Este artículo es una publicación de la Corporación Viva la Ciudadanía Opiniones sobre este artículo escribanos a: [email protected] www.viva.org.co HHU UH HU U Bases militares, inmunidad y drogas Jorge Mejía Economista El debate sobre la presencia de 1.400 marines y ayudantes norteamericanos en bases militares de nuestro territorio, está más lleno de incertidumbres que de certezas, dadas las respuestas plagadas de lagunas y tonos grises de los funcionarios del Gobierno Nacional. No es la recurrente hecatombe que los dirigentes más radicales del Polo Democrático acostumbran vislumbrar, como tampoco es la simple anécdota del presente reportada según los boletines oficiales del Palacio de Nariño. No hay ninguna invasión gringa, ni enclaves extranjeros incrustados en territorio de Colombia. La presencia de uniformados norteamericanos no es de ahora, es de vieja data. Se conocen convenios bilaterales de asistencia militar entre Colombia y EE.UU. desde 1952. Diez años después se suscribió otro convenio para “ayuda económica, técnica y afín” y en 1974 se firmó otro relativo a “una Misión del Ejército, una Misión Naval y una Misión Aérea de las Fuerzas Militares de los Estados Unidos de América en la República de Colombia”. Hoy vigente y que explica la presencia desde hace muchos años de militares y ayudantes norteamericanos en bases colombianas, como los tres gringos secuestrados por las FARC y liberados hace exactamente un año mediante la aplaudida, por uribistas y antiuribistas, Operación Jaque, después de 5 largos años de secuestro. Operación Jaque que con seguridad no se pudo realizar sin el concurso de los militares y equipos norteamericanos instalados en Colombia. Algunos de esos militares asentados en melgar han sido acusados de cometer delitos como violación a menores, sin que la justicia haya podido hacer alguna cosa por culpa de la inmunidad acordada entre las partes, traducida en deplorable impunidad. La acusación de que los convenios anteriores implican tránsito de tropas extranjeras, no tiene soporte jurídico tal como lo sentenció el 17 de febrero de 2004 el Tribunal Administrativo de Cundinamarca – Sección cuarta- denegando las pretensiones de los demandantes que instauraron una acción popular contra el Presidente y otros funcionarios públicos, por cuanto considera que no se configura el tránsito de tropas con la presencia de militares de los EE.UU. en Colombia que están prestando apoyo y asesoría técnica en materia de lucha contra el narcotráfico. Del convenio que se está a punto de suscribir encuentro dos componentes deplorables: la inmunidad que cobijaría a los militares y ayudantes extranjeros y la invocación hecha como justificación de que su propósito es la lucha contra las drogas ilícitas. El acuerdo establece como obligaciones entre las partes “En materia de privilegios e inmunidades, para el personal de los Estados Unidos se aplicará lo previsto en la Convención de Viena sobre Relaciones diplomáticas y en los Convenios bilaterales de 1952 y de 1974”. En este punto el Gobierno patina y patina, incapaz de esconder su rabo de paja frente a la sindicación de prohijar la impunidad de los uniformados extranjeros, lo cual no es una cantinela. Ya hay pruebas en la mano. El 20 de julio en la instalación de sesiones del Congreso el Presidente levantó la voz para indicar que no habría complacencia con los comportamientos indebidos de los norteamericanos, y el Ministro de Gobierno y de Justicia se explayó en una comisión del Senado jurando lo mismo. Pero el texto del convenio y posteriores pronunciamientos, indican que el engaño por parte de nuestros gobernantes está al orden del día. ¿Qué dice la reiterada Convención de Viena como argumento de autoridad frente al tema? Dice así: “El agente diplomático gozará de inmunidad de la jurisdicción penal del Estado receptor. Gozará también de inmunidad de su jurisdicción civil y administrativa”. Los marines y sus ayudantes tendrían el carácter de agentes diplomáticos, no obligados incluso a testificar. Las otras fuentes sobre el tema traídos a colación son los convenios bilaterales de 1952 y 1974, vigentes, no revisados sustancialmente por parte del nuevo acuerdo. Dichos convenios, repito, no revisados en este tema de la inmunidad, permitieron que los militares extranjeros que ultrajaron mujeres jóvenes y adolescentes en Melgar no hayan podido ser judicializados por la justicia colombiana. El Ministro de Gobierno y Justicia, se enredó mucho más: “Reveló que los contratistas particulares que hagan parte de la misión de Estados Unidos en desarrollo de los convenios no gozarán de privilegios ni de inmunidad. Esta figura, establecida en la Convención de Viena, de la cual se hizo parte Colombia, sólo será aplicada a los militares estadounidenses, pero anticipó que habrá cláusulas según las cuales, la Fiscalía colombiana colaborará en las investigaciones que se inicien contra quien haya violado la ley colombiana, el Gobierno colombiano hará un seguimiento a los procesos que se abran en Estados Unidos y podrá haber excepciones a la inmunidad”. Diario El Espectador del martes 21 de julio. El papel de la justicia colombiana se limita a COLABORAR Y HACER SEGUIMIENTOS A LOS PROCESOS QUE SE ABRAN EN EE.UU. Si de violación a la soberanía nacional se quiere hablar, ahí está el papayaso. La justicia colombiana seguirá manicruzada impotente para judicializar aquellos uniformados extranjeros que incurran en delitos en nuestro suelo. No voy a cuestionar el componente antiterrorista del convenio. Los éxitos de la política seguridad democrática contra la guerrilla saltan a la vista. Imposible concebirlos sin que sean fruto de la connivencia de los militares colombianos y los militares norteamericanos. Por lo menos la tecnología y la inteligencia extranjeras fueron decisivas. Pero sí me parece cuestionable, a la luz de los resultados obtenidos hasta ahora, el componente antidroga del convenio -respecto al cual se han realizado cuatro (4) rondas de negociación en Bogotá. La quinta ronda se llevará a cabo en Washington en fecha por definir, a finales de agosto o comienzos de septiembre-. La lucha contra la producción de coca, cocaína y su comercialización y tráfico, con colaboración norteamericana, ha sido un fracaso. Las mediciones recientes de áreas cultivadas con coca, de las Naciones Unidas, son claras. El 18 de junio los funcionarios nacionales se pavonearon por las cifras que registraron “una dramática reducción” entre 2007 y 2008, al pasar de 99.000 hectáreas a 81.000. Volvimos a las cifras del año 2003 ya iniciado el Plan Colombia. Los registros que las autoridades se han apresurado a enmochilar son los del año 2006 cuando los cultivos de coca eran de 78.000 hectáreas. ¡Aumentamos en tres años 3.000 hectáreas! Pero, ¿saben ustedes, en los mismos tres años, cuántas hectáreas se destruyeron, vía fumigación o erradicación manual, para obtener ese resultado? En 2006 se erradicaron 213.555 hectáreas, 26% más que en 2005. En 2007 se destruyeron cerca de 220.000 hectáreas y en 2008 se erradicaron 230.000. En los tres años se erradicaron 663.555 hs, a pesar de lo cual seguimos conservando la misma cantidad de hs que en promedio, en los años recientes, son sembradas en Colombia: 80.000. Algunos podrán decir que si no se hubiesen destruido las 663.555 hs, hoy tendríamos esa misma cantidad sembrada. Lo que ocurre es que se ha mejorado enormemente la productividad de las matas de coca y la resiembra de la misma. La zona que hoy se fumiga, mañana amanece resembrada porque confluyen dos factores: la presencia del Estado es tan sólo la avioneta fumigadora o el Policía erradicador. Llega y se va. Lo otro es que la política pública antidroga por concentrarse en la criminalización, no prioriza el componente de la sustitución de cultivos ilícitos por cultivos lícitos. Fumigar una hectárea cuesta 3 millones de pesos y sustituir una hectárea de coca por una de cacao cuesta 10 millones de pesos. Las 663.555 hectáreas destruidas demandaron cerca de dos billones de pesos. Sustituir las 80.000 hs cultivadas de coca por un producto agrícola como el cacao exigirían recursos del orden de los 800.000 millones. La tercera parte de lo gastado en glifosato y erradicación manual. Los campesinos cultivadores del bajo cauca antioqueño se han cansado de manifestar su disposición de erradicar ellos mismos los cultivos a cambio de que el Gobierno estimule otros productos agropecuarios. El Gobierno Nacional no ha aprovechado la oportunidad de negociar el nuevo convenio que le da continuidad e incrementa la presencia militar norteamericana, para revaluar la fracasada lucha contra las drogas. Erradicar sin asegurar la sostenibilidad de la presencia Estatal y erradicar sin permitir la sustitución de los cultivos, no tiene ningún sentido. Seguiremos con las mismas 80.000 hs cultivadas desde 2002. Si la prioridad fuera combatir el narcotráfico, en lugar de Malambo – Atlántico- se ubicaría una base en Urabá por donde sale la mayor parte de la coca hacia el Centro y el Norte de América. Pero Malambo y Apiay están más cerca de Venezuela y Ecuador, los vecinos problema. Hay lugar a la suspicacia.