocuentes del manifiesto de Víctor Hugo a los
alemanes para que respetaran París; pero era bastante
para que los españoles de buen sentido pudieran sentir
toda la vacuidad de sus grandes hombres.
Andrés siguió los preparativos de la guerra con una
emoción intensa.
Los periódicos traían cálculos completamente falsos.
Andrés llegó a creer que había alguna razón para los
optimismos.
Días antes de la derrota encontró a Iturrioz en la calle.
—¿Qué le parece a usted esto? —le preguntó.
—Estamos perdidos.
—¿Pero si dicen que estamos preparados? —Sí, preparados para la derrota. Sólo a ese chino, que los españoles
consideramos como el colmo de la candidez, se le pueden
decir las cosas que nos están diciendo los periódicos.
—Hombre, yo no veo eso.
—Pues no hay más que tener ojos en la cara y comparar la fuerza de las escuadras. Tú, fíjate; nosotros tenemos en Santiago de Cuba seis barcos viejos, malos y de
poca velocidad; ellos tienen veintiuno, casi todos nuevos,
bien acorazados y de mayor velocidad. Los seis nuestros,
en conjunto, desplazan aproximadamente veintiocho mil
toneladas; los seis primeros suyos sesenta mil. Con dos
de sus barcos pueden echar a pique toda nuestra escuadra; con veintiuno no van a tener sitio dónde apuntar.
—¿De manera que usted cree que vamos a la derrota?
—No a la derrota, a una cacería. Si alguno de nuestros
barcos puede salvarse será una gran cosa.
Andrés pensó que Iturrioz podía engañarse; pero
pronto los acontecimientos le dieron la razón. El desastre había sido como decía él; una cacería, una cosa ridícula.
A Andrés le indignó la indiferencia de la gente al saber
la noticia. Al menos él había creído que el español, inepto
para la ciencia y para la civilización, era un patriota
exaltado y se encontraba que no; después del desastre de
las dos pequeñas escuadras españolas en Cuba y en Filipinas, todo el mundo iba al teatro y a los toros tan tranquilo; aquellas manifestaciones y gritos habían sido
espuma, humo de paja, nada.
PÍO BAROJA: El árbol de la ciencia, 1911.
BACHILLERATO - IES PROFESSOR MANUEL BROSETA
GENER ACIÓ N
EL
El espíritu español, tosco, informe, al desnudo, no
cubre su desnudez primitiva con artificiosa vestimenta: se cubre con la hoja de parra del senequismo;
y este traje sumario queda adherido para siempre y
se muestra en cuanto se ahonda un poco en la superficie o corteza ideal de nuestra nación.
[…]
Tales errores de juicio responden a una hipocresía sistemática en que hoy todos nos complacemos, a una ceguedad intencionada y voluntaria de
que todos padecemos. Unimos el efecto a la causa
sólo cuando uno y otra están ya unidos de un modo
natural y no hay modo de separarlos. Un ejército que
lucha con armas de mucho alcance, con ametralladoras de tiro rápido y con cañones de grueso calibre,
aunque deje el campo sembrado de cadáveres, es un
ejército glorioso; y si los cadáveres son de raza negra,
entonces se dice que no hay tales cadáveres. Un soldado que lucha cuerpo a cuerpo y que mata a su
enemigo de un bayonetazo, empieza á parecemos
brutal; un hombre vestido de paisano que lucha y
mata, nos parece un asesino. No nos fijamos en el
hecho, nos fijamos en la apariencia.
Nuestra sociedad desprecia y maltrata al prestamista y admira y ennoblece al banquero. ¿Por qué?
Porque el prestamista se pone en contacto con su
clientela, y el banquero trabaja en grande escala,
valiéndose con frecuencia del telégrafo y del teléfono.
Nos irrita que el prestamista lleve un tanto por ciento
«DESASTRE»
DEL
98 :
Y EL P ROBL E MA DE IDE NT IDA D
exagerado, porque la víctima sabe quién hace el mal,
y al quejarse nos dice el nombre del usurero; nos
maravilla que un bolsista gane un millón en una jugada hábil, porque las víctimas no le conocen, y al
caer en la ruina, quizás al acudir al suicidio, no pueden decir quién ha abusado de su torpeza o de su
ignorancia.
Todo el progreso moderno es inseguro, porque no
se basa sobre ideas, sino sobre la destrucción de la
propiedad fija en beneficio de la propiedad móvil; y
esta propiedad, que ya no sirve sólo para atender a
las necesidades del vivir, y que en vez de estar regida
por la justicia está regida por la estrategia, ha de
acabar sin dejar rastro, como acabaron los brutales
imperios de los medos y de los persas.
Nuestro desprecio del trabajo manual se acentúa
más de día en día, y, sin embargo en él está la salvación; él solo puede engendrar el sentimiento de la
fraternidad, el cual exige el contacto de unos hombres con otros. Así, la guerra civilizada, que parece
más noble porque coloca a gran distancia a los que
matan y a los que mueren, es una guerra profundamente egoísta y salvaje, porque impide que se muestre la piedad: el que lucha desde lejos, mata siempre
que acierta á matar; el que lucha cuerpo á cuerpo,
unas veces mata y otras veces se compadece y
perdona.
ÁNGEL GANIVET, Idearium español, 1897
CONTRA
EL
«PROGR ESO»
De parálisis progresiva califica el periódico El Liberal la enfermedad que padece España, y presiente para
un futuro una convulsión o una parálisis definitiva. No de otra manera puede calificarse este amortiguamiento continuado de la vida colectiva nacional, que ha disuelto virtualmente en veinte años a los partidos políticos, haciendo
de sus programas un entretenido juego de caciques. Así se explica la espantosa indiferencia del país hacia los negocios públicos, la abstención de los electores, el desprecio de los lectores de periódicos hacia el artículo político. Y
para esperanza de curación, una juventud universitaria sin ideas, sin pena ni gloria, tan bien adaptada en este ambiente de profunda depresión: ni siente ni padece. España prefiere su carrito de paralítico, llevada atrás y adelante
por el vaivén de los sucesos ciegos, al rudo trabajo de rehacer su voluntad y enderezarse. Dejémosla dormir, dejémosla morir. Cuando apunte otra España nueva, ¡enterremos alegremente la que hoy agoniza!
RAMIRO DE MAEZTU, Hacia otra España, 1899
Y recordé a Descartes filosofando en la soledad de su estufa, a Spinoza encerrado en su cuarto de soltero de
Ámsterdam, a Kant cumpliendo su vida ordinaria con la regularidad de un caballo de noria en su académica
Koenigsberg.
Sí, sí; yo sé que no viaja mucho el que todos los días da treinta o cuarenta vueltas al jardín de su casa; yo sé
que la ardilla que se revuelve en una jaula no sale de ésta; pero también sé que se está quieto y no se mueve por
sí aquel a quien su automóvil lo lleva acien kilómetros por hora, y sé más, y es que no se entera del camino por
el que va.
¡Pueblos progresivos!.. ¡Pueblos progresivos!... ¿Y qué es un pueblo progresivo?
Un pueblo que cambia rápidamente… por fuera. Acaso un pueblo que crece.
MIGUEL DE UNAMUNO: «En la quietud de la pequeña vieja ciudad», 1913,
Andanzas y visiones españolas (1922)
9
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CONTRA
EL
«PROGR ESO»
10
A ROOSEVELT
LOS CISNES
¡Es con voz de la Biblia, o verso de Walt Whitman,
que habría que llegar hasta ti, Cazador!
Primitivo y moderno, sencillo y complicado,
con un algo de Washington y cuatro de Nemrod.
Eres los Estados Unidos,
eres el futuro invasor
de la América ingenua que tiene sangre indígena,
que aún reza a Jesucristo y aún habla en español.
¿Qué signo haces, oh Cisne, con tu encorvado cuello
al paso de los tristes y errantes soñadores?
¿Por qué tan silencioso de ser blanco y ser bello,
tiránico a las aguas e impasible a las flores?
Eres soberbio y fuerte ejemplar de tu raza;
eres culto, eres hábil; te opones a Tolstoy.
Y domando caballos, o asesinando tigres,
eres un Alejandro-Nabucodonosor.
(Eres un profesor de energía,
como dicen los locos de hoy.)
Crees que la vida es incendio,
que el progreso es erupción;
en donde pones la bala
el porvenir pones.
No.
Los Estados Unidos son potentes y grandes.
Cuando ellos se estremecen hay un hondo temblor
que pasa por las vértebras enormes de los Andes.
Si clamáis, se oye como el rugir del león.
Ya Hugo a Grant le dijo: «Las estrellas son vuestras».
(Apenas brilla, alzándose, el argentino sol
y la estrella chilena se levanta...) Sois ricos.
Juntáis al culto de Hércules el culto de Mammón;
y alumbrando el camino de la fácil conquista,
la Libertad levanta su antorcha en Nueva York.
Mas la América nuestra, que tenía poetas
desde los viejos tiempos de Netzahualcoyotl,
que ha guardado las huellas de los pies del gran Baco,
que el alfabeto pánico en un tiempo aprendió;
que consultó los astros, que conoció la Atlántida,
cuyo nombre nos llega resonando en Platón,
que desde los remotos momentos de su vida
vive de luz, de fuego, de perfume, de amor,
la América del gran Moctezuma, del Inca,
la América fragante de Cristóbal Colón,
la América católica, la América española,
la América en que dijo el noble Guatemoc:
«Yo no estoy en un lecho de rosas»; esa América
que tiembla de huracanes y que vive de Amor,
hombres de ojos sajones y alma bárbara, vive.
Y sueña. Y ama, y vibra; y es la hija del Sol.
Tened cuidado. ¡Vive la América española!
Hay mil cachorros sueltos del León Español.
Se necesitaría, Roosevelt, ser Dios mismo,
el Riflero terrible y el fuerte Cazador,
para poder tenernos en vuestras férreas garras.
Y, pues contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios!
RUBÉN DARÍO: Cantos de vida y esperanza, 1905
Yo te saludo ahora como en versos latinos
te saludara antaño Publio Ovidio Nasón.
Los mismos ruiseñores cantan los mismos trinos,
y en diferentes lenguas es la misma canción.
A vosotros mi lengua no debe ser extraña.
A Garcilaso visteis, acaso, alguna vez...
Soy un hijo de América, soy un nieto de España...
Quevedo pudo hablaros en verso en Aranjuez...
Cisnes, los abanicos de vuestras alas frescas
den a las frentes pálidas sus caricias más puras
y alejen vuestras blancas figuras pintorescas
de nuestras mentes tristes las ideas oscuras.
Brumas septentrionales nos llenan de tristezas,
se mueren nuestras rosas, se agotan nuestras palmas,
casi no hay ilusiones para nuestras cabezas,
y somos los mendigos de nuestras pobres almas.
Nos predican la guerra con águilas feroces,
gerifaltes de antaño revienen a los puños,
mas no brillan las glorias de las antiguas hoces,
ni hay Rodrigos ni Jaimes, ni hay Alfonsos ni Nuños.
Faltos del alimento que dan las grandes cosas,
¿qué haremos los poetas sino buscar tus lagos?
A falta de laureles son muy dulces las rosas,
y a falta de victorias busquemos los halagos.
La América española como la España entera
fija está en el Oriente de su fatal destino;
yo interrogo a la Esfinge que el porvenir espera
con la interrogación de tu cuello divino.
¿Seremos entregados a los bárbaros fieros?
¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés?
¿Ya no hay nobles hidalgos ni bravos caballeros?
¿Callaremos ahora para llorar después?
He lanzado mi grito, Cisnes, entre vosotros
que habéis sido los fieles en la desilusión,
mientras siento una fuga de americanos potros
y el estertor postrero de un caduco león...
...Y un cisne negro dijo: «La noche anuncia el día».
Y uno blanco: «¡La aurora es inmortal! ¡La aurora
es inmortal!» ¡Oh tierras de sol y de armonía,
aún guarda la Esperanza la caja de Pandora!
RUBÉN DARÍO: Cantos de vida y esperanza, 1905
BACHILLERATO - IES PROFESSOR MANUEL BROSETA
CASTILLA
LA H IST ORIA
Y LA INTR AHIS TOR IA
11
[…]
El ciego sol se estrella
en las duras aristas de las armas,
llaga de luz los petos y espaldares
y flamea en las puntas de las lanzas.
El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos,
―polvo, sudor y hierro―, el Cid cabalga.
Cerrado está el mesón a piedra y lodo...
Nadie responde. Al pomo de la espada
y al cuento de las picas, el postigo
va a ceder... ¡Quema el sol, el aire abrasa!
A los terribles golpes,
de eco ronco, una voz pura, de plata
y de cristal, responde... Hay un niña
muy débil y muy blanca
en el umbral. Es toda
ojos azules; y en los ojos, lágrimas.
Oro pálido nimba
su carita curiosa y asustada.
Yo callé compadecido de aquel pobre exclaustrado que
prefería la Historia a la Leyenda, y se mostraba curioso de
un relato menos interesante, menos ejemplar y menos bello
que mi invención. ¡Oh, alada y riente mentira, cuándo será
que los hombres se convenzan de la necesidad de tu
triunfo! ¿Cuándo aprenderán que las almas donde sólo
existe la luz de la verdad, son almas tristes, torturadas,
adustas, que hablan en el silencio con la muerte y tienden
sobre la vida una capa de ceniza? ¡Salve, risueña mentira,
pájaro de luz que cantas como la esperanza! ¡Y vosotras
resecas Tebaidas, históricas ciudades llenas de soledad y de
silencio que parecéis muertas bajo la voz de las campanas,
no la dejéis huir, como tantas cosas, por la rota muralla!
Ella es el galanteo en las rejas, y el lustre en los carcomidos
escudones, y los espejos en el río que pasa turbio bajo la
arcada romana de los puentes: Ella, como la confesión,
consuela a las almas doloridas, las hace florecer, les vuelve
la Gracia. ¡Cuidad que es también un don del Cielo!… ¡Viejo
pueblo del sol y de los toros, así conserves por los siglos de
los siglos, tu genio mentiroso, hiperbólico, jacaresco, y por
los siglos te aduermas al son de la guitarra, consolado de
tus grandes dolores, perdidas para siempre la sopa de los
conventos y las Indias! ¡Amén!
“¡Buen Cid! Pasad... El rey nos dará muerte,
arruinará la casa
y sembrará de sal el pobre campo
que mi padre trabaja...
Idos. El Cielo os colme de venturas...
En nuestro mal, ¡oh Cid!, no ganáis nada.”
R. Mª DEL VALLE-INCLÁN: Sonata de Invierno, 1905
Calla la niña y llora sin gemido...
Un sollozo infantil cruza la escuadra
de feroces guerreros,
y una voz inflexible grita: “¡En marcha!”
El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
―polvo, sudor y hierro―, el Cid cabalga.
MANUEL MACHADO: Alma, 1901
Las olas de la Historia, con su rumor y su espuma que reverbera al sol, ruedan
sobre un mar continuo, hondo, inmensamente más hondo que la capa que ondula sobre un mar silencioso y a cuyo último fondo nunca llega el sol. Todo lo
que cuentan a diario los periódicos, la historia toda del “presente momento
histórico”, no es sino la superficie del mar, una superficie que se hiela y cristaliza en los libros y registros, y una vez cristalizada así, una capa dura no mayor
con respecto a la vida intrahistórica que esta pobre corteza en que vivimos con
relación al inmenso foco ardiente que lleva dentro. Los periódicos nada dicen
de la vida silenciosa de los millones de hombres sin historia que a todas horas
del día y en todos los países del globo se levantan a una orden del sol y van a
sus campos a proseguir la oscura y silenciosa labor cotidiana y eterna, esa labor
que como la de las madréporas suboceánicas echa las bases sobre las que se alzan islotes de la historia. Sobre el silencio augusto, decía, se apoya y vive el sonido; sobre la inmensa humanidad silenciosa se levantan los que meten bulla
en la historia. Esa vida intrahistórica, silenciosa y continua como el fondo
mismo del mar, es la sustancia del progreso, la verdadera tradición, la tradición
eterna, no la tradición mentira que se suele ir a buscar al pasado enterrado en
libros y papeles, y monumentos, y piedras.
MIGUEL DE UNAMUNO, En torno al casticismo, 1895.
He andado muchos caminos,
he abierto muchas veredas;
he navegado en cien mares,
y atracado en cien riberas.
En todas partes he visto
caravanas de tristeza,
soberbios y melancólicos
borrachos de sombra negra,
y pedantones al paño
que miran, callan, y piensan
que saben, porque no beben
el vino de las tabernas.
Mala gente que camina
y va apestando la tierra…
Y en todas partes he visto
gentes que danzan o juegan,
cuando pueden, y laboran
sus cuatro palmos de tierra.
Nunca, si llegan a un sitio,
preguntan adónde llegan.
Cuando caminan, cabalgan
a lomos de mula vieja,
y no conocen la prisa
ni aun en los días de fiesta.
Donde hay vino, beben vino;
donde no hay vino, agua fresca.
Son buenas gentes que viven,
laboran, pasan y sueñan,
y en un día como tantos,
descansan bajo la tierra.
A. MACHADO: Soledades, Galerías
y Otros poemas, 1907
BACHILLERATO - IES PROFESSOR MANUEL BROSETA
[…]
Pasan por las callejas los frailes con sus estameñas blancas o pardas. La campana de la catedral lanza sus largas
campanadas. Allá, en la orilla del río, unas mujeres lavan y
carmenan la lana.
(Se ha descubierto un nuevo mundo; sus tierras son inmensas: hay en él bosques formidables, ríos anchurosos,
montañas de oro, hombres extraños, desnudos y adornados con plumas. Se multiplican en las ciudades de Europa
las imprentas; corren y se difunden millares de libros. La
antigüedad clásica ha renacido; Platón y Virgilio han vuelto
al mundo. Florece el tronco de la vieja humanidad.)
[…]
En la plaza de la ciudad se levanta un caserón de piedra;
cuatro grandes balcones se abren en la fachada. Sobre la
puerta resalta un recio blasón. En el primer balcón de la
izquierda se ve sentado en un sillón un hombre; su cara
está pálida, exangüe, y remata en una barbita afilada y gris.
Los ojos de este caballero están velados por una profunda
tristeza; el codo lo tiene el caballero puesto en el brazo del
sillón y su cabeza descansa en la palma de la mano...
Le sucede algo al catalejo con que estábamos observando
la ciudad y la campiña. No se divisa nada; indudablemente
se ha empañado el cristal. Limpiémosle. Ya está claro;
tornemos a mirar.
[…]
La ciudad está silenciosa; de tarde en tarde pasa un viejo
rezador que salmodia la oración del Justo Juez. Los caserones están cerrados. Sobre las tapias de un jardín surgen las
cimas agudas, rígidas, de dos cipreses. Las campanas de la
catedral lanzan -como hace tres siglos- sus campanadas
lentas, solemnes, clamorosas.
(Una tremenda revolución ha llenado de espanto al
mundo; millares de hombres han sido guillotinados; han
subido al cadalso un rey y una reina. Los ciudadanos se
reúnen en Parlamentos. Han sido votados y promulgados
unos códigos en que se proclama que todos los humanos
son libres e iguales. Vuelan por todo el planeta muchedumbre de libros, folletos y periódicos.)
En el primero de los balcones de la izquierda, en la casa
que hay en la plaza, se divisa un hombre. Viste una casaca
sencillamente bordada. Su cara es redonda y está afeitada
pulcramente. El caballero se halla sentado en un sillón;
tiene el codo puesto en uno de los brazos del asiento y su
cabeza reposa en la palma de la mano. Los ojos del caballero están velados por una profunda, indefinible tristeza...
[…]
(Todo el planeta está cubierto de una red de vías férreas;
caminan veloces por ellas los trenes; otros vehículos -también movidos por sí mismos- corren vertiginosos por
campos, ciudades y montañas. De nación a nación se puede
transmitir la voz humana. Por los aires, etéreamente, de
continente a continente, van los pensamientos del hombre.
En extraños aparatos se remonta el hombre por los cielos;
a los senos de los mares desciende en unas raras naves y
por allí marcha; de las procelas marinas, antes espantables,
se ríe ahora subido en gigantescos barcos. Los obreros de
todo el mundo se tienden las manos por encima de las
fronteras.)
En el primer balcón de la izquierda, allá en la casa de
piedra que está en la plaza, hay un hombre sentado. Parece
abstraído en una profunda meditación. Tiene un fino
bigote de puntas levantadas. Está el caballero, sentado, con
el codo puesto en uno de los brazos del sillón y la cara
apoyada en la mano. Una honda tristeza empaña sus ojos...
LA H IST ORIA
Y L A I N T R A H I S T O R I A 12
*
¡Eternidad, insondable eternidad del dolor! Progresará
maravillosamente la especie humana; se realizarán las más
fecundas transformaciones. Junto a un balcón, en
una ciudad, en una casa, siempre habrá un hombre con la
cabeza, meditadora y triste, reclinada en la mano. No le podrán quitar el dolorido sentir.
AZORÍN: «Una ciudad y un balcón», Castilla, 1912.
EL MAÑANA EFÍMERO
La España de charanga y pandereta,
cerrado y sacristía,
devota de Frascuelo y de María,
de espíritu burlón y alma inquieta,
ha de tener su mármol y su día,
su infalible mañana y su poeta.
En vano ayer engendrará un mañana
vacío y por ventura pasajero.
Será un joven lechuzo y tarambana,
un sayón con hechuras de bolero,
a la moda de Francia realista
un poco al uso de París pagano
y al estilo de España especialista
en el vicio al alcance de la mano.
Esa España inferior que ora y bosteza,
vieja y tahúr, zaragatera y triste;
esa España inferior que ora y embiste,
cuando se digna usar la cabeza,
aún tendrá luengo parto de varones
amantes de sagradas tradiciones
y de sagradas formas y maneras;
florecerán las barbas apostólicas,
y otras calvas en otras calaveras
brillarán, venerables y católicas.
El vano ayer engendrará un mañana
vacío y ¡por ventura! pasajero,
la sombra de un lechuzo tarambana,
de un sayón con hechuras de bolero;
el vacuo ayer dará un mañana huero.
Como la náusea de un borracho ahíto
de vino malo, un rojo sol corona
de heces turbias las cumbres de granito;
hay un mañana estomagante escrito
en la tarde pragmática y dulzona.
Mas otra España nace,
la España del cincel y de la maza,
con esa eterna juventud que se hace
del pasado macizo de la raza.
Una España implacable y redentora,
España que alborea
con un hacha en la mano vengadora,
España de la rabia y de la idea.
[…]
―Nuestro español bosteza.
¿Es hambre? ¿Sueño? ¿Hastío?
Doctor, ¿tendrá el estómago vacío?
―El vacío es más bien en la cabeza.
ANTONIO MACHADO: Campos de Castilla, 1907-1917
BACHILLERATO - IES PROFESSOR MANUEL BROSETA
LA
PO ES ÍA R EFL EX IVA Y SOCIAL
13
I
LO FATAL
Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque ésa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro temor…
y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos…!
RUBÉN DARÍO: Cantos de vida y esperanza, 1905
A UN OLMO SECO
Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.
¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.
Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.
Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas, de alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
A. MACHADO: Campos de Castilla. Soria, 1912
Yo soy aquel que ayer no más decía
el verso azul y la canción profana,
en cuya noche un ruiseñor había
que era alondra de luz por la mañana.
El dueño fui de mi jardín de sueño,
lleno de rosas y de cisnes vagos;
el dueño de las tórtolas, el dueño
de góndolas y liras en los lagos;
y muy siglo dieciocho y muy antiguo
y muy moderno; audaz, cosmopolita;
con Hugo fuerte y con Verlaine ambiguo,
y una sed de ilusiones infinitas.
Yo supe de dolor desde mi infancia,
mi juventud... ¿fue juventud la mía?
Sus rosas aún me dejan la fragancia...
una fragancia de melancolía...
Potro sin freno se lanzó mi instinto,
mi juventud montó potro sin freno;
iba embriagada y con puñal al cinto;
si no cayó, fue porque Dios es bueno.
En mi jardín se vio una estatua bella;
se juzgó de mármol y era carne viva;
un alma joven habitaba en ella,
sentimental, sensible, sensitiva.
[…]
RUBÉN DARÍO: Cantos de vida y esperanza, 1905
I
Nunca perseguí la gloria
ni dejar en la memoria
de los hombres mi canción;
yo amo los mundos sutiles,
ingrávidos y gentiles
como pompas de jabón.
Me gusta verlos pintarse
de sol y grana, volar
bajo el cielo azul, temblar
súbitamente y quebrarse.
XXIX
Caminante, son tus huellas
el camino, y nada más;
caminante, no hay camino:
se hace camino al andar.
Al andar se hace camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante, no hay camino,
sino estelas en la mar.
LIII
Ya hay un español que quiere
vivir y a vivir empieza,
entre una España que muere
y otra España que bosteza.
Españolito que vienes
al mundo, te guarde Dios.
Una de las dos Españas
ha de helarte el corazón.
A. MACHADO: Proverbios y Cantares, 1914
BACHILLERATO - IES PROFESSOR MANUEL BROSETA
LA
PO ES ÍA R EFL EX IVA Y SOCIAL
RETRATO
UNA ESPAÑA JOVEN
... Fue un tiempo de mentira, de infamia. A España toda,
la malherida España, de Carnaval vestida
nos la pusieron, pobre y escuálida y beoda,
para que no acertara la mano con la herida.
Fue ayer; éramos casi adolescentes; era
con tiempo malo, encinta de lúgubres presagios,
cuando montar quisimos en pelo una quimera,
mientras la mar dormía ahíta de naufragios.
Dejamos en el puerto la sórdida galera,
y en una nave de oro nos plugo navegar
hacia los altos mares, sin aguardar ribera,
lanzando velas y anclas y gobernalle al mar.
Ya entonces, por el fondo de nuestro sueño —herencia
de un siglo que vencido sin gloria se alejaba—
un alba entrar quería; con nuestra turbulencia
la luz de las divinas ideas batallaba.
Mas cada cual el rumbo siguió de su locura;
agilizó su brazo, acreditó su brío;
dejó como un espejo bruñida su armadura
y dijo: «El hoy es malo, pero el mañana... es mío.»
Y es hoy aquel mañana de ayer... Y España toda,
con sucios oropeles de Carnaval vestida
aún la tenemos: pobre y escuálida y beoda;
mas hoy de un vino malo: la sangre de su herida.
Tú, juventud más joven, si de más alta cumbre
la voluntad te llega, irás a tu aventura
despierta y transparente a la divina lumbre:
como el diamante clara, como el diamante pura.
A. MACHADO: Campos de Castilla, 1914
Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierras de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.
Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido
(ya conocéis mi torpe aliño indumentario),
más recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.
Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.
Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.
¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.
Converso con el hombre que siempre va conmigo
(quien habla solo espera hablar a Dios un día);
mi soliloquio es plática con ese buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.
Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.
A. MACHADO: Campos de Castilla, 1907-1917
POR TIERRAS DE ESPAÑA
El hombre de estos campos que incendia los pinares
y su despojo aguarda como botín de guerra,
antaño hubo raído los negros encinares,
talado los robustos robledos de la sierra.
Hoy ve sus pobres hijos huyendo de sus lares;
la tempestad llevarse los limos de la tierra
por los sagrados ríos hacia los anchos mares;
y en páramos malditos trabaja, sufre y yerra.
Es hijo de una estirpe de rudos caminantes,
pastores que conducen sus hordas de merinos
a Extremadura fértil, rebaños trashumantes
que mancha el polvo y dora el sol de los caminos.
Pequeño, ágil, sufrido, los ojos de hombre astuto,
hundidos, recelosos, movibles; y trazadas
cual arco de ballesta, en el semblante enjuto
de pómulos salientes, las cejas muy pobladas.
Abunda el hombre malo del campo y de la aldea,
capaz de insanos vicios y crímenes bestiales,
que bajo el pardo sayo esconde un alma fea,
esclava de los siete pecados capitales.
Los ojos siempre turbios de envidia o de tristeza,
guarda su presa y llora la que el vecino alcanza;
ni para su infortunio ni goza su riqueza;
le hieren y acongojan fortuna y malandanza.
El numen de estos campos es sanguinario y fiero:
al declinar la tarde, sobre el remoto alcor,
veréis agigantarse la forma de un arquero,
la forma de un inmenso centauro flechador.
Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta
—no fue por estos campos el bíblico jardín—;
son tierras para el águila, un trozo de planeta
por donde cruza errante la sombra de Caín.
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LA
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A JOSÉ MARÍA PALACIO
A DON FRANCISCO GINER DE LOS RÍOS
Palacio, buen amigo,
¿está la primavera
vistiendo ya las ramas de los chopos
del río y los caminos? En la estepa
del alto Duero, Primavera tarda,
¡pero es tan bella y dulce cuando llega!...
¿Tienen los viejos olmos
algunas hojas nuevas?
Aun las acacias estarán desnudas
y nevados los montes de las sierras.
¡Oh mole del Moncayo blanca y rosa,
allá en el cielo de Aragón, tan bella!
¿Hay zarzas florecidas
entre las grises peñas,
y blancas margaritas
entre la fina hierba?
Por esos campanarios
ya habrán ido llegando las cigüeñas.
Habrá trigales verdes,
y mulas pardas en las sementeras,
y labriegos que siembran los tardíos
con las lluvias de abril. Ya las abejas
libarán del tomillo y el romero.
¿Hay ciruelos en flor? ¿Quedan violetas?
Furtivos cazadores, los reclamos
de la perdiz bajo las capas luengas,
no faltarán. Palacio, buen amigo,
¿tienen ya ruiseñores las riberas?
Con los primeros lirios
y las primeras rosas de las huertas,
en una tarde azul, sube al Espino,
al alto Espino donde está su tierra...
Como se fue el maestro,
la luz de esta mañana
me dijo: Van tres días
que mi hermano Francisco no trabaja.
¿Murió?... Sólo sabemos
que se nos fue por una senda clara,
diciéndonos: Hacedme
un duelo de labores y esperanzas.
Sed buenos y no más, sed lo que he sido
entre vosotros: alma.
Vivid, la vida sigue,
los muertos mueren y las sombras pasan;
lleva quien deja y vive el que ha vivido.
¡Yunques, sonad; enmudeced, campanas!
Y hacia otra luz más pura
partió el hermanó de la luz del alba,
del sol de los talleres,
el viejo alegre de la vida santa.
... ¡Oh, sí!, llevad, amigos,
su cuerpo a la montaña,
a los azules montes
del ancho Guadarrama.
Allí hay barrancos hondos
de pinos verdes donde el viento canta.
Su corazón repose
bajo una encina casta,
en tierra de tomillos, donde juegan
mariposas doradas...
Allí el maestro un día
soñaba un nuevo florecer de España.
Baeza, 21 de febrero de 1915
Baeza, 29 de Abril de 1913
CXXI
Allá, en las tierras altas,
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, entre plomizos cerros
y manchas de raídos encinares,
mi corazón está vagando, en sueños...
¿No ves, Leonor, los álamos del río
con sus ramajes yertos?
Mira el Moncayo azul y blanco; dame
tu mano y paseemos.
Por estos campos de la tierra mía,
bordados de olivares polvorientos,
voy caminando solo,
triste, cansado, pensativo y viejo.
CXXII
Soñé que tú me llevabas
por una blanca vereda,
en medio del campo verde,
hacia el azul de las sierras,
hacia los montes azules,
una mañana serena.
Sentí tu mano en la mía,
tu mano de compañera,
tu voz de niña en mi oído
como una campana nueva,
como una campana virgen
de un alba de primavera.
¡Eran tu voz y tu mano,
en sueños, tan verdaderas!...
Vive, esperanza, ¡quién sabe
lo que se traga la tierra!
CXIX
Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería.
Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.
Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía.
Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.
A. MACHADO: Campos de Castilla, 1917
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